Eric J. Hobsbawm - Historia Del Marxismo. Vol. 1. El Marxismo en Tiempos de Marx. Parte 1

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PENSADORES Y TEMAS DE HOY

15
HISTORIA DEL MARXISMO

- El marxismo en tiempos de Marx


- El marxismo en la época de la Segunda Internacional
- El marxismo de la Tercera Internacional
- El marxismo hoy

Dirigida por ERIC J. HOBSBAWM, GEORGES HAUPT,


FRANZ MAREK, ERNESTO RAGIONIERI,
VITTORIO STRADA, CORRADO VIVANTI

Director de la traducción: Josep M. Colomer


Traductor de este volumen: Máximo Loizu
HISTORIA
DEL MARXISMO
(1)
EL MARXISMO
EN TIEMPOS DE MARX (1)

BRUGUERA
Título original:
STORIA DEL MARXISMO
Traducción dirigida por Josep M.• Colomer

l.• edición: octubre, 1979


La presente edición es propiedad de Editorial Bruguera, S. A.
Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)
Edición original: © Giulio Einaudi Editore, s. p. a., Torino - 1978
Traducción del presente volumen: © Máximo Loizu - 1979
Diseño cubierta: Nes1é Soulé

Printed in Spain
ISBN 84-02-06650-X {tomo 1) / 1S8N 84-02-06651-8 {obra completa)
Depósito legal: B. 30.974 - 197� (1)
Impreso en los Talleres Gráficos de Ed1tonal Bruguera. S. A.
Carretera Nacional 152, km 21,650. Parets del Valles (Barcelona) - 1979
Nota sobre la traducción

Los textos citados de Marx y En­


gels se han transcrito de la versión
castellana contenida en la edición
de las Obras completas dirigida por
Manuel Sacristán (Barcelona-Buenos
Aires-México, 1976, ss., en curso de
publicación, citada en adelante
como 0MB), edición que se ha uti­
lizado también como referencia
para resolver algunos problemas
de vocabulario. Para las obras de
Marx y Engels aún no publicadas
en esta edición se ha recurrido a
las Obras escogidas (Moscú, 1972
ss.) y a otras ediciones que se ci­
tan en las notas.
Asimismo, se han transcrito de
las ediciones castellanas existentes
las citas de P. Sraffa, V. l. Lenin,
R. Luxemburg, F. Nietzsche y J.
Stuart Mill, que aparecen en el
texto.
Indice

9 Prólogo

37 EL MARXISMO EN TIEMPOS DE MARX (1)

ERIC J. HOBSBAWM
39 Marx, Engels y el socialismo premarxian::,
42 l. La prehistoria del comunismo
49 2. La literatura socialista y comunista
56 3. Tres grandes utópicos: Owen, Saint-Simon y Fou-
rier
66 4. Los economistas de izquierda ingleses y franceses
69 5. La contribución alemana
75 6. La nueva dimensión de la historia europea a
mediados del siglo XIX

DAVID MCLELLAN
83 La concepción materialista de la historia

PIERRE VILAR
113 Marx y la historia
117 l. La precedencia de la sociedad civil
123 2. "Conocemos una sola ciencia, la ciencia de la
historia»
129 3. La primacía de la producción y las relaciones
entre los hombres
146 4. "Una clave que explique la dirección de los acon­
tecimientos"
158 5. La historia universal como resultado

MAURICE DOBB
163 La crítica de la economía política
166 l. Prólogo a El Capital
170 2. La teoría del valor-trabajo
180 3. El proceso de acumulación del capital
185 4. Realización de la plusvalía e imperialismo
197 S. Problema del valor y diagnóstico social

ISTVÁN MÉSZÁROS
201 Marx «filósofo»
205 l. La realización de la filosofía
214 2. La ciencia positiva
232 3. Las adqumciones hegelianas
251 Indice onomástico
Prólogo (1)

Cuando hace unos años iniciamos el proyecto de


esta Historia del marxismo no existían obras gene­
rales y exhaustivas que estudiaran histórica y ana­
líticamente el desarrollo del marxismo. De hecho,
aunque son numerosos los autores que han in­
tentado realizar estudios individuales de este tipo,
y aun cuando existen colecciones de ensayos de
autores varios, una obra como la que proyectaba
el grupo que ha concebido nuestra Historia no existe
todavía hoy, por lo menos en Occidente. El estudio
que más se aproxima a ella continúa siendo la
Historia del pensamiento socialista, de G. D. H. Cole,
pero el tema que aborda sobrepasa ampliamente el
marxismo, y además su interés analítico es limitado;
de todos modos, la historia del marxismo ha hecho
muchos progresos desde el momento en que fue
compilada esta obra. Por otra parte, junto al enorme
montón de inútiles polémicas y de mediocres sub­
culturas, los últimos veinte años han producido un
notable volumen de trabajos sobre aspectos particu­
lares de la teoría y la historia marxistas, que van

(1) La siguiente introducción es una versión levemente modi­


ficada del memorándum distribuido a los colaboradores de la His­
toria del marxismo. Por tanto, podrá ayudar al lector a comprender
la naturaleza de la tarea que nos hemos propuesto y a juzgar en
qué medida hemos conseguido nuestros objetivos.
9
desde los realizados a gran escala, como la Historia
de la Revolución rusa, de E. H. Carr, hasta las mono­
grafías sobre las más importantes figuras marxistas,
sobre las escuelas de pensamiento, sobre la historia,
parcial o completa, de los partidos socialdemócratas
y comunistas, y hasta los estudios de problemas teó­
ricos extremadamente especializados, como el de
G. Sofri acerca del modo de producción asiático en
Marx. Por consiguiente, este período, que tal vez
más que ningún otro ha visto aumentar la cantidad,
la variedad e incluso probablemente la calidad de
los escritos marxistas y de los rigurosos estudios so­
bre el marxismo (con la probable excepción de los
años comprendidos entre 1890 y 1914), ha propor­
cionado, de forma dispersa y no coordinada, una
masa de material que actualmente es posible sinte­
tizar. Al mismo tiempo se ha constituido un cuerpo
suficientemente vasto de estudios rigurosos como
para representar una considerable contribución al
trabajo. Tal es justamente el objetivo de esta Histo­
ria del marxismo, la cual, si bien no deja de ser
expresión de un punto de vista perteneciente a estos
años setenta, podrá sin duda perdurar como una
obra sustancialmente válida para los próximos de­
cenios.

El marxismo, o sea, la corriente teórica que en


la historia del mundo moderno ha tenido mayor
influencia práctica (y más profundas raíces prácti­
cas), es al mismo tiempo un método para interpre­
tar el mundo y para transformarlo; por consiguien­
te, su historia debe escribirse teniendo en cuenta
este hecho. No puede ser únicamente la historia de
lo que los marxistas, comenzando por Marx, han
pensado, escrito y discutido, aunque dicha historia
se explique a través de la tradicional reconstruc­
ción del árbol genealógico de las ideas y por me­
dio del método marxista del análisis de la relación
entre «consciencia» y «ser social» de la que aquélla
nace; ha de ser igualmente la historia que examine
10
los movimientos inspirados, o que se dicen inspira­
dos, en las ideas de Marx, las revoluciones en las
que los marxistas han intervenido y las tentativas
de construir sociedades socialistas llevadas a cabo
por marxistas que se han encontrado en una posi­
ción que permitía tales intentos. Por tanto, como la
gama teórica de los análisis marxistas y la influen­
cia práctica del marxismo han afectado a casi to­
dos los campos del pensamiento y de la actividad
del hombre, el alcance de nuestra Historia será
necesariamente muy amplio. El marxismo ha tenido
una gran importancia política desde las costas del
Artico hasta la Patagonia, y desde China hacia Oc­
cidente hasta el Perú. Los pensadores marxistas han
expresado opiniones de peso en los campos de la
matemática, la pintura o las relaciones sexuales, con
independencia de la intervención del poder adminis­
trativo y estatal en estos campos.
Por todo ello, dar forma y estructura a la histo­
ria de un campo tan vasto y aparentemente ilimi­
tado es problema de fundamental importancia. Tal
vez les resulte útil a los eventuales lectores de esta
Historia una esquematización de los principios sobre
cuya base se ha intentado organizar.

Empezaremos por el evidente presupuesto de que


la historia del marxismo no puede considerarse con­
cluida, porque el marxismo es una estructura de
pensamiento todavía viva y porque su continuidad
ha sido sustancialmente ininterrumpida desde los
tiempos de Marx y Engels. Se supone, pues, que
muchos lectores no recurrirán a esta obra movidos
exclusivamente por curiosidad académica, de igual
modo que podría consultarse una historia de la as­
trología o de la escolástica medieval, sino estimu­
lados por el deseo de descubrir si el pensamiento
marxista contribuye, y en qué, a la solución de lo'>
problemas actuales. Hay marxistas que precisamen­
te hoy se están ocupando de tales problemas, y
también su actividad pertenece a la historia del
11
marxismo. Casi siempre intentan expresar su pen­
samiento refiriéndose a escritos específicos de Marx
o de marxistas posteriores, o cuando menos ligarlo
a los textos en cuestión. En este sentido, la conti•
nuidad del marxismo es bastante más directa y
obvia que la de otras escuelas de pensamiento vitales
y epónimas, como el darwinismo. No hay científico
ocupado en el campo de la evolución que no rinda
homenaje a Darwin, pero nadie lee hoy El ori­
gen de las especies si no es por curiosidad histórica,
por mala conciencia o por un interés personal. En
cambio, las obras de Marx, incluidas las de su ju­
ventud, continúan siendo leídas como contribucio­
nes válidas a la discusión más actual, y lo mismo
puede decirse de las de algunos marxistas poste­
riores.
En segundo lugar, el objeto de esta Historia no
es un único marxismo específico, un «verdadero»
marxismo contrapuesto a otros marxismos fa!•
sos o desviacionistas. Como principio, a esta His­
toria pertenecen todas las estructuras de pensa­
miento que se declaran derivadas de Marx o influi­
das por sus escritos, comprendidas las de influen­
cia más remota y las que se sitúan lejos de la es­
fera de los pensadores, los movimientos y las ins­
tituciones que se definen como marxistas. En la me­
dida en que algunas ideas derivadas de Marx han
entrado a formar parte, como las de Freud o de
Darwin, del patrimonio común del lenguaje intelec­
tual, o en la medida en que la discusión académica
y política afronta conscientemente problemas plan­
teados por marxistas (aun cuando sólo fuere con
fines polémicos), no nos será posible omitirlos, aun­
que en nuestra obra se les haya de dar un trata­
miento marginal.
La amplitud de este programa no implica una
posición agnóstica respecto de lo que es marxista
y de lo que no lo es, y menos aún respecto de lo
que el mismo MaIT quería realmente decir y de las
interpretaciones más o menos correctas de su pen­
samiento por los marxistas posteriores. De todos
12
modos, pertenecen a la historia del marxismo in­
cluso aquellas interpretaciones cuya incorrección
fuera demostrable. El marxismo posee una unicidad
que le confieren tanto el coherente cuerpo teórico
elaborado por Marx, y los problemas prácticos que
esperaba resolver por medio de tal cuerpo (por
ejemplo, los de la revolución y de la transición a
la sociedad socialista), como la continuidad histórica
de los principales grupos organizados de marxis­
tas, todos los cuales pueden «colocarse», por así de­
cirlo, en un árbol genealógico cuyo tronco estaría
representado por las organizaciones socialdemócra­
tas de los últimos años de la vida de Engels. No
obstante, se trata de una «unidad en la diversidad»,
que no se basa en un acuerdo teórico y político,
sino en objetivos comunes (como «el socialismo»),
y sobre todo en la adhesión común, en línea de prin­
cipio, a un cuerpo doctrinario derivado de los escri­
tos de Marx y Engels, con independencia de los
añadidos o las modificaciones aportadas a los mis­
mos. Los «marxistas legales» de la Rusia zarista
han sido excluidos (al contrario, por ejemplo, que el
Bund) desde el momento en que de iure y de facto
dejan de perseguir el objetivo común, aun mante­
niendo, al menos inicialmente, la fidelidad a la teo­
ría. De modo similar se excluye a los fabianos (al
contrario que Bernstein, políticamente muy próxi­
mo a ellos y directamente influido por este movi­
miento), pues rechazaban toda la doctrina mientra<:.
que los revisionistas mantenían respecto de ésta ac­
titudes diversas.
Aparte lo dicho, creemos que ni hoy ni tampoco
en el pasado hay un solo marxismo, sino muchos
marxismos, inmersos, como se sabe, en ásperas po­
lémicas internas en las que los unos llegan a negar­
les a los otros el derecho a declararse tales. Esta
Historia no se fija como tarea el decidir sobre la
validez de sus respectivas pretensiones, a no ser en
un sentido puramente técnico o concreto. La tarea
del historiador es demostrar que Marx, al menos
en una de las fases más importantes de su pensa-
13
miento, creyó en la existencia de un «modo de pro­
ducción asiático»; es observar las consideraciones
políticas que llevaron, entre otras cosas, a la elimi­
nación de este concepto de casi todo el marxismo
comunista de los años treinta, y valorar los inten­
tos de reintroducirlo a partir de los años cincuen­
ta. No incumbe al estudioso establecer si quienes
rechazan el «modo de producción asiático» son me­
jores o peores marxistas que quienes lo aceptan. Al
historiador le incumbe mostrar que entre las nume­
rosas organizaciones de inspiración bolchevique los
partidos comunistas ortodoxos (estalinistas) fueron,
al menos desde los inicios de los años veinte hasta
el final de la década de los cincuenta, los más fuer­
tes e importantes, mientras que los teóricos y los
grupos leninistas disidentes apenas recogieron adhe­
siones numéricas dignas de tal nombre, salvo esca­
sas excepciones locales o a lo sumo regionales. Pero
esta constatación no implica juicio de valor alguno
sobre la contribución de las distintas organizacio­
nes, grandes o minúsculas, al desarrollo del análisis
marxista. El historiador debería abstenerse de jui­
cios de este tipo, a no ser que se fundamenten en
suficientes elementos racionales. Podrá tener en
cuenta el hecho evidente de que mientras a los co­
munistas ortodoxos se les impedía prácticamente
aplicar cualquier análisis, por ejemplo a los pro­
cesos políticos y económicos de la URSS, por mo­
tivos obvios los disidentes leninistas dedicaron
gran parte de sus energías precisamente a realizar
tales análisis. Por lo demás, el historiador se limi­
tará a tomar nota de las divergencias entre estos
análisis (por ejemplo, con referencia a la cuestión
de si la URSS debería ser considerada un Estado
proletario degenerado o una forma de capitalismo
de Estado), sin pretender cerrar una discusión to­
davía viva. Y al contrario, puede y debe afirmar que
la ortodoxia dogmática que acabó caracterizando al
marxismo ruso tras la muerte de Lenin habría sido
muy difícilmente aprobada por Marx. Pero, aun
cuando el historiador se encontrara personalmente
14
en desacuerdo con ella, lo cual es muy probable, ha­
brá no obstante de considerarla como un desarrolJo
interno del marxismo, desarrollo que palpablemen­
te constituye una de las principales ramas del árbol
genealógico del marxismo y que, desde el punto de
vista de la política práctica, predominó durante va­
rios decenios en el ámbito de su desarrollo.
La tercera proposición es consecuencia de la se­
gunda. Resulta evidente que una historia colectiva
del marxismo tendrá que estar escrita por autores
con opiniones distintas en lo que concierne a los
aspectos teóricos del análisis marxista o a sus con­
secuencias políticas. Pero, por diversos motivos, es
muy difícil que autores cuyas opiniones se sitúan en
extremos opuestos puedan participar en este proyec­
to; es improbable que quien rechaza la teoría o los
objetivos de Marx, o quien no les reconoce valor
alguno, pueda aportar una contribución útil a su
historiografía, del mismo modo que quienes conside­
ran inútil y perjudicial la Revolución francesa difí­
cilmente tendrán ese mínimo de Verstehen, de sim­
patía intelectual y emotiva, sin la cual no es posible
escribir la historia de manera provechosa. Por otra
parte, quien considera el marxismo como una teo­
logía dogmática encontrará grandes dificultades (aun
disponiendo del beneplácito de autoridades oficiales)
para poner en tela de juicio o someter a debate
posiciones que se siente movido a defender. Queda,
no obstante, una amplia gama de interpretaciones
y opiniones. Hace veinte años, este hecho hubiera
podido hacer imposible la realización de un proyec­
to colectivo de esta índole, y aún hoy no es fácil
la empresa, pero la experiencia ha demostrado que
entre los estudiosos del marxismo que alimentan
opiniones distintas existe un terreno común sufi­
ciente para hacerla practicable. Existe, o puede exis­
tir, un acuerdo sobre hechos concretamente verifi­
cables. Hay ya un sustancial consenso sobre el va­
lor de numerosa literatura secundaria. Cualquiera
que sea su posición política o ideológica, son muy
pocos los estudiosos rigurosos que no tengan en grao
15
consideración obras (aun escritas desde diversos pun­
tos de vista) como la Historia de la Revolución rusa,
de Carr, la biografía de Trotsky escrita por l. Deuts­
cher, o la de Rosa Luxemburgo de J. P. Nettl, o in­
cluso la Historia de la Socialdemocracia aleman.i
entre 1905 y 1917, de Carl Schorske, sin por ello
compartir muchas de sus tesis. Los años seten­
ta son quizá el primer período, desde los escasos
años inmediatamente anteriores a 1914, en que a
marxistas de convicciones distintas y a serios estu­
diosos del marxismo, que sin embargo no se iden­
tifican del todo con el marxismo, les resulta posible
elaborar una historia colectiva del marxismo que
sea algo más que una simple superposición de opi­
niones divergentes O sea que hoy es posible recono­
cer la validez de aportaciones escritas por autores
de diferente orientación (aunque a veces puedan
prestarse a discusión), en lugar de desecharlas corno
inaceptables.
Este trabajo no pretenderá establecer un acuer­
do donde no existe, y menos aún imponer a los co­
laboradores interpretaciones que no comparten. Sea
como fuere, y pese a que sin duda habrá capítulos
o párrafos en abierto desacuerdo e incluso en
franca contradicción, confiamos en que del con­
junto de la obra surgirá un considerable consenso
respecto de la historia del marxismo, aunque dicho
consenso no concierna a sus desarrollos futuros.

Esto, en lo que concierne a los presupuestos. En


cuanto al modo de afrontar el tema, hemos intenta­
do aplicar algunos principios que resultará oportuno
señalar a continuación.
El pensamiento y la práctica de Marx y de los
marxistas posteriores son un producto de su tiem­
po y tienen de permanentes lo que poseen de vali­
dez intelectual y de conquistas prácticas. Por tanto,
deben analizarse insertos en las condiciones históri­
cas en que fueron formulados, teniendo en cuenta
al mismo tiempo la situación en que se encontraron
16
los marxistas al actuar, los problemas que se deri­
varon de ella y la combinación específica de mate­
riales intelectuales con que construyeron sus ideas.
Hablando de manera muy general, Marx realizó su
análisis de la «lev del movimiento» del capitalismo
a partir de la fase que él vivió, hacia mediados del
siglo XIX, y en especial en su versión inglesa; y esto
lo hizo al modo de un pensador de su siglo, o sea,
de alguien que había recibido un tipo determinado
de educación, que se había nutrido de un cuerpo es­
pecífico de informaciones y experiencias y que com•
partía algunas de las nociones aceptadas en aquel
período... Tal con'5ideración vale también para los
marxistas posteriores, para cuyas ideas y acciones
los escritos de los marxistas anteriores y las expe­
riencias y tradiciones de los movimientos marxista:.
representaron evidentemente un elemento formati­
vo determinante. Por dicho motivo, este trabajo in­
tentará establecer no sólo lo que fueron las diver­
sas escuelas de marxismo en los distintos períodos
(escuelas no únicamente en sentido metafórico, sino
en el literal de las organizaciones, los grupos, etcé­
tera, en los que se preparaba a futuros marxistas),
sino también cuáles fueron los escritos de Marx y
de otros «autorizados» marxistas de que podía dis­
ponerse en cada uno de los períodos y, a ser posi­
ble, cuál fue su difusión.

Como producto de una situación histórica espe­


cífica, el marxism0 se desarrolló y se modificó, ine­
vitablemente, como consecuencia de transformacio­
nes históricas más amplias, del cambio de las cir­
cunstancias, del descubrimiento de nuevos datos, de
las lecciones de la experiencia, por no hablar de
los cambios sobrevenidos en la periferia intelectual
del propio marxismo. Esto vale para la teoría y
para la estrategia del marxismo, pero no implica
necesariamente una transformación sustancial de
ambas, aun cuando hubo marxistas, como los revi­
sionistas bernsteinianos, según los cuales tal trans-
17
formación debía producirse. El mismo pensamiento
de Marx se desarrolló en esta dirección, por ejem­
plo, entre 1840 y 1860, y la ulterior evolución del
marxismo se debe en gran medida a los intentos
de integrar problemas teóricos y prácticos que poco
a poco iban naciendo de las nuevas situaciones his­
tóricas o de contingencias para las que los escritos
de Marx y de Engels no proporcionaban indicacio­
nes específicas o daban indicaciones excesivamente
genéricas.
Si excluimos los cambios que no influyeron tan­
to en el desarrollo de las teorías generales de los
marxistas como en el de sus ideas estratégicas y tác­
ticas, las categorías más significativas de los cam­
bios son:
1) el desarrollo del capitalismo mundi�l, que
modificó el sistema hasta el punto de que en diver­
sas ocasiones se reconoció una «nueva fase» del ca­
pitalismo, definida, a finales del siglo XIX, como «im­
perialismo»;
2) la difusión geográfica del marxismo y de los
movimientos marxistas, llegando a países del todo
diferentes a los de Europa central y occidental,
base de gran parte de los análisis concretos de Marx
y de los primeros movimientos obreros marxistas
(China, por ejemplo);
3) las revoluciones victoriosas, que por vez pri­
mera colocaron a los marxistas frente a los proble­
mas de la organización estatal y de la construcción
del socialismo, para los cuales la teoría marxista
anterior no proporcionaba ninguna indicación prác­
tica (ejemplo típico, Rusia tras la Revolución de oc­
tubre);
4) los sucesivos desarrollos en las partes del
mundo en que los movimientos o los partidos mar­
xistas se hacen con el poder estatal, para los cua­
les los escritos de Marx no contenían, a fines prác­
ticos, la más mínima indicación concreta (por ejem­
plo, las relaciones entre países socialistas);
18
5) el esquema desigual y divergente (o tal vez
convergente) del desarrollo a nivel mundial, que
reúne en sí todos los cambios arriba indicados.

Por fortuna, la mayor parte de estas transforma­


ciones tiene lugar cronológicamente, por lo que una
adecuada periodización nos permite, aunque con
ciertas reservas, presentarlas de manera diferencia­
da y al propio tiempo en su interacción.
Las principales subdivisiones cronológicas que
nos hemos propuesto son las siguientes:

1) antes de 1848-1850. Es el período de los orí­


genes del socialismo y de la formación del pensa­
miento de Marx. Coincide con la primera gran cri­
sis de desarrollo del primer capitalismo industria]
(años 30 y 40), que en algunos países es al mismo
tiempo crisis de transición hacia el capitalismo in­
dustrial, y con la crisis revolucionaria que tiene su
ápice en 1848. Aunque Marx y Engels desemoeñaron
un activo y relevante papel en la vida política, de
hecho no existe aún movimiento marxista alguno.

2) 1850-1875-1883 (2). Es el período clásico del


desarrollo capitalista en el siglo XIX: la rápida evo­
lución de un sistema mundial de capitalismo libe­
ral, cuyo centro era Inglaterra, las primeras fases
de un gran desarrollo industrial en los más impor­
tantes países «desarrollados» de Occidente y la
constitución concomitante de un sistema internacio­
nal de Estados capitalistas (EE.UU., Alemania, et­
cétera); el nacimiento de un movimiento obrero en
el continente europeo (la Primera Internacional);

(2) Desde el punto de vista de los cambios históricos sería tal


vez más lógica una fecha situada en los años 70 (crisis e inflexión
de la economía en 1873 Comuna de París en 1871, fin de la
Primera Internacional en 1872, unificación del partido socialdemó­
crata alemán en 1875), pero es más cómoda la fecha de la muerte
de Marx. Desde el punto de vista práctico la cosa no comporta
gran diferencia. ya que a partir de los primeros años 70 la obra
teórica y práctica de Marx es escasa.
19
Ja primera «crisis de los países subdesarrollados» (el
movimiento revolucionario en Rusia); la Comuna
de París, al mismo tiempo la última de las revolu­
ciones jacobinas y la primera de las proletarias. Este
período coincide con la maduración del pensamien­
to de Marx y en él se produce su segunda interven­
ción importante en la actividad política (período di!
la Primera Internacional). Con la excepción, parcial,
de Alemania, aún no existe un movimiento marxista
digno de mención, y el ascendente de Marx es mí­
nimo.

3) 1883-1914. Es e] período del marxismo desarro­


llado sobre todo por hombres y partidos de la Se­
gunda Internacional. Su trasfondo inmediato es la
segunda crisis de desarrollo del capitalismo mun­
dial, el período de gran depresión y de tensiones que
va de 1873 a 1896, del cual emerge una nueva fase
del capitalismo (el «imperialismo»), con nuevas ca­
racterísticas tecnológicas, económicas, sociales y po­
líticas, y, por consiguiente, con nuevas perspectivas
estratégicas que los marxistas se esfuerzan en inte­
grar en sus análisis a partir del final de los años 90
(«crisis del marxismo»). No queremos introducir en
esta presentación todos los subperíodos principales.
Los partidos obreros de masas, cada vez más hege­
monizados y dirigidos por el marxismo (del modo
en que se formulaba éste por el partido socialde­
mócrata alemán) y los movimientos revolucionarios
marxistas de la Europa oriental y meridional llevan
rápidamente al crecimiento de la Segunda Interna­
cional. Tal expansión produce importantes divergen­
cias; por ejemplo:

a) en general, entre movimientos nacionales (la


cuestión nacional);
b) entre los países «desarrollados», en donde estos
movimientos actúan en condiciones de capitalis­
mo estable y en una situación política burguesa­
democrática; se trata de países que todavía se
distinguen entre sí según si en ellos los movi-
20
mientas obreros siguen las directrices marxistas
(el continente europeo) o no (los países anglosa­
jones);
e) entre países y regiones subdesarrollados de Eu­
ropa. En ellos encontramos condiciones de crisis
revolucionaria (la jacquerie rumana o la Revolu­
ción rusa de 1905) y, al mismo tiempo, movimien­
tos revoluciomirios casi siempre sometidos a la
influencia ideológica de los movimientos prole­
tarios occidentales (la socialdemocracia rusa),
aunque enfrentados a problemas por completo
diferentes;
d) las primeras fases de los movimientos por la li­
beración nacional en los países coloniales y semi­
coloniales del Tercer Mundo, que hasta ese mo­
mento eran Estados afectados apenas (salvo al­
gunas excepciones, como la de Indonesia o la in­
fluencia de los narodniki rusos en la India) por
las teorías y la práctica de los socialistas euro­
peos.

Contemporáneamente, la Revolución de 1905


plantea una nueva serie de problemas: los «mode­
los» de 1789, e incluso el de 1848, no constituyen ya
una indicación adecuada, ni siquiera plausible, y la
discusión que se origina anticipa los problemas que
planteará el poder proletario.

4) 1914-1949 (3). Sin olvidar una o dos importan­


tes subdivisiones, marcadas por la «gran crisis» de
1929-1933 y por la Segunda Guerra Mundial, es el pe-

(3) El inicio de este período es bastante evidente: el hundimien­


to de la Segunda Internacional en 1914, que además representa un
observatorio para examinar por una parte los anteriores desarrollos
de las corrientes revolucionarias que más tarde confluyeron en el
bolchevismo, y por otra parte el desarrollo de la Revolución de 1917.
Su conclusión es más problemática, ya que actualmente el des­
arrollo mundial es tan desigual que ninguna fecha resulta total­
mente satisfactoria para todo el globo. La Revolución china pre­
senta la ventaja de a) subrayar la creciente importancia de la
liberación colonial, y b) coincidir con la estabilización del capita­
lismo posbélico.
21
ríodo del marxismo de la Tercera Internacional,
que se extiende, de manera muy aproximada, de la
Revolución de octubre a la Revolución china.
Se trata del período de la crisis general del capi­
talismo (guerra, revoluciones, colapso económico,
fascismo, guerra), de la Revolución de octubre, que
crea el primer país socialista, y de la difusión de los
movimientos marxistas en el mundo colonial y se­
micolonial, como elemento de la revolución en d
Tercer Mundo.
La diversidad del desarrollo es tan grande desde
ese momento que resulta necesario tomar en consi­
deración tres sectores principales y diferenciados,
aunque en interacción:

a) los países desarrollados, en los cuales, tras el


hundimiento de las esperanzas en una revolu­
ción mundial nacidas en 1918-1923, el sector re­
volucionario (esto es, en su gran mayoría, el sec­
tor comunista) del movimiento marxista repre­
senta una minoría (al menos hasta la Segund:i
Guerra Mundial), mientras prevalecen los movi­
mientos obreros reformistas (incluidos los que
hacen referencia a un marxismo cada vez más
suavizado), hasta tanto persistan las condiciones
de una democracia burguesa;
b) los países subdesarrollados de la Europa orien­
tal y meridional y del Tercer Mundo;
e) la URSS, donde se plantean los problemas de la
posrevolución.

Los tres sectores están ligados por desarrollos


globales que les son comunes y que los afectan a un
mismo tiempo (guerra, crisis posrevolucionaria béli­
ca, depresión, fascismo, guerra), o por un parale­
lismo cronológico sobre cuya exacta naturaleza no
se indaga de momento (por ejemplo, estabilización
capitalista y NEP; o industrialización-colectivizadón­
y crisis); pero también por la enorme influencia de
22
la Revolución de octubre, de la URSS, en el ámbito
de los movimientos revolucionarios marxistas, y del
Partido internacional monocéntrico, la komintern,
cada vez más dominado por los rusos.

5) de 1949 en adelante. Es el período del mar­


xismo policéntrico, primero en forma empírica y
luego aceptado como tal; se trata del período de la
primera estabilización general y duradera del capi•
talismo internacional desde 1914. Y, también, del
período en que triunfa la revolución antiimperia•
lista del Tercer Mundo, triunfo que toma la for•
ma de una descolonización política general y de una
victoria parcial de la revolución social, cuyo punto
más avanzado es la constitución de varios Estados
comunistas. A su vez, el triunfo del comunismo en
China es, con mucho, el hecho más significativo.
En tercer lugar, e5 el período en el que la URSS ex­
tiende su propio tipo de sistema socialista a nume­
rosos países europeos y logra ser la segunda gran
potencia en lo que durante estos años se ha con•
vertido en un sistema internacional basado en una
rivalidad bilateral.
La variedad y la complejidad de estos desarro­
llos y la desintegración de la fuerza marxista pre­
dominante en el período 1914-1949. el comunismo
rusocéntrico, hacen que sea muy difícil un ex.amen
coherente del período. Tal vez lo mejor sea consi­
derarlo como un período de gran expansión del mar­
xismo, pero al mismo tiempo de gran crisis del si­
glo, pues en él los análisis y las perspectivas de los
años 1914-1949 se han modificado sustancialmente
a la luz de los acontecimientos sobrevenidos en los
tres sectores del mundo.
De momento no proponemos ninguna conclusión
cronológica del período. Nuestra Historia acabará
con un examen de la situación del marxismo en su
nueva fase pluralista y policéntrica, y se intentará
esclarecer la naturaleza de los distintos tipos de
;B
problemas con los que hoy se enfrenta el análisis
marxista, y de las diversas escuelas y corrientes del
marxismo de hoy.

Hemos creído cportuno tratar conjuntamente lo�


dos últimos períodos porque en el período com­
prendido entre 1917 y 1956 el marxismo mundial
estuvo dominado, en el plano de la teoría y en el
de la práctica, por la existencia de un único movi­
miento global, cuyo centro era la URSS y cuya ca­
beza era el Partido comunista soviético. Consiguien­
temente, la cuarta y última parte de esta obra exa­
minará la situación del marxismo después de 1956,
año que marca un importante viraje en la historia
del movimiento comunista internacional. No quere­
mos imponer ninguna fecha de terminación a este
estudio porque por su propia naturaleza es abierto.
No obstante, habrá de tenerse presente que los año'>
inmediatamente anteriores y posteriores a 1975 han
significado una importante transformación del ca­
pitalismo internacional, o sea, el fin de una larga
estabilidad, de una prosperidad no conocida antes y
de una expansión económica global, y el inicio de
un prolongado período de crisis.
Las principales subdivisiones cronológicas no se
limitan a definir la narración, la estructura événe­
mentielle de nuestra exposición histórica, sino tam­
bién su esquema analítico. De hecho, el valor de
la obra no está en una acumulación o en una sín­
tesis de informaciones, sino en la formulación y la
solución de algunos problemas. Allí donde no se3
posible dar una respuesta a una cuestión, o en el
caso de que el desacuerdo entre colaboradores pro­
duzca diversas respuestas alternativas, esperamos
que la formulación y la ordenación del material
permitan esclarecer la naturaleza de los problemas
en cuestión.
Los lectores de nuestra obra podrán formularse
24
preguntas que creemos pueden explicitarse en los
términos siguientes:

a) ¿Cómo ha interpretado el marxismo las comple­


jas transformaciones del mundo?
b) ¿Cómo ha desarrollado estrate�ias, formas de
organización, etcétera, capaces de abrir camino
a las transformaciones revolucionarias aue ha­
bían sido el objetivo de Marx. o a otros objetivos
planteados por otros marxistas?
e) Donde ha vencido, ¿de qué modo la revolución
se ha dedicado a la edificación de nuevos siste­
mas sociales de tipo socialista?

Es posible reformular estas preguntas sin alterar


el tratamiento histórico del tema (por eiemnlo: ¡en
qué medida ha sido adecuada la interoretación mar­
xista del mundo?. ¡en qué medida los marxistas
han conseguido edificar sistemas o sociedades socia­
listas?, etcétera). Los problemas analíticos y políti­
cos que los marxistas se han planteado nacen ex­
clusivamente (salvo los planteados en términos muv
genéricos y abstractos) en el contexto de situad�
nes históricas concretas, y en el ámbito de tales si­
tuaciones se resu�lven. La experiencia de su formu­
lación y de su solución en una continQ'Pncia a11tPrior
sirve de base para nuevas form11laciones (tal vez
modificadas) y para nuevas solucio11es (tal Vf'7. mo­
dificadas) a situaciones nuevas. En otras oalahras,
las nuevas situaciones concretas permiten a los
marxistas dar cuerno a los contornos de cue'-tiones
y de soluciones hipotetizadas o vislumbradas por
algunos elementos específicos del análisi.;; Q'eneral an­
terior (de Marx o de cualquier otro teórico marxis­
ta) que no se habían profundizado ni concretado.
Por consiguiente, el análisis marxista está consti­
tuido por una constante y recforoca relación entre
doctrinas y exnenencias del pasado v situaciones
presentes, relación en la que cada una influye en la
otra.
Se trata de un proceso ya conocido, aunque no
.25
estará de más esclarecerlo con algún ejemplo. Los
marxistas afrontan los problemas de la automa­
ción moderna, problemas que difícilmente podían
plantearse antes de mediado el siglo xx, a la luz de
los proféticos pasajes de los Grundrisse de 1857.
1858. En cierto sentido, el descubrimiento de
la importancia de tales pasajes se debe al surgi­
miento, en nuestra época, del problema concreto
de la automación. En la práctica, hasta los años
50 no se ha planteado el problema de cómo inter­
pretar el carácter del capitalismo de posguerra, y
tal planteamiento ha implicado la reconsideración
de toda una serie de análisis anteriores, sobre el
capitalismo en general, y de sus dos fases sucesivas
de desarrollo reconocidas por los marxistas (las fa.
ses «clásicas» de los tiempos de Marx, el capitalis­
mo imperialista-monopolista, cuyos análisis se for­
mularon entre 1900 y 1929, así como «la crisis ge­
neral del capitalismo»...). A su vez, ello implicó
importantes consecuencias en los planos estratégi­
co y táctico. ¿En qué medida es justo que los sin­
dicatos revolucionarios adapten su política a las con­
diciones de una estructura económica capitalista
nueva, y estable y próspera a largo plazo, como han
hecho de iure o de facto (aunque con cierto retra­
so) la CGT y la CGIL tras la evaporación de las es­
peranzas en una crisis posbélica? ¿En qué medida
tal adaptación pudo (o puede) llevar a un inevitable
reformismo de tipo socialdemócrata, como afirma
la extrema izquierda desde los años 60? Las res­
puestas a estas preguntas deben, a su vez, funda­
mentarse en el análisis de la situación que las ha
hecho surgir, así como en las fuerzas sociales y po­
líticas que han determinado formulaciones y res­
puestas o que han apoyado cada una de las estrate­
gias y tácticas posibles.
En cuanto a la relación entre las nuevas respues­
tas y la masa acumulada de la doctrina marxista
anterior, los marxistas han estado siempre divididos
entre quienes defendían que aquéllas habían de im­
plicar una «revisión» formal de la doctrina en
26
cuestión, y quienes no lo estimaban necesario; los
primeros, por su parte, se encuentran divididos en­
tre quienes estaban dispuestos a llevar la «revisión»
formal hasta el abandono de la doctrina, y quienes
optan por seguir siendo «marxistas». Tales diferen­
cias son únicamente importantes desde el punto de
vista de la historia doctrinal del marxismo. En la
práctica, todo tipo de movimiento marxista que
haya tenido un significado concreto y toda versión
del análisis marxista que haya ejercido alguna in­
fluencia, al menos en algunas fases de su desarro­
llo, ha modificado las doctrinas del pasado a la luz
de las condiciones nuevas. Es tarea del historiador
constatar tales modificaciones y analizarlas, inde­
pendientemente del hecho de que sean tachadas de
revisionistas (4).
El tratamiento de los problemas clave del mar­
xismo no puede adaptarse mecánicamente a un es­
quema cronológico, ni tampoco puede parcelarse se­
gún las exigencias de éstos. Existen cuatro solucio­
nes posibles, cada una de las cuales podrá ser uti­
lizada según su conveniencia o la necesidad de una
exposición lúcida y sistemática:

1) Individualizar un tema y considerarlo en su


conjunto, con independencia del esquema cronoló­
gico (tal vez éste sea el método más idóneo para la
parte introductoria y para la conclusión).
2) Limitar el tratamiento de un tema exclusiva­
mente al período en que se planteó históricamente
(por ejemplo, el tratamiento del análisis general de
Marx sobre el capitalismo se limitaría al período

(4) El auténtico "fundamentalismo" marxista (para usar un pa­


ralelo teológico) es raro, y donde existe (como en el minúsculo
partido socialista de Gran Bretafia, que desde 1905 predica el
mismo evangelio) no tiene ningún interés práctico ni teórico. La
supuesta fidelidad literal a la doctrina marxista consiste. la mayor
parte de las veces, en la elección de un grupo de "textos" extraí­
dos de la doctrina pasada que respondan a las exigencias de quien
los elige, o en mantener como cuerpo dogmático la doctrina insti­
tucional mientras se aplica de hecho otra teoría no reconocida
oficialmente.
27
l 850-1875-1883). Como recurso para obviar esta difi­
cultad utilizaremos, además, semblanzas de marxis­
tas eminentes, que aun insertos en el período a que
pertenecen, discutirán también las cuestiones teóri­
cas nacidas de la actividad de sus sucesores. La sem­
blanza de Rosa Luxemburg, por ejemplo, quedará
inscrita en el período 1883-1914, presumiblemente a
propósito de la discusión, en el período, sobre la
estrategia proletaria y el imperialismo. Sin embar­
go, en la medida de lo posible, definirá y discutirá
todo el conjunto de problemas y debates ligados, en
dicho período y en épocas posteriores. a la figura de
Luxemburg, proporcionando, donde sea necesario,
referencias y envíos a períodos posteriores o anterio­
res.
3) En la medida en que no se incluya en el pun­
to precedente, extender la discusión de determina­
dos problemas más allá de los límites cronológico,;
en que aparecieron: por ejemplo, en el ámbito del
período 1883-1914 nos ha parecido oportuno no limi­
tar la discusión c;obre el análisis marxista del im­
perialismo a sus desarrollos anteriores a Jq14
(Kautsky, las influencias hobsonianas, Hilferding,
Luxemburg), sino extenderla, por el contrario, a los
desarrollos sucesivos (por ejemplo, Lenin y Stern­
berg), y proporcionar algunas breves anticipaciones
sobre el debate de posguerra en relación con las
transformaciones del imperialismo o con la validez
del análisis (Sweezy, Barrat Brown, Jalée, Kidron,
etcétera).
4) Subdividir cronológicamente el tratamiento
de un tema, volvit>ndo sobre éste en cada período
sucesivo (por ejemplo, los temas del carácter de
la revolución proletaria o de las perspectivas dd
fin, el hundimientc o la transformación del capita­
lismo, no pueden dejar de recorrer varios períodos.
en el contexto de las nuevas condiciones del período
mismo).

Como nuestro propósito es ocuparnos de la his­


toria del marxismo y de sus desarrollos, las cues-
28
tiones que se cruzan con ella serán solamente con­
sideradas en la medida en que conciernan a nuestro
tema, o cuando sea necesario para proporcionar
un mínimo de información sobre aspectos históricos
que de otro modo podrían resultar oscuros. El pro­
blema de cómo encontrar un justo equilibrio podrá
quedar mejor resuelto o entendido con algunos
ejemplos. Así, no pretendemos escribir una historia,
por breve que sea, de la Revolución de octubre o
del papel que en ella desempeñó Lenin; queremo�.
en cambio, valorar la contribución de la Revolución
de octubre al desarrollo del marxismo y su impo,­
tancia en el marco de tal desarrollo. Esto significa
que nuestra Historia pasará por alto a Kerenski, a
Kornilov y al acorazado Aurora, y que, por el con­
trario, se detendrá en problemas tales como el carác­
ter del partido bolchevique y su papel revolucionario,
la transición de la revolución democrático -burguesa
a la proletaria, las previsiones sobre la natura­
leza, la estructura y el programa del poder pro­
letario (El Estado y la revolución), la toma del po­
der en un país al que le faltaban algunas de las
condiciones indispensables para la edificación d�l
socialismo («¿Moscú o Berlín?»), la actitud de los
diversos marxistas ante la Revolución de octubre,
los efectos de ésta sobre los distintos movimientos
obreros y socialistas (la fuerza de atracción del bol­
chevismo y del modelo ruso), etcétera.

Una historia del marxismo no puede dejar de ser


también, en parte, una historia de la crítica al mar­
xismo, por lo menos cuando la discusión marxista
misma intenta refutar tales críticas o pactar con
ellas (por ejemplo, en el campo de la economía, lo
que sucedió con las tesis de Boehm-Bawerk). Por
lo demás, la crítica antimarxista merece un breve
tratamiento cuanto el intento de proporcionar una
alternativa al análisis marxista haya significado una
contribución sustancial al desarrollo de la ciencia
(no marxista) en general: por ejemplo, Max Weber.
29
De todos modos, no se pretende, en general, propor­
cionar un tratamiento sistemático del desarrollo del
antimarxismo, y es probable que no aparezca la ne­
cesidad de hacerlo.

Finalmente, algunas observaciones sobre los dos


primeros volúmenes de la Historia del marxismo.
Se trata de volúmenes que por su naturaleza difie­
ren de los volúmenes siguientes, por cuanto se ocu­
pan de los desarrollos sobrevenidos durante la vida
de Marx y Engels. y, sobre todo, de la actividad y
de los escritos de los fundadores del marxismo, o
sea, del punto de partida de éste. Para los marxis­
tas posteriores, Marx y Engels han sido y siguen
siendo un punto de referencia fijo, y desde la muer­
te de Engels constituyen un cuerpo cerrado de tex­
tos y datos a los que los «clásicos» no pueden ya
añadir nada. A lo máximo, podrán descubrirse y pu­
blicarse escritos inéditos o sacar a la luz aspectos
menos conocidos o ignorados de su actividad. Estos
escritos y esta actividad pueden ser y están siendo
analizados, interpretados y comentados. Además, y
sin duda esto habría complacido a Marx y Engels,
su método de pensar y de actuar ha sido y está sien­
do utilizado para interpretar y cambiar un mundo
que evidentemente no sigue siendo en muchos as­
pectos el que era en vida de los fundadores. La pri­
mera generación de marxistas tuvo aún la posibili­
dad de consultar en ocasiones al propio Marx y
con más frecuencia a Engels, pero desde 1895 esta
posibilidad se esfumó. Es, por tanto, inevitable que
la obra de los fundadores haya de ser analizada de
forma diferente que la de sus sucesores. Pongamos
un ejemplo. Sabemos que Marx consideraba que ha­
bía evolucionado desde una posición de neohegelia­
no de izquierda, a través de Feuerbach, hacia una
posición que, a riesgo de caer en la pedantería, pue­
de definirse como «marxiana», aun cuando solamente
fuera un punto de partida de una elaboración y de
una evolución teórica posteriores. En qué punto de
30
su carrera se haya convertido en el Marx «marxiano»
es una cuestión que ha suscitado un vivo debate en­
tre marxistas y no marxistas, especialmente tras la
publicación de los Frühschriften en 1932; un punto
crucial en discusión lo constituye la posibilidad de
establecer el momento en que tal transición marcó
un punto de ruptura y de rechazo con respecto al
pensamiento anterior de Marx. Tal debate tenía, o
así se creía, amplias implicaciones políticas. Sin em­
bargo, es evidente que a los ojos de Marx el proble­
ma, si es que se planteó, tuvo un aspecto por com­
pleto diferente. Si alguna vez pensó en la relación
entre los Manuscritos de 1844 y, digamos, El Capi­
tal, no es posible que lo hiciera en los términos asu­
midos por el debate después de 1932. Puede presu­
mirse que considerara estos Manuscritos simple­
mente como una fase de su desarrollo teórico, en
los que se incluían opiniones ya abandonadas y otras
que aún sostenía. Es del todo improbable que
pensara en una confrontación sistemática entre el
Marx de 1844 y el de 1867, pues se daba perfecta
cuenta de cuál era la continuidad, o la discontinui­
dad, entre ambas posiciones. Todo lo más podía sen­
tir la necesidad (como en el epílogo a la segunda
edición de El Capital) de esclarecer su posición res­
pecto, por ejemplo, a Hegel, a la luz de la crítka
y de la moda intelectual del momento. Sus observa­
ciones ad hoc no pueden, sin embargo, considerarse
a través del mismo prisma que las discusiones pos­
teriores sobre el problema de la continuidad de su
pensamiento.
Tal vez sea oportuno proporcionar otro ejemplo.
También la relación entre el pensamiento de Marx
y el de Engels ha sido fuente de amplios debates,
ya en vida de ambos. Algunos autores han llegado
a señalar no sólo una diversidad entre los dos pen­
sadores, sino una efectiva incompatibilidad entre los
dos pensamientos, o al menos entre sus implicacio­
nes. Está claro que Marx y Engels no fueron pen­
sadores idénticos, por cuanto eran individuos distin­
tos. Engels se daba perfecta cuenta del genio supe-
31
rior de Marx, si bien no se ha conservado ningún
escrito de Marx que trasluciera una mínima con­
ciencia de la inferioridad de Engels. Por lo demás,
entre ambos se había establecido sin duda una divi­
sión del trabajo, en función de la cual determinados
temas concernían 8 uno o a otro; por ejemplo, las
cuestiones militares eran competencia de Engels.
Y tampoco cabe duda de que entre ambos se pro­
dujeron a veces desacuerdos y de que hubo ocasio­
nes en que cada uno de ellos tuvo en cuenta las
críticas del otro.
Por otra parte, resulta evidente que su modo de
pensar y de trabajar era diferente. Marx, salvo qui­
zá cuando se acababan los plazos, encontraba muy
difícil, o casi imposible en la mayor parte de los
casos, llevar a término los proyectos de sus obras
teóricas de mayor envergadura. Y aun cuando pa­
recía haberlo logrado, no conseguía resistir a la ten­
tación de modificar y reelaborar los textos acabados;
lo prueban los sustanciales cambios operados en el
primer volumen de El Capital entre la primera edi­
ción (1867) y las póstumas a cargo de Engels (1884
y 1891). Por el contrario, Engels escribía rápidamen­
te, de manera muv lúcida, impulsado por una preo­
cupación constante, sobre todo tras la muerte de
Marx, por la sistemática presentación popular de
las ideas de Marx y las suyas propias, más que por
un ulterior desarrollo de la teoría. De cualquier mo­
do, es inútil negar que no siempre sus pensamientos
siguieron idénticas directrices. Hoy parece claro
que el libro que Marx esperaba escribir inspirado
en los trabajos de L. H. Margan y de otros etnólo­
gos coetáneos habría sido bastante distinto (a juz­
gar por las notas preliminares) del que luego escri­
biría Engels, intentando atenerse a las intenciones
del compañero, con el título de El origen de La
familia, de la propiedad privada y del Estado.
Por consiguiente, es legítimo y necesario dejar
de considerar a Marx-Engels como a un único bicé­
falo en lugar de dos pensadores distintos. A pesar
de esto, el hecho fundamental continúa siendo una
32
colaboración que duró una vida entera, sin desave­
nencia intelectual alguna. Tan estrecha fue esta co­
laboración, que Marx no sólo reconoció la contribu­
ción de Engels a su propio pensamiento sino que in­
cluso llegó a pedirle que escribiera artículos que
aparecerían con su nombre (o que se considerarían
escritos por él). Nada demuestra que Marx expresa­
ra o sintiera la más mínima reserva, por ejem­
plo, hacia el Anti-Dühring de Engels, considerado
hoy día como la formulación más genuina de las
posiciones engelsianas. En pocas palabras, el análi­
sis de las posibles divergencias entre el pensamiento
y la actividad de Marx y de Engels entra sin duda
en la historia posterior del marxismo, pero no en
la del desarrollo mismo de Marx y Engels.
Estos dos primeros volúmenes deben tomar en
consideración los problemas del desarrollo de Marx
y Engels, y al tiempo los problemas que surgieron
después de que su vida y sus obras se transformaran
en marxismo. Desde el punto de vista de la historia
del marxismo, la segunda serie de problemas tiene
una importancia fundamental: los colaboradores de
nuestra obra se han esforzado en tener en cuenta
los debates y los desarrollos sucesivamente provoca­
dos por la obra de los clásicos, y en detenerse en
ellos. Se considera, además, en qué medida el tér­
mino «marxismo» fue usado en la vida de Marx y
Engels, y en qué medida es ya aplicable a su pensa­
miento; se ocupa de ello, sobre todo, el capítulo
de George Haupt, aunque en otros se hace también
referencia al problema. Hemos presupuesto que la
obra sistemática emprendida por Engels tras la
muerte de Marx para publicar un cuerpo de sus
propios escritos y los de Marx, para diferenciar en
ellos lo que tenía valor permanente, para crear un
cuerpo interpretativo y teórico coherente y para
esclarecer los problemas mal definidos, constituye
la primera fase en la edificación de la principal tra­
dición del marxismo. Sin embargo, no queriendo
que este volumen se proyecte fuera del período al
que se ha propuesto circunscribirse, se ha intent:1-
33
do a propósito evitar escribir la historia de los clá­
sicos a la luz de los desarrollos posteriores. El perío­
do considerado llega hasta 1895, aunque tiene en
cuenta los acontecimientos de los años siguientes.
El único capítulo que enlaza explícitamente a Marx
y Engels con nuestra época es el que esquematiza
las vicisitudes de sus escritos desde su primera edi­
ción hasta hoy. Evidentemente, se trata de un ca­
pítulo indispensable, ya que gran parte de los su­
cesivos desarrollos del marxismo (por lo menos en
lo que concierne a las cuestiones teóricas) ha asu­
mido como punto de partida el cuerpo de textos
clásicos disponibles en uno u otro momento; dicho
capítulo consiste en gran medida en un comentario
y una elaboración crítica de tales textos. Natural­
mente, el capítulo no tiene la presunción de compe­
tir con los valiosos y voluminosos estudios que ya
existen sobre la bibliografía de Marx y de Engels.
En cuanto al desarrollo del pensamiento de Marx
y Engels (un capítulo intenta individualizar las apor­
taciones específicas de Engels), la literatura sobre el
tema es ya enorme. No hemos intentado competir
directamente con lo que ya ha sido escrito, sino,
como ya se ha dicho, proporcionar una base para
el estudio de los sucesivos desarrollos del marxis­
mo. Nos hemos propuesto situar a Marx y a Engels
en el contexto de su época, y sobre todo en el de la
tradición socialista que ellos transformaron. Un ca­
pítulo sobre el joven Marx (el primer y transitorio
período que concluye entre la mitad y el final de
los años 40) era indispensable. En cuanto al resto,
hemos intentado examinar tres aspectos del Marx
teórico maduro que han sido objeto de un continuo
debate desde su muerte: como economista, como fi.
lósofo y como historiador. Vale la pena observar
que el capítulo sobre Marx economista es el último
trabajo escrito por el llorado Maurice Dobb: en el
momento de su muerte no se había mecanografiado
totalmente el capítulo. Otro capítulo afronta la com­
pleja cuestión de cuál fuera el pensamiento de Marx
y de Engels acerca de lo que genéricamente podría-
34
mos definir como la política, en sus aspectos esen- ·
ciales del Estado, la revolución y la lucha de clases.
Puesto que no ha &ido posible mantenerlo separado
de las actividades concretas y de los análisis polí­
ticos de los clásicos, nos ha parecido oportuno dar
a este capítulo un tratamiento más cronológico.
Estos primeros volúmenes no pretenden cierta­
mente abrir polémicas, aunque sea imposible escribir
sobre cualquier aspecto de la vida y la obra de Marx
y de Engels sin situarse en una relación de consenso­
disenso respecto de las posiciones asumidas por la
literatura marxista y antimarxista del siglo pasado
y del presente. Las interpretaciones de los autores
son personales y en modo alguno se ha pretendido
llegar a fundir posiciones diversas, si no divergentes.
Tampoco nos hemos propuesto añadir algo nuevo al
conocimiento de Marx, de Engels y del movimiento
socialista en vida de aquéllos: la enorme masa dt!
erudición dedicada a tales cuestiones por distintas
generaciones de estudiosos haría prácticamente im­
posible semejante objetivo. Queremos, en cambio,
sentar las bases sobre las cuales construir los volú­
menes siguientes de esta Historia del marxismo.

Londres, verano de 1978


ERIC J. HoBSBAWM
El marxismo en tiempos de Marx ( 1)
ERIC J. HOBSBAWM
Marx, Engels y el socialismo premarxiano
Marx y Engels llegaron relativamente tarde al
comunismo. Engels se declaró comunista a finales
de 1842 y Marx no lo hizo probablemente hasta el
segundo semestre de 1843, tras un ajuste de cuentas
complejo y prolongado con el liberalismo y con la
filosofía hegeliana. No fueron los primeros ni si­
quiera en Alemania, país políticamente atrasado.
Muchos Handwerkgesellen, los obreros alemanes
que trabajaban en el extranjero, habían tomado
ya contacto con movimientos comunistas organiza­
dos y habían hecho surgir al primer teórico comunis­
ta nacido en Alemania, el sastre Wilhelm Weitling,
cuya primera obra fue publicada en 1838 (Die Mens­
chheit, wie sie ist und wie sie sein sollte). Entre los
intelectuales, Moses Hess precedió al joven Friedrich
Engels, e incluso declaraba ser él quien lo había con­
vertido. De todos modos, resulta irrelevante la cues­
tión de la prioridad en el ámbito del comunismo
alemán. En el inicio de los años 40 existía ya desde
hacía tiempo un movimiento comunista floreciente,
tanto teórico como práctico, en Francia, Inglaterra
y Estados Unidos.
¿Qué sabían de estos movimientos los jóvenes
Marx y Engels? ¿Qué noticias les habían llegado de
ellos? ¿ Qué relación hay entre su socialismo y el de
41
sus antecesores y sus coetáneos? En este capítulo
intentaremos dar una respuesta a tales interrogan­
tes.

1. La prehistoria del comunismo

Pero antes habrá que sacar a relucir a los perso­


najes prehistóricos de la teorización comunista,
aunque en general los historiadores del socialismo
no olvidan rendirtes homenaje: también a los revo­
lucionarios les gusta tener antepasados. El socialis­
mo moderno no deriva de Platón o de Tomás Moro,
y menos aún de Campanella, por más que el joven
Marx se sintiera impresionado por La Ciudad del
Sol hasta el punto de incluirla en una «Biblioteca
de los más excelentes escritores socialistas extran­
jeros», proyectada con Engels y Hess en 1845, pero
no realizada (1). Obras como éstas tenían cierto in­
terés para los lectores del siglo pasado, pues para
los intelectuales urbanos una de las mayores difi­
cultades de la teoría comunista consistía en el hecho
de que el funcionamiento concreto de una sociedad
comunista carecía de precedentes y muy difícilmen­
te podía describirse en forma plausible. El título del
libro de Tomás Moro se convirtió en el término em­
pleado para definir cualquier proyecto de futura so­
ciedad ideal, lo cual, en el siglo XIX, significaba so­
bre todo sociedad comunista: utopía. Y dado que
al menos uno de los comunistas utópicos, E. Cabet
(1788-1856), fue también un admirador de Moro, no
puede decirse que se eligiera mal el término. Sea
como fuere, el procedimiento normalmente seguido
por los pioneros del socialismo y el comunismo a
principios del XIX, aunque bastante definido para
poder ser estudiado, no consistía en derivar su:;

(1) Cf. K. MARX y F. ENGELS, Opere, Roma 1970 ss., vol. 4,


p. 708, nota 200 (cf. también p. 659).

42
ideas de cualquier autor remoto sino en descubrir,
concentrándose en elaborar una teoría propia de la
sociedad o de la utopía, la relación con algún pensa­
dor antepasado que hubiera edificado repúblicas
ideales; después de lo cual, se utilizaban sus cons­
trucciones ideales y se le elogiaba. La moda de
la literatura utópica (no necesariamente comunis­
ta) del siglo xvu1 había hecho muy familiares las
obras de tal género.
Tampoco los numerosos ejemplos históricos de
comunidades cristianas comunistas (independiente­
mente de los distintos grados de conocimiento que
de ellas se tenía) pueden considerarse entre los ins­
piradores de las modernas ideas socialistas y comu­
nistas. No está claro en qué medida las más anti­
guas de ellas (como las descendientes de los ana­
baptistas del siglo XVI) llegaron a ser conocidas. No
obstante, es cierto que el joven Engels, al mencio­
nar diversas comunidades de este tipo para demos­
trar la practicabilidad del comunismo, se limitó a
ejemplos relativamente recientes: los shakers (a
quienes consideraba «las primeras personas que en
América y en general en el mundo han hecho nacer
una sociedad sobre la base de la comunidad de bie­
nes») y los «separatistas» (2). En la medida en que
éstos eran conocidos, confirmaban sobre todo una
aspiración al comunismo ya existente, pero no se
afirmaban como fuente de similares ideales.
No es posible soslayar tampoco, aun cuando se
traten de pasada, las antiguas tradiciones religiosas
y filosóficas que, con el surgimiento del capitalis­
mo moderno, habfon adquirido o revelado una nue­
va potencialidad de crítica social, o la habían con­
firmado en el momento en que el modelo revolucio­
nario de una sociedad de economía liberal, marca•
da por un individualismo sin freno, entraba en con-

(2) F. ENOELS, Descrizíone del/e co!onie comunistiche sorte negli


ultimi tempi e ancora esistenti, en Opere cit., vol. 4, pp. 532-538.
43
flicto con los valores sociales de prácticamente to­
das las comunidades humanas hasta entonces cono­
cidas. A los ojos de una minoría culta, a la que per­
tenecían casi todos los teóricos socialistas (e incluso
los teóricos de la !.-ociedad), dichas comunidades se
encarnaban en una cadena o red de pensadores y fi­
lósofos, y sobre todo en una tradición de la ley na­
tural que se remontaba a la antigüedad clásica.
Aunque algunos fi1ósofos del siglo XVIII habían in­
tentado modificar tales tradiciones para adaptarlas
a las nuevas aspiraciones de una sociedad liberal-in­
dividualista, la filosofía heredaba del pasado una
fuerte dosis de comunitarismo o incluso, en algu­
nos casos, la idea de que una sociedad sin propiedad
privada fuese, en ciertos aspectos, más «natural»
que la caracterizada por la propiedad privada o
cuanto menos históricamente anterior. Este aspecto
estaba especialmente anclado en la ideología cristia­
na: nada más fácil que ver en el Cristo del Sermón
de la montaña al «primer socialista» o comunista;
si bien la mayoría de los primeros pensadores socia­
listas no fueron cristianos, más tarde muchos miem­
bros de los movimientos socialistas han encontra­
do útil esta reflexión. En comparación con la posibi­
lidad de que estas ideas tomaran cuerpo en una se­
rie de textos, cada uno de los cuales comentaba,
completaba y criticaba al precedente y formaba par­
te de la educación formal o informal de los pensa­
dores sociales, la idea de una «sociedad buena», y
más particularmente de una sociedad no basada en
la propiedad privada, era como mínimo una compo­
nente secundaria de su herencia intelectual. Es fácil
reírse de Cabet, que enumera una disparatada serie
de pensadores, desde Confucio hasta Sismondi pa­
sando por Licurgo, Pitágoras, Sócrates, Platón, Plu­
tarco, Bossuet, Locke, Helvetius, Raynal y Benjamín
Franklin, para señalar en el propio comunismo la
realización de sus ideas fundamentales; y, efectiva­
mente, en La Ideología Alemana, Marx y Engels se
44
burlaron de esta genealogía intelectual (3). No obs­
tante, ésta representa un genuino elemento de con­
tinuidad entre la crítica tradicional de los males de
la sociedad y la nueva crítica de los males de la so­
ciedad burguesa: al menos para las personas instrui­
das.
En la medida en que estos textos y tradiciones
más antiguos expresaron concepciones comunita­
rias, fueron efectivamente el reflejo de uno de los
componentes básicos que habían constituido las so­
ciedades europeas preindustriales (sobre todo ru­
rales), así como de los elementos comunitarios to­
davía más explícitos en las remotas sociedades con
las que entraron en contacto los europeos a partir
del siglo XVI. El estudio de esas sociedades exóticas
y «primitivas» contribuyó de modo notable a la for­
mación de la crítica social en Occidente, especial­
mente en el siglo XVIII, como lo prueba la tendencia
a idealizarlas, contraponiéndolas a la sociedad «ci­
vil», en la forma del «buen salvaje», del libre cam­
pesino suizo o corso, o en otras formas. Cuanto
menos, como en el caso de Rousseau y de otros
pensadores del siglo XVIII, se afirmaba que la civi­
lización implicaba también la corrupción de una
condición humana originaria, en ciertos aspectos más
justa, igualitaria y amable. Se pudo incluso afirmar
que tales sociedades, las cuales no habían llegado
todavía al estadio de la propiedad privada (socie­
dad de «comunismo primitivo») proporcionaban un
modelo de aquello a lo que las sociedades futuras
habrían debido aspirar de nuevo, demostrando que
no era irrealizable.
Esta corriente de pensamiento está sin duda pre­
sente en el socialismo del siglo XIX, y el marxismo no
es ajeno a ella, aunque, paradójicamente, emerg�
esta corriente con mayor fuerza hacia finales del
siglo que en sus primeros decenios, probablemente
como consecuencia del creciente interés y del ma-

(3) K. MARX y F. ENGBLS, La Ideología Alemana, Barcelona


1974, p. 632 SS,
45
yor conocimiento de Marx y Engels por las institu­
ciones comunitarias primitivas (4). Con la excepción
de Fourier, los primeros socialistas y comunistas
no dan signos de querer mirar hacia atrás, ni 5i­
quiera con el rabillo del ojo, hacia una «felicidad pri­
mitiva» que de alguna manera pudiera servir de mo­
delo para la futura felicidad humana; y ello pese a
que desde el siglo XVI hasta el XVIII el modelo más
común para la construcción especulativa de socieda­
des perfectas había sido el de la novela utópica, en
la que se fingía relatar lo que había visto un viajero
durante su peregrinación por remotas regiones. En
la lucha entre tradición y progreso, entre lo primi­
tivo y lo civilizado, socialistas y comunistas se de­
cantan hacia el mismo lado. Hasta Fourier, que id:!n­
tificaba h condición humana primitiva con el Edén,
creía en lo ineluctable del progreso.
El término «progreso» nos lleva a la que sin duda
fue la principal matriz intelectual de las primeras
modernas críticas socialistas y comunistas de la so­
ciedad, o sea, la Ilustración del XVIII y en especial
la francesa. Friedrich Engels es, sin duda, de tal
parecer (5) e insiste sobre todo en subrayar su sis­
temático racionalismo. La razón proporcionaba la
base de toda acción humana, de la formación de la
sociedad y del modelo respecto del cual «todas las
anteriores formas de sociedad y de Estado, todas las

(4) Aunque para Marx la forma original de la sociedad es "tri­


bal", en sus primeros escritos no hay ninguna indicación de que
ésta represente una fase de "comunismo primitivo". La nota de
Engels a propósito de las comunidades primitivas en el Manifiesto
del Partido Comunista fue añadida en 1888 (KARL MARX, FRIEDRICH
ENGELS, Obras, Edición dirigida por Manuel Sacristán, Barcelona­
Buenos Aires-México, 1976 ss. -en adelante citada como OME-,
vol. 9, p. 136.)
(5) El Anti-Dühring (primer párrafo de la Introducción) em­
pieza con las siguientes palabras: "El socialismo moderno es ante
todo por su contenido, el producto de la percepción de las con­
traposiciones de clase entre poseedores y desposeídos, asalariados
y burgueses. por una parte, y de la anarquía reinante en la pro­
ducción, por otra. Pero, en su forma teorética, se presenta inicial­
mente como una ulterior continuación. en apariencia más conse­
cuente de los principios sentados por los grandes ilustradores fran­
ceses del siglo xvm" incluidos Morelly y Mably (OME, vol. 35,
p . 17).
46
representaciones de antigua tradición», eran recha­
zadas. «A partir de aquel momento, la superstición,
la injusticia, el privilegio y la opresión iban a ser
expulsados por la verdad eterna, la justicia eterna,
la igualdad fundada en la naturaleza y los inalie­
nables derechos del hombre» (6). El racionalismo
de las Luces implicaba una aproximación fundamen­
talmente crítica a la sociedad, incluida lógicamente
la sociedad burguesa. Por otra parte, las diversas es­
cuelas y corrientes ilustradas hicieron algo más que
proporcionar un simple manifiesto de la crítica so­
cial y de las transformaciones revolucionarias: de
ellas procede la confianza en la capacidad del hom­
bre para mejorar la propia condición, e incluso
(como en Turgot y en Condorcet) en su perfectibili­
dad, la fe en la historia humana como progreso del
hombre hacia la que habría sido la mejor de las so­
ciedades posibles, y los elementos racionales de jui­
cio más concretos sobre la sociedad. Los derechos
naturales del hombre no eran simplemente la vida y
la libertad, sino también esa «búsqueda de la felici­
dad» que los revolucionarios, al reconocer justamen­
te su novedad histórica (Saint-Just), transformaron
en la convicción de que «la felicidad es el único fin
de la sociedad» (7), Aun en su forma más burguesa
e individualista, estos criterios revolucionarios con­
tribuyeron a estimular, en tiempos más maduros,
una crítica socialista de la sociedad. Es muy impro­
bable que hoy se pueda considerar a Jeremy Ben­
tham como a un socialista; y sin embargo, Marx y
Engels, de jóvenes (y tal vez más el segundo que el
primero), señalaban que Bentham constituyó el
nexo entre el materialismo de Helvetius y Robert
Owen, el cual, «partiendo del sistema de Bentham,
echa las bases del comunismo inglés» (8). Y, en efec-

(6) ENGELS, Anti-Dühring cit, p. 17.


(7) Cf. AnvIELLE, Histoire de Gracchus Babeuf, París 1884,
vol. 2 p. 34.
(8) K. MARX y F. ENGELS, La Sagrada Familia, en OME, volu­
men 6, P. 151; F. ENGELs, La situación de la clase obrera en In­
glaterra, 1bid., p. 489.
47
to, ambos llegaron a proponer la inclusión de Ben­
tham (si no por otra cosa, al menos como consecuen­
cia de lo que aparentaba en la Política[ Justice de
William Godwin) en su proyectada «Biblioteca de
los más excelentes escritores extranjeros» (9).
No será necesario discutir, a tal propósito, la deu­
da específica de Marx con las escuelas de pensa­
miento nacidas en el marco de la Ilustración, por
ejemplo en el campo de la economía política y de
la filosofía. Es un hecho que Marx y Engels afirma­
ron justamente que sus predecesores, los socialistas
y comunistas «utópicos» pertenecieron a la Ilustra­
ción. Si remontaban la tradición socialista a la época
anterior a la Revolución francesa, era para llegar a
los materialistas filosóficos Holbach y Helvetius y a
los comunistas ilustrados Morelly y Mably, únicos
de esa época (aparte de Campanella) que aparecen
en la Biblioteca de socialistas extranjeros.
A pesar de ello, y aun cuando no parezca haber
tenido gran influencia directa sobre Marx y En­
gels, habrá que tomar brevemente en considera­
ción el papel ejercido por un pensador en par­
ticular en la formación de la teoría socialista pos­
terior, Jean-Jacques Rousseau. Resultaría muy difí­
cil definir a Rousseau como socialista; pese a haber
elaborado la que sería la versión más extendida de la
tesis de que la propiedad privada es la fuente de
toda desigualdad social, Rousseau no afirmó que la
sociedad justa debía socializar la propiedad, sino so­
lamente que debía garantizar la distribución iguali­
taria de ésta. Aunque pudiera mostrarse de acuerdo
en ello, no desarrolló en ninguno de sus escritos d
concepto teórico según el cual «la propiedad es un
robo» (luego divulgado por Proudhon), y por otra
parte, ni siquiera en sí mismo este principio implica
el socialismo, como lo prueba la elaboración realiza-

(9) Opere cit.. vol. 4, p. 659; Engels a Marx, 17 de marzo


de 1845, en Opere cit., vol. 38, p. 25. Pero muy pronto la actitud
de Marx con respecto a este pensador se hizo menos favorable,
aunque el juicio que formula en La Ideología Alemana fuera aún
positivo.
48
da por el girondino Brissot (10). De todos modos, a
propósito de Rousseau, es necesario hacer dos obser­
vaciones: primera, que la visión de la igualdad social
basada en la propiedad común de la riqueza y en una
reglamentación de todo el trabajo productivo es el de­
sarrollo natural de la tesis de Rousseau; segunda, y
más importante, que es innegable la influencia del
igualitarismo rousseauniano en la izquierda jacobi­
na, de la cual nacieron los primeros movimientos
comunistas modernos: Babeuf apeló en su defensa
a Rousseau, y Buonarroti lo señaló como principal
inspirador del «partido de la igualdad» (11).
El comunismo que Marx y Engels conocieron
primero de todo tenía por consigna la igualdad (12)
y precisamente Rousseau era su teórico más influ­
yente. En la medida en que el socialismo y el comu­
nismo de principios de los 40 del siglo XIX fueron
franceses (y lo fueron ampliamente), uno de sus com­
ponentes originarios era precisamente un igualita•
rismo de sello rousseauniano. No podrá olvidarse la
influencia de Rousseau sobre la filosofía clásica ate.
mana.

2. La literatura socialista y comunista

Como se ha dicho, la historia, sin solución de


continuidad, del comunismo en cuanto movimiento
social moderno se inicia con la corriente de iz
quierda de la Revolución francesa. Una línea descen­
dente directa enlaza con la conspiración de los «igua­
les» de Babeuf, a través de Filippo Buonarroti, las
asociaciones revolucionarias de Blanqui, de los años
30, y éstas, a su vez, aparecen ligadas, a través de la

(10) J. P. BRISSOT DE WARVILLE, Recherches philosophiques sur


le droit de propriété et le vol, 1780; cf. J. SCHUMPETER, Historia del
análisis económico, Barcelona 1971: "La doctrina central del libro,
que luego Proudhon hizo famosa, es que 'la propiedad es un robo'."
(11) Cf. AnVIELLE, Histoire de Gracchus Babeuf cit., vol. 2,
pp, 45, 47, y F. BuoNARROTI, Cospirazione per l'eguaglianza detta
di Babeuf (1828) a cargo de G. Manacorda, Turín 1974, pp. 10 ss.
(12) ENGELS, Anti-Dühring cit., pp. 99 SS,
49
Liga de los justos, y de los desterrados alemanes
inspirados en ella (convertida luego en Liga de los
comunistas), a Marx y Engels, que por cuenta de la
Liga redactaron el Manifiesto del Partido Comunista.
Por consiguiente, es natural que la proyectada «Bi­
blioteca» de Marx y Engels, de 1845, se abriera con
dos ramas de la literatura «socialista»: Babeuf y
Buonarroti (seguidos de Morelly y Mably), que re­
presentaban el ala abiertamente comunista, seguidos
por críticos de izquierda de la igualdad formal de
la Revolución francesa y por los enragés (el Círculo
social, Hébert, Jacques Roux y Leclerc). De todos
modos, el interés teórico de lo que Engels definiría
como un «comunismo ascético que enlazaba con Es­
parta» (13) no era muy grande. Ni siquiera los escri­
tores comunistas de los años 30 y 40 parecen haber
impresionado favorablemente, como teóricos, a Marx
y Engels. Así, Marx afirmó que, precisamente por la
tosquedad y la unilateralidad de sus primeros teó­
ricos, «no es casual que el comunismo haya visto
surgir ante él otras doctrinas socialistas, como las
de Fourier, Proudhon, etc.» (14). Aunque leyó sus
escritos (incluso los de figuras relativamente meno­
res como Lahautiere [1813-1882] y Pillot [ 1809-1877]),
Marx debía bien poco a su análisis social, que sobre
todo consistía en la formulación de la lucha de clases
como lucha entre los «proletarios» y sus explotado­
res.
No obstante, el comunismo babouvista y neoba­
bouvista fue importante por dos motivos. En primer
lugar, a diferencia de la mayor parte de las teorías
socialistas utópicas, estaba empeñado a fondo en la
actividad política y, por tanto, no se reducía a re­
presentar una teoría revolucionaria, sino que repre­
sentaba también una doctrina, aun limitada, de pra­
xis política, de organización, de estrategia y de tácti-

(13) Opere cit., vol. 25, p. 18.


(14) Sobre las opiniones de Engels, cf. Progressi della riforma
socia/e su/ continente, en Opere cit., vol. 3, p. 435, escrito para el
periódico owenista "New Moral World" en 1843; sobre las de Marx
(1843), ibid., p. 155.
50
ca. En los años 30, sus principales representantes (La­
ponneraye [ 1808-1849], Lahautiere, Dézamy, Pillot y
sobre todo Blanqui), eran activos revolucionarios.
Esto, junto a su nexo orgánico con la Revolución
francesa (que Marx estudió a fondo), lo hacía ex­
tremadamente importante para el desarrollo de su
pensamiento. En segundo lugar, aunque la mayoría
de los escritores comunistas eran intelectuales mar­
ginales, el movimiento comunista de los años 30 ejer­
ció una evidente atracción sobre los trabajadores. El
hecho fue señalado por Lorenz von Stein, pero no
pasó inadvertido a Marx y Engels; éste, más tarde,
recordaría el carácter proletario del movimiento co­
munista de los años 40, distinguiéndolo del carácter
burgués de casi todo el socialismo utópico (15). Por
lo demás, los comunistas alemanes, incluidos Marx
y Engels, tomaron el nombre de su doctrina de este
movimiento francés (que adoptó el nombre de «co­
munista» hacia 1840) (16).
El comunismo nacido en los años 30 de la tradi­
ción neobabouvista francesa, esencialmente política
y revolucionaria, se funde con las nuevas experien­
cias del proletariado en la sociedad capitalista de los
albores de la revolución industrial. Ello dio como re­
sultado un movimiento «proletario», aunque peque­
ño. En la medida en que las ideas comunistas se ba­
saban fundamentalmente en esta experiencia, su­
frían de modo directo la influencia del país en que
ya existía una clase obrera industrial como fenóme­
no de masas: Inglaterra. No por casualidad el más
eminente teórico comunista francés del tiempo,
Etienne Cabet (1788-1856), se inspiró, no en el neo­
babouvismo, sino en la experiencia vivida en Ingla­
terra en los años 30 y sobre todo en Robert Owen,

(15) Cf. el prólogo de Engels al Manifiesto, 1888, en OME,


vol. 9, pp. 377 ss.
(16) El "Premier Banquet communiste" se celebró en 1840, los
escritos Comment je suis communiste y Mon crédo communiste de
Cabet pertenecen a 1841. En 1842, L. VON STEIN, Der Socialismus
und Communismus des heutigen Frankreichs, bastante difundido en
Alemania intentaba por primera vez hacer una distinción entre
ambos fenómenos.
51
entrando así a formar parte de la corriente socialista
utópica. Sin embargo, como la nueva sociedad indus­
trial y burguesa podía ser analizada por cualquier
pensador en el ámbito de las regiones directamente
transformadas por uno u otro aspecto de la «doble
revolución» de la burguesía (la Revolución francesa
y la revolución industrial inglesa), tal análisis no
estaba directamente ligado a la concreta experien­
cia de la industrialización. En efecto, tal análisis se
emprendió contemporánea y autónomamente en In­
glaterra y en Francia. Dicho análisis proporcionó
una base importante para los sucesivos desarrollos
del pensamiento de Marx y de Engels. Hay que ob•
servar, entre otras cosas, que gracias a los lazos de
Engels con Inglaterra, el comunismo marxiano su­
frió desde el principio la influencia intelectual in­
glesa, además de la francesa, mientras el resto de la
izquierda socialista y comunista de Alemania se cen­
tró en el conocimiento profundo de los desarrollos
franceses (17).
A diferencia del término «comunista», que siem­
pre ha representado un programa, el término «socia­
lista» tenía originariamente un carácter analítico y
crítico. Se empleaba para definir a quien tenía una
visión particular de la naturaleza humana (por ejem-

(17) Cf. La Ideología Alemana cit., pp, 552-553, donde Engels


alardea de c01;ocer a los "comunistas ingleses", contraponiéndoles
la ignorancia de los "socialistas verdaderos" alemanes. La lista:
"Tomás Moro los level/ers, Owen, Thompson. Watts, Holyoake, Har­
ney, Margan, Southwell, J. Goodwyn Barmby, Greaves, Edmonds,
Hobson, Spence" es interesante no sólo por los nombres que con­
tiene sino también por los que omite. No se refiere a los nume­
rosos "economistas del trabajo", destacados en el Marx maduro,
especialmente J. F. Bray y Thomas Hodgskin, e incluye personajes
actualmente olvidados y familiares a aquéllos que, como Engels,
frecuentqron el ambiente de la izquierda radical en los años 40,
como John Goodwyn Barmby (1820-1881), que afirmaba haber intro­
ducido el uso de la palabra "comunismo"; James Pierrepont Grea­
ves (1777-1842), el "socialista sagrado"; Charles Southwell (1814-
1860); un "misionero social" owenista como John Watts (1818-1887)
y G. J. Holyoake (1817-1906) (personaje mucho más oscuro) y Joshua
Hobson (1810·1876), owenista militante y editor del "New Moral
World" y del "Northern Star". Owen, William Thompson John
Minter Margan, T. R. Edmonds y Thomas Spence aparecen aún
hoy en cualquier historia del pensamiento socialista inglés.
52
plo, la importancia fundamental de la «sociabilidad»
o de los instintos sociales), lo cual implicaba una
visión particular asimismo de la sociedad humana;
o bien para definir a quien creía en la posibilidad
o la necesidad de un modo especial de acción social,
sobre todo en las cuestiones de interés público (como
la intervención en el funcionamiento del mercado
libre). Estas ideas tenían más posibilidades de ser
elaboradas o de resultar atractivas para quienes es­
taban a favor de la igualdad, como los discípulos de
Rousseau, que podían acabar abogando por interve­
nir sobre el derecho de propiedad (y esto había sido
ya defendido en el siglo XVIII por algunos opositores
italianos de la Ilustración y por «socialistas») (18),
pero no se identificaban completamente con una so­
ciedad basada en la total propiedad colectiva y en la
gestión común de los medios de producción. De he­
cho, tal identificación no entró en el uso común has­
ta el nacimiento d{' los partidos políticos socialistas,
hacia finales del siglo XIX, y habrá quien sostenga
que ni siquiera hoy tal identificación es comnleta.
Así, incluso a finales del XIX hubo quien, siendo de­
cididamente no socialista (en la moderna acepción
del término), pudo definirse o ser definido como tal,
por ejemplo los «socialistas de cátedra» alemanes o
el hombre político liberal inglés, que declaró que
«desde ahora todos somos socialistas». Esta ambi­
güedad programática se extendía incluso a movimien­
tos considerados c;ocialistas por los mismos socialis­
tas. No hay que olvidar que una de las principales
escuelas de lo que Marx y Engels definieron como
«socialismo utópico», la de los saintsimonianos, «se
preocupaba más por la reglamentación colectiva de
la industria que por la propiedad cooperativa de la
riqueza» (19). Los owenistas -los primeros en utili•

(18) F. VENTURI, Le mot "socialista". IT Congres international


d'histoire économique, Aix 1962 Den Haag 1965. vol. II. pp. 825-
827.
{19) G. LrcHTBEIM, The Origins o/ Socialism, Nueva York
1969, p. 219.
53
zar el término en Inglaterra (1826), aunque sólo años
después se definieron a sí mismos como socialis­
tas- describían la sociedad a la que aspiraban como
una sociedad de «cooperación».
De todos modos, en una sociedad en la que lo
opuesto al «socialismo» (el «individualismo») (20)
implicaba un específico modelo liberal-capitalista
del mercado competitivo ilimitado, era natural que
el término «socialismo» asumiese la connotación pro­
gramática de apelativo genérico para todas las aspi­
raciones a una sociedad organizada sobre la base
de un modelo asociacionista o cooperativo, o sea,
basada en la propiedad cooperativa antes que pri­
vada. El término continuó siendo impreciso, aunque
a partir de los años 30 se asoció sobre todo a la
reestructuración más o menos radical de la sociedad
en el sentido susodicho. Sus partidarios iban desde
los reformadores sociales hasta los marginados.
Por consiguiente, será necesario distinguir dos
aspectos en el primer socialismo: el crítico y el pro­
gramático. El crítico estaba constituido por dos ele­
mentos: una teoría de la naturaleza humana y de la
sociedad, derivada sobre todo de diversas corrientes
del pensamiento del siglo XVIII, y un análisis de la
sociedad creada por la «doble revolución», en algu­
nos casos inserto en la perspectiva de un desarrollo
histórico, o «progreso». La primera no revestía gran
interés para Marx y Engels, a no ser en la parte que
llevaba (en el pensamiento inglés más que en el
francés) hacia la economía política (será oportuno
volver sobre ello); en cambio, el segundo, como es
obvio, ejerció sobre ellos una notable influencia.
También el aspecto programático estaba constituido
por dos elementos: una gran variedad de propues­
tas para la creación de una nueva economía basada

(20) El primer artículo sobre este tema, del saintsimoniano Pierre


Leroux unía los dos términos: De l'individualisme et du socia­
Usme (1835).
54
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�--, <�
en la cooperación, en los casos extremos mediante,� 1>�
la fundación de comunidades comunistas, y un in- � "<'�
t�n�o de reflexió� sobr� la naturaleza y las carac�e- �-- /
, v
nst1cas de la sociedad ideal que se quena constrmr.
Tampoco en este caso, ni Marx ni Engels mostraron
interés alguno por el primer componente: a sus
ojos, la construcción de comunidades utópicas re-
sultaba políticamente irrelevante, lo que era cierto.
Fuera de Estados Unidos, donde adquirió cierta po-
pularidad en su forma laica o en su forma religio-
sa, nunca se convirtió en un movimiento incisivo en
la práctica. A lo máximo podía servir como ejemplo
de lo practicable del comunismo. En cuanto a las
formas de asociacionismo o de cooperación que te-
nían mayor influencia política y que ejercían consi-
derable atracción sobre los artesanos y los obreros
cualificados en Francia e Inglaterra, todavía no eran
suficientemente conocidas por Marx y Engels (por
ejemplo, los labour exchanges owenistas de los años
30) o éstos las veían con escepticismo. Retrospecti-
vamente, Engels haría un parangón entre los la-
bour bazaars de Owen y las propuestas de Proud-
hon (21). La Organisation du travail, de Louis Blanc,
que tanto éxito tuvo (diez ediciones entre 1839 y
1948), no tenía a su juicio ninguna importancia, y si
la tenía, había que combatirla.
Por otra parte, las reflexiones utópicas sobre la
naturaleza de la sociedad comunista ejercieron no­
table influencia sobre el pensamiento de Marx y En­
gels, si bien su hostilidad hacia los esbozos y pro­
yectos del futuro comunista ha inducido a muchos
estudiosos de las épocas siguientes a infravalorar
su importancia. En efecto, todo o casi todo lo que
Marx y Engels han dicho acerca de la forma con­
creta de la sociedad comunista se basa en los pri­
meros escritos utópicos -por ejemplo la abolición
de la diferencia entre ciudad y campo derivada, se-

(21) ENGELs, Anti-Dühring cit., p. 274.


55
gún Engels, de Fourier y Owen- (22), o la abolición
del Estado (de SaintSimon) (23)- o es fruto de una
discusión crítica de los temas de los utópicos.

3. Tres grandes utópicos: Owen, Saint-Simon


y Fourier

El socialismo premarxiano queda, pues, profun­


damente incorporado a las obras sucesivas de Marx
y Engels, aunque en forma doblemente distorsiona­
da: hicieron un uso extremadamente selectivo de
sus predecesores, y además sus escritos más madu­
ros no rechazan necesariamente la influencia que
los primeros socialistas ejercieron en los años de
su formación. Así, el joven Engels se interesó bas­
tante menos por los saintsimonianos que en su épo­
ca madura, y en cambio las referencias a Cabet, que
no aparece en el Anti-Dühring, son bastante nume­
rosas en los escritos anteriores a 1846 (24).
Sea como fuere, desde el inicio o casi, Marx y En­
gels habían localizado a tres pensadores «utópicos,,
dignos de especial atención: Saint-Simon, Fourier y
Robert Owen. En sus confrontaciones, Engels man­
tiene, incluso en sus últimos tiempos, el juicio ex­
presado a comienzos de los 40 (25). Owen es visto
por Marx y Engels de manera algo distinta que los
dos restantes, y no sólo porque Engels (que estaba
en estrecho contacto con el movimiento owenista in­
glés) se lo había presentado a Marx (el cual difícil­
mente lo habría podido conocer de otro modo, al no
haberse traducido aún sus obras). Al contrario que
Saint-Simon y Fourier, Owen es definido como «co-

(22) 1bid., p. 303.


(23) En general, sobre la deuda de Marx y Engels con res­
pecto a los utópicos, véase el Manifiesto donde se enumeran sus
"principios positivos acerca de la sociedad futura" (p. 166).
(24) ENGELS, Pr?gressi della riforma socia/e cit., pp. 433 ss.;
Cabet es defendido escrupulosamente de las interpretaciones erró­
neas de Grün en La Ideología Alemana cit., pp. 594 ss.
(25) Cf. el proyecto de "Biblioteca" cit., en el que ya aparecen
juntos.
56
munista» por Marx y Engels desde el inicio de los
años 40: entonces, como más tarde, Engels se sen­
tía positivamente impresionado por el buen sentido
práctico y el talante inteligente con que Owen había
proyectado sus comunidades utópicas («incluso des­
de el punto de vista de un especialista, bien poco
se puede decir contra la organización particular»)
(26). Además, algo tomó de la irreductible hostilidad
de Owen hacia los tres grandes obstáculos a la re­
forma social: «la propiedad privada, la religión y la
forma actual del matrimonio» (27). Además, el hecho
de que Owen, empresario capitalista y propietario
de fábricas, criti.::ara la sociedad burguesa surgida
de la revolución industrial daba a su crítica una es­
pecificidad que faltaba a los socialistas franceses.
No parece, en cambio, que Engels constatara la can­
tidad de adhesione� de la clase obrera a Owen en loe;
años 20 y 30, pues sólo conocería a los socialistas
owenistas en los años 40 (28). Por su parte, Marx
no tenía dudas sobre el hecho de que desde el pun­
to de vista teórico, Owen fuera notablemente infe­
rior a los franceses (29). El principal interés teórico
de sus escritos y de los de otros socialistas ingleses, a
los que Marx estudió más tarde, residía en el análi­
sis económico del capitalismo, o meior en el modo
en que extraían conclusiones de carácter socialista
de las premisas y los argumentos de la economía
política burguesa. «En Saint-Simon descubrimos una
genial amplitud de horizonte, gracias a la cual se
encuentran germinalmente en su obra casi todas las
ideas no rigurosamente económicas de los socialistas
posteriores» (30).
No hay duda de que este juicio, bastante poste­
rior, de Engels refleja la deuda considerable del

(26) Opere cit. vol. 25, p. 252.


(27) /bid., p. 253.
(28) ENGELS, La 9ituación de la clase obrera en Inglaterra cit.,
p. 486.
(29) K. MARX, Peuchet: del suicidio (1846), en Opere cit., vol.
4, p. 547.
(30) ENGELS, Anti-Dühring cit., p. 270,
57
marxismo con el saintsimonismo, pese a ser muy es­
casas las referencias a la escuela saintsimoniana - (Ba­
zard, Enfantin, etc.), la cual, en realidad, logró trans­
formar las intuiciones ambiguas, aunque brillantes,
de su maestro en algo parecido a un sistema socia­
lista. La extraordinaria influencia ejercida por Saint­
Simon (1759-1825) sobre una gran diversidad de per­
sonas dotadas de notable y hasta brillante talento,
no sólo en Francia sino también fuera de sus fron­
teras (Carlyle, J. S. Mill, Reine, Liszt) es un fenó­
meno de la historia de la cultura europea de la épo­
ca del romanticismo que no siempre resulta fácil
captar por quien lee sus escritos. Si es que éstos
contienen una doctrina coherente, dicha doctrina
consiste en la fundamental importancia atribuida a
la industria productiva, que debe transformar los
elementos realmente productivos de la sociedad en
sus controladores sociales y políticos, dando de este
modo forma al futuro de la sociedad misma: se tra­
ta de una teorización de la revolución industrial.
Los «industriales» (un término acuñado por Saint­
Simon) constituyen la mayoría de la población y
comprenden al coniunto de los empresarios produc­
tivos (en primera fila los banqueros), los científicos,
los innovadores de la tecnología y otras categorías
de intelectuales, y los obreros. En la medida en que
conciernen a estos últimos, que entre otras cosas
tienen la función de reserva para el reclutamiento
entre los primeros, las doctrinas de Saint-Simon
combaten la pobreza y la desigualdad social; al mis­
mo tiempo rechazan decididamente los principios de
libertad e igualdad propugnados por la Revolución
francesa, por individualistas y tendentes a llevar a
la competencia y a la anarquía económica. Objetivo
de las instituciones sociales es el de «faire concourir
les principales institutions a l'accroissement du bien­
étre des proletaires», sencillamente definidos como
«la classe la plu,;; nombreuse» (31). Por otra parte,
en cuanto empresarios y planificadores tecnocráti-

(31) L'organisaJion sociale, 1825.


58
cos, los «industriales» no sólo se oponen a las ocio­
sas y parasitarias clases dominantes, sino también
a la anarquía del capitalismo liberal-burgués, sobre
el que Saint-Simon proporciona una de las primeras
críticas. Está implícito en él el reconocimiento del
hecho de que la industrialización es básicamente in­
compatible con una sociedad no planificada. La apa­
rición de la «cla.,;e industrial» es un fruto de la his­
toria.
Qué ideas de Saint--Simon fueron elaboración pro­
pia y qué parte de las mismas se debe a la inspira­
ción de su secretario, el historiador Augustin Thierry
(1814-1871), no es problema que pueda interesar aquí.
De cualquier manera, son suyas las ideas de que los
sistemas sociales están determinados por el modo en
que está organizada la propiedad, la evolución his­
tórica del desarrollo del sistema productivo y el po­
der de la burguesía cimentado en su posesión de
los medios de producción. Saint-Simon parece ha­
ber tenido una visión más bien simplista de la his­
toria francesa, como lucha de clases que se remon­
ta a la conquista de la Galia por los francos; se
trata de una concepción elaborada por sus seguido­
res en una historia más específica de las clase5
explotadas, que anticipa a Marx: a los esclavos les
siguieron los siervos de la gleba, y a los siervos de
la gleba los proletarios, nominalmente libres pero
privados de propiedad. Mas en lo que respecta a
la historia de su tiempo, Saint-Simon fue más pre­
ciso. Como Engels observaría más tarde con admira­
ción, juzgó la Revolución francesa como una lucha de
clases entre la nobleza, la burguesía y las masas ca
rentes de propiedad (sus seguidores ampliaron el
discurso sosteniendo que la revolución había libera­
do al burgués, pero ahora había llegado el momento
de liberar al proletario).
Además de la historia, Engels había subrayado
otras dos importantes intuiciones de Saint-Simon:
la subordinación de la política a la economía, así
como, en última instancia, la absorción de la prime­
ra en la segunda, y la consiguiente abolición del
59
Estado en la sociedad futura: la «administración de
las cosas» en lugar del «gobierno de los hombres».
Con independencia del hecho de que esta frase saint­
simoniana se encuentre o no en los escritos del fun­
dador de la escuela, el concepto es claramente suyo.
Por lo demás, son numerosos los conceptos integra­
dos en el socialismo marxiano, como en cualquier
otro socialismo posterior, que pueden derivar de la
escuela saintsimoniana, aun cuando de forma ex­
plícita no sean tal vez del mismo Saint-Simon. «La
explotación del hombre por el hombre» es una ex­
presión saintsimoniana; asimismo la fórmula, lige­
ramente modificada por Marx, para describir el prin­
cipio distributivo en la primera fase del comunismo:
«De cada uno según sus capacidades; a cada cual
según su trabajo.» Lo mismo vale para la frase, re­
cogida por Marx en La Ideología Alemana, según la
cual «a todos los hombres debe asegurárseles el de­
sarrollo de sus capacidades naturales». En suma, d
marxismo debe no poco a Saint-Simon, si bien no re­
sulta fácil definir la exacta naturaleza de su deuda,
ya que no siempre la contribución saintsimoniana
puede diferenciarse de la de otras corrientes con­
temporáneas. Así, el descubrimiento de la lucha de
clases en la historia hubiera podido ser obra, con
toda probabilidad, de cualquiera que hubiera estu­
diado o simplemente vivido la Revolución francesa.
En efecto, tal descubrimiento fue atribuido por Marx
a los historiadores burgueses de la Restauración fran­
cesa. Pero, al mismo tiempo, el más importante de
entre ellos (desde el punto de vista de Marx), Augus­
tin Thierry, estuvo, como se ha visto, durante cier­
to período de su vida, en estrecha relación con Saint­
Simon. Se la quiera definir de una manera u otra,
esta influencia no puede ponerse en duda. Por sí
misma es elocuente la consideración uniformemente
positiva que Saint-Simon merecía para Engels, que
observaba de él: «Seguramente lo perjudicaba la ri­
queza de su pensamiento», y que llegó a ponerlo jun-
60
to a Hegel como «la cabeza más universal de su épo­
ca» (32).
En los años de su madurez, Engels elogiaba a
Charles Fourier (1770-1837) sobre todo por tres mo­
tivos: por su crítica brillante, ácida y feroz de la
sociedad burguesa, o más bien del comportamiento
de la burguesía (33), por su esfuerzo en favor de
la liberación de la mujer y por su concepción esen­
cialmente dialéctica de la historia (aunque este últi­
mo punto haya que atribuirlo más a Engels que al
propio Fourier). Lo que primero le llamó la aten­
ción del pensamiento de Fourier, y lo que ha dejado
más profunda huella en el socialismo marxiano, fue
su análisis del trabajo. La contribución de Fourier
a la tradición socialista fue de idiosincrasia. A dife­
rencia de otros socialistas, miraba con recelo el pro­
greso y compartía una de las convicciones de Rous­
seau para el que la humanidad había equivocado el
camino al optar por la civilización. Desconfiaba de
la industria y del progreso tecnológico, aun estando
dispuesto a aceptarlo y a servirse de él, convencido
de que la rueda de la historia no podía ir hacia atrás.
Miraba, además, con recelo (y desde este punto de
vista no se diferenciaba de otros utópicos) la sobe­
ranía popular y la democracia de corte jacobino.
Desde el punto de vista filosófico fue ultraindividua­
Iista; en su opinión, el fin supremo de la humani­
dad era la satisfacción de todas las necesidades psi­
cológicas individuales y la consecución del máximo
placer por parte del individuo. De hecho (por citar
la primera impresión que le hizo a Engels) (34), «da­
do que cada individuo tiene una inclinación o pre­
dilección por un particular tipo de trabajo, la suma
de las inclinaciones de todos los individuos debe

(32) Engels a F. Téinnies 24 de enero de 1895, en Opere cit.,


vol. 50, p. 426; ENGELS, Anti-Diihring cit., p. 23.
(33) El joven Engels observaba que, en efecto, Fourier no es­
cribió nada sobre los obreros y sobre su condición hasta muy tarde
(Un frammento di Fourier su/ commercio, en Opere cit., vol. 4,
p. 632).
(34) ENGELS, Progressi della ri/orma socia/e cit., p. 431.

61
constituir, en su conjunto, una fuerza adecuada para
proveer a las necesidades de todos. Una consecuen­
cia de este principio es que, si se da libertad a cada
individuo para que siga su inclinación a hacer o de­
jar de hacer lo que quiera, se podrá proveer a las
necesidades de todos» y demostraba «que el ocio ab­
soluto es un absurdo, algo que nunca ha existido :li
puede existir ... Demuestra luego la identidad de tra­
bajo y placer y pone de manifiesto la irracionalidad
del actual sistema social que separa ambas cosas».
La insistencia de Fourier en la emancipación de la
mujer, con el corolario explícito de una radical libe­
ración sexual, es una lógica extensión (e incluso tal
vez el núcleo central) de su utópica liberación de
todos los instintos e impulsos personales. No fue
Fourier sin duda el único feminista entre los prime­
ros socialistas, pero su apasionada defensa lo con­
virtió en el más vigoroso, y su influencia puede con­
siderarse decisiva en el viraje radical realizado por
los saintsimonianos en esta dirección.
Quizá Marx captó mejor que Engels el potencial
conflicto existente entre la concepción fourierista
del trabajo, como esencial satisfacción de un instin­
to humano, idéntico al juego, y el pleno desarrollo
de toda capacidad humana que a sus ojos y a los
de Engels habría estado garantizado por el comuni'>­
mo, si bien la abolición de la división del trabajo (o
sea, de permanentes especializaciones funcionales)
podía producir resultados interpretables en clave
fourierista («por la mañana cazar, por la tarde pes­
car y por la noche apacentar el ganado, y después
de comer, si me place, dedicarme a criticar») (35).
Efectivamente, más tarde Marx refutó específica­
mente la concepción del trabajo como «puro juego,
un mero amusement» (36), y al hacerlo, rechazó im­
plícitamente la ecuación fourieriana entre realiza­
ción de sí mismo y liberación de los instintos. Los

(35) MARX y ENGELS, La Ideologla Alemana cit.. p. 34.


(36) K. MARX, Líneas fundamentales de la crítica de la econo­
mía política (Grundrisse), OME, vol. 21, p. 568, vol. 22, p. 98.
62
comunistas de Fourier eran hombres y mujeres ta­
les como la naturaleza los había hecho, libres de
toda represión; para Marx, los comunistas eran algu
más. De todos modos, el hecho de que en su madu­
rez Marx reexaminara expresamente a Fourier, y en
particular las páginas de su más seria discusión so­
bre el trabajo en cuanto actividad humana, indica
la importancia que este autor tuvo para él. Y para
Engels, cuyas continuas referencias elogiosas a Fou­
rier (por ejemplo, en El origen de la familia) de­
muestran la permanencia de una relación intelectual
y de una simpatía constante por el único socialista
utópico que todavía hoy puede leerse con el mismo
sentimiento de placer, lucidez y exasperación que se
experimentaba al comienzo de los años 40 del si­
glo XIX.
Por tanto, los socialistas utópicos proporcionaron
una crítica de la sociedad burguesa, el esquema de
una teoría de la historia, la confianza no sólo en to
realizable del socialismo sino también en el hecho
de que éste representa una exigencia del momento
histórico actual, y finalmente una vasta elaboración
de pensamiento (incluido el comportamiento huma­
no individual). Y sin embargo, sus deficiencias teó­
ricas y prácticas fueron sorprendentes. Desde el
punto de vista práctico, sus puntos débiles fueron
dos, de distinta importancia. En primer lugar, esta­
ban confundidos con toda una serie de excentrici­
dades románticas que iban desde un perspicaz vi­
sionarismo hasta el desequilibrio psíquico, desde la
confusión mental, no siempre justificada por la so­
breabundancia de ideas, hasta extraños cultos y
exaltadas sectas semirreligiosas. En suma, sus segui­
dores tendían a hacerse ridículos y, como observara
el joven Engels a propósito de los saintsimonianos,
«en Francia cada cosa que ... se ha puesto en ridícu­
lo está irremediablemente perdida» (37). Marx y En­
gels, aun reconociendo en los elementos fantásticos
de los grandes utópicos el precio inevitable del ge-

(37) Opere cit., vol. 3, p. 430.


63
nio o la originalidad, muy difícilmente habrían po­
dido esperar de esos grupos de excéntricos cada vez
más extravagantes, y por lo mismo más aislados, una
función práctica en la transformación socialista del
mundo.
En segundo lugar, eran fundamentalmente apo­
líticos, y por consiguiente ni siquiera en el plan<:>
teórico podían elaborar medios eficaces para conse­
guir una transformación de la sociedad. El éxodo ha­
cia comunidades comunistas no tenía mayores pro­
babilidades de conseguir los resultados deseados
que las que hubieran tenido anteriormente invitacio­
nes de Saint-Simon a Napoleón, al zar Alejandro o
a los grandes banqueros parisienses. Los utópicos
(con excepción de los saintsimonianos, cuyo instru­
mento predilecto, los dinámicos empresarios capita­
listas, los había alejado del socialismo) no recono­
cían en ninguna clase o grupo específico el vehículo
de sus ideas, y aunque (como luego Engels reco­
nociera en el caso de Owen) se dirigían a los trabaja­
dores, el movimiento proletario no tenía ningún pa­
pel específico en sus proyectos, que en cambio esta­
ban dirigidos a todos aquellos que hubieran admiti­
do (aunque en la práctica esto no era cierto) que
sólo ellos habían descubierto la obvia verdad. Pero
por sí solas, la propaganda doctrinaria y la educa­
ción, especialmente en la forma abstracta criticada
por Engels en los owenistas ingleses, no habrían
sido nunca suficientes. En pocas palabras, como Je
había mostrado claramente su experiencia en lngla•
terra, «el socialismo inglés, que en sus bases va mu­
cho más allá que el comunismo francés, pero que
permanece a la zaga de éste en su desarrollo, deberá
retornar por un instante a la posición francesa, para
luego superarla» (38). La plataforma francesa era la
de la lucha de clases revolucionaria (y política) del
proletariado. Como más adelante veremos, Marx y
Engels tuvieron una actitud todavía más crítica ha-

(3 8) ENGELS, La situación de la clase obrera en Inglaterra cit.,


pp. 468-487.
64
cía los desarrollos no utópicos del primer socialis­
mo, en sus distintas formas de cooperativismo y de
mutualismo.
Entre las numerosas debilidades teóricas del so­
cialismo utópico se nos manifiesta una de manera
especialmente grave: la ausencia de un análisis eco­
nómico de esa «propiedad privada» que «los socia­
listas y comunistas franceses ... no sólo habían criti­
cado de diversas maneras, sino que incluso habían
"trascendido" (aufgehoben) de un modo utópico»
(39), sin no obstante analizarla en su conjunto como
base del sistema capitalista y de la explotación. El
mismo Marx, estimulado por el «primer» Esboza
de crítica de la economía política, de Engels (1843-
1844) (40), había llegado a la conclusión de que tal
análisis debía constituir el núcleo central de la teo­
ría comunista. Como manifestaría después, al descri­
bir su proceso de desarrollo intelectual, la econo­
mía política es «la anatomía de la sociedad civil»
(41). Tal análisis les había faltado a los socialistas
utópicos francese5. De ahí su admiración hacia P. J.
Proudhon (1809-1865) y la amplia defensa que de él
hizo (en La Sagrada Familia, 1845); había leido
Qu'est-ce que la propriété? (1840) hacia finales de 1842
y en seguida había elogiado al autor como «riguroo:;í­
simo y agudo escritor socialista» (42). Sostener que
Proudhon influyó en Marx o contribuyó a la forma­
ción de su pensamiento sería una exageración. Ya
en 1844 lo había comparado (en algunos aspectos ne­
gativamente) con el sastre comunista alemán Wil­
helm Weitling (43), cuyo único mérito real era el de
ser (camo también Proudhon) un verdadero obrero.
De todos modos, aun considerando a Proudhon

(39) Marx sobre P.-J. Proudhon 1865, en Werke, vol. 16, p. 25.
(40) Opere cit., vol. 3 pp. 458-481.
(41) Contribución a la critica de la economía política. Prólogo,
México 1966, pp. 5-10.
(42) K. MARX, II comunismo e la "Gazetta f(enerale di Au­
gusta". en Scritti politici giovanile a cargo de L. Firpo, Turfn 1975,
p. 174; Nota di redazione, 7 de enero de 1843, ibid., p. 348.
(43) K. MARX Notas críticas a/ artículo "El rey de Prusia y
la reforma social. Por un prusiano", en OME, vol. 5, p. 241.
65
como una mente inferior en comparación con
Saint-Simon y Fourier, Marx apreció los pasos hacia
delante dados por aquél respecto de estos últimM
que luego compararía con los dados por Feuer­
bach respecto de Hegel) y pese a la cada vez mayor
hostilidad en las confrontaciones con Proudhon y
sus seguidores, nunca modificó tal opinión (44).
Y ello, no tanto por los méritos de su obra en el
campo económico, respecto a la cual escribió: «En
una historia rigurosísimamente científica de la eco­
nomía política, esta obra apenas merecería una men­
ción de pasada». En efecto, Proudhon no fue ni
llegó a ser nunca un economista serio. Marx elogió
a Proudhon, no porque hubiera algo que aprend<:!r
de él, sino porque lo vio como a un pionero de esa
«crítica de la economía política» que él mismo con­
sideraba como la tarea teórica fundamental, y lo elo­
gió con mayor entusiasmo aún por cuanto Proud­
hon era un verdadero obrero y una mente original.
Para captar las debilidades teóricas de Proudhon y
detectarlas con mayor facilidad que sus méritos, a
Marx no le era necesario dar demasiados pasos ade­
lante en sus estudios de economía; tales debilidades
fueron estigmatizadas ya en la Miseria de la filoso­
fía (1847).
Por el contrario, ninguno de los otros socialistas
franceses ejerció una influencia digna de considera­
ción en la formación del pensamiento marxiano.

4. Los economistas de izquierda ingleses y franceses

La triple fuente del socialismo marxiano es bien


conocida: socialismo francés, filosofía alemana y eco­
nomía política inglesa. Ya en 1844, Marx había ob­
servado algo similar a esa división internacional del
trabajo intelectual en el seno del «proletariado eu­
ropeo» (45). Mas como aquí nos ocupamos de los

(44) Sobre Proudhon, Werke cit., vol. 16, pp. 25 ss.


(45) MARX, Notas criticas cit., p. 241.
66
orígenes del pensamiento marxiano solamente en
relación con el pensamiento socialista u obrero pre­
marxiano, examinaremos las teorías económicas de
Marx únicamente en cuanto deriven originariamente,
o estén me<tiatizadas, por ese pensamiento o por las
anticipaciones de su análisis que Marx descubrió
en él.
Intelectualmente, el socialismo inglés era deriva­
ción de la economía política clásica inglesa a través
de dos caminos: a través de Owen, partiendo del uti­
litarismo de Bentham, y sobre todo a través de los
llamados «socialistas ricardianos» (algunos de los
cuales habían sido en un principio utilitaristas), y
en particular de William Thompson (1783-1833), John
Gray (1799-1850?), John Francis Bray (1809-1895) y
Thomas Hodgskin (1787-1869). Son autores impor­
tantes no sólo por haber hecho uso de la teoría del
valor-trabajo de Ricardo en la elaboración de una
teoría de la explotación económica de los trabaj:i­
dores, sino también por sus activas relaciones con
los movimientos socialistas (owenistas) y obreros.
No existen en verdad trazas de que ni siquiera En­
gels conociera muchos de tales escritos ya a princi­
pios de los años 40, y sin duda hasta 1851 Marx no
había leído a Hodgskin, «tal vez el más convincente
de los economistas ingleses antes de Marx» (46); en
cuanto lo leyó, expresó la opinión que le merecía
con su habitual precisión de estudioso (47). El que
estos autores debieron contribuir, en último análisis,
a los estudios económicos de Marx es quizá un he­
cho más conocido que el de la contribución inglesa
(radical más que socialista) a la teoría marxiana de
las crisis económicas. Ya en 1843-1844, Engels había
llegado a la conclusión (recogida presumiblemente
de la History of the Middle and Working Classes,

(46) E. RoLL, Historia de las doctrinas económicas, México


1973.
(47) Cf. Theorien über den Mehrwert, III, en Werke cit., vol.
26, 3, pp. 261-316 (trad. cast. Teorías de la plusvalía Madrid 1974)
y las referencias a Hodgskin en El Capital cit., vol. I, donde se
cita también a Bray, Gray y Thompson.
67
de John Wade, 1835) (48), de que las crisis periódi­
cas eran un componente integral de los movimien­
tos de la economía capitalista, y a tal convicción
recurrió para refutar la ley de Say.
Comparada con estas relaciones con los econo­
mistas de izquierda ingleses, la deuda de Marx res­
pecto de los economistas del continente es de menor
entidad. Lo poco que existía de teoría económica
en el socialismo francés se había desarrollado en
los círculos saintsimonianos, tal vez por influencia
del economista heterodoxo suizo Sismondi (1773-
1842), sobre todo a través de Constantin Pecqueur
(1801-1887), definido como «un eslabón entre el
saintsimonismo y el marxismo» (Lichtheim). Ambos
estuvieron entre los primeros economistas estudia­
dos a fondo por Marx a partir de 1844. Sismondi es
citado mayor número de veces y de Pecqueur se ha­
bla en el tercer libro de El Capital, pero ninguno
de los dos es mencionado en las Teorías de la
plusvalía, aunque en cierto momento Marx dudó de
incluir a Sismondi. En cambio, están incluidos los
socialistas ricardianos ingleses: después de todo, el
mismo Marx fue el último, y de lejos el más grande,
de los socialistas ricardianos.
Hemos descrito rápidamente lo que Marx recogió
o desarrolló de las teorías económicas de izquierda,
y con igual brevedad habremos de tomar en consi­
deración lo que de ellas rechazó. Refutó las que con­
sideraba tentativas «burguesas» (Manifiesto) o más
tarde, «pequeño-burguesas», o de cualquier modo
descarriadas por el motivo que fuere, de abordar
los problemas del capitalismo adoptando medidas
como la reforma del crédito, las intervenciones so­
bre la circulación monetaria, la reforma de la renta,
los procedimiento-; para impedir la concentración ca­
pitalista mediante la abolición de la herencia o por
otras vías, aun cmmdo éstas no significaran ventaja

(48) ENGELS, Esbozo de crítica de la econnmfa po/ftica, en


KARL MARX, ARNOLD RuGE, Los anales franco-alemanes, Barcelona
1973, p. 117. También Marx leyó a este autor, así como a Bray y
Thompson, en Manchester en 1845.
68
para los pequeños propietarios, sino para las asocia­
ciones de trabajadores que operaban en el seno del
capitalismo y que estaban destinadas a sustituirlo.
Propuestas de este tipo estaban bastante difundidas
en el ámbito de la izquierda, incluida una parte del
movimiento socialista. La hostilidad de Marx mani­
festada en las críticas a Sismondi, al que respetaba
de todos modos como economista, y a Proudhon, al
que en cambio no respetaba, así como sus críticas
a John Gray, derivaban precisamente de esto. En
el momento en que él mismo y Engels estahan ela­
borando sus teorías comunistas, no se ablandaron
mucho ante estas debilidades de Ir- izquierda de su
época; sin embargo, a partir de la mitad de lo<;
años 40 su práctica política los llevó a examinarla
con creciente atención crítica, y ello se reflejó con­
secuentemente en la teoría.

5. La contribución alemana

¿ Y qué puede decirse de la contribución alema­


na a la formación de su pensamiento? Retrasad:1
desde el punto de vista económico y desde el polí­
tico, la Alemania de la juventud de Marx no poseía
ningún tipo de socialismo del que éste pudiera apren­
der algo. Así, hasta casi el momento de la conversión
de Marx y Engels al comunismo (y en cierta medida
también después de t 848), sería forzado hablar Je
una izquierda socialista y comunista distinta de las
tendencias democráticas y jacobinas que constituían
la oposición radical a la reacción y al absolutismo
monárquico. Como observa el Manifiesto del Parti­
do Comunista, en Alemania (a diferencia de Francia
e Inglaterra), los comunistas no tenían otra alterna­
tiva que la de combatir «conjuntamente con la bur­
guesía contra la monarquía absoluta, la propiedad
feudal de la tierra y la pequeña burguesía (die Klein­
bürgerei)», aunque impulsando a los obreros a ad­
quirir «una consciencia lo más clara posible acerca
69
de la oposición hostil entre la burguesía y el prole­
tariado».
Política e ideológicamente, la izquierda radical
alemana miraba hacia Occidente. Hasta el último
decenio del siglo XVIII, para los jacobinos alemanes
Francia había sido el modelo, el refugio de los exi­
liados políticos e intelectuales, la fuente de informa­
ción de las tendencias progresistas; todavía al co­
mienzo de los añ0s 40 del siglo XIX, el estudio del
socialismo y del comunismo de Lorenz von Stein
tuvo en Alemania una función de este tipo, no obs­
tante la intención crítica del autor al abordar tales
doctrinas. En la misma época, un grupo constituido
por la mayoría de los obreros especializados alema­
nes que trabajaban en París se distanció de los pró­
fugos liberales acogidos en Francia tras 1830 y adap­
tó a sus propias exigencias el comunismo obrero
francés. La primera versión clara del comunismo
alemán fue, pues, aunque en formas algo toscas, re­
volucionaria y proletaria (49).
Independientemente del hecho de si los jóvenes
intelectuales radicales de la izquierda hegeliana que­
rían detenerse en la democracia o deseaban, por el
contrario, ir más lejos en los planos económico y
social, Francia constituía el modelo y el catalizador
intelectual de sus ideas. Entre ellos tuvo cierta im­
portancia Moses Hess (1812-1875), no tanto por sus
méritos intelectuales (lo era todo menos un pensa­
dor claro) cuanto por haber sido socialista antes
que ningún otro y por haber sabido convertir a toda
una generación de jóvenes intelectuales rebeldes. En­
tre 1842 y 1845 su influencia fue fundamental para
Marx y Engels, aunque éstos no tardaron mucho en
dejar de tomarlo en serio. Su antorcha de «verdade­
ro socialismo» (que en la práctica era una especie
de saintsimonismo traducido a la jerga feuerba­
chiana) no iba a adquirir gran importancia. Lo recor-

(49) Wilhelm Weitling (1808-1871) vivió en París entre 1835-


1836 y 1837-1841, y allí pudo leer a Pillot y varias publicaciones
comunistas.
70
damos aquí más que nada por la polémica abierta
por Marx y Engels (en el Manifiesto), dirigida casi
toda ella contra el olvidado, y olvidable, Karl Grün
(1813-1887). Hess, cuyo desarrollo intelectual coinci­
dió durante cierto período con el de Marx (hasta el
punto de que en 1848 hubiera podido considerarse
seguidor suyo), no tenía grandes dotes ni de pensa­
dor ni de político. y debió contentarse con el papel
de eterno precursor: del marxismo, del movimiento
obrero alemán y hasta del sionismo (por el libro
de 1862 Rom und Jerusalem, die letzte Nationalitats­
frage).
No obstante, si bien el socialismo premarxiano
alemán no tiene mucha importancia en la génesis <le
las ideas de Marx, aunque sea desde un punto de
vista por así decir biográfico serán necesarias unas
líneas a propósito de la crítica no socialista del li­
beralismo, que tuvo notas potencialmente encasilla­
bles como «socialistas» en la ambigua acepción de­
cimonónica del término. En la tradición intelectual
alemana había una fuerte componente hostil a cual­
quier forma de ilustración del siglo XVIII (y por tanto
al liberalismo, al individualismo, al racionalismo y
a la abstracción, y por ejemplo, a todo tipo de argu­
mentos benthamianos o ricardianos); estaba vincula­
da a una concepción organicista de la historia y de
la sociedad, de la que fue expresión el romanticismo
alemán, que en un principio fue un movim;ento ac­
tivamente reaccionario, aunque en algunos aspectos
la filosofía hegeliana ofreció una especie de síntesis
de la Ilustración y de las ideas románticas. La prác­
tica política alemana y, por consiguiente, la teoría
social aplicada, estaban dominadas por la actividad
de una administración estatal omnicomprensiva. La
burguesía alemana (tardíamente convertida en una
clase empresarial) no reivindicaba en conjunto r.i
la hegemonía política ni un liberalismo económico
ilimitado, y gran parte de sus portavoces dependían
del Estado de una u otra forma. Ni como funciona­
rios estatales (incluidos los maestros y profesores) ni
como empresarios, los liberales alemanes compartían
71
la incondicional confianza en un libre cambio sin
límites. A diferencia de lo que estaba sucediendo
en Francia e Inglaterra, el país produjo escritores
que confiaban en la posibilidad de exorcizar el de­
sarrollo completo de una economía capitalista, cual
era ya visible en Inglaterra, y estaban convencidos
de que los problemas de la pobreza de las masas
podían evitarse mediante una combinación de plani­
ficaciones estatales y de reformas sociales. Efectiva­
mente, sus teorías podían aproximarse a una espe­
cie de socialismo, como en el caso de J. K. Rodber­
tus-Jagetzow (1805-1875), un monárquico conservador
(en 1848 fue por breve tiempo ministro prusiano)
que en los años 40 elaboró una crítica subconsumis­
ta del capitalismo y la doctrina de un «socialismo
de Estado» basada en una teoría del valor trabajo.
A tal doctrina se recurriría en la época bismarckia­
na con fines propagandísticos, como prueba de que
la Alemania imperial era tan «socialista» como los
socialdemócratas y también como demostración de
que el mismo Marx había plagiado a un ilustre pen­
sador conservador. La acusación era absurda, entre
otras cosas porque Marx leyó a Rodbertus hacia 1860,
cuando sus ideas estaban ya plenamente formadas,
y de todos modos (como observa Schumpeter), si es
cierto que, «según las fechas de publicación, Marx
habría podido inspirarse en Rodbertus, particular­
mente respecto de la concepción unitaria de todas
las rentas que no proceden del trabajo», se consta­
ta que en general «el ejemplo de Rodbertus puede
a lo más haber enseñado a Marx lo que no tenia
que hacer para llevar a cabo su tarea y cómo evitar
los errores más groseros» (50). Hace tiempo que se
ha olvidado la controversia; por otra parte, puede
afirmarse que la actitud y los argumentos expresados
por Rodbertus influyeron en la formación del tipo
de socialismo de Estado propugnado por Lassalle
(ambos trabajaron juntos cierto tiempo).
Inútil decir que estas versiones de anticapitalis-

(50) ScHUMPETER, Historia del análisis econ6mico cit.


72
mo no socialista, no sólo no tuvieron influencia al­
guna en la formación del socialismo marxiano (51),
sino que además fueron combatidas por la joven
izquierda alemana a causa de sus evidentes conno­
taciones conservadoras. La que puede ser definida
como la teoría «romántica» pertenece a la historia
del marxismo solamente en su aspecto menos polí­
tico (por ejemplo, el de la «filosofía natural», hacia
la que Engels siempre manifestó cierta inclinación)
(52), y en la medida en que había sido absorbida por
1a filosofía clásica alemana en su forma hegeliana.
La tradición conservadora y liberal del intervencio­
nismo estatal en la economía (incluidas la propiedad
y la gestión estatal de las industrias) no hizo sino
confirmar a Marx y Engels en la convicción de que
por sí sola la nacionalización de la industria no te­
nía carácter socialista.
Así, ni la experiencia económica, social y políti­
ca, ni los escritos que abordaron los problemas es­
pecíficos de ésta contribuyeron de manera digna
de consideración a la formación del pensamiento
marxiano. Difícilmente hubiera podido ser de otro
modo. Como pudo observarse, y no sólo por Marx y
Engels, las cuestiones que en Francia e Inglaterra
se planteaban concretamente en forma política y
económica, en la Alemania de su juventud aparecían
sólo arropadas bajo una especulación filosófica abs­
tracta. En cambi'J, y precisamente por ello, el desa­
rrollo de la filosofía alemana fue en ese período no­
tablemente más intenso que en otros países. Mi�n­
tras por un lado esto la privó de todo contacto con
la realidad concreta de la sociedad (no hay en Marx

(5!) El capítulo del Manifiesto que trata del "socialismo feu­


dal". en el cual se discuten las tendencias asimilables. no menciona
para nada a Alemania y sólo nombra a los legitimistas franceses
y a la "Joven Inglaterra" de Disraeli (pero en su comentario al
Manifiesto -Turín 1962. pp. 162-164- Emma Cantimori Mezzo­
monti señala las alusiones implícitas en este capítulo a conservado­
res prusianos como Hermano Wagener y al partido conservador
cristiano-alemán).
(52) Prólogo al Anti-Dühring, 1885, en OME cit., vol. 35,
PP. 6 ss.
73
referencia alguna a la «clase... que nada posee», cu­
yos problemas saltan «a la vista de todos por las
calles de Manchester, París y Lyon», antes del oto­
ño de 1842) (53), por otro la dotó de una extraor­
dinaria capacidad de generalización y de penetración
más allá del hecho inmediato. Mas para realizar ple­
namente su potencial, la reflexión filosófica debía
transformarse en un instrumento de acción sobre el
mundo, y la generalización filosófica especulativa
debía centrarse en el estudio concreto y en el análi­
sis del mundo de la sociedad burguesa. Sin tal ma­
trimonio, el socialismo alemán, nacido de una radi­
calización política de los desarrollos filosóficos, so­
bre todo hegelianos, habría generado en la mejor
de las hipótesis ese socialismo «alemán» o «verda­
dero socialismo» estigmatizado por Marx y Engels
en el Manifiesto.
Los primeros pasos de esta radicalización filo­
sófica asumieron la forma de una crítica de la reli­
gión y solamente después (ya que la materia era po­
líticamente más delicada) del Estado; éstas eran
las dos principales cuestiones «políticas» que con­
cernían directamente a la filosofía en cuanto tal.
Los dos grandes puntos sólidos de esta radicalización
fueron la Vida de Jesús de Strauss (1835) y sobre
todo La esencia del cristianismo de Feuerbach (1841),
ya explícitamente materialista. Es bien conocida la
importancia fundamental de Feuerbach como punto
de transición entre Hegel y Marx, aunque no siem­
pre se tiene debidamente en cuenta el papel central
de la crítica de la religión en el pensamiento madu­
ro de Marx y Engels. De todos modos, en esta fase
determinante de su radicalización, los jóvenes rebel­
des político-filosóficos alemanes pudieron enlazar
directamente con la tradición radical e incluso so­
cialista por cuanto la escuela más conocida y cohe­
rente del materialismo filosófico, la del siglo XVIII

(53) "Rheinische Zeitung", 16 de octubre de 1842 (11 comu­


nismo e la "Gazzetta genera/e di Augusta" cit., p. 171). Cf. S. Av1-
NERI The Social and Political Thought of Karl Marx, Cambridge
1968, p. 54.
74
francés, tenía relación no sólo con la revolución sino
también con los primeros comunistas franceses, Hol­
bach, Helvetius, Morelly y Mably. En esta medida
la filosofía francesa contribuyó a la formación del
pensamiento marxista o al menos actuó como estí­
mulo, de igual modo que hizo la tradición filosófica
inglesa a través de sus pensadores de los siglos
XVII y xvnr, por vía directa o a través de la eco­
nomía política. Pero el proceso mediante el cual
el joven Marx «puso» a Hegel sobre los pies (lo in­
virtió) tuvo lugar en el marco de la filosofía clásica
alemana y debe muy poco a las tradiciones revolu­
cionarias y socialistas premarxianas.

6. La nueva dimensión de la historia europea


a mediados del siglo XIX

La política, la economía y la filosofía, la experien­


cia francesa, inglesa y alemana, el socialismo y el
comunismo «utópicos» quedaron pues integrados,
transformados y superados en la síntesis marxiana
durante los años 40. No por casualidad esta trans­
formación tuvo lugar precisamente en tal momento
histórico.
Alrededor de 1840, la historia europea adquirió
una nueva dimensión: el «problema social» o, des­
de otra perspectiva, la revolución social en potencia
encontraron una expresión típica en el fenómeno del
proletariado. Los autores burgueses iban dándose
cuenta en forma cada vez más sistemática de la
existencia del proletariado como problema práctico
y político, en cuanto clase, movimiento y, en última
instancia, potencia capaz de corroer la sociedad.
Por un lado, esta toma de conciencia quedó reflejada
en las investigaciones sistemáticas y a menudo de
carácter comparativo acerca de las condiciones de
esta clase (Villermé respecto de Francia en 1840,
Buret respecto de Francia e Inglaterra el mismo
año, Ducpétiaux respecto de varios países en 1843);
75
por otro, en generalizaciones históricas que de algún
modo anticipan las tesis marxianas:
Mas precisamente éste es el contenido de la
historia: ningún gran antagonismo histórico desa­
parece o se extingue si no ha emergido uno nuevo.
El antagonismo general entre ricos y pobres se
ha polarizado pues recientemente en la tensión
entre capitalistas y empleadores por un lado, y
obreros industriales de todo tipo por otro; de
esta tensión nace un contraste cuyas dimensiones
son cada vez más amenazadoras con el aumento
proporcional de la población industrial (54).
Como ya hemos visto, en la Francia de este pe­
ríodo nacía un movimiento comunista dotado de con­
ciencia revolucionaria; de hecho, precisamente al­
rededor de 1840 los términos «comunista» y «comu­
nismo» pasaron al lenguaje corriente para definirlo.
Al mismo tiempo, en Inglaterra llegaba a su momen­
to de máximo desarrollo un movimiento de clase,
de masas y proletario, seguido con atención por En­
gels: el cartismo. Ya antes, en Europa occidental,
las anteriores formas de socialismo utópico se ha­
bían marginado de la vida pública, con excepción
del fourierismo, que arraigó, modesta aunque sólida­
mente, entre los proletarios (55).
Sobre la base de una clase obrera que crecía
y se iba movilizando a ojos vista, era ahora posi­
ble una nueva y más formidable fusión de la ex­
periencia y de las teorías jacobino-revolucionario­
comunistas con las socialistas--asociacionistas. El he­
geliano Marx, en su búsqueda de una fuerza que pu­
diera transformar la sociedad mediante la negación

(54) Artículo Revolution en RoTTECK y WELCKER. Lexicon der


Staatswissenschaften, vol. XIII, 1842, citado en AvINERI, The S'Jcial
and Political Thought cit .. p. 55. Citas análogas en J. KuczvNSKI,
Geschichte der Lage der Arbeiter unter dem Kapitalismus, vol. 9,
Berlfn 1960: C. JANDTKE y D. HILGER (compiladores), Die Eigen­
tumslosen, Münich 1965.
(55) Y dejó sus huellas también en el movimiento obrero mar­
xista posterior, a través, por ejemplo del devoto fourierista Eugene
Pottier, autor del texto de La Internacional, e incluso a través de
Augmt Bebe!. que aún en 1890 publicaba un libro sobre Charles
Fourier. Sein Leben und Seine Theorien, Stuttgart 1890.
76
de la sociedad existente, la encontró en el proletaria­
do, y como no tenía de él conocimiento concreto (si
no a través de Engels), ni había tampoco dedicado
demasiada atención al funcionamiento del capitalis­
mo y de la economía política, se dedicó inmediata­
mente a estudiar ambos. Es un error suponer que
Marx no se ocupó seriamente de economía antes
de los años 50; sus estudios sistemáticos se iniciaron
en 1844.
Lo que hizo que se precipitara esta fusión entre
la teoría y el movimiento social fue la combinación
de triunfo y de crisis, sobrevenida en ese período, en
las sociedades burguesas desarrolladas y en cierto
modo paradigmáticas, en Francia y en Inglaterra.
En la estera política las revoluciones de 1830 y las
correspondientes reformas inglesas de 1832-1835 ins­
tituyeron regímenes que servían evidentemente los
intereses de la parte predominante de la burguesía
liberal, pero soslayando escandalosamente el objeti­
vo de la democracia política. En el campo económi­
co, la industrialiwción, que ya se había impuesto
en Inglaterra, avanzaba a ojos vista en algunas re­
giones del continente, aunque en una atmósfera de
crisis que a muchos les parecía suficiente para cues­
tionar el futuro del capitalismo. Como dijo Lorenz
von Stein, el primero en estudiar sistemáticamente
el socialismo y el comunismo (1842):
Ya no hay más posibilidad de duda sobre f-1
hecho de que en la parte más importante de Eu­
ropa la reforma y la revolución políticas han lle­
gado juntas a un tope; la revolución social ha
ocupado su lugar y se eleva sobre todos los mo­
vimientos de los pueblos con su terrible poder
y sus graves incertidumbres. Hasta hace pocos
años, lo que hoy tenemos frente a nosotros no
parecía más que una sombra sin contenido. Aho­
ra esta sombra se enfrenta a toda ley como a
un enemigo, y todo esfuerzo por reducirla a su
primitiva nulidad es vano (56).

(56) Citado en W. HoFMANN. ldeenl(eschichtP der sozialen Be­


wegung des 19. und 20. Jahrhunderts, Berlín 1968, p. 90.
77
Como habrían dicho Marx y Engels: «Un fantas­
ma recorre Europa: es el fantasma del comunis­
mo.»
La transformación del socialismo en sentido mar­
xiano no parece haber sido históricamente posible
antes de los años 40. Ni siquiera tal vez en los gran­
des Estados burgueses, donde tanto los movimientos
políticos y obreros radicales como la teoría social y
política radical estaban profundamente anclados en
las tradiciones y prácticas, de las cuales encontra­
ban dificultad en liberarse. La historia posterior mos­
traría cómo la izquierda francesa opondría a la
larga fuerte resistencia al marxismo, pese a, o a cau­
sa de, la tradición revolucionaria y asociacionista au­
tóctona; el movimiento obrero inglés fue aún más
tiempo impermeable al marxismo, pese a, o a cau­
sa del éxito obtenido allí por parte del desarrollo
de un movimiento de clase consciente y de una crí­
tica de la explotación. Sin la contribución francesa
e inglesa, la síntesis marxiana hubiera sido imposi­
ble, y como ya hemos dicho, el hecho biográfico de
que Marx colaborara durante toda su vida tan
estrechamente con Engels, el cual poseía un ex­
traordinario conocimiento de Inglaterra (también
por su experiencia como capitalista en Manchester),
fue de indudable importancia. Lo previsible era, no
obstante, que la nueva fase del socialismo se desarro­
llase, no en el centro de la sociedad burguesa, sino
en sus márgenes, en Alemania, a través de una pro­
funda reconstrucción del complejo edificio especu­
lativo de la filosofía alemana.
El verdadero y propio desarrollo del socialismo
marxiano será objeto de próximos capítulos. Baste
recordar aquí que se distinguía de sus predecesores
en tres aspectos diferentes. En primer lugar, susti­
tuyó una crítica parcial de la sociedad capitalista
por una crítica más amplia, basada en la relación
fundamental (en este caso económica) por la que
esa sociedad estaba determinada. El hecho de que
analíticamente penetrara más allá de los fenómenos
superficiales accesibles a la crítica empírica impli-
78
caba un análisis del obstáculo constituido por la
«falsa conciencia» y por sus motivaciones (históri­
cas). En segundo lugar, insertó el socialismo en la es­
tructura de un análisis teórico evolutivo capaz de ex­
plicar tanto por qué motivo había surgido como teo­
ría y como movimiento en tal período histórico, como
por qué motivo el desarrollo histórico del capitalis­
mo debía generar finalmente una sociedad socialis­
ta. A diferencia de los socialistas que lo habían pre­
cedido (para los cuales la nueva sociedad era algo
acabado en sí mismo, que debía constituirse de for­
ma definitiva según el modelo elegido previamente),
para Marx también la sociedad futura continúa desa­
rrollándose históricamente, por lo que sólo pueden
preverse de ella los principios y las líneas generales,
dejando de lado los proyectos precisos. En tercer
lugar, el socialismo marxiano ha esclarecido las mo­
dalidades de la transición de la vieja a la nueva so­
ciedad: el proletariado sería su portador, a través
de un movimiento empeñado en una lucha de clases
que conseguiría su objetivo únicamente mediante
la revolución, «la expropiación de los expropiado­
res». El socialismo dejaba de ser «utópico» y se con­
vertía en «científico».
En efecto, la transformación de Marx no sólo
sustituyó sino que absorbió a sus predecesores: en
términos hegelianos, los había «trascendido» (aufge­
hoben). Desde cualquier punto de vista que no sea el
de la investigación o el trabajo de carácter científi­
co, han sido olvidados o han entrado a formar par­
te de la prehistoria del marxismo, o bien (como en
el caso de algunas tendencias saintsimonianas) han
evolucionado en direcciones ideológicas que nada
tienen que ver con el socialismo. En la mejor de las
hipótesis sobreviven, como Owen y Fourier, entre los
teóricos de la educación. El único autor socialista
del período premarxista que conserva cierta impor­
tancia como teórico en el área más general de los
movimientos socialistas es Proudhon, citado aún
por los anarquistas (por no hablar de la extrema
derecha francesa o de otras tendencias antimarxistas
79
que recurren a él de vez en cuando). Por varias
razones hay en ello una profunda injusticia cometi­
da hacia pensadores que si bien no llegaron a la
genialidad de los grandes utópicos, por lo menos
fueron originales y sus ideas, reformuladas hoy, po­
drían en muchos casos estudiarse seriamente. De
todos modos, es un hecho que como socialistas sólo
interesan ya al estudioso de la historia.
Por otra parte, ello no debe inducir a suponer
·que el socialismo premarxiano muriera apenas Marx
desarrolló su peculiar visión del mundo. El mar­
xismo no adquirió una influencia siquiera nominal
en los movimientos obreros hasta los años 80 o
como máximo hasta los 70 (57). La historia misma
del pensamiento de Marx y sus controversias políti­
cas e ideológicas no pueden entenderse si no se tie­
ne en cuenta el hecho de que en el resto de su vida
las tendencias que criticó o combatió, o con las que
tuvo que luchar en el seno del movimiento obrero
fueron sobre todo las de la izquierda radical premar­
xiana o las derivadas de ésta. Pertenecían a la estir­
pe nacida de la Revolución francesa y tomarían la
forma de la democracia radical, la del republicanis­
mo jacobino o la del comunismo proletario revolu­
cionario neobabouvista que sobrevivió bajo la guía
de Blanqui: una tendencia con la que Marx se en­
contró aliado de vez en cuando en el terreno políti­
co. En algunos casos tales tendencias nacían del
o eran estimuladas por el mismo hegelianismo de
izquierda o feuerbachismo por el que también ha­
bía pasado Marx: tal fue el caso de numerosos re­
volucionarios rusos, y especialmente de Bakunin.
Pero en su conjunto fueron el fruto, y, por tanto, la
continuación del socialismo premarxiano.
Es cierto que los primeros utópicos no sobrevi­
vieron a la prime'.'"a mitad del siglo XIX, y en el fon­
do sus doctrinas y sus movimientos agonizaban ya
al inicio de los años 40, con la única excepción del

(57) Véase en el segundo volumen de esta obra G. HAUPT,


Marx y el marxismo.
80
fourierismo, que floreció modestamente hasta la re­
volución de 1848, en la que su jefe, Víctor Consi­
dérant, se encontró desempeñando un papel impre­
visto y poco adecuado para él. En cambio, diversos
tipos de asociacionismos y de teorías cooperativis­
tas, en parte derivadas de fuentes utopistas (Owen,
Buchez), y en parte elaboradas sobre bases menos
mesiánicas en los años 40 (Louis Blanc, Proudhon),
continuaron pro�perando. Mantuvieron incluso la
aspiración a trasformar toda la sociedad mediante
actuaciones cooperativistas. Si esto era cierto hasta
en Inglaterra, donde el sueño de una utopía coope­
rativista capaz de emancipar el trabajo de la explo­
tación capitalista se diluyó en las cooperativas co­
merciales, lo fue aún más en otros países, donde la
cooperación de productores siguió siendo dominante.
En los tiempos de Marx, para la mayoría de los tra­
bajadores esto era el socialismo; o, mejor, el socia­
lismo que recogía la adhesión de la clase obrera, to­
davía en los años 60, era el que abogaba por grupos
de productores independientes, sin capitalistas pero
dotados por la sociedad de capitales suficientes para
darles vida, proyectados y estimulados por las auto­
ridades públicas, y a su vez sujetos a deberes co­
lectivos hacia el público. En eso estriba la impor­
tancia política del proudhonismo y del lassallismo.
Era lógico en una clase obrera cuyos miembros po­
líticamente conscientes eran en su mayoría artesa­
nos o próximos a la experiencia artesana. Además, el
sueño de una unidad productiva independiente que
controla su propio negocio no era exclusivo de los
hombres (y más raramente de las mujeres) que toda­
vía no se habían convertido en proletarios en el sen­
tido completo del término: en algunos aspectos tal
perspectiva primitivamente «sindicalista» reflejaba
también la experiencia de los proletarios de los ta­
lleres hacia mediados del siglo XIX.
Así, el socialismo premarxiano, lejos de extinguir­
se en tiempos de Marx, sobrevivió entre los proud­
honianos, los anarquistas, los bakuninistas y, más
tarde, los sindicalistas revolucionarios y otros, aun-
81
que con el paso de los años, y a falta de una teoría
satisfactoria propia, éstos últimos acabaron adoptan­
do gran parte de los análisis de Marx para perse­
guir sus objetivos. Pero desde mediados los años 40
no es ya posible afirmar que Marx extrajera algo de
la tradición del socialismo premarxista. Tras el ago­
tador análisis polémico de Proudhon realizado en la
Miseria de la filosofía en 1847, no puede siquiera de­
cirse que la crítica del socialismo premarxiano haya
tenido un papel digno de relieve en la formación del
pensamiento de Marx. Más que de su desarrollo teó­
rico, tal crítica entró a formar parte de sus polémi­
cas políticas. La única excepción importante es tal
vez la Crítica del programa de Gotha (1875), en que
la escandalizada protesta contra las injustificadas
concesiones a los lassallianos por parte del partido
socialdemócrata alemán lo impulsaron a una afirma­
ción teórica que, si no era nueva, no había sido
formulada nunca con tanta claridad por Marx. Por
lo demás, es posible que la elaboración de sus ideas
sobre el crédito y la hacienda se debiera en parte a
la necesidad de criticar la fe en las diversas formas
de la circulación v el crédito, arraigada en los movi­
mientos obreros de tipo proudhoniano. Pero en ge­
neral, a mitad de los años 40, Marx y Engels habían
ya aprendido del socialismo premarxiano todo lo que
era posible aprender. Se habían sentado desde en­
tonces las bases del «socialismo científico».

82
DAVID MCLELLAN
La concepción materialista de la historia
Sólo al escribir La Ideología Alemana (iniciada
con Engels en Bruselas en setiembre de 1845 y con­
cluida en el verano siguiente) llegó Marx a la con­
cepción materialista de la historia que había de
constituir el «hilo conductor» de todos sus estudios
sucesivos. En el curso de los diez años precedentes,
los escritos de Marx pasan a través de fases sucesi­
vas de idealismo (romántico primero, hegeliano
después) para desembocar en el racionalismo libe­
ral y en una amplia crítica de la filosofía hegeliana,
de la que derivarán posteriormente muchos temas
importantes del socialismo marxiano. Engels escri­
bió que las ideas de Marx tenían como base una
síntesis de la filosofía idealista alemana, de la teo­
ría política francesa y de la economía clásica ingle­
sa: en sus primeros escritos (hasta los Manuscrito,
económico-filosóficos de 1844, inclusive), puede se­
guirse el proceso de asimilación de los tres influjos;
aunque Marx aún no había conseguido integrarlos
en un cuerpo común. Esos primeros escritos pue­
den definirse como premarxistas; en efecto, no se
encuentra en ellos ninguna interpretación de la his­
toria en términos de clases, de modos de produc­
ción, etc., ni de modo más específico, referencias a
los conceptos económicos de fuerza de trabajo, plus­
valía, y otros elementos que serán fundamentales
85
en muchas de sus obras posteriores. Aunque es inne­
gable la importancia de las primeras obras de Marx
en una reconstrucción de la génesis de su pensa­
miento, su significación en el contexto del conjunto
de su pensamiento ha sido (y es aún) fuente de vivas
polémicas. Y las implicaciones de esas polémicas van
evidentemente más allá de la simple disputa acadé­
mica para los marxistas que pretenden mantener
una coherencia entre la teoría y la práctica.
El ambiente intelectual del hogar de los Marx
y de la escuela que frecuentó se caracterizaba por
el racionalismo iluminista y por un protestantismo
edulcorado, que exaltaba la virtud de la razón, de la
moderación y del trabajo. El suegro de Marx, el ba­
rón Ludwig von Westphalen, le abrió perspectivas ra­
dicalmente distintas. Eleanor, la hija de Marx, ha
escrito que el barón «llenó a Marx de entusiasmo
por la escuela romántica y, en lugar de Voltaire y
Racine, que había leído con su padre, el barón le
interesó en Homero y Shakespeare, que iban a ser
ya para toda la vida sus autores preferidos» (1). En
sus primeros años de estudio, en Bonn, Marx se dejó
arrastrar de buen grado por el romanticismo impe­
rante; el traslado de sus estudios a Berlín en 1836
produjo, sin embargo, un cambio decisivo: Marx, se­
guidor de Kant y de Fichte, subjetivista romántico
convencido de que el Ser supremo estaba separado
de la realidad terrena, había rechazado al principio
el racionalismo conceptual de Hegel. Ahora, en cam­
bio, empezó a pensar que la idea era inmanente a
lo real. Anteriormente, Marx había «leído sólo frag­
mentos de la filosofía de Hegel, pero me interesaba
poco su melodía grotesca y discontinua» (2). Ahora,
en cambio, abrazó el hegelianismo, en una conver­
sión tan profunda como repentina. Quizá fue éste,
desde el punto de vista intelectual, el paso más im­
portante de su vida. Aunque más tarde había de cri­
ticar el idealismo de Hegel, e intentaría colocar su

(!) E. MARX, Karl Marx, en "Die Neue Zeit", 1883, p. 441.


(2) MARX, Carta a su padre, Mega, vol. 1(2), p. 218.
86
dialéctica «sobre los pies», siempre fue el primero
en reconocer que su método derivaba directamente
de quien fue su maestro en los años treinta.
Hegel había partido de la premisa de que, como
dijo a propósito de la Revolución francesa, «la exis­
tencia del hombre tiene su centro en la cabeza, es
decir, en la razón, por cuya inspiración construye
el mundo de la realidad» (3). En su obra fundamen­
tal, La fenomenología del espíritu, Hegel trazó el de­
sarrollo de la mente, o Espíritu, reinsertando el mo­
vimiento histórico en el ámbito de la filosofía, y afir­
mando que la mente humana puede conseguir el co­
nocimiento absoluto. Analizó el desarrollo de la con­
ciencia humana a partir de la percepción inmediata
del hic et nunc (aquí y ahora) hasta la fase de la au­
toconciencia, es decir, la comprensión que permite
al hombre analizar el mundo y organizar en conse­
cuencia sus propias acciones. A esta fase sucedería
la de la razón misma, la comprensión de la realidad,
gracias a la cual el espíritu, a través de la religión
y el arte, llega a alcanzar el conocimiento absoluto,
el nivel en el que el hombre reconoce en el mundo
las fases de la propia razón. Hegel llamó a estas
fases «alienaciones», en cuanto creaciones de la
mente humana que, sin embargo, resultan indepen­
dientes e incluso superiores a ella misma. El cono­
cimiento absoluto era, al mismo tiempo, una espe­
cie de recapitulación del espíritu humano, puesto
que cada fase sucesiva llevaba dentro de sí, incluso
en el momento de superarla, elementos de la fase
que la había precedido. Este movimiento que supri­
me y conserva a la vez fue llamado por Hegel Aufhe­
bung, término que en alemán comprende ambos sig­
nificados. Hegel habló también del «poder de la
negación», afirmando que existe siempre una tensión
entre todo estado presente de cosas y su devenir.
En efecto, cualquier estado de cosas contingente, al
entrar en un proceso de confrontación con su pro-

(3) G. F. HEGEL, Werke, Berlín 1832 ss., vol. 9, p. 441,


67
pia negación, empieza a transformarse en algo dis­
tinto. Tal es el proceso que Hegel llamó dialéctica.
La filosofía de Hegel era ambivalente: aunque a
él le gustaba afirmar que la filosofía pinta de gris
las cosas grises, y que la lechuza de Minerva alza d
vuelo sólo al anochecer, su acentuación del momen­
to negativo y dialéctico podía evidentemente impri­
mir a su método filosófico un desarrollo radicalmen­
te distinto de su ambigua aceptación del orden con.,­
tituido; y ése fue el camino que emprendió un gru­
po de intelectuales conocidos como «neohegelia­
nos». Ellos iniciaron un proceso de secularización
de la filosofía de Hegel, derivando, desde la crítica
de la religión, a la de la política y la sociedad. Es
importante señalar que en sus primeros escritos
Marx elaboró sus propias ideas en estrecha colabo­
ración con otros miembros de este movimiento pro­
fundamente homogéneo. Su tesis doctoral refleja
inequívocamente el clima intelectual de los jóvenes
inequívocamente el clima intelectual de los neo­
hegelianos: el campo de investigación (la filosofía
posaristotélica griega) tenía un interés fundamental
para los neohegelianos, y es típico de su idea­
lismo antirreligioso lo que Marx proclama en el pre­
facio: «No es ningún misterio para la filosofía. La
confesión de Prometeo -"en una palabra, yo detes­
to a todos los dioses"- es su confesión, su consigna
contra todos los dioses del cielo y de la tierra que
no reconozcan como máxima divinidad la autocon­
ciencia del hombre» (4). El camino apuntado por
Marx era, pues, el de la aplicación al mundo «real»
de los principios descubiertos por Hegel.
Pero Marx no tuvo una oportunidad inmediata de
elaborar esta línea de pensamiento: sin posibilida­
des de emprender una carrera académica, el con­
tacto con el mundo real le llegó a través de su tra­
bajo como periodista para la Rheinische Zeitung.

(4) Véase la tesis doctoral de Marx en K. MARX y F. ENGELS,


Gesamtausgabe, en Mega, vol. 1, 1(1), p. 10. (Diferencia de la filo­
sofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro, Madrid 1971).
88
En los siete artículos que constituyen su aportación
más relevante a la revista, Marx encontró la forma
de exponer explícitamente sus ideas; los artículos
son exégesis críticas que resaltan lo absurdo de las
tesis mantenidas por sus oponentes. Para este traba­
jo, Marx utilizó todas las armas de que disponía,
combinando según la ocasión un hegelianismo radi­
cal con un simple racionalismo iluminista. En octu­
bre de 1842, convertido en director de la Rheinische
Zeitung, Marx hubo de responder a la acusación
hecha a la revista de estar excesivamente próxima a
las ideas comunistas. «La Rheinische Zeitung (escri­
bió) no puede conceder a las ideas comunistas, en
su forma actual, ninguna actualidad teórica y, por
tanto, con menos razón podría desear ... su realiza­
ción práctica» (5), y prometía a continuación una
crítica radical de tales ideas. Muy pronto, sin em­
bargo, Marx debió ocuparse de cuestiones sociopo­
líticas, como la ley sobre el robo de leña y la po­
breza de los viticultores del Mosela, cuestiones que,
como afirmó más tarde, «me proporcionaron las pri­
meras ocasiones de ocuparme de problemas econó­
micos» (6), y que le llevaron a observar la estrecha
relación existente entre la elaboración de las leyes
y los intereses de quienes detentaban el poder.
Los dieciocho meses que siguieron a la desapari­
ción de la Rheinische Zeitung fueron decisivos para
la formación del pensamiento de Marx: a su ataque
contra la niebla metafísica que envolvía, no sólo a
Hegel, sino también la literatura de los neohegelia­
nos, contribuyeron dos factores. En primer lugar,
el hecho de haber leído una gran cantidad de obras
sobre política e historia: conocía a los autores socia­
listas franceses antes incluso de trasladarse a Pa
rís, y su conocimiento de la Revolución francesa era
amplísimo. De hecho, sus escritos de este período
pueden ser considerados como una extensa medita-

(5) K. MARX, El comunismo y la "Gaceta general de Augusta",


en Mega, vol. I, 1(2) p. 263.
(6) K. MARX, Contribución a la crítica de la economía política.
Prólogo, México 1966, p. 6.
89
c10n sobre los motivos por los que la Revolución
francesa, que empezó con unos planteamientos tan
sanos, no había conseguido resolver el problema
fundamental de la redistribución de la riqueza so­
cial. El segundo factor fue la influencia de otro neo­
hegeliano, Ludwig Feuerbach. Engels exageró al
afirmar más tarde que «todos nos convertimos en
feuerbachianos» (7), pero ese influjo fue efectiva­
mente muy profundo. Feuerbach se interesaba so­
bre todo por la religión, y su principal tesis era que
Dios no era sino una proyección de los atributos, los
deseos y las potencialidades de los hombres. Sólo
si los hombres se daban cuenta de esa verdad, es­
tarían en situación de apoderarse de tales atributos,
comprendiendo que ellos han creado a Dios, y no
a la inversa, y por esta vía podrían restituirse a sí
mismos su propia «esencia genérica» o común, que
ahora tenían alienada. Lo más interesante para Marx
era la confrontación de estas tesis con la filosofía
de Hegel, que Feuerbach consideraba el último ba­
luarte de la teología, porque Hegel partía también
de la idea, y no de la realidad. Feuerbach había afir­
mado que la auténtica relación entre el pensamiento
y el ser consiste en el hecho de que el ser es el su­
jeto y el pensamiento el predicado, y mientras el
pensamiento nace del ser, el ser no nace del pensa­
miento (8).
Esta tesis de Feuerbach fue recogida por Marx
en un largo manuscrito redactado en el verano de
1843. En él, y en forma de una crítica a Hegel, em­
pezaban a delinearse las ideas de Marx sobre la de­
mocracia y la abolición del Estado. Según la filosofía
política de Hegel, la conciencia humana se manifies­
ta objetivamente en las instituciones jurídicas, so­
ciales y políticas del hombre, únicas garantías de su
posibilidad de conquistar la plena libertad. Sólo el

(7) F. ENGELS, Ludwig Feuerbach y el fin de la filoso/fa clá­


sica alemana, en MARX y ENGELS. Obras escogidas, Moscú 1973,
vol. 3, p. 362. K. MARX y F. ENGELS, Werke, vol 21, p. 272.
(8) L. FmJERBACH, Anthropologisches Materialismus en Ausge­
wiihlte Schriften, Frankfurt 1967, vol. I, p. 84,

90
más alto nivel de organización social, el Estado, pu.:!­
de unir armónicamente los derechos individuales y
la razón universal. Hegel rechazaba así la idea de
que el hombre es libre por naturaleza; antes bien,
el Estado es el único medio de dar a la libertad del
hombre una realidad efectiva. En otras palabras,
Hegel era consciente de los problemas sociales crea­
dos por una sociedad competitiva en cuyo seno tenía
lugar una guerra económica de todos contra todos
(estado de cosas que él resumía en el término «so­
ciedad civil» o «sociedad burguesa»), pero sostenía
que estos conflictos podían ser superados por los
órganos del Estado en una unidad «superior». Si­
guiendo a Feuerbach, la crítica fundamental que
Marx plantea a Hegel consiste en la afirmación de
que, del mismo modo que en el campo de la religión
los hombres habían imaginado a Dios como creador
y al hombre como ser dependiente de aquél, así He­
gel había partido erróneamente de la Idea del Esta­
do, y había hecho depender de esa Idea todas las
demás cosas (la familia y los diversos grupos socia­
les). Aplicando este esquema general a los problemas
particulares, Marx se declaraba partidario de la de­
mocracia: «Lo mismo que la religión no crea al hom­
bre sino el hombre a la religión, lo mismo no es la
Constitución quien crea al pueblo sino el pueblo la
Constitución» (9). Marx se dedicó en particular, en
un agudo y breve análisis, a refutar la tesis hegelia­
na según la cual la burocracia ejercía una función
mediadora entre los distintos grupos sociales, ac­
tuando así como «clase universal» en interés de to­
dos. Según Marx, la burocracia favorecía las divisio­
nes sociales indispensables para su propia supervi­
vencia, y perseguía sus propios fines en perjuicio
de los de la comunidad. En las últimas páginas del
manuscrito, Marx explica cómo, a su modo de ver,
el sufragio universal debe iniciar el proceso de re­
forma de la sociedad burguesa. Examina dos posibi-

(9) K. MARX, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, en


OME, vol. 5 p. 37.
91
Iidades: si el Estarlo y la sociedad burguesa perma­
neciesen separados, no sería posible a cada individm)
particular el participar en la creación de las normas
que le atañen sino a través de la elección de dipu­
tados, «expresión de su separación y de su unidad
meramente dualista» (10). En la segunda hipótesis,
si la sociedad burguesa se convirtiese en sociedad
política, desaparecería el significado representativo
del poder legislativo, porque ese significado depen­
de de una separación de tipo teológico entre Estado
y sociedad burguesa. Así, el poder al que el pueblo
debe aspirar no es el legislativo, sino el gobierno.
Marx concluía su análisis con un párrafo que deja
claro hasta qué punto preveía, en 1843, los posterio­
res acontecimientos políticos:

En el sufragio universal, tanto activo como pa­


sivo, es donde la sociedad burguesa se eleva real­
mente a la abstracción de sí misma, a la existen­
cia política ::orno su verdadera existencia general
y esencial. Pero la perfección de esta abstracción
es a la vez su superación. Al establecer realmente
su existencia política como su verdadera existen­
cia, la sociedad burguesa ha asentado a la vez lo
accidental que es su propia existencia burguesa,
en cuanto distinta de la existencia política. Y, una
vez separadas éstas, la caída de una de ellas arras­
tra consigo a la otra, su opuesto. De ahí que la
refarma electoral sea la exigencia inmanente de
que se disuelva el Estado político abstracto; pero
igualmente exige la disolución de la sociedad bur­
guesa (11).

Así llegaba Marx a la misma conclusión aJcanza­


da al discutir sobre la «verdadera democracia». La
democracia exigía el sufragio universal, y el sufragio
universal debía llevar a la disolución del Estado.
Es evidente en este manuscrito que Marx había
adoptado el humanismo fundamental de Feuerbach,

(1 O) Ibid., p. 148.
(11) lbid., pp. 149-150.
92
y con él la inversión de sujeto y predicado en el
interior de la dialéctica hegeliana. Marx daba por
descontado que todo progreso político debía basarse
en la reconquista por parte del hombre de la di­
mensión social que se perdió cuando la Revolución
francesa niveló a todos los ciudadanos, subordinán­
dolos al Estado político y acentuando así el indivi­
dualismo típico de la sociedad burguesa. Afirmaba
explícitamente que la propiedad privada debía de­
jar de constituir la base de la organización social,
pero ya no es tan evidente que propugnase su abo­
lición, ni resultaba claro el papel que las distintas
clases debían jugar en la evolución social.
El manuscrito sobre Hegel no fue publicado nun­
ca, pero las ideas que en él aparecían en embrión
recibieron una formulación más clara apenas Marx
llegó a París. En el invierno de 1843-1844, Marx es­
cribió dos ensayos para los Deutsch-franzosische
Jahrbücher, tan claros y brillantes ambos como con­
fuso y oscuro había sido el manuscrito sobre Hegel.
En el primero, titulado «La cuestión judía», Marx
analizaba las opiniones de su antiguo mentor Bruno
Bauer sobre la emancipación de los judíos. Bauer
afirmaba que la emancipación judía sólo podría rea­
lizarse efectivamente cuando el Estado dejase de
ser cristiano, pue<, de otro modo la discriminación
hacia los judíos sería inevitable. Según Marx, Bauer
se había detenido demasiado pronto: la simple secu­
larización de la política no implicaba la emancipa­
ción de los hombres en cuanto seres humanos. Lo-,
Estados Unidos no tenían ninguna religión de Esta­
do, y eran conocidos, sin embargo, por la religiosi­
dad de sus habitantes:
Pero como la existencia de la religión (conti­
nuaba Marx) es la existencia de una carencia, ia
fuente de est� carencia no puede ser buscada sino
en el mismo ser del Estado. La religión ya no es
para nosotros el fundamento sino sólo el fenóme­
no de los límites que presenta el mundo... No
transformamos las cuestiones profanas en teológi­
cas. Transformamos las cuestiones teológicas en
93
profanas. La historia ya ha sido reducida bas­
tante tiempo a superstición; nosotros convertimos
la superstición en historia. La cuestión de la re­
lación entre la emancipación y la religión se con­
vierte para nosotros en la cuestión de la relación
entre la emancipación política y la emancipación
humana (12).

Según Marx, el problema surgía porque

el hombre lleva una doble vida ... , la vida en la


comunidad política, en la que vale como ser co­
munitario, y la vida en la sociedad burguesa, en
la que actúa como hombre privado, considera a
los otros hombres como medios, él mismo se de­
grada a medio y se convierte en juguete de po­
deres ajenos (13).

Bauer proponía un Estado basado exclusivamente


en los derechos universales del hombre, tal como
habían sido proclamados en la Revolución francesa
y en la Declaración de independencia americana.
Para Marx, en cambio, los derechos del hombre
eran sólo los derechos de los individuos atomizados,
hostiles unos a otros, que componían la sociedad
burguesa. Así pues,

el derecho humano de la libertad no se basa en


la vinculación entre los hombres sino al contra­
rio en su aislamiento... Así pues, el derecho hu­
mano de la propiedad privada es el derecho a
disfrutar y disponer de los propios bienes a su
arbitrio (a son gré), prescindiendo de los otros
hombres, con independencia de la sociedad; es el
derecho del propio interés. Aquella libertad indi­
vidual y esta aplicación suya son el fundamento
de la sociedad burguesa. Lo que dentro de ésta
puede encontrar un hombre en otro hombre no
es la realización sino al contrario la limitación
de su libertad (14).

(12) K. MARX, La cuestión judia, en OME, vol. 5, pp. 183-184.


(13) lbid., p. 186.
(14) /bid., pp. 195-196.
94
Tras señalar que la sociedad inaugurada con la
Revolución francesa había perdido muchas de las di­
mensiones sociales y comunitarias presentes en la
sociedad feudal, Marx citaba a Rousseau para ilus­
trar sistemáticamente su objetivo: colmar el vacío
entre el individuo considerado como ciudadano
miembro de una comunidad y el individuo como
miembro aislado y egoísta de la sociedad burguesa:

Sólo cuando el hombre real, individual, reab­


sorba en sí mismo al abstracto ciudadano y, como
hombre individual, exista a nivel de especie en su
vida empírica, en su trabajo individual, en sus
relaciones individuales; sólo cuando, habiendo re­
conocido y organizado sus «fuerzas propias» como
fuerzas sociales, ya no separe de sí la fuerza social
en forma de fuerza política; sólo entonces se ha­
brá cumplido la emancipación humana (15).

El artículo «La cuestión judía» planteaba el ob­


jetivo de la plena emancipación del hombre; en el
segundo artículo de los Jahrbücher, Marx señalaba
los medios necesarios para conseguir ese objetivo.
El artículo estaba pensado como una introducción
a la crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, dec;­
tinada a la publicación, y se iniciaba con los tan
conocidos epigramas de Marx contra la religión:

El fundamento de la crítica irreligiosa es: el


hombre hace la religión, la religión no hace al
hombre... Pero el hombre no es un ser abstrae•
to, agazapado fuera del mundo. El hombre es su
propio mundo, Estado, sociedad; Estado y socie­
dad que producen la religión, como conciencia
tergiversada del mundo, porque ellos son un mun­
do al revés... Por tanto, la lucha contra la religión
es indirectamente una lucha contra ese mundo al
que le da su aroma espiritual. La miseria religiosa
es a un tiempo expresión de la miseria real y

(15) Ibid., P. 201.


95
protesta contra la miseria real. La religión es la
queja de la criatura en pena, el sentimiento de un
mundo sin corazón y el espíritu de un estado
de cosas embrutecido. Es el opio del pueblo (16).

Pero una vez explicado el papel de la religión,


era deber de los filósofos el dedicar su atención a
la política, actividad particularmente propicia a la
reflexión en una Alemania que, según Marx, se ha­
bía quedado estancada en el pre-1789. La única es­
peranza para Alemania estaba en su filosofía polí­
tica, extremadamente progresista: los alemanes ha­
bían pensado lo que las demás naciones habían he­
cho.
La crítica de esa filosofía, por tanto, y su supe­
ración deberían permitir una previsión, al menos
teórica, sobre cómo debería desarrollarse la socie­
dad. Y aunque Marx afirmaba explícitamente que
«la crítica de la religión desemboca en la doctrina
de que el hombre es el ser supremo para el hombre
y por tanto en el imperativo categórico de acabar
con todas las situaciones que hacen del hombre un
ser envilecido, esclavizado, abandonado, desprecia­
ble» (17), la dificultad consistía obviamente en en­
contrar «un elemento pasivo», «una base material»
(18), necesarios para la revolución. La respuesta al
problema se da en un párrafo utilizado a menudo
por quienes ven en Marx una figura mesiánica, pro­
fética. La solución debía consistir en
la constitución de una clase con cadenas radica­
les, de una clase de la sociedad burguesa que no
es una clase de la sociedad burguesa, de un esta­
mento que es la disolución de todos los estamen­
tos, de un sector al que su sufrimiento universal
le confiere carácter universal; que no reclama un
derecho especial, ya que no es una injusticia es­
pecial la que padece sino la injusticia a secas;

(16) ID., Crítica de la filoso/la del Derecho de Hegel, en OME,


vol. 5 p 210.
(17) lbid., p. 217.
(18) lbid., p. 218.
96
que ya no puede invocar ningún título histórico
sino su título humano; ... es un ámbito, por último,
que no puede emanciparse sin emanciparse de
todos los otros ámbitos de la sociedad, emanci­
pando así a todos ellos. En una palabra, es la
pérdida total del hombre y, por tanto, sólo recu­
perdndolo totalmente puede ganarse a sí misma.
Esta disolución de la sociedad, en la forma de un
estamento especial, es el proletariado (19).

Para Marx estaba claro cuál había de ser el ve­


hículo revolucionario: el proletariado estaba desti­
nado a asumir el papel universal que Hegel, errónea­
mente, había atribuido a la burocracia. Se apunta­
ba, además, la idea de que, precisamente por su
atraso, Alemania tenía la posibilidad de colocarse a
la vanguardia del movimiento revolucionario euro­
peo, idea ésta destinada a reaparecer periódica­
mente en las variantes menos «ortodoxas» del mar­
xismo.
Hasta aquí, los escritos de Marx estaban dedica­
dos casi exclusivamente a argumentaciones políticas,
aunque ya era consciente de que la política no bas­
taba; la chispa que hizo prender su interés por la
dimensión esencialmente económica fue un ensayo
publicado junto a sus dos artículos en los Deutsch­
franzosische Jahrbücher. Su autor era Engels, y
el ensayo se titulaba «Esbozo de crítica de la
economía política» (20). En él, Engels atacaba la
propiedad privada y el espíritu competitivo que de­
rivaba de ella. El aumento de la acumulación capi­
talista implicaba necesariamente una baja de los
salarios, agudizando así la lucha de clases. El creci­
miento incontrolado de la economía comportaba cri­
sis cíclicas, y el progreso científico sólo servía para
aumentar la miseria de los trabajadores. Marx que­
dó muy impresionado por este «bosquejo genial» (así
lo definió más tarde), y sus apuntes del verano de

(19) Ibid., pp. 222-223.


(20) K. MARX, Contnbución a la crítica de la economía política.
Prólogo cit., p. 8.
97
1844 empiezan citando algunos fragmentos. Estos
apuntes (que Marx no publicó) recibieron al ser co­
nocidos más tarde el título de Manuscritos econó­
mico-filosóficos, y representan una crítica radical al
capitalismo, basada en parte en Engels, en parte en
las ideas antiindustriales de algunos románticos ale­
manes como Schiller, y en parte en el humanismo
de Feuerbach. Cuando fueron publicados por prime­
ra vez, en 1932, hubo quien los proclamó la obra
más importante de Marx.
El hecho de que un manuscrito de una importan­
cia tan evidente no fuese publicado por el mismo
Marx requiere un breve comentario sobre su forma
de escribir. Desde su época de estudiante, Marx te­
nía la costumbre de copiar en sus cuadernos de
apuntes largos extractos de sus lecturas (21) (lo
que facilita el estudio de sus fuentes, cosa muy poco
usual en otros autores). En los mismos cuadernos,
Marx escribía, además, proyectos y planes para obras
futuras. El ansia de hacer accesibles sus ideas al
público y también la necesidad de procurarse el sus­
tento, le predisponían, incluso demasiado, a firmar
contratos con los editores. Pero aunque es cierto
que antes de 1848 Marx terminó y publicó más es­
critos que en cualquier otra época posterior, sus di­
ficultades para dar a la imprenta sus obras eran ya
evidentes en los años cuarenta, y prefiguraban el
largo trabajo que precedió a la edición del primer
libro de El Capital. Esa repugnancia congénita a la
publicación se debía en gran medida al escrúpulo
casi patológico de Marx, tanto respecto a la preci­
sión en el lenguaje y la presentación, como a la acu­
mulación de una masa de materiales preparatorios,
que crecían y crecían sin parar. Sin duda es paradó­
jico que los apuntes para la Crítica de la filosofía
del Estado de Hegel (1843), para los Manuscritos
económico-filosóficos (1844) y para La Ideología
Alemana (1845) hayan ejercido una influencia bas-

(21) Cf. también M. RUBEL, Les cahiers d'ét11de de Kar/ Marx


(1840-1853), en "lnternational Review of Sc1cial History", 1957.
98
tante mayor que las obras publicadas por el mismo
Marx. También en lo que respecta a sus obras pos­
teriores, hay quien ha querido dar a los inéditos
Grundrisse una importancia no inferior a la del pri­
mer libro de El Capital. De cualquier forma, es siem­
pre una cuestión problemática el ponderar hasta
qué punto los manuscritos inéditos de un autor re­
presentan con fidelidad su pensamiento.
Los Manuscritos económico-filosóficos compren­
den tres partes principales: una crítica de la eco­
nomía clásica, que culmina en un capítulo sobre el
trabajo enajenado; una descripción del comunismo,
y una crítica de la dialéctica hegeliana. La primera
parte recoge largas citas de economistas clásicos (en
particular Adam Smith y David Ricardo) tendentes
a mostrar la polarización siempre creciente de las
clases y los efectos perniciosos de la propiedad pri­
vada. Aunque pensaba que los economistas habían
reflejado fielmente el funcionamiento de la sociedad
capitalista, Marx criticaba su punto de vista en base
a tres consideraciones principales: en primer lugar,
aun admitiendo que el trabajo era fundamental
para el funcionamiento de la economía, habían acep­
tado el situarlo en un lugar cada vez más mísern;
en segundo lugar, no habían considerado el sistema
económico como una de las muchas fuerzas interac­
tuantes, y en consecuencia habían dado al capitalis­
mo caracteres de inmutabilidad, y se veían incapa­
ces de explicar los orígenes del sistema que estaban
describiendo; por último, su visión del hombre era
unilateral, como simple engranaje de la rueda de la
economía, y no lo consideraban «como hombre,
cuando no trabajB.» (22).
En este punto iniciaba Marx un nuevo apartado,
dedicado al «trabajo enajenado», en el que describía
el empobrecimiento y la deshumanización generales

(22) K. MARX, Manuscritos económico-füosóficos, en OME, vol.


s. p, 314.
de los trabajadores en ]a sociedad capita1ista. El
trabajo enajenado asumía cuatro aspectos. En pri­
mer lugar, el trabajador no concibe el producto de
su trabajo como algo propio sino como un algo
extraño, que surge frente a é] y se le contrapone
como una potencia independiente. En segundo lu­
gar, el trabajador se extraña de sí mismo en e] acto
mismo de ]a producción: no considera su trabajo
como parte de su vida real, y «no se afirma a sí
mismo en su trabajo», sino que «cuando no trabaja,
se siente en casa; y cuando trabaja, fuera». En ter­
cer Jugar, la «vida de la especie» del hombre, su
esencia social, le es sustraída en su trabajo, que no
representa la obra armónica del hombre en cuanto
que «ser a nivel de especie». En cuarto lugar, el
hombre se hace extraño a los demás hombres.
En una larga nota sobre James Mill, escrita más
o menos en el mismo período (y que desgraciad·:1-
mente no suele incluirse en las ediciones de los Ma­
nuscritos), Marx atacaba la institución del crédito,
que definía:

el juicio sobre la moralidad de un hombre desde


el punto de vista de la economía nacional. En el
crédito el metal o el papel han sido sustituidos
como mediadores del cambio por el mismo hom­
bre; pero no como hombre sino como la existen­
cia de un capital y de sus intereses (23).
En la sociedad contemporánea, según Marx, lo;;
hombres producían cada vez más con el único fin
del intercambio, y por tanto «tú... no te hallas en
relación con mi objeto, toda vez que ni yo mismo
me encuentro en una relación humana con él...
nuestro mutuo valor es para nosotros el valor de
nuestros mutuos objetos» (24). Un párrafo hacia el

(23) ID., Extractos de "Elémens d'économie politique" de James


Mili, en OME, vol. 5. p. 280.
(24) Ibid., ¡,p. 291-292.
100
fin de la nota supone una especie de contrabalance
positivo a la descripción del trabajo enajenado, y
merece ser citado íntegramente:

Supongamos que hubiésemos producido como


hombres. Cada uno de nosotros se habría afirma­
do doblemente en su producción a sí mismo y al
otro: 1) En mi producción habría objetivado mi
individualidad, su idiosincrasia; por tanto, mien­
tras actuaba, no sólo habría disfrutado proyec­
tando mi vida individual hacia fuera, sino también
siendo consciente de mi personalidad como de
un poder objetivo, perceptible sensiblemente y en
consecuencia por encima de toda duda. 2) fu
consumo o tu uso de mi producto me habría
dado directamente el placer de saberme satisfa­
ciendo con mi trabajo una necesidad humana, o
sea, de haber objetivado el ser humano y por tan­
to, de haberle proporcionado a la necesidad Je
otro ser humano su objeto correspondiente. 3)
También me habría dado directamente el placer
de haber sido para ti el mediador entre ti y la
especie. de modo que tú mismo me sabrías y sen­
tirías como un complemento de tu propio ser y
parte necesaria de ti mismo; por tanto, me senti­
ría confirmado por tu pensamiento y tu amor.
4) Por último, me habría dado el placer de crear
la proyección exterior de tu vidr. directamente con
la proyección individual de la mía, de modo que
en mi actividad individual habría confirmado y
realizado directamente mi verdadero ser, mi ser
humano, mi ser en común (25).

La segunda parte principal de los Manuscritos


contenía la solución propuesta por Marx al proble­
ma de la enajenación: el comunismo. Aunque,
cuando estaba aún en Alemania, había rechazado el
comunismo definiéndolo «una abstracción dogmáti­
ca» (26), el impacto de París, con sus salones socia­
listas y sus círculos obreros, bastó para convertir­
lo. Pero el comunismo de Marx no era «tosco», ins-

(25) lbid.. pp. 292-293.


(26) Carta a Ruge, en OME, vol. 5, p. 174.
101
pirado en la «envidia general», volcado a la nega­
ción de cualquier clase de cultura con la preten­
sión de una nivelación por abajo. Sus ideas se re•
sumen en un fragmento de unas resonancias casi
místicas:

El comunismo como superación positiva de la


propiedad privada en cuanto enajenación humana
de si mismo, y por tanto como apropiación real
del ser humano por y para el hombre; por tanto,
el hombre se reencuentra completa y consciente­
mente consigo como un hombre social, es decir,
humano, que condensa en sí toda la riqueza del
desarrollo precedente. Este comunismo es huma­
nismo por ser naturalismo consumado y naturalis­
mo por ser humanismo consumado. El es ... la ver­
dadera solución de la discordia entre existencia de
hecho y esencia potencial, entre objetivación y afir­
mación de sí mismo, entre libertad y necesidad,
entre individuo y especie (27).

En los capítulos siguientes (que en muchos as­


pectos son la clave de bóveda de los Manuscritos),
Marx examinaba con detalle tres aspectos específi­
cos de su modo de concebir el comunismo. En pri­
mer lugar, subrayaba que el comunismo es un fe­
nómeno histórico cuya génesis ha de buscarse en
el «curso total de la historia». En la fase actual, d
problema de fondo era de naturaleza económica,
y en particular se sintetizaba en la abolición de la
propiedad privada:

Por tanto, la positiva superación de la propie­


dad privada, apropiándose la vida humana, es
superación positiva de toda enajenación, o sea, el
retorno del hombre desde la religión, la familia,
el Estado, etc. a su existencia humana, es decir,
social (28).

(27) MARX, Manuscritos económico-filosóficos cit., p. 378.


(28) lbid., p. 379.
102
En segundo lugar, Marx observaba que todo lo
que atañe al hombre, comenzando por su lenguaje,
es social. Incluso la relación del hombre con la na­
turaleza se inscribe en esa dimensión social:

Por tanto, la sociedad es la unidad esencial


perfecta del hombre con la naturaleza, la verda­
dera resurrección de la naturaleza, naturalismo
cumplido del hombre y humanismo cumplido de
la naturaleza... Y es que no sólo los cinco senti­
dos sino también los sentidos llamados espiritua­
les, los sentidos prácticos (voluntad, amor, etc.), en
una palabra la sensibilidad humana, la humanidad
de los sentidos, es producida por la existencia de
su objeto, por la naturaleza humanizada. La for­
mación de los cinco sentidos es obra de toda la
historia pasada (29).

No obstante lo cual, Marx insistía, en tercer lu­


gar, en el hecho de que la importancia atribuida a
los aspectos sociales del hombre no hace sino es­
timular la individualidad del hombre comunista,
no enajenado, que él definía como «total» u «om­
nilateral». En efecto, así como la enajenación vi­
cia todas las facultades humanas, así su superación
ha de representar la liberación total. No se limita­
rá a la posesión y goce de objetos materiales: to­
das las facultades humanas, cada una a su modo
particular, se convertirán en medios de apropiación
de la realidad. Es una situación difícil de imaginar
para el hombre enajenado, porque la propiedad pri­
vada ha bloqueado hasta tal punto la sensibilidad
de los hombres que éstos sólo pueden imaginar que
un objeto es suyo cuando lo poseen efectivamente:
todas las facultades físicas e intelectuales han sido
sustituidas por la simple enajenación del tener. Y,
por último, la relación recíproca entre el hombre

(29) lbid., pp. 380-383.


103
y la naturaleza debería encontrar su reflejo en una
única ciencia ornnicornprensiva:

En un futuro la ciencia de la naturaleza será


la ciencia del hombre y a la vez se hallará sub­
sumida bajo ésta: no habrá más que una cien.
cia (30).

La tercera y última parte de los Manuscritos es­


taba dedicada a la crítica de la dialéctica de Hegel,
tal corno se expone en su obra más famosa, La fe­
nomenología del espíritu. Marx empezaba con un
elogio de Feuerbach por haber demostrado que la
filosofía de Hegel no era sino una teología raciona­
lizada, y por haber descubierto el auténtico punto
de partida materialista, basado en la relación social
entre hombre y hombre. Pero la actitud de Marx
respecto a Hegel distaba mucho de ser totalmente
negativa:

Lo extraordinario de la Fenomenología de He­


gel y de su resultado (la dialéctica de la negativi­
dad como principio motor y generativo) consiste,
por tanto, en haber concebido la producción del
hombre por sí mismo como un proceso, la obje­
tivación como pérdida del objeto, como extraña­
ción y como superación de la extrañación; una
vez percibida la esencia del trabajo, el hombre
objetivo, el hombre real y por tanto verdadero
aparece como resultado de su propio trabajo (31).

Por otro lado, sin embargo, toda esta dialéctica


estaba concebida desde un punto de vista idealista
por cuanto la apropiación de las facultades objetivi­
zadas y extrañadas del hombre se producía sólo en
la mente, en el pensamiento puro, es decir, en la
abstracción. Marx, en cambio, partía de que «el
hombre es un ser real, corpóreo, asentado sobre la
tierra firme y compacta, que respira y expande to-

(30) Ibid., p. 386.


(31) lbid., p. 417,
104
das las fuerzas de la naturaleza» (32), y definía su
propia posición como un naturalismo completo o
un humanismo distinto tanto del idealismo como
del materialismo. Hegel consideraba al hombre
como una sustancia no corpórea, y al mundo como
algo necesariamente hostil para el desarrollo del
hombre; en cambio, Marx sostenía que únicamente
era erróneo el actual vínculo de relación del hom­
bre con el mundo: el hombre necesita una relación
recíproca con los objetos exteriores para poder de­
sarrollarse u «objetivarse» a sí mismo. Para Hegel,
toda objetivación es extrañación; para Marx, el
hombre podría superar la extrañación sólo objeti­
vándose a través de un uso de la naturaleza hecho
en colaboración con los demás hombres.
No es difícil comprender por qué, al aparecer en
1932, los Manuscritos provocaron tantas controver­
sias. En el terreno intelectual, se había dado un re­
torno del interés por Hegel, tras la publicación de
algunos escritos juveniles suyos, en los primeros
años del siglo xx. Y como los primeros escritos de
Marx eran los que mostraban una influencia más
directa de Hegel, el terreno estaba ahora abonado
para recibirlos. Al mismo tiempo se daba un factor
político: en los primeros años del siglo los partidos
socialdemócratas y comunistas se habían preocupa­
do de elaborar una Weltanschauung radicalmente
distinta de la de los partidos burgueses. Y como s;e
consideraba a Hegel un pensador burgués, su influen­
cia sobre Marx (evidente sobre todo en sus primeros
escritos) había de ser minimizada. Bajo la amenaza
del fascismo, sin embargo, los marxistas se dedica­
ron a subrayar las afinidades entre el humanismo
de Marx y el de la burguesía liberal, contraponiendo
sus valores a la barbarie de la ideología fascista, con­
siderada como una negación de las tradiciones eu­
ropeas occidentales. Ya antes, a lo largo de los año:;
veinte, fue extendiéndose entre los marxistas la con­
vicción de que una parte de la responsabilidad de

(32) Ibid., p. 421.


105
la derrota de la socialdemocracia alemana debía
atribuirse al eclipse de Hegel y a la ascensión de Dar­
win entre las influencias determinantes de los teó­
ricos de la Segunda Internacional (por ejemplo,
Kautsky). Aunque la deuda de los bolcheviques con
Hegel no era tan evidente (los Cuadernos filosóficos
de Lenin no se publicaron hasta 1929-1930), autores
ligados al partido comunista como Lukács, Korsch
y, en menor medida, Gramsci, intentaron una lectu­
ra hegeliana de Marx, que obviamente debía com­
portar el nacimiento de un notable interés por obras
como los Manuscritos.
El estalinismo ortodoxo consideró estos primeros
escritos como iuvenilia, apuntes superfluos respecto
a las obras posteriores de Marx; ni siquiera fueron
incluidos en las Werke originales, publicadas en Ale­
mania oriental a finales de los años cincuenta. En
Europa oriental, donde el marxismo, lejos de ser el
credo de los marginados, se había instalado como
ideología dominante, existían obviamente muchos
motivos para reflexionar en que el hombre comu­
nista de Marx no parecía tener mucho en común con
los productos de las burocracias estatales de cuño
estalinista, y la hipótesis de que la alienación po­
dría subsistir incluso en el socialismo exigió bas­
tantes cautelas. Los estudios sobre los escritos ju­
veniles de Marx se consideraron como un retorno a
la fuente originaria del pensamiento comunista, de
forma parecida al uso que los reformadores protes­
tantes habían hecho del Nuevo Testamento para
exponer los abusos que proliferaban en la Iglesia
de la Baja Edad Medía. Adam Schaff en Polonia, los
teóricos de la «primavera» de Praga y el grupo «Pra­
xis» en Yugoslavia son algunos de los ejemplos más
destacados de esta tendencia. Después de la guerra
mundial, en Europa occidental y en Estados Unidos,
quienes buscaban una versión no estalinista del mar­
xismo se aferraron ávidamente al joven Marx, que
algunos interpretaron simplemente como el más ele­
vado ejemplo de humanismo o como un existencia­
lista. Para estos estudiosos, la idea fundamental era
106
la de enajenación, que aparece con mucho mayor re­
lieve en los Manuscritos que en El Capital. Era, asi­
mismo, inevitable que la indeterminación y la falta
de brújula política del joven Marx produjesen una
reacción distinta en pensadores como Althusser, que
calificaron de ideológica la problemática feuerba­
chiana de los primeros escritos, contraponiéndole
las bases científicas de su obra posterior.
Es innegable, en efecto, que a partir de su ins­
talación en Bruselas, en 1845, los escritos de Marx
adquieren una forma sistemática (siempre como un
sistema abierto, sin embargo) ausente en sus obras
precedentes. E.stas se esfuerzan en concluir, a partir
de presupuestos tendencialmente idealistas, que la
actividad fundamental del hombre consiste en el
intercambio productivo recíproco con la naturale­
za; que esta actividad ha quedado viciada por la di­
visión en clases de la sociedad capitalista, la insti­
tución de la propiedad privada y la división del tra­
bajo; y que la actual enajenación puede superarse
con una revolución proletaria que inaugure el co­
munismo.
Lo que no afrontaron los escritos de Marx hasta
1844 es la naturaleza del cambio histórico; aunque
ya era comunista a comienzos de 1844, Marx, al ter­
minar aquel año, aún no era marxista. Naturalmen­
te, no sería justo afirmar que los Manuscritos no
contienen una visión evolutiva de la sociedad; pero
ésta es aún muy vaga, y aunque Marx había utili­
zado a Hegel contra Feuerbach para demostrar la
importancia de la autocreación del hombre a través
del trabajo, el procedimiento resulta aún demasiado
abstracto. Marx, que ahora trabajaba en estrecha
colaboración con Engels, se dedicó a clarificar su
propia concepción materialista de la historia, «ajus­
tando las cuentas ... con nuestra anterior conciencia
filosófica» (33). Desde este punto de vista, La Sagra­
da Familia, publicada a principios de 1845, es sólo

(33) K. MARX, Contribución a la crítica de la economfa polí­


tica. Prólogo cit., p. 9.
107
el antecedente de los ataques de La Ideología Ale­
mana contra los neohegelianos, y únicamente tiene
cierto interés por el resumen que hace de los orí­
genes materialistas del socialismo.
Engels dijo más tarde que cuando se trasladó a
Bruselas, a principios de abril, Marx «había llegado
ya más allá de estos principios [que «la política y
su historia se explican partiendo de las condiciones
económicas, y no viceversa»] y había sentado los
fundamentos principales de su teoría materialista
de la historia» (34); y en el prólogo a la edición
inglesa del Manifiesto añadió que en la primavera
de 1845, Marx había elaborado su teoría y «me la
presentó con palabras casi tan claras como las que
acabo de emplear para resumirla» (35). El único es­
crito conocido de Marx en este período son las fa­
mosas once Tesis sobre Feuerbach, que Engels de­
finió con justeza como «el primer documento en
que se contiene el germen genial de la nueva con­
cepción del mundo» (36). Ya en sus primeras lectu­
ras de Feuerbach, a comienzos de los años cuarenta,
la postura de Marx no había sido del todo acrítica;
pero tanto en los Manuscritos parisienses como en
La Sagrada Familia, sólo había tenido palabras de
alabanza para el «auténtico humanismo» de Feuer­
bach. Ahora ya encontraba demasiado estrechas las
costuras del traje de simple discípulo de Feuerbach,
y su atención crecientemente dedicada a la econo­
mía no podía sino alejarle de las opiniones estáti­
cas y antihistóricas de aquél. En las Tesis sobre
Feuerbach, Marx trazó un breve esquema de la'>
ideas que iba a elaborar con Engels pocos meses
más tarde en La Ideología Alemana. Desde cualquier
punto de vista que se la considere, La Ideología Ale­
mana es una de las obras más importantes de Marx::
por medio de la crítica de Feuerbach, el más «se-

(34) Mew, vol. 21, p. 212.


(35) En OME, vol. 9, p. 381.
(36) ENOELs, Ludwig Feuerbach cit., p. 354 (Mew, vol. 21,
p. 264).
108
glar» de los neohegelianos, Marx y Engels comple­
taron su ajuste de cuentas «con nuestra anterior con­
ciencia filosófica» (37), y concluyeron así el proceso
iniciado con la tesis doctoral de 1841.
En Bruselas, ya avanzado el 1845, Marx y Engels
formularon lo que Marx había de definir en 1859
como el «hilo conductor» de sus estudios. Así lo
dejaron escrito:

El modo como los hombres producen sus


medios de vida depende, ante todo, de la naturale­
za misma de los medios de vida con que se en­
cuentran y que se trata de reproducir. Este modo
de producción no debe considerarse solamente en
cuanto es la reproducción de la existencia física
de los individuos. Es ya, más bien, un determina­
do modo de manifestar su vida, un determinado
modo de vida de los mismos. Tal y como los in­
dividuos manifiestan su vida, así son. Lo que son
coincide, por consiguiente, con su producción,
tanto con lo que producen como con el modo có­
mo producen. Lo que los individuos son depende,
por tanto, de las condiciones materiales de su
producción (38).

Y afirmaban a continuación que «hasta dónde se


han desarrollado las fuerzas productivas de una na­
ción lo indica del modo más palpable el grado has­
ta el cual se ha desarrollado en ella la división
del trabajo» (39). Después de mostrar cómo la di­
visión del trabajo había producido la división entre
ciudad y campo, y después la división entre traba­
jo industrial y comercial, etc., pasaban a esquemati­
zar las distintas fases de la propiedad a las que co­
rrespondían las fases de la división del trabajo: pro­
piedad tribal, propiedad comunal y del Estado, pro-

(37) Pr6logo a la Contribuci6n a la crítica de la economía po­


lltica cit., p. 9.
(38) K. MARX y F. ENGELs, La Ideología Alemana, Barcelona
1974, PP. 19-20.
(39) lbid., p. 20.

109
piedad feudal o de los estamentos. Marx y Engels
resumían así las conclusiones a que habían llegado
en este punto:

Nos encontramos, pues, con el hecho de que


determinados individuos, que, como productores,
actúan de un determinado modo, contraen entre
sí estas relaciones sociales y políticas determina­
das... La organización social y el Estado brotan
constantemente del proceso de vida de determina­
dos individuos; pero de estos individuos, no como
puedan presentarse ante la imaginación propia o
ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal
y como actúan y como producen materialmente
y, por tanto, tal y como desarrollan sus activida­
des bajo determinados límites, premisas y condi­
ciones materiales, independientes de su volun­
tad (40).

Rebatían después el punto de vista generalizado,


al afirmar que «no es la conciencia la que determi­
na la vida, sino la vida la que determina la concien­
cia» (41), y mostraban cómo la división del trabajo,
de la que derivaba la propiedad privada, creaba las
desigualdades sociales, la lucha de clases y la apari­
ción de las estructuras políticas.
Una vez formulada una visión coherente del mun­
do, Marx y Engels dedicaron su actividad a propa­
gar sus ideas, por medio de la creación, a finales
de 1845, de los Comités de correspondencia, que de­
bían contribuir a la difusión de sus ideas en Alema­
nia y en los principales centros de acogida de los
obreros alemanes emigrados: París, Bruselas y Lon­
dres. El resultado más importante que consiguieron
estos Comités fue la creación de vínculos muy estre­
chos entre Marx y Engels y los comunistas de Lon­
dres, es decir, la colonia de obreros aleman.es más
numerosa y mejor organizada en aquel momento.
Londres era la sede de la organización de socialistas

(40) lbid., p. 25.


(41) lbid., p. 26.
110
emigrados más activa, la Liga de los Justos. Era
evidente que los comunistas londinenses, en térmi­
nos cuantitativos y de organización, representaban
para Marx y Engels el contacto más prometedor con
la actividad política obrera, y la importancia de este
hecho era tanto mayor por cuanto las actividades
de los Comités de correspondencia jamás fueron ver­
daderamente fructíferas. A su vez, los dirigentes de
la Liga sentían que sus actividades se veían obsta­
culizadas por la falta de una doctrina coherente.
En 1847, los contactos entre Bruselas y Londres con­
cluyeron de forma favorable, y Marx y Engels reci­
bieron el encargo de redactar un Manifiesto para lo
que, entretanto, había llegado a ser la Liga de los
Comunistas.
El ingreso de Marx en la política activa quedó
marcado, además, por dos controversias. De la pri­
mera, con Wilhelm Weitling, puede afirmarse que
corresponde en el plano político a La Ideología Ale­
mana. Weitling contraponía a la imagen de la natura­
leza humana, basada en Feuerbach, los males actua­
les de la sociedad capitalista, y pedía en términos
mesiánicos una revolución inmediata. Marx, en cam­
bio, subrayaba la naturaleza histórica del progreso,
y declaraba que «antes la burguesía debe empuñar
el timón» (42). La segunda discusión es más digna
de mención, porque de ella nació la Miseria de la
filosofía, el escrito que contenía la primera afirma­
ción pública y sistemática de la concepción materia­
lista de la historia, y cuya lectura recomendaba el
mismo Marx como introducción a El Capital. Era
una crítica del socialista francés Proudhon y, como
en la elaborada respecto a Hegel, combatía la misti­
ficación de las categorías «eternas» como Razón y
Justicia, a las que Proudhon recurría continuamen­
te. Por lo demás, el libro contenía una exposición

(42) Cf. D. McLELLAN, Karl Marx: su vida y sus Ideas (Bar­


celona 1977 Oa frase de Marx está sacada de la correspondencia con
Moses Hess: cf. M. HEss, Briefwechsel, ed. dirigida por E, Sil­
berner, 's Gravenhage 1959, p. 151).
111
sistemática de las ideas de Marx sobre la economía,
aunque aún no aparecían en ella los conceptos de
fuerza de trabajo y plusvalía. En los Manuscritos
económico-filosóficos, Marx había refutado la teoría
del valor basado en el trabajo. Siguiendo la tesis de
Engels en el Esboza, Marx había identificado. en el
verano de 1844, valor y precio, criticando a Ricardo,
que tenía en cuenta la demanda para la determina­
ción del valor. En otras palabras, Marx rechazaba la
teoría del valor basado en el trabajo por cuanto
ésta no tomaba en cuenta la competencia, que a sus
ojos era la base del mundo económico real. Pero
ya residiendo en Bruselas, y sobre todo durante una
visita a Manchester en el verano de 1845, Marx des­
cubrió la interpretación socialista de Ricardo en las
obras de William Thompson, Francis Bray y (más
tarde) en autores como Hodgskin y Ravenstone. En
La Ideología Alemana se encuentran referencia<;
marginales favorables a la teoría del valor fundado
en el trabajo: la concepción del hombre como pro­
ductor de los propios medios materiales de subsis­
tencia no podía obviamente sino convalidar esta te­
sis. Pero sólo en la Miseria de la filosofía recibió su
primera exposición este concepto, fundamental en :!l
pensamiento marxista.
La concepción materialista de la historia esboza­
da en La ldeología Alemana y las hipótesis econó­
micas formuladas en la Miseria de la filosofía cons­
tituyeron, pues, la base teórica de la actividad polí­
tica de Marx a finales de la década de los cuarenta,
y sobre todo la base de su militancia en la Liga de
los Comunistas. Muchas partes del Manifiesto del
Partido Comunista son reelaboraciones ele párrafos
tomados de La Ideología Alemana. Tras la derrota de
las revoluciones de 1848, y sobre todo de la nueva
oleada revolucionaria fallida de comienzos de los
años cincuenta, Marx concentró cada vez más su
atención en la economía, y con su obra sobre el
proceso productivo en la sociedad capitalista (El
Capital) llevó en parte a término la investigación ini­
ciada en París el año 1844.
112
PIERRE VILAR
Marx y la historia
He pensado muchas veces en realizar un estudio
en dos partes, de las que la segunda, «Marx en la
historia», estaría estrechamente relacionada con la
primera, «La historia en Marx». Porque el problema
está en saber si el sorprendente destino del mar­
xismo, en poco más de un siglo, como generador de
historia, se debe o no a la capacidad de análisis y
de intervención que ha ofrecido a los hombres, en
lo que respecta a la materia histórica, el descubri­
miento científico de Marx. En este ensayo, que plan­
tea en líneas generales el tema de «Marx en la his­
toria», dedicaré sólo unas páginas a «la historia en
Marx», limitándome a plantear algunas cuestiones
orientativas, que espero sean capaces de sugerir in­
vestigaciones más profundas.
Hay que decir que, aun para la formulación del
problema, se plantean dificultades singulares. La
palabra «historia» indica, al mismo tiempo (cosa que
no ocurre con las ciencias de la naturaleza) tanto
el conocimiento de una materia como la materia de
ese conocimiento. «La historia en Marx» es la trans­
formación en pensamiento de una de las más anti­
guas necesidades de la exigencia científica del espí­
ritu humano; «Marx en la historia» es el examen
del papel que ha jugado un hombre en el proceso
de los acontecimientos y en la modificación de las
115
sociedades. El doble contenido de esta palabra (que
le da su riqueza, que justifica su prestigio, pero que
también predispone a los equívocos) explica qu�
haya sido posible al mismo tiempo decir que Marx
ha abierto a la ciencia «el continente historia», y
también que «el concepto de historia» sigue sin es­
tar construido.
Sería fácil, sin duda, encontrar en la mole de la5
obras de Marx numerosos usos de la palabra «histo­
ria» en acepciones vulgares; pero no menos fácil
sería encontrar usos precisos y nuevos. Buscar si
existe, en ese aparente caos, un orden, una cronolo­
gía, eliminaciones, adquisiciones y descubrimientos,
sería una empresa apasionante y fértil en resultados,
que reclamaría un catálogo exhaustivo de los distin­
tos usos del término y un análisis agudo de cada
uno de ellos. Es superfluo advertir que no es posi­
ble emprender, en el contexto de esta obra, seme­
jante investigación. Es claro, por lo demás, que el
uso de las palabras no es lo único importante. Es­
tán, además, las proposiciones teóricas, algunas ci­
tadas innumerables veces, y otras mucho menos co­
nocidas. Y sobre todo están (y ése es el punto esen­
cial para el historiador) los ejemplos de aplicación,
la práctica del método. Si Marx, después de abrir
el «continente historia», hubiese evitado penetrar
en él, su obra habría perdido con seguridad parte de
su trascendencia. Es útil, por tanto, saber de qué
modo se aventuró y cómo afrontó esa tarea. Esta
investigación a través de los orígenes levantará se­
guramente objeciones. Pero ¿hay algo más clarifica­
dor que los primeros descubrimientos de un pensa­
miento, por parciales que sean, cuando sumando los
primeros resultados coherentes, se preparan ya los
grandes descubrimientos posteriores? Y el proceso
de investigación es tal vez menos importante que
el proceso de exposición cuando se trata de definir
una materia que, según Marx, la investigación cum­
ple también el cometido de hacer propia. «Hacer
propia»: la historia, pues, es descubierta y al tiem­
po conquistada. Siguiendo paso a paso esta con-
116
quista de Marx, todo historiador digno de este nom•
bre podrá rápidamente reconocer sus propios pro­
blemas, su propio modo de afrontarlos. Y a menu­
do, también algún comienzo de solución.

1. La precedencia de la sociedad civil

Será oportuno partir del Marx estudiante. En


una atmósfera universitaria impregnada de hegelia­
nismo, pero en la que, después de todo, Hegel per­
tenecía ya al pasado, nunca se ha establecido direc­
tamente qué es lo que el joven Marx recogió o re­
chazó de las lecciones escuchadas menos indirecta­
mente: las de un Ritter o un Savigny. Quienes ven
en Marx sobre todo un determinista, han sugerido
que el determinismo geográfico de Ritter no fue ex­
traño a su formación. Me parece superfluo afirmar
que no existe en Marx un determinismo geográfico,
como tampoco existe un determinismo económico, y
que nada es más extraño a su pensamiento que los
intentos que hoy se realizan de reducir, a través de
un juego matemático, el asentamiento humano a las
condiciones del espacio. Cierto que Marx nunca deja
de recordar, como base de toda historia y de toda
economía, «las condiciones geológicas, orográficas,
hidrográficas, climáticas, etc.», como ya había hecho
Hegel, precisando que toda historiografía (Ges­
chichtsschreibung) debe partir de esas bases natura­
les y de su modificación por obra de los hombres
en el curso de la historia (Geschichte).
Antes de poder «hacer la historia» ( «um Geschich­
te machen zu konnen»), el hombre debe confrontar­
se con ciertos condicionantes. Esta llamada a la evi­
dencia será recogida en el contexto de una teoría de
conjunto en la que el criterio de fondo es la capaci­
dad de actuación del hombre sobre la naturaleza.
La naturaleza no impone, porque la técnica está en
condiciones, un día u otro, de vencerla. Pero en
cada nivel alcanzado, la naturaleza, dentro de ciertos
límites que deben precisarse, pro-pone u o--pone,
117
En el conjunto de la historia y en cada uno de
sus casos concretos, la primera tarea del historiador
consiste en valorar las facilidades o dificultades
ofrecidas por la naturaleza. No hay historia sin geo­
grafía, como no hay geografía sin historia. Eso no es
todo, pero eso es lo primero de todo. Y eso signi­
fica un primer encuentro entre Marx y los métodos
más refinados de la historiografía moderna.
De la misma manera que afronta el problema de
las relaciones entre la tierra y los hombres, entre
historia y geografía, el historiador debe valorar las
relaciones organizadas de los hombres entre ellos:
instituciones, legislaciones, principios y práctica del
derecho, que por lo demás, demasiado a menudo
tiende a tomar como un dato. Marx, en la Univer­
sidad, seguía la carrera de Derecho. Pero, en confe­
sión de él mismo, relegaba espontáneamente esta
disciplina a un segundo plano, después de la filoso­
fía y la historia. Es cierto que derecho e historia
aparecían juntos en las lecciones de Savigny, que
Marx, por lo que sabemos, frecuentaba. Y surge la
pregunta de si la escuela histórica del derecho po­
sitivo, que contraponía a las concepciones del dere­
cho natural o racional un derecho concreto producto
de la historia, no está más próxima a la visión ma­
dura de Marx (es decir, a un derecho como super­
estructura históricamente determinada) de lo que lo
estaban Kant e incluso Hegel.
Sabemos, sin embargo, que Marx, en uno de sus
primeros escritos, antes aún de ajustar cuentas con
Hegel sobre el tema del derecho, dirigió un violento
ataque a la «escuela histórica», con ocasión del ju­
bileo de su fundador, Hugo, pero dirigido de hecho
contra Savigny (1). ¿Significa esto que las lecciones
de Savigny no habían servido a Marx para nada? No,
porque es precisamente característico de su procedi­
miento intelectual el leer o escuchar apasionadamen-

(1) Cf. 11 manifesto filoso/ico della scuola storica del diritto,


en K. MAJ!x, Scritti politici giovanili, recopilados por L. Firpo,
Turín 1950, pp. 157-168.
118
te a los demás, para responderles con el mismo ím­
petu, pero sin dejar por ello de utilizarlos en su
propia construcción teórica. En efecto, en la Rhei­
nische Zeitung, de 9 de agosto de 1842, lo que opone
a Hugo y a Savigny no es el rechazo a considerar el
derecho como producto de la historia; lo que les
reprocha, en sustancia, es: 1) haberse atribuido la
vocación de legisladores (Savigny lo había admitido
en el título de una de sus obras, y poco antes había
sido nombrado ministro para la reforma legislativa):
2) admitir que la simple existencia es el fundamento
de la autoridad, y la autoridad del derecho; 3) de­
jar precipitarse la escuela en las quimeras del ro­
manticismo. Del «positiv, dass heisst unkritisch», el
artículo pasa a la denuncia de las «unhistorische
Einbildungen». La defensa de la razón se convierte
en defensa de la historia: una historia verdadera.
Por otra parte, casi de inmediato, en la misma
serie de artículos para la Rheinische Zeitung (1842-
1843) se le ofrece una nueva ocasión (siempre un3
ocasión «política, es decir, ofrecida al pensamiento
por la acción, a la teoría por la práctica») para pe­
netrar mejor en la «historia que se hace». Marx ob­
serva un «derecho en gestación»: la Dieta renana
transforma la recolección de leña, un privilegio con­
cedido consuetudinariamente a los pobres, en «robo
de leña», castigado como delito en nombre de una
propiedad, que para ser «moderna» se pretende «ab­
soluta» (2). Y he aquí que leyendo los debates de la
Dieta, el joven Marx tiene la primera intuición de
algunos fundamentos de su futura teoría (de su teo­
ría de la historia) de la «concepción materialista de
la historia», que Engels señalará como uno de sus
descubrimientos fundamentales, de importancia equi­
valente a su núcleo teórico económico, la plusvalía.
a) El derecho define y jerarquiza las desviacio­
nes entre la acción del hombre y el principio de la

(2) K. MARX, Discussioni alla Sesta Dieta renana secondo un


renano, en Dibattiti sulla /egge contra i furti di legna, en Scritti
politici giovanili cit., pp. 177-225.
119
sociedad. Pero ese principio no es eterno. Antes de
la decisión de la Dieta, se «recoge» la leña caída;
después de su decisión, se «roba»: un acto que, como
observa un diputado, no era considerado hurto por
la «mentalidad general», es declarado robo. La no­
ción de la propiedad se modifica. ¿Sucede eso qui­
zá como un progreso hacia una mayor racionalidad,
como un aumento de la justicia? Marx, aún liberal,
aún discípulo de la Revolución francesa y aún lo
bastante hegeliano como para que a sus ojos el Es­
tado encarne la Idea, se da cuenta de repente de
que el legislador no legisla en abstracto. En efecto.
b) Se ha confiado a los propietarios la definición
jurídica de la propiedad. El artículo descubre este
hecho y lo repite de varios modos: «El propietario
de bosques no deja hablar al legislador»; «puestrJ
que la propiedad privada no tiene los medios para
elevarse al plano del Estado, el Estado debe reba­
jarse hasta los medios del propietario privado»; «el
interés del propietario debe salvaguardarse, aunque
para ello se arruine el mundo del derecho y de la
libertad». ¡Cuántas dudas aún en ese vocabulario!
¡Cuántos rodeos ante la negación del Estado ideal,
del legislador sereno, por parte de los mismos he­
chos! Pero ya se plantea la cuestión: ¿no será la
sociedad civil (burguesa) la que forma el Estado, en
lugar de ser el Estado el que forma la sociedad civil
(burguesa)? De la respuesta a esta pregunta deriva­
rá toda una concepción de la historia.
e) ¿Por qué la nueva sociedad civil (burguesa)
impone una visión de la propiedad tan absoluta? No
lo revela sólo la leña seca, sino también las bayas
silvestres, un producto natural cuya recolección se
prohíbe también. Las bayas se han convertido en
«artículo de comercio y se envían en barriles a Ho­
landa», a cambio de dinero. Así pues, los bienes
naturales son objeto de apropiación cuando se con­
vierten en mercancías: «La naturaleza del objeto
exige el monopolio, porque lo ha descubierto el in­
terés de la propiedad privada.» Los términos pue­
den resultar sorprendentes: identificar monopolio
120
y propiedad es una idea precapitalista, frecuente en
las revueltas campesinas en épocas de hambre y mi­
seria. Pero es una idea que toca el mito mismo de
la libertad económica: para quien nada posee, la
libre disposición del bien apropiado tiene todos los
efectos del monopolio. Entre las hipótesis básicas
de la economía capitalista, siempre se olvidará la
más necesaria: para convertirse en mercancía, un
bien debe ser propiedad absoluta; antes del capita­
lismo, ningún bien lo era. Son éstas otras tantas lec­
ciones extraídas de los debates de la Dieta.
d) Marx reflexiona entonces sobre la sociedad an­
terior a la Revolución francesa, llamada por él (se­
gún un vocabulario indiscutible entonces, y no in­
ventado por él) sociedad «feudal». La había creído
«irracional», y ahora se da cuenta de que tenía una
racionalidad propia, una lógica de funcionamiento,
que en particular comporta un doble derecho priva­
do: «un derecho privado del propietario y un dere­
cho privado del no propietario», un híbrido de dere­
cho público y derecho privado «como lo encontra­
mos en la Edad Media». Cierto que la «razón legisla­
dora» (el joven periodista escribe también, a veces,
sencillamente «la razón»), ha simplificado y hecho
más lógicos los principios del funcionamiento social.
Pero las concesiones del derecho consuetudinario,
consideradas como «accidentales», a las masas pri­
vadas de toda clase de bienes, han sido liquidadas
despiadadamente, y en cambio se han garantizado
de diversas formas los vacilantes privilegios de las
clases dominantes. Así se han secularizado los bie­
nes de los conventos, y Marx aprueba ese proceder,
pero se ha hablado mucho de las indemnizaciones
debidas a la Iglesia, y nunca se ha pensado en in­
demnizar a los pobres por la pérdida de los derechos
que la costumbre les garantizaba en el interior de
los conventos. Nunca este análisis deja pensar que
Marx añore y menos que exalte la sociedad antigua,
superada por la historia; pero se apunta por prime­
ra vez aquí el examen de la «transición», con sus
particularidades explicables por el juego de intere-
121
ses y la correlación de fuerzas entre las respectivas
clases.
e) El examen se hace especialmente profundo
cuando se contemplan las relaciones entre la socie­
dad y el Estado. No es sólo una clase (y no un Es­
tado abstracto) la que decreta y legisla, sino que por
un lado la clase que accede al poder se asegura to­
dos los aparatos del Estado, y por otro continúa ex­
cluyendo de la organización del Estado a la clase
subalterna.

Esta lógica, que transforma al subalterno del


propietario forestal en una autoridad estatal, trans­
forma la autoridad estatal en un subalterno del
propietario... Todos los órganos del Estado se
convierten en oídos, ojos, brazos, piernas, con los
que el intendente del propietario escucha, obser­
va, valora, dispone y camina (págs. 203-204).

Por otra parte,


la forma del derecho de costumbres es en este
caso conforme a la naturaleza, ya que la misma
existencia de la clase pobre constituye una mera
costumbre de la sociedad burguesa que aún no ha
encontrado un lugar adecuado entre los órganos
conscientes del Estado. La discusión actual ofrece
un ejemplo directo de cómo se tratan estos dere­
chos de costumbres, en el que se expresa clara­
mente el método y el espíritu que anima a la
Dieta (pág. 191).

En otras palabras, en la sociedad del antiguo ré­


gimen la exclusión política de las clases pobres ad­
mitía una costumbre social compensadora; en la so­
ciedad «moderna» (en 1842 aún políticamente censi­
taria y económicamente individualista), el pobre se
ve aún más despojado.
Se ha querido ver en estos artículos de 1842-1843
la prueba de una sensibilidad humanista y anarqui­
zante en los orígenes del pensamiento de Marx, lle­
gándose a afirmar que Marx, en aquel tiempo, no
era Marx. Y el mismo Marx, en 1859, ha recordado
122
con mucha modestia sus comienzos, tratándolos de
balbuceos: importa, sin embargo, recordar ese pri­
mer contacto suyo con los problemas de los «inte­
reses materiales», con los «problemas económicos».
He de decir que las frases citadas me parece que van
ya más lejos de lo que escribía Marx en el Prólogo
a la Contribución a la crítica de la economía políti­
ca (3). Anuncian, intuitiva pero claramente, la en­
trada de Marx en la problemática histórica. Podrá
objetarse que en esta interpretación estoy proyectan­
do la visión del marxismo elaborado sobre textos
precoces y aún inmaduros, conjugando en futuro
imperfecto la historia de un pensamiento. Me pare­
ce, aun así, bastante menos legítimo ver en estos
textos solamente el horror juvenil por la autoridad,
la protesta banal de una sensibilidad «democrática,>
ante los «abusos» de los propietarios. En efecto, des­
de 1842, y a medida que el fenómeno está en curso
de desarrollo, se ponen en discusión desde muchos
puntos a la vez las relaciones entre propiedad y Es­
tado, y la naturaleza de la una y el otro. Muchos
marxistas encontrarán (si se interrogan sobre los
orígenes de sus convicciones) revelaciones pareci­
das, ingenuas y radicales, propuestas por la expe­
riencia histórica. Uno no se hace marxista leyendo
a Marx, o al menos no sólo leyéndolo, sino mirando
en tomo a uno mismo, siguiendo el desarrollo de los
debates, observando la realidad y juzgándola: críti­
camente. Del mismo modo se convierte uno en histo­
riador. Y así lo hizo Marx.

2. «Conocernos una sola ciencia, la ciencia


de la historia»

Es cierto también que en su biografía. intelec­


tual, corno en la de cualquier otro, se suceden epi­
sodios sin aparente relación, porque no existe una

(3) K. MARX, Contribución a la crftica de la economfa polltica.


Prólogo, México 1966, pp. 5-10.

123
biografía que sea meramente «intelectual». Tras la
dura experiencia del periodismo activo, Marx vivió
en Kreuznach, en la época de su luna de miel, un
período excepcional en su vida, de calma y medita­
ción y al mismo tiempo de constantes lecturas: por
un lado un libro apasionadamente criticado, la Filo­
sofía del Derecho, de Hegel; por otro, numerosas
obras de historia, muy dispares entre sí. Creo que
puede afirmarse, en contra de lo que ha escrito Ma­
ximilien Rubel, que este episodio de 1843 constitu•
ye, en la formación de Marx, un retroceso respecto
a 1842. En efecto, es desde el punto de vista del filó­
sofo (y por tanto sin cambiar de terreno) como el
contradictor de Hegel juzga la Filosofía del Derecho.
Formalismo en la .. negación de la negación», idealis­
mo (hasta hacer desaparecer todo análisis de clase)
en las definiciones de «burocracia» y «democracia»,
trasposición a la crítica del Estado hegeliano de la
crítica religiosa de Feuerbach, observaciones a pro­
pósito de la concepción hegeliana de la propiedad
que podrían ser (por ejemplo, a propósito del mayo­
razgo) una crítica burguesa. Y en lo que respecta a
las lecturas historiográficas de Kreuznach, donde
alternaba a Rousseau, Montesquieu o Maquiavelo con
autores de historia. tal vez manuales simplemente,
¿no testimonian, acaso, la necesidad de Marx de ad­
quirir unos conocimientos históricos en su sentido
más banal, suposición confirmada por el hecho de
que se dedicaba a componer largas cronologías de
los períodos antiguos?
Por otra parte, en su evocación de 1850, él mismo
afirma haber descubierto en Kreuznach el « hilo con­
ductor» que guiaría todos sus estudios sucesivos;
pero sitúa ese descubrimiento después de su episo­
dio parisiense, cuando profundiza en la economía
política, estudia los textos de los socialistas france­
ses y se lanza definitivamente a la colaboración amis­
tosa con Engels. Es cierto que desde principios de
1844, en la Introducción a la Crítica de la filosofía
del Estado de Hegel y en determinados párrafos
de La cuestión judía, reencuentra, y con mayor cla-
124
ridad, las fórmulas de 1842 sobre la precedencia de
la sociedad civil respecto del Estado, una fórmula
en la que Engels vio el verdadero paso adelante.
Pero el hecho verdaderamente decisivo es que en el
mismo número de los Anales franco-alemanes, Engels
había publicado el «Esbozo de crítica de la eco­
nomía política», que Marx, quince años después, cali­
ficará aún de «genial». En esa conjunción (y sin pre­
tender hacer de ella ningún «salto» decisivo en la
conquista del pensamiento) va a residir el mayor
progreso para el pensamiento de Marx en esa épo­
ca. Si bien no es superfluo destacar que los dos
amigos creyeron haber llegado al mismo resultado
por caminos distintos (Engels por vía inductiva, a
partir del estudio de la situación en Inglaterra, y
Marx por vía deductiva, a través de la crítica de
Hegel), ese hecho no me parece fundamental: En­
gels, de hecho, no era ajeno a la atmósfera hegelia­
na, y Marx, como hemos visto, había sabido extraer,
a su vez, lecciones de los hechos. La conjunción, para
uno y otro, había sido sobre todo interior, y su en­
cuentro fue tanto más fecundo por cuanto les re­
veló este hecho.
Cuando en 1845 decidieron colaborar habitual­
mente, estaban en posesión de dos certezas por lo
menos:
1) la economía política es, en la explicación de
las sociedades modernas, la única teoría válida como
punto de partida científico, y es por ello necesario
dedicarse a su crítica y a su reconstrucción: desde el
Esbozo de Engels hasta El Capital de Marx, las pa­
labras «crítica de la economía política» figurarán
continuamente en sus proyectos y en sus obras;
2) resultaba en cambio necesario abandonar la
filosofía, y en particular el terreno malsano de las
construcciones poshegelianas.
Lo que aún no podían saber es que no bastaría
toda su vida para llevar a término el primer pro­
yecto (en 1844 se habían hecho ilusiones sobre sus
conocimientos económicos, pero en adelante no pu­
blicarían nada sin estar plenamente seguros del te-
125
rreno que pisaban), mientras que su «examen de con­
ciencia filosófico» iba a quedar rápidamente liquida­
do y abandonado finalmente a la bien conocida «crí­
tica corrosiva de las ratas». Sin embargo, entre el
duro núcleo de la economía, sede de la «última ins­
tancia» tan difícil de asir, y la nebulosa inconsisten­
te de la interpretación de los filósofos, está todo el
conjunto de hechos sociales, políticos, jurídicos, ideo­
lógicos, que constituye una materia que es preciso
ordenar y exponer en su conjunto a una investiga­
ción científica, tan lícita como lo es la dedicada a
la economía, tratada erróneamente de modo aisla­
do. Decididamente, para Marx y Engels es esta ma­
teria global lo que constituye el nuevo objeto de
la ciencia: lo llamarán historia. « Wir kennen nur
eine einzige Wissenschaft, die Wissenschaft der Ges­
chichte»: «conocemos una sola ciencia, la ciencia de
la historia» (4). Al historiador marxista le gustaría
poder invocar, en apoyo de su propia vocación, una le­
gitimación tan solemne. Sin embargo, se trata de
una frase tachada en un libro que quedó inédito.
Ese hecho no puede dejar de suscitar escrúpulos.
Sin embargo, también en La Ideología Alemana se
afronta el problema de la historia como ciencia.
Las mismas dudas pueden resultar instructivas:
frases tachadas, repetición en el margen de la pala­
bra «Geschichte», utilización de la misma con signi­
ficados distintos. Hegel y sus discípulos habían usa­
do y abusado de esta palabra. Pero ¿acaso ofrecían
una aplicación mejor los historiadores profesiona­
les? En 1845, Marx había intentado algunas experien­
cias en ese terreno: en primer lugar, leyendo los tra­
bajos de los demás; después llegando (en un paso
adelante que muchos presuntos marxistas prefieren
ahorrarse) hasta las fuentes, los textos antiguos, los
documentos de primera mano. Durante algún tiem­
po estuvo pensando en escribir una historia de la
Convención, pero al final renunció.

(4) Cf. K. MARX y F. ENGELS, La ldeologla Alemana, Barce­


lona 1974, p. 676 (texto tachado en el original).
126
¿Renunciaba así al oficio de historiador? Me in­
clinaría a responder: al contrario. Lo que sentía era
rnás bien que, al dedicarse a un solo aspecto (el po•
lítico, en este caso) de un solo episodio, por impor­
tante que fuese y por analizado a fondo que estuvie­
se, habría confirmado la definición tradicional de la
historia (la investigación del hecho particular) mien­
tras era necesario, antes que nada, dar luz, en cuan­
to a la materia histórica, no a los principios de
una filosofía, sino a los de una concepción científi­
ca sistemática. Esos principios (Voraussetzungen, de
cuya necesidad reprochaba Marx a los historiadores
alemanes el no haberse percatado) se plantean en
La Ideología Alemana, aunque con menos claridad
de como lo hará en 1859 en el Prólogo a la Contri­
bución a la crítica de la economía política, porque
La Ideología Alemana, obra polémica inconclusa, aún
no está del todo libre de las formas de expresión (y,
por tanto, de pensamiento también) que pretende
combatir. No obstante, surgen de vez en cuando pa­
labras, fórmula, páginas, que desarrollan la esencia
de lo que habrá de guiar un día el trabajo históri­
co. Y puesto que la obsesión del núcleo económico
impedirá a Marx, más tarde, volver a desarrollar
ampliamente el materialismo histórico considerado
como un todo, no será inútil (además de repetir, una
vez más, las frases de 1859) mirar cómo surge des­
de 1845, aún de forma imperfecta, la estructura de
premisas y razonamientos que sostendrán de enton­
ces en adelante, para quien quiera entenderlos, toda
construcción histórica digna de ese nombre.
Y ante todo, los hombres ¿hacen la historia? Nos
encontramos aquí frente a la famosa frase («los
hombres hacen la historia») que van a descubrir cien
paramarxistas o seudomarxistas, y la redescubrirán,
repetirán, deformarán y falsificarán si viene al caso,
para volver a introducir en el materialismo de Marx
el idealismo y el voluntarismo. Ahora bien, en La
Ideología Alemana, las palabras «Geschichte ma­
chen» aparecen entre unas comillas irónicas y du­
bitativas. No es que Marx quiera excluir de la his-
127
toria la acción de los hombres, puesto que distin­
gue una «historia de la naturaleza», externa a esa
acción, y una «historia de los hombres» que es la
interacción entre la naturaleza y ellos. Pero la iro­
nía contenida en las comillas de «Geschichte ma­
chen» es una reacción, no sólo contra Hegel y los
ideólogos alemanes, sino contra la ilusión inmensa
de casi todas las historiografías de los orígenes.
¿No es significativo que Marx (como si reanuda­
se casualmente una polémica juvenil) llegue a la de­
nuncia de una de las grandes debilidades del hombre
ante su pasado, revelada por el mismo vocabulario
que utiliza? Según la tradición, la historia empieza
con la escritura, es decir, cuando el hombre, a tra­
vés de la escritura, puede asumir la responsabilidad
de los hechos. Lo que hay antes es prehistoria. Así,
no existiría historia si no hubiese teología, política,
literatura. Y viceversa, donde sólo hay prehistoria,
por falta de testimonios de «hechos brutos» (aconte­
cimientos), se abre la puerta a las hipótesis, a mil
especulaciones rápidamente abandonadas.
Marx y Engels reprocharán todo eso a los «ale­
manes», como jóvenes polemistas que atacan al ad­
versario inmediato, nacional, que ha sido hasta muy
poco tiempo atrás su mismo ambiente. Y sin embar­
go, ¿acaso no sigue vivo el mismo modo de pensar?
Nuestros estudiosos de la prehistoria, ante un ma­
terial prácticamente concluso y aparentemente me­
jor preservado de las tentaciones ideológicas, pare­
cen «científicos» antes que historiadores; pero ¿qui­
zá no se mantienen siempre en el estadio de las
constataciones vacías de sentido general, mezcladas
con hipótesis siempre frágiles? Sólo al aparecer ]a
inscripción, la crónica o el monumento, pasan a se­
gundo plano las sólidas realidades, en la historio­
grafía, y se destacan los individuos, las minorías,
los mitos. Grave problema: la desnudez de los he­
chos que podemos captar en la prehistoria respecto
al hábitat, las herramientas, la producción, ilumina
la escena de modo insuficiente; pero apenas aparee�
el testimonio humano, nos engaña o se engaña a
128
sí mismo. La ciencia de la historia en el futuro esta­
rá formada por la combinación meditada de una in­
formación objetiva, sólida e involuntaria y la lectura
de documentos subjetivos analizados mediante una
crítica dt> fondo. Hemos de decir que en este difícil
esfuerzo no hemos ido aún más allá de los primeros
pasos.

3. La primacía de la producción y las relaciones


entre los hombres

Es fácil comprender la reacción violenta, en la


Alemania de hace casi siglo y medio, de dos espíri­
tus exigentes frente a la soberbia de un Hegel, a las
pretensiones «revolucionarias» de sus críticos, a la
pedantería erudita de las escuelas «históricas» en
formación, No ha de sorprender que, en esa reac­
ción, haya críticas que nos suenen a injustas frente
a una Alemania «subdesarrollada» (este término, na­
turalmente ausente. parece a punto de ser mencio­
nado continuamente). Marx y Engels. que están des­
cubriendo a los historiadores de la Revolución fran­
cesa y la literatura económica y paraeconómica in­
glesa, descubren en ellos acentos cada vez más pró­
ximos a sus propias preocupaciones. Pero quieren
avanzar más allá, hasta una teoría de la historia. Y si
en La Ideología Alemana, parte de lo que es polémi­
ca, filosofía o incluso especulación revolucionaria
puede haber env�jecido, si aún no encontramos en
ella la fuerza del M.anifiesto o la profundidad de El
Capital, observamos, pese a todo, la presencia de
fórmulas innovadoras, esenciales para el porvenir de
toda ciencia humana, y esquemas capaces de orien­
tar periodizaciones y problemáticas en la investiga,
ción (aun en la más actual) de los historiadores.
Ante todo está la primacía de la producción, pri­
macía de origen, que sin embargo no se confunde en
absoluto con las hipótesis gratuitas sobre la génesis
de la sociedad, porque se trata de un fenómeno evi-
129
dente, pero de una evidencia que se impone en con­
tra del sentido común, en contra de la historia tra­
dicional, que siempre lo ha desdeñado:

Podemos distinguir al hombre de los animales


por la conciencia, por la religión o por lo que se
quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los
animales a partir del momento en que comienza
a producir sus medios de vida (pág. 19).

Ahora bien, este hecho original es la condición


fundamental de toda la historia: «al producir SU'>
medios de vida, el hombre produce indirectamente
su propia vida material»
Pero el término «producción» no es una clave
mágica: la producción debe verse en función de la
población y de las relaciones de los hombres entre
ellos. Marx utiliza el término «Verkehr», que él
mismo traduce al francés con el término «comme-r­
ce», evidentemente en su primitivo sentido de inter­
cambios de todo tipo: entre esos intercambios, la
población y la producción, se da una interacción
continua:

Esta producción sólo aparece al multiplicarse


la población. Y presupone, a su vez, un intercam­
bio entre los individuos. La forma de este inter­
cambio se halla condicionada, a su vez, por la pro­
ducción (pág. 20).

Se forma así un «proceso activo de vida» que


hace comprensible la historia:

Tan pronto como se expone este proceso acti­


vo de vida, la historia deja de ser una colección
de ·hechos muertos, como lo es para los empiris­
tas, todavía abstractos, o una acción imaginaria
de sujetos imaginarios, como para los idealistas
(pág. 27).

Hemos de aceptar esta acusación justa contra


el historiador empirista, que se hace la ilusión de
ser «concreto» mientras lleva la noción de «hecho
130
en sí» a su max1ma abstracción, a una abstracción
inoperante. Eso no quiere decir, naturalmente, que
baya de descuidarse la observación empírica; pero
es preciso que la hipótesis (y antes que nada la
hipótesis de la racionalidad de lo real) organice la
observación que la confirma, la invalida o la rec­
tifica:

Nos encontramos, pues, con el hecho de que


determinados individuos, que, como productores,
actúan de un determinado modo, contraen entre
sí estas relaciones sociales y políticas determina­
das. La observación empírica tiene necesariamen­
te que poner de relieve en cada caso concreto,
empíricamente y sin ninguna clase de falsifica­
ción, la trabazón existente entre la organización
social y política y la producción (pág. 25).

Marx no utiliza aún la palabra «Struktur», al ha­


blar de la «organización social y política», un tér­
mino latino que da una imagen arquitectónica y for­
mal: escribe «Gliederung», una imagen anatómica
funcional, que introduce la útil noción de articula­
ción.
La 1deología Alemana no esconde (incluso los
párrafos tachados del manuscrito lo subrayan aún
más) lo arduo de la tarea de construir la historia
sin perderse en el idealismo filosófico o en el re­
curso a la abstracción:

La filosofía independiente pierde, con la expo­


sición de la realidad, el medio en que puede exis­
tir. En lugar de ella, puede aparecer, a lo sumo,
un compendio de los resultados más generales,
abstraído de la consideración del desarrollo his­
tórico de los hombres. Estas abstracciones de por
sí, separadas de la historia real, carecen de todo
valor. Sólo pueden servir para facilitar la ordena­
ción del material histórico, para indicar la suce­
sión en serie de sus diferentes estratos. Pero no
ofrecen en modo alguno, como la filosofía, una
receta o un patrón con arreglo al cual puedan
aderezarse las épocas históricas. Por el contrario,
131
la dificultad comienza allí donde se aborda la con­
sideración y ordenación del material, sea el de
una época pasada o el del presente, la exposición
real de las cosas. La eliminación de estas dificul­
tades hállase condicionada por premisas que en
modo alguno pueden exponerse aquí, pues se de­
rivan siempre del estudio del proceso de vida
real y de la acción de los individuos en cada
época (pág. 27).

Algunas palabras tachadas (¿por qué?) precisaban


en qué había de consistir el examen y la clasifica­
ción de los materiales históricos: «investigar la in­
terdependencia real, práctica, de sus diversas estra­
tificaciones». Es una indicación, a mi parecer, impor­
tante. ¿Quizá Marx quiso renunciar al término «es­
tratificación»? De cualquier modo, las restantes pa­
labras alejaban un peligro que, por mi parte, sigo
advirtiendo en el actual vocabulario sociológico: ni
la historia ni la sociedad presentan «estratos» dis­
puestos estáticamente, como en un corte geológico
o en un yacimiento arqueológico. Las reliquias del
pasado en una realidad del presente, o las clases
sociales en el interior de un modo de producción son
elementos activos, en actitud de repliegue o de pro­
greso, de defensa o de ataque, pero nunca inmóviles
o independientes. Su interdependencia práctica, real,
es el objeto mismo de la investigación y de la expo­
sición histórica. Y ciertamente habría de ser en to­
dos los casos la preocupación mayor del historiador
marxista. El texto que hemos citado no es evidente­
mente «la prueba» de ello; pero indica cómo se for­
mó en Marx y Engels una concepción de la historia
nueva y profunda, plenamente consciente de las di­
ficultades y de los obstáculos que se foternonen
cuando se pretende avanzar entre la descripción em­
pírica desprovista de sentido y la abstracción des­
conectada de la historia real.
Hay que subrayar, además, que el carácter filo­
sófico de La 1deología Alemana hace que sus leccio­
nes, en lo que respecta a la noción de historia, no se
queden en un plano técnico y científico aprovecha-
132
ble para el historiador, sino que a menudo sean con­
sideraciones que se inscriben en la voluminosa colec­
ción de debates sobre la historia, sobre la necesidad
(o nocividad) del «espíritu histórico» en general,
si no de un «historicismo» sistemático. «Pensar bien»
históricamente, antes aún de haber construido el
concepto de historia, ¿no es acaso una posibilidad
y al mismo tiempo una exigencia espiritual? Así,
Marx y Engels critican a Feuerbach, que «en Man­
chester, por ejemplo, sólo encuentra fábricas y má­
quinas, donde hace unos cien años no había más que
ruedas de hilar y telares movidos a mano, o que en
la Campagna di Roma, donde en la época de Augus­
to no habría encontrado más que viñedos y villas
de capitalistas romanos, sólo hay hoy pastizales
y pantanos» (pág3. 47, 48).
Esa incapacidad para pensar fuera del presente,
de un mundo estático (y que sólo una verdadera
cultura histórica puede combatir) lleva a Feuerbach
(y a otros también) a contraponer continuamente
«historia» y «naturaleza», una «naturaleza que, fue­
ra tal vez de unas cuantas islas coralíferas austra­
lianas de reciente formación, no existe ya hoy en
parte alguna» (pág. 48). Y polemizando con Bruno
Bauer, que había hablado de las «antítesis de natu­
raleza e historia», observan: «como si se tratase de
dos "cosas" distintas, y el hombre no tuviera siem­
pre ante sí una naturaleza histórica y una historia
natural» (pág. 47). Por eso, «en la medida en que
Feuerbach es materialista, no aparece en él la histo­
ria, y en la medida en que toma en consideración la
historia, no es materialista» (pág. 49). En efecto, si
bien discierne en el hombre un objeto sensible, no ve
una actividad sensible, y si bien invoca a un hom­
bre real, individual, de carne y hueso, se trata de
un hombre hecho de pasiones y sentimientos, no de
un ser ligado a necesidades cotidianas, materiales.
Con medio siglo de anticipación, la crítica de Marx
y Engels parece destinada a Miguel de Unamuno,
reivindicador frente a los historiadores del «hom-
133
bre de carne y hueso», pero que nutre un soberano
desprecio por las necesidades reales.
No desdeñemos demasiado estos argumentos es­
grimidos contra filosofías literarias, y sin duda más
bien banales. Las fórmulas brillantes en torno a la
«historia» tienen mayor resonancia que un trata­
miento serio de la realidad. Con todo, lo más im­
portante es que Marx y Engels, en su «examen de
conciencia filosófico», pusieron algunas bases positi­
vas del materialismo histórico, aunque fuese de modo
imperfecto.
1) Existen vínculos estrechos entre las fuerzas
productivas de que dispone una sociedad (y cuvo
testimonio es la productividad del trabajo) y la divi­
sión del trabajo, que determina las formas de las
relaciones sociales (un conjunto definido aún como
«sociedad civil», y después entre el funcionamiento
de esa «sociedad civil» y el movimiento de la histo­
ria política, con sus «acontecimientos»:
No sólo las relaciones entre una nación y otra,
sino también toda la estructura interna de cada
nación depende del grado de desarrollo de su pro­
ducción y de su intercambio interior y exterior.
Hasta dónde se han desarrollado las fuerzas pro­
ductivas de una nación lo indica del modo más
palpable el grado hasta el cual se ha desarrollado
en ella la división del trabajo. Toda nueva fuerza
productiva... trae como consecuencia un nuevo
desarrollo de la división del trabajo ... Las diferen­
tes fases de desarrollo de la división del trabajo
son otras tantas formas distintas de la propiedad,
o, dicho en otros términos, cada etapa de la di­
visión del trabajo determina también las relacio­
nes de los individuos entre sí, en lo tocante al
material, el instrumento y el producto del traba­
jo (págs. 20, 21).
Este vocabulario no es aún «marxista»: la «divi­
sión del trabajo», tan querida por los economistas
clásicos, desempeña un papel que los análisis poste­
riores van, a un tiempo, a precisar y a destruir. Pero
están ya presentes observaciones que demasiados
134
historiadores, incluso marxistas, olvidan a menudo:
no hay que confundir crecimiento de las fuerzas
productivas con «una simple extensión de fuerzas
productivas ya conocidas con anterioridad (como
ocurre, por ejemplo, con la roturación de tierras)»,
cuando la gran extensión de tierras sin cultivar
condiciona las formas primitivas de la propiedad.
Hacemos esta observación para prevenir sobre la
aplicación indebida de leyes económicas modernas
a sociedades en las que no podían regir: tengamos
presente que Marx y Engels, tan volcados hacia el
futuro y prestos a la acción inmediata, se refieren
con enorme frecuencia a los modos más primitivos
de la producción, y ello porque esos modos de pro­
ducción han ocupado, en el tiempo y en el espacio,
un lugar mayor que las formas económicas que les
obsesionan. Así se va delineando una ley fundamen­
tal: la correspondencia entre fuerzas productivas y
relaciones sociales de producción.
2) La relación entre estas realidades y las repre­
sentaciones que sobre ellas se hacen los hombres,
no va en el sentido representación⇒ realidad, sino
en el de realidad⇒ representación.

Los hombres son los productores de sus repre­


sentaciones, de sus ideas, etc., pero los hombres
reales y actuantes, tal y como se hallan condicio­
nados por un determinado desarrollo de sus fuer­
zas productivas y por el intercambio que a él co­
rresponde, hasta llegar a sus formaciones más
amplias... La moral, la religión, la metafísica y
cualquier otra ideología y las formas de concien­
cia que a ellas corresponden pierden así la apa­
riencia de su propia sustantividad. No tienen su
propia historia ni su propio desarrollo, sino que
los hombres que desarrollan su producción mate­
rial y su intercambio material cambian también,
al cambiar esta realidad, su pensamiento y los
productos de su pensamiento. No es la conciencia
la que determina la vida, sino la vida la que de­
termina la conciencia (pág. 26).
135
La lucha antiidealista de 1845 nos ofrece en este
punto una particular claridad. Hemos de tener pre­
sente, como lección para el historiador, la necesidad
(particularmente urgente hoy) de combatir toda his­
toria de las ideas, de las mentalidades o de las cien­
cias, fundamentada en coherencias o filiaciones ex­
clusivamente internas, formales, y no en la conexión
entre «producción de pensamientos» (de cualquier
orden que sean) y cambios en las relaciones de la
vida social y material. Continuamente aparece, en la
práctica historiográfica, y sobre todo filosófica, la
amenaza de un tratamiento autónomo de los hechos
culturales: bajo apariencias, a veces, de gran nove­
dad, se trata de un retorno a los métodos tradicio­
nales.
3) Menos claro tal vez, pero perfectamente presen­
te en La Ideología Alemana, está el tema de la con­
tradicción entre relaciones de producción y fuerzas
productivas, con sus consecuencias revolucionarias:
En el desarrollo de las fuerzas productivas se
llega a una fase en la que surgen fuerzas producti­
vas y medios de intercambio que, bajo las rela­
ciones existentes, sólo pueden ser fuente de males,
que no son ya tales fuerzas de producción, sino
más bien fuerzas de destrucción (maquinaria y di­
nero); y, lo que se halla íntimamente relacionado
con ello, surge una clase condenada a soportar
todos los inconvenientes de la sociedad sin gozar
de sus ventajas, que se ve expulsada de la socie­
dad y obligada a colocarse en la más resuelta
contraposición a todas las demás clases (pág. 81).
Es la «conciencia comunista» naciente lo que,
para Marx y Engels, revela en el presente una con­
tradicción embrionaria y preanuncia (muy precoz­
mente) un porvenfr. Pero la repetición histórica de
esas transiciones revolucionarias muestra que, no
menos que del porvenir, se trata aquí del pasado:

Las condiciones en que pueden emplearse de­


terminadas fuerzas de producción son las condi­
ciones de la dominación de una determinada cla-
136
se de la sociedad, cuyo poder social, emanado de
su riqueza, encuentra su expresión idealista-prác­
tica en la forma de Estado imperante en cada
caso, razón por la cual toda lucha revolucionaria
está necesariamente dirigida contra una clase, la
que hasta ahora domina (pág. 81).
'
4) Curiosamente, Marx y Engels observan que la
historia tradicional. y sobre todo los economistas,
admiten sin dificultad que los niveles de desarrollo
material desigual dominan las relaciones y determi­
nan las luchas entre las «naciones». Y, en efecto,
muy a menudo la ideología, aun ocultando sistemá­
ticamente las realidades internas, justifica con con­
sideraciones sobre las «superioridades» materiales e
intelectuales entre grupos las conquistas y empresas
coloniales:

Las relaciones entre unas naciones y otras de­


penden de la extensión en que cada una de ellas
haya desarrollado sus fuerzas productivas, la divi­
sión del trabajo y el intercambio interior. Es éste
un hecho generalmente reconocido (pág. 20).

La Ideología Alemana llega a sugerir, a propósi­


to de Alemania y de su atormentada «conciencia na­
cional», que la contradicción entre relaciones y fuer­
zas de producción se produce, o mejor se manifies­
ta «no en el seno de esta órbita nacional, sino entre
esta conciencia nacional y la práctica de otras nacio­
nes» (pág. 33). Los problemas actuales del subdesa­
rrollo justifican, en ciertos aspectos, esta intuición
precoz.
5) Sin embargo, aunque la innovación marxista
no olvida, como se ha visto, la división del mundo
en grupos organizados (en «estados», mientras el
concepto «nación» sigue siendo problemático), su
característica esencial consiste en sustituir la clásica
oposición entre interés «individual» e interés «colec-
137
tivo» por la oposición entre intereses de las clases
que detentan el poder e intereses de las clases su­
balternas:

De donde se desprende que todas las luchas


que se libran dentro del Estado, la lucha entre la
democracia, la aristocracia y la monarquía, la lu­
cha por el derecho de sufragio, etc., no son sino
las formas ilusorias bajo las que se ventilan las
luchas reales entre las diversas clases... Y se des­
prende, asimismo, que toda clase que aspire a im­
plantar su dominación, aunque ésta, como ocu­
rre en el caso del proletariado, condicione en ab­
soluto la abolición de toda la forma de la socie­
dad anterior y de toda dominación en general,
tiene que empezar conquistando el poder políti­
co, para poder presentar su interés como el inte­
rés general, cosa a que en el primer momento se
ve obligada (pág. 35).

El historiador está advertido: bajo lo ilusorio


debe buscar lo real; bajo lo político, lo social; bajo
el interés general, el interés de clase; bajo las for­
mas del estado, las estructuras de la sociedad civil:

Esta sociedad civil es el verdadero hogar y es­


cenario de toda la historia y cuán absurda resul­
ta la concepdón histórica anterior que, haciendo
caso omiso de las relaciones reales, sólo mira, con
su limitación, a las acciones resonantes de los je­
fes y del Estado (pág. 38).

Aquí, Marx y Engels deforman con trazos carica­


turescos, por exigencias de su polémica (lo mismo
harán, a su vez, otros historiadores: piénsese en Si­
miand, en Bloch, en Febvre), las características de la
historiografía existente: en realidad, no han falta­
do nunca intentos parciales de iluminar los bastido­
res del gran teatro de la historia; pero mientras la
economía, la moneda, las leyes, las lenguas se consi­
deraban cuestiones reservadas a los especialistas, se
reservaba el título de historiadores a los rectores y
a los filósofos oficiales. Después de Marx, en la se-
138
gunda mitad del siglo XIX, la historia positivista y
erudita multiplicará aún los campos «especializa­
dos», y entre ellos la historia política, desviada hacia
la anécdota y siempre separada de los fenómenos
sociales, mientras en los manuales las imágenes de
los «grandes acontecimientos» y los juicios morales
sustituirán a la historiografía cortesana. Esto ocu­
rrirá, en este caso, como una reacción a Marx, semi­
consciente y casi inexpresada, porque el silencio fa­
vorecía, más que las tentativas de refutación, la lu­
cha contra una historia que llevaba a conclusiones
revolucionarias. Tan cierto es eso, que en nuestro si­
glo el redescubrimiento de una historia que supera
«el acontecimiento» y busca «las relaciones reales»
ha podido hacerse sin referencia a Marx, y por eso
mismo, a pesar de sus méritos, con una notable in­
suficiencia teórica y una excesiva ilusión de nove­
dad. Lo que no ha impedido que se hayan advertido
sus peligros y que esa «nueva» historia haya susci­
tado la ofensiva espontánea del estructuralismo ahis­
tórico y de una sociología antihistórica. Un episo­
dio que podría estar ilustrado por esta frase de
La Ideologia Alemana: «Casi toda la ideología se re­
duce o a una concepción falseada de la historia o :'l
una abstracción absoluta de ésta. La ideología mis­
ma no es más que uno de los aspectos de esa his­
toria.»
6) Esa marginación (o ese sepultamiento baJo
teorías conservadoras) de toda ciencia humana re­
volucionaria es históricamente significativo:

Las ideas de la clase dominante son las ideas


dominantes en cada época; o, dicho en otros tér­
minos, la clase que ejerce el poder material do­
minante en la sociedad es, al mismo tiempo, su
poder espiritual dominante. La clase que tiene a su
disposición los medios para la producción material
dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios
para la producción espiritual, lo que hace que se Je
sometan, al propio tiempo, por término medio, las
ideas de quienes carecen de los medios necesa­
rios para producir espiritualmente. Las ideas do-
139
minantes no son otra cosa que la expresión ideal
de las relaciones materiales dominantes, las
mismas relaciones materiales dominantes conce­
bidas como ideas; por tanto, las relaciones que
hacen de una determinada clase la clase domi­
nante son también las que confieren el papel do­
minante a sus ideas (pág. 51).

Se trata de otro gran problema: ¿debe (¿y pue­


de?) el historiador pensar una sociedad de otros
tiempos según criterios actuales, que son, a su vez,
productos sociales, productos históricos? Incurriría
así en anacronismo, un pecado capital según Lucien
Febvre, que lo combatió a propósito de unos estu­
dios sobre Rabelais. Pero ¿de qué sirve definir una
«sociedad estamental» como una sociedad en la que
el hombre común reconoce una jerarquía de «esta­
mentos», o decir que un vasallo estaba ligado a su
soberano por el concepto de «fidelidad»?

Si en la concepción del proceso histórico, se


separan las ideas de la clase dominante de esta
clase misma; si se las convierte en algo aparte
e independiente; si nos limitamos a afirmar que
en una época han dominado tales o cuales ideas,
sin preocuparnos ni en lo mínimo de las condi­
ciones de producción ni de los productores de
estas ideas; si, por tanto, damos de lado a los
individuos y a las situaciones universales que sir­
ven de base a las ideas, podemos afirmar, por
ejemplo, que en la época en que dominó la aris­
tocracia imperaron las ideas del honor, la leal­
tad, etc., mientras que la dominación de la bur­
guesía representó el imperio de las ideas de la
libertad, la igualdad, etc... Mientras que en la
vida vulgar y corriente todo shopkeeper (tende­
ro) sabe perfectamente distinguir entre lo que
alguien dice ser y lo que realmente es, nuestra
historiografía no ha logrado todavía penetrar en
un conocimiento tan trivial como éste. Cree a cada
época por su palabra, por lo que ella dice acerca
de sí misma y lo que se figura ser (págs. 52, 55).
140
Puede plantearse la siguiente objeción: ¿no con­
siste el oficio del historiador justamente en redes­
cubrir el espíritu de los hombres de otra época, «re­
sucitándolos» en su vida y en su pensar colectivo?
Cierto, esta «historia-resurrección» ha obtenido éxi­
tos, y asegurado notables satisfacciones a la inteli­
gencia. Pero ésa no es la historia-ciencia, ciencia de
la sociedad, destinada a observar su desarrollo y a
desmontar sus mecanismos. Este tipo de conocimien­
to no puede contentarse con evocaciones y recons­
trucciones, sino que exige un análisis coherente, en
el que todos los factores interdependientes deben fi­
gurar. Decir que la historia está «hecha» de «ideas»
o de «psicología» no es menos tautológico y absur­
do que definir como psicológico un fenómeno eco­
nómico; cierto que toda estadística global expresa
«decisiones individuales», «psicológicas», pero en el
curso de un proceso inflacionario la «propensión a
consumir» no llevará a un peón de la construcción
a instalarse en un hotel de lujo. El mismo psicoaná­
lisis, a pesar de sus premisas materialistas, no ofre­
ce una base suficientemente sólida para el análisis
histórico: puede iluminar formas, explicar en algu­
nos casos reacciones humanas, pero no aclara a fon­
do los hechos sociales que justifican esas formas y
reacciones. A casi siglo y medio de los planteamien­
tos de La 1 deología Alemana, cabe preguntarse qué
porcentaje de la literatura histórica está libre aun
hoy de las ingenuidades en el tratamiento de las
fuentes que criticaba aquella obra.
7) Querría subrayar aún un punto a propósito de
las clases, sobre el que ese libro proporciona indi­
caciones que todavía son útiles al historiador, al so­
ciólogo y al estudioso de nuestras sociedades. A me­
nudo se ha acusado a la obra de Marx de falta de
claridad en cuanto a la noción de «clase», sea por
no haberse concluido, en El Capital, las páginas que
habían debido ocuparse de ello, sea por el esque­
matismo excesivo de las contradicciones atribuidas
141
al capitalismo (burguesía, proletariado), sea, al con­
trario, por la utilización, en los análisis históricos
(sobre Alemania, sobre Inglaterra, sobre Francia),
de un vocabulario complicado y mal definido (pro­
pietarios, industriales, pequeños burgueses, campe­
sinos, etc.).
He observado (aunque la demostración exigiría
un grueso volumen) que el juego entre sencillez y
complejidad en el sistema de clases depende en no­
table medida (no en Marx, sino en la realidad) del
estadio alcanzado por el modo de producción ana­
lizado, de modo que las divisiones simples (triparti­
ción feudal, bipartición capitalista) caracterizan los
momentos de apogeo en las formaciones sociales que
están próximas al modelo, mientras que los sist�­
mas se complican, o dan la ilusión de complicarse,
en los momentos de transición, en los que se en­
tremezclan desarrollo y subdesarrollo, desestructu­
raciones y nuevas estructuraciones. Por lo demás,
no es difícil distinguir, en las clases más coheren­
tes, competencias entre categorías, grupos ligados
de forma desigual a determinadas características de
la producción, tanto si se trata de divisiones secun­
darias en el seno de las clases dominantes (indus­
triales-agricultores, importadores-exportadores, pres­
tamistas-deudores) como de «contradicciones en el
seno del pueblo». Se ha hecho clásica la diferencia
entre contradicción y antinomia, a este respecto. En
fin, en la manifestación de la lucha de clases apa­
rece un problema particular, en razón del juego
complejo de los movimientos intelectuales, de las
pretensiones de las clases sacerdotales y de su equi­
valente actual, el «tercer poder».
Ahora bien, precisamente en La Ideología Alema­
na existen algunos párrafos especialmente revelado­
res de los lazos, que se afirman o desaparecen si­
guiendo las vicisitudes mudables de la lucha de cla­
ses, entre las categorías de una misma clase o los
miembros «activos» de una clase dominante y sus
142
«intelectuales»: apenas un peligro revolucionario
pone en discusión el poder de la clase, la aparente
complejidad cede el paso rápidamente a la simplifi­
cación.
La división del trabajo, con que nos encontrá­
bamos ya más arriba como una d.:! las potencias
fundamentales de la historia anterior, se mani­
fiesta también en el seno de la clase dominante
como división del trabajo físico e intelectual, de
tal modo que una parte de esta clase se revela
como la que da sus pensadores (los ideólogos con­
ceptivos activos de dicha clase, que hacen del
crear la ilusión de esta clase acerca de sí misma
su rama de alimentación fundamental), mientras
que los demás adoptan ante estas ideas e ilusio­
nes una actitud más bien pasiva y receptiva, va
que son en r-�alidad los miembros activos de esta
clase y disponen de poco tiempo para formar-,e
ilusiones e ideas acerca de sí mismos. Puede in­
cluso ocurrir que, en el seno de esta clase, el des­
doblamiento a que nos referimos llegue a desarro­
llarse en términos de cierta hostilidad y de cierto
encono entre ambas partes, pero esta hostilidad
desaparece por sí misma tan pronto como surge
cualquier colisión práctica susceptible de poner en
peligro a la clase misma, ocasión en que desapa­
rece, asimismo, la apariencia de que las ideas do­
minantes no son las de la clase dominante, sino
que están dotadas de un poder propio, distinto de
esta clase (pág. 51).

Es un párrafo en el que debería inspirarse todo


estudioso de la historia, cuando se encuentre ante
un conflicto sostenido por los «intelectuales» en un
momento particular de la lucha social: ¿a qué clase
pertenecen esos intelectuales?, ¿qué clase pone en
cuestión la ideología que ellos sostienen?, ¿cómo
reacciona esa clase? En nuestro tiempo, en que pa­
labras como «burguesía», «proletario», «poder», «de­
mocracia», «burocracia», «ideología», se emplean de
manera tan impropia e imprudente (por no decir
tortuosa), estas preguntas pueden servir para distin­
guir (o guardarse de confundir) los conflictos apa-
143
rentes de los conflictos reales, las clases instaladas
en el poder desde tiempo atrás de las recién llega­
das, los aparatos ideológicos tradicionales, seudorre­
volucionarios, contrarrevolucionarios. La tarea del
político no es distinta de la del historiador, en este
caso, con la diferencia de que el historiador, que
conoce los antecedentes inmediatos de la lucha, está
mejor iluminado en su análisis. Pero precisamente
por eso, la política llegará a ser una ciencia sólo
cuando lo sea la historia.
Cierto que La Ideología Alemana no es un libro
de historia; pero es con seguridad una obra de his­
toriadores: en primer lugar por los principios que
hemos extraído del texto, más explícitos, menos ex­
puestos a la exégesis imprudente que algunas formu­
laciones ulteriores, sintetizadas, seductoras por su
concisión; también por algunas ideas parcialmente
desarrolladas, que en cambio van a estar mejor tra­
tadas en obras posteriores, pero en las que se deli­
nea ya el dominio en la exposición, aunque con gra­
dos de información diversos. Conocemos las lectu­
ras de Marx contemporáneas a La Ideología Alema­
na lo suficiente nara poder medir el progreso que
estaba realizando en el conocimiento del pasado de
las técnicas, de las economías, de la historia social.
Resulta de ello que si su visión sociológica, en au­
sencia del concepto central del «modo de produc­
ción», nos aparece algo vacilante e insuficientemen­
te fundamentada, por el uso de términos generales
como «división del trabajo», «relaciones ciudad-cam­
po», «sucesión de los diversos tipos de propiedad»,
no pocos episodios decisivos de la historia de Euro­
pa están captados y caracterizados con extraordina­
ria eficacia: la impotencia de las revueltas medie­
vales; el nacimiento de la manufactura; el papel
del vagabundeo en los orígenes de la Edad Moder­
na; la aparición en el gran comercio de una burgue­
sía «grande» respecto a los industriales manufac­
tureros y a los artesanos, pero «pequeña» respecto
a la empresa industrial contemporánea; el doble
carácter del capitalismo: nacional y proteccionista,
144
mundial y librecambista, según los momentos; sin
olvidar la observación tan sugestiva sobre el destino
de Estados Unidos, un mundo capitafüta sin reli­
quias de otros tiempos, libre ante los libres espa­
cios. Esta capacidad para captar las proporciones,
los hechos decisivos y sobre todo la ausencia de so­
breentendidos incluso cuando la información ofrece
lagunas, revelan la genialidad de Marx y F.ngel.s ante
la materia histórica, cuando aún acaban de descu­
brirla y cuando aún acaban de descubrirse a sí mis­
mos.
No es menos instructivo descubrirles ya entonces
como historiadores críticos, dedicados a aplicar una
minuciosa confrontación de textos a los plagios de
Karl Grün (págs 630 y siguientes), o a poner en ri­
dículo las «geschichtliche Reflexionen» de Max Stir­
ner (págs. 213 y siguientes), que tienen por añadidu­
ra el defecto de no ser «históricas», en su intento de
encontrar una correspondencia entre edades y razas
(infancia-juventud-madurez = negros-mongoles-cauca­
sianos), o bien a satirizar la identificación, por par­
te de «San Max», del dogmatismo de Robespierre y
el dogmatismo papal (pág. 204). Es lícito preguntar­
se si todo ello merecía realmente sus críticas (y por
lo demás, la obra fue abandonada a la «corrosiva crí­
tica de las ratas»), pero es evidente en cualquier caso
que esa reacción en nombre de la historia contra de­
terminados absurdos nos revela una actitud de sen­
sibilidad hacia las necesidades de la época. La super­
producción intelectual, seudocientífica y seudorrevo­
lucionaria de la Alemania de 1840 muestra ciertas
afinidades con determinada publicística de nuestros
días: ¿quién hará el examen de conciencia de nues­
tra «ideologia», de todos nuestros pecados contra la
historia?

145
4. « Una clave que explique la dirección
de los acontecimientos»
Marx y Engels darán un nuevo paso en 1847. No
tanto en la Miseria de la filosofía, donde la crítica
inicial de las robinsonadas antihistóricas cede rápi-
damente el paso a las controversias lógicas, y donde
ocurre que formulaciones demasiado esquemáticas
dan pie a fáciles condenas o a citas poco felices de
algunos llamados marxistas: «El molino de viento
supone la sociedad del señor feudal, y el molino de
vapor la sociedad del capitalista industrial» (5). En
realidad, toda la obra de Marx contradice este esque­ •.
matismo, explicable sólo en el contexto de la répli-
ca a Proudhon, que invertía la relación entre catego­
rías económicas y realidad. Ello no obstante, la
Miseria de la filosofía ofrece al historiador varios
análisis modelo (maquinismo, huelgas consideradas
como producto y factor de la historia al mismo tiem­
po).
Pero ese mismo año, el Manifiesto del Partido Co­
munista surge como una explosión innovadora, has­
ta tal punto la literatura histórica universal, por
las dificultades que analizará Fustel de Coulanges,
está falta de auténticas síntesis, de panorámicas ge­
nerales capaces de mostrar los caracteres origina­
les de la historia. Siempre he sospechado que la
afirmación de Raymond Aron: «La investigación de
las causas en la historia tiene el sentido, más que
de delinear a grandes rasgos el panorama de la his­
toria, de restituir al pasado la incertidumbre del
porvenir», proviene de cierto temor por la historia
que se atribuye a la burguesía en el Manifiesto. ¡Qu,!
un panorama tan espléndido de los triunfos histó­
ricos de la burguesía anuncie también su declive, era
ciertamente un presagio de mal agüero que había
que exorcizar! La historia positivista se dedicó a

(5) K. MARX, Miseria de la filosofía, México 1966, p. 359.


146
esta tarea, esforzándose por encasillar a Marx en la
«filosofía de la historia» y por reducir las «previsio­
nes» del Manifiesto al rango de profecías incumpli­
das. En realidad, si en la frase con la que se abre el
Manifiesto: «Un fantasma recorre Europa, el fantas­
ma del comunismo», sustituimos «Europa» por «el
mundo», podremos calibrar toda su actualidad.
Permítaseme un recuerdo personal: en un campo
de prisioneros para oficiales en Alemania, en 1943,
me permití el lujo (no demasiado peligroso, en rea­
lidad, debido a la ignorancia de nuestros centine­
las) de leer el Manifiesto ante un auditorio numero­
so, silencioso y tenso. Un viejo amigo mío, histo­
riador de valía y gran profesor de historia, excla­
mó: «¡Qué texto! Siempre me parece conocerlo de
memoria, y siempre me sorprende al releerlo.» En
efecto, ese bosquejo de historia universal desde el
crepúsculo de la Edad Media hasta nuestros días
(que no es, quede claro, una «descripción» del mun­
do, sino un examen de los «sectores» y de los «facto­
res» que lo han transformado) está hoy confirmado
y asimilado (y también diluido y aseptizado) a tra­
vés de la información común, hasta el punto de que
su contenido puede parecer banal y la exposición
sólo brillante, y que puede llevar al lector a despre­
ciar la sustancia («son cosas sabidas desde hace mu­
cho») y a reducir su alcance revolucionario a las cua­
lidades formales. Pero ¿ quién podía escribir histo­
ria de ese modo en 1847? Como ha hecho notar, a
propósito de otra cosa, Althusser, Marx es tan nue­
vo para su tiempo, que se tarda en comprenderlo.
El Manifiesto sólo se difundirá a partir de 1870. Evi­
dentemente no había surgido de la nada: estaban
Adam Smith, los historiadores franceses del Ter­
cer estado y aquella extraña conjunción de curiosi­
dades que hizo nacer, a mediados del siglo XIX, la
historia económica alemana; pero Smith se había
convertido en una referencia convencional para los
economistas y la historia económica alemana había
de acabar en un empirismo erudito. El Manifiesto
147
sigue siendo, en cambio, la primera obra maestra de
historia-síntesis, de historia-explicación.
No es mi tarea, aquí, tratar del Manifiesto como
instrumento revolucionario; quisiera, en cambio, re­
ferirme brevemente al valor de su tercera parte, a
menudo olvidada, y que es una auténtica lección de
método de gran valor. Bajo el mismo vocablo, «so­
cialismo», se trata de entender qué cosa se propo­
nen las diferentes clases: el «socialismo feudal», el
«socialismo clerical» de las clases desposeídas poco
tiempo antes por la burguesía; el «socialismo pe­
queño-burgués» de las clases amenazadas por ella;
el «socialismo conservador o burgués» concebido
como un dique contrarrevolucionario; las distintas
formas de «socialismo crítico-utópico», capaces de
seducir a algunos sectores del proletariado, pero des­
tinadas a caer rápidamente en un sectarismo impo­
tente. He aquí la desmitificación de una palabra a
través de un análisis de clase, en la particular co­
yuntura de una época: es el trabajo de un historia­
dor, que será retomado y conscientemente calcado
en 1904, en cuanto al término «nacionalismo», por d
joven Stalin, que a su vez conseguirá redactar un
texto esencial no sólo para la literatura marxista, si­
no para la historiografía.
Justamente a causa de la importancia metodológi­
ca de fragmentos mucho menos citados que otro,;,
me he lamentado de la costumbre generalizada de
considerar como «obras históricas» de Marx y En­
gels, además, naturalmente, de La guerra de los
campesinos, nada más que Revolución y contrarre­
volución en Alemania, Las luchas de clases en Fran­
cia, El 18 Brumario de Luis Bonaparte y La guerr.z
civil en Francia. Mis lamentos son bastante relativos,
porque las citadas son evidentemente grandes obras
históricas; pero temo que si son reconocidas como
tales, es sólo porque se parecen más que otros tra­
bajos de Marx y Engels a la historia tradicional, he­
cha de partidos, hombres políticos, elecciones, levan­
tamientos, represiones, etc. Y como desde hace al­
gunos lustros es moda corriente el salpicar sobre
148
todo ello la salsa económico-social (crisis económicas,
estructuras de la sociedad, «burguesía», «proletaria­
do», luchas obreras), es preciso recordar (como res­
pecto al Manifiesto) que no es que Marx escribiese
como nosotros, sino que nosotros quisiéramos escri­
bir como él. Pensar como él ya es más difícil.
En las así llamadas «obras históricas» que hemos
mencionado (y también en La guerra de los campe­
sinos) se habla siempre de revoluciones fallidas. Y el
primer consejo que Marx y Engels dan a los histo­
riadores y a los políticos (sobre todo a los polític.Js
derrotados) en relación con los resultados negati­
vos de tales acontecimientos, es el no tomar como
chivo expiatorio al señor X o al ciudadano Y (y hoy
deberíamos añadir al camarada Z), porque si «el pue­
blo» (las comillas son de Engels) ha sido «engañado»
o «traicionado», sigue siendo necesario explicar por
qué ha podido ocurrir eso. No ofrecen una respuesta
más clarificadora los errores colectivos (de un par­
tido, de los campesinos, de los pequeños burgueses,
etc.). Debe reconstruirse la situación histórica ente­
ra. Y en seguida, otro peligro amenaza: el mecanicis­
mo, el fatalismo de las «condiciones», que elimina
toda responsabilidad y acaba por legitimar cualquier
acontecimiento por el mero hecho de que se ha pro­
ducido.
¿Cómo distinguir entonces (entre los «por culpa
de ... » y los «no podía ser de otra manera») las con­
diciones necesarias y suficientes, los juicios y los
actos que han captado, valorado y utilizado los acon­
tecimientos, orientándolos o dejándolos discurrir?
La consideración histórica global es mucho má:;;
compleja que los datos objetivos de la estrategia
militar, y presentar las decisiones políticas como un
libre cálculo de la teoría de los juegos no pasa de
una caricatura: los grupos y los individuos son en
sí mismos portadores de decisiones particulares, y
en casi toda la historia han actuado de una forma
instintiva y empírica. El historiador, al juzgar a pos­
teriori, confronta los resultados de las decisiones
con las condiciones que esas decisiones habrían de-
149
bido tener en cuenta. Según Raymond Aron, el his­
toriador ha de situarse de nuevo voluntariamente en
la incertidumbre; según Marx, debe intentar redu­
cirla por medio del razonamiento y la información.
La definición de Aron se adapta a los historiadores
clásicos, de Tucídides en adelante; la innovación de
Marx y Engels tiene como fin: 1) disipar las ilusio­
nes sobre la libertad de las decisiones individua­
les, que no están ciertamente «determinadas», pero
sí profundamente influidas por la pertenencia a una
clase y por las posiciones que esa clase asume;
2) valorar el alcance y precisar el tipo de informa­
ción que casi siempre falta al político; 3) distinguir
entre la apariencia de los problemas planteados (me­
didas económicas, tipos de poder, argumentos mo­
rales) y la realidad, constituida por la lucha de cla­
ses.
Así pues, el primer trabajo consiste en examinar
en conjunto («Zusammensetzung») las clases socia­
les interesadas: nada de «estratificaciones», sino aná­
lisis de los intereses, las aspiraciones, las capacida­
des recíprocas. El segundo trabajo es situar los pro­
blemas en el tiempo y en el espacio: hoy lo llama•
mos análisis de la estructura y análisis de la co­
yuntura, pero tales términos no introducen nada que
no estuviese ya en el método de Marx. El cuadro así
equilibrado entre análisis de las condiciones mate•
riales y observaciones de carácter psicológico que
inicia Las luchas de clases en Francia concluye con
la evocación rápida de dos acontecimientos econó­
micos mundiales: 1) la crisis de alimentos (hoy di­
ríamos «crisis de tipo antiguo»): enfermedad de la
patata, malas cosechas, carestía, levantamientos
campesinos, 2) la crisis general del comercio y la in­
dustria, una crisis capitalista cuya naturaleza y perio­
dicidad estaban ya indicadas en el Manifiesto.
Se olvida a menudo, sin embargo, relacionar esta
indicación coyuntural con la veintena de páginas pu­
blicadas en los mismos cuadernos de la Neue Rhei-
150
nische Zeitung en 1850. (Reseña. De mayo a octu­
bre) (6), en las que se examina, sobre la base de
una documentación impresionante, el ciclo (más que
la crisis) de dimensiones mundiales: se estudia el
retorno a la prosperidad y se indica que anulará
momentáneamente las condiciones revolucionarias,
con una sola certeza: «una nueva revolución no es
posible si no es como consecuencia de una nueva
crisis: pero la una es tan segura como la otra» (pá­
gina 356). En efecto, Marx, cuando tiene necesidad,
como en Las luchas de clases en Francia, de anali­
zar el factor coyuntural de una crisis política, lo
hace con discreción, muy consciente de la pesadez
de las cifras y del débil eco que tienen los nombres
demasiado lejanos; pero su documentación es siem­
pre muy superior a la expresión condensada que juz­
ga oportuno mantener en su trabajo. Conviene pen­
sar cuántas veces, en la actual «politologíall>, podemos
fácilmente intuir la superficialidad de las alusiones
a la economía, mientras las revistas económicas acu­
mulan tablas de números y curvas, a veces como si
la economía fuese puro mecanismo, a veces como si
sólo fuesen determinantes las políticas económicas
y no las fuerzas sociales que las inspiran.
Vale la pena detenernos también en algunas par­
ticularidades de composición en las llamadas «obras
históricas» de Marx y Engels. Los historiadores de
hoy que juzgan necesario investigar (cuando no ha­
blan incluso de descubrir) la estructura de una so­
ciedad, la coyuntura de una época y los aconteci­
mientos de un cierto período, tienden a menudo a
exponer sucesivamente estos tres aspectos de la his­
toria global, separándolos en partes distintas. El
procedimiento es lógico y legítimo. Pero también es
peligroso por cuanto, al analizar los acontecimientos,
se corre el riesgo de reflejar imperfectamente lo que
los relaciona con las estructuras y las coyunturas.
Marx y Engels evitan el peligro de este plan rígido,

(6) Cf. K. MARX, Revoluzione e rea:r,ione in Francia. 1848-1850,


a cargo de L. Perini, pp, 329-356.
pedagógico, convencional: para ellos, lo que impor­
ta es la fuerza de las interrelaciones. Por tanto, la
exposición de los acontecimientos puede preceder a
veces, y a veces ir detrás de su explicación; en oca­
siones, el acontecimiento puede llevar a insistir so­
bre la coyuntura más que sobre la estructura, o bien
al contrario. De ese modo, como ha observado
Schumpeter, la historia de Marx ni separa ni mezcla
el momento económico, el social, el político y el puro
acontecer, sino que los combina todos. Más aún,
esta «historia razonada», por el brotar espontáneo de
los razonamientos, por la viveza y la ironía del re­
lato, es una historia viva.
Pero es también una historia militante. Y al mis­
mo tiempo, directamente o por alusiones, es una
historia de actualidad. Por ese motivo se sitúa en las
antípodas de la historia positivista, que pretende
ser objetiva y exige una distanciación temporal, para
después reducir la historia a mera curiosidad hacia
el pasado, deliberadamente «in-significante». Todo
relato de acontecimientos, todo análisis de causas,
por sus inevitables opciones, recubre una ideología,
poco nociva cuando se declara abiertamente, peligro­
sa cuando está oculta. Y en lo que respecta a los
acontecimientos contemporáneos, no hay razón pam
que la historia descuide su análisis, cuando pululan
tantas «politologías» y «sociologías». Pero me permi­
to repetir que en la historia contemporánea es des­
honesto proclamarse objetivo cuando se ha tomado
partido, y es tonto creerse objetivo si se es partida­
rio (¿y quién no lo es?). Tanto Marx y Engels como
sus grandes discípulos declaran abiertamente su op­
ción política y pretenden servirla con sus obras; pero
están convencidos de que el modo mejor de alcan­
zar ese objetivo es un análisis correcto, capaz de ha­
cer lo bastante inteligibles los acontecimientos, si
no una ciencia de la materia histórica, de la que
han sentado los principios, y no obviamente un apa­
rato operativo apto para cualquier uso.
No será superfluo reflexionar brevemente sobre
el problema del modelo marxista propuesto a los es-
152
tudiosos de la historia, porque muchos marxistas
tienden a reducir ese modelo a El 18 Brumario, y los
a ntimarxistas muestran abierto desprecio precisa­
mente hacia ese género de escritos, calificados en
el mejor de los casos de «periodísticos». En reali­
dad, se trata precisamente de periodismo, en el me­
jor sentido del término. Y eso comporta sin duda al•
gunos límites, que el mismo Engels es el primero
e n advertir:

Si en ese caso, tratamos de demostrar a los


lectores de la Tribune las causas que exigiendo ia
revolución germánica de 1848, condujeron casi ine­
vitablemente a la momentánea represión de 1849
y 1850, no esperaremos hacer una historia complo
ta de los sucesos que ocurrieron en el citado país.
Hechos posteriores y el juicio dP, las generaciones
venideras decidirán qué porción de aquella masa
confusa de circunstancias accidentales y de hechos
inconexos e incongruentes había de formar par­
te de la historia del mundo. El momento para tal
definición no ha llegado todavía; debemos confi­
narnos en los límites de lo posible y contentarnos
si podemos encontrar causas racionales, basadas
sobre hechos indubitados, explicar los aconteci­
mientos de mayor importancia, las principales vir­
tudes de aquel movimiento, y hallar un norte que
nos sirva para calcular la dirección que la pró­
xima y quizá no muy lejana explosión imprimirá
al pueblo alemán (7).

La modestia de estas palabras es comparable a la


precisión del vocabulario. Engels postula uná racio­
nalidad de la historia, que es susceptible de ser pe­
netrada de inmediato, por mentes particularmente
agudas, aunque sea dentro de ciertos límites im­
puestos por una información obligadamente suma­
ria, por un tiempo de reflexión relativamente breve
y por una distanciación temporal insuficiente, no
ya para llegar a la «objetividad», sino para poder con-

(7) K. MARX, Revolución y contrarrevolución, México 1967,


p. 19.
153
siderar las consecuencias de los hechos estudiadoc;.
No me parece que Marx y Engels hayan confundido
nunca la historia con el análisis político de la actua­
lidad. Han leído muchos libros de historia, y mu­
chas obras de economía, como críticos severos, ca­
paces de refutar y de condenar, pero también de asi­
milar. Basta ver cómo Marx distingue en Guizot al
historiador clarividente del libelista faccioso (8). Por
otra parte, nunca encontramos, en Marx y Engels,
una condena del oficio de historiador, entendido
como trabajo necesario para la información, ni de
la reflexión sobre cualquier momento del pasado,
con tal que sea inteligente: quizá no es superfluo su­
brayarlo hoy ante estudiantes o militantes políticos
inclinados a despreciar la erudición histórica, sobre
todo cuando no se concentra en acontecimientos re­
volucionarios o en lo inmediato. En efecto, toda la
historia (y en primer lugar la de las clases domi,
nantes) puede y debe permitir una valoración de
las apuestas fundamentales que se juegan en la lu•
cha política.
Las así llamadas «obras históricas» han de resi­
tuarse, pues, en los límites que les asignaron los
mismos Marx y Engels dadas las circunstancias de
su redacción. Riazanov ha recordado, al prologar
El 18 Brumario, que la petición de Weydemeyer
que dio origen a ese escrito llegó a Marx por med!tJ
de una carta de Engels el 16 de diciembre de 1851,
y exigía el artículo para esa misma semana; Marx,
el 19, anunciaba a Weydemeyer un retraso hasta d
23; pero cayó gravemente enfermo y no envió la pri­
mera parte del texto «hasta» el 1 de enero de 1852, y
el resto «solamente el 13 de febrero», escribe Ria­
zanov. Nos admiran el «hasta» y el «solamente», te­
niendo en cuenta que Marx estaba entonces en la
miseria más negra, con la familia en la desesperación
y casi todas sus pertenencias en las casas de empe-

(8) Cf. K. MARX, Recensione a F. Guizot, "Pourquoi la révolu­


tion d'Angleterre a-t-el/e réussi?", en MARX, Revc,/uzione e rea:¡;io.-:e
in Francia cit., pp. 321-328.
154
ños. Lo que sorprende es la concepción de un tra­
bajo como El 18 Brumario en tales condiciones.
Engels había previsto sólo un artículo hábil, «diplo­
mático», pero que podía dar lugar a comentarios si
lo redactaba Marx, al cual había comunicado en
términos brillantes, el 3 y el 11 de diciembre, suc;
impresiones sobre el golpe de estado. Así Marx, for­
zado por su primer envío a Weydemeyer, parafraseó
el texto de Engels, redactado en términos inmedia­
tos y familiares, poniendo en él su propio genio li­
terario; por ejemplo, el famoso exordio, con el retor­
no de las tragedias históricas «como farsa», o la fra­
se: «Los hombres hacen su propia historia, pero no
la hacen de modo arbitrario», etc., han sido citados
muchas veces, recordados, imitados. Liebknecht llegó
a evocar, a este respecto, ¡a Tácito, Juvenal y Dan­
te! Pero ¿es éste el Marx historiador? El mismo Marx
nos dice que no: no ha querido (como casi consi­
guió hacer Víctor Hugo) inmortalizar a Bonaparte
con insultos, sino mostrar cómo las luchas de cla­
ses (o, concretamente, el miedo de las clases altas,
la estupidez de lac; clases medias) han podido inves­
tir en el papel de héroes a personajes mediocres, si
no grotescos. Es una historia que nuestro siglo ha
confirmado con los Mussolini, los Hitler, los Franco.
La historia de una revolución fallida no es «la histo­
ria de un crimen» Todo eso nos obliga, frente a las
obras de Marx, a evitar el pastiche (no se imita lo
inimitable y no puede escribirse en El 18 Bruma­
ria a propósito de no importa qué acontecimiento),
a buscar decididamente, tras el estilo brillante de
las fórmulas, la seriedad de todos los análisis que
constituyen su esqueleto, teniendo presente que sólo
el conjunto de los trabajos de Marx y Engels sobre
cinco años de revolución vivida y meditada (de 1847
a 1852) es su auténtica historia, y finalmente a no
hacer cabalgar, sobre la historia de un episodio,
concretamente situado en el tiempo y en el espacio,
generalizaciones teóricas que los autores no han que­
rido incluir en él. Decir, como se ha dicho, que Marx
reconoció la existencia de un «modo de producción
155
campesino» o «parcelario», porque usó en 1852 la
expresión «Produktionweise» a propósito de los cam­
pesinos franceses, significa olvidar que en aquella
época aún no había definido su teoría de los modos
de producción y que, al comparar la masa de los
campesinos franceses con un saco de patatas, les nie­
ga cualquier sospecha de una estructura coheren­
te. Así su descripción de la crisis (cuatro millones
de pobres) no sugiere ninguna indicación a propósi­
to de la controversia actual sobre si las «conquistas»
de la Revolución crearon una clase campesina satis­
fecha y una Francia equilibrada, o comprometieron
(al frenar temporalmente la proletarización de los
campesinos) el ritmo del «desarrollo» francés. Pro­
bablemente son ciertas las dos cosas, pero la res­
puesta sólo vendrá de análisis profundos, y pedírse­
la a Marx es un modo ciertamente discutible de ren­
dirle homenaje.
En cambio, se suele ser menos exigente respecto
a sus escritos considerados «políticos» y no «histó­
ricos», es decir, respecto a los mil artículos inspira­
dos por la actualidad, sin hablar de su inmensa co­
rrespondencia. Y sin embargo, el contenido históri­
co de esos escritos es verdaderamente notable: en
efecto, los grandes periodistas que eran Marx y En­
gels, si no jugaron a hacer de corresponsales, ni
practicaron la entrevista, sí que estudiaron por me­
dio de lecturas, siempre subrayadas por anotacio­
nes atentas, no sólo las obras conocidas, viejas y
nuevas, sobre diferentes cuestiones, y la prensa de
distintos países, sino además toda clase de documen­
tos (de los debates parlamentarios a las encuestas,
de la legislación a las estadísticas) no sólo utilizados
por ellos, sino citados abundantemente. Y leyeron
todo eso en sus lenguas originales, porque además
de escribir con la misma facilidad en alemán, en
francés y en inglés, conocían también el italiano, el
ruso y el español. Sus citas y referencias son impe­
cables, y por lo demás sus recensiones a escritos de
Carlyle o de Guizot son dignas de las mejores revis-
156
tas especializadas. En suma, desde el punto de vista
técnico, trabajan como historiadores.
Sin embargo, es verdaderamente discutible el pro­
cedimiento, utilizado para casi todos los países y
para un cierto número de temas, de colocar juntos
los artículos sobre Persia o sobre Turquía, sobre la
guerra de Crimea o sobre Palmerston, sobre religión
o sobre arte; sería mejor distinguir escrupulosamen­
te los fragmentos improvisados o redactados por
encargo, de los escritos más meditados (a menudu
sugeridos por los anteriores), revelando los métod,1s
de análisis comunes a unos y otros. Salvo en lo
que respecta a la economía (Marx) y a los temas
militares (Engels), nuestros autores nunca se «esnc­
cializaron» y toda la historia del siglo XIX pued¿
reconstruirse a través de una utilización razonada
de su obra.
También se dio un caso en e] que Marx quiso
reconstruir una «historia» dentro de los límites de
un ámbito nacional y a través de épocas sucesivas.
Me refiero al caso de España, que conozco mejor
que otros y que es quizá el más característico. AJ
tener que tratar periodísticamente las «revoluciones
de España» (y Marx sabía perfectamente que, pese al
título, se trataba únicamente de «pronunciamientos»
o «militaradas») sintió la necesidad de estudiar más
a fondo la España «revolucionaria», que existía de
verdad, y para ello también España en general. No
escribió una «historia de España», pero se propuso
pensar históricamente sobre España Para ello estu­
dió español y leyó en su idioma original a Calderón
y Lope de Vega. Ha de observarse que ya en La 1deo­
logía Alemana, gustaba de citar a Cervantes o a Cal­
derón; pero en traducciones. y sus alusiones eran li­
terarias, «humanísticas». A partir de 1856, en cambio,
serán alusiones históricas: don Quiiote se recuerda
en El Capital como un inadaptado 'a su tiempo, un
anacronismo y no un carácter. En los artículos de
1856 la guerra de la Independencia se reconstruye
por contrastes: de las guerrillas, acción sin ideas,
a las Cortes de Cádiz, ideas sin acción. Pero también
157
la vieja España de Carlos V es analizada sin esfuer­
zo. Y para el siglo XIX, Marx encuentra en Marliani,
el historiador y político liberal italo-español, un guía
cuyas fórmulas y expresiones «paramarxistas» debie­
ron llamarle la atención. Desgraciadamente, España
iba a ignorar hasta 1930, aproximadamente, ese bos­
quejo de su propia historia trazado por Marx, nom­
bre conocido tan sólo como un teórico remoto y fun­
damentalmente incomprendido por los militantes
revolucionarios, a pesar de los esfuerzos de Engels y
de Lafargue.

5. La historia universal como resultado


Recién terminado ese notable trabajo, diez años
después del Manifiesto, Marx retoma en una Intro­
ducción (que quedará inédita) la gran empresa de su
vida, el plan de un tratado de economía, pero que
debía ser, además, un tratado de sociología del mun­
do capitalista y, en último término, un tratado de
historia, si tomamos en cuenta las consideraciones
generales sobre el desarrollo de la producción o, en
el cuarto párrafo, los «puntos que han de ser men­
cionados aquí y que no deben ser olvidados»: pri­
mer punto «la guerra», último punto, las «determi­
naciones naturales»: subjetiva y objetivamente (tri­
bu, raza, etc.), pasando por el examen de las dife­
rentes clases de historiografía existente (comprendi­
da la «Kulturgeschichte»), por la dialéctica de las re­
laciones de producción, por el análisis de «la rela­
ción desigual entre el desarrollo de la producción
material y el desarrollo, por ejemplo, artístico», y
finalmente, por la importante observación: «la his­
toria mundial no ha existido siempre; la historia
como historia mundial es un resultado» (9).
Por esta Introducción de 1857 podemos darnos
cuenta de la distancia entre la obra que Marx habría

(9) K. MARX, Líneas fundamentales de la crítica de la econo­


mía política (Grundrisse), Introducción, en OME, vol. 21, pp. 33-
34.
158
querido escribir y El Capital que llegó a redactal''.
Limitar la lectura de El Capital al primer libro, cuan­
do no al primer capítulo, despreciar los análisis his­
tóricos considerándolos simples «ilustraciones» de la
parte teórica, significa empobrecer el pensamiento
de Marx hasta deformarlo. Cierto, por otra parte, que
no es menos irritante (cuando se busca al Marx his­
toriador en El Capital) vernos siempre encaminados
nada más que a los capítulos sobre la jornada de
trabajo, sobre la acumulación originaria y sobre la
génesis del capital mercantil. Esta sólo es la historia
visible, declarada; no «clásica», es verdad, pero tam­
poco demasiado insólita en sus aportaciones concre­
tas en el espacio y en el tiempo. Más difícil, pero
mucho más sign ificativo, es buscar la historia allí
donde voluntariamente se oculta, donde veinte años
de investigación y reflexión se condensan en veinte
páginas aparentemente abstractas. El trabajo que he
intentado llevar a cabo a propósito de la moneda (10)
abarca todos los conceptos esenciales de El Capital:
salario, trabajo productivo, ejército de reserva, et­
cétera, y detrás de ellos se encuentra siempre un
enorme cúmulo de informaciones y de análisis histó­
ricos, en el sentido exacto del término. Una masa
de noticias que Marx, sin embargo, sugiere siempre
aumentar; para él, cada fórmula es al mismo tiem­
po un programa. Para no dar sino un ejemplo (los
factores de la productividad), Marx recuerda que
el desarrollo de la fuerza productiva social del tra­
bajo presupone la cooperación a gran escala; que
sólo con ese presupuesto es posible organizar la
división y la combinación del trabajo, economizar
medios de producción mediante su concentración
masiva, dar vida a medios de trabaio que ya mat<!­
rialmente sólo se pueden utilizar en común, p. e.,
el sistema de la maquinaria, etc., comprimir fuer­
zas naturales gigantescas al servicio de la produc­
ción y consumar la conversión del proceso de pro­
ducción en aplicación tecnológica de la ciencia (11).

(10) P. V1t.AR, Oro y moneda en la historia. Barcelona 1969.


(11) K. MARX, El Capital, OME, vol. 41 p. 269.
159
En cada una de estas indicaciones, ¡qué trabajo
para el historiador! Y hay que tener presente que
este trasfondo histórico (síntesis adquirida y pro­
grama sugerido) está presente desde las primPra<;
páginas de El Capital, sobre el valor y la mercan­
cía. Barban. Locke, Le Trosne, Butler, Petty, el an6-
nimo de 1740, Verri, etc., no están citados en vano:
se trata de las expresiones más válidas del pensa­
miento inglés, francés, italiano, tomadas en sus fuen­
tes, del mismo modo, por lo demás, que cuando
aparece Aristóteles, no estamos ante una referencia
convencional. Cada pensamiento, explícitamente o
no, está situado en su época y traduce su énoca.
Marx combina así en cada página, no sólo (como ha
señalado Schumpeter) teoría económica v análisis
histórico, sino ad�más, en una trama sutilfsima. la
teoría de la historia y la historia de la teoría. un
conjunto que el mismo Schumpeter no ha alcanza­
do. a pesar de la fuerza de su pensamiento y de su
gran erudición, quedándose sólo en la segunda
parte.
Podemos recurrir a otra confrontación: a menu­
do se me ha ocurrido pensar que sería posible con­
densar la teoría de El Capital en poco más de un
centenar de páginas: las dimensiones del libro de
Hicks sobre valor y cap ital (1946). Pero eso sería
mutilar a Marx. Ahora bien, Hicks ha publicado re­
cientemente una teoría de la historia económica,
esta vez de doscientas páginas. donde no faltan cita!:.
respetuosas de la obra de Marx, pero donde se pro­
pone utilizar (escribe) lo que los historiadores, de
un siglo a esta parte, han añadido a los conocimien­
tos históricos de que Marx podía disponer. Sólo que
nos damos cuenta de que Hicks no ha pasado perso­
nalmente horas y horas en el British Museum para
superar la investigación llevada a cabo directamente
por Marx; sencillamente, ha considerado la Cam­
bridge Modern History suficiente para sus propó­
sitos. En realidad. y nos damos cuenta en seguida
de ello, para Hicks la vieja «antropología ingenua»
de los economistas, más o menos completada por el
160
juego moderno de las «decisiones», rige tanto la dí­
plomacia como la economía, sin pasar por el duro y
complicado trámite de las clases y sus luchas. De­
cididamente, la historia de los economistas, como
ocurre a menudo con la economía de los historia­
dores, no parece destinada a superar fácilmente el
propósito de Marx.
También respecto a El Capital (si hubiese de de­
finirlo en relación con el tema «Marx y la historia»)
diría lo mismo que de La Ideología Alemana: que
no es un libro de historia, pero sí la obra de un his­
toriador. Y a fin de cuentas, si es cierto que Marx
nos ha dejado la tarea de definir el concepto de his­
toria (y no podemos decir que estemos resolviendo
demasiado bien esta tarea), siempre podremos conso­
larnos releyendo las páginas del joven Marx, en las
que criticaba vigorosamente el culto absurdo del
«concepto» a que se dedicaban los malos hegelianos.

161
MAURICE DOBB
La crítica de la economía política
Es sabido que e] interés de Marx por los proble­
mas económicos (como problemas distintos de los fi­
losóficos e historiográficos) empezó con su investi­
gación sobre las condiciones de vida de los campesi­
nos del Mosela, a la que se dedicó entre los años
1840 y 1843, cuando era director de la Rheinische
Zeitung. Su estudio serio de la obra de los econo­
mistas (en particular Smith, Ricardo, James Mill,
McCulloch y Say) se sitúa con toda probabilidad
en el período de la estancia parisiense de Marx, tras
su traslado a la capital francesa en 1843; ese estu­
dio proseguiría con toda intensidad en el largo exi­
lio londinense, un3 vez concluidos los acontecimien­
tos revolucionario<; de 1848.
Después de 1850, Marx y Engels compartieron d
punto de vista de la Liga de los comunistas, según
el cual «la revolución era imposible en un futuro
inmediato»; en esa situación, «la tarea de la Liga ha­
bía de consistir en dar prioridad al trabajo de edu­
cación, al estudio y al desarrollo de la teoría revo­
lucionaria». Un punto de vista que «cayó como un
jarro de agua fría sobre la exaltada fantasía de los
exiliados» (1). Los primeros años cincuenta fueron

(1) Prólogo de Martin Nicolaus a la edidón inglesa de los


Grundrisse (trad. de M. Nicolaus, Londres 1973, p. 8).
165
años de miseria para Marx, vividos en los estrechos
cuartuchos del Soho; años de visitas frecuentes a
las casas de empeños y de dependencia económica
de la generosidad de Engels; fue el período en el
que Marx utilizó la sala de lectura del British Mu­
seum para los amplios y profundos estudios que ha­
bían de encontrar su coronamiento, veinte años des­
pués, en El Capital.

1. Prólogo a El Capital

Fruto de ese período de intenso estudio fueron


los voluminosos manuscritos (que ocupan unos siete
cuadernos), a los que se ha dado el nombre de
Grundrisse der Kritik der Politischen Oekonomie
(Rohentwurf) y que no habían de salir a la luz has­
ta 1939-1941 (2). En cambio, en 1859 (ocho años an­
tes de Ja edición del primer volumen de El Capitan,
se publicó un trabajo de menor extensión, titulado
Zur Kritik der Politischen Oekonomie. Esta obra in­
troductoria ha sido considerada el «prólogo» del
magnum opus de Marx: es un escrito de corte pre­
dominantemente metodológico y, como el primer vo­
lumen de la gran obra posterior, se inicia con un
análisis de la mercancía, y parte de ahí para dec;a­
rrollar un estudio sobre el dinero y sobre el comer­
cio. También los Grundrisse abordan una temática
de tipo metodológico, que tiene por obieto preferen­
te la esfera de la circulación y del intercambio. El
valor, por ejemplo. se trata explícitamente sólo en
un párrafo que ha quedado en estado fragmentaria,
interrumpido en la mitad de una frase. Al no haber
sido escrito pensando en la publicación. sino esen­
cialmente para clarificar y desarrollar las ideas de
su autor, el manuscrito consiste en dos capítulos de
longitud muy desequilibrada, titulados, respectiva-

(2) Forma parte de los Grundrisse el breve manuscrito cono­


cido por el título de Contribución a la critica de la economía
política. Introducción, publicado por Kautsky en 1903 en la revista
"Neue Zeit" (véase en OME, vol. 21, pp. 5-36).
166
mente, El dinero (el más breve de los dos) y El ca­
pital. Parece claro que, en esa época, Marx buscó
plantear en su «esbozo» los problemas que, a pro­
pósito del intercambio monetario y del valor de
cambio, se habían planteado ya los economistas que
le habían precedido; en otros términos, arrancó dd
punto al que habían llegado sus predecesores, criti­
cándolos y buscando liberarse de sus condiciona­
mientos, pero utilizando al mismo tiempo todo lo
que de positivo podía encontrarse en su planteamien­
to de los problemas (lo que sirve quizá para explicar
la longitud y, a veces, la oscuridad del texto mar­
xiano, e incluso lo que se ha llamado sus «defectos
idealistas») (3).
Podemos preguntarnos por qué en los Grundris­
se Marx se ocupa de la circulación y del intercam­
bio y no de la producción (como podrían esperar
los lectores de su obra más madura); la respuesta
es probablemente que el autor se había dado cuenta
de que precisamente en la esfera de la circulación
podía encontrarse el origen de las ilusiones típicas
de la economía política burguesa, ilusiones que (de
modo consciente o inconsciente) desempeñaban un
papel social preciso, el de ocultar la existencia y la
fuente originaria di:' la plusvalía como elemento cen­
tral de la economía burguesa, del modo de produc­
ción capitalista. Marx quiso descubrir, y disipar, la
ilusión que nacía así en el nivel de las «apariencias»,
aun no habiendo llegado todavía a penetrar hasta
el fondo la realidad esencial que se ocultaba detrás
de esas apariencias. En el proceso de circulación,
todo tomaba el aspecto de un intercambio de equi­
valencias: compradores y vendedores contrataban
libremente entre ellos para permutar lo que cada
cual tenía disponible por lo que deseaba adquirir.
En este intercambio la concurrencia de numerosos
individuos era suficiente para garantizar (por lo me­
nos «a medio» o «a largo plazo») que ningún co­
merciante pudiese servirse de la constricción o del

(3) NICOLAUS, Prólogo cit., p. 17.


167
propio poder contractual para hacer inclinar la ba­
lanza a su favor. Por consiguiente, si de ese comer­
cio nacía un beneficio o ganancia extra, sólo podía
provenir de la falta de competencia o de alguna li­
mitación que obstaculizara el libre juego de los
intercambios. Por eso los llamados «socialistas ri­
cardianos», como Hodgskin y William Thompson, atri­
buyeron el beneficio del capital a «intercambios de­
siguales» debidos al poder de contratación superior
de los poseedores de capital. Pero, observa Marx, «la
plusvalía no se explica por el intercambio»; y añade
que el intercambio, a través de la mediación del di­
nero como «equivalente general», es la forma más
alta y desarrollada del libre cambio.

En la determinación de la relación de dinero...


está ya implícito el que aparezcan canceladas to­
das las contradicciones inmanentes de la socie­
dad burguesa, y desde este punto de vista se bm­
ca refugio en él, más por parte de la democracia
burguesa qu� por los economistas burgueses ..
con una finalidad apologética de las relacion�s
económicas existentes (4).

De lo que s e sigue que

en la medida en que la mercancía o el trabajo es­


tán determinados exclusivamente como valor de
cambio y en la medida en que la relación me­
diante la cual las distintas mercancías se rela­
cionan entre sí se presenta como cambio recípro­
co de estos valores de cambio, como equiparación
de los mismos, en la medida en que esto ocurre,
los individuos, los sujetos entre los que tiene lu­
gar este proceso, son determinados simplement,�
como individuos que cambian. No existe en abso­
luto ninguna diferencia entre ellos, si se toma en
consideración la determinación formal, que es la
determinación económica en la que los individuos
están recíprocamente ligados en la relación de trá-

(4) K. MARX, Lfneas fundamentales de la critica de la eco­


nomía política ("Grundrisse"), en OME, vol. 21, p. 179 (p. 152
Imel).
168
fico ... Cada uno de los sujetos es un individuo que
cambia; es decir, cada individuo tiene la misma
relación social con el otro, que el otro tiene con
él. En cuanto sujetos del cambio su relación es
una relación de igualdad. Es imposible rastrear
cualquier diferencia u oposición entre ellos; ni si­
quiera un contraste. Más todavía, las mercancías
que ellos cambian son en cuanto valores de cam­
bio equivalentes, o valen al menos en cuanto ta­
les (5).

Unas páginas más adelante se lee:

En la sociedad burguesa ya existente tomada


en su totalidad, esta fijación de precios y su cir­
culación, etc., aparece como el proceso superfi­
cial, bajo el cual, sin embargo, se realizan otros
procesos completamente distintos, en los cuales
desaparece esta aparente igualdad y libertad de
los individuos... Finalmente, no se ve que ya en
la simple determinación del valor de cambio y
del dinero está contenida en potencia la oposición
de trabajo asalariado y capital, etc. (6).

El escrito Contribución a la crítica de la econo­


mía política, aun tratando (en principio) el mismo
tema de los Grundrisse y dándole el mismo relieve
(la página inicial anticipa, por lo demás, la del pri -
mer volumen de El Capital), empieza a hablar de
reducción del valor de cambio a valor, entendido
como el tiempo de trabajo empleado en la produc­
ción (trabajo social, una vez asumidos como igualec;,
y, por tanto, uniformados, los distintos trabajos in­
dividuales) (7). Marx subraya que «si es, pues, co­
rrecto decir que el valor de cambio es una relación
entre las personas, conviene añadir: una relación

(5) !bid., p. 179 (pp. 152-153 Imel).


(6) !bid., pp. 186-187 (p. 159 Imel).
(7) "El tiempo de trabajo representado en el valor de cambio
es el tiempo de trabajo del individuo, pero del individuo que no se
distingue de los demás individuos, en tanto que realizan un trabajo
igual." lo., Contribución a la crítica de la economía política, Méxi­
co 1966, p. 19.
169
oculta bajo una envoltura material». Y continúa:
«Unicamente el hábito de la vida cotidiana puede
hacer parecer como cosa banal y corriente el hecho
de que una relación de producción revista la forma
de un objeto ... la relación entre las mercancías,
como valores de cambio, es más bien una relación
entre las personas en su actividad productora re­
cíproca» (8). Es ésta una primera descripción del fe­
nómeno que, más tarde, llamará Marx el «fetichis­
mo de la mercancía»; y se aclara un aspecto de
importancia fundamental en el análisis marxiano
del intercambio y el dinero.
En el segundo capítulo de la Contribución a la
crítica, Marx pasa a examinar (de forma un tanto
redundante) «el dinero, o sea, la circulación sim­
ple».
El capítulo empieza con una cita de Gladstone,
que en una ocasión observó que «la especulación
sobre la esencia del dinero ha hecho perder la ca­
beza a más personas que el mismo amor». Marx exa­
mina, en detalle, las opiniones de los economistas
ingleses (entre ellos Steuart, Smith, Ricardo y Ja­
mes Mill) y la llamada teoría cuantitativa de la mo•
neda, que él identifica con David Hume. Marx pa­
rece opinar que en esas concepciones faltaba un re­
conocimiento adecuado del hecho de que el dinero
(oro) es él mismo una mercancía y que, por lo tan­
to, su valor de cambio respecto a las demás mer­
cancías está determinado por su coste de produc­
ción o valor.

2. La teoría del valor-trabajo

Fijemos ahora nuestra atención en la obra prin­


cipal de Marx, aparecida ocho años después, y vere­
mos que las mercancías y su circulación constitu­
yen, una vez más, el punto de partida (la primera
de las siete secciones en que se articula se titula

(8) Ibid., p. 22.


170
«Mercancía y dinero»). Pero ahora la atención se
concentra esencialmente en el capital («La conver­
sión del dinero en capital»), como dinero inverti­
do en la adquisición de una mercancía específica,
la fuerza de trabajo, con vistas a la creación y adqui­
sición de la plusvalía. Eso es posible, en el capitalis­
mo, por la existencia de un proletariado deshereda­
do, privado de la propiedad de los medios de pro­
ducción (como, por ejemplo, la tierra), y obligado
por ello a vender a cambio de un salario la propia
capacidad productiva o fuerza de trabajo, como úni­
co medio de sustento. La parte final del primer li­
bro (9) está dedicada a una reconstrucción históri­
ca del llamado proceso de «acumulación originaria»,
en el curso de la cual se formó el proletariado.
Todo lo dicho hasta aquí (sobre los Grundrisse
y sobre la Contribución a la crítica) podría hacer
pensar que el planteamiento marxiano, centrado en
el dinero y en el intercambio (con un interés casi
obsesivo por este último) es demasiado abstracto e
incluso equívoco (Marx habría observado, quizá, que
precisamente un tipo muy parecido de abstracción
caracterizaba al intercambio considerado en sí mis­
mo, de forma aislada, en los tratados al uso de eco­
nomía política burguesa). Lo que atrae la atención,
en cambio, en El Capital, es su fundamento esencial­
mente histórico: el objeto del análisis y de la argu­
mentación son las particularidades del funcionamien­
to del capitalismo como sistema económico-social
ligado a determinadas condiciones históricas, que lo
caracterizan como modo de producción específico.
Esta última categoría comprende las llamadas «re­
laciones sociales de producción»: el aspecto funda­
mental del modo de producción burgués o capita­
lista que Marx pretendía poner en evidencia era la
caraterística polarización social, en virtud de la cual
la propiedad tendía a concentrarse en manos d�

(9) Es decir, de lo que fue publicado como primer libro (cf. la


edición Moore-Aveling de 1886) y es comúnmente conocido bajo
este nombre. aunque fue concebido como dividido en dos libros
o volúmenes.
171
una minoría (la burguesía), mientras (por ello mis•
mo) la mayoría de la población (o una parte consi­
derable de ella) se veía totalmente privada. Este he•
cho económico-social, situado en la base del siste­
ma, proporcionaba la clave decisiva para explicar
esa fundamental operación del intercambio que ha­
cía posible la existencia de un beneficio del capi­
tal, una operación que las teorías del intercambio
considerado en sí mismo, de modo aislado, coloca­
ban inevitablemente en el mismo plano que todo
el resto de intercambios mercantiles, como intercam­
bio de «equivalentes». Sólo si se examinaba la par­
ticularidad de esta transacción en su contexto histó­
rico-social, era posible entender de forma plena y
realista su verdadera naturaleza y el papel que ju­
gaba en el funcionamiento del sistema económico
en su conjunto. Marx criticaba a los economistas ::lá­
sicos precisamente por no haber conseguido hacer
esto (al menos, no del todo), a pesar de �u induda­
ble admiración por su actitud «sin pr�juicio,:;» y
«científica», y a pesar de que Ricardo hubiese visto
en la distribución «el problema principal de la ec.:>­
nomía política» y hubiese concentrado su atención
en la relación salarios-beneficios.
En El Capital, Marx sitúa esa relación fundamen­
tal de intercambio en el marco de la teoría del valor­
trabajo, una teoría que ya habían anticipado lo3
economistas clásicos, o por lo menos Ricardo (10).
De este modo, el concepto de explotación o de
plusvalía se expresaba como una relación entre dos
cantidades de trabajo: el plustrabajo (es decir, la
cantidad de trabajo entregada de más respecto al
trabajo recibido en bienes-salario) y este segundo tra­
bajo (necesario para la producción de los medios
de subsistencia del trabajador). En otras palabras,
de una relación puramente monetaria, el intercambio

(1 O) Smith la habla tenido en cuenta. pero s61o la había con­


sidemdo aplicable a la poducci6n y al intercambio tal y como
existían en el "estado originario" de la sociedad. antes de la acu·
mulación del capital y de la apropiación privada de la tierra; es
decir, en condiciones precapitalistas.
172
se transformaba en una relación entre dos cantida­
des de trabajo en la esfera de la producción, y por
tanto, se convertía en una relación entre el tiempo
de plustrabajo invertido por un trabajador, o un
grupo de trabajadores, en un día, una semana o un
año, y el «tiempo de trabajo necesario» para susti­
tuir la capacidad productiva o fuerza de trabajo
desgastada en el curso del proceso productivo. La
plusvalía era así un hecho dependiente de las con­
diciones y las relaciones de producción, y no algo
dependiente de la esfera de la circulación y del in­
tercambio.
Este punto de vista fue inmediatamente critica­
do: se ha dicho que toda la estructura teórica de
Marx se basa en una premisa falsa, en una teoría
del valor primitiva y anticuada, cuya inadecuación,
si no su falsedad propiamente dicha, estaría demos­
trada. Si las cosas en realidad no se intercambian en
proporción al trabajo incorporado en ellas, sino se­
gún precios gobernados por otros principios, en­
tonces (como declaró a finales del siglo XIX el eco­
nomista austríaco Béihm-Bawerk) todo el edificio
marxiano se derrumba y la llamada «teoría de la ex­
plotación» se disuelve en el aire. Así concluye que
la teoría de Marx no tenía un «futuro duradero».
Como resultado de las modernas discusiones sus­
citadas por el renovado interés hacia los economis­
tas clásicos y su planteamiento de los problemas,
los economistas actuales se han dado cuenta (11)
de lo que significa expresar las relaciones macro­
económicas en un concepto homogéneo como el tra­
bajo: éste ofrece una medida de esas relaciones in­
dependiente de las mutaciones que intervienen en la
distribución del producto y de los efectos consi•
guientes sobre los precios. Como es bien sabido, ini-

(11) El mérito es sobre todo de P. SRAFFA (Production o/ Com­


modities by Means of Commodities, Cambridge 1960; tra. cast.
Producción de mercancías por medio de mercancías, Vilassar de
Mar (Barcelona) 1965. Este corolario lo ha estudiado particular­
mente Pierangelo Garegnani (II capitale ne/le teorie della distribu­
zione, Milán 1960).
173
cialmente Ricardo, al formular su teoría del benefi­
cio, expresó la relación salarios-beneficios en térmi­
nos de mercancía, en cereales concretamente (12).
Como primera aproximación el procedimiento se jus­
tificaba, pero se adaptaba mal a un mundo caracte­
rizado por la presencia de una multiplicidad de mer­
cancías, y era claramente inadecuado para respon­
der a las objeciones de Malthus (13). Por eso en su
obra más madura, Principles of Political Economy
and Taxation, Ricardo sustituyó la medida en cerea­
les por una medida en términos de trabajo (partien­
do del presupuesto de que los precios eran propor­
cionales al trabaio incorporado, por lo menos de
forma aproximada). Puede decirse que Marx siguió
la misma vía al enunciar su teoría de la plusvalía, que
representa su descubrimiento particular y, en cierto
sentido, su Aufhehung de la economía clásica.
Pero hay quien ha ido más lejos y ha sostenido
que la teoría de !a plusvalía deriva, en cierto modo,
de la teoría del valor-trabajo y, en cierto sentido,
representa su consecuencia lógica. La naturaleza
precisa de esa relación de dependencia no se ha acla­
rado nunca; puede decirse, de hecho, que el nexo
sigue siendo oscuro y que está abierto a las má-.
variadas interpretaciones (14). Aquí entran en juego
tanto los discípulos como los críticos de Marx. La
primera pregunta que se plantea es si existe una re­
lación de dependencia lógica entre teoría del valor-

(12) En el Essay on Profils, publicado en 1815, dos años antes


que los Principies.
{13) Cf. M. DoBB, Theories o/ Value and Distribution since
Adam Smith, Cambridge 1973; trad. cast. Teoría del valor y de la
distribución desde Adam Smith, Buenos Aires 1975.
(14) Según Paul Sweezy, por ejemplo, podría hablarse de una
tradición marxiana que va "en sentido opuesto" a la de los eco­
nomistas clásicos, ya que para Marx la producción es "producción
de mercancías por medio de trabajo humano" ("Monthly Review",
febrero 1976, p. 55). Ahora bien, sí Sweezy pretende referirse a la
teoría marxiana del valor, es muy discutible que pueda conside•
rarse "opuesta" a la de los clásicos; en cambio, si quiere decir que
el trabajo humano es la única forma productiva. entonces (como
veremos) es por lo menos dudoso que Marx fuese realmente de
esa opinión.
174
trabajo y teoría de la plusvalía, o si la dependencia
es puramente retórica.
La primera, y quizá la más obvia, interpretación
sitúa el nexo entre las dos teorías en un principio
de derecho natural. En el llamado «orden natural»
de las cosas, no contaminado por los aspectos típi­
cos de la sociedad «avanzada», las cosas se intercam­
bian en razón del trabajo necesario (por término
medio) para producirlas (15). Este «orden natural»
ofrece un modelo de lo que idealmente debería ocu­
rrir. Sin ese modelo ideal ofrecido por la teoría del
valor-trabajo, la explotación no tendría ningún sig­
nificado; y su significado, evidentemente, es de natu­
raleza moral o ética.
Pero es muy dudoso que esta interpretación co­
rresponda a la intención real de Marx. No hay razón
para suponer que buscase una teoría moral o ética
de la explotación, ni que tuviese inclinaciones de
ningún tipo hacia teorías de tipo «iusnaturalista».
Es dudoso que el mismo Adam Smith se moviese
por este camino, aunque utilizaba una terminología
iusnaturalista que estaba de moda en su siglo; aún
más discutible es la atribución de semejante idea a
Marx, que escribía setenta años después que Adam
Smith. Es claro, por otra parte, que Marx subrayó
siempre con mucha energía que la fuerza de trabajo
no se vendía por debajo de su valor, sino a su va­
lor (16), y que este último estaba determinado por
las condiciones históricas que caracterizaban de for­
ma específica el modo de producción capitalista.
Cierto que los llamados socialistas ricardianos soste­
nían que los salarios estaban situados por debajo
del «verdadero valor» del trabajo por el sistema

(15) En la terminología de Marx. se trata de la "producción


mercantil simple", en que las mercancías son fruto del trabajo de
productores-pequeños propietarios.
(16) Porque la fuerza de trabajo obedecía, como todas las de­
más mercancías, a las leyes de la competencia fijadas por la eco­
nomia política clásica, y no constituía ninguna excepción a ellas.
175
dominante de los «intercambios desiguales», debido
al poder monopolístico de los empresarios; pero
Marx, que consideraba inadecuada esta explicación,
elaboró (para sustituirla) su propia teoría de la plus­
valía.
Otra interpretación que se plantea a veces es la de
que la teoría del valor-trabajo, por lo menos en la ver­
sión marxiana, considera el trabajo como el único
factor productivo o creador de riqueza. Esta es una
concepción que menos que cualquier otra puede ser
atribuida a Marx, el cual afirma explícitamente (en
la Contribución a la crítica de la economía políti­
ca): «Resulta falso decir que el trabajo es la fuente
única de la riqueza producida por él, es decir, de la
riqueza material» (17).
Otros han dichc que la esencia de la contribución
de Marx (que, en este aspecto, se situaría en las an­
típodas de la economía clásica) está en la represen­
tación del proceso productivo como proceso de tra­
bajo; que la teoría marxiana del valor expresa
precisamente esto, y que si se prescinde de este as­
pecto, se pierde de vista lo que fue la contribución
decisiva de Marx. No es fácil, sin embargo, ver el
significado que hay que dar a semejante afirmación.
Marx ciertamente subrayó la función del trabajo en
el proceso productivo, pero no está claro que su re­
presentación fuese cualitativamente distinta de la
de sus predecesores, y en cambio es claro que puso
el acento sobre todo en el nexo entre trabajo y fuer­
za de trabajo en el contexto de la creación de plus­
valía. Es posible que quienes sostienen esta tesis
piensen en la conveniencia, desde el punto de vista
de la exposición, de presentar toda la materia econó­
mica en términos de trabajo; pero no puede afir­
marse que esté lógicamente incompleta una teoría
de la explotación que no se base en el postulado

(17) MARX, Contribución a la crítica de la economía política


cit., p. 24.
176
de que las mercancías se intercambian en proporción
al trabajo incorporado a ellas (18).
Es verdad, sin embargo, que la definición de Ja
explotación (o, para lo que nos interesa, de la plus­
valía) debe atribuir una función o una cualidad es­
pecial al trabajo en la producción social: por ejem­
plo, que él constituye la única actividad productiva
(que no existiría en un mundo completamente auto­
matizado) o, para decirlo con la terminología de Al­
fred Marshall, que representa (en último análisis) el
único «coste real» social. Este sentido tiene sin duda
la afirmación, tantas veces repetida (y que en mu­
chos casos asume un sentido ambiguo, e incluso tau­
tológico}, de que sólo el trabajo crea valor. Puede
hablarse entonces de capitalistas (o de terratenien­
tes) que se «apropian» de una parte de los frutos de
la actividad productiva, en sentido análogo a la
«apropiación» del plusproducto de un siervo o un
esclavo por parte de un señor feudal o de un pro­
pietario de esclavos. Pero mientras este modo de
pensar puede muy bien encuadrarse en una teoría
del valor-trabajo, puede de la misma forma hablarse
de apropiación y de explotación haciendo referencia
a un mundo en el que las mercancías no se intercam­
bian en proporción al trabajo incorporado en ellas.
En realidad, Marx no creía que en la sociedad ca­
pitalista, las mercancías se intercambiasen efectiva­
mente en proporción al trabajo necesario para pr�­
ducirlas; ésta era sólo una primera aproximación,
adoptada en el primer libro de El Capital para fa­
cilitar la comprensión de su teoría de la plusvalía.
Para Marx, en realidad, las mercancías se intercam-

(18) La tesis que sostenemos parecerá quizá más plausible si


se considera que no basta que una teoría económica sea lógica­
mente coherente (como es probable que suceda en una discusión
entre economistas): si ésa es una condición necesaria, no es sin
embargo condición suficiente. Para que una teoría tenga sentido
como instrumento de interpretación, sus conceptos deben estar re­
lacionados con hechos reales o procesos del mundo objetivo (y
precisamente con los que tienen una importancia efectiva desde el
punto de vista determinante o causal). De otro modo, sólo es una
teoría "pura", sin referencia a una precisa realidad económica.
177
bian, no según sus «valores»-trabajo, sino según sus
«precios de producción» (19), como aclara amplia-
! mente el tercer libro; los segundos difieren de los
primeros en la medida en que es distinta, en los dife­
rentes sectores productivos, lo que Marx llamó la
«composición orgánica del capital» (20). El sostenía
que estos precios de producción podían derivarse
(en sentido cuantitativo) de los «valores», una vez
conocida la cuota de plusvalía expresada en términos
de valor, es decir, de trabajo. De qué modo puedan
derivarse, es la cuestión crucial que constituye el ob­
jeto del controvertido «problema de la transforma­
ción», que Marx no resolvió de forma satisfactoria.
La razón de esa solución insatisfactoria está en el
hecho de que en sus ejemplos numéricos de «trans­
formación», sólo los outputs de cada sector produc­
tivo se transforman de «valores» en «precios de pro­
ducción», mientras los inputs continúan expresándo­
se en términos de valor. No faltan indicios para de­
ducir que el mismo Marx era consciente de que algo
faltaba para una solución completa; pero el tercer
libro de El Capital, en el que el análisis llegaba al
nivel de los «precios de producción», quedó incom­
pleto y fue dejado por el autor en el estado de es­
bozos y de notas. Bastará aquí recordar que más tar­
de se ha demostrado que es perfectamente posible
una solución lógica, mediante la adecuada transfor­
mación de todos los productos (inputs y outputs) en
«precios de producción» (21); y eso tanto en el caso
de un sistema con dos o tres sectores, como el de
Marx (solución Bortkiewicz), como en el caso más
general de un número cualquiera de mercancías, o
n productos (solución Seton). En otros términos, las
relaciones reales de intercambio (a los «precios de

(19) Iguales al coste de producción (salarios, coste de las ma­


terias primas, etc.), más la cuota media de beneficio sobre el capital
empleado.
(20) O bien en la medida en que difiere el "período de rotación
del capital variable".
(21) Incluidos los salarios como precio de la fuerza de trabajo
dependiente del precio de los bienes-salario.
178
producción» de que habla Marx en el tercer libro)
son lógicamente (y matemáticamente) derivables de
los «valores»-trabajo; no hay, por consiguiente, nin­
guna contradicción en el seno del sistema marxiano,
como sostenía su mayor crítico, Eugen von Bohm­
Bawerk.
Estas «soluciones» aclaran, al mismo tiempo, que
no todas las macrorrelaciones del sistema pueden
permanecer invariantes en el paso de los valores a
los «precios de producción». Se ha discutido cuáles,
en cuanto que determinadas por cantidades de tra­
bajo en términos de valor, habría considerado Marx
más importantes y merecedoras de conservación: la
cuota de plusvalía. la plusvalía global, el beneficio
global, o la relación entre el beneficio global y el
capital global (capital constante más capital varia­
ble), es decir, la cuota de beneficio. Algunos (por
ejemplo, Arghiri Emmanuel) han llegado a sostener
que si las principales variables determinadas en tér­
minos de trabajo no sobreviviesen al proceso de
transformación, es decir, si no reapareciesen en tér­
minos de precio de producción, algo cualitativamen­
te importante acabaría por perderse al admitir la
necesidad de semeiante transformación. El que esto
escribe opina, sin embargo, que no importa tanto el
hecho de que una u otra de estas relaciones de va­
lor se conserve inmutable después de la introducción
de todas las condiciones necesarias para el intercam­
bio en el régimen capitalista (22), cuanto el hecho de
que las principales relaciones en términos de pre­
cio, como quiera que aparezcan, puedan derivarse de
las variables expresadas en términos de valor y pue­
dan considerarse, sin contradicción lógica, como deri­
vadas de estas últimas. Si eso es posible, la estructu­
ra analítica de El Capital se mantiene manifiesta­
mente en pie.

(22) En particular, la transferencia de capitales de una rama


de la producción a otra bajo el incentivo del beneficio. con la
tendencia consiguiente a la formación de una cuota de beneficio
igual en todas las industrias.
179
3. El proceso de acumulación del capital

Un aspecto importante del análisis marxiano de


la acumtilación capitalista es el relieve particular
que se atribuye a la creciente concentración y cen­
tralización del capital como tendencia irresistible del
proceso de acumulación. Según algunos estudiosos
de Marx, este aspecto sería más importante que su
teoría del valor. La tendencia a la concentración se
ligaba a los cambios y progresos tecnológicos, pro­
movidos por el deseo de los capitalistas de conseguir
(bajo la presión de la competencia) una productivi­
dad del trabajo cada vez más alta. Una técnica avan­
zada tendía a acrecentar la importancia del llamado
capital constante respecto al capital variable, y a con­
ferir ventajas desde el punto de vista de la compe­
tencia a las empresas con mayores disponibilidades
de capital. La absorción de las empresas concurren­
tes más pequeñas por parte de las grandes empre­
sas capitalistas y la fusión de varias entidades eco­
nómicas en un único complejo acrecentaban la vita­
lidad y la fuerza de las grandes empresas y llevaban
a una centralización cada vez mayor de los poderes
de control y de decisión en el campo económico. Des­
pués de hablar de ese «cambio de la composición
técnica del capital. por el cual el elemento variable
se empequeñece cada vez más en comparación con
el constante», Marx afirma que «la acumulación se
presenta como concentración creciente de los me­
dios de producción y del mando sobre trabajo»,
mientras «aumenta la dimensión mínima del capital
individual requerido para explotar un negocio en
condiciones normales» (23). En cuanto a la centrali­
zación del control del capital, se ve fuertemente es-

(23) MARX, El Capital, en OME, vol. 41, libro primero, sec­


ción séptima, cap. XXIII, p. 271.

180
timulada por el desarrollo del sistema de crédito;
éste no constituye sólo «un arma nueva y temible
en la lucha competitiva», sino que «reúne, con hilos
invisibles, en las manos de capitalistas individuales
o asociados los medios monetarios dispersos por
toda la superficie de la sociedad en masas mayores
o menores», transformándose así «en un mecanis­
mo social poderoso de la centralización de los capi­
tales» (24).
Mientras economistas ortodoxos como John Stuart
Mill veían en la competencia una fuerza progresiva
y benéfica (con tal de limitar el incremento natural
de la población), Marx reveló su carácter contradic­
torio: la contradicción dialéctica implícita en la com­
petencia finalizaría con la transformación en su
opuesto. Aunque escribió relativamente poco sobre el
monopolio, y se preocupó esencialmente de analizar
la fase competitiva del capitalismo, puede decirse
que Marx fue la única persona de su época que pre­
vió el paso a la fase del capitalismo monopolista.
Pero otras tendencias se habían asociado estre­
chamente al progreso de la acumulación capitalista,
que, como hemos visto, concebía Marx de forma muy
distinta a un proceso tranquilo y regular de creci­
miento cuantitativo de las inversiones, según la vi­
sión de la mayor parte de los demás economistas.
La primera de esas tendencias era el efecto inicial
del progreso técnico, es decir, la sustitución del tra­
bajo por la máquina (como había reconocido Ri­
cardo en el capítulo dedicado a las máquinas, incor­
porado a la tercern edición de sus Principies), con el
consiguiente aumento del ejército industrial de re­
serva. Desde el punto de vista marxiano, el ejército
industrial de reserva era (en un mercado de trabajo
competitivo, y no organizado) el principal mecanis­
mo de regulación de los salarios, que se mantenían
en el «nivel de subsistencia» convencionalmente
aceptado en una determinada época, no obstan-

(24) Ibid., p. 272.


181
te el progreso de la acumulación (25). «Los movi­
mientos generales del salario se regulan exclusiva­
mente por la expansión y la contracción del ejército
industrial de reserva, las cuales corresponden a la
alternancia de períodos del ciclo industrial» (26).
Al proseguir su exposición, Marx llegó a formular
un mecanismo «cíclico» del empleo, los salarios y
los benefi,cios: el empleo crece en los años de auge
de inversiones, con la consiguiente tendencia al au­
mento de los salarios a costa de los beneficios. Pero
esta fase expansiva podía ser sólo de breve duración;
la presión de los beneficios, al frenar el ritmo de la
acumulación y de las inversiones, tendería a recons­
tituir el ejército industrial de reserva hasta llegar
más o menos al viejo nivel de salarios reales, de
modo que pudiese reanudarse nuevamente la acu­
mulación a un ritmo más sostenido.

En cuanto no se ofrece ya normalmente el


plustrabajo que alimenta al capital, se produce
una reacción: se capitaliza una parte menor de
la renta, la acumulación se paraliza y el movi­
miento ascendente del salario recibe un contra­
golpe. Así pues, la elevación del precio del traba­
jo queda encerrada entre límites que no sólo
dejan intactos los fundamentm del sistema ca­
pitalista, sino que, además, aseguran la repro­
ducción de éste a escala creciente (27).

La otra tendencia, que ha sido objeto de muchas


discusiones, es la llamada «ley de la caída tendencia!
de la cuota de beneficio». Se ha discutido si Marx
la consideraba una tendencia a corto plazo (como
en el caso indicado anteriormente), o como una ten­
dencia a largo plazo del sistema; y, en este segundo

(25) Marx. de acuerdo con Ricardo, opina que ese nivel no


es puramente físico sino que contiene un "elemento social" varia­
ble en el tiempo y en el espacio. Por lo demás, no niega la posi­
bilidad (para los sindicatos) de influir en el nivel de salarios. de
"vencer (como dice) las leyes de la oferta y la demanda".
(26) MARX, El Capital cit., libro primero, sección séptima, ca­
pítulo XXTII, p. 282.
(27) lbid., p. 266.
182
caso, si debía entenderse como una «ley» absoluta,
operante realmente en el tiempo, o como algo que
actuaba sólo en ausencia de «tendencias contrarias»,
que podían presentarse con grados de probabilidad
variables. La caída tendencia! de la cuota de benefi­
cio dependía de la influencia de las innovaciones
tecnológicas sobre la relación entre las dos partes
constitutivas del capital, el capital constante y el ca­
pital variable (relación que Marx llamó «composi­
ción orgánica del capital»): el progreso técnico ten­
día a aumentar dicha relación, al menos en términos
físicos. Una determinada cuota de plusvalía se tra­
duciría, así, en una cuota de beneficio más baja res­
pecto al capital global empleado (capital constante
más capital variable) (28). Marx cuidó de precisar
que existían algunas «contratendencias», como la
tendencia al aumento de la cuota de plusvalía como
consecuencia de la disminución de valor de los bie­
nes-salario (por lo que sería posible obtener un de­
terminado nivel de salarios reales con una cantidad
inferior de salarios monetarios) y la tendencia a la
«desvalorización de los elementos del capital cons­
tante» (es decir, una disminución del coste de las
máquinas y los otros inputs materiales), que, si eran
de importancia considerable, podían dar como resul­
tado que, pese a la disminución tendencia! del ca­
pital constante, éste aumentase de hecho en térmi­
nos de valor. Marx parece pensar que, si bien estas
contratendencias podrían atenuar o debilitar la ten­
dencia fundamental, no bastarían para anularla, y
que, a largo plazo, la ley de la caída tendencia! de la
cuota de beneficio sería efectivamente operante,

(28) A medida que se utiliza una mayor cantidad de capital


constante junto a una cantidad dada de capital variable. resulta
evidente que (permaneciendo invariable la cuota de plusvalía)
si la plusvalía creada se distribuye sobre una cantidad mayor de
capital constante la cuota de beneficio obtenida será tanto más
baja cuanto más alta sea la relación entre la parte constante y la
parte variable del capital. En símbolos: indicando con C y V las
dos partes constitutivas del capital, y con S la plusvalía, una vez
dada la relación S/V, la división de S por e+V dará un resul­
tado tanto menor cuanto mayor sea C/V,
183
aunque a un ritmo más moderado. Pero el hecho
es que las tendencias contrarias, si son lo bastante
fuertes, no sólo llegan a atenuar, sino que anulan
los efectos provocados por el aumento (en términos
físicos) de la composición orgánica del capital. Es
necesario recordar que los economistas clásicos ad­
mitían comúnmente la existencia de una tendencia
real a la caída de la cuota de beneficio, y ofrecían
al respecto diversas explicaciones: Adam Smith la
atribuía a la competencia de capitales que entraban
cada vez en mayor número en la producción indus­
trial, Riqtrdo a los rendimientos decrecientes de la
tierra y al consiguiente coste creciente de los pro­
ductos alimenticios respecto al aumento natural de
la población. Marx, al proponer su explicación y su­
brayar lo que la diferenciaba de las de sus predece­
sores, compartió muy probablemente la convicción
de aquéllos sobre la realidad operativa de la ley, y
pensó solamente en atribuirla a causas diversas.
También ha suscitado críticas y discusiones la
tesis marxiana sobre la llamada «miseria creciente»,
es decir, la presunta tendencia a un empobrecimien­
to progresivo de las clases trabajadoras. Se ha dis­
cutido si tal empobrecimiento debía entenderse
como absoluto o sólo como relativo, y si había de
interpretarse como un empeoramiento del nivel de
vida de la clase obrera. Las referencias de Marx al
empobrecimiento aparecen inmediatamente después
del análisis del proceso de acumulación del capital
y de la formación del ejército industrial de reser­
va, y están enteramente comprendidas en ese ámbi­
to. En otras palabras, Marx se refería esencialmen­
te a la masa fluctuante de desocupados o de ocupa­
dos en precario marginales al sistema industrial.
Ha de recordarse que en aquel período de la revolu­
ción industrial, el ejército de reserva se engrosaba
continuamente con la población excedente del cam­
po (como ocurre hoy en los países subdesarrollados);
puede pensarse, por ello, que Marx consideraba
la tendencia al «empobrecimiento» como operan­
te durante toda la fase inicial del proceso de indus-
184
trialización capitalista, pero no necesariamente más
allá de tale� límites. Y es muy probable, como su­
giere la terminología que utiliza, que no pensase
sólo en términos salariales (aunque la existencia
del ejército de reserva era para él el principal re­
gulador del nivel de los salarios), sino que quisiese
referirse a la «condición general» de la clase obrera,
comprendiendo en ella elementos como la degrada­
ción social, la inseguridad y otros, además de los
factores puramente económicos. Es claro, de cual­
quier forma, que Marx pensaba en un mercado de
trabajo enteramente competitivo, sin instrumentos
de contratación colectiva, dado que en la última par­
te de la sección que examinamos (sección tercera,
capítulo XXIII) habla de la organización sindical
como de un elemento que puede modificar la situa­
ción en un sentido favorable a los trabajadores:
«Toda unión entre los empleados y los desemplea­
dos perturba, en efecto, el funcionamiento "puro"
de aquella ley» (la ley de la oferta y la demanda) (29).

4. Realización de la plusvalía e imperialismo

Aparte de las controversias sobre la teoría del


valor, sobre el problema de la transformación, so­
bre la caída tendencia! de la cuota de beneficio y
sobre el «empobrecimiento», de las que hemos habla­
do hasta ahora, las discusiones que han tenido lu­
gar desde comienzos de siglo sobre la concepción
marxiana del capitalismo han girado en gran medida
en torno a dos cuestiones: el lugar que ocupa (si lo
ocupa) en la teoría de Marx el llamado «probkrna
de la realización». y el problema del imperialismo
moderno en relación con la concentración del capi­
tal y la formación de los monopolios. La primera
de estas cuestiones ha sido la reserva de caza natu­
ral de los economistas; la segunda ha sido objeto

(29) MARX, El Capital cit., libro primero, sección séptima, ca­


pítulo XXIII, p. 286.
185
de comentarios y debates más amplios. En El Ca­
pital hay una o dos referencias al problema de la
«realización de la plusvalía» (como problema que
nace de la insuficiencia de la demanda de bienes pro­
ducidos, o que habrían podido producirse); pero no
hay nada más, y esas escasas alusiones no son con­
cluyentes. Una de ellas es la citadísima frase del
tercer libro, según la cual «la razón última de toda
verdadera crisis es siempre la pobreza y la capaci­
dad restringida de consumo de las masas, con las que
contrasta la tendencia de la producción capitalista a
desarrollar las fuerzas productivas como si no tu­
viesen más límite que la capacidad absoluta de con­
sumo de la sociedad» (30); una frase que tiene un
indiscutible acento subconsumista.
En los primero<; decenios del siglo XIX varios eco­
nomistas habían abordado el problema de la insufi­
ciencia de la demanda respecto a la oferta de bienes
producidos, como debida a la pobreza de la masa
de consumidores asalariados. El más eminente de
ellos había sido Sismondi, que había atribuido a esa
causa la depresión económica y las crisis periódi­
cas; también Malthus se había movido en esa di­
rección, polemizando contra el «ahorro» y la «ta­
cañería» excesivos y contra la insuficiencia de la
demanda de los asalariados, que en consecuencia ha­
cían necesario, y justificaban, el «consumo impro­
ductivo» de los perceptores de rentas y beneficios.
Ricardo había respondido a estos argumentos que
la parte ahorrada de los beneficios se transforma­
ba, si se invertía, en demanda de los trabajadores
ocupados por el capital de nueva creación, de mane­
ra que el proceso de ahorro/inversión representaba
una simple transferencia de la demanda, desde un
grupo de consumidores (los ahorradores) hacia otro
grupo (los nuevos ocupados). «Las necesidades de
los consumidores.. se transfieren, junto a la capa­
cidad de consumir, a otro grupo de consumidores»;

(30) El Capital, México 1971, libro tercero, sección quinta,


cap. XXX, p. 455.
186
«la capacidad de consumir no se destruye, sino que
se transfiere a los trabajadores» (31). La respuesta
más general y ortodoxa a los subconsumistas la dio,
por lo demás, J. B. Say, y es conocida como «lev
de Say». Afirmaba que el intercambio era, funda­
mentalmente, un intercambio de productos por pro­
ductos, y que la producción y la oferta de más de
una mercancía creaba automáticamente una deman­
da adicional de las demás mercancías con las que
cada una debía intercambiarse. Como consecuencia,
podía darse una superproducción de algunas mercan­
cías en particular, por un exceso de producción
temporal respecto a las demás, pero no podía darse
una superproducción general de todas las mercan­
cías.
Marx estaba muy lejos de aceptar la ley de Say.
Incluso la ridiculizó, observando que dicha ley des­
conocía completamente el hecho de que el dinero
tiene un papel general de mediación entre las dos
partes de un intercambio mercantil (M-D-M) y que
no existía ninguna razón automática para que la pri­
mera parte de la operación se completase siempre
con la segunda. Podía darse, en efecto, la tendencia
a conservar el resultado de la primera operación en
forma de dinero, sobre todo cuando existían expec­
tativas de beneficio, sin que ese dinero recibido se
utilizase en la adquisición de otros bienes. Marx, sin
embargo, no se adentró nunca a fondo en la cues­
tión de qué circunstancias podían causar esa adqui­
sición original de bienes o de fuerza de trabajo.
Además, en el segundo libro de El Capital los famo­
sos esquemas de reproducción, en lo que concierne
a la reproducción ampliada, parecen evidenciar una
proporcionalidad entre los distintos sectores pro­
ductivos, incluido el sector que produce bienes-capi­
tal o medios de producción (32), como garantía de

(31) Works and Correspondence of David Ricardo, a cargo


de P. Sraffa, vol. 2, pp. 309, 311,
(32) Asumiendo, implícitamente, que vuelva a invertirse en se·
guida la parte de la plusvalía que excede los consumos de lujo de
los capitalistas.
187
un progreso regular en la expans1on de la acumula­
ción y de la producción (33). Eso indujo al econo­
mista ruso TuganBaranovski a la conclusión de que
no existirían obstáculos ni crisis del proceso pro•
ductivo, si se respetaban las proporciones debidas en­
tre los distintos sectores.
Rosa Luxemburg, en los comienzos del siglo, ha­
bía de ser la principal opositora de esta optimista
teoría de las «proporciones». En su obra La acu­
mulación del capital, de 1913, criticó a Marx por la
poca atención prestada al problema de la «realiza­
ción de la plusvalía» (mediante la venta del produc­
to) como problema distinto del de las condiciones
que favorecían su creación en el curso del proceso
productivo. Luxemburg admitió que si la parte de
la plusvalía no consumida por los capitalistas se
reinvertía pronto en un nuevo ciclo de acumulación
capitalista y de «reproducción ampliada», no podría
surgir ningún problema de realización o de insufi­
ciencia de la demanda. Pero negó enérgicamente que
se pudiese imaginar desde una perspectiva realista
una prolongación de ese proceso por tiempo indefi­
nido (o al menos por un tiempo muy largo) única­
mente bajo el estímulo de la acumulación capitalis­
ta considerada en sí misma.
Sin el estímulo de una demanda creciente y de
perspectivas de beneficio seguras, la tendencia a in­
vertir se debilitaría con seguridad, como la expe­
riencia lo demostraba periódicamente.
Por eso la acumulación capitalista podía conti­
nuar, y el capitalismo podía sobrevivir, sólo bajo
el estímulo de un «mercado exterior», que propor-

(33) Hay que señalar, sin embargo que hacia el final del se­
gundo libro, después de considerar qué proporciones dehen reme­
tarse entre los distintos sectores o ramas de la producción, Marx
cita un caso en el que los capitalista� de las industrias prnductnras
de bienes de consumo encuentran difícil realizar (en el mercado)
su plusvalía en forma de dinero para después invertirla en 011evos
medios de producción. Resuelve la dificultad afirmando, de modo
algo curioso, que esos capitalistas realizan sus productos intercam­
biándolos por el oro en posesión de los productores de este metal.
Cf., a ese propósito, M. Doee, On Economic Theory and Socia­
lism, Londres 1955, p. 269.

188
donara una demanda adicional ligada a la penetra­
ción del capital en un cierto número de áreas sub­
industrializadas y no desarrolladas desde el punto
de vista capitalista. Las nuevas expectativas de be­
neficio nacidas de la inversión en tales áreas ha­
brían mantenido el proceso de acumulación y de pro­
ducción de bienes-capital en la vieja y más desarro­
llada área capitalista (que controlaba ese proceso).
«El comercio mundial es una condición histórica
de vida del capitalismo; comercio mundial que, en
las circunstancias concretas, es esencialmente un
trueque entre las formas de producción capitalistas
y las no capitalistas» (34). El capitalismo desarrolla­
do debía apostar (para su continuación) por una ex­
pansión comercial de este tipo; pero era una ex­
pansión que no podía durar hasta el infinito, y su
efecto de estímulo sobre la reproducción ampliada
debía, a la larga, agotarse. Es de señalar que la
teoría luxemburguiana, con su insistencia particular
en los «mercados exteriores», sirve de nexo entre
la teoría marxiana de la acumulación capitalista y
la realidad del imperialismo moderno y ofrece una
explicación teórica de este último. Luxemburg an­
ticipó, además, las teorías más recientes sobre el pa­
pel del militarismo y de los presupuestos estatales
para armamento como instrumentos para la expan­
sión de la demanda e incentivos a la inversión.
Por consiguiente, cuando se dice que el cani­
talismo vive de formaciones no capitalistas, para
hablar más exactamente, hay que decir que vive
de la ruina de estas formaciones, y necesita el am­
biente no capitalista para la acumulación, lo ne­
cesita como base para realizar la acumulación,
absorbiéndolo (35). Considerada históricamente, la
acumulación del capital es un proceso de cambio

(34) R. LUXEMBURG, La acumulaci6n del capital, México 1967,


PP. 275-276.
(35) Rosa Luxemburg piensa aquf sobre todo en la pequeña
economía campesina. Los capítulos XXVII y XXIX de su obra se
titulan. respectivamente, La lucha contra la economía natural y
La lucha contra la economía campesina.
189
de materias que se verifica entre la forma de pro­
ducción capitalista y las precapitalistas. Sin
ellas no puede verificarse la acumulación del ca­
pital, pero considerada en este aspecto, la acu­
mulación se efectúa destrozándolas y asimilándo­
las... La imposibilidad de la acumulación signifi­
ca, en la producción capitalista, la imposibilidad
del desarrollo ulterior de las fuerzas productivas
y, con ello, la necesidad histórica objetiva del
hundimiento del capitalismo (36).

Y concluye así:

El capitalismo es la primera forma económi­


ca... que no puede existir sola, sin otras formas
económicas de qué alimentarse, y que al mismo
tiempo que tiene la tendencia a convertirse en ·'
forma única, fracasa por la incapacidad interna de
su desarrollo (37).
En Rusia, los escritores bolcheviques se movie­
ron en una dirección diametralmente opuesta. Le­
nin, en primer lugar, al polemizar contra los narod­
niki en El desarrollo del capitalismo en Rusia 08),
había afirmado que el mismo desarrollo de un mer­
cado interior a través de la industrialización capi­
talista proporcionaba los elementos esenciales que
garantizaban la expansión comercial indispensable
para el desarrollo del capitalismo. Después, Buiarin
(el más eminente economista bolchevique) escribió
una crítica específica de las tesis de Luxemburg.
Lenin, en el primer capítulo de su libro (titulado
Errores técnicos de los economistas populistas), se
inclina (aunque con algunas reservas) por las tesis
de Tugan-Baranovski sobre la cuestión de las pro­
porciones entre los distintos sectores productivos,
y más aún por las tesis de Bulgakov, que iban a ser
criticadas por Rosa Luxemburg. Según Lenin, «el
crecimiento de la producción capitalista, y por con-

(36) R. LUXEMBURG, La acumulaci6n del capital cit., p. 322.


(37) lbid., p. 363.
(38) La obra se publicó por primera vez en Rusia en 1899;
una segunda edición data de 1908.

190
siguiente del mercado interior, no se efectúa tanto
a expensas de los bienes de consumo como a expen­
sas de los medios de producción»; el incremento
de los segundos es más rápido que el de los pri­
meros. «La subdivisión de la producción social que
fabrica medios de producción debe, por consiguien­
te, crecer con más rapidez que la que confecciona
artículos de consumo. De esta manera, el creci­
miento del mercado interior para el capitalismo es,
hasta cierto grado, "independiente" del crecimien­
to del consumo general, verificándose más por cuen­
ta del consumo productivo.» Reconoce que hay
una contradicción en el hecho de que la produc­
ción se desarrolle a un ritmo más elevado que el
consumo ( «es una auténtica "producción para la
producción"»). Pero no es tal que impida el desa­
rrollo: «No es una contradicción de la doctrina,
sino de la vida real; es precisamente una contra­
dicción que corresponde a la naturaleza misma del
capitalismo y a las restantes contradicciones de este
sistema de economía social.» Y niega que Marx «ex­
plicase las crisis oor el subconsumo» (39).
Entre las teorías económicas modernas, conoci­
das en los ambientes académicos europeos y ameri­
canos, la más próxima a las concepciones de Rosa
Luxemburg (y que reconoce haber recibido su in­
fluencia) es la teoría de Micha! Kalecki (40). Fue
elaborada en la primera mitad de la década de los
treinta, es decir, en época prekeynesiana, y es no­
table sobre todo por dos aspectos. En primer lu­
gar, Kalecki hace depender la relación entre bene­
ficios y salarios (el «mark-up» sobre el coste-sala­
rios) del grado de monopolio, proporcionando así
una explicación en términos monopolísticos de los
orígenes y las bases del beneficio. En segundo lu­
gar, hace depender el empleo global y el producto

(39) LENIN. El desarrollo del capitalismo en Rusia, en Obras


Completas, Buenos Aires 1969 ss., vol. 3, pp, 46, 49, 50, 51.
(40) Muerto en Varsovia en 1970. Sobre él, cf. G. FEIWEL,
[he intelectual Capital o/ Micha! Kalecki, Knoxville (Tennessee)
975,

191
global (41) (y, por consigu iente, el beneficio global)
de factores relativos a la «realización», es decir, de
la demanda, y en particular del consumo de los ca­
pitalistas y del beneficio invertido. En tercer lugar,
considera la inversión global de los capitalistas
(que, en el debate sobre la «realización», ambas par­
tes habían dejado más o menos colgada en el air�)
como dependiente de la cuota de beneficio alcanza-
da por las nuevas inversiones, es decir, de la rela­
ción entre el beneficio realizado global y la capaci­
dad productiva global. De esta forma, tanto el au­
mento como la disminución de las inversiones se
autorreforzarían hasta cierto punto. Un auge de las
inversiones, una vez iniciado como consecuencia de
una expansión de la demanda, y, por tanto. de la
realización de un beneficio, estimularía un increme!l-
to ulterior de las inversiones, y así sucesivamente,
hasta que la nueva capacidad productiva creada
por las nuevas inversiones repercutiese en la cuota
de beneficio obtenida (dividiendo el beneficio reali­
zado global por la capacidad productiva global) con
fuerza suficiente para bajarla. De modo análogo, un
declive en las inversiones tendría un efecto acumu­
lativo: toda disminución provocaría una restricción
de la demanda global y del beneficio realizado glo­
bal, hasta que la capacidad productiva disminuida
y el crecimiento del desempleo reaccionasen con su­
ficiente fuerza sobre la cuota de beneficio. Es una
teoría, bien elaborada desde el punto de vista ló);!i-
co, de las crisis económicas y del ciclo económico
en términos muy próximos a la concepción luxem­
burgu iana. Ha de notarse que, mientras cierto nú­
mero de economistas (de Sismondi a Hobson) habían
puesto el acento en el consumo y el subconsumo,
la teoría de Kalecki aborda directamente el proble-
ma de la inversión y de las razones de su periódica

(41) Hay siempre, en el sistema de Kalecki. un exceso de


capacidad productiva, porque (a semejanza de Keynes) niega que
exista una tendencia al pleno empleo y a la plena capacidad de
trabajo, que aparecen s61o excepcionalmente, cuando la demanda
global alcanza un alto nivel.

192
y/o crónica inadecuación en el marco de un modo
de producción, como el capitalista, dominado por
el estímulo del beneficio.
A partir de Rosa Luxemburg, como hemos visto,
el debate sobre el problema de la realizacióTl se ha
ligado estrechamente al problema del imperialis­
mo (42). Pero los dos nombres más comúnmente
asociados a la interpretación marxista del imperia­
lismo moderno son los de Hilferding y Lenin. El
primero relacionó el fenómeno imperialista principal­
mente con la concentración del capital y el monopo­
lio, y en particular con el creciente dominio de la
gran banca sobre la industria en el capitalismo de­
sarrollado (como demostraba el ejemplo de Alema­
nia en aquella época), y, por tanto, con el creciente
dominio del capital financiero (de ahí el título de la
obra de Hilferding. Das Finanzkapital). El imperia­
lismo, etapa superior del capitalismo fue escrito por
Lenin en la primavera de 1916 y publicado en Rusia
tras el retorno a la patria de Lenin en abril de 1917.
Empieza con un reconocimiento de la importanch
de la obra de Hobson, Imperialism, la cual (escribe
Lenin) constituye «una óptima y detallada exposi•
ción de las características económicas y políticas
fundamentales del imperialismo». Respecto a Hil­
ferding, Lenin fue mucho menos generoso. definién­
dolo como un «ex marxista, ahora compañero de
Kautsky», y sometiéndole (junto a este último) a un
duro ataque. Lenin afirma que. políticamente, Hil­
ferding «había dado un paso atrás con respecto al
inglés Hobson, pacifista y reformista declarado»,
pero reconoce (aunque con algunas reservas) que
El capital financiero «ofrece un precioso análi-;i'>
teórico "sobre la recentísima fase de desarrollo del
capitalismo"».

-
El trabajo de Lenin sobre el imperialismo no es
tanto un análisis teórico como una exposición de

(42) J. A. Hobson, en 1902, había explicado la exportación de


capital, la expansión c olonial v el imperialismo en términos sub­
consumistas.
193
tipo descriptivo de las principales características
del capitalismo en la nueva fase alcanzada por él en
el siglo xx. La principal de esas características es la
sustitución de la competencia por el monopolio: «[La]
transformación de la competencia en monopolio es ·
uno de los fenómenos más importantes (si no el ·
más importante) de la economía capitalista moder- ·
na. » «El enorme crecimiento de la industria y la
notablemente rápida concentración de la producción .
en empresas cada vez más grandes constituyen uno ,
de los rasgos más característicos del capitalismo» ;
(43). El amplio desarrollo de los cárteles se inició
«después de la crisis de 1873 », aunque en aquellos
años «todavía constituyen la excepción», mientras .
el decenio 1860-1870 había representado el «punto•
culminante de desarrollo de la libre competencia»
(44). Lenin afirma a continuación que «la relación·
de dominio y la violencia ligada a ella » constituyen
«la caract�rística típica de la "recentísima fase de·.
evolución del capitalismo"», y pone en evidencia (si­
guiendo a Hilferding) la nueva función de los bancos ·,
(bancos mixtos de tipo alemán), del «capital finan­
ciero » y de la «oligarquía financiera». A eso se aña­
de la exportación de capital a las «colonias » menos ·
desarrolladas de ultramar, fenómeno en el que pue- •
de decirse que se encierra la esencia misma del im- :.
perialismo. Lenin resume así sus análisis: «El impe- .
rialismo es el capitalismo en aquella etapa de desa- .
rrollo en que se establece la dominación de los mo- .
nopolios y el capital financiero; en que ha adquiri- .
do señalada importancia la exportación de capita­
les; en que empieza el reparto del mundo entre
los trusts internacionales; en que ha culminado el re-
parto de todos los territorios del planeta entre las
más grandes potencias capitalistas.» Ataca luego a
Kautsky, según el cual no debería entenderse el im- ·
perialismo como «una fase o etapa de la economía, ·

(43) LENIN, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, en ·


Obras Completas cit.. vol. 23, p. 316.
(44) /bid., pp. 314, 320.
194
sino como una política, como una política determi­
nada, "preferida" por el capital financiero», y no
debería «identificarse el imperialismo con el capita­
lismo contemporáneo» (45). Ha de observarse que, a
diferencia de Rosa Luxemburg y Hobson, Lenin, en
su teoría, no liga en sentido causal la expansión co­
lonialista con el fenómeno de la superproducción en
los países imperialistas o el mecanismo de la «reali­
zación», y tampoco con la pretendida ley marxiana
de la caída tendencia! de la cuota de beneficio (46).
Depende directamente cte la necesidad de los gran­
des grupos monopolísticos de ampliar su dominio
y reforzar su poder monopolístico sobre el mercado
de bienes de consumo y sobre el de medios de pro­
ducción, y en particular sobre este último. Los dos
modos distintos de considerar el problema (el lu­
xemburguiano y el leninista) no son, naturalmente,
incompatibles; pueden conciliarse facilísimamente.
Sin embargo, la diferencia de acento tiene un signi­
ficado; y es una diferencia que ha estado siempre
presente en los debates sobre el imperialismo, inclu­
so en los desarrollados después de la Segunda Gue­
rra Mundial. Piénsese en la gran atención que se ha
prestado al papel de los gastos armamentistas esta­
tales como instrumento anticíclico; lo prueba la
obra de Baran y Sweezy Monopoly Capital (Nueva
York, 1966), de corte luxemburguista y con el in­
tento de proporcionar, además, una definición nue­
va y más adecuada del excedente. En sustancia, nos
parece que puede hablarse (aun hoy) de la existen­
cia de dos teorías marxistas sobre estos problemas:
una que da particular relieve, en el análisis de la
crisis, del imperialismo y de la política económica,

-
al problema de la «realización» y de la insuficiencia
de la demanda, y otra que concentra su atención en

(45) Ibid., pp. 328, 387, 388.


(46) Cf. al respecto J. M. GILLMAN, The Falling Rate of Profit,
Londres 1957. El autor niega que la cuota de beneficio haya des·
cendido en Estados Unidoo desde 1919; "si acaso (escribe) ha
aumentado".
195
las «proporciones» entre los diferentes sectores pro-
ductivos.
No es preciso decir que el elemento decisivo en
tomo al cual giraban las diferentes previsiones mar­
xianas sobre la dinámica del capitalismo era la pro,
gresiva agudización de la lucha de clases, que el sis­
tema se vería en dificultades cada vez mayores para
controlar en su propio ámbito. El proletariado cre­
cería en fuerza y cohesión, además de en términos
cuantitativos; desarrollaría una organización sindical
propia y conduciría duras luchas reivindicativas en el
terreno del reparto del producto entre beneficios y
salarios. A través de las luchas económicas crece-
ría la conciencia política de la clase, y finalmente el
proletariado se levantaría, se apoderaría de los me­
dios de producción y transformaría el sistema. La
revolución rusa de 1917, con su agudísimo carácter
de clase (47), fue entendida por muchos como una
extraordinaria confirmación histórica de aquella pre­
visión. Pero no faltaron (sobre todo entre los diri­
gentes socialdemócratas de la época) quienes sostu-
vieron que el acontecimiento, lejos de constituir una
verificación de las previsiones marxianas, represen-
taba en cambio su desmentimiento, puesto que la
ruptura revolucionaria había tenido lugar en un país
capitalista relativamente poco desarrollado, en el que
predominaba la población campesina, mientras los
países capitalistas avanzados de Occidente habían
rechazado con dureza los llamamientos a la revolu-
ción mundial. Lenin y los bolcheviques respondieron a
esas críticas que, en una crisis provocada por una
guerra mundial, era razonable que sobreviniese una
ruptura, antes que en otro lugar, en un país de es-
tructura industrial relativamente débil y sólo par-
cialmente desarrollado, aunque la existencia de un
proletariado industrial y de un cierto grado de in­
dustrialización eran con seguridad condiciones nece-

(47) Bastaría únicamente recordar el papel decis;vo de los


soviets obreros y. durante la guerra civil la neta caracterización
de quienes combatían en uno y otro lado de la barricada.

196
sarias para una explosión revolucionaria. La revófü-,, '.\
ción soviética se había desarrollado, en determina": ,
do momento, en Rusia, porque Rusia era, en aquel·•.
determinado momento, el «eslabón débil» de la ca-
dena imperialista mundial. Si queremos plantear la
misma cuestión en otros términos (quizá más ade­
cuados a las condiciones de la época actual), po­
dríamos decir que la respuesta al problema depen-
de del peso relativo que se atribuya (al valorar las
situaciones históricas) a los llamados factores «ob­
jetivos» (en gran parte, de naturaleza mecanicis-
ta) respecto a los factores «subjetivos» (no econó­
micos en sentido estricto, es decir, políticos e ideo­
lógicos).

5. Problema del valor y diagnóstico social

¿ Qué juicio global puede expresarse sobre la crí­


tica marxista de la economía política, a un siglo de
distancia? En lo que respecta al aspecto teórico del
sistema, ha de subrayarse el creciente interés por
el pensamiento de Marx que, en los años sesenta y
setenta de nuestro siglo, se ha venido desarrollando
en los ambientes académicos, no sólo en Inglate­
rra (la segunda patria de Marx) y en el conti�ente
europeo, sino también en América: un interés parti­
cularmente vivo entre los estudiantes y el personal
docente más joven. Este rebrote marxista ha sido,
en gran parte, fruto del fogoso debate provocado
por la aparición, en 1960, del libro de Piero Sraffa
Producción de mercancías por medio de mercan­
cías (que se subtitula Contribución a una crítica de
la teoría económica) y de las críticas dirigidas contra
su doctrina «burguesa». Cuál de las dos partes im­
plicadas en esta discusión académica ha ganado
formalmente la partida, es una cuestión sobre la
que, entre los eccnomistas, hay una discrepancia
aguda. En cualquier caso, creo que la mayor parte
de los marxistas reconocerá que el debate sobre
Sraffa ha tenido una función muy estimulante, en
197
la medida en que ha servido para hacer comprender
la importancia del específico punto de vista marxia­
no, independientemente del hecho de que se quisie­
se defenderlo o no (48).
Podemos preguntarnos por qué la teoría del va­
lor ha jugado un papel tan importante en el siste­
ma de Marx. La respuesta sería, en primer lugar,
que (como Smith y Ricardo antes que él) también
Marx consideró esa teoría como una clave para la
comprensión del funcionamiento «automático» (y,
por tanto, de las «leyes objetivas») de un sistema ba­
sado en el mercado. Más que una clave, la teoría
del valor fue la representación abstracta de esas le­
yes tendenciales. En segundo lugar, como hemos di­
cho ya, la teoría del valor-trabajo ofrecía a Man::
un apoyo formal en el que encuadrar su teoría de
la plusvalía, puesto que las relaciones entre las mer­
cancías expresadas en términos de trabajo (distin­
tas de las relaciones expresadas en términos de pre­
cios) no resultaban modificadas por las variaciones
del grado de explotación. Había quizá una tercera
razón: para dotar de un significado claro al con­
cepto de «explotación», hay que partir del postulado
(o de algo semejante a un postulado) de que el tra­
bajo es el único factor activo (¿o «coste social»?) de
la producción (49). Al expresar de esta forma la teo­
ría de la plusvalía (aún en una primera aproxima­
ción), es posible colocar en primer plano ese postu­
lado, que de otra manera podría quedar oculto. Esto
es muy importante para una representación del as­
pecto cualitativo del problema del valor.
En lo que respecta al diagnóstico social y a las

(48) Hay disparidad de opm1ones incluso sobre la finalidad


efectiva del debate: ¿se quería defender de forma específica la
concepción marxiana, o más bien el punto de vista de los econo­
mistas clásicos en general?
(49) Y no, obsérvese bien, el único factor necesario para pro­
ducir riqueza, es decir, valores de uso; en la producción de valores
de uso también la naturaleza y las máquinas ("trabajo acumulado")
desempeñan un papel importante.
198
previsiones, la doctrina de Marx representó (para
su época) un hecho absolutamente excepcional; por
ello no sorprende que (después de un período inicial
en que fue ignorada) haya despertado tanto interés.
La economía política clásica había presentado el sis­
tema de la empresa individual y de la libre compe­
tencia como un estado ideal, si no como la meta fi­
nal del progreso económico. La existencia de terra­
tenientes constituía la única anomalía que turbaba
las líneas simples de lo que Bastiat llamó las «armo­
nías económicas». Mientras Quesnay había conside­
rado la renta de la tierra como un excedente o pro­
duit net, Bastiat la consideraba desde una óptiu
mucho más favorable, como parte integrante del or­
den natural; sólo Ricardo había puesto de relieve ti
«antagonismo» entre renta y beneficio, localizando en
este último la fuente benéfica de la acumulación
capitalista. Una teoría que definía toda renta de la
propiedad como forma de «explotación», y por ello
como surgida de antagonismos sociales, no tenía pre­
cedentes hasta aquel momento (con la sola excep­
ción, o casi, de los llamados «socialistas ricardia­
nos» ). Estos últimos, sin embargo, habían atribuido
la explotación, no a un mecanismo interno del sis­
tema de libre competencia, sino a algunas imperfec­
ciones latentes en él, como los «intercambios desi­
guales» de Hodgskin. Muchos economistas actuales
opinan que ocuparse de semejantes cuestiones es in­
troducir consideraciones de tipo «sociológico», ex­
trañas a la esfera propia de la teoría económica. En
síntesis, podría decirse que esta postura señala los
límites de lo que tradicionalmente constituye el ob­
jeto de la economía política, es decir, los límites que
han sido fijados gradualmente por la teoría ortodo­
xa de los precios. Pero podría, con el mismo dere­
cho, responderse que los límites de esta última (con­
cebida como análisis matemático de los precios del
mercado) son demasiado estrechos: más estrechos
que los establecidos por los clásicos, y de cualquier
199
forma lo bastante estrechos para impedir que el es­
tudio penetre bajo lo que Marx llamaba la «aparien­
cia» del mercado (en oposición a la «esencia») para
pronunciarse sobre lo realmente importante y de­
cisivo. De cualquier forma, es la importancia dada a
la plusvalía y a sus implicaciones sociales, lo que
hace de la teoría marxiana sobre la producción ca­
pitalista algo único y le confiere sus características
atractivas.

200
ISTVÁN MÉSZÁROS
Marx «filósofo»
El fulgurante aserto de Marx sobre la filosofía:
«Los filósofos no han hecho más que interpretar de
diversos modos el mundo, pero de lo que se trata
es de transformarlo» (1), se ha entendido a menudo
de forma unilateral: como un rechazo radical de la
filosofía y una llamada a superarla, poniendo en su
lugar el «socialismo científico». Lo que una interpre­
tación de ese tipo no tiene en cuenta es que la idea
que Marx tiene de esa Aufhebung (superación) no
corresponde a un puro y simple desplazamiento teó­
rico de la filosofía a la ciencia, sino a un programa
práctico complejo, que para realizarse exige necesa­
riamente la unidad dialéctica entre «el arma de la
crítica» y «la crítica de las armas» (2); esto signifi­
ca que la filosofía sigue formando parte integrante
de la lucha por la emancipación. Como escribe
Marx: «No podéis superar la filosofía sin realizar­
la» (3), cosa que no puede suceder en el terreno
exclusivo de la ciencia, sino sólo en la realidad prác­
tica o en la praxis social (que comprende, natural-

(1) K. MARX, Tesis sobre Feuerbach (primavera de 1845), en


MARX y ENGELS, Obras escogidas, vol. 2, P. 428.
(2) Cf. K. MARX, Crítica de la filosofía del Derecho
de Hegel.
Introducción (diciembre de 1843-enero de 1844), en OME, vol. 5,
p. 217.
(3) lbid., p. 216.

203
mente, la contribución de la ciencia). Por otra par­
te, la frase de la que hemos partido no puede se­
pararse de la afirmación marxiana sobre la necesi­
dad del nexo recíproco entre esa «realización de la
filosofía» y el proletariado. Porque «lo mismo que
la filosofía encuentra en el proletariado sus armas
materiales, el proletariado encuentra en la filosofía
sus armas intelectuales... La filosofía no se puede
realizar sin suprimir el proletariado; el proletariado
no se puede suprimir sin realizar la filosofía» (4).
Las dos partes de esta interacción dialéctica triunfan
o caen juntas, según Marx.
Pero afirmaciones como éstas, ¿deben tomar.:;e
en serio o han de considerarse como simples mani­
festaciones de exuberancia juvenil y de retórica?
¿Podemos atribuir un significado (y en tal caso,
¿qué significado?) a la idea de realizar la filosofía,
sin lo cual el proletariado no podrá realizarse a si
mismo? Y desde el momento en que no podemos
dejar de tener en cuenta que el proletariado no ha
conseguido hasta hoy realizar su tarea histórica de
superarse a sí mismo, ¿deberemos quizá volver la
espalda al embarazoso problema con el pretexto de
que el programa de Marx se ha visto cumplido en
la «práctica teoréti.ca», a través de la superación de
la filosofía por la idea del «socialismo científico»,
de la «ciencia de la historia», etc.? ¿Y cuál es el pa­
pel (admitiendo que tenga alguno) de la filosofía en
la formación de una conciencia socialista y en la rea­
lización de las tareas prácticas que tenemos ante
nosotros, una vez que las consideraciones críticas de
Marx sobre la filosofía pasada y sobre las relaciones
entre filosofía y vida social se apliquen coherente­
mente a la valoración de las tendencias de desarro­
llo posmarxianas? Preguntas como éstas son esencia­
les para nuestra comprensión del significado de
Marx para la filosofía, así como del significado de
la filosofía para el tipo de praxis social que el mis­
mo Marx había propugnado.

(4) lbid., p. 223.


204
t. La realización de la ftlosoffa

Siguiendo el deseo paterno {como Lukács seten­


ta años más tarde), Marx se dedicó inicialmente al
estudio del derecho. Muy pronto, sin embargo, 5e
sintió «empujado a medirse con la filosofía», al
darse cuenta de que, dada la relación profunda en­
tre la filosofía y el campo de estudios elegido por
él, «no era posible de ninguna forma seguir adelan­
te sin la filosofía». Escribía así, en tono semiapologé­
tico, a su padre desde Berlín en 1837: «Me voy vin­
culando cada vez más estrechamente a la moderna
filosofía del mundo, a la que había querido evitar» (5).
Para él, la filosofía no era un sustitutivo del empe­
ño asiduo de estar al corriente hasta el detalle de
la literatura técnica: su lectura de tediosos textos
jurídicos era tan extraordinaria como las lecturas
anotadas de los últimos años. Marx no buscaba algu­
na alternativa especulativa a priori a las minucias
del saber jurídico, sino un hilo conductor {un ade­
cuado fundamento teórico) que les diese coheren•
cia. Comprendía que la única forma de conquistar
una comprensión adecuada de cualquier objeto de
estudio consistía en captarlo en la trama de sus co­
nexiones dinámicas, y subrayaba con fuerza el prin­
cipio de que «el objeto mismo debe ser estudiad!J
en su desarrollo» (6). La negativa a asumir acrítica­
mente lo existente como algo puramente dado, y la
exigencia de poner los aspectos particulares en rela­
ción con sus múltiples conexiones dialécticas en el
proceso global, debían conducir a Marx a poner rigu­
rosamente en discusión los límites de su materia de
estudio. Así, la transición del estudio de los aspectos
empíricos del derecho ( «ciencia administrativa» (7),
como la llamaba) a la jurisprudencia, y de ésta a ia

(5) Las últimas tres citas proceden de la carta de Marx a su


padre, Berlín. 10 de noviembre de 1837 (Mega, I, 2, pp. 214 ss.).
(6) lbid.
(7) Ibid.
205
filosofía en general, fue para él natural, y coincidió
con la profundización de su comprensión de los
problemas tratados.
Ciertamente este tipo de proceso no es exclusi­
vo de Marx. Sin embargo, subsiste el hecho de que
la profundidad y la amplitud con que Marx sabia
llegar a las conclusiones filosóficas partiendo de
un examen crítico del material empírico (ya se tra­
tase del estudio de casos legales o de discusiones de
procedimiento civil, de derecho penal o del derecho
de propiedad) revelaban la rápida maduración de
un gigantesco talento y un apetito colosal de cono­
cimientos, acompañados de una capacidad sin igual
de generalización y de sensibilidad hacia las más le­
janas implicaciones de cada tema de discusión. Una
extraordinaria coherencia de propósitos acompaña-
da del esfuerzo consciente por integrar vida y tra­
bajo, la parte y el todo, surgía a plena luz desde el
primer momento de sus reflexiones de las que nos
queda testimonio. Tenemos una prueba en la famo-
sa carta al padre: «Déjame hacer un balance de mis
cosas, del modo como veo en general la vida como
expresión de una actividad intelectual que se desa­
rrolla en todas direcciones, en la ciencia, en el arte
y en las relaciones privadas» (8). No es ninguna ma­
ravilla, por eso, que la determinación prometeica
mostrada por Marx a fundir vida y trabajo (su mo­
do de dedicarse a los problemas de la filosofía, con
tal intensidad que no se limitaba a estudiarlos, sino
que los vivía) indujese a Moses Hess (seis años ma­
yor que Marx) a escribir sobre él a un amigo con
admiración y entusiasmo sin límites: «Vete acos­
tumbrando a la idea de conocer al máximo, quizá al
único filósofo en el verdadero sentido de la palabra
hoy existente; dentro de poco (de la forma que elija
para presentarse al público, con escritos o desde
la cátedra, poco importa) atraerá sobre sí los ojos
de toda Alemania... El doctor Marx, así se llama
mi ídolo, es jovencísimo (tendrá como mucho vein-

(8) lbid.
206
ti cuatro años), pero dará el golpe de gracia a la re­
ligión y a la política de la Edad Media. Une a la más
profunda seriedad filosófica la rapidez de réplica
más tajante. Imagina a Rousseau, Voltaire, Hol­
bach, Lessing, Reine y Hegel unidos en una sola
persona (y digo unidos, no revueltos en una mezco­
lanza confusa), y tendrás al doctor Marx» (9). Todo
eso es cierto: la profundidad de la intuición de un
Marx no puede ciertamente ser elevada a norma
general. A pesar de ello, en general es necesario un
modo de afrontar los problemas ligado al hecho de
que la lógica interna de cada campo de estudio
particular impulsa más allá de su propia parcela
la investigación y pide su inserción en contexto!i
cada vez más amplios, hasta alcanzar el punto en
que toda la gama de conexiones dialécticas con el
todo esté establecida adecuadamente. Y la filosofía
no es, en última instancia, sino el entramado glo­
bal de esas conexiones, sin el cual el análisis de
los campos particulares está destinado a ser frag­
mentaria e irreparablemente unilateral.
No sería razonable argumentar que la posterior
crítica marxiana del idealismo especulativo y del
materialismo contemplativo haya cambiado radical­
mente su actitud respecto a la importancia de la
filosofía como tal. Hablar de una fase filosófica ju­
venil en Marx como contrapuesta a su posterior in­
mersión en la «ciencia» y en la economía política
es una explicación burdamente equívoca, que revela
una singular ignorancia o la distorsión de los hechos
más elementales (10). El fondo de su crítica a la filo­
sofía es la separación y la oposición entre la filoso­
fía misma y el mundo real, y la impotencia que ge­
neraba inevitablemente esa separación idealista. Por
eso escribía Marx, ya en 1837: «Del idealismo, que
he confrontado y alimentado con el idealismo de

(9) Carta de Meses Hess a Berthold Auerbach, Colonia, 2 de


setiembre de 1841 (cf. Conversaciones con Marx y Engels, recopi­
ladas por H. M. Enzensberger, Barcelona 1974).
(10) Véase a este respecto el capítulo octavo de mi libro Marx's
Theory of Alienation, Londres 1970.
207
Kant y Fichte, he pasado a buscar la idea en la rea­
lidad misma» (11). Marx era consciente de que el
desarrollo problemático de la filosofía como univer­
salidad alienada era la manifestación de una contra­
dicción objetiva, y trabajaba en la búsqueda de una
solución a esa contradicción. Así, cuando llegó a la
conclusión (por su repulsa crítica a la impotencia
de las meras interpretaciones filosóficas) de que el
origen del problema no estaba en el interior de la
filosofía misma, sino en el conjunto de relaciones
entre ella y el mundo real, y que, en consecuencia, la
solución estaba en la transformación de este mun­
do, no se inclinó por una capitulación ante el frag­
mentarismo y la parcialidad, ni por el abandono de
la búsqueda filosófica de la universalidad. Al contra­
rio, subrayó que la medida de la emancipación viene
dada por la fuerza que la praxis social tiene para
reconquistar su dimensión universal: una tarea que
llamó «realización de la filosofía».
Naturalmente, Max negaba la legitimidad de
una filosofía autosuficiente, que extrajese de sí mis­
ma la propia orientación (12), del mismo modo que
rechazaba la idea de una existencia separada de la
política, el derecho, la religión, el arte, etc., por
cuanto todos estos campos («reflejos ideológicos»)
estaban implicados de una u otra manera en el de-

(11) De la carta de Marx a su padre citada anteriormente.


(12) "Y, como entre estos neohegelianos las ideas, los pensa­
mientos los conceptos y, en general, los productos de la conciencia
por ellos independizada eran considerados como las verdaderas ata­
duras del hombre, exactamente lo mismo que los vie1os hegelianos
veían en ellos los auténticos nexos de la sociedad humana, era
lógico que también los neohegelianos lucharan y se creyeran obli­
gados a luchar solamente contra estas ilusiones de la conciencia";
"la moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las
formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la
apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia
ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su
producción material cambian también. al cambiar esta realidad, su
pensamiento y los productos de su pensamiento"; "y cuando la
teoría se decide s1qmera por una vez a tratar temas realmente llis­
tóricos por ejemplo el siglo xvm, se limita a ofrecernos la historia
cte las ideas, desconectada de los hechos y los desarrollos prácticos
que les sirven de base•·. K. MARX y F. ENGELS, La Jdeología Ale­
mana, Barcelona 1974, pp. 18, 26, 44.
208
sarrollo objetivo de las fuerzas y de las relaciones de
producción como parte integrante de la totalidad
de la praxis social. De igual forma rechazaba la idea
de que la filosofía tuviese un ámbito propio privi­
legiado y un lugar de existencia separado (13) sus­
ceptibles de oponerse a la vida real. Y subrayó el
papel de la división del trabaio (14) en la formación
de las ilusiones que se forja la filosofía sobre sí mis­
ma. Pero se apresuraba a añadir que las teorizacio­
nes por las que la filosofía entra en contradicción
con las relaciones existentes «sólo podrán explicarse
porque las relaciones sociales existentes se hallan,
a su vez, en contradicción con la fuerza productiva
existente» (15). El problema se delineaba así como
una contradicción profunda en el interior mismo de
la división social del trabajo que hacía usurpar a la
filosofía (junto a otras formas ideológicas) la di­
mensión de la universalidad. Eso no significaba que
hubiese que abandonar la exigencia de universalidad
misma, pero sí su realización especulativa e imagina­
ria. Por eso Marx insistía en la reintegración de la
filosofía con la vida real en términos de la necesidad
de la filosofía como necesidad de su realización al
servicio de la emancipación. La filosofía, pues. así
definida, continuó informando y orientando la obra
de Marx en un sentido rico de significado hasta el
fin de su vida.
La idea de universalidad se presentaba en la pri­
mera filosofía de Marx como un principio abstracto.
Otro término perteneciente a la misma problemáti-

(13) "La filosofía independiente pierde, con la exposición de


la realidad, el medio en que puede existir." MARX y ENGELS, La
ldeol?gía Alemana cit., p. 27.
(14) "La división del trabajo sólo se convierte en verdadera di­
visión a partir del momento en que se separan el trabajo físico
Y el intelectual. Desde este instante, puede ya la conciencia imagi­
narse realmente que es algo más y algo distinto que la conciencia
de la práctica existente, que representa realmente algo sin repre­
sentar algo real; desde este instante, se haUa la conciencia en con­
diciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la
teoría 'pura', de la teología 'pura', la filosofía y la moral 'puras',
etc." /bid., p. 32,
(15) lbid., p. 33.
209
ca, el de totalidad, se enunciaba de modo análogo ;
como un concepto filosófico y metodológico especu­
lativo. Marx reveló el verdadero significado de es­
tas categorías poniendo de relieve su base de exis­
tencia real y tratándolas como las Daseinsformen
(«formas de existencia») (16) más generales que se
reflejaban en la filosofía «como en una cámara os­
cura, en una forma invertida», pero que permitían
deducir de ellas la realidad de la «idea». Marx des­
cribía las bases reales de la universalidad y de su
corolario histórico, la «historia universal», en los
términos que siguen: 1) «el desarrollo universal de
las fuerzas productivas»; 2) «la existencia empírica
de los hombres en el plano de la historia universal,
y no en la vida puramente local»; 3) la «competencia
general» y el desarrollo de una interdependencia uni­
versal (el «intercambio universal de los hombres»,
que hacen que «cada uno de ellos dependa de las
conmociones de los otros»); 4) el desarrollo de una
clase «universal», el proletariado, que puede existir
solamente en el plano de la historia universal, a5Í
como el comunismo, su acción, sólo puede llegar a
cobrar realidad como existencia «histórica univer­
sal». En otras palabras, una «existencia histórico­
universal de los individuos, es decir, existencia de
los individuos directamente vinculada a la historia
universal» (17). Por consiguiente, el problema de la

(16) Aunque la expresión no aparece hasta la Introducción de


Marx a los Grundrisse, la idea surge a principios de 1858.
(17) Estas citas proceden de La Ideología Alemana cit., pp. 36-
38. Una nota al margen de Marx de La Ideología Alemana dice:
"La generalidad corresponde: 1) a la clase contra el estamento;
2) a la competencia, al intercambio mundial, etc.; 3) al gran con­
tingente numérico de la clase dominante; 4) a la ilusión de los in­
tereses comu11es (ilusión en un principio verdadera); 5) a la ilusión
de los ideólogos y a la división del trabajo." ([bid., pp. 52-53.)
Como puede verse, Marx está hablando de factores objetivos muy
importantes, y no hay que entender el término "ilusión" en un
sentido voluntarista-subjetivista. El mismo precisa que "los intereses
comunes" son en un principio verdaderos (y se convierten en una
ilusión en el desarrollo de las contradicciones capitalistas), y al
vincular la ilusión de los ideólogos con la división del trabajo,
reafirma su convencimiento de la necesidad de una superación
práctica objetiva de estas manifestaciones de conciencia.
210
universalidad, aunque concebido en la filosofía de
forma ilusoria, no era una simple desviación de la
filosofía especulativa, sino una cuestión real que in­
tervenía de modo decisivo en la vida de cada indi­
viduo particular, ahora directamente vinculado a la
historia universal en su efectivo despliegue. He aquí
por qué no era retórica juvenil el discurso sobre la
«realización de la filosofía» como obra del desarro­
llo histórico real, a través de la mediación de los
individuos sociales reales y de sus manifestaciones
colectivas.
Marx suscitó el problema de la universalidad y
de su realización también en otro de sus aspectos
vitales, la apropiación. De nuevo, en lugar de meras
transformaciones y soluciones conceptuales, no'>
ofrece la dialéctica objetiva de la existencia real.
Y de nuevo, en contraposición a una proyección
filosófica especulativa del grandioso despliegue de
la idea, el cuadro esbozado corresponde a la cn1da
realidad y a la liberación potencial del desarrollo
histórico real. En efecto

las cosas ... han ido tan lejos, que los indivi­
duos necesitan apropiarse la totalidad de las
fuerzas productivas existentes, no sólo para po­
der ejercer su propia actividad, sino, en general,
para asegurarse su propia existencia. Esta apro­
piación se halla condicionada, ante todo, por el
objeto que se trata de apropiarse, es decir, por
las fuerzas productivas, desarrolladas hasta aho­
ra hasta convertirse en una totalidad y que sólo
existen dentro de un intercambio universal. Por
tanto, esta apropiación deberá necesariamente
tener, ya desde este punto de vista, un carácter
universal en consonancia con las fuerzas produc­
tivas y con el intercambio. La apropiación de
estas fuerzas no es, de suyo, otra cosa que el
desarrollo de las capacidades individuales ..::o­
rrespondientes a los instrumentos materiales de
producción. La apropiación de una totalidad de
instrumentos de producción es ya de por sí, con­
siguientemente, el desarrollo de una totalidad de
capacidades en los individuos mismos. Esta apro-
211
piación se halla, además, condicionada por los ,
individuos apropiantes. Sólo los proletarios de la
época actual, totalmente excluidos del ejercicio
de su propia actividad, se hallan en condiciones
de hacer valer su propia actividad, íntegra y no
limitada, consistente en la apropiación de una to­
talidad de fuerzas productivas y en el consiguien­
te desarrollo de una totalidad de capacidades.
Todas las anteriores apropiaciones revoluciona­
rias habían tenido un carácter limitado; indivi­
duos cuya propia actividad se veía restringida por
un instrumento de producción y un intercambio
limitados, se apropiaban este instrumento limita­
do de producción y, con ello, no hacían, por tanto,
más que limitarlo nuevamente. Su instrumento de
producción pasaba a ser propiedad suya, pero
ellos mismos se veían absorbidos por la división
del trabajo y por su propio instrumento de pro­
ducción; en cambio, en la apropiación por los pro­
letarios es una masa de instrumentos de produc­
ción la que tiene necesariamente que verse absor­
bida por cada individuo y la propiedad sobre
ellos, por todos. El moderno intercambio univer­
sal sólo puede verse absorbido entre los indivi­
duos siempre y cuando se vea absorbido por to­
dos (18).

Marx mostraba así que los conceptos filosóficos


de universalidad y de totalidad estaban estrecha­
mente imbricados y dependían de la posibilidad d�
una plena apropiación, que ellos anticipaban ya de
forma abstracta, contraponiéndose y superando es­
peculativamente las deficiencias (el carácter par­
cial y conflictivo) de la existencia empírica. Marx
rechazaba esta negación abstracta e identificaba cla­
ramente las condiciones objetivas, las fuerzas y las
tendencias del progreso social, que definía él mis­
mo la apropiación como la producción de una tota­
lidad de facultades en los individuos unida al desa­
rrollo de una totalidad de fuerzas productivas y d�
instrumentos de producción e n la trama de un in-

(18) MAJtX y ENGELS, La ldeologla Alemana cit., pp. 79-80.


212
tercambio universal. En el mismo espíritu formula­
ba más tarde, en los Grundrisse, el proyecto del «li­
bre desarrollo de las individualidades» (19) y en El Ca­
pital preveía para los hombres «las condiciones más
adecuadas a su naturaleza humana y más dignas di!
ella»; más allá del «reino de la necesidad» comien­
za el «despliegue de las fuerzas humanas que se
considera como fin en sí, el verdadero reino de la
libertad» (20). La universalidad de tal apropiación
era calificada por Marx, no sólo en los términos
del más alto nivel de la totalidad de las fuerzas
productivas y del correspondiente desarrollo omnila­
teral de las facultl:l.des de los individuos en el inte­
rior de un intercambio universal, sino también en
términos de una modalidad radicalmente nueva de
organización de la propiedad: y precisamente la
exclusión de los individuos en cuanto que individuos
separados de la propiedad de los medios de produc­
ción, a fin de hacer posible el control efectivo de
éstos por parte de la totalidad de los productores
asociados.
Cautamente, Marx utilizó las expresiones: «desa­
rrollo condicionado de una totalidad de facultades»
y «deben ser subsumidos bajo cada uno de los indivi­
duos, y la propiedad bajo todos ellos» (se refiere a
los medios de producción). De ese modo no sólo po­
nía el acento en la interdependencia necesaria entre
el desarrollo omnilateral de los individuos y su con­
trol consciente de Ja propiedad y de la producción,
sino que resaltaba. además, el hecho de que hasta
que ese desarrollo no llegue a plasmarse efectiva­
mente en la vida real, la filosofía está condenada a
continuar viviendo una existencia separada en vez de
integrarse en la vida cotidiana y así «realizarse». La
separación de la filosofía es, de hecho, sólo la ma­
nifestación de una contradicción interna a una pra­
xis social que no ha conseguido hasta ahora realizar
sus potencialidades de desarrollar la totalidad de las

(19) K. MARX, Líneas fundamentales de la critica de la eco­


nomía política ("Grundrisse"), en OME, vol. 22, p. 246.
(20) ID., El Capital, libro tercero, México 1971, p, 759.
213
facultades de los individuos a través de la apropia­
ción de la totalidad de las fuerzas productivas bajú
su control conjunto. Este es el aspecto negativo del
problema. El aspecto positivo es que la filosofía, en
estas condiciones, no es simplemente la manifesta­
ción necesaria de ese fracaso (que a su vez, no pue­
de quedar olvidado en un rincón con jueguecitos ver­
bales seudocientíficos como «praxis teorética» ni a
través del nebuloso abandono de la teoría marxiana
del fetichismo, liquidada como hegelianismo y excre­
cencia del «romanticismo cultural alemán»), sino
además y al mismo tiempo un estímulo vital de la po­
tencialidad positiva de superar ese fracaso. Si la par­
cialidad continúa prevaleciendo en nuestras condicio­
nes actuales, haciendo aparecer la exigencia de la uni­
versalidad temiblemente remota de la realidad, la
culpa no es de la filosofía. El problema es si debe­
mos resignarnos al triunfo de la parcialidad, eleván-
dola a condición permanente de la existencia, como
tienden a hacer los críticos de Marx, o negarla por
todos los medios posibles, incluido el modo con que
el «arma de la crítica» de la filosofía puede y debe
contribuir al éxito de una negación práctica. No pue-
de haber dudas sobre el lado del que se ha inclinado
Marx a este respecto, con su llamada «al desarrollo
de las libres individualidades» y al «verdadero reino
de la libertad... digna de la naturaleza humana».
En el campo opuesto, la superación verbal especula­
tiva de la filosofía por obra de la «Teoría», de la «Pra-
xis Teorética», del llamado «riguroso concepto cientí­
fico del razonamiento experimental», y similares, sólo
puede conducir a una repulsa reaccionaria de la uni­
dad entre teoría y práctica y al abandono escéptico de
las obras de Marx como sueños irrealizables.

2. La ciencia positiva

El progreso filosófico de Marx en dirección hacia


una encrucijada radical en toda la historia de la fi.
losofía fue sorprendentemente rápido. No hace falta
214
decir que no se limitó a desvincularse de la gran he­
rencia del pasado; al contrario, Marx continuó gene­
rosamente refiriéndose en términos positivos a los
clásicos de la filosofía (de Aristóteles a Spinoza, de
Vico a Hegel) a lo largo de los casi cincuenta años
de actividad intelectual. Pero las ideas de los filósofos
del pasado, aunque plenamente reconocidas, fueron
estrechamente integradas por él, como elementos «su­
perados-conservados», en una concepción monumen­
tal de originalidad ejemplar. El elaboró las líneas
fundamentales de esa concepción desde muy joven,
cuando tenía poco más de veinte años, y se dedicó
luego a articular y desarrollar en toda su dimensión
la nueva concepción del mundo a través de sus más
importantes obras de síntesis.
Engels escribió de Marx en 1886: «Marx tenía
más talla, veía más lejos, tenía una visión más am­
plia y más rápida que todos nosotros juntos» (21).
Se piense lo que se quiera de la aportación de En­
gels a la elaboración del marxismo, no puede du­
darse de la validez de fondo de su afirmación. Lo
que Moses Hess advertía y describía entusiástica­
mente en la carta que hemos citado y que Engels
resumía en cuatro palabras no menos entusiastas
(«Marx era un genio») (22) era muy evidente desd�
el principio. La carta de Marx a su padre (escrita
cuando aún no había cumplido los diecinueve años)
revelaba una pasión desmedida por la síntesis, uni­
da a la capacidad de tratar, no sólo el material al
que aplicaba su análisis, sino su propio trabajo, con
un espíritu crítico sin reservas, avanzando desde un
esquema de valoración global al siguiente de forma
inflexible, rehusando reposar en los laureles de sus
propias conquistas, aun reconociendo sobriamente
el mérito relativo de su empresa. Hablando de su
primer intento de esbozar una filosofía del derecho,
escribió: «Todo el conjunto adolece de la división

(21) F. ENGl!LS, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clási­


ca alemana, en MARX y ENoELS, Obras escogidas ciL, vol. 3, P. 380.
(22) lbid.
215
en tres partes, está escrito de un modo prolijo y
fastidioso, y los conceptos romanos son maltrata­
dos bárbaramente para obligarles a entrar en mi
sistema. Por otra parte, es verdad que de este modo
me he hecho una idea global del material existente.»
El siguiente párrafo revelaba que era incapaz de
avanzar si no era de forma general: «He esbozado
un nuevo sistema de principios metafísicos, pero al
fin me he visto obligado a admitir que no funciona­
ba, como todos mis esfuerzos anteriores.» La pro-­
funda insatisfacción respecto a este tipo de plan­
teamiento le hacía buscar una solución en una di­
rección muy diferente: «He pasado a buscar la idea
en la realidad misma. Antes los dioses vivían en
la tierra, y ahora son el centro de ella. He leído
fragmentariamente a Hegel, pero su grotesca y ás­
pera melodía no me atrae. Quiero sumergirme otra
vez en el mar, pero con la decidida intención de
encontrar la naturaleza espiritual necesaria, concre­
ta y con sólidos fundamentos de la naturaleza físi­
ca. No tengo intención de entretenerme con los tru­
cos de la esgrima, sino de sacar a la luz del sol per­
las genuinas.» Pero antes de que pudiese darse por
concluida esta fase, la repulsa más bien unilateral
de Hegel, basada en un conocimiento fragmentario
de su obra, cedb el paso a una revalorización mu­
cho más equilibrada (y sin embargo, siempre crí­
tica) al término ie la cual retornaba el apasionado
deseo de una totalización positiva: «Durante mi en­
fermedad he leído a Hegel de arriba abajo, así como
a la mayor parte de sus discípulos... En sus discu­
siones con él, se exponían muchas opiniones contra­
dictorias, y yo me he vinculado cada vez más estre­
chamente a la moderna filosofía del mundo, que
creía poder evitar, pero todas las voces de oro ha­
bían enmudecido y a mí me cogió un auténtico
arrebato irónico, cosa comprensible después de to­
das aquellas negaciones» (23).

(23) Carta de Marx a su padre, Berlín, 10 de noviembre de


1837 cit.
216
Estas y otras observaciones contenidas en la mis­
ma carta no constituyen aún, ciertamente, una con­
cepción coherente del mundo. Pero no por ello son
rnenos significativas, como indicios de la intensa
búsqueda de un nuevo marco de referencia para la
totalización, que fuese capaz de abarcar dinámica­
mente un arco de conocimientos progresivamente
más amplio y profundo. En el momento en que el
principio de «buscar la idea en la realidad misma,>
apareció en el horizonte de Marx, se había creado
una tensión que no hubiese podido encontrar solu­
ción en el interior de los confines de la filosofía
como tal. A esta intuición siguieron, con la fuerza
impulsora de la necesidad, dos nuevos pasos, que
sólo llegaron a una expresión acabada algunos años
más tarde: el primero, que la irresolubilidad de la
problemática filosófica del pasado era connatural a
la tentativa de los filósofos de encontrar las solu­
ciones en la filosofía misma, es decir, en el interior
de las limitaciones autoimpuestas por la forma más
abstracta de teoría; el segundo, que la construcción
de una forma de teoría adecuada había de pensarse
como una parte integrante de la unidad entre teoría
y práctica.
Este último principio hacía, a su vez, que todas
las soluciones teóricas fuesen transitorias, incom­
pletas y «heterodirigidas» (al contrario que la co­
herencia de la filosofía del pasado, que ajustaba
cuentas sólo consigo misma): en una palabra, las
convertía en subordinadas (en una subordinación
dialéctica, naturalmente) al dinamismo global de la
praxis social en su autodespliegue. Esto suponía la
previsión de la superación histórica de todas las con­
ceptualizaciones filosóficas, incluida la misma de la
nueva concepción, en la medida en que ella misma
estaba ligada a una particular configuración de las
fuerzas sociales y de sus antagonismos: aspecto que
indujo a los intérpretes de Marx que no podían com­
prender la dialéctica de teoría y práctica, a atribuir
a la nueva concepción del mundo sólo un valor heu­
rístico, y obviamente, incluso ese valor en medida
217
muy limitada. Veremos en seguida por qué vías llegó
Marx a sus radicales conclusiones, pero antes hemos
de detenemos un momento en algunos aspectos des­
tacados de su nueva síntesis, elaborados en oposi­
ción consciente a los sistemas filosóficos de sus pre­
decesores.
En su ensayo sobre Feuerbach, Engels resumió
su propia posición sobre la naturaleza problemática
de los sistemas filosóficos del pasado en los térmi­
nos que siguen:
El «sistema» es, cabalmente, lo efímero en
todos los filósofos, y lo es precisamente porque
brota de una necesidad imperecedera del espíritu
humano: la necesidad de superar todas las con­
tradicciones. Pero superadas todas las contradic­
ciones de una vez y para siempre, hemos llegaJo
a la llamada verdad absoluta, la historia del mun­
do se ha terminado, y, sin embargo, tiene que se­
guir existiendo, aunque ya no tenga nada que ha­
cer, lo que representa, como se ve, una nueva e
insoluble contradicción. Tan pronto como descu­
brimos (y a fin de cuentas, nadie nos ha ayuda­
do más que Hegel a descubrirlo) que planteada
así la tarea de la filosofía, no significa otra cosa
que pretender que un solo filósofo nos dé lo que
sólo puede darnos la humanidad entera en su
trayectoria de progreso; tan pronto como descu­
brimos esto, se acaba toda filosofía, en el senti­
do tradicional de esta palabra. La «verdad abso­
luta», imposible de alcanzar por este camino e
inasequible para un solo individuo, ya no intere­
sa, y lo que se persigue son las verdades relati­
vas, asequibles por el camino de las ciencias po­
sitivas y de la generalización de sus resultados
mediante el pensamiento dialéctico (24).
El punto importante del análisis de Engels es
que la nueva concepción del mundo, consciente de
la contradicción de fondo del modo como los siste­
mas trataban el conjunto de las relaciones entre la
verdad absoluta y la verdad relativa, debía ser un

(24) ENGELS, Ludwig Feuerbach cit., p. 360.


218
sistema abierto, que situaba en el lugar del filósofo
solitario al sujeto colectivo de las generaciones su­
cesivas que continúan haciendo avanzar el conoci­
miento en el desarrollo progresivo de la humanidad.
Y realmente, la extraordinaria influencia de Marx
sobre el conjunto de la historia humana no pued•.!
separarse del hecho de que redefinió radicalmente
la filosofía como empresa colectiva a la que apor­
tan su contribución muchas generaciones, en corres­
pondencia con las exigencias y las posibilidades de
su situación. En este sentido, pensando en una radi­
cal reorientación de toda la estructura del conoci­
miento como una gran empresa colectiva, sólo pue­
de existir el «marxismo», y no «los marxistas»: éstos
representan especificaciones socio-políticas que tie­
nen en común la misma orientación de base, y es
connatural al espíritu de la nueva concepción del
mundo que ésta debe encontrar su articulación a
través de continuas redefiniciones e innovaciones,
desde el momento en que las condiciones de su ul­
terior desarrollo cambian de forma notable con la
historia y con el progreso del conocimiento.
No debe asombrarnos que la carga de producir
un cambio de orientación general radicalmente dis­
tinto de la anterior concepción, y de emprender al
mismo tiempo la elaboración de tareas socio-históri­
cas específicas, haya imposibilitado a Marx el com­
pletar ninguna de sus obras mayores, desde los Ma­
nuscritos económico-filosóficos de 1844 a los Grun­
drisse y a El Capital, para no citar los demás innu­
merables proyectos a los que esperaba dedicarse, y
que nunca pudo realizar. No hay razón para repro­
chárselo, desde el momento en que el carácter ina­
cabado de las obras a las que Marx dedicó su vida
es inseparable de la novedad histórica universal de
su empresa y de la estimulante apertura de su sis­
tema. Es superfluo decir que ni siquiera el más gran­
de de los talentos puede escapar a los efectos de
sus limitaciones históricas y personales. Pero el de-
219
bate actual sobre la «crisis del marxismo» revela an­
tes una crisis en las convicciones propias de cada
cual, que no lagunas bien localizadas en la visión de
Marx.
Por otro lado, la descripción engelsiana del «fin
de toda filosofía» (que influyó profundamente en
muchas interpretaciones posteriores) suscita proble­
mas por dos importantes órdenes de razones. El
primero es que, aunque la filosofía se defina co­
rrectamente como una empresa colectiva, sigue sien­
do no obstante una empresa que se realiza por me­
dio de las conquistas parciales de individuos parti­
culares (como el mismo Marx) que se esfuerzan por
resolver las contradicciones que advierten, en cuan­
to se lo permiten sus facultades, delimitadas no
sólo por el talento personal sino también por la
meta alcanzable en cada período en el curso del de­
sarrollo del género humano. Así, nada podría ser
más hegeliano que la idea de Engels de tomar «todo
el género humano» como el equivalente materialista
de la «razón absoluta» de Hegel, en posesión de
la «verdad absoluta» (y aunque se presentase como la
exacta oposición respecto a Hegel). En realidad,
la filosofía avanza en forma de totalizaciones par­
ciales que constituyen necesariamente, en cada mo­
mento dado, incluida la fase de desarrollo poshege­
liana, un tipo determinado de sistema sin el cual la
idea misma de las «verdades relativas» no tendría
ningún sentido. La alternativa al concepto hegeliano
de verdad absoluta no es «todo el género humano»
como poseedor presunto de una «verdad absoluta»
similar, sino la síntesis totalizante de los niveles dis­
ponibles de conocimiento superados progresivamen­
te en la empresa colectiva de los sistemas particu­
lares. En consecuencia, por abierto que estuviese
intencionalmente el sistema marxiano en sus premi­
sas y en la orientación general, debía estar sistemá­
ticamente articulado a los diferentes estadios del de­
sarrollo de Marx (desde los Manuscritos parisienses
220
basta El Capital) para caracterizarse como una tota­
lización adecuada del conocimiento.
El segundo orden de razones que hace enorme­
mente problemático el análisis de Engels está es­
trechamente relacionado con el primero. Al expulsar
de hecho de la filosofía su función vital como sis­
tema dado de conocimiento totalizante (esto es,
como sistema que no sólo ordena sino que también
constituye el conocimiento, anticipando y preparan­
do su desarrollo de la misma forma que lo sigue
y sintetiza), Engels reducía positivamente la filoso­
fía a una mera «suma de los resultados de las cien­
cias positivas». Por otra parte, el equívoco entre esta
visión de las «ciencias positivas» y la noción hege­
liana de «conocimiento positivo» (atribuida errónea­
mente a Marx por Colletti y otros) derivaba indi­
rectamente de este análisis, cuando Engels afirmaba
que «aunque sea inconscientemente, [Hegel] nos
traza el camino para salir de este laberinto de los
sistemas hacia el conocimiento positivo y real del
mundo» (25). Si bien no puede decirse que corres­
ponda a las intenciones conscientes de Engels, la
tendencia intrínseca del planteamiento en que basa
su análisis es la de volver a situar el criterio de
verdad en el interior de los límites de la teoría como
tal (una orientación de la que Marx se había des­
hecho deliberadamente) y, después de modelarlo so­
bre las «ciencias positivas», transformarlo en el fun­
damento de una «praxis teorética» ilusoriamente
autosuficiente, más o menos abiertamente contra­
puesta al principio marxiano que enunciaba la
unidad dialéctica de teoría y práctica como la diviso­
ria real entre su planteamiento y el de sus predece­
sores. Y resulta irónico que, siendo imposible en­
contrar en todo el ingente cuerpo de la obra de Marx
ninguna prueba sólida que argumente una preten­
dida adhesión al modelo de las «ciencias positi-

(25) lbid.
221
vas» (26), se le acuse hoy de «hegelianismo» (o de
una ambigua oscilación entre cientifismo empirista
y hegelianismo romántico) por haber omitido pro­
porcionar la prueba positivista que exigía el esque.
ma reduccionista.
De hecho, el desarrollo del pensamiento de Marx
siguió un camino muy diferente. Rehusó explícita­
mente modelar la filosofía sobre las ciencias na­
turales, que consideraba «abstractamente materia-

(26) Marx insiste siempre en la distinción de fondo entre los


niveles de análisis (correspondientes a tipos cualitativamente di­
ferentes de fenómenos sociales) a los que se aplican diferentes
modos de investigación. Escribía en 1859: "El cambio que se ha
producido en la base económica trastorna más o menos lenta o
rápidamente toda la colosal superestructura. Al considerar tales tras­
tornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las
condiciones económicas de producción (que se debe comprobar
fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales) y tas
formas jurídicas, pollticas, religiosas, artisticas o filosóficas; en una
palabra, las formas ideológicas bajo las cuales los hombres adquie·
ren conciencia de este conflicto y lo resuelven." (K. MARX, Contri•
bución a la critica de la economía politica. Prólogo, México 1966,
pp. 7-8.) Queda claro que no hay indicio alguno de "reduccionismo
cientifista", sino que, por el contrario, se afirma rigurosamente la
imposibilidad de tal reduccionismo. Ni tampoco hay oscilación en­
tre "cientifismo empírico" y "hegelianismo romántico". Vemos, en
cambio, una clara linea de demarcación entre formas diferentes de
la praxis social, que indican la necesidad de métodos de análisis
apropiados a las "transformaciones materiales", a las "formas ideo•
lógicas" y a sus complejas relaciones mutuas. Marx se burló repe­
tidamente de la tentativa de la economía política burguesa de
reducir complejas relaciones humanas a categorías, subsumidas en
supuestas leyes naturales: "El materialismo vulgar de los econo·
mistas que les lleva a considerar las relaciones sociales de pro•
ducción de los hombres y las determinaciones que reciben las
cosas, en cuanto subsumidas bajo estas relaciones, como caracterls•
ticas naturales de las cosas. es un idealismo igualmente vulgar, in·
cluso un fetichismo, que confiere a las cosas relaciones sociales
como sus determinaciones inmanentes y que, en consecuencia, las
mixtifica." (Líneas fundamenta/es cit., vol. 22, pp. 75-76.) Incluso
cuando enunciaba las implicaciones inevitables de los desarrollos
socioeconómicos de Inglaterra para el continente europeo se apre•
suraba a añadir que en el continente el proceso de desarrollo "se
moverá con formas más o menos brutales o humanas según el
grado de desarrollo de la clase obrera misma". (El Capital, libro
primero, en OME, vol. 40, p. 7.) No hace falta decir que este último
no puede ser determinado "con la precisión de la1> ciencias na·
222
les» (27) y sujetas a las mismas contradicciones res­
pecto a la totalidad de la praxis social, ya que por una
parte separaban la teoría de la práctica, y por otra
producían una fragmentación creciente de las activi­
dades teóricas y prácticas, contraponiéndolas áspe­
ramente entre ellas, en vez de trabajar para un
desarrollo unitario en una urdimbre común. Sus
referencias a la «ciencia positiva» no eran ni idea­
lizaciones de la ciencia natural, ni concesiones al
hegelianismo (y mucho menos una improbable mez­
colanza de las dos), sino expresiones de un programa
que anclaba firmemente la teoría en la «vida real»
y en la «representación de la actividad práctica»,
que podían aparecer en las ciencias naturales, cons­
truidas sobre la base de la división social del tra-

turales", y dado que el desarrollo de una totalidad social compleja


implica siempre una multiplicidad de factores cualitativamente di·
ferentes, también el análisis de las transformaciones materiales de
las condiciones económicas de la producción debe incluir siempre
las inevitables implicaciones de sus múltiples interrelaciones dia­
lécticas. Para Marx los procesos sociales no pueden separarse de
sus determinaciones históricas, y por lo tanto no pueden encajo­
narse en las inmutables "leyes naturales", concebidas según el mo­
delo de una esquemática "ciencia natural". En abierto contraste con
el cientifismo, Marx caracterizó la necesidad que se manifiesta en
los procesos sociales como necesidad histórica ("historische Not­
wendigkeit") y la definió en los Grundrisse como una necesidad
evanescente ("eine werschwindende Notwendigkeit", Líneas funda­
mentales cit., p. 228) gracias a la intervención activa humana en
todos estos procesos, que pueden contraponerse, pues, como princi·
pio a toda forma de reduccionismo.
(27) "Tanto más han intervenido prácticamente las ciencias na­
turales a través de la industria en la vida humana, cambiándola y .
preparando la emancipación humana, si bien su efecto inmediato ha
sido llevar al colmo la deshumanización. La industria es la rela­
ción real, histórica de la naturaleza, y por tanto de las ciencias na·
turales, con el hombre. Por eso. una vez comprendida como re­
velación esotérica de las facultades humanas, se entiende también la
humanidad de la naturaleza o naturalidad del hombre; la ciencia
natural, perdiendo su orientación abstractamente material o por
mejor decir indealista, se convierte en la base de la ciencia del
hombre, del mismo modo que ya se ha convertido en la base de la
vida realmente humana, aunque sea en forma enajenada. Poner
una base para la vida y otra para la ciencia es de antemano una
mentira." MARX, Manuscritos económico-filosóficos, en OME, vol. 5,
p. 385.
223
bajo, sólo en una forma abstractamente material y
unilateral. En contraposición a la filosofía especula­
tiva, escribía:

No se parte de lo que los hombres dicen, se


representan o se imaginan, ni tampoco del hombre
predicado, pensado, representado o imaginado,
para llegar, arrancando de aquí, al hombre de
carne y hueso; se parte del hombre que realmen-
te actúa y, arrancando de su proceso de vida real,
se expone también el desarrollo de los reflejo<,
ideológicos y de los ecos de este proceso de vida.
También las formaciones nebulosas que se COTl•
densan en el cerebro de los hombres son sublima­
ciones necesarias de su proceso material de vida,
proceso empíricamente registrable y sujeto a con­
diciones materiales... Y este modo de considerar
las cosas no es algo incondicional. Parte de las
condiciones reales y no las pierde de vista ni por
un momento. Sus condiciones son los hombres,
pero no vistos y plasmados a través de la fanta­
sía, sino en su proceso de desarrollo real y em-
píricamente registrable, bajo la acción de deter­
minadas condiciones. Tan pronto como se expo­
ne este proceso activo de vida, la historia deja de
ser una colección de hechos muertos, como lo
es para los empiristas, todavía abstractos, o una
acción imaginaria de sujetos imaginarios, como
lo es para los idealistas (28).

Y añadía enfáticamente una clara definición da


lo que entendía por «ciencia positiva»:

Allí donde termina la especulación, en la vida


real, comienza también la ciencia real y positiva,
la exposición de la acción práctica, del proceso
práctico de desarrollo de los hombres (29).

El mismo punto de vista se expone con mayor


amplitud pocas páginas más adelante:

(28) MARX y ENOELS, La [deologia Alemana cit., pp. 26-27.


(29) lbid., p. 27.
224
Esta concepción de la historia consiste, pues,
en exponer el proceso real de producción... expli­
cando en base a ella todos los diversos productos
teóricos y formas de la conciencia, la religión, la
filosofía, la moral. etc., así como estudiando a par­
tir de estas premisas su proceso de nacimiento.
lo que, naturalmente, permitirá exponer las cosas
en su totalidad (y también, por ello mismo, la ac­
ción recíproca entre estos diversos aspectos). No
se trata de buscar una categoría en cada período,
como hace la concepción idealista de la historia,
sino de mantenerse siempre sobre el terreno histó­
rico real, de no explicar la práctica partiendo de
la idea, de explicar las formaciones ideológicas
sobre la base de la práctica material, por donde
se llega, consecuentemente, al resultado de que
todas las formas y todos los productos de la con­
ciencia no brotan por obra de la crítica espiri­
tual [praxis teorética]. .., sino que sólo pueden
disolverse por el derrocamiento práctico de las
relaciones sociales reales, de que emanan estas
quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora
de la historia, incluso la de la religión, la filoso­
fía y toda otra teoría, no es la crítica, sino la
revolución (30).

Como puede verse, el interés de Marx por la «cien­


cia real, positiva» representaba una reorientación cla­
rísima y radical de la filosofía hacia «los hombres
reales, activos»; hacia su «proceso de desarrollo
efectivo, empíricamente registrable»; hacia su «pro­
ceso material de vida» entendido dialécticamente
como un «proceso activo de vida»; en suma, «de la
acción práctica, del proceso práctico de desarrollo
de los hombres». Eso concordaba bien con la aspi­
ración juvenil de «buscar la idea en la realidad mis­
ma», aunque transferida ahora a un nivel superior,
dado que la formulación posterior indicaba también
la solución en la relación con la praxis social, mien-

(30) lbid., p. 40.


225
tras la precedente no iba más allá de una intuición,
aunque genial, del problema en sí. Las mismas imá­
genes utilizadas en las dos ocasiones llaman la
atención por su semejanza. La carta juvenil, después
de la frase en que se hablaba de la búsqueda de la
idea en la realidad misma, seguía así: «Antes los dio­
ses vivían en la tierra, y ahora son el centro de ella.»
Y el párrafo ya citado de La Ideología Alemana co­
menzaba con estas palabras: «Totalmente al contra­
rio de lo que ocurre en la filosofía alemana, que des­
ciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de
Ja tierra al cielo... se parte del hombre que realmen­
te actúa» (31). De nuevo podemos constatar como el
más alto nivel de conceptualización resuelve la am- ,
bigüedad casi enigmática de la imagen originaria,
que reflejaba no sólo el problema (y el programa)
de desmitificar la religión sobre la base de la reaU­
dad terrena, sino también la incapacidad del joven
estudiante de hacerlo de modo satisfactorio, mientras
La Ideología Alemana designaba con precisión el
origen necesario de la religión y de otras concepcio­
nes fantásticas en las contradicciones de determina­
dos modos de praxis social, de forma que exigían
para ser resueltas el derrocamiento práctico de las
relaciones sociales de producción.
El otro punto sobre el que nunca se insistirá
bastante es el paso del singular de Marx («ciencia
positiva», en el sentido que hemos visto) al plural
empirista de las «ciencias positivas», con la implica­
ción de que la nueva filosoña «reasume» simple­
mente los resultados de esas ciencias «positivas»
(naturales) («sus resultados») «mediante el pensa­
miento dialéctico». No se trata de un error secun­
dario; por el contrario, tiene consecuencias muy se­
rias y de largo alcance. He aquí la frase de Mar.it
transformada por Engels de una forma tan impor­
tante: «La filosofía independiente pierde, con la
exposición de la realidad, el medio en que puede

(31) Ibid., p. 26.


226
existir» (32). En su lugar se sitúa desde el principio
«un compendio de los resultados más generales,
abstraído de la consideración del desarrollo históri­
co de los hombres» (33). Queda claro que los «re­
sultados» de que habla Marx no son los de las «cien­
cias positivas» que no dejan a la filosofía más pa­
pel que el de «reasumir sus resultados mediante el
pensamiento dialéctico». (Cosa que de por sí es má.,
bien desconcertante: ¿cómo puede el pensamiento
ser dialéctico, si no le compete la producción de
ideas y resultados, sino que simplemente debe «rea­
sumir» lo que le viene transmitido? Es igualmente
imposible imaginar cómo puede ser dialéctica la
operación en su conjunto, si los resultados parcia­
les no están ellos también constituidos dialéctica­
mente, de modo que resulta necesaria una especie
de sobreimposición de la dialéctica sobre ellos des­
de el exterior). En la posición de Marx, al contrario,
los resultados en cuestión son producidos ellos mis­
mos por la teoría que también los sintetiza, y están
producidos a través de la consideración del efectivo
desarrollo histórico de los hombres, poniendo de
relieve sus características objetivas más significati­
vas, construidas en la práctica. Por lo demás, esa
consideración no es obviamente cuestión de simpfo
observación, sino un proceso dialéctico para captar
el enormemente rico «proceso activo de vida» (en
hiriente contraste con «la colección de hechos
muertos que hacen los empiristas, todavía abstrac­
tos») en el seno de una construcción teórica bien
definida orientada por la praxis, para elaborar la
gran variedad de factores implicados en la actividad

(32) Es decir, reorientando la filosoffa como "ciencia real y


positiva" ligada a la "exposición de la acción práctica, del proceso
práctico de desarrollo de los hombres". MARX y ENGELS, La Ideo­
logía Alemana cit., p. 27).
(33) lbid. Traducir "Betrachtung" es particularmente difícil.
Además de "consideración" significa también "examen", "contem­
plación", "meditación", "reflexión" "observación", etc. Cuando se
habla de un compendio o síntesis basado en el desarrollo histórico
de los hombres, la inmediatez empirista de la "obsecvación" está
claramente fuera de lugar.

227
práctica objeto de consideración del desarrollo his­
tórico de los hombres en correspondencia con deter­
minados «presupuestos materiales», y para recons­
truir así de forma activa-dialéctica la construcción
teórica misma que abarque el ciclo siguiente al con­
siderado.
Eso es lo que Marx quiere decir al hablar de
«ciencia positiva», que es necesariamente totalizante
y, por tanto, no puede existir en plural, por lo me­
nos en el sentido marxiano del término. Eso queda
claro cuando Marx subraya que en su concepción
(que explica todas las manifestaciones teóricas en
relación con su base material y junto al principio
de la unidad entre teoría y práctica) «todos los he­
chos pueden organizarse en su totalidad», mientras
las «ciencias positivas» no llegan a rozar la tarea
vital de la totalización, porque trasciende a cad3
una de ellas. El otro punto, igualmente importante,
que subraya Marx es que el intercambio dialéctico
de los complejos factores materiales con todos los
diversos productos y formas teóricas de conciencia
(«la acción recíproca que estos diferentes factores
ejercitan cada uno respecto al otro») sólo puede ser
captado dentro de un cuadro de totalización similar.
Que se le llame una nueva forma de filosofía o (en
explícito contraste polémico con la filosofía especu­
lativa) «ciencia positiva», tiene poca importancia. Lo
que cuenta, en cambio, es que no puede existir una
concepción dialéctica de la historia sin ese cuadro
de totalización, que las «ciencias positivas» no pue­
den desvanecer ni sustituir.
Lamentablemente para quienes prestan poca
atención a la evidencia histórica, la única ocasión
en que Marx habló en términos positivos de la filo­
sofía como una práctica teorética pertenece a un
período en el que aún estaba preso de una orienta­
ción idealista. En su tesis doctoral, escrita entre
principios de 1839 y marzo de 1841, observaba que
«la praxis de la tilosofía es ella misma teorética.
Es la critica que mide la existencia individual en
la esencia, la realidad particular en la idea. Sin em-
228
bargo, esta realización inmediata de la filosofía está,
en su esencia íntima, afectada de contradicciones, y
esta esencia suya se configura en el fenómeno y le
imprime su sello» (34). Pero incluso esta valoración
positiva, como se ve, no estaba exenta de reservas.
De hecho iba acompañada de una advertencia sobre
las contradicciones implícitas en la oposición de la
filosofía al mundo, pese a que el autor de la tesis
no estuviese en condiciones de definir con precisión
su naturaleza, y mucho menos de proponer la solu­
ción adecuada. Dados los límites de su orientación
en esa época, podía describir las tensiones y las opo­
siciones en cuestión sólo en forma de un difícil pun­
to muerto:

Mientras la filosofía, como voluntad se enfren­


ta con el mundo tenoménico, el sistema es reoa­
jado a una totalidad abstracta, es decir, devieae
un aspecto del mundo que se opone a otro. Su re­
lación con el mundo es refleja. Animado por el
impulso de realizarse entra en tensión contra algo
distinto. La autosuficiencia interior y la perfec­
ción se quiebran. Aquello que era luz interior '>C
convierte en llama devorante que se dirige hacia
lo externo. Resulta así como consecuencia que el
devenir filosofía del mundo es al mismo tiempo
el devenir mundo de la filosofía que su realiza­
ción es, a la vez, su pérdida, que la que ella re­
chaza hacia el exterior es su propia deficiencia ;n.
terna, que precisamente en la lucha ella cae �n
los detectas que combate en su contrario. y que
elimina tales defectos sólo cayendo en ellos. Lo
que se le opone y lo que ella rechaza es siempre
lo que ella misma es, sólo que los factores se ha­
llan invertidos (35).

Las contradicciones no podían situarse correcta­


mente porque se veían como derivadas de la filoso­
fía como tal y tendentes por ello a un «vaciamiento

(34) K. MARX. Diferencia de la filoso/la de la naturaleza en


Demócrito y en Epicuro, Madrid 1971, p. 85 (Mega, I, l, pp. 9 ss.).
{35) lbid.
229
de la autoconciencia en cuanto tal» respecto al pre­
dicamento de filósofos particulares, y a una «sepa­
ración exterior y un desdoblamiento de la filoso­
fía, como dos tendencias filosóficas contradicto­
rias» (36), respecto a la filosofía en su conjunto. La
idea de que el problema pudiese derivar de la «es­
cisión hostil entre la filosofía y el mundo» (37) se
presentó por un momento, pero en los términos de
la problemática delimitada por la contraposición de
dos tendencias filosóficas, debía asumirse como un
«momento» del esquema general de una práctica
teorética autoorientada en última instancia.
De cualquier forma, el problema se había presen­
tado en el horizonte, y su carácter irresuelto cons­
tituía un desafío para Marx. Su desarrollo en los
años siguientes a la composición de la tesis doctoral
consistieron en la comprensión: 1) de que el aspecto
subjetivo del problema no puede reducirse a la sola
consideración de la subjetividad individual, tal como
lo afrontaba la tesis (38), sino que debía integrarse
en una concepción dialéctica del desarrollo histórico
real que produce un agente colectivo en relación al
cual puede pensarse la realización real, que escapa
necesariamente a la «autoconciencia individual»; y 2)
de que esa exigencia de realización de la filosofía
(que procedía de la «hostilidad del mundo» definida
concretamente como un antagonismo intrínseco a
una modalidad determinada de praxis social) debía
ligarse al programa de reconstruir radicalmente la

(36) Ibid., p. 87.


(37) /bid.
(38) Una vez definida la "realización inmediata de la filosofía"
como el aspecto obietivo del problema, Marx aborda el aspecto
subietivo: "Esta es la relación del sistema filosófico, que se actua­
liza con sus representantes intelectuales, es decir, con las autocon­
ciencias individuales en las cuales aparece el progreso de la filo­
sofía. Del vínculo que la realización misma de la filosofía mantiene
frente al mundo resulta que sus autoconciencias individuales poseen
una exigencia de doble sentido de las cuales una apunta contra el
mundo y la otra contra la filosofía misma... Al liberar el mundo
de la no-filosofía de las autoconciencias se liberan a sí mismas de
la filosofía que, como sistema determinado, las había cargado de
cadenas." /bid., pp. 85-86.
230
teoría en la unidad de teoría y prdctica y en la supe­
ración de la división social del trabajo dominante.
Los pasos necesarios para llegar a esta conclu­
sión los recorrió Marx bajo la urgencia de graves
problemas prácticos. El lo recordó más tarde: «Por
los años 1842-1843, por mi cualidad de redactor en la
Rheinische Zeitung, me vi obligado por primera vez
a dar mi opinión sobre los llamados intereses mate­
riales» (39). Y así, en su «Justificación del corres­
ponsal del Mosela», desarrolló un punto de extraor­
dinaria importancia: «En el examen de las condi­
ciones políticas ... hay situaciones que determinan
tanto las acciones de los particulares como las de
las autoridades, y, sin embargo, son tan independien­
tes de éstas como el sistema respiratorio» (40).
¿ Cómo debían sonar las vacías abstracciones filosó­
ficas en los oídos de un hombre que había llegado
a convicciones de ese tipo? No nos asombra que es­
tuviese impaciente por ajustar la teoría a las exigen­
cias objetivas de las circunstancias de hecho. En una
carta escrita en agosto de 1842 escribía: «Una teoría
verdadera debe ser desarrollada y cJarificada en -d
interior de las circunstancias concretas y con refe­
rencia a las condiciones existentes» (41). En el espí­
ritu de este principio emprendió un estudio meticulo­
so de las condiciones y de las fuerzas objetivas que
se manifiestan en las circunstancias de hecho con­
cretas, a fin de comprender la dinámica de sus rela­
ciones recíprocas y las posibilidades de una inter­
vención consciente en su desarrollo. Los resultados
de este esfuerzo se recogieron en la Critica de la fi­
losofía del Derecho de Hegel, en el ensayo La cues­
tión judía, en el sistema in statu nascendi conocido
por el título de Manuscritos económico-filosóficos
de 1844, y en las célebres Tesis sobre Feuerbach, li-

(39) MARX, Contrlbuci6n a la critica de la economfa polftlca.


Prólogo, p. 6.
(40) ID., Giustificazione del corrispondente dalla Mose/la, en
ID., Scritti politici giovanili, a cargo de L. Firpo, Turín 1950, p. 300.
(41) Marx a Dagobert Oppenheim, 25 de agosto de 1842, Mew,
vol 27, p. 409,
231
gadas a su vital contribución en La Ideología Ale­
mana. Estas obras no se limitaban a ajustar defini­
tivamente cuentas con la filosofía especulativa, sino
que elaboraban al mismo tiempo el esqueleto de un
nuevo tipo de totalización del desarrollo histórico
real, con todos sus múltiples factores dialécticamen­
te interactuantes, incluidas las más esotéricas for­
mas y manifestaciones de conciencia. Localizado en
el proletariado el agente colectivo y la fuerza mat-�­
rial mediante la cual la «realización de la filosofía»
podría reformularse de una forma radicalmente nue­
va y a un nivel cualitativamente superior, Marx su­
brayó continuamente que «el proletariado encuen­
tra en la filosofía sus armas intelectuales» (42). Así,
poniendo en relación su tipo de filosofía con una
concreta fuerza histórico-social, y definiendo su fun­
ción como integrante y necesaria para el éxito de
la lucha por la emancipación, Marx se situó en con­
diciones de formular la exigencia del «derrocamien­
to práctico de las relaciones sociales reales» como
principio, guía y unidad de medida de la capacidad
de significado de la nueva filosofía. Una filosofía
que surge así en una coyuntura particular de la his­
toria de una praxis social determinada. Una filoso­
fía que, en correspondencia con la unidad de teoría
y práctica, contribuye vitalmente al despliegue y a
la realización plena de las potencialidades insertas
en su praxis emancipatoria.

3. Las adquisiciones hegelianas


La relación de Marx con la filosofía hegeliana fue
realmente original. Por una parte, el hegelianismo
representa para él un planteamiento especularmen­
te opuesto al suyo, que exigía «premisas materiales·»
verificables en contraste con la filosofía especulati­
va «autoorientada»: un planteamiento que derivaba

(42) MARX, Critica de la filoso/fa del Derecho de Hegel. In­


troducción cit., p. 223,
232
de una visión dinámica del «punto de vista del tra­
bajo» (43), frente a la adopción hegeliana de la par­
cialidad acrítica y en última instancia ahistórica del
«punto de vista de la economía política» (44). Por
otra parte, sin embargo, Marx no se cansó nunca de
destacar el carácter gigantesco de las conquistas de
Hegel, realizadas en una coyuntura del desarrollo
histórico, de enorme importancia, a continuación de
la Revolución francesa, como respuesta al entrela­
zamiento más complejo y dinámico de fuerzas so­
ciales (incluido el emerger del mundo del trabajo
como un movimiento hegemónico) que nunca se hu­
biesen dado en la historia mundial.
La apropiación crítica por parte de Marx de esta
filosofía está muy lejos de haberse limitado a una
fase juvenil. Al contrario. Una vez ajustadas las
cuentas, no sólo con el mismo Hegel, sino también
con sus seguidores «neohegelianos» (principalmente
en la Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, en
los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y en
La Ideología Alemana), quedaba desembarazado d
camino para aprovechar positivamente las adquisi­
ciones de la filosofía hegeliana a las que Marx atri-

(43) Esto tiene una importancia capital debido al hecho de que


los mismos fenómenos, al implicar directamente a las clases en con­
flicto entre sí, aparecen totalmente diferentes porque son vistos
desde puntos de vista opuestos, y reciben por tanto interpretaciones
radica/mente diferentes. Como Marx observaba en los Gru11drisse
(MARX, Líneas fundamenta/es cit., p. 228): "Este proceso de la
objetivación [se presenta como expropiación] desde el punto de vista
del trabajo, o como apropiación de trabajo ajeno desde el punto de
vista del capital." La adopción crítica por pane de Marx del punto
de vista del trabajo comportaba una concepción del proletariado no
sólo como una fuerza sociológica diametralmente opuesta al punto de
vista del capital (y que por eso mismo permanecía en la órbita de
éste), sino una fuerza histórica que se trascendía a si misma, que su­
pera la enajenación (es decir, la forma históricamente dada de obje­
tivación) en el proceso de la realización de sus propios fines que
vienen a coincidir con la "reapropiación". Para las consideraciones
de Marx sobre el proletariado como "clase universal" en este sen­
tido, cf. MARX, Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, Intro­
ducción cit.
(44) "El punto de vista de Hegel es el de los modernos econo­
mistas nacionales. El trabajo es para él la esencia del hombre en el
acto de confirmarse; sólo se ve el lado positivo del trabajo, no su
lado negativo." MARX, Manuscritos económico-filosóficos cit., p. 418.
233
huía un valor fundamental. Y así las referencias a
Hegel en los Grundrisse y en El Capital son frecuen­
tes y, tomadas en su conjunto, decididamente posi­
tivas (mucho más que en las obras juveniles). Vere­
mos como resurgen afinidades destacadas justamen­
te en un período en el que Marx afrontaba la tar.!a
de sintetizar algunos de los más intrincados aspectos
de su concepción del capital y de las múltiples con­
tradicciones inherentes a su despliegue dialéctico e
histórico (45). Lenin mismo lo advirtió: «No puede
comprenderse plenamente El Capital de Marx, y en
particular su primer capítulo, si no se ha estudiado
atentamente y comprendido toda la lógica de Hegel.
¡La consecuencia es que, medio siglo después, nin­
gún marxista ha entendido a Marx!» (46). Ha pasa­
do desde entonces medio siglo más, y la relación de
Marx con Hegel sigue sujeta a prejuicios y precon­
ceptos apriorísticos como en la época en que Lenin
escribió su famoso aforismo.
El aparatoso olvido del significado de Hegel en
el desarrollo de la filosofía, y con él la incompren­
sión total que pesa sobre el modo de tratar la rela­
ción de Marx con ese gran pensador, no se han d�
bido precisamente a la casualidad. Revelan la extra­
ordinaria pertinacia de los esfuerzos para poner en
solfa la dialéctica en beneficio de sugestivas simpli­
ficaciones de uno u otro tipo. Como Marx observaba
en una carta a este propósito: «Esos señores de Ale­
mania... creen que la dialéctica de Hegel es un "pe­
rro muerto". Y sobre eso, Feuerbach tiene muchas
culpas en su conciencia» (47). Y en otra carta co­
mentaba sarcásticamente: «Herr Lange se asombra
de que Engels, yo, etc., tomemos en serio al perro
muerto Hegel, cuando Büchner, Lange, el doctor
Dühring, Fechner, etc., se han convencido de común
acuerdo de que lo han enterrado, pobrecillos, hace

(45) V�ase a este respecto la carta de Marx a Engels del 2 de


abril de 1858.
(46) LENIN, Opere, vol. 38. p. 180.
(47) A Engels, 11 de enero de 1868, en Opere cit., vol. 43,
p. 20.
234
tanto tiempo. Lange es lo bastante ingenuo para de­
cir que yo "me muevo con rara libertad" en las cues­
tiones empíricas. No tiene ni la más pálida idea
de que ese "moverse libremente en las cuestiones"
no es más que una paráfrasis del modo de tratar­
las: es decir, el método dialéctico» (48). Bien se ve
que una apreciación adecuada de la relación de
Marx con Hegel no es una cuestión secundaria. En
ella se resume de alguna manera la relación de
Marx con la filosofía en general y con su concepción
de la dialéctica en particular.
Como hemos visto, la original condena sumaria
de la filosofía hegeliana por parte de Marx (bajo la
inculpación de su lejanía idealista de la realidad so­
cial) cedió luego el puesto a una valoración mucho
más articulada. Cierto que condenaba con decisión
«esa disolución y reconstrucción filosófica de la em­
piría existente» (49), que identificaba ya en forma
embrionaria en la Fenomenología. Pero al mismo
tiempo destacaba, con no menor decisión, que Hegel
«capta la esencia del trabajo y concibe al hombre
objetivo, verdadero porque es real, como resultado
de su propio trabajo (50). Para entender el alcance
de esa conquista, conviene reflexionar sobre el he­
cho de que por primera vez en la historia existía Ja
posibilidad de elaborar una concepción histórica
auténticamente global, en neto contraste con las
intuiciones fragmentarias de los pensadores prece­
dentes. El por qué Hegel no pudo extraer él mismo
coherentemente las consecuencias de su conquista
quedará claro cuando se compare su concepción de
la historia con la de Marx. Una comparación que
mostrará también por qué Marx no tenía ninguna ne­
cesidad de tratar a Hegel como a un «perro muerto»
para conseguir superar radicalmente a Hegel. Podía
reconocer generosamente que «la dialéctica de Hegel

(48) A Kugelmann, 27 de Junio de 1870.


(49) MARX, Manuscritos económico·fi/os6ficos cit., p. 416.
(50) ID., Crilica de la filosofía del Estado de Hegel, en OME,
vol 5, p. 10.
235
es la forma fundamental de toda dialéctica» (51), prt!­
cisamente porque podía «despojarla de su ganga
mística», en los puntos cruciales en que «el punto de
vista de la economía política» transformaba la for­
ma fundamental de toda dialéctica en una construc­
ción forzada, puesto que el «velo místico» hacía
desaparecer las contradicciones antagónicas de la
sociedad a través de su resolución puramente con­
ceptual.
El primer paso importante de Marx en la apre­
ciación de la filosofía hegeliana estuvo vinculado a
la política, su preocupación prevaleciente entonces.
Fue su radicalismo político lo que le alejó de los
neohegelianos, y ya en marzo de 1843 criticó a Feuer­
bach por su inadecuado tratamiento de la política.
El punto principal de la crítica de Marx era que
Feuerbach se refería «demasiado a la naturaleza y
demasiado poco a la política, a pesar de que ésta
es el único eslabón de unión a través del cual pue­
de la filosofía de hoy resultar verdadera» (52). En­
contraba, pues, a Feuerbach insastisfactorio desde
este punto de vista crucial desde el principio. y por
eso se sirvió de forma muy limitada del sistema
del autor de La esencia del cristianismo. Al destacar
más tarde que Feuerbach tenía muchas culpas en su
conciencia respecto a la instauración de un clima
antidialéctico en Alemania, explicaba el impacto po­
sitivo de la obra principal de Feuerbach comparán­
dola con la mejor obra de Proudhon, Qu'est-ce que
la propriété?: «La relación de Proudhon con Saint­
Simon y Fourier es aproximadamente la misma que
la de Feuerbach con Hegel. Al lado de Hegel, Feuer­
bach es muy pobre. Y, sin embargo, marcó una época
después de Hegel porque atribuyó gran importan­
cia a algunas cuestiones que desagradaban a la con•
ciencia cristiana, pero eran importantes para el pro­
greso de la crítica, que Hegel había dejado en una

(51) A Kugelmann, 6 de marzo de 1868.


(52) Mew, vol. 27, p. 417.

236
semioscuridad mística» (53). Como muestra la crí­
tica de 1843, esta valoración no corresponde a la ac­
titud posterior. Investigar a fondo la naturaleza y
despreciar gravemente la política no podía ayudar
realmente a Marx a realizar lo que se proponía: la
elaboración de una concepción dialéctica del desa­
rrollo social real en lugar de la síntesis idealista he­
geliana de ingeniosas transformaciones conceptuales.
Marx subrayaba que «todo el misterio de la Filoso­
fía del Derecho, y en general de la filosofía de He­
gel» se contiene en los párrafos 261 y 262 de di­
cha obra (54), que justifica el estado de cosas polí­
tico de tal modo que «la condición se convierte en lo
condicionado, lo determinante en lo determinado, lo
productivo en producto de su producto» (55). Y no
se limitó a señalar el «misticismo panteísta» (56) im­
plícito en el hacer derivar especulativamente la fa­
milia y la sociedad civil de la idea del Estado, in­
virtiendo así las relaciones reales de tal modo que
«el hecho de que se parte no es concebido como tal,
sino como resultado místico» (57). Indicar esa in­
versión no podía de por sí resolver nada. Al contra­
rio, sólo podía servir para dar una apariencia de ra­
cionalidad reexplicada a estructuras sociales extre­
madamente problemáticas e incluso contradictorias,
sosteniendo que están en la base de determinadas
representaciones ideológicas. Una obra de desmisti­
ficación semejante (como el desmontar la conexión
entre la «sagrada familia» y la terrena) necesita in­
tegrarse, si no quiere convertirse en una nueva for­
ma de mistificación, en un análisis adecuado de las
contradicciones sociales que se manifiestan en esas
estructuras sociales problemáticas, que a su vez ge­
neran las imágenes mistificantes de la falsa con­
ciencia. El objeto real de la crítica es siempre el

(53) A J. B. van Schweitzer, 24 de enero de 1865.


(54) K. MARX, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel cit.,
p. 10.
(55) lbid., p. 9.
(56) Ibid., p. 7.
(57) lbid., p. 10.
237
determinante fundamental (en este caso, la modali­
dad específica del metabolismo social que asigna a
los individuos determinadas (podría decirse incluso
«predestinadas») funciones dentro de la trinidad no
santa de las instituciones de la familia, la socie­
dad civil y el Estado- y no simplemente la afirma­
ción, correcta, sin embargo, de la determinación in­
mediata entre familia y sociedad civil, por una par·
te, y estado político por otra, que dejaría subsistir
a los tres con tanta solidez como ocurre con la
crítica de la religión de Feuerbach, que no roza si­
quiera a la familia terrena. La idea de que se puede
tener una de las dos partes y no la otra, divide de
forma ingenua y no dialéctica sus conexiones nece­
sarias, creando la ilusión de una solución en forma
de racionalidad falsa, unilateral: un marcado em­
pobrecimiento respecto a Hegel (he aquí por qué,
«al lado de Hegel, Feuerbach es muy pobre») que
resalta sin duda las interrelaciones dialécticas, pero
en forma especulativa, como un complejo de «deter­
minaciones lógico-metafísicas» (58).
¿Cómo puede evitarse la «circularidad dialécti­
ca» (59) que caracteriza la solución hegeliana en
cuanto que el desarrollo de momentos dialéctica­
mente interrelacionados está «predestinado por la
naturaleza del concepto»? (60). Eso es lo más impor­
tante, porque toda esa «circularidad dialéctica»
lleva una existencia muy próxima a la línea diviso­
ria con la tautología no dialéctica (61). La respuesta
de Marx fue la rotura del círculo, conservando la
construcción dialéctica de la explicación, pero des­
cubriendo, además, su real terreno de determina­
ción. Mostró que Hegel estaba obligado a dar aquel

(58) lbid., p. 21.


(59) En palabras de Sartre: cf. Critique de la raison dia/ectique,
París 1960, en particular la mtroducción. Trad. cast. Critica de la
razón dialéctica, Buenos Aires 1963.
(60) MARX, Critica de la filoso/fa del Estado de Hegel cit.,
p. 17.
(61) De hecho Marx sefiala a menudo tautologías similares.
Véase por ejemplo la Critica de la filosofía del Estado de Hegel
cit., p. 11, y también la introducción a los Grundrisse.

238
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tipo de solución a causa de la «antinomia irresu"Etl� ·;�


ta» (62) entre necesidad externa y fin inmanente eit,_ �
su concepción de la realidad y de la idealidad del'< �
Estado. Desde el momento en que «el punto de vista � ..,
de la economía política» hace imposible la resolu-
ción de esa antinomia, aun aplicándose a su reso­
lución (e introduciendo así una ulterior contradicción,
y determinando las posibles líneas de razonamiento),
«la realidad empírica es tomada cual es. También
se la declara racional, pero no por su propia
razón, sino porque el hecho empírico tal y como
existe empíricamente tiene otro significado que él
mismo ... la realidad se convierne en fenómeno, cuan-
do de hecho es el único contenido de la idea» (63).
Así es la necesaria ocultación de la contradicción
social existente la que escinde la Idea de su conte-
nido, degradando la realidad a la condición de mera
fenomenicidad, que naturalmente apela a la idealidad
como contrapartida propia, y encuentra en su alte-
ridad el terreno de su propia racionalidad. De este
modo, una «idea subjetiva, distinta del hecho mis-
mo» (64) se genera por vía especulativa, y a su vez
produce el mismo sujeto-objeto mediante el que esa
«disolución y reconstrucción filosófica de la empi-
ría presente» (con todas sus contradicciones reales)
a la que hemos hecho referencia puede llevarse a
cabo.
Marx no se detuvo en la afirmación del carácter
«invertido» de la construcción conceptual hegeliana,
sino que procedió a mostrar su reveladora función
ideológica, identificando la contradicción (insoluble
para Hegel) que constituía su terreno fundamental
de determinación. Su análisis se orientaba hacia las
más radicales conclusiones prácticas. Así como es­
cribía un año antes en las Observaciones de un ciu­
dadano renano sobre las recientes instrucciones para
la censura en Prusia que «el remedio radical para

(62) MARX, Critica de la filoso/la del Estado de Hegel cit.,


p. 18.
(63) lbid., p. 10.
(64) Ibid.
239
la censura sería su abolición» (65), no conseguía ver
otra solución a los problemas del Estado que la de
su radical negación y superación, con todas las sim­
plicaciones que eso comportaría para la familia y
la sociedad civil. Así, precisamente considerando las
contradicciones insolubles de la «sociedad civil» (in­
disolublemente unida a la familia), la conclusión de
la superación radical del Estado se afirmaba como
inevitable: la Tesis 10 sobre Feuerbach: «El punto de
vista del viejo materialismo es la sociedad burgue­
sa, el punto de vista del materialismo nuevo es la
sociedad humana o la humanidad social» ofrece, con­
densada en pocas palabras, una de las más extraordi­
narias innovaciones de la filosofía marxiana. Toda
(66) la filosofía burguesa de hecho trataba como un
axioma evidente de por sí la constitución de la so­
ciedad humana como sociedad civil, fundada en los
antagonismos irreconciliables de sus miembros, lo
que, a su vez, establecía con el mismo valor de axio­
ma indiscutible la necesidad del Estado como be­
névolo gestor de los antagonismos existentes pre­
viamente a su aparición y, en consecuencia, como un
absoluto requisito preliminar de la vida social en
cuanto tal. La lógica absurda de ese razonamiento
(que no se limitaba a separar dualísticamente la es­
fera política constitutiva del gobierno de su base
material, sino que establecía además la primacía
absoluta de la vida política sobre la vida social, de
la que era en realidad una manifestación específica
y una dimensión histórica) debía recibir la defini­
ción apropiada, aunque tal lógica de legitimación
política asumiese en Hegel un ropaje enormemente
complejo y opaco en comparación con la transpa­
rencia relativamente ingenua del esquema de Hoh­
bes. Para concebir la reintegración de la dimensión

(65) MARX, Scritti politicl giovanile cit., P. 53.


(66) Es evidente que lo que Marx quería subrayar con su
aforismo era que incluso los primeros materialistas, incluido Feuer­
bach, permanecían anclados en el punto de vista de la sociedad
civil compartido también por los economistas políticos clásicos.
Cf. Obras escogidas cit., vol. 2, pp. 426-428.
240
política al proceso material de la vida de la socie­
dad, era necesario negar tanto el Estado político
mismo como esa imaginaria «naturaleza humana»
individualista (presunta productora de antagonismos
irreductibles) que se postulaban el uno a la otra en
el círculo ideológico autosuficiente (círculo vicioso
con mayor razón que ningún otro) de la racionali­
dad burguesa. «La sociedad humana, o la humanidad
social» como punto de partida de la nueva filosofía
era la única base sobre la que podía concebirse
un proceso objetivamente desarrollado de recupe­
ración social, en contraste con el dinamismo histó­
rico arbitrariamente congelado para hacerlo enca­
jar en los distintos esquemas de autolegitimación
del Estado y de la sociedad civil.
Otro punto que surge con claridad de la crítica
marxiana a la filosofía hegeliana del derecho afec­
ta a la «identidad sujeto-objeto», que (al contrario
que en la Historia y conciencia de clase de Lukác5
y en sus seguidores) no podía jugar un papel positi­
vo en el pensamiento de Marx. Al contrario, precisa­
mente la crítica de esta problemática ayudó a Marx
a reconstruir la dialéctica sobre una base radical­
mente distinta. No sólo demostró Marx la función
apologética de la identidad sujeto-objeto en el es­
quema hegeliano (precisamente esa «disolución y re­
construcción filosófica del mundo tal como es» que
hemos citado anteriormente), sino que, además, puso
de relieve cómo, para hacer posible esa función, los
factores dialécticos objetivos debían ser disueltos ar­
tificialmente por Hegel en la «Idea-sujeto y el hecho
mismo» para volver a ser unificados en la estructu­
ra de legitimación preconstituida. No es éste el lu­
gar para una discusión detallada de las implicacio­
nes de gran alcance de este conjunto de problemas.
Baste indicar simplemente las tendencias diametral­
mente opuestas evidentes en los planteamientos de
Marx y de Hegel. En la medida en que la proble­
mática de la identidad sujeto-objeto es susceptible
241
de contener un movimiento, ese movimiento tenderá
al fin a detenerse en un punto: la resolución del fin
teleológicamente postulado. En Marx, por el contra­
rio, el movimiento está abierto en sus conclusiones,
y su propósito es subversivo, no conciliador. En lo
que respecta a la síntesis de las fuerzas complejas
que hace inteligible el dinamismo de las transforma­
ciones sociales, la explicación de Marx (totalmente
diferente de la de Hegel) se centra: 1) en la unidad
del sujeto individual y colectivo (siendo el segundo
el «übergreifendes Moment», aunque con las más
sutiles distinciones conceptuales e históricas) y 2) en
la unidad de lo ideal y lo material, mediada por la
dialéctica de teoría y praxis. Es claro que en los dos
casos los posibles puntos de detención son rígida­
mente transitorios, correspondiendo sólo a una re­
lativa unidad, pero en ningún caso a la identidad
(67), mientras que el impulso hacia el movimiento
conserva su importancia, dominante en definitiva (68)
(no obstante la estabilización parcial de determin3-
das fases, y a pesar de la inercia institucional que
tiende a petrificarlas) en el curso del devenir his­
tórico.
La concepción marxiana de la dialéctica iba así
más allá de Hegel, desde el momento inicial, por dos
cuestiones de fondo, y a pesar de que Marx consi­
derase siempre la dialéctica hegeliana como la for­
ma fundamental de toda dialéctica. Respecto a la
primera cuestión, la crítica de la transformación
hegeliana de la dialéctica objetiva en una construc­
ción conceptual especulativa (a través de la oposi­
ción dualista de la Idea-sujeto a la existencia em­
pírica degradada a mera fenominicidad) establecía

(67) Ni en los momentos del "apocalipsis": un concepto que


ocupa un Jugar vital en el pensamiento de Sartre, desde algunas de
sus obras juveniles hasta la Crftica de la raz6n dialéctica.
(68) Teniendo en cuenta esto, resulta sorprendente que se acu­
se a Marx de "utopismo milenarista" y de "empujar la historia a
un punto muerto".
242
en el intercambio de las fuerzas objetivas el esque­
leto real de la dialéctica y el terreno efectivo de la
determinación de los factores subjetivos, incluidos
los más mediatos. Respecto a la segunda cuestión,
la demostración de los d�terminantes ideológicos
de la dialéctica conceptual-especulativa de Hegel (la
«disolución y reconstrucción filosófica del mundo
tal como es» en cuanto que construcción ahistórica
contradictoria con las potencialidades profundamen­
te históricas de la misma concepción hegeliana) po­
nía de relieve con fuerza el incoercible dinamismo
de los desarrollos históricos reales, junto a una in­
dicación precisa de las palancas necesarias para co­
locar al agente revolucionario en situación de inter­
venir en correspondencia a sus propios fines cons­
cientes en el despliegue positivo de la dialéctica
objetiva. Estas adquisiciones eran estructuralmente
incompatibles con la filosofía de Feuerbach, y Marx
las definió en los años 1843-1844, cuando, según la
burda etiqueta que se le colocaba entonces, era con­
siderado en los ambientes intelectuales un «humanis­
ta feuerbachiano».
Sin embargo, el delinear la ejemplar originalidad
del planteamiento marxiano no es de ninguna ma­
nera razón para minimizar el inmenso significado
filosófico de la dialéctica hegeliana. Esforzarse en
demostrar la validez de las soluciones marxianas
exclusivamente en términos de su contraposición a
Hegel no hace sino deformar y minusvalorar la im­
portancia histórica de la filosofía hegeliana, y no
sólo ésa, sino además la perspectiva auténtica dd
discurso marxiano, subordinándolo completamente
a la problemática teórica de su gran predecesor. En
otras palabras, un juicio de este tipo no obtiene
más fruto que el atacar a Hegel en nombre de Marx,
perjudicando el significado real del mismo Marx. El
hecho es, en cambio, que al encontrar un ángulo
visual autónomo (un punto de vista radicalmente di­
ferente del «punto de vista de la econonúa política»),
243
Marx estuvo en condiciones de destripar «todo el
misterio de la filosofía hegeliana», por un lado, y
también de apreciar todas sus conquistas históricas,
a despecho de sus evidentes mistificaciones. La ne­
gación radical de Hegel no puede servir de medida
de la grandeza de Marx, así como la permanente im­
portancia de las adquisiciones hegelianas no puede
limitarse a su consonancia relativa con Marx.
Mientras la crítica intransigente de la filosofía
del derecho hegeliana y de su subordinación al Es­
tado constituía una premisa indispensable para una
adecuada comprensión teórica de la dialéctica histó­
rica, algunas de las adquisiciones más positivas de
la concepción de Hegel se hicieron visibles para Marx
sólo cuando él hubo alcanzado autónomamente sus
propias conclusiones sobre los problemas en cues­
tión. Por eso, ver el problema en términos de «in­
fluen�ia hegeliana» o de una presunta liberación de
la misma, está totalmente fuera de lugar. Para dar
un ejemplo típico, uno de los descubrimientos más
importantes de Marx se refiere al papel de la fuerza
de trabajo como mercancía en el desarrollo del capi­
talismo. Marx puso de relieve a este propósito la es­
pecificidad de las relaciones de producción capita­
listas, en las que el poseedor de la fuerza de trabajo
no podía venderla más que por un período limita­
do, ya que si no se transformaría, de poseedor de una
mercancía en mercancía él mismo (un esclavo) per­
judicando así la forma de reproducción necesaria al
nuevo modo de producción. Naturalmente, Marx ex­
trajo de esta intuición consecuencias cualitativamen­
te muy diferentes de las que podía sacar Hegel des­
de el punto de vista de la economía política. Sin em­
bargo, la limitación del punto de vista hegeliano no
atenúa la importancia del hecho de que Hegel consi­
guió identificar con gran claridad la especificidad
arriba citada, y Marx no dudó un momento en reco­
nocerlo al citar, en El Capital, este notable párrafo
procedente de la Filosofía del Derecho.
244
De mis particulares habilidades corporales e
intelectuales y de mis posibilidades de actividad
puedo... enajenar a otro un uso limitado en el
tiempo, porque gracias a esa limitación cobran
una relación externa con mi totalidad y genera­
lidad. Con la enajenación de todo mi tiempo
concreto por el trabajo y la totalidad de mi pro­
ducción convertiría en propiedad de otro lo sus­
tancial de ella, mi actividad y realidad general,
mi personalidad (69).

Análogamente, el instrumento de producción como


factor crucial de mediación en el desarrollo huma­
no tiene en la teoría de Marx una importancia ca­
pital.

El medio de trabajo es una cosa o un comple­


jo de cosas que el trabajador intercala entre él
mismo y el objeto de trabajo y que le sirven de
guía de su actividad en ese objeto. El trabajador
utiliza las propiedades mecánicas, físicas, quími­
cas de las cosas para hacerlas actuar sobre otras
cosas como medios de poder y de acuerdo con
sus fines (70).

Es claro que el problema en cuestión implica un


principio de la mayor importancia, con importantes
consecuencias para la comprensión de la dialéctica
histórica, y, por las razones que hemos visto anterior­
mente, sería muy poco razonable esperar del filóso­
fo que atribuye a la existencia empírica la condición
de la mera fenomenicidad que lo resolviera siguien­
do las mismas líneas de Marx. Es significativo, no
obstante, que aunque de una forma abstracta (e in­
cluso con un toque de misticismo en el modo de ex­
presión) el crucial principio dialéctico de la media­
ción sea definido por Hegel, al más alto nivel de la
generalización filosófica, como el intercambio de

(69) MARX, El Capital cit., libro primero, p. 183 nota.


(70) !bid., p. 195.
245
factores que siguen la 16gica de movimiento intrín­
seca a cada uno de ellos, como se recuerda en la
nota a pie de página que Marx añade a su propia
formulación:

La razón es tan astuta cuanto poderosa. La as­


tucia consiste como tal en la actividad mediado­
ra, la cual, haciendo que los ob1etos obren unos
sobre otros de acuerdo con su propia naturaleza
y se desgasten recíprocamente en ese laboreo, sin
intervenir ella directamente en ese proceso, sin
embargo, lleva a ejecución simplemente su fina­
lidad (71).

Podemos observar un cambio significativo en la


orientaci6n de Marx respecto a la Lógica de Hegel
en particular. En la Crítica de la filosofía del Esta­
do de Hegel trataba con el mayor sarcasmo «los sa­
grados registros de la Santa Casa de la "L6gica"» (72)
y protestaba de que «lo que verdaderamente intere­
sa (a Hegel) no es la filosofía del Derecho, sino la
Lógica. El trabajo filos6fico no consiste en que el
pensamiento tome cuerpo en concreciones políticas;
son las concreciones políticas existentes quienes tie­
nen que disolverse en pensamientos abstractos. No
es la lógica de las cosas, sino la causa de la l6gica
lo específicamente filosófico» (73). Lo cual era justo,
pero no profundizaba lo suficiente. Lo que no se cap-
taba era una dimensi6n vital de la Lógica, precisa-
mente la elaboración sistemática de los principios
que constituyen «la forma fundamental de toda dia-
léctica», aunque oscurecidos por el velo místico.
La lógica hegeliana era de hecho el producto de
dos determinaciones fundamentales: extremadamen-
te problemática una, mucho menos la otra. (De he-

(71) /bid. (La cita procede de la Enzyklopádie de G. W. P.


HEGEL, vol. 1: Die Logik. Berhn 1840. p. 382.)
(72) MARX, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel cit.,
p. 17.
(73) lbid., p. 21.
246
cho esta última era sólo problemática por su inevi­
table relación con la primera, de la que no podía sino
sufrir las consecuencias). El autor de la Crítica de
la filosofía del Estado de Hegel atacaba agudamen­
te la primera (es decir, la transustanciación ideoló­
gica de realidades socio-políticas en determinaciones
lógico-metafísicas, de modo que pudiesen desvanecer­
se en un sentido sólo para reaparecer en el otro),
pero había prestado escasa atención a la segunda.
Pero una vez se hubo planteado con claridad la ta­
rea de investigar sistemáticamente la naturaleza del
capital y de las múltiples condiciones de su supera­
ción social e histórica (que necesariamente concen­
tra el interés inicial en la perspectiva política, como
«superestructura jurídico-política», cuyas contradic­
ciones no pueden resolverse por sí, sino sólo en el
contexto de una comprensión precisa de la base ma­
terial de sus complejas interacciones dialécticas con
la totalidad de las estructuras sociales ricas de me­
diaciones), se hizo imperativa la exigencia de una to­
talización dialéctica de todo el conjunto. Marx de­
bía entonces indagar no sólo sobre las realidades
dadas (y mucho menos sobre «realidades políticas
determinadas»), sino también sobre una cantidad de
fuerzas y tendencias embrionarias, sobre sus impli­
caciones y ramificaciones a largo plazo, en el marco
de referencia de una rigurosa valoración dialéctica.
Hacer emerger con precisión las implicaciones di!
los problemas complejos, poner de relieve la rique­
za de nexos de sus determinaciones internas, seguir
coherente y sistemáticamente su desarrollo hasta
sus consecuencias lógicas, «conforme a su propia
naturaleza», anticipar su devenir futuro sobre la
base de sus determinaciones objetivas en vez de li­
mitarse a postular posibilidades inútilmente abs­
tractas: todo eso se hizo en El Capital y era inima­
ginable que se hiciese en otra forma que como
totalización dialéctica. No es casualidad que la cate­
goría que reaparece constantemente en los Grundris•
247
se y en El Capital sea la del Sichsetzen (74) o «auto­
posición», que resume en cierto sentido el modo en
que las determinaciones objetivas aparecen y se afir­
man en el curso del desarrollo histórico social real.
La inspiración en el empleo de estas y otras catego­
rías similares (75) procede, naturalmente, de Hegel.

(74) Limitémonos, por falta de espacio, a dos ejemplos. El


primero se refiere al capital en relación con la circulación y el
valor de cambio. "La primera determinación del capital consiste,
por lo tanto en que... su movimiento no es el movimiento de su
desaparición, sino el movimiento en el que el valor de cambio
realmente se coloca a s.i mismo en cuanto tal, es la realización de
sí mismo como vaJor de cambio. No se puede decir que en la
circulación simple el valor de cambio se realice en cuanto tal.
El se realiza solamente en el momento de su desaparición." (MARX,
Líneas fundamentales cit., vol. 21, PP. 199-200.) El segundo analiza
la función del capital en cuanto posición de valor (Wertsetzen);
"El capital está ahora puesto como valor, que en cada uno de sus
momentos, en los que se presenta b:en como dinero, bien como
mercancía, bien como valor de cambio, bien como valor de uso,
está puesto como valor que no sólo se conserva formalmente en
esta modificación formal, sino como valor que se valoriza, como
valor que se relaciona consigo mismo en cuanto valor. La transi·
ción de un momento al otro se presenta como un proceso particu­
lar, pero cada uno de estos procesos constituye la transición al
otro. El capital está puesto, por lo tanto, como un valor itinerante,
que en todo momento es capital. Está puesto, pues, como capital
circulan/e; en todo momento es capital y en todo momento está
circulando de una determinación a la otra. El punto de retorno
es al mismo tiempo el punto de partida y viceversa (a saber:
el capitalista). Todo capital es originariamente capital circulante,
producto de la circulación y productor de la circulación, en cuanto
que describe su propia trayectoria." lbid., p. 491.
(75) Son incluso demasiado numerosas para .:itarlas todas, y
van desde "Fürsichsein" y "Sein für anderes" a "Aufhebung". "ne­
gación de la negación", etc. VGamos en cambio una inadvertida
pero importante distinción entre "límite" y "obstáculo" que Marx
adoptó en relación con la Lógica hegeliana. ''Todo límite (Grenze)
es y tiene que ser un obstáculo (Schranke) para él (el capital). De
lo contrario, dejaría de ser capital, dinero que se produce a sí
mismo. Tan pronto como él no sintiera un determinado límite
como obstáculo, sino que se sintiera a gusto dentro de él él mismo
habría descendido de valor de cambio a valor de uso, de la forma
general de la riqueza a una existencia sustancial determinada de la
misma... El límite cuantitativo de la plusvalía se le presenta sólo
como obstáculo natural, como una necesidad, que él intenta cons­
tantemente dominar y superar." El fragmento correspondiente de
la L6gica de Hegel dice así: "El límite propio de algo puesto para
ese algo como una negatividad al mismo tiempo esencial, no es
meramente un límite sino en cuanto tal un obstáculo." "El ser
sensible, en la limitación del hambre, de la sed, etc., es el impulso
de ir más allá del obstáculo que la limita, y lo supera." MARX,
Líneas fundamentales cit, p. 276.
248
No en el sentido de una problemática «influencia»
que haría subsistir un elemento extraño en el cuer­
po del pensamiento marxiano, sino de categorías de­
terminadas como «Daseinsformen» (76) que estructu­
radas en una teoría profundamente original han
pasado de Hegel al universo del discurso marxiano,
recibiendo en él nueva vida en una acepción cuali­
tativamente diferente.
Marx se preocupó siempre de subrayar, más que
ningún otro, que Hegel fue el primero en producir
un sistema coherente de categorías dialécticas (aun­
que en forma altamente abstracta y especulativa),
colocándose muy por encima de sus predecesores y
contemporáneos. En una carta a Engels, Marx defi­
nía a Comte «poca cosa en comparación a Hegel
(aunque Comte, como matemático y físico de profe­
sión, le supera en los detalles, cuando se llega a lo
fundamental, Hegel le supera infinitamente incluso
en esto)» (77). Fue la capacidad sin precedentes de
Hegel para aplicar su concepción totalizante de las
categorías dialécticas a cualquier problema de deta­
lle (a menos que motivaciones ideológicas le im
pidiesen estructuralmente hacerlo) lo que le hacía
infinitamente superior a todos los adoradores posi­
tivistas del «hecho» reificado y de la «ciencia» ina­
nimada (78).
Hemos visto en una carta citada anteriormente
que Marx hacía una observación análoga sobre su
propio trabajo: «Lange -escribía- es lo bastante
ingenuo para decir que yo "me muevo con rara li­
bertad" en las cuestiones empíricas. No tiene ni la
más pálida idea de que ese "moverse libremente en
las cuestiones" no es más que una paráfrasis del
modo de tratarlas: es decir, el método dialéctico»
(79). «Moverse libremente en las cuestiones» cuando,

(76) Véase en particular la introducción de Marx a los Grund­


risse.
(77) A Engels, 7 de julio de 1866 en Opere cit., vol. 42, p. 257.
(78) Cf. la carta de Marx a Engels, 1 de febrero de 1858,
a Schweitzer, 24 de enero de 1865.
(79) A Kugelmann, 27 de junio de 1870.
249
como en el caso de Hegel, las cuestiones se han
transferido al ámbito homogéneo de un universo
conceptual especulativo, era relativamente fácil, en
comparación con la tarea perseguida por Marx. Est�
no podía limitarse a explorar la lógica intrincada
de sus conceptos en cuanto tales, sino que constan­
temente debía referirlos a la realidad empírica. Ha­
ber conseguido el éxito de forma magistral en esa
tarea, sobre la base de una concepción filosófica
dialéctica sólidamente anclada en la realidad, es la
auténtica medida de la grandeza intelectual de Marx.
Indice onomástico

Advielle 47, 49. Büchner, Ludwig, 234.


Alejandro I, emperador de Ru- Bujarin, Nikolai Ivanovich, 190.
sia. 64. Bulgakov, Sergei Nikolaevich,
Althusser, Louis, 107, 147. 190.
Aristóteles, 160, 215. Buonarroti, Filippo, 49, 50.
Aron, Raymond, 146 150 . Buret, Eugene 75.
Auerbach, Berthold, 207. Butler, Samuel, 160.
Augusto, Cayo Julio César Octa-
vio emperador, 133.
Aveling Edward, 171.
Avineri, S., 74, 76. Cabet, Etienne, 42, 44, 51. 56.
Calderón de la Barca, Pedro,
157.
Campanella, Tommaso, 42 48.
Babeuf, Francois Noe1, llamado Cantimori Mezzomonti, Emma,
Graco, 49, 50. 73.
Bakunin, Mijail Alexandrovich, Carlos V de Habsburgo, emp�
80. rador, 158.
Baran, Paul A., 195. Carlyle, Thomas, 58. 156.
Barbon, 160. Cervantes Saavedra, Miguel de,
Bastiat, Frédéric, 199. 157.
Bauer, Bruno, 93 94, 133. Colletti, Lucio, 221.
Bazard, Saint-Amand, 58. Comte, Auguste, 249.
Bebe!, August, 76. Condorcet, Marie·Jean-Antoine­
Bentham, Jeremy 47, 48, 67. Nicolas de Caritat, marqués
Blanc, Louis, 55, 81. de, 47.
Blanqui, Auguste, 51, 80 . Confucio, 44.
Bloch Marc, 138. Considérant, Victor, 81,
Bohm-Bawerk, Eugen von, 173,
179.
Bortkiewicz, Wladislaw, 178.
Bossuet, Jacques-Bénigne, 44. Dante Alighieri, 155.
Bray John Francis, 52, 68, 112. Darwin, Charles Robert, 106.
Brissot de Warville J. P., 49. Dézamy, Théodore, 51.
Buchez, Philippe Joseph P., 81. Disraeli, Benjamin, 73.
Dobb, M., 174, 188, Heine, Heinrich. 58, 207.
Ducpétiaux, M., 75. Helvétius, Claude-Adrien, 44, 47,
Dühring, Eugen. 234. 48, 75,
Hess, Moses, 41, 70, 71, 111,
206, 215.
Hicks, John R., 160.
Hilferding, Rudolf, 193, 194.
Edmonds, T. R., 52. Hilger D., 76.
Emmanuel. Arghiri, 179 Hitier, Adolf, 155,
Enfantin, Barthélemy Prosper, Hobbes, Thomas, 240.
58. Hobson, John Atkinson, 192-195,
Hobson, Joshua, 52.
Hodgskin, Thomas, 52, 67, 112,
168, 199.
Hofmann, W., 77.
Febvre, Luden, 138, 140. Holbach, Paul Henry Tbiry, ba-
Fechner, Gustav Theodor, 234. rón de, 48, 75, 207.
Feiwel, G., 191 . Holyoake, Georges Jacob, 52.
Feuerbach, Ludwig, 74, 90. 91, Homero, 86,
98, 104, 107, 108, 111, 124, Hugo, Gustav, 118.
133, 203, 215, 218, 234, 236, Hugo, Víctor, 155.
238, 240, 243. Hume, David, 170,
Fichte, Johann Gottlieb, 86, 208,
Firpo, L., 65, 118,
Founer, Fram;:01s-Marie-Charles,
46, 50, 56, 57, 61-63, 66, 76,
79. Jandtke C., 76.
Franco Bahamonde, Francisco, Juvenal, Décimo Junio, 155.
155.
Franklin, Benjamin, 44.
Fuste! de Coulanges, Numa-De­
nis, 146.
Kalecki, Micha!, 191, 192.
Kant, Immanuel, 86, 118, 208.
Kautsky, Karl, 106, 166, 193,
194.
Gillman, J. M., 19!J. Keynes, John Maynard, 192.
Gladstone, William Ewart, 170. Korsch, Karl, 106.
Godwin, William. 48. Kuczynski, J., 76.
Goodwyn Barmby John, 52. Kugelmann, Ludwig, 235, 249.
Gramsci, Antonio, 106.
Gray. John, 67, 69.
Greaves, James Pierrepont, 52.
Grün, Karl. 56, 71, 145.
Gmzot, Fran�ois-Pierre-Guillau­ Lafargue, Paul, 158.
me, 154, 156. Lahautiere, Richard, 50, 51.
Lange. Friedrich Albert, 234,
249.
Laponneraye. Albert, 51.
Lassalle, Ferdinand, 72.
Harney, Georg Julian. 52. Leclerc, Charles Víctor Emma­
Haupt, G., 80. nuel, 50.
Hébert, Jacques René, 50. Lenin. Nikolai Vladimir llich
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Ulianov, llamado, 106, 190-
66. 75 86- 97, 104-107, 111, 195, 234.
117, 118, 124-126, 203, 207, Leroux, Pierre, 53.
215-221, 232-250. Lessing, Gotthold Ephraim, 207.
Le Trosne, Guillaume-Fran�ois, Perini, l.., 151.
160. Petty, William, 160.
Lichcheim, G., 53, 68. Pillot, Jean Jacques, 51\ 51, 70.
Licurgo, 44. Pitágoras, 44.
Liebknecht, Wilhelm, 155. Platón, 42, 44.
Liszt, Franz, 58 . Plutarco, 44.
Locke, John, 44, 160. Pottier, Eugene, 76.
Lope de Vega y Carpio, Félix, Proudhon, Pierre-Joseph 48, 50,
157 . 55, 65, 66, 79·82, 111, 146,
Lukács, Gyorgy, 106, 205, 241. 236.
Luxemburg, Rosa, 188, 190-195.

Quesnay, Fran�ois, 199.


Mably, Gabriel Bonnot de, 46,
48, 50, 75.
Malthus, Thomas Robert, 174, Rabelais, Fran�ois, 140.
186. Racine, Jean, 86.
Manacorda, G., 49. Ra venstone, Piercy, 112.
Maquiavelo Nicolás, 124. Raynal, Guillaume-Thomas-Fran-
Marliani, 158. �ois 44.
Marshall, Alfred, 177, Riazanov, David Borisovich (Gol­
Marx, Eleanor, 86. denbach), 154.
McCulloch, R., 165. Ricardo, David, 67, 99, 112, 165,
McLellan, D.. 111. 170. 172, 174, 181-186, 198,
Mili, James, 100, 165, 170, 199.
Mili, John Stuart, 58, 181. Robespierre, Maximilien, 145.
Montesquieu Charles-Louis de Rodbertus-Jagetzow, Johann Karl,
Secondat, barón de La Brede 72.
y de, 124. Roll, E., 67.
Morelly, 46, 48, 50, 75. Rotteck, 76.
Morgan, John Minter, 52. Rousseau, Jean-Jacques, 45, 48,
Moro Tomás, 42, 52. 49, 53, 61, 95, 124, 207.
Mussolini, Benito, 155. Rubel, Maxirnilien, 98. 124.
Ruge, Arnold, 68, 101,

Napoleón I Bonaparte, empera­


dor de los franceses, 64. Saint-Just, Antoine Louis Léon
Napoleón 111 Bonaparte, empe­ de, 47.
rador de los franceses, 155. Saint-Simon, Claude Henri de,
Nicolaus, Martin, 165, 167. 56, 57, 59, 60, 66, 236 .
Sartre, Jean-Paul, 238 242.
Sav1gny, Friedrich Karl von, 117•
119.
Say, Jean Baptiste, 68, 165, 187.
Oppenheim, Dagobert, 231. Schaff, Adam 106.
Owen, Robert, 47, 51, 52, 55• Schiller, Johann Christoph Frie­
57, 64, 67, 79, 81. drich von, 98.
Schumpeter, Joseph A., 49, 72,
152, 160.
Schweitzer, J. B., von, 237, 249.
Seton, Francis, 178.
Pa!merston, Henry John Tem­ Shakespeare, William, 86.
ple, 157, Silberner, E., 111.
Pecqueur, Constantin, 68, Simiand, Fran�ois, 138.
Sismondi, Jean Cllarles Léonard Tugan-Baranovski, Mijail Ivano­
Simonde de, 44, 68, 69, 186, vich, 188, 190.
192. Tunngot, Ame-Robert-Jacques, 47.
Smith, Adam, 99, 147, 165, 170,
172 175, 184, 198.
Sócrates, 44.
Southwell, Charles, 52. Unamuno, Miguel de, 133.
Spence, Thomas, 52.
Spinoza. Benedetto, 215.
Sraffa, Piero, 173, 187, 197. Venturi, F., 53.
Stalin, Josif Visarionovich Dzhu· Verri, Pietro, 160.
gashvili, llamado, 148. Vico, Giambattista, 215.
Stein, Lorenz von. 51, 70, 77. Vilar, P., 159.
Steuart-Denham, James, 170. Villermé, Louis René, 75.
Stirner, Max, pseudónimo de Voltaire, pseudónimo de Arouet,
Schmidt, Johann Caspar, 145. Fran�ois Marie, 86, 207.
Strauss, David Friedrich. 74.
Sweezy, Paul, 174, 195.
Wade, John, 68.
Wagener, Hermann, 73.
Tácito, Publio Cornelio, 155. Watts, John, 52.
Thierry, Augustin, 59 60. Weitling, Wilhelm, 41, 65, 70,
Thompson, William, 52, 67, 68, 111.
112, 168. Welcker, 76.
Tonnies F., 61. Westphalen, Ludwig von, 86.
Tucídides, 150. Weydemeyer, Joseph, 154, 155.

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