Eric J. Hobsbawm - Historia Del Marxismo. Vol. 1. El Marxismo en Tiempos de Marx. Parte 1
Eric J. Hobsbawm - Historia Del Marxismo. Vol. 1. El Marxismo en Tiempos de Marx. Parte 1
Eric J. Hobsbawm - Historia Del Marxismo. Vol. 1. El Marxismo en Tiempos de Marx. Parte 1
15
HISTORIA DEL MARXISMO
BRUGUERA
Título original:
STORIA DEL MARXISMO
Traducción dirigida por Josep M.• Colomer
Printed in Spain
ISBN 84-02-06650-X {tomo 1) / 1S8N 84-02-06651-8 {obra completa)
Depósito legal: B. 30.974 - 197� (1)
Impreso en los Talleres Gráficos de Ed1tonal Bruguera. S. A.
Carretera Nacional 152, km 21,650. Parets del Valles (Barcelona) - 1979
Nota sobre la traducción
9 Prólogo
ERIC J. HOBSBAWM
39 Marx, Engels y el socialismo premarxian::,
42 l. La prehistoria del comunismo
49 2. La literatura socialista y comunista
56 3. Tres grandes utópicos: Owen, Saint-Simon y Fou-
rier
66 4. Los economistas de izquierda ingleses y franceses
69 5. La contribución alemana
75 6. La nueva dimensión de la historia europea a
mediados del siglo XIX
DAVID MCLELLAN
83 La concepción materialista de la historia
PIERRE VILAR
113 Marx y la historia
117 l. La precedencia de la sociedad civil
123 2. "Conocemos una sola ciencia, la ciencia de la
historia»
129 3. La primacía de la producción y las relaciones
entre los hombres
146 4. "Una clave que explique la dirección de los acon
tecimientos"
158 5. La historia universal como resultado
MAURICE DOBB
163 La crítica de la economía política
166 l. Prólogo a El Capital
170 2. La teoría del valor-trabajo
180 3. El proceso de acumulación del capital
185 4. Realización de la plusvalía e imperialismo
197 S. Problema del valor y diagnóstico social
ISTVÁN MÉSZÁROS
201 Marx «filósofo»
205 l. La realización de la filosofía
214 2. La ciencia positiva
232 3. Las adqumciones hegelianas
251 Indice onomástico
Prólogo (1)
42
ideas de cualquier autor remoto sino en descubrir,
concentrándose en elaborar una teoría propia de la
sociedad o de la utopía, la relación con algún pensa
dor antepasado que hubiera edificado repúblicas
ideales; después de lo cual, se utilizaban sus cons
trucciones ideales y se le elogiaba. La moda de
la literatura utópica (no necesariamente comunis
ta) del siglo xvu1 había hecho muy familiares las
obras de tal género.
Tampoco los numerosos ejemplos históricos de
comunidades cristianas comunistas (independiente
mente de los distintos grados de conocimiento que
de ellas se tenía) pueden considerarse entre los ins
piradores de las modernas ideas socialistas y comu
nistas. No está claro en qué medida las más anti
guas de ellas (como las descendientes de los ana
baptistas del siglo XVI) llegaron a ser conocidas. No
obstante, es cierto que el joven Engels, al mencio
nar diversas comunidades de este tipo para demos
trar la practicabilidad del comunismo, se limitó a
ejemplos relativamente recientes: los shakers (a
quienes consideraba «las primeras personas que en
América y en general en el mundo han hecho nacer
una sociedad sobre la base de la comunidad de bie
nes») y los «separatistas» (2). En la medida en que
éstos eran conocidos, confirmaban sobre todo una
aspiración al comunismo ya existente, pero no se
afirmaban como fuente de similares ideales.
No es posible soslayar tampoco, aun cuando se
traten de pasada, las antiguas tradiciones religiosas
y filosóficas que, con el surgimiento del capitalis
mo moderno, habfon adquirido o revelado una nue
va potencialidad de crítica social, o la habían con
firmado en el momento en que el modelo revolucio
nario de una sociedad de economía liberal, marca•
da por un individualismo sin freno, entraba en con-
�--, <�
en la cooperación, en los casos extremos mediante,� 1>�
la fundación de comunidades comunistas, y un in- � "<'�
t�n�o de reflexió� sobr� la naturaleza y las carac�e- �-- /
, v
nst1cas de la sociedad ideal que se quena constrmr.
Tampoco en este caso, ni Marx ni Engels mostraron
interés alguno por el primer componente: a sus
ojos, la construcción de comunidades utópicas re-
sultaba políticamente irrelevante, lo que era cierto.
Fuera de Estados Unidos, donde adquirió cierta po-
pularidad en su forma laica o en su forma religio-
sa, nunca se convirtió en un movimiento incisivo en
la práctica. A lo máximo podía servir como ejemplo
de lo practicable del comunismo. En cuanto a las
formas de asociacionismo o de cooperación que te-
nían mayor influencia política y que ejercían consi-
derable atracción sobre los artesanos y los obreros
cualificados en Francia e Inglaterra, todavía no eran
suficientemente conocidas por Marx y Engels (por
ejemplo, los labour exchanges owenistas de los años
30) o éstos las veían con escepticismo. Retrospecti-
vamente, Engels haría un parangón entre los la-
bour bazaars de Owen y las propuestas de Proud-
hon (21). La Organisation du travail, de Louis Blanc,
que tanto éxito tuvo (diez ediciones entre 1839 y
1948), no tenía a su juicio ninguna importancia, y si
la tenía, había que combatirla.
Por otra parte, las reflexiones utópicas sobre la
naturaleza de la sociedad comunista ejercieron no
table influencia sobre el pensamiento de Marx y En
gels, si bien su hostilidad hacia los esbozos y pro
yectos del futuro comunista ha inducido a muchos
estudiosos de las épocas siguientes a infravalorar
su importancia. En efecto, todo o casi todo lo que
Marx y Engels han dicho acerca de la forma con
creta de la sociedad comunista se basa en los pri
meros escritos utópicos -por ejemplo la abolición
de la diferencia entre ciudad y campo derivada, se-
61
constituir, en su conjunto, una fuerza adecuada para
proveer a las necesidades de todos. Una consecuen
cia de este principio es que, si se da libertad a cada
individuo para que siga su inclinación a hacer o de
jar de hacer lo que quiera, se podrá proveer a las
necesidades de todos» y demostraba «que el ocio ab
soluto es un absurdo, algo que nunca ha existido :li
puede existir ... Demuestra luego la identidad de tra
bajo y placer y pone de manifiesto la irracionalidad
del actual sistema social que separa ambas cosas».
La insistencia de Fourier en la emancipación de la
mujer, con el corolario explícito de una radical libe
ración sexual, es una lógica extensión (e incluso tal
vez el núcleo central) de su utópica liberación de
todos los instintos e impulsos personales. No fue
Fourier sin duda el único feminista entre los prime
ros socialistas, pero su apasionada defensa lo con
virtió en el más vigoroso, y su influencia puede con
siderarse decisiva en el viraje radical realizado por
los saintsimonianos en esta dirección.
Quizá Marx captó mejor que Engels el potencial
conflicto existente entre la concepción fourierista
del trabajo, como esencial satisfacción de un instin
to humano, idéntico al juego, y el pleno desarrollo
de toda capacidad humana que a sus ojos y a los
de Engels habría estado garantizado por el comuni'>
mo, si bien la abolición de la división del trabajo (o
sea, de permanentes especializaciones funcionales)
podía producir resultados interpretables en clave
fourierista («por la mañana cazar, por la tarde pes
car y por la noche apacentar el ganado, y después
de comer, si me place, dedicarme a criticar») (35).
Efectivamente, más tarde Marx refutó específica
mente la concepción del trabajo como «puro juego,
un mero amusement» (36), y al hacerlo, rechazó im
plícitamente la ecuación fourieriana entre realiza
ción de sí mismo y liberación de los instintos. Los
(39) Marx sobre P.-J. Proudhon 1865, en Werke, vol. 16, p. 25.
(40) Opere cit., vol. 3 pp. 458-481.
(41) Contribución a la critica de la economía política. Prólogo,
México 1966, pp. 5-10.
(42) K. MARX, II comunismo e la "Gazetta f(enerale di Au
gusta". en Scritti politici giovanile a cargo de L. Firpo, Turfn 1975,
p. 174; Nota di redazione, 7 de enero de 1843, ibid., p. 348.
(43) K. MARX Notas críticas a/ artículo "El rey de Prusia y
la reforma social. Por un prusiano", en OME, vol. 5, p. 241.
65
como una mente inferior en comparación con
Saint-Simon y Fourier, Marx apreció los pasos hacia
delante dados por aquél respecto de estos últimM
que luego compararía con los dados por Feuer
bach respecto de Hegel) y pese a la cada vez mayor
hostilidad en las confrontaciones con Proudhon y
sus seguidores, nunca modificó tal opinión (44).
Y ello, no tanto por los méritos de su obra en el
campo económico, respecto a la cual escribió: «En
una historia rigurosísimamente científica de la eco
nomía política, esta obra apenas merecería una men
ción de pasada». En efecto, Proudhon no fue ni
llegó a ser nunca un economista serio. Marx elogió
a Proudhon, no porque hubiera algo que aprend<:!r
de él, sino porque lo vio como a un pionero de esa
«crítica de la economía política» que él mismo con
sideraba como la tarea teórica fundamental, y lo elo
gió con mayor entusiasmo aún por cuanto Proud
hon era un verdadero obrero y una mente original.
Para captar las debilidades teóricas de Proudhon y
detectarlas con mayor facilidad que sus méritos, a
Marx no le era necesario dar demasiados pasos ade
lante en sus estudios de economía; tales debilidades
fueron estigmatizadas ya en la Miseria de la filoso
fía (1847).
Por el contrario, ninguno de los otros socialistas
franceses ejerció una influencia digna de considera
ción en la formación del pensamiento marxiano.
5. La contribución alemana
82
DAVID MCLELLAN
La concepción materialista de la historia
Sólo al escribir La Ideología Alemana (iniciada
con Engels en Bruselas en setiembre de 1845 y con
cluida en el verano siguiente) llegó Marx a la con
cepción materialista de la historia que había de
constituir el «hilo conductor» de todos sus estudios
sucesivos. En el curso de los diez años precedentes,
los escritos de Marx pasan a través de fases sucesi
vas de idealismo (romántico primero, hegeliano
después) para desembocar en el racionalismo libe
ral y en una amplia crítica de la filosofía hegeliana,
de la que derivarán posteriormente muchos temas
importantes del socialismo marxiano. Engels escri
bió que las ideas de Marx tenían como base una
síntesis de la filosofía idealista alemana, de la teo
ría política francesa y de la economía clásica ingle
sa: en sus primeros escritos (hasta los Manuscrito,
económico-filosóficos de 1844, inclusive), puede se
guirse el proceso de asimilación de los tres influjos;
aunque Marx aún no había conseguido integrarlos
en un cuerpo común. Esos primeros escritos pue
den definirse como premarxistas; en efecto, no se
encuentra en ellos ninguna interpretación de la his
toria en términos de clases, de modos de produc
ción, etc., ni de modo más específico, referencias a
los conceptos económicos de fuerza de trabajo, plus
valía, y otros elementos que serán fundamentales
85
en muchas de sus obras posteriores. Aunque es inne
gable la importancia de las primeras obras de Marx
en una reconstrucción de la génesis de su pensa
miento, su significación en el contexto del conjunto
de su pensamiento ha sido (y es aún) fuente de vivas
polémicas. Y las implicaciones de esas polémicas van
evidentemente más allá de la simple disputa acadé
mica para los marxistas que pretenden mantener
una coherencia entre la teoría y la práctica.
El ambiente intelectual del hogar de los Marx
y de la escuela que frecuentó se caracterizaba por
el racionalismo iluminista y por un protestantismo
edulcorado, que exaltaba la virtud de la razón, de la
moderación y del trabajo. El suegro de Marx, el ba
rón Ludwig von Westphalen, le abrió perspectivas ra
dicalmente distintas. Eleanor, la hija de Marx, ha
escrito que el barón «llenó a Marx de entusiasmo
por la escuela romántica y, en lugar de Voltaire y
Racine, que había leído con su padre, el barón le
interesó en Homero y Shakespeare, que iban a ser
ya para toda la vida sus autores preferidos» (1). En
sus primeros años de estudio, en Bonn, Marx se dejó
arrastrar de buen grado por el romanticismo impe
rante; el traslado de sus estudios a Berlín en 1836
produjo, sin embargo, un cambio decisivo: Marx, se
guidor de Kant y de Fichte, subjetivista romántico
convencido de que el Ser supremo estaba separado
de la realidad terrena, había rechazado al principio
el racionalismo conceptual de Hegel. Ahora, en cam
bio, empezó a pensar que la idea era inmanente a
lo real. Anteriormente, Marx había «leído sólo frag
mentos de la filosofía de Hegel, pero me interesaba
poco su melodía grotesca y discontinua» (2). Ahora,
en cambio, abrazó el hegelianismo, en una conver
sión tan profunda como repentina. Quizá fue éste,
desde el punto de vista intelectual, el paso más im
portante de su vida. Aunque más tarde había de cri
ticar el idealismo de Hegel, e intentaría colocar su
90
más alto nivel de organización social, el Estado, pu.:!
de unir armónicamente los derechos individuales y
la razón universal. Hegel rechazaba así la idea de
que el hombre es libre por naturaleza; antes bien,
el Estado es el único medio de dar a la libertad del
hombre una realidad efectiva. En otras palabras,
Hegel era consciente de los problemas sociales crea
dos por una sociedad competitiva en cuyo seno tenía
lugar una guerra económica de todos contra todos
(estado de cosas que él resumía en el término «so
ciedad civil» o «sociedad burguesa»), pero sostenía
que estos conflictos podían ser superados por los
órganos del Estado en una unidad «superior». Si
guiendo a Feuerbach, la crítica fundamental que
Marx plantea a Hegel consiste en la afirmación de
que, del mismo modo que en el campo de la religión
los hombres habían imaginado a Dios como creador
y al hombre como ser dependiente de aquél, así He
gel había partido erróneamente de la Idea del Esta
do, y había hecho depender de esa Idea todas las
demás cosas (la familia y los diversos grupos socia
les). Aplicando este esquema general a los problemas
particulares, Marx se declaraba partidario de la de
mocracia: «Lo mismo que la religión no crea al hom
bre sino el hombre a la religión, lo mismo no es la
Constitución quien crea al pueblo sino el pueblo la
Constitución» (9). Marx se dedicó en particular, en
un agudo y breve análisis, a refutar la tesis hegelia
na según la cual la burocracia ejercía una función
mediadora entre los distintos grupos sociales, ac
tuando así como «clase universal» en interés de to
dos. Según Marx, la burocracia favorecía las divisio
nes sociales indispensables para su propia supervi
vencia, y perseguía sus propios fines en perjuicio
de los de la comunidad. En las últimas páginas del
manuscrito, Marx explica cómo, a su modo de ver,
el sufragio universal debe iniciar el proceso de re
forma de la sociedad burguesa. Examina dos posibi-
(1 O) Ibid., p. 148.
(11) lbid., pp. 149-150.
92
y con él la inversión de sujeto y predicado en el
interior de la dialéctica hegeliana. Marx daba por
descontado que todo progreso político debía basarse
en la reconquista por parte del hombre de la di
mensión social que se perdió cuando la Revolución
francesa niveló a todos los ciudadanos, subordinán
dolos al Estado político y acentuando así el indivi
dualismo típico de la sociedad burguesa. Afirmaba
explícitamente que la propiedad privada debía de
jar de constituir la base de la organización social,
pero ya no es tan evidente que propugnase su abo
lición, ni resultaba claro el papel que las distintas
clases debían jugar en la evolución social.
El manuscrito sobre Hegel no fue publicado nun
ca, pero las ideas que en él aparecían en embrión
recibieron una formulación más clara apenas Marx
llegó a París. En el invierno de 1843-1844, Marx es
cribió dos ensayos para los Deutsch-franzosische
Jahrbücher, tan claros y brillantes ambos como con
fuso y oscuro había sido el manuscrito sobre Hegel.
En el primero, titulado «La cuestión judía», Marx
analizaba las opiniones de su antiguo mentor Bruno
Bauer sobre la emancipación de los judíos. Bauer
afirmaba que la emancipación judía sólo podría rea
lizarse efectivamente cuando el Estado dejase de
ser cristiano, pue<, de otro modo la discriminación
hacia los judíos sería inevitable. Según Marx, Bauer
se había detenido demasiado pronto: la simple secu
larización de la política no implicaba la emancipa
ción de los hombres en cuanto seres humanos. Lo-,
Estados Unidos no tenían ninguna religión de Esta
do, y eran conocidos, sin embargo, por la religiosi
dad de sus habitantes:
Pero como la existencia de la religión (conti
nuaba Marx) es la existencia de una carencia, ia
fuente de est� carencia no puede ser buscada sino
en el mismo ser del Estado. La religión ya no es
para nosotros el fundamento sino sólo el fenóme
no de los límites que presenta el mundo... No
transformamos las cuestiones profanas en teológi
cas. Transformamos las cuestiones teológicas en
93
profanas. La historia ya ha sido reducida bas
tante tiempo a superstición; nosotros convertimos
la superstición en historia. La cuestión de la re
lación entre la emancipación y la religión se con
vierte para nosotros en la cuestión de la relación
entre la emancipación política y la emancipación
humana (12).
109
piedad feudal o de los estamentos. Marx y Engels
resumían así las conclusiones a que habían llegado
en este punto:
123
biografía que sea meramente «intelectual». Tras la
dura experiencia del periodismo activo, Marx vivió
en Kreuznach, en la época de su luna de miel, un
período excepcional en su vida, de calma y medita
ción y al mismo tiempo de constantes lecturas: por
un lado un libro apasionadamente criticado, la Filo
sofía del Derecho, de Hegel; por otro, numerosas
obras de historia, muy dispares entre sí. Creo que
puede afirmarse, en contra de lo que ha escrito Ma
ximilien Rubel, que este episodio de 1843 constitu•
ye, en la formación de Marx, un retroceso respecto
a 1842. En efecto, es desde el punto de vista del filó
sofo (y por tanto sin cambiar de terreno) como el
contradictor de Hegel juzga la Filosofía del Derecho.
Formalismo en la .. negación de la negación», idealis
mo (hasta hacer desaparecer todo análisis de clase)
en las definiciones de «burocracia» y «democracia»,
trasposición a la crítica del Estado hegeliano de la
crítica religiosa de Feuerbach, observaciones a pro
pósito de la concepción hegeliana de la propiedad
que podrían ser (por ejemplo, a propósito del mayo
razgo) una crítica burguesa. Y en lo que respecta a
las lecturas historiográficas de Kreuznach, donde
alternaba a Rousseau, Montesquieu o Maquiavelo con
autores de historia. tal vez manuales simplemente,
¿no testimonian, acaso, la necesidad de Marx de ad
quirir unos conocimientos históricos en su sentido
más banal, suposición confirmada por el hecho de
que se dedicaba a componer largas cronologías de
los períodos antiguos?
Por otra parte, en su evocación de 1850, él mismo
afirma haber descubierto en Kreuznach el « hilo con
ductor» que guiaría todos sus estudios sucesivos;
pero sitúa ese descubrimiento después de su episo
dio parisiense, cuando profundiza en la economía
política, estudia los textos de los socialistas france
ses y se lanza definitivamente a la colaboración amis
tosa con Engels. Es cierto que desde principios de
1844, en la Introducción a la Crítica de la filosofía
del Estado de Hegel y en determinados párrafos
de La cuestión judía, reencuentra, y con mayor cla-
124
ridad, las fórmulas de 1842 sobre la precedencia de
la sociedad civil respecto del Estado, una fórmula
en la que Engels vio el verdadero paso adelante.
Pero el hecho verdaderamente decisivo es que en el
mismo número de los Anales franco-alemanes, Engels
había publicado el «Esbozo de crítica de la eco
nomía política», que Marx, quince años después, cali
ficará aún de «genial». En esa conjunción (y sin pre
tender hacer de ella ningún «salto» decisivo en la
conquista del pensamiento) va a residir el mayor
progreso para el pensamiento de Marx en esa épo
ca. Si bien no es superfluo destacar que los dos
amigos creyeron haber llegado al mismo resultado
por caminos distintos (Engels por vía inductiva, a
partir del estudio de la situación en Inglaterra, y
Marx por vía deductiva, a través de la crítica de
Hegel), ese hecho no me parece fundamental: En
gels, de hecho, no era ajeno a la atmósfera hegelia
na, y Marx, como hemos visto, había sabido extraer,
a su vez, lecciones de los hechos. La conjunción, para
uno y otro, había sido sobre todo interior, y su en
cuentro fue tanto más fecundo por cuanto les re
veló este hecho.
Cuando en 1845 decidieron colaborar habitual
mente, estaban en posesión de dos certezas por lo
menos:
1) la economía política es, en la explicación de
las sociedades modernas, la única teoría válida como
punto de partida científico, y es por ello necesario
dedicarse a su crítica y a su reconstrucción: desde el
Esbozo de Engels hasta El Capital de Marx, las pa
labras «crítica de la economía política» figurarán
continuamente en sus proyectos y en sus obras;
2) resultaba en cambio necesario abandonar la
filosofía, y en particular el terreno malsano de las
construcciones poshegelianas.
Lo que aún no podían saber es que no bastaría
toda su vida para llevar a término el primer pro
yecto (en 1844 se habían hecho ilusiones sobre sus
conocimientos económicos, pero en adelante no pu
blicarían nada sin estar plenamente seguros del te-
125
rreno que pisaban), mientras que su «examen de con
ciencia filosófico» iba a quedar rápidamente liquida
do y abandonado finalmente a la bien conocida «crí
tica corrosiva de las ratas». Sin embargo, entre el
duro núcleo de la economía, sede de la «última ins
tancia» tan difícil de asir, y la nebulosa inconsisten
te de la interpretación de los filósofos, está todo el
conjunto de hechos sociales, políticos, jurídicos, ideo
lógicos, que constituye una materia que es preciso
ordenar y exponer en su conjunto a una investiga
ción científica, tan lícita como lo es la dedicada a
la economía, tratada erróneamente de modo aisla
do. Decididamente, para Marx y Engels es esta ma
teria global lo que constituye el nuevo objeto de
la ciencia: lo llamarán historia. « Wir kennen nur
eine einzige Wissenschaft, die Wissenschaft der Ges
chichte»: «conocemos una sola ciencia, la ciencia de
la historia» (4). Al historiador marxista le gustaría
poder invocar, en apoyo de su propia vocación, una le
gitimación tan solemne. Sin embargo, se trata de
una frase tachada en un libro que quedó inédito.
Ese hecho no puede dejar de suscitar escrúpulos.
Sin embargo, también en La Ideología Alemana se
afronta el problema de la historia como ciencia.
Las mismas dudas pueden resultar instructivas:
frases tachadas, repetición en el margen de la pala
bra «Geschichte», utilización de la misma con signi
ficados distintos. Hegel y sus discípulos habían usa
do y abusado de esta palabra. Pero ¿acaso ofrecían
una aplicación mejor los historiadores profesiona
les? En 1845, Marx había intentado algunas experien
cias en ese terreno: en primer lugar, leyendo los tra
bajos de los demás; después llegando (en un paso
adelante que muchos presuntos marxistas prefieren
ahorrarse) hasta las fuentes, los textos antiguos, los
documentos de primera mano. Durante algún tiem
po estuvo pensando en escribir una historia de la
Convención, pero al final renunció.
145
4. « Una clave que explique la dirección
de los acontecimientos»
Marx y Engels darán un nuevo paso en 1847. No
tanto en la Miseria de la filosofía, donde la crítica
inicial de las robinsonadas antihistóricas cede rápi-
damente el paso a las controversias lógicas, y donde
ocurre que formulaciones demasiado esquemáticas
dan pie a fáciles condenas o a citas poco felices de
algunos llamados marxistas: «El molino de viento
supone la sociedad del señor feudal, y el molino de
vapor la sociedad del capitalista industrial» (5). En
realidad, toda la obra de Marx contradice este esque •.
matismo, explicable sólo en el contexto de la répli-
ca a Proudhon, que invertía la relación entre catego
rías económicas y realidad. Ello no obstante, la
Miseria de la filosofía ofrece al historiador varios
análisis modelo (maquinismo, huelgas consideradas
como producto y factor de la historia al mismo tiem
po).
Pero ese mismo año, el Manifiesto del Partido Co
munista surge como una explosión innovadora, has
ta tal punto la literatura histórica universal, por
las dificultades que analizará Fustel de Coulanges,
está falta de auténticas síntesis, de panorámicas ge
nerales capaces de mostrar los caracteres origina
les de la historia. Siempre he sospechado que la
afirmación de Raymond Aron: «La investigación de
las causas en la historia tiene el sentido, más que
de delinear a grandes rasgos el panorama de la his
toria, de restituir al pasado la incertidumbre del
porvenir», proviene de cierto temor por la historia
que se atribuye a la burguesía en el Manifiesto. ¡Qu,!
un panorama tan espléndido de los triunfos histó
ricos de la burguesía anuncie también su declive, era
ciertamente un presagio de mal agüero que había
que exorcizar! La historia positivista se dedicó a
161
MAURICE DOBB
La crítica de la economía política
Es sabido que e] interés de Marx por los proble
mas económicos (como problemas distintos de los fi
losóficos e historiográficos) empezó con su investi
gación sobre las condiciones de vida de los campesi
nos del Mosela, a la que se dedicó entre los años
1840 y 1843, cuando era director de la Rheinische
Zeitung. Su estudio serio de la obra de los econo
mistas (en particular Smith, Ricardo, James Mill,
McCulloch y Say) se sitúa con toda probabilidad
en el período de la estancia parisiense de Marx, tras
su traslado a la capital francesa en 1843; ese estu
dio proseguiría con toda intensidad en el largo exi
lio londinense, un3 vez concluidos los acontecimien
tos revolucionario<; de 1848.
Después de 1850, Marx y Engels compartieron d
punto de vista de la Liga de los comunistas, según
el cual «la revolución era imposible en un futuro
inmediato»; en esa situación, «la tarea de la Liga ha
bía de consistir en dar prioridad al trabajo de edu
cación, al estudio y al desarrollo de la teoría revo
lucionaria». Un punto de vista que «cayó como un
jarro de agua fría sobre la exaltada fantasía de los
exiliados» (1). Los primeros años cincuenta fueron
1. Prólogo a El Capital
180
timulada por el desarrollo del sistema de crédito;
éste no constituye sólo «un arma nueva y temible
en la lucha competitiva», sino que «reúne, con hilos
invisibles, en las manos de capitalistas individuales
o asociados los medios monetarios dispersos por
toda la superficie de la sociedad en masas mayores
o menores», transformándose así «en un mecanis
mo social poderoso de la centralización de los capi
tales» (24).
Mientras economistas ortodoxos como John Stuart
Mill veían en la competencia una fuerza progresiva
y benéfica (con tal de limitar el incremento natural
de la población), Marx reveló su carácter contradic
torio: la contradicción dialéctica implícita en la com
petencia finalizaría con la transformación en su
opuesto. Aunque escribió relativamente poco sobre el
monopolio, y se preocupó esencialmente de analizar
la fase competitiva del capitalismo, puede decirse
que Marx fue la única persona de su época que pre
vió el paso a la fase del capitalismo monopolista.
Pero otras tendencias se habían asociado estre
chamente al progreso de la acumulación capitalista,
que, como hemos visto, concebía Marx de forma muy
distinta a un proceso tranquilo y regular de creci
miento cuantitativo de las inversiones, según la vi
sión de la mayor parte de los demás economistas.
La primera de esas tendencias era el efecto inicial
del progreso técnico, es decir, la sustitución del tra
bajo por la máquina (como había reconocido Ri
cardo en el capítulo dedicado a las máquinas, incor
porado a la tercern edición de sus Principies), con el
consiguiente aumento del ejército industrial de re
serva. Desde el punto de vista marxiano, el ejército
industrial de reserva era (en un mercado de trabajo
competitivo, y no organizado) el principal mecanis
mo de regulación de los salarios, que se mantenían
en el «nivel de subsistencia» convencionalmente
aceptado en una determinada época, no obstan-
(33) Hay que señalar, sin embargo que hacia el final del se
gundo libro, después de considerar qué proporciones dehen reme
tarse entre los distintos sectores o ramas de la producción, Marx
cita un caso en el que los capitalista� de las industrias prnductnras
de bienes de consumo encuentran difícil realizar (en el mercado)
su plusvalía en forma de dinero para después invertirla en 011evos
medios de producción. Resuelve la dificultad afirmando, de modo
algo curioso, que esos capitalistas realizan sus productos intercam
biándolos por el oro en posesión de los productores de este metal.
Cf., a ese propósito, M. Doee, On Economic Theory and Socia
lism, Londres 1955, p. 269.
188
donara una demanda adicional ligada a la penetra
ción del capital en un cierto número de áreas sub
industrializadas y no desarrolladas desde el punto
de vista capitalista. Las nuevas expectativas de be
neficio nacidas de la inversión en tales áreas ha
brían mantenido el proceso de acumulación y de pro
ducción de bienes-capital en la vieja y más desarro
llada área capitalista (que controlaba ese proceso).
«El comercio mundial es una condición histórica
de vida del capitalismo; comercio mundial que, en
las circunstancias concretas, es esencialmente un
trueque entre las formas de producción capitalistas
y las no capitalistas» (34). El capitalismo desarrolla
do debía apostar (para su continuación) por una ex
pansión comercial de este tipo; pero era una ex
pansión que no podía durar hasta el infinito, y su
efecto de estímulo sobre la reproducción ampliada
debía, a la larga, agotarse. Es de señalar que la
teoría luxemburguiana, con su insistencia particular
en los «mercados exteriores», sirve de nexo entre
la teoría marxiana de la acumulación capitalista y
la realidad del imperialismo moderno y ofrece una
explicación teórica de este último. Luxemburg an
ticipó, además, las teorías más recientes sobre el pa
pel del militarismo y de los presupuestos estatales
para armamento como instrumentos para la expan
sión de la demanda e incentivos a la inversión.
Por consiguiente, cuando se dice que el cani
talismo vive de formaciones no capitalistas, para
hablar más exactamente, hay que decir que vive
de la ruina de estas formaciones, y necesita el am
biente no capitalista para la acumulación, lo ne
cesita como base para realizar la acumulación,
absorbiéndolo (35). Considerada históricamente, la
acumulación del capital es un proceso de cambio
Y concluye así:
190
siguiente del mercado interior, no se efectúa tanto
a expensas de los bienes de consumo como a expen
sas de los medios de producción»; el incremento
de los segundos es más rápido que el de los pri
meros. «La subdivisión de la producción social que
fabrica medios de producción debe, por consiguien
te, crecer con más rapidez que la que confecciona
artículos de consumo. De esta manera, el creci
miento del mercado interior para el capitalismo es,
hasta cierto grado, "independiente" del crecimien
to del consumo general, verificándose más por cuen
ta del consumo productivo.» Reconoce que hay
una contradicción en el hecho de que la produc
ción se desarrolle a un ritmo más elevado que el
consumo ( «es una auténtica "producción para la
producción"»). Pero no es tal que impida el desa
rrollo: «No es una contradicción de la doctrina,
sino de la vida real; es precisamente una contra
dicción que corresponde a la naturaleza misma del
capitalismo y a las restantes contradicciones de este
sistema de economía social.» Y niega que Marx «ex
plicase las crisis oor el subconsumo» (39).
Entre las teorías económicas modernas, conoci
das en los ambientes académicos europeos y ameri
canos, la más próxima a las concepciones de Rosa
Luxemburg (y que reconoce haber recibido su in
fluencia) es la teoría de Micha! Kalecki (40). Fue
elaborada en la primera mitad de la década de los
treinta, es decir, en época prekeynesiana, y es no
table sobre todo por dos aspectos. En primer lu
gar, Kalecki hace depender la relación entre bene
ficios y salarios (el «mark-up» sobre el coste-sala
rios) del grado de monopolio, proporcionando así
una explicación en términos monopolísticos de los
orígenes y las bases del beneficio. En segundo lu
gar, hace depender el empleo global y el producto
191
global (41) (y, por consigu iente, el beneficio global)
de factores relativos a la «realización», es decir, de
la demanda, y en particular del consumo de los ca
pitalistas y del beneficio invertido. En tercer lugar,
considera la inversión global de los capitalistas
(que, en el debate sobre la «realización», ambas par
tes habían dejado más o menos colgada en el air�)
como dependiente de la cuota de beneficio alcanza-
da por las nuevas inversiones, es decir, de la rela
ción entre el beneficio realizado global y la capaci
dad productiva global. De esta forma, tanto el au
mento como la disminución de las inversiones se
autorreforzarían hasta cierto punto. Un auge de las
inversiones, una vez iniciado como consecuencia de
una expansión de la demanda, y, por tanto. de la
realización de un beneficio, estimularía un increme!l-
to ulterior de las inversiones, y así sucesivamente,
hasta que la nueva capacidad productiva creada
por las nuevas inversiones repercutiese en la cuota
de beneficio obtenida (dividiendo el beneficio reali
zado global por la capacidad productiva global) con
fuerza suficiente para bajarla. De modo análogo, un
declive en las inversiones tendría un efecto acumu
lativo: toda disminución provocaría una restricción
de la demanda global y del beneficio realizado glo
bal, hasta que la capacidad productiva disminuida
y el crecimiento del desempleo reaccionasen con su
ficiente fuerza sobre la cuota de beneficio. Es una
teoría, bien elaborada desde el punto de vista ló);!i-
co, de las crisis económicas y del ciclo económico
en términos muy próximos a la concepción luxem
burgu iana. Ha de notarse que, mientras cierto nú
mero de economistas (de Sismondi a Hobson) habían
puesto el acento en el consumo y el subconsumo,
la teoría de Kalecki aborda directamente el proble-
ma de la inversión y de las razones de su periódica
192
y/o crónica inadecuación en el marco de un modo
de producción, como el capitalista, dominado por
el estímulo del beneficio.
A partir de Rosa Luxemburg, como hemos visto,
el debate sobre el problema de la realizacióTl se ha
ligado estrechamente al problema del imperialis
mo (42). Pero los dos nombres más comúnmente
asociados a la interpretación marxista del imperia
lismo moderno son los de Hilferding y Lenin. El
primero relacionó el fenómeno imperialista principal
mente con la concentración del capital y el monopo
lio, y en particular con el creciente dominio de la
gran banca sobre la industria en el capitalismo de
sarrollado (como demostraba el ejemplo de Alema
nia en aquella época), y, por tanto, con el creciente
dominio del capital financiero (de ahí el título de la
obra de Hilferding. Das Finanzkapital). El imperia
lismo, etapa superior del capitalismo fue escrito por
Lenin en la primavera de 1916 y publicado en Rusia
tras el retorno a la patria de Lenin en abril de 1917.
Empieza con un reconocimiento de la importanch
de la obra de Hobson, Imperialism, la cual (escribe
Lenin) constituye «una óptima y detallada exposi•
ción de las características económicas y políticas
fundamentales del imperialismo». Respecto a Hil
ferding, Lenin fue mucho menos generoso. definién
dolo como un «ex marxista, ahora compañero de
Kautsky», y sometiéndole (junto a este último) a un
duro ataque. Lenin afirma que. políticamente, Hil
ferding «había dado un paso atrás con respecto al
inglés Hobson, pacifista y reformista declarado»,
pero reconoce (aunque con algunas reservas) que
El capital financiero «ofrece un precioso análi-;i'>
teórico "sobre la recentísima fase de desarrollo del
capitalismo"».
-
El trabajo de Lenin sobre el imperialismo no es
tanto un análisis teórico como una exposición de
-
al problema de la «realización» y de la insuficiencia
de la demanda, y otra que concentra su atención en
196
sarias para una explosión revolucionaria. La revófü-,, '.\
ción soviética se había desarrollado, en determina": ,
do momento, en Rusia, porque Rusia era, en aquel·•.
determinado momento, el «eslabón débil» de la ca-
dena imperialista mundial. Si queremos plantear la
misma cuestión en otros términos (quizá más ade
cuados a las condiciones de la época actual), po
dríamos decir que la respuesta al problema depen-
de del peso relativo que se atribuya (al valorar las
situaciones históricas) a los llamados factores «ob
jetivos» (en gran parte, de naturaleza mecanicis-
ta) respecto a los factores «subjetivos» (no econó
micos en sentido estricto, es decir, políticos e ideo
lógicos).
200
ISTVÁN MÉSZÁROS
Marx «filósofo»
El fulgurante aserto de Marx sobre la filosofía:
«Los filósofos no han hecho más que interpretar de
diversos modos el mundo, pero de lo que se trata
es de transformarlo» (1), se ha entendido a menudo
de forma unilateral: como un rechazo radical de la
filosofía y una llamada a superarla, poniendo en su
lugar el «socialismo científico». Lo que una interpre
tación de ese tipo no tiene en cuenta es que la idea
que Marx tiene de esa Aufhebung (superación) no
corresponde a un puro y simple desplazamiento teó
rico de la filosofía a la ciencia, sino a un programa
práctico complejo, que para realizarse exige necesa
riamente la unidad dialéctica entre «el arma de la
crítica» y «la crítica de las armas» (2); esto signifi
ca que la filosofía sigue formando parte integrante
de la lucha por la emancipación. Como escribe
Marx: «No podéis superar la filosofía sin realizar
la» (3), cosa que no puede suceder en el terreno
exclusivo de la ciencia, sino sólo en la realidad prác
tica o en la praxis social (que comprende, natural-
203
mente, la contribución de la ciencia). Por otra par
te, la frase de la que hemos partido no puede se
pararse de la afirmación marxiana sobre la necesi
dad del nexo recíproco entre esa «realización de la
filosofía» y el proletariado. Porque «lo mismo que
la filosofía encuentra en el proletariado sus armas
materiales, el proletariado encuentra en la filosofía
sus armas intelectuales... La filosofía no se puede
realizar sin suprimir el proletariado; el proletariado
no se puede suprimir sin realizar la filosofía» (4).
Las dos partes de esta interacción dialéctica triunfan
o caen juntas, según Marx.
Pero afirmaciones como éstas, ¿deben tomar.:;e
en serio o han de considerarse como simples mani
festaciones de exuberancia juvenil y de retórica?
¿Podemos atribuir un significado (y en tal caso,
¿qué significado?) a la idea de realizar la filosofía,
sin lo cual el proletariado no podrá realizarse a si
mismo? Y desde el momento en que no podemos
dejar de tener en cuenta que el proletariado no ha
conseguido hasta hoy realizar su tarea histórica de
superarse a sí mismo, ¿deberemos quizá volver la
espalda al embarazoso problema con el pretexto de
que el programa de Marx se ha visto cumplido en
la «práctica teoréti.ca», a través de la superación de
la filosofía por la idea del «socialismo científico»,
de la «ciencia de la historia», etc.? ¿Y cuál es el pa
pel (admitiendo que tenga alguno) de la filosofía en
la formación de una conciencia socialista y en la rea
lización de las tareas prácticas que tenemos ante
nosotros, una vez que las consideraciones críticas de
Marx sobre la filosofía pasada y sobre las relaciones
entre filosofía y vida social se apliquen coherente
mente a la valoración de las tendencias de desarro
llo posmarxianas? Preguntas como éstas son esencia
les para nuestra comprensión del significado de
Marx para la filosofía, así como del significado de
la filosofía para el tipo de praxis social que el mis
mo Marx había propugnado.
(8) lbid.
206
ti cuatro años), pero dará el golpe de gracia a la re
ligión y a la política de la Edad Media. Une a la más
profunda seriedad filosófica la rapidez de réplica
más tajante. Imagina a Rousseau, Voltaire, Hol
bach, Lessing, Reine y Hegel unidos en una sola
persona (y digo unidos, no revueltos en una mezco
lanza confusa), y tendrás al doctor Marx» (9). Todo
eso es cierto: la profundidad de la intuición de un
Marx no puede ciertamente ser elevada a norma
general. A pesar de ello, en general es necesario un
modo de afrontar los problemas ligado al hecho de
que la lógica interna de cada campo de estudio
particular impulsa más allá de su propia parcela
la investigación y pide su inserción en contexto!i
cada vez más amplios, hasta alcanzar el punto en
que toda la gama de conexiones dialécticas con el
todo esté establecida adecuadamente. Y la filosofía
no es, en última instancia, sino el entramado glo
bal de esas conexiones, sin el cual el análisis de
los campos particulares está destinado a ser frag
mentaria e irreparablemente unilateral.
No sería razonable argumentar que la posterior
crítica marxiana del idealismo especulativo y del
materialismo contemplativo haya cambiado radical
mente su actitud respecto a la importancia de la
filosofía como tal. Hablar de una fase filosófica ju
venil en Marx como contrapuesta a su posterior in
mersión en la «ciencia» y en la economía política
es una explicación burdamente equívoca, que revela
una singular ignorancia o la distorsión de los hechos
más elementales (10). El fondo de su crítica a la filo
sofía es la separación y la oposición entre la filoso
fía misma y el mundo real, y la impotencia que ge
neraba inevitablemente esa separación idealista. Por
eso escribía Marx, ya en 1837: «Del idealismo, que
he confrontado y alimentado con el idealismo de
las cosas ... han ido tan lejos, que los indivi
duos necesitan apropiarse la totalidad de las
fuerzas productivas existentes, no sólo para po
der ejercer su propia actividad, sino, en general,
para asegurarse su propia existencia. Esta apro
piación se halla condicionada, ante todo, por el
objeto que se trata de apropiarse, es decir, por
las fuerzas productivas, desarrolladas hasta aho
ra hasta convertirse en una totalidad y que sólo
existen dentro de un intercambio universal. Por
tanto, esta apropiación deberá necesariamente
tener, ya desde este punto de vista, un carácter
universal en consonancia con las fuerzas produc
tivas y con el intercambio. La apropiación de
estas fuerzas no es, de suyo, otra cosa que el
desarrollo de las capacidades individuales ..::o
rrespondientes a los instrumentos materiales de
producción. La apropiación de una totalidad de
instrumentos de producción es ya de por sí, con
siguientemente, el desarrollo de una totalidad de
capacidades en los individuos mismos. Esta apro-
211
piación se halla, además, condicionada por los ,
individuos apropiantes. Sólo los proletarios de la
época actual, totalmente excluidos del ejercicio
de su propia actividad, se hallan en condiciones
de hacer valer su propia actividad, íntegra y no
limitada, consistente en la apropiación de una to
talidad de fuerzas productivas y en el consiguien
te desarrollo de una totalidad de capacidades.
Todas las anteriores apropiaciones revoluciona
rias habían tenido un carácter limitado; indivi
duos cuya propia actividad se veía restringida por
un instrumento de producción y un intercambio
limitados, se apropiaban este instrumento limita
do de producción y, con ello, no hacían, por tanto,
más que limitarlo nuevamente. Su instrumento de
producción pasaba a ser propiedad suya, pero
ellos mismos se veían absorbidos por la división
del trabajo y por su propio instrumento de pro
ducción; en cambio, en la apropiación por los pro
letarios es una masa de instrumentos de produc
ción la que tiene necesariamente que verse absor
bida por cada individuo y la propiedad sobre
ellos, por todos. El moderno intercambio univer
sal sólo puede verse absorbido entre los indivi
duos siempre y cuando se vea absorbido por to
dos (18).
2. La ciencia positiva
(25) lbid.
221
vas» (26), se le acuse hoy de «hegelianismo» (o de
una ambigua oscilación entre cientifismo empirista
y hegelianismo romántico) por haber omitido pro
porcionar la prueba positivista que exigía el esque.
ma reduccionista.
De hecho, el desarrollo del pensamiento de Marx
siguió un camino muy diferente. Rehusó explícita
mente modelar la filosofía sobre las ciencias na
turales, que consideraba «abstractamente materia-
227
práctica objeto de consideración del desarrollo his
tórico de los hombres en correspondencia con deter
minados «presupuestos materiales», y para recons
truir así de forma activa-dialéctica la construcción
teórica misma que abarque el ciclo siguiente al con
siderado.
Eso es lo que Marx quiere decir al hablar de
«ciencia positiva», que es necesariamente totalizante
y, por tanto, no puede existir en plural, por lo me
nos en el sentido marxiano del término. Eso queda
claro cuando Marx subraya que en su concepción
(que explica todas las manifestaciones teóricas en
relación con su base material y junto al principio
de la unidad entre teoría y práctica) «todos los he
chos pueden organizarse en su totalidad», mientras
las «ciencias positivas» no llegan a rozar la tarea
vital de la totalización, porque trasciende a cad3
una de ellas. El otro punto, igualmente importante,
que subraya Marx es que el intercambio dialéctico
de los complejos factores materiales con todos los
diversos productos y formas teóricas de conciencia
(«la acción recíproca que estos diferentes factores
ejercitan cada uno respecto al otro») sólo puede ser
captado dentro de un cuadro de totalización similar.
Que se le llame una nueva forma de filosofía o (en
explícito contraste polémico con la filosofía especu
lativa) «ciencia positiva», tiene poca importancia. Lo
que cuenta, en cambio, es que no puede existir una
concepción dialéctica de la historia sin ese cuadro
de totalización, que las «ciencias positivas» no pue
den desvanecer ni sustituir.
Lamentablemente para quienes prestan poca
atención a la evidencia histórica, la única ocasión
en que Marx habló en términos positivos de la filo
sofía como una práctica teorética pertenece a un
período en el que aún estaba preso de una orienta
ción idealista. En su tesis doctoral, escrita entre
principios de 1839 y marzo de 1841, observaba que
«la praxis de la tilosofía es ella misma teorética.
Es la critica que mide la existencia individual en
la esencia, la realidad particular en la idea. Sin em-
228
bargo, esta realización inmediata de la filosofía está,
en su esencia íntima, afectada de contradicciones, y
esta esencia suya se configura en el fenómeno y le
imprime su sello» (34). Pero incluso esta valoración
positiva, como se ve, no estaba exenta de reservas.
De hecho iba acompañada de una advertencia sobre
las contradicciones implícitas en la oposición de la
filosofía al mundo, pese a que el autor de la tesis
no estuviese en condiciones de definir con precisión
su naturaleza, y mucho menos de proponer la solu
ción adecuada. Dados los límites de su orientación
en esa época, podía describir las tensiones y las opo
siciones en cuestión sólo en forma de un difícil pun
to muerto:
236
semioscuridad mística» (53). Como muestra la crí
tica de 1843, esta valoración no corresponde a la ac
titud posterior. Investigar a fondo la naturaleza y
despreciar gravemente la política no podía ayudar
realmente a Marx a realizar lo que se proponía: la
elaboración de una concepción dialéctica del desa
rrollo social real en lugar de la síntesis idealista he
geliana de ingeniosas transformaciones conceptuales.
Marx subrayaba que «todo el misterio de la Filoso
fía del Derecho, y en general de la filosofía de He
gel» se contiene en los párrafos 261 y 262 de di
cha obra (54), que justifica el estado de cosas polí
tico de tal modo que «la condición se convierte en lo
condicionado, lo determinante en lo determinado, lo
productivo en producto de su producto» (55). Y no
se limitó a señalar el «misticismo panteísta» (56) im
plícito en el hacer derivar especulativamente la fa
milia y la sociedad civil de la idea del Estado, in
virtiendo así las relaciones reales de tal modo que
«el hecho de que se parte no es concebido como tal,
sino como resultado místico» (57). Indicar esa in
versión no podía de por sí resolver nada. Al contra
rio, sólo podía servir para dar una apariencia de ra
cionalidad reexplicada a estructuras sociales extre
madamente problemáticas e incluso contradictorias,
sosteniendo que están en la base de determinadas
representaciones ideológicas. Una obra de desmisti
ficación semejante (como el desmontar la conexión
entre la «sagrada familia» y la terrena) necesita in
tegrarse, si no quiere convertirse en una nueva for
ma de mistificación, en un análisis adecuado de las
contradicciones sociales que se manifiestan en esas
estructuras sociales problemáticas, que a su vez ge
neran las imágenes mistificantes de la falsa con
ciencia. El objeto real de la crítica es siempre el
238
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