Cementerio de Estrellas
Cementerio de Estrellas
Cementerio de Estrellas
Cementerio
de
estrellas
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Alas de taza
[…]
- ¡Boludo! ¿Te volviste a quedar dormido? ¡El jefe está preguntando por vos a
los gritos por toda la imprenta! Esta vez no sé si llegar cuarenta minutos tarde
al trabajo pero con una primicia original para los titulares del diario te salve,
aunque creo predecir el título de primera plana que se roba el Pulitzer este año,
la historia de un asesinato… ¡El tuyo! -.
[…]
[…]
[…]
– Era un loco, pero nunca esperé que hiciera eso -; - Irresponsable de mierda,
¡Así escapas de tus responsabilidades! -; - Claudio, ¿Por qué? Esa maquínica
costumbre de tomar té de menta peperina te haría fugar hacia tu mausoleo de
recuerdos y consideraciones, más allá del espacio-tiempo, alienándote de los
lineamientos que agotan los momentos en que es posible descansar de la
humanidad, pero no de la existencia -; - ¡Qué extraño! ¿Soy la única que siente
ese olor a libro viejo y a cera quemándose? -.
Artificios
[…]
Sacudo la cabeza esperando volver a casa, pero solo conseguía una óptica
panorámica con mayor resolución de los tres individuos frente a mí. ¿Me habría
quedado dormido lavándome la cara? No siento cansancio de ningún tipo…
Excepto de tratar con estos tipos.
De repente, abro finalmente los ojos, y ahí está Santiago espejado, un poco
agitado por el trajín que supone el viaje interestelar de una realidad a otra, o lo
que sea que estuviera pasándole. Fui hasta al comedor, la tele encendida con
un hombre gordo y pelado relatando el contenido de su columna, mi madre
tomando mate, la tele, mi madre, la tele… Mareado por ese desayuno matutino,
me encamino hacia la cama, pero la sensación de tener un lavarropas
funcionando en el estómago hace que cambie de dirección y corra con prisa al
baño. Agarro los bordes del inodoro, abro la boca, y el espasmo estomacal me
obliga a cerrar los ojos… Vomitándome frente a los gigantes.
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- ¿Ahora vas a cantar? – decían muy atentos a lo que podría surgir de mi tracto
bocal. Frustrado y enojado, me abalanzo encima de uno, trepándome
rápidamente por su espalda, esquivando los manotazos de los otros dos, hasta
que llego a la cabeza. Sujeto con fuerza el interpretador, busco apoyo para mis
piernas en sus hombros y jalo tirando mi cuerpo hacia atrás, hasta que el
artefacto se zafa y caigo junto con él al suelo.
[…]
- ¿¡Qué has hecho!? Creatura insolente, ¡Eso es contra las reglas! -. – Metete
las reglas por, como dicen en mi “reino”, el culo. ¡Estoy harto de sus
sofisticadas sandeces! Tomen esto, úsenlo de adorno - decía mientras lanzaba
el casco por los aires. Los dos gigantes que aún mantenían los interpretadores
en su lugar miraron al otro que había “muerto”.
- ¿Y por qué no? -, - Por más refinada que sea la tecnología del interpretador,
no nos permite comprenderlo. ¿Recuerdas que te comentamos sobre otro
zonguiano que le sucedió lo mismo? Fue exiliado, siendo expulsado del reino
en una nave hacia otro… El tuyo -.
[…]
Agarro los borde del inodoro, abro la… ¿Qué pasó? Estoy de regreso, o quizás
nunca me fui, ¿Quién sabe? De todas maneras, tenía mucho sentido lo que
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Una cuestión que regresa a mí, hasta en mis sueños, es el lenguaje como
artificio que nos permite pensar como humanos tipo. Hay un recalcitrante
interés en hacer hincapié en algunos procesos pedagógicos que “merecemos”
cultivar, para entendernos mejor: los referidos a educación emocional. Los
medios hegemónicos de comunicación saben muy bien cómo estimular el alma
de sociedades enteras y hacerlas danzar al son de sus caprichos. ¿Qué o
quién se esconde, ésta vez, detrás de los hilos, haciéndonos mover como
títeres, alienados de sus emociones y sensaciones, apartados de sus
decisiones, alejados de su cuerpo?
Catadores de penas
Salpique tras salpique, brinco tras brinco, desgano tras desgano, esa escena
se iba formando en una coreografía desastrosamente ensayada a la vista de
una alumna del secundario que otra vez llegaría tarde, vería la cara de la
preceptora María, y por qué se tardó, y tiene otra tardanza, y en mis tiempos
nunca… Bla, bla, bla. Todas las mañanas, ingresar al curso y sentarse para
escuchar la clase y prestarle atención era una escaramuza entre sus
presentimientos y afirmaciones, entre que Juan Pablo le había fichado las tetas
y el culo desde que entró por la puerta, que el profesor le perdonó el 6 que
sacó en matemáticas porque iban al mismo gimnasio, etc., etc., etc.
Escuchar el timbre del recreo, respiro de aire puro, pido o gancho de mancha
de tanta repetición y fórmulas para correr hasta el kiosco, y que tortita con
azúcar por acá, y que café con mucho azúcar por allá. Ella miraba atenta los
pasillos de las galerías mientras el grupo de sus compañeras la absorbían en
un círculo donde se debatía que compañero era mejor pareja para Betania,
cuál tenía los ojos más azules para Luz, los más marrones para Dara, quién
era el más educado para Solange, el imbécil imberbe para Sonia, entre otras
acaloradas ternas. Los más chicos corrían como si de eso se tratara una parte
de la pedagogía de la institución, trotar y estudiar, estudiar y trotar, tropezón,
caída, vuelta a trotar y… Bueno, “estudiar”. Pero los más grandes no lo hacían,
difícilmente salían del aula y pasaban más de dos minutos parados,
manifestando un constante modo ahorro, parecía que se preparaban para…
¿Otras carreras?
[…]
Santiago era consciente del constante bullying que suponía la vida para
Florencia. Juan Pablo, su hermano menor que concurría al mismo secundario
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que él, decía que estaba enamorado de la piba, que la seguía después de
clase para pararla antes de que llegue a su casa y así intentar cortejarla como
papá le había aconsejado. Esos consejos paternos que se invitaban solos a los
almuerzos familiares eran camionadas volátiles de gas y del más peligroso en
una cabeza que pensaba que su padre era un héroe, el mejor de su época, el
más pícaro con las mujeres.
La familia Álvarez no acumulaba nada lujoso que fuera de interés para los
vecinos, excepto que Javier y Susana habían tenido un hijo gay, y eso era
material mediático de la mejor calidad para los chusmas barriales, sapos que
no “cantan” solamente cuando llueve. Para Santi, volver de la escuela a su
casa era un desfiladero de croar de croares que lo aturdían, colocándolo en
primera fila de la sinfonía que los come-cuero componían de improviso cada
vez que lo veían, ruido que se intensificaba si lo veían muy de la mano con
Samir, su noviecito.
Las palmas de Samir… Verlo directamente a los ojos, tragar saliva, imaginar
que esos cristales en donde dulcemente se reflejaba su cara le hablaban en
secreto diciéndole que el mundo puede hablar, pero que las únicas
conversaciones que valían la pena de ser atendidas y recordadas eran las que
ellos dos mantenían cuando tomaban un helado, una gaseosa, cuando los
accidentales roces por detrás de las nucas terminaban en traviesas caricias y
disculpas innecesarias.
alma, siega de mis felicidades recién nacidas! -, - Soy lo poco que tienes, si te
matas resonaré más fuerte que un disparo en los oídos de tu familia-, -
¡Basta!... -.
[…]
– Pobre muchacho, era tan joven, lástima que…-, - Sufrió tanto, ahora por fin
puede descansar -, - ¡Puto asqueroso! Era lo menos que podía hacer. Ahora
nuestros niños pueden salir a jugar a la calle en paz, sin amenazas -.
El impulso del momento hizo que sus piernas se movieran como nunca antes,
dejando atrás a los sapos, a los caritativos, al fantasma de Flor, confiando en
que ahí estaría el otro, esperándolo con unos mates, una sonrisa, un abrazo y
un “ya te dije, papá no sabe de mujeres, ni siquiera de mamá”. Ni bien pisó la
vereda, unos camilleros llevaban una sábana abultada, como si estuviera
tapando una de esas bellas asistentes de magos que, para él, eran la
verdadera magia y no los viejos que movían las manos como los mimos.
Pasando frente a él, Juanpa no pudo evitar en abalanzarse e intentar abrazar
ese manto blanco que sabía bien a qué cama pertenecía, pero su padre lo
interrumpió, jalándolo hacia sus brazos, abrazándolo lo más fuerte que pudo.
[…]
[…]
No me esperaron esta vez, cabrones. Ahora van a ver, el que se moja último
moja mejor -.
Y así, las lástimas amargas como esa agua que ahora Juan pateaba hacia sus
padres se deslizaban por sus ropas y rostros. Era como si fuera una fuente
donde el tiempo se estallara en miles de pedazos, y hasta que volviera a
reconstruirse, ahí estarían esos catadores de penas, suspendidos en el aire,
disfrutando sus felicidades, olvidando el olor a azufre de sus hábitos, gozando
con locura cada cosa que hasta ese momento había cambiado en sus vidas,
tapando sus lágrimas… con Santi.
Destinos varios
Me trepé al edificio más alto que se había construido y allí, como haciendo una
oda a la soberbia, tapé el sol con una sola mano, lo atrapé y lo almacené en mi
brazo. La sensación que me quedaba en toda oportunidad luego de consumir
energía se asemejaba a la que podrían sentir los celulares cuando se los
conecta al tomacorriente, pero en esa ocasión presentía algo extraño. En mi
interior percibía un poder inconmensurable, casi desbordante, haciendo vibrar
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todo mi cuerpo. ¿Quién podría haber sido capaz de hacer eso? De no haberlo
detenido, la ciudad entera hubiera desaparecido en un santiamén.
[…]
del asunto. No solo ella había desaparecido… Ahí estaba yo, sólo con el
silencio y el cráter que se había formado debajo de mí. Los detectives, la
ciudad, mi familia, ya nada quedaba, solo el pulso de mí corazón que advertía
que no fui afectado por el desastre.
La impotencia acumulada al ser consciente que no pude hacer nada para evitar
esa catástrofe contribuyó a que enloqueciera en ira y agarrara con fuerza el
cuello de ese monje.
- Para, ¿Y vos de dónde saliste? -, - Soy vos, pero de un futuro no muy lejano.
Me complací con ver mi propia muerte tantas veces que terminé
transformándome en ella. Nos hemos cobrado innumerables vidas con tal de
experimentar una existencia que no nos haga vivenciarnos como ahogados
vivientes, siempre con el agua por encima de la cabeza, hijos dignos de la
Atlántida, suelo supuestamente perdido -, - Si se supone que venís del futuro,
¿Tu misión no sería advertirme sobre esta tragedia? -, - ¿Tendrías el valor de
cambiarlo todo y finalmente hacerte responsable por tu poder? -, - No lo sé,
pero si es así como decís, creo que sí -, - Toma mi mano… -.
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[…]
Terror móvil
Perseguido, corro lo más rápido que puedo sin importar el estado de mis
piernas. De cada calle, vereda, cordón, acequia, emergía a borbotones baba
desparramada por el deseo de saciar el hambre de mi cazador, entorpeciendo
mi paso, haciendo que la impotencia, el miedo y el cansancio se apoderaran de
mi tren inferior. A todo esto, revoloteaba dentro de mi boca una abeja que
pinchaba más y más fuerte con su aguijón mi lengua y revestimientos internos
de las mejillas. Sentía que mis gritos se precipitarían en cualquier momento, y
por más que quisiera callarme la sensación de ardor y dolor de la boca dejaría
escapar sollozos y calumnias. ¡No! Tenía que soportarlo, de lo contrario esa
cosa… Me… ¡Ni pensarlo!
cuerpo, uno quería que escapara, y el otro que me frisara donde estaba. ¿Qué
debía hacer? De una manera u otra, un animal se encargaría de terminar con
mi desdicha. La abeja en mi boca comenzó a moverse frenéticamente, parecía
que también le tenía miedo a la cosa que casi pisaba mis talones. Piquete tras
piquete, zumbido tras zumbido, la idea de resistencia en mi cabeza perdía su
viscosidad, y ya no se deslizaba entre mis pensamientos, solo se desvanecía
lentamente, dándole lugar a otras, aceptar el dolor del que ya era mártir y
recibir bienaventurado el que estaba por venir. Las rodillas me temblaban
terriblemente, el aire escaseaba dentro de mis pulmones… Finalmente, me
dejo caer al suelo. Primero impactan mis muslos y luego mi rostro, patinando
con la carne expuesta del cachete cual disco de curling unos pocos centímetros
sobre la vía que había sido testigo de mi larga, pero a la vez corta agonía.
[…]
– Sí, otra vez, y parece que esta vez le agarró una sed peligrosa incontrolable.
Ayer lo vi pasar por esta misma calle, con dirección al Bar de Pocha -, – ¡Ay,
Dio´! ¿Cuándo será el día en que…? -, – Usted hágame el favor de cerrar el
pico, don Jacinto, mire que puede estarse escupiendo en la cara, no sé si me
explico -, – Sí, entiendo… vieja de mierda -, - ¿Cómo me dijo? -, - No nos
vayamos de tema, Marcela, y mire lo que le está ocurriendo a ese pobre
hombre -.
- Los hay de todos colores y clases – observaba doña Marcela – pero este
borracho parece del tipo que les gusta correr. – Parece asustado – analizaba
Jacinto, a juzgar por el rostro del muchacho – como si estuviera… ¿Huyendo? -
. – Y si lo está haciendo, ¿De qué está huyendo exactamente? -, – No lo sé a
ciencia cierta, Marce, aunque puedo hacerme una vaga idea de ello -, - ¿Usted
lo sabe? Cuénteme, entonces -.
– Como sabrá, con su marido, luego de salir del trabajo en la fábrica, nos
íbamos al Bar, bendito Bar, los fines de semanas para descontracturarnos de
las peripecias de la semana -, – Sí, para luego contracturar a sus familias con
el olor a muerto que traían -, – Marcela, por favor, déjeme continuar. Como
decía, allí nos dirigíamos y bebíamos, codo a codo, siempre a la par. A don
Romualdo le gustaban las bebidas blancas, a mí no. Sigo prefiriendo el Vermut,
el Fernet Branca, el Gancia, y una que otra cerveza negra -, – Bueno, ambos
son de gustos refinados -, - Siempre digo que si hay que tomar, que sea algo
bueno, y así era. Luego de que ambos nos quedamos sin laburo empezamos a
ir más seguido a lo de Pocha -. – Sí, eso es verdad -.
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- Su marido era el más parlanchín – confesaba Jacinto - en esa época. Yo, por
el contrario, me concentraba, para no decir que me perdía, en los islotes de
espuma que se formaban dentro de mi cerveza, fantaseando con la posibilidad
de poder zambullirme en esas aguas turbias llenas de alcohol y desaparecer
del mundo, al menos por unos días. Más de una vez habré intentado tirarme de
cabecita al vaso, pero Romualdo me detenía, diciéndome “¿Usted es pelotudo
o le pica?” -, - ¡Tan suave como siempre mi Romualdo! – reponía Marcela.
Por unos segundos se dio lugar un silencio reflexivo, uno de esos que dibujan
eternidades en el aire, haciendo del respirar y el pensar labores que pueden
tardar años, inclusive eones, hasta que la consciencia vuelve a posarse en sus
aposentos mundanos y cae en la cuenta de que solo han pasado unos tiernos y
fugaces minutos.
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De repente, los dos viejitos vieron levantarse de su caída al muchacho. Este los
observó por unos segundos, construyendo entre ellos una frontera divisoria que
marcaba “nítidamente” el paso del sinrazón a la cordura, un arrebato estético
que avanza lentamente a la comprensión de lo que les estaba sucediendo a los
tres. Corrió la mirada hacia su delantera, y se dispuso a seguir su camino,
donde más bestias persecutas y linchadoras podrían estarlo esperando a la
vuelta de la esquina, o donde simplemente hallaría el corte de la cadena de
culpas que la sociedad le inculcaba a la fuerza, esos terrores móviles que se
acuartelan dentro del cuerpo, hasta que uno los supera, concluyendo con una
rueda de deudas que nunca hizo girar.
Pavos reales
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- Donde los demás ven agua, yo veo pavo reales - decía Sergio, un viejo
jardinero, a las personas que lo contrataban. Algunas pensaban que era un
charlatán, y otras prestaban atención al posible significado de esas tan raras
palabras. ¿Qué relación podrían tener el agua y los pavos reales? Es sabido
que es indispensable una hidratación constante para el organismo de todo ser
vivo, pero nunca antes alguien había asociado al líquido con un ave.
- Si no sabe hacerlo, ¿Cómo puede ser que sus palabras sean tan profundas y
rebuscadas, como sacadas de un ensayo filosófico? -, - No le quiero complicar
la vida Eliseo. Lo que dicen de mi es pura fantasía de quienes me contratan.
Me escuchan decir que donde los demás ven agua, yo veo pavo reales, y
piensan que soy un sabio incomprendido, ¿Me entiende? -.
Similitudes ()
Nuevo sol, nuevos párpados abriéndose como los girasoles ante las primeras
caricias del febo, nuevas lagañas acumulándose, nuevas sábanas y cobertores
volando alrededor mío, en fin, serie de novedades que revolotean frente a mis
ojos. El desayuno sabe a desayuno, pero con menos azúcar y manteca, la
mesa parece mesa, pero con más migas de pan, y mis pies desnudos parecen
pies, pero con más pasillos caminados. Saludo para toda la familia que trabaja,
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Camino hacia el trabajo, imaginando que lo mío no es caminar, sino más bien
volar, o reptar con más gracia, para hacer del recorrido una interesante y digna
travesía de ser contada. Llego y la calma mimó mi corazón, como esos
mágicos solos de guitarra que asaltan los sistemas circulatorios, remplazando
venas por cuerdas, introduciendo esas veloces y precisas digitaciones en el
cuerpo, haciendo emerger una melodía subterránea que nos acompaña
durante el día. Sería extraño no escuchar a mis compañeros despotricar con
que la humanidad es rara, que todo se fue a la mismísima bosta, que la
presidente esto, que el ex presidente lo otro; desafinaciones que equilibran mi
casera armonía.
Cargo con algo de comida devuelta a casa, sintiendo otro peso más en mi
espalda, agregado que siempre está ahí, que no puedo descargar ni siquiera
durmiendo, pues es condición sine qua non de mis sueños, incluso de mi
vigilia. Antes de pasar la entrada, me aseguro de sacudir con sabor el cuerpo
para despabilarme de tanto existencialismo y así evito contagios innecesarios a
los internos. Bienvenida por parte de los integrantes, y me siento a esperar a
que la comida esté lista.
[…]
El nieto de Julián quedó un poco confundido con el cuento del nono, por lo que
acometió con algunas preguntas, y así aprovechar ese repentino manantial de
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más me dolería, ¿A caso alguien dudaría que la vida sin mi amor de nada me
valdría? -.
[…]
[…]
- ¡Abu, abu! ¡Hice algo malo! ¡Pisé una hormiga y ahora sus amigas no saben
qué hacer sin ella! ¡Se han vuelto locas y corren alrededor de ella! -, – Vení,
mira, no hiciste nada malo, pasa todo el tiempo, a los humanos también nos
pasa. Te daría la explicación complicada, pero por el momento te diré que
ninguna de ellas está sufriendo, solamente se están volviendo a ordenar.
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Quedémonos un ratito al lado del cadáver y vas a ver que el abuelo tiene razón
-.
resistimos. Estaría satisfecho hasta el final de mis días con la idea de que tuve
el privilegio de haber conocido y vivir junto a Gladis Imelda Rodríguez -.
– Tiene razón la mamá, sos un chamuyero abuelo -, - ¡Ja, ja! Vení y dale un
abrazo a tu abuelo, pendejo -.
Vivos recuerdos
- Quizás las lágrimas sean como esos nubarrones llenos de agua que nublan la
vista pero que despejan las emociones, empapándonos el cuerpo no solo con
lluvia, sino también, o con la pesadez de un dolor insoportable, o con una
alegría sin igual - leía atentamente Nicolás en una nota que había encontrado
en su pieza, su bunker de lectura. Lo corriente sería que él podría reconocer
como propia la anotación que había hallado en el suelo de su cuarto, pero este
no era el caso. Parecía algo que él habría escrito en un pasado perdido, en uno
muy presente, pero no podía reconocer la autoría de la letra de la misma.
- ¿Mamá habrá entrado y dejado esto aquí, o Victoria, o papá? No lo sé, hasta
el momento pensaba que el único que escribía acá era yo. Debería entrevistar
a cada integrante en esta casa y averiguar quién hizo esto, ¡Es una obra
maestra! -.
- Má, ¿Vos escribiste esto -, - ¿Qué cosa Nico? Dejame verlo - decía Alejandra
a su hijo que había emprendido la tarea detectivesca de descubrir al artífice de
ese crimen perfecto.
– Hijo… ¡Es hermoso! ¿Lo redactaste vos? ¡Te felicito corazón! -, - No, no lo
hice yo, por eso te preguntaba si sabías algo al respecto. Le voy a preguntar al
papá a ver qué onda -.
- Pá, ¿Vos tenés idea de quién pudo haber compuesto esta nota? -, - ¿A caso
no sos vos el Charles Bukowsky de la casa, campeón? ¡Ja,ja! - bromeaba
Gerardo con su hijo – A ver, pasame eso -.
– Es muy bueno, hijo. Parece algo que el abuelo habría escrito -, - ¿El Abu?
Pero no puede ser, si él… -, - Ya sé, pero esto tiene impregnada su impronta.
Si no fue él, ¿Entonces quién? -.
– No creo que Viqui haya… ¿Será que…? No sé, estoy muy confundido. Las
esperanzas de encontrar al autor no serían escazas si al menos le preguntara
al perro y me contestara si supiera algo al respecto… -.
Tocó la puerta del cuarto de su hermana mayor al ritmo de “We will rock you”
de Queen, código de identificación que convinieron los dos para evitarse
intromisiones incómodas en los aposentos de cada uno.
- ¿Qué pasó Nicolás, qué necesitas? -, - Te quería hacer una pregunta, ¿Vos
escribiste esto? -, - No tengo ese raro hobby tuyo, pero bueno, te voy a seguir
la corriente, dejame ver -.
Miró por unos minutos la nota, miró en dirección al techo, cerró con calma los
ojos, volvió la mirada a su hermano menor, y no puedo evitar hacerlo con un
importuno mar ocular.
– Nico, ¿No te acordas de esta nota? La escribiste con el Abu hace unos
meses, antes de que el cáncer… Bueno, ya sabes -.
- ¡Ya sé que el Abu escribió esa nota conmigo, pero quise hacer de cuenta que
otro pudo haberlo hecho, para que por lo menos su recuerdo no doliera tanto! -.
– Sé que a mis veinte años las personas esperarían una actitud un poco más
“adulta” de mi parte, pero no todos los días un familiar muy amado surca raudo
hacia vaya-a-saber-dónde, luego de que la llama de su existencia deje de fluir
en la tierra y acoger en vida a sus seres más queridos. Sin embargo, finalmente
entendiendo lo que aquel día compusimos juntos, Abu, y junto con tus
palabras, leo con más claridad esta situación. Te hago inmortal cada vez que
digo esta especie de hechizo, convirtiéndote en mi fantasma preferido, ese que
juega detrás de la cortina del baño hasta que mi curiosidad lo obliga a cambiar
de escondite. Siento que estoy inspirado para escribir algo, ¿Me acompañas,
nono? -.
In memoriam
- Hola hermano, ¿Cómo has estado? Hace mucho que no te veía -, - ¡Eh,
Lauchita! ¿Qué andas haciendo por acá, querido? Yo estoy bien, por suerte.
Bah, viste cómo es esto, “bien”, sinónimo de “Ahí ando, viviendo. Tirando pa´
no aflojar” -, - Hubiera dicho lo mismo, pero ahora que te veo… Estoy
complicadamente bien -, - ¡Ja, ja! ¿Complicadamente? No cambias más,
guacho. De pedo manejo el español y venís hablándome en Lauchañol -, -
Bueno, sabes que no tengo cura -, - Y los que te escuchamos, ¿Nos podemos
curar de Lauchitis crónica? -, - ¡Ja, ja! ¡Anda, cabrón! -.
- Che, y contame, ¿Qué has hecho? ¿La facultad? ¡Larga, larga! -, - He escrito
mucho en este último tiempo, me junto a menudo con los chicos, de vez en
cuando salgo a caminar fumándome un puchito. La facu, joya, hasta el
momento. Me complicó un poco bastante la existencia el no poder cursar
presencialmente, pero como la cuestión fue virtual ingresaba al aula por la
compu, teniendo la facultad a dos pasos, de mi cama a la silla del escritorio de
mi pieza, aunque había veces que el colchón también se convertía en pupitre -,
- ¡Muchas buenas y pocas malas! ¡Muchas de cal y pocas de arena! (Ponele)
Eso es lo importante -, - Sí, es verdad. No la he pasado tan como el traste -.
- Querrás decir en forma de pelota, ¡Ja, ja! Perdí la esperanza de llegar esbelto
al verano hace tiempo, ahora simplemente quiero llegar, no importa la
estación… ¿Por qué seguís llorando? -, - Pasa que me acordé de la discusión
que tuvimos hace tiempo sobre los judíos -, - ¡Qué pesado que te pusiste, peor
que vaca alzada! De todas formas no hay por qué culparnos gravemente:
Estábamos re-contra-archi-mega tomados, ¿Qué era lo peor que podía pasar?
¿Cagarnos a piñas y que te arrancara la cabeza de un sopapo? -, - Buena,
tarado, ¿Con esos brazos me vas a pegar, gordito? -, - Sigo teniendo el toque,
¿Eh? No me jodas más o te aplico karate del bueno en la jeta, pichón de
mamut -, - ¡Ja, ja! Ya fue, deja. ¿Otra vez te vas a poner violenta, estúpida? -, -
Pará, hablábamos de los judíos. Espero que te hayas calmado con esa
cuestión -, - Sí, creeme que sí -.
- ¡Loco, deja de llorar! La gente nos está mirando raro, Laucha. En serio, ¿Qué
te pasa? -, - Es que te extraño, te extrañamos mucho -, - Bah, pero si estoy
acá, ¿O no?... ¿Ya vas a empezar con tu filosofía, culiado? Aflojale a la
alcachofa y al cardo mariano, hermano -, - Es… Difícil de explicar, pero no
quiero mencionarlo -, - ¡No hagas que el gordito te aplaste! ¡Tira! -, - Extraño
nuestras caminatas por la plaza -, - Pero si estamos caminando, ¿De qué corno
estás hablando? -, - No quiero decirlo. Siento un frío cementerio en la garganta
que me la desgarraría si libero los muertos que descansan dentro -, - Laucha,
¿Qué decís? Ah, ya sé, deja, creo saber qué es… Tengo un moco fuera de la
nariz y te avergüenza decírmelo, ¡Qué desconsiderado que sos, bruto, tontis,
malo! -.
- No es eso… Pipo, estás muerto -, - ¿Qué, cómo, cuándo, dónde? ¡Na´ que
ver, loco! Hoy no es día de los inocentes. No te salió el chiste -, - Es que no es
una broma, ¡Es verdad, perro! -, - ¡Ay, Lauchita! ¿No serás vos el muerto que
cree hablar conmigo? Más de una vez te he sentido cual sapo de otro pozo en
tus momentos de “lucidez” con nosotros, como si percatándote de un engaño,
te hubieras dado cuenta de que te habíamos hecho creer que te conocíamos,
que eras cercano, que eras nuestro querido amigo, nuestro Laucha, pero que,
en realidad, todo este tiempo hubieses sido el amigo de otras personas, un
muerto, en verdad. Contestame esto, y seme sincero: De seguro has probado
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otros chimichurris que yo no preparé. Cuando los probaste, ¿Eran como los
míos? -, - No, ¿Pero y eso a qué viene? -.
- Ese sabor que falta entre tus papilas gustativas, esa textura perdida, ese color
a ausencia con que pintas tu vida se debe a la carencia de una identidad. No
sentís que esos aderezos hayan sido hechos por mí porque no tenían mi toque
personal, mi firma. Así es obvio que, más temprano que tarde, el olvido se
acuerde de vos si no incrustas tu esencia en cada puta cosa que haces. En el
momento en que quisiste imitar el estilo y el pensamiento de tus filósofos
favoritos hiciste una religión de ellos, perdiéndote en el camino de su
conocimiento, lo cual no creo que quieras seguir haciendo, ¿O sí? -, - Bueno,
ya sabes que… -, - ¿Qué no tenés cura? Esa es excusa de cómodos y
conformistas en su más alto nivel, y vos no sos eso, Laucha, yo sé lo que
vales, sé quién sos… ¿Vos lo sabes? ¿Seguís respirando, o te has convertido
en un huérfano de la vida? -.
- Son muchas cosas que tengo que pensar -, - No las pienses, vivilas, pelotudo
-, - Gracias por esas palabras, las necesitaba -, - ¡Si se nota que “el gordito” te
tiene que venir a cachetear un poco para que bajes de tu nube de pedos! -, -
Hermano, hemos dado seis vuelta alrededor de la plaza, sigamos por el boule,
¿Te parece? -, - No, no puedo -, - ¿Por? ¡Vení, tarado! -, - Este fue, es y será el
punto de encuentro que afianzó nuestra amistad. ¿Te acordas cuando te pedía
que vinieras a buscarme porque me daba miedo cruzarme con la madre de mi
hijo, y así evitar que me diera sólo un ataque de ansiedad? Estabas ahí cuando
lo requería, y por eso yo tampoco me moveré de acá, no pienso hacerlo. Este
lugar me trae tan hermosos recuerdos, y no quiero perderlos de vista ahora
que… Bueno, ya sabes, ahora que vivo acá para vos. Anda, hace la tuya, y
cuando quieras volvé, acá voy a estar. Yo te espero -, - ¿Y te vas a quedar
parado hasta que vuelva? -, - Obvio, culiado. Como no me canso, quiero
aprovechar a caminar. Voy a estar entrado en calor para cuando regreses por
otras caminatas. Estaré más flaco también, ¡Ja, ja! -, - Bueno, Pipo. Hasta
pronto -.
- Che… ¿No me vas a convidar un pucho? -, - Obvio, querido, los que quieras -
, - No seas chamuyero y dame uno -.
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El camino se ha vuelto rudo para mis pies que avanzan con estas zapatillas de
clavos que amordazan algún ánimo o aliento que pueda provenir de mi corazón
a auxiliarme. El calor del suelo no lo hace fácil, tampoco, cuando tropiezo y
arrastro mi cuerpo sobre él, dejándole adherida como guirnaldas decorativas
carne y piel que no se regenerará en mí cuerpo. Cada comienzo, cada re-
comienzo, cada me caigo y me levanto, pierden poco a poco motivo, escasean
las ganas para enderezar las piernas y seguir esta travesía.
su hombro para consultarle por qué estaba haciendo eso. Cuando voltea a
verme… ¡Era yo! Pero con más arrugas, más canas, y algunos kilos de más.
La confusión del momento me dejó extrañamente helado, pero eso no evitó que
quisiera descubrir de dónde provenía ese hilo de magma que bajaba por una
ladera. Mientras trepo las rocas, seguían resonando en mi cabeza esas
escenas sufrientes y escalofriantes, viéndome atiborrado de magma, ¿Es que
acaso no había encontrado nada mejor que hacer, o era lo único que restaba
que hiciera? Pobre diablo, espero que pueda…
¿Nosotros? ¿Había más, como él y yo? El hueco apunta hacia la punta del
lugar que escalábamos y, trabajosamente, puedo ver una inscripción escrita en
un cartel: ABANDONA TODA ESPERANZA, LAUTARO. La inquietud del
momento disparó un miedo sin igual en mi cuerpo que me lanzo al suelo e hizo
que reconsiderara regresar por donde había venido, pero recordando que
volver se torna más doloroso que continuar, por lo que, incorporado
nuevamente sobre mis pies, decido terminar con todo eso.
Una porción considerablemente grande de mi vida pené por los errores que los
demás me marcaron, siendo las réplicas de sus reproches los recuerdos que
se hacían cuerpo como refulgentes sufrimientos que no me abandonaban ni a
la sombra de mi almohada. En el momento que somos envenenados por las
acusaciones de las miradas, inoportunas inquilinas de nuestro cielo, dibujantes
de nubes de flechas que se dirigen al corazón, se nubla nuestro juicio,
permitiendo enajenar nuestros actos para que, de ahí en más, pertenezcan a
los demás. Aprendí que es preferible vivir de mi historia, y no en ella, en el
pasado. Prefiero habitar y aceptar la realidad, con sus colores e incolores, no
buscándola como presente. Decido proyectar mis deseos y expectativas,
38
Cementerio de estrellas
No podía ser, ¿Cómo era posible? De todas las cosas que se convierten en
hechos cuando uno se compromete a no hacer la vista gorda de su realidad,
esa no era natural (sea lo que eso que signifique). Álvaro veía estupefacto
como su madre quedaba atrapada dentro de un álbum de fotos que tenía
recuerdos donde la mayoría eran de un bebé mostrando el culito mientras lo
bañaban. Las demás pertenecían a una pareja sonriente… por compromiso a
salir bien ante un lente que poco se alegraba de verlos juntos.
La mayor parte del tiempo Román le discutía que si las cosas fueran así viviría
rodeado de aburridos, lo cual llevaba a conflictos innecesarios que el niño no
quería escuchar, pero por las delgadas paredes…
- ¡Má! – Gritaba Álvaro desesperado - ¿Qué pasa? ¿Qué hago? -, - ¡Anda con
tu padre, él sabrá qué hacer! -, - ¿¡Papá!? Pensé que el que se drogaba en
casa era yo, solamente. Hace dieciséis años que no trato con él -, - ¡No seas
burro y hacele caso a tu madre! -.
[…]
Platos estallando, alaridos de dolor y furia, sillas arrastrándose por el suelo con
violencia, esa era la escena que estaba dándose lugar en la casa de los
Lucero.
De todos los hobbies que Álvaro podría haber tenido de niño el que más lo
“divertía” era el de pegar su oído derecho a la puerta de la pieza de mamá y
papá. El pasatiempo terminaba cuando ella salía escoltada por un mar de
lágrimas y él por el humo de un cigarrillo que, a juzgar por su tamaño, había
prendido hace unos minutos. Estaba convencido de que presenciar esos
conflictos lo prepararían para su vida adulta; inocencia de chicos y de grandes.
Aunque no supiera de qué se trataba o cuál era la magnitud del problema, las
voces que retumban hasta en sus tímpanos lo daban por sobreentendido.
Un día, Román tomó sus cosas y nunca más volvió a casa con ellos... Durante
parte de su niñez y adolescencia, a Álvaro le tocó ser el diario íntimo de su
madre. Si bien ejercitar la escritura es, en cierto punto, terapéutico, no lo era
para él. Más de una vez su madre se llenaba la boca con lo desgraciado que
fue su padre con ella, que nunca la respeto, que simplemente fue adorno y
carne (sinónimos, dependiendo de la cultura) para él. Conocer a sus
padrastros fue duro, pero al principio no era así. Los celos eran
circunstanciales, pero estaba esperanzado de haber encontrado una figura
paterna que poco había figurado, valga de algo la redundancia. A su vez, mami
encontró una compañía que podía satisfacerla como quería, pero en el
momento en que formó un historial con esos pasantes, como les decía
humorísticamente, complicó sus expectativas en confiar, no solo en esos tipos
distantes, sino también con sus allegados.
40
[…]
- ¿Quién es? – dijo una voz que llegaba pobremente al exterior de la casa por
la gruesa madera que componía la entrada.
– Papá… Soy yo, Álvaro. Tengo que hablar con vos. Es urgente. Mamá…
Bueno. Dijo que eras el único que podría resolverlo -, - ¿Hijo? -.
De sopetón, Román abrió la puerta para ver lo crecido que estaba su retoño. El
tiempo había pasado, pero ninguno de los dos sabía cómo adivinarlo en la cara
del otro, a pesar de los bigotes, las barbas y las canas.
- ¿Qué haces acá? Pensé que tu mamá te había prohibido venir hasta acá -, -
Ya lo sé, pero la jefa en persona me mandó para que me ayudaras con un
aprieto -, - ¡Esa Andrea con sus locuras! Le dije que no te mezclara en nuestros
asuntos, pero veo que no pudo mantener su palabra -, - ¡Me importan un carajo
sus problemas! Mientras hablamos ella es prisionera de ese bendito álbum de
fotos que tanto ama, ese donde salimos los tres -, - …Mierda. Vení, pasa -.
La curiosidad mató a todos los gatos que escaparon de los ojos de Álvaro que
se pasearon por ese terreno inhóspito, desconocido a sus bigotes y olfato, en
cuanto eran atrapados por los rincones que allí mostraban una esencia familiar,
pero dolorosa de visitar, como si fueran trampas para sus negaciones más
profundas. Todo era papá, “Román” era una firma que yacía en la superficie del
inmueble.
[…]
- Te amo tanto, Andrea Dolores. De todas las casualidades que podrían haber
tomado por sorpresa mi corazón, vos sos sin duda la más increíble -, - ¿No
crees que pueda haber alguien tan espectacular como yo? ¡Ja, ja! -, -
Sinceramente, no -.
Infortunio tal daría un poco de aire fresco a la pareja, perfecto para alimentar el
deseo que atraía a ambos en ese cubículo que llamaban noviazgo que,
“casualmente”, los separaba del pegamento de lo cotidiano.
[…]
- ¿Una carta? – Refunfuñaba Álvaro - ¿Qué se le pasó a ese tipo por la cabeza
como para pensar que esto sacaría a mamá del álbum? -.
De camino a casa, sentía como sus manos transpiraban por encima del sobre.
No era la primera vez que tenía que cumplir con un encargo de suma
importancia. Su madre acostumbraba a comprar huevos en lo de Doña Imelda,
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propietaria del kiosco del barrio al cual dejaron de ir el día que trajeron podridos
una docena a casa.
- ¡Vas – Aullaba furiosa Andrea - y le decís a esa vieja de mierda que se meta
todos los huevos por ya-sabe-dónde! -, - No creo que sepa donde, pero yo le
digo mami, no te preocupes -.
Querida Andrea:
Este último tiempo me he dado cuenta de que sos la persona con la que
me gustaría pasar el resto de mis días. Pero, ¿Qué estoy haciendo?
Debería decirte esto al final de la carta. Sin embargo, sucede que hay otra
cosa de la que quería hablarte…
Como sabrás, paso muchas noches en vela mirando el cielo. Tan oscuro,
tan inmenso, y tan falaz que puede llegar a ser a mis sentidos. No me
pierdo en buscar las Tres Marías y aventajar al que tenga al lado diciendo
“La del medio es mía”, como tampoco me gasto en identificar
constelaciones. Simplemente levanto la vista y pienso: ¿Dónde estará el
núcleo de las estrellas?...
43
Un brazo, una pierna y unos cuanto pelos emergían del álbum. Álvaro tomó
aire un segundo, y al siguiente se propuso terminar con el maleficio de mamá:
haga sentir que vos sos mi gran preciada estrella, pero eso sería
acorralarte en mis propias maquinaciones, privándote de libertad, aunque
sea solo en pensamiento. Creo que este mundo como lo conocemos es
un cementerio a donde las estrellas mueren por miedo a perderse en el
cielo, pero no sé, ya divagué mucho. ¿No te parece? Si en algún
momento los “te quieros” y “te amos” que te digo todos los días ya no
salen de mi boca, mira las estrellas, allí podrás encontrarlos, mi luz
favorita, mi querida Andrea.
[…]
– Esa fue la carta que tu padre nunca pudo darme. Tu abuelo pasó a buscarme
en el preciso momento en que su mano estaba sacándola con delicadeza y
solemnidad fuera del bolsillo de su pantalón. Es… Muy hermosa. Ahora
comprendo lo que puede haberme querido decir. Sé que como marido fue un
cero muy a la izquierda, y cometió miles de errores conmigo, pero de lo único
que jamás me arrepentiré es haberte tenido, Álvaro, mi tan preciado fulgor.
Según Román, podré encontrar su amor en las estrellas, pero me importa poco
en este momento. El cielo puede que sea un baúl de recuerdos para quienes
crean en esa alocada teoría de tu papá, y probablemente tenga razón. De
alguna manera, asentir lo que decía me hizo salir del álbum, y quizás se deba a
un simple mensaje que acarició mi corazón: El hoy es una joya tan preciosa
que pocas veces reparamos en agradecer, pues estamos convencidos que la
tenemos siempre en nuestras manos. ¡Y qué equivocados estamos! En cuanto
perdemos su rastro, nos volvemos exageradamente paranoicos, pero creo que
nos sería saludable ver el gigante negro de vez en cuando con la idea de que
lo vemos aquí y ahora, frente al pasado que ilumina nuestro presente, frente al
45
Prisiones
Era de noche, no le recuerdo muy bien, pero cada vez que volteaba hacia la
ventana me lo confirmaba una hermosa luna anaranjada que alumbraba mi
cuarto entre barras. La celda en la que estaba era de un algodón duro, creo
que le llamaban concreto (concreto, ¿qué lo es, realmente?). Pero mi lugar allí
no eran el suelo, o las paredes, sino la cama que perteneció a un viejo
compañero antes de que…
Muchas veces oía las chapas del techo repicar por las ráfagas de viento que
paseaban por la prisión, pero esa vez el ruido provenía de una fuente diferente
a la que imaginaba usual, corriente (corriente, ¿qué lo es, realmente?), como la
bienvenida nocturna que me ofrendaba el farol de la calle que remplacé por la
luna hace tiempo. Escuché unos pasos que se acercaban hasta mi celda, lo
cual no tenía sentido porque hace mucho que no…
A lo mejor podría ser el gatito negro de algún vecino aledaño que se mete
cuando le place aventurarse en estas inmediaciones para alimentar su
curiosidad con vaya-a-saber-qué. Podía ser que hubiera ingresado una paloma
perdida en busca de gusanos, o alguna que otra miga abandonada en el piso,
pero esas pisadas sonaban arenosas y pesadas, no tan livianas o picoteantes.
Ese uno-dos marcado y estriado tenía mucho de botas, más que de
almohadillas felinas, o patas de paloma. Los barrotes de mi celda empezaban a
oscurecerse, esclareciéndose cada vez más la sombra del infiltrado. ¿Por qué?
¿Por qué alguien se adentraría en esta penitenciaría, dado que…?
suerte, o la mía, por así decirlo. Esos pocos que salieron de sus celdas para
jamás regresar a ellas yacen entre los residuos de la basura. ¿A qué no
adivinas por qué? -.
El silencio que se produjo entre los dos permitía una audición nítida de la
corriente que pasaba por los filamentos del foco de la calle, algún que otro
coche, y el bombeo de sus corazones. Pronto, Roger rompió el silencio (romper
el silencio, ¿cómo es eso posible?) y continuó con la conversación.
a la hora del almuerzo. Él colgaba del techo por unos arneses que se sujetaban
a cada una de sus extremidades. De su garganta y recto salían unas cañerías
de acero que estaban conectadas a lo que parecía una caldera llena de agua.
El vapor generado viajaba a través de unas tuberías provenientes del termo
que rodeaban solamente la cocina, el comedor, y parte de las celdas, todas a la
altura del techo. Si levantas tu mirada, te vas a dar cuenta de que no miento -.
- El hermano John – Interrumpía Mike – Fue el más delicado de los tres. Como
podía regenerarse, los oficiales se divertían con él en el patio, apaleándolo de
maneras que ni te imaginas. Un día lo sacaron de su celda y lo llevaron a la
enfermería. No hacía falta que nadie tenga que describir nada a la hora del
almuerzo… Los gritos de John eran detalle suficiente. En una serie de noches,
a las 00:00 a.m., sus alaridos hacían estremecer hasta el hormigón de las
paredes, hasta que a un “genio” de los científicos se le ocurrió perforarle la
cabeza de un balazo. Aparentemente, las células madre que le permitían
acelerar su curación provenían de su cerebro. Lesionarlo ocasionó que no
pudiera hacerlo nunca más. ¡Pum! Y san se acabó -.
– Solo bastó un bazukazo en su pecho para que pasara a formar parte de los
residuos de la prisión. Podía endurecer su piel, pero su habilidad tenía límites.
Por más duro que fuera no le sirvió para defenderse contra diez oficiales que lo
empujaron fuera del pabellón-comedor. Agotado, ubicado un poco más allá del
centro del patio, locación segura para que nadie saliera lastimado por una
explosión de la magnitud de un cohete, allí fue ejecutado. Su cabeza terminó
48
[…]
- ¡¿Cómo que nunca escapé, hijo de puta!? ¡Hijo de puta, hijo de putaaaa! -.
49
Roger Stockes fue transportado por unos patovicas hasta donde se encontraba
el Doctor Díaz. Se lo dopó para que cedieran sus alucinaciones y se lo devolvió
a su cuarto. Se procuró que esta vez tuviera puesto un chaleco de fuerza, no
vaya a ser que intentara romper las paredes acolchonadas con un dedo o con
su cuerpo y se los termine quebrando, una vez más.
Así pasaba sus días el interno Roger, preso de su mente, cárcel eterna de
quienes ya no pueden…
[…]
- Hermano, ¿Estás bien? Hace mucho frío acá y vos estás dele traspirar -, -
¡Ah, culiado! ¡No sabes el sueño que tuve! Primero era prófugo de una cárcel
donde… -, - ¡Ya vas a empezar con tus sueños y sus posibles interpretaciones!
Querido, son solo sueños, no los conviertas en prisiones. Me es suficiente con
las que visitamos. Lavate un poco y vamos, que hoy nos trasladan a otra
correccional -, - Prisión… ¿Qué lo es, realmente? -.
Tengo los dientes del maxilar inferior un poco torcidos, pero no me bajonea.
Pienso que es una constante entre aquellos que están destinados a cosas
grandes. Borges, Cortázar, y apuesto a que Maquiavelo, Pirrón y Nietzsche
también, todos con el comedor desordenado. Donde sí falta orden es en la
pieza de mi hermano menor de diez años. ¡Por favor! No es culo de barrer el
piso, hacer la cama, y pasarle una gamuza a los muebles, y no se lo piden
todos los días. Días… ¿Sensaciones o realidades? ¡La maldita realidad! La
doctora y mi madre no paran de pronunciarla en las ocasiones más
inoportunas.
Amebas corriendo por las baldosas blancas del baño, unas verdes, otras
violetas. Las pincho con los dedos y se bifurcan entre ellos, continuando su
curso hasta el techo. Perros de colores caen del sócalo y se revientan en el
suelo, salpicando las paredes y alrededores con lo que parece pintura, pero se
siente acuosa, como si la sangre de estos animales fuera acuarela. ¿Podré
pintar con ella los cuadros que aún no termino, esos que se han acostumbrado
al sabor del polvo? O, mejor, se la regalaré a mi hermana menor para que se
maquille. ¡Qué manía de niños la de ensuciarse y como si se hubieran
hermoseado la cara! El barro, las tizas, la harina, las pinturas de mamá…
Pareciera que desde muy pequeños escondemos inconscientemente algo que
el rostro delata: La niñez.
¿Dónde estaba? Cierto… Con el gato del vecino del 3ro “A”. ¿Cómo pudo
haber sido capaz de dejarlo a la deriva y mudarse sin él? Desde que se fue me
hice cargo del felino. Paso las tardes con esa bola… bola… bola de algo picoso
al tacto, ¿Pelos? Creo que le sienta mejor bola de césped. Hace días que no
vuelve, y puede deberse a que me olvidé por la noche la ventana de la cocina
abierta, y… Bueno, ¿Por qué me afecta? Solo era un maldito animal que se
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¿Por qué me miran y tratan como si fuera una excepción del humano que
ustedes llaman tipo, típico? No solo yo comparezco ante esa cola de pavorreal,
sino también los otros discapacitados que suelo ver en la calle. Hubo uno que
me llamó mucho la atención. Su cuidadora (o sea quien sea, lo acompañaba
tomada de su brazo) lo llamaba Eduardo, y mostraba un comportamiento
diferente al del resto de los downs. Cuando la mujer le hablaba amable o
dócilmente, comenzaba a patear el suelo con fuerza y vociferaba palabras sin
ton ni son. Sentía negatividad por parte del paciente hacia su tutora en cuanto
ella intentaba acercarse a él como si fuera un infante. Con ese muchacho de
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difícil. Había que encontrar a las más aptas para el trabajo. Mientras los
degollaba, ver el tinte rojo de la sangre me encendió el foco cortocircuitado de
la cabeza y corrí a mi estudio de arte para traer algunos tarritos, así guardarla y
luego pintar con ella. Ese tono, ese tinte… ¡Nunca había visto algo igual! ¡Y sí,
Viviana, Rubén, nunca! Recolectado lo necesario, boté a Roxi y a Martín,
impactando en el tercero “B”…
A todo esto mamá seguía durmiendo la siesta, algo que todos hacíamos por las
tardes, solo que en esa ocasión no pude conciliar el sueño. Cuando se levantó,
encontró en el comedor de casa una escena que, para mi gusto, tenía lo suyo,
¿Eh? (tiene lo suyo… Una frase que hace comedia sin necesidad de remates).
En el momento en que se percató que sostenía la cabeza de Rubén en una
mano y en la otra un cuchillo bien afilado, embotado de la sangre que le
chorreaba a la hoja, echó hacia atrás, tropezándose, chocando su espalda
contra la pared. Me acerqué a ella, y apoyando el mate de papá en su hombro
derecho le susurré: - Ya está. Ya no sufriremos más su gusto por las trolas -.
Pataleando, queriendo apiñarse del miedo contra los ladrillos del muro detrás
suyo, contestó a los gritos: - ¿¡Qué hiciste, qué hiciste Michifus?! -. Su reacción
me desilusionó por completo. No era capaz de entender lo que pasaba. Eso era
lo que Viviana deseaba, hacerle padecer por lo que nos había causado su
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Realmente aquel fue el cuadro que mejor había logrado en toda mi carrera de
artista. Cada detalle podía captarse con la atención correspondiente: La mujer
desesperada por las puñaladas que recibía, el padre y los niños degollados por
su tan golpeado familiar, y los gatos observando desde la planta baja, junto a
las trolas del hombre. A mamá no le gustó mucho la idea, pero papá dijo que
arte era arte, que no podía censurar lo que intentaba comunicar mediante lo
que hice, pues, cada quien le daría una interpretación diferente, cada cual
conversaría a solas con cada pigmento que avivaba la tela. Mis hermanitos
vieron lo que creé y me dijeron que estaba loco… Bueno, lo estoy, pero solo un
poco, nada más.
Perseo
Lo creado no es más que un hilo de ovillo que se desenreda sin parar, siendo
su longitud proporcional a cuánto inventemos en ese trayecto, que puede ser
una tarea interminable, casi tanto como conocer.
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Sucede que la teatralidad del encuentro yace en una necesidad por identificar
objetos concebidos con otros, llámeseles “causas”, “efectos”, “fin”, “medio”,
“principio”, “condición”, “etc.”, etc. Necesario es, por el contrario, que nos
preguntemos por qué queremos establecer esos vínculos entre las cosas que
asumimos como existentes, que asumimos como cosas. Reflejamos nuestra
supuesta “naturaleza social” y la imprimimos en atolladeros ontológicos. Si
existen no pueden hacerlo de otro modo que relacionándose con sus pares.
[…]
[…]
Cada palabra esconde cierto encanto entre sus líneas, y cada encanto esconde
siempre palabras que avivan el misticismo que lo preceden. Buscar, inventar,
encontrar… Palabras que algún momento pensé sinónimas, pero ahora me doy
cuenta de que las hice semejantes por puro gusto y capricho. Si busco lo que
invento, encontraré aquello que buscaba, una creación propia. Pero, ¿Será
así? ¿En realidad cada pasaje de este texto que ha captado la atención del
lector será una búsqueda inventada? La ficción se encargaría de rellenar los
extensos párrafos que aquí se hallarían, haciendo que, página tras página, la
experiencia de la lectura sea una aventura nueva…
[…]
[…]
57
“Ser o no ser” no es ninguna cuestión… Quizás hablar del “no ser”, sus albores
y nuestros sentimientos para con esa falta pulcra de metafísica sea lo que
valga la pena investigar, o profundizar sin ropa, aseados hasta las heridas,
amando más al amor, y no tanto a la vida. La realidad, como la conocemos, es
presionada contra nuestra rayadora de metáforas para hacerla “más digerible”,
comiendo nuestras propias uñas, pero esto no es más que interpretar la forma
en que la nada y nosotros como nadas acontecemos afectuosamente.
[…]
Su sangre, sus huesos rotos me daban una imagen que durante toda mi
infancia y parte de mi adolescencia no pude superar, viéndolo tan poderoso,
tan fuerte, tan más-Dios-que-Dios, y ahora… Parecía mi espejo, y en algún
sentido era como golpearme a mí. Mi “yo-pasado”, mis traumas, mis fantasmas,
quebrándose a fuerza de metal.
- ¡Hijo! – Escuché desde la planta baja de casa - ¿Qué estás haciendo allá
abajo? ¿Estás bien? -. – Sí, ma. Estoy golpeando una bolsa de alpillera para
sacarme las broncas del día -, - Ay, Dios, bueno, espero que te sirva. En un
rato vamos a almorzar, ¿Vas a querer un bife o dos? -, - Dos mami, dos -.
La adrenalina del momento me hizo perder la noción del tiempo. ¿Qué excusa
pondría para llevarme una bolsa tan pesada afuera? Ese día no pasaba la
carga pesada para llevarse la basura… Lástima. Pero algo tenía que hacer con
respecto a “el saco de huesos” que yacía frente mío. Casi no respiraba. Con la
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[…]
Es todo un tema, esta vida, este mundo, este este, este oeste (¿Este o este?).
¿Cómo decir sin complicaciones? Como, siempre como, pero no de otra
manera, perpetuo como, puntapié de figuras y metáforas. ¿Qué elegir? ¿Qué
camino andar o desandar? Pregunta arriba, pregunta abajo, pero
constantemente la duda, deporte llamado curioseo que entrena la sangre para
bombear sentada, sedentaria. Por qué, inevitable, cual novela española a la
hora de la merienda. Disciplina al corazón para arrugarlo, presionarlo y
exprimirlo por completo.
¿Quién más respira detrás de las letras sino nuestras pérfidas y descaradas
morales? Suponer que existimos es parte de ellas, cuestión que hasta los más
existencialistas pasan por alto (¿O por debajo?). Ser, ser-aquí, ¿Dónde queda
eso? Decir aquí parece obediente, muy perro, muy camello. Decir ser suena a
paliativo para curar las llagas que dejó la compañera soledad. ¿No será una
mascarita pretendiendo tapar el rostro de un gigante? Sin embargo, ¿Por qué
no existiríamos? ¿A caso no es lo más intuitivo que podríamos captar?
[…]
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- ¿Por qué dice eso? Aquí estamos los vivos, a excepción del Padre Pedro que
ya no puede hablar -, - ¿Usted cree que esto es vida? ¿Ser violado por el
hombre en que tanto confié mi formación humanística y eclesiástica, ser
acusado por el clero de mentiroso, ser la causa por la que tu padre se haya ido
de tu casa, ser el gay de la clase al que “probablemente” lo tocaron y le dejaron
el gusto por el pene? ¿Eh? ¿Qué me dice al respecto? -, - Creo que está
exagerando la situación. Lo comprendo, pero tiene que afrontar los cargos por
los que se le acusan -, - ¡Váyase a… a… la mierda! -.
- ¿Qué hace? ¡Por Dios, está loco! ¿Qué le pasa? - Exclamaba confundido,
pero más que nada asqueado, el bibliotecario del lugar. Al ver tal espectáculo,
no podía permitir que las personas que se encontraban en su biblioteca
suspendieran sus celosas y acaloradas lecturas, para posar sus miradas en tan
repugnante criatura.
ropa son cargas pesadas para mí si quiero entrar en mis huertos Elíseos.
Desvía la vista hacia otro lado si prefieren, pero aquí estaré aprendiendo y
leyendo -.
Así hablaba sin tapujos aquel extraño que había encausado, ahora, la atención
de todos aquellos que se encontraban en el lugar. Ya era inevitable no
escuchar o no mirar qué estaba sucediendo. Así, causó un vendaval de
emociones negativas hacia su persona por parte de la audiencia, por haberles
interrumpido su letargo literario.
– Persona del bien, que con calma y amabilidad me tratas, ¿Qué es lo que te
avergüenza de mí? ¿A caso no nos vemos todos de la misma forma, tengamos
el sexo que tengamos? - Le replicaba la bestia a la muchacha.
Ofendida por lo que el extraño dijo, la estudiante tomó partido por otro pathos
más “violento”, replicándole: - No tiene sentido lo que dices, degenerado
misógino. Pretendes que aceptemos tu manera de comportarte, justificándote
muy pobremente. Solo estás consiguiendo evitar lo inevitable: Que la policía te
eche del establecimiento -, - Dices eso porque piensas que podría avanzar
61
[…]
Habiendo pasado el trajín, la joven estudiante por fin pudo retomar su lectura
de Spinoza, pero ahora no podía evitar sacarse al extraño de la cabeza. Leía y
leía, pero por más que lo intentara, sólo veía letras pegadas en el libro, sin
coherencia captable. Solo podía remitirse a pensar en una cosa que la robaba
de su asiento y la internaba en lo más profundo de su corazón, profundidad que
había empezado a purgarse y a sentarse arriba de otras palabras para
proseguir con su leída cotidiana : - ¡Que extraña actitud para con la vida la de
ese hombre! -.
63
UN MATE MÁS
- ¡Cómo hinchan las pelotas, viejo! Espero que las paquitas no me coman
entero… Bueno, al menos no se quejan de que el mate está tapado, de que le
falta azúcar, de que Rosamonte les hace mal, que prefieren VerdeFlor, o
Taragüí. Encima que tienen unos gustos de mierda son exigentes, ¡Qué gente!
-.
permito. Crecieron, tuvieron sus primeros novios y novias… Y ahí llegaron las
primeras demandas -.
Asentó la cabeza contra el árbol. Miró hacia arriba por unos momentos. Las
ramas, las hojas, las hormigas, arañas y caracoles que por ahí se paseaban le
parecían impuestos, sin devoluciones. Daría lo que fuera por permutar todo ese
lugar por estar solo un segundo con la negra. La imaginaba como la primera
vez que la vio. Valiente por la época, arriesgada por pasearse con esas faldas
en las que se dejaban ver las pantorrillas más lisas y níveas que había visto.
Audaz, fue ella quien pidió su mano a sus padres para casarse. No era que no
podía, sino que le parecía muy alba, tan blanca, que no quería estropearla,
haciéndola tolerar a ese muchacho tan “culiado”, o eso se decía para luego
caer en la cuenta de que fue un cagón.
– Viejo, vas a pudrir el álamo con tanto amargor. No me digas nada, ¿Otra vez
recordando a mamá? -.
- Pasa ese mate, che. ¿Les estás enseñando hablar árabe? - Decía a lo lejos
su hija Sonia que se acercaba con su típica forma de romper el hielo, che acá,
che allá, che, che, che.
- ¿Qué onda, vejete? ¿Otra vez te calentaste más que el agua del termo? No te
acostumbras más a nosotras. ¿No eras vos el que nos recordaba ese versito
tan bonito sobre la mateada y la vida? -.
Las risas se esparcieron por todo el jardín, dándole otro color, uno nuevo,
quemado, verdoso, como el que tenían los Manso en sus lenguas. Ese aroma a
sombras, fantasmas, y existencia se diluía en el… ¡Cebate otro, che! ¿Le estás
enseñando poesía al relato?
Visitas inesperadas
[…]
Regina lo miraba con una ceja levantadísima (la derecha, la única que aprendió
a elevar) a su novio. No emulaba palabras, pero si sus gestos hablaran se
traducirían en una protesta multitudinaria y furiosa, una que sea capaz de corta
las calles, al ritmo de bombos y platillos.
[…]
[…]
- Ay, negra – Decía Marcela – Posta que me da bronca toda esta situación. El
pendejo habrá hecho lo que quiso con vos, pero es hora de que levantes esa
hermosa cabeza tuya y le des para delante, y no para atrás -.
Regina las miró a ambas, y por unos segundos se cruzó por su cabeza que,
aunque pareciera mentira, las chicas habían estado para ella cuando más las
necesitaba, tanto en sus momentos de gloria como en las desfachateces de
sus desgracias. Ellas, las incondicionales, las reales, la masturbanda, nombre
con el que habían bautizado su grupo.
- No sé, Regi – Decía Verónica – con esto del coronavirus… -, - Estamos hasta
los ovarios si una de nosotras lo tiene. Nos abrazamos y besamos… ¡Ya fue!
¡Ja, ja! -.
68
[…]
¿Quién diría que el oído escucha menos que el corazón? Los que aprecian en
su aspecto más llamativo las cualidades curativas de las palabras. Letras más,
letras menos, más saliva, menos saliva, más paladar o menos paladar, de
alguna forma una frase bien expresada tiene el poder de cambiar las faciales
más lúgubres y estancadas en putrefactas ciénagas de lágrimas. Qué y cómo
se dice parece ser la clave de un mensaje encriptado que sale de la boca y
desemboca en “sentires” que lo reciben y acurrucan en sus intimidades
mentales, cifrando su semántica sanadora. A lo mejor son como esas visitas
inesperadas que tanto nos emocionan, entrando en casa, contagiándonos su
calidez para que la temperatura de la realidad no nos sofoque, sino más bien
para convertirnos en un calor más con el sol entre tanta frialdad.
[…]
– Hola Damián. Muy bien, por suerte - Contestaba ella. Sabía qué se traía
entre manos, pero quería saberlo explícitamente de sus dedos.
– Che, te quería pedir perdón por todo lo que te hice. Fui muy injusto con vos
en su momento, y la verdad es que realmente estoy arrepentido y quiero
arreglar las cosas. ¿No tendrás tiempo para que hablemos de ello un día de
estos? -, - Te soy sincera, no, Dami, no tengo tiempo. Me di cuenta con el
pasar de los días de que “terminar” lo nuestro fue una sana decisión, no sé
para vos, pero a mí me ayudó un montón. Me encontré, aunque tirada entre los
muebles de mi cuerpo que enquilombaste, me saqué de ahí, volviendo a
colocar y reordenar todo en otro lugar. Creo que, si bien estamos en la misma
página, no somos una misma palabra, por así decirlo. Ya no compartimos
signos ni letras. Chau, cuídate -.
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Por la calle se escuchaba el pitido del silbato del heladero, sonido que la
remontaba a su niñez cuando su abuela le decía que era “el viejo del bolsa”
que atraía a los niños y niñas para llevárselos.
Corazones de arroz
Fondo de noche, casi tan rutinario como tomar agua, pero casi tan excepcional
como lo simple, ese reverso de la moneda que llamamos suerte, belleza,
momento, descubrimiento, cruz, amor. El bar parecía vacío hasta que estos
dos llegaron y tomaron asiento a metros de la entrada. El ambiente silencioso
se prestaba para que salieran de sus celdas los formales comentarios acerca
del clima, el decorado del lugar, entre otros aburrimientos. La fortuna
acompañó la velada sojuzgando y extraditando esa maldita sensación
metafísica donde parece que los participantes del encuentro se conocen desde
hace mucho. Así, las curiosidades empezaron a florecer en la boca de ambos,
las miradas raspaban el suelo como quien dibuja con la punta de una rama un
círculo, señalando el perímetro pertinente donde no se permitirían otras
molestias más que el adormecimiento de las piernas y el cambio de posturas
en el banco.
La moza se acercó para ofrecer el comienzo del ágape que compartirían los
sentimientos de ambos, picando coincidencias por acá, diferencias por allá,
oportunidades futuras por acullá. Ella ansiaba descubrir la clase de individuo
con el que accedió a tomar un trago, quizás esperaba que fuera más tímido,
más reservado, más cristiano. Él no podía dejar de pensar en cómo podía
decirle que tenía los ojos más bonitos que había visto, sin referirlo
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Aguardó por unos momentos, y dijo: - Sí, se lo puedo dejar. No voy a hacer
problema por cuarenta pesos. Creo que esta noche vale más que eso -, - Sí,
seiscientos sesenta pesos, ¡Ja, ja! -.
AFUERA LLUEVE…
- Papá, por favor – Tomaba la palabra Sara, hija de Nino, y mamá de Beatriz y
Patricia – No te emociones tanto, no vaya a ser que te ahogues con el pedazo
de pollo que te acabas de morfar -.
Entre tanto las metáforas volaban en la casa en la casa de los Parra, se había
nublado y empezado una “delicada y tímida” lluvia. Los vecinos escaparon
hacia sus casas lo más rápido que pudieron, siendo el más afortunado el que
se llevó el “Paso Ancho”, ese se llevó la mejor parte. La familia aún comía, y
esperaba seguirse alimentando de las asociaciones poéticas que se cocinaban
en la mesa.
- ¡Ahora no tiene gracia! – Decía indignada Beatriz, viendo como las gotas se
pegaban contra el vidrio, desparramándose lentamente, dejando una película
transparente que puede ser modificada con facilidad con un dedo, dibujando
dos ojos y una sonrisa que observarán el interior y exterior de casa, al mismo
tiempo - ¿Cómo vamos a seguir jugando? -.
- Llueve todo el tiempo – Aseguraba Patricia, con más fe que seguridad – Dale,
animate. Lo primero que se te venga a la cabeza -, - Mmm, no sé. ¡Afuera
llueve “La tragedia de Picasso”! El contraste de las nubes oscurecidas con la
lluvia, el chaparrón que repiquetea en la acera y en el techo, la poca luz que
interviene en este lienzo frente a mí forman un azul oscuro muy seco, a pesar
de la humedad. El cuadro de Pablo me hizo sentir eso. El tono cromático de la
arena se mimetiza con el del mar y con el de la familia, la resignada congoja de
los adultos y la inocente necesidad de ellos del pequeño. Me trasmite una
melancolía que parece inabarcable en el pecho -.
- ¡Eh, pero eso no se vale! – Reclamaba Nino – Creía que habíamos quedado
en que crearíamos nombres raros con lo que veíamos. Estás haciendo trampa,
Bebe, si traes cositas del pasado hasta acá -.
- ¡Ay, bueno Abu! – Reponía Beatriz – La Pato me dijo que tirara lo primero que
se me ocurriera. Pero, a propósito de lo que decís, lo que pasó fluyó hasta mí
ahora. Eso quiere decir que no rompí ninguna regla. Hablé en y del presente.
¡Ja, toma! -, - No me cuentees, vivaracha -, - Además, ¿Qué loco, no?
¿Cuándo se acordó alguna regla, o siquiera que, explícitamente, esto era un
juego? Se dio de un momento a otro, sobre la marcha nos acostumbramos
rápidamente a lo que estábamos haciendo, como si de una pauta se tratara, y
de repente… -.
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Hablar había deslizado el tiempo sin previo aviso para la joven, sin
advertencias los segundos corrieron a un costado de su concentración, era
como si su ahora se hubiera zafado, desencajado del resto de sus familiares, lo
cual la llevó a pensar: ¿Adentro llueven relojes? Pero, ¿Cómo podría? Estaría
infringiendo las normas del juego. De repente, se levantó de la mesa y se
dirigió hasta su cuarto, volvió con su celular entre las manos con la cámara
preparada y les dijo a los comensales que pongan su mejor pose para luego
poder revelar la foto en el estudio más cercano.
La familia Parra rió al unísono por unos momentos, y eso cambió el color del
cuadro que Beatriz había pintado en “fuera”. La lluvia se había detenido, y el
sol salía. Los vecinos volvían a salir y a poner las mejores cumbias del
repertorio, pero el “Paso Ancho” ni quien se lo llevó aparecieron.
[…]
Dejó de llover… Días después de ese almuerzo tan almuerzo para los Parra,
Beatriz volvió a encontrarse con esa foto desordenadamente armónica cuando
acomodaba algunas cosas en su pieza. La guardó en el bolsillo trasero de su
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- ¿Qué te pasa, Bebe? ¿Te sentís bien? -, - Estoy un poco cansada, nomas.
Nada de qué preocuparse -, - El Covid me habrá quitado por un tiempo el olfato
y el gusto, pero no creo que me haya hecho despistada. Esos ojitos ya no
brillan como faroles, y eso me preocupa. Contame, dale -.
– Estoy muy angustiada. Los médicos que vienen a chequearte día por medio
dicen que no estás respondiendo a la medicación, que si en estas semanas no
hay evolución favorable te van a trasladar al hospital central para internarte.
Sumale que el Abu se vuelve loco en su pieza porque quiere salir a hacer sus
“cosas de viejo” y verte, y que la Pato y la mamá discuten inútilmente por quién
de las dos fue la que trajo el virus. Me siento más encerrada que vos Abuela,
en cierto sentido -.
- ¡Ay, hija mía! – Decía Petronila mientras acariciaba los cabellos y el cachete
izquierdo de su nieta - ¿Por qué te preocupas tanto? Pase lo que pase, a todos
nos llega la hora. Es un ciclo bastante jodido, te diré, pero ciclo en fin. Esa foto
que tenes en la mano, ¿Me la podes prestar un ratito? -, - Sí, Abu, toma –
Contestaba Beatriz, secándose las chismosas lágrimas que se asomaban por
sus ojos para ver qué estaba pasando.
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La nona miro por unos minutos la foto. Rió, se quejó de la pose de Nino, y
suspiró levemente entre tanto devolvía el amuleto a su dueña correspondiente.
- ¿Sabes qué está lloviendo para mí? ¡Afuera llueve “vida”, Bebe! Las flores,
los árboles, los animales, los vecinos, nosotros, palpitamos y respiramos casi al
unísono en un mismo corazón y pulmón, sintiendo y exhalando una sustancia
vívida -.
Afilados
Todas las mañanas afronto una carrera contra la impotencia cuando aparto las
sábanas que me cubren del exterior en la cama. Mis dedos amanecen
pequeños, aparentan haber sido cortados por la madrugada. El segundo
desafío diario es el de correr las cortinas, esas diligentes madrugadoras que
reciben las primicias solares y acompañan los interiores para tolerarlas, hasta
que las separamos. Sujetar mi taza de café y acercarla a mi boca, agarrar el
cepillo de dientes, el jabón, la toalla, bañarme… Todo con torpeza, nada con
eficiencia.
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Las cosas pintan bien cuando el sol avanza en el cielo y marca el mediodía.
Cada dedo se alarga en una longitud media. Almorzar no es una actividad que
presenta conflictos exagerados, solo cuando tengo que trocear la carne que
haya en el plato. Se acalambran mis manos cuando llevo un tiempo prolongado
sosteniendo el tenedor y el cuchillo. Si quiero tomar agua o jugo mientras
como, o lo primero que hago antes de sentarme a la mesa es servirme en un
vaso, o le pido ayuda a algún comensal. En mi caso, al estar casi siempre solo
en casa, la fatiga dactilar me ha dejado más de una vez con sed.
La noche cae sin hacerse daño. La luna aparece, aunque no se haya movido.
Las estrellas tintinean sin pestañar, a pesar de sentir sus guiños cómplices en
los crepúsculos de desgano, incentivándome a brillar junto a ellas. El mar
nocturno resplandece ante la mirada de los apagados, invitando a las
curiosidades mojarse con húmedos consejos que pueden (pueden como
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Las dudas recorren mi cuerpo, y la longitud de los dedos se ubica entre las
primeras inquietudes que componen mi reflexión. ¿Por qué son así? ¿Por qué
soy así? ¿Y si trato de cortar…los? ¡Ahora me acuerdo! Ayer, mismo horario
(mismo, misma, ¿qué lo es, realmente?), los amputé sin resguardo con la tijera
de degrades. El dolor fue insoportable, pero de momento sirvió de algo:
Comenzar de “cero”. No obstante, quería ver qué sucedía si los dejaba crecer.
Algún tipo de memoria me arrastraba hacia un sentimiento de ahogo, de
frustración, evocando lo experimentado por ese tóxico hábito que adquirí en la
búsqueda por mi maestría.
Despego los párpados y clavo los ojos en el techo. Los efectos restantes de la
somnolencia impedían que tomara consciencia de mis dedos. Comencé a
preocuparme, la ansiedad me picaba la nuca cual enjambre alocado y ruidoso
de mosquitos veraniegos. Quería con todas mis fuerzas que mis manos
retrocedieran a una medida estándar, o al menos que no inspiraran en los
mortales ser extremidades salidas de ultratumba. El desapego a los retazos del
sueño mostraba una puerta al desasosiego y una ventana a la calma: ¿Cuál
me tocaría abrir por la mañana? ¿Conseguiría ver algún producto de la
realidad, o un mero consuelo de la imaginación? Realizo un mapeo a lo largo
de mi cuerpo: Verifico el estado de la cabeza, de los hombros, los brazos,
hasta llegar a... Los dedos permanecían en su lugar y con el tamaño de la
noche anterior.
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Durante gran parte del día mostré al mundo una parte de mí que juré sepultar.
Supongo que para ser mi propio asesino serial tengo que pulir algunos
vericuetos como para no dejar que el muerto quede al descubierto, surja de
entre la tierra y repugne con su pestilencia. No tuve problemas al apartar las
sábanas y cortinas del cuarto. Preparé el desayuno, cociné, corté a más de
diez clientes, me bañé y regresé a la cama. Había sido una maravilla: Lo que
mi cuerpo expresaba, los gestos amables y agradecidos que recibía, los mates
de media tarde, todo una delicia, un manjar de fantasía.
Fuera del local, tomé para una rotisería a ver qué encontraba. Dos cuadras y
media después, a mitad de la calle, disonante y disruptiva, madre de discordias
y calumnias, me crucé con una visita inesperada. Cambio de semáforo de rojo
a amarillo. Era una mujer, un amor no-tan-pasado. El fantasma de su corazón
todavía no se esfumaba de mi cabeza. Su sola presencia seguía
desmembrando las petulantes excusas que creé, presionando una simulación
para superar el pequeño duelo. Luz amarilla a verde. Rozó su hombro derecho
con el mío. Hombros distinguidos si los hay, forman una cuenca fluvial junto a
los músculos y huesos del pecho y trapecio, cuenca de la que tomaría agua
con gusto. Frotó su carne con la mía, y se alejó. No podía evitar la idea de
que… ¿Y si…? ¡Más si! La pararé para charlar con ella. A decir verdad, tener
dedos largos es una bendición, no tengo que correr para alcanzarla, puedo…
Mientras estiraba los dedos, un taxi que viajaba a toda velocidad me arrancó
los dedos de la mano izquierda de cuajo. Sangré una agradable cantidad de
tiempo, la suficiente como para caminar cojo. El estómago se había cerrado, y
con él mi apetito. La angustia que también quería sellar mi garganta fue
producida, no por la herida, sino por… Debería evadir esos amores por un
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- FIN -