Cementerio de Estrellas

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1

Cementerio

de

estrellas
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Alas de taza

Las velas se consumían lentamente en el estudio, la cera se derretía,


solidificándose a lo largo de los cilindros en blancas y punzantes estalagmitas,
el humo se elevaba con levedad, y con suavidad las manos de Claudio
acariciaban página tras página los libros de su noctámbula biblioteca. Mientras
relojeaba por séptima vez (o eso pensaba) La interpretación de los sueños de
Freud, se percató de que no podía apreciar las nuevas joyas que únicamente
ofrecen las relecturas sin sus rituales e intermediarios sorbos de té, ingiriendo
una bocanada de sabor a menta peperina con una cucharada de azúcar,
acompañadas de una pizca de profunda comprensión. Se reclinaba y
enderezaba en su silla mecedora, jugando con la idea de que las ocurrencias
debían batirse pendulantes al punto justo en su cuerpo hasta que efervescieran
por su garganta, y así explotar en su boca, liberando la frescura de la infusión y
la inspiración. El marrón café de la mesa se teñía con las reflexiones tiradas e
inacabadas de hojas sueltas que además decoraban el parqué recién lustrado
por los continuos y profundos suspiros del hombre.

[…]

06:00 A.M., la alarma hinchaba hasta la paciencia de Buda, sonaba y sonaba…


y sonaba. Del interior del cuarto provenían los quejidos del terror de los
despertadores. Estirado, irguiendo la plenitud de su cuerpo, desperezó hasta la
más pesada fiaca que lo enterraba en el centro de la cama, partiendo, de paso
cañazo, el desafortunado artefacto que todas las mañanas importunaba a sus
lagañas de ser removidas en cuanto se embarcase en una extensa cruzada,
pisoteando la pesadez del sueño, arrastrando los pies hasta alcanzar las
canillas del baño (Cosa que a veces no sucedía). A milímetros de los restos de
engranajes y resortes que encerraban el tiempo que ya le empezaba a sonar
más a obligación que una posibilidad de realizarse como digno laburante,
vibraba su celular con “Marcelo” en medio de la pantalla. Deslizó el índice hasta
el teléfono verde, aunque el rojo se veía muy tentador de ser aplastado con el
dedo.
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- ¡Boludo! ¿Te volviste a quedar dormido? ¡El jefe está preguntando por vos a
los gritos por toda la imprenta! Esta vez no sé si llegar cuarenta minutos tarde
al trabajo pero con una primicia original para los titulares del diario te salve,
aunque creo predecir el título de primera plana que se roba el Pulitzer este año,
la historia de un asesinato… ¡El tuyo! -.

[…]

Habían secciones de la biblioteca que parloteaban como esos vecinos que


hace mucho que no se ven, viviendo a la par, a unas casas de distancia,
relatando como la Iris discutía y echaba a escobazos al borracho de su hijo,
conseguite a otra sirvienta porque ésta ya no limpia vómitos tuyos, sos como la
abuela, de tal bruja, tal hechicera, y así. La noche y el día eran imperceptibles,
las horas no eran siervas de la labor mercantil, mucho menos de la ficcional
realización en tanto se es útil por parte de quien piensa que esa es la clave del
éxito: “Trabajando mientras otros duermen”. El cuerpo no cesa sus funciones ni
en sueños, y Claudio lo sabía bien, o eso creía.

Más té, más tabaco, más dónde-dejé-esa-nota, más temblores oculares y


venas suicidas que estremecían e impregnaban de manchas carmesíes los
pasadizos que abrían y arrojaban su alma para ser proyectada en medio de su
soberbia sala. De un momento a otro, escuchó como un libro se estrellaba con
el suelo, y como su corazón se desilachaba en miles de cuerdas que descocían
las cicatrices que eran hogar y refugio de los sentimientos que alguna vez
energizaron sus movimientos a través del mundo. Corrió para atender a uno de
sus bebés y volverlo a colocar en su lugar correspondiente, se posicionó en
genuflexión, pero volvió a erectar su postura por la curiosidad de un brillo que
provenía del vacío recién provocado en la estantería. Cubrió sus dilatados ojos
cuando fue sorprendido con la altercante y creciente luminiscencia emergente.
Adaptado ya a la luz, creyó divisar, de entre el cuero de los encuadernados y la
madera estructurante y tolerante del conocimiento del hombre, una ciudad
cosmopolita vista desde lo que parecía el rascacielos más alto, con altivos
edificios, calles repletas de peatones y vehículos, sitio ajeno a su presente,
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pero a la vez tan cercano, al alcance de un vistazo, de un brazo, de un extremo


pujante hacia el futuro.

[…]

- ¡Gómez, a mi oficina, ahora! -. Los pasillos que conducían al matadero


ahorraban esfuerzo y sadismo a Mario, morbosa violencia que podría aplicar en
sus subordinados de no ser por las filosas miradas por parte de los demás
empleados que troceaban a los penitentes que desfilaban hasta terminar
procesados en las fauces del jefe. Taza con té de menta peperina recién
preparado en mano, Claudio avanzó y paró su peregrinar vacilante entre el
sabor a lavandina del borde del cerámico, las hierbas con el edulcorante
amargo de la oficina y el de la angustia que no podía digerir frente al cartel que
versaba “Director de imprenta”. Posó su mano libre en el bronce frío del
picaporte y no hizo falta que tensara sus músculos para abrir la puerta. Los
nervios y los temblores que su brazo transmitía hicieron todo el trabajo.

– Cerrá la puerta, por favor – Gruñía el mandamás, el que “cortaba el salmón” -


¡Vos te das cuenta la mier… -.

Para el asombro y alivio de Claudio, el imbécil desapareció junto con la sala y


demás instalaciones del lugar. Una gentil brisa estaba acicalando con cada vez
mayor intensidad su rostro y cabellos, haciéndolo sentir que ahora revolotear
por ahí era posible.

– Si las mariposas gozan con volar solo un día, ¿Nosotros disfrutaríamos


surcar los vientos, aunque sea por una sola vuelta del sol a la tierra? -
balbuceaba, planeando en picada en dirección a su destino.

[…]

Vidrios cual papel picado adornaban la acera como si alguien estuviera


festejando o conmemorando un suceso que pasó a la inmortalidad hace
mucho. Masas atropelladas de personas, empujándose para ver en primera
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persona, en HD y a todo color lo sucedido. Se reunían alrededor de la trágica


obra que el museo urbano ofrecía, también, a los oportunos espectadores de la
escena. Botados desde sus nidos por mamá-gorrión, muchos comentarios
empezaron a caer sobre el occiso que yacía tendido en el piso, aplastándolo
más de lo que ya estaba.

– Era un loco, pero nunca esperé que hiciera eso -; - Irresponsable de mierda,
¡Así escapas de tus responsabilidades! -; - Claudio, ¿Por qué? Esa maquínica
costumbre de tomar té de menta peperina te haría fugar hacia tu mausoleo de
recuerdos y consideraciones, más allá del espacio-tiempo, alienándote de los
lineamientos que agotan los momentos en que es posible descansar de la
humanidad, pero no de la existencia -; - ¡Qué extraño! ¿Soy la única que siente
ese olor a libro viejo y a cera quemándose? -.

Artificios

Siento mi cuerpo despegarse de un colchón de matorrales, mi rostro liberarse


de las caricias vegetales, y mis ojos ser víctimas de la confusión. Veo
humanoides azules, de aspecto famélico, desnudos, usando un casco parecido
a esos que llaman de realidad virtual, el doble de altos que yo, observándome
con extrañeza, como si nunca antes hubieran visto un humano. La ansiedad
inició su carrera contra mi calma cuando la duda se apoderó de mi lengua,
¿Entenderían estas “personas” el idioma que usaría para preguntarles, primero
que nada, dónde diantres estaba? No podía esperar que, justamente, estos
seres supieran hablar español, o inglés, como las tan estereotípicas
representaciones norteamericanas de “extraterrestres”. Con o sin suerte,
probaré con decir algo, no lo sé, a lo mejor eso los mueva a querer
comunicarse conmigo, de forma simiesca, con aullidos y ademanes muy
exagerados. Es probable que también resuelvan comerme, pero, ¿Qué más
da? Nada de esto tiene sentido.

- Podrían decirme en qué planeta estamos -. - ¿Planeta? ¿Qué significa eso? -


dijo uno de los seres que, para mi sorpresa, sí sabía hablar en mi idioma.
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– Ahora que lo pienso, ni yo mismo lo sé. ¿Dónde estoy? -. - Te encuentras en


el reino orbital de Zong, ¿Tú de qué reino provienes? -. – ¿Reino? ¿A qué le
llaman “reino”? - , - Lo que ustedes llaman “universo” -.

- Del Sistema Solar, creo. ¿Cómo es que logran entenderme? Me esperaba


una conversación más entretenida y cómica, donde yo pronunciaría
monosílabos y ustedes se expresarían no-verbalmente -, - ¡Qué sentido del
humor más burdo el tuyo, creatura! ¿Ves esto en nuestras cabezas? De entre
todas sus funciones, una de ellas es traducir la lengua de otros seres para que
podamos saber qué tratan de transmitirnos. Además, nos permite proferir
palabras del lenguaje traducido para ahorrarnos la boba escena que tú recién
mencionabas -.

- Eso quiere decir que tienen un idioma propio, ¿O me equivoco? -. – No lo


sabemos, y tampoco lo sabremos. Nos colocan estos cascos a pocos instantes
de nacer, por lo que ninguno de nosotros podría contestar -. – ¿Y no lo han
intentado? -. – Si lo hiciéramos podríamos “morir”. El «interpretador» está
conectado a nuestra fuente de energía vital, sacarlo sería un… “suicidio” -.

- ¿Alguien aquí lo ha intentado? -. – Cuenta la leyenda que sí, uno de nuestros


progenitores. Los que estaban junto a él dicen que comenzó a hablar un
lenguaje extraño, de otro reino. Ya no comprendía palabras, tampoco señas.
Hizo sucumbir a sus pares en el terror de su lengua sacrílega, por lo que
tuvieron que neutralizarlo -. – Pero, ¿Pueden comunicarse entre ustedes, sí o
no? -. – No somos una especie tan débil como para necesitarlo. Aquí no
dependemos de comunidades, no requerimos de ayuda para alimentarnos,
darnos placer. Cada quien es un ente autárquico -.

- ¿Entonces qué carajo hacían ustedes tres mirándome cómo me incorporaba


de entre los matorrales? Me pareció que estaban anticipándose a un trato más
hostil del esperado de mi parte, algo que deja mucho que desear de seres “tan
poderosos” -. – No seas ridículo. Una simple palmada nuestra en tu hombro
podría quebrarte e inutilizarte con facilidad. Escuchamos movimientos
provenientes de este lugar, y dio la casualidad que tres de nosotros tuvieron
curiosidad de saber a qué se debía tanta conmoción -.
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[…]

- … uenos días Mendoza, la temperatura actual es de… - sonaba la radio de la


cocina que todavía me hacía sentir dormido. El estruendo de mis huesos
crujiendo mientras me enderezo es un ruido que estabiliza mis oscilantes
latidos que, para la ocasión, aterrizaban poco a poco en mi pecho, marcando el
final de una pesadilla, y la línea de largada de mi despertar. Suspiro aliviado,
mis pies flotan sobre mis crocks, intentando atraparlas a la orilla de la cama,
me rasco la cabeza para verificar que no esté usando… ¡Bah, qué estupideces!
Siento el frío de las baldosas de camino al baño, abro la canilla de agua fría,
me inclino, reúno un buen galón entre mis manos, asegurándome que
refrescaré bien mis cachetes, cierro mis ojos, y no siento humedad impactando
contra mi rostro… Veo las mismas matas de ese sueño. Alzo la vista buscando
el espejo encima del lavabo y encuentro a los gigantes azules que seguían
mirándome asombrados.

- ¿Qué haces – preguntaban los seres - golpeándote los cachetes? ¿Es un


ritual de apareamiento que practican ustedes los animales? -.

Sacudo la cabeza esperando volver a casa, pero solo conseguía una óptica
panorámica con mayor resolución de los tres individuos frente a mí. ¿Me habría
quedado dormido lavándome la cara? No siento cansancio de ningún tipo…
Excepto de tratar con estos tipos.

De repente, abro finalmente los ojos, y ahí está Santiago espejado, un poco
agitado por el trajín que supone el viaje interestelar de una realidad a otra, o lo
que sea que estuviera pasándole. Fui hasta al comedor, la tele encendida con
un hombre gordo y pelado relatando el contenido de su columna, mi madre
tomando mate, la tele, mi madre, la tele… Mareado por ese desayuno matutino,
me encamino hacia la cama, pero la sensación de tener un lavarropas
funcionando en el estómago hace que cambie de dirección y corra con prisa al
baño. Agarro los bordes del inodoro, abro la boca, y el espasmo estomacal me
obliga a cerrar los ojos… Vomitándome frente a los gigantes.
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- ¿Ahora vas a cantar? – decían muy atentos a lo que podría surgir de mi tracto
bocal. Frustrado y enojado, me abalanzo encima de uno, trepándome
rápidamente por su espalda, esquivando los manotazos de los otros dos, hasta
que llego a la cabeza. Sujeto con fuerza el interpretador, busco apoyo para mis
piernas en sus hombros y jalo tirando mi cuerpo hacia atrás, hasta que el
artefacto se zafa y caigo junto con él al suelo.

[…]

- ¿¡Qué has hecho!? Creatura insolente, ¡Eso es contra las reglas! -. – Metete
las reglas por, como dicen en mi “reino”, el culo. ¡Estoy harto de sus
sofisticadas sandeces! Tomen esto, úsenlo de adorno - decía mientras lanzaba
el casco por los aires. Los dos gigantes que aún mantenían los interpretadores
en su lugar miraron al otro que había “muerto”.

- Zumbajla un zim biz – pronunciaba el fantasma.

- ¿Pueden entender lo que dice? - les pregunté. – No podemos escuchar a los


muertos -, - No creo que eso sea un “no” -, - ¡Maldito seas simio! -, -Dejen de
maldecirme y prueben con traducir lo que dice su amigo -, -¡Sabemos lo que
dice! Solo que habla una lengua que no tenemos permitido pronunciar -.

- ¿Y por qué no? -, - Por más refinada que sea la tecnología del interpretador,
no nos permite comprenderlo. ¿Recuerdas que te comentamos sobre otro
zonguiano que le sucedió lo mismo? Fue exiliado, siendo expulsado del reino
en una nave hacia otro… El tuyo -.

- ¿Qué? ¿Hacia el Sistema Solar? ¿Hace cuánto fue eso? -, - No lo sabemos


con certeza, pero estimamos que hace unos millones de años… Ahora todo
concuerda, ahora todo, ahora…-.

[…]

Agarro los borde del inodoro, abro la… ¿Qué pasó? Estoy de regreso, o quizás
nunca me fui, ¿Quién sabe? De todas maneras, tenía mucho sentido lo que
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decían los gigantes, quitando toda cuestión metafísica de en medio, es muy


probable que los primeros humanos hayan tenido una lengua muy diferente a la
que hoy estamos acostumbrados a articular con nuestras bocas. Hace unos
días, durante una “conversación” que mantenía con el Wittgenstein de las
Investigaciones filosóficas, leía un parágrafo que decía “Imaginar un lenguaje
es imaginar una forma de vida”. No puedo dimensionar los millones de
“organismos” que fueron perdiéndose a lo largo de la historia, culturas enteras
extraviadas en los archivos del olvido.

Una cuestión que regresa a mí, hasta en mis sueños, es el lenguaje como
artificio que nos permite pensar como humanos tipo. Hay un recalcitrante
interés en hacer hincapié en algunos procesos pedagógicos que “merecemos”
cultivar, para entendernos mejor: los referidos a educación emocional. Los
medios hegemónicos de comunicación saben muy bien cómo estimular el alma
de sociedades enteras y hacerlas danzar al son de sus caprichos. ¿Qué o
quién se esconde, ésta vez, detrás de los hilos, haciéndonos mover como
títeres, alienados de sus emociones y sensaciones, apartados de sus
decisiones, alejados de su cuerpo?

Si el lenguaje es el artificio más antiguo que el humano ha creado, ¿No cabe la


posibilidad de que haya algunos entrometidos manoseando algunos
transistores e interruptores, haciéndonos interpretar la vida con una figura
sospechosamente diferente a la que quisiéramos imaginarla? Un pensamiento
maniatado, eclipsado por los gigantes que lo hacen su rehén, cobrando un
rescate muy caro para quienes deseen liberarlo: nuestra propia comprensión
de las cosas.

Catadores de penas

Apretado, siéndole de compañía al cordón de la vereda, el charco se esparcía


por la acera. Rincón austero, pero riquísimo en invitaciones para que los
convalecientes de dolores que pasean a su lado chapoteen a capricho sobre
ellos y así mojar sus zapatillas, pantorrillas y botamangas con esperanza de
alegría, borrando todo rastro de amargura. Los pulcros los saltan como
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bailarines de valet con una sutil técnica de puntillismo, dibujando un recorrido


de braille que los perezosos pueden leer arrastrando los zapatos, junto el kilaje
de la vida sobre sus rodillas, ese peso que nos tilda en reflexionar si son
nuestros pies quienes transportan el resto del cuerpo, o si, ya lanzados a la
calle, somos nosotros cayendo en cámara lenta hacia la cama.

Salpique tras salpique, brinco tras brinco, desgano tras desgano, esa escena
se iba formando en una coreografía desastrosamente ensayada a la vista de
una alumna del secundario que otra vez llegaría tarde, vería la cara de la
preceptora María, y por qué se tardó, y tiene otra tardanza, y en mis tiempos
nunca… Bla, bla, bla. Todas las mañanas, ingresar al curso y sentarse para
escuchar la clase y prestarle atención era una escaramuza entre sus
presentimientos y afirmaciones, entre que Juan Pablo le había fichado las tetas
y el culo desde que entró por la puerta, que el profesor le perdonó el 6 que
sacó en matemáticas porque iban al mismo gimnasio, etc., etc., etc.

Escuchar el timbre del recreo, respiro de aire puro, pido o gancho de mancha
de tanta repetición y fórmulas para correr hasta el kiosco, y que tortita con
azúcar por acá, y que café con mucho azúcar por allá. Ella miraba atenta los
pasillos de las galerías mientras el grupo de sus compañeras la absorbían en
un círculo donde se debatía que compañero era mejor pareja para Betania,
cuál tenía los ojos más azules para Luz, los más marrones para Dara, quién
era el más educado para Solange, el imbécil imberbe para Sonia, entre otras
acaloradas ternas. Los más chicos corrían como si de eso se tratara una parte
de la pedagogía de la institución, trotar y estudiar, estudiar y trotar, tropezón,
caída, vuelta a trotar y… Bueno, “estudiar”. Pero los más grandes no lo hacían,
difícilmente salían del aula y pasaban más de dos minutos parados,
manifestando un constante modo ahorro, parecía que se preparaban para…
¿Otras carreras?

[…]

Santiago era consciente del constante bullying que suponía la vida para
Florencia. Juan Pablo, su hermano menor que concurría al mismo secundario
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que él, decía que estaba enamorado de la piba, que la seguía después de
clase para pararla antes de que llegue a su casa y así intentar cortejarla como
papá le había aconsejado. Esos consejos paternos que se invitaban solos a los
almuerzos familiares eran camionadas volátiles de gas y del más peligroso en
una cabeza que pensaba que su padre era un héroe, el mejor de su época, el
más pícaro con las mujeres.

La familia Álvarez no acumulaba nada lujoso que fuera de interés para los
vecinos, excepto que Javier y Susana habían tenido un hijo gay, y eso era
material mediático de la mejor calidad para los chusmas barriales, sapos que
no “cantan” solamente cuando llueve. Para Santi, volver de la escuela a su
casa era un desfiladero de croar de croares que lo aturdían, colocándolo en
primera fila de la sinfonía que los come-cuero componían de improviso cada
vez que lo veían, ruido que se intensificaba si lo veían muy de la mano con
Samir, su noviecito.

Las palmas de Samir… Verlo directamente a los ojos, tragar saliva, imaginar
que esos cristales en donde dulcemente se reflejaba su cara le hablaban en
secreto diciéndole que el mundo puede hablar, pero que las únicas
conversaciones que valían la pena de ser atendidas y recordadas eran las que
ellos dos mantenían cuando tomaban un helado, una gaseosa, cuando los
accidentales roces por detrás de las nucas terminaban en traviesas caricias y
disculpas innecesarias.

Al arribar a casa siempre traía consigo un concierto de silencios, falcete de


viento, susurro de montañas. Esa tarde las ausencias de su hogar eran más un
triunfo que una lástima. En su cuarto arrojó su mochila arriba de su cama, se
sentó en el suelo, dejó colgar su cabeza sobre sus hombros por unos minutos,
tiró algunas lágrimas, se paró, sujetó con fuerza el cierre de su morral,
abriéndolo y dejando ver a la luz una Glock .40 que tomó por el mango, revisó
que el cargador estuviera lleno, la posó sobre su cien derecha, y…

- Santiago, no lo hagas -, - ¡Basta! Quiero que las voces se vayan -, - Nunca se


irán… porque son mis hijas que se multiplican dentro de tu mente -, - ¡Gallos
desgraciados, cantando cuando un poco de sol se asoma en el horizonte de mi
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alma, siega de mis felicidades recién nacidas! -, - Soy lo poco que tienes, si te
matas resonaré más fuerte que un disparo en los oídos de tu familia-, -
¡Basta!... -.

[…]

- Esos charcos de agua que tanto le gustan a Santi… No entiendo como él y su


amigo se divierten tanto chapoteando, mojando a los que pasan por ahí. Será
lo que sea, pero creo que mi hermano es feliz así - decía Juan Pablo mientras
masticaba como un chicle insípido la frustración de que las estrategias de
coqueteo de su padre no había funcionado por undécima vez. Dando los último
pasos antes de dar la vuelta a la esquina, esperando que Florencia, en una de
esas… Vio unos móviles policiales y una ambulancia frente a su casa, unos
vecinos aledaños que caminaban en sentido contrario, comentando que había
pasado y, lo “más importante”, lo que para ellos había sucedido.

– Pobre muchacho, era tan joven, lástima que…-, - Sufrió tanto, ahora por fin
puede descansar -, - ¡Puto asqueroso! Era lo menos que podía hacer. Ahora
nuestros niños pueden salir a jugar a la calle en paz, sin amenazas -.

El impulso del momento hizo que sus piernas se movieran como nunca antes,
dejando atrás a los sapos, a los caritativos, al fantasma de Flor, confiando en
que ahí estaría el otro, esperándolo con unos mates, una sonrisa, un abrazo y
un “ya te dije, papá no sabe de mujeres, ni siquiera de mamá”. Ni bien pisó la
vereda, unos camilleros llevaban una sábana abultada, como si estuviera
tapando una de esas bellas asistentes de magos que, para él, eran la
verdadera magia y no los viejos que movían las manos como los mimos.
Pasando frente a él, Juanpa no pudo evitar en abalanzarse e intentar abrazar
ese manto blanco que sabía bien a qué cama pertenecía, pero su padre lo
interrumpió, jalándolo hacia sus brazos, abrazándolo lo más fuerte que pudo.

– Se fue Juan, se fue… -.


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[…]

Era inútil. Acomodaba y reacomodaba las sillas del comedor de tantas


maneras, la mesa al centro, pegada a la ventana que da al patio, arrimada a la
heladera, pero nada lo hacía desaparecer. Echaba cuanto perfume encontrara
en el armario de Susana, pero su hedor seguía suspendido en el aire de su
cuarto. No importaba cuantos cuerpos pudiera concurrir con su boca, manos y
pene, ninguno lo reiniciaba del recuerdo que aludía a su memoria las pieles de
su mujer, la mamá de Santi…

Después del trabajo, la cocina tenía un agujero que no sabía reconocer si


provenía de uno de sus intentos de arquitecto marca criolla, o si era un pozo
que se acrecentaba día tras día por los lamentos que clavaba en la pared por la
partida de… Se sentaba en la cama que compartían con su esposa, miraba el
techo y despacio, para que ella no lo escuchara, aunque los oídos de sus
lágrimas comprendían hasta los suspiros pausados de su marido, y decía: - Te
amo hijito, buenas noches -.

[…]

- ¿Y si buscamos un charco y saltamos encima de él hasta cansarnos? -. -


¿Estás loca Susi? Nos vamos a mojar enteros -, – Es la idea Javier, ¿Qué
esperabas, llenarte de arena? -, – Bueno, dale, te sigo, pero no nos
embarremos mucho que esta semana me toca lavar a mí -, – Dejate de quejas,
Esperancito, y vamos a la calle -.

Apretado contra un cordón, un charco color mate se ofrecía a convertirse en el


trampolín que sus pesares necesitaban para desaparecer por los cielos,
dejándolos solos a ellos, saltando sin parar, vistiéndose de Santi y Samir,
empapando a cualquier transeúnte que se acercaba para frenar tan “penoso”
espectáculo. A lo lejos se sentían unos pasos apresurados, como si una
estampida de bisontes estuviera a punto de pasarles por encima. Sin embargo,
no había por qué temer, era Juan Pablo que, mientras se aproximaba, gritaba: -
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No me esperaron esta vez, cabrones. Ahora van a ver, el que se moja último
moja mejor -.

Y así, las lástimas amargas como esa agua que ahora Juan pateaba hacia sus
padres se deslizaban por sus ropas y rostros. Era como si fuera una fuente
donde el tiempo se estallara en miles de pedazos, y hasta que volviera a
reconstruirse, ahí estarían esos catadores de penas, suspendidos en el aire,
disfrutando sus felicidades, olvidando el olor a azufre de sus hábitos, gozando
con locura cada cosa que hasta ese momento había cambiado en sus vidas,
tapando sus lágrimas… con Santi.

Destinos varios

A lo lejos, en el horizonte, una pequeña bola de fuego comenzaba a


incrementar en dimensiones mientras se acercaba a mi ciudad. Murmullos
convertidos en voces vivas, y éstas en barullos alterados y conmocionados por
lo que se avistaba en los cielos. No recuerdo cómo, ni por qué, pero tenía el
poder necesario para afrontar el problema. Hace días vagaba por mi mente el
melancólico sentimiento de ser único en mi clase, esa coyuntura emocional que
la humanidad ha enaltecido hasta el punto que cada individuo se presenta
como una especie diferente a la otra. Sin embargo, en mi caso pasaba algo de
otra naturaleza, era un fenómeno poltergeist andante con una habilidad
especial, como el que fue capaz de amasar y liberar dentro de la atmósfera esa
estrella de tales proporciones. Donde arrimaba la palma de mi mano derecha,
de haber alguna fuente de energía, era inmediatamente absorbida. Y eso
mismo me propuse hacer con ese sol naciente que se aproximaba a su
aparente destino.

Me trepé al edificio más alto que se había construido y allí, como haciendo una
oda a la soberbia, tapé el sol con una sola mano, lo atrapé y lo almacené en mi
brazo. La sensación que me quedaba en toda oportunidad luego de consumir
energía se asemejaba a la que podrían sentir los celulares cuando se los
conecta al tomacorriente, pero en esa ocasión presentía algo extraño. En mi
interior percibía un poder inconmensurable, casi desbordante, haciendo vibrar
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todo mi cuerpo. ¿Quién podría haber sido capaz de hacer eso? De no haberlo
detenido, la ciudad entera hubiera desaparecido en un santiamén.

Mientras bajaba del edificio, en mi piel se batían a duelo la resistencia que


oponía para que esa energía no se liberara y la fuerza que ejercía ese sol
buscando librarse de las cadenas de mi carne. La lucha comenzaba a
agotarme, mi consciencia comenzaba a abandonarme (si es que alguna vez
me acompañó). En un abrir y cerrar de ojos, ya me encontraba parado en el
medio de una de las calles, ¿Pero cómo, cuándo…? ¿Será que ese cúmulo de
potencia me permitió mover tan rápido como para que ni siquiera yo pudiera
advertir de mi descenso? Caminé unos pocos metros y de repente, a mis
espaldas, escuché: - ¡Señor deténgase, manos donde podamos verlas! -.
Sonaba a oficial. Giré, y no encontré uniformados, pero parecían autoridades
de mayor rango, a juzgar por sus disfraces de civiles.

- ¿Se les perdió algo, detectives? - contesté. – Tendrá que acompañarnos -, –


Perdón, pero ahora estoy un poco ocupado -, - Nosotros también, no se resista
o será peor -, - Si supieran… -. Uno de ellos intentó esposarme, pero fue inútil.
Las esposas comenzaron a derretirse en el momento que entraron en contacto
con mi piel. Se miraron entre los dos, y apresurándose sacaron de sus
respectivas fundas pistolas calibre 44 y me apuntaron. Podía sentir el miedo
que los apresaba, acorralando sus dedos contra los gatillos, abrazándose a la
esperanza por detenerme, lo cual me pareció bastante estúpido, pues mis
intenciones distaban de querer hacerles daño, ¿Pero cómo lo sabrían? Le
tenían temor a lo desconocido que yacía dentro de mí, lo que me permitió
reducir la dureza de los grilletes a la blandura propia de la manteca.

- ¡Alto! ¡No queremos lastimarlo! -, - Yo tampoco, dejen que me vaya. Esto me


parece una pérdida de tiempo. Un loco tiró como quien lanza un simple dardo a
la diana una bola de fuego contra la ciudad y ustedes… -, - ¡Calláte! ¡No hables
más o te disparamos! -, - ¿Me están escuchando o también les derretí los
tímpanos? -, - ¡En cuanto te atrapemos, después iremos por tu compañero! -, -
¿Compañero? ¿Pudieron identificar a la mente no tan maestra detrás de todo
esto? -, - ¡Eso no te incumbe, monstruo! -, - Bueno, entiendo que no nací con el
don de la belleza, pero no hacía falta decirme eso -. - ¡Basta! -.
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Un disparo “de advertencia” fue directo al centro de mi pecho, pero… Como


esperaba… Manteca. Mostrarme pacífico ante ellos no estaba funcionando, por
lo que tuve que actuar antes de que siguiéramos gastando pólvora en
chimangos. Imaginé que si generaba una fricción sutil con la energía que
estaba reteniendo podría aturdirlos sin que tuviera que lastimarlos, por lo que
chasquee los dedos, generando una pequeña onda expansiva. Los detectives
salieron volando unos cuantos metros sin resultar heridos de gravedad. Ellos
afirmaron mis sospechas, alguien estaba detrás del atentado, y se encontraba
cerca, por lo que me dispuse a buscarlo, y a devolverle lo que se le había
perdido, pero, ¿Por dónde comenzar? Estaba buscando a un sujeto cabizbajo,
para nada llamativo, y sobre todo calculador. Por accidente había sido yo el
que frustró sus planes, por lo que era muy posible que ese tipo estuviera
buscando al desgraciado que se robó su pelota. Lo que me seguía pareciendo
extraño era la o las causas de su actuar. ¡Iba a desaparecer una ciudad entera
por…! ¿Por qué?

De un momento a otro, empecé a sentir como si muchos gusanos estuvieran


desplazándose alrededor de mi cuerpo, al principio con calma, y después
acelerando su marcha, reptando con mucha rapidez. No pude aguantar la
fatiga de mis piernas por lo que me tendí de rodillas al suelo. Mi estómago se
retorcía con violencia. Me sujeté por la barriga con fuerza para amortiguar
fútilmente el dolor. Mis palpitaciones incrementaban, igualando el tempo de una
batucada. Infinidad de “comos” se discurrían por mi boca para describir lo que
me sucedía, pero ya ninguno se le asemejaba. Vi como una niña que me vio en
esa posición se acercaba tiernamente, estirando su bracito, y cuando sus
labios se preparaban para decir “¿Señor está…?”...

[…]

Como foco de la explosión observé en primera persona los acontecimientos


fatales que se daban ante mi mirada. La niña… ¡Carajo, la niña! De dulzura a
carne, de carne a huesos, y de huesos a polvo, las capas que dejaban al
descubierto la inocencia que escondía ese ser expusieron también la gravedad
17

del asunto. No solo ella había desaparecido… Ahí estaba yo, sólo con el
silencio y el cráter que se había formado debajo de mí. Los detectives, la
ciudad, mi familia, ya nada quedaba, solo el pulso de mí corazón que advertía
que no fui afectado por el desastre.

De entre el polvo y la nebulosa dentro de mi vista emergió una figura, que


pronto se manifestó como una silueta, y finalmente formó una persona
encapuchada que me tocó el hombro y me dijo: - ¿Qué hiciste animal? -.

La impotencia acumulada al ser consciente que no pude hacer nada para evitar
esa catástrofe contribuyó a que enloqueciera en ira y agarrara con fuerza el
cuello de ese monje.

- ¡Yo no hice nada! – Le contesté - ¡Podía hacerlo! ¡Podía… -, - ¿No recuerdas


nada? Has hecho lo mismo ciudad tras ciudad. Te paras sobre el edificio más
alto liberando una pequeña cantidad de tu poder que, con el pasar del tiempo,
va creciendo hasta formarse una supernova de proporciones, capaz de hacer
desaparecer una ciudad… Como lo has hecho ahora -, - ¿Qué? Eso no tiene
sentido -, - Ese es el destino que les depara a las personas como tú que
reniegan del poder que poseen y piensan que podrán deshacerse de él.
Siempre insatisfechos, siempre girando alrededor de la luz como la polilla, pero
nunca la tocan. Hay destinos peores que la muerte, y uno es negarte a vos
mismo, ya ves cuáles son las consecuencias. No importa cuánto quieras
retrasarlo o alejarlo, no podes olvidarte de vos mismo… -,

- Para, ¿Y vos de dónde saliste? -, - Soy vos, pero de un futuro no muy lejano.
Me complací con ver mi propia muerte tantas veces que terminé
transformándome en ella. Nos hemos cobrado innumerables vidas con tal de
experimentar una existencia que no nos haga vivenciarnos como ahogados
vivientes, siempre con el agua por encima de la cabeza, hijos dignos de la
Atlántida, suelo supuestamente perdido -, - Si se supone que venís del futuro,
¿Tu misión no sería advertirme sobre esta tragedia? -, - ¿Tendrías el valor de
cambiarlo todo y finalmente hacerte responsable por tu poder? -, - No lo sé,
pero si es así como decís, creo que sí -, - Toma mi mano… -.
18

[…]

A lo lejos, en el horizonte, una pequeña bola de fuego…

Terror móvil

Perseguido, corro lo más rápido que puedo sin importar el estado de mis
piernas. De cada calle, vereda, cordón, acequia, emergía a borbotones baba
desparramada por el deseo de saciar el hambre de mi cazador, entorpeciendo
mi paso, haciendo que la impotencia, el miedo y el cansancio se apoderaran de
mi tren inferior. A todo esto, revoloteaba dentro de mi boca una abeja que
pinchaba más y más fuerte con su aguijón mi lengua y revestimientos internos
de las mejillas. Sentía que mis gritos se precipitarían en cualquier momento, y
por más que quisiera callarme la sensación de ardor y dolor de la boca dejaría
escapar sollozos y calumnias. ¡No! Tenía que soportarlo, de lo contrario esa
cosa… Me… ¡Ni pensarlo!

Entrecruzando mis manos en mi boca decido seguir corriendo. Sentía como si


la sangre de mis pies me desestabilizara, haciéndome resbalar dentro de las
zapatillas. Cada vez más lento… Lento… L-e-n-t-o. T-e-n-g-o q-u-e a-v-a-n-z-a-
r. Me saco el calzado y veo el deterioro de la planta de mis pies, los dedos
estaban tan hinchados que parecían a punto de estallar, ampollas abajo y
arriba, heridas abiertas… Llevo las zapatillas a cuestas trotando casi cojo por
las puntadas que me daban las patas. El camino debajo de mí se había tornado
en una asombrosa tortura. Animales vivos y muertos, plantas, escombros eran
voyeurs de este suplicio andante con forma de humano. La ciencia del faquir
habría resultado conveniente, pues tramo a tramo las piedritas perdidas a lo
largo de la acera se convertían en clavos que se extendían hasta mis
pantorrillas bajo mi piel…

Ralentizado por el desgaste físico y mental, pensaba que parar y quedarme en


el lugar era una elección difícil, y que moverme, una imposible. De entre la
penumbra oigo nuevamente un salivar goteante en el suelo, sonido que se
acercaba más y más. Calor y frío se libraban se compaginaban dentro de mi
19

cuerpo, uno quería que escapara, y el otro que me frisara donde estaba. ¿Qué
debía hacer? De una manera u otra, un animal se encargaría de terminar con
mi desdicha. La abeja en mi boca comenzó a moverse frenéticamente, parecía
que también le tenía miedo a la cosa que casi pisaba mis talones. Piquete tras
piquete, zumbido tras zumbido, la idea de resistencia en mi cabeza perdía su
viscosidad, y ya no se deslizaba entre mis pensamientos, solo se desvanecía
lentamente, dándole lugar a otras, aceptar el dolor del que ya era mártir y
recibir bienaventurado el que estaba por venir. Las rodillas me temblaban
terriblemente, el aire escaseaba dentro de mis pulmones… Finalmente, me
dejo caer al suelo. Primero impactan mis muslos y luego mi rostro, patinando
con la carne expuesta del cachete cual disco de curling unos pocos centímetros
sobre la vía que había sido testigo de mi larga, pero a la vez corta agonía.

Levanto mi cara, miro escasamente hacia los costados y adelante, y no veía


nada, quizás porque era de noche y no había ninguna luminaria que me
agraciara con algún halito de luz, pero, de todas formas, había perdido todo
rastro de mi perseguidor. Trato de recuperar un poco el aliento y… Caía muerta
la abeja de mí boca, como si junto a la desaparición de mis ganas de luchar y
sobrevivir que minaban la extensión de mi ser con anterioridad también se
hubiera extinguido la existencia del insecto.

Era extraño, pero esos instantes apremiantes de tranquilidad tenían un aroma a


mate de mamá, a café con leche de la abuela, a las caricias y miradas de mi
novia, a… Una mordida se incrustó con violencia en mi nuca, luego en mi
cabeza, y comenzó a despedazar y arrancar nervios, músculos, carne, y piel,
meticulosamente, como si fuera una experta en lo que hacía. La inevitabilidad
del momento me permitió escuchar como el sadismo reinaban las fauces que
mordían sin cuartel los pedazos de mí que habían obtenido de unos cuantos
bocados. El sufrimiento terminaba… O eso creía. Como si le hubiera
repugnado mi sabor, la “bestia” que no alcancé a divisar se alejó corriendo de
la escena, dejándome tirado a la intemperie, expuesto a otros posibles ataques,
pero no fue así. Cuando pude componerme sobre mis dos pies, encarrilé mi
espalda hasta enderezarme, y ahí estaba yo… ¿Ileso? Toco el cogote y el
marote, y no había rastro alguno de sangre, tampoco de mordidas. Reviso mis
20

pies y las profundas heridas que me había causado la persecución ya no


estaban. Mis muslos y mi cara, intactos. ¿Qué pasó, qué había sido todo eso?

[…]

- ¿Otra vez se puso en pedo? - preguntaba Jacinto a doña Marcela, vecinos


aledaños a lo que estaba ocurriendo.

– Sí, otra vez, y parece que esta vez le agarró una sed peligrosa incontrolable.
Ayer lo vi pasar por esta misma calle, con dirección al Bar de Pocha -, – ¡Ay,
Dio´! ¿Cuándo será el día en que…? -, – Usted hágame el favor de cerrar el
pico, don Jacinto, mire que puede estarse escupiendo en la cara, no sé si me
explico -, – Sí, entiendo… vieja de mierda -, - ¿Cómo me dijo? -, - No nos
vayamos de tema, Marcela, y mire lo que le está ocurriendo a ese pobre
hombre -.

- Los hay de todos colores y clases – observaba doña Marcela – pero este
borracho parece del tipo que les gusta correr. – Parece asustado – analizaba
Jacinto, a juzgar por el rostro del muchacho – como si estuviera… ¿Huyendo? -
. – Y si lo está haciendo, ¿De qué está huyendo exactamente? -, – No lo sé a
ciencia cierta, Marce, aunque puedo hacerme una vaga idea de ello -, - ¿Usted
lo sabe? Cuénteme, entonces -.

– Como sabrá, con su marido, luego de salir del trabajo en la fábrica, nos
íbamos al Bar, bendito Bar, los fines de semanas para descontracturarnos de
las peripecias de la semana -, – Sí, para luego contracturar a sus familias con
el olor a muerto que traían -, – Marcela, por favor, déjeme continuar. Como
decía, allí nos dirigíamos y bebíamos, codo a codo, siempre a la par. A don
Romualdo le gustaban las bebidas blancas, a mí no. Sigo prefiriendo el Vermut,
el Fernet Branca, el Gancia, y una que otra cerveza negra -, – Bueno, ambos
son de gustos refinados -, - Siempre digo que si hay que tomar, que sea algo
bueno, y así era. Luego de que ambos nos quedamos sin laburo empezamos a
ir más seguido a lo de Pocha -. – Sí, eso es verdad -.
21

- Su marido era el más parlanchín – confesaba Jacinto - en esa época. Yo, por
el contrario, me concentraba, para no decir que me perdía, en los islotes de
espuma que se formaban dentro de mi cerveza, fantaseando con la posibilidad
de poder zambullirme en esas aguas turbias llenas de alcohol y desaparecer
del mundo, al menos por unos días. Más de una vez habré intentado tirarme de
cabecita al vaso, pero Romualdo me detenía, diciéndome “¿Usted es pelotudo
o le pica?” -, - ¡Tan suave como siempre mi Romualdo! – reponía Marcela.

– Luego de recuperarme de mis maquinaciones, su marido casi siempre


suspiraba con fuerza, dejaba de lado su vaso empinándose la botella de
whisky, la volvía a apoyar en la mesa y decía: Por más que trate, la bestia
nunca deja de perseguirme -, - ¿La bestia? -.

Mientras hablaban, doña Marcela no puedo evitar detenerse en el espectáculo


que el velocista les estaba ofreciendo a tan tempranas horas, un domingo a las
09:00. Vio cómo se retiraba poco a poco de sus pies los zapatos que traía
puestos, cómo prosiguió su escape cojeando, y cómo luego terminaba por
caerse, arrastrando sus muslos y luego su cara por el suelo. Como no podía
ser de otro modo a los dos vecinos se les escaparon unas cuantas risas. Pero
aún Jacinto no terminaba de hipotetizar el por qué o de qué huía ese joven, por
lo que se compuso y decidió continuar con la explicación.

- ¿En dónde estaba? – Recordaba Jacinto - Claro, la bestia. Las primeras


oportunidades que me la nombraba no entendía a qué diantres se refería, pero
pasados los días en que evocaba esa figura comencé a percatarme de que era
algo, como decirlo, tenebroso -, - ¿Tenebroso? – Preguntaba Marcela - ¿Qué
tanto así? -, – Era un temor profundo. Parecía que con cada trago de whisky
ahuyentaba a esa creatura que, hasta el día de hoy, no he podido ver -.

Por unos segundos se dio lugar un silencio reflexivo, uno de esos que dibujan
eternidades en el aire, haciendo del respirar y el pensar labores que pueden
tardar años, inclusive eones, hasta que la consciencia vuelve a posarse en sus
aposentos mundanos y cae en la cuenta de que solo han pasado unos tiernos y
fugaces minutos.
22

– Es la culpa, don Jacinto. A eso se refería mi marido, y creo que es lo mismo


que está persiguiendo a ese muchacho -, – Explíquese, doña Marce -. – Por
esos años, mis hijas y yo veíamos a Romualdo sufrir por el hecho de que se
sentía inútil por no poder traernos un plato de comida a casa. Yo trabajaba de
ama de casa, y con ese poco nos arreglábamos, pero él quería ser el sostén
económico de la casa. Discutimos muchas veces por ello. Entenderlo lo
lastimó, caló muy profundo en él, y comenzó a ir más seguido a lo de Pocha.
Pretendía alejar todo ese dolor con alcohol, pero lo único que hacía era retrasar
lo inevitable: Tarde o temprano, la bestia vendría y se llevaría un pedazo de él.
El pobre pensaba que nos debía mantener, ¿Y cómo reprochárselo? Si
culturalmente estaba (y, hoy día, en “ciertos casos aislados”) mal visto que la
mujer trabajara… fuera de casa. También nombraba una abeja que revoloteaba
dentro de su boca, que lo picaba, y que por la hinchazón no lo dejaba hablar.
Creo que se refería a todas esas palabras que pudo haber dicho para pedir
ayuda, o para decirse a sí mismo que aceptara lo que le estaba ocurriendo,
pero las pobres nunca vieron la luz del día. No lo sé, capaz eran cosas de
borracho y yo aquí lo estoy aburriendo con mis metáforas -, – Al contrario, doña
Marce, al contrario… -.

De repente, los dos viejitos vieron levantarse de su caída al muchacho. Este los
observó por unos segundos, construyendo entre ellos una frontera divisoria que
marcaba “nítidamente” el paso del sinrazón a la cordura, un arrebato estético
que avanza lentamente a la comprensión de lo que les estaba sucediendo a los
tres. Corrió la mirada hacia su delantera, y se dispuso a seguir su camino,
donde más bestias persecutas y linchadoras podrían estarlo esperando a la
vuelta de la esquina, o donde simplemente hallaría el corte de la cadena de
culpas que la sociedad le inculcaba a la fuerza, esos terrores móviles que se
acuartelan dentro del cuerpo, hasta que uno los supera, concluyendo con una
rueda de deudas que nunca hizo girar.

Pavos reales
23

- Donde los demás ven agua, yo veo pavo reales - decía Sergio, un viejo
jardinero, a las personas que lo contrataban. Algunas pensaban que era un
charlatán, y otras prestaban atención al posible significado de esas tan raras
palabras. ¿Qué relación podrían tener el agua y los pavos reales? Es sabido
que es indispensable una hidratación constante para el organismo de todo ser
vivo, pero nunca antes alguien había asociado al líquido con un ave.

Un día, un joven de 17 años, Eliseo, escuchó hablar a sus padres sobre el


extraño léxico que manejaba el jardinero que habían contratado. El muchacho
era simpatizante y amante de la poesía y de la filosofía, y el único autor que
siempre lo acorralaba contra el diccionario era Friedrich Nietzsche. Era
imposible, según él, que el lenguaje de un obrero de esa clase pudiera
equipararse en oscuridad al del filósofo alemán, por lo que se propuso a
indagarlo.

Mientras Sergio regaba el jardín, Eliseo aprovechó la oportunidad, se le acercó


y le preguntó: - Sergio, disculpe la molestia, pero quería preguntarle algo.
¿Usted alguna vez leyó a Platón, a Sófocles, a Esquilo, a Homero, o, no sé, a
Cicerón? -, - No patroncito, nunca los leí, porque no sé leer. Es la primera vez
que escucho de ellos, ¿A qué se dedicaban? - replicaba el jardinero.

El muchacho, atónito, le explicó cuál eran los oficios de aquellas magnas


personalidades, y seguido a esto volvió con su indagación.

- Si no sabe hacerlo, ¿Cómo puede ser que sus palabras sean tan profundas y
rebuscadas, como sacadas de un ensayo filosófico? -, - No le quiero complicar
la vida Eliseo. Lo que dicen de mi es pura fantasía de quienes me contratan.
Me escuchan decir que donde los demás ven agua, yo veo pavo reales, y
piensan que soy un sabio incomprendido, ¿Me entiende? -.

Dicho eso, Eliseo arremetió en la conversación con una última pregunta: - ¿Y a


qué se refiere cuando dice ver pavo reales en lugar de agua? -. Sergio, con una
sonrisa en la cara, le confesó el secreto de su frase: - Mira, veni. Agarra la
manguera con la que estoy regando el jardín, presiona levemente con el dedo
gordo la punta, mira con atención y decime, ¿Qué ves? -.
24

El muchacho se percató de que el agua que salía despedida dibujaba la cola


un pavo real, y el sol refractado en las moléculas del líquido reflejaba un
arcoíris que mostraba a los ojos los colores de las plumas del ave. Cuando
pudo entender al fin lo que sucedía Eliseo sonrió, le agradeció a Sergio por su
tiempo, y volvió a las inmediaciones de su hogar. Se dirigió a su cuarto, agarró
un lápiz, una hoja de papel, y escribió esta reflexión:

¿Qué es la inspiración? ¿Arte de sabios u ocurrencia creativa de quienes


ignoramos? Capaz la profundidad y la dificultad de lo innovador son cualidades
que sus creadores le confieren para hacerlo inaccesible a cualquiera, pero,
¿De qué les sirve? Tarde o temprano alguien descubre los trucos de estos
magos, y justamente no son los más inteligentes, más bien son los más
ocurrentes. No es la droga, no es un misticismo complicado, es una idea
sorpresiva que conmueve a quien la tiene, y luego a quienes la escuchan. Es
una asociación tan extraña que incluso se presenta inentendible hasta para las
mentes que las gestaron y les dieron a luz. Pero, creo también que es una
forma muy apasionada y diferente de ver las cosas. Puede que donde muchos
vean agua, otros vean pavo reales, como un amigo mío, Sergio. Es probable
que la naturaleza lo haya dotado de tal sagacidad como para concebir al líquido
de esa forma, pero prefiero pensar que la simpleza de su conocimiento le hace
observar con más inocencia y belleza los objetos en el mundo. Hoy conocí a un
poeta que no sabe leer palabras, pero sí la vida. Creo estar empezando a
entender que las cosas más bonitas son las más sencillas.

Similitudes ()

Nuevo sol, nuevos párpados abriéndose como los girasoles ante las primeras
caricias del febo, nuevas lagañas acumulándose, nuevas sábanas y cobertores
volando alrededor mío, en fin, serie de novedades que revolotean frente a mis
ojos. El desayuno sabe a desayuno, pero con menos azúcar y manteca, la
mesa parece mesa, pero con más migas de pan, y mis pies desnudos parecen
pies, pero con más pasillos caminados. Saludo para toda la familia que trabaja,
25

supongo, desde horas antes a que me haya despertado, y mi rostro vuelve a


inundarse de mundana cotidianeidad.

Camino hacia el trabajo, imaginando que lo mío no es caminar, sino más bien
volar, o reptar con más gracia, para hacer del recorrido una interesante y digna
travesía de ser contada. Llego y la calma mimó mi corazón, como esos
mágicos solos de guitarra que asaltan los sistemas circulatorios, remplazando
venas por cuerdas, introduciendo esas veloces y precisas digitaciones en el
cuerpo, haciendo emerger una melodía subterránea que nos acompaña
durante el día. Sería extraño no escuchar a mis compañeros despotricar con
que la humanidad es rara, que todo se fue a la mismísima bosta, que la
presidente esto, que el ex presidente lo otro; desafinaciones que equilibran mi
casera armonía.

Cargo con algo de comida devuelta a casa, sintiendo otro peso más en mi
espalda, agregado que siempre está ahí, que no puedo descargar ni siquiera
durmiendo, pues es condición sine qua non de mis sueños, incluso de mi
vigilia. Antes de pasar la entrada, me aseguro de sacudir con sabor el cuerpo
para despabilarme de tanto existencialismo y así evito contagios innecesarios a
los internos. Bienvenida por parte de los integrantes, y me siento a esperar a
que la comida esté lista.

[…]

- Mira, yo te explico - decía el abuelo – hay cuatro clases de hormigas en todo


hormiguero: Las obreras, que salen en busca de hojas para alimentar a la
colonia entera, las soldadas, que son un poquito más grandes y fuertes que las
demás, protegiendo al grupo de ataques de insectos intrusos, los zánganos,
que fecundan a la reina, y esta última es criada y cuidada para incrementar el
número de hormigas -.

El nieto de Julián quedó un poco confundido con el cuento del nono, por lo que
acometió con algunas preguntas, y así aprovechar ese repentino manantial de
26

sabiduría que tarde o temprano podría perderse de no ser examinado y


explotado.

- ¿Y cómo eligen a la reina? ¿Realizan algún tipo de elección como nosotros,


emitiendo en sus televisores spots publicitarios? Y de ser así, ¿Pueden ser
fraudulentas sus elecciones también? -, - ¡Ja, ja! No, Marianito, ¡Qué
ocurrencias las tuyas! Esos animalitos no eligen, la necesidad los hace actuar
para poder sobrevivir. La reina surge de entre ellos como los granos de tu
hermano mayor, espontáneamente y sin previo aviso -.

- ¿Y nosotros no hacemos lo mismo, abuelito? En la escuela estamos


estudiando la división política de los gobiernos federales y cómo los elegimos
para que, por ejemplo, el poder ejecutivo ejerza sus funciones mediante un
presidente, un gobernador, un intendente que, a su vez, nos gobierne. Y
pasaría lo mismo con el legislativo y el judicial: Necesitamos que otra gente
haga esas cosas por nosotros, porque… ¿Por qué nono? -, – Yo diría que
todos esos son unos verdaderos zánganos, ¡Ja, ja! Pero creo que viéndolo así
las hormigas eligen a la reina y respetan los lugares que les corresponden en la
colonia. Sin embargo, tanto ellas como nosotros somos intercambiables.
Cuando un diputado renuncia, otro ocupa su lugar, y lo mismo para un juez, o
un gobernador. Lo que sí no podría decir que nos vean como iguales. Creo que
nos ven como insectos, por eso no les cuesta trabajo pisarnos con fuerza cada
vez que el bolsillo se los demanda -.

- ¡Papá! - decía Imelda desde la cocina de casa - ¡Deja de llenarle la cabeza a


Mariano con esas cosas, vení y ayudanos a poner la mesa! -.

– Uno habla como adulto y hace pensar al chico y ya lo acusan de llenarle la


cabeza de “cosas”, che -, – No es eso. Desde que te levantaste no hiciste más
que sentarte en tu sillón a tomar mate, y dicho sea de paso ni a mí ni a la mami
nos ha llegado un solo mate -, – Detalles, hija, detalles -.

- ¡Qué detalles, Julían! - increpaba al viejo su esposa Gladis, mientras sacaba


una tarta de acelga del horno – El día que me muera voy a querer ver qué
haces sin mí -, – No voy a poder verte, como vos tampoco a mí, y eso es lo que
27

más me dolería, ¿A caso alguien dudaría que la vida sin mi amor de nada me
valdría? -.

– Deja de chamuyar, papá, y pone la mesa -, – Puta madre, che -.

[…]

Terminado de comer y con la panza llena, me dirigí al patio para hacer la


digestión. Si bien disfruté ver a mis compañeros de trabajo, maldigo sus
malditos comentarios sobre la presidente y sus malditas maldiciones sobre el
posible destino de nuestro mundo. Con solo detenerme en sus palabras hacía
que el recorrido de la comida hasta mis intestinos fuera una pamplonada
pesada, toros apiñándose entre las calles de mis entrañas mientras que caen,
suspendiéndose por el amontonamiento, siéndome suspendido disfrutar de los
roces de brisas traviesas y pasajeras. Como si fuera poco, empezaba a
nublarse y mi rostro comenzaba a tomar la forma de mi trasero; experiencia
nada grata para ninguno de mis familiares. Pero esta vez no habría ningún
efecto sobre los demás, sino solamente sobre mi espalda, que sonaba más y
más como un pan crujiente, hasta que mi cara quedó aplastada en el suelo y a
duras penas podía respirar. Me pisó… Un humano… La muerte… Agregado a
nuestros lomos… Soportamos cargas que superan en cuarenta veces nuestro
peso…

[…]

- ¡Marianito! ¿Dónde estás nene? - exclamaba Julián mientras salía al patio de


la casa a fumar el pucho digestivo del día.

- ¡Abu, abu! ¡Hice algo malo! ¡Pisé una hormiga y ahora sus amigas no saben
qué hacer sin ella! ¡Se han vuelto locas y corren alrededor de ella! -, – Vení,
mira, no hiciste nada malo, pasa todo el tiempo, a los humanos también nos
pasa. Te daría la explicación complicada, pero por el momento te diré que
ninguna de ellas está sufriendo, solamente se están volviendo a ordenar.
28

Quedémonos un ratito al lado del cadáver y vas a ver que el abuelo tiene razón
-.

Al cabo de unos minutos, realizando los arreglos funerarios necesarios, tres


hormigas se llevaron los restos de la que yacía aplastada en el patio de la casa
de los Giménez. Julián agarró de la manito a su nieto y lentamente lo guió al
lugar donde estaban transportando al insecto muerto. Dio una última pitada al
cigarrillo, exhaló lejos de Mariano y la magia que pululaba en aquel momento,
tiró la colilla de un buen tincaso por encima de la medianera del vecino, y se
dispuso a continuar el documental de vida salvaje que estaba ofreciéndole al
niño.

- ¿Por qué se la están llevando? ¿Se la van a comer? ¿Nosotros hacemos lo


mismo, abu? -, - ¡Ja, ja! Tu madre dice que te lleno la cabeza de basura, pero
yo pienso lo contrario. Es así, se alimentarán de su amiga muerta. Ellas no lo
ven como algo malo, pero tampoco como algo bueno. Como te decía, sucede
que se están reorganizando, su vida de colonia sigue, no hay tristeza, como
tampoco felicidad, es lo que es. La existencia de las hormigas no se diferencia
mucho de la nuestra. Nos alimentamos de los demás de otras formas, en una
charla, una comida bien hecha, como las que sabe hacer la abuela, un beso,
un abrazo, convidarnos un pucho, un mate, una cerveza, y la lista continúa
hasta los zánganos que se devoran las billeteras y carteras de las personas a
las que le cobran impuestos -.

- ¿Y si la abuela se muere vos también sabrías cómo reorganizarte? ¿Te


llevarías su cuerpo hasta la pieza que comparten, te la comerías y harías de
cuenta que no está mal lo que estás haciendo? -, - ¡Qué chivato tan ocurrente!
Me agrada hablar con vos, ¿Sabías eso? Me sería difícil, en verdad. La abu y
yo nos conocimos de muy jóvenes, sería lo que dicen como mi primer amor.
Ciertamente daría vuelta alrededor de su recuerdo, como las hormigas
circundando el cuerpo de una amiga muerta, y supongo que estaría muy triste,
pero creo que si algo podría saciar mi estómago son los momentos felices,
como también los tristes, que pasamos juntos, las charlas que mantuvimos, los
sitios que conocimos, las fiestas bailadas, los embates de la vida que
29

resistimos. Estaría satisfecho hasta el final de mis días con la idea de que tuve
el privilegio de haber conocido y vivir junto a Gladis Imelda Rodríguez -.

– Tiene razón la mamá, sos un chamuyero abuelo -, - ¡Ja, ja! Vení y dale un
abrazo a tu abuelo, pendejo -.

Vivos recuerdos

- Quizás las lágrimas sean como esos nubarrones llenos de agua que nublan la
vista pero que despejan las emociones, empapándonos el cuerpo no solo con
lluvia, sino también, o con la pesadez de un dolor insoportable, o con una
alegría sin igual - leía atentamente Nicolás en una nota que había encontrado
en su pieza, su bunker de lectura. Lo corriente sería que él podría reconocer
como propia la anotación que había hallado en el suelo de su cuarto, pero este
no era el caso. Parecía algo que él habría escrito en un pasado perdido, en uno
muy presente, pero no podía reconocer la autoría de la letra de la misma.

- ¿Mamá habrá entrado y dejado esto aquí, o Victoria, o papá? No lo sé, hasta
el momento pensaba que el único que escribía acá era yo. Debería entrevistar
a cada integrante en esta casa y averiguar quién hizo esto, ¡Es una obra
maestra! -.

- Má, ¿Vos escribiste esto -, - ¿Qué cosa Nico? Dejame verlo - decía Alejandra
a su hijo que había emprendido la tarea detectivesca de descubrir al artífice de
ese crimen perfecto.

– Hijo… ¡Es hermoso! ¿Lo redactaste vos? ¡Te felicito corazón! -, - No, no lo
hice yo, por eso te preguntaba si sabías algo al respecto. Le voy a preguntar al
papá a ver qué onda -.

- Pá, ¿Vos tenés idea de quién pudo haber compuesto esta nota? -, - ¿A caso
no sos vos el Charles Bukowsky de la casa, campeón? ¡Ja,ja! - bromeaba
Gerardo con su hijo – A ver, pasame eso -.

El padre de Nico se acercó la nota a la vista más de lo que cualquiera en la


casa podría hacerlo, debido a una pequeña ceguera que lo aproximaba más al
30

murciélago que al topo (“Daredevil”, apodo propinado por su esposa), leyó su


contenido y, al cabo de unos minutos bajó lentamente la mano con la que
agarró el textito, inclinó ligeramente el rostro hacia el piso y con la otra mano se
tomó por los ojos, queriendo retener sus ya incontenibles lágrimas.

– Es muy bueno, hijo. Parece algo que el abuelo habría escrito -, - ¿El Abu?
Pero no puede ser, si él… -, - Ya sé, pero esto tiene impregnada su impronta.
Si no fue él, ¿Entonces quién? -.

Dejando a su lacrimoso padre en el sillón donde religiosamente leía todos los


días la sección de los clasificados del diario, se dirigió a entrevistar al último
miembro de casa, Victoria, que se encontraba en su cuarto.

– No creo que Viqui haya… ¿Será que…? No sé, estoy muy confundido. Las
esperanzas de encontrar al autor no serían escazas si al menos le preguntara
al perro y me contestara si supiera algo al respecto… -.

Tocó la puerta del cuarto de su hermana mayor al ritmo de “We will rock you”
de Queen, código de identificación que convinieron los dos para evitarse
intromisiones incómodas en los aposentos de cada uno.

- ¿Qué pasó Nicolás, qué necesitas? -, - Te quería hacer una pregunta, ¿Vos
escribiste esto? -, - No tengo ese raro hobby tuyo, pero bueno, te voy a seguir
la corriente, dejame ver -.

Miró por unos minutos la nota, miró en dirección al techo, cerró con calma los
ojos, volvió la mirada a su hermano menor, y no puedo evitar hacerlo con un
importuno mar ocular.

– Nico, ¿No te acordas de esta nota? La escribiste con el Abu hace unos
meses, antes de que el cáncer… Bueno, ya sabes -.

- ¡¿Qué?! - gritó desconcertado - No, no puede ser. ¡No puede ser! -.

Impulsado por el portazo que dio al cuarto de su hermana, Nicolás corrió


desconsolado a enterrar su cara contra la almohada de su cama para intentar
hundir el húmedo sufrimiento que lo rebalsó en el momento.
31

- ¡Ya sé que el Abu escribió esa nota conmigo, pero quise hacer de cuenta que
otro pudo haberlo hecho, para que por lo menos su recuerdo no doliera tanto! -.

Se sentó, se secó inútilmente los ojos, y prosiguió un terapéutico soliloquio. -


Nos pusimos a poetizar sobre el llanto por la tarde, en mi pieza, compartiendo
el mate que se movía como un loco peón de ajedrez, jugando entre nuestros
paladares hasta que dimos jaque mate al silencio y pronunciamos estas bellas
palabras. Me abrazó y me felicitó por lo mucho que había afilado mi pluma, en
comparación con las primeras cosas que redacté de chico, me dio un beso en
la mejilla y… ¿Cómo olvidar lo que me dijo? “Puede que este bicho me esté
matando, pero jamás aniquilará las huellas número 47 que acá dejo. Sé que
me vas a extrañar mucho, Niquito, pero cada vez que leas y cites esto te
aseguro que no volverás a un cementerio de tumbas vacías, sino a una
festividad mexicana, con sabor a tacos y tequila, sintiéndome desde el más acá
de tu corazón. Recorda las palabras que hoy hemos manufacturado, me
encontrarás en cada una de ellas.” -.

Incorporándose en su cama, Nicolás dejó de lado la tristeza que se había


apoderado de él, y dibujó en su cara una amplia sonrisa, no sin derramar
alguna que otra cálida gota de alegría sobre la alfombra de su cuarto.

– Sé que a mis veinte años las personas esperarían una actitud un poco más
“adulta” de mi parte, pero no todos los días un familiar muy amado surca raudo
hacia vaya-a-saber-dónde, luego de que la llama de su existencia deje de fluir
en la tierra y acoger en vida a sus seres más queridos. Sin embargo, finalmente
entendiendo lo que aquel día compusimos juntos, Abu, y junto con tus
palabras, leo con más claridad esta situación. Te hago inmortal cada vez que
digo esta especie de hechizo, convirtiéndote en mi fantasma preferido, ese que
juega detrás de la cortina del baño hasta que mi curiosidad lo obliga a cambiar
de escondite. Siento que estoy inspirado para escribir algo, ¿Me acompañas,
nono? -.

– «Claro, Niquito, manos a la obra…» -.


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Vivo para vos

In memoriam

- Hola hermano, ¿Cómo has estado? Hace mucho que no te veía -, - ¡Eh,
Lauchita! ¿Qué andas haciendo por acá, querido? Yo estoy bien, por suerte.
Bah, viste cómo es esto, “bien”, sinónimo de “Ahí ando, viviendo. Tirando pa´
no aflojar” -, - Hubiera dicho lo mismo, pero ahora que te veo… Estoy
complicadamente bien -, - ¡Ja, ja! ¿Complicadamente? No cambias más,
guacho. De pedo manejo el español y venís hablándome en Lauchañol -, -
Bueno, sabes que no tengo cura -, - Y los que te escuchamos, ¿Nos podemos
curar de Lauchitis crónica? -, - ¡Ja, ja! ¡Anda, cabrón! -.

- Che, y contame, ¿Qué has hecho? ¿La facultad? ¡Larga, larga! -, - He escrito
mucho en este último tiempo, me junto a menudo con los chicos, de vez en
cuando salgo a caminar fumándome un puchito. La facu, joya, hasta el
momento. Me complicó un poco bastante la existencia el no poder cursar
presencialmente, pero como la cuestión fue virtual ingresaba al aula por la
compu, teniendo la facultad a dos pasos, de mi cama a la silla del escritorio de
mi pieza, aunque había veces que el colchón también se convertía en pupitre -,
- ¡Muchas buenas y pocas malas! ¡Muchas de cal y pocas de arena! (Ponele)
Eso es lo importante -, - Sí, es verdad. No la he pasado tan como el traste -.

- ¿Y por qué lloras, entonces? Pareciera que la felicidad te pesara, como si te


tirara de las huevos, ¡Ja, ja! -, - No sé si pueda contártelo. Es… privado -, - ¡Ay,
dale, soplagaitas, tira! Soy yo, ¡Justamente a mí me vas a ocultar algo! -, - Es la
plaza. Me trae muchas memorias -, - A mí también, pero mejor no recordarlas a
todas -, - ¿Qué loco, no? Y pensar que este lugar dio pie a que fuésemos muy
buenos amigos. Nos encontrábamos acá y pateábamos para cualquier lado,
hablando de la vida mientras pucheabamos -, - Y lo seguimos haciendo,
aunque los debates sean más cortos. No puedo caminar largas distancias, ni
hablar tantas giladas como antes. Son los años Lauchita, y eso que todavía no
cumplo los ochenta. ¿Qué cagada el tiempo, no? -, - Ni me lo digas, hermano.
Igualmente dimos dos vueltas a la plaza, ¡Estás en forma todavía, no te hagas
el gil! -.
33

- Querrás decir en forma de pelota, ¡Ja, ja! Perdí la esperanza de llegar esbelto
al verano hace tiempo, ahora simplemente quiero llegar, no importa la
estación… ¿Por qué seguís llorando? -, - Pasa que me acordé de la discusión
que tuvimos hace tiempo sobre los judíos -, - ¡Qué pesado que te pusiste, peor
que vaca alzada! De todas formas no hay por qué culparnos gravemente:
Estábamos re-contra-archi-mega tomados, ¿Qué era lo peor que podía pasar?
¿Cagarnos a piñas y que te arrancara la cabeza de un sopapo? -, - Buena,
tarado, ¿Con esos brazos me vas a pegar, gordito? -, - Sigo teniendo el toque,
¿Eh? No me jodas más o te aplico karate del bueno en la jeta, pichón de
mamut -, - ¡Ja, ja! Ya fue, deja. ¿Otra vez te vas a poner violenta, estúpida? -, -
Pará, hablábamos de los judíos. Espero que te hayas calmado con esa
cuestión -, - Sí, creeme que sí -.

- ¡Loco, deja de llorar! La gente nos está mirando raro, Laucha. En serio, ¿Qué
te pasa? -, - Es que te extraño, te extrañamos mucho -, - Bah, pero si estoy
acá, ¿O no?... ¿Ya vas a empezar con tu filosofía, culiado? Aflojale a la
alcachofa y al cardo mariano, hermano -, - Es… Difícil de explicar, pero no
quiero mencionarlo -, - ¡No hagas que el gordito te aplaste! ¡Tira! -, - Extraño
nuestras caminatas por la plaza -, - Pero si estamos caminando, ¿De qué corno
estás hablando? -, - No quiero decirlo. Siento un frío cementerio en la garganta
que me la desgarraría si libero los muertos que descansan dentro -, - Laucha,
¿Qué decís? Ah, ya sé, deja, creo saber qué es… Tengo un moco fuera de la
nariz y te avergüenza decírmelo, ¡Qué desconsiderado que sos, bruto, tontis,
malo! -.

- No es eso… Pipo, estás muerto -, - ¿Qué, cómo, cuándo, dónde? ¡Na´ que
ver, loco! Hoy no es día de los inocentes. No te salió el chiste -, - Es que no es
una broma, ¡Es verdad, perro! -, - ¡Ay, Lauchita! ¿No serás vos el muerto que
cree hablar conmigo? Más de una vez te he sentido cual sapo de otro pozo en
tus momentos de “lucidez” con nosotros, como si percatándote de un engaño,
te hubieras dado cuenta de que te habíamos hecho creer que te conocíamos,
que eras cercano, que eras nuestro querido amigo, nuestro Laucha, pero que,
en realidad, todo este tiempo hubieses sido el amigo de otras personas, un
muerto, en verdad. Contestame esto, y seme sincero: De seguro has probado
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otros chimichurris que yo no preparé. Cuando los probaste, ¿Eran como los
míos? -, - No, ¿Pero y eso a qué viene? -.

- Ese sabor que falta entre tus papilas gustativas, esa textura perdida, ese color
a ausencia con que pintas tu vida se debe a la carencia de una identidad. No
sentís que esos aderezos hayan sido hechos por mí porque no tenían mi toque
personal, mi firma. Así es obvio que, más temprano que tarde, el olvido se
acuerde de vos si no incrustas tu esencia en cada puta cosa que haces. En el
momento en que quisiste imitar el estilo y el pensamiento de tus filósofos
favoritos hiciste una religión de ellos, perdiéndote en el camino de su
conocimiento, lo cual no creo que quieras seguir haciendo, ¿O sí? -, - Bueno,
ya sabes que… -, - ¿Qué no tenés cura? Esa es excusa de cómodos y
conformistas en su más alto nivel, y vos no sos eso, Laucha, yo sé lo que
vales, sé quién sos… ¿Vos lo sabes? ¿Seguís respirando, o te has convertido
en un huérfano de la vida? -.

- Son muchas cosas que tengo que pensar -, - No las pienses, vivilas, pelotudo
-, - Gracias por esas palabras, las necesitaba -, - ¡Si se nota que “el gordito” te
tiene que venir a cachetear un poco para que bajes de tu nube de pedos! -, -
Hermano, hemos dado seis vuelta alrededor de la plaza, sigamos por el boule,
¿Te parece? -, - No, no puedo -, - ¿Por? ¡Vení, tarado! -, - Este fue, es y será el
punto de encuentro que afianzó nuestra amistad. ¿Te acordas cuando te pedía
que vinieras a buscarme porque me daba miedo cruzarme con la madre de mi
hijo, y así evitar que me diera sólo un ataque de ansiedad? Estabas ahí cuando
lo requería, y por eso yo tampoco me moveré de acá, no pienso hacerlo. Este
lugar me trae tan hermosos recuerdos, y no quiero perderlos de vista ahora
que… Bueno, ya sabes, ahora que vivo acá para vos. Anda, hace la tuya, y
cuando quieras volvé, acá voy a estar. Yo te espero -, - ¿Y te vas a quedar
parado hasta que vuelva? -, - Obvio, culiado. Como no me canso, quiero
aprovechar a caminar. Voy a estar entrado en calor para cuando regreses por
otras caminatas. Estaré más flaco también, ¡Ja, ja! -, - Bueno, Pipo. Hasta
pronto -.

- Che… ¿No me vas a convidar un pucho? -, - Obvio, querido, los que quieras -
, - No seas chamuyero y dame uno -.
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Ida y vuelta al infierno

Avanzando a ciegas, jugando al pan y queso mientras mi cuerpo se calcina,


oigo las voces de quienes se marchitaron de pasada en mi mundo para
convertirse en abono del abono. Cada pisada se hace eco como gritos de
desesperación, arañazos en el suelo, mordidas en los brazos, tiradas de pelo,
en oídos ajenos. Mi mirada, muerta por comprender que el sol no se mostraría
más que en tímidas alucinaciones detrás de las nubes, se contenta con ver el
eterno arrebol reflejado en esta atmósfera donde el clima no mejora, solo se
despeja para exponerse un cielo nuboso más extenso.

El camino se ha vuelto rudo para mis pies que avanzan con estas zapatillas de
clavos que amordazan algún ánimo o aliento que pueda provenir de mi corazón
a auxiliarme. El calor del suelo no lo hace fácil, tampoco, cuando tropiezo y
arrastro mi cuerpo sobre él, dejándole adherida como guirnaldas decorativas
carne y piel que no se regenerará en mí cuerpo. Cada comienzo, cada re-
comienzo, cada me caigo y me levanto, pierden poco a poco motivo, escasean
las ganas para enderezar las piernas y seguir esta travesía.

Llego a la cima de una montaña donde a lo lejos se dejan escuchar débiles y


tenues memorias en donde se me ofrecieron muestras de afecto, abrazos,
besos, te quieros, te amos, que no podré recuperar. Intento dirigirme hacia sus
nacimientos, pero al acercarme se alejan. Volver se torna más doloroso que
continuar, no encajo en el retorno a lo que fui, a lo que fue de mí, como
queriendo ponerme por puro gusto, aunque fútilmente, una remera blanca y
negro que me encantaba usar de niño. Amores pasados que en su momento
llenaron de júbilo mi vida se habían roto, trizado, bañando de esquirlas el piso
del pasado, por si osaba pasar nuevamente por allí.

De repente, creo ser capaz de divisar a alguien tomando de rodillas magma


que fluía de entre algunas rocas que adornaban los planos debajo de otras
montañas. ¿Cómo podía hacer algo así? La energía que aplica en beber es
preocupante, pero parece ser inmune a su consumo. Próximo al extraño, toco
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su hombro para consultarle por qué estaba haciendo eso. Cuando voltea a
verme… ¡Era yo! Pero con más arrugas, más canas, y algunos kilos de más.

– Conseguite tu propio arroyito – Gritaba – Este es mío, ¡Mío! ¡Sólo mío! -.

En eso, se para y agarra el estómago como si algo le hubiera sentado pesado,


vuelve su vista hacia mí y de su panza empiezan a brotarle entrañas calientes
que, a juzgar por el sonido, chisporrotean alocadamente, como si se estuvieran
cocinando en aceite. Consiguientemente, mi “otro yo” se desploma sobre ellas,
dejando escapar por su boca, junto a borbotones de sangre, un último suspiro
de agobio, coronando el final de su final.

La confusión del momento me dejó extrañamente helado, pero eso no evitó que
quisiera descubrir de dónde provenía ese hilo de magma que bajaba por una
ladera. Mientras trepo las rocas, seguían resonando en mi cabeza esas
escenas sufrientes y escalofriantes, viéndome atiborrado de magma, ¿Es que
acaso no había encontrado nada mejor que hacer, o era lo único que restaba
que hiciera? Pobre diablo, espero que pueda…

A mis espaldas suenan tropiezos y maldecires que me pisan los talones. Me


doy vuelta y… ¡Me encuentro otra vez! Solamente que un poco diferente a
hace unos instantes. Allí estaba, mi “otro yo”, caminando cuesta arriba sin
vísceras, pero sin los aparentes achaques del tiempo que habían desaparecido
o sido revertidos. Acercándose a mí, me dice susurrante: - Todos… vamos al
mismo lugar… sin excepción -.

¿Nosotros? ¿Había más, como él y yo? El hueco apunta hacia la punta del
lugar que escalábamos y, trabajosamente, puedo ver una inscripción escrita en
un cartel: ABANDONA TODA ESPERANZA, LAUTARO. La inquietud del
momento disparó un miedo sin igual en mi cuerpo que me lanzo al suelo e hizo
que reconsiderara regresar por donde había venido, pero recordando que
volver se torna más doloroso que continuar, por lo que, incorporado
nuevamente sobre mis pies, decido terminar con todo eso.

Ya en la punta me encuentro con un show de magmas danzantes dentro de un


lago hirviente donde se hallaban otros yoes nadando plácidamente en él, unos
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de espalda, otros de mariposa, y otros haciendo el ahogadito (o eso creo).


Carcajadas van, carcajadas vienen. Ningún llanto o lamento se siente. Era
como si lo estuvieran… ¿Disfrutando? A orillas del magma, observo a uno que
estaba descansando de tanta brazada dada. No hay deterioro en su aspecto,
es más, se ve más joven que yo.

- ¿Qué sentis - Le pregunto – cuando te sumergís en esta olla color atardecer?


-.

Lo único que me dice es: Acepta el dolor, hermano, ahógate en él si es


necesario. Abrazalo, hacelo parte de vos y no lo sueltes, de lo contrario te va a
consumir por completo.

Como cuando escucho música en otro idioma, no entendiendo el significado de


algunas palabras, pero, de todas formas, tomándolas como claras, respiro
hondo, hago caso a lo dicho por mí, y me largo de cabeza al lago. Comienzo a
experimentar un quemazón muy grande en todo mi cuerpo, pero, al mismo
tiempo, una sensación de alivio me recorre desde la punta de las uñas de mis
pies hasta el último pelo de mi cuero cabelludo. No comprendiendo lo que
sucede, siento en las paredes de mi estómago unas traviesas y joviales
cosquillas que me producen abrir la boca y soltar las risas más ruidosas que
puedo largar. Por un momento, cada tramo del viaje cobraba sentido. No era
que el dolor hacía penoso el caminar, era yo… Todo el tiempo había sido yo el
negado, el santo mártir, el artífice del alejamiento de mí mismo.

Una porción considerablemente grande de mi vida pené por los errores que los
demás me marcaron, siendo las réplicas de sus reproches los recuerdos que
se hacían cuerpo como refulgentes sufrimientos que no me abandonaban ni a
la sombra de mi almohada. En el momento que somos envenenados por las
acusaciones de las miradas, inoportunas inquilinas de nuestro cielo, dibujantes
de nubes de flechas que se dirigen al corazón, se nubla nuestro juicio,
permitiendo enajenar nuestros actos para que, de ahí en más, pertenezcan a
los demás. Aprendí que es preferible vivir de mi historia, y no en ella, en el
pasado. Prefiero habitar y aceptar la realidad, con sus colores e incolores, no
buscándola como presente. Decido proyectar mis deseos y expectativas,
38

construyendo, así, mi destino, en vez de echarlos a perder, convirtiéndolos en


hijos de la incertidumbre del futuro que los otros creen será mi nicho. Leo mis
acciones, no compadeciéndome de lo que he hecho, sino afirmando que así he
querido que se desarrollaran, sin pena, pero lleno de gloria.

Cementerio de estrellas

No podía ser, ¿Cómo era posible? De todas las cosas que se convierten en
hechos cuando uno se compromete a no hacer la vista gorda de su realidad,
esa no era natural (sea lo que eso que signifique). Álvaro veía estupefacto
como su madre quedaba atrapada dentro de un álbum de fotos que tenía
recuerdos donde la mayoría eran de un bebé mostrando el culito mientras lo
bañaban. Las demás pertenecían a una pareja sonriente… por compromiso a
salir bien ante un lente que poco se alegraba de verlos juntos.

– Si tan solo la vida fuera una enorme cámara – suspiraba Andrea –


estaríamos obligados a llevar todo el tiempo una divina sonrisa de oreja a oreja
-.

La mayor parte del tiempo Román le discutía que si las cosas fueran así viviría
rodeado de aburridos, lo cual llevaba a conflictos innecesarios que el niño no
quería escuchar, pero por las delgadas paredes…

- ¡Má! – Gritaba Álvaro desesperado - ¿Qué pasa? ¿Qué hago? -, - ¡Anda con
tu padre, él sabrá qué hacer! -, - ¿¡Papá!? Pensé que el que se drogaba en
casa era yo, solamente. Hace dieciséis años que no trato con él -, - ¡No seas
burro y hacele caso a tu madre! -.

Las fotografías se le pegaron a Andrea como sanguijuelas, absorbiéndola


dentro de las hojas hasta no quedar nada de ella. El muchacho obedeció la
orden y fue directo a buscar al hombre que salvaría el día… ¡Cuánta ironía
junta!
39

[…]

Platos estallando, alaridos de dolor y furia, sillas arrastrándose por el suelo con
violencia, esa era la escena que estaba dándose lugar en la casa de los
Lucero.

- ¡Si lo hiciste – reclamaba Andrea – me lo hubieras dicho, cobarde de pacotilla!


-, - ¿Qué querías que te cuente? – indagaba Román - ¿Que te fui infiel con
muchas de tus amigas? Deberías agradecérmelo, esas no eran amistades de
verdad. Una pena, pero es así -.

De todos los hobbies que Álvaro podría haber tenido de niño el que más lo
“divertía” era el de pegar su oído derecho a la puerta de la pieza de mamá y
papá. El pasatiempo terminaba cuando ella salía escoltada por un mar de
lágrimas y él por el humo de un cigarrillo que, a juzgar por su tamaño, había
prendido hace unos minutos. Estaba convencido de que presenciar esos
conflictos lo prepararían para su vida adulta; inocencia de chicos y de grandes.
Aunque no supiera de qué se trataba o cuál era la magnitud del problema, las
voces que retumban hasta en sus tímpanos lo daban por sobreentendido.

Un día, Román tomó sus cosas y nunca más volvió a casa con ellos... Durante
parte de su niñez y adolescencia, a Álvaro le tocó ser el diario íntimo de su
madre. Si bien ejercitar la escritura es, en cierto punto, terapéutico, no lo era
para él. Más de una vez su madre se llenaba la boca con lo desgraciado que
fue su padre con ella, que nunca la respeto, que simplemente fue adorno y
carne (sinónimos, dependiendo de la cultura) para él. Conocer a sus
padrastros fue duro, pero al principio no era así. Los celos eran
circunstanciales, pero estaba esperanzado de haber encontrado una figura
paterna que poco había figurado, valga de algo la redundancia. A su vez, mami
encontró una compañía que podía satisfacerla como quería, pero en el
momento en que formó un historial con esos pasantes, como les decía
humorísticamente, complicó sus expectativas en confiar, no solo en esos tipos
distantes, sino también con sus allegados.
40

[…]

Toc, toc, toc, trastorno obsesivo compulsivo, trastorno obsesivo compulsivo,


trastorno obsesivo compulsivo contra la puerta de aquel lugar que juró no poner
pie alguno, pero la situación hizo urgir una pronta solución. Su madre había
sido muy clara “…él sabrá qué hacer”. ¿Realmente lo sabría?

- ¿Quién es? – dijo una voz que llegaba pobremente al exterior de la casa por
la gruesa madera que componía la entrada.

– Papá… Soy yo, Álvaro. Tengo que hablar con vos. Es urgente. Mamá…
Bueno. Dijo que eras el único que podría resolverlo -, - ¿Hijo? -.

De sopetón, Román abrió la puerta para ver lo crecido que estaba su retoño. El
tiempo había pasado, pero ninguno de los dos sabía cómo adivinarlo en la cara
del otro, a pesar de los bigotes, las barbas y las canas.

- ¿Qué haces acá? Pensé que tu mamá te había prohibido venir hasta acá -, -
Ya lo sé, pero la jefa en persona me mandó para que me ayudaras con un
aprieto -, - ¡Esa Andrea con sus locuras! Le dije que no te mezclara en nuestros
asuntos, pero veo que no pudo mantener su palabra -, - ¡Me importan un carajo
sus problemas! Mientras hablamos ella es prisionera de ese bendito álbum de
fotos que tanto ama, ese donde salimos los tres -, - …Mierda. Vení, pasa -.

La curiosidad mató a todos los gatos que escaparon de los ojos de Álvaro que
se pasearon por ese terreno inhóspito, desconocido a sus bigotes y olfato, en
cuanto eran atrapados por los rincones que allí mostraban una esencia familiar,
pero dolorosa de visitar, como si fueran trampas para sus negaciones más
profundas. Todo era papá, “Román” era una firma que yacía en la superficie del
inmueble.

- ¿Así seré yo en un futuro? – pensaba el muchacho caminando por el comedor


de esa casa. Llegados al dormitorio, su padre le dijo que esperara allí unos
segundos. ¿Qué otra cosa podría estar escondiendo ese hombre que ya no lo
haya hecho hasta ahora? Segundos después, salió de su pieza, tomó por el
hombro a su hijo y solamente le dijo: Necesitarás esto si quieres sacarla de allí.
Anda y rescatala.
41

[…]

- Te amo tanto, Andrea Dolores. De todas las casualidades que podrían haber
tomado por sorpresa mi corazón, vos sos sin duda la más increíble -, - ¿No
crees que pueda haber alguien tan espectacular como yo? ¡Ja, ja! -, -
Sinceramente, no -.

La pareja caminaba de la mano por la plaza. Miradas de cómplices, de agentes


secretos (pomposa metáfora), de secretos confidencialmente guardados,
sonrisas en medialuna que hacían inútiles esos votos caballerescos de bajar el
satélite como regalo que consumarían un cortejo bien logrado. Esas cosas
parecían predecir una relación prometedora…

- Quería darte esto que te escribí. Te vas a encontrar con… -.

El preámbulo de Román había sido interrumpido por un auto que se estacionó


a metros de ellos, automóvil que reconocería a kilómetros… El de su suegro.

- ¡Hija! – Gritaba Federico - ¡Vamos a casa que es tarde! -.

Infortunio tal daría un poco de aire fresco a la pareja, perfecto para alimentar el
deseo que atraía a ambos en ese cubículo que llamaban noviazgo que,
“casualmente”, los separaba del pegamento de lo cotidiano.

– Mañana nos vemos, corazón. Tendrás tiempo de sobra para mostrame lo


que quieras -.

[…]

- ¿Una carta? – Refunfuñaba Álvaro - ¿Qué se le pasó a ese tipo por la cabeza
como para pensar que esto sacaría a mamá del álbum? -.

De camino a casa, sentía como sus manos transpiraban por encima del sobre.
No era la primera vez que tenía que cumplir con un encargo de suma
importancia. Su madre acostumbraba a comprar huevos en lo de Doña Imelda,
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propietaria del kiosco del barrio al cual dejaron de ir el día que trajeron podridos
una docena a casa.

- ¡Vas – Aullaba furiosa Andrea - y le decís a esa vieja de mierda que se meta
todos los huevos por ya-sabe-dónde! -, - No creo que sepa donde, pero yo le
digo mami, no te preocupes -.

El trayecto de su hogar al negocio lo hizo bajar de peso por el líquido perdido.


Sensación parecida estaba experimentando mientras transportaba la clave
para solucionar el mal de su madre.

Abrió la puerta de su casa, corrió hasta el álbum de fotos y pensó: - ¿Y si no


funciona? ¿Y si nunca regresa? -. Cualesquiera que fueran sus
presentimientos, intentaría hacer algo al respecto. Tomó la carta, la abrió, y
como si supiera cómo revertir lo sucedido con su madre, empezó a leerla:

Querida Andrea:

Este último tiempo me he dado cuenta de que sos la persona con la que
me gustaría pasar el resto de mis días. Pero, ¿Qué estoy haciendo?
Debería decirte esto al final de la carta. Sin embargo, sucede que hay otra
cosa de la que quería hablarte…

Frente a Álvaro, el álbum empezaba a vibrar extrañamente, por lo que confió


en que era una buena señal. Prosiguió leyendo:

Como sabrás, paso muchas noches en vela mirando el cielo. Tan oscuro,
tan inmenso, y tan falaz que puede llegar a ser a mis sentidos. No me
pierdo en buscar las Tres Marías y aventajar al que tenga al lado diciendo
“La del medio es mía”, como tampoco me gasto en identificar
constelaciones. Simplemente levanto la vista y pienso: ¿Dónde estará el
núcleo de las estrellas?...
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Un dedo de su mamá comenzaba a asomarse por una plaza fotografiada, aviso


de que estaba haciendo lo correcto. Dejó su sorpresa momentánea de lado y
prosiguió:

Cada cual tendrá su propio manicomio en la cabeza, pero a mí mis locos


no me dejaban dormir porque aún no podía descifrar el paradero de esos
malditos núcleos. Recuerdo que un día me acompañaste en una noche de
estupefactas miradas hacia la profundidad de ese gigante negro. No sé
cómo o por qué, pero en cuanto bajé mi mirada para observarte por unos
instantes y continuar con mi trance… Vi tu rostro brillar con tal intensidad
que parecía encandilarme. Tu nariz, tus ojos, tu boca, tu frente y tu
cabello, refulgían al unísono como una orquesta de fuegos no artificiales.
Me encontraba escéptico, discurriendo entre muchas ideas.
Probablemente la luz proveniente del espacio se reflejaba en vos, pero lo
que estaba sintiendo me ofreció otra interpretación. Y ahí fue cuando miré
nuevamente al cielo y pensé: ¿No seremos nosotros los tan buscados
núcleos de las estrellas?...

Un brazo, una pierna y unos cuanto pelos emergían del álbum. Álvaro tomó
aire un segundo, y al siguiente se propuso terminar con el maleficio de mamá:

De ser así, esa luminiscencia que se refleja en la atmósfera es nuestra luz


proyectándose hacia el espacio, hacia la Vía Láctea, hacia la nada.
¿Podrá ser que nuestra historia esté guardada en esos puntitos tan
pequeños? Ahora bien, ¿Cuál estrella le toca a cada uno? Ese sí es un
misterio, pero prefiero la idea de que ese azar es el mismo que nos
mezcla, juntándonos en una superficie que llamamos “tierra”,
amalgamando los presentes que se fugan en forma de energía hasta
llegar arriba y condensarse en estrellas separadas. Quizás el amor me
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haga sentir que vos sos mi gran preciada estrella, pero eso sería
acorralarte en mis propias maquinaciones, privándote de libertad, aunque
sea solo en pensamiento. Creo que este mundo como lo conocemos es
un cementerio a donde las estrellas mueren por miedo a perderse en el
cielo, pero no sé, ya divagué mucho. ¿No te parece? Si en algún
momento los “te quieros” y “te amos” que te digo todos los días ya no
salen de mi boca, mira las estrellas, allí podrás encontrarlos, mi luz
favorita, mi querida Andrea.

Con amor eterno, Román.

[…]

Finalmente, toda Andrea se encontraba fuera de sus recuerdos. Miró a Álvaro,


y por su cara de incomprensión máxima creyó adecuado darle una explicación
más o menos convincente.

– Esa fue la carta que tu padre nunca pudo darme. Tu abuelo pasó a buscarme
en el preciso momento en que su mano estaba sacándola con delicadeza y
solemnidad fuera del bolsillo de su pantalón. Es… Muy hermosa. Ahora
comprendo lo que puede haberme querido decir. Sé que como marido fue un
cero muy a la izquierda, y cometió miles de errores conmigo, pero de lo único
que jamás me arrepentiré es haberte tenido, Álvaro, mi tan preciado fulgor.
Según Román, podré encontrar su amor en las estrellas, pero me importa poco
en este momento. El cielo puede que sea un baúl de recuerdos para quienes
crean en esa alocada teoría de tu papá, y probablemente tenga razón. De
alguna manera, asentir lo que decía me hizo salir del álbum, y quizás se deba a
un simple mensaje que acarició mi corazón: El hoy es una joya tan preciosa
que pocas veces reparamos en agradecer, pues estamos convencidos que la
tenemos siempre en nuestras manos. ¡Y qué equivocados estamos! En cuanto
perdemos su rastro, nos volvemos exageradamente paranoicos, pero creo que
nos sería saludable ver el gigante negro de vez en cuando con la idea de que
lo vemos aquí y ahora, frente al pasado que ilumina nuestro presente, frente al
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futuro que se escabulle en esta tierra, frente a este cementerio lleno de


estrellas -.

Prisiones

Era de noche, no le recuerdo muy bien, pero cada vez que volteaba hacia la
ventana me lo confirmaba una hermosa luna anaranjada que alumbraba mi
cuarto entre barras. La celda en la que estaba era de un algodón duro, creo
que le llamaban concreto (concreto, ¿qué lo es, realmente?). Pero mi lugar allí
no eran el suelo, o las paredes, sino la cama que perteneció a un viejo
compañero antes de que…

Muchas veces oía las chapas del techo repicar por las ráfagas de viento que
paseaban por la prisión, pero esa vez el ruido provenía de una fuente diferente
a la que imaginaba usual, corriente (corriente, ¿qué lo es, realmente?), como la
bienvenida nocturna que me ofrendaba el farol de la calle que remplacé por la
luna hace tiempo. Escuché unos pasos que se acercaban hasta mi celda, lo
cual no tenía sentido porque hace mucho que no…

A lo mejor podría ser el gatito negro de algún vecino aledaño que se mete
cuando le place aventurarse en estas inmediaciones para alimentar su
curiosidad con vaya-a-saber-qué. Podía ser que hubiera ingresado una paloma
perdida en busca de gusanos, o alguna que otra miga abandonada en el piso,
pero esas pisadas sonaban arenosas y pesadas, no tan livianas o picoteantes.
Ese uno-dos marcado y estriado tenía mucho de botas, más que de
almohadillas felinas, o patas de paloma. Los barrotes de mi celda empezaban a
oscurecerse, esclareciéndose cada vez más la sombra del infiltrado. ¿Por qué?
¿Por qué alguien se adentraría en esta penitenciaría, dado que…?

- ¿Mike? – Preguntaba sorprendido el intruso - ¿Sos vos? -, – Así es Roger,


soy yo -, - ¿Pero qué haces acá? ¿Hay algún otro reo aquí? -, – El que ves es
el que queda, los demás se fueron años atrás -, - ¿Qué? ¿Y el resto cómo
escapó? -, - Fue un proceso largo y tortuoso, pero a fin de cuentas la mayoría
se fugaron por la puerta principal -, - ¿La mayoría? -, - Otros no tuvieron tu
46

suerte, o la mía, por así decirlo. Esos pocos que salieron de sus celdas para
jamás regresar a ellas yacen entre los residuos de la basura. ¿A qué no
adivinas por qué? -.

El silencio que se produjo entre los dos permitía una audición nítida de la
corriente que pasaba por los filamentos del foco de la calle, algún que otro
coche, y el bombeo de sus corazones. Pronto, Roger rompió el silencio (romper
el silencio, ¿cómo es eso posible?) y continuó con la conversación.

- Creo saberlo. Los oficiales descubrieron sus “especialidades” -, - ¡Excelente,


diez, Roger! – exclamaba animosamente Mike. – Desde tu partida, la seguridad
se fortificó y consolidó en el “Escuadrón de Reclutamiento de Personas con
Habilidades Especiales”… ¡Ch! Reclutamiento, mis pelotas. Los guardias
comenzaron a investigar a cada uno de los prisioneros para ver sus reacciones
animales… Sigo sin poder creer lo que vi cuando vos derrumbaste la pared de
tu celda con un solo dedo y huiste. Presenciarlo es una cosa, pero asimilarlo
posible es lo que todavía me resulta imposible -.

- ¿Boogey, el Hermano John, Leonardo? ¿Pudieron escapar? -, - Casualmente


fueron los primeros que se convirtieron en cuerpos apropiados para los
experimentos que se estaban llevando a cabo en la enfermería y en el patio -.

Roger no pudo evitar la congoja y comenzó a llorar desconsoladamente,


cubriéndose el rostro, sollozando con la “f” pegada al labio inferior de su boca,
como los niños cuando quieren calmarse y explicarle a mami o papi el porqué
de su llanto. Mike lo observaba con frialdad, y siendo indiferente al dolor que
podría estar experimentando, decidió relatarle detalladamente como sus
amigos fueron asesinados, uno por uno.

- Como Boogey despedía fuego de sus entrañas, los científicos idearon un


sistema de calefacción con su cuerpo. No necesitaba gas, solamente mucha
agua y comida. Aquel invierno no tuvo nada de cálido para ninguno de los reos
a sabiendas que el calor era producido por uno de ellos, en contra de su
voluntad. No se nos permitía siquiera respirar frente a la enfermería, pero los
prisioneros que tenían sus celdas cerca compartían de forma aproximada
(aproximada, aproximado, ¿qué lo es, realmente?) lo que hicieron con Boogey
47

a la hora del almuerzo. Él colgaba del techo por unos arneses que se sujetaban
a cada una de sus extremidades. De su garganta y recto salían unas cañerías
de acero que estaban conectadas a lo que parecía una caldera llena de agua.
El vapor generado viajaba a través de unas tuberías provenientes del termo
que rodeaban solamente la cocina, el comedor, y parte de las celdas, todas a la
altura del techo. Si levantas tu mirada, te vas a dar cuenta de que no miento -.

- ¿Y nadie lo desmontó del sistema de calefacción? – Preguntaba Roger - ¡Eso


quiere decir que Boogey…! -, - Realmente no lo sé – Contestaba Mike –
Cuando los últimos reos escaparon, los guardias lo apagaron, pero es poco
probable que lo conservaran -. - ¡Animales hijos de…! -.

- El hermano John – Interrumpía Mike – Fue el más delicado de los tres. Como
podía regenerarse, los oficiales se divertían con él en el patio, apaleándolo de
maneras que ni te imaginas. Un día lo sacaron de su celda y lo llevaron a la
enfermería. No hacía falta que nadie tenga que describir nada a la hora del
almuerzo… Los gritos de John eran detalle suficiente. En una serie de noches,
a las 00:00 a.m., sus alaridos hacían estremecer hasta el hormigón de las
paredes, hasta que a un “genio” de los científicos se le ocurrió perforarle la
cabeza de un balazo. Aparentemente, las células madre que le permitían
acelerar su curación provenían de su cerebro. Lesionarlo ocasionó que no
pudiera hacerlo nunca más. ¡Pum! Y san se acabó -.

- ¿Pero ninguno pudo oponer resistencia a los guardias? – Interrogaba Roger a


Mike -.

– No todos tenemos super-fuerza, animal -, - Cierto. ¿Y qué sucedió con


Leonardo? -.

– Solo bastó un bazukazo en su pecho para que pasara a formar parte de los
residuos de la prisión. Podía endurecer su piel, pero su habilidad tenía límites.
Por más duro que fuera no le sirvió para defenderse contra diez oficiales que lo
empujaron fuera del pabellón-comedor. Agotado, ubicado un poco más allá del
centro del patio, locación segura para que nadie saliera lastimado por una
explosión de la magnitud de un cohete, allí fue ejecutado. Su cabeza terminó
48

entre las barras de la ventana de uno de los reos, y su cuerpo… no se encontró


mucho de él, y lo que sí se halló fue destinado a las bolsas de residuos -.

- Es muy trágico lo que me contas de nuestros hermanos – Observaba Roger –


Pero lo que todavía no logro entender es cómo vos seguís acá -.

– Elemental (elemental, ¿qué lo es, realmente?), mi querido Watson – decía


Mike – Gracias a mi habilidad -, - ¿Qué? Es imposible que seas invisible
porque puedo verte -, - Solamente puede vérseme cuando hablo y se me
escucha. No me desvanezco por completo (completo, ¿qué lo es realmente?).
Eso ocasionó varios disturbios entre los internos y los guardias. Cuando me
aburría, me paseaba por los pasillos de mi pabellón chocando personas. Las
confusiones me regalaban las pelas más reñidas entre prisioneros y oficiales.
Al principio me divertía, pero luego se volvió un hábito insípido -, - ¿Y cómo
podías salir de tu cuarto? -, - Los barrotes del mismo permanecieron abiertos
desde el día que te fuiste. No había nadie, y nadie nuevo ingresaba. Así fue
cómo decidieron no sellarla. Pero, hay algo que quiero preguntarte: ¿Recordas
que fuiste mi compañero de celda? -.

- A decir verdad pude percatarme de tu presencia días antes de irme.


Mantuvimos una extensa y prendida charla, hasta que seguridad pasó para
comprobar con quién carajo conversaba, allí hiciste silencio, y yo quedé como
un loco. Traté de convencerlos de que había alguien más al lado mío,
ocupando la otra cama, usando el mismo y repulsivo balde para mear y
cagar… -, - Y nadie te creyó. A lo mejor soy un producto de tu propia
imaginación -, - Imposible. ¿Cómo podrías saber lo que le sucedió a Boogey, al
Hermano John y a Leonardo mientras yo no estuve aquí? ¿Cómo podrías tener
conocimiento de lo que pasó luego de que escapara? -, - Porque en realidad
nunca te fuiste, nunca escapaste… -.

[…]

- ¡¿Cómo que nunca escapé, hijo de puta!? ¡Hijo de puta, hijo de putaaaa! -.
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- ¡Doctor Díaz, el paciente está desvariando otra vez! -, - Preparen la camilla,


díganle a los guardias que lo traigan hasta la enfermería. Aquí le suministraré
unos calmantes para que vuelva a la normalidad (normalidad, ¿cómo es
posible?) -.

Roger Stockes fue transportado por unos patovicas hasta donde se encontraba
el Doctor Díaz. Se lo dopó para que cedieran sus alucinaciones y se lo devolvió
a su cuarto. Se procuró que esta vez tuviera puesto un chaleco de fuerza, no
vaya a ser que intentara romper las paredes acolchonadas con un dedo o con
su cuerpo y se los termine quebrando, una vez más.

Salomón Rodríguez, un guardia del loquero que había recibido el apodo de


Boogey, era el encargado de elevar o disminuir la temperatura de su cuarto. El
Hermano John, el capellán del lugar, era quien se encargaba de recuperar esas
almas alienadas por el diablo, regenerando al menos una pizca de santidad en
ellas, y el que más trabajo le daba era Roger y sus divagues místicos. Y
Leonardo era un hombre de un metro noventa que frecuentaba el gimnasio en
sus tiempos libres. Era un oficial al que se le había encomendado monitorear
constantemente al señor Stockes.

Así pasaba sus días el interno Roger, preso de su mente, cárcel eterna de
quienes ya no pueden…

[…]

- Hermano, ¿Estás bien? Hace mucho frío acá y vos estás dele traspirar -, -
¡Ah, culiado! ¡No sabes el sueño que tuve! Primero era prófugo de una cárcel
donde… -, - ¡Ya vas a empezar con tus sueños y sus posibles interpretaciones!
Querido, son solo sueños, no los conviertas en prisiones. Me es suficiente con
las que visitamos. Lavate un poco y vamos, que hoy nos trasladan a otra
correccional -, - Prisión… ¿Qué lo es, realmente? -.

Loco, un poco nada más


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Me dicen loco por portarme como un ser abandónico de la sociedad. Es raro,


pero siento que ella me abandona a mí, como Viviana, la vecina del sexto “A”,
que se mudó a unos departamentos más arriba de donde vivía, dejando solo a
su tan querido Michifus. A decir verdad, ¿A quién no lo dejarían si se llamara
Michifus? ¿No hacemos lo mismo con las personas? ¿No nos acercamos a las
que tienen nombre y apellido bonitos, agradables al oído y a la boca?

Tengo los dientes del maxilar inferior un poco torcidos, pero no me bajonea.
Pienso que es una constante entre aquellos que están destinados a cosas
grandes. Borges, Cortázar, y apuesto a que Maquiavelo, Pirrón y Nietzsche
también, todos con el comedor desordenado. Donde sí falta orden es en la
pieza de mi hermano menor de diez años. ¡Por favor! No es culo de barrer el
piso, hacer la cama, y pasarle una gamuza a los muebles, y no se lo piden
todos los días. Días… ¿Sensaciones o realidades? ¡La maldita realidad! La
doctora y mi madre no paran de pronunciarla en las ocasiones más
inoportunas.

Amebas corriendo por las baldosas blancas del baño, unas verdes, otras
violetas. Las pincho con los dedos y se bifurcan entre ellos, continuando su
curso hasta el techo. Perros de colores caen del sócalo y se revientan en el
suelo, salpicando las paredes y alrededores con lo que parece pintura, pero se
siente acuosa, como si la sangre de estos animales fuera acuarela. ¿Podré
pintar con ella los cuadros que aún no termino, esos que se han acostumbrado
al sabor del polvo? O, mejor, se la regalaré a mi hermana menor para que se
maquille. ¡Qué manía de niños la de ensuciarse y como si se hubieran
hermoseado la cara! El barro, las tizas, la harina, las pinturas de mamá…
Pareciera que desde muy pequeños escondemos inconscientemente algo que
el rostro delata: La niñez.

¿Dónde estaba? Cierto… Con el gato del vecino del 3ro “A”. ¿Cómo pudo
haber sido capaz de dejarlo a la deriva y mudarse sin él? Desde que se fue me
hice cargo del felino. Paso las tardes con esa bola… bola… bola de algo picoso
al tacto, ¿Pelos? Creo que le sienta mejor bola de césped. Hace días que no
vuelve, y puede deberse a que me olvidé por la noche la ventana de la cocina
abierta, y… Bueno, ¿Por qué me afecta? Solo era un maldito animal que se
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encargaba de mear y cagar donde se le antojaba, y de ensuciar mis lienzos con


sus arenosas patas.

¿Quién desampara a quién? ¿El individuo a la sociedad, o la sociedad al


individuo? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿El huevo o el reptil? ¿El
reptil o su progenitor? No lo sé. Nunca se me dio bien lo abstracto como para
perder el tiempo en estas preguntas. ¡Sí, mamá! Nunca, ¿Entendiste? La N con
la U, otra N, la C, y la A, ¡Nunca, nunca! ¿Por qué vos y papá me dan
semejantes golpizas cuando pronuncio n…? ¿Les divierte darme de cintazos
en la espalda cuando me equivoco en el resultado de mil doscientos tres
multiplicado por veinticuatro? Las funciones gratuitas que ofrecíamos a los
vecinos terminaron en cuanto mi padre se fue de casa. Hasta el día de hoy sigo
sin entender el rencor de mi madre hacia él. No nos dejó solos, nos teníamos el
uno al otro, pero ella pasaba las noches en vela, tomando grapa casera
mientras gritaba casi ahogada de alcohol y despecho: - ¡El hijo de puta se fue
con un gato! ¡Se fue con una trola caída del techo! -. La culpa no era de nadie,
pero Viviana…

La Doctora Dora me recetó algunos calmantes para que las alucinaciones


cesaran y me diera el lugar de ocuparme de mis pasatiempos o quehaceres…
¡Pobre Dora! Si supiera que mis actividades cotidianas son puro alucinar,
sensuales ilusiones que me invitan a hacerles el amor nada más que con los
ojos. Penetre que penetre, clave que clave, mis pupilas eyaculan
continuamente en la luz para procrear vivencias que tarde o temprano devorará
el olvido, disconforme con el resultado.

¿Por qué me miran y tratan como si fuera una excepción del humano que
ustedes llaman tipo, típico? No solo yo comparezco ante esa cola de pavorreal,
sino también los otros discapacitados que suelo ver en la calle. Hubo uno que
me llamó mucho la atención. Su cuidadora (o sea quien sea, lo acompañaba
tomada de su brazo) lo llamaba Eduardo, y mostraba un comportamiento
diferente al del resto de los downs. Cuando la mujer le hablaba amable o
dócilmente, comenzaba a patear el suelo con fuerza y vociferaba palabras sin
ton ni son. Sentía negatividad por parte del paciente hacia su tutora en cuanto
ella intentaba acercarse a él como si fuera un infante. Con ese muchacho de
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piernas carnosas comprendí que cada uno de nosotros podemos considerarnos


o ser concebidos como únicos, pero jamás como especiales.

¿Cuál es la razón por la que quienes son mentalmente normales se atreven a


fraternizar con quien padece alguna enfermedad “como si no la tuvieran”? Ese
sí es un chiste de mal gusto, no como los que contaba papá. Cada vez que
relacionaba a mamá con una plancha, o en las oportunidades que la colocaba
junto a una cocina en la misma oración me producía una gracia lastimosa. Se
creía chistoso el muy imbécil. Su carcajada ruidosa sigue resonando en cada
pincelada que doy en mis obras de arte. Esa sensación de parálisis corporal o
de puntadas en la cabeza cuando la memoria la trae a mi mente sin que se lo
haya exigido. Pareciera que todas mis pinturas fueron coloreadas con los
“Ja,ja” de ese viejo tarado.

Mis padres se entendían mejor cuando canalizaban sus broncas acumuladas


en el lomo de su primogénito, mientras mis hermanitos observaban atónitos y
tiritantes ese acto de expiación, de redención por culpas que no eran mías, sino
de ellos, ¿Pero cómo recriminárselos? Si todos hacen lo mismo. ¿No somos
los hijos la concreción de las ensoñaciones frustradas de los mayores? A veces
me consolaba con pensar que no hacía falta trastornarme por no poder
diferenciar si soñaba o si estaba despierto por esto mismo; era soñado por
Rubén y Viviana, al igual que Roxi y Martín. No obstante, ahora me doy el
espacio para abrir con fuerza los ojos, afirmándome vigilante de mi vida y sus
engaños…

Ojalá… ¡Qué expresión de mierda! ¿Verdaderamente creemos que decirla hará


que los hilos del destino tejan el encordado adecuado para atar y traer de un
extremo, como a un malcriadito, lo añorado, lo buscado? ¡Pero qué diantres!
¡Ojalá pudiera deshacer lo que pasó con mis hermanitos! Lo peor de todo es
que no opusieron resistencia alguna a que los tirara del balcón de casa. En
realidad hubieran podido, pero con las cabezas sobre sus hombros… Papá nos
había abandonado por una trola caída del techo, entonces pensé, ¿Por qué no
tirar trolas (ahora entiendo lo que significa, pero en algunas oportunidades sigo
denominándolas como algo que puedo tirar fácilmente de cualquier lugar alto,
preferentemente de un tejado) y así lograr que vuelva con nosotros? No era
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difícil. Había que encontrar a las más aptas para el trabajo. Mientras los
degollaba, ver el tinte rojo de la sangre me encendió el foco cortocircuitado de
la cabeza y corrí a mi estudio de arte para traer algunos tarritos, así guardarla y
luego pintar con ella. Ese tono, ese tinte… ¡Nunca había visto algo igual! ¡Y sí,
Viviana, Rubén, nunca! Recolectado lo necesario, boté a Roxi y a Martín,
impactando en el tercero “B”…

Días… ¿Sensaciones o realidades? Alejarme de los rasgos de la realidad me


aproximan a facciones deprimidas en formas, aunque abundante en colores.
Probablemente, es esta ficción en la que me encuentro hibernando, incluso en
verano, la que puedo llamar real, nombrarla vida. No siento el lunes, o el
martes, o el miércoles, o el jueves, o el viernes, o el sábado, o el domingo, o el
lunes, o el… ¡Para! ¿Por dónde me había quedado? Claro. A los minutos
(minutos… riman con diminutos. Por más que los mezcle o ponga en
metáforas, tampoco puedo tocarlos) llegó Rubén a casa, golpeando del tal
forma la puerta que si hubiera continuado con esos arietazos quizás no
tendríamos que haberle abierto. Para confirmar su presencia pregunté: - ¿Te
gustaron las trolas caídas del techo, Rubén? -. En eso, los portazos cesaron, y
poco a poco en el pasillo del departamento se dejaban escuchar gemidos
temblorosos casi sin aliento, con pinta de dolor.

A todo esto mamá seguía durmiendo la siesta, algo que todos hacíamos por las
tardes, solo que en esa ocasión no pude conciliar el sueño. Cuando se levantó,
encontró en el comedor de casa una escena que, para mi gusto, tenía lo suyo,
¿Eh? (tiene lo suyo… Una frase que hace comedia sin necesidad de remates).
En el momento en que se percató que sostenía la cabeza de Rubén en una
mano y en la otra un cuchillo bien afilado, embotado de la sangre que le
chorreaba a la hoja, echó hacia atrás, tropezándose, chocando su espalda
contra la pared. Me acerqué a ella, y apoyando el mate de papá en su hombro
derecho le susurré: - Ya está. Ya no sufriremos más su gusto por las trolas -.

Pataleando, queriendo apiñarse del miedo contra los ladrillos del muro detrás
suyo, contestó a los gritos: - ¿¡Qué hiciste, qué hiciste Michifus?! -. Su reacción
me desilusionó por completo. No era capaz de entender lo que pasaba. Eso era
lo que Viviana deseaba, hacerle padecer por lo que nos había causado su
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partida, sin embargo, malinterpreté sus sentimientos. La frustración e


“impotencia” que sentía viajaba por cada una de mis extremidades, provocando
que endureciera los músculos y casi quebrara el mango de madera del
tramontina. Miré fijo a la mujer, le lancé la cabeza de su, sorprendentemente,
amado saco de mierda, y la apuñalé, y apuñalé, y apuñalé, y apuñalé, y
apuñalé…

Nadie me abandonó a mí, yo los abandoné. Los cuerpos de mis “vecinos”


terminaron guardados en el departamento de Rubén. Los mudé instantes
después de materializar parte de mi obra maestra, pieza estética que jamás
podría igualar con el pincel, ¿Vieron, Viviana y Rubén? ¡No dije nunca! Para
finalizarla, tenía que concluir con mi vida, mas las ganas de seguir viviendo me
causaban una comezón intensa que quería rascar con cada parte de mí,
haciéndome sacudir descontroladamente, algo que un muerto no podría
hacer…

Realmente aquel fue el cuadro que mejor había logrado en toda mi carrera de
artista. Cada detalle podía captarse con la atención correspondiente: La mujer
desesperada por las puñaladas que recibía, el padre y los niños degollados por
su tan golpeado familiar, y los gatos observando desde la planta baja, junto a
las trolas del hombre. A mamá no le gustó mucho la idea, pero papá dijo que
arte era arte, que no podía censurar lo que intentaba comunicar mediante lo
que hice, pues, cada quien le daría una interpretación diferente, cada cual
conversaría a solas con cada pigmento que avivaba la tela. Mis hermanitos
vieron lo que creé y me dijeron que estaba loco… Bueno, lo estoy, pero solo un
poco, nada más.

Perseo

Lo creado no es más que un hilo de ovillo que se desenreda sin parar, siendo
su longitud proporcional a cuánto inventemos en ese trayecto, que puede ser
una tarea interminable, casi tanto como conocer.
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Sucede que la teatralidad del encuentro yace en una necesidad por identificar
objetos concebidos con otros, llámeseles “causas”, “efectos”, “fin”, “medio”,
“principio”, “condición”, “etc.”, etc. Necesario es, por el contrario, que nos
preguntemos por qué queremos establecer esos vínculos entre las cosas que
asumimos como existentes, que asumimos como cosas. Reflejamos nuestra
supuesta “naturaleza social” y la imprimimos en atolladeros ontológicos. Si
existen no pueden hacerlo de otro modo que relacionándose con sus pares.

[…]

- Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre…- Se


escuchaba al unísono dentro de la parroquia de San Benito. La vieja y el
órgano parecían más creyentes de la vida que el resto del ganado que
permanecían arrodillados en sus bancos. Todavía no puedo creer que tenga
que confesarme con el Padre Pedro… Espero que Dios me perdone por…
¡Qué estoy hablando! ¡Al demonio con esta fábrica de santurrones e hipócritas
por afición! No puedo estar aquí un minuto más. El olor a incienso, a monja
recién bañada, a monaguillo que no conocerá la ducha hasta que el sacerdote
perdone sus pecados. ¡Basta!

- ¡Basta! ¡Basta! – Gritaba a mitad del desarrollo de la liturgia. El presbítero no


paraba, como de costumbre, los rituales de la Misa, como si el poseído fuera él
en aquel momento, sordo y ciego a lo que estaba sucediendo, lo cual no pasó
desapercibido para los demás feligreses.

– ¡Hace silencio, mal educado, o te vas de la casa de Dios! -, – No me lo digan


dos veces, puercos -.

Salí de aquel chiquero y me dirigí a la plaza para respirar un poco de aire, no


importaba si fresco, húmedo, cálido, o un poco viciado. Realmente ya no sé si
mi alergia social la causan los demás creyentes dentro, o simplemente ver a
aquel… De cualquier forma, quiero irme a casa, ya no me soporto.
56

[…]

Cada palabra esconde cierto encanto entre sus líneas, y cada encanto esconde
siempre palabras que avivan el misticismo que lo preceden. Buscar, inventar,
encontrar… Palabras que algún momento pensé sinónimas, pero ahora me doy
cuenta de que las hice semejantes por puro gusto y capricho. Si busco lo que
invento, encontraré aquello que buscaba, una creación propia. Pero, ¿Será
así? ¿En realidad cada pasaje de este texto que ha captado la atención del
lector será una búsqueda inventada? La ficción se encargaría de rellenar los
extensos párrafos que aquí se hallarían, haciendo que, página tras página, la
experiencia de la lectura sea una aventura nueva…

[…]

- No le vaya a contar a su mamá, ¿Sabe, hijo? Este será nuestro pequeño


secreto. Júremelo, y no falte a su palabra, que a Dios no le gustan los
mentirosos, ¿Entendió? -, - Si, Padre. ¿Pero cómo explico en casa estas
marcas en mis brazos, hombros, mejillas y cuello? Además me arde un poco
el…-, - Ya sabrás como arreglártelas -, - ¿Pero no era que a Nuestro Señor no
le agradan los menti… -, - En este caso no, hijo. Él sabe que usted lo hace por
una causa justa -. - ¿Y qué hay de los actos impuros? Hemos pecado por…-, -
Pero no he tenido ninguna intención de ese estilo con vos, solamente nos
divertimos de otra forma. Nuestra conexión es especial, y los ángeles lo saben
-, - ¿Qué cree usted, Padre, que diría la Virgen María? -, - ¡Déjala a la impoluta,
a la inmaculada, a la sin mancha, en paz! -, - Bueno, solo preguntaba porque,
bueno, ya sabe, yo… -, - No te preocupes. Si guardas silencio te recompensaré
con muchos caramelos y aprobarás los exámenes de catequesis -, - Soy
diabético y bastante aplicado, pero si usted insiste. Juro no decir nada -, - Así
me gusta, mi dulce Perseo -.

[…]
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“Ser o no ser” no es ninguna cuestión… Quizás hablar del “no ser”, sus albores
y nuestros sentimientos para con esa falta pulcra de metafísica sea lo que
valga la pena investigar, o profundizar sin ropa, aseados hasta las heridas,
amando más al amor, y no tanto a la vida. La realidad, como la conocemos, es
presionada contra nuestra rayadora de metáforas para hacerla “más digerible”,
comiendo nuestras propias uñas, pero esto no es más que interpretar la forma
en que la nada y nosotros como nadas acontecemos afectuosamente.

[…]

- ¿Sabe qué significa mi nombre, Pedro? – Preguntaba al ahora víctima de los


demonios de mi pasado. Atado de manos contra su voluntad en el poste de mi
sótano, el sacerdote giraba la cabeza limitadamente, pero no hacía contacto
visual conmigo. Tenía miedo, tenía arrepentimiento en sus ojos, tenía ganas de
ir al baño, tenía, tenía y tenía… Cosas que a mí no me permitió cuando
jugábamos al Edén. Lo mejor de todo es que estaba amordazado, por lo que
solo podía dar sollozos sordos cuando le golpeaba el cuerpo con un caño que
pertenecía a una vieja tubería.

Su sangre, sus huesos rotos me daban una imagen que durante toda mi
infancia y parte de mi adolescencia no pude superar, viéndolo tan poderoso,
tan fuerte, tan más-Dios-que-Dios, y ahora… Parecía mi espejo, y en algún
sentido era como golpearme a mí. Mi “yo-pasado”, mis traumas, mis fantasmas,
quebrándose a fuerza de metal.

- ¡Hijo! – Escuché desde la planta baja de casa - ¿Qué estás haciendo allá
abajo? ¿Estás bien? -. – Sí, ma. Estoy golpeando una bolsa de alpillera para
sacarme las broncas del día -, - Ay, Dios, bueno, espero que te sirva. En un
rato vamos a almorzar, ¿Vas a querer un bife o dos? -, - Dos mami, dos -.

La adrenalina del momento me hizo perder la noción del tiempo. ¿Qué excusa
pondría para llevarme una bolsa tan pesada afuera? Ese día no pasaba la
carga pesada para llevarse la basura… Lástima. Pero algo tenía que hacer con
respecto a “el saco de huesos” que yacía frente mío. Casi no respiraba. Con la
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mirada desviada era muy difícil saber si estaba desmayado o si ya había


pasado “a mejor vida”. No dejar cabos sueltos en esa ocasión no sería una
cuestión a discusión conmigo mismo, por lo que agarré a Pedro por el cuello, y
con la llave necesaria… Lo rompí.

[…]

Es todo un tema, esta vida, este mundo, este este, este oeste (¿Este o este?).
¿Cómo decir sin complicaciones? Como, siempre como, pero no de otra
manera, perpetuo como, puntapié de figuras y metáforas. ¿Qué elegir? ¿Qué
camino andar o desandar? Pregunta arriba, pregunta abajo, pero
constantemente la duda, deporte llamado curioseo que entrena la sangre para
bombear sentada, sedentaria. Por qué, inevitable, cual novela española a la
hora de la merienda. Disciplina al corazón para arrugarlo, presionarlo y
exprimirlo por completo.

¿Quién más respira detrás de las letras sino nuestras pérfidas y descaradas
morales? Suponer que existimos es parte de ellas, cuestión que hasta los más
existencialistas pasan por alto (¿O por debajo?). Ser, ser-aquí, ¿Dónde queda
eso? Decir aquí parece obediente, muy perro, muy camello. Decir ser suena a
paliativo para curar las llagas que dejó la compañera soledad. ¿No será una
mascarita pretendiendo tapar el rostro de un gigante? Sin embargo, ¿Por qué
no existiríamos? ¿A caso no es lo más intuitivo que podríamos captar?

Estamos muertos, y morimos engañados con ese optimismo que envejece y


pudre la piel, que afirma con locura que estamos vivos y que vivimos. Quizás
nuestra forma de vivir sea no existir, ¿Pero qué vivo pondría un pie en esta, la
única Tierra? Quien existe vibra en una sintonía idéntica a las rocas. Si somos
seres murientes, quiere decir que lo que conocemos como vida es simplemente
sueño, recuerdo, eco, aguijón de abeja (¡Así de necesaria!).

[…]
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- ¿Usted es consciente - Me preguntó el oficial Marlow - de lo que ha hecho,


Perseo? –, - Lo soy, y lo he sido durante gran parte de mi muerte -.

- ¿Por qué dice eso? Aquí estamos los vivos, a excepción del Padre Pedro que
ya no puede hablar -, - ¿Usted cree que esto es vida? ¿Ser violado por el
hombre en que tanto confié mi formación humanística y eclesiástica, ser
acusado por el clero de mentiroso, ser la causa por la que tu padre se haya ido
de tu casa, ser el gay de la clase al que “probablemente” lo tocaron y le dejaron
el gusto por el pene? ¿Eh? ¿Qué me dice al respecto? -, - Creo que está
exagerando la situación. Lo comprendo, pero tiene que afrontar los cargos por
los que se le acusan -, - ¡Váyase a… a… la mierda! -.

Extraña actitud para con la vida

- ¿Qué hace? ¡Por Dios, está loco! ¿Qué le pasa? - Exclamaba confundido,
pero más que nada asqueado, el bibliotecario del lugar. Al ver tal espectáculo,
no podía permitir que las personas que se encontraban en su biblioteca
suspendieran sus celosas y acaloradas lecturas, para posar sus miradas en tan
repugnante criatura.

- ¡Deténgase, o llamo a la policía! - Seguía gritando el hombre para detener el


paso de aquel monstruo por los pasillos de su templo del conocimiento.

- ¿Qué es lo que te molesta, anciano? ¿A caso no es mejor vestir de manera


adecuada para recibir por completo el saber que se encuentra preso en los
libros? – Justificaba su presencia aquel molde, aparentemente, inhumano ante
el bibliotecario. Cegado por el rechazo que le generaba ser testigo de tal forma
de vida, no reparó en sus palabras, y le gritó: - ¡Estás desnudo! ¡Esa no es
siquiera una manera de vestir! ¡Que alguien lo cubra con algo, si tan
empecinado se muestra en leer! -.

- ¿Por qué tapar mi cuerpo con remeras, pantalones y zapatillas me dispondría


mejor a aprehender conocimiento? Si en verdad quieres aprender algo, todo de
ti debe encontrarse situado en ese lugar. El sitio del que hablo es la antesala
de nuestros prejuicios y de nuestras creencias. Esas telas que ustedes llaman
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ropa son cargas pesadas para mí si quiero entrar en mis huertos Elíseos.
Desvía la vista hacia otro lado si prefieren, pero aquí estaré aprendiendo y
leyendo -.

Así hablaba sin tapujos aquel extraño que había encausado, ahora, la atención
de todos aquellos que se encontraban en el lugar. Ya era inevitable no
escuchar o no mirar qué estaba sucediendo. Así, causó un vendaval de
emociones negativas hacia su persona por parte de la audiencia, por haberles
interrumpido su letargo literario.

Una estudiante que observaba atenta lo que pasaba, se paró de su asiento,


dejó en la mesa comunal un ejemplar de la Ética de Baruc Spinoza que tenía
en la mano, y dirigiéndose al extraño dijo: - No quisiera reprender tus ansias
por conocer, pero nos estás poniendo a todes les presentes en un sitio
vulnerable. Nos avergüenzas y es inevitable no darse vuelta y mirarte, ahora
que sabemos que estás aquí. No todos los días alguien desnudo entra a la
biblioteca, a sabiendas de que en ningún lugar público se puede andar liviano
de ropas. Por favor, escuche con atención lo que le decimos, vístase con algo y
acompáñenos, en silencio, a leer -.

– Persona del bien, que con calma y amabilidad me tratas, ¿Qué es lo que te
avergüenza de mí? ¿A caso no nos vemos todos de la misma forma, tengamos
el sexo que tengamos? - Le replicaba la bestia a la muchacha.

Y, ahora, hablando a toda voz, pregonaba: - ¿Qué hay en mi persona que


amenace la seguridad de sus mentes? Si una mujer bella y voluptuosa se
hubiera presentado aquí, en lugar de mí, seguramente la mayoría reaccionaría
diferente. Silbidos y piropos de lo más repugnantes hubieran provenido de la
boca de los hombres, y las mujeres hubieran reivindicado su actuar como
protesta al sistema patriarcal que las oprime -.

Ofendida por lo que el extraño dijo, la estudiante tomó partido por otro pathos
más “violento”, replicándole: - No tiene sentido lo que dices, degenerado
misógino. Pretendes que aceptemos tu manera de comportarte, justificándote
muy pobremente. Solo estás consiguiendo evitar lo inevitable: Que la policía te
eche del establecimiento -, - Dices eso porque piensas que podría avanzar
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sexualmente sobre ti o cualquiera de los presentes, pero no es así. Mis


intenciones son diferentes. He venido a aprender, y ahora se presenta ante mis
ojos otro motivo: Que ustedes aprendan de mí -.

Indignado ante las fuertes declaraciones del extraño, el bibliotecario volvió a


tomar la palabra de manera impulsiva por el magma que sentía correr por sus
venas, pero lo haría por última vez, para evitar seguir siendo embaucado en el
juego del lenguaje en el que aquel lo estaba arrastrando:- ¡Basta! ¡He
escuchado suficiente! Mientras esta generosa muchacha hablaba contigo, me
tomé el atrevimiento de llamar a la policía, y ya debe estar por llegar ¡No veo la
hora de que te lleven! ¡Estoy harto de que tus estupideces nos sigan
molestando cual zumbido del tábano! -.

De repente, dos automóviles de prefectura estacionaron frente a la biblioteca,


de los cuales de uno bajaron dos oficiales, y del otro no salió nadie, previniendo
y a la espera de que el hombre del que les hablaron en la estación intente
escapar. Al ingresar al establecimiento, la joven estudiante y el bibliotecario
dijeron al unísono: -¡Al fin! ¡Se acabó este tormento! -.

- Soy la oficial González, de la comisaría N°14 de la prefectura de Córdoba.


Usted es Alfredo Páez, la persona que nos llamó, ¿Cierto? - Preguntaba la
oficial al bibliotecario.

- Así es - Contestó Alfredo.

- ¿Dónde se encuentra el hombre en cuestión? – Interrogaba ahora el


acompañante de González, el oficial Taian. Para sorpresa de los policías, toda
alma expectante de lo que estaba ocurriendo señaló al extraño, diciendo: - ¡Allí!
¡Allí está el desgraciado! -.

El oficial Taian se acercó cautelosamente hacia el hombre, lo sujetó del brazo


izquierdo, y le susurró: - Che, compadre, sabes que no podes estar así a la
vista de todos, ¿Qué te pasa? ¿Necesitas ayuda? -.

Ni bien terminaba de hablar el oficial, al extraño se le dibujó una sonrisa


maquiavélica en el rostro, levantándosele la comisura derecha de sus labios, y
exclamó fuerte, para que todo mundo escuchara: - No he venido hasta aquí
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desnudo, como todos pensaran. Encontrarán mi ropa en el baño para mujeres


del recinto. No quería irme hasta realizar mi lectura, pero ya la hice -.

Atónita ante lo que acababa de decir el hombre, la estudiante dijo: - ¿Qué?


¿Qué lectura hiciste? Ni siquiera llegaste a tocar un libro -, - No solo los libros
están destinados a ser leídos. Todo lo que vemos puede serlo, inclusive la vida
“nos lee” continuamente. Y más aún, todo puede ser interpretado y
reinterpretado. Aquellos que sólo piensan que en estos mojones de papel se
encuentra todo el conocimiento que buscan, primero se engañan, y luego se
equivocan. Sé que no es común que estas cosas sucedan, pero así actuamos
los filósofos: Desafiando lo establecido en los viejos edificios del saber, al
desnudo. Pero sería un tonto si les dijera que actuamos en blanco. Mi piel, mis
órganos, y mis demás sentidos ya son ropa suficiente que llevo a todos lados
cada vez que reflexiono y comprendo. La razón no se encuentra separada de la
emoción, al pensar, como se cree. Realmente, no es encuentra, somos todo
emoción. Pensar, razón… Promesas que obstruyen la vista del cuerpo. Para
que se saquen la duda, y no haya más enigma, la lectura que realicé fue… -.

Y así termino de hablar, de sopetón, el extraño, siendo interrumpido y llevado


por el oficial Taian, tironeándolo del brazo que lo sujetaba y diciéndole: - Sí, sí,
muy bonito, Sócrates. Todo eso y más vas a poder decírselos a tus nuevos
compañeros de calabozo en la comisaría -.

[…]

Habiendo pasado el trajín, la joven estudiante por fin pudo retomar su lectura
de Spinoza, pero ahora no podía evitar sacarse al extraño de la cabeza. Leía y
leía, pero por más que lo intentara, sólo veía letras pegadas en el libro, sin
coherencia captable. Solo podía remitirse a pensar en una cosa que la robaba
de su asiento y la internaba en lo más profundo de su corazón, profundidad que
había empezado a purgarse y a sentarse arriba de otras palabras para
proseguir con su leída cotidiana : - ¡Que extraña actitud para con la vida la de
ese hombre! -.
63

UN MATE MÁS

Un mate, la yerba mate, hierba que acompaña y anestesia el sabor amargo de


lo arquetípico. Mates en la cocina, ritual del momento adecuado, marcando el
comienzo de un buen día y la continuidad de la jornada. Oportunistas de sorbos
que se amontonan a esa armonía del cebador, el sentido de la ronda, hasta
que alguien advierte que se lavó la yerba, interrumpiendo la tranquilidad
lograda. ¡Y no vaya a ser que la bombilla esté tapada! Así no se consigue la
paz, solamente que Alejandro se levante de su vieja y tan querida silla de caña,
agarre la pava de metal, seleccione otro porongo, y se dirija al patio.

- ¡Cómo hinchan las pelotas, viejo! Espero que las paquitas no me coman
entero… Bueno, al menos no se quejan de que el mate está tapado, de que le
falta azúcar, de que Rosamonte les hace mal, que prefieren VerdeFlor, o
Taragüí. Encima que tienen unos gustos de mierda son exigentes, ¡Qué gente!
-.

No era la primera vez que era expulsado de su calma, terminando en el jardín


de la casa, frente a las rosas, y el álamo en el que tanto le gustaba descansar.
El problema no era el lugar, sino la interrupción, la impaciencia que solloza ante
la progresión lenta del tiempo, el nerviosismo que su familia despedía en el
aire. Cada cual tenía una maña diferente, ¡Pero qué le importaba a él!

Desparramado sobre el tronco del álamo, recordaba la primera vez que


descubrió el sosiego de las afueras de la cocina.

– Éramos mi vieja, mi pavita y yo bajo el mismo techo. Nos entendíamos a la


perfección, porque ninguno de los tres sugería cambios extraordinarios o
abruptos. Había veces que deseaba haberme casado con el mate, él sí
entiende a este viejo amargado. A Sarita le gustaban con montañas nevadas
de azúcar, pero por algo decidimos estar juntos. Me bastaba la dulzura que me
contagiaba por la bombilla, y ella sentía el sabor del equilibrio conmigo -.

Acomodándose un poco, prosiguió: – Después se murió la negra, y quedaron


las hijas. Dos salieron a Sara, y Juliana salió a papá. Recordarlas de niñas es
un terrón de azúcar que me encanta ponerle al mate, lo único dulce que ahí
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permito. Crecieron, tuvieron sus primeros novios y novias… Y ahí llegaron las
primeras demandas -.

Dio un sorbo grande, quemador de las más frías indiferencias, y siguió: – El


ingeniero, la enfermera, el médico, la abogada, el albañil, la contadora, todos
muy letrados pero ninguno sabe hasta el día de hoy cómo corno hacer un buen
mate, carajo -.

Asentó la cabeza contra el árbol. Miró hacia arriba por unos momentos. Las
ramas, las hojas, las hormigas, arañas y caracoles que por ahí se paseaban le
parecían impuestos, sin devoluciones. Daría lo que fuera por permutar todo ese
lugar por estar solo un segundo con la negra. La imaginaba como la primera
vez que la vio. Valiente por la época, arriesgada por pasearse con esas faldas
en las que se dejaban ver las pantorrillas más lisas y níveas que había visto.
Audaz, fue ella quien pidió su mano a sus padres para casarse. No era que no
podía, sino que le parecía muy alba, tan blanca, que no quería estropearla,
haciéndola tolerar a ese muchacho tan “culiado”, o eso se decía para luego
caer en la cuenta de que fue un cagón.

De repente, algo tocaba tiernamente su pierna. Bajó la mirada, y era Juliana, su


hija menor, su calco.

– Viejo, vas a pudrir el álamo con tanto amargor. No me digas nada, ¿Otra vez
recordando a mamá? -.

Respirando hondo y soltando un tifón desabrido de la boca, se sintió menos


tenso que antes (Había estado un rato largo con la cabeza inclinada, y el
reuma ya le pesaba cada vez más), y dijo: – Hijita, hijita, me gustaría que no
fueras tan intuitiva como tu padre, no te puedo esconder nada -, - No es tan
difícil. Cada vez que alguien se queja de tus mates, te levantas, te vas al patio
y dejas volar tus pensamientos hacia muchos lugares. A veces pienso que te
vas de viaje al extranjero, y traes de visita a la mami -, - Eso hago mamucha,
eso hago. No sé, creo que…-.
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- Pasa ese mate, che. ¿Les estás enseñando hablar árabe? - Decía a lo lejos
su hija Sonia que se acercaba con su típica forma de romper el hielo, che acá,
che allá, che, che, che.

- ¿Qué onda, vejete? ¿Otra vez te calentaste más que el agua del termo? No te
acostumbras más a nosotras. ¿No eras vos el que nos recordaba ese versito
tan bonito sobre la mateada y la vida? -.

– No Soni – Negaba mientras se pasaba la mano izquierda desde la cara,


pasando por los pocos pelos que le quedaban, hasta la nuca – ese era de
mamá. Ahora que lo pienso… No me acuerdo cómo empezaba -.

- Gracias de mate – Recitaba a lo lejos Bárbara, la mayor de las tres, la crema


del postre del trío de las hermanas - cese de acciones, cebar y compartir
conmigo el mismo sabor medio amargo, medio agrio de la yerba, hasta que
alguien dice: cebate otro; de eso se trata la vida -.

Parecía que un jarrón diminuto se estuviera trizando de a poco en cuanto ella


terminó de revivir a la negra, desbordando el océano de memorias que traían
esas palabras. Alejandro miró la pava, el mate, a sus hijas y al rostro del amor
de su vida reflejada en ellas y al álamo. Sonrió despacio, se levantó con la
misma velocidad, le pasó el mate a Sonia y exclamó al aire: - ¡Pero no pienso
ponerle azúcar, Sarita! -.

Las risas se esparcieron por todo el jardín, dándole otro color, uno nuevo,
quemado, verdoso, como el que tenían los Manso en sus lenguas. Ese aroma a
sombras, fantasmas, y existencia se diluía en el… ¡Cebate otro, che! ¿Le estás
enseñando poesía al relato?

Visitas inesperadas

Cuestión de perspectiva… Compasión para burros y valentía del “verdadero”


ignorante. Bajo esa consigna se desenvuelven la mayor parte de las
discusiones entre pares, inclusive entre dispares, para aclarar de antemano
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que lo dicho es una interpretación “bien” propia, apropiadamente propia, “mía” y


no “tuya”, como el dulce de leche o el mate…

[…]

- Es una opinión – Decía Damián - ¡No te calentés, che! -.

Regina lo miraba con una ceja levantadísima (la derecha, la única que aprendió
a elevar) a su novio. No emulaba palabras, pero si sus gestos hablaran se
traducirían en una protesta multitudinaria y furiosa, una que sea capaz de corta
las calles, al ritmo de bombos y platillos.

- ¡Estás terminando conmigo porque te aburro! ¿Cómo querés que me ponga?


Convengamos que vos no sos Piñón Fijo, cabrón -, - Diga lo que diga te parece
una estupidez, pero así es como yo veo las cosas. Se me acaba la paciencia y
las excusas, Regi. ¡No quiero que estemos más juntos, basta! -, - Chau,
entonces… pelotudito -.

[…]

Las diferencias y matices otorgan “marcas registradas” a las cosas. Todo


parece “igual”, idéntico, sin un criterio que nos auxilie para nombrar algo, para
significarlo. Aquellas “marcas” son condicionantes con las que nominamos la
realidad y sus parches, los conceptos. Sin embargo, parece que una vida “des-
conceptualizada” al extremo, la hace “valiosa” por su relajada liviandad, por su
“fluidez” como líquido. Sin parámetros, ¿Cómo podríamos estar de acuerdo en
que cualquier vivencia es valiosa? Claro, valdrían lo mismo, pero tú y yo
“sabemos” que no es así… ¿O sí?

[…]

Los pañuelos llenos de mocos, de lágrimas, y de Damián ornamentaban el


cuarto de Regina. Sentada en su cama con los pies apoyados en el suelo y con
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el rostro cabizbajo, suspendido, mirando hacia abajo, sus cabellos escondían el


dolor que no podía observa en ella su pieza, pero sí sus amigas. A su lado,
Verónica y Marcela intentaban darle ánimos a su amiga, no para que hiciera de
su duelo un instante fugaz y rápidamente acumulado, sino para que lo
procesara con los ojos y estómago bien abiertos.

- Ay, negra – Decía Marcela – Posta que me da bronca toda esta situación. El
pendejo habrá hecho lo que quiso con vos, pero es hora de que levantes esa
hermosa cabeza tuya y le des para delante, y no para atrás -.

– Es re fácil decirlo - Comentaba Verónica – pero hacerlo es muy diferente.


Regi, yo sé que lo amabas con locura, pero el loco siempre será el tonto que se
perdió tremendo minón como vos -.

- Bueno gorda, pero no seas compasiva al pedo. La idea no es que le guarde


rencor a Damián, sino que acepte su partida, lo despida, y que ordene su vida -
.

Regina las miró a ambas, y por unos segundos se cruzó por su cabeza que,
aunque pareciera mentira, las chicas habían estado para ella cuando más las
necesitaba, tanto en sus momentos de gloria como en las desfachateces de
sus desgracias. Ellas, las incondicionales, las reales, la masturbanda, nombre
con el que habían bautizado su grupo.

- Gracias chicas, de verdad. Si decidió cortar conmigo porque, o no quería


comprometerse con la relación, o porque le temía, ahora sé que no puedo
culparlo. Prefería que lo nuestro no llevara título para hacerlo más “natural y
espontáneo”. No quedé como la chiflada ni la pesada por las veces que le
pedía que se decidiera y no le diera más vueltas al asunto, más bien soy la
piba que pretendía dar orden a un desorden con patas, y si me equivoqué y en
algo fallé, no por ello tengo que llorar. No soy perfecta, pero hice lo mejor que
pude por y con él. Che, ¿No les pinta tomar unos mates por ahí? -.

- No sé, Regi – Decía Verónica – con esto del coronavirus… -, - Estamos hasta
los ovarios si una de nosotras lo tiene. Nos abrazamos y besamos… ¡Ya fue!
¡Ja, ja! -.
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[…]

¿Quién diría que el oído escucha menos que el corazón? Los que aprecian en
su aspecto más llamativo las cualidades curativas de las palabras. Letras más,
letras menos, más saliva, menos saliva, más paladar o menos paladar, de
alguna forma una frase bien expresada tiene el poder de cambiar las faciales
más lúgubres y estancadas en putrefactas ciénagas de lágrimas. Qué y cómo
se dice parece ser la clave de un mensaje encriptado que sale de la boca y
desemboca en “sentires” que lo reciben y acurrucan en sus intimidades
mentales, cifrando su semántica sanadora. A lo mejor son como esas visitas
inesperadas que tanto nos emocionan, entrando en casa, contagiándonos su
calidez para que la temperatura de la realidad no nos sofoque, sino más bien
para convertirnos en un calor más con el sol entre tanta frialdad.

[…]

- Hola Regi, ¿Cómo andas? ¡Tanto tiempo! – versaba un mensaje de Damián


que le había enviado por celular.

– Hola Damián. Muy bien, por suerte - Contestaba ella. Sabía qué se traía
entre manos, pero quería saberlo explícitamente de sus dedos.

– Che, te quería pedir perdón por todo lo que te hice. Fui muy injusto con vos
en su momento, y la verdad es que realmente estoy arrepentido y quiero
arreglar las cosas. ¿No tendrás tiempo para que hablemos de ello un día de
estos? -, - Te soy sincera, no, Dami, no tengo tiempo. Me di cuenta con el
pasar de los días de que “terminar” lo nuestro fue una sana decisión, no sé
para vos, pero a mí me ayudó un montón. Me encontré, aunque tirada entre los
muebles de mi cuerpo que enquilombaste, me saqué de ahí, volviendo a
colocar y reordenar todo en otro lugar. Creo que, si bien estamos en la misma
página, no somos una misma palabra, por así decirlo. Ya no compartimos
signos ni letras. Chau, cuídate -.
69

Apagando su celular, Regina observó el techo de su pieza por unos instantes y


pensó: - ¿Qué estarán haciendo las chicas? -.

Por la calle se escuchaba el pitido del silbato del heladero, sonido que la
remontaba a su niñez cuando su abuela le decía que era “el viejo del bolsa”
que atraía a los niños y niñas para llevárselos.

– Solo es un hombre haciendo su trabajo. ¿Cómo será la bolsa que cargará a


sus espaldas? ¡Ja, ja! ¿Qué estoy diciendo? Mejor voy a casa de Marce y la
sorprendo con una merienda. Solo espero que le guste a la muy zorra. Bah, yo
sé que le gustará -.

Corazones de arroz

Fondo de noche, casi tan rutinario como tomar agua, pero casi tan excepcional
como lo simple, ese reverso de la moneda que llamamos suerte, belleza,
momento, descubrimiento, cruz, amor. El bar parecía vacío hasta que estos
dos llegaron y tomaron asiento a metros de la entrada. El ambiente silencioso
se prestaba para que salieran de sus celdas los formales comentarios acerca
del clima, el decorado del lugar, entre otros aburrimientos. La fortuna
acompañó la velada sojuzgando y extraditando esa maldita sensación
metafísica donde parece que los participantes del encuentro se conocen desde
hace mucho. Así, las curiosidades empezaron a florecer en la boca de ambos,
las miradas raspaban el suelo como quien dibuja con la punta de una rama un
círculo, señalando el perímetro pertinente donde no se permitirían otras
molestias más que el adormecimiento de las piernas y el cambio de posturas
en el banco.

La moza se acercó para ofrecer el comienzo del ágape que compartirían los
sentimientos de ambos, picando coincidencias por acá, diferencias por allá,
oportunidades futuras por acullá. Ella ansiaba descubrir la clase de individuo
con el que accedió a tomar un trago, quizás esperaba que fuera más tímido,
más reservado, más cristiano. Él no podía dejar de pensar en cómo podía
decirle que tenía los ojos más bonitos que había visto, sin referirlo
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directamente… Y empezó a hablar. La medía de arriba abajo, escaneando con


su vista la imagen de aquella adorable muchacha. ¿Cómo pudo aceptar venir?
¿Qué la motivó a eso? ¿La obligó de algún modo, o se obligó a sí misma? Sea
como sea, ese rostro… Esos cabellos… Esos labios… Cómo, cómo y más
cómo.

La cantidad de líquido en el vaso, batería disponible de la noche, bajaba


lentamente, como los ojos de ella cada vez que cruzaban miradas y sonreían
sin otra preocupación que no sea sonreír. Preguntar por el nombre del otro
parecía no un caso perdido, pero no importaba tanto. Se habían bautizado
como “esa persona que estoy conociendo”, sencillamente. Él filosofaba con
algún tema que ella sacaba para indagar si era el descuido, los nervios, o la
diversión que la llevaban a mencionarlo, pero… ¿Cómo lograr concentrase e
hilar dos ideas con ese corazón que lo encandilaba, latiéndole en clave de sol
radiante?

Se acomodaba y cruzaba las piernas, lo observaba sensualmente, aunque ella


no quisiera explicitarlo. Lo tentaba (o eso creía) a que cerrara el local y que
mandara a volar a los que se encontraban allí para tener más intimidad,
aunque sea “solamente” para charlar. Él, ateo, reflexionaba sobre cómo se
sabe lo que sabe, ella católica y glamorosamente practicante, le replicaba que
sabía, a secas, por más que sonara a falta de interés en criticar las razones por
las que aceptaba lo que afirmaba. El aire sostuvo la respiración en cuanto
escuchó “Dios existe”, y casi se asfixia cuando oyó “Dios ha muerto, y nosotros
mismo lo hemos matado”. Sin embargo, encontraron en el otro un espacio de
respeto donde sus creencias se daban la mano amistosamente y salían a
pasear por el camino de la temprana travesura y bella picardía que se aplanaba
y extendía a medida que se conocían (o desconocían).

Cuando la bebida se comenzaba a acabar, ella agarraba las servilletas y las


formaba y deformaba para aplacar la ansiedad que comenzaba a apoderarse
de sus planes próximos. Él parecía bien cocinado, en su salsa, disfrutando de
la vista, dejando que el viento no corra, sino camine en su barba, recuperando,
de paso, el aliento que esa chica le quitaba. Y, de repente, como todo cese de
placeres que provoca una travesía emocionante, había que pagar lo debido,
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justificar lo recorrido y recordar lo consumido. Se pidió la cuenta y, como si


fuera poco, ninguno de los dos tuvo problema para desenfundar billetes. La
moza se llevó lo correspondido, pero no regresaba con el vuelto. La chica le
provocó un pequeño sosiego, una pequeña paz ante lo que sucedía, y como su
mirada ya comprendía el lenguaje de la otra, clavó sus ojos en los del
muchacho, arrugó levemente sus facciones oculares y le dijo: - Vamos,
dejaselo -.

Aguardó por unos momentos, y dijo: - Sí, se lo puedo dejar. No voy a hacer
problema por cuarenta pesos. Creo que esta noche vale más que eso -, - Sí,
seiscientos sesenta pesos, ¡Ja, ja! -.

Saliendo del recinto, él la acompaña hasta su casa, la saluda, y se va con algo


en mente. Hace mucho su pecho no se henchía con tantos nutrientes, tantos
sabores y olores, parecidos al cereal, tan arroz, pero no con leche. Ella le había
asegurado que le gustó la compañía y la oportunidad para compartir juntos
unas cuantas horas, pero él no estaba muy convencido. No obstante, la
cocción que escuchaba en su corazón decía lo contrario, con tantos sabores y
olores, parecidos al cereal, tan arroz, pero no con leche. Inclinaba la cabeza
para mirar el cielo y sentirse bañado por el brillo estelar, con tantos sabores y
olores, parecidos al cereal, tan arroz, pero no con leche. Recordarla no era muy
apasionante, pero lo impregnaba con una tibieza agradable, como si de leche
se tratara, con tantos sabores y olores, parecidos al cereal, tan arroz… Y ahora
sí con leche.

AFUERA LLUEVE…

Afuera llueve… (O “a fuera llueve”. Suenan similar, pero si “fuera” es un ser,


quedaría mejor decir “a fuera lo hacen llover”, algo que le provocamos
continuamente a lo externo, a lo de allá, aunque no nos mencionemos en la
oración).

- ¡Afuera llueve “Argentina”! – Exclamaba Patricia en el almuerzo.

- ¿Qué cosa? – Decía confundida su hermana Beatriz - ¿Cómo podría caer un


país entero desde la nubes? -, - No, Bebe, es una manera de decir, no tan
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manera de decir. Me refiero a la sensación que me produce ver por la ventana


la parte del barrio en la que vivimos, los pibes y pibas con el “Paso Ancho”
pasando de mano en mano, bailando cumbia y reggaetón, el calor del sol de
mediodía castigándolos por batir sus cachas expuestos en la calle, a hora de
estar dentro de sus casas -, - Pero ahí no está toda, falta una parte
exageradamente grande -, - Sí, ya sé. Describo la porción del país que puede
ver más allá de estas paredes -.

- Bueno, Pato – Hablaba el Abuelo Nino que escuchaba con atención a su


nieta, mientras se acercaba el tenedor con la mano derecha, llevándose a la
boca un buen pedazo de pechuga de pollo – Te voy a seguir el juego. ¡Afuera
llueve “Covid-19”! Mira a esos pendejos, tomando del mismo tetra, pegados
unos contra otros, ¡Cómo se nota que son unos ignorantes de aquellos! ¿Y el
distanciamiento social (distanciamiento social, ¿no es extraño que lo que en un
momento se llamó espacio personal, ahora tenga tintes sociales?) dónde está,
se lo metieron por el culito? Uno acá cuidándose como un adorno de cristal, y
estos hacen los desarreglos habidos y por haber sin importarle el otro. ¿Por
qué no se dejan de joder y agarran una pala? Los mandaría a cada uno a la
colimba, a ver cuánto duran -.

- Papá, por favor – Tomaba la palabra Sara, hija de Nino, y mamá de Beatriz y
Patricia – No te emociones tanto, no vaya a ser que te ahogues con el pedazo
de pollo que te acabas de morfar -.

- ¡Dios te oiga, hija mía! – Bromeaba la abuela Petronila – Ya no soporto las


barrabasadas que dice, mucho menos sus ronquidos -, - Sí, Petro, sí. Bien que
este marrano roncador te lleva al Super, a la peluquería de las loras con las
que te teñís, al grupo de jubilados con tus amigas, y al centro cuando se te da
por comer en algún local. Claro, y yo soy el insoportable -, - Cada lugar que
nombraste tienen algo en común: En ninguno cerraste el pico. ¡No sé quién es
el loro acá! -, - ¡Bueno vieja, para un poquito! Le estamos cagando el juego a la
nena. Ya que estás con todas las luces prendidas hoy, ¿Por qué no propones
“algo” que esté lloviendo afuera? -, - ¿Qué cambias de tema, viejo pícaro?
Bueno, dale. Veamos… ¡Pero qué va, si ahora está lloviendo agua! -.
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Entre tanto las metáforas volaban en la casa en la casa de los Parra, se había
nublado y empezado una “delicada y tímida” lluvia. Los vecinos escaparon
hacia sus casas lo más rápido que pudieron, siendo el más afortunado el que
se llevó el “Paso Ancho”, ese se llevó la mejor parte. La familia aún comía, y
esperaba seguirse alimentando de las asociaciones poéticas que se cocinaban
en la mesa.

- ¡Ahora no tiene gracia! – Decía indignada Beatriz, viendo como las gotas se
pegaban contra el vidrio, desparramándose lentamente, dejando una película
transparente que puede ser modificada con facilidad con un dedo, dibujando
dos ojos y una sonrisa que observarán el interior y exterior de casa, al mismo
tiempo - ¿Cómo vamos a seguir jugando? -.

- Llueve todo el tiempo – Aseguraba Patricia, con más fe que seguridad – Dale,
animate. Lo primero que se te venga a la cabeza -, - Mmm, no sé. ¡Afuera
llueve “La tragedia de Picasso”! El contraste de las nubes oscurecidas con la
lluvia, el chaparrón que repiquetea en la acera y en el techo, la poca luz que
interviene en este lienzo frente a mí forman un azul oscuro muy seco, a pesar
de la humedad. El cuadro de Pablo me hizo sentir eso. El tono cromático de la
arena se mimetiza con el del mar y con el de la familia, la resignada congoja de
los adultos y la inocente necesidad de ellos del pequeño. Me trasmite una
melancolía que parece inabarcable en el pecho -.

- ¡Eh, pero eso no se vale! – Reclamaba Nino – Creía que habíamos quedado
en que crearíamos nombres raros con lo que veíamos. Estás haciendo trampa,
Bebe, si traes cositas del pasado hasta acá -.

- ¡Ay, bueno Abu! – Reponía Beatriz – La Pato me dijo que tirara lo primero que
se me ocurriera. Pero, a propósito de lo que decís, lo que pasó fluyó hasta mí
ahora. Eso quiere decir que no rompí ninguna regla. Hablé en y del presente.
¡Ja, toma! -, - No me cuentees, vivaracha -, - Además, ¿Qué loco, no?
¿Cuándo se acordó alguna regla, o siquiera que, explícitamente, esto era un
juego? Se dio de un momento a otro, sobre la marcha nos acostumbramos
rápidamente a lo que estábamos haciendo, como si de una pauta se tratara, y
de repente… -.
74

- Beatriz, bichito de la mamá – Interrumpía Sara – Come lo que tenes en el


plato, por favor, que se enfría, si no es que ya se congeló -.

Hablar había deslizado el tiempo sin previo aviso para la joven, sin
advertencias los segundos corrieron a un costado de su concentración, era
como si su ahora se hubiera zafado, desencajado del resto de sus familiares, lo
cual la llevó a pensar: ¿Adentro llueven relojes? Pero, ¿Cómo podría? Estaría
infringiendo las normas del juego. De repente, se levantó de la mesa y se
dirigió hasta su cuarto, volvió con su celular entre las manos con la cámara
preparada y les dijo a los comensales que pongan su mejor pose para luego
poder revelar la foto en el estudio más cercano.

- ¡Cómo rompes las guindas, Bebe! – Se indignaba el Abuelo Nino - ¡Estamos


con medio almuerzo en la boca y vos queres fotos! -.

- No te preocupes, Abu – Respondía Beatriz – Saliste re bonito. Mirando para el


diablo y con la geta abierta -, - ¡Ja, ja! Pero pendeja traviesa, sentate y termina
lo que tenes en el plato, sino la Abuela me lo va a encajar a mí -.

- ¿Tenes algún problema con eso? – Preguntaba Petronila - ¿No te gusta lo


que cociné? -, - Nunca dije eso, mi amor divino y hermoso. ¡Todo lo que haces
me gusta! Excepto la pechuga de pollo -, - ¡Estamos comiendo eso, Nino! -, -
¡Ay, pero qué torpe soy! ¿Cómo no me di cuenta antes? -.

La familia Parra rió al unísono por unos momentos, y eso cambió el color del
cuadro que Beatriz había pintado en “fuera”. La lluvia se había detenido, y el
sol salía. Los vecinos volvían a salir y a poner las mejores cumbias del
repertorio, pero el “Paso Ancho” ni quien se lo llevó aparecieron.

– Se los habrá llevado el agua – Pensaba ella - ¿Quién sabe? -.

[…]

Dejó de llover… Días después de ese almuerzo tan almuerzo para los Parra,
Beatriz volvió a encontrarse con esa foto desordenadamente armónica cuando
acomodaba algunas cosas en su pieza. La guardó en el bolsillo trasero de su
75

pantalón de jean, convencida de que le serviría de amuleto para atraer las


buenas vibras en esos días azules seco para ella. Paralelo a eso, Patricia
vigilaba constantemente al Abuelo Nino luego de que la Abuela Petronila
cayera en cama por haberse contagiado de Covid-19. Los viejos solían
compartir el mate en el desayuno, junto con unas tostadas, untadas con las
noticias del programa de radio que más les gustaba, por lo que hubo que
privarles de ello. Bebe se encargaba de la nona, y Sara compraba lo necesario
para alimentar a los viejos y tratar los dolores corporales de la mami.

Limpiando el cuarto de la Abu, un día Beatriz se quedó más de lo debido con


ella. Petronila la agarró de una mano antes de que continuara reubicando los
muebles para que entrara la medida justa de luz y así no carbonizarla ni
tampoco convertirla en un pálido vampiro.

- ¿Qué te pasa, Bebe? ¿Te sentís bien? -, - Estoy un poco cansada, nomas.
Nada de qué preocuparse -, - El Covid me habrá quitado por un tiempo el olfato
y el gusto, pero no creo que me haya hecho despistada. Esos ojitos ya no
brillan como faroles, y eso me preocupa. Contame, dale -.

La nieta sacó su amuleto del bolsillo de su pantalón para no arrugarlo, y se


sentó en la cama junto a ella.

– Estoy muy angustiada. Los médicos que vienen a chequearte día por medio
dicen que no estás respondiendo a la medicación, que si en estas semanas no
hay evolución favorable te van a trasladar al hospital central para internarte.
Sumale que el Abu se vuelve loco en su pieza porque quiere salir a hacer sus
“cosas de viejo” y verte, y que la Pato y la mamá discuten inútilmente por quién
de las dos fue la que trajo el virus. Me siento más encerrada que vos Abuela,
en cierto sentido -.

- ¡Ay, hija mía! – Decía Petronila mientras acariciaba los cabellos y el cachete
izquierdo de su nieta - ¿Por qué te preocupas tanto? Pase lo que pase, a todos
nos llega la hora. Es un ciclo bastante jodido, te diré, pero ciclo en fin. Esa foto
que tenes en la mano, ¿Me la podes prestar un ratito? -, - Sí, Abu, toma –
Contestaba Beatriz, secándose las chismosas lágrimas que se asomaban por
sus ojos para ver qué estaba pasando.
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La nona miro por unos minutos la foto. Rió, se quejó de la pose de Nino, y
suspiró levemente entre tanto devolvía el amuleto a su dueña correspondiente.

- ¿Sabes qué está lloviendo para mí? ¡Afuera llueve “vida”, Bebe! Las flores,
los árboles, los animales, los vecinos, nosotros, palpitamos y respiramos casi al
unísono en un mismo corazón y pulmón, sintiendo y exhalando una sustancia
vívida -.

- ¿Cómo podes decir eso Abu? – Observaba reflexiva Beatriz – Si para mí


desde el día que te enfermaste dejó de llover -, - ¿No era tu hermana la que
dice que llueve todo el tiempo? Tiene razón. Cada cosa que vemos, que
tocamos, que olemos, que inhalamos, que saboreamos, son como gotitas de
momentos que se persiguen de cerca, uno tras del otro, pasando a una
velocidad increíble para la percepción. Pareciera que la vida misma se divierte
con ese juego de “Ladrones y policías”, agraciando nuestras existencias con
nada más que existencia. Sé a lo que te referís, corazón. Pero, fijate bien. El
mundo es tan basto y rico en sentidos, idas y vueltas de pensares y pesares,
calesitas de cuerpos, que difícilmente diría que uno puede llegar a aburrirse, o
encontrar nada más que fatalismos o pesimismos en cada escondrijo de este
caminito que compartimos. Nunca para de llover, si te pones a observar, y eso
lo descubrí con ustedes. Gracias, pendejas del orto -.

Afilados

Para Nicolás y Santiago

Todas las mañanas afronto una carrera contra la impotencia cuando aparto las
sábanas que me cubren del exterior en la cama. Mis dedos amanecen
pequeños, aparentan haber sido cortados por la madrugada. El segundo
desafío diario es el de correr las cortinas, esas diligentes madrugadoras que
reciben las primicias solares y acompañan los interiores para tolerarlas, hasta
que las separamos. Sujetar mi taza de café y acercarla a mi boca, agarrar el
cepillo de dientes, el jabón, la toalla, bañarme… Todo con torpeza, nada con
eficiencia.
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Las cosas pintan bien cuando el sol avanza en el cielo y marca el mediodía.
Cada dedo se alarga en una longitud media. Almorzar no es una actividad que
presenta conflictos exagerados, solo cuando tengo que trocear la carne que
haya en el plato. Se acalambran mis manos cuando llevo un tiempo prolongado
sosteniendo el tenedor y el cuchillo. Si quiero tomar agua o jugo mientras
como, o lo primero que hago antes de sentarme a la mesa es servirme en un
vaso, o le pido ayuda a algún comensal. En mi caso, al estar casi siempre solo
en casa, la fatiga dactilar me ha dejado más de una vez con sed.

Pasada la siesta, mis manos transitan la pubertad, alcanzando dimensiones


considerables; una mejora de diseño que facilita el trabajo. Paso las tardes en
mi barbería. La inauguré en los primeros meses del año, en casa. Preferí que el
corte y confección de cabezas no me desvíe de los deberes del hogar, he hice
bien, de hecho. Da la casualidad que entre cliente y cliente puedo terminar de
lavar los platos que quedaron del mediodía, sin dificultad. Cuando regreso al
salón y me encuentro con los expectantes del sillón traigo conmigo la
sensación de estar dejando una limpieza para empezar con otra.

Cada cabeza es un jardín diferente, una flora única e irrepetible. Esas


personalidades vegetales hablan a través del estilo, mediante la desprolijidad y
el orden del cuero cabelludo. Diría que conozco más el inconsciente de los que
se sientan frente al espejo que ellos mismos. No quisiera ser grosero ni
inoportuno, pero los pelados son un tema aparte, lo cual tiene su lado
temerario; uno nunca sabe con qué tipo de calvo se ha topado hasta que
dialoga con él, desenredando los mechones de pelo que cubren su identidad.
Animo las caras largas con un leve desencaje del ego cuando los
consumidores se placen del laburo que les hice. Acomodo el look y la salud
mental de quienes me visitan, en una sola maniobra.

La noche cae sin hacerse daño. La luna aparece, aunque no se haya movido.
Las estrellas tintinean sin pestañar, a pesar de sentir sus guiños cómplices en
los crepúsculos de desgano, incentivándome a brillar junto a ellas. El mar
nocturno resplandece ante la mirada de los apagados, invitando a las
curiosidades mojarse con húmedos consejos que pueden (pueden como
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anhelo, no posibilidad) saborearse alineados con la piel, iluminando los


caminos que les depararán en tierra.

De medianoche me percato de que mis dedos han crecido descomunalmente,


alcanzando la punta de las zapatillas sin reclinar o agacharme. No acostumbro
a cortar el pelo a esas horas, y no se debe a la inseguridad. Más bien a la
desfachatez que tijeras y navajas pueden transmitir en cada cizallada y
rasurada. Deshonraría al local si dejara entrar a un cliente y le hiciera un
peinado ordinario, usando la poca motricidad que tengo a mi favor (o en mi
contra). Los amigos solamente permiten que estas manos noctámbulas
experimenten en sus cabellos. Eso ha enriquecido mi técnica, pero no me
satisface. Siguen siendo trabajos escuetos.

Las dudas recorren mi cuerpo, y la longitud de los dedos se ubica entre las
primeras inquietudes que componen mi reflexión. ¿Por qué son así? ¿Por qué
soy así? ¿Y si trato de cortar…los? ¡Ahora me acuerdo! Ayer, mismo horario
(mismo, misma, ¿qué lo es, realmente?), los amputé sin resguardo con la tijera
de degrades. El dolor fue insoportable, pero de momento sirvió de algo:
Comenzar de “cero”. No obstante, quería ver qué sucedía si los dejaba crecer.
Algún tipo de memoria me arrastraba hacia un sentimiento de ahogo, de
frustración, evocando lo experimentado por ese tóxico hábito que adquirí en la
búsqueda por mi maestría.

Despego los párpados y clavo los ojos en el techo. Los efectos restantes de la
somnolencia impedían que tomara consciencia de mis dedos. Comencé a
preocuparme, la ansiedad me picaba la nuca cual enjambre alocado y ruidoso
de mosquitos veraniegos. Quería con todas mis fuerzas que mis manos
retrocedieran a una medida estándar, o al menos que no inspiraran en los
mortales ser extremidades salidas de ultratumba. El desapego a los retazos del
sueño mostraba una puerta al desasosiego y una ventana a la calma: ¿Cuál
me tocaría abrir por la mañana? ¿Conseguiría ver algún producto de la
realidad, o un mero consuelo de la imaginación? Realizo un mapeo a lo largo
de mi cuerpo: Verifico el estado de la cabeza, de los hombros, los brazos,
hasta llegar a... Los dedos permanecían en su lugar y con el tamaño de la
noche anterior.
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Durante gran parte del día mostré al mundo una parte de mí que juré sepultar.
Supongo que para ser mi propio asesino serial tengo que pulir algunos
vericuetos como para no dejar que el muerto quede al descubierto, surja de
entre la tierra y repugne con su pestilencia. No tuve problemas al apartar las
sábanas y cortinas del cuarto. Preparé el desayuno, cociné, corté a más de
diez clientes, me bañé y regresé a la cama. Había sido una maravilla: Lo que
mi cuerpo expresaba, los gestos amables y agradecidos que recibía, los mates
de media tarde, todo una delicia, un manjar de fantasía.

La ambrosía temporal terminó siendo eso, temporal, en el sentido finito y


acotado de la palabra. Las labores de barbero habían concluido, el salón
estaba reluciente, y mi estómago crujía como los banquillos de madera en
donde se sientan los niños. Una idea trepó hasta mi lengua: Delivery. Sin
embargo, quería salir y enseñar a los vecinos mi nuevo yo. Tenía bicicleta, pero
en aquella ocasión las piernas resultaron ser el medio de transporte más
adecuado.

Fuera del local, tomé para una rotisería a ver qué encontraba. Dos cuadras y
media después, a mitad de la calle, disonante y disruptiva, madre de discordias
y calumnias, me crucé con una visita inesperada. Cambio de semáforo de rojo
a amarillo. Era una mujer, un amor no-tan-pasado. El fantasma de su corazón
todavía no se esfumaba de mi cabeza. Su sola presencia seguía
desmembrando las petulantes excusas que creé, presionando una simulación
para superar el pequeño duelo. Luz amarilla a verde. Rozó su hombro derecho
con el mío. Hombros distinguidos si los hay, forman una cuenca fluvial junto a
los músculos y huesos del pecho y trapecio, cuenca de la que tomaría agua
con gusto. Frotó su carne con la mía, y se alejó. No podía evitar la idea de
que… ¿Y si…? ¡Más si! La pararé para charlar con ella. A decir verdad, tener
dedos largos es una bendición, no tengo que correr para alcanzarla, puedo…

Mientras estiraba los dedos, un taxi que viajaba a toda velocidad me arrancó
los dedos de la mano izquierda de cuajo. Sangré una agradable cantidad de
tiempo, la suficiente como para caminar cojo. El estómago se había cerrado, y
con él mi apetito. La angustia que también quería sellar mi garganta fue
producida, no por la herida, sino por… Debería evadir esos amores por un
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tiempo, pero me pueden… El otro par de dátiles se preparaban para tocarle el


otro hombro, y sucedió lo mismo. Un auto los rebanó.

Una inspiración, pantallazo de significados, asombro ante lo desconocido, me


transformó en un caracol, cavilando, demorado por la baba que estaba
segregando de mi boca, intentando explicar lo que sucedía. Sólo había algo
que comprender. Esa muchacha… Se llevó...

- FIN -

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