Vértigo - Cristina Mellado

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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Cita
Prólogo. Alejandra, julio de 2022
Adrián, julio de 2022...
1. Alejandra
2. Adrián
3. Alejandra
4. Alejandra
5. Alejandra
6. Adrián
7. Alejandra
8
9. Adrián
10. Alejandra
11. Alejandra
12. Adrián
13. Alejandra
14. Alejandra
15. Alejandra
16
17. Alejandra
18. Alejandra
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20. Adrián
21. Alejandra
22. Alejandra
23. Alejandra
24. Alejandra
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26. Alejandra
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28. Alejandra
29. Adrián
30. Alejandra
31. Adrián
32. Alejandra
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34. Alejandra
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36. Alejandra
37. Adrián
38. Alejandra
39. Alejandra
40. Alejandra
41. Alejandra
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43. Adrián
44. Alejandra
45. Adrián
46. Alejandra
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48. Adrián
49. Alejandra
50. Adrián
51. Alejandra
52. Adrián
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54. Alejandra
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56. Alejandra
57. Alejandra
58. Alejandra
59. Adrián
60. Alejandra
61. Adrián
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63. Alejandra
64. Adrián
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66. Alejandra
67. Alejandra
68. Alejandra
69. Alejandra
70
71. Adrián
72. Alejandra
Epílogo
Nota de la autora
Agradecimientos
Créditos
Gracias por adquirir este eBook

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Sinopsis

Querida Alejandra:
Desde el día en que te vi por primera vez en mi librería, supe que ibas a
revolucionar mi vida. Con tus dudas, tus miedos, tu peculiar manera de
considerarte no lectora. Con ese dolor y esa rabia que guardas desde hace
años hacia un padre ausente. Pero también con tus colores, esos outfits
imposibles, esa belleza que brilla fuera y dentro de ti, esa necesidad de
comerte la vida a bocados mientras buscas un camino que seguir.
Un camino que, por ahora, te aleja de mí y te lleva a Gran Canaria. Temo
que no vuelvas y me dejes con mis libros, con mi abuelo, algo perdido sin
ti. Pero, si el viaje sirve para que te encuentres y te reconcilies con la vida,
aguantaré. Te esperaré. Sé que las relaciones a distancia son un riesgo y lo
que yo te ofrezco no es mucho… ¿Lo dejaría todo por ti? ¿Volverás a mí?
Quién sabe, mi querida rubia, mi Álex.
Una vez me preguntaste con qué palabra te describiría.
Vértigo sigue siendo y será siempre mi respuesta.
Adrián y Alejandra, la pasión por los libros y la vida, las incertidumbres
de los veinte años y la hermosa Gran Canaria protagonizan esta novela de
amor, dolor, descubrimiento y mucha, mucha literatura.
VÉRTIGO
Cristina Mellado
Para Ignacio,
por enseñarme que el vértigo
también puede llegar a ser adictivo
Me daba tanto miedo el vértigo
que había dejado de besar las alturas.

LORETO SESMA
Prólogo

Alejandra,
julio de 2022
Jamás olvidaré el día en que mi madre me dijo que tenía que irme a vivir
con mi padre.
—Cariño, Canarias no está tan mal. El tiempo es fantástico, seguro que
harás amigos pronto, tú no tienes problema para eso. Yo estoy siempre
trabajando y ahora tengo que viajar de un lado a otro constantemente. En
cambio, tu padre trabaja en casa. Está deseando que vayas y os reencontréis.
Alejandra, sé que te va a ir bien, aunque ahora te dé miedo el cambio.
¿Miedo? No, no es miedo lo que siento. Nunca me ha dado miedo la idea
de viajar; al contrario, mi sueño siempre ha sido ver mundo. Pero no creo
que la mejor decisión en este momento sea irme a vivir con mi padre.
Intento manejar desde hace años el cúmulo de emociones que siento, y
que ni yo misma entiendo, entre las que prima la incertidumbre.
Dios mío, jamás me había sentido así.
Hace ya dos semanas del instante en que mi vida empezó a cambiar. Un
principio de verano caótico, a pocos días de graduarme en Periodismo.
Mis padres han decidido que es buena idea que me vaya a Gran Canaria
después de verme más perdida que nunca. Acabo de terminar una carrera en
la que, sí, he aprendido cosas, pero no ha sido como esperaba. Me ha
servido para conocer desde otra perspectiva el mundo que nos rodea. Me
encanta investigar e informar sobre prácticamente cualquier tema, y desde
cualquier medio.
Sin embargo, este mundo es tan complejo y competitivo que, ahora que
he acabado mis estudios, no sé cómo tomar las riendas de mi vida. He
estado este último curso bastante estresada con el tema. ¿En qué
especializarme? ¿Sigo estudiando? ¿Busco trabajo? ¿Dónde? ¿Realmente
me gusta lo que he estudiado?
No sé si valgo. No sé si estoy preparada. No sé cómo enfrentarme a esto.
Así que mis padres han acabado encontrando la que creen que es la
solución a mis problemas: buscar lo que me apasiona fuera de mi entorno,
al que estoy más que acostumbrada, respirar aire nuevo y detenerme a
pensar qué es lo que necesito.
Mi padre ha decidido que viva con él. En su casa. Con su otra familia.
Quizás, más que el viaje, lo que me preocupa y desconcierta a partes
iguales es mi relación con él. No sé cómo va a ser el reencuentro. Llevamos
demasiado tiempo sin hablarnos. Desconozco su vida, más allá de que vive
en Canarias, tiene una nueva mujer maravillosa y dos hijos pequeños.
Por eso es más frustrante aún que tenga que ir a vivir a su hogar con una
familia que no conozco, que tiene sus propias normas, en su pueblo, en su
isla...
¿Realmente es esta una buena idea?
Mi madre me asegura que sí, que ayudará también a nuestra relación. No
sé cómo lo hace para encontrarle a todo el lado positivo. Para darle un giro
de ciento ochenta grados a las cosas.
Hasta ahora, jamás se me habría pasado por la cabeza irme a vivir con
mi padre. De hecho, es lo que menos me apetece en el mundo. Pero la
capacidad de convicción de mi madre es tan grande que no me puedo creer
que me esté planteando seriamente eso de experimentar y ver por dónde van
las cosas.
¿Qué me está ocurriendo?
Sé que todos los jóvenes pasamos por este momento en el que tenemos
que elegir qué camino tomar. Durante toda la carrera no le había dado
demasiada importancia al asunto. Imaginaba que llegaría el día en que me
surgiese alguna oportunidad laboral tras los estudios, o incluso que
continuaría formándome. Después de estos cuatro larguísimos años y unas
prácticas inútiles en el periódico local, limitadas a llevarles café a los jefes
y a corregir las faltas de ortografía de los redactores, mis dudas han
aumentado y mis padres han decidido que tenían que tomar ellos las riendas
de la situación y ayudarme.
—¿Y qué va a pasar con Adri? —Fue lo primero que le pregunté a mi
madre, con los ojos encharcados en lágrimas y la voz temblorosa. Tengo
que reconocer que de primeras no estaba nada convencida con el asunto—.
Mamá, no estoy segura de que sea lo mejor. Reconozco que me apetece un
cambio de aires, pero no sé si es buena idea ahora mismo separarme de mi
novio. Me necesita. Solo tiene a su abuelo y esa librería que se cae a
pedazos.
—Alejandra, estáis a un vuelo de tres horas —me intentó calmar
mientras me abrazaba en el sofá—. Eso no es nada, y mucho menos ahora
con las tecnologías. Os podéis mandar mensajes, correos electrónicos, como
cuando os conocisteis, e incluso veros por videollamada. ¡Podrás venir
cuando quieras a verlo! Y a verme a mí, claro está. Pero, sobre todo, si os
queréis, estoy segura de que saldréis adelante. Tenéis una relación bonita
que solo acaba de empezar, no dejes que el amor te ate. Es más bonito en
libertad, ya te darás cuenta. El cambio te va a venir fenomenal, hazme caso.
Es muy fácil hablar de nuestra relación desde fuera. Hasta ahora, todo
nos ha ido bien. Estar con Adri es muy fácil; está siendo una historia
preciosa. Llevamos un año juntos y es la persona que más me comprende.
Me da paz. Y no sé cómo va a reaccionar cuando le cuente todo este lío en
el que me han metido.
En cierta manera, y pensándolo fríamente, lo que me proponen no me
parece del todo mal. Para cualquier persona sería una gran oportunidad.
Siempre he sido muy aventurera, no tengo miedo a los retos. Por otro lado,
Canarias es un sitio apetecible, perfecto para lo que mis padres me
proponen: pasar una temporada fuera para encontrarme.
Cuando era pequeña y ellos todavía estaban juntos, solíamos viajar
bastante. Nos hemos recorrido España y algún que otro país cercano, y
guardo buenos recuerdos, aunque algo difuminados por el paso del tiempo.
En una de esas escapadas, en París, estábamos los tres en los Campos
Elíseos, tomándonos un bocadillo con un refresco de cola en lata, sentados
directamente sobre el frío césped y con unas vistas privilegiadas de la torre
Eiffel. Era muy pequeña para apreciar la felicidad del momento: una familia
unida, un lugar idílico y el privilegio de poder salir del hogar.
Ahora soy consciente de todas estas cosas, sobre todo desde que tengo
más edad y sé lo que es sentir que te falta una figura importante en casa.
Por eso no dejo de darle vueltas al asunto y de plantearme si es buena
idea o no acercarme de nuevo a mi padre.
—Déjame unos días para que lo piense —le pedí a mi madre—. Necesito
hablar con Adrián.
—De acuerdo, cariño. Habla con él, seguro que lo entiende. Y si no es
así, por favor, piensa en ti. Esto lo harás por y para ti. Antes que cualquier
persona, que cualquier relación, estás tú. Siempre estarás tú. ¿De acuerdo?
Mi madre me abrazó de nuevo y noté como sus palabras me calaban
hondo.
—Por cierto, ya que vas a vivir con él, creo que sería buena idea que
hablases con tu padre y...
—No.
¿Cómo puede ser tan fácil pasar de un sentimiento a otro en una sola
frase? Es lo que siempre sucede cuando saca el tema. Algo se activa en mí y
mi actitud cambia por completo.
—Alejandra, no te pongas así. —Mi madre me miró con el ceño fruncido
—. Vivirías en su casa, con May y los pequeños. ¡Ya sabes que son
majísimos! Te van a recibir con los brazos abiertos, y podréis...
—Que sí, mamá. El problema no son May y los peques.
—¿Cuándo piensas solucionar las cosas con él? No ha pasado por un
buen momento...
—No quiero hablar de papá. Y menos ahora.
Que mi madre insista tanto en mi relación con mi padre me hace
sospechar de que la idea de que me vaya a vivir con él es simplemente para
que estrechemos lazos y volvamos a estar tan unidos como antes.
Y una mierda. No se merece mi cariño. Y yo no quiero el suyo.
—Allí tendréis tiempo para solucionar vuestros problemas...
—Si me voy, esa no va a ser la finalidad, tenlo claro.
Decidí volver a mi habitación y dar el tema por zanjado. Por el
momento.
A día de hoy todavía no sé si estoy tomando la decisión correcta.
Por un lado, está Adri. Estamos nosotros. Todo va viento en popa.
Dejarlo en Madrid va a ser una de las cosas más duras que haga en la vida.
Pese al poco tiempo que llevamos, todo lo que he vivido con él ha sido
maravilloso, y estoy segura de que es solo el comienzo de una larga
historia.
Por otro, mi padre. Cinco años sin relacionarme con él, sin saber
prácticamente nada de su vida. Teníamos una relación increíblemente
cercana, pero poco a poco fue dejando de llamar, de mostrar interés en mí...
y yo perdí el que tenía en él. No lo voy a negar. ¿Y ahora está de acuerdo
con mi madre en que debería irme a vivir con él y su familia? No entiendo
nada.
Sin embargo, el motivo de peso por el que debería irme a Canarias, y el
más importante de todos, hace que, pese a mis dudas, la decisión ya esté
tomada: tengo que escuchar a mi madre; tengo que escucharme a mí misma,
saber qué necesito en este momento. Y, sobre todo, quedarme con la idea de
que va a ser solo una temporada. De que puedo con esto.
Porque puedo, ¿no?
Pero el caso es que dos semanas después de la conversación con mi
madre y de reflexionar, es el momento de contárselo a Adri. Hasta ahora, no
he sido capaz. He intentado a toda costa hacer planes que nos mantuvieran
distraídos a ambos. Pero ha llegado el momento. No lo puedo demorar más.

Adri coge la llamada en el primer tono.


—Si tuvieras que comerte la última pizza de tu vida, ¿de qué sabor la
escogerías? —responde así, sin más. Como siempre ha sido él: puro nervio
—. Mi abuelo dice que margarita, pero ¡Dios mío, Álex! ¿No te parece la
más aburrida del planeta? Tenemos la pepperoni, la serrana, incluso la
monstruosidad de la pizza con piña, algo que no comparto en absoluto y
que respeto muy poco, pero ¿margarita? ¿En serio? ¿Y yo tengo que
soportar que...?
—Adrián, tenemos que hablar.
De repente, silencio. Es muy difícil hacer callar a Adri. Está
constantemente hablando, hasta cuando no debe. Además, lo hace tan
rápido que une una palabra con otra y se queda sin respiración. Pese a lo
inseguro que es, lo dice todo tal y como le pasa por la cabeza. Nunca tiene
miedo a exponer sus sentimientos. Nunca tiene miedo de mostrarse
vulnerable conmigo. Y en esta llamada lo demuestra de nuevo.
—¿Me quieres dejar?
Le tiembla la voz, y juro que ya me arrepiento de lo que voy a hacer.
Pero no me puedo echar atrás. Recuerdo una a una las palabras de mi
madre. Tengo que pensar en mí. Esto no tiene por qué afectarnos.
—Me voy.
—¿Cómo que te vas?
—Me voy a vivir a Gran Canaria con mi padre.
Silencio otra vez. Que no diga nada no es buena señal. Y se me hace más
duro si cabe explicárselo. Siento una opresión en el pecho. Me cuesta
respirar. Cuanto antes acabe la conversación, antes se pasará este malestar.
Estoy segura. Nada me hará cambiar de opinión.
He sido demasiado directa, pero ahora mismo mi cabeza no da para más.
Necesitaba soltarlo urgentemente, sin dar rodeos.
—No lo entiendo.
—En una semana.
—Sigo sin entenderlo.
Joder, Adri. Joder, joder, joder.
—Mis padres creen que es lo mejor para mí. Y en parte yo también lo
creo. —Intento serenarme, hablar con claridad y sinceridad. Respiro hondo
varias veces y él escucha en silencio, dándome los segundos necesarios para
que me calme—. Adrián, te quiero. Mucho. Y no quiero irme ahora que
estamos tan bien. Me han ofrecido pasar una temporada allí y creo que me
vendrá bien. Estoy muy perdida, no sé qué hacer con mi vida... Tengo la
impresión de que he malgastado cuatro años en estudiar algo que no me va
a dar de comer.
—Eso no lo sabes.
—Exacto, no sé nada. Tengo que encontrar respuestas.
—Creía que no te llevabas bien con tu padre...
—Ese es otro tema —lo interrumpo—. Adrián...
—¿Vas a hacer las paces con él?
—No sé, no es la finalidad del viaje...
—Entonces ¿cuál es? ¿Saber qué te gusta? ¿A qué te quieres dedicar?
¿Es que en cuatro años no te ha dado tiempo a comprobar qué se te da bien
y qué no? ¿Qué te apasiona? No lo has intentado siquiera, Alejandra.
«Alejandra». Está enfadado. O, mejor dicho, está dolido. Habla con
dolor y a mí esto me rompe más aún. Pero tengo que ser fuerte unos
minutos más. No puedo mostrarle inseguridad, aunque en realidad me
muera de miedo.
—¿Cómo que no lo he intentado? He sacado muy buenas notas...
—¿Has salido a la calle a buscar trabajo? —me interrumpe y comienza a
hablar atropelladamente, sin apenas dejar lugar a la respiración—. ¿Has
enviado currículums? ¿Te has planteado contactar con editoriales, revistas,
periódicos, radios, cadenas de televisión...
—No, pero...
—¿Por qué me has llamado?
¿Qué?
—Para contártelo y...
—No te importa lo que yo pueda pensar u opinar, ¿no? La decisión ya
está tomada.
No soy capaz de responderle. Porque Adri tiene toda la razón del mundo.
No le he dicho nada hasta ahora porque cuando pensaba en hacerlo, me
echaba hacia atrás siempre. Porque anclar mi vida a un trabajo que no me
apasiona me asusta más de lo que soy capaz de reconocer.
Y porque, efectivamente, la decisión ya está tomada, pese a todo. Pese a
él.
—Ni siquiera has sido capaz de decírmelo en persona.
—Necesitaba llamarte ahora y...
—¿Dejarme?
¿Está llorando?
—No quiero dejar lo que tenemos. Podemos intentarlo. Podemos probar
a ver qué tal nos va. No estamos tan lejos. Nos queremos y nos puede ir
muy bien. Solo va a ser una temporada, quizás unos meses, no sé. Y luego
volveré y estaremos como siempre. Tú podrás venir a verme y yo...
—Alejandra, ya conoces mi situación. No tengo tiempo, y mucho menos
puedo pasar un fin de semana fuera...
—Ya —le digo para que deje de hablar.
Porque lo sé. Lo sé. Además, él es feliz con su vida, con lo que tiene. No
necesita más. No necesita aventuras. Adri es toda la calma que necesito. Y
yo una puta tormenta. Un puto huracán que no sabe qué dirección tomar y
que arrasa con todo a su paso. Con Adri.
—En fin. Ya sabes dónde estoy, si es que te apetece despedirte de mí.
Cuelga.
Y yo rompo a llorar.
Escuchar a Adri así, herido, sin que quiera seguir hablando conmigo, es
algo que me destroza. No sé cómo arreglarlo, si es que tiene arreglo.
No paro de darle vueltas. Quiero. No quiero. Quiero. No quiero. Lo
dicho, como un huracán. Un desastre natural.
Sin embargo, estoy convencida de que he de irme para responder a las
cientos de preguntas que me acosan: ¿qué va a ser de mí? ¿Cómo será el
reencuentro con mi padre después de todos estos años sin vernos? ¿Cómo
será mi nueva vida, mi nueva casa, mis nuevos amigos? ¿Tendré amigos?
¿Me aceptarán? ¿Encontraré mi vocación? Y, lo más importante...
¿Lo superaremos Adrián y yo?
Adrián,
julio de 2022
Ya está. Álex se ha ido. Y no sé qué va a ser de nosotros. Todos estos meses
juntos han sido increíbles, y precisamente se ha marchado en lo mejor de
nuestra relación. Ahora que todo estaba un poco más claro, que habíamos
hablado de tomarnos en serio nuestros sentimientos y contárselo a nuestros
amigos, que planeábamos alguna escapada. Justo ahora es cuando decide
que tiene irse.
No sé si sus padres han tomado la mejor decisión posible, conociendo las
circunstancias de la familia. Conozco a Ana y sé que siempre hará lo mejor
para su hija. Pero me preocupa su padre.
Ha sido todo demasiado precipitado, no creo que haya tenido el tiempo
suficiente para pensárselo. No es una decisión como para tomarla a la
ligera. Y menos este verano que iba a ser inolvidable: los meses que
despiden una etapa para dar comienzo a otra, justo cuando íbamos a
tomarnos lo nuestro en serio, cuando íbamos a vivir nuestra historia como
algo real y no como un juego de niños.
El día que me dijo que se iba creo que pudo oír cómo mi corazón crujía.
Tengo que reconocer que me pudo la inseguridad, el miedo... Pero lo peor
fue que no me lo dijese a la cara: me llamó por teléfono, ya segura de que
necesitaba irse, dando por hecho que no la entendería.
¿Y ya está? ¿Y lo que tenemos, nuestras citas, nuestras conversaciones a
deshoras?
¿Qué quedará de nosotros?
Al día siguiente quedamos para vernos. Estuve todo el día inquieto, sin
poder dejar de pensar en cómo sería la conversación, quizás... ¿la última?
Sinceramente, no estaba preparado para decirle adiós.
Quedamos por la tarde en la cafetería de nuestra primera cita. Tenía los
nervios a flor de piel, y esto es mucho, porque de natural me cuesta
controlarme. Necesito estar constantemente moviéndome y charlando. Y
allí, sentado en la misma mesa donde me di cuenta por primera vez de que
Álex iba a revolucionar mi vida por completo, la vi entrar. Al verla cruzar la
puerta, ya pude notar que estaba igual que yo. No sabía qué esperar de
aquel momento. Y, pese a mi enfado, pese a mi inseguridad, pese al miedo
que me recorría de la cabeza a los pies, me levanté y le di un abrazo. Y los
dos rompimos a llorar.
Me separé unos centímetros de ella, le cogí la cara y le limpié las
lágrimas. Sus ojos azules parecen casi transparentes cuando llora. Álex es
preciosa de todas las maneras posibles, incluso así, hecha todo un desastre,
con su coleta despeinada y su chándal viejo (ese que guarda para los días no
tan buenos).
—Lo siento —fue lo primero que dijo nada más sentarse frente a mí.
—Yo también —respondí, sincero.
La verdad es que me sentía como un capullo. Porque apenas me había
puesto en su lugar. Sé que me quiere y que lo nuestro ha sido real. Y
también sé que esta escapada le va a venir genial. Pero no siempre somos
capaces de afrontar los problemas de la mejor manera. En ese momento
sentía que mi mundo se desmoronaba y que ella no estaría para sostenerlo.
Para sostenerme. Sentía que me dejaba solo justo en el pico de la montaña
rusa.
—Sabes que te quiero. —Me miró a los ojos y ahí me quedé yo, en su
mirada triste. Me perdía en ella. Me pierdo en Álex.
—Lo sé, Alejandra. Pero no entendí que me llamaras así, de repente —
me acomodé las gafas para serenarme un poco. Es un tic que tengo: en los
momentos difíciles, necesito comprobar que llevo puestas las gafas y puedo
verlo todo con claridad—. Podías haber quedado conmigo, como ahora, y
explicármelo mejor —continué—. No me voy a enfadar porque te marches
y mucho menos si lo has elegido tú...
—Es que no sé si es lo que quiero —me interrumpió.
—A lo mejor solo lo descubres si te vas.
No debería haber dicho esto, pero era la realidad. Podía verlo. Después
de sentir que nuestra relación se escurría entre mis dedos, lo vi con claridad.
No podía depender tanto de ella y quizás estar separados nos vendría bien a
los dos. Al fin y al cabo, solo llevábamos un año juntos. Sí, uno muy
intenso, como nosotros, en el que no hemos dejado de vernos ni de
escribirnos. Un año mágico. Pero tan solo uno de tantos que nos quedaban
por vivir.
—Yo solo sé que no quiero separarme de ti —dijo, y de nuevo brotaron
las lágrimas. Se me rompió el corazón.
—Vamos a intentarlo. —Respiré. Quise pensar con claridad. Tenía que
ser fuerte por los dos y mostrarle seguridad, aunque por dentro no
encontrase ni un resquicio—. Vete, Álex. Vete a Canarias. Tienes todo el
verano por delante. Todo el tiempo que quieras por delante. Sin billete ni
fecha de vuelta. Descúbrete. Visita lugares, escribe sobre ellos, plantéate
qué rumbo quieres tomar en la vida. Yo estaré aquí, siempre lo voy a estar.
Te voy a esperar el tiempo que haga falta.
Dije todo eso así, sin más, de carrerilla. Parecía que me había estudiado
el discurso de memoria, intentando creerlo.
—¿Y si conoces a alguien?
Mierda. ¿Cómo le iba a responder a eso? ¿De qué manera podía decirle
que era incapaz de conocer a nadie sin que se me viniera ella a la cabeza?
¿Que seguramente fuese ella la que conociese a alguien? Su belleza atrae,
es magnética. Y no hablo de su belleza física, que también. Hablo de su
personalidad, única, fuerte, extravagante..., poderosa. Ella no se da cuenta,
pero con sus palabras, con su actitud, podría lograr lo que quisiera. Le falta
confianza. Eso es algo que también tiene que encontrar.
La posibilidad de que me olvidase me ahogaba. De que prefiriese una
vida lejos de la mía. Así que le mostré un poco mi inseguridad, sin darme
cuenta.
—¿Y si lo haces tú?
—Adri...
—Nos irá bien —lo arreglé.
Y, a partir de ahora, intentaré autoconvencerme de ello.

En aquella conversación puse mi mejor careta y fingí. Me hice el fuerte y le


dije que todo iba a ir bien, que nos escribiríamos, que iría a verla a
Canarias, que iba a ser una experiencia enriquecedora para ella... Y creo
que sirvió, que se quedó más tranquila y creyó en mis palabras. Pero ¿creo
yo en mis palabras?
Tengo miedo, mucho. Porque tanto ella como yo sabemos que mi sitio
está en Madrid, en la librería de mis padres que tantísimo trabajo conlleva.
Mi sitio está aquí y su sitio, ahora, allí.
Y tengo un miedo terrible porque no sé qué puede pasar. No estoy
preparado para sufrir, sobre todo cuando por fin había encontrado calma y
seguridad.
Y, sobre todo, porque estoy seguro de que jamás podré olvidarme de
Álex y de la revolución que supone en mi vida.
1
Alejandra

Cuando conocí a Adrián hace poco más de un año, no me podía ni imaginar


que acabaría enamorándome de él.
Un día entré en la librería de sus padres a echar un ojo a varios libros que
necesitaba para un trabajo de Periodismo Literario. Nunca he sido muy
lectora, pero el profesor Rodrigo, a través de la pasión que nos transmitía en
cada una de sus clases, consiguió despertar mi interés. Da igual el autor que
fuera, el contexto histórico o la temática de la obra a investigar. Había
magia en sus palabras y siempre nos dejaba con ganas de saber cada vez
más.
En parte, en esto se basa el periodismo, ¿no?
Fue gracias al profesor Rodrigo que empezó mi afición a las biografías.
Con él aprendí que hay cientos de géneros literarios por explorar y que tal
vez no me gustaba mucho leer porque no había dado aún con el mío.
Después de todos los trabajos que nos mandó a lo largo del semestre que
duraba su asignatura, acabé enamorándome de este género. Me parece
increíblemente complejo y curioso, nos permite entrar de lleno en la vida y
obra de las grandes personalidades de la historia y de la literatura universal
y, sobre todo, seguir aprendiendo y descubriendo sobre ellos para darle un
nuevo sentido a sus obras y entender casi por completo cómo pudieron
marcar una época.
Aquel día en la librería, ya al final del curso, estábamos estudiando las
obras clave de William Shakespeare y, mientras buscaba concienzudamente
una edición que me atrajera de Romeo y Julieta, Adrián se me acercó.
—Una decisión muy acertada, sin duda —dijo asomando su cabeza por
la estantería y sonriéndome como si me conociera de toda la vida—.
Aunque creo que Hamlet es mucho más completa, seguro que te acaba
gustando mucho.
¿Por qué se había acercado a mí? Es cierto que entré un poco perdida.
No había leído a Shakespeare ni sabía nada de su vida y obra. ¿Se habría
dado cuenta?
Me quedé mirando su rostro, el nerviosismo que se traslucía en los
movimientos de sus manos, en el tic que tenía de subirse las gafas y
revolverse los rizos, y me pareció un chico muy atractivo, y, sobre todo, me
resultó interesante. Suelo guiarme mucho por las primeras impresiones. Fue
una atracción inevitable. ¿Cómo explicarlo? Estaba hipnotizada. Sentía
curiosidad por saber qué hacía un chico tan joven trabajando en una librería
tan vieja.
—Perdona... ¿Te conozco de algo? —le pregunté sosteniendo el libro
con fuerza.
—Oh, disculpa. Te he avasallado. Tiendo a hablar mucho, lo reconozco.
Pero es que te he visto con mi libro favorito y tenía que convencerte de que
te lo llevaras. Sí o sí. También porque trabajo aquí, claro está. Quizás habría
sido más inteligente haber empezado por ahí, ¿no? —se preguntó más a sí
mismo que a mí—. Encantado, soy Adrián, trabajo en esta preciosa librería.
Mi jefe es mi abuelo. Mi destino, leerme todos los libros del mundo y, como
puedes comprobar, no tengo muchos filtros y hablo demasiado, por lo que
te pido perdón y me retiro inmediatamente. Ha sido un placer, como quiera
que te llames. Si necesitas cualquier recomendación literaria shakesperiana
o de cualquier índole, no dudes en llamarme. Si quieres que te cobre, no
dudes en llamarme. ¡Regalamos marcapáginas! En fin, lo dicho. Hasta
luego.
Una pequeña risa se me escapó mientras veía cómo el librero se daba
media vuelta y comenzaba a andar hacia el mostrador con la cara roja. Sí,
era verdad que el chico hablaba mucho, exageradamente rápido y muy de
repente. Pero me pareció majo, con una personalidad propia. Además, había
que reconocer que ese pelo rizado, las mejillas sonrojadas y las gafas
redondas le daban un toque muy atractivo.
Al cabo de un rato ya había elegido lo que quería y me dirigí al
mostrador para pagar. Finalmente me había decantado por una edición
ilustrada de Romeo y Julieta y por un ejemplar de Hamlet que parecía de
segunda mano, de esos marrones, con tapa dura, páginas amarillas y olor a
historia. Decidí confiar en su recomendación. Esperaba que, además de ser
ejemplares fáciles de estudiar, me engancharan y pudiera disfrutar de ellos.
Ya buscaría después alguna biografía para completar mi trabajo.
El chico me miró de reojo y noté que estaba más callado que antes. ¿Le
habría parecido una borde? Quería seguir hablando con él, así que me armé
de valor y le dije:
—Una librería muy bonita.
«¿Una librería muy bonita?». ¿Eso es todo lo que se me ocurría decirle?
El librero parecía sorprendido por mi comentario, incluso algo contento. En
su mejilla asomó un pequeño hoyuelo que me pareció adorable. Creo que
había conseguido llamar su atención y halagarlo.
—Sí, la verdad es que mis padres trabajaron mucho para conseguir
tenerla así —dijo sonriendo. Y eché un ojo de nuevo a la zona del
mostrador, que estaba llena de pegatinas, recortes de periódico,
marcapáginas y un sinfín de detalles que hacían del lugar un sitio muy
especial y apacible. Se notaba el cariño y la dedicación que había puesta en
cada rincón—. Aquí tienes tus ejemplares. Veo que al final me has hecho
caso. ¡Qué responsabilidad! —Volvió a sonreír mirándome a los ojos y fui
yo la que se puso colorada—. Espero que los disfrutes. ¡Vuelve pronto!
Y, de la misma forma que apareció, se fue. Vi cómo se metía en uno de
los pasillos, el dedicado a los libros de ciencia ficción, y comenzaba a
hablar con un chico de unos diez años que estaba leyendo un cómic de
Marvel. Podía ver que en la portada aparecía un monstruo verde y bastante
feo, pero parecía que eso era lo que más llamaba la atención del pequeño, y
también la del librero, que comenzó a hablar efusivamente sobre un tal
Hulk que le encantaba.
Tuve la curiosidad de conocerlo más, de preguntarle por sus padres, si
trabajan también allí. El abuelo era su jefe, así pues, ¿tenía empleada a toda
la familia? Me parecía bonito: un local así como nexo de unión entre los
integrantes de un hogar. Le envidiaba un poco.
Al momento me di cuenta de que era una estupidez querer indagar más,
acababa de conocerlo y simplemente era un vendedor que había sido
amigable conmigo. Me estaba montando mi propia película, por lo que
finalmente recogí mis libros, metidos en una bolsa de papel con el nombre
Librería Hogar, con un par de marcapáginas de flores secas y un olor a
lavanda increíble.
Me fui deseando volver pronto a por más olor a flores y hoyuelos que
sonríen.
2
Adrián

¿Puede acabarse ya el día?


Hoy es uno de esos en los que, sencillamente, no puedo más. Adoro mi
trabajo. Adoro la librería. Soy muy feliz aquí y está más que demostrado.
Pero es que hoy no estoy concentrado. No puedo quitarme de la cabeza a
Álex. ¿Estará bien? ¿Logrará adaptarse rápido? Pero la pregunta que más
me repito es: ¿se olvidará de mí?
Mañana es el día.
Desde que me enteré de que tendría que marcharse, no paro de
preguntarme si es lo mejor dejarla ir. Pero en todos los sentidos.
Es muy difícil empezar en una nueva ciudad, casi en una nueva familia
y, por supuesto, con nuevos amigos, teniendo a tu novio a kilómetros y
kilómetros de distancia.
Dos
mil
kilómetros.
Sé que puede con esto. Sé que va a conseguir todo lo que se proponga
porque es una de las personas más valientes, talentosas y honestas que he
conocido. Y con esas características logrará cumplir todos sus sueños.
Mi sueño, sin embargo, se aleja un poco de ella. Mi sueño es la Librería
Hogar. Mi sueño es verla crecer igual que la vieron crecer mis padres. Ellos
la fundaron cuando se conocieron. La librería los vio enamorarse y pasar
sus mejores y peores momentos. Los vio criarme y también los vio morir. Y,
en parte, le debo eso a la librería: tengo que devolverle todo lo que les dio a
ellos. Porque sé que fueron muy felices y lo habrían seguido siendo al ver
que su hijo lucha día tras día por mantenerla en pie. Es lo único que me
queda; los libros son lo único que me queda de ellos. O, mejor dicho, nos
queda.
Después de la muerte de mis padres tras un accidente de coche hace diez
años, fue mi abuelo materno, Paco, quien decidió hacerse cargo del local.
En cuanto cumplí los dieciséis, acordamos que él vendría por las mañanas
mientras yo estaba en el instituto, y yo trabajaría por las tardes, tiempo que
él aprovecharía para descansar. Me costó convencerlo, pero no podía
permitir que a su edad se hiciera cargo de todo cuando yo me había criado
allí, en aquel local lleno de estanterías y libros, y conocía la labor de mis
padres de primera mano. Por lo que, en cuanto acabé el bachillerato de
Letras, decidí que no iba a estudiar ninguna carrera: me dedicaría
completamente a la librería.
Mi abuelo sigue ayudándome, por supuesto, porque cada vez llegan más
novedades. Las editoriales no paran de reinventarse y de adaptarse a la
sociedad actual, la cual se aburre muy rápido de lo nuevo. El consumo de
literatura juvenil, por ejemplo, es cada vez mayor: los nuevos libros duran
muy poco expuestos, y cada semana llegan más que ocupan su lugar.
Creo el mundo del libro se está volviendo como el de la moda, donde
impera un consumo exprés del producto y se siguen las tendencias del
momento.
En parte lo comprendo y me parece muy atractivo para los jóvenes de
hoy que, de hecho, y aunque no lo parezca, son los que más leen. Sin
embargo, me da terror la necesidad de publicar casi diariamente novedades
porque provoca que al poco tiempo nos olvidemos de ellas. Hay poco que
destaque entre tantísima oferta.
Es como si se perdiera la magia, pero a la vez funciona, y mucho, porque
los libros siguen vendiéndose. Así que a veces tengo una sensación
agridulce, provocada en parte por mi abuelo, porque adoro a los clásicos
por permanecer ahí, pese a las modas, y también adoro el consumo exprés
que hace que la gente lea. Sea lo que sea y del modo que sea. Al fin y al
cabo, eso es lo importante y lo maravilloso de la literatura: que llegue a
muchas personas.
Además de novedades editoriales, también aceptamos ejemplares de
segunda mano, por lo que el trabajo se multiplica considerablemente:
mientras uno atiende a los clientes, otro tiene que quedarse en la sala de
archivo para hacer inventario de los libros que llegan, los que salen, y
poniendo un poco de orden entre tanto caos. Llamamos «sala de archivo» a
lo que en realidad es una pequeña habitación, con una lámpara en el centro
y mil cajas de libros ordenadas por editorial, autor y fecha de publicación.
Realmente adoro mi trabajo. Soy afortunado porque me queda toda la
vida para beberme estas historias, para venderlas, para regalarlas y para ver
cómo evolucionan en manos de otros. Algo que puedo compartir con mi
abuelo. La librería y él son mi familia.
Por eso creo que el día que Álex entró aquí fue la propia librería la que
hizo el resto. La que creó la magia. La que me dijo: «Vamos, chico, el
vértigo te espera», y me dio el impulso para acercarme a ella.
Sin duda, fue la librería la que quería un cambio para mí. La librería y el
recuerdo de mis padres.
3
Alejandra

Estoy en el aeropuerto de Barajas, con mis dos maletas, mi mochila y una


madre que no para de llorar y de abrazarme diciéndome que todo va a salir
bien. ¿Llora porque se siente mal? ¿O porque no me quiere dejar ir? Si es
así, no lo entiendo. Ha sido ella la que me ha animado a emprender este
viaje sin billete de vuelta.
Sé que no será para siempre, pero tampoco sé el tiempo que me tomará.
La voy a echar de menos, aunque hemos aprendido a estar separadas
muchos días por su trabajo. Ambas somos muy independientes, pero a la
vez tenemos una relación muy estrecha. Es la persona más importante de mi
vida. Mi padre también lo era, y pensar en ello me entristece más todavía.
Adri está junto a ella, mirando para todos los lados. Suele hacerlo
cuando está muy nervioso. Lo veo y siento que algo me aprieta el pecho; la
culpa me reconcome.
Le toco el brazo para cerciorarme de que está bien. Llega la hora de
despedirnos y no sé cómo afrontarlo. Con mi roce, vuelve bruscamente la
mirada hacia mí, hacia mis ojos, como regresando a la realidad, y creo que
sentimos lo mismo: que el mundo se detiene. El estrés del aeropuerto se
para. Mi madre desaparece. Y estamos él y yo solos.
—Te voy a echar mucho de menos. Adri.
No dice nada. Joder, no dice nada. Está callado. Está muy mal.
Me acaricia el rostro y entiendo que no es capaz de articular palabra.
Está conteniéndose a más no poder. Es una bomba a punto de explotar, así
que yo tampoco digo nada más. No quiero detonarla. No podría soportar ver
cómo se rompe y mucho menos en este momento. No podría subirme al
avión.
Lo abrazo y él me devuelve el gesto. Me rodea la cintura con sus brazos
y tiene que agacharse un poco para hacerlo. Adri me saca un par de
cabezas, por lo que me alza al vuelo con su abrazo y quedamos aún más
pegados. Me aprieta mucho, muy fuerte, como si así pudiese impedir que
me fuera.
Y así estamos, abrazados en mitad del aeropuerto, junto a todos nuestros
miedos.
Mi madre rompe el momento avisándonos de que ya ha salido en la
pantalla la puerta de embarque, por lo que Adri me baja al momento y nos
miramos a los ojos mientras él me acaricia la mejilla. Adoro cuando hace
eso. Me siento en casa.
—Siempre —le digo.
Asiente con la cabeza y vuelve a apartar la mirada. Le tiembla el labio y
se revuelve el pelo constantemente.
Es el momento de marcharme.
Paso el control de seguridad después de la despedida más difícil de mi
vida, busco mi puerta de embarque y me siento a esperar el turno para
subirme al avión que pondrá rumbo hacia mi nueva aventura.
Me sorprende la cantidad de emociones que se respiran en un aeropuerto.
Los que me rodean ahora van todos a Gran Canaria y, sin embargo, veo
expresiones muy diferentes en cada rostro: emoción por unas vacaciones
soñadas, tristeza por las despedidas, sueño por haber dormido poco por los
nervios... Y aquí estoy yo, que no sé qué transmite mi rostro, pero estoy
segura de que no es felicidad, ni tristeza, ni sueño.
Ya en el avión, las nubes parecen puro algodón y por mi cabeza solo se
cruza la idea de cómo sería tocarlas. ¿A qué huelen las nubes? Yo creo que
huelo a miedo, incertidumbre y pena. ¿Estará oliendo todo esto la señora
que está sentada a mi lado? ¿Notará que mi vida está a punto de cambiar?
Yo la huelo a ella. Huele a coco, a sol y cariño. Huele a nietos, a dulces y a
abrazos de esos que calientan el alma. Por su moreno, su sombrero y sus
sandalias, estoy segura de que es canaria y está deseando llegar a su hogar.
Nos separan centímetros de un asiento a otro, pero estamos mucho más
lejos en sentimientos.
Cuando nota que la estoy observando demasiado, se gira y me dice:
—¿Te encuentras bien, mi niña?
—Lo siento, no estoy acostumbrada a volar —miento un poco mientras
intento esconder las lágrimas que asoman a mis ojos. No quiero llorar más.
No voy a llorar más.
—Y a mentir tampoco —responde guiñándome un ojo—. No te veo
emocionada por llegar a mi isla. Y, créeme, es un motivo de celebración.
Gran Canaria es preciosa, está llena de vida, de música, de colores..., de
felicidad. Te veo asustada, pero estoy segura de que cuando cojas el avión
de vuelta, lo que sentirás será totalmente distinto.
Parece que se ha metido en mi cabeza. No sé cómo lo ha hecho. No sé si
son sus años de experiencia los que han conseguido que, de repente,
parezca que me conozca mejor que nadie. Y son sus palabras las que,
finalmente, acaban por sonsacar mis lágrimas. Sí, creo que necesitaba
escuchar eso ahora mismo.
—Disculpe... Es que mi vida acaba de cambiar por completo y es ahora,
en el avión, cuando me he dado cuenta de que todo es real —le digo
sacando un pañuelo usado del bolsillo para secarme las lágrimas—. Gracias
por sus palabras de ánimo.
—¡Oh, mi cielo! Los cambios a veces no son tan malos como pensamos.
¡Al menos te vas a un sitio fenomenal! Mi madre siempre me decía: «Lo
que tenga que ser, será, lo importante es cómo afrontamos lo que vendrá».
Si lo piensas, es un lema muy bonito. No sabemos qué nos depara el futuro.
¡A lo mejor tu vida necesitaba un poco de adrenalina! Eres muy joven, mi
niña, ya verás que todo te irá bien, sea lo que sea.
La señora me acaricia el hombro y se cambia de asiento a uno que hay
libre más adelante, con el que parece ser su marido. Creo que quiere darme
un poco de espacio. Y es precisamente eso lo que quiero. Los veo reírse,
acomodarse juntos y darse la mano. Ella tiene el pelo blanco y desprende
vitalidad. Él lleva gafas, camisa de manga corta y bigote. ¿Cuál será su
historia? ¿Algún día me veré así? ¿Desprenderé tanta felicidad? ¿Oleré a
felicidad?
Saco mi ejemplar de Hamlet, aquel que compré en la Librería Hogar
hace un año, y deslizo mi mano por la portada. Me trae muchos recuerdos.
Es increíble cómo un libro pudo unirnos de tal forma. O quizás fue el
ambiente que se respiraba en la vieja librería. Lo que sí sé es que, gracias a
este libro, mi historia con Adrián comenzó. Y entonces desconocía todo lo
que estaba por llegar.
Abro el ejemplar, paso un par de páginas y, de pronto, un pequeño papel
asoma entre ellas.
No he leído aún este libro. No llegué a abrirlo porque me daba miedo
que me decepcionara. Me daba miedo que una obra que tanto le gustaba a
Adrián fuese todo lo contrario para mí. No sentir lo mismo que él.
Cojo el papel que está doblado en tres partes, lo abro y sé quién lo ha
escrito. Quién ha guardado, en un libro tan especial, una nota que me llega
al corazón. Y las lágrimas vuelven a salir, pero se mezclan con mi sonrisa.
Saben a sal y a calma. Este trozo de papel me hace sentir calma. Paz.
Era precisamente lo que necesitaba.

Lo arriesgué todo por ti.

Y puede sonar a locura,


pero enamorarme de ti
era como empezar a leer un libro
al que le han arrancado
la última página.

Como emprender un viaje


sin destino
y con el depósito de gasolina en las últimas.

Como abrazar un iceberg


en enero
y sin ropa.

Como uno de esos domingos fríos,


en los que decides salir
a empaparte de lluvia.
Me he calado y colado por ti.
Estoy congelado
en una gasolinera
perdido
con la angustia de saber
el final de la historia.

Pero lo único que deseo,


que necesito que entiendas
ahora mismo,
es que enamorarme de ti
fue como tocar el cielo.

Tócalo tú por mí.

ADRIÁN
4
Alejandra

En cuanto el avión toca el suelo, enciendo el móvil y le escribo un mensaje


a Adrián.
Álex:
Casi lo toco. Gracias. Te quiero.

Adri:
Yo te quiero más.
Espero que hayas tenido buen viaje.
Ya estoy trabajando en la librería.
Hablamos después.

Se me encoge el corazón y, a la vez, respiro más tranquila.


Vamos allá. Gran Canaria me espera.
El viaje se me ha hecho algo largo, pero desde que vi que llegábamos a
la isla, el miedo se me olvidó durante un rato y unas cosquillas de emoción
se instalaron en mi estómago. Solo se veía agua allá por donde miraba hasta
que, de repente, apareció. Montañas, palmeras y playas por todas partes.
Desde arriba es impresionante, pero estoy segura de que más de cerca será
más especial aún. Estoy deseosa de descubrirlo.
Una vez que he salido del avión y recogido mis maletas, me detengo ante
la puerta de llegadas que me separa de ellos.
De mi padre y, por supuesto, de su familia.
Mis padres se separaron hace nueve años. Decidieron que, pese a que se
querían, el amor que sentían era más cariño que amor. Durante varios años
estuve viviendo entre el piso de uno y el del otro, separados literalmente por
un patio. Un patio increíble, lleno de verde, flores y un pequeño columpio
en el que he corrido miles de aventuras ya que vivíamos en un par de bajos
pequeños y familiares, herencia de mis abuelos maternos.
Cuando se divorciaron, mi madre decidió alquilarle el piso de al lado al
que sería su exmarido para que estuviera cerca de mí. Y esos años, pese a lo
egoísta que suena, fueron increíbles. Podía disfrutar de ambos, los tenía
cerca, tenía su plena atención y, además, se llevaban bien. Porque no eran el
típico matrimonio que, al separarse, deja de saber el uno del otro. Mis
padres siempre se han querido, además de como pareja, como amigos. Y
siempre se han respetado, en sus aciertos y en sus errores. Incluso quedaban
para tomar café, ponerse al día sobre sus trabajos y cotillear sobre sus
amigos. Fueron dos años en los que me enseñaron la importancia de
mantener relación con quienes has amado, pese a las dificultades.
Pero el problema llegó cuando mi madre ascendió en el trabajo.
Comenzó a dirigir una empresa de cosméticos bastante reconocida, cuya
nueva sede se acababa de inaugurar en Madrid, por lo que tenía la
responsabilidad de que todo saliese bien. Dejó de venir pronto a casa para
ver nuestros realities favoritos juntas, de preguntarme qué tal el día. Se
olvidó por completo de mis estudios... Llegaba tan cansada que,
sinceramente, creo que se le olvidaba ser madre. O quizás no le quedaban
fuerzas para ser madre. No lo sé.
Lo que sí sé es que tuve que sacar a la Álex responsable y dar todo de mí
para tener las mejores notas sin su ayuda. Aprendí a disfrutar de los realities
sola. Aprendí a vivir prácticamente sola durante toda mi adolescencia. Yo
era mi madre, mi padre y la hija. No los necesitaba.
Tampoco le hacía responsable a ella de la situación, sabía que trabajaba
para que nos mantuviéramos bien económicamente, y nunca he podido
quejarme. He vivido y vivo muy bien, acomodada aunque sin grandes lujos,
jamás tuvimos problemas de ese tipo. Desde pequeña me enseñaron que el
trabajo es importante, lo que va a determinar nuestra vida y, sobre todo,
nuestra felicidad. Y sabía que el trabajo le hacía feliz, además de que nos
permitía vivir bien. No podía reprochárselo, ni mucho menos.
Mi padre, por otro lado, es artista. Pinta cuadros, hace bocetos,
ilustraciones y, en definitiva, todo lo que se te pueda ocurrir que incluya
material para dibujar, sea del tipo que sea. Es curioso cómo, después de
tantos años y de saber que Madrid es el sitio perfecto para triunfar en ese
ámbito, decidió que su lugar estaba en Canarias. Quería crear una serie de
obras inspiradas en las islas. Y, como todo artista ambicioso, dejó su vida en
la gran ciudad y voló. Se enamoró. Se quedó allí. Y creó una nueva familia.
May, su mujer, es un encanto. Es profesora de Historia del Arte en Gran
Canaria, donde viven actualmente, después de haber recorrido juntos todas
las islas y casi medio mundo. Tienen dos hijos pequeños, Rayko y Yeray o,
como los llamo yo, «los gemelos monstruitos».
Los conozco a todos porque, cuando mi padre se mudó, de vez en
cuando mi madre me obligaba a hacer videollamadas con todos ellos. A los
peques les encanta asomarse a la pantalla y contarme muchas cosas a pesar
de no conocerme en persona. ¡Son adorables! May, por otro lado, es muy
atenta. Siempre se ha preocupado por mí e incluso me sigue en Instagram,
por lo que siento que ya la conozco.
Sé que voy a vivir bien con ellos. Según me han dicho, tienen una casa
enorme con vistas a la playa, me van a enseñar a surfear y están deseando
compartir todas sus aficiones conmigo. Pero mi relación con mi padre no es
la misma que hace siete años. Es más fría, porque es lo que trae la distancia,
el trabajo y las responsabilidades. Dejó de separarnos solo un patio y en las
videollamadas los abrazos no son tan gustosos. Su sueño lo ha separado de
mí.
Prácticamente ya no sé nada de él, es un desconocido. No entiendo qué
fue lo que pasó para que, de ser uña y carne, ahora estemos en este punto.
Llevo mucho tiempo sin cogerle el teléfono, sin hablar con él, sin
preguntar por él. Lo poco que sé es lo que me cuenta mi madre. Me he
negado a mantener una relación con una persona que no se comporta
conmigo como debiera. Ya soy lo bastante mayor como para saber que se ha
equivocado, que las cosas no funcionan así.
¿Es que es más feliz ahora con su nueva familia y yo le sobro?
Entonces... ¿por qué me invita a vivir con ellos?
5
Alejandra

Ya he recogido las maletas y estoy a punto de salir a encontrarme con mi


padre y su familia. Escucho, detrás de las puertas correderas, los gritos de
las personas que, emocionadas, esperan a sus seres queridos. Siento esas
emociones a flor de piel, esos nervios, esos abrazos, esos besos y esas
sonrisas.
Doy unos pasos, decidida, y se abren las puertas. Entre tanta gente
esperando es imposible encontrar a mi padre. Avanzo un poco más, girando
la cabeza a un lado y a otro y sintiéndome cada vez más perdida cuando, de
pronto, noto que algo me agarra la pierna o, mejor dicho, alguien. Tengo a
uno de los pequeños monstruitos sujeto a una de mis piernas y veo cómo el
otro se precipita corriendo encima de mí para darme un abrazo. ¡Vaya! Sin
duda, no era esta la bienvenida que esperaba.
—¡Pero bueno, granujas! ¡Qué alegría veros! ¡Sois superaltos en
persona! —les digo mientras intento separarlos un poco de mí y verlos más
de cerca.
—¡Álex, mira! ¡Me faltan dos dientes! —grita Rayko—. Y a Yeray le
faltan tres, ¡parecemos zombies! —Ambos se ríen e imitan los gestos de los
muertos vivientes.
—Vamos, vamos, chicos, dejadme a mí también ver a Alejandra.
Reconozco esa voz al instante. Suena grave pero dulce. Es una voz que
abraza y también suena a miedo.
—Hola, papá. Aquí me tienes. —Abro los brazos y utilizo un tono
irónico para hacerle notar que no estoy del todo convencida con la decisión
de estar aquí con él.
—Por fin. ¡Teníamos muchas ganas de verte! ¿Cómo ha ido el vuelo?
Rápido, ¿verdad? Ya has visto que no tardamos nada en ir de una punta a
otra. ¡Es genial! Estás guapísima, cariño. Ya verás lo bien que lo vamos a
pasar.
Creo que mi padre está algo nervioso. Es normal, supongo. En parte su
vida también va a cambiar. Pero al final todo esto ha sido idea suya, para
bien o para mal.
Noto que ha cambiado mucho desde la última vez que nos vimos. Mi
padre siempre ha sido muy alto, al contrario que mi madre y yo, que no
superamos el metro sesenta. Sin embargo, ahora anda un poco encorvado.
Su pelo rubio se ve un poco despeinado, como si se lo hubiese estado
revolviendo antes de venir. Tiene las arrugas algo más acentuadas, sobre
todo al lado de los ojos, y una barba corta y desaliñada. No lo recordaba así.
Él siempre ha sido muy elegante, formal y de cuidar su aspecto.
Sonrío un poco y evito responder a sus preguntas. No me siento cómoda
con mi padre. Nuestra relación no es la de antes y eso tiene que tenerlo
claro. ¿Es que acaso no se da cuenta de la situación? ¿Por qué actúa como si
nada, como si el tiempo no hubiera pasado? Como si estos siete años no
hubiesen existido...
Mientras, él, ajeno a todo, intentando controlar a los pequeños también,
coge mis maletas y nos acompaña a todos a la salida.
Sé que tenemos que hablar. Nos falta una conversación, una explicación
sobre por qué este olvido. Lo pienso y duele, mucho. Pero no estoy
dispuesta a mostrarme vulnerable. No se lo merece. Y tampoco quiero
pagarlo con su familia, no son responsables. Es él quien debería haber
actuado como un padre, estar presente en mis momentos difíciles, en los
bonitos, en mis logros... Joder, ni siquiera fue capaz de ir a mi graduación,
cuando fue él precisamente el que me animó a estudiar la carrera. «El
periodismo es precioso porque abarca prácticamente cualquier área: arte,
literatura, deportes, actualidad... Dime, Álex, ¿con cuántas carreras puedes
hacer eso, ser libre? Si no sabes qué estudiar, me parece una buena opción.
Además, siempre se te ha dado bien escribir», me decía constantemente,
ilusionado.
¿Dónde quedó su ilusión? ¿Dónde quedaron las ganas de ver crecer a su
niña?

Fuera del aeropuerto, ya en el aparcamiento, nos espera May en su


furgoneta roja. Según me contaba mi padre, hace unos años se la compraron
para poder recorrer la isla tranquilamente, quedarse en playas casi
desconocidas, hacer surf y, en definitiva, encontrar la inspiración perfecta
para sus cuadros.
La Camper por fuera es simple, pero, por dentro, bastante llamativa. Los
asientos están recubiertos de una tela de colores con bordados dorados.
Además, tienen mantas de punto finitas que se nota que están hechas a
mano. Y cada respaldo está decorado con bordados que parecen representar
diferentes características de las islas. Veo palmeras, olas, tablas de surf;
incluso círculos amarillos que intuyo que hacen referencia a las papas. El
techo está adornado con pegatinas de estrellas, de esas que se alumbran en
la oscuridad, seguramente decisión tomada por los pequeños.
—¡Ños, Álex, qué linda eres en persona!
May sale de la furgoneta y me da un abrazo. La verdad, creo que es uno
de esos abrazos que calman. Justo lo que necesitaba.
Mi madrastra es una de las mujeres más hermosas que he visto nunca, y
ahora que la veo en persona puedo asegurarlo. Podría ser modelo: alta,
delgada, teñida de un pelirrojo anaranjado que le da un toque muy personal
y único, y con unos ojos grandes, marrones, que atrapan. Es una de las
cosas que me animaban a venir: pese a conocerla poco, sabía que iba a tener
su apoyo, porque, además de ser preciosa, tiene un corazón que no le cabe
en el pecho. Sin desmerecer a mi madre, entiendo que mi padre se
enamorara de ella.
El encuentro con él y con los pequeños, en cambio, ha sido un poco
desastroso, ya que controlarlos es casi imposible y más aún entre tantísima
gente y tantísimos nervios. Mi padre no ha podido ni darme un abrazo.
Estaba tan nervioso que ha salido pitando con las maletas y los niños
subidos cada uno en una.
—Hola, May. Me encanta cómo os está quedando la furgo. Cuando la
comprasteis estaba vacía y ahora parece otra —le digo, haciéndole ver que
me ha interesado cada una de las fotos que me ha enviado para hacerme
partícipe de sus vidas. Curioso que lo haga una desconocida y no mi propio
padre.
—Sí, ¿verdad? Cinco años dan para mucho —dice sonriendo mientras
acaricia el reposacabezas del asiento del conductor—. La estamos llenando
poquito a poco de historia. Ya te iremos contando o tú misma la descubrirás.
¿Quién sabe? Quizás tú también tengas pronto una historia que quieras
plasmar aquí.
Pues sí. Sin duda, May es lo que necesito ahora mismo. Su bienvenida,
su calidez, su optimismo y su invitación a que creemos historia. Estoy
segura de que va a ser una persona a la que poder acudir en cualquier
momento.
Me monto en la furgo detrás, con los pequeños gritando y queriendo
agarrarlo todo para jugar, y emprendemos la marcha hacia la casa. Por lo
que me cuentan, el pueblo en el que viven está a poco más de media hora en
coche del aeropuerto, por lo que nos espera un trayecto corto y agradable,
bordeando toda la isla y con el mar siempre de fondo. A esto sí que podría
acostumbrarme: al olor a sal, al sol constante y al verde de las palmeras.
Mientras tanto, juego con los peques e intento distraerme con ellos.
Hacer como si no me impactara que, de repente, esté en una isla, con una
familia desconocida para mí y un padre con el que hace cinco años que no
hablo. No vengo a trabajar, tampoco a estudiar, y sé que es un privilegio
que tengo que aprovechar. Sin embargo, aún me cuesta sentir entusiasmo
por la idea, porque me da miedo haber venido y volver sin respuestas.
Porque eso es lo que necesito, respuestas.
6
Adrián

–¿Cómo está mi chico favorito? —me pregunta Álex a través de la pequeña


pantalla de mi teléfono móvil.
—Parece que has llegado sana y salva. Quién lo diría...
—¡No te metas conmigo! —responde con una sonrisa que... Dios, me
vuelve loco cada vez que sonríe de esa manera—. Ya sabes que me da
mucho miedo viajar en avión. La última vez casi me hago pis encima.
Ya conocía esa anécdota. El día que me la contó pude pasar
perfectamente cinco minutos partiéndome de la risa.
Cuando Álex tenía unos seis años, sus padres la llevaron de vacaciones a
Málaga. La pequeña no paraba de preguntar cómo era posible que un
vehículo tan grande como lo era un avión pudiera sostenerse en el aire, con
tantas personas dentro y durante tanto tiempo —pregunta que,
sinceramente, yo mismo me hago, pero nunca lo reconoceré delante de
nadie—. Fue tal el terror que pasó, pese a las palabras de sus padres, que la
animaban a mirar las nubes o a ver películas en las pequeñas pantallas, que
a lo largo de esa hora de vuelo fue poniéndose cada vez más colorada, hasta
tal punto que parecía que iba a explotar. Cuando sus padres se dieron
cuenta, le preguntaron qué le pasaba, y Álex, casi murmurando, con los ojos
llorosos y toda la inocencia del mundo, dijo: «Me hago pis y me da miedo ir
al baño por si se cae el avión». Ana y Pablo tuvieron que coger deprisa a la
niña, que por poco no se lo hacía encima, y salieron corriendo al baño, entre
risas y nervios por no montar un espectáculo.
—¿Qué tal esa llegada al paraíso? —pregunto para cambiar de tema y no
volver a pasar otros cinco minutos riéndome de lo mismo.
Mi actitud ha cambiado un poco a lo largo del día. He intentado
centrarme en la librería y en mi abuelo para así olvidarme de todo lo que
estoy sintiendo.
Me da rabia no haberme podido despedir en condiciones. He sido
totalmente incapaz de articular una palabra en el aeropuerto, pero la
ansiedad me comía por dentro. Hacía mucho tiempo que no me ocurría, tal
vez desde la muerte de mis padres. Entonces estuve dos semanas sin hablar.
Normalmente, es la gente la que me tiene que ayudar a callarme y
relajarme pero, en momentos como el del aeropuerto, en los que no puedo
controlar mis emociones, me pasa al contrario. No puedo articular palabra.
Es como si mis labios no fuesen capaces de despegarse el uno del otro. Es
una situación que se me escapa de las manos y que hace que me sienta mal
cada vez que me ocurre. Porque me hubiese encantado decirle a Álex lo
muchísimo que la voy a extrañar y, por supuesto, lo muchísimo que
la quiero.
Reconozco que en el momento que cruzó el control y la vimos
desaparecer a lo lejos, me rompí. Su madre me dio un abrazo, lamentaba la
situación, pero sabíamos que era lo mejor. Estas cosas pasan, ¿no? Muchas
parejas tienen que separarse por un tiempo porque sus vidas de repente
cambian y han de tomar caminos diferentes para después volver a
encontrarse. O eso me hacía entender Ana mientras me invitaba a tomar un
café antes de llevarme a la librería en su coche. A lo largo de todo el
trayecto repitió en varias ocasiones que acudiese a ella si necesitaba algo.
Siempre se ha portado genial conmigo y le estaré eternamente agradecido
porque, si no llega a ser por sus palabras de ánimo, sin duda hoy me habría
quedado todo el día en la cama preguntándome por qué he dejado escapar al
amor de mi vida.
Por eso ahora, después de una jornada larga y también de una buena
charla con mi abuelo, intento que mi actitud con Álex —a través de la
pantalla, claro— sea otra. No quiero desanimarla, porque ella tampoco está
tranquila. La conozco. Su vida va a cambiar radicalmente. Además, su
relación con su padre no es fácil. No entiendo cómo no lo han arreglado
después de tanto tiempo. Menos aún quiero meterme demasiado en el tema
porque sé que le hace daño. Pero creo que ambos han dejado que creciera la
bola y ya no pueden hacerla girar más. Uno de los dos tiene que dar el paso
para arreglar las cosas.
—Bien, sin más. —Se encoge de hombros—. En el aeropuerto estaban
esperándome mi padre, May y los gemelos. Los peques casi me aplastan
cuando me vieron, mi padre casi sale corriendo de los nervios y mi
madrastra, un amor, como siempre. Me han traído a su casa, que está a unos
cuarenta minutos del aeropuerto, al sur de la isla, y poco más.
Durante un rato me cuenta que la casa de su padre está a pie de playa, en
una zona costera al sur de la isla, pero escondida y apartada de la zona
hotelera, por lo que disfruta de una pequeña cala a la que los turistas no
suelen ir, dos pisos llenos de arte por todas partes y una pequeña terraza
donde la familia tiene sus tablas de surf y una zona con una mesa y sillas
para reuniones o cenas veraniegas —es decir, prácticamente todo el año—
al aire libre.
Yo le explico cómo ha ido el día en la librería, lo mismo de siempre:
pocos clientes pero fieles. Disfruto de recomendar y vender libros, conocer
algunos nuevos, limpiarlos, colocarlos según van llegando..., pero tengo que
aceptar que el ambiente es siempre el mismo, por lo que la explicación de
mi día es breve y, en parte, mentira. Ha ido bien. Fin.
Al rato, llaman a Álex para que baje a la terraza a cenar. La animo un
poco diciéndole que disfrute del clima y de la comida que prepara May —
que, según me han comentado, es increíble— y me despido de ella.
—Ahora es el momento de desconectar, hacer mil planes, conocer
muchos sitios y coger la máxima inspiración que puedas. Ya te llegarán las
ideas, estoy segurísimo —la animo—. Y recuerda que te quiero.
—Yo también. Te llamo mañana. Descansa, Adri.
Me manda un beso a través de la pantalla y se desconecta.
Fundido en negro.
«La llamada ha finalizado».
Todo irá bien.
7
Alejandra

A la semana de conocer a Adri, tuve la necesidad de volver a aquella


librería tan peculiar. No le comenté a nadie la existencia de la misma, quería
guardarme para mí ese descubrimiento. Ese trocito de magia. Algo tenía
que me hacía querer acudir allí, me atraía como un imán. Igual que lo haría
Adri más adelante.
Al entrar en el local ya se notaba el olor a madera y vainilla que
impregnaba todo. No vi al librero por ninguna parte, por lo que me puse a
pasear por los pasillos de libros en busca de algo que me llamase la
atención. Sinceramente, no tenía especial interés en ninguna novela en
concreto. Nunca lo he tenido. Lo mío es investigar sobre vidas ajenas y
curiosidades. Pero aquel lugar tenía una atmósfera que me atrapaba por
completo, como si me invitase constantemente a perderme allí dentro.
Como si fuese un laberinto con miles historias en su interior, y,
dependiendo del camino que escogiese, una nueva trama se abriría a mi
paso. ¿Estaría cambiando mi percepción de los libros?
Ojalá la vida fuese así de fácil: poder elegir qué trama quiero vivir, en
qué época histórica o en qué género. Aquel día lo catalogaría como una
comedia romántica, sin lugar a dudas.
Decidí sacar una foto a uno de los rincones que me llamó especialmente
la atención: en una pequeña estantería de apenas un metro de alto los libros,
en lugar de estar ordenados por autor o género —como es habitual en las
librerías—, estaban ordenados por colores. Siempre me han atraído los
colores —de hecho, en casa lo ordeno todo de esa forma—, por lo que no
pude evitar sentirme atraída por la estantería. Al lado había una butaca
amarilla para que los clientes se sentaran a ojear los libros. Me pareció un
lugar acogedor, atractivo e inspiracional. La foto quedó preciosa, la
publiqué en mi Instagram al momento con un filtro que resaltaba más aún
los colores. No tenía muchos seguidores, tan solo familiares y amigos
cercanos, pero sentí la necesidad de compartir lo bonito y diferente que me
pareció el espacio.
Al cabo de unos minutos, durante los que continué curioseando, y
sintiendo un poco de decepción al no haberme encontrado de nuevo con el
joven, decidí que era hora de volver a casa. Era sábado por la mañana y mi
madre se preguntaría a dónde había ido tan temprano.
Cuando estaba a punto de abrir la puerta para marcharme, vi de refilón
una figura detrás del mostrador. Me giré hacia ella pensando que sería el
librero y me encontré con un señor mayor que parecía estar reparando unos
libros. Se le notaba lento, algo torpe, pero muy centrado en su labor. Parecía
que intentaba volver a pegar la cubierta de un libro que se había despegado
de su lomo. Pensé que quizás podría ayudarme a encontrar al chico, así que,
pese a mi timidez, decidí armarme de valor y acercarme a preguntarle.
—Buenos días, señor. Disculpe que le moleste. ¿Está por aquí el chico
con gafas? Creo que se llama Adrián —dije «creo» cuando en realidad
debería haber dicho «sé», porque desde que lo conocí no pude parar de
recordar ese momento y lo muchísimo que me llamó la atención, pero
«creo» era una buena forma de resumir todo eso y no parecer algo
desquiciada—. El otro día me recomendó varios libros y acertó bastante. —
Esto puede ser que me lo inventara un poco.
El señor levantó la cabeza y sonrió. Pude apreciar que tenía cierto
parecido con el librero: ojos claros, piel morena y unas gafas redondas
similares a las de él.
—¡Oh! Adrián es mi nieto —dijo sonriendo cordialmente—. Los
sábados por la mañana no viene a trabajar. ¿Puedo ayudarla yo, señorita? —
preguntó amablemente mientras se bajaba un poco las gafas para verme sin
ellas.
—No se preocupe. Estaba por aquí de paso y se me ocurrió entrar a
agradecerle sus recomendaciones. Ya me pasaré en otro momento —
respondí torpemente, avanzando hacia la puerta.
Sin duda, el señor intuía que no había entrado para eso; sin embargo,
decidió continuar con la farsa y ayudarme a escapar de la situación, que
estaba siendo tan incómoda para mí y tan divertida para él.
—Muy bien. En ese caso, feliz día, jovencita.
—Buen día.
Podría contaros que salí tranquilamente de la librería, cogí algo de
desayuno para llevarle a mi madre —cruasanes rellenos de chocolate, por
ejemplo, y dos cafés ice latte bien grandes, de esos que nos gustan tanto—,
como excusa de mi salida mañanera y que continué con mi sábado como si
nada hubiera pasado.
Pero también podría contaros la verdad: me puse colorada, las mejillas
me ardían, di la vuelta, casi choco con el cristal de la puerta, el señor se rio,
noté que el rojo de mi cara se intensificaba cada vez más y salí corriendo de
allí.
¿Cómo se me ocurría ir a buscar a un chico al que no conocía y con el
que apenas había hablado un par de minutos? Estaba perdiendo el juicio.
Tenía que centrarme en los trabajos y exámenes que me quedaban antes de
la graduación y no distraerme con este tipo de cosas.
Así fue como conocí a Paco y, por qué no decirlo, también me enamoré
un poco de él. De su humor, de su risa temblorosa, de su pasión por los
libros y, por supuesto, de su amor por Adri.
8
Adri:
Bueno, bueno, bueno.
¿Cómo van esos primeros días por la isla?

Álex:
¡Holaaaaa! Un poco raro todo.
He estado acomodando todo en mi nueva habitación,
haciéndome a la casa y poco más.
No he visto a mi padre.
Se pasa el día en su estudio dibujando,
y May ha estado muy liada con los
pequeños monstruitos,
por lo que tampoco hemos hablado
gran cosa hasta ahora.

Adri:
No me quiero ni imaginar lo que tiene
que ser cuidar de esos bichos.

Álex:
Yo hasta ahora me he estado librando con la excusa de la
mudanza, pero ya mismo me tocará pringar, seguro.

Adri:
Bueno, ponles alguna peli de Marvel
y ya verás cómo los tienes entretenidos.

Álex:
Jajaja, no puedes dejar de ser friki
ni por aquí.

Adri:
Eh, eh, respeta a tu novio o
enviaré a los Vengadores a por ti.
Álex:
¡No, por favor! ¡No envíes al Tarzán buenorro a por mí o
caeré loca bajo sus encantadores músculos!

Adri:
No me puedo creer que acabes de referirte
a Thor como «el Tarzán buenorro».

Álex:
Venga, reconoce que se parecen.

Adri:
¿Cómo se van a parecer? ¡Estamos
hablando de Thor! ¡El dios más fuerte de todos los dioses!
Lo estás comparando con un chaval que se crio entre monos.

Álex:
Los dos tienen melena y van sin camiseta por la vida.

Adri:
Álex, creo que ha llegado el fin de nuestra relación.

Álex:
¡Es bromaaaa!
¿Cómo estáis Paco y tú?

Adri:
Bien, ¡lo de siempre! Muchos libros,
muchas pelis...
El otro día el viejo hizo pasta carbonara.
PASTA. CARBONARA.
¿Sabes lo que es eso, Álex?

Álex:
¿Pasta con bacon y huevo?

Adri:
Definitivamente lo tenemos que dejar.

UN MANJAR, RUBIA.

Para la receta se fijó en un vídeo de TikTok en el que


explican cómo hacerla de manera fácil y rápido en casa. Y
ya sabes lo bien que cocina mi abuelo.

Le quedó increíble. Tienes que probarla.

Álex:
Pues parece que tardaré en hacerlo...

Adri:
Te la envío. De verdad, es brutal.

Álex:
Jajaja. Bueno, ya está bien, que me está dando hambre.
Bajo a cenar, que nos está llamando May a gritos.
¿Hablamos mañana?

Adri:
Depende. ¿Le pondrás una de Marvel a los niños?

Álex:
Probablemente.
¡Deja de coaccionarme!

Adri:
Bien. Hablamos mañana, te quiero.

Álex:
Te quiero.
9
Adrián

Ya han pasado tres días desde que Álex se marchó. Cada uno de ellos
hemos estado en contacto por mensaje. Pero eso me sabe a poco tratándose
de ella. Ya extraño su tacto, su olor..., aunque ha pasado muy poco tiempo.
Creo que no lo voy a llevar muy bien. ¿Quién sabe cuándo volveremos a
vernos?
Después de una jornada dura en la librería, llego a mi casa con ganas de
cenar algo rápido y descansar. Digo «mi casa» cuando en realidad es
«nuestra casa», o «nuestro piso», mejor dicho. Lo comparto con mi abuelo.
Un apartamento pequeño situado en Goya, en pleno centro de Madrid, justo
en la misma calle de nuestra librería, con dos habitaciones, cocina
americana abierta, comunicada con el salón, un baño y, por supuesto, libros
hasta dentro de la bañera. ¿Cómo, si no, iba a ser?
Mis padres fallecieron cuando yo tan solo tenía once años. Todavía
recuerdo aquellos días oscuros, los peores de mi vida. Afrontar una pérdida
tan grande siendo tan pequeño es lo peor que le puede pasar a cualquier
niño.
Los más allegados a mi familia no paraban de preguntarse quién se haría
cargo de mí. Mi abuelo Paco, el único familiar cercano que me quedaba, no
dudó ni un solo segundo: él me criaría. Desde entonces, compartimos piso.
Y sí, lo trato como si fuese un compañero de piso al igual que es un
compañero de trabajo.
En realidad, es mi compañero de vida.
Paco respeta mi espacio, mi privacidad, mis tiempos, mis aficiones... Es
todo lo que se puede desear de un mejor amigo. Es mi cómplice, la persona
que mejores consejos da y..., ¡ojo!, ¡es el mejor cocinero de la historia!
Mi abuelo comprende que el accidente me hizo madurar antes de tiempo.
Y yo comprendo lo duro que tuvo que ser perder a su única hija, a la que
también crio él solo después de fallecer su mujer en el parto.
Él siempre me habla de mi abuela como la persona más fuerte,
inteligente y preciosa que ha conocido. Se enamoró irremediablemente de
ella en el colegio, y no fue hasta años más tarde que empezaron a salir. Las
cosas no eran fáciles en aquella época, por lo que no me puedo ni imaginar
cómo tuvo que ser esperar años para poder declararse a la chica que le
gustaba. Y, además, tener la suerte de ser correspondido. Fue una historia de
amor de esas épicas.
Mi abuelo era marino, por lo que pasaba mucho tiempo fuera de casa,
meses y meses navegando sin tener una sola noticia de su mujer. En
cambio, mi abuela tenía la suerte de recibir en ocasiones cartas preciosas
que él le enviaba, siempre decoradas con dibujos y una caligrafía
envidiable. Ahí donde mi abuelo parece todo un hombretón, en realidad es
un romántico. Y creo que esa vena de escritor me la ha contagiado bien
fuerte. Adoro escribir. Me parece la manera más fácil y bella de plasmar
todos mis sentimientos y guardarlos para siempre. Ojalá siguiesen de moda
las cartas. Creo que no hay nada más bonito e íntimo que los nervios por la
llegada de la correspondencia, o declararse en un papel sin miedo.
¿Qué hay más romántico que las palabras?
La vida de mi abuelo Paco no ha sido sencilla, sin embargo, siempre
tiene una sonrisa en el rostro tanto para mí como para todo aquel que pise la
Librería Hogar, el lugar que más nos une y más amamos en el mundo.
Tenemos una rutina establecida sencilla, la librería nos ayuda con los gastos
del mes y nos mantiene activos todo el día. Es algo que aceptamos hacer —
él, tras el fallecimiento de mis padres; yo, al cumplir los dieciséis— no a
modo de sacrificio, sino al contrario. Adoramos ser libreros. Los libros nos
lo dan todo. Y compartir esa pasión con todo aquel que entra en el local es
una sensación maravillosa.

En cuanto llego al piso me encuentro con el viejo sentado en su lado del


sofá —siempre el mismo, es ley—, con un sándwich sobre la mesa y viendo
el principio de una de nuestras películas favoritas: Los Vengadores.
Pese a tener ochenta y cuatro años, es todo un moderno en cuanto a cine
se refiere. Le encantan Marvel, Harry Potter, El señor de los anillos y
cualquier saga de moda. Es algo que me parece maravilloso porque a su vez
sabe apreciar la belleza de un buen clásico. Realmente somos la misma
persona, pero con bastantes años de diferencia.
—¿Qué pasa, abuelo?
—¡Chico! Te he dejado la cena preparada en la cocina, por si llegabas
con hambre. Anda, tráetela, que acabo de poner la película, solo lleva unos
minutos.
Sonrío con ternura y me acerco a él para revolverle su cabellera gris,
algo que odia. Siempre tiene que ir bien peinado. Si es que además es
presumido el tío...
—Gracias, pero creo que voy a cenar en el cuarto, a ver si Álex puede
hacer una videollamada.
—¿Cómo está la pequeña granuja? —se interesa y para la mejor escena,
esa en la que Iron Man le dice a Thor, provocando una pelea: «¿Sabe
vuestra madre que vestís con sus ropajes?». ¿Puede haber una frase mejor
para provocar a un dios mitológico cachas y con mucho ego?
—Pues sé poco de ella, solo hemos hablado por mensaje. Todavía está
adaptándose. Necesita tiempo, supongo.
—Necesitáis.
—Necesitamos.
Silencio.
—Sois dos, que no se te olvide, ¿vale? —Se gira hacia mí bajándose un
poco las gafas para verme mejor—. Ella se ha ido y tú te quedas, pero esto
también significa un cambio para ti.
Silencio.
—Venga, chaval. Cena, mándale un abrazo de mi parte a la rubia y
acuéstate. Ha sido un día duro.
Le vuelvo a revolver el pelo a modo de respuesta mientras él le da al
play para reproducir ese maravilloso pique entre los protagonistas; cojo el
sándwich de jamón y queso que me ha preparado —sí, pan, jamón y queso,
tres ingredientes, pero no sé cómo lo hace para que sepa mejor que
cualquier otro que haya probado nunca— y me meto en la habitación
dándole vueltas a sus palabras.
Necesitamos tiempo.
Somos dos.
Esto también significa un cambio para mí.
10
Alejandra

Llevo dos días en la casa de mi padre, pero en realidad apenas he salido de


la habitación más que para ducharme y comer algo, aunque también intento
llevarme la comida dentro y así evitar las reuniones familiares, que me
ponen algo nerviosa en estos momentos. Todos en la casa se están portando
muy bien conmigo, así que me siento un poco estúpida al hacer estas cosas.
Pero considero que ahora mismo necesito mucho espacio. Mi padre se ha
pasado estos días en el estudio pintando, May se ha encargado de los
peques, los cuales tampoco me han dado mucho la lata. No tengo quejas al
respecto. Quiero ubicarme, amoldar mi nueva habitación a mi estilo.
Convertirla en refugio. Y leer alguna que otra biografía de las que tengo en
el e-book.
Trato de colocar lo poco que me he traído de la mejor forma posible,
aprovechando todo el espacio. La habitación es bastante grande —toda la
casa lo es—, por lo que cuando he terminado de ordenar toda mi ropa,
zapatos y demás por colores —siempre por colores—, sigue pareciendo una
estancia vacía. De esas de Ikea. Blanca. Sin vida. Tengo una cama gigante
con sábanas blancas y almohadas que parecen de hotel. Enfrente, un
escritorio, donde coloco mi caja de accesorios. El armario es lo bastante
amplio como para que quepa todo a la perfección. La habitación es
luminosa, pues tiene un ventanal con dos puertas que, al abrirlas, dan a una
pequeña terraza de tres metros cuadrados, perfecta para asomarme y ver la
playa de primera mano. ¿Cómo será ver el amanecer desde mi cama?
Seguro que desde aquí se ve increíble.
Me pongo a pensar de qué manera puedo darle un poco más de
personalidad al cuarto cuando empieza a sonar mi MacBook. Alguien me
está llamando por vídeo. Y no me hace falta abrir el portátil para saber que
es Adri.
—¿Ya me echas de menos? —bromeo a modo de saludo.
—¿Mi abuelo? Demasiado. Pero yo estoy en la gloria pudiendo disfrutar
de un buen sándwich de jamón y queso tranquilo, sin nadie que me diga que
debería recoger la habitación.
—Es que deberías. Veo el desorden a través de la pantalla.
—Y yo veo que también te has llevado tu obsesión por ordenar todo por
colores —dice acercándose a la pantalla y bajándose un poco las gafas—.
Jamás imaginé que alguien podría ordenar su armario así hasta que te
conocí. Pareces un arcoíris personificado.
—Yo, la reina de los colores; tú, el rey del neutro, siempre vistiendo de
marrón. ¡Pareces tu abuelo! —replico riéndome. Siempre bromeamos sobre
esto. No sabemos cómo pudimos fijarnos el uno en el otro cuando somos
dos polos opuestos.
Él siempre viste igual: blanco, negro, gris y marrón, a juego con sus
ojos. Yo soy, según él, un «hada de la primavera». Me encanta mezclar
colores, texturas y estampados. Adoro la moda por eso mismo: puedo
mostrar mi personalidad con lo que llevo puesto. Y, de hecho, también mis
sentimientos. Los días alegres saco lo mejor de mí. Los días tristes, el
chándal me consume. A Adri le parece divertidísimo. Eso y mi pelo. Lo
tengo bastante largo y, al tener la suerte de ser rubia, suelo cambiarme el
color de las puntas. Lo he llevado literalmente de todos los colores y con
todas las combinaciones posibles. Ahora mismo, son rosa pastel, pero ya
estoy pensando en el siguiente cambio.
—Hablando de mi abuelo, un abrazo de su parte.
—Ojalá me lo pudieras dar de verdad.
—¡Rubia! ¡Que solo llevamos unos pocos días separados! Cuéntame,
¿qué has estado haciendo? ¿Has ido a alguna playa? ¿Son tan bonitas como
las pintan? ¿El agua está fría?
Adri y sus preguntas. No puedo evitar reír porque, en realidad, eso es lo
que más me atrae de él. Su nerviosismo, sus palabras, su personalidad, tan
diferente a la del resto... Contagia energía. Adrián es electricidad. Es
precisamente eso lo que necesito. Su fuerza.
—La verdad, no he salido del cuarto, como te dije por teléfono.
—Alejandra, llevas cuatro días allí.
—Lo sé, lo sé. Pero no me apetece relacionarme, y mucho menos con mi
padre. Me noto fría con él, son cinco años sin vernos. ¿Por qué no se acerca
él a mí? Al fin y al cabo, soy yo la que se acaba de mudar.
—A lo mejor está esperando y respetando tus tiempos.
—Pues que siga así, que ahora mismo necesito espacio.
—Álex...
—No, Adri. En serio. Ahora no.
Nos quedamos en silencio mirándonos en la pantalla. No puedo
enfadarme con él, y mucho menos si me pone ojitos como lo está haciendo.
Sé que lleva razón y que tengo que afrontar esa conversación con mi padre.
Y la tendré. Pero ahora mismo solo quiero dejarlo todo bonito y estar en
paz.
—Te prometo que pondré de mi parte —le digo para dejarle más
tranquilo—. Mañana será un día nuevo. Hoy ya toca descansar. ¿Hablamos?
—Siempre.
—Siempre.
Cierro la pantalla. Respiro. Suena una nueva notificación en el correo
electrónico. Lo abro.
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: Razones por las que te quiero (1).

Porque me haces sentir hasta lo imposible.

Adrián
11
Alejandra

Que Adrián es todo un escritor fue algo que me imaginé nada más
conocerlo un poco más. Tiene ese aire bohemio, misterioso y, por qué no
decirlo, sexi, que hace que no pueda apartar la vista de él. Un aura especial.
Y más aún habiéndolo conocido en la librería. Los libros son una parte tan
importante de él que es imposible imaginarlo dedicándose a otra cosa. Me
parece algo muy bonito. Saber cuál es tu pasión desde pequeño. Y lo que es
más importante aún: poder vivir de tu pasión.
Cuando nos conocimos estaba perdida y sigo perdida. Pero encontrarme
y reencontrarme con Adri me daba calma entre tanto desasosiego. Se me
olvidaban todas las inseguridades y en lo único que podía pensar era en
conocerlo mejor. Porque sí, me gustaba lo que estudiaba, pero ¿hasta qué
punto quería dedicarme a ello? No sabía cómo abordar la situación y me
quedaba tan solo un curso para tomar decisiones.
Por eso, el segundo día que vi a Adri fui consciente de que iba a
revolucionar mi vida de principio a fin. Vale, puede que me dejase llevar
por las copas de más que llevaba encima y por el outfit del librero:
pantalones negros, camiseta negra y chupa de cuero del mismo color. Ma-
dre-mí-a. Pensé que cualquiera que me viese ahí plantada, en la puerta del
pub, con mi vestido de flores y mirando totalmente embelesada al chico
pensaría que estaba loca. Yo sentía que me estaba volviendo loca.
Habían sido varios los intentos de encontrármelo «casualmente, como
quien no quiere la cosa», en la librería, en vano. Su abuelo siempre me
sonreía cordialmente, como si no se diera cuenta, y yo me iba a casa
soportando la vergüenza que me daba la situación. Era una especie de rutina
establecida entre nosotros en secreto; de hecho, creo que hasta hoy Adri no
sabe que estuve buscándolo día tras día en la librería. Paco y yo éramos
cómplices de miradas y sonrisas. Sabía qué quería yo perfectamente y
nunca dijo una palabra al respecto. No hacía falta. Entre nosotros también
surgió una conexión especial; es imposible que ese abuelito no se te meta en
el corazón con el tiempo.
Y un día, precisamente ese día que había quedado con un chico para
tomar una caña, precisamente en ese local de los ¿cuántos?, ¿decenas de
miles?, que hay en Madrid, ahí fuimos a parar los dos.
A veces pienso que Madrid buscaba unirnos. Había algo que nos
acercaba el uno al otro.
—Bonita, creo que al fondo tenemos una mesa libre un poco más
apartada del barullo —gritó mi cita acercándose a mi oreja, como si no lo
escuchara—. ¿Vamos?
Lo miré. Volví a mirar a Adri y, sé que está mal y que las comparaciones
son odiosas, pero en ese momento decidí que quizás no terminaría la noche
en el piso de aquel chico.
—Manuel, creo que me encuentro mal —mentí—. Voy a llamar a un taxi
y a descansar. Siento muchísimo dejarte así.
—¡Estabas bien hace un momento! ¿Quieres cambiar de local? ¿Te
parece este muy pequeño? —dijo, algo apurado.
—Me duele...
—No te gusto.
—No, no. Sí me gustas.
—Alejandra. Hemos cenado hablando únicamente de nuestro proyecto
de Política, hemos venido aquí y parece que estás aburrida. No te gusto. Sé
captar las indirectas.
—Sí me gustas.
Nos miramos. Nos reímos. Y menos mal que fue él quien se dio cuenta.
—No pasa nada, ¿eh? Sé que no soy feo. No lo soy, ¿no? —bromeó
poniendo cara de asustado. Y yo no pude evitar volver a reír. Estábamos un
poco achispados y eso se notaba.
Manuel era un compañero de clase espectacular, siempre nos ayudamos
mucho —sobre todo con los malditos apuntes imposibles de recopilar— y
también era espectacular físicamente, para qué negarlo. Era alto, fuerte,
deportista, inteligente... El chico con el que soñaría cualquiera. Por eso,
cuando me pidió una cita fuera del campus, no pude evitar decirle que sí.
¿Quién se habría negado? Pero después de aquel rato juntos..., no surgió.
No sé cómo explicarlo. Esa chispa, esas mariposas, ese «algo» que
mencionan en las pelis románticas... Me sentía apagada. Off. Fuera de
cobertura. Me pregunté por qué no podía, simplemente, dejarme llevar por
un día. Darme la oportunidad de conocerlo y pensar que quizás con el
tiempo acabaríamos encajando. ¿Qué le faltaba a él, siendo tan perfecto,
para que me llegase a gustar?
He estado con varios chicos a lo largo de la carrera, he salido y me lo he
pasado bien. El primer año conocí al que creía que sería el amor de mi vida.
El típico romance universitario en el que la chica desconocida acaba
transformando por completo al popular del equipo de fútbol para finalmente
casarse, tener hijos y vivir felizmente en una casa adosada con jardín y
perro. Creo que en su momento me dio por ver muchas películas románticas
de adolescentes.
Alberto no fue ese final feliz, como habéis podido comprobar. Sin
embargo, sí fue el chico de mis primeras veces: el que me presentó a mis
primeras amistades de la carrera, el que me llevó a mis primeras fiestas
universitarias, con el que viví mis primeras borracheras y, también, mis
primeras experiencias sexuales.
Al principio pensamos que no estábamos hechos el uno para el otro
porque no conectábamos en la cama. Sin embargo, ¿cómo íbamos a
disfrutar si yo en lo único en que pensaba era en la incomodidad de la
situación y en el dolor que estaba sintiendo? Hicieron falta varios intentos
más para darnos cuenta de que sí podíamos disfrutar juntos, que lo
importante del sexo es conocerse, tanto a tu pareja como a ti mismo.
Establecimos una amistad real y, cuando salíamos, nos acostábamos. Una
rutina de la que ninguno queríamos salir. Pero este tipo de relaciones, como
es lógico, suele tener su final. Alberto se enamoró y yo desaparecí de su
vida. Fin del cuento.
¿Me dolió? Muchísimo. Sería muy hipócrita decir que pude pasar página
fácilmente. Sin embargo, me hizo darme cuenta de los años que me
quedaban en la carrera con otros ojos: me abrí a conocer a más gente para
no quedarme encerrada en el mismo grupo de amigos. Conocí a más chicos,
experimenté y, en definitiva, he disfrutado de una vida universitaria tan
buena que me aterra que esté terminando.
¿Qué podría superar a esos años en los que nuestra única preocupación
era estudiar y salir con los amigos?
—Creo que he idealizado demasiado esta cita y al final no la he sentido
así, lo siento mucho —le dije, sincera—. Pero eres increíble. Gracias por
salir conmigo... ¿dos horas?
—¡Dos horas! Creo que es mi récord —sonrió cordialmente—. ¿Te llevo
a casa, llamas al taxi o prefieres entrar a hablar con quienquiera que haya
llamado tu atención hace unos minutos y te ha hecho desconectar?
Palidecí. ¿Tan transparente soy?
—Creo que... me voy a tomar una yo sola si no te parece mal.
—En absoluto. Nos vemos mañana, Álex —me dio un abrazo sincero. —
¡Espero que con ese tipo disfrutes más de dos horas!
Y tal como vino, se fue. Y yo, tal como había entrado en el local, volví a
entrar. Pero esta vez decidida a hablarle al chico de los rizos, las gafas
redondas y olor a libros.
12
Adrián

Estaba tranquilamente tomando unas copas con mis amigos de toda la vida
en un pub cualquiera de Malasaña cuando me encontré de nuevo con Álex.
O cuando ella hizo por que nos encontráramos, mejor dicho. Todavía no he
hallado las palabras perfectas para agradecerle la valentía de acercarse a mí
sin conocerme. Así, sin más. Quizás fue eso lo que me enamoró de ella: su
valentía. Su «qué coño, ¿por qué no?».
Noté dos golpecitos en la espalda, me giré y la vi. Joder si la vi. La vi
increíble.
Aquel día llevaba la melena recogida en un moño, dejando ver las puntas
rosas. El vestido azul marino con flores blancas le quedaba como un guante,
acentuaba su pecho y cintura y resaltaba sus piernas. Llevaba, además, unas
Converse blancas con flores bordadas. Alejandra es una chica que, sin
quererlo, llama la atención de cualquiera. Marca la diferencia con su estilo
alegre, vivaz, divertido..., pero más aún con su rostro. Sus ojos azules
hipnotizan, pero esas pecas... Me pierdo en ellas desde el primer día. Creo
que jamás dejaré de hacerlo. Muchas veces jugamos a contarlas y siempre
acabo rindiéndome. A ella no le gustan y siempre intenta taparlas con
maquillaje. A mí me parece que lleva una constelación en el rostro y no hay
nada más bonito que estar llena de estrellas. De arriba abajo. Y, con ellas o
sin ellas, Alejandra brilla como nadie.
—Hola.
Fue lo único que me dijo a modo de saludo. Lo único. Después de sacar
toda esa fuerza interior para acercarse, al darme la vuelta solo dijo «hola».
Me dejó a mí toda la responsabilidad de la conversación. A ver, en parte fue
muy inteligente. Si yo no le seguía el rollo, significaba que no me
interesaba lo más mínimo. Si, en cambio, le daba una respuesta elocuente,
todo lo contrario. Así que ahí estaba yo, preguntándome qué podría decirle
para captar su atención. Porque claramente sabía quién era. No todos los
días entraban en la librería chicas vestidas de todos los colores posibles, con
el pelo teñido de rosa, y se llevaban mis recomendaciones así de fácil.
—La locura acierta a veces cuando el juicio y la cordura no dan fruto —
silencio. La había cagado pero bien—. Hamlet. Acto 2, escena 2.
Silencio.
Hostia puta. Pero ¿a quién se le ocurre?
—Perdón. Fue el libro que te llevaste el otro día de la librería. De nuestra
librería. La mía y la de mi abuelo, quiero decir. Librería Hogar. ¿Te
acuerdas?
Cállate. Cállate. Cállate.
—¡Oh! Sí, sí. Claro. Es que aún no lo he leído. Ya sabes..., mucho por
estudiar.
—Sí, entiendo.
Silencio.
En aquel momento me quise morir. Fue un claro ejemplo de «tierra,
trágame». Se me acerca una chica impresionante, A MÍ, y lo único que se
me ocurre es recitarle una cita de Hamlet que habla de la locura. ¿En serio?
—Solo quería presentarme —dijo tocándose las manos de manera
nerviosa, y pude apreciar que yo no era el único que estaba de los nervios,
por lo que aquello me calmó un poco—. El otro día en la librería me dijiste
tu nombre... Adrián, ¿verdad? —Asentí rápidamente con un ligero
movimiento de cabeza. Mejor eso que continuar hablando como alguien que
ha perdido el juicio—. Yo soy Alejandra, encantada. He entrado aquí de
casualidad y te he reconocido, así que he pensado que sería buena idea
presentarme al igual que tú hiciste.
—Encantado, Alejandra.
—Puedes llamarme Álex —soltó rápidamente y algo colorada.
—Álex, me gusta.
—Ya...
Silencio.
Vale, reconozco que no se me da bien hablar con chicas.
Miento.
Reconozco que no hablo con chicas.
Al morir mis padres siendo tan joven, toda mi vida se centró en la
librería. Cuando era demasiado pequeño para trabajar, mi abuelo me tenía
en la trastienda entretenido con la consola, y cuando cumplí los dieciséis,
mi labor comenzó a ser la de librero, por fin. Por lo que mis conversaciones
con chicas hasta entonces se pueden resumir en «¿Te lo pongo para
regalo?», «¿Quieres un marcapáginas?», y pocas frases más. De hecho,
todavía no asimilo qué me pasó por la cabeza cuando vi a Álex en la librería
y me lancé de cabeza a por ella. Eso sí, ofreciéndole un libro. Esa era mi
conversación segura. Mi lugar seguro. Si me sacan de ahí, la cosa se
complica.
—Álex, ¿qué te parece si salimos de este ruidoso y apestoso pub y
paseamos un poco? Creo que necesito algo de aire para pensar con claridad
y no soltarte más citas de repente.
Sonrió. ¡Bien!
—Claro, vamos.
Dos palabras. Dos palabras que sirvieron para que cogiéramos nuestras
cosas y saliésemos rápidamente del local. Ni siquiera me despedí de mis
amigos, ya les escribiría. Toda mi atención estaba en ella. En su
movimiento de caderas al salir, en ese giro para mirar si la seguía, en la
sonrisa que le salió.
Esa puta sonrisa.
Creo que aquella noche soñé con ella. Con el paseo que dimos.
Ojalá pudiera volver a aquel momento en el que nuestra vida cambió.
Aquel momento en el que sus colores, mis miedos y las estrellas nos hacían
compañía mientras nos descubríamos.
13
Alejandra

Yo tampoco sé qué se me pasó por la cabeza aquel día para acercarme a él.
Creo que fue esa sensación de paz que me produjo la primera vez. Quería
volver a sentirla. Y cuando me propuso salir a dar un paseo, parecía que
estaba pensando lo mismo que yo: en las ganas que teníamos de
conocernos, en la curiosidad y, por supuesto, en la atracción. Porque Adrián
me atraía de una forma indescriptible. De eso fui consciente al poco tiempo
de encontrarnos. No fue locura. Simplemente éramos dos imanes. Dos polos
opuestos. El color y la calidez.
Estuvimos unos minutos paseando sin rumbo y sin decirnos nada. Pero
no fue un silencio incómodo. En absoluto. Fue tierno. Fue un silencio lleno
de ganas que creo que ambos entendimos a la perfección, hasta que fui yo
quien lo rompió.
—Así que librero. ¿Qué hay que estudiar para serlo? ¿Filología?
—Creo que con que te apasione la literatura es suficiente. No he
estudiado ninguna carrera. Llevo dedicándome a la librería desde los
dieciséis años y ahora soy copropietario junto a mi abuelo Paco.
—Sí, Paco. He ido un par de ocasiones a la librería y he coincidido con
él. Un señor muy agradable —le confesé.
—Es majo, sí.
—¿Tus padres también trabajan allí?
—Bueno, la librería era suya. La montaron a su gusto.
—¿Era?
—Murieron.
Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. ¿Cómo había podido ser tan
tonta? ¿Es que no había visto las señales?
—Lo siento muchísimo.
—Oh, ¡no te preocupes! —Me sonrió con sinceridad—. Fue hace
muchos años, está superado. Además, me dieron muy pronto el trabajo de
mis sueños, no todo el mundo puede dedicarse a lo que le gusta siendo tan
joven.
—Entonces, ¿quieres dedicarte a la librería toda la vida? —pregunté para
evitar el tema de sus padres, pero con mucha curiosidad. No sé qué tenía
aquel lugar que me atrapaba. Quería saberlo todo de él.
—¿Conoces esa sensación por la que sientes que ya perteneces a un
sitio? ¿Que ya está arraigado en ti? En tu piel, en tus pensamientos, en tu
corazón... Eso me pasa a mí con ese viejo y polvoriento hogar.
—¡Y bonito!
—¡Y bonito!
Reímos. Sus palabras decían tanto. Llegaban tanto. Y más aún en aquel
momento en el que yo sentía que no pertenecía a sitio alguno.
—¿Qué haces tú? ¿Estudias, trabajas...?
—Estudio Periodismo. De hecho, si entré en tu librería fue porque
buscaba libros para Periodismo Literario, una de mis asignaturas favoritas.
Después de acabar la carrera..., no sé qué haré.
Fue la primera vez que abordé el tema con Adri, pese a lo difícil que era
para mí soltar mis dudas en voz alta. Él no tenía esa incertidumbre de qué
iba a pasar con su vida, ya había decidido lo que quería y lo amaba por
completo. Yo quería lo mismo para mí.
—Tienes tiempo para decidir.
—Sí, bueno. Pero no entiendo cómo en casi cuatro años de estudios
todavía no sé qué hacer con mi vida —respondí. El tema me angustiaba lo
suficiente como para querer cortarlo de raíz, así que lo esquivé—. ¿Cómo
empezó tu pasión por los libros?
—He estado rodeado de libros toda mi vida. Si no me hubiesen gustado,
creo que mis padres o mi abuelo me habrían obligado a que me gustasen.
Obviamente, de pequeño odiaba leer. Me parecía aburridísimo, ya sabes.
Sobre todo cuando los profesores de Lengua y Literatura imponían lecturas
obligatorias. ¿A qué niño le puede gustar Mio Cid, el Quijote o La
Celestina? Es muy difícil enseñarles a amar la literatura si les mandas leer
libros que ellos, por su edad o por el contexto histórico-social de las
lecturas, no entienden. Y menos cuando la mayoría de las veces nos
enseñan a memorizar para aprobar los exámenes y no a comprender, que es
lo importante. En tercero de la ESO di con una profesora de Lengua,
Yolanda, con la que aprendí a verlo todo desde otra perspectiva. Nos
enseñaba la importancia de los clásicos, por qué perduran hoy en día, y
también nos dejaba leer en clase los libros que quisiéramos. Fuera cual
fuera. Porque para ella lo importante era que leyéramos. Así es como se
aficiona un niño a leer. Dándole libertad. La literatura es libertad.
—Eso es muy bonito.
—La verdad es que sí, pero también es muy difícil, y un claro ejemplo
de por qué nunca tendré una gran fortuna. Ya sabes, el sueldo de los libreros
no es muy elevado, y mucho menos ahora con las grandes cadenas y la
compra on line. Las librerías pequeñas nos quedamos un poco aparte.
—Yo prefiero el encanto que tienen las pequeñas.
—¡Y yo, por supuesto! Pero no puedo negar lo sencillo que es hacer clic
y que al día siguiente te llegue un paquete con el libro que necesitas. ¡Los
humanos estamos hechos para lo fácil! Es así, no cuesta reconocerlo.
Me dio un poco de ternura. Porque además de adorable, sincero y
elocuente, Adrián me pareció muy inteligente, y sabía de la complejidad de
una librería pequeña para amoldarse al mundo tecnológico y competitivo en
que vivimos.
Seguimos charlando cordialmente sobre las ventajas y desventajas de las
librerías pequeñas, del mundo on line, de los libros digitales, hasta que llegó
el momento de despedirnos. Me parecía muy interesante todo lo que me
estaba contando y lo veía en su salsa. Estaba disfrutando con cada uno de
los temas de conversación que tenían que ver con los libros e incluso
pudimos hablar largo y tendido de mi afición a las biografías. No me
sorprendió conocer que él dominaba el tema, por lo que estaba deseando
volver a verlo para que me recomendara algo diferente que me enganchara.
—Sin quererlo, me has acompañado a mi casa. Vivo aquí. —Señalé el
edificio que teníamos justo enfrente, donde se veía la luz del salón
encendida y el reflejo de la tele. Seguramente sería mi madre esperándome
despierta—. Ha sido un placer, de verdad.
—Lo mismo digo...
Nos miramos. La noche se me había ido volando. No sabía si darle dos
besos, un abrazo o levantar la mano cordialmente y alejarme. Él dio un paso
totalmente distinto.
—Álex, no sé si te parece muy inapropiado lo que te voy a pedir. Si es
así, por favor, dímelo. No quiero hacerte sentir incómoda.
—Esto sí que me pone incómoda —bromeé para que se sintiera seguro.
—¿Me darías tu correo electrónico?
¿Perdón? ¿Correo electrónico?
— ¿No te sirve mi número? ¿Mi Instagram...?
—¡Oh! Sí, claro, también..., pero me gusta más escribir por correo.
Siento que puedo explayarme más en lo que escribo y... es como una vieja
costumbre que creo que no se debe perder..., ya sabes, las cartas y eso... No
te pido que nos escribamos por carta porque no creo que pudiese aguantar
más de un día sin respuesta, pero un e-mail se le parece. Y va más rápido.
No sé. Ha sido una tontería, olvídalo.
—Tranquilo, me has convencido. Apunta:
[email protected]
Sacó su teléfono torpemente del bolsillo y lo anotó. Parecía contento de
haber conseguido mi contacto. Me pareció que Adri destacaba entre el
resto. Su diferencia lo hacía único. Especial. Me moría de ganas de ver
hasta dónde nos llevaría todo aquello.
—Gracias, Álex. Te escribiré.
—Eso espero, librero.
Y me metí en el portal.
Subí las escaleras.
Entré en mi casa.
Recibí un mensaje.

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: Gracias

Nunca pensé que un arcoíris pudiera llamarme más la atención que las estrellas de esta
noche. Buenas noches, Alejandra.

Adrián

Y así comenzó nuestra historia.


14
Alejandra

Un día después de mi conversación en WhatsApp con Adrián, he decidido


salir de una vez de mi cuarto. Ya no me queda mucho más que hacer aquí
dentro y la verdad es que tampoco quiero seguir pareciéndole una borde a la
familia de mi padre. Ellos no son los culpables de que mi relación con él se
enfriara, ¿no?
El olor a tortitas reina por toda la casa, así que voy a la cocina a ver con
qué me encuentro. Cuando estoy a punto de entrar, escucho voces dentro.
En particular, escucho a los pequeños monstruitos y a May intentando
establecer un poco de orden en el caos que montan siempre.
—¡Domingo de tortitas! ¡Domingo de tortitas! ¡Domingo de tortitas! —
empiezan a gritar como locos.
—Chicos, chicos, por favor, canten más bajito, que Álex estará
durmiendo —reconozco la voz de May, con ese acento canario tan musical
que es imposible que los pequeños se resistan a su ternura.
—¿Crees que se animará pronto a jugar con nosotros? —pregunta uno.
—Seguro que sí, mi niño. Tiene que estar todavía algo desubicada,
¡imagínense lo que tiene que ser mudarse tan tan tan lejos de su casa! Pero
estoy segura de que le va a ir genial con nosotros porque, además, ustedes
la van a apoyar un montón, ¿verdad?
—¡Sííí!
—¡Yo quiero que juguemos al escondite!
—¡Yo quiero que hagamos surf!
—¡Yo quiero que cantemos en el karaoke!
—¡Yo quiero que juguemos a disfrazarnos!
—¡De avestruz!
—¡No! ¡De dinosaurios!
—¡No! ¡De superhéroes!
—¡Que no!
—¡Que sí!
—¡Que no!
Creo que es buen momento para entrar en la cocina.
—¿Y cuándo se supone que vamos a empezar a hacer todo eso? —les
pregunto mientras me cruzo de brazos haciéndome la interesante.
—¡Áleeex! —gritan mientras vienen corriendo para engancharse a mis
piernas. Ya es costumbre.
—¡Hoy es domingo de tortitas! ¡Tienes que probar las que hace mami,
son las mejores!
—Bueno, bueno, mis niños, denle un poco de espacio ¡que se acaba de
despertar! —los calma May.
Los chicos se separan un poco de mí y vuelven a sentarse en las sillas
altas que hay junto a la barra americana de la cocina. El espacio es muy
amplio, como el de toda la casa y, pese a tener todas las paredes y muebles
blancos, está lleno de vida. Hay cuadros por todos lados, dibujos de los
pequeños, juguetes..., y la estancia gana mucho más con esas torres de
tortitas que ha preparado mi madrastra. Al lado veo una serie de toppings
para añadir, así como diferentes salsas. May se acerca a mí y me da un
pequeño abrazo.
—Buenos días, mi cielo. ¿Cómo estás?
—Ubicándome un poco, pero bien. ¿Puedo probar esas tortitas?
—¡Adelante! Te he dejado un plato preparado. No sé cómo te gustan, así
que puedes elegir tú lo que ponerles. A los peques les gustan con chocolate
y fresas. A mí con un poco de gofio. Tu padre le pone de todo
directamente..., ¡es el más goloso! En mi opinión hace unas mezclas
demasiado raras —se ríe—, pero ¡al final todo va a parar al mismo sitio!
Sonrío y me siento en una de las sillas mientras acomodo un poco mi
pijama de Snoopy y mi coleta despeinada. Decido ponerles un poco de
chocolate blanco y trozos de plátano. La verdad es que están riquísimas, no
hay duda. Y se ve que a May le alegra que haya decidido salir del cuarto y
pasar algo de tiempo con ellos.
—¿Y mi padre? —le pregunto sin levantar mucho la mirada, mientras
sigo con mis tortitas. No quiero que note lo nerviosa que me pone hablar de
él; sin embargo, me da curiosidad saber qué es lo que hace en todo el día, ya
que, en el poco tiempo que llevo aquí, solo me he cruzado con May y los
niños; a él apenas lo he visto de lejos.
—Está en la parte de atrás de la casa, la terraza que da al mar, dibujando
algo. ¿Quieres acercarte a charlar con él?
«No. La verdad es que prefiero no acercarme demasiado. Pero gracias
por la propuesta».
—Oh, no pasa nada. Prefiero no molestarle. Ya iré a cotillear en otro
momento —miento.
Me apetece entre cero y menos mil. Me va a resultar incómodo. De ser
mi persona favorita en el mundo, a quien le contaba todos mis problemas, el
que siempre estaba ahí, pasó a desaparecer casi por completo de mi vida.
Así que no, no me apetece ahora mismo fingir que todo está bien con él
cuando es obvio que no.
—Álex, cariño, tu padre...
—No te preocupes, May —la corto—. Ya tendremos tiempo para hablar
y hacer cosas. Al fin y al cabo, esto solo acaba de empezar, ¿no? —digo
pretendiendo desenfado.
May asiente y se pone a recoger la cocina en silencio mientras los niños
salen corriendo a jugar. Veo que ella sonríe al ver marcharse a los peques y
también me dedica un gesto a mí.
Finalmente, me acabo las tortitas, ayudo a recoger hablando con ella del
buen tiempo que hace siempre en esa parte de la isla y me marcho lo antes
posible antes de que vuelva a mencionarme a mi padre.
Subo a mi habitación a adecentarme en la medida de lo posible: me hago
dos trenzas de raíz, tipo boxeadora, las cuales hacen que resalten mis puntas
rosas; me pongo unos shorts vaqueros, una camiseta rosa de manga corta
bastante oversize y mis Converse de confianza con flores.
—May, voy a salir a ver un poco la zona si te parece bien —le digo
cuando vuelvo a la planta baja.
—Claro, ¿quieres que te acompañe y te enseñe los mejores sitios? —
pregunta con algo de tiento. Es imposible que esta mujer le caiga mal a
alguien.
—Creo que prefiero salir sola...
—¡Sin problema! Pero lleva el teléfono, ¿vale? Si necesitas cualquier
cosa, me llamas y me acerco en un momento. Estaré atenta.
Me guiña un ojo y al fin salgo de la casa. Estoy algo nerviosa porque aún
no he visto el pueblo. Lo único que conozco de él ha sido gracias a las fotos
de Instagram y poco más. Todo el mundo habla de este lugar como un sitio
maravilloso en el que quedarse a vivir: un lugar tranquilo, una playa
escondida, montañas cercanas y, por supuesto, gente agradable.
A ver qué me depara.
15
Alejandra

No cambiaría mi vida en Madrid por ninguna: adoro a mis amigos, el


ambiente de las calles, los diferentes planes que ofrece la ciudad..., pero
tengo que reconocer que vivir al lado del mar es otro nivel. En cuanto salgo
de la casa, me doy cuenta de lo particular y fascinante que es tener este
paraíso para la familia. Una pequeña cala escondida justo al lado de Puerto
de Mogán, un pueblo pesquero situado al sur de la isla.
Me coloco los cascos, abro mi lista de reproducción y pongo Bad Guy de
Billie Eilish —sí, ahí donde me visto con todos los colores del mundo y
más, ahora mismo mi estado de ánimo es un poco más negro— mientras
comienzo a andar un poco sin rumbo.
Desde el primer momento, el pueblo me fascina: está lleno de pequeñas
casitas blancas, un montón de flores por todos lados, pero lo más especial
son sus canales y puentes, que crean una atmósfera veneciana espectacular.
Es primera hora de la mañana de un domingo, por lo que las calles están
totalmente desiertas, algo que me viene genial para despejar la mente con
mis canciones y el frescor del mar. Poco a poco, llego a la playa del pueblo,
que está muy cerca de la casa de mi padre. Allí también estoy sola, y decido
que es buena idea sentarme en la arena dorada un rato y disfrutar del
paisaje. La temperatura es increíble, es temprano y el sol todavía no pega
con fuerza. El olor a mar entra por mis fosas nasales y me permito un rato
para pensar. Al fin y al cabo, para eso he venido.
Inmediatamente se me viene a la cabeza Adri. He estado tan empeñada
en esquivar a la familia de mi padre y en dejar mi habitación lista que
apenas hemos hablado de cosas banales. Como es domingo, estará en su
casa descansando, posiblemente desayunando churros caseros con
chocolate, de esos tan ricos que hace Paco.
Sé que su abuelo es muy importante para él. Para mí también lo es.
Desde el principio su sonrisa me transmitió seguridad. La misma sonrisa
que tiene Adri. Son dos increíbles personas, trabajadoras a más no poder, y
que transmiten energía positiva. Los necesito tanto aquí...
Decido enviarle un selfi a Adri tumbada en la arena. Responde al
momento:
Adri:
¡Tengan cuidado!
¡Una sirena ha acabado en la arena!
¡No caigan bajo sus encantos!

Álex:
Ya me gustaría a mí ser una sirena.

Adri:
Eres más preciosa aún si cabe.

Álex:
Adrián, por favor. Son las nueve de la mañana.
No tengo cara de preciosa precisamente.

Adri:
Preciosa.

Álex:
Tonto.

Adri:
Ya sabes lo que me gustan esas trenzas...

Álex:
Tonto.

Adri:
¡Has salido a la calle!
¿Cómo se te ha podido ocurrir tan genial idea?

Álex:
Tonto, otra vez.
Te he hecho un poco de caso. A veces lo hago.

Adri:
Has hecho bien. Doy los mejores consejos.

Álex:
Esa será tu opinión.
Una vez me aconsejaste echarle queso a las palomitas y
fue lo más asqueroso
que he probado nunca.

Adri:
¡Las palomitas con queso y mantequilla
son lo mejor del universo!

Álex:
Prefiero las saladas. O las dulces.
O las dos mezcladas.
Pero ¿queso? ¿En serio?

Adri:
Te queda mucho por aprender,
pequeña Padawan.

Álex:
Te echo de menos.

Adri:
¿Álex romántica? ¿Estás bien?

Álex:
Estoy bien.
Pero empiezo a asimilar lo lejos que estamos.

Adri:
«El amor verdadero no se encuentra.
Se construye con esfuerzo y dedicación, incluso a distancia».

Álex:
¿Cervantes?

Adri:
Gabriel García Márquez.

Álex:
Casi.

Adri:
Casi.

Adri:
Aprovecha el tiempo allí, Álex.
Sal, conoce gente, diviértete y piensa en ti.
Qué necesitas para estar bien pero, sobre todo, qué necesitas
para encontrarte.
Y si en el camino de encontrarte me echas de menos,
siempre estaré aquí para ti, aunque sea a kilómetros de
distancia.
Siénteme presente y que se te olvide lo malo. ¿Vale?

Álex:
Está bien...

Adri:
«Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar».

Álex:
Cuánto sabía Machado...

Adri:
Te quiero tres mil.

Álex:
Endgame.

Adri:
Esa es mi chica. ;)
16

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: ¡Hola!

¡Hola!

Siento la tardanza en volver a escribirte, la verdad es que mi abuelo y yo hemos estado


muy liados en la librería. El otro día vino una señora a regalarnos cuatro cajas llenas de
libros. Dentro de cada una podía haber veinte ejemplares de diferentes géneros: desde
clásicos hasta literatura contemporánea. Casi se nos salen los ojos de las órbitas. Nos los
regalaba. Todos. Para que los vendiéramos y les buscáramos un hogar mejor.
¿Sabes lo difícil que es encontrar gente así? Creo que todos nos preocupamos por sacar
dinero de cualquier cosa. ¿No quiero esta camiseta? La vendo. ¿No quiero estos zapatos?
Los vendo. ¿No quiero este mueble? Lo vendo. Pero ¿qué hay de dar porque sí? Dar sin
motivos. Sin buscar nada a cambio. ¿No te parece que el gesto de esta señora es increíble?
Nosotros vendemos los libros de segunda mano muy baratos. Tan baratos que no ganamos
ni dos euros por cada ejemplar. Dos euros no dan de comer a dos personas y mucho menos
pagan facturas. Pero es una manera muy sencilla y rápida de darle una segunda o tercera
vida a muchos libros que se quedan sin hogar.
¿Estoy humanizando a los libros?
Absolutamente. Muchos de ellos se merecen más respeto que algunas personas.
En fin, que me voy del tema.
Fue increíble conocerte. Conocerte más, quiero decir. Porque, en realidad, nos conocimos
en la librería. Eso también fue increíble.
Espero que te apetezca responderme y que no te parezca demasiado desfasado este medio
de mantener una conversación. En parte, creo que tiene su encanto, ¿no?

¡Qué tengas buena semana!

Adri

P. D.: ¿Has leído ya Hamlet?


De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: ¡Hola!

Hola, librero.

La verdad es que algo anticuado sí que es. Pero no te voy a negar que me ha hecho gracia
recibir un correo electrónico que no sea de publicidad o de la universidad.
¿De verdad te han regalado ochenta libros? ¿Y has encontrado alguna que otra joya
escondida? Ojalá que sí. Cuéntame qué es lo más raro con lo que te has encontrado. Estas
cosas me dan demasiada curiosidad.
Ya veo que tus libros lo son todo para ti. Ojalá yo sintiese esa pasión por algo. Aunque
tengo que reconocer que me identifico mucho contigo en cuanto a la ropa. Suelo ir a
muchas tiendas de segunda mano a encontrar prendas únicas y a buen precio. Me encanta
imaginarme quién habrá llevado esos atuendos. Ya te habrás dado cuenta de que no visto
muy a la moda. O, mejor dicho, no sigo mucho las tendencias. Me dejo llevar por lo que
me apetece en cada momento. Sobre todo, adoro los colores. Me encanta mezclarlos e
innovar, así es como consigo sentirme yo misma. Experimento con las prendas a mi antojo
y me da igual lo que puedan opinar mientras yo me vea bien.
Oye, me mola esto de los correos electrónicos.

Nos escribimos.

Álex

P. D.: He estado muy liada. Pero lo leeré.

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: ¡Hola!

Guau, llegar de trabajar y encontrarme con un correo tuyo ha hecho que mi día mejore
exponencialmente (¿se dice exponencialmente?).
Lo más raro que me he encontrado... Depende de lo que tú consideres que es raro. Para mí
nada es raro (además de yo mismo, que soy todo un esperpento de persona).
He encontrado miles de flores secas dentro de los libros, de todo los tipos y colores. ¿Por
qué la gente espachurra literalmente algo tan bonito como una flor? Realmente es una
metáfora un tanto grotesca: aplastas un ser vivo y dejas que se muera bajo el peso de
cientos de páginas. Eso sí, aplastado entre historias. Ahora que lo pienso... a lo mejor a mí
me gustaría morir así. Jaja.
También he encontrado algún anillo, muchas páginas subrayadas y escritas (sí, yo también
soy de los que anoto los libros, ¡no me juzgues!) y, por supuesto, historias muy
variopintas: religiosas, históricas, juveniles... Y señoras mayores que traen libros eróticos.
MUCHOS. DEMASIADOS. Dios, imagínate la cara que se me pone cuando me los traen
a la tienda y las tengo que mirar y decir «muchas gracias, que tenga usted un buen día»,
mientras en la portada me encuentro... En fin. Prefiero no describirte esas portadas.
Por tanto, sí, me encuentro muchas cosas «raras». Diferentes. Pero es algo que me encanta
de mi trabajo: nunca sé qué me va a deparar. Y, por supuesto, nunca sé qué me voy a llevar
a casa. Porque una de las ventajas de ser librero es que puedo leer todo lo que quiera. ¡Un
sueño hecho realidad!
Alex, quiero que quedemos.
¿He sido muy directo?
Me gustaría contarte todas estas peripecias en persona si a ti también te apetece.

Espero que hayas tenido un buen día y que mañana me encuentre otro correo tuyo en mi
bandeja de entrada.

Con cariño,

Adrián

P. D.: ¡Léete de una vez esa maravilla de Shakespeare!

De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Re: ¡Hola!

¡Madre mía! Me encantaría ver esas portadas. ¿Me las enseñarás algún día? No puedo
imaginarme a una abuelita llevando ese tipo de libros. Es que no aguantaría la risa.
En cuanto a lo de anotar los libros, no lo entiendo. Espero que eso también me lo
expliques. ¿No estás destrozándolos? ¿Qué tipo de cosas escribes? ¿Qué señalas? Yo
siempre he sido de tener los libros (los pocos que tengo) muy bien cuidados, como
nuevos.
A mí también me apetece, Adri. ¿Por qué no quedamos y me cuentas todo esto en
persona?

Álex
17
Alejandra

Adrián rompe todos mis esquemas. Todo un kamikaze. Puro nervio. Cuando
leo sus correos electrónicos, sus mensajes, sus cartas... siento que es
dinamita. Las letras corren por sus venas. Y tiene una facilidad increíble
para transmitir su verdad en pocas palabras.
Recuerdo a la perfección el primer día que quedamos. ¿Podría
considerarse nuestra primera cita? Adrián propuso vernos en una pequeña
cafetería cerca del Retiro para tomar un café. Llegué antes que él y el sitio
no me pudo dejar más asombrada, pues tenía flores rosas y blancas por
todos lados: paredes, mesas, techo... Era un lugar acogedor, pequeño y lleno
de encanto. Creo que esos son los sitios favoritos de Adri. Aquellos en los
que se siente como en la Librería Hogar.
Empezaba a comprender cómo era por los lugares que frecuentaba: su
negocio, dónde iba en su tiempo libre... Siempre lugares pequeños y
diferentes, como él. Sitios que no llaman la atención por fuera, pero que por
dentro son otro mundo. Como una puerta que abres para entrar en otro sitio
y cambiar de atmósfera. Para viajar. Así me sentí cuando lo conocí: estaba
emprendiendo un viaje sin rumbo, sin destino final, y me dejaba llevar por
sus pasos.
Decidí sentarme en una mesa apartada al resto y pedirme un café con
leche, hielo y un poco de vainilla. Adoro los cafés grandes, creativos y muy
dulces.
A los pocos minutos, llegó.
Entró y se llevó toda mi atención de golpe. Entró dubitativo, eso lo pude
ver al momento: es un chico muy tímido y estaba haciendo un gran esfuerzo
al quedar conmigo. Iba vestido con una camisa de lino beis, pantalones
marrones y deportivas blancas. En eso no salía tampoco de su zona de
confort. Pero qué bien le quedaban esos colores. Qué bien le quedan. Eso, y
sus gafas redondas que le dan el toque especial.
—Siento llegar tarde. Ya sabes, la librería —se disculpó mientras se
sentaba.
—No te preocupes, acabo de llegar.
—Genial. ¿Qué tomas?
—Acabo de pedir un vanilla ice latte. Mi combinación favorita. ¿Qué te
apetece a ti?
—Creo que pediré un té verde. El café me pone de los nervios y no
necesito más energía ahora mismo.
Llegó la camarera a traerme mi café y anotó el té de Adri. A los pocos
minutos, se lo trajo.
—Bueno... —No sabía qué decir para romper el hielo. Apenas conocía a
Adri y ya me temblaba el pulso imaginándome cómo iría la cita, si habría
más, cómo serían... Dios, estaba yendo demasiado rápido, tenía que
relajarme un poco—. Así que libros eróticos de señoras mayores.
Se sonrojó. Fue lo primero que se me ocurrió decirle al recordar el cruce
de correos electrónicos que nos enviamos.
—¡Eh! ¡Me los traen, pero yo no los leo! —se excusó levantando las
manos, como si le estuviera apuntando con una pistola.
—Yo sí los leería.
Se sonrojó más aún. ¿Cómo podía ser tan adorable?
—La verdad es que no me ha interesado nunca ese tipo de literatura...,
pero seguro que no está mal del todo.
—Entonces ¿por qué te sonrojas?
—Eso no es verdad.
—Estás más rojo que un tomate.
—Lo dudo.
—Te estás poniendo morado.
—¿Explotaré?
Nos reímos. No entendía de qué manera habíamos cogido confianza tan
rápido. Tan de repente.
Sus miradas me decían muchas cosas y creo que las mías también a él.
Era obvio que nos gustábamos. O eso, o regalaba los oídos muy bien a
todas las chicas. Pero no me lo podía imaginar mandando esos correos
electrónicos a otra, ni sonrojándose así, ni mirándola así..., como me miraba
a mí. Con tanta intensidad.
—Estas preciosa.
—Gracias.
Esa vez fui yo quien se sonrojó. Me ardía la cara. Adrián tenía —y tiene
— una facilidad increíble para cambiar de conversación y llevarme consigo
adonde quiera.
—El verde te sienta genial.
—Es pistacho.
—Ahora me encantan los pistachos.
—¿Ahora?
—Sí, en realidad soy alérgico, pero viendo cómo te queda a ti ese color,
estoy seguro de que cualquier intoxicación resultaría agradable.
—¿Qué?
Tosió.
—Perdón, estoy algo nervioso y no sé lo que digo.
—No tienes que estar nervioso.
Le acaricié la mano que tenía encima de la mesa para calmarlo un poco y
juro que algo noté, no sé qué. ¿Cosquillas? El librero miró nuestras manos
unidas y luego me miró a los ojos. Le brillaban.
—Álex, creo que me estás empezando a gustar mucho.
Pum. Directo como una bala. Diana.
El librero nunca ha tenido problemas para mostrar sus sentimientos
conmigo. Es algo que me parece absolutamente bello. Apenas queda gente
así. Tan transparente. Tan única. Tan mágica.
—Tú también me gustas.
Silencio.
Nos volvimos a mirar.
Nos empezamos a reír.
—Dios, esto se me da muy mal —dijo llevándose las manos a la cara y
acomodándose las gafas—. ¿Podemos empezar otra vez la cita?
—Ah, ¿esto es una cita? —bromeé—. Pensaba que era una quedada para
traerte libros eróticos para tu tienda.
Y así, sin más, nos relajamos y pasamos toda la tarde en aquella cafetería
charlando. Hablamos de su librería —era imposible no hacerlo—, sobre lo
bien que me iba en la carrera y lo poco decidida que estaba. Seguimos
hablando de mi afición por las curiosidades literarias e históricas. Él me
habló de su abuelo y de la relación tan estrecha que tenían y yo de mi padre
y su distanciamiento... Nos contamos prácticamente todo lo importante de
nuestras vidas.
Me lo pasé de maravilla. Hacía mucho tiempo que no conocía a nadie
así. Me interesaba todo lo que me contaba y sentía que a él también lo mío.
Se mostraba curioso e incluso nos contamos anécdotas vergonzosas de
cuando éramos pequeños. Me encantaba ver cómo se reía, alto, sin
vergüenza, mostrándose real conmigo; cómo se le acentuaban los hoyuelos,
cómo se revolvía el pelo... Todo en él me resultaba adorable.
¿Sabes ese momento en el que reconoces que estás ante una persona que
es todo bondad y honestidad? Ahí me di cuenta. Cuando se tomaba sus
tiempos para escucharme sin interrumpirme, con paciencia; cuando con sus
gestos me hacía entender que empatizaba conmigo en las conversaciones
más difíciles; y, por supuesto, cuando me contó cómo vivió el fallecimiento
de sus padres. Me emocionó ver su capacidad de superación y más aún
cómo describió el apoyo que recibió de su abuelo. Era precioso ver lo bien
que hablaba de él, cómo lo amaba y admiraba.
No ahondamos en relaciones pasadas, pensé que era muy temprano, pues
no sabía hacia dónde iría la cita, o si realmente era tal.
¿Se quedaría ahí la cosa? ¿Nos convertiríamos en amigos? Y, lo que yo
más deseaba, ¿habría algo más, eso que ya se percibía entre Adri y yo?
Nos desnudamos por completo en aquella cafetería de Madrid, con mi
café y su té prácticamente sin probar.
Y en aquel momento supe que no querría separarme de él nunca.
El vértigo que empezaba a sentir se volvería adictivo.
18
Alejandra

Este rato en la playa he estado absorta buscando noticias sobre nuevos


autores emergentes en la literatura juvenil, a ver si encuentro alguno que me
apetezca investigar, para así poder establecer una idea propia sobre si es
igual de interesante que estudiar a un autor clásico.
En parte ya sé la respuesta, pero me parece curioso y diferente leer sobre
eso. Recuerdo la conversación que mantuvimos Adri y yo sobre el tema, fue
la primera vez que me lo planteé. Reconozco que no soy la persona más
puesta en literatura juvenil, por lo que no sé hacia qué autor o autora
decantarme. No sé cuáles son las tendencias actuales porque, sencillamente,
no leo. Es algo que tengo que solucionar para que me sea mucho más fácil
la tarea de investigación.
Cuando ya llevo un par de horas sentada en la arena, echándole un ojo a
mis redes sociales y a las noticias, me fijo en que he dejado de estar sola.
A unos metros de mí hay un chico metiéndose en el agua. Todavía es
muy pronto, por lo que imagino que tiene que estar muy fría y, pese a eso,
entra sin miedo, como si el agua no existiera. Lleva puesto un neopreno y
sujeta una tabla de surf bajo el brazo. Desde donde estoy vislumbro una
media melena rubia y un bronceado envidiable. Empieza a montar las olas y
me quedo pasmada con sus movimientos. Con su agilidad. Con su
equilibrio para mantenerse en pie en medio del mar bravo. Seguro que lleva
toda la vida surfeando.
A mí me llega una brisa fresca agradable y me vuelvo a relajar
observando al chico. Le hago un par de fotos porque la verdad es que el
paisaje es toda una pasada. El mar está algo enfurecido mientras que en la
playa, en la arena, no hay absolutamente nadie. Todo un contraste que la
naturaleza me regala esta mañana. Es un privilegio poder gozar de este
lugar para mí.
Vuelvo la vista a mi galería de fotos. Paso las que le he hecho al chico y
me encuentro con algunas de días anteriores: mi ropa ordenada por colores,
una foto con mi madre en el aeropuerto antes de poner morritos las dos, y
llego a la última que me hice con Adri. Los dos en su cama, tapados con
una sábana blanca, de esas que siempre le he dicho que son muy aburridas y
que él defiende que le dan luz a su pequeña habitación. Es un selfi que hice
sonriendo a la cámara mientras él también sonríe, pero mirándome a mí.
Adri siempre encuentra la manera de hacerme sentir especial, aunque no
esté conmigo. Y esa foto, que en el momento no miré cómo quedó, ahora
me parece una de las más bonitas de mi galería.
Levanto la mirada y me asusto de tal forma que se me cae el teléfono de
las manos, directo a la arena. Maldigo mientras lo recojo y le sacudo toda la
arena que puedo, y dirijo mi mirada otra vez hacia el surfista, que se
encuentra a mi lado, con el pelo goteando casi encima de mí y mirándome
de manera extraña.
—Hi. Where are you from? —me pregunta en inglés con un acento
canario muy marcado.
Vale. Creo que piensa que soy extranjera y me he perdido. Que, en parte,
algo lo soy. Siempre he aparentado ser de fuera de España, quizás por mi
piel pálida manchada de pecas por todas partes, mis ojos claros o mi pelo
rubio platino, por lo que estoy acostumbrada a que me hablen en inglés,
sobre todo cuando entro en alguna tienda o restaurante.
—Soy de Madrid —le respondo sacudiéndome también las gotas de agua
que me caen encima. Acaba de quedarse algo cortado al descubrir que hablo
español.
—¡Oh! Perdona, aquí no suele venir mucha gente y menos tan temprano.
Pensaba que te perdiste o algo por el estilo.
—En realidad, llevo pocos días aquí. He salido a ver qué tal estaba el
pueblo.
—¿Y te gustó?
Vaya, parece que el surfero tiene ganas de charlar. Así que me animo a
seguirle el juego, parece simpático.
—Me ha encantado. Igual que esta playa.
—Chacho, los turistas adoran el pueblo, pero no ven nunca el encanto de
esta playa. ¡Es increíble para surfear!
—Ya me he dado cuenta.
«Ya te he visto brillar mientras cogías las olas y he aprovechado para
sacarte un par de fotos de recuerdo», mejor dicho.
—Leo, encantado.
—Álex.
—¿Te hospedas en el hotel del pueblo? —pregunta curioso mientras se
recoge la melena en un pequeño moño. La verdad es que el canario tiene
pelazo y una habilidad envidiable para peinarse con el pelo mojado sin que
le quede ningún mechón fuera. ¡Ya me gustaría a mí!
—En realidad, vivo aquí. Me acabo de mudar a la casa de mi padre. La
blanca situada un poco a las afueras.
—¿Eres la hija de Pablo? —¿De qué conoce a mi padre? Debe de haber
notado la extrañeza en mi cara porque añade—: El pueblo es muy pequeño,
nos conocemos todos. Y más a tu padre, el rey de las barbacoas.
—Sí, algo he oído...
—Seguro que te acostumbras pronto a la vida aquí.
—No creo que me cueste mucho —le digo amablemente—. Lo poco que
he visto ya me ha encantado. ¡Es todo precioso!
—Ya te digo. —Su sonrisa aumenta y muestra sus dientes blancos y
brillantes—. Aquí hay mucha calidad: comida rica, paisajes inolvidables y
apuestos bañistas.
El chico me guiña un ojo y yo decido seguirle el juego:
—¿Como tú?
—Oh, ¿soy un apuesto bañista? —Se lleva la mano al pecho fingiendo
sorpresa—. ¡Muchas gracias por el cumplido!
—Apuesto, no sé, pero eres un poco pesado.
Creo que ambos nos damos cuenta inmediatamente de que tenemos el
mismo sentido del humor. Esto hace que me quede callada, sin saber qué
más decir, y él se lleva una mano a la cabeza, también algo dubitativo.
—Pues encantado, madrileña —termina por decir mientras se aleja poco
a poco—. Seguro que nos veremos mucho por aquí. Si necesitas cualquier
cosa, suelo venir a esta playa por las mañanas. Normalmente estoy solo, a
no ser que alguna chica muy colorida decida pasarse a saludar. En ese caso,
será bienvenida.
El surfero guiña un ojo de nuevo y se marcha con su tabla sin darme
opción a respuesta, dejándome allí plantada. La verdad es que ha sido
agradable conocer a alguien y me ha gustado que me proponga
disimuladamente que nos volvamos a ver. Los días sin conocer a nadie se
hacen muy largos, y me vendría bien algo de compañía como la suya.
Parece buen chico.
A los pocos metros, se gira y me pilla mirándolo absorta en mis
pensamientos.
Me sonríe.
¿Me sonríe?
Sí, me sonríe.
Y continúa su camino.
Leo, dijo que se llamaba.
Pues sí que tiene una sonrisa bonita...
¿Qué acaba de pasar?

—¡Así que por fin te has animado a salir! —responde alegremente mi


madre por teléfono.
Después de pasar toda la mañana fuera de casa descubriendo el pueblo y,
sobre todo, su playa, volví a casa, donde ya no hay nadie, y me senté en el
sofá, dispuesta a hablar con mi madre. Me apetecía hablar mucho con ella.
No puedo decir que la eche de menos, porque había días, incluso semanas,
en que ni la veía. Es irónico que ahora me encuentre sola en la casa
hablando con ella, ¿no?
—Pues sí. La verdad es que me apetecía conocer los alrededores.
—¿No te han ofrecido ningún plan tu padre o May? —pregunta
extrañada.
—A mi padre no lo he visto desde que llegué, mamá. Y, sinceramente,
me alegro de que así sea —respondo cortante—. May sí que ha estado
preocupada por mí. Esta mañana he desayunado con ella y los peques.
Ahora habrán salido a pasear, imagino. Yo he querido salir sola. Ya sabes,
para cumplir la misión de todo esto, ¿no?: «autodescubrirme».
—No sé si es así como quiero que pases el tiempo allí...
—Tranquila, mamá —resoplo—. Estoy bien.
—Te conozco, Álex, y te tiembla la voz cuando mientes. Pero estoy
segura de que, aunque ahora no sea así, estarás bien. ¿Qué tal Adri?
—Como siempre, con sus libros y sus cosas.
—En el aeropuerto se le veía afectado. ¿Está mejor?
Lo pregunta preocupada y la verdad es que lleva toda la razón: en el
aeropuerto estaba mal. Adri es pura luz y solo había oscuridad en sus ojos.
Sin embargo, estos días lo he notado mucho mejor en sus llamadas y
mensajes, así que imagino que no lo lleva tan mal como yo. Él sigue con su
vida, con lo que le gusta, y yo soy la que decidió irse, así que su día a día
sigue siendo el mismo, aunque yo no esté.
—Sí, eso creo.
—Alejandra, ¿por qué no hablas con tu padre?
Ya estamos. ¡Qué manía con que hable con mi padre!
—Te voy a colgar.
Odio pelearme con ella. Mi relación con mi padre es uno de los motivos
fundamentales por los que discutimos. Siempre quiere que lo llame, que
arreglemos las cosas..., pero, ¿por qué no le dice lo mismo a él? Sé que se
llaman prácticamente todas las semanas. Ambos se informan mutuamente
de sus correspondientes vidas, hablan por mensaje y siguen manteniendo
una bonita amistad. No lo entiendo. ¿Es que acaso mi madre no me
defiende? ¿No le deja las cosas claras a él? «Tu padre ha preguntado por ti»,
«tu padre está vendiendo muchos cuadros», «deberías hablar con tu padre,
no está pasando un buen momento»... ¿Por qué no me llama él a mí? ¿Por
qué no me lo cuenta él a mí?
Me cansa que siempre saque este tema de conversación. Siento que no se
pone en mi lugar y me duele más todavía. No llevamos ni dos minutos de
llamada y ya me aborda con lo mismo.
—No tienes por qué enfadarte. Solo quiero que habléis.
—Pues que me hable.
—¿Y tú vas a estar receptiva? —pregunta con ironía—. De verdad,
deberías...
—Adiós, mamá. Ya hablamos.
Y cuelgo.
Qué pesadilla.
Odio ponerme así con ella, pero a veces no tengo más remedio. Cuando
se le mete algo entre ceja y ceja, no para, y yo ya estoy cansada de lo
mismo. Puedo tomar mis decisiones, y esquivar a mi padre es una de ellas
ahora mismo.
Decido pasear por la casa aprovechando que parece que estoy
completamente sola. Sinceramente, solo he visto las estancias más
importantes: la cocina, el salón y mi habitación con baño privado. Sé que
May me está dando mucho espacio, así que no me ha atosigado demasiado
con la casa ni nada por el estilo. ¡Es eso exactamente lo que pido!
Bajo las escaleras a la primera planta, donde se encuentra la entrada, la
cocina, a la derecha de las escaleras, y el salón a la izquierda.
El salón es enorme, con varios sofás de diferentes colores y estampados
rodeando una pequeña mesa de madera. Enfrente, un televisor que
perfectamente podría pasar por una pantalla de cine. También hay una mesa
de comedor de madera, como casi todo, y bastante larga, con sillas blancas
a los lados que le dan un toque rústico y casero bastante bonito a la
estancia.
Veo en los muebles de las paredes muchos marcos con fotos de la
familia: el nacimiento de los peques, viajes de mi padre y May, fotos en la
casa poniendo caras feas..., y sigo cotilleando hasta que encuentro una foto
que me deja sin aliento. En ella salimos mi padre y yo sonriendo a la
cámara. No recuerdo el momento en el que se tomó, pero debo tener unos
seis o siete años. Estamos abrazados tan fuerte, con las caras tan pegadas
que se ven arrugadas, y ponemos la sonrisa más grande que podemos poner.
Se nos ve felices... Algo me oprime el pecho y siento la necesidad de irme.
Cojo la foto y le doy la vuelta. No hace falta que nadie más se fije en ella.
El salón da al porche de la casa, así que salgo a refrescarme un poco la
mente. El porche también es de madera, con unas pequeñas butacas de
exterior en las que ya me imagino sentada viendo el atardecer. Las vistas
son increíbles, dan a la cala que prácticamente parece creada para la casa.
Como hecha a medida. Se ve que el acceso a ella no es muy seguro, a no ser
que salgas directamente por aquí, por lo que no hay nadie.
¿Una playa privada para mí? Parece que no voy a estar tan mal.
Sigo contemplando el paisaje tranquilamente cuando un ruido a mi
espalda me asusta. Me giro de inmediato y me encuentro a mi padre.
Mierda.
—Sabía que te gustaría la playa secreta.
Asiento. Porque no sé qué decirle: «Hola, papá, llevo varios días
viviendo en tu casa sin que te preocupes de si estoy bien». Ridículo.
Me doy la vuelta y lo ignoro observando las vistas. Ojalá fuera pez para
meterme en el mar ahora mismo y escapar de este momento que me está
resultando incomodísimo.
—May y los niños han salido a hacer la compra. ¿No te has apuntado?
—me pregunta acercándose y apoyándose en la barandilla que separa el
porche de la playa.
—Me he marchado temprano a dar un paseo. —No le doy más detalles.
Intento no mirarlo directamente, por lo que me centro en la orilla del mar.
Sé que si lo miro a los ojos puedo romperme, y no es lo que necesito ahora
mismo.
—¡Oh! Eso está muy bien... muy bien... sí.
—Sí.
Noto que me mira nervioso y soy incapaz de devolverle el gesto. Me doy
la vuelta con el fin de volver a entrar en la casa y esconderme en mi
habitación cuando lo escucho carraspear.
—Oye, sé que no he sido el mejor padre estos últimos...
—Vale. Sí. No pasa nada.
Lo dejo con la palabra en la boca y me marcho.
No estoy preparada. Aún no.
¿Por qué tengo tantas ganas de llorar?
19

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: Un juego

¡Bueno, bueno, bueno!

Después de esa (¿terrible? Por favor, dime que no fue terrible) primera (¿tendremos más?
espero que sí) cita, te propongo un juego. Yo lo llamo «quiero conocerte más pero no se
me da muy bien sacar conversaciones de manera natural, así que recurro a gilipolleces
como esta». Te explico de qué se trata:
Yo te hago una pregunta, sobre lo que sea (no seré malo, lo prometo), y tú la respondes.
Acto seguido, me haces una pregunta y yo la respondo. Así sucesivamente hasta que uno
se canse. ¿Cuál es la norma principal?, te preguntarás (espero que te lo estés preguntando).
Pues bien, ¡no te dejo con la duda! Allá va: la pregunta tiene que ser tan absolutamente
increíble que el otro no la puede repetir. Parece fácil, lo sé, pero ojo con las preguntas tan
interesantes que hago yo. Querrás saber cuál sería mi respuesta y jamás la conocerás
(imagíname riéndome como un villano de Disney). Bien, ¿preparada? (espero que quieras
jugar porque ya es demasiado tarde para decir que no). Allá voy:
Ale, Alex, Alejandra...
¿Cuál es tu animal favorito?

Con mucha curiosidad,

Adri

De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Un juego

Seguramente estés esperando una respuesta del tipo el perro, el gato, el león... Sin
embargo, mi animal favorito es la mariposa. Creo que, si ya me has visto un par de veces,
sabes por dónde voy... Adoro a los animales que vuelan porque siento que son más libres
incluso que nosotros mismos. Me encantan las mariposas porque cada una es totalmente
diferente. Algunas tienen colores muy vivos, otras más apagados, otras son de un único
color... Ahí está la clave. Son diferentes. Tiene su estilo propio, o eso creo (ahora parezco
yo la loca). Y sí, yo me siento un poco mariposa porque los colores me dan vida, lo
puedes ver en mi forma de vestir, aunque creo que es algo que aplico a todo en general.
Mi habitación está ordenada por colores, mis productos de maquillaje, mis libros, mis
zapatos, incluso mis notas del móvil están ordenadas por colores. De hecho, también
asocio colores a sentimientos o estados de ánimo. Por otro lado, las mariposas vuelan
mayormente entre las flores. ¿Te has dado cuenta ya de lo mucho que me gustan? Quizás
por el mismo motivo que las mariposas. En la variedad está el gusto, y yo amo las
diferencias. Quizá por eso me gustes un poquito (uy, ya lo he dicho). Te noto diferente
(eso si me olvido de lo básico que eres vistiendo, claro, como las mariposas de un solo
color).
En fin. Ya me he ido demasiado de la lengua. Ahí va mi pregunta:
Adri, Adrián...
¿A qué huelen los libros?

Álex

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Un juego

¡Oye, me ha gustado tu respuesta! ¿Inesperada? Totalmente.


Los libros huelen a tantas cosas, Álex... Están los que huelen a historia, a tiempo, a
sueños... Hay otros que huelen a miedo, a conversaciones nunca dichas, a latidos... Y otros
que huelen bastante mal, no te lo voy a negar; hay que saber cuidar bien los libros para
que no huelan mal.
¿Me he pasado de profundo? Posiblemente. Pero sí, soy el típico rarito que huele los
libros. Me declaro culpable.
Chica mariposa, ¿con qué palabra te describirías?

Adrián
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Re: Un juego

Laberinto. Me siento más perdida que nunca.


No sé, se acaba la carrera y, mientras todos mis amigos están eligiendo máster o
presentando currículums en diferentes empresas, yo no hago nada. Me estoy dejando
llevar por este último curso, intentando darlo todo para sacar buenas notas y graduarme
sin ninguna asignatura pendiente. Pero siento que estoy fallando. Que le fallo a mis
padres, que me han pagado la carrera. Porque esto se acaba y, después del dineral que ha
costado, yo sigo igual de estancada como al principio. Imagino que llegará el día que
tenga que tomar una decisión importante y se me ponen los vellos de punta. ¿Qué pasará
conmigo?
Sé que es algo por lo que pasamos todos antes o después, este sentimiento de no
pertenecer a ningún sitio o de no encontrarme por más que me busco. Deseo conseguir
salir de ese grupo pronto.
Aunque sea trampa, me gusta romper las normas y voy a repetir tu pregunta, lo siento
mucho.
Adrián, ¿con qué palabra me describirías?

Álex

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Re: Re: Un juego

Vértigo.

Adrián
20
Adrián

Estoy en la librería ordenando la sección de Historia cuando mi abuelo se


acerca a ayudarme. Estamos un rato callados, concentrados en nuestra labor.
El silencio es muy recurrente en nuestro trabajo, sobre todo para
concentrarnos. Sin embargo, últimamente, lo que consigue es que no pare
de darle vueltas al asunto. ¿Conseguiremos salir de esta Álex y yo?
Mi abuelo no deja de mirarme mientras limpia y ordena. Tiene la
costumbre de pasar un paño por los libros cada vez que los coloca. Él dice
que, si no hacemos eso, el polvo se iría acumulando entre tantos libros y
nos comería a nosotros por completo.
Me fijo en sus movimientos, lentos pero firmes, y pienso en todo lo que
soy gracias a él. En cómo me mantengo firme gracias a él.
—Hoy podríamos hacer noche de hamburguesas y Netflix —propone
mientras sigue a lo suyo, como evitando mostrarse preocupado por mí.
Cuando hablo de mi abuelo, la gente tiende a pensar que es un señor que
vive de manera tradicional y anticuada. Sin embargo, tiene su lado
moderno. Y es algo que me flipa de él: su afición a los superhéroes, a la
cocina —sobre todo, a la comida llena de calorías, como las pizzas o las
hamburguesas—, y el hecho de que tenga su propia cuenta de Netflix. Su
foto de perfil es un zombi. Adora a los zombis. Joder, hasta viste camisas
hawaianas porque dice que es lo más fresco y cómodo del mundo para
soportar el calor de Madrid. Es el mejor.
—Por mí genial —le respondo sonriéndole.
—El otro día vi en TikTok una receta de un tipo de hamburguesas que
me sorprendió mucho. ¡Van aplastadas!
—Smash burguers.
—¡Eso! Cogen la carne, la ponen en la plancha y la aplastan muy fuerte
hasta dejarlas muy finas y crujientes por fuera, como con costra. ¡Qué me
queda por ver! No sabéis apreciar la comida hoy en día. Con lo sabrosa que
es una buena hamburguesa gorda y poco hecha.
Tengo que reconocer que muchas veces me hace gracia cómo investiga
en las redes sociales en busca de recetas. Le encanta cocinar, y ahora más
aún, con tutoriales por todos lados. Y cuando suelta comentarios de este
tipo, me enternece, porque estoy seguro de que en cuanto pruebe la smash,
le encantará. Siempre le pasa igual. Es como que le diera miedo probar
cosas nuevas que son tendencia, pero, en cuanto lo hace, se vicia como
nadie. Ya estoy preparando mi estómago para un mes lleno de
hamburguesas aplastadas, estoy seguro.
—Tú no estás bien, hijo.
—¡Claro que estoy bien, abuelo!
—No, no y no —responde agitando el paño que tiene en la mano como
si fuese un niño pequeño—. Normalmente te entusiasma la idea de probar
recetas nuevas y ni siquiera has pestañeado ante la idea. ¡A nadie le gusta
probar lo que cocino más que a ti!
Me quedo mirándolo a los ojos y decido fingir, me estoy acostumbrando,
últimamente no paro de hacerlo. No quiero preocuparle, bastante ha tenido
ya en su vida como para prestar atención a una tontería como esta. Porque
es eso, una tontería, ¿no? Muchas parejas tienen que separarse durante un
tiempo por estudios, trabajo o motivos personales, y no pasa nada. Las
relaciones a distancia existen. Solo somos una más.
Mi abuelo se queda callado un rato hasta que no puede aguantar más.
Deja el paño apoyado en un libro sobre la estantería, me quita el que tengo
en las manos y me gira para que lo mire a la cara.
—Abuelo, no te pongas moñas. ¡Estoy genial! —le digo riéndome y
volviendo a coger el libro.
Me lo quita de nuevo.
—A mí no me engañas, chiquillo. Puedes permitirte estar mal. Pero que
sepas que eres libre de hacer lo que quieras. Si quieres seguirla, ve. No te
quedes por mí y mucho menos por esta vieja librería.
—No es eso. Me gusta mi vida, me gusta trabajar aquí y me gusta estar
contigo.
—¿Pero?
—No hay peros. Simplemente, me ha afectado un poco que se haya ido
Álex, ya se me pasará con el transcurso de los días. O de los meses. Yo qué
sé, abuelo.
Me pongo nervioso y me apoyo en la estantería revolviéndome el pelo.
Uf, me está costando abrirme, incluso con él, que me ha visto crecer, en los
mejores y peores momentos.
—¿Y si no se te pasa? ¿Y si sigues mal? —me pregunta preocupado
mientras apoya su brazo en mis hombros. Qué reconfortante es esto—. A
veces tenemos que tomar las riendas de nuestra vida y ver qué nos va mejor
y peor. Entiendo tu dolor, yo también he amado, y habría ido detrás de tu
abuela constantemente para estar con ella. Hasta el fin del mundo. Así que,
si eso es lo que quieres, adelante.
—No quiero vivir detrás de nadie. Yo... era feliz con lo que tenía —le
confieso señalando la librería—. No podía pedirle más a la vida: mi abuelo
con salud, mi afición transformada por completo en mi trabajo y una novia
maravillosa.
—Sigues teniendo todo eso y hablas en pasado.
—Porque lo de la novia no sé si lo seguiré teniendo durante mucho
tiempo. Está lejos y pueden pasar mil cosas. —Le muestro mis dudas. Con
él, ya no me da miedo.
—A ti también te pueden pasar, ¿has pensado en ello?
—Yo...
No sé qué decir. Este tío sabe cómo dejarme sin palabras. No me planteo
la posibilidad de conocer a nadie porque, hasta que apareció Álex, esa
posibilidad no existía para mí y, ahora que no está, vuelve a extinguirse.
Tampoco me planteo que me pase nada diferente laboralmente hablando, es
lo que tienen las pequeñas librerías de barrio, y más una como la nuestra,
tan vieja y diferente. Es muy difícil crecer en este sector.
Por lo que no, a mí no me pueden pasar mil cosas. Pero ella sí puede
vivirlas y descubrir que es más feliz allí. Que está más feliz lejos. O que
está más feliz sin mí. Con otra persona. Se me eriza el vello solo de
pensarlo.
Así que lo miro. Él calla, me devuelve la mirada, se recoloca las gafas y
me dice algo que me deja pensando un buen rato:
—Quizás no te has parado a pensar que tú también necesitas lo mismo
que Álex: encontrarte. ¿Estás seguro de que quieres esto en tu vida? Si la
respuesta es sí, ¡adelante! Tienes todo lo que sueñas al alcance de la mano.
Si hay algo dentro de ti, por pequeño que sea, que está deseando salir, algo
por descubrir, por favor, hijo, no lo dejes escondido. La magia de la vida
consiste en buscar respuestas constantemente y, siento decirte que en la
mayoría de las ocasiones no encontrarás la respuesta que esperas.
Posiblemente nunca encuentres una respuesta. ¿No es maravilloso?
—Y terrorífico.
—No, Adri, hijo. Que no te de miedo perderte, todos lo hemos hecho. Ya
verás qué cosas tan increíbles encuentras por el camino.
Y tras estas palabras coge los ejemplares limpios, el paño que estaba
usando y se marcha a atender a dos señoras que han entrado en la librería.
Me quedo observando cómo las atiende, cómo sonríe, cómo disfruta de
la vida... y vuelvo a descubrir en él todo un ejemplo a seguir. Yo quiero
tener esa energía, esa seguridad y ese carisma, pese a todas las cosas malas
que me puedan pasar en la vida. Así como él: pleno.
Y, pese a la conversación que hemos tenido, una a la que ya le he dado
vueltas en mi cabeza miles de veces, llego a la misma conclusión de
siempre.
Jamás en la vida podría desprenderme de todo lo que me da el viejo y la
Librería Hogar.
21
Alejandra

Ya llevo dos semanas en la isla y, de momento, sigo igual que cuando


llegué.
Me siento como si fuese un lienzo en blanco esperando a ser pintado.
Nadie nos dice que sentiremos no valer para nada y que no sabremos qué
hacer con nuestra vida. Me considero culpable por separarme de Adrián.
Por otro lado, también soy totalmente dependiente de mis padres, que
siguen manteniéndome.
No paro de plantearme si debería buscar algún trabajo aquí, algo con lo
que poder distraerme y olvidarme de mis dudas. Mi madre me dice por
teléfono que no tengo que preocuparme, que ella me seguirá mandando
dinero para mis gastos, y que mi padre y May también me ayudan
permitiendo que viva aquí sin nada a cambio. Y aunque estoy siendo un
estorbo, no puedo estarles más agradecida, a pesar de que con mi padre la
situación siga estando igual, es decir, sin avances. No hablo con él más que
lo justo en las comidas o las cenas, para no crear una escena incómoda ante
los pequeños.
Mi madre me cuenta que está muy contenta en el trabajo, el ascenso le
ha venido fenomenal para llenarse de energía y descubrir que todavía es
joven para lograr sus objetivos, algo que me emociona y, a la vez, me anima
a pensar que aún tengo tiempo para tomar diferentes caminos y decidir.
Dice que me echa de menos, pero que debería quedarme más tiempo.
Llevo poco y aún no he visto nada. Me anima a salir más y, por supuesto, a
conocer más a fondo a la familia de mi padre, que me está tratando como a
una reina, entendiéndome a la perfección y dándome mi espacio.
May sigue muy pendiente de mí cada día, incluso me delega algo de
responsabilidad respecto a Yeray y Rayko cuando tiene que salir a hacer
compras o cuando se encierra en su despacho a seguir formándose de cara
al nuevo curso.
Me parece increíble la labor que hace como docente, se nota que es su
pasión. Cualquier persona aprovecharía sus ratos libres, y más sus
vacaciones, para descansar. May no para de hacer cursos, de estudiar y de
leer con el fin de dar lo mejor de sí en su colegio. En el pueblo es muy
querida, todo el mundo se para a saludarla y, al verme con ella
ocasionalmente, preguntan por mí. Nos halagan constantemente —con
cariño, eso se nota—, y me comparan con mi padre. «Eres el claro reflejo
de tu padre, pero muy mejorado», «Tiene los ojos de Pablo, ¿verdad,
May?», «¿Tú también eres artista como él?»... Y yo intento responder
cordialmente, procurando que no se me note la poca gracia que me hace
esto. May percibe mi incomodidad y siempre me ayuda a salir del paso. En
más de una ocasión he notado cómo intenta sacar el tema cuando estamos a
solas. Pero se me da bien evitar ese tipo de conversaciones. Es algo que le
frustra, no lo puedo evitar, pero por otro lado también sé que me entiende,
porque a pesar de mi actitud esquiva, sigue tratando de unirse a mí y de
hacer que me sienta bien en su hogar. La verdad es que es ella la que está
siendo mi apoyo estos días.
Esta última semana he hablado poco con Adri. No por falta de ganas,
sino de cosas que contarle. No he hecho nada diferente a estar en mi cuarto
viendo series para adolescentes, cuidar a los peques o salir a hacer recados
con May. Le he dedicado varios días a buscar información sobre Agatha
Christie, a la cual siempre había encasillado en el género detectivesco y me
sorprendió descubrir que también escribió varias novelas de amor bajo
seudónimo. Supongo que nadie puede escapar de esa clase de sentimientos.
Adrián, en cambio, se inventa mil y una historias de cosas que le pasan
en la librería con el fin de poder charlar conmigo y distraerme, y yo no paro
de hacerme la sorprendida y de seguirle el juego, como si no me diera
cuenta de lo que está haciendo. Me siento una mierda de novia, pero
tampoco quiero que vea lo arrepentida que me siento de haber tomado la
decisión de irme.
Hoy he salido con los peques a la pequeña cala de nuestra casa. May les
permite jugar allí siempre bajo mi vigilancia, ya que es un lugar seguro
donde no va prácticamente nadie. Les pongo crema de protección solar
mientras no paran de dar saltos y de desear salir corriendo por la playa, y,
una vez he acabado, los dejo un poco libres, avisándoles del peligro de
meterse en el agua solos. Extiendo mi toalla, me quito la ropa para
quedarme en bikini —mi favorito, con rayas marineras azul marino y
blanco, y un lazo rojo pequeñito en el centro del pecho que le da un toque
de color— y me tiendo a vigilar a los niños.
Pese a lo revolucionados que están, los peques son muy buenos y saben
acatar bien las órdenes. No se meten en el mar sin mi consentimiento, no se
alejan en exceso y tampoco me molestan, por lo que me permito relajarme
un rato en la playa. La temperatura es increíble y la tranquilidad del lugar
es, cuando menos, envidiable. Sin duda, parece que estoy de vacaciones.
Pero no es a esto a lo que vine.
Cojo el teléfono y entro en Instagram a actualizarme un poco. Voy
pasando foto tras foto de mis amigos tomando cañas en Madrid en ese
mismo momento, a las que respondo con corazones, una a una. También
encuentro fotos de gente a la que no conozco, pero me gusta cotillear:
cuentas de noticias, de recomendaciones cinematográficas, de paisajes... Y
me planteo sobre qué podría hablar yo. ¿Qué le puedo aportar al mundo?
Sigo dándole vueltas a la pregunta cuando me topo con una foto de Adri.
Aparece él, sosteniendo un libro, de espaldas a la cámara. En la descripción
de la foto, el siguiente texto:

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con
ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre.

Una cita del Quijote, cómo no. Habla de la libertad e intuyo que, junto a
esa foto que ha publicado, él la encuentra en los libros. ¿Dónde la podré
encontrar yo?
Estoy a punto de escribirle un mensaje cuando noto que alguien está
frente a mí, tapándome el sol. Alzo la mirada para ver de cuál de los niños
se trata, pero me doy cuenta de que la figura es más alta que los peques. Al
estar frente al sol, no consigo verla del todo bien, por lo que me encuentro
arrugando el ceño y levantándome.
—¿Qué pasa, que no hay más sitios en la playa y te tienes que poner en
medio? —pregunto con mal genio a quien ha interrumpido mi momento de
paz.
Una vez me sacudo la arena y levanto la vista hacia esa persona, me
quedo helada.
Otra vez la misma escena.
Compruebo que los chicos siguen jugando a unos metros, ajenos a todo,
y vuelvo la mirada hacia él. El surfista.
—Vaya, el otro día me pareciste más simpática —dice sonriendo
mientras se ata una coleta tranquilamente.
Él y su dichosa manía de hacerse la coleta perfecta en dos segundos.
—¿Qué haces aquí?
—Dijo la madrileña —responde rápidamente, desafiando mi mal humor.
—Esta es la cala de mi casa.
—La casa de May y Pablo.
—Exacto, mi padre.
—Sí, la casa es suya, pero la cala no. —Se sienta al lado de mi toalla,
sobre la arena directamente, como si nada, mirando hacia los pequeños—.
Está escondida, y mucho, la verdad es que cuesta fleje llegar hasta aquí,
pero eso no significa que sea solo de ellos. A veces vengo en busca de
tranquilidad. Y a veces también vengo a enseñar a surfear a Yeray y Rayko.
Aunque parece que no estás muy bien informada, ¿no, rubia?
Automáticamente pongo los ojos en blanco y me siento de nuevo en la
toalla. Se ve que el chico ha querido acercarse cordialmente a charlar
conmigo y yo le he respondido algo mal pensando que era alguien que
venía a molestar.
—Perdona, últimamente estoy algo...
—Me he dado cuenta.
Sigue mirando al horizonte. Nos quedamos un rato callados, viendo a los
pequeños jugar como locos con la arena, contemplando cómo cae el sol y
dibuja un paisaje dorado precioso.
—¿Cómo podéis vivir los que no tenéis el mar a vuestros pies? —
pregunta con un tono de voz muy bajo, como si fuese una confesión—. No
podría imaginar no ver esto cada día de mi vida.
Lo miro y él me devuelve la mirada. Le sonrío, porque me parece bonito
cómo ama su tierra, su mar, su cielo. Él también me sonríe y siento que la
tensión se evapora por completo. Ya me siento más relajada.
—Te llamabas Álex, ¿verdad?
—Correcto, surfero —bromeo, recordando perfectamente que se llama
Leo.
—Y Álex —pronuncia mi nombre con fuerza y levantando a la vez las
cejas. Tengo que reconocer que me gusta cómo suena—, ¿cómo es que las
dos veces que nos hemos encontrado estás sola en la playa? ¿Es que acaso
no te dejan relacionarte con nadie? Si es así, pestañea tres veces seguidas y
sabré que estás en peligro.
No puedo evitar reírme, lo que hace que me entre curiosidad por
conocerlo mejor.
—¿Qué hay de ti? También has estado en la playa las dos veces. ¿Es que
no tienes amigos? —Vuelve a levantar las cejas, pero esta vez sorprendido
por mi interacción. Me gusta ese gesto que le sale tan natural, es muy
expresivo. Imagino que el primer día que nos encontramos no le resulté
especialmente sociable, así que su perplejidad hace que quiera continuar
con este juego que nos acabamos de inventar—. Además, tiene que doler ir
siempre vestido de neopreno.
—¿Quieres que me lo quite?
—¡No! —grito rápidamente, cogiéndole de los brazos, que ya estaban de
camino a la cremallera trasera.
Suelo evitar el contacto corporal con desconocidos, pero en esta ocasión
es necesario. Sin embargo, el momento no ha sido incómodo. Al contrario,
ha sido agradable, como si fuera un amigo de toda la vida que está
bromeando conmigo.
Me aparto en cuanto sus manos vuelven a posarse sobre la arena, y se
reclina un poco hacia atrás para ponerse más cómodo.
—Tú te lo pierdes.
—Intuyo que vives por aquí, ¿no?
—A diez minutos, para ser exactos —responde girándose para señalarme
el camino—. Si sigues esa calle hacia arriba, verás una casa amarilla.
Dentro de ella hay dos apartamentos. Vivimos en el de arriba. En realidad,
es como un piso normal.
—¿Vivís? ¿Tu novia y tú?
—¿Novia? —Pone una cara que no sé descifrar, entre sorpresa y
desconcierto—. Vivo con mis colegas. Nos conocemos desde siempre. El
piso es de mis padres. Cuando empecé la carrera, ellos se fueron a
Fuerteventura por trabajo y me lo dejaron a mí. Para pagar los gastos, les
propuse a mis amigos que se vinieran a vivir conmigo.
Asiento con la cabeza. Me sorprende que un chico tan atractivo y cordial
no tenga pareja. Seguro que cualquiera de mis amigas de Madrid se moriría
por conocerlo. Tengo que escribirles pronto y contárselo. ¡Van a flipar con
el canario!
—¿Qué has estudiado? —pregunto interesada. Es la primera vez, desde
que llegué a la isla, que interactúo con alguien que no es May, mi padre o
los peques. Se me hace raro pero también agradable ver cómo se ha
interesado por mí tan rápidamente.
—Adivina.
—Mmm... ¿Ciencias del Mar?
—Frío, frío.
—¿Biología Marina?
—¿En serio todo lo que me vas a decir tiene relación con el mar? —Abre
los brazos y pone cara de fastidio—. He estudiado ADE.
Su respuesta me sorprende, pero tengo que reconocer que me he dejado
llevar por las primeras impresiones. He intuido que sus estudios tendrían
algo que ver con el surf porque prácticamente es lo único que conozco de
él. Mi imaginación continúa volando, y por mi mente suceden imágenes de
Leo vestido de traje, con su cabellera rubia bien peinada y suelta, oliendo a
no sé qué perfume de esos que utilizan los hombres que son totalmente
embriagadores...
Madre mía, Álex, para.
—¿Y ahora? —intento continuar con la conversación de la manera más
natural que me sale, a ver si así consigo que se me vayan esos pensamientos
de la cabeza. No quiero parecer demasiado entrometida con mis preguntas,
pero quizás su experiencia postuniversitaria me ayude un poco.
—Pues lo que ves. Hago lo que me gusta: dar clases de surf. Si estudié
esa carrera fue por mis padres. Tienen una inmobiliaria y pensaron que sería
buena idea que siguiera con el negocio. Te doy una pista: se equivocaron.
—¿Y vives del surf?
—Vivo del surf —asiente orgulloso—. Por suerte, la mayoría de los
padres del pueblo confían en mí para darles clase a sus hijos por las tardes.
En temporada alta también me va bastante bien, es un planazo visitar la isla
y acabar sobre las olas. De momento, no me puedo quejar: por las mañanas
hago las tareas de casa, voy a comprar y organizo las clases, y por las tardes
trabajo. Yo me gestiono y me organizo. Eso sí, sin la ayuda de mis amigos,
la casa sería un desastre, te lo garantizo.
Una parte de mí siente envidia de lo que me cuenta. Él es un claro
ejemplo de que, pese a que te equivoques de decisión en tus estudios,
puedes encontrar la armonía en tu vida. Ha apostado por lo que más le gusta
hacer en su tiempo libre y puede vivir de ello, comparte su vida con sus
amigos y tiene independencia. ¿Qué más se puede pedir?
—Hablando de colegas —interrumpe mis pensamientos mientras se
levanta y sacude la arena de sus pantorrillas—, ¿te apetece salir esta noche
con nosotros? Hay una pequeña fiesta en la playa de al lado, donde nos
conocimos. Podemos vernos allí en un par de horas y te los presento, estoy
seguro de que te caerán genial.
Leo transmite tanta seguridad que no puedo hacer otra cosa más que
asegurarle que allí estaré. Todo el mundo me anima a salir, a conocer gente
y desconectar, así que supongo que no me vendrá mal ir a la fiesta. Además,
me apetece ponerme guapa, ya que llevo estas dos semanas aquí sin
maquillarme ni un solo día, vistiendo cómoda y siempre con el bikini
debajo.
Me vuelve a sonreír a lo lejos, contento con mi respuesta, se marcha
hacia los peques, les choca las manos y se va.
Y yo me quedo un poco más, pensando en el miedo y en las ganas del
plan que me acaba de ofrecer.
22
Alejandra

Se acerca la hora de ir a la fiesta y ya me estoy arrepintiendo de haber


aceptado la invitación de Leo.
Por un lado, me apetece conocer gente y, por qué no, conocerlo más a él.
Es muy de agradecer que alguien se acerque a una desconocida para que no
se sienta sola en un nuevo hogar. Sin embargo, el miedo a no encajar brota
dentro de mí. ¿Les caeré bien? ¿Serán sus amigos tan simpáticos como el
surfero?
Finalmente decido ir, por lo que me pruebo diferentes conjuntos.
Realmente, no sé de qué tipo es la fiesta, por lo que no encuentro la
combinación adecuada. ¿Tacones? No, vamos a estar en la playa. ¿Bikini?
Por la noche refresca. ¿Vestido? Quizá sea demasiado. ¿Shorts? Tal vez sea
demasiado poco. Me tumbo bocarriba en la cama, rodeada de todas las
prendas que me he ido probando y tirando por toda la habitación.
No sé por qué le estoy dando tantas vueltas. No quiero llamar la atención
de nadie. Pero sé lo que son las primeras impresiones y, si quiero
integrarme en un grupo, prefiero que piensen que mi estilo mola antes que
me vean hortera.
¿Por qué siempre me tengo que preocupar por estas tonterías?
A los pocos minutos, llaman a la puerta.
—¡Estoy ocupada! —grito mientras cojo la almohada y me la pongo
encima de la cabeza.
May asoma la cabeza y sonríe.
—¿Tan ocupada como para probar las galletas que hemos hecho los
peques y yo? —dice sonriente, enseñándome una bandeja con galletas.
Unas tienen dibujadas caras con chocolate, otras tienen forma de corazón y
otras... Esas no las probaría nunca. Se nota claramente cuáles ha hecho May
y cuáles los niños.
Sonrío cordialmente mientras me quito la almohada de la cabeza y me
incorporo un poco.
—No tengo hambre, pero muchas gracias —respondo con sinceridad.
—Vaya caos tienes aquí montado, mi niña, ¿vas a salir?
Imposible no ver el desastre, no solo en la habitación, sino en mi cabeza,
por lo que deja la bandeja en el escritorio y se tumba a mi lado también
bocarriba, mirando el techo de la habitación.
—Esa era mi intención, pero creo que me voy a rajar.
Gira la cabeza hacia mí e intuyo que quiere preguntarme cuál es el plan o
con quién voy, así que sigo explicándole:
—Me ha invitado Leo, creo que lo conoces, el surfero del pueblo.
Ella sonríe aún más y confirma:
—Leo siempre tan cordial y amigable. A veces viene a darles clases de
surf a los niños sin pedir nada a cambio. Es un sol. De vez en cuando le
dejo alguna propina en la mochila sin que se dé cuenta. ¡Eso no se lo digas,
eh, será nuestro secreto! Los conoce desde que nacieron y los trata como si
fuesen sus hermanos pequeños. —Mira de nuevo toda mi ropa
desparramada por el suelo y parece que vuelve a la realidad en un segundo
—. Bueno, dime, ¿dónde vas?
—El caso es que es una fiesta en la playa y no sé qué ponerme.
May se incorpora y empieza a rebuscar entre toda la ropa que hay tirada
por la cama, que prácticamente es todo mi armario. Coge una falda corta
color coral, con algo de vuelo, y una camisa blanca de manga larga.
—La falda es lindísima, y con la camisa blanca queda muy bonita;
además, así te cubres algo los brazos, ya que la temperatura baja un
poquito. En los pies, ponte unas cholas y ¡listo! —Hace un gesto con las
manos, como si hubiese hecho magia en un momento. El hada madrina
vistiendo a la princesa.
—¿Cholas?
—Sandalias.
Se ríe y yo la imito. Al momento me levanto, me desvisto y me pruebo el
conjunto que ha elegido. No tengo pudor en cambiarme delante de ella.
Somos mujeres, tenemos lo mismo. Además, jamás me ha acomplejado mi
cuerpo. Soy consciente de que cada persona tiene uno totalmente diferente,
único y especial. Yo amo mis piernas, pese a los morados que me suelen
salir, como si viviese golpeándome con todo lo que encuentro a mi paso.
Me encantan mis curvas, mi vientre no del todo plano, mis pechos... Lo
único que me disgusta son mis pecas: las tengo por todo el cuerpo y me dan
la sensación de que son manchas. Aunque Adri siempre dice que es lo que
más le gusta de mí y tengo que reconocer que, poco a poco, las voy
entendiendo. Son parte de mí.
—El look perfecto, ¿viste? —Me guiña un ojo y se levanta para salir.
Antes de cerrar la puerta, me dice:
—Pásalo bien. Leo es muy buen chico y sabe elegir bien a sus amistades,
ya te darás cuenta. Además, sus fiestas no son gigantes y despampanantes,
créeme: prefiere la tranquilidad y a sus conocidos más cercanos que, de
hecho, son todos de tu edad. Su madre iba conmigo al instituto y a día de
hoy aún mantenemos el contacto. En fin, ¡ya verás que va todo genial!

Cuando llego a la fiesta de la playa, me encuentro con todo lo contrario a lo


que esperaba, tal y como me había dicho May: hay una pequeña hoguera
con chicos que parecen de mi edad sentados alrededor. Entre varias
palmeras cuelgan farolillos para darle un toque de luz a la zona. Hay música
de fondo, aunque no demasiado fuerte, y un pequeño chiringuito con un
chico tras la barra sirviendo bebidas. Lanza la coctelera al aire al ritmo de la
música con una sonrisa siempre en la cara. Parece el tipo de persona que
desprende vitalidad y alegría allá por donde va. Estoy descubriendo que la
gente aquí tiene mucho de eso y me gusta.
El conjunto que me ha elegido May no podía ser más acertado: voy
sencilla para la playa, cómoda y, a la vez, me siento guapa. He decidido
llevar la melena suelta con ondulaciones que hacen resaltar las puntas rosas.
Me he maquillado un poco con máscara de pestañas, colorete y brillo de
labios coral a juego con la falda.
Como no encuentro a Leo, que es la única persona que conozco, me
armo de valor y me acerco a la barra a pedirme algo de beber.
—Hola —saludo al camarero.
—Buenas noches, mi niña. ¿Qué te pongo?
Pese a que ya llevo varias semanas en la isla, no me acostumbro a la
preciosa forma que tienen aquí de hablar. El acento musical, las palabras de
cercanía y las sonrisas hacen que el sitio me parezca mucho más acogedor
de lo que esperaba.
—Un mojito, por favor.
—¿Clásico o con algún sabor en especial?
—¿Mango? —pregunto deseando que tenga mi sabor favorito.
—Muy buena elección. —Me guiña un ojo mientras me prepara el
mojito y noto cómo me arden las mejillas. Lo dicho, muy acogedores...
—¡Al final viniste, peninsular! —escucho una exclamación de sorpresa y
un tono que intuyo de alegría detrás de mí.
Me giro y ahí está: Leo. El surfero. El rubio con melena y sonrisa
brillante. Me repito, muy muy acogedores.
—¿Cómo me iba a perder... lo que sea esto? —le digo dudando sobre si
esto es una fiesta o no.
—¿No te gusta? —Veo que se preocupa y al momento intento arreglar
mi comentario.
—No, sí, está bien —¿Por qué ahora no sé hablar?—. Es que cuando me
invitaste a una fiesta no me la imaginaba así. Pensaba en el típico pub
oscuro, con la música a tope y olor a sudor.
—Entonces intuyo que te gusta un poco más.
—De momento no huele del todo mal, no.
—Estás muy guapa. —Me mira de arriba abajo, pero no de forma
sugerente—. ¡Ya era hora de verte con algo de ropa!
—¡Lo mismo digo! Creo que es la primera vez que no te veo con el
neopreno apretado.
—¿No echas de menos mis músculos? —pregunta bromeando mientras
hace fuerza con el brazo para marcar bíceps. No le pega en absoluto hacerse
el cachas. ¡Parece un buenazo!
Nos reímos —me estoy dando cuenta de que con él es imposible no
hacerlo— y me giro para probar el mojito, que está exquisito: dulce y
fresco. Vuelvo a girarme hacia Leo y me quedo callada. Porque realmente
no sé qué decirle. No le conozco de nada y aun así me he animado a venir.
Confío en May, y si ella me dice que Leo es buen chico, me lo creo.
Él me está mirando también callado. Una pequeña sonrisa asoma a su
boca y los colores vuelven a mi cara. Sus ojos miran a los míos
intensamente, pero también bajan a mis labios. Los vuelve a subir y noto
cómo se queda ahí. Seguimos callados. No me siento incómoda, al
contrario. No veo maldad en él. Me hace sentir bien y eso me gusta.
Estamos muy cerca y presiento que va a decir algo cuando un sonido lo
interrumpe.
Mi móvil.
Rápidamente lo saco del bolsillo de la falda y veo una notificación de
mensaje. Es Adrián.
En cuanto lo leo, florecen de nuevo todos los sentimientos. Toda la
angustia que siento llega hasta mis ojos e intento mirar hacia otro lado para
evitar que salga.
¿Por qué me ha tenido que escribir en este mismo momento? ¿Por qué
me hace recordar aquel maravilloso día cuando ahora estoy tan lejos?

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: ¿Te acuerdas?

Aquel día todo cambió.

Te dije que te acabarías enamorando de mí


y te asustaste.
No estabas muy convencida.
Y yo encendí la radio,
y con ella tus miedos,
y le subí el volumen a Leiva,
a Lori Meyers,
y tu risa me hizo un gesto,
y yo empecé a aprenderte.

Y todo comenzó con dos cervezas.

Adrián
23
Alejandra

Después de un mes conociendo a Adrián, quedando habitualmente en la


librería y charlando por correo electrónico, decidió dar el paso de
escribirme también por WhatsApp y recibí una invitación a la que no me
podía negar:
Adri:
¡Rubita! ¿Qué haces?

Álex:
Hola, librero.
Estaba viendo Titanic por décima vez.
¿Y tú?

Adri:
Pues estoy cerrando la librería y he pensado
«joder, ¡qué ganas más tontas de ver a Álex!».
Así que como sé que tu madre trabaja por las tardes y he
intuido que ahora estarías descansando... estoy en la puerta
de tu casa. Ahora mismo.
Traigo chocolatinas, patatas y un par de
cerves. ¿Te apuntas?

Álex:
Pero ¿qué dices?

Así es Adri. Imprevisible. Y más aún cuando nos estábamos conociendo.


Poco a poco, con el tiempo me he ido acostumbrando a estos arrebatos por
sorpresa para hacer cualquier plan diferente. Viéndolo ahora, sé toda la
valentía que tuvo acumular para ir a mi casa y plantarse así, como si nada,
cuando por dentro estaría lleno de nervios.
Finalmente le pedí que me diese unos minutos y fui, literalmente,
corriendo al baño. Me encontré con mi reflejo y no pude más que suspirar.
¿Cómo iba a arreglar ese desastre en tan poco tiempo? Deshice el moño lo
más rápido que pude, me cepillé el pelo y lo intenté recoger en una trenza.
Me cambié el pijama por una camiseta de tirantes blanca y unos shorts
vaqueros. Me puse desodorante y colonia —muy importante, siempre de
vainilla—, y me lavé los dientes. El maquillaje tuve que dejarlo de lado, eso
sí que no me daba tiempo a arreglarlo.
Salí de nuevo hacia el salón donde estaba viendo la película. El bol de
palomitas estaba a medio acabar, con restos por todo el sofá y el suelo.
Intenté recogerlo todo lo mejor posible, un poco en vano.
Cuando acabé de hacer todo fui consciente de que no habían sido solo
cinco minutos, por lo que me sentí mal al instante. ¿Se habría cansado de
esperar?
Dios, sí que tenía ganas de verlo yo también.
Abrí la puerta sin saber qué iba a encontrar detrás de ella y ahí estaba,
sentado en el suelo, con una bolsa de tela con el logo de la Librería Hogar
llena de todo lo que me había dicho por mensaje. Cuando escuchó la puerta
abrirse, se levantó como una bala, se acomodó las gafas, se alborotó los
rizos y, sonriendo, dijo:
—Estás preciosa.
Creo que morí allí mismo. La ternura con la que me miraba transmitía
más que sus palabras, que ya es decir. Adri siempre ha tenido un don para
contar todo lo que pasa por su cabeza de forma bonita y cariñosa, y me lo
demostró desde el principio.
Sonreí y le invité a pasar con un gesto de cabeza.
—Siento haber interrumpido tu sesión de cine, y más con el peliculón
que estabas viendo. —Una vez más, comenzó a hablar muy rápido y
atropelladamente, reflejo de sus nervios, tal y como pasó el primer día en la
librería. Ya teníamos suficiente confianza, lo que hacía de las quedadas
momentos muy divertidos y que ambos esperábamos con ganas. Aun así,
también nos poníamos nerviosos, no lo voy a negar. Y a él se le notaba
considerablemente—. Pero intuyo que, como ya la has visto tantas veces,
no te molestará mi plan de... ¿podemos llamarlo pícnic? en tu casa. Traigo
cerveza, aunque ahora que lo pienso nunca te he preguntado si te gusta. ¿Te
gusta la cerveza? Espero que sí. Total, que he traído un par fresquitas, que,
con este calor, en Madrid es imposible hacer otra cosa. Oye, no te vayas a
pensar que he venido a tu casa a pasar la tarde para aprovecharme de tu aire
acondicionado —dijo haciendo gestos hacia el aparato encendido—, aunque
un poco sí, no te lo voy a negar. Bueno, ¿qué tal? ¿Cómo estás?
—No molestas, tranqui. Al contrario, agradezco que te hayas querido
pasar un ratito por aquí. Y sí, me gusta la cerveza —le dije con sinceridad.
—Genial —dijo algo sonrojado, marcando esos hoyuelos que siempre
me han cautivado en su sonrisa—. ¿Abrimos, pues, el vino de los pobres?
—Por supuesto, siéntate en el sofá, traeré un abridor.
Fui a la cocina a buscarlo y, cuando lo encontré, tuve que apoyarme en la
barra para tomar un poco de aire. Adrián me estaba comenzando a gustar
mucho. Estaba segura de que se convertiría en alguien importante en mi
vida, fuese de la manera que fuese. Y quería gustarle. Sabía que ya lo hacía
un poco porque siempre se mostraba atento conmigo y le brillaban los ojos
cuando me veía. Los míos también brillaban.
Respiré hondo y salí como si nada.
—¡Aquí está!
—He traído también algo de picoteo: unos sándwiches que prepara mi
abuelo que están tremendos, unas patatas, bombones...
—Guau, ¿qué celebramos? —le pregunté mientras me sentaba a su lado
en el sofá y veía cómo iba sacando todo de la bolsa y lo colocaba en la mesa
delante del sofá.
—Celebramos que nos hemos conocido y nos caemos muy bien. ¿No te
parece suficiente? —bromeó totalmente serio.
—Oh, por supuesto, ¿cómo no he caído en eso?
Y rompimos a reír. La risa de Adri siempre ha sido contagiosa para mí.
Es ruidosa y sincera, de esas que atrapan y quieres inmortalizar para
siempre. De las que te vendría bien guardar para escucharla en los
momentos malos.
—¡Tienes tocadiscos! ¿Te importa si pongo algo? —Lo vi entusiasmado,
así que no me pude negar.
—Es todo tuyo.
—Tienes una gran colección de vinilos —se sorprendió, mientras
buscaba en el mueble donde los tenía todos ordenados, cómo no, por
colores, hasta que seleccionó uno. Lo puso en el aparato y le dio al «play».
Adri volvió a mi lado, le dio un sorbo a su cerveza y la música comenzó
a sonar. Leiva quedó de fondo; no me pudo gustar más su elección.
—Es uno de mis favoritos —le dije mirándolo a los ojos.
—Parece que con la música también conectamos, ¿no?
Así era. Él supo describirlo a la perfección. Esto. Lo nuestro. Nosotros.
Habíamos conectado de una manera única, muy fuerte. Él ya sabía que yo
lo había pasado mal en anteriores relaciones. El hecho de irnos conociendo
por correo electrónico hacía que nuestras conversaciones se volviesen muy
profundas, hasta tal punto que prácticamente sabíamos todo lo importante el
uno del otro. ¡Hasta su abuelo me había enviado algún que otro correo! Lo
que me hizo plantearme que era importante para él, tanto como para
contárselo a quien más quería. Sin duda alguna, eran dos personas
«vitamina». Y, en ese momento, me venía muy bien el aire fresco que traía
Adri a mi vida.
Algo dudoso, el librero dejó el botellín en la mesa y se acercó a mí. Noté
cómo la estancia se volvió más calurosa, como ayudándonos a dar el paso.
Adri me acarició una mejilla. Sus ojos me miraban más allá y me lo decían
todo. Pero se quedó ahí. A pocos centímetros. Su boca cerca de mi boca. Yo
no hice nada por apartarme, era lo último que quería. Me habría quedado
toda la vida ahí, en ese momento, en ese juego de miradas. En esa
conversación que tuvimos en silencio donde se lo dije todo. Se lo transmití
todo.
—Me gusta mucho lo que tenemos, ¿lo sabes? —preguntó en voz baja,
casi susurrando.
Asentí con la cabeza, incapaz de decir nada más.
—Pues Álex, creo que voy a besarte ya porque...
Lo callé. Lo hice con un beso. Si él iba a besarme, quería demostrarle
que yo también me moría de ganas. Que llevaba pensando en eso desde que
lo vi en aquel pub.
Adri respondió sorprendido, pero al momento me siguió como si de un
baile se tratase. Abrí mi boca para recibirlo y él me la envolvió con su sabor
a cerveza y algo a menta. Me besó despacio, intensamente, sosteniendo mis
mejillas como si me fuese a ir. Dios mío, ¡como si quisiera dejar de besarlo
alguna vez! Mis manos ascendieron hasta su pecho y ambos nos separamos
a tomar aire unos segundos, aunque seguimos lo más cerca posible, sin
movernos del lugar. Con los ojos cerrados, lo escuché decir:
—Vas a revolucionarme todos los sentidos.
Aquella tarde en mi casa solo se escuchaba a Leiva cantar y el sonido de
nuestros besos.
24
Alejandra

Leo y yo llevamos un rato charlando mientras tomamos nuestros mojitos. Él


se lo ha pedido de fresa, el cual no he podido evitar probar y ahora no sé si
me gusta más que el mío. ¿Se nota lo mucho que me gustan las bebidas
dulces? No podría tomar un chupito. Para mí, es imposible encontrar placer
en esos segundos de sufrimiento; sin embargo, estas bebidas algo más
diferentes, afrutadas y suaves, me encantan. Y, por supuesto, tengo que
tener cuidado al beberlas demasiado rápido, pues también llevan alcohol y
no te das cuenta hasta que ya es demasiado tarde de que estás más contenta
de lo habitual.
He hablado de Adri todo el rato: cómo nos conocimos, a qué se dedica y,
sobre todo, cómo me estoy sintiendo aquí respecto a él. Le enseño el
mensaje que me ha enviado y, aunque sonríe y dice que se nota que está
enamorado de mí, ve en mi mirada que me entristezco.
—¿Qué hay de ti? —pregunto directamente para cambiar de tema.
Hablarle de Adri me ha cambiado el estado de ánimo y no quiero que sea
así: he venido a divertirme. Por lo que no me vendría mal un poco de
cotilleo.
—¿De mí?
—Sí, claro. Creo recordar que me dijiste que no tenías novia, ¿no?
Asiente mientras le da un sorbo a su mojito. Me sigue mirando
intensamente, como intentando transmitirme algo con los ojos, pero me
cuesta descifrarlo. Tengo que seguir indagando.
—¿Un rollo? —continúo, pero él sigue en silencio y advierto cómo se le
levantan ligeramente los labios en un amago de sonrisa. Así que se está
haciendo el misterioso...—. ¿Te interesa alguien?
—Puede ser. —Vuelve a darle un sorbo a su bebida y sacude la cabeza
riéndose—. Oye, ¿te apetece que te presente a mis amigos? Me van a matar
como siga aquí contigo mucho más tiempo. ¡Son tóxicos! Sobre todo
Claudia. Ya te darás cuenta. Ella nos maneja a todos a su antojo. ¡Porque
nosotros dejamos que lo haga, ¿eh?!
Realmente, he ido a la fiesta con ese fin: conocer gente y despejarme. No
quiero parecer demasiado entrometida, solo nos acabamos de conocer, pero
estoy segura de que me lo acabará confesando. Siempre lo consigo. Así que
asiento alegre y él me hace un gesto con la cabeza para que lo siga.
Al otro lado de la fiesta, justo en una zona con palmeras, hay sillas de
playa y toallas colocadas en círculo; también gente riendo y jugando a las
cartas.
—¡Ya era hora, Leo! No me puedo creer que hayas tardado tantísimo en
pedirte el mojito. Chacho, ¡parece que fuiste a hacértelo tú mismo! —grita
una chica morena e innegablemente guapa. No sé qué tiene esta gente que
desprende buenas vibraciones.
—Bueno, no ha sido en vano... ¡Os presento a Álex! —grita él para que
le presten atención.
Inmediatamente, todo el mundo se gira hacia mí y yo me quedo de
piedra. Hago un gesto con la mano a modo de saludo, sin saber qué decir, y
de repente se levantan para presentarse.
La chica que acaba de saludar a Leo se acerca amablemente. Tiene los
ojos de un azul muy claro, casi transparente, y la piel tostada de, imagino,
horas y horas al sol. Tiene una melena larga y lisa, y va vestida con la parte
de arriba de un bikini negro bastante sexy, que tapa solo lo justo y
necesario, con una minifalda tejana que realza sus curvas. La chica es
impresionante.
—¡Encantada! —me dice mientras me da dos besos—. Soy Claudia.
—Álex.
—No me suena tu cara, ¿eres nueva por aquí?
—Llevo un par de semanas. Me he mudado con la familia de mi padre.
—¡Es la hija de Pablo! —grita Leo de nuevo, y yo no puedo hacer más
que poner los ojos en blanco. Todo el grupo sonríe al momento y empieza a
hablar a la vez sobre lo muchísimo que mola mi padre y lo querido que es
en el pueblo... Pero ¿qué coño? Parece que mi padre es genial con todos
menos con su propia hija.
—Oh, así que tú eres su hija. De Madrid, ¿cierto? —pregunta Claudia, y
me extraña que conozca ese dato sin yo haberlo dicho todavía. La canaria
parece que se da cuenta de mi perplejidad, pues apunta—: Tu padre habla
mucho de ti. ¡Y May también! Así que prácticamente es como si ya te
conociera. Estoy segura de que te va a gustar la isla. Cuando quieras,
cogemos mi coche y nos hacemos una rutita; así te enseño algunos sitios
clave.
Sorprendentemente, la chica es bastante amable. Este comentario es un
poco prejuicioso, lo sé, pero el hecho de conocer a alguien con tanta
seguridad y carisma siempre nos hace plantearnos su sinceridad. Las
personas así son muy difíciles de descifrar pero, por otro lado, también son
las que nos dejan con la boca abierta. Pese a que tenemos la misma edad,
según me dice, aparenta tener varios años más que yo, tanto por su carácter
marcado como por su físico. Finalmente es ella la que me acompaña y me
va presentando uno a uno.
Por un lado, están los mellizos Chris y Rodrigo, rubios y, ¡ojo!, ambos
estudiantes de Medicina; también está Iris, veterinaria, una morena un poco
tímida pero amable; y, por último, Javier, que al parecer es el mejor amigo
de Leo, otro canario alto, fuerte, moreno y lleno de tatuajes. Llenito. De
arriba abajo.
Ay, madre...
Se conocen de toda la vida. Se han criado juntos en el pueblo, así que la
confianza que hay entre ellos es prácticamente fraternal. Yo nunca he tenido
ese vínculo de amistad tan fuerte con nadie. Nunca me ha faltado mi grupo
de amigos pero, conforme va pasando el tiempo, y sobre todo en la
universidad, te das cuenta de que cada persona toma caminos diferentes
haciendo que dichas amistades, con el tiempo, se disuelvan. No tiene que
haber discusiones de por medio, ni mucho menos. Supongo que es ley de
vida. Espero que no nos pase a Adri y a mí.
—Es un placer, chicos.
—Leo nos dijo que te encontró perdida el otro día en la cala —bromea
Javi.
—¡Cállate, tolete! —le grita Leo desde el otro lado y se acerca
rápidamente para evitar que siga soltando esa clase de comentarios—. Les
comenté a mis amigos que te había conocido y que sería fleje divertido que
te unieses a nosotros. Son buena gente, aunque algo bobos. —Cuando
termina de decir esto, le agarra de la cabeza y comienza a despeinarlo como
un loco. El otro consigue separarse de él y acaba cogiéndolo de la cintura de
una manera entrañable para acercarlo y brindar con él. Así de fácil pasan de
una pelea a un brindis.
Me río de lo que acabo de ver y empiezo a hablar con ellos. Les cuento
por qué me he mudado y ellos me hablan un poco de lo que hacen.
Claudia es diseñadora de moda, tiene una pequeña tienda en Las Palmas
de Gran Canaria, la capital de la isla, donde vende sus vestidos.
Automáticamente acapara toda mi atención y empezamos a hablar de
nuestros estilos. Ella viste algo más casual, aunque con mucha personalidad
y, por lo que parece, todo le sienta bien. También me dice que tiene un
vestido rosa y azul que me quedaría genial con mi pelo y, a partir de ahí, ya
no me separo de ella en toda la noche.
Leo se queda el resto del tiempo charlando con Javi —con el que,
después de ver cómo se relacionan, noto que hay mucha complicidad:
seguro que son mejores amigos desde siempre—, aunque sin quitarme el
ojo de encima. Se acerca un par de ocasiones para comprobar que me siento
cómoda y que no me quiero ir todavía, algo que me da mucha ternura y me
ayuda a sentirme a gusto en el grupo.
Suenan varias canciones populares del momento y nos ponemos a bailar
todos. Literalmente bailo con cada uno de ellos, hacía muchísimo que no
salía de fiesta y menos así, sin conocer a nadie, sintiéndome libre. En
Madrid siempre frecuento los mismos bares y discotecas, por lo que es muy
fácil ver caras conocidas constantemente. También es cierto que, desde que
comencé con Adri, prácticamente mis salidas nocturnas se redujeron a la
nada.
Claudia es divertidísima, aunque siento que está un poco reticente, como
esperando a conocerme bien para brindarme su confianza. Leo, como
siempre, superatento, y los mellizos no paran de hacer chistes para
sonrojarlo, pero todo con cariño.
Siendo honesta, me siento muy bien.
Creo que esto era justamente lo que necesitaba.
Aire fresco, buena gente y un poco de música en la playa.
25
Adri:
Fliparías con la de libros que han
traído hoy. Cajas y cajas llenas de cómics
dibujados a mano por un artista anónimo
y que nadie quiere. ¿Por qué la gente
se deshace de estas maravillas?

Álex:
Guau. Seguro que son increíbles.

Adri:
Mira, te mando uno para que veas.

Álex:
Adri...
Parece dibujado por un niño de cinco años.

Adri:
Es que no entiendes de arte.
¿Qué tal todo? Un mes fuera ya.
Parece que fue ayer cuando te fuiste.

Álex:
Pues algo mejor.
He estado quedando algunas tardes
con Leo y sus amigos para ir a la playa,
al cine, y poco más. Son bastante majos.
Te caerían bien.

Adri:
Seguro.
¿Y tu padre?

Álex:
Bien también, imagino.
Seguimos hablando poco, ha estado
pintando sin parar. Tiene una exposición importante en
un par de semanas, creo.
No sé mucho más.

Adri:
¿No va siendo hora de abordar el tema?

Álex:
¿Qué tal tu abuelo?

Adri:
Como siempre. Viciado con Marvel por las noches. Lector
por el día.

Álex:
Pues como tú, básicamente. ¿No?

Adri:
Oye, oye, que mi ritmo de lecturas ha bajado
exponencialmente estas últimas semanas.
Agosto es el mes en el que aprovechamos
para hacer limpieza profunda en la librería.

Álex:
Ya, seguro.
¿Cuántos libros llevas leídos este mes?

Adri:
Ocho.

Álex:
Dios mío, no sé cómo lo haces.

Adri:
Le saco tiempo a todo lo que me gusta.
Ya lo sabes. Tú deberías hacer lo mismo.

Álex:
Ya...

Oye, voy a salir a cenar con esta gente.


Hoy toca noche de pizzas en el piso de Leo.
Te envío foto de mi outfit.
¡Buenas noches!

Adri:
Me encanta ese vestido.
El rosa y el azul te quedan genial.
¿Es nuevo?

¿Hola?

¿Álex? ¿Te has ido ya?

Disfruta, bicho. Y recuerda...


¡no pidas una pizza margarita!
¡No somos unos básicos!
26
Alejandra

Tardo nada llegar al piso de Leo siguiendo las indicaciones que me dio el
día que nos conocimos y, por qué no reconocerlo, gracias a Google Maps.
He quedado varias veces con el grupo y cada vez me siento más a gusto.
Son muy divertidos y siempre proponen planes originales, que giran
normalmente en torno a la playa. Adoro Madrid, es mi hogar, pero tengo
que reconocer que la playa se está volviendo vital para mí en esta
experiencia. Es el sitio al que recurro cada vez que me ahoga el
pensamiento de que no estoy avanzando. Salgo al porche, a la cala de la
casa y respiro hondo. Me serena. También aprovecho para llevar a los
peques, ya que sueltan toda su energía en ese ratito por las tardes y luego,
cuando llegan a casa, caen rendidos. May me lo agradece cada día, pero a
mí no me pesa hacerlo. Bastante tiene ella con aguantarme en casa sin hacer
prácticamente nada.
Leo está siendo un gran apoyo. Hablamos constantemente por mensaje y
se preocupa de que me sienta bien. Se ha estado pasando por la playa y por
la casa para jugar con los niños o merendar con nosotros y May. Cuando va
al estudio de mi padre a charlar con él, yo suelo retirarme a mi habitación.
Sin haberle contado nada, parece que entiende a la perfección que hay algo
que no cuadra. Pero tampoco insiste en ello, algo que agradezco.
Leo se va moviendo de escuela en escuela de surf para dar clases al
máximo número posible de personas, en su mayoría niños. Es alucinante
verle hacer lo que más le gusta, sobre todo consiguiendo que parezca un
juego. Rayko y Yeray se lo pasaron genial con él el otro día en la cala. ¡Son
unos expertos surfistas! Disfruté mucho de verlos caer de las tablas y
levantarse enérgicamente para bailar sobre las olas.
Hace unos días lo intenté yo, en vano. Javi y Leo se presentaron en casa
con tres tablas que, a mi parecer, eran excesivamente grandes y pesadas.
—¿Preparada? —preguntó el moreno.
—Creo que no lo está, Javi. Mírala, con su pijama de Snoopy, que no se
quita ni para ducharse.
Ambos se miraron y se mofaron, y yo intuí que estarían recordando algo
de su convivencia.
—Por lo menos ella usa pijama, mi niño —le dice Javi poniendo los ojos
en blanco.
—Oye, déjame vivir en libertad.
—¿En serio vas desnudo por el piso que compartes con tus amigos? —
intervine yo, haciendo hincapié en las tres últimas palabras y abriendo
exageradamente los ojos. Me imaginé a Leo sentado en el sofá, con su
melena rubia suelta, sus brazos estirados sobre el respaldo y su trasero
desnudo...
—Bueno, venga, tía —fue Javi el que interrumpió mis pensamientos, y
menos mal que lo hizo, porque, si no es por él, estoy segura de que me
podría haber desmayado del sofoco que me estaba entrando—. Ponte el
bikini, que vamos a darte una buena lección de surf.
No sé si llegué a aprender surf del todo, pero sí que pasamos una buena
tarde. Era muy gracioso ver cómo los dos amigos no paraban de bromear y
discutir por tonterías, pero a su vez se mostraban todo el cariño que se
profesan. Tienen una relación cuando menos envidiable y me sentí muy
especial al compartirla.
Casi podía sentirme como una más.
Estos días también he aprovechado el tiempo para seguir leyendo
biografías, la mayor parte del tiempo tranquila en la playa. He ido a la
biblioteca pública, sorprendentemente pequeña y vieja. Me entristece verla
así, y tiendo a compararla con la maravilla de la Librería Hogar. Después de
un rato deambulando en sus pocos y cortos pasillos, decidí animarme a
tomar prestada una biografía de Agatha Christie, para ahondar en el estudio
que había empezado sobre ella en las redes, y otra de Edgar Allan Poe.
Ahora estoy totalmente enganchada. Estoy deseando volver a la
biblioteca a por más.

Cuando entro en el piso de Leo, Claudia y él corren hacia la puerta con los
brazos abiertos para ver quién me abraza primero. Es llegar y ya estoy
riéndome a más no poder.
Leo gana, pero por poco, pues Claudia viene tan rápido que se sube
encima de nosotros como un mono.
—¡Eh! ¡Eso es trampa! —grita Leo intentando deshacerse del abrazo, sin
éxito.
—¡Gané! ¡Gané!
—Socorro —digo con un hilo de voz—. Me estáis aplastando.
Ambos se separan riéndose y me dan las gracias por haberme unido al
plan. Me acompañan dentro, hacia el salón, donde están los mellizos y Javi
jugando a la consola, mirando la pantalla de la tele como niños pequeños:
con la boca abierta y los ojos totalmente fijos en la carrera de coches.
Claudia está siendo un gran apoyo para mí. Se muestra interesada en
conocerme, sin agobiarme, y suele aparecer cuando quedo con los chicos,
por lo que hacemos un grupo bastante peculiar.
La conexión que está surgiendo entre todos es brutal. Hoy, de hecho,
estreno el vestido de su tienda que me dijo que me quedaría genial. Es
ajustado al pecho y con vuelo, cortito y, como a mí me gusta, colorido.
Ciertamente, el azul y el rosa quedan genial con mi melena y me siento muy
bien con su escote corazón. Aunque no paro de imaginármelo en ella y
pienso que le quedaría mil veces mejor con sus curvas pronunciadas y su
personalidad tan arrolladora.
No sé cómo agradecerles lo que están haciendo por mí. Sin conocerme
de nada, me han integrado en el grupo como una más. Claudia me habla
diariamente por teléfono y me propone planes sencillos, como dar un paseo
o tomar un café en alguna terraza, y con Leo me encuentro en la playa de
mi casa. Así, poco a poco, hemos ido amoldando nuestros días para siempre
tener un hueco para vernos. Me gusta sentir que los tengo a mi lado y que
ellos también disfrutan de mi compañía.
El apartamento es pequeño pero bastante agradable. Los cuatro chicos
comparten el piso desde hace unos años y se llevan estupendamente: tienen
las tareas de casa bien repartidas, marcadas en una pizarra que abarca toda
la nevera. Dividen el piso en estancias y cada semana se las reparten y van
rotando. Se nota que el plan les funciona porque, pese a ser un piso de
cuatro surferos donde debería estar todo lleno de arena y piedras, no veo ni
una mota de polvo. Imagino que les ha llevado tiempo, pero con la
confianza que tienen estoy segura de que no les costó mucho hacerse con la
rutina.
Claudia pasa mucho tiempo aquí, y me invita a venir siempre que quiera
a pasar el rato, aunque reconoce que ella es una privilegiada porque no tiene
que hacer las tareas de la casa pese a estar allí como una más.
Ella vive con sus padres y su hermana pequeña. Abrió su negocio en la
ciudad hace pocos meses, por lo que las ganancias todavía no le dan para
independizarse, aunque ese es su plan.
Las paredes del salón están llenas de postales y fotos de ellos. Me fijo en
una en la que están todos disfrazados por carnaval, en la que tendrán seis o
siete años, y no me puede dar más ternura. Me siento como si estuviera
irrumpiendo en su intimidad, viendo foto por foto y comentando lo que me
parecen.
En la mesa pequeña del salón, junto al sofá, hay varias cajas de pizzas
apiladas que huelen de maravilla. Vaya, parece ser que tengo un poco de
hambre.
—¿Te enseño mi habitación y así les dejamos acabar la partida? —me
pregunta Leo echándome un brazo por los hombros—. Después podemos
cenar todos tranquilamente, sin tener que escuchar los gritos de esa panda
de locos.
—Claro. Pero rápido, que me muero de hambre.
Su habitación es justamente como me imaginaba: las paredes están
pintadas de azul agua. Tiene la tabla de surf apoyada al lado del armario,
que está cubierto de pegatinas que parecen llevar muchos años ahí pegadas.
La cama, en el centro de la estancia, es enorme, con sábanas blancas y
celestes que le dan un toque de luz precioso al espacio. También hay un
mueble debajo de una pequeña ventana que usa para exponer su colección
de deportivas.
—¿Por colores?
—Por colores —afirma.
—Me caes bien.
Nos miramos y sonreímos. Me invita a cotillear y yo me acerco al
armario. Hay pegatinas de todo tipo: Pokemon, Mario Bros, etiquetas de
publicidad... y, entre todas ellas, una foto con Javi mirando la puesta de sol
en la playa.
—Esa nos la hizo Claudia con la Polaroid de su hermana, de esas que se
imprimen al momento.
—Adoro esas cámaras.
—¿No es genial tener los recuerdos tal cual impresos? Así, sin filtros ni
chorradas.
—Total... —me quedo embelesada mirando la fotografía. Me encantan
los colores del cielo, del mar y de las tablas del surf tiradas en la arena. Es
una imagen muy natural que refleja a la perfección su amistad—. ¿Nunca os
habéis peleado?
Leo me mira con extrañeza y coge la foto para observarla más de cerca.
—¿Javi y yo? Jamás. —Su sonrisa se expande y me mira—. A él lo
conozco de toda la vida, nuestras madres son amigas y prácticamente se
quedaron embarazadas a la vez. Y ya en el colegio fue cuando conocimos al
resto. Soy hijo único, así que siempre ha sido como un hermano. Todos lo
son, en realidad, pero entiéndeme, con él es diferente.
Asiento, imaginándome lo especial que es su relación, compartiendo
desde sus primeros pasos hasta sus primeros ligues, sus mejores y peores
momentos. Me siento en la cama después de dejar la foto en su sitio y
continúo observando la habitación.
Esto sí parece un hogar: vive con las personas que más quiere, trabaja de
lo que más le gusta en un sitio impresionante... Se le ve feliz. ¿Cómo me
estará viendo él desde fuera?
—¿Estás bien?
—Sí, claro. Me encanta tu piso.
Leo se acerca y se sienta a mi lado. Me mira intensamente y creo que me
pongo colorada. En más de una ocasión le he hablado de Adri, casi conoce
toda nuestra historia, por lo que no veo segundas intenciones en sus actos.
No las hay, ¿no?
—Puedes venir cuando quieras.
—Cuidado, mira que si me mudo...
—Mi cama es tu cama. —Me guiña un ojo abriendo mucho la boca y no
puedo más que romper en carcajadas.
—Creo que me quedaría en el sofá. Allí tengo acceso directo al Mario
Kart.
—No sabes con quién te estás metiendo, mi niña —me desafía.
Estamos en medio de ese pique, divirtiéndonos, cuando la puerta de la
habitación se abre de golpe y aparece Claudia.
—¡Chacho! ¿Podemos cenar de una vez? —Pone cara de hastío y vuelve
al salón, donde se escuchan las voces de los chicos, que han terminado la
partida. Sin duda, es una chica con mucho carácter pero, aunque en parte
me lo estaba pasando bien con Leo, agradezco que nos haya interrumpido.
—Las pizzas nos reclaman —le digo a Leo seriamente, haciendo el
saludo marcial.
—Una última cosa, Álex... —dice de pronto muy serio, mirándome a los
ojos.
Se queda ahí, a mi lado, tan cerca que puedo oler su aroma. Se aparta la
melena de la cara y se la echa hacia atrás en un movimiento que arrebata a
cualquiera.
—Dime —susurro.
—¡Vamos, chicos! ¡Estamos muertos de hambre!
Los chicos comienzan a gritar para llamar nuestra atención, así que Leo
sacude la cabeza, como quitándole importancia a lo que me iba a decir, y
finalmente pregunta:
—¿Cuál es tu pizza favorita?
Sé perfectamente que no era lo que me quería decir, pero ya
encontraremos el momento para charlar.
—La barbacoa —le respondo.
El juego de miradas continúa, y cuando empiezo a sentirme mal, me
dice:
—Tú también me caes bien.
Y salimos corriendo hacia el salón.
27

De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Asunto: Socorro

¡Hola!

Siempre me escribes tú, así que hoy he decidido animarme. El otro día me lo pasé muy
bien. Tengo ganas de repetir y ver qué pasa contigo, librero.
Hoy estoy algo triste. Ya te he hablado un poco de la relación con mi padre... Pues bien.
Hoy ha llamado al fijo. Yo estaba esperando una llamada de mi tutor del TFG, que no
tiene ni correo electrónico ni teléfono móvil... Sí, exacto, ¡hasta tu abuelo tiene redes
sociales! Pero tengo que reconocer que es uno de los mejores profesores de la carrera, así
que no tenía alternativa...
En fin, que cogí la llamada y no era don Alfredo. No. Era don «¡Hola, cariño! ¡Cuánto
tiempo sin hablar!». Y ¿qué hice yo? Exacto, quedarme callada. Le escuché decir que
tenía ganas de verme, que a ver si me animaba a ir de visita a Gran Canaria y, mira, me
agobié muchísimo y le colgué. Me siento un poco mal porque prácticamente no le permití
decirme nada, pero es que..., joder. No quiero invitaciones a ningún sitio. ¿Por qué me
llama ahora? No me gusta la gente que actúa sin pensar en las consecuencias. No se
merece mi atención, y punto. Eso sí, espero que mi madre no se entere porque me niego a
recibir otro sermón sobre el respeto que he de tenerle...
Por tanto, como puedes comprobar, estoy tirada en la cama, con el portátil sobre la
barriga, llorando (un poco) y con la necesidad de que me cuentes cosas bonitas (muchas).
Hazme olvidar todo esto, por favor.

Besos,

Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Socorro

Querida Álex:

Siento mucho lo que estoy leyendo. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que
necesites. Como puedes comprobar, soy un buen lector... y también sé escuchar.

¿Que te diga cosas bonitas? Pues bien, vamos allá. Tú lo has querido, que conste, luego no
quiero quejas...

Bonito fue besarte, Alejandra. Bonito fue saber que pensamos igual. Que necesito leerte
para sentirme bien, y verte, verte mucho. Hacía bastante que no me pasaba esto, ¿sabes?
Bueno, creo que nunca me ha pasado. Me refiero a los nervios, la inseguridad, no saber
qué va a pasar..., reconozco que también es una sensación placentera. Te voy a ser sincero:
estoy cagado. Pero me parece tan necesario este miedo, Álex.
Sea lo que sea lo que tenemos, lo que tenga que ser esto..., te juro que voy a absorberlo
todo y guardármelo para siempre.
Los inicios son así, un poco cuesta arriba y a ciegas. Pero me pasa algo contigo, y es que
te observo y te entiendo. Puedo ver todo lo que hay dentro de ti y solo hay flores. Estás
llena de color, de vida..., solo que tú no te das cuenta. Ya verás cómo, poco a poco,
floreces.

Así que sí, rubia. Bonita es la sensación del otro día cuando te tuve cerca. La sensación de
que algo muy grande nos espera juntos.

¿No lo sientes tú también?

Adrián

De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Socorro
Gracias por animarme, Adri. Siempre sabes qué decir. Jamás pensé que acabaría
escribiéndome correos electrónicos con un chico hasta que llegaste tú. ¡Has tenido que ser
tú el que me descubriera esta maravilla!
Yo siento lo mismo: el miedo, las ganas, tus flores... Y lo siento todo como una caricia.
Como si estuviera todo bien cuando estoy contigo. Hagamos que dure.

Álex

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Re: Socorro

Sí, cuidemos el jardín.

Adrián
28
Alejandra

–Deberías contárselo a Álex.


—May, mi vida..., no estoy preparado.
—Y no solo a Álex, deberías tratarlo profesionalmente, Pablo. Yo lo
hice.
—No necesito ayuda de ningún tipo.
—Yo creo que...
—¡Ya basta, May! Es mi hija. Sé cómo tratarla. Solo necesitamos más
tiempo. No insistas ni me des lecciones sobre esto. ¿De acuerdo?
—Y tú eres mi marido. Y, como tu mujer, tengo que decirte lo que haces
bien y lo que haces mal. Te estás equivocando, y mucho. Al final, te
acabarás arrepintiendo.
Sé que está mal escuchar conversaciones privadas, pero oír a mi padre y
a su mujer susurrar ha hecho que me acerque a la puerta de la cocina donde
están ellos, y no me esperaba para nada lo que he oído, menos aún que
acabe prácticamente en gritos.
¿Qué me tiene que contar? Joder, ¿más secretos?
No sé en qué momento se perdió lo que teníamos. Y lo peor de todo es
que cada vez me siento más lejos de él, incluso viviendo en su casa.
¿Para qué propuso esta idea absurda si ni siquiera se acerca a mí? ¿Por
qué huye como si me tuviera miedo?
—Se acabó, no quiero hablar más del tema —oigo a mi padre volver a
bajar la voz—. Déjalo ya.
—Lleva cinco años sin saber nada de ti —le escupe May, y su tono
refleja enfado—. Actúa por una vez con valentía y asume tus errores antes
de que te lleves por delante a todas las personas que te aman. Estoy segura
de que ella sabrá perdonarte en cuanto le cuentes los motivos.
Me doy la vuelta para marcharme a mi habitación, asimilando lo que
acabo de escuchar, con las lágrimas a punto de salir y un dolor en el pecho
insostenible, cuando se me cae el teléfono de las manos, rebota en el suelo y
la conversación se detiene de golpe. Mierda.
May se asoma por la puerta. Veo que también está llorando y las
preguntas se arremolinan a mi alrededor vertiginosamente. Intenta hablarme
y le digo que no con la cabeza. No puedo. Ella sabe que no puedo. Asiente
y coloca un dedo en sus labios, para que no haga más ruido y solo sepamos
ella y yo lo que acaba de ocurrir. Pero sé que vendrá más tarde a darme
alguna explicación.
Recojo el teléfono del suelo y me voy a mi habitación marcando el
número de Adri. Ahora lo necesito más que nunca. Sus palabras. Su
tranquilidad. Su cariño.
—¡Hola!...
—Adri, te necesi...
—Soy Adri. Bueno, en realidad es mi contestador automático. Ahora
mismo no me encuentro disponible. Te devolveré la llamada si me caes
bien, y si no... ¡inténtalo en otro momento! Piii.
Cuelgo automáticamente y tiro el móvil encima de la cama.
Recuerdo tantas cosas buenas de mi padre... Sus camisetas horteras, su
perfume con olor a pino y canela, la manera en la que siempre ha cuidado
de mi madre, aunque el amor haya cambiado de forma..., y cómo cuidaba
también de mí. Cómo me hacía volar por los aires en las piscinas. Cómo me
hacía cosquillas en las plantas de los pies hasta que acababa pegándole una
patada sin querer. Cómo me abrazaba cuando tenía un día malo. Mi padre
era un diez, incluso recién llegado a Canarias mantenía el contacto conmigo
diariamente.
Yo confiaba en la distancia, no pensaba en los problemas cuando en mi
casa todo ha ido siempre armonía, hasta la separación de mis padres fue
idílica.
Irónico que diga esto cuando Adri y yo estamos separados, ¿no? Y en
dos momentos totalmente diferentes de nuestras vidas: yo estoy
descubriendo lo mucho que quiero experimentar fuera de Madrid. Me está
viniendo muy bien, en realidad, tener un nuevo grupo de amigos con los
que hacer planes diferentes y quedarme horas y horas leyendo en la playa
hasta caer rendida.
¿Alguna vez querrá vivirlo conmigo? ¿Se apuntaría a una aventura como
esta, o preferirá quedarse con lo que ya tiene, que no es poco? Jamás lo
separaría de su abuelo, nunca se me ocurriría, pero...
¿Y si me estoy dando cuenta de que en realidad Madrid no es mi sitio?
Llevo un rato llorando sobre la cama, y sin recibir la llamada de Adri,
cuando me llega un mensaje.
Leo:
Estoy en la playa de tu casa.
¿Te vienes?

Álex:
Me pillas en un mal momento.

Leo:
Yo tampoco tengo un buen día,
si te soy sincero.

Además, nunca es un mal momento


para ver el atardecer conmigo.

Pienso en que él también necesita una amiga y que siempre ha estado


para mí. Además, no sé cómo consigue sacarme siempre una sonrisa,
incluso cuando peor me encuentro. Creo que pasar un rato juntos es lo que
mejor nos viene ahora.
Álex:
Dame cinco minutos.

Leo:
Los que necesites.

Voy al baño corriendo, me lavo la cara para limpiarme los restos de la


máscara de pestañas, que ha acabado por todos lados menos donde debería
estar. Me ato el pelo en una coleta alta —no tan bien como la de él, eso
seguro—, con el rosa ya descolorido después de tantos baños en el mar, y
me pongo un poco de brillo de labios para intentar disimular que me los he
estado mordiendo y los tengo despellejados.
Cuando ya me veo lista, que no guapa, salgo de la casa, no sin antes
coger algo de camino. Eso sí, el teléfono lo dejo en la cama. Voy a
desconectar de verdad.
En cuanto abro la puerta del porche, encuentro a Leo sentado en la arena,
casi en la orilla, viendo la puesta de sol. La estampa es increíble, y al
segundo me arrepiento de no haber cogido el móvil para inmortalizarla. La
melena dorada del surfero ondea al viento y él parece ensimismado en la
belleza del paisaje. No se da cuenta de que he llegado hasta que estoy
prácticamente a su lado.
—¿Qué trajiste?
—Tachán.
Saco la botella de vino tinto que he robado de la nevera —lo siento,
May, ya te compensaré— y se la enseño como si fuese un premio.
—Ya veo que realmente estás mal, rubia —me dice mientras me siento
junto a él y abro la botella con gran habilidad.
—Sí, pero no hay nada que no pueda arreglar un buen vino, una playa
bonita y un surfero. ¿No?
—Yo no lo habría descrito mejor.
Le doy un sorbo al vino directamente de la botella y arrugo la cara. Leo
empieza a reírse y me imita.
—Es que soy más de vino blanco.
—Y de beber a morro también, ¿no?
—No quería ponerme a buscar copas y que me descubrieran con las
manos en la masa.
—Eso sería indignante.
—Vergonzoso.
—Bochornoso.
—Lamentable.
—Penoso.
—Claro, imagínate que me pillan con la botella en las manos y la cabeza
metida en el armario buscando las copas —le explico dando otro sorbo—.
¿Qué les diría? «Oh, lo siento, May y papá, es que os he pillado hablando
de algo que me ocultáis, algo que, de hecho, parece bastante grave porque
gritabais, y he salido huyendo porque mi vida siempre ha sido maravillosa y
no sé afrontar los problemas de cara?».
—Yo tampoco he pasado un día increíble —confiesa—. Y no me apetece
darle más vueltas al asunto, así que ¿por qué no nos relajamos un poco y
bebemos?
—Yo no habría podido elegir mejor plan. ¿Qué tal los chicos? —A veces
me pregunto por qué acude a mí y no a ellos cuando los conoce desde hace
años.
—Los mellizos no están en casa, tenían competición de fútbol, y Javi ha
quedado. No me ha querido decir con quién, imagino que habrá ligado.
—¿Y qué hay de Claudia?
—Sé que es buena amiga y me apoyará siempre, pero es tan intensa que
a veces me da justo lo contrario de lo que necesito. Esto —apunta,
señalándonos— es precisamente lo que necesitaba. Un poco de calma.
Leo me pasa un brazo por encima de los hombros y yo apoyo la cabeza
en uno de los suyos, y mi frustración vuelve a salir en forma de lágrimas. Él
no dice nada. Tampoco necesito que lo haga. Simplemente se dedica a
acariciar mi espalda y mi brazo, como haciéndome saber que está ahí para
consolarme. Que puede ser mi apoyo en todos los sentidos. Y yo tampoco
digo nada más porque ya me he desahogado lo suficiente. Así que seguimos
bebiendo, pasándonos la botella, hasta que decido romper el silencio.
—¿Estás bien?
—Lo estaré —confiesa.
—Cuando estés preparado para contármelo, aquí estaré. Lo sabes,
¿verdad? —le hago saber cogiéndole la mano. Ese gesto hace que él asienta
con la cabeza y acerque mi mano a su boca para depositar un beso en ella.
Me fijo en sus labios, manchados de vino, y se me pasa por la cabeza a
qué saben otros labios que no sean los de Adri. Cómo sería besar a otra
persona. Qué sentiría. Al instante me sacudo ese pensamiento y me siento
mal. Jamás haría algo así, pero me pregunto si algún día realmente llegará
ese momento en el que Adri no esté en mi vida y tenga que probar otros
labios.
La tristeza vuelve a mí igual de rápido que se desvanecen estos
pensamientos y el surfero no dice nada, me regala su silencio y su apoyo.
Lo que más necesito en este momento.
Nos quedamos horas ahí, abrazados, mirando lo poco que queda ya de
sol detrás de tanto mar y yo me pregunto cuánto queda de la Álex de
Madrid.
Y cuándo se acabará esta sensación de no pertenecer a ninguna parte.
29
Adrián

Vivo pegado al teléfono. Es algo que criticaba constantemente, sobre todo


en el instituto, cuando veía a mis amigos más interesados por sus pantallas
que por lo que pasaba a su alrededor. No importaba que las chicas que les
gustaban se hubiesen puesto más guapas precisamente para que ellos se
fijasen. No eran relevantes las tonterías que se decían. Daba igual todo: lo
importante era aquel juego al que estaban enganchados, o la foto de alguna
actriz famosa con poca ropa.
Yo odiaba todo eso. Quería vivir en la realidad, fijándome en los
pequeños detalles. En el olor a césped del parque en el que quedábamos, en
cómo nos empezaba a crecer una especie de pelusa en el bigote que no
entendía, o en pensar en el mejor chiste para llamar la atención del grupo.
Ellos parecían obnubilados con esos aparatos de última generación, y yo
que no entendía que sus padres se hubieran gastado un dineral para el uso
que les daban los hijos. Yo no quería móvil. Pero tampoco podía ser un
bicho raro y quedarme al margen. Tenía que avanzar, ¿no? Así que acabé
siguiendo al resto, ahorrando a más no poder con las propinas de la librería
—jamás se me hubiera ocurrido pedirle tal cantidad de dinero al viejo—
para poder comprarme uno. En realidad todo fue con el fin de encajar, de
poder acceder al grupo y no quedar como un marginado. Mi primer móvil
no fue uno de esos con una manzana en la carcasa, pero me servía para lo
básico y con eso me bastaba.
El caso es que ahora no me separo de él para nada. Literalmente.
Duermo con él bajo la almohada, me ducho con él en el retrete por si suena,
incluso casi lo quemo el otro día metiéndolo en el horno sin querer, debajo
de la pizza. Y, además de para comunicarme con mi abuelo cuando uno de
los dos está en la librería, no me separo de él por si Álex me escribe. Por si
me llama. Por si me necesita.
Esta tarde mi abuelo me escribió. Pensé que sería una notificación de la
rubia, pero no. Necesitaba que le bajase rápidamente la edición especial de
El Principito que me había llevado prestada hace días para leerlo por
¿quinta? ¿sexta? No sé, para leerlo de nuevo. Ya había perdido la cuenta. Es
uno de esos libros de los que cada vez que lo lees descubres algo nuevo.
Significados ocultos detrás de las palabras. De pequeño pensaba que me
hablaba, que me decía algo diferente cada vez que lo leía. Un mensaje
exclusivo para mí. Estos son los libros con magia. Aquellos que ves con
diferentes ojos cada vez que los lees y que te atrapan en cada una de sus
lecturas, tengas la edad que tengas. Los leas las veces que los leas.
Una de las mejores amigas de mi abuelo —y una de las clientas más
fieles— lo quería porque en su día —maldito el día— le hablé
maravillosamente de él. Además, era un ejemplar único en la librería, uno
de esos de segunda mano que ya no se veían por ningún sitio.
Bajé corriendo a prestárselo —dejándole muy claro que era mío
ofreciese el dinero que ofreciese— y, de paso, a saludarla. Era una señora
muy agradable y siempre me dejaba buenas propinas.
—Ya sabe, Mari, que notaré perfectamente si dobla alguna página. Lo
quiero intacto, por favor.
—Ya empezamos —gruñó mi abuelo.
¿Acaso estaba intentando incomodar a nuestra clienta favorita?
—Mi librero y sus manías. Anda, dime cuánto quieres. Mi nieta se
moriría por él y ya sabes que es un encanto. Seguro que le gustaría
comentarlo en la escuela con sus amigas.
—Venga, hijo, dáselo ya y déjate de tonterías. Aquí tienes cientos de
libros por leer.
Pero ¿de qué iba mi abuelo? Él mismo tenía una colección de ejemplares
únicos de Alicia en el país de las maravillas y puedo dar por seguro que
jamás dejaría que nadie —ni yo mismo— tocase alguno de esos libros. Los
tiene como oro en paño, en una vitrina de cristal que los protege del polvo
—y de cualquiera que fuese capaz de ponerles un dedo encima—.
—Perdone que no se lo venda. Es mi edición favorita de todas las que
tengo, por eso me la quedé. Yo se lo dejo porque confío en usted. No me
falle, eh —le dije guiñandole un ojo, sabiendo que le encantaba, y
dedicándole una mirada de «¿puedes callarte, por favor?» a mi abuelo. Él
volvió a refunfuñar y puso los ojos en blanco.
—No te defraudaré.
Agarró el libro seria, casi abrazándolo, y en su rostro pude ver que
entendía a la perfección el cariño que le tenía al libro. Era verdad que
confiaba en ella y sabía que lo cuidaría como si fuese un tesoro. Me pellizcó
la mejilla —todavía recuerdo el dolor— y se fue, contentísima por poder
leerlo después de tanto tiempo insistiendo.
—Abuelo, pero ¿desde cuándo regalamos nuestras ediciones favoritas?
¿Estás loco?
—Menuda tontería.
—¿Ah, sí? Pues déjame la edición francesa de tu colección.
—Ni en sueños.
Noté que se ponía nervioso porque tiene el mismo tic que yo, esa dichosa
manía de subirse constantemente las gafas con el dedo anular a pesar de
tenerlas bien colocadas, o el gesto de enmarañarse el pelo para aclarar sus
ideas.
—Perdona, hijo, es que doña Mari... —¿Perdón?—. De pequeños... Ya
sabes...
—¿Estuvisteis juntos?
—Jamás —respondió rápidamente—. Ambos tomamos caminos
diferentes en la vida. Ella acabó con Rodrigo Fuentes, el del bar, que
falleció hace un par de años, ¿recuerdas?, y yo me enamoré de tu abuela, ya
conoces la historia. Pero antes de conocer a nuestras parejas, nos dejábamos
notas escondidas en el banco del paseo marítimo, en el verde. Tonterías de
niños.
—¿Notas de qué tipo? —La curiosidad me estaba comiendo.
—Pues... ¡notas de niños!
Mi abuelo empezó a gesticular nervioso con las manos y se fue a atender
a unos clientes. Entendí que era un tema que le hacía cosquillas, así que no
insistí y volví a casa.

Cinco minutos. Solo fueron cinco minutos los que estuve con Mari y mi
abuelo en la librería.
Cuando subí, tenía una llamada perdida de Álex.
Cuando la llamé, no respondió.
Cuando esperé, su llamada no llegó.
Fue ese día cuando todo empezó a emborronarse un poco.
30
Alejandra

Recuerdo la emoción que tenía por conocer mejor a Adri. Después del
primer beso, quedó claro que entre nosotros había surgido algo especial que
había que cuidar y mantener. Cuando quedábamos, no podíamos parar de
besarnos.
Ya llevábamos varias semanas así cuando dio un paso más. Aquella tarde
su abuelo se encargaba de la librería. Tocaba club de lectura y precisamente
iban a comentar uno de sus libros favoritos, Rebelión en la granja. Recibí
un mensaje.
Adri:
¿Qué es lo que más te apetece ahora mismo?

Álex:
Helado de galletas.

Adri:
Pensé que sería verme o algo así.

Álex:
Ah, sí, eso también.

Jugábamos a picarnos. Constantemente. Y llevaba razón: lo único que


me apetecía era verlo todo el rato. Todos los días. Pero eso no se lo podía
decir conociéndonos de tan poco tiempo. No quería que saliese corriendo.
Adri:
Te ofrezco algo.

Álex:
Sorpréndeme, librero.

Adri:
Helado y el chico de tu vida.
¿Qué me dices?

Álex:
¿Helado y Zac Efron?
¡Me apunto!

Adri:
Bueno, me refería a mí mismo.
Pero ciertamente yo también adoro a Zac Efron.

¿Te apetece conocer mi piso?

Bueno, el piso donde vivo con mi abuelo.


Esta tarde le toca a él en la librería.

No puedo decir que no me diera cuenta de la situación: íbamos a estar


solos allí. Y como aquellos días no habíamos podido separarnos el uno del
otro, sabía qué podía pasar. Y quería que pasase.
Esa misma tarde me presenté en la dirección que me indicó. Fui muy
nerviosa, no lo podía evitar, pero a la vez sentía mucha curiosidad por ver
dónde vivían Adri y su abuelo, cómo sería su entorno y, por supuesto, si
daríamos un paso más en nuestra relación.
Me vestí lo más sencilla que pude: top amarillo, shorts vaqueros y mis
Converse de flores. Me hice dos trenzas de raíz y me maquillé ligeramente.
Cuando llegué a su piso, lo primero que me dijo, como siempre, fue que
estaba preciosa. Solo él sabía sacarme los colores.
El piso en el que vivían era pequeño pero acogedor. Fue muy curioso ver
por todos lados figuras frikis y pósteres mezclados con una decoración
clásica.
—Así que aquí vivís Paco y tú.
—Siento el caos, normalmente está todo más ordenado, pero anoche mi
abuelo se puso a limpiar los cómics y acabó todo peor que antes. Tiene la
costumbre de no terminar lo que empieza. Bueno, en realidad yo soy igual,
así que no debería criticarle porque es como criticarme a mí mismo, ¿no?
En fin, espero que te guste el piso. Podemos quedarnos aquí, en el salón —
paró un segundo para respirar y continuó con su discurso de carrerilla—, o
ir a mi cuarto si allí te sientes mejor. Pensé que quizás aquí podríamos ver
una película más cómodos, mi habitación es mucho más pequeña. He
sacado varias opciones —me las tendió y comenzó a andar de un lado a otro
—. Por un lado, podemos ver El pianista: un clásico que no falla, aunque
quizás es demasiado larga; Cementerio de animales, de Stephen King, es
muy buena adaptación, da miedo pero no mucho; si te apetece algo de
Disney, El Rey León es un peliculón y no acepto que digas que no; bueno,
en realidad sí que lo aceptaré porque imagínate que ahora es esa película, la
mejor del universo, la que hace que ya no quieras saber nada más de mí.
Sería un poco triste, pero bueno. También pensé...
—Adri.
Tuve que pararlo. Cada vez hablaba más deprisa y se iba poniendo más
colorado. Me di cuenta al momento de que quien estaba realmente nervioso
era él. No paraba de moverse, de hablar, de tocarse el pelo y subirse las
gafas.
—Ya lo he vuelto a hacer, ¿no?
—No pasa nada. Podemos ver lo que sea. He venido a verte a ti, lo
demás da un poco igual, ¿no crees?
Sonrió y asintió. Me daba mucha ternura cuando se ponía así, pero
también me alegraba ver que era capaz de calmarle los nervios, de relajarlo.
Finalmente optamos por El Rey León, ya que a los dos nos gusta mucho.
Adri se sentó a mi lado en el sofá, pero sin aproximarse demasiado. Notaba
cómo me miraba cada poco tiempo, no sé si para comprobar que seguía ahí,
con él, que era real, o para ver si estaba cómoda. Me transmitía sus nervios
y ahora era yo la que no dejaba de mirarlo.
En una de esas nos miramos a la vez y no pudimos evitar romper a reír.
Me dolía la tripa de reírme tan fuerte y a él se le escaparon hasta las
lágrimas. ¿No son esos los mejores momentos? Cuando te das cuenta de
con quién estás, cuando puedes ser tú mismo sin miedo a que el otro piense
que estás loco.
Él se levantó para traer un poco de agua. A la vuelta, con los dos vasos
llenos hasta arriba, tropezó con una caja de cómics que había justo a sus
pies, en el suelo, y fue a parar encima de mí, empapándonos por completo.
Los dos callamos de golpe.
En un segundo me encontré tumbada bocarriba en el sofá, con Adri
encima de mí mirándome muy serio. Yo también lo miraba a él. Podría
haberme quedado en ese momento toda la vida. Él me miraba como nadie
lo había hecho. Cuando una persona te mira así, lo sabes. Sabes que todo
cambia y que solo existe ella. Esos ojos. Sus pestañas detrás de sus gafas.
Sus labios pidiendo estar más cerca de mí. Y cuando llegó el beso, empezó
la magia.
Nos habíamos besado mucho esa semana y de muchas formas: con
timidez, con pasión, con prisa, con más humedad... Esa tarde noté que el
beso era distinto. Intenso. Lento y con ganas. Nos moríamos de ganas.
Me sostuvo la barbilla con la palma de la mano y me atrajo más hacia él
para profundizar el beso. Podía sentir su cercanía en todo mi cuerpo. Y con
mis manos, lo atraje hacia mí todo lo que pude. Parecía que estábamos
hechos para estar así. Para besarnos así. Para sentirnos así.
Adri se movió ligeramente y me estremecí al notar su erección bajo la
ropa. Un cosquilleo me invadió cuando movió sus caderas contra mí y se
me escapó un suspiro. Él gruñó y me mordió suavemente el labio. Si
continuaba así, no aguantaría mucho tiempo más.
Metí una mano bajo su camiseta, porque necesitaba sentir su piel,
cuando Adri se separó unos centímetros de mí. Nos quedamos así,
mirándonos, respirando profundamente y con ganas de avanzar, pero noté
preocupación en su rostro.
—¿Qué pasa? —Me preocupé.
—Yo...
¿Es que no le gustaba? No tenía sentido, claro que le gustaba. Eso se
nota y allí, en ese salón, había una atmósfera de tensión y ganas. Adri me
miraba muy intensamente, de los ojos a los labios y vuelta a empezar. Podía
darme cuenta de que quería decirme algo y, a la vez, seguir besándome y no
estropear el ambiente que se había creado. Pero yo quería que se sincerara
conmigo. En esas semanas nos habíamos dado cuenta de lo importante que
era ser honestos el uno con el otro. Él lo sabía prácticamente todo de mí, y
yo también quería saberlo todo de él. Así que, muy a mi pesar, me incorporé
un poco y él se apartó, sentándose a mi lado.
—¿Estás bien?
—Perdona, Álex, yo...
No le salían las palabras y eso me preocupaba. Alargué la mano y le
acaricié el pelo, haciéndole ver que estaba ahí, que no me iba a ir. Pareció
que se tranquilizaba un poco, se sentó recto y se alborotó los rizos.
—Puedes contármelo.
—Nunca me he acostado con nadie —soltó de golpe—. La verdad es que
no me había gustado nadie como para ir más allá hasta que te conocí. Y
tengo muchas ganas, joder, no he podido parar de imaginármelo. Pero sé
que tú sí has estado con chicos y, mierda, Álex, yo quiero ser un diez para
ti. Quiero gustarte. Deseo que disfrutes y que...
Lo noté tan frustrado que no pude evitar sonreír. Él dejó de hablar al ver
mi reacción y se quedó congelado.
—¿Es eso lo que te preocupa? ¿Qué no me gustes?
—No sé si lo voy a hacer bien y...
—¿Qué te parece si nos relajamos y fluimos? —Le acaricié la cara y
volvió a mirarme como antes—. ¿Qué tal si vemos hasta dónde llegamos,
sin presión? Y si te sientes mal o incómodo, paramos. Y yo haré lo mismo.
Hasta que encontremos lo que nos gusta. ¿Qué te parece?
Adri asintió con la cabeza, más tranquilo, y yo también me relajé. Lo
entendía a la perfección, ya había pasado por eso y no era motivo suficiente
como para que dejara de gustarme. Me alegró su honestidad, su necesidad
de contármelo antes de dar el paso. A mí no me preocupaba que no tuviese
experiencia, ¿por qué iba a preocuparle a él? Lo esencial es difrutar. Ya nos
conoceríamos poco a poco.
Así que lo ayudé. Me senté a horcajadas sobre él y volví a besarlo. Me
moría por regresar al punto en el que lo habíamos dejado. Era electrizante.
Esa intimidad, esa intensidad en su mirada.
Adri volvió a ser el de antes. Cuando vio que todo iba bien, cogió
confianza en sí mismo, me agarró de las trenzas, tirando un poco hacia
atrás, sin llegar a hacerme daño, para así tener más acceso a mi cuello. En el
momento en el que sus labios besaron esa zona, me perdí. Y cuando
nuestras manos descubrieron nuevos lugares, pensé que estaba en un sueño.
Esa tarde en aquel sofá Adri y yo, algo torpes, nos conocimos por
completo. Pese a ser su primera vez, los dos llegamos al final sin
problemas. Nos fuimos hablando, sintiendo y descubriendo. Hablamos con
nuestros cuerpos, con un lenguaje nuevo, y nos encontramos.
Y supimos que lo nuestro era algo de verdad.
Cuando llegué a mi casa, entrada la noche, descubrí una nota en el
bolsillo trasero de mis shorts.

Quizás soy un poco Romeo,


enamorado a primera vista.

Y tú un poco Julieta,
leyendo de mí palabras bonitas.

Pero apareciste vestida de valiente,


prometiéndonos historia
más allá del balcón.

Yo no quiero romances trágicos,


o finales si hablo de ti.

Y es que hasta Shakespeare lloraría


porque esta historia
ni él la puede escribir.

ADRIÁN
31
Adrián

No fue nada fácil decirle a Álex que todavía no lo había hecho con nadie.
Pero es que nunca una chica me había atraído de tal forma. Es algo que no
le había contado a nadie porque hoy en día es muy raro encontrarse a un
chico de veinte años que todavía no ha perdido la virginidad. A mí ese tema
nunca me ha preocupado, sabía que acabaría pasando, pero quería hacerlo
con alguien que me hiciera sentir cómodo.
Realmente no ha sido sencillo conocer a alguien ni intimar de esa forma
al vivir con mi abuelo y trabajar casi todos los días desde los dieciséis años.
Me fui alejando de mis amigos conforme la vida se complicaba: hacerse
mayor tiene ventajas y desventajas, y las facturas tenían que ser pagadas.
Mientras todos salían de fiesta, ligaban y viajaban, yo me quedaba con mi
abuelo. Poco a poco encontré la felicidad en los pequeños detalles y
descubrí que no tengo motivos para seguir el ritmo de lo que hace la
mayoría de la gente. Cada persona tiene sus circunstancias en la vida y es
libre de tomar sus decisiones y hacer lo que quiera en el momento que
quiera.
¿Quién establece los tiempos para hacer determinadas cosas?
Reconozco que contárselo a Álex me dio algo de corte, pero no por el
miedo a hacerlo, sino por querer que ella disfrutara conmigo como yo
esperaba disfrutar con ella. Sabía que tenía experiencia, y reconozco que
está mal..., pero las comparaciones son odiosas. Yo quería que me viese
como yo la veía a ella y que disfrutara como nunca. Besándola ya me hacía
sentir increíble y estaba seguro de que estar dentro de ella iba a ser todo un
viaje. Quería explorarla, saborearla y escucharle decir mi nombre entre
susurros hasta no poder más.
Juro que casi me corro con su primer gemido.
Lo que sentí con ella fue indescriptible. Y más allá del placer físico, que
no fue poco, nos dimos cuenta definitivamente de que encajamos. Ella es
fuerte, segura y toda una revolución en mi vida. Yo un caos que consigue
que se olvide de sus problemas. La combinación perfecta.
Desde ese día no paramos de buscar ratos libres para encontrarnos. A
veces, simplemente venía a la librería a darme un beso. Otras, nos
escondíamos detrás de la caja y dejábamos que nuestras manos explorasen
sobre la ropa. Y también tuvimos que meternos en el almacén un par de
ocasiones para explorar, pero bajo la ropa.
Uno no sabe lo bonitas que son las ganas hasta que las experimenta de
verdad. Y yo las quería todos los días.
Mi abuelo lo sabía todo, a él no le engaña nadie. Sin embargo, supo
guardar las distancias y no preguntar en exceso. Al final somos iguales, y
estoy seguro de que sabía perfectamente el torbellino de emociones que
sentía con Álex.
Fue a las pocas semanas cuando me dijo algo que se me quedaría
grabado.
—Muchacho, te veo feliz, como nunca. Me alegra que hayas encontrado
a alguien. Álex me recuerda a tu abuela, ¿sabes? Carismática, con carácter,
preciosa... Pero esas personas, hijo, tienden a volar. Porque son libres.
Necesitan cada vez más. Y no es malo, ojo. Son diferentes a nosotros. Te
aconsejo que disfrutes, que la ames, que la entiendas..., pero tienes que
saber también cuándo animarla a alzar el vuelo y crecer. Si te quiere, ahí
estará. Y tú para ella. Eso seguro.
Ahora entiendo esas palabras.
32
Alejandra

–¡Déjame en paz!
—¡Déjame tú!
—¡Cállate!
—¡No quiero!
—¡Eres feo!
—¡Somos iguales!
—¡Tú más feo!
—¡Y tú más tonto!
Mi padre y May salieron hace una hora de cena romántica, así que me ha
tocado quedarme cuidando de los pequeños que, ahora mismo, no paran de
discutir y gritar. Los dos tienen una energía inexplicable y he de reconocer
que me parecen muy graciosos, incluso cuando están llenos de ira. Pasan
tanto tiempo juntos que es normal que discutan. Yo me he criado como hija
única toda mi vida, y muchas veces he deseado tener un hermano con el que
poder compartir juegos. Con el paso de los años, he aprendido que también
está bien ser solo una: todas las atenciones son para mí y no tengo que
compartir nada con nadie. Ventajas, ¿no?

Cuando era pequeña y mis padres todavía seguían juntos, no paraba de


pedirles un hermano.
—¡Por favor, papi! ¡Uno pequeñito!
—Alejandra, ¿tú sabes lo que sería tener un hermanito? ¡Tendrías que
limpiarle la caca!
—Pero no sería mi hijo, sino el vuestro.
—Pero tú, como hermana mayor, tendrías que colaborar. ¿O es que
tenemos que hacerlo todo los padres? —gruñó bromeando.
—Yo sería superbuena hermana mayor —dije totalmente en serio—. Si
lo tengo que limpiar..., ¡pues lo limpio! Porfa, porfa... ¡Lo necesito para
vivir!
Mi padre rompió en carcajadas llamando la atención de mi madre, que se
asomó a la puerta de mi habitación, donde estábamos tirados en la cama
hablando del tema. A él las piernas le sobresalían de mi pequeña cama y yo
jugaba a estirarme para ser igual de alta.
—¿Qué estáis tramando por aquí? —preguntó tumbándose en la cama
con nosotros, donde a duras penas cabíamos los tres.
—Un hermanito —respondí decidida, mirando las estrellitas que
alumbraban mi techo y que habíamos colocado mi padre y yo semanas
atrás.
—Entonces algo tendré que opinar yo, ¿no? Que soy pieza clave en ese
rompecabezas.
—¡Y tan importante! —respondió mi padre, que seguía sin parar de
reírse.
—Mami, ya lo hemos decidido. —Me incorporé para explicárselo
seriamente y que me entendiese—. Tú lo tienes, yo juego con él y lo limpio,
como me ha dicho papi, y luego él paga sus juguetes... ¡Así colaboramos
todos!
En ese momento ella también rompió a reír y yo no sabía ya qué más
podía hacer para que me tomaran en serio. Sí, solo tenía cinco años..., pero
¡tenía toda lógica lo que decía!
Mi padre me vio confusa y me echó el brazo por encima. Yo adoraba
cuando hacía eso, me sentía segura, protegida por su cuerpo, y me sentía la
niña de sus ojos. Me miró sonriendo y susurró:
—Yo prefiero quedarme contigo, princesita, que ya bastante guerra das.
—Pablo, ¡no le digas esas cosas a la niña! —le regañó mi madre
mientras le quitaba el brazo para poner el suyo.
—Vosotros no lo entendéis, sois unos mayores aburridos...
Mis padres se miraron y fue ella la que prosiguió, calmándome.
—No es fácil tener un hermanito, Alejandra. Requiere tiempo, paciencia,
dinero y hay que darle mucho amor. Ahora mismo trabajamos mucho y no
disponemos de lo que se necesitan para ser papis. Lo entiendes, ¿verdad?
—Claro que lo entiendo —afirmé—. Aunque, ahora que lo dices, hay
algo que no me queda del todo claro...
—Dime, cariño —dijo mi madre acariciándome el pelo.
—¿Cómo se hacen los niños?
Mis padres se miraron y poco a poco el color rojo fue impregnando sus
caras, parecía que iban a reventar, hasta que no pudieron más e incluso
lloraron de la risa.
Tardaría varios años en saber la respuesta a esa pregunta.

Finalmente los pequeños se han quedado rendidos. Se han pasado toda la


noche viendo El libro de la selva, les hice palomitas y no pararon de
tirárselas el uno al otro. No admitiré delante de sus padres que yo también
participé en la batalla.
Los miro dormir en el sofá, cada uno hacia un lado y yo en el centro, y
no puedo evitar compararlos con mi padre. Tienen su mismo pelo rubio,
como el mío, que les llega a las orejas; también compartimos pecas, y
ambos son muy delgados, ágiles y fuertes, hechos a medida para surfear.
Me encanta la relación que tengo con ellos. Son pura inocencia y me
tratan como una más de la familia. Por fin me siento como esa hermana
mayor que siempre quise ser.
A los pocos minutos, suena la puerta de casa y entran en el salón mi
padre y May. Llegan algo contentos y sonrojados, intuyo que han disfrutado
de la noche con una buena botella de vino. May va preciosa, con un vestido
negro de tirantes ligero, que le llega hasta los tobillos. Lleva su melena
pelirroja suelta, con unas ondulaciones que acentúan su cara aún más, y los
labios pintados de burdeos.
—Oh, Álex, mi niña, gracias por cuidarlos —susurra cogiendo en brazos
primero a Rayko para llevarlo a su cama.
Mi padre va corriendo hacia ella para ayudarla cogiéndolo él. May se lo
agradece casi en silencio y se marcha a la cocina a hacerse una manzanilla
antes de acostarse. Yo decido que es momento de acostarme también, así
que apago la tele, recojo los refrescos y los restos de palomitas y voy hacia
mi habitación.
Cuando ya estoy a punto de meterme en la cama, con el pijama puesto,
dos golpes en la puerta llaman mi atención.
—Dime, May.
—Soy yo —responde mi padre—. ¿Puedo pasar?
—Ya me iba a dormir —le digo, intentando evitar que entre.
—Serán solo unos minutos.
Mi padre abre despacio y se queda ahí, intentando evitar ponerme
nerviosa. No sé por qué me trata con miedo. Reconozco que últimamente
no he sido la más simpática con él, pero conoce los motivos. ¿De verdad
vamos a tener esa conversación ahora? Ya lleva el pijama puesto y se le ve
algo cansado.
—Solo quería agradecerte que te hayas quedado con los peques esta
noche. May y yo no hemos pasado por una buena etapa y nos ha venido
bien salir un rato...
—No hay de qué.
«Eso es, Álex. Respuesta rápida, sencilla y directa. Conversación que
fluye, conversación que acaba. ¡A dormir!».
Me doy la vuelta para ver si así mi padre decide irse, y él da un paso
hacia mí, algo dubitativo.
—Echaba de menos verte cada día. Me gusta tenerte en casa.
—Pues no se nota.
—Ya...
Qué se vaya de una vez, por favor...
—Te veo mejor desde que llegaste. Más contenta. Creo que has conocido
ya a Leo, es muy buen chico, a veces me ayuda con las exposiciones y...
—Qué bien. Buenas noches, papá.
—La semana que viene tengo una exposición importante. ¿Te gustaría
venir? Puedes traer a Leo si así te sientes mejor...
¿Cómo le puedo explicar de manera clara que no me apetece en absoluto
ir a su exposición? ¿Cómo le puedo decir que no me interesa lo que tenga
que decirme?
—Ya lo vamos viendo...
—Sí, claro... Te dejo las dos entradas por aquí, en tu mesilla, ¿vale?
Espero verte... Me gustaría mucho.
—A mí también me habría gustado verte en mi graduación —le
respondo cortante.
Él se queda en silencio y asiente, dándome la razón. Abre los labios y los
cierra en repetidas ocasiones, como si estuviera a punto de decirme algo
pero no le saliera la voz.
Finalmente se acerca a la mesilla a dejarme las dos entradas y veo que
pretende darme un beso en la mejilla, por lo que me aparto bruscamente y
me tapo hasta arriba.
—Buenas noches.
—Buenas noches, cariño.
¿Algún día dejará de afectarme tanto esto?
33
Adri:
Álex,
perdona que ayer no te respondera
la llamada a tiempo. Estaba en la
librería con una clienta de mi abuelo.
¿Todo bien?

Álex:
Hola.
Lo de siempre.

Adri:
Has estado dos días sin contestarme.
¿Va todo bien?
¿Ha pasado algo con tu padre?

Álex:
Ajá.
Me ha invitado a una expo suya
y no sé si ir. Ya veré.

Adri:
¿Estás bien?

Álex:
Genial, me pillas ahora tomando algo
con el grupito.

Adri:
Ah.

Ya veo que has encajado genial.

¡No me sorprende!
Álex:
Jaja.

Adri:
Me alegro un montón.

Álex:
Gracias.

Adri:
Oye, ¿de verdad que estás bien?

Álex:
Sí, claro.

Adri:
Te devolví la llamada a los pocos
minutos y ya no he sabido nada de ti
hasta ahora.

Álex:
Perdona, estoy intentando desconectar un poco del
teléfono. Al final vino Leo
y nos tomamos algo en la playa.

Adri:
Sí, genial, lo entiendo.
Pero también me gusta hablar contigo.

Álex:
Y a mí.

Adri:
¿Qué tal con tu propósito en la isla?

Álex:
¿Qué propósito?

Adri:
Pues la idea de irte para... ya sabes...
«Encontrarte».

Álex:
Ah, sí.
En ello estoy.

Adri:
Nada, ¿no?

Álex:
Nop.

Adri:
Quizás deberías darle una vuelta..

Álex:
¿Me estás queriendo decir algo?

Adri:
No sé, Álex.
Ya llevas más de un mes allí.
Fuiste para algo y no creo que te estés esforzando en pensar
en qué quieres para tu futuro.

Álex:
Y tú qué sabrás...

Adri:
Porque las veces que hablamos...
Mejor dicho, las pocas veces que hablamos,
te las pasas comentando lo malo que es tu padre o lo bien
que lo pasas con tu grupo.

Álex:
¿Estás celoso?

Adri:
¿Debería?
Joder, Álex, que no es eso...

Álex:
Pues lo que parece.

Adri:
Lo que parece es que creo que te estás perdiendo más de lo
que estabas.
No piensas en el futuro y en algún
momento tus padres se cansarán de darte dinero y
mantenerte.

¿No te das cuenta de que es una


especie de ultimátum?

Una última oportunidad para que pienses a qué te quieres


dedicar y tomes las riendas de tu vida.

Quizás deberías aprovecharla. No todo el mundo tiene esas


oportunidades.

¿Álex? ¿Hola?

No afrontas tus problemas, y eso no es bueno. Siempre


huyes.

Avísame cuando quieras hablar conmigo


sin salir corriendo.
34
Alejandra

–Lo siento, chicos, ahora vuelvo.


Dejé la cerveza que me estaba tomando con el grupo a la mitad y salí del
local a respirar un poco de aire fresco.
Los mensajes de Adri me habían herido, así como que no me cogiese el
teléfono cuando lo necesitaba.
Se supone que las relaciones a distancia funcionan así, uno está
pendiente del otro en cada momento y tristemente tiene que ser a través de
una pantalla.
Dice que no me planteo las cosas pero... ¿y él?
Lleva prácticamente toda su vida en la librería. Es su vida. ¿No tiene
más aspiraciones? ¿No se muere por salir a descubrir qué le depara el
mundo? Conocer otros lugares, hacer amigos...
Solo tiene a su abuelo.
Y, lo peor de todo, es que se conforma con eso. Los libros y su abuelo.
Su pequeño piso y las páginas polvorientas.
Sé que, en parte, lleva razón. Me mudé aquí convencida por mis padres
de que me vendría bien para descubrir qué quiero hacer en la vida, a qué me
quiero dedicar, si quiero seguir estudiando... Y no, todavía no lo he
descubierto.
¿Cómo se supone que se hace? ¿De qué manera encuentra la gente su
vocación? ¿Cuándo se dan cuenta de qué es lo que realmente les apasiona?
¿Cómo descubrió Adri que su vida estaba en los libros?
Me tienta volver a escribirle y preguntarle, pero sigo afectada por la
dureza de sus palabras. Además, me ha pillado en un buen momento.
Disfrutaba de mis amigos, el día estaba saliendo redondo y lo ha arruinado
todo.
Adri es todo paz, calma y no desasosiego. ¿Por qué ha sacado de repente
ese mal carácter en sus mensajes? Imagino que tendremos que pasar por
este tipo de situaciones. Es muy difícil entenderse así, sin tenernos cerca
para arreglar los problemas.
Esta tarde hemos venido a Las Palmas de Gran Canaria. Aquí el
ambiente es totalmente distinto al del sur y también me gusta. May nos ha
dejado la furgo, por lo que hemos podido venir todo el grupo sin problemas.
La isla se recorre muy rápido, hemos tardado menos de una hora, que se
han pasado volando mientras escuchábamos canciones de todo tipo: yo
ponía a Vetusta Morla, mientras que Leo se moría por poner a Taylor Swift;
los mellizos querían poner Estopa; Claudia se decantaba por Beyoncé y Javi
quería canciones Disney. La mezcla ha sido muy interesante y a la vez
divertidísima. Ver a todo el grupo cantar Let it go como si fuesen Elsa de
Frozen ha sido espectacular, sobre todo Leo, con su melena rubia al viento,
sacando la cabeza por la ventana e imitando a la princesa. No podía parar de
reír. Ha sido uno de esos momentos que, seguro, quedarán en mi memoria
para siempre. De hecho, al aparcar en la ciudad decidimos que sería buena
idea buscar algo para decorar la furgo, tal y como hace May.
Leo encontró en la guantera un rotulador permanente azul, y a nosotros
se nos iluminaron los ojos por completo. Después de pensar durante un
buen rato qué sería lo más idóneo, se me ocurrió una idea:
—Chicos, dadme el rotu.
Todos me miraron sorprendidos.
—¿Ya lo tienes? —preguntó Leo.
—Ajá.
Me acercó el rotulador y le quité la tapa con la boca, manteniéndola ahí
mientras me acercaba al lugar que había elegido, debajo de un espejo
redondo pequeñito que tiene May colocado donde están los asientos que se
transforman en cama plegable. Justo estaban sentados ahí los mellizos y
Javi, por lo que tuve que ponerme encima de ellos para abrirme paso
mientras me movían y me hacían cosquillas.
—¡Si no me dejáis, va a quedar fatal!
—¿Qué vas a poner? ¡Dínoslo o acabaremos contigo! —gritaban como
locos.
—Ya veréis, ya veréis...
En el mismo momento en el que pararon de hacerme bromas, escribí
rápidamente lo que quería, le puse la tapa al rotulador y se lo devolví a Leo.
Estaba contenta con el resultado y sabía que al grupo le iba a encantar.
—Aquí tienes.
—Let it go?
—¿Qué te parece?
—Perfecto.
Leo se quedó mirando asintiendo con la cabeza. Le gustaba. El resto del
grupo también asentía y sonreía mientras, entre todos, nos abrazamos. Ya
estaba hecho. Ahí quedaría el recuerdo marcado. ¿Cuál sería el siguiente?

Ha sido después de tomar un par de cervezas, cuando el alcohol ha hecho de


las suyas y ha decidido por mí que sería muy buena idea escribirle a Adri.
Estoy algo resentida. No sé si esperaba que me ponga en contacto con él,
pero no me apetece. Siento que últimamente la cosa se está enfriando: yo le
cuento siempre lo mismo, y él a mí. No le pasa nada interesante en su día a
día, y a mí me da cosa contarle lo bien que me siento con el grupo en la isla.
Estoy encontrando mi sitio aquí.
No quería seguir con la conversación porque no me gustaba su tono, así
que he apagado el teléfono y he salido fuera del bar.
Ya llevo unos minutos aquí cuando se acerca Claudia.
—Oye, ¿qué ha pasado? Estabas genial y, de repente, te ha cambiado la
cara.
—He discutido con Adri.
Mi amiga tuerce el gesto y me pone una mano en el hombro.
—¿Quieres contármelo?
—No sé, Clau —respiro hondo, cuento hasta tres y decido que me
vendrá bien desahogarme con ella—. Últimamente noto la relación
estancada. No nos contamos cosas nuevas, por lo que no siento la necesidad
de hablar con él todos los días. Y creo que no debería ser así, ¿no? Por lo
que sé de este tipo de relaciones, la comunicación es muy importante, para
hacer ver al otro que estás ahí siempre que te necesite. Ayer él no estuvo y...
me sentí mal, pero después llegó Leo y...
—¿Cómo que llegó Leo?
Claudia puso cara de sorpresa y se acercó más para que nadie nos
escuchase. Los chicos podían salir en cualquier momento para ver qué
estamos haciendo las dos afuera.
—Pues justo me escribió para vernos en la playa de mi casa y al final
nos pasamos horas allí y... se me fue de la cabeza toda la movida con Adri,
me olvidé de él en ese rato.
No me puedo creer que lo esté diciendo en voz alta. Últimamente se me
ha pasado por la cabeza que tal vez aún no llevo demasiado tiempo fuera de
Madrid como para extrañarlo, porque... no lo extraño. ¿Quizás es una señal
de no estamos tan bien como creíamos?
—¿Y tú crees que él sí lo hace? —me pregunta Claudia.
—Creo que estamos sintiendo los dos lo mismo, pero nos falta
confesarlo. Si me echase de menos..., ¿no me llamaría todos los días o haría
por escaparse un fin de semana a verme?
—Bueno, llevas poco tiempo aquí.
—El que sea. Siempre he pensado que, si tienes ganas de hacer algo, has
de hacerlo. Él sabe que lo he estado pasando mal y lo único que hace es
decirme que todo mejorará y que piense en qué quiero hacer en mi vida.
—¿Y lo estás haciendo?
—Pues no. Pero es que no me apetece. Estoy conociendo la isla,
conociéndoos a vosotros, conociendo prácticamente a la familia de mi
padre... Necesito tiempo.
Se me emborrona la vista y noto que Claudia me abraza y me susurra:
—Aquí me tienes cuando necesites escapar, ¿vale?
—Gracias, de verdad.
—A ti por llegar, al grupo le hacía falta una carita nueva como la tuya.
Me agarra de la cara como si fuese un bebé y me la aprieta hasta que me
saca una sonrisa.
—Anda, volvamos dentro... ¡que la noche es joven!
Mi amiga levanta los brazos mientras grita y entra en el local
contoneando las caderas. La verdad es que Claudia es sexi hasta haciendo el
tonto. Sonrío mientras la veo entrar, me seco las lágrimas y decido que ya
mañana me preocuparé de los problemas.
Hoy toca disfrutar con mis amigos.
35

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: ¿Sabías qué...?

¿Sabías que hoy hace tres meses que nos conocemos?

Ahora mismo, en la librería, se han llevado la edición de Hamlet que te llevaste tú la


primera vez que pisaste Librería Hogar. Bueno, la misma no, por que tú te la llevaste de
segunda mano, tapa rústica, esas ediciones de páginas amarillas. Lo recuerdo a la
perfección. El caso es que se han llevado una parecida y me he acordado de ti (reconozco
que también he buscado en la caja los datos de ventas del libro y así he podido averiguar
que, efectivamente, viniste hace tres meses). Qué perdida estabas entre tanto libro.
Y preciosa, por supuesto. Tanto que no me pude resistir y me acerqué a ayudarte. A
«ayudarte», ya sabes. Porque tampoco hice mucho. Ni tú. Me hiciste caso, y ya conoces
todo lo que ha traído consigo una conversación de varios minutos.
¿No te parece curioso? Me refiero a ese «algo» que te hizo entrar aquí. Ese «algo» que me
hizo hablarte. Ese «algo» que te convenció de que te llevaras mi libro favorito. Ese «algo»
que hizo que nos encontrásemos en el pub. Ese «algo» que nos hizo conectar así. No me lo
explico.
Hay muchas cosas que no tienen explicación, ¿no?
He leído mil historias donde se habla de este tipo de sensaciones y no creo que ninguna de
ellas las describa tal cual las siento yo. Como un tornado, un tsunami, una explosión en mi
interior...
Yo no pensaba que las cosas sucederían tan rápido, sinceramente. Tres meses no son nada,
¿no? Y menos para dos jóvenes de veinte años que aún están empezando a descubrirse.
Pero si de algo tengo constancia, Alejandra, es de que yo quiero descubrirme contigo.
Y descubrirte a ti también.
Es como un juego: quitarnos las capas una a una hasta llegar a lo más íntimo. (Y no me
refiero a la cama que, ojo, eso tampoco se nos da nada mal). Sino a aquello que todos
escondemos. Aquello que no le enseñamos a cualquiera y que prácticamente ni nosotros
mismos conocemos. Hasta ahí quiero llegar.
Habrá gente que no pueda entender que en tres meses nos pase esto.
A mí no me importa lo que dure (espero que mucho, sinceramente), pero tengo muchas
ganas de ver hasta dónde nos lleva este juego.

Razones por las que te quiero (2):


Porque, Álex, «tú eres un enigma y a mí me pueden los misterios» —Diego Ojeda.

Adrián

De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: ¿Sabías qué...?

Me sorprende tu capacidad para dejarme sin palabras con un solo correo electrónico. Eres
increíble, librero.
Gracias por abrirte así a mí. Yo también estoy segura de que esto es el principio de algo
que brilla, y mucho. Jamás había sentido por nadie lo que siento cuando estoy contigo.
Sí, son solo tres meses, pero tú has hecho que cada uno de los días sea especial. Eso no lo
logra cualquiera.
No te lo voy a negar, me da vértigo lo que pueda pasar. Ya me han hecho daño antes, pero
me siento segura contigo.
Se me ocurre una pregunta para el juego del otro día y más aún después de leer tantas
cosas bonitas. Vamos allá, todo tiene su lado malo también, ¿no?
¿Qué es lo que más te preocupa de empezar algo conmigo?

Álex

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: ¿Sabías qué...?

¿Nada? ¿Todo?
Es la primera vez que me comprometo así con alguien y..., no sé, quizás por eso también
lo estoy viviendo todo con más intensidad. ¿A ti te pasa esto?
Adrián

De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Re: ¿Sabías qué...?

Si no sintiese lo mismo..., ¿por qué estaría escribiéndote correos electrónicos a las dos de
la madrugada?

Álex

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Re: Re: ¿Sabías qué...?

Porque soy irremediablemente sexi.

Adrián
36
Alejandra

–YOU GET THE BEST OF BOTH WORLDS!


—CHILLIN’ OUT, TAKE IT SLOW.
—THEN YOU ROCK OUT THE SHOW...
Efectivamente, ya llevábamos un par de copas de más encima cuando a
Leo se le ocurrió terminar la fiesta en Reina de la Noche, un pequeño
karaoke situado cerca de donde estábamos, al lado de la playa de Las
Canteras. Parece ser que los chicos se quedaron con ganas de más después
de todo el camino en furgoneta hacia la capital cantando como locos. Fue
Claudia la que pidió cantar una de Hannah Montana conmigo y, sin dudarlo,
lo dimos todo, como si fuésemos superestrellas en un enorme concierto, con
la única diferencia que el concierto era en una pequeña sala con un par de
monitores en los que aparecían las letras de las canciones, una larga barra
para servirnos las bebidas y un grupo de franceses que habían acabado allí
sin saber cómo, un poco como nosotros. Nos unimos a ellos y, al final,
hemos pasado horas y horas allí dentro.
—Chicos, quizás deberíamos ir marchando para el pueblo, ¿no creen? —
pregunta Leo cuando salimos todos a tomar el aire.
Sopla algo de fresco en la calle debido a la cercanía del paseo marítimo y
Leo, nada más notar mis temblores, se quita la sudadera y me la pone por
encima sin decir nada. Es un bonito gesto del que todos se han percatado,
sin duda. Claudia no sabe para dónde mirar y a Javi se le salen los ojos de
las órbitas. Yo no sé si es por todo lo que hemos bebido, que lo que más me
apetece es pasarle un brazo por la espalda, provocando que él me pase el
suyo por los hombros y quedarnos así, medio abrazados, mientras
decidimos qué hacer.
—Chacho, yo no sé si es buena idea coger la furgo en estas condiciones
—responde Javi, apoyándose en la verja del parque que hay frente al local y
sin quitarnos la vista de encima.
—Yo no he bebido nada —afirma Claudia.
—Yo tampoco he bebido mucho —confirma Leo mientras me revuelve
el pelo animadamente—. Pero ninguno de nosotros va a coger la furgo. Es
una hora de camino y estamos cansados. ¡Son las cinco de la mañana!
Los mellizos se miran entre ellos y es Rodrigo el que propone que
busquemos algún lugar para dormir. Todos nos quedamos callados,
sopesando las diferentes opciones, cuando a Claudia se le ilumina la mirada
y empieza a sonreír, dando a entender que se le ha ocurrido una gran idea.
—Oh, oh. Ya está la mirada de loca. Algo trama —bromea Leo
acercándose a ella con cautela.
—¿Y si nos quedamos en la playa, vemos amanecer, desayunamos y nos
vamos con energía? —propone con toda la ilusión del mundo.
Todos asentimos y nos dirigimos a la playa, que está a tan solo un par de
minutos del karaoke. Es lo más responsable que se nos ocurre para
descansar y volver con energía a casa.
Estamos de camino cuando me vibra el móvil en el bolsillo y en el
momento pienso que será un mensaje de Adri.
Peor aún, es de mi padre.
Papá:
Alejandra, ¿estás bien?
Son las cinco de la mañana y todavía
no sabemos nada de ti.
¿Me está diciendo que May y él se han quedado despiertos
esperándome? ¿Desde cuándo se preocupa tanto por mí?
En Madrid salía de fiesta y no volvía hasta el día siguiente, y no había
nadie preguntando dónde estaba o con quién. Ni siquiera mi madre; ella
siempre me ha permitido ser muy independiente, no suele estar encima de
mí. De hecho, confía tanto en que soy yo la que debe tomar sus propias
decisiones que apenas me llama un par de veces a la semana desde que
estoy aquí con el fin de no agobiarme. Sé que habla con mi padre
diariamente porque nunca han dejado de hacerlo, pero conmigo tiene una
relación diferente que, de hecho, agradezco. Sabe que soy joven,
responsable y que tengo que disfrutar igual que ella lo hizo en su momento.
Álex:
Perdón, papá.
Estoy bien, en Las Palmas con
Leo y el grupo. Llegaré por la mañana.

Papá:
Ok. Recuerda que este finde es la expo.
Necesito confirmar tu asistencia.
¿Vendrás con Leo?

Mierda, la exposición. Se me había olvidado por completo. Pienso en las


diferentes maneras con las que decirle a mi padre que no me apetece ir, pero
me sabe mal, y más teniendo en cuenta que ahora mismo está despierto
detrás de la pantalla del teléfono, junto a su mujer, preocupados porque no
sabían dónde estaba.
Giro la cabeza buscando a Leo y él, al verme, se acerca rápidamente.
—¿Qué pasa, mi niña?
—¿Sabes lo de la exposición de mi padre?
—Claro, va todo el pueblo.
—¿Tú vas?
—¿Me estás invitando? —Pone cara de ligoteo y me da un par de
codazos bromeando.
—Bueno, de hecho, sí. —Le sonrío y le devuelvo los codazos—. Mi
padre quiere que vaya y me ha propuesto que me acompañes, ya que va a
ser la primera vez que asista a un evento así y tú conoces a todo el pueblo,
literalmente. ¿Te apuntas?
—Por supuesto, no te preocupes. Te recojo en tu casa y vamos
caminando para allá. Si ves que no te sientes cómoda, nos vamos.
—Gracias.
Me pongo de puntillas para darle un beso en la mejilla y a él se le suben
los colores a la cara. Me hace mucha gracia cómo reacciona a las muestras
de cariño, pero es que con él me salen solas. Como si fuese natural. Como
si hubiésemos nacido para conocernos. Leo es todo lo que necesito en estos
momentos, me hace sentir bien.
Respondo a mi padre rápidamente:
Álex:
Allí estaremos.
Buenas noches.

Papá:
Buenas noches,
tened cuidado.

Cuando levanto la vista y Leo y yo nos separamos, Claudia nos está


mirando con una expresión que no consigo descifrar, se acerca a nosotros,
se pone en medio y nos rodea con los brazos.
—¡Se acabó el drama! ¡Vamos a la playa a darnos un chapuzón! Y hay
que llevar unas cervecitas, ¿no?

En el momento en que ponemos los pies sobre la arena, todos nos quitamos
la ropa y corremos hacia la orilla. El agua está congelada, pero no nos
importa.
Una vez dentro, no podemos parar de jugar, de tirarnos agua y buscarnos
unos a otros. Javi me guiña un ojo y se lleva un dedo a los labios para que
guarde silencio, y en cuanto asiento con la cabeza, veo cómo se sumerge y
va en busca de los pies de Leo. Este, cuando nota que algo le agarra las
piernas, se vuelve loco gritando desmesuradamente y todos rompemos a
reír. ¡Él prácticamente vive en el agua! Cuando Javi sale a la superficie, Leo
se tira encima de él tratando de ahogarlo, en vano, pues Javi le gana en
fuerza, por lo que acaba encima de él como un niño pequeño hasta que el
otro lo tira lejos por los aires.
Guau. Pues sí que está fuerte Javi.
—¡Dejadme en paz, panda de gusanos!
—¡Ahora sí que te la has ganado! —le grita Javi saltando sobre él con
toda su fuerza.
—¿Por qué siempre vais todos a por mí? —se defiende Leo a duras
penas—. No soportais que sea mejor que vosotros surfeando, jugando al
baloncesto, al pádel...
—¿Muerte y destrucción? —Rodrigo se dirige a su hermano seriamente.
—Muerte y destrucción.
Y, de pronto, todos estallan en gritos y van corriendo a por él. Se lo ha
ganado.
Yo intento huir de aquel alboroto un segundo para respirar, y cuando me
doy cuenta estoy al margen disfrutando de las vistas. Y no hablo solo de la
preciosa playa de Las Canteras al amanecer, sino de mis amigos disfrutando
como nunca, de sus risas, de su actitud de vivir el presente, y me contagio
de su alegría.
Cuando ya no pueden más, salimos del agua y acabamos exhaustos sobre
la arena, todos en la orilla en fila india mirando cómo sale el sol.
—Verdad o desafío. —Levanta su cerveza a medio terminar, que ya debe
estar caliente, y señala a Rodrigo.
—Oh, oh. Ya empezamos —murmura Leo.
—¡Venga ya, Claudia! Déjate de tonterías —le grita Javi.
—¡DESAFÍO!
Todos giramos la cabeza hacia Rodrigo, que se ha levantado como un
resorte y está dando saltos preparándose para lo que le va a decir Claudia, y
estallamos en risas. Parece ser que él sí quiere jugar.
—Te reto a que le des un beso a la persona del grupo que más te atraiga.
Guau. Eso sí que no me lo esperaba. Nuestra amiga es cuando menos
directa, y creo que con este juego, más que divertirse, está tratando de sacar
información de los chicos que, sin duda, no podría sonsacarles si están
sobrios.
—¿Seguro? —le responde Rodrigo, con una sonrisa que no le cabe en el
rostro.
Ella asiente y él sonríe. Da dos pasos al frente, tambaleándose de lo
borracho que está, aunque es cierto que todos estamos prácticamente igual,
y se acerca a Claudia.
Cuando comienza a besarla y ella lo sigue, el resto nos quedamos con la
boca abierta y, al segundo, comenzamos a gritar y a aplaudir.
—¡Te toca, Álex!
Rodrigo me señala, eligiéndome como la próxima jugadora, y sé
perfectamente cuál va a ser mi respuesta. Al ver de qué manera juegan, no
puedo participar teniendo novio.
—Verdad —respondo, haciendo que los mellizos me abucheen.
—¿Quién te parece la persona más sexi del grupo?
Me lo pienso unos segundos: los mellizos están muy cachas, pero no son
mi tipo. Claudia es increíblemente seductora pero, sin duda, si hay alguien
que podría llegar a atraerme físicamente, ese es el surfero. Y, con toda la
valentía que el alcohol me proporciona, respondo.
—Leo.
Los chicos vuelven a gritar y a aplaudir como orangutanes, y Claudia me
mira poniendo los ojos en blanco. «Hombres», pienso.
—Pues, amigo —Claudia se dirige a Leo y pregunta—: ¿Verdad o
desafío?
—Verdad.
—¡Chacho, sois unos putos aburridos! —Es Rodrigo el que lo grita. Se
ve que es el único valiente esta noche.
—Vale, vale. Elijo reto, pero algo light, por favor. Estoy muy borracho
como para morreos o desnudos.
—Muy bien. —No entiendo cómo Claudia es capaz de poner tal cara de
maldad. Se toma muy en serio el juego y todos tenemos curiosidad por
saber qué se le pasa por la cabeza—. ¿Te gusta alguien del grupo?
—¿Y dónde está el reto? —pregunta Javi.
—Si no quieres responder, te tienes que beber un botellín de golpe.
Todos aguantamos la respiración, nerviosos, sin saber si responderá a la
pregunta o elegirá la segunda opción.
Leo se pone nervioso, se peina la coleta, se lleva las manos a la cabeza y
las baja, repitiendo esos movimientos hasta en tres ocasiones y, cuando abre
la boca y parece que está a punto de responder a la pregunta, cierra los ojos,
coge el botellín y comienza a bebérselo.
Claudia abre la boca, sorprendida por lo que acaba de hacer nuestro
amigo, y los chicos comienzan a gritar «¡Eh, eh, eh, eh!», animándolo a
beber como si fuese una competición.
Una vez se ha terminado hasta la última gota, propone que deberíamos
dejar de jugar. Después de verle hacer eso, todos estamos de acuerdo y
Claudia, dándose por satisfecha, procede a sentarse con nosotros.
Me pregunto por qué Leo se ha comportado así. ¿Será, entonces, que le
gusta alguien del grupo? Temo saber la respuesta, por lo que evito darle más
vueltas. Hemos bebido todos demasiado.
Estamos allí mucho tiempo, horas, y utilizo ese momento para
reflexionar sobre todo lo que ha pasado desde que estoy aquí.
Sentada, con arena por todo el cuerpo, descubro todo lo que la isla y mis
amigos tienen para ofrecerme. Y que esto solo acaba de empezar.
Estoy viviendo uno de los mejores momentos de mi vida, pero siento que
me falta algo. Estoy incompleta.
La discusión con Adri vuelve a mi cabeza y no puedo dejar de culparme
por haberle dejado sin respuesta tantas horas. Conociéndolo, debe de estar
muy preocupado, y sé que no me escribe por no agobiarme más aún. Decido
mandarle un mensaje disculpándome, él no tiene por qué cargar con mis
frustraciones y mucho menos con mis problemas con mi padre. Además, me
siento culpable por estar pasándomelo tan bien y eso hace que le envíe una
foto del amanecer que estoy viendo, antes de escribirle.
Álex:
Uno de los mejores momentos que he vivido
y, sin embargo, me faltas tú.
¿Cómo lo haces para estar presente siempre?
Hasta cuando no quiero.
Ahora lo estás más que nunca.
Lo siento, Adri. Perdona lo de antes.
Te quiero y te echo de menos.

Al momento me aparecen tres puntos seguidos que me indican que Adri


ha leído el mensaje y está escribiendo. Aunque tarda más de lo que me
gustaría en llegar, en cuanto recibo el suyo lo leo inmediatamente.
Adri:
Qué le vamos a hacer, rubia...
Yo tan rutina y tú tan caos.
Gracias por escribirme. Lo necesitaba.
Te quiero más.
37
Adrián

Llevo varias semanas dándole vueltas a la idea, sobre todo después de la


última discusión.
Si es que se le puede llamar discusión a hablar solo, claro.
Tengo que verla. Ya lleva tres meses en Gran Canaria y no puedo
aguantarlo más. Se acerca Halloween, que es la fecha perfecta para ir
aprovechando el festivo en el que mi abuelo y yo cerramos la librería.
Tendría tres días para estar con ella y comprobar que todo está bien, para
tranquilizarme.
Pero no sé cómo decírselo a mi abuelo. Sería el primer fin de semana
que lo dejaría solo. La primera vez que estaría solo en casa desde que
murieron mis padres. Me da un miedo atroz. Por no hablar del pánico que
me entra cada vez que pienso en subirme a un avión. Sería la primera vez
que lo hiciera y, además, completamente solo.
Estamos terminando de limpiar la librería, a punto de cerrar, cuando se
lo suelto de golpe.
—He pensado en ir a ver a Álex.
No sé por qué se lo he dicho así, tan de repente. Sin prepararlo antes.
—Pues vale.
¿Pues vale? ¿Esa es su respuesta?
—Este fin de semana.
—Perfecto.
¿Le da igual?
—Hay un vuelo el domingo por la tarde para incorporarme el lunes a la
librería si te parece bien.
—Ajá.
¿Podría decirme algo más este viejo sinvergüenza?
—No me gusta la idea de dejarte solo.
Mi abuelo me mira irritado, coge su mochila y se dispone a salir del
local tras apagar todas las luces. Yo lo sigo a paso ligero, agarrando también
mi mochila y un par de libros que quiero subir a casa para leer esta semana,
y sigo diciéndole:
—No sé, abuelo. No nos hemos separado en estos años y me da miedo
que te pueda pasar cualquier cosa.
—Tú eres tonto, hijo.
Cierra la persiana automática y prosigue su marcha hacia casa sin apenas
mirarme. Lo sigo dándole vueltas a la cabeza. ¿Está enfadado, irritado, o es
que le da absolutamente igual lo que haga? ¿Es que acaso quiere quedarse
solo? ¿O se siente mal porque yo quiera ir a ver a mi novia dejándolo tres
días?
—He pensado en ir sin decírselo a Álex. No sé si es arriesgado, ya sabes
que discutimos hace poco. Pero quizás le guste la sorpresa. ¿Qué te parece?
—¿Y si ella ya tiene planes para ese fin de semana?
—Bueno, no sé, imagino que me presentará a sus amigos y saldríamos
con ellos, ¿no?
—¿Sí?
—¿No?
Madre mía. Mi abuelo me está mareando más de lo que ya lo estaba.
—El caso es...
—Hijo, cállate ya y compra los vuelos —dice haciendo un gesto de
fastidio con las manos, como si lo estuviera molestando—. Darle tantas
vueltas a las cosas no puede ser bueno. ¡Eso te lo aseguro! ¿Has visto lo
bien que estoy a mi edad? No me duele nada, trabajo, leo, veo series...
¿Sabes a causa de qué? ¡Cero preocupaciones! Hay muchas cosas en la vida
más importantes que dejarme solo un fin de semana, te lo puedo asegurar.
Me quedo perplejo. Pero ¿qué le pasa?
Estamos en el ascensor, subiendo al piso, cuando se me ilumina una
bombillita en el cerebro. Creo que empiezo a entenderlo todo y le pregunto
con una sonrisa en la cara:
—Oye, abuelo, no habrás hecho algún plan para ese fin de semana, ¿no?
Y, de repente, ahí está la respuesta. En el color de su cara. En su gesto
para subirse las gafas. En cómo se revuelve los rizos. Parece que mi abuelo
quiere salir del ascensor, como si nos fuéramos a caer. Está nervioso como
nunca lo había visto.
—Vaya, vaya... Parece que he acertado...
—Cállate ya.
Las puertas del ascensor se abren y él sale el primero cuando aún no se
han abierto del todo. Saca la llave del piso del bolsillo y le cuesta
introducirla en la cerradura. ¡Está temblando! Se la quito de las manos y lo
ayudo a abrir la puerta.
—¿Has quedado con Mari? Es eso, ¿no?
—Un ratito, el sábado por la tarde.
—¡Qué fuerte, abuelo!
—¡Que te calles!
La situación me está pareciendo surrealista y tierna a partes iguales. ¡Mi
abuelo va a tener una cita y se lo tenía bien calladito! Será listo este Paco...
—¿Qué vais a hacer? Netflix and chill? —Casi no puedo terminar de
hacer la pregunta de la gracia que me hace este momento.
Mi abuelo se sienta en el sofá, intentando serenarse, cuando también
empieza a reír mientras se revuelve los rizos.
—Chico, ¿qué pasa? ¿No puedo salir a tomar algo con una amiga?
—Anda, que la cita es exterior.
—¡Pues claro! ¿Qué te crees? ¿Que la iba a invitar a casa a ver Capitán
América y que empiece a compararme con Chris Evans? ¡Ni en sueños!
—Dí que sí, abuelo. Me gusta cómo piensas.
—Saldremos a tomar un café al bar de la esquina y a dar un paseo. Ya
está. Somos amigos. Los viejos tendemos a hacer amigos con el tiempo.
Jugar a las cartas en un banco del parque. Ya sabes, cosas de viejos.
Me levanto a la cocina para servirle un vaso de agua. Se le nota la boca
seca de los nervios y el trote que ha pegado hasta casa, como si le fuese la
vida en ello.
—Sí, claro. Porque tú, además, eres un viejo común, ¿no?
Le acerco el vaso, me hace un gesto de agradecimiento con la cabeza y
se lo bebe del tirón. Pues sí que estaba sediento.
—Bueno, cuéntame tú. ¿Qué le vas a decir a Alejandra cuando la veas?
Mierda. Pero qué manera de cambiar de tema radicalmente. Con lo bien
que me lo estaba pasando sacándole los colores y ahora es él quien me
busca las cosquillas.
—¿Hola?
—Qué cutre eres.
—¡Yo qué sé! Ya pensaré algo estos días. Voy a coger el vuelo del
viernes, a ver si está bien de precio.
—Si necesitas dinero, me lo dices, hijo. Tengo algo ahorrado para estas
cositas.
—Yo también, no te preocupes. Volaré el viernes por la tarde, así cierro
la librería contigo, y vuelvo el domingo por la noche para el lunes abrirla
juntos, ¿vale?
—Pesado.
38
Alejandra

Ha llegado el día de la exposición de mi padre. Y tengo que reconocer que


los nervios están pudiendo conmigo. Después de tres meses aquí, no he sido
capaz de mantener una conversación en condiciones con él. A veces se
acerca a charlar, pero hablamos de temas triviales, nada importante,
conversaciones simples pero incómodas. Él lo nota y no insiste, y yo,
cuando puedo, escurro el bulto. Sé que lo está intentando y poco a poco me
siento mejor en su casa. Me gusta pasar tiempo con May y los niños, y sé
que ese tiempo que estoy con ellos lo tengo que compartir también con él.

El otro día estábamos sentadas May y yo en la playa viendo a los peques


corretear cuando se acercó mi padre y se sentó a nuestro lado. Me
sorprendió el gesto porque fue la primera vez que interrumpió uno de los
miles de ratos que paso con su mujer, pero tampoco me molestó. Quizás
fuese el ambiente de aquella pequeña playa, que me tenía cautivada y me
hacía olvidarme de los problemas. No sé, es como si este mar fuese oxígeno
para mí. Como un soplo de aire fresco. Es brutal la sensación.
—¿Qué hacéis? —preguntó mi padre mientras cogía un par de piedras y
luego las lanzaba al mar para ver cuántas veces rebotaban.
—Hemos sacado un rato a los peques de casa para que jueguen. ¡A ver si
se cansan pronto y nos dejan dormir toda la noche del tirón! —respondió
May guiñándole un ojo.
Los peques están en esa edad en la que por la noche solo quieren
divertirse. Los llaman miles de veces porque tienen sed, porque se hacen
pis, porque les da miedo la oscuridad, porque tienen pesadillas o porque
quieren jugar a algo. También se los han encontrado en más de una ocasión
creando un búnker con los colchones y las sábanas. Son unos revoltosos,
pero, al fin y al cabo, son niños que están experimentando. Y, por supuesto,
son muy cariñosos, lo que hace que sea imposible enfadarse con ellos.
Mi padre se me quedó mirando y, esa vez, yo estaba tan en paz que no
aparté la mirada. Me sonrió. Y creo que fue la primera vez en estos años
que me hizo feliz. Con tan poco. O con mucho, en realidad. Lo importante
que puede llegar a ser una sonrisa para alguien. Cómo calma. Cómo sana.
Por esa sonrisa, me acerqué un poco más a él. Supe que era el principio de
algo. De algo que me iba a costar, estaba segura. Pero tuve esperanza. Pensé
que, quizás, no era tan descabellado. Que podría volver a querer a mi padre
como antes.
Sin duda, el mar funcionó de anestesia durante ese rato.

Estoy bajando las escaleras al salón, ya vestida para la exposición, cuando


May se gira y me dice:
—¡No, no, no! ¿Ya te vestiste? —Se levanta de repente algo acelerada—.
Estás preciosa, mi cielo, pero ven conmigo, anda.
—Es que Leo va a venir en nada a recogerme.
Me coge de la mano y me lleva de nuevo al piso de arriba, a su
habitación, ignorando por lo completo lo que le digo.
—¿Qué pasa, May? ¿No voy bien?
Llevo puesto un vestido lila, ceñido, por las rodillas y con mangas
largas. Tiene un escote alto, pues todo el protagonismo está en mi espalda
desnuda. Lo he combinado con unas sandalias plateadas, un bolso a juego, y
me he peinado con una coleta bien alta, con ese aire clean que se lleva tanto
(es decir, repeinada hacia atrás con mucha gomina y laca), y los ojos
rasgados al estilo foxy. Me había trabajado bastante el look, no lo voy a
negar. Allí estaría todo el pueblo y quería causar buena impresión.
May abre su armario y saca un portatrajes, lo extiende sobre la cama y
me mira. Creo que nota mi expresión de desconcierto porque suspira y me
dice:
—Te compré algo. Fui a buscar mi vestido, vi esto y dije ¡es ella! —
Abre los brazos y sigue explicándome—: Vas preciosa. Puedes ponerte lo
que llevas o lo que te compré, con lo que te sientas más cómoda. No sé por
qué, me da a mí que te gustará más esto. —Señala el portatrajes y lo abre
poco a poco.
Yo le estoy diciendo que no hacía falta que me comprara nada cuando lo
veo. Lo veo y sé que tiene razón. Acabo de enamorarme de ese conjunto
rosa fucsia que esconde la bolsa de tela. Es un traje de vestir de dos piezas:
americana y pantalones de pinzas de un rosa que me vuelve loca. Lo
especial del conjunto no es el color, que ya de por sí llama la atención, sino
los detalles que tiene: todo el borde de las mangas y bajos de los pantalones
está lleno de pequeños cristalitos plateados, brillantes a más no poder, que
le dan un toque elegante y chic. Estoy a punto de darle las gracias cuando
pienso en el dineral que le tiene que haber costado.
—May, devuélvelo.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta?
—No es eso, me encanta, pero...
—Pues si te gusta más que tu vestido, póntelo. Es un regalo de mi parte,
en agradecimiento por cuidar de los peques y porque sé que te cuesta ir a la
exposición, que no es fácil para ti y que, en parte, lo haces por nosotros y un
poco por tu padre. —Me agarra de la mano y la acaricia—. A Pablo le hará
mucha ilusión verte allí, estoy segura. Y también estoy segura de que lo
arreglaréis, mi niña. No se puede vivir con tanto rencor dentro, no te deja
disfrutar de los pequeños placeres de la vida. ¡Cómo de este traje tan
maravilloso!
May me deja sin habla y no puedo hacer otra cosa que no sea abrazarla.
Me emocionan sus palabras, el gesto que ha tenido conmigo y que me trate
con tanto amor. Como si fuese una más de la familia.
—Me lo pongo ya mismo. Dame un momento —le digo.
Decido ponerme el traje sin nada debajo, luciendo un escote bastante
atrevido pero elegante, dejando la chaqueta cerrada y disimulándolo con un
collar largo plateado. Mantengo las sandalias plateadas con el mismo bolso
y el peinado. ¡Parece que está hecho para mí! Cuando me miro en el espejo,
no me reconozco. El rosa del traje favorece a mis puntas pastel, resaltan mis
ojos claros, mis pecas, realza mis curvas... Realmente me siento preciosa.
Una vez termino de arreglarme, bajo las escaleras para esperar a Leo.
May se asoma por el pasillo y me repite lo guapísima que estoy. Me siento
como una adolescente el día de su graduación, esperando a que el popular
del instituto venga a por ella. Estoy... ¿nerviosa?
Justo cuando llego abajo suena el timbre de la puerta y May se lanza
directa a abrir. La veo saludar a Leo y decirle que ella y mi padre llegarán
un poco más tarde a la exposición. Nosotros nos podemos ir adelantando.
Le dice que me cuide y me traiga después a casa, nada de quedarnos hasta
la mañana siguiente en la playa, y él se ríe y la deja tranquila. Le está
diciendo algo más cuando gira la cabeza y nuestras miradas coinciden, su
sonrisa crece y no hace falta que diga nada más.
Sí que me siento preciosa. Me siento increíble.
39
Alejandra

Recuerdo la primera vez que me miraron así. Como si no existiera nada más
importante en el mundo que yo. Nadie más hermosa ni más especial. Esa
sensación de que eres un tesoro para la otra persona, indestructible, bonita y
brillante. Un diamante. Con Adri brillaba. Y, cuando me miró así aquella
noche, supe que jamás lo haría nadie de ese modo. Que me harían sentir
guapa, pero no así. Que me podrían querer, pero no con esa intensidad. Y
que yo, por supuesto, tampoco volvería a hacerlo.
Adri generaba muchas cosas en mí. Empezábamos a querernos. A los
dos nos aterraba y nos atraía a partes iguales. Me costó acostumbrarme a
una relación sana y verdadera. Crecemos rodeados de ejemplos de parejas
que se resquebrajan, se autodestruyen y están llenas por completo de
toxicidad. Desde las series y películas hasta los libros, incluso en relaciones
cercanas de familiares y amigos. Nos atrae el peligro, los clichés, el
drama... hasta que descubrimos lo que es realmente respirar en tu relación.
Respirar hondo, además. Tranquila. Cuando experimentas eso, ya no
quieres otra cosa. Lo difícil es salir de ahí.
Aquella noche decidí que sería yo la que le prepararía una cita a Adri. Él
era el que siempre se abría a mí, con sus correos y cartas. Con sus palabras.
Sentía que le debía lo mismo, aunque no tuviese la misma capacidad que él
para expresarle todo lo que me estaba haciendo vivir.
Mi madre me avisó el día anterior de que tendría que irse a Valencia por
trabajo, por lo que pasaría un par de días fuera de casa. Fue la excusa
perfecta para preparar la que quería que fuese la cita perfecta.
En el mismo momento en el que mi madre cruzó la puerta, me puse
manos a la obra. Recogí y limpié la casa entera, especialmente mi
habitación. Reuní todos los cojines que encontré a mi paso y los fui
acumulando en el suelo, creando un auténtico arcoíris de colores y texturas
hasta que no se vio el parqué. Las luces que tenía guardadas para el árbol de
Navidad las puse alrededor de la habitación y, cuando apagué la luz
principal, brillaban creando un ambiente mágico a juego con los colores del
cuarto. Cogí el televisor del salón y a duras penas conseguí llevarlo hasta
allí y conectarlo —esa fue, sin duda, la parte más difícil—. Estuve toda la
tarde preparando pequeños tentempiés: tostadas con aguacate, queso
Philadelphia y salmón, revueltos de gominolas, palomitas saladas y dulces,
bebidas japonesas para probar los sabores más extravagantes juntos... Tengo
que reconocer que todo estaba pensado para que saliese perfecto. Y cuando
digo todo, es todo. Yo también me preparé, por supuesto. Me depilé de
arriba abajo, ya que así siempre me he sentido mucho más cómoda conmigo
misma, y me puse mi crema hidratante favorita, con olor a vainilla
especiada. Me encanta sentirme suave y oler dulce. Y comer dulce, cómo
no.
Quería que fuese una noche especial pues, aunque nos habíamos visto
mucho las últimas semanas, no habíamos pasado una noche juntos. Sería la
primera vez que dormiríamos abrazados. Eso sí, él tenía que aceptar
quedarse, claro. Todavía no se lo había preguntado, ya que era una sorpresa.
Esa misma tarde le dije que se acercara al terminar de trabajar a mi casa
con la excusa de que tenía que devolverle una sudadera que me había
dejado hace tiempo. Él no paró de decirme que no hacía falta y que me la
regalaba, que a mí me quedaba mejor..., y tuve que insistirle un poquito más
diciéndole lo mucho que me apetecía verlo. Aceptó al momento. Misión
cumplida.
Cuando lo vi aparecer, me asaltaron todos los nervios de golpe. Deseaba
que le gustara todo lo que había preparado y que se quedara a dormir. Él me
abrazó por la cintura, como siempre, alzándome un poco al aire y
besándome.
—¡Aquí viene el librero a por su sudadera! —dijo poniéndose totalmente
recto, como si de un soldado se tratara.
—Entra, la tengo en mi cuarto.
Cuando entró y vio todo lo que tenía montado, se quedó de piedra.
Prácticamente blanco. Las lucecitas de colores destellaban por toda la
habitación en dirección a la gran pantalla que había colocado frente a la
cama, donde se veía el logo rojo de Netflix.
—¿Es mi fiesta sorpresa de cumpleaños? Todavía quedan un par de
meses, Álex.
Le reí la gracia y él sonrió tímidamente. Los colores volvían a su cara y
no me pude alegrar más al verlos. Eran su signo. Al igual que su hoyuelo.
—¿Te apetece pasar la noche aquí? —le pregunté nerviosa, mientras
seguía cogida de su mano—. He preparado un picoteo y un par de pelis que
podríamos ver juntos.
—¿Tu madre está de acuerdo? —dudó alborotándose los rizos.
—Mi madre no tiene por qué saberlo. —Le guiñé un ojo y reímos—.
Pasa la noche fuera por trabajo, así que pensé que podrías quedarte
conmigo...
—Sí, sí y sí. —Me cogió los mofletes con ambas manos y comenzó a
darme besos rápidos por toda la cara haciéndome estallar en carcajadas.
Cuando nos separamos, vi cómo sacaba el móvil para avisar a su abuelo.
Adri:
Abuelo, hoy duermo fuera.
Nos vemos mañana en la librería.
Paco:
Saluda a Álex de mi parte.

Y usa preservativo. No quiero un


bisnieto alborotando la librería.

Ambos nos miramos mutuamente y parecía que se nos salían los ojos de
las órbitas. Paco siempre nos sorprendía con sus respuestas y reacciones.
No tardamos en quitarnos la ropa.
Claro que veríamos una peli, y varias, de hecho. Pero se convirtieron en
nuestro plan B. El primero de todos fue disfrutarnos.
Conforme su abuelo le respondió, tiró el teléfono en el escritorio y se
acercó bruscamente a mí hasta atraparme entre la pared y su cuerpo. Con
sus manos apoyadas a cada lado de mi cabeza, solo separaban un par de
centímetros nuestras bocas. El resto del cuerpo estaba totalmente pegado.
No nos hizo falta hablar mucho.
De hecho, no hablamos nada.
Me abalancé hacia sus labios y, a partir de ese momento, nada ni nadie
pudo separarnos. El beso se hizo más profundo cuando noté su lengua
darme la bienvenida y en la habitación comenzó a hacer un calor sofocante.
Con mis manos palpando su espalda, conseguí a duras penas quitarle la
camiseta de manga corta que llevaba puesta, dejando al descubierto su
cuerpo delgado pero fibroso. Acaricié su pecho hasta que mis manos
llegaron a su cuello, y él empezó a desvestirme. Agarró el borde de mi
vestido corto y suavemente, muy poco a poco —demasiado lento—, me lo
subió hasta que me lo quitó por completo.
Ya éramos unos expertos en nuestros cuerpos. Conocíamos todos los
rincones y el truco perfecto para hacernos disfrutar el uno al otro.
Por eso, en cuanto Adri introdujo su mano dentro de mi tanga, perdí el
control.
Sus dedos giraban en círculos haciéndome llegar hasta el mismísimo
cielo y no podía hacer otra cosa que seguir besándolo mientras se me
escapaban leves gemidos de placer. Cuando intenté hacerle lo mismo, me
apartó la mano y me la llevó de nuevo contra la pared.
Una vez más, no hacían falta las palabras. Quería hacerme disfrutar a mí
primero.
Y vaya si lo estaba consiguiendo. Se había convertido en todo un
experto.
Fueron un par de minutos los que tardó en llevarme hasta donde él
quería y, cuando el orgasmo llegó, mis piernas temblaron y casi tuvo que
sostenerme en sus brazos.
No nos hizo falta llegar a la cama. Teníamos todo el suelo lleno de
cojines para caer en ellos y continuar nuestro encuentro. Con ese juego que
tanto nos gustaba.
Seguí besándolo. En la boca, en el rostro, en el cuello, en su pecho, y
seguí bajando. Seguí y seguí y seguí. Fueron sus manos en mi rostro las que
me hicieron parar, avisándome de que le faltaba poco. Subí de nuevo y, con
un movimiento rápido, me dejó bocarriba. Se levantó un segundo para
coger un condón de su cartera, se lo colocó y volvió a tumbarse sobre mí
mirándome a los ojos.
Cuando ya estaba totalmente dentro, se quedó parado, observando
atentamente, intentando acompasar nuestras respiraciones, hasta que
sonreímos a la vez y comenzó a moverse de nuevo. Primero, suave. Al poco
tiempo, rítmicamente. Y, para finalizar, con mucha fuerza. Acompañó su
mano abajo, ahí donde estábamos unidos, para hacerme llegar al orgasmo
una segunda vez. Sabía que a él le quedaba muy poco. Y justo con ese
gesto, ambos nos corrimos al mismo tiempo. Noté sus espasmos
acompañando a nuestros gemidos y puedo jurar que casi toqué las estrellas
con la punta de los dedos.
De pronto, silencio.
Y un abrazo.
¿Para qué quería Netflix pudiendo pasar toda la noche así?
40
Alejandra

Cuando entramos en la exposición, todas las miradas recaen en Leo y en mí.


No es para menos.
Si ya de por sí me siento preciosa con el conjunto que me ha regalado
May, lo estoy más aún gracias a mi acompañante, que hoy está brillante.
Acostumbrada a asociarlo al neopreno o a sus camisetas anchas, es
impactante verlo así vestido. Lleva la melena totalmente lisa, con un medio
moño peinado hacia atrás para apartar el pelo de la cara. El azul es su color.
Eso lo supe en el mismo momento en que lo vi dentro del agua, y lo
confirmo ahora, con esa camisa de lino celeste combinada con unos
pantalones de vestir beis y mocasines a juego. Color de mar y arena. Color
de Leo.
—Si me sigues mirando, me desgastas —bromea mientras me coge de la
mano para acercarnos a la mesa de los canapés.
—¡No puedo evitarlo, Leo! —le respondo riendo—. Se me hace muy
raro verte así de elegante. ¿Quién te ha enseñado a vestir con tanto estilo?
—¿Quién es la reina de la moda y me ha ayudado a plancharme el pelo?
—Los dos respondemos a la vez entre risas: «Claudia»—. No suelo
vestirme así, la verdad —añade y se lleva una minitosta de queso de cabra a
la boca—. Pero en ocasiones especiales, me gusta. Me siento guapo y,
aunque no sea el look más cómodo del mundo, ni mucho menos, es más
cómodo que el look surfero. Está bien cambiar de estilo de vez en cuando.
¡A ver si así ligo un poco!
Esta última frase la dice mientras me hace cosquillas en el estómago y
yo lo aparto con cuidado. Con este traje que llevo, cualquier movimiento
brusco puede hacer que se me vea hasta el alma.
Cuando ya llevamos un rato tomando algo y charlando, decidimos
empezar la ruta por la exposición.
Mi padre decidió que sería buena idea realizarla en el mejor hotel de la
isla, el Santa Catalina, en Las Palmas de Gran Canaria, un sitio elegante y
acogedor, con años de historia, donde el público se pueda sentir libre de
estar en la estancia que prefiera. Hay tres salones majestuosos reservados
para el evento en función de las obras que se exponen en cada uno de ellos,
además de espacios exteriores con mesas y sillas altas para poder tomar una
copa de cava al aire fresco.
Las obras más importantes se encuentran en el salón principal, justo
frente al vestíbulo. Para acceder a él, hay que subir unas escaleras y cruzar
una de las puertas acristaladas. Todas las pinturas están tapadas con sábanas
oscuras hasta la hora de la inauguración, que será justo a la caída del sol. El
resto, las que lo hicieron conocido, están ya expuestas en las otras salas para
que los visitantes puedan hacer un recorrido y conocer pintura a pintura. Yo
ya las he visto cientos de veces. Fueron pintadas cuando aún teníamos
relación, y es fácil para mí explicárselas a Leo, el cual las observa con
atención y admiración.
Entramos en el primer salón, donde empieza el recorrido. Aquí los
lienzos muestran pinturas muy alegres en las que mi padre recurría mucho a
la pincelada amplia, de trazos gruesos y desordenados y, sobre todo, a
colores llamativos. El rojo, el amarillo, el rosa y el naranja priman en cada
uno de los cuadros.
—Este lo tuvimos en casa mucho tiempo —le explico a Leo mientras
nos acercamos a una de las obras—. ¿Ves que parecen flores? —Él asiente
y prosigo—: Si te fijas bien, te puedes dar cuenta de que, aunque de cerca lo
parezcan, concretamente girasoles, si te echas unos metros más atrás y te
alejas, ves la silueta de un tigre.
Leo se queda boquiabierto. Cierra un poco los ojos para visualizar bien
lo que le digo y acto seguido se aleja unos metros del cuadro,
concentrándose.
—Es muy fuerte, Álex —comenta mientras se acercaba a mí de nuevo
—. ¿Cómo se le ocurrió esta locura a tu padre?
Sonrío recordando el momento en que lo pintó.
Curiosamente, no eran flores lo que dibujó: simplemente utilizó
pinceladas muy cortas para crear al tigre. Ni más, ni menos. Fue mi propia
imaginación de niña de cinco años la que, cuando mi padre me enseñó el
cuadro recién terminado, le dijo que le habían encantado las flores que
había dibujado para ella. Mi padre, por supuesto, se quedó espantado.
¿Cómo podía estar viendo flores en un animal? Y, tras quedarse mirando
fijamente el cuadro, las vio. Vio las flores. Vio aquellas flores que había
pintado sin darse cuenta. «Las flores de mi niña», dijo. Así nombraba
aquella obra. No fue nunca su intención dibujarlas y ese secreto se quedó
para siempre con nosotros. A veces una creación artística tiene cosas
ocultas. El artista, más aún.
—No sé, estaría inspirado ese día —miento piadosamente para no
desvelar nuestro secreto—. ¿Seguimos?
Continúo enseñándole cuadro por cuadro mientras una sensación extraña
crece en mi pecho. Añoranza, tal vez. Extraño a mi padre en mi casa,
pintando en cada momento libre. Extraño a mi madre llevándole una taza de
té y diciéndole que descanse, que ya llegará la inspiración, o que la
busquemos juntos. Extraño a mi padre haciéndole caso y viniendo a por mí,
corriendo a más no poder, mientras yo intentaba huir inútilmente.
¿Cómo volver a aquello? A la ingenuidad. A la tranquilidad. Al hogar.
Seguimos examinando el recorrido artístico de mi padre. Si en la primera
sala primaba en color, conforme avanzábamos la oscuridad iba abriéndose
camino.
Tengo que reconocer que he desconectado. He dejado de fijarme en los
cuadros. Los recuerdos vienen a mí como avispas, atacándome por dentro.
Y mientras Leo se acerca a leer las explicaciones de las obras y charla con
los vecinos y amigos de la familia que nos vamos encontrando, yo
permanezco apartada. A la sombra. He estado escuchando durante todo el
rato comentarios inapropiados.
«Anda, Leo, qué bien acompañado te vemos hoy».
«¡Chacho! ¿Cuándo nos ibas a contar que estabas con la hija del
artista?».
«¿Nos presentas a tu chica?».
A los vecinos se les hace raro ver a Leo acompañado por una chica
desconocida, y él no sabe cómo escapar del interrogatorio. Lo he notado
nervioso, cortado y sin palabras. Él también piensa que no es nuestro
momento. Nosotros no somos los protagonistas del día. Y nadie tiene que
meterse donde no le llama. Sin embargo, entendemos que son preguntas sin
maldad. Como puedo, vuelvo a la realidad y lo alejo de los curiosos. Nadie
tiene por qué dar explicaciones. Al fin y al cabo, es nuestra vida.
Ahora estamos esperando en la piscina, junto al resto de invitados, a mi
padre y a May. Llega la hora de descubrir las nuevas piezas que se suman a
la colección.
Puntuales, aparecen y todo el mundo comienza a aplaudir.
May viene espectacular. Toda ella lo es. Su vestido negro de lentejuelas
acentúa su figura revelando un pequeño pero sexi escote. Lleva la melena
roja hacia un lado, con ondas marcadas, y un maquillaje natural resaltado
con un labial rojo. Parece una modelo luciendo sus mejores galas para una
alfombra roja.
Mi padre no se queda atrás; se ha recortado la barba y el pelo, y luce
mucho más juvenil y actual. Lleva un traje negro, a juego con May, que
estiliza su larga figura. Sus gestos revelan que está nervioso. Su sonrisa, que
está feliz. Esto es lo que le gusta, el arte. Y, al verme a un lado con Leo, esa
sonrisa que tanto me ha gustado siempre crece aún más. Se la devuelvo
ligeramente. Casi imperceptible. Un leve movimiento de labio. Un tic. Pero
se la devuelvo. Lo nota. Asiente. Me guiña un ojo. Empieza la función.
—Damas y caballeros —saluda mi padre sosteniendo el micrófono con
fuerza—. Antes de nada, quiero agradecerles su presencia en un día tan
importante para mí. Como ya saben, estos últimos años no han sido fáciles.
—Mira a May y le sostiene la mano con la que tiene libre—. Pero gracias a
ustedes, me he sentido un poco más libre. Gracias a mi mujer, he sentido
amor. Gracias a los peques, he sentido estrés. —Todo el mundo rompe a reír
—. Y gracias a la llegada de Alejandra, me he sentido al fin completo.
Ahogo una exclamación. De pronto, todo el mundo se gira hacia mí. Veo
al público sonreír. Veo a Leo pasándome una mano disimuladamente por la
espalda para calmar mis pulsaciones. Veo a May, asintiendo desde la
distancia, mandándome apoyo.
Y veo a mi padre.
Lo veo a él.
Cómo deja el micrófono.
Se acerca a la obra que tiene a su derecha.
Sostiene la tela que oculta el cuadro.
La hace volar por los aires con un movimiento ligero.
Breve.
Seguro.
La gente aguanta la respiración.
Todo sucede a cámara lenta.
Los suspiros de entusiasmo.
La tela cayendo.
Los aplausos.
Y, después de ver a mi padre, me veo a mí.
El cuadro, enorme.
Mi pelo, medio rosa.
Mis cejas, despeinadas.
Mis labios, brillantes.
Mis ojos, tristes.
Y, en mis pecas, ha creado una constelación.
—Señoras y señores, les presento mi mayor creación.
41
Alejandra

Cincuenta y tres mil euros.


Mi padre ha vendido Constelación triste por cincuenta y tres mil euros.
En cuanto arrancaron los aplausos, los vítores y los abrazos, hui. No
podía aguantar ni un segundo más siendo el centro de atención.
No podía aguantar ni un segundo más la mirada de mi padre. Orgulloso.
Satisfecho. Contento con su trabajo y con las reacciones conseguidas.
—Sácame de aquí, por favor —le rogué a Leo.
No respondió. Pasó el brazo por mi cintura y me guio hasta la salida. Era
como si me hubiesen desconectado. No podía sentir nada. Lo veía todo
negro. En mi mente, se repetían las mismas palabras:
«Mi mayor creación».
He ido a la exposición con el fin de darle una oportunidad. Lo he hecho.
Me he tragado el orgullo y he ido. Porque May me lo pidió. Porque era
donde tenía que estar.
¿Para eso quería que fuera? ¿Para dejarme en ridículo? ¿Para enseñarle a
cientos de personas mi rostro taciturno?
Quizás sea eso lo que transmita. Quizás mi padre encontró la inspiración
en mi pena.
¿No es, acaso, más triste todavía? Que dibuje mi malestar. Miserable.
Pensaba que el viaje me ayudaría. A sanar. A crecer. A conocerme. Tenía
un rayito de esperanza en mi corazón. En el fondo, también pensaba que
esto nos ayudaría a ambos. Muy en el fondo.
Me parece que ahí se va a quedar la esperanza.
Encerrada.
Leo y yo llevamos un rato callados. Me está regalando su silencio y no
puedo hacer más que agradecérselo. Estamos justo en los jardines del hotel,
lejos de todo el ruido, las luces y el show que han organizado. Yo, sentada
en el suelo. Él, de pie. Me mira constantemente. Supongo que necesita
cerciorarse de que estoy bien. Sabe que no lo estoy. En ocasiones, me pasa
la mano por la cabeza y vuelve a apartarla rápidamente. No sabe cómo
actuar y, sin embargo, lo está haciendo de la mejor manera posible.
Me he dado cuenta de que, en el tiempo que llevo aquí, Leo se ha
convertido en alguien importante. Vital. Para mí, ya es como respirar. Sé
que está ahí. Que estará ahí siempre mientras viva. No concibo un mundo
sin su presencia. Su apoyo me hace sentir llena. El suyo y el del grupo
entero. Hay una especie de vínculo de hermandad que nos está uniendo de
manera irrompible.
No sé qué habría sido de mí si no los hubiese encontrado.
O, mejor dicho, si Leo no me hubiese encontrado en la cala. Si no se
hubiera acercado a mí con curiosidad. Si no me hubiera sonreído como lo
hizo. Así que me pongo en su lugar. En cómo me apoya siempre. En cómo
me busca siempre.
Y, esta vez, intento ser generosa con él. También conmigo. Así que me
limpio las lágrimas. Me sacudo el polvo de los pantalones. Estiro la
chaqueta. Me levanto y lo miro.
—Se acabó —le digo sonriendo.
Él tarda unos segundos en entenderlo.
—¿Seguro que estás bien?
—Sí. No puedo dejar que esto me afecte. No quiero sentirme pisoteada
una vez más —añado mientras le cojo la mano—. Volvamos a la fiesta.
Pienso comerme todos los canapés que salgan de la cocina.
—Oye, ahora que estamos solos quería aprovechar para decirte que...
—De verdad, estoy bien —lo interrumpo, poniéndole una mano sobre el
brazo para confirmar lo dicho.
Algo dudoso, asiente con la cabeza y me acompaña al interior del hotel.
Una vez dentro, vemos que la fiesta continúa. El sol ya ha caído
prácticamente del todo ofreciendo un tono anaranjado muy especial. Los
nuevos cuadros han sido descubiertos, revelando pinturas con los rostros de
los peques y de May. Ellos transmiten sensaciones totalmente diferentes:
Rayco y Yeray, sin duda, locura, infancia, optimismo, ingenuidad. May,
pasión, belleza, poder. No puedo dejar de comparar esas pinturas con la
mía. Tan oscura. Tan triste. Resalta entre el resto. Entre el color.
—¡Cariño! ¡Por fin te encuentro!
Reconozco al momento esa voz. Jamás podría olvidarme de ella.
—¿Mamá? —pregunto, dándome la vuelta y contemplando cómo se
acerca a mí con los brazos abiertos—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Mi madre me abraza y comienza la retahíla de besos por toda la cara.
—Dios mío, pero ¿cómo estás tan guapísima?
Besos. Besos y más besos. Muy sonoros. Muy madre. Necesarios.
—¡Tú debes de ser Leo! —exclama con una alegría incontenible y repite
con él lo mismo que ha hecho conmigo—. Mi hija me comentó que tenía un
nuevo amigo pero ¡no me dijo lo guapo que eras!
—Es un placer —responde él cordialmente—. Iré a por bebidas, así se
van poniendo al día.
—Un daikiri de fresa, por favor —le pide mi madre guiñandole un ojo.
—A sus órdenes —le responde Leo y se da media vuelta para dirigirse a
la barra.
—Tienes cara mustia. ¡Pensaba que te haría más ilusión verme aquí!
¿Cómo le explico que estoy contentísima y, a la vez, cagada? ¿Que esta
tarde todo lo que ha ocurrido está pudiendo conmigo?
—Claro que me alegro de verte, mamá.
—Pues no se nota, hija. ¡Con lo poco que me llamas! Claro, que viendo
a tu amiguito, ahora lo entiendo.
—¿Qué entiendes? —le pregunto temiendo su respuesta.
—¡Lo distraída que estás! Pero ¿qué pasa con Adri?
Dos minutos ha tardado en sacar el tema.
—¿Qué pasa con Adri?
—¿Estáis bien?
—¿Por qué no íbamos a estarlo?
—Hace unos días hablé con él y...
—¡Ana! ¡Has venido finalmente! —Mi padre corta la conversación
uniéndose a nosotras con una grata sorpresa en el rostro. Abraza a mi madre
con todas sus fuerzas y yo tengo que apartar la mirada. No puedo ver esto.
No quiero ver esto.
—He pedido el día libre en el trabajo —le responde ella devolviéndole el
abrazo—. De hecho, mi vuelo sale mañana a primera hora para llegar a
tiempo a la primera reunión de la jornada. ¡Qué bien te veo, tío!
¿Tío? ¿Ahora se hablaban así?
—Gracias, Ana. Hoy ha sido May la estilista. Bueno, y la que se ha
encargado de toda esta parafernalia —señala con sus brazos a su alrededor
—. Lo ha hecho increíble.
—Sí, he estado hablando con ella antes en la cocina. Estaba un poco
agobiada con los entrantes. Yo no he parado de decirle que estaba todo
saliendo a la perfección pero, oye, es muy maniática y no ha habido manera
de hacerle entrar en razón.
—¡Lleva todo el día allí metida! —Se ríe mi padre y continúa—: Bueno,
ya que pasas la noche aquí, ¿qué os parece si salimos a cenar todos en
familia?
Yo me quedo blanca. Tartamudeo buscando una excusa coherente que
me libre de aquello. Mi madre está a punto de asentir y, por el rabillo del
ojo, veo que Leo se acerca a nosotros con las bebidas en las manos. ¡Mi
salvación! Le hago un mohín con los ojos para que pille la indirecta en el
momento en el que mi padre se dirige a él.
—¿Qué me dices, Leo? ¿Te apuntas a una cena con nosotros esta noche?
—Claro.
¡¿QUÉ?! ¿Cuántos centímetros tengo que levantar las cejas para que
capte mi intención?
Parece que, por más que lo evite, no me queda otra que sonreír
falsamente y asentir.
Se viene una noche movidita.
42
Adri:
Ana, ¿cómo estás?
Te escribo para decirte que estoy
pensando en ir a ver a Álex por sorpresa
este fin de semana.
¿Te parece buena idea?

Ana:
¡Buenísima!
Creo que le hace falta, la noto rara
cada vez que hablamos por teléfono.
Además, justo es la exposición de Pablo,
me ha invitado.
¿Puedo llamarte en cinco minutos?

Adri:
Claro, ¿pasa algo?

Ana:
Pasa mucho.

Tengo una idea.


43
Adrián

En el momento en que la veo entrar al restaurante, siento que todo a mi


alrededor se paraliza. En blanco y negro. Pum. Foco de luz. Y, de repente,
ella. Rosa. Elegante. Espectáculo.
Pensé que sería buena idea sorprenderla apareciendo en la isla como si
nada. No fue fácil, ni mucho menos, pero en cuanto se lo dije a su madre,
decidió trazar el plan como una loca —en serio, como una puta lunática—.
Me la imaginé con los ojos saliéndose de sus órbitas de la emoción.
Decidió comprar los vuelos conmigo, sin permitirme pagar nada por más
que lo intenté de todas las maneras posibles, y habló con Pablo para
organizar la sorpresa perfecta.
Ana aparecería en la exposición. Yo, en el restaurante. Todo sería
perfecto.
Por eso, en el momento en que la veo entrar en el restaurante y todo se
paraliza. En el momento en el que lo veo todo blanco y negro. En el
momento que pum. Foco de luz. Y rosa. Y elegante. Y espectáculo..., es
entonces cuando me doy cuenta.
El brazo de otro que no soy yo en su cintura.
La sonrisa que no me dirige a mí.
La conexión.
Diana.
44
Alejandra

Por fin estamos llegando al restaurante. Después de una retahíla de besos


constantes y agradecimientos, de invitaciones a mi padre, acabamos
saliendo muy tarde de la exposición. May nos metió a todos
atropelladamente en la furgo: Leo y yo al fondo; mi madre y los peques en
medio; May y mi padre delante —ella, por supuesto, al volante—. Mientras
mi madre se ponía al día con ellos, Leo y yo nos miramos algo incómodos.
Pero ¿cómo pudo aceptar la invitación tan rápido sin pensar en las
consecuencias?
—Ya te vale —le susurro lo más bajo posible, casi imperceptible.
—Joder, lo siento —responde en el mismo tono, preocupado—. No me
esperaba esto. Yo qué sé. Pensé que sería más tranquis.
—¿Cómo va a ser tranquis con mi madre? —gruño.
—Chacha, tranquila. —Creo que teme por su vida, me está dando pena
—. Estoy contigo, ¿vale? —Asiento con la cabeza. Lleva razón. Con él la
cena seguro que se me hace menos cuesta arriba—. Si te quieres ir, pon
alguna excusa. ¡La que sea! Que te duele la barriga o..., no sé, seguro que se
te ocurre algo. Así que yo cojo y me ofrezco a llevarte a casa. O puedes
venirte al piso, creo que hoy está Javi solo y podemos ver una peli con él,
puedes dormir en mi cama y...
—¿Qué estáis cuchicheando por ahí atrás? —nos corta mi madre entre
risas.
—¡Secretos en reunión, falta de educación! —comienzan a gritar los
peques al unísono y, de nuevo, todos hablan a la vez, solapándose unas
conversaciones con otras. Incluso Leo interviene de vez en cuando para no
parecer apartado del grupo.
A mí me da absolutamente igual parecerlo. De hecho, me encantaría
estar en cualquier otro sitio.
En cuanto llegamos y salen todos, Leo, desde la calle, me ofrece la mano
para ayudarme a bajar de la furgo. Con estos tacones y el escote que llevo,
es difícil moverme.
—Gracias —le sonrío. No se merece que le hable mal. En ningún
momento, de hecho. Siempre mira por mi bienestar y me hace sentir bien—.
Por todo.
—Simplemente, soy un príncipe que quiere rescatar a la princesa en
apuros de los terribles monstruos que la acechan —dice esto poniendo su
voz más grave y señalando a los peques, que salen detrás de él poniendo
caras espantosas. Uno saca la lengua a más no poder mientras se tira de las
orejas, y el otro enseña los dientes y pone los ojos en blanco.
—¡Vamos, vamos, vamos! ¡Que llegamos tarde a la reserva, chicos! —
Es mi madre la que nos llama la atención dando palmadas y haciéndonos
señas para que entremos.
El restaurante está situado cerca de la localidad, rodeado de montañas y
verde por todos lados. Parece una casa pequeña en la que, seguramente, se
hayan vivido mil historias familiares.
¿Habrán tenido problemas también esas familias?
La casa solo tiene una planta, aunque por fuera parece enorme. Las
paredes son blancas, de piedra, con un tejado alto de tejas granates que le
dan un aire rústico. Eso, junto a la ubicación en el que se encuentra y las
luces que lo rodean, hacen del restaurante un lugar encantador.
—Mecagoenlahos...
—¡Leo! —le grito soltando una sonora carcajada y tapándole la boca
rápidamente con las dos manos—. ¡Qué están los niños delante!
—¿Tú has visto a dónde hemos venido? ¡Seguro que un menú cuesta lo
mismo que lo que yo gano como profesor de surf en un mes!
—Una suerte que esta noche pague mi padre, ¿no? —le guiño un ojo y
comienzo a caminar hacia la entrada.
—Oye, pero ¿tú no eras la que odiaba a su padre? —susurra para que no
nos escuche nadie.
—Sí, ¡cuando me interesa!
Han entrado todos mientras nosotros charlábamos fuera, así que Leo se
acerca a mí mientras continúa la broma, me agarra de la cintura y abre la
puerta del restaurante para que pasemos.
Con él, todo son risas. No puedo evitar sentirme bien a su lado y más
aún sabiendo que esta noche sin su presencia habría sido muy diferente.
Ojeo el local y me asombro de nuevo. El sitio parece elegante,
sofisticado y chic. De los altos techos cuelgan lámparas con formas
geométricas blancas que le dan un toque actual, mezclado con las mesas
redondas y manteles blancos tradicionales. Cada elemento del sitio encaja a
la perfección para crear un ambiente vanguardista pero familiar. Sin duda,
la cuenta no será barata.
Cuando estoy llegando a la mesa donde se está sentando mi familia, que
identifico rápido por los gritos de los niños, justo al fondo del todo, veo a
alguien y me quedo de piedra.
—Adri.
Creo que he dicho su nombre con un soplo. Casi sin voz.
No me acordaba de lo bien que sonaba. Adri. Cuando está presente.
Cuando no, también. Pero cuando lo está, suena mejor. Como nostalgia.
Serendipia. Cielo. Tempestad. Palabras bonitas. Adri. Qué bien suena.
Adrián. Que está aquí. Está aquí. Presente. Con nosotros. Conmigo. Adri.
Con mi familia. Aquí.
Leo, en cuanto se da cuenta de lo que está ocurriendo, quita la mano de
mi cintura y se aparta de mí, acercándose a mi familia y dejándonos, en la
medida de lo posible, solos. Por lo menos, así me siento en cuanto se aleja.
Como la última vez que lo vi, en el aeropuerto. Como en una escena de
película. Los protagonistas, alumbrados por dos focos blancos. El resto del
escenario, vacío. Oscuro.
—Álex, estás preciosa.
Me mira de arriba abajo y es entonces cuando caigo en lo muchísimo
que lo echaba de menos. Y lo muchísimo que me perturba verlo aquí. En la
que ahora es mi realidad.
—¿Cómo...?
—Te he echado mucho de menos —me corta.
Me sigue mirando. Así, como solo sabe hacerlo él.
Está muy guapo. Le han crecido los rizos, se le marcan un poco las
ojeras pero, aun así, está muy guapo. Soy consciente de que todavía no nos
hemos movido del sitio. Él sigue ahí parado, de pie, esperando mi reacción.
Y yo, como una estúpida, sin pestañear tan siquiera.
Doy un paso hacia él. Pequeño. Imperceptible. Pero él lo nota y rompe el
espacio. En tres zancadas ya está conmigo. Aquí. Adri.
En tres zancadas ya siento su cuerpo abrazándome. Conmigo. Aquí.
En tres zancadas se me remueve todo.
Adrián.
Ahora sí me siento en casa.
45
Adrián

La noche ha ido... bien.


El reencuentro con Álex fue increíble. Ansiaba tenerla en mis brazos y
ver que todo seguía como siempre. Y, aunque llevo pocas horas con ella, me
siento algo más tranquilo. Es como que mi cuerpo necesitaba tenerla en
frente para volver a funcionar.
Sin embargo, tengo que admitir que ahora la entiendo. Comprendo sus
palabras cuando me contaba sus problemas con su padre. Durante toda la
noche, se ha notado incomodidad por ambas partes. Han sido May y Ana
las que han llevado las riendas de la cena. Las que han contado anécdotas,
han hecho preguntas a los demás y han relajado el ambiente. Entre ellas
había miradas cómplices.
Durante ese par de horas que hemos estado allí, apenas hemos hablado.
Al principio, me costó verla entrar con el que ahora sé que es Leo. Me había
hablado de él mil veces, pero parece ser que se le olvidó comentarme un
pequeño y diminuto detalle: lo atractivo que es. Joder, ¡está muy cachas el
tío! Además, han aparecido todos vestidos de gala y yo no metí ropa
apropiada en la maleta. No caí en eso. Soy un desastre. Así que he cenado
en un local pijo, rodeado de gente pija, con toda la familia de Álex vestida
de alfombra roja, y yo en bermudas y camiseta. Fantástico.
Álex tampoco ha hablado demasiado. Leo, sin embargo, intervenía en las
conversaciones. Lo he visto con confianza en sus palabras y gestos. Sé que
se lleva muy bien con la familia y eso me hace sentir un poco apartado. Soy
yo el novio de Álex y, sin embargo, para la mayoría de los que están aquí
sentados, soy el desconocido esta noche.
—Leo, ¿cómo van esas clases de surf? —le preguntó Pablo en una
ocasión.
—Bien, aunque cada vez se apuntan menos niños; ahora que va llegando
el fresco es más difícil mantener un número alto de alumnos, pero no me
puedo quejar.
—A los peques les enseñas de maravilla —intervino Álex, dándole un
codazo de apoyo.
—No se me da mal.
—¡Se te da genial! —exclamó May—. A los niños los tienes locos con el
tema, quieren salir todo el rato a surfear, pero no les dejo si no es contigo,
me da un poco de miedo.
—Haces bien, son muy pequeños todavía, pero serán muy buenos
profesionales.
Los pequeños comenzaron a saltar como locos al oír sus palabras.
—¿Qué tal tus padres? —Pablo seguía insistente con él, curioso.
—Bien también. Tienen mucho curro, pero eso es bueno —responde—.
Supongo que ya mismo toca visita.
—Viven en Fuerteventura —me comentó May en voz baja para
integrarme en la conversación—. Y la casa de sus padres ahora la comparte
con sus amigos. ¡Ya me hubiera gustado a mí de joven!
—Tenemos que ir a Fuerteventura —le dijo Álex a Leo emocionada, y
sentí un pellizco en el estómago porque esas cinco palabras se las dijo a su
amigo y no a mí.
Sacudí la cabeza, intentando restarle importancia al asunto.
Ella me ha estado mirando todo el rato. Con esos ojos suyos.
Preocupada. Inquieta. ¿Qué le pasará? ¿Por qué la noto, de nuevo, tan lejos,
si por fin ya estoy cerca?
No es hasta las dos de la madrugada que llegamos a su casa. May nos la
enseña a Ana y a mí mientras ambas se toman una última copa de vino y me
quedo asombrado viendo el lugar.
—Pues no has visto nada, mi niño —comenta May, algo achispada por
las copas de más que ha bebido durante la noche—. De día, la casa gana
mucho. ¡El pueblo es precioso! Ya te lo enseñará Álex, que casi conoce más
rincones que yo.
Continúa enseñándonos el resto de habitaciones y yo me quedo pensando
en sus palabras. En cómo Álex se ha hecho al lugar tan rápidamente, pese a
que los primeros días fueron duros. Cómo se ha ganado el cariño de sus
amigos y de esta casa.
Llegamos de nuevo al salón, después de hacer el tour, y May nos dice:
—Ana, tú puedes dormir en la habitación de invitados de arriba, la
grande. Tiene baño propio. Te he dejado las toallas preparadas y un kit de
aseo. Si necesitas cualquier cosa, me avisas.
—May, cariño, ¡que traigo maleta! —Se ríe—. Gracias por tu
preocupación, seguro que estoy genial. Voy subiendo ya, que estoy
reventada y mañana toca madrugón para volver a Madrid. Buenas noches,
chicos. —Nos da dos besos a cada uno y sube a su habitación.
—Adri, intuyo que querrás dormir con Álex, pero, por si acaso, también
te he preparado una habitación, justo enfrente de la suya. Compartís baño
igualmente. Te he dejado otro kit allí para que...
—Gracias, May —la corto—. Seguro que estoy genial. Subiré a ver
cómo está Álex.
—Muy bien, mi cielo. Se quedó desmaquillándose en el baño de su
cuarto, así que genial. Lo dicho, si necesitas cualquier cosa, me avisas.
—Gracias —repito.
May me acaricia la cara y procede también a subir a su habitación, desde
donde ya llegan los ronquidos de Pablo. Los peques cayeron en la furgo de
camino a casa, así que, mientras May nos enseñaba las habitaciones, él los
ha acostado y parece ser que el sueño los ha atrapado a los tres.
Me dispongo a subir con Álex, nervioso. Es hora de que hablemos y nos
pongamos un poco al día, aunque ya nos hemos contado todo por
videollamadas, siento que no es lo mismo que en persona. Me da igual si
me repite las mismas historias: cómo conoció a sus amigos, cómo fue la
noche en que acabaron en la playa, lo mucho que le gusta salir a la playa
con los pequeños... No me importa oír sus anécdotas dos veces si vienen de
ella. Estaría toda la vida escuchándola.
Subo el piso que me separa de ella, toco dos veces la puerta de su
habitación.
—Pasa, Adri.
Giro el pomo y abro. Álex está en la cama, terminando de cepillarse el
cabello, que sigue rosa en las puntas. Lleva la cara lavada y ha cambiado el
traje rosa por una camiseta ancha a modo de pijama que le queda de
vestido.
Se gira para verme y sonríe. La noto más calmada ahora que por fin está
en su habitación. Como si fuese una especie de refugio para ella.
—Estás muy callado —dice. Es verdad. Suelo hablar mucho.
Demasiado. Pero cuando estoy fuera de mi zona de confort, es como si mis
labios se sellaran. No sé qué decir. Tampoco sé cómo actuar. Sin embargo,
ahora que por fin estamos solos, me relajo un poco.
—Sí, ya sabes..., he estado un poco nervioso —me acerco a ella y me
siento a su lado—. Te veo genial, rubia.
Ella deja el peine en la mesa de noche y se vuelve a girar hacia mí,
quedándose esta vez más cerca.
—Tenía muchas ganas de verte —susurra.
Se me eriza la piel con sus palabras. Y tengo la sensación de que, de un
momento a otro, el corazón se me va a salir del pecho.
—Aquí estoy —susurro yo también.
—Pero estoy muy bien en la isla.
—Lo sé.
—Y a la vez te echo de menos.
—Lo sé.
Seguimos mirándonos. Seguimos susurrando. Como si nos estuviéramos
contando secretos. Confesiones que nadie puede oír. Tampoco lo entiendo,
no hay nada de malo en decirle a la persona que quieres que la quieres. Que
la echas de menos, pese a que estás encontrando la felicidad.
—Yo... —No sé cómo continuar.
—Quizás deberíamos esperar a mañana para charlar. Estoy algo cansada
—dice mientras me alborota los rizos como a ella le gusta.
—Sí, genial.
—¿Te quedas?
Imagino que se refiere a si me quedo a dormir con ella. Y yo me muerdo
las ganas de decirle que me quedaría con ella toda la vida.
—Claro.
Nos volvemos a quedar en silencio. Ella se levanta para apagar la luz.
Clic. Oscuridad. Yo me levanto y voy tras ella.
El reflejo de la luna entrando por la ventana me ayuda a visualizar dónde
está, así que me acerco. Ella se da cuenta, se gira y se queda frente a mí. Es
entonces cuando, por fin, colisionamos. Pum. Comenzamos a besarnos
soltando todas las ganas contenidas, aquellas que teníamos guardadas en un
cajón, ansiosas por salir.
Nos besamos diferente. Con fuerza. Rápido. Ella abre más su boca y
nuestras lenguas bailan juntas. Su sabor. Dios mío, su sabor. Es como si,
con ese beso, hubiera despertado. Con mi cuerpo la pego a la pared.
Necesito que note cada centímetro de mí. Sentirla lo más cerca posible. Y
creo que lo nota en el mismo momento en el que muevo las caderas hacia su
centro y gime. Si sigue así, no voy a llegar a la cama.
Álex me ayuda a que le quite la camiseta, dejando sus pechos al aire y
necesito un segundo, solo un segundo, para retener esa imagen en mi
cabeza. Ya está. Inolvidable. Me lanzo de nuevo a ella y me recibe con los
brazos abiertos. Ella, totalmente expuesta. Yo, totalmente vestido. Las
prisas me pueden ahora mismo y no quiero que nos separemos en ningún
momento. Llevo la mano hacia su tanga, la introduzco y su humedad me
recibe. Esta vez soy yo el que suelta un gemido al notar que ella también
me toca, aunque sobre la ropa. Joder, me voy a correr. Con un movimiento
brusco, le aparto la mano y ella sonríe, pícara. Lo ha entendido a la
perfección y quiere jugar. Me muerde el labio inferior con fuerza y siento
un chispazo de dolor y placer al mismo tiempo. Sus labios recorren mi
cuello y, si ella quiere jugar, yo también. Vuelvo a introducir mi mano en su
interior y noto cómo sus piernas empiezan a temblar. Está llegando al
límite. Cuando disminuyo la velocidad y piensa que le voy a dar un
descanso, acelero de nuevo y tengo que taparle la boca con la mano libre
para que no haga ruido. Si no llega a ser por mi reflejo, nos podría haber
escuchado toda la casa.
Uno, dos, tres movimientos. Son tres movimientos los que necesito para
que explote, tiemble y se desvanezca en mis brazos.
—Joder —masculla recuperándose mientras sigue abrazada a mí.
—Sí, joder —me río.
Entonces, alza la mirada y, sin dudarlo, me empuja por toda la habitación
hasta que caigo de bruces sobre la cama, con ella encima.
—Me toca —susurra sobre mis labios; su mano desciende desde mi
pecho hasta el vello debajo del ombligo. Juega conmigo hasta que no puedo
más y levanto las caderas en busca de contacto.
Se incorpora rápidamente para quitarme la camiseta y, acto seguido,
vuelve a besarme. Llega un punto en el que no sé dónde estoy. ¿Madrid,
Gran Canaria o en las putas estrellas?
Desabrocha con avidez mi cinturón y me baja los pantalones hasta
quitármelos. A la vista quedan mis calzoncillos, con los que es imposible
ocultar mi erección.
—Mmm... Esto también lo echaba de menos.
—Álex, no voy a aguantar mucho más —le ruego.
—Impaciente —contesta con una sonrisa piadosa.
—Tengo un preservativo en el neceser. —Señalo mi mochila, que está
apoyada en la silla de su escritorio. Ella se acerca, lo saca del envoltorio y
vuelve donde estaba situada, justo donde más me gusta.
Después de más besos y caricias, me quita la ropa interior y me coloca el
condón con calma y seguridad. En cuanto está a punto de ponerse encima e
introducirla en su interior, giro ágilmente y la dejo boca arriba sobre la
cama.
—Si quieres que dure más de tres segundos, déjame a mí —gruño.
Álex asiente. Vuelvo a mirarla y ella también me mira a mí. Cuando está
a punto de cerrar los ojos, muevo las caderas hacia su interior y ella tiene
que llevarse nuevamente una mano a la boca para evitar que la escuchen, y
yo comienzo a embestirla fuerte, con ritmo, con necesidad. Habría preferido
disfrutarla más tiempo, pero creo que tanto ella como yo necesitábamos esta
fiereza en la cama. Estábamos sedientos el uno del otro.
Sigo aumentando las embestidas, cada vez más fuertes, cuando ella me
araña la espalda muy lentamente. Está llegando. No le queda nada. Un poco
más.
Estampo mi boca sobre la suya en el momento en el que llega al orgasmo
y me trago sus gritos. Me los quedo para mí. Y, después de este espectáculo,
soy yo el que la acompaña a tocar las estrellas ida y vuelta.
Nos quedamos quietos, retomando la respiración. Ella me abraza. Yo
sigo dentro.
Y me duermo pensando en cómo podría quedarme así para siempre.
46
Alejandra

Han pasado un par de horas desde que Adri se durmió. Yo no he sido capaz
de conciliar el sueño. El cúmulo de emociones que hay dentro de mí están
haciendo mella y me cuesta incluso respirar.
Han pasado tantísimas cosas en las últimas horas que todavía no soy
capaz de asimilarlas: la exposición, el cuadro, mi madre, Adri...
Desde el rencor hasta la pasión, creo que he pasado por todos los estados
de ánimo que existen. Cuando he visto mi rostro dibujado en ese lienzo, me
he sentido totalmente sola. Incomprendida. Me encantaría decir que esta
noche con Adri me he sentido bien.
Pero la verdad es que no ha sido del todo así.
Me moría de ganas de estar con él, de besarlo y sentirlo. Nunca nos
habíamos encontrado con tantísima pasión, ni lo habíamos hecho así. Ha
sido totalmente distinto. Estoy segura de que Adri se ha sentido
exactamente igual que yo: perdido y, a la vez, ardiendo. El deseo ha podido
con nosotros. Hemos sido dos meteoritos que se encuentran por el camino y
colisionan entre ellos. Si pienso en las veces que Adri ha tenido que
callarme para que nadie nos oyese, se me suben los colores de nuevo a la
cara. Él ha estado tan... diferente. Seguro. Nervioso. Como queriendo
demostrarme algo. Que sigue ahí, supongo. Que da igual lo que pase, el
tiempo que tengamos que estar separados. Que me sigue esperando. Que me
sigue deseando...
No sé si he sido capaz de demostrarle lo mismo, pero mi intención
también estaba ahí. En cada segundo que hemos pasado juntos.
Decido levantarme y salir al porche a tomar un poco el aire, a ver si así
consigo alejar los pensamientos tan divergentes que flotan en mi cabeza.
Justo cuando salgo y me apoyo en la barandilla, me fijo en que hay una
figura sentada justo al lado, en una de las sillas de mimbre.
—¿Ya habéis acabado?
—Joder, mamá. Qué susto. —Me llevo una mano al pecho intentando
calmar los latidos. Casi se me sale el corazón por la boca al escuchar a mi
madre. Está sentada y fumándose un cigarro mientras observa la playa, casi
imperceptible, únicamente iluminada por la luz de la luna—. ¿Qué haces
despierta a estas horas?
—¿Y tú? —me recrimina con una sonrisa en la cara.
—Lo de siempre.
Asiente con la cabeza sin decir nada y, con un ligero movimiento de
dedos, retira la ceniza sobrante de su cigarro sobre el cenicero y vuelve a
llevárselo a la boca.
—Lo de siempre, eh... —suelta lentamente el humo por la boca mientras
levanta la mirada hacia mí—. ¿Sigues igual?
—Igual, igual... no. —¿Cómo estoy realmente? Sé que esta conversación
no va a acabar en buen puerto. Cada vez que hablo con mi madre de temas
que no me gustan, tiendo a huir. Esta vez no puedo colgarle el teléfono. No
puedo encerrarme en mi habitación. Tengo que hacer frente a mis
problemas, cuando ni yo misma sé cuáles son en realidad.
—Pues ¿sabes qué? —Apaga el cigarro y se levanta para quedar apoyada
justo a mi lado—. Creo que sigues exactamente igual que cuando te fuiste y
que esto no te está sirviendo de nada porque no eres capaz de abrirte.
—Estoy haciendo un esfuerzo...
—¿Qué esfuerzo, Álex? —Su tono ha cambiado, volviéndose más duro y
con un poco de hastío—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Tres meses? Y
dime, ¿cuántas veces has intentado hablar con tu padre? —Por mi parte,
silencio. Soy incapaz de hablar ahora mismo—. ¿Cuántas veces te has
interesado, aunque sea mínimamente, por él? Te está dando comida, hogar
y, además, a su familia. ¿Es que no te das cuenta? —Las lágrimas empiezan
a emborronar mi visión mientras mi madre continúa con su retahíla de
palabras directas—. ¿Por qué no vuelves a Madrid? La respuesta la sé:
porque aquí haces exactamente lo mismo que allí, pero sin tener que pensar
en las responsabilidades.
—Claro que pienso en...
—Déjame terminar —Noto que ella también siente tener que decirme
todo esto—. Aquí no tienes que pensar en buscar trabajo porque tu padre te
da dinero. Y, sobre todo, prefieres estar aquí porque sabes que en Madrid
tampoco podrías estar mucho más tiempo. Que quieres volar. Y que, con
Adri, no puedes.
—Si no puedo volar con Adri, ¿qué hago aquí?
—Fácil. Aceptaste venir a sabiendas de que sería solo una temporada. Te
has tomado esto como unas vacaciones y, siento tener que decírtelo, pero
esto no es así.
Creo que mi madre está llegando a un límite al que no le he visto llegar
nunca y temo hacia qué dirección nos puede llevar esto. ¿En qué momento
he decidido salir de la habitación? ¿No puedo volver una horas atrás, donde
todo estaba siendo maravilloso?
—Después de la cena, en la que no le has dirigido ni una palabra de
gratitud o felicitación a tu padre y apenas lo has mirado, ni a Adri, tu novio,
que ha venido para verte dos míseros días; después de todo ello, he estado
hablando con Pablo y May y hemos llegado a una conclusión.
Me está dando un ultimátum. Está a punto de decirlo. A punto de decir
sus condiciones. Pero lo peor de todo es que está a punto de soltar lo que en
realidad todos piensan y callan. Lo que nadie es capaz de decirme.
—Creemos que, si de aquí a fin de año no has sido capaz de cambiar tu
vida, de buscar soluciones, de comenzar a tomar decisiones de adulta, que
es lo que eres —esta vez su tono es diferente, sosegado, triste—, quizás
deberías volver a Madrid. Aquí no van a seguir consintiéndote y pagándote
todo como si esto fuese un hotel. Lo siento, Álex. Me duele y lo sabes.
Pensamos que te serviría. Que en un par de semanas estarías animada,
inspirada y con ganas de comerte el mundo..., pero no lo estamos viendo.
No lo están viendo. No lo está viendo tu padre.
Ahora sería el momento en el que tendría que rebatir lo que me ha dicho.
Que se equivoca.
Que mi padre también puede hacer el esfuerzo de hablar conmigo, aparte
de darme alojamiento y comida.
Que mi padre me ha hecho daño con ese lienzo tal y como está la
situación entre nosotros.
Que mi padre, en realidad, sigue sin comportarse como un padre.
Que, por supuesto, agradezco que Adri haya venido a verme dos días, lo
que sea.
Que entiendo el esfuerzo que le supone.
Que no le he hablado en la cena porque últimamente no sé ni cómo
actuar ante la gente que quiero.
Que lo quiero, pero no sé si la vida con él en Madrid es la vida que
necesito.
Sin embargo, no le digo nada. Incapaz de sostenerle la mirada, dirijo mis
ojos hacia la luna, esperando que ella me dé las respuestas que busco. Mi
madre, cansada, me acaricia el brazo, me da un beso en la frente y se mete
en la casa, camino de su habitación.
Y yo me quedo pensando en cómo salir de ahí. En cómo huir de ese
laberinto de miedos, inseguridades y reproches. En cómo he llegado a
perderme de esta forma.
¿Cómo voy a encontrarme si me he perdido en mi propio corazón?
47

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: Citas que me recuerdan a ti

¿Jugamos?

«Cuando te vi me enamoré y tú sonreíste porque lo sabías».


Romeo y Julieta, William Shakespeare

Adrián

De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Citas que me recuerdan a ti

«Durante esta última semana, no he podido pensar en otra cosa que no seas tú. Y no lo
entiendo. [...] Solo puedo pensar en lo bien que me siento cuando estoy a tu lado».
Romper el círculo, Colleen Hoover

Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Citas que me recuerdan a ti

«Me estás enseñando a amar.


Yo no sabía.
Amar es no pedir, es dar.
Mi alma, vacía».
Me estás enseñando a amar, Gerardo Diego
Álex

De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Re: Citas que me recuerdan a ti

«Siempre me he preguntado cómo surgen los vínculos e imagino que debe de ser algo así:
dos personas soldando piezas para formar una articulación flexible pero resistente».
El mapa de los anhelos, Alice Kellen
Álex
P. D.: Tus citas clásicas son maravillosas, siento que las mías sean de libros juveniles. Es
lo único que leo.

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Re: Re: Citas que me recuerdan a ti

¿Qué hay de malo en la literatura juvenil? También está plagada de belleza y aprendizajes.
Yo también la leo, mira:
«[...] Vienes, te veo y todo se tambalea. Pierdo la perspectiva. Siento que los pies se me
levantan del suelo y me cuesta recuperarme. Eres un tornado que pasa por encima y del
que toca reconstruirse».
Te espero en el fin del mundo, Andrea Longarela
Adrián
48
Adrián

Me doy cuenta de que le pasa algo desde el instante en el que me despierto.


Está tumbada a mi lado, despierta, con la mirada perdida. Tiene los ojos
hinchados, rojos, y se acentúa todavía más el azul de sus iris. Sé que a
media noche salió de la habitación. Escuché sus pasos dirigirse hacia la
puerta y el leve clic de la cerradura. Tardó mucho en volver. Casi estuve a
punto de salir a buscarla, pero pensé que tenía que darle espacio.
Más espacio.
En la cena estuvo muy callada e interpreté que tuvo algún conflicto en la
exposición. Por eso su reacción al verme fue tan... rara. Supongo.
Esta noche, sin embargo, ha sido increíble. Me encontré a una Álex
totalmente diferente en la cama. Al momento pensé que eran las ganas
después de estos meses separados. Ahora creo que simplemente buscaba
desconectar de alguna forma de sus problemas. Y yo era la excusa perfecta.
Jamás la había visto así: parecía que acostarse conmigo era un juego. Se
divirtió. Nos divertimos. ¡Claro que nos divertimos! Pero ¿a qué coste?
¿Sirvió de algo? Si, finalmente, huyó de nuevo, en cuanto cerré los ojos.
No paro de darle vueltas, de pensar en qué es lo que necesita. Ya lleva
tres meses aquí y no está siendo fácil. Para mí tampoco. No sé cuánto
tiempo voy a aguantar esta situación de incertidumbre, de no saber de qué
manera ayudarla a encontrarse, a que encuentre la paz consigo misma y,
sobre todo, con su familia.
—¿Estás bien? —le pregunto mientras le coloco suavemente un mechón
de pelo que se le cae sobre los ojos hacia atrás.
—Buenos días. Sí, claro —miente. ¿Es que acaso no se da cuenta de lo
fácil que es para mí verla por dentro?—. ¿Cómo has dormido?
—Genial, hasta que te fuiste —le disparo.
Hablamos susurrando. Todavía es temprano y en la casa solo se escucha
silencio. Deben de estar todavía durmiendo, por lo que no queremos
molestar, anoche acabamos tarde.
—Salí a tomar el aire y me encontré con mi madre en el porche —
confiesa.
—¿Y qué tal?
—¿Tú qué crees? —Me mira triste, pero continúa respondiendo—: Pues
mal. Como cada vez que hablo con ella. Sé que, en parte, lleva razón, pero
no por ello deja de afectarme.
Creo que ya sé de lo que han estado hablado y, sinceramente, me da
miedo seguir con el mismo tema hasta avasallarla por completo. Bastante
ha tenido ya con Ana, que seguro que lo ha hecho con todo el amor del
mundo, con el fin de buscar la bienestar de su hija. Por otro lado, también
creo que hay que dejarla hablar. Álex necesita expresar todo lo que la come
por dentro porque, si no, va a llegar un punto en el que no pueda más y
reviente. Bum. Y eso puede ser un absoluto desastre. Y, pese a que sé que lo
necesita, soy incapaz de meterme ahí ahora mismo, no cuando solo tengo
un par de días para disfrutar de ella. Para volver a sentirnos. Para recordar
por qué es ella y nadie más. Y para recordárselo a ella también.
—¿Qué tal si te olvidas por un rato de la conversación y vas a despedirte
de ella? —le sugiero—. Ya son las seis y media, creo recordar que tu madre
cogía el vuelo de las ocho, así que le tiene que quedar poco para irse. Creo
que te arrepentirías si no lo hicieras, Álex.
Se queda unos instantes callada y asiente. Sigue con la mirada perdida,
metida en sus pensamientos y, como actuando por inercia, se levanta, se
estira el pijama y va en busca de su madre.
Me siento un imbécil por hacer lo que estoy a punto de hacer, pero si me
quedo en la cama, sé que no voy a estar tranquilo. Así que detrás de ella
salgo yo, cauteloso, en total silencio, intentando hacer el mínimo ruido
posible con mis pisadas, e intento escuchar la conversación que se está
produciendo en la cocina. Huele a café, así que supongo que Ana se ha
tenido que preparar uno antes del viaje para espabilarse un poco.
—Mamá —escucho decir a Álex—. Gracias por haber venido, aunque
haya sido para unas horas.
—Mi niña. —A Ana se le quiebra la voz, intuyo que tampoco es fácil
para ella la distancia, y mucho menos lo que está pasando con su hija y su
exmarido—. No estés triste, ¿vale? Piensa en lo que hablamos anoche.
Piensa en ti. Pero también piensa en los demás.
Esto último lo dice muy bajito, casi imperceptible, y tengo que pegar
mucho la oreja a la puerta para poder seguir escuchando.
—Disfruta de Adri —sigue con su discurso, con un tono suave, ese tono
que ponen todas las madres con cariño y esperanza de que hagas de verdad
lo que te aconsejan. En momentos así, me es imposible no echar de menos a
la mía—. Ha hecho un esfuerzo increíble por venir a verte. Y también lo
hace diariamente en la librería, cuidando de su abuelo, de su legado y,
cuando puede y le dejas, cuidando de ti, pese a lo lejos que estáis. No
perdáis esto tan bonito que tenéis por unos meses malos, mi vida. Sé que él
seguirá ahí, esperando por ti, sea cuando sea el momento en el que quieras
regresar. Pero piensa bien si de verdad quieres que ese chico espere. No le
hagas perder el tiempo, que es muy valioso, como él. Por último y, por
favor, Álex, hazlo: habla con tu padre. Y ya después de esa conversación
decide qué quieres hacer. Ahí es cuando deberás tomar decisiones. Pero,
mientras tanto, guárdate el rencor, al menos un ratito, y soluciona tus
problemas y preocupaciones, ¿vale? Anda, ven, deja de llorar y dame un
abrazo.
Después de oír esto, creo que me he quedado peor que antes. No
entiendo por qué Ana le ha dicho eso de mí y me preocupa que Álex esté
pensando en dejarme. Sé que mi vida está en Madrid y que seguirá estando
allí siempre. Y que la suya, tal y como veo las cosas, no.
Quizás sea una decisión que tengamos que meditar ambos. Durante estos
meses, me he imaginado mil cosas que podrían acabar con nuestra relación:
la distancia, las personas nuevas, la falta de comunicación..., pero ¿podría
romper esto lo que un día nos unió? ¿Es acaso la librería lo que nos puede
separar?
49
Alejandra

Después de despedirme de mi madre, y de la segunda charla que me dio,


decidí afrontar el fin de semana con otra mirada y pensar en que tengo que
solucionar mis problemas poco a poco. Ahora tocaría disfrutar de Adri y
hacerle notar lo agradecida que estoy por el esfuerzo que ha hecho viniendo
a visitarme estos días.
—Date prisa, nos vamos en un rato.
Estamos desayunando juntos; él, callado, dándole vueltas a los cereales
en leche que tiene delante cuando, por mis palabras, da un bote y se lleva la
mano al pecho.
—¡Dios mío, Álex! ¡Se me va a salir el corazón del pecho! —Intenta
recuperar el aliento mientras yo comienzo a reírme por su reacción. Estaba
tan absorto en sus pensamientos que, al romper el silencio, le he dado un
susto de muerte. Cuando su respiración se estabiliza, pregunta, ya con una
sonrisa en la cara—: ¿Acaso quieres acabar con tu novio?
—¡Ni mucho menos! —No puedo parar de reír, la escena ha sido
demasiado cómica. Con sus rizos despeinados, sus gafas casi en la punta de
su nariz, los ojos hinchados de lo poco que hemos dormido y su expresión
de terror, no puede estar más gracioso—. Pues eso. Ahora cuando
acabemos, nos vestimos y nos vamos. Ponte cómodo.
—¿Y cómo vamos a movernos por la isla?
—Acabo de hablar con May. Hoy no tienen planes, se van a quedar en
casa descansando, así que me cede el poder de la furgo.
—Genial.
A los veinte minutos ya estamos en marcha. He pensado en llevarle a
uno de mis sitios favoritos, de los pocos que he podido descubrir con Leo y
el resto. Todavía me queda muchísimo por ver de la isla, esto no es nada,
pero puede ser un buen plan para escapar los dos de esa casa y tener
intimidad.
El primer destino es Tejeda, un pueblo situado en el centro de la isla. El
camino para llegar allí es, cuando menos, complejo, bordeando la montaña
por caminos de tierra, tan estrechos que tengo que reconocer que me da un
poco de miedo conducir la furgoneta, tan grande, sobre todo por aquí, y
temo que llegue un coche en dirección contraria y no quepamos los dos. Sin
embargo, el recorrido se nos hace corto, casi como una aventura, ya que,
mientras yo voy concentrada en la conducción, Adri va poniendo algunas
de nuestras canciones favoritas: Como si fueras a morir mañana,
Malamente o Love Story suenan por los altavoces y ambos interpretamos un
karaoke de lo más particular.
Una vez llegamos y aparcamos la furgoneta, nos adentramos en el
pueblo. Siempre pensé que sería más de ciudad o playa, pero la primera vez
que llegué a Tejeda me quedé maravillada. Es un lugar encantador, rodeado
de montaña, naturaleza, calles empedradas y locales familiares. Sé que le
está gustando porque no deja de asombrarse por las vistas, increíbles; las
papas arrugadas, que prueba por primera vez y reconoce que se vuelve
adicto; y por el paseo que damos por el pueblo.
Ya llevamos horas aquí y, por primera vez en mucho tiempo, me doy
cuenta de que no he pensado en nada más que no sea pasarlo bien con Adri.
Lo necesitaba como oxígeno para respirar. Su actitud también ha cambiado
por completo, vuelve a ser el mismo charlatán de siempre, con sus tics
nerviosos. Me alegra verlo así, y seguro que él también me ve más animada
porque lo estoy. No sabía que una simple escapada a un lugar bonito como
es este podría hacer la función de vitamina. Aquí se respira energía pura. La
isla tiene un encanto especial que no dejo de absorber por los poros. Quiero
disfrutarla todo lo que pueda y retener cada recuerdo como este en mi
cabeza. Que no se vaya nunca.
—Ahora toca la mejor parte —le digo mientras caminamos en dirección
de lo que creo que va a ser el momento clave del día.
—¿Mejor que esas papas? ¡Imposible!
—Vamos a subir al Roque Nublo, uno de los picos de la isla con las
vistas más impresionantes —le comento mientras le señalo un cartel que
indica el camino—. Vamos a coger una ruta cortita y tan solo tardaremos
media hora.
—Álex —me dice seriamente, aunque por su tono puedo adivinar que va
a soltar alguna broma—. ¿De verdad crees que lo que más me apetecía hoy,
después del pánico que sufrí en el vuelo de ayer y la noche que hemos
pasado, era subir una montaña?
—Merecerá la pena, ¡te lo prometo! —respondo mientras comienzo a
caminar aceleradamente siguiendo el camino de flechas.
El sol está cayendo, por lo que el tramo de subida no se nos hace
demasiado caluroso y, tras varias paradas para beber algo de agua y
descansar, conseguimos llegar a la cima.
—¿Ves esa piedra allí, a lo lejos? —Señalo la roca mientras, con la otra
mano, me tapo el sol, que está justo delante de nosotros, casi a punto de
caer—. Tenemos que ir allí. Ya verás qué paisaje más imponente.
En cuanto llegamos, su cara cambia por completo. Se ha quedado, al
igual que yo la primera vez que vine, prendado de la belleza de las vistas.
Estamos por encima de las pocas nubes que hay en el cielo, las cuales nos
permiten ver cómo el sol está desapareciendo. El rosa, el morado, el azul y
el naranja se mezclan creando un cielo único. Nos sentamos en una de las
rocas, con las piernas totalmente colgando hacia el precipicio. Adri me coge
la mano y, en silencio, nos quedamos observando la puesta de sol.
—Gracias.
Es lo único que me dice. Y no tengo que preguntarle nada para saber a
qué se refiere. Gracias por sacar fuerzas para pasar el día con él, pese a
todo. Gracias por regalarle este momento. Por regalárnoslo a los dos. Un
momento para nosotros. Por fin.
—Adri, soy yo la que tiene que agradecerte que hayas venido —le
confieso—. Siento haber sido tan egoísta estos meses, sé que te he dejado
un poco de lado, sobre todo ayer en la cena y... no me siento bien. Sé que tú
no has hecho nada malo y eres el último con el que quiero pagar mis
movidas. Tengo muchas cosas que solucionar todavía.
—Lo sé, no te preocupes por mí...
—Claro que me preocupo. Por ti, por nosotros.
Él me aprieta la mano, mostrándome que está todo bien. Estamos bien.
El sol cae por completo y, poco a poco, las estrellas van apareciendo
sobre nuestras cabezas, acompañados de la luna. Bajar será un completo
desafío, sin duda. Pero, si pudiese quedarme en este momento, me quedaría
toda la vida.
Siento que por fin estoy sanando.
Adri. Nosotros y las estrellas.
50
Adrián

Adrián:
¿Cómo vas, abuelo?

Paco:
Qué pesado, hijo.

Adrián:
¡No te he escrito prácticamente
desde que aterricé!

Paco:
¿Qué tal Álex?

Adrián:
Bien, poco a poco.
Ayer hicimos una excursión muy chula.
¡Mira qué vistas!

Esta noche creo que vamos a salir con sus


amigos. Y ya mañana vuelvo contigo, colega.

Paco:
Tampoco hace falta. Estoy muy bien.

Adrián:
¿Igual de bien que con tu cita?

Paco:
Si yo te contara...
Adrián:
Uyuyuy... Qué ganas de saber más.

La conversación con mi abuelo se quedó ahí. Escueta, como siempre. No es


un hombre de palabras, de él no he heredado precisamente mis nervios y mi
capacidad para decir mil frases por segundo, sin duda. Pero, al ver que sus
respuestas son como siempre, me libero un poco de la preocupación que
tenía al dejarlo solo. ¡Parece que incluso está mejor sin mí! Imagino que
estará bastante ocupado con su cita... Estoy deseando que me cuente más
del asunto, aunque, conociéndolo, me costará lo mío.
Desde la excursión que hicimos ayer Álex y yo a Tejeda, la cosa ha
cambiado por completo. Creo que era un momento que necesitábamos
desesperadamente ambos. Tenernos el uno al otro y el silencio, al menos
durante un rato. La idea que tuvo de pasar el día fuera enseñándome ese
lugar tan idílico me pareció todo un acierto, nos cargó de energía,
olvidamos todo aquello que nos comía la cabeza y casi pude
teletransportarme a Madrid, justo hace un año, cuando todo comenzaba.
En el momento en el que nos sentamos a contemplar el paisaje en el
Roque Nublo, pude reflexionar sobre nosotros. Realmente no llevamos
mucho tiempo juntos. Sin embargo, creo que ha sido la intensidad con la
que ha sucedido todo la que ha ido moldeando nuestra relación hasta
hacerla así, tan auténtica y vivaz.
Cada relación tiene sus tiempos, algunas van más aceleradas que otras,
pero ¿quién marca el camino? ¿Quién decide qué ha de ir rápido o no? Los
sentimientos no se pueden medir, por eso, y a pesar de lo que cualquier
persona pueda pensar de nosotros, estoy contento de nuestro recorrido
juntos.
Este año ha sido el mejor de mi vida y, aunque ahora estén surgiendo
bifurcaciones en el camino que complican las cosas, sé que lo
solucionaremos y que seguiremos uniendo nuestros pasos. Lo sé. Lo sé
porque miro a Álex y, por loco que suene, se me olvida todo lo demás. Al
fin y al cabo, tengo que ponerme en su lugar. Mi única preocupación en la
vida es saber vender una colección completa en la Librería Hogar para
poder acabar el día con un buen tique y pensar en qué receta pedirle a mi
abuelo de cena. Ella, sin embargo, aún tiene muchos temas que resolver. No
puedo juzgar todo lo que se le pasa por la cabeza porque no estoy ahí
dentro. ¡Ya me gustaría!
El plan de Álex para hoy es salir a cenar y tomar algo con sus amigos.
Hemos pasado el día en la playa junto a los peques, así ayudamos a Pablo y
a May a tener un respiro y descansar. Los niños son un terremoto y no
hemos parado de jugar con ellos o, mejor dicho, no he parado de jugar con
ellos. Mientras Álex tomaba el sol, nosotros tres aprovechamos para
meternos en el agua. No sé la de veces que los habré lanzado por los aires y
que ellos han vuelto a por mí para que siga. ¡Son incansables! Cuando no
pude más, salí con ellos en brazos y le tocó a Álex darme el relevo, porque
literalmente me quedaba sin aire.
Comimos unos bocadillos de pata de cerdo asada que nos acercó May.
Nunca los había probado, pues al parecer son muy típicos aquí, y... ¡menudo
manjar! Me comí el mío, los sobrantes de los niños y uno más que tuve que
pedirle a May porque estaba espectacular. Álex no podía parar de reír
viéndome comer con tantísimas ganas. Lo que yo no entiendo es que ella no
hiciera lo mismo. ¡Son un escándalo! Tengo que decirle a mi abuelo que los
prepare.
Inmediatamente después de comer, los niños cayeron rendidos —¡por
fin!—, así que cogimos en brazos a cada uno a uno y los llevamos a la casa.
Nosotros decidimos continuar más tiempo en la playa, pero esta vez solos.
Ya llevamos un rato tirados en la toalla, bajo la sombrilla, cuando Álex
exclama:
—Madre mía. Si alguna vez había tenido ganas de tener hijos, ya se me
han ido. ¡Estoy agotada!
—Total —le respondo—. Y solo ha sido medio día, no me quiero ni
imaginar lo que tiene que ser cuidarlos el día entero.
—Sin duda, May tiene el cielo ganado.
—¿Y tu padre no?
—Sí, supongo. —Se encoge de hombros—. Pero, en realidad, el trabajo
duro de educarlos lo hace ella. Él trabaja todo el día y, pese a que May
también trabaja en el cole, tiene más horas libres, así que es ella la que les
dedica más tiempo.
—Una superheroína, sin duda.
Ella asiente y se incorpora, mirando al mar. Yo hago lo mismo.
—Me parece una pasada que tu padre tenga una casa con esta pedazo de
playa que nadie conoce y podáis disfrutar de ella vosotros solos.
—La verdad es que sí, creo que es lo mejor de vivir aquí —dice mientras
se pone de pie—. Venga, vamos a darnos un baño.
—¡Nooo! —exclamo mientras me vuelvo a tumbar—. ¡Nada ni nadie me
moverá de esta toalla!
Justo cuando termino de decir la frase, noto que un buen puñado de
arena me cae por todo el cuerpo y, cuando levanto la cabeza, veo a Álex
salir corriendo hacia el agua.
Bien, ella se lo ha buscado.
Comienzo a perseguirla por la arena como un loco y no me cuesta nada
alcanzarla. Con la velocidad con la que voy, me cuesta frenar, y justo
estamos entrando al agua, por lo que ambos caemos de lleno. Al momento,
sacamos el cuerpo y tomamos aire.
—¡Eh! ¡Eso es trampa! ¡Tú corres más rápido que yo! —exclama
mientras se acerca a mí. Yo aprovecho el momento para cogerla de las
caderas mientras ella coloca sus piernas alrededor de mi cintura. Con este
simple movimiento, ya siento el pulso acelerado y un cosquilleo en el
vientre. Es increíble la capacidad de conexión que puedes tener con alguien.
Cómo, con tan solo rozarle la piel, ya puedes sentir tantísimo.
—Eso te pasa por tirarme arena —le digo mientras pego su cuerpo más
al mío—. ¿No querías bañarte? ¡Pues un baño has tenido!
Álex se ríe y yo me pierdo en ella. Me quedo mirándole la boca, los
labios carnosos, las gotas que le caen por el rostro y acaban en ellos. Tengo
que probarlas. Saborear la sal del mar a través de ella. Comienzo a acariciar
su espalda, de arriba abajo, hasta que no puedo más y mi mano baja por su
muslo. Ella vuelve a sonreír y también mira mi boca. Cuando pone ese
gesto de querer más, me deshago por completo. ¿Cómo puede ser tan sexi
sin quererlo? Gruño por lo bajo y me rozo con su bikini. Álex exhala un
jadeo y yo decido que es el momento. La beso. Nos rozamos. Jadeamos.
Y nos quedamos toda la tarde disfrutándonos en la que se acaba de
convertir en mi playa favorita.

—¿Qué te está pareciendo la isla, Adri? —me pregunta Leo mientras el


resto del grupo me mira con curiosidad.
Álex se moría de ganas de presentarme a los que ahora son su grupo
íntimo de amigos. La verdad es que me alegra que haya encontrado un
apoyo aquí, no tiene que ser fácil llegar a un sitio nuevo para vivir y
encontrarte totalmente sola. De momento, me parecen muy cercanos y
amables conmigo. Desde que hemos llegado al bar, todos se han
preocupado por integrarme, concrétamente Leo que, además de no apartarse
de Álex ni un segundo, tampoco se aparta de mí. También he conocido a
Claudia, una chica espectacular que no para de hablarme de su tienda de
ropa; los mellizos, que me parecen increíblemente grandes y atractivos, y a
Javi, algo más callado pero, sin duda, muy observador.
—He visto poco, pero de momento me está pareciendo preciosa —
contesto algo cortado.
Tengo que admitir que Leo me impone un poco. Cuando Álex me lo
describió por teléfono, se ahorró los detalles. El surfero es muy alto, con
anchos brazos, una melena rubia brillante y una cara llamativa.
Además de guapo, es simpático... ¿Esto qué es? ¿Acaso ha salido de un
reality de guaperas?
No puedo evitar compararme con él. Nunca se me han dado demasiado
bien los deportes, por lo que mi cuerpo no es especialmente musculoso.
Tengo los brazos algo delgados —aunque tonificados por la costumbre de
llevar muchas cajas y libros—, piernas también largas y huesudas y, sin
duda, toda la grasa se me acumula justo en la barriga, debajo del ombligo.
Siempre he dicho que ese pequeño detalle me hace especial y me da
personalidad. No creo que me tenga que avergonzar de mi cuerpo en
absoluto, pues tampoco hago nada por cambiarlo. A veces nos dejamos
llevar por las rutinas y la horrible costumbre de decir que no tenemos
tiempo cuando, en realidad, lo que no tenemos es ganas. En definitiva, claro
que me gusto, ningún cuerpo tiene por qué disgustar a nadie, cada uno es
único y bonito a su manera. Sin embargo, es inevitable desear los músculos
de Leo, su perfecta sonrisa y..., ¡qué coño!, ¡su melena Pantene!
Además, no es solo su físico lo que me llama la atención —gran parte de
la atención—, sino también la complicidad que tiene con Álex. Ya me di
cuenta en la cena familiar de sus gestos y miradas cómplices, son más que
evidentes y, aunque quiera evitarlo, una parte de mí siente algo que no
comprende. Como si sobrara en esta ecuación. De repente, me veo aquí, en
este bar, sentado en una mesa alargada con un montón de canarios y veo a
Álex como una más, lo cual me hace alegrarme por ella, pero las
sensaciones negativas, pese a mi esfuerzo por borrarlas de mi cabeza,
permanecen. Crecen.
¿Por qué sentir celos cuando sabes que lo que está haciendo tu pareja es
totalmente sano? Ella sale, se divierte, conoce gente, se relaciona... ¿Qué
hay de malo en eso? ¿Acaso no lo haría yo en su lugar? Y, si realmente
pienso así y soy consciente de ello..., ¿por qué me siento inseguro de
repente?
—Álex nos enseñó vuestra foto con los pies colgando en el Roque
Nublo..., ¡qué impresión! —señala Claudia casi gritando para hacerse oír
entre todas las conversaciones que hay a la vez en la mesa.
—Me ha encantado la experiencia. Tenéis suerte de vivir rodeados de
sitios tan increíbles —le respondo, sincero.
—¡Y te queda aún mucho por ver! —exclama Álex, agarrándome del
brazo mientras continúa: —Agaete, por ejemplo, es todo un paraíso si lo
pillas con poca gente.
—¿Te acuerdas cuando fuimos, rubia? —¿Rubia? ¿Leo utiliza el mismo
apodo que uso yo para referirme a ella? De nuevo, el ruido acecha mi
cabeza—. Fue brutal. No había nadie en las piscinas naturales y no salimos
de ellas. ¡El agua estaba fleje buena! —¿Se bañarían juntos? ¿Se acercarían
tanto como nosotros en la playa?
¿Por qué me siento tan imbécil pensando de este modo?
Para intentar desconectar de los pensamientos intrusivos, me bebo casi
de golpe toda la caña. Cuando sorbo la última gota y vuelvo a prestar
atención a la mesa, todos me miran totalmente en silencio. Álex, en
concreto, con los ojos desorbitados. Mierda.
—¿Estás bien? —me pregunta susurrando—. ¿Quieres que salgamos a
tomar el aire?
—No, no te preocupes —le respondo, intentando fingir que todo está en
orden dentro de mí—. Tenía muchísima sed.
—Ya..., pero tú no sueles beber alcohol —rebate—. Y mucho menos te
lo bebes de golpe. ¿Seguro que está todo bien?
—De lujo, rubia.
Pone cara inquisidora, imagino que porque la acabo de llamar justo
como su amigo hace unos segundos. Intuyo que se ha dado cuenta de mis
pensamientos, pero ha decidido sonreír y seguir a lo suyo.
Yo permanezco un rato más en silencio. Absorto. Miro y pienso. Pienso
y miro. Observo. Bebo. Bebo y bebo y bebo. Sigo bebiendo. Finjo que río.
Que me lo estoy pasando bien. Y bebo.
Nos vamos a la discoteca. Que empiece la noche.
51
Alejandra

Creo que esta noche todos nos hemos pasado un poco bebiendo. Hemos
salido por el pueblo, para así no tener que conducir ninguno ni quedarnos
hasta la mañana en una playa, lo que ha hecho que dejemos de pensar en la
responsabilidad de volver a casa. Aquella noche en la ciudad fue única. La
primera vez que empecé a olvidarme de todo y a disfrutar realmente de la
isla. A apreciar que la magia de los sitios realmente reside en las personas
que te acompañan en el viaje. Si aquella noche lo pasamos tan bien fue
gracias a mis amigos. Por eso espero que hoy se repita.
Acabamos de entrar en la única y pequeña discoteca que hay en la zona y
el ambiente que se respira está cargado. Huele a alcohol, sudor y perfume.
Una mezcla un tanto desagradable, pero a la que te acabas acostumbrando
al cabo del rato. La gente está animada, bailando sin parar, y la barra está
repleta de gente pidiendo copas. El local es pequeño, oscuro, únicamente
iluminado por las luces estroboscópicas.
Adrián está muy raro, tiene la mirada perdida. Él no suele beber
habitualmente, pero parece que esta noche se está saltando las normas.
Realmente no sé si está obligándose a disfrutar, a conocer a mis amigos,
o si es porque se siente incómodo. Ellos no paran de acercarse a él, para
integrarlo e interesarse por su vida. Jamás lo había visto responder de forma
tan escueta y sistemática, y menos con lo hablador que es.
Sin embargo, creo que las bebidas que he tomado me están haciendo
efecto, pues con el paso del tiempo esta preocupación se me va de la cabeza
y lo único que me interesa es pasarlo bien.
Quiero que sea una de esas noches memorables.
El DJ pone una de mis canciones favoritas del momento, Quédate, de
Quevedo, que se está convirtiendo en un himno, y más aún para los isleños,
ya que el cantante es de Gran Canaria. Suenan las primeras notas y todos
comenzamos a gritar. Por el rabillo del ojo, veo a Adri apoyado en la barra.
Ni se ha inmutado, seguramente no conoce la canción, ya que no suele salir
ni frecuenta este tipo de locales. No es el tipo de música que suele escuchar,
él es más indie. Adora la música, cómo no, donde las letras tienen mensajes
importantes ocultos, sea del género que sea. Continúa bebiendo como si
nada, echándole un ojo al teléfono de vez en cuando.
Claudia me agarra del brazo y me invita a bailar juntas la canción. Se
unen Javi y Leo, y los cuatro comenzamos a crear coreografías diferentes
canción tras canción.
Bailo con Claudia. Bailo con Javi. Bailo con Leo. Adri mira. Mira. Mira.
Lo miro y aparta la mirada. Pero yo sigo bailando.
—Estás muy guapa esta noche, peninsular —me dice Leo al oído para
que pueda escucharlo.
—¡Gracias, Leo! Al menos hay alguien que me lo dice. —Me acerco a él
para hacerme oír sobre la música atronadora de los altavoces que tenemos
cerca.
—Uy, ¿problemas?
—De momento, no. Pero creo que los va a haber —me sincero.
—¿Quieres que hable con él? Quizás le haya molestado algo...
—Déjalo. No has hecho nada malo, al contrario. Llevas todo el tiempo
intentando unirlo al grupo y él está siendo un borde. Siento mucho que
reaccione así.
—No lo sientas. —Sonríe y se acerca más—. Mañana habláis y lo
solucionáis. Seguro que es una tontería. Oye, me gustaría contarte...
Observo a Adri, que no ha cambiado el gesto de hastío, y dejo de
escuchar a mi alrededor. Nos mira desde el otro lado y, pese a mis señas
para que se acerque, me ignora. Lo veo mirar al reloj, como si estuviera
aburrido, y es entonces cuando decido que no voy a esperar a mañana.
Estoy cansada de la situación así que, con la valentía que me da la
borrachera, me acerco a él, en parte también preocupada. Tengo la
seguridad de que no he hecho nada malo. No quiero seguir sintiéndome
culpable por todo lo que sucede a mi alrededor. Por el mal ambiente que
hay en mi casa, por no encontrar la solución a qué quiero hacer con mi vida
o por esto. No siempre soy yo la que se equivoca.
—Dame un minuto, surfero —le digo a Leo, mirando hacia Adri—.
¿Para qué dejar para mañana lo que puedo hacer hoy?
—No creo que sea buena idea... —Dejo de escucharlo conforme doy un
paso más, y otro, y otro más hacia la barra. Posiblemente no sea buena idea,
pero como no arregle esto la noche se va a convertir en un absoluto
desastre.
—Ey, ¿bailamos? —le pregunto mientras le pido otra copa con un gesto
al camarero, que en seguida asiente y comienza a prepararme otro gin-tonic.
—No me apetece.
Su gesto es serio, como nunca lo he visto. No es capaz de mirarme a la
cara. Se dedica a darle vueltas a los hielos que hay en su copa a medio
acabar.
—¿Sabes qué? Haz lo que quieras —responde mi boca sin darme cuenta,
y entonces ya no puedo parar—. No entiendo qué te pasa, pero no creo que
sea el momento para estar así.
—Ah, ¿no lo es? —masculla con ironía y mi inexplicable enfado brota
cada vez más.
—¿No se suponía que venías para disfrutar de estos días conmigo? Te
has pasado toda la noche callado, sin hacer el esfuerzo de acercarte a mí o a
mis amigos, los cuales, por cierto, se están portando de diez contigo. —
Cojo la copa de la barra y le doy un buen sorbo antes de seguir—. En
cambio, tú te estás portando como un gilipollas con todos. Leo se ha
acercado a ti varias veces y...
—Leo. Leo, Leo y Leo.
—¿Qué?
Se queda callado. Mira al techo sin cambiar de expresión y luego dirige
de nuevo la mirada a mis ojos. Me transmite mucho frío, y si hace unos
segundos estaba enfadada, ahora siento desconcierto. No entiendo nada.
Me quedo en silencio, esperando que dé el paso para decirme algo. Pero
creo que ambos nos hemos dado cuenta de que no es el momento de hablar.
Vamos bebidos y seguramente acabemos haciéndonos más mal que bien,
por lo que es él quien toma la iniciativa. Deja un billete sobre la barra, se
lleva las manos a los bolsillos y sale del local.
No lo sigo.
52
Adrián

Estoy acostado en la cama de la habitación de invitados. Llevo un par de


horas bocarriba, mirando al techo, viendo cómo pasan todos mis
pensamientos por delante y no soy capaz de detenerme en ninguno de ellos.
De detenerlos. El efecto del alcohol está remitiendo y ahora no puedo evitar
sentirme mal conmigo mismo. Por un lado, he actuado como un auténtico
capullo a causa de mis celos. Sin embargo, no paro de darle vueltas al
asunto: ¿son infundados? ¿O acaso he visto señales reales?
Conozco a Álex lo suficiente como para saber que en Leo está
encontrando su sitio seguro.
¿Estaría igual de preocupado si lo hubiese encontrado en una chica? Soy
lo peor.
Estoy comportándome justo como los protagonistas tóxicos de los libros
juveniles, que se enfadan a la mínima y no son capaces de solucionar de
primeras ningún conflicto hablando. ¿Cómo me he podido convertir en lo
que más he criticado durante tantos años?
Lo peor de todo es que no puedo evitarlo: me imagino a Álex en la
discoteca bailando con él, acercándose, hablándole al oído, riendo... con esa
sonrisa suya. Claro, ¿cómo no va a volver loco a cualquiera con esa
sonrisa?
Sigo hundiéndome en mi culpabilidad cuando escucho el sonido de la
puerta al abrirse. Por el rabillo del ojo, veo a Álex entrar descalza, con los
tacones en la mano, sin apenas poder sostenerse en pie. Intuyo que la
borrachera también ha podido con ella.
—¡Estás aquí! —exclama sonriendo y abriendo los brazos alegre—.
¡Qué bien, Adri!
—¿Qué se supone que estás haciendo? —mascullo mientras me levanto
para sostenerla—. No grites, todos duermen.
—¿Cómo es que están durmiendo y no disfrutando de la mejor noche de
sus vidas? —Se sigue riendo mientras me echa el brazo por los hombros
para que la ayude—. Anda, hazme hueco en la cama, qué vas a flipar hoy.
—Me parece que la que va a flipar eres tú en tus sueños —respondo
cortante.
Me duele tener que hablarle de esta forma, pero me parece que, aunque
yo no haya actuado bien yéndome por mis rayadas, ella tampoco lo ha
hecho quedándose para emborracharse hasta casi perder la cordura.
La miro y siento pena. Porque en lugar de verla mejor que como llegó, la
veo más perdida todavía. No ha sido capaz de hacer nada durante estos
meses. Nada. Teniendo la ayuda y el apoyo de sus padres. Teniendo el
dinero que ellos le ofrecen. Teniendo una isla entera que disfrutar. Y, sobre
todo, teniendo tiempo libre.
Ojalá supiera lo afortunada que es por tener familia, apoyo, un lugar
seguro, dinero y tiempo. Yo hace mucho que perdí muchas de esas cosas.
Solo me quedan mi abuelo y mi librería. Apenas tengo tiempo. Apenas
tengo dinero.
Duele.
Álex aprovecha este momento de confusión para acercarse más a mí.
Coloca los brazos detrás de mi cuello y comienza a lamerlo. Es ella, por lo
que no puedo evitar sentir cosas en la entrepierna.
Soy un cerdo, porque me estoy excitando con una persona que no está en
sus cabales.
Intento alejarla de mí sujetándola de la cintura y empujándola
suavemente, movimiento que la ayuda a bajar la mano hacia mi erección.
Mierda. «No me lo pongas más difícil, por favor».
—Uy, ya veo que tú también tienes ganas de pasártelo bien —susurra
mientras comienza a mover la mano suavemente sobre mí. Me va a volver
loco—, pero te gusta hacerte el duro.
No puedo permitir que suceda esto, así que con todas las fuerzas del
mundo y respirando hondo, la cojo en brazos mientras patalea y la llevo
directa a su habitación.
—¡Yujuuu! ¡Vamos a mi cama, que seguro que es más cómoda!
Álex sigue gritando y yo pongo los ojos en blanco porque no tengo
brazos suficientes como para sostenerla y hacerla callar al mismo tiempo.
Con un traspiés entro en su habitación y la dejo sobre la cama. Ella se
tumba y comienza a quitarse la ropa y a lanzarla por los aires. Tiro de la
manta hacia ella con el fin de taparla, pero no le hace mucha gracia la idea.
—¿Quieres hacerlo bajo las sábanas? —susurra con esa voz y esa cara
que me vuelve loco—. Qué sexi...
—No. Vamos a dormir, Álex. —Me separo de ella bruscamente y la miro
desde arriba. Joder, ¿cómo hemos llegado a este punto? Jamás me imaginé
que podría rechazar cualquier gesto, roce o beso de ella.
—Oh, venga ya. Eres un aburrido.
—Mañana hablamos, ¿vale? —Me estoy dando la vuelta para dirigirme
hacia la habitación cuando la escucho decir:
—Estar contigo es un puto coñazo. Muchas cartas de amor, pero luego
no eres capaz de follarme en condiciones. No eres capaz de bailar conmigo
en la discoteca, como todo el mundo, como todos los tíos.
Duele mucho.
Ella sigue. Le hace falta solo un par de frases para destruirme.
—Ojalá no hubieras venido.
Dice.
—Estaba mejor antes de que llegaras.
Concluye.
53

De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: El mejor día de mi vida

Querida Álex:

Creo que hoy, contigo, he pasado el mejor día de mi vida. Cuando mi abuelo me dijo que
tenía la librería para mí solo esta mañana, ya que él tenía que ir a arreglar unos papeles de
la nueva mercancía, no pensé que querría que se repitiera esto todos los días.
Tú y yo. La librería para nosotros solos. Nosotros. ¿Puede haber algo mejor?
Verte ayudarme a trabajar, recomendar libros a los clientes, atenderlos con tus gestos
amables... Creo que si hoy hemos vendido algo ha sido gracias a ti. Yo estaba totalmente
embelesado mirándote.
Por un momento, me he imagino un futuro, ¿sabes?, trabajando aquí los dos. Ha sido
desconcertante y, a la vez, increíble. Compartir mi pasión contigo es una de las mejores
cosas que me podría haber pasado. No eres consciente de lo afortunado que me siento.
Lo mejor de todo ha sido cuando hemos cerrado el local y nos hemos quedado dentro.
Solos. Una vieja manta en el suelo de madera, tu mochila con la cena preparada en
pequeños túpers y, por supuesto, los libros. Mi cita de ensueño.

Razones por las que te quiero (3):


Nunca pensé que a nadie le pudiera quedar tan bien estar rodeada de literatura, hasta que
me he dado cuenta de que se podría hacer literatura sobre ti.
Literatura sobre ti.
Creo que no habría en la vida nada mejor.

Adrián
54
Alejandra

–Esta vez te has pasado.


Es lo primero que escucho al despertar. Me cuesta despegar los párpados
hasta conseguir abrir los ojos del todo. La oscuridad del cuarto desaparece
cuando alguien abre las cortinas y entra la luz a raudales. Tengo que volver
a cerrarlos rápidamente y me llevo las manos a la frente. La cabeza me va a
explotar. Me cuesta recordar. No sé en qué momento de la noche llegué a
casa. Ni cómo. Ni con quién. Confío en que Leo me acompañara, porque al
ver el estado en que volví, me podría haber pasado cualquier cosa.
Todavía llevo el vestido con el que salí, un zapato puesto, el otro lo debí
soltar nada más llegar a casa. Me llevo la mano a la cara y me restriego los
ojos, tengo que estar hecha un despojo, con toda la máscara de pestañas
corrida. Noto la boca seca y los recuerdos van apareciendo poco a poco,
provocándome ganas de vomitar.
—¿No piensas levantarte?
Mi padre. Es él quien ha entrado sin pedir permiso, me está levantando a
voces y ha abierto la ventana de par en par. Pero ¿qué se ha creído?
—¿Se puede saber qué haces? ¡Estaba durmiendo! —le respondo de
mala gana, y cojo las sábanas para taparme de nuevo—. ¿Es que no hay
intimidad en esta casa?
—En mi casa habrá la intimidad que yo quiera. —Vaya, creo que está
cabreado—. La has liado pero bien. ¿En qué estabas pensando?
—¿De qué hablas? —Me giro totalmente desconcertada y lo miro. Está
vestido de calle y en su rostro se nota a la perfección que el enfado que
tiene es monumental.
—Algún día te arrepentirás de las decisiones que estás tomando.
—Que sí, que vale. ¿Me puedes decir de una vez qué se supone que he
hecho para que me despiertes así?
—Adrián se ha ido —suelta. Y, por si no había quedado lo
suficientemente claro, recalca—: Por tu culpa.
Asimilo lo que me está diciendo y los recuerdos comienzan a agolparse
en mi cabeza unos sobre otros. Me cuesta diferenciar qué es real de lo que
no. Ni siquiera sé muy bien qué le dije, solo que solté demasiado por la
boca y me acosté.
—¿Cómo que se ha ido? ¿Ya? —me incorporo de golpe y busco mi
teléfono. Mierda, no sé dónde lo dejé anoche. ¿Por qué me emborraché
tantísimo? La cabeza me martillea—. Tenía el vuelo por la noche. Hoy
íbamos a salir de excursión y...
—Esta mañana a primera hora me lo encontré en la cocina con la
mochila colgando. Me pidió que lo llevara al aeropuerto.
—¿Lo has llevado sin decirme nada? —pregunto, incrédula, mientras
sigo buscando el teléfono entre el caos de la habitación.
Levanto las camisetas que hay tiradas por el suelo. Nada. Me duele la
cabeza. Miro debajo de la cama. Nada. Me duele la cabeza. Miro debajo de
la almohada. Nada. Joder, me va a explotar la cabeza.
Vomito. De repente, no puedo parar de vomitar. Las arcadas me
producen más asco y continúo vomitando.
Mi padre farfulla entre dientes y se acerca para ayudarme y me agarra el
pelo con las manos para que no me lo manche.
—Mierda, Álex —masculla—. ¿Qué se supone que estás haciendo? —lo
dice más para sí mismo que para mí.
—Vomitar —jadeo.
—No. ¿Qué se supone que estás haciendo con tu vida?

He aprovechado los diez minutos que me ha dejado mi padre para asearme


un poco. Después de una buena ducha y un par de visitas más al inodoro,
me miro en el espejo y no me reconozco. Las ojeras me llegan
prácticamente al suelo. Tengo el pelo enmarañado y sucio. E identifico esos
ojos tristes que encontré plasmados en el lienzo.
Qué irónico.
Me apoyo en el lavabo mientras dejo pasar los minutos y la culpabilidad
se cierne sobre mí. Mi caos ha podido conmigo, hasta tal punto que todo ha
escapado de mi control.
¿Cómo he podido estropear tanto las cosas?
Durante este tiempo aquí solo he pensado en mí. Se suponía que venía
para eso, ¿no? Si es así, ¿por qué siento que me he comportado como una
egoísta?
La conversación con mi madre.
La discusión con Adri.
Y, ahora, mi padre.
En lugar de arreglar las cosas, las estoy estropeando. Voy arrasando con
todo a mi paso.
Como no tengo escapatoria, me acerco al salón, donde encuentro a mi
padre esperándome sentado en el sillón. Tiene los codos apoyados en las
rodillas; la cara entre las manos. Me duele verlo así. Me duele ser la
culpable. Aunque sea él. Aunque, en parte, esté así por él.
Toso un poco para hacerle saber que ya estoy lista y él gira la cabeza
hacia mí.
—Siéntate, Álex. —Suspira y, con la voz tomada, dice—: Por favor.
Yo asiento con la cabeza y hago lo que me dice.
Por fuera parezco derrotada, pues la resaca puede conmigo. Por dentro
creo que estoy igual, pero no a causa del alcohol. No hablo porque si lo
hago me voy a desmoronar y no estoy preparada. Así que, pese a que no
quiero. Pese a que no estoy preparada. Pese a que ahora mismo esto sea lo
último que me apetece hacer en el mundo, lo afronto. Debemos, por fin,
hacer frente a esta conversación.
—Yo... —se lleva las manos a la cara y se frota los ojos con fuerza.
Le está costando tanto como a mí, o al menos eso aparenta. No sé qué
me va a decir, pero intuyo que no será nada bueno. Si me dice que tengo
que irme de su casa, creo que acabaría por destruirme. Me siento muy a
gusto aquí, con mis amigos, con el paisaje, con esta tranquilidad de la que
por fin puedo respirar... Pero, por otro lado, sé que he tomado decisiones
equivocadas, en palabra y en obra. Y eso lo tendré que pagar de algún
modo. Sin embargo, comienzo a preocuparme cuando sus ojos empiezan a
llenarse de lágrimas y, en apenas un susurro, me dice lo último que me
espero:
—Lo siento.
Se me eriza el vello al escuchar esas dos palabras: Lo siento. Dos
palabras que he necesitado escuchar durante demasiados años. Dos palabras
necesarias. Dos palabras que sanan.
Me quedo totalmente quieta sin saber qué decir o cómo actuar. Después
de tanto tiempo esperando este momento, no sé qué tengo que hacer. Llegué
a imaginarlo, por supuesto. Un abrazo lleno de emoción. Lágrimas.
Sonrisas.
Ahora que tengo el perdón delante, tengo más miedo todavía.
—Sé que he sido un padre horrible —confiesa, con la mirada perdida en
el suelo y sus ojos haciendo un esfuerzo por impedir que salgan las lágrimas
—. Te dejé ir. Soy consciente de cada uno de mis fallos, al igual que soy
consciente de los tuyos. Pero no puedo pedirte nada más que perdón.
Porque, al fin y al cabo, tú aún eras una niña. Ahora te veo —me mira y me
señala con una mano— y eres toda una mujer. Pero, cariño, y siento mucho
decírtelo así, aunque yo sea el responsable de la mayor parte de tu dolor, y
de lo que hace que actúes de esta forma, no puedes seguir perdiendo a los
que te quieren. No pagues tu frustración con tu madre, la persona que más
te quiere en el mundo. No la pagues tampoco con Adri, que ha hecho un
esfuerzo abismal por venir aquí, a pesar de sus circunstancias. Si yo soy el
culpable, házmelo saber a mí. Porque, sin darte cuenta, estás actuando como
hice yo. Me alejé de ti por dolor, y ahora tú te estás alejando de ellos por lo
mismo.
Sus palabras me llegan y yo también hago un esfuerzo sobrehumano por
no venirme abajo. No pensé que llegaría a comportarme nunca como lo hizo
mi padre conmigo. Sin embargo, ahora mismo en lo único que puedo pensar
es en los motivos que tuvo para hacerlo. Porque él sí sabe cuáles son los
míos para estar así.
—Supongo que te preguntarás qué hiciste tan mal... Álex, no te imaginas
lo difícil que es para mí confesarte esto. Sé que debería habértelo contado
en su momento, pero me veía incapaz. Después, fui dejando que el tiempo
hiciese de las suyas y lo arreglara todo, pero fui un ingenuo.
—Puedes contármelo —lo animo a continuar.
Quiero que sepa que, pese a todo, estoy aquí, y aunque en parte sea
tarde, es el momento de soltarlo todo. Me acerco un poco a él hasta quedar
frente a frente. Apoyo mi mano sobre la suya y él me mira directamente a
los ojos. No me había dado cuenta hasta ahora de lo mucho que se parecen
nuestras miradas. Ahora sí puedo entender por qué dibujó ese cuadro. ¿Qué
nos une a nosotros, más aún en este momento, que no sea nuestra mirada
triste? Mi padre dibujó el único lazo que encontró entre nosotros.
—Perdí un hijo, Álex.
Conforme está terminando de pronunciar mi nombre, se rompe.
Comienza a llorar desconsoladamente, como nunca lo he visto, y me cuesta
reaccionar. No quiero tocarlo más porque siento que se va a resquebrajar.
Un par de minutos después, cuando ya está un poco más calmado, continúa
hablando.
—Perdón. —Se sorbe los mocos y se pasa de nuevo las manos por los
ojos—. May y yo esperábamos un niño. Fue justo al año de venirme a vivir
a Gran Canaria cuando nos enteramos. Para mí fue una noticia muy
emocionante saber que iba a poder sentir de nuevo todo lo bonito que fue
tenerte a ti. Verlo crecer, sus primeros pasos o sus primeras palabras.
Aceptamos la noticia con un amor incondicional desde el primer momento.
Ver a May embarazada por primera vez fue... indescriptible. Hicimos lo
mejor para el embarazo, nos cuidamos y vivimos unos meses increíbles. Ya
estaba muy avanzado, en el quinto mes, cuando una noche sus gritos me
despertaron. Aquella..., joder, no sé por qué aquel día precisamente me
había dedicado a pintar durante horas. Estaba viviendo un momento tan
feliz que quería plasmarlo. Muchas de las obras coloridas de la exposición
fueron fruto de aquel momento. Yo estaba absorto, mezclando colores y
experimentando, cuando unos gritos me asustaron. Yo... sentí que se me
caía el mundo encima. Los gritos de May eran desgarradores. —Mi padre
vuelve a llorar y a moquear, y yo busco en el pantalón del pijama un
pañuelo usado y se lo doy para que se limpie—. Jamás había escuchado
nada igual. No me hizo falta llegar a la habitación para saber lo que había
pasado. Corrí hasta allí como nunca había corrido. Lo tiré todo por los aires:
los pinceles, el lienzo, los jarrones del pasillo... Nada me importaba más
que estar junto a ella lo antes posible. Verlo fue peor que escucharlo. Rojo
por toda la cama. May se había despertado con un dolor abismal y, cuando
se dio cuenta, estaba sangrando. Quise desmayarme allí mismo. Quise
morirme. Pero tenía que ser fuerte por ella y actuar cuanto antes para salvar
al bebé.
Se queda un minuto en silencio y yo también. Le acaricio la mano
suavemente, con miedo, con extrañeza, pues he olvidado lo que es estar
cerca de él. Ahora que estoy conociendo su historia no hay nada que me
haga sentir peor. ¿Cómo no me he enterado de esto? Tuvo que ser el peor
momento de sus vidas..., y yo ajena a todo.
—Te puedes imaginar todo lo que vino después —prosigue—. Fue...
horrible. May estuvo de baja muchísimos meses, ya no solo para
recuperarse físicamente de la pérdida, sino psicológicamente. Ambos
estuvimos yendo a terapia y ella, poco a poco, lo fue superando. No sé
cómo lo hace esta mujer, pero siempre sabe cómo recargarse de energía y
verlo todo desde otra perspectiva. Fui yo el que poco a poco se fue
hundiendo. No quería pintar. No quería salir de la cama. No quería hablar
con nadie... Me imaginaba todo lo que podría haber vivido con el niño, todo
lo que se estaba perdiendo ese pequeñín y... —Solloza—. En fin, sé que no
es excusa. Mi responsabilidad como padre es estar ahí para ti, pero no
quería contártelo. No quería contárselo a nadie. Tu madre me lo acabó
sonsacando después de una fuerte discusión en la que, básicamente, me dijo
que, si seguía así, iba a acabar perdiéndote también a ti y, mira cómo son las
cosas, así fue. Le pedí que no te contara nada, quería ser yo el que lo
hiciera. Ella me juró que no lo haría y, cómo has podido ver, tu madre
cumple sus promesas. Fue esa conversación la que me hizo volver poco a
poco a la realidad. May me apoyó todo lo pudo y eso también me hizo
sentirme un capullo porque, aunque fue ella la que se desangró en la cama
aquella noche, era yo el que estaba totalmente destrozado. Fui un egoísta, la
pena pudo conmigo. Gracias a la terapia, a tu madre y a May, poco a poco
fui viendo la luz.
»Al año, llegó la noticia: May estaba embarazada de gemelos. No sabes
lo que fue eso para nosotros: alegría porque por fin podríamos recuperar
aquella ilusión que nos quitaron de las manos y, por otro lado, un terror
absoluto por si volvía a suceder lo que tanto temía. Si en el primer
embarazo tuvimos cuidado, en este no te puedes ni hacer a la idea. Sin
embargo..., todo salió bien. Tuvimos a los monstruitos y la vida nos cambió
por completo. Volvió la alegría, volvió la inspiración..., pero yo estaba
incompleto. Me faltabas tú. No sabes lo difícil que está siendo volver a
recuperarte, Álex. —Me mira de nuevo y llega el momento que tanto he
esperado—. Siento muchísimo cómo me he comportado. De repente, temía
acercarme a ti por si te perdía, como al bebé. No quería volver a pasar por
eso. La mente pudo conmigo. Fue terrorífico. Hablando con tu madre, me
comentó que acababas los estudios y estabas algo perdida... Y vi la
oportunidad. La oportunidad de recuperarte. De pedirte perdón. De volver a
lo que fuimos. Le propuse que te vinieras a vivir unos meses aquí, con
nosotros, que eso nos ayudaría a todos y ella aceptó. No sabes la suerte que
tienes de tener una madre como ella, cariño. Yo, en su lugar, no habría sido
capaz de aguantar todas mis idas y venidas. No estaba en mis cabales, te lo
prometo. Cuando me dijo que habías aceptado, no me lo podía creer, casi
daba saltos de alegría... Ahora veo todo el dolor que llevas dentro de ti y me
veo reflejado. Yo también actuaba como tú, ¿sabes? —No me he dado
cuenta en qué momento he comenzado yo también a llorar—. Pagaba mi
frustración con todo el mundo. No puedo hacer otra cosa que pedirte
perdón, cielo. —Me limpia las lágrimas y me sostiene la cara entre las
manos—. Tenía que haber sabido decírtelo, haberte hecho partícipe..., pero
no sabía cómo, y el tiempo hizo de las suyas.
Sus palabras me emocionan y la culpabilidad se cierne sobre mí de
nuevo. En lugar de ponérselo fácil después de todo lo que ha pasado, le he
complicado las cosas. No he sabido apreciar las señales: las conversaciones
a puerta cerrada por teléfono con mi madre, su aspecto cansado cuando lo
vi en el aeropuerto, los cuadros de la exposición, el secretismo de todo el
mundo..., sus ojos.
¿Cómo no pude fijarme en sus ojos?
Ahora lo miro y puedo sentir todo por lo que ha pasado. Duele mucho.
Así que, sin darle más vueltas, olvidando estos años de desasosiego,
afrontando sus errores y los míos, ahora sí, lo abrazo. Y él me recibe,
sorprendido y emocionado. Nos abrazamos muy fuerte, intentando
recuperar todos los momentos que no hemos vivido juntos. No hace falta
decir más, ambos nos pedimos perdón y nos perdonamos. Con sus lágrimas
cayendo por mi espalda. Con las mías sobre la suya. Con su mano
agarrándome la cabeza como cuando era pequeña, y las mías apretándole
fuerte.
—Muy bien, y ahora que ya te lo he contado todo... —dice mientras se
separa y se seca las lágrimas—. Ahora me toca actuar como un padre y
reñirte.
Asiento mientras yo también me aparto, cojo aire y le escucho decir:
—La has cagado con Adri.
55

Querida Álex:

Siento todo lo que ha ocurrido, de verdad. Lamento que mi viaje haya tenido que terminar
así. No era precisamente lo que buscaba.
Te buscaba a ti.
A nosotros, en realidad.
Pensaba que todo sería distinto.
Estos meses han sido muy raros. Mi vida ha seguido como siempre, pero tu ausencia se
hacía notar. En cada rincón de Madrid. En cada rincón de la librería. En cada rincón dentro
de mí.
Sin embargo, me he dado cuenta de una cosa y es que, efectivamente, a pesar de tu
ausencia, mi vida continuaba. He tenido que acostumbrarme a que no estés, pero he
continuado. Me he dado cuenta de eso después de ver que tú has podido continuar, conocer
gente y olvidarte un poco de todo. Quizás esa sea la clave: dejarte ir para que yo pueda seguir
sin sentir este peso sobre los hombros y que, poco a poco, duela menos (aunque creo que
nunca va a dejar de doler del todo).
Necesito darme un respiro, un tiempo alejados. Tú también. Ha llegado ese momento en
el que, tristemente, debemos darnos espacio y pensar en nosotros mismos. Por nuestro bien.
Al menos, eso has estado haciendo tú este tiempo. Yo también quiero un poco de eso.
Permíteme ser egoísta esta vez.
No te culpo, los dos nos hemos equivocado. Yo pensaba que al vernos esta sensación que
me apretaba el pecho se iría. Que todo cambiaría para bien. Que te gustaría la sorpresa. Al
contrario, te he visto incómoda, abstraída, cambiada... Pensaba que lo eras, pero no te veo
feliz. Me ha costado reconocerte.
¿En qué momento se han torcido tanto las cosas? ¿Cómo hemos llegado a este punto?
Al principio pensé que todo esto era por ti. En realidad, nos viene bien a los dos. No creo
que sea una decisión mala del todo.
Yo no puedo estar siempre esperándote, y menos de esta manera. No quiero quedarme de
segundo plano en tu vida. Así es como me he sentido. Como si sobrara.
Rubia, aprovecha esta oportunidad que te están dando porque no lo haría cualquiera.
Disfruta cada momento allí, aprovecha el mar, únete a tu familia, a tus amigos... y,
cuando te des cuenta de lo privilegiada que eres, si aún entonces sigues pensando en mí,
escríbeme.
Recuerda las razones por las que te quiero.

«A veces no hay parejas que no se amen


sino temores que nos vencen».
La historia de los amores imparables, Marwan.

Con cariño,

ADRI
56
Alejandra

Llevo un mes sin saber nada de Adri.


Mi padre me dio su carta después de confesarme todo lo que había
ocurrido y de pedirme perdón, y fueron sus palabras las que me acabaron de
romper del todo. De pronto, sentía que no podía parar de llorar. Me dolía el
pecho, me costaba respirar, la cabeza me iba a explotar... Fue mi padre el
que me consoló.
Después de todo.
Estos días han sido muy raros. He querido escribirle mil veces
pidiéndole perdón. También he querido mandarle a la mierda. Luego, volvía
el llanto, la culpabilidad.
Mi padre ha estado muy pendiente de mí en todo momento junto a May,
a la cual también le pedí disculpas por mi comportamiento de estos meses.
Tras saber todo lo que han tenido que vivir no podía hacer otra cosa.
No se lo he puesto fácil a nadie este tiempo.
He visto a Leo prácticamente todos los días. Al resto del grupo, los fines
de semana, cuando no tenían responsabilidades. El surfero está siendo todo
un apoyo para mí. Siento que me entiende a la perfección y sus consejos me
ayudan a sanar poco a poco. Siento que la herida ya no escuece tanto como
antes.
Aunque no significa que se haya cerrado.
—El otro día le estuve dando vueltas a una idea... —me dice Leo
mientras se aparta el pelo de la cara y me mira.
Estamos sentados en la playa, nuestro lugar de encuentro todas las
tardes. Vemos el atardecer juntos y, cuando el sol se ha escondido por
completo, nos marchamos casi sin despedirnos. Es como un ritual donde las
palabras a veces no son necesarias.
—¿Qué idea? —Estoy sentada sobre la toalla a su lado, con los pies
encogidos y la mirada perdida en el océano. Ya estamos casi en diciembre y,
aunque el clima aquí es una pasada, y por el día hay que vestirse con ropa
ligera, por la noche refresca, por lo que llevo puesta una sudadera y la
capucha levantada.
—¿Cuántas biografías has leído desde que llegaste aquí? —pregunta
señalando la de Stephen King que tengo justo al lado de mi tote bag, con un
marcapáginas de resina para señalar por dónde voy.
—No sé, alrededor de diez, ¿por?
—¿No has pensado que, además de venir a la playa conmigo y cuidar de
los peques, a lo que más le dedicas el tiempo desde que estás aquí es a leer
biografías e investigar?
No es algo a lo que le haya dado demasiada importancia. Indagar en la
vida de los artistas, sean del ámbito que sean, me interesa, quizás por mi
vena periodista y la necesidad de ir más allá de sus obras. ¿Qué hay detrás
del Quijote? ¿Y del Guernica?
—No sé, no lo he pensado mucho —confieso—, no le he dado
importancia. Es solo que me gusta leer libros de este género, no de otros.
No soy muy lectora.
—Que no te guste la novela, por ejemplo, no significa que no te guste
leer, mi niña —responde guiñándome un ojo y explicándolo con gestos—.
Lectora eres, eso está claro, porque aunque sean biografías, son libros. A lo
mejor no has dado con las novelas necesarias para engancharte, o a lo mejor
te gustan más otros géneros, como la poesía, el teatro o, siendo periodista,
quizás el ensayo sea lo tuyo.
—No lo había pensado de ese modo...
—El caso es que —me corta— pensando y pensando en lo mucho que
lees y en lo que disfrutas, se me ha ocurrido una idea. A lo mejor te parece
una tontería, pero ¿por qué no lo intentas? Creo que puede ser justo lo que
necesitas para desconectar, centrarte en algo y, a la vez, disfrutar. Porque no
lees todo esto por obligación.
—Dispara.
—¿Y si unes el mundo de las redes que, al fin y al cabo es donde
actualmente se llega a más público, con tu afición, que ahora mismo son las
biografías? —Debo de estar poniendo cara de confusión, porque realmente
no sé hasta dónde quiere llegar, por lo que continúa diciendo—: Por
ejemplo, creas un Instagram o un TikTok y comienzas a hablar sobre lo que
estás leyendo, curiosidades que sepas de autores o artistas..., no sé. Además,
tienes talento comunicativo, eso sin duda. Te expresas bien, puedes llegar a
mucha gente y me parece que tratarías temas supernovedosos y poco vistos
en redes sociales. Es una forma de aportar algo nuevo y educativo a los más
jóvenes.
Sin duda, lo que dice me produce curiosidad y nos pasamos el resto de la
tarde hablando del tema. No se me habría ocurrido algo así y creo que
puede ser bastante entretenido. Ahora mismo no tengo nada mejor que
hacer y, tras el ultimátum que me dieron mis padres, así les puedo
demostrar que estoy interesada en abrirme a hobbies nuevos y experimentar.
No lo veo una idea disparatada.
Leo y yo creamos la cuenta en todas las redes sociales que pensamos
adecuadas para el contenido que publicaría y nos dedicamos a organizar las
siguientes publicaciones. Él me ayudará a hacer las fotos de los últimos
libros leídos y me dará el visto bueno antes de la publicación para ver que
todo está bien. Mientras tanto, no dejo de pensar en lo mucho que le
gustaría esta idea a Adri. Él encajaría en este proyecto a la perfección. No
hay nadie que sepa más de literatura, autores y curiosidades que él. Leo me
lo nota en la cara al momento, hemos llegado a un punto en nuestra amistad
en el que no nos hace falta decir mucho para saber qué nos pasa.
—¿Novedades?
—Ninguna —le respondo suspirando, mientras dejo el teléfono sobre
mis piernas.
—Aún ha pasado poco tiempo...
—¿Cuánto se supone que debería esperar? —pregunto más al aire que a
él mismo—. ¿Cuándo sabré que es el momento adecuado para hablarle? ¿O
acaso debería esperar a que me hable él, ya que ha sido el que se ha ido?
—Fluye, Álex —me aconseja mientras me acaricia la mano—. Haz lo
que sientas en cada momento. Vamos a centrarnos un tiempo en esto, a ver
qué tal y si te ayuda de algún modo, y dejemos que pase lo que tenga que
pasar.
No sé cómo lo hace para calmarme de este modo. Le sonrío y asiento.
Estoy a punto de preguntarle qué pasa con él. Apenas habla sobre sus cosas.
Siento que he estado tan absorbida por mis problemas que no he sido capaz
de interesarme por él. Últimamente lo noto algo más apagado, supongo que
también lamenta lo que me está pasando.
Es un buen amigo.
—Oye, querías hablar conmigo, ¿verdad?
Él se endereza un poco y veo que su nuez sube y baja deprisa. Está
nervioso.
—Sí, verás... Llevo un tiempo intentando contártelo, confesarte que...
—¡Chicos, la cena está lista! —Mi padre nos interrumpe apareciendo
justo detrás de nosotros con el delantal puesto. Aunque aún tenemos mucho
que sanar, nuestra relación ha cambiado por completo. Estamos
aprendiendo a relacionarnos de nuevo y me gusta por dónde están yendo las
cosas entre nosotros—. Leo, ¿te quedas?
—Claro, Pablo. ¿Cómo me iba a perder cualquier receta de May?
—¿No me ves? —responde mi padre señalando el delantal manchado de
masa y dando una vuelta sobre sí mismo—. ¡Hoy me ha tocado a mí! Vais a
flipar con las pizzas caseras que he preparado.
Una vez dice esto, nos levantamos hambrientos, nos sacudimos la arena,
recogemos las cosas que tenemos tiradas en las toallas y nos dirigimos al
interior de la casa. Leo me mira con complicidad, haciéndome saber que no
pasa nada, que ya tendremos tiempo para hablar.
La cena transcurre con tranquilidad, armonía y, por qué no, diversión,
con las tonterías de los pequeños, los juegos de mi padre y el ansia con que
Leo devora la comida. May sonríe mirando el panorama y coinciden
nuestras miradas. Sé lo que me está queriendo decir: «Todo va a mejorar».
Vamos por buen camino.
Pero no dejo de sentirme incompleta sin Adri.
57
Alejandra

Mientras observaba la foto que nos acabábamos de sacar Adri y yo, noté
una sensación agradable en el pecho. Quedaban pocos minutos para las
campanadas y todavía le seguía dando vueltas a qué deseo iba a pedir ese
año: no sabía si acabar la carrera con buenas notas, hacer un viaje increíble
con Adri, o conseguir el vestido más bonito para la graduación... Desde
pequeña tengo este ritual.
Comenzar el año con un deseo o un propósito que cumplir me motiva
como nada más puede hacerlo.
Adri me miraba emocionado, con el sombrero de cartón y la serpentina
colgando de su traje azul y no me pude sentir más afortunada al vivir este
momento con él. Estaba superelegante vestido así, con sus gafas redondas y
su pelo alborotado. Yo llevaba un mono de lentejuelas negro con un escote
en la espalda casi infinito. Tenía el pelo recogido en un moño desenfadado y
los ojos, por supuesto, con mucho glitter. ¿Qué otra noche en el año podía
ser más especial que esa para darlo todo con nuestros outfits y maquillajes?
Estábamos en un local que habíamos alquilado un grupo grande de clase
y todos habíamos llevado a nuestras parejas. Me vi rodeada de mis amigos
y la gente que los quería, todos un poco achispados por las copas de más
que habíamos estado tomando hasta el momento de las uvas. Lo pasamos en
grande. A una compañera se le ocurrió contratar un catering para
despreocuparnos de la cena y hasta ese momento todo había sido increíble.
¡Menudo homenaje nos pegamos! Estábamos todos de pie, charlando y
amenizando la noche, esperando con ganas el momento clave.
—¡Que llegan los cuartos! —escuché gritar desde algún lado de la sala.
Todos, rápidamente, cogimos los boles de uvas —el mío con ellas
peladas y sin pepitas— y nos preparamos de cara a la televisión,
expectantes y nerviosos.
—¡Las campanadas! —gritó otra persona.
Una.
Se acaba uno de los mejores años de mi vida, pensé.
Dos.
No me puedo creer que haya conocido a alguien tan especial.
Tres.
Este año me voy a graduar en Periodismo.
Cuatro.
¿Ya está la gente atragantándose?
Cinco.
En cuanto terminen las campanadas tengo que llamar a mi madre.
Seis.
—Alex, ¡qué te quedas atrás!
Siete.
—Te juro que voy a escupirlas todas, Adri.
Ocho.
Este año me apunto al gimnasio.
Nueve.
¿En serio me he dejado una pepita?
Diez.
Qué ganas de que comience la fiesta.
Once.
No me da tiempo a terminar.
Doce.
—Te quiero —susurró Adri en mi oído.
58
Alejandra

–¡Feliz año nuevo!


Todos comienzan a gritar y a abrazarse.
Estamos en la cala de la casa celebrando la Nochevieja. Mi padre y May
han invitado prácticamente a todo el pueblo. Han llenado la casa de luces y
por toda la playa han colocado velas y bombillas para iluminar la zona, que
no puede estar más bonita.
—Feliz año, mi niña
May se acerca a mí y me abraza. Le devuelvo la felicitación y me giro
hacia la siguiente persona.
—¡Peninsular! —grita Javi, que me coge en brazos y da vueltas sobre sí
mismo rápidamente—. ¡Feliz año!
—¡Javi, me vas a marear! —respondo entre carcajadas.
Leo está abrazando a Claudia, igual que el resto, cuando se acerca
corriendo a nosotros y nos abraza a ambos.
—¡Soy tan feliz por celebrar esta noche con vosotros! —exclama,
afectado por el alcohol.
—Vaya, vaya. —Claudia también se acerca y me da dos besos—.
¡Estamos cariñosos esta noche!
Todos reímos y brindamos. La noche está siendo increíble, pero mi
cabeza no está aquí. ¿Debería escribir a Adri para felicitarle? Estoy a punto
de coger el teléfono cuando los peques vienen también corriendo hacia mí.
—¡Feliz Halloween! —gritan mientras los cojo por los brazos y les hago
cosquillas.
—¡Seréis granujas! —exclamo haciéndoles reír hasta no poder más—.
¡Se dice «feliz año»!
Veo a mi padre al fondo, sonriendo ante lo que ve y decido acercarme
también a él.
—Feliz año nuevo, papá —lo abrazo y continúo—. Siento por todo lo
que hemos pasado.
—Que este año nos sirva para mejorar y crecer —responde,
agarrándome de los hombros y algo emocionado—. Me alegra mucho poder
volver a vivir esta noche contigo.
—A mí también —me sincero.
—¡Por cierto! ¡Qué bien está funcionando tu cuenta de Instagram sobre
curiosidades biográficas! ¡Casi diez mil seguidores!
—Sí, es una locura...
Hace pocas semanas que arrancaron las cuentas y la verdad es que le
dedico muchas horas diarias a la investigación pero, sobre todo, a la
organización y creación del contenido.
¿Quién me iba a decir que acabaría convirtiéndome en una influencer de
curiosidades y cotilleos de personas relevantes en la historia universal?
Los comentarios son, en su mayoría, muy positivos. Hablan de la
necesidad de expandir la cultura a los más jóvenes a través de nuestros
dispositivos electrónicos; de lo positivo que es para la sociedad actual; de lo
mucho que aprenden las distintas generaciones en vídeos de pocos
minutos... Y comentarios desfavorables también los agradezco, ya que me
ayudan a mejorar el perfil.
Está yendo tan bien que ayer mismo recibí un correo electrónico de una
agencia importantísima en el mundo de las redes sociales que ayuda a
gestionar cuentas de muchos instagramers y tiktokers que sigo. Se encargan
de proponer campañas a cambio de contenido por lo que, en cierta manera,
me va a ayudar económicamente. Me dicen que están interesados en mi
perfil, aunque todavía me faltan algunos seguidores. En cuanto los consiga,
quién sabe, quizás pueda llegar a considerar esto mi trabajo en un futuro
muy próximo.
Es entonces, en medio de mi ensoñación, cuando escucho una vibración
que llega desde mi bolso y el corazón me da una voltereta.
Tengo un mal presentimiento y el vello se me eriza de repente. Saco el
móvil, es una llamada.
Adri.
Lo pienso unos segundos.
Acepto la llamada.
—Feliz año —respondo nerviosa.
—Alejandra...
De su voz sale un sollozo y es entonces cuando los latidos de mi corazón
apenas me permiten escuchar lo que viene a continuación.
—Mi abuelo acaba de ingresar en el hospital. Está muy grave.
59
Adrián

–¡Vamos, Álex, abre tus regalos de una vez! —le gritaba eufórico mientras
señalaba las cajas envueltas que había junto al árbol.
Mi abuelo me miraba con cara de irritación, aunque tampoco podía
evitar sonreír al verme tan emocionado. El día de Reyes Magos se acababa
de convertir en uno de mis favoritos desde que Álex vino a visitarnos. Yo ya
tenía sus regalos comprados, pero me hizo muchísima más ilusión
despertarme y ver que, junto a los míos, mi abuelo también se había
encargado de dejarle un detalle. Ese gesto me tocó el corazón como pocas
cosas antes. Sentía que algo estaba creciendo en nuestros corazones: yo
estaba totalmente enamorado y mi abuelo le estaba cogiendo un cariño
excepcional a la rubia.
—¡Madre mía! —exclamó ella viendo todas las cajas que teníamos con
su nombre—. ¡No hacía falta! ¡Ya bastante tenía con los regalos de mi casa!
—Entonces, ¿qué es eso que traes ahí escondido? —le pregunté
señalando los regalos que ella había comprado para nosotros—. ¡Vamos a
abrirlos! ¡No puedo más con estos nervios!
Mi abuelo me dio mi regalo: se trataba de una edición de coleccionista
de La vida es sueño que me dejó con la boca abierta. Tenía el lomo de un
dorado muy brillante que a cualquier amante de los libros lo dejaría sin
respiración. Pese a ser de segunda mano, el libro estaba como nuevo, pues
las páginas apenas habían envejecido con el tiempo. La portada era todo un
espectáculo: una imagen de Segismundo desoladora y el título encima,
destacando por su relieve y también, a juego con el lomo, dorado.
Álex abrió el suyo con mucho tiento: un collar con un colgante con su
inicial.
—Paco... —miró agradecida a mi abuelo—, es precioso.
—¡Eso díselo a los Reyes! —respondió él, como siempre con sorna.
Le tocaba a ella dar los regalos. A mi abuelo le había comprado un juego
de gorro, bufanda y guantes perfectos para el invierno. La textura era muy
agradable y, pese a que no era muy friolero, estaba seguro de que le daría
mucho uso simplemente por el hecho de que se lo había regalado ella.
Mi regalo era mucho más grande, y cuando destrocé por completo el
papel de envolver, solo podía dar saltos de alegría.
—¡Una chaqueta de polipiel roja! ¡Dios mío, Álex! ¡Dios mío! —Se me
fue un poco la pinza, no lo voy a negar. La emoción del momento pudo
conmigo, no recordaba unas Navidades tan felices desde que fallecieron mis
padres—. ¡Voy a ser toda una estrella del rock!
—¿Te acuerdas de la noche que nos vimos en aquel pub? —me pregunta,
y yo pienso que cómo me iba a olvidar de aquella noche, la primera vez que
nos veíamos fuera de la librería y en la que empecé a sentir cosas por ella
—. Llevabas una cazadora igual pero negra. Pensé que te quedaba muy
bien, y es una pena que no te la pongas tanto... Así que me he animado a
regalarte esta, con un poco más de color, a ver si también dejas de ir
siempre con colores tan básicos.
—¡Mira qué bien me queda! ¡Parece hecha a medida!
Empecé a hacer gestos de rockero y Álex estalló en carcajadas. Mi
abuelo también reía con resignación y vergüenza. ¿Qué me había tomado
para estar así?
—Bueno, ¡te toca! —me dijo poniendo las manos sobre mis hombros
para relajarme un poco. Creo que me estaba pasando de entusiasmo. No
estoy acostumbrado a que me regalen cosas, así que estaba afrontando el día
como un niño pequeño, aunque siempre he pensado que esa ilusión nunca
hay que perderla del todo.
—Voy, voy... —dije, buscando los regalos debajo del árbol—. ¡Este es el
tuyo, Álex!
Recibió el regalo con alegría y su rostro cambió por completo cuando
descubrió una pulsera a juego con el collar que le había regalado mi abuelo.
Nos habíamos puesto de acuerdo para poder comprarle el conjunto
completo. Desde que lo vimos, nos encantó, puesto que, además de llevar
su inicial, alrededor de la cadena llevaba colgando cristales pequeños de
diferentes colores, lo que hacían de ambas piezas joyas como hechas para
ella, que tanto le gustan los colores.
Tengo que reconocer que, desde que vimos las joyas, me puse a ahorrar
como un loco, ya que se salían bastante de mi presupuesto. Sin embargo, al
ver su emoción contenida, cómo acariciaba los cristales y sonreía, todo el
esfuerzo mereció la pena. Me habría gastado el doble si hubiese hecho falta
con el fin de volver a ver esa expresión en su rostro.
—Y ahora... —cogí el último paquete—. Este para ti, abuelo.
Sabía que los regalos más personales eran los que realmente le gustaban
al viejo, así que no dudé ni un segundo. Se me ocurrió un día sentado con
él, mirando nuestro salón, y ya no pude quitarme la idea de la cabeza.
Supe que le había gustado desde el momento en que rasgó el papel y sus
manos comenzaron a temblar levemente. Su gesto apenas cambiaba, tenía
los labios apretados, aguantando la sonrisa y la emoción, y los ojos algo
húmedos.
—Gracias, chico.
Fue lo único que me dijo, no hizo falta más.
Colocó el marco con una foto de los tres juntos en una de las estanterías
que teníamos llena de decoración friki y nos quedamos mirándola en
silencio.
Por fin, después de tantos años, sentía que tenía una familia.
60
Alejandra

Ya es casi la hora de cenar cuando llego al hospital.


Cuando Adri me llamó anoche, el mundo se me rompió en pedazos.
A Paco le había dado un infarto.
No fui capaz de entender mucho más por teléfono. Ambos estábamos
nerviosos y eso, sumado al ruido de la fiesta con la entrada del año nuevo,
hizo que apenas pudiéramos decirnos mucho más. Mi padre, que estaba a
mi lado, tomó las riendas del asunto. Me llevó lo más rápido que pudo al
aeropuerto para que cogiera el primer vuelo a Madrid. El corazón me latía
con demasiada fuerza, hasta tal punto que apenas podía oír nada de lo que
sucedía a mi alrededor.
Pum, pum.
Pum, pum.
¿Seguiría latiendo el corazón de Paco?
En estas fechas todos los vuelos suelen estar llenos, por lo que
esperamos toda la madrugada y prácticamente toda la mañana a que
quedase algún sitio libre. Mi padre se quedó conmigo, me dio la mano
cuando me notó nerviosa, me abrazó, me llevó café para mantenerme
activa, a pesar de decirle mil y una veces que era imposible que me
durmiera.
Estaba muerta de miedo.
Se ofreció a viajar conmigo, después de que Leo, Javi, Claudia e incluso
May lo hicieran. Tras mucha insistencia, a todos les dije que no hacía falta.
Necesitaba ir sola, porque sentía que nadie más podría comprender mi dolor
y mucho menos el de Adri.

Entro por las puertas correderas y el olor tan característico del hospital se
mete de lleno en mi nariz. Las paredes blancas, tan limpias, tan brillantes,
hacen que el ambiente sea demasiado frío, junto al silencio tan desolador
que encuentro en la sala de espera.
Rápidamente, me acerco a las dos recepcionistas, que charlan
animadamente sobre lo que hicieron ayer. Una de ellas se queja de que tuvo
que estar de guardia y yo me pregunto cómo es posible que protestemos por
cosas así cuando hay gente que no tiene trabajo o, peor aún, gente a la que
le falla la salud.
Intento borrar estos pensamientos intrusivos de mi cabeza. Creo que
intento culpar a todo el mundo de algo que ocurre, irremediablemente,
todos los días.
Así son las enfermedades. Así es la vida.
—Buenas tardes —digo un poco alterada. Desde que he llegado me
cuesta un poco respirar, imagino que debido a los nervios y a la tensión de
las últimas horas—. Vengo a ver a Paco, quiero decir, Francisco. —Las
enfermeras se miran preguntándose quién de todos los que llegaron anoche
es Francisco, pues no he sido capaz de decir su apellido. Las palabras me
salen muy apresuradamente—. Ingresó ayer por la noche por un infarto y no
sé dónde...
—Álex...
La voz de Adri. Aterciopelada. Algo temblorosa también. No sé qué me
voy a encontrar, pero lo único que necesito saber es que Paco está bien y
que, por supuesto, él también.
Me giro y ahí está. De pie. A un par de metros de mí. Lleva puestos unos
chinos beis y una camisa blanca. Va algo más arreglado de lo habitual,
supongo que ellos también estaban celebrando las campanadas. Tiene el
pelo revuelto y las ojeras le llegan prácticamente hasta el suelo. Está
cansado y se le nota. A pesar de ello, está guapo. Siempre está guapo.
Sostiene en sus manos un café en un vaso de cartón que intuyo acaba de
sacar de una máquina.
En este punto, me da igual qué hay o no hay entre nosotros. No me
importa nuestra discusión. Tampoco el tiempo que llevamos sin hablarnos.
Lo único que necesito, y creo que él también, es abrazarlo y sentir que todo
está bien.
Así que eso hago.
Me abalanzo sobre él con tanta fuerza que el café casi se le cae. En el
momento en el que recuperamos el equilibrio, siento sus brazos alrededor
de mi cintura, devolviéndome el abrazo. Su rostro busca mi cuello y se
acuna ahí unos segundos, hasta que siento que la zona se me humedece.
Está llorando.
Estoy a punto de preguntarle qué ha pasado cuando susurra:
—Está bien. Paco está bien.
Y es entonces cuando logro respirar y comienzo a llorar con él.
61
Adrián

Creo que nunca llegas a acostumbrarte del todo al olor a hospital. Es muy
característico, acompañado de ese ambiente tan zigzagueante entre la
enfermedad y la esperanza. Cada vez que he cruzado la puerta giratoria para
venir a ver a mi abuelo, el choque de realidad entra por mi nariz.
Cada vez que he visto a Álex sentada en la sala de espera, el choque de
realidad llega directo a mi retina.
Tan asustada.
Tan confusa.
Tan rota.
Es curioso que sea ahora, después de tanto tiempo, en esta mierda de
situación, cuando por fin estamos sintiendo lo mismo.
Mi abuelo sigue ingresado, estable y mejorando considerablemente día
tras día, y Álex ha decidido quedarse en Madrid hasta que le den el alta.
Prácticamente no ha salido del hospital, al igual que yo. Sin embargo, estos
días están siendo tan amargos que apenas nos dirigimos la palabra más que
para turnarnos para ir al baño, para entrar a ver a mi abuelo o para ir a casa
a ducharnos.
Su madre también se ha pasado por aquí en varias ocasiones. Nos trae
provisiones y algún que otro capricho de chocolate que nos ayude a ahogar
las penas.
Nadie más. Álex, su madre y yo. En dos semanas. Me entristece ver lo
solos que estamos.

Mi abuelo sufrió el infarto a los pocos minutos de tomarnos las uvas en


Nochevieja. En un principio, pensé que se había atragantado. Siempre
bromea con que no es capaz de comérselas, aunque luego acaba con todas
incluso antes de que suene la última campanada.
Yo empecé a reírme de él. Maldita sea, me estaba riendo. Me estaba
riendo y él se estaba yendo. De un momento a otro, cayó al suelo con los
ojos cerrados. Y yo sentí que me moría con él.
Estaba siendo una buena noche. Apenas había pensado en Álex mientras
hacíamos la cena. Mi abuelo se empeñó en preparar marisco, ya que había
ido en varias ocasiones al mercado con Mari y habían conseguido buenas
piezas. Tampoco pensé en Álex cuando puse la mesa para nosotros dos,
cuidando hasta el más mínimo detalle, aunque nadie más fuera a fijarse en
si había colocado bien o no los cubiertos, o si la copa de vino estaba a la
derecha o a la izquierda. Pero cuidé los detalles. Y no pensé en Álex. Ni lo
hice cuando empezamos a cenar en silencio viendo el programa que emiten
año tras año, donde se reúnen todos los artistas del país a hacer playback
como si nada. No me acordé de Álex cuando actuó Leiva. No me acordé de
Álex cuando preparé las uvas y pelé las mías como ella me enseñó a hacer
el año pasado, ni cuando les quité las pepitas, ni cuando seleccioné las más
pequeñas. Y, por supuesto, no pensé en ella al pedir un deseo con el sonido
de los cuartos de fondo.
Una Nochevieja inolvidable.
Yo, sin sacarme a Álex de mi cabeza.
Y mi abuelo a punto de morirse.
No recuerdo mucho más, quizás mi mente me haya querido hacer un
favor eliminando los detalles.
Tengo flashbacks.
Mis gritos. Una llamada a Urgencias. Mis gritos. Una llamada a Álex.
Cuelgo. Grito. Los enfermeros entrando apresuradamente en el salón y
tomándole el pulso. Mis gritos. Las luces de la ambulancia entrando por mi
ventana. Sigo gritando. La llegada al hospital. Un pinchazo. Negro.
Cuando me desperté habían pasado un par de horas. Estaba en una
camilla. Me habían sedado tras sufrir un ataque de ansiedad.
¿Uno solo? ¿Eso se siente? ¿Cómo si te estuvieran desgarrando por
dentro?

—Voy a por café —le susurro a Álex. «A por el quinto café de la mañana»,
debería decirle en realidad. Pero no lo hago. Evito las palabras. Evito
hablar. Evito sufrir más—. ¿Te traigo uno?
—Ya me he tomado uno, pero te acompaño si quieres.
—No hace falta.
Ella asiente en silencio dudando. Duda porque mueve la cabeza para
todos los lados y le cuesta mantenerme la mirada. Ya lo sé, Álex. ¿Cómo
vas a mirarme, si tengo que estar hecho un desastre? Llevo dos semanas sin
afeitarme, sin dormir y duchándome lo más rápido posible para no estar
demasiado tiempo fuera del hospital.
Llego a la máquina de café y repito el mismo procedimiento que hace un
rato. Selecciono un café solo, sin azúcar, meto las monedas por la ranura y
varios céntimos se me caen al suelo. Desde arriba puedo ver cómo caen,
rebotan y se quedan ahí. Esperando a que alguien los recoja. Veo un
paralelismo.
Alzo la mirada y en el reflejo de la máquina mis ojeras llaman mi
atención. Están pronunciadas detrás de las gafas que, en lugar de hacerlas
más discretas, las realzan. Enmarcan mis ojos y mi tristeza. Cuando voy a
recoger las monedas, una mano que reconozco al momento choca con la
mía y me quedo mirándola mientras recoge todo del suelo.
Ya casi no recuerdo cómo es la sensación de sujetar su mano. De
acariciarla.
—Gracias.
—No es nada. —Se levanta mientras introduce de nuevo las monedas y
le da al botón. El café comienza a salir a borbotones sobre el vaso de cartón
y los dos nos quedamos en silencio mirando cómo se llena. Pienso en lo
vacío que me siento yo.
—Oye, Adri... Quería decirte que siento mucho todo lo que ha pasado.
Todo. Desde lo de tu abuelo hasta mi comportamiento en la isla. Sé que no
lo he hecho bien, pero te prometo que voy a mejor. Por fin he hablado con
mi padre y... estamos estrechando lazos.
—Me alegro mucho.
Claro que me alegro. Me hace enormemente feliz que haya solucionado
el problema con su padre. Siempre he pensado que era el nexo común de
todo lo que la atormentaba y que por fin haya podido dar ese paso es todo
un avance. Por eso me siento un hipócrita respondiéndole de manera tan
seca y desinteresada. No me apetece hablar y quiero escapar porque eso es
lo que ella busca precisamente ahora, hablar.
—He conseguido trabajo —dice atropelladamente al ver que no continúo
con la conversación—. Bueno, en realidad, lo he creado. Leo me sugirió me
abriese cuentas en Instagram y Tiktok para hacer vídeos cortos contando
curiosidades sobre las biografías que leo y me está yendo muy bien. Estoy
empezando a ganar dinero y creo que puede ir a más con el tiempo.
Me lo cuenta ilusionada y ojalá ahora mismo estuviéramos en otro sitio.
En un restaurante rodeados de velas. En una montaña haciendo pícnic a la
luz de la luna. En su cama. En la mía. Ojalá estuviéramos en cualquier otro
sitio que no fuera en el hospital esperando a que mi abuelo se recupere de
un infarto que podría haber acabado con él.
Álex está nerviosa. Mira para todos lados, se restriega las manos,
sudadas, por el pantalón y se balancea sobre sus talones. Hacia delante.
Hacia atrás. Hacia delante. Hacia atrás.
—Te echo de menos —dice. Y esta vez sí levanto la mirada y la dirijo a
sus ojos, que conectan con los míos y ya no podemos hacer otra cosa que
quedarnos ahí. Cuatro palabras que necesitaba oír. O, mejor dicho, que he
necesitado oír todo este tiempo. Ahora llegan. Aquí y ahora. Pero llegan—.
Sé que han sido unas semanas duras. Unos meses duros, en realidad. Pero lo
vas a superar. Ambos lo vamos a superar. Lo de tu abuelo y lo nuestro. Lo
sé.
Acerca su mano a la mía pero no la toca. Espera a que yo dé el paso.
Ansío dar el paso. Poco a poco, lentamente, levanto mi mano hacia la suya.
Cinco centímetros nos separan.
Cuatro.
Tres.
Dos.
—¿Adrián Fernández?
—Sí, soy yo.
Aparto rápidamente la mano y me dirijo hacia la enfermera que me está
llamando desde la habitación de mi abuelo.
—El doctor Almagro acaba de hacerle la revisión a su abuelo y quiere
comentarle varias cosas.
—Voy en seguida.
Y, finalmente, nuestras manos no se tocan.
62
Adri:
¡Feliz San Valentín!

Álex:
Guau. ¿Eres de esos?

Adri:
¿De esos?

Álex:
De esos que celebran San Valentín.

Adri:
Bueno, teóricamente es el primero que tengo novia, así que
sí. Puedo meterme dentro de ese grupo de personas
despiadadas que
celebran todas las fiestas inventadas por el ser humano con
el fin de convertirnos en unos consumistas despreciables.

Álex:
¿Qué será lo siguiente?
¿El 4 de julio?

Adri:
Álex... ¡tienes que abrir los ojos!
La vida es una fiesta y tenemos que
aprovecharla al máximo. Aunque sea con estas pequeñas
excusas de una sociedad consumista. Qué aburrido sería todo
sin las temporadas del amor, del miedo, de la Navidad... ¿No
crees?

Álex:
Touché.
Entonces, feliz San Valentín a ti también, Adri.
Adri:
Que el sol y la luna nos pillen
siempre amándonos.
63
Alejandra

Volví a Gran Canaria a los dos días de mi conversación con Adri en el


hospital.
O, mejor dicho, de mi intento de conversación.
Estar con él allí era desolador. Estaba totalmente destrozado. Es
imposible completar un puzzle si se te han perdido varias piezas. Adri se
está convirtiendo en un puzzle incompleto y yo no encuentro la forma de
restaurarlo. De recomponerlo.
Cuando creí que podría conseguir sacarle más de una frase seguida, el
médico lo llamó para darle la grandiosa noticia de que le darían el alta a
Paco a los pocos días. Sin duda, es un señor de acero, pues se ha recuperado
a una velocidad vertiginosa, casi imposible de creer. Entré a verlo varias
veces, puesto que sabía que tenía que darle espacio a Adri para disfrutar de
su abuelo. Siempre que entraba en la habitación, él huía con alguna excusa
que ninguno de los tres creíamos pero aceptábamos.
¿Cómo no iba a respetar su espacio? ¿Cómo no iba a respetar lo mucho
que ha tenido que pasar, en parte por mi culpa?
—Dale tiempo.
Paco siempre me lo decía. Cada vez que veíamos cómo Adri salía de
aquel habitáculo blanco, cuadrado y frío. Cada vez que yo daba un paso
hacia dentro, él lo daba hacia fuera.
¿Tan difícil era compartir espacio conmigo?
He intentado estar ahí para él todo este tiempo. En la sala de espera.
Llevándole comida. Llevándole ropa. Hablando con mi madre y
preguntándole mil y unas veces de qué forma puedo arreglar esto.
¿Cómo puedo arreglar algo que se me escapa de las manos?
—Te prometo que se lo estoy dando, Paco.
—Pues dale más. Es como yo: cabezón y dramático.
Su abuelo me decía esto mientras comía el puré de verduras que le
acababan de dejar junto a un pescado al horno que no tenía demasiada
buena pinta. Él miraba la televisión ensimismado, como si nada. Como si su
corazón no hubiese estado a punto de dejar de latir. Estaba ahí, en la cama,
comiendo. Como en casa.
—No es para menos. Nos has dado un susto increíble.
—Pero qué exagerados sois los dos. —Se llevó de nuevo la cuchara a la
boca, tragó el puré y volvió a hundir el cubierto en el plato—. Fue un
desmayo de nada. ¡Ya estoy perfecto! A ver si me dan ya el alta y puedo
volver a casa. Justo estaba empezando una nueva serie de Marvel,
WandaVision. Me estaba gustando mucho, se parecía a las comedias que
veía hace unas décadas. Aquí en el hospital no puedo conectarme a
Disney+, ni a Netflix, ni a ninguna plataforma. ¿Tú lo ves normal? ¿Quién
ve la televisión hoy en día?
Sonreí para mis adentros y continué hablando con él de sus series.
Cuando saca su lado friki, parece un niño pequeño. Me recuerda a Adri
cuando habla de libros o cómics. Son tal para cual.

La despedida fue triste. Le dije adiós a Paco sin saber cuándo lo volvería a
ver y con el miedo de que se repita el infarto y no estar cerca de él. Adri me
dio un abrazo rápido acompañado de un «gracias» que decía mucho y a la
vez muy poco.
Gracias. ¿Por qué? ¿Por haberle roto? ¿Por haberle acompañado estas
semanas? ¿Por irme de nuevo?
Leo fue quien me recogió en el aeropuerto con la furgo de May. Llegó
con una sonrisa teñida de preocupación y yo, en cuanto lo vi llegar, me puse
a llorar. Solté todo lo que tenía acumulado. Estar con Adri y no ser capaz de
mirarnos a la cara ha sido una de las cosas más dolorosas que he tenido que
vivir, junto a la incertidumbre de saber si Paco se recuperaría con éxito. Han
sido días de estrés que, sin duda, a mí también me han afectado y comido
por dentro.
Es imposible estar bien sabiendo que la persona que más quiero está
pasando uno de los peores momentos de su vida.
Ya ha perdido a sus padres. Solo le queda su abuelo. No me puedo ni
imaginar qué ha estado sintiendo durante todo este tiempo.
En cuanto llegué a casa, todos vinieron a buscarme a la entrada. Los
mellizos, May y mi padre esperaban también nerviosos, pues los mensajes
que les enviaba hablaban únicamente de la salud de Paco. No era capaz de
contarle a nadie lo que había en mi interior.
¿Cómo iba a ser egoísta, cuando había alguien que estaba en una
situación mucho peor que la mía?
Sentir el abrazo de mi padre en cuanto me vio fue sanador. En mi pecho
comencé a sentir calor, de ese gustoso, de chimenea. De hogar. Por fin.

—Deberíamos ponernos las pilas —me dice Leo, que está tumbado en la
cama junto a mi MacBook chequeando mis redes sociales—. Te están
escribiendo para hacer muchas campañas antes de que llegue el verano y
todavía no has aceptado ninguna.
Estoy tumbada en la alfombra mirando el techo blanco de mi habitación,
totalmente estirada, con los brazos en cruz. Llevamos un rato contestando
mensajes de seguidores y pensando nuevo contenido para mis cuentas, ya
que día tras día crecen en miles de seguidores y ahora más que nunca
necesito la ayuda de Leo para poder responder todos los comentarios.
—Sí, tendríamos que empezar a mirarlo.
—Pues no te veo con muchas ganas.
«Es que no tengo muchas ganas», quiero decirle. Llevo una semana aquí
y lo único que hago es mirar el móvil continuamente para ver si Adri
responde alguno de mis mensajes. A veces sueño con la vibración del
teléfono y me levanto apresuradamente a mirarlo. Nada.
Pienso en cómo es él. Lo observador, hablador y carismático que es. Y
en lo que se está convirtiendo. O, al menos, en lo que se está convirtiendo
conmigo. Sé que lo he hecho mal pero, justo ahora que me estoy
encontrando, que estoy haciendo un esfuerzo por reconciliarme con el
mundo y conmigo misma, justo ahora, él desaparece.
Justo cuando más falta me hace.
¿Tan mal lo hice?
¿Tan mal lo hicimos?
—Oye... —Leo se levanta y se queda sentado en la cama con las piernas
colgando. Coge un cojín y se lo pone sobre las piernas mientras me mira
fijamente—. Quería hablar contigo porque...
—Leo, por favor, no me des la charla —lo interrumpo.
—No es eso... Es que yo necesito decirte...
—Lo de siempre. Que no estoy bien. Que tengo que aprovechar el tirón
de la cuenta y que puedo ganar mucho dinero con esto. Blablablá. Lo sé,
Leo. Por supuesto que lo sé. Pero me cuesta, ¿vale? Por más que me guste,
me cuesta concentrarme cuando mi cabeza no está aquí. Estoy cansada de
lecciones de moralidad. Siempre soy yo la mala, la que se equivoca, la que
lo hace todo mal... Y, joder, creo que por una vez en mi vida lo estoy
haciendo bien. Así que ya basta. Sí, aceptaré las campañas y las grabaré
esta semana. Te lo mandaré todo por correo para que le eches un vistazo.
—¿Sabes qué, Álex? —Levanta la mirada hacia mí y veo un tinte de
dolor brillando en sus ojos. Al instante me siento mal por todo lo que acabo
de soltar por la boca. Una parte de mí necesitaba explotar—. No eres tú la
única que sufre.
Me quedo totalmente en silencio. Intento articular palabra, pero no me
sale. ¿A qué se refiere? Sé que he acabo de pagar con él mi frustración, pero
el resto del tiempo he estado ahí para él.
¿No?
—Llevo varios intentos fallidos de abrirme contigo, pero siempre hay
algo que lo impide. —Sus ojos comienzan a aguarse, y cuando hago el
amago de acercarme a él, se aparta—. No, déjame hablar, por favor.
Está dolido. Esta vez la he jodido bien.
—Hasta ahora, creía que esa mala racha por la que estás pasando
terminaría. Pero llevo unos días dándole vueltas al tema y... me he dado
cuenta de que, pase o no esa mala racha, yo también existo, Álex. Yo
también tengo malos momentos y he acudido a ti cuando más te he
necesitado. Fui a verte a la playa la noche que nos bebimos la botella de
vino porque necesitaba tu apoyo. Te acompañé a la exposición de tu padre
sabiendo lo difícil que era para ti. Intenté integrar a tu novio cuando salimos
todos de fiesta... Pero ¿qué hay de mí?
—¿Qué quieres decir?
Verlo sentado, totalmente inquieto, mirando a todas partes sin poder fijar
la vista en mí, me entristece. Sé que quiere abrirse por completo, pero hay
algo que se lo impide. Nunca he querido presionarlo. A mí, desde luego, no
es lo que me ha servido; por eso, cada vez que él intentaba soltarlo todo y
no podía, quise mostrarle mi apoyo sin agobiarlo. Con mis silencios. Con
mis abrazos. Con mi presencia.
Parece que no ha sido suficiente.
—Sabes que puedes contar conmigo...
—¿Seguro? —me corta. Esta vez no oculta las lágrimas, que caen sin
remedio por su rostro—. Yo... Verás...
Y esta vez creo que, por fin, conseguirá soltarlo, sea lo que sea.
Temo que lo que vaya a decir cambie el rumbo de nuestra amistad.
Así que, muy lentamente, me acerco a él y le agarro la mano. Él baja la
mirada hacia nuestras manos unidas y se queda en silencio, esperando al
momento perfecto para hablar.
Pero ese momento no llega.
Niega con la cabeza en repetidas ocasiones y vuelve a separarse de mí.
—Lo siento.
Es lo último que dice antes de levantarse e irse.
64
Adrián

–Pásame el plato de makis, anda.


Salgo de mi ensimismamiento cuando mi abuelo me pide que le acerque
la comida. Esta noche hemos pedido la cena a un japonés que nos encanta.
Podríamos haber ido al local a disfrutar de la comida, pero nuestros planes
favoritos siempre han sido noche de peli y comida a domicilio, pese a lo
bien que cocina mi abuelo y lo mucho que me gusta probar sus recetas.
También nos encanta conocer sitios nuevos y puntuar la comida como si
fuésemos críticos gastronómicos.
—Claro, abuelo. ¿Quieres los california rolls o los fuji rolls?
—Los dos.
El viejo separa los palillos de madera con un movimiento ligero y seguro
sin dejar una astilla colgando —a diferencia de mí, como siempre—, agarra
la pieza que quiere, la moja ligeramente en salsa de soja y se la lleva entera
a la boca.
Es en estos momentos cotidianos en los que me planteo lo feliz que soy y
la suerte que tengo de tener a mi abuelo a mi lado. Ha sido muy difícil verlo
semanas atrás tumbado en una cama sin apenas moverse. Aún más difícil ha
sido imaginarme perderlo.
Estos días ha estado como si nada hubiera ocurrido. Me siento un poco
identificado. Ambos utilizamos un método de autoprotección: intentamos
no mencionar lo que nos afecta y lo que le afecta al otro. Mi abuelo no
menciona lo ocurrido con Álex. Yo no le hablo de lo cerca que ha estado de
irse. Pasamos por encima de estos temas sin apenas tocarlos por miedo a
que el roce reviva la llaga.
Yo estoy a punto.
—Un siete —señala con el palillo al maki de aguacate—. El arroz está
demasiado pasado, pero el aguacate es bastante tierno. Sin embargo, es un
poco simple, no lo puedo comparar con el tempura roll —dirige sus palillos
al plato de rollos de langostino en tempura con aguacate y surimi—, que es
toda una explosión de sabor y texturas en la boca. Ese se lleva mi nueve
esta noche.
Espero con una leve sonrisa a que termine su argumento, se limpia la
boca con la servilleta de tela y la deja a un lado mientras se inclina a por
una gyoza.
—Opino igual, pero yo me quedo con los tallarines picantes.
—Eres un básico, hijo.
—¡No son normales! —le rebato, llenándome la boca con ellos para
volver a recrearme en el sabor y poder expresarme con claridad—. La
mayonesa picante, las verduras finas y crujientes y la salsa secreta que hace
a los fideos jugosos... ¡es indescriptible!
Creo que escupo un poco de salsa mientras exclamo lo buenos que están
y mi abuelo se lleva la mano a la nariz pellizcándose el puente. Sé que está
a punto de romper en carcajadas, pero intenta aguantarse para seguir con su
apariencia de señor serio.
Conmigo ya no cuela.
Seguimos cenando mientras buscamos cuál será la película de hoy. Mi
abuelo quiere alguna comedia, mientras que yo prefiero de fantasía. Un
apocalipsis. Una distopía.
Cualquier cosa que me haga desconectar.
Pero no es eso lo que consigo cuando vibra mi móvil y veo una
notificación de Instagram, aplicación que apenas uso, por lo que me
sorprende que me hayan enviado una foto.
Clic.
La imagen se abre en apenas un segundo.
Aparecen dos siluetas sentadas en la playa que identifico
inmediatamente, sobre todo a ella. Su cabello rubio suelto, sus puntas rosas
desteñidas, su figura delgada y preciosa, y el bikini marinero que siempre
me ha gustado.
Él está a su lado, con su melena agarrada con una coleta. Lleva un
bañador rojo. Se encuentra de espaldas e indudablemente su fisonomía me
revela que es el surfero.
No me extraña ver una foto de ellos dos juntos, pues sé que pasan mucho
tiempo el uno con el otro y que son un apoyo mutuo en la isla.
Sin embargo, es el abrazo que veo retratado lo que me hace notar un
pellizco en el corazón. Mis sospechas se aclaran. El brazo de él acariciando
su cintura. La cabeza de ella casi apoyada en su hombro. Sus miradas. La
complicidad. Tan cerca el uno del otro que solo los separan escasos
centímetros.
Muy cerca.
Tan cerca que cualquiera podría pensar que están a punto de besarse.
Es entonces cuando la bomba estalla.
65
Álex:
¡Feliz cumpleaños!
Sé que la cosa no está bien entre nosotros,
pero no podía olvidar este día.
Espero que lo pases genial.
Dale un abrazo a tu abuelo de mi parte.
Te echo mucho de menos.

Adri:
Gracias.

Álex:
¿Va todo bien? ¿Cómo estáis?

Adri:
Mira, Álex, esta vez voy a ser muy claro.
Siento todo lo que ha pasado. Pero si no eres
capaz de decidir, de pensar con claridad o
de encontrar tus propias respuestas, lo mejor
es que intentes aclararte tú sola por tu cuenta
y no te lleves a la gente que te quiere por
delante. Aunque ya veo que has encontrado
la respuesta en otra persona.
Ahora todo tiene sentido.

Álex:
No estoy entendiendo nada.
¿Qué estás diciendo?

Adri:
Que se acabó.

Espero que te quiera tanto como yo lo he hecho.


Al menos, eso parece en esta foto.
66
Alejandra

En cuanto veo la foto, lo llamo inmediatamente.


Me cuelga.
Vuelvo a llamar, insistente, deseando explicárselo todo. Que no ha
pasado nada entre nosotros. Que no hay nada más que apoyo y amistad.
Que no sé quién se la ha enviado ni con qué finalidad, pero que la foto está
sacada de contexto.
Pero no hay respuesta.
A la tercera llamada, me salta el buzón de voz.
Es en la cuarta cuando apaga el teléfono.
Me visto lo más rápido que puedo con lo primero que encuentro tirado
por mi habitación y bajo las escaleras atropelladamente, a punto de caerme.
Siento que se me va a salir el corazón por la boca. Estoy abriendo la puerta
de casa cuando escucho a mi padre salir del salón a mi encuentro.
—¿Vas a salir? Son las dos de la mañana.
Lleva puesta la bata blanca que utiliza para pintar. En su mano derecha
lleva una brocha gorda manchada de azul; en la izquierda, el bote de
pintura. Está totalmente salpicado de colores de la cabeza a los pies, pero no
parece consciente de ello. Lo habré pillado en mitad de un momento de
inspiración. No he sido consciente de la hora que es, ya que he estado
leyendo varias biografías y documentándome. En cuanto he recibido el
mensaje de Adri, he salido escopetada en busca de Leo. Me imagino que
aún estará despierto. Sé que el grupo ha quedado hoy y es probable que
todavía estén en el bar del pueblo tomando unas copas.
Mi padre se da cuenta de que estoy llorando y yo intento ocultarlo
limpiándome las lágrimas y sonriendo falsamente.
—Voy a unirme a los chicos un rato. No volveré tarde.
—Más tarde querrás decir, ¿no?
—Sí, claro. Descansa, ¿vale? Hablamos mañana.
Intento irme deprisa para que no haga más preguntas, pero cuando doy
un paso hacia la puerta, él lo da hacia mí y me agarra del brazo.
—Estás llorando, Álex. ¿Qué ha pasado?
—Nada, de verdad. Todo bien. —Esquivo su mirada en vano, por lo que
respiro hondo y finjo como nunca—. Vuelvo en una hora. Simplemente
necesito despejarme un poco.
—Vale, de acuerdo. —Sabe que es mentira, pero no insiste. Sabe que, si
lo hace, no va a conseguir nada—. Ten cuidado.
—No te preocupes.

Lo tuve claro, tenía que hablar con él.


No sé quién hizo la foto, pero intuyo que Leo sabe algo. Aunque no creo
que esté detrás.
Sería ridículo.
¿No?
¿Con qué fin?
Después de la conversación del otro día, me asaltan algunas dudas de
pronto.
¿Sería eso lo que tenía que contarme? ¿Que sentía algo por mí?
Jamás podré entender cómo alguien a quien quieres puede a la vez
hacerte sentir tan mal. No le pega hacer algo así, pero supongo que nunca
llegas a conocer realmente a las personas. No llevo ni un año aquí y ya elijo
a mis amigos por encima de mi novio y mi familia.
Las malas decisiones me han hecho acabar con todo lo que me rodea.
Estoy a punto de entrar en el pub del pueblo y tengo que pararme unos
segundos para calmar mi respiración. Quizás así el corazón se me ralentice
un poco. Intento pensar en las palabras adecuadas, pero lo único que se me
viene a la cabeza es ira y decepción.
¿Tan mala he sido para que me lo devuelva así?
¿Es que acaso ha fingido ser mi amigo? Me lo he creído en todo
momento. Siempre ha estado ahí. Entonces..., ¿por qué me hace esto? ¿Para
alejar a Adri de mí e intentarlo conmigo?
Cuando entro en el local, tengo que taparme los ojos por un fogonazo de
un foco en movimiento que cambia constantemente de color. Rojo. Azul.
Verde. Amarillo. Blanco. Y gira. Y gira. Y gira...
Pestañeo varias veces para acostumbrar mi vista a la oscuridad mezclada
con los focos que giran al son de la música. Cuando por fin logro ver,
identifico al grupo al momento. Están sentados a una mesa alta. Claudia es
la que más llama la atención: lleva un vestido corto de lentejuelas plateadas
a juego con unas botas cowboy altas. Los chicos, sin embargo, lucen sus
camisas básicas de siempre con bermudas claras y zapatillas, en su mayoría,
blancas. Son sus cuerpos los que les identifican: los gemelos robustos
brindando con Claudia, y el moreno de Javi contándole algo al oído a Leo
que, con su sonrisa deslumbrante, echándose un poco la melena que lleva
suelta hacia atrás, le responde alegre acercándose también a él.
Por un momento se me olvida a qué he venido y estoy a punto de unirme
al grupo como si nada. Me entristece verlos desde fuera ahora que soy
consciente de que realmente nunca he pertenecido a la pandilla. Así que
utilizo este sentimiento para armarme de valor y acercarme a ellos con la
cabeza alta y las lágrimas escondidas.
—Tú —me dirijo a Leo señálandolo con el dedo y acercándome
bruscamente a él.
—¡Álex! ¡Has llegado en el mejor momento! —grita Claudia al fondo y
los hermanos continúan con las bromas.
—¡Ronda de chupitos con Álex!
—¿Nos vamos de karaoke ahora que estamos todos?
—¡Hoy va a ser una noche inolvidable!
Oh, claro que va a ser inolvidable. Al menos para mí.
Estoy a punto de echarme atrás cuando dirijo mi mirada hacia él
directamente. Lo veo sonreírme con cortesía y, de nuevo, no entiendo su
comportamiento.
No voy a seguir con esta farsa.
—Me has jodido bien —le escupo. Leo finge sorpresa cuando, en
realidad, sabe muy bien de lo que hablo—. Has conseguido lo que querías,
¿no? Separarme de Adri. Pues muy bien, ¡enhorabuena! Esto dice mucho de
la clase de persona que eres. Un miserable.
No soy consciente de todo lo que he soltado por la boca hasta que, por el
rabillo del ojo, veo al resto del grupo totalmente callado, mirándome. Me
estoy arrepintiendo por momentos. Javi va a decir algo, lleno de ira, y
Claudia le hace un gesto con las cejas para que se calle.
Leo me mira y... ¿Cómo puede fingir tan bien? En sus ojos solo
encuentro incomprensión, dudas y dolor.
Pero yo no aguanto más mentiras. Si algo me ha demostrado hasta ahora
es su gran capacidad para mentir. Decido que no tengo nada más que decir,
por lo que me doy media vuelta y abandono el local. Dejo la música, las
risas y las luces ahí dentro.
No me ha servido para nada más que para sentirme peor conmigo
misma.
Camino unos metros hasta que escucho a Leo por detrás.
—¿Se puede saber qué cojones te pasa?
Jamás lo he escuchado hablar de esa forma, pero supongo que nunca lo
llegué a conocer del todo. No quiero hablar de nada más. Ya lo he dicho
todo y él también me ha demostrado, entre otras cosas, que no se puede
confiar en cualquier persona, porque al darle una parte de ti, es capaz de
romperte en mil pedazos en apenas un suspiro.
—Eh, te estoy hablando. ¿A qué vino eso? —Me agarra del brazo hasta
que me da la vuelta y lo suelta rápidamente para evitar tocarme en exceso.
—¿A qué ha venido lo de la foto? —replico encarándome con él,
preparada para la respuesta.
—¿Qué foto?
—Hazte el loco ahora.
—Pero ¿te estás viendo? —Pone los brazos en jarras y suspira—. ¿Me
puedes explicar de qué foto estás hablando? Estaba de puta madre con mis
amigos, intentando olvidarme de nuestra discusión, y llegas tú y explotas
conmigo por nada.
—¿Por nada? —Saco el móvil, busco la foto y se la pongo prácticamente
en la cara, por lo que tiene que echarse hacia atrás y sostener el teléfono
antes de que se lo estampe—. ¿Pactar hacer esta foto y enviársela a Adri te
parece poco? Mira, no sé por qué cojones lo has hecho —le quito el móvil y
lo guardo torpemente en el bolsillo del pantalón de chándal—, pero ha
funcionado. Adri ya no quiere saber nada más de mí. Sin embargo, la
jugada no te ha salido del todo bien porque yo tampoco quiero saber nada
más de ti en mi vida.
—¿Qué? —Me mira perplejo y se lleva las manos a la cabeza—. Por el
amor de Dios, Álex, ¿de verdad me ves capaz de hacer eso?
Dudo. Porque, hasta hoy, jamás habría imaginado que el que se había
convertido en mi mejor amigo pudiese herirme tanto, pero llevo un tiempo
en el que ya no sé qué pensar de nadie y me parece que tiene sentido.
—No sé quién nos hizo esta foto, pero te puedo asegurar que yo no tengo
nada que ver.
Lo dice confundido y afectado, y estoy empezando a pensar que quizás
me haya equivocado, pero no sé en qué.
—¿Y cómo puedo fiarme de ti?
—Álex, ya te dije que llevaba intentando hablar contigo varios días y no
podía porque...
—Deja de dar vueltas y dilo claro —Estamos cara a cara. No sé por qué
busco un enfrentamiento, pero ya no puedo parar. Necesito respuestas—.
¿Cómo sé que no estás detrás de esto?
Se queda en silencio. Veo emoción en sus ojos, que se sacude con un
gesto de la cabeza. Se acerca todavía más a mí.
Apenas nos separa un suspiro.
Y, cuando creo que está al borde de perder la cabeza, terminar de joderlo
todo y besarme, confiesa en un susurro:
—Porque estoy enamorado de Javi.
67
Alejandra

Veo en los ojos de Leo inseguridad, incertidumbre, miedo..., pero, sobre


todo, alivio tras haberme contado, por fin, su secreto.
Ahora todo tiene sentido. Las piezas encajan. El otro día en mi casa lo
único que quería era abrirse conmigo. Confesarme lo que sentía.
Y yo no se lo permití. Porque he sido egoísta. Sería totalmente
comprensible que ahora no quisiera saber nada más de mí.
¿Cómo no he visto las señales? La foto en la habitación. La complicidad
entre ellos. La manera en que Adri habla de Javi, con admiración. La forma
en la que se miran y se quieren. El juego de verdad o reto en la playa...
¿Cómo he podido estar tan ciega?
Soy tan consciente de mi error, de haberlo estropeado todo, que las
lágrimas comienzan a desbordarse sin descanso en mis ojos. Él, en lugar de
alejarse de mí, me atrae a sus brazos.
¿Cómo va a consolarme, cuando soy yo la que la ha cagado?
—Ya está, mi niña. Ya está. Ya lo hemos soltado todo.
Me abraza fuerte, con cariño. Me acaricia la espalda, el pelo, y noto
emoción en su voz. Me doy cuenta de todo lo que se ha guardado para sí y
lo mal que lo tiene que haber pasado. Sin embargo, no lo muestra en
absoluto. Está totalmente preocupado por mí. Siempre lo ha estado.
—Lo siento muchísimo, Leo —le digo como puedo, limpiándome la cara
con la mano—. ¿Cómo no me he dado cuenta? Y, lo peor de todo, ¿por qué
no te permití contármelo?
—Porque yo lo tenía muy bien escondido. No quería contártelo hasta que
estuviera seguro de mis sentimientos..., pero ya no podía más. El otro día
casi te culpé en tu casa de no atender a mis preocupaciones, pero yo
también me equivoqué. Cuando por fin me diste el momento para abrirme
de una vez, me volví a acojonar, como siempre hago. No se lo he contado a
nadie, nunca he sido capaz. Ni siquiera sé de dónde han salido estos
sentimientos, solo sé que son reales.
—Se supone que los amigos están para apoyarse en los buenos y en los
malos momentos.
—Estuviste, Álex —me responde, encorvándose hacia mí y limpiándose
las lágrimas—. Sin darte cuenta, estabas. Si no te dije nada es porque ni yo
mismo entiendo mis sentimientos, y lo del otro día en tu casa fue un cúmulo
de emociones por ambas partes. Por favor, créeme, yo no mandé esa foto.
Ni siquiera sé en qué momento la capturaron ni con qué fin se la enviaron a
tu novio.
—Claro que te creo. Pero entonces... ¿quién ha sido?
—Fui yo.
Una voz de mujer, dura y conocida surge detrás de Leo, y ambos
miramos directamente hacia la persona de la que proviene.
Claudia.
—¿Es verdad que estás enamorado de Javi? —pregunta con la voz
entrecortada, pero con el ceño fruncido y una mirada que nunca le había
visto.
—Yo, esto...
Leo comienza a tartamudear. Su secreto acaba de salir a la luz
irremediablemente y las dudas nos asaltan por todos lados.
¿Claudia le mandó la foto a Adri? ¿Por qué?
—¿Tú? —pregunto susurrando, sin entender nada de lo que está
pasando. Creo que mi cabeza está a punto de explotar.
—Por Dios, ¿tan ciegos estáis? ¿De verdad no os habéis dado cuenta
todo este tiempo de que estoy pillada por Leo? —Se dirige a él
directamente—. Llevo detrás de ti toda la vida, y resulta que tú tenías ojos
para otro —termina de decir, confusa y herida.
Leo continúa callado, intentando asimilar lo que está pasando, por lo que
debo sacar la cara por él. Es hora de devolverle todo el apoyo que me ha
brindado durante este tiempo.
—¿Y pensabas conquistarlo enviándole una foto sacada de contexto a mi
novio?
—Desde el momento en que llegaste, lo apartaste de mí. Éramos un buen
grupo, ¿sabes? Estábamos muy unidos y, joder, pensaba que iba a llegar mi
momento. Me estaba yendo bien en la tienda, hacíamos muchos planes y
cada vez estaba más cerca de Leo. Pero, cuando llegaste tú, se centró tanto
en ti que se olvidó del resto. «Pobrecita, tiene muchas movidas familiares».
«Pobrecita, tiene a su novio lejos». «Pobrecita, le están pagando todo y no
hace nada». ¿De verdad crees que nos engañas? Con él —señala a Leo—
quizás funcione, pero no conmigo. Así que el otro día fui a poner las cartas
sobre la mesa a tu playa, pero me encontré con una estampa mejor: Leo y tú
en medio de un momento romántico. Pensé qué podía hacer para que
sintieras lo mismo que estaba sintiendo yo, que me arrebatasen a la persona
que me gusta, así que os hice la foto y esperé el momento perfecto para
enviársela.
Me quedo sin habla. Me siento totalmente traicionada por una persona
que pensaba que me estaba brindando su apoyo y su amistad
incondicionalmente. Solo estaba fingiendo.
¿Cómo se puede ser tan mala persona? ¿Cómo nos ha engañado tan
bien?
—Lo que no esperaba ni mucho menos es que acabases confesando que
estás enamorado de Javi —escupe con dolor—. ¿Os habéis estado
enrollando a nuestras espaldas?
—No.
Es la voz de Javi, que aparece detrás de nosotros. No sé si ha llegado a
escuchar toda la conversación pero, sin duda, sí la última parte. Por lo poco
que ha dicho Leo, entiendo que Javi no sabía nada, por lo que temo su
reacción y, sobre todo, lo que pueda estar sintiendo Leo. Debe de estar
atemorizado pues, por culpa de Claudia, todos hemos salido perjudicados,
pero mucho más él.
—No nos hemos estado enrollado y, si fuera el caso, no sería de tu
incumbencia —termina de decir Javi, que está rojo de ira y respira con
fuerza. Mira a Claudia de tal forma que parece que va a fulminarla y ella da
un paso atrás, temerosa de su reacción—. Eres una sinvergüenza. Lo que
has hecho no tiene nombre. Espero que no tengamos que verte nunca más.
Desaparece de nuestras vidas y, por favor... —agarra a Leo de la mano y tira
de él hacia atrás mientras continúa mirándola duramente—, vete a la
mierda.
Una vez dicho esto, me mira y me hace un gesto para que los siga. Nos
marchamos y, cuando miro atrás, veo que Claudia sigue de pie en la entrada
del local observándonos. Tiene los puños apretados y los ojos llorosos. Una
parte de mí quiere sentir pena, ya que ella acaba de descubrir que la persona
de la que se ha enamorado nunca podrá corresponderla.
Sin embargo, el dolor puede más conmigo. Así que giro la cabeza y no
vuelvo a mirar atrás.
68
Alejandra

Han sido suficientes un par de semanas de espacio entre Leo, Javi y yo para
reorganizar nuestras ideas. No hemos sabido nada de Claudia en estos días
y espero que sea así durante mucho tiempo. El daño que nos ha hecho a
todos ha sido abismal y no estamos preparados para volver a confiar en ella,
aunque los tres sabemos que pronto deberemos afrontar esto con una
conversación en la que nos explique con detalles los motivos que la
llevaron a actuar con tanto odio y rencor. No me parece suficiente que
estuviese enamorada de Leo. No después de todos estos meses.
Javi se encargó esa fatídica noche de llevarnos a casa en su coche; pese a
que le insistí que la mía estaba a tan solo cinco minutos del local, se
empeñó en ello. En el coche fuimos en un silencio incómodo cargado de
incógnitas. Decidió dejarme a mí primero, intuyo que buscando esa
privacidad tan necesaria para poder aclarar con Leo sus sentimientos.
Hoy han aparecido en la playa juntos de la mano. No he querido
preguntar en qué punto están ni cómo ha pasado todo esto, pues es cosa de
ellos y, si algo he aprendido de este conflicto es que las personas necesitan
tiempo, y a ellos les daré todo el que necesiten.
Eso sí, no puedo dejar de alegrarme y emocionarme al ver que los
sentimientos de Javi son recíprocos. ¡A saber desde cuándo! Me parece
increíble que hayan compartido toda su vida hasta tal punto de enamorarse.
Después de estos días, he intentado ponerme en contacto con Adri de mil
maneras diferentes, en vano. Solo me responde Paco, que me tranquiliza
diciéndome que está agobiado y necesita espacio, que está muy dolido
conmigo.
Pero ¿cómo explicarle que lo que él cree que ha ocurrido en realidad es
un equívoco? ¿Que todo ha sido un artificio de la que pensaba que era una
de mis mejores amigas?
Es muy frustrante querer hablar con alguien que se cierra y se abandona
en sí mismo. Estoy segura de que está destrozado y me aterra no poder
hacer nada para solucionarlo.
Estoy dándole vueltas mientras meneo con irritación el bol de frutas que
me he preparado para merendar. Pienso en que, quizás, mi estancia aquí
haya terminado y es el momento de volver a casa. De volver con mi madre,
a la que echo muchísimo de menos, y más en este momento, en el que
necesito sus consejos como los de nadie y, por supuesto, de volver a ver a
Adri y a Paco. Y comprobar que están bien. Y arreglarlo todo. Creo que es
hora. Estoy segura de mí misma, aunque no sé de qué manera plantearlo.
Mi padre y May entran por la puerta y se sientan en la isla de la cocina,
justo en frente de mí. Nos miramos los tres en silencio y siento que tienen
algo que decirme.
—Disparad —les digo sonriendo.
Después de todos estos meses aquí por fin estoy empezando a conocerlos
y a sentirme parte de la familia. Ha sido difícil habituarme a una nueva
rutina y, sobre todo, a ejercer de hermana mayor, pero por fin percibo que es
cien por cien un hogar. Con mi padre, la relación ha mejorado
descomunalmente y sigue progresando. Me veo reflejada en él cuando
trabaja, en lo pasional que es con sus seres queridos, en lo muchísimo que
ama a May y en lo fácil que me está poniendo las cosas. Ahora sí soy
consciente.
—Tenemos algo que decirte —empieza May—. Bueno, en realidad, es tu
padre el que tiene que decírtelo. —Lo mira con confianza y se dirige de
nuevo a mí—. Yo solo estoy aquí de apoyo moral. Le daba vergüenza.
—¡May! —exclama mi padre llevándose las manos a la cabeza.
—¡De May, nada! ¡Es la realidad!
—¿Se puede saber qué me tenéis que decir?
Mi padre mira a May buscando su aprobación y cuando ella asiente,
comienza a hablar mirándome a los ojos.
—Sé que lo de la exposición te dolió mucho. Te dibujé en un momento
de vulnerabilidad, pero debes saber que no fue con mala intención, al
contrario: desde que has vuelto a mi vida, has llenado todos los rincones de
inspiración, y pensé que la mejor forma de agradecértelo era retratándote.
Sin embargo, no conseguí lo que quería. Es por eso que tienes que saber que
el dinero de la venta siempre ha sido para ti, desde el momento en el que
dibujé el primer esbozo en mi libreta hasta que se expuso... La obra siempre
ha sido por y para ti, hija mía.
Me quedo en shock. Sus palabras me emocionan, me recuerdan el mal
trago que pasé aquel día, pero gracias al cual en nuestra relación se produjo
un punto de inflexión. Desde entonces, cada vez que he visto Constelación
triste me ha ido gustando más, hasta tal punto que creo que la selección de
colores es con la que más me podía identificar. Los detalles, las estrellas,
mis ojos... La realidad plasmada en un lienzo. Mi tristeza y mi superación.
Mi vida. Mi constelación formándose...
—Pablo, creo que no lo ha pillado.
—No, no lo ha pillado.
—¿Pillar el qué? —respondo aún, sin saber hacia dónde nos va a llevar
esta conversación.
—Madre mía, Pablo. ¡Que no lo ha pillado!
—Es muy fuerte, ¿no?
—¿Me podéis decir de una vez qué pasa?
—Cariño... —Mi padre me agarra la mano, la acaricia y me dice—. Los
cincuenta y tres mil euros que me dieron por el cuadro son tuyos. Ya tienes
el dinero ingresado en tu cuenta.
69
Alejandra

–¿Qué harías si te tocara la lotería? —preguntó Adri mientras nos sentamos


en los columpios de un pequeño parque. Llevábamos toda la tarde paseando
por nuestros sitios favoritos de Madrid: el parque del Retiro, las cafeterías
más de moda y las tiendas de ropa vintage de Malasaña. Se nos había ido el
día y decidimos continuar por la noche: compramos hamburguesas y patatas
fritas y nos fuimos en busca de un sitio apacible para poder relajarnos y
cenar juntos. Nuestra relación duraba casi un año y se acercaba mi
graduación, por lo que llevaba unos días nerviosa, buscando el vestido
perfecto y pensando, a la vez, si debía matricularme en un máster o buscar
trabajo. No sabía qué hacer.
—No sé, viajar, supongo.
—Esa es la respuesta base. La de todo el mundo. —No le resultó
suficiente. Él siempre quería más. Sacarle un segundo sentido a las cosas.
Darle vueltas y vueltas, hacer nudos y deshacerlos. Lo veía todo del revés y
también me estaba contagiando un poco todo eso que le hacía tan especial
—. Piénsatelo bien.
—¿Qué harías tú?
No sabía qué iba a hacer en las próximas semanas, ¿cómo me iba a
imaginar mi vida con un premio de lotería? Viajes, ropa, una casa... Sí, son
las respuestas básicas que cualquier persona daría. Pero no se me ocurría
nada más.
—Vivir de mi sueño.
Su sueño eran los libros. Hasta entonces yo pensaba que era feliz en la
librería, pero supongo que todo ser humano tiende al inconformismo. Sí,
trabajaba rodeado de libros, pero es un trabajo que requiere mucho tiempo y
esfuerzo, y su abuelo llegaría un punto en el que no podría estar ahí para
ayudarlo.
Cuando me respondió eso, ambos nos quedamos en silencio,
reflexionando. Pensé en las mil y unas formas en las que Adri podría vivir
de sus libros. Sin embargo, cuando pensaba en mí misma, una nube negra
asomaba por mi cabeza y no me dejaba ver más allá.
Vivir de mi sueño...
Ahora por fin sé cuál es y cómo hacerlo realidad.
70

Querido Adri:

No sé si ya ha pasado tiempo suficiente para que por fin quieras saber algo de mí. He
intentado darte espacio pese a lo mucho que necesitaba hablar contigo. Creo que ha llegado
el momento de vernos. Ahora sí estoy segura. Ahora sí, créeme. Por eso te escribo esta carta,
precisamente a ti, amante de la mensajería, de los manuscritos, de los correos y de todo lo
que tenga que ver con las palabras.
De nada iba a servir una llamada, de nada va a servir escribirte un mensaje. Pero sé que si
intento plasmar todo lo que siento en este papel, te llegará allá donde quiero que te llegue.
Siento no tener la capacidad que tú tienes para plasmar mis sentimientos. Lo voy a intentar,
lo prometo.
No ha sido un año fácil, lo sé. Me he perdido por completo y no he sabido a quién acudir
para que me ayude. Tampoco he sabido solucionarlo sola. Supongo que la vida consiste en
equivocarse mil veces, hasta que das con la persona y el momento adecuados.
Adri, mi persona siempre has sido tú.
El momento adecuado quizás no haya sido este.
Pero sé que está por llegar.
Tenemos que hablar. Tengo que darte explicaciones. Tengo que darte respuestas porque
estoy segura de que tienes demasiadas preguntas en la cabeza.
¿Cómo no vas a tenerlas?
Por eso te escribo. Dame una última oportunidad para aclarar todo lo ocurrido. Te
prometo que, esta vez, me abriré en canal y podrás entenderme (aunque sea un poco).
Te mando en esta carta un billete de avión. Por favor, si crees que aún puedes
perdonarme, acéptalo y coge ese vuelo. Te estaré esperando.

ALEJANDRA
71
Adrián

–Tienes que ir.


—No sé si es la mejor idea, abuelo.
—Ya lo digo yo: ve.
Han pasado tres semanas desde que llegó la carta de Álex con el billete a
Galicia. El vuelo es mañana y todavía no he pensado qué voy a hacer. No
dejo de darle vueltas al asunto: ¿cómo se le ha ocurrido esto? ¿Qué es lo
que pretende? ¿No podría haber venido simplemente aquí?
Algo dentro de mí me dice que tengo que escucharla, que quizás sea yo
el que esté equivocado. Pero, por otro lado, no estoy dispuesto a sufrir más.
No quiero volver a sentir que se me rompe el corazón. Tampoco podría
soportar volver a separarme de mi abuelo, por lo que ahora mismo estoy en
una montaña rusa de dudas y emociones que no me deja pensar con
claridad.
En realidad, como hasta hoy.
—Hijo, estoy seguro de que va a salir bien.
—Ni siquiera sabes qué me va a decir. —Lo miro y él rehuye mi mirada
de repente. Se pone a secar los platos que le voy pasando mientras los
termino de enjuagar y le empiezan a temblar las manos. Vaya, parece que
esconde algo—. Porque no lo sabes... ¿no?
—¡Sí lo sé!
Se pone tan nervioso que suelta la vajilla de vuelta al fregadero, me quita
el vaso que estoy limpiando y pone las manos sobre mis hombros para que
le preste atención, al igual que cuando era pequeño y estaba a punto de
regañarme. Mierda.
—Quiero pedirte una cosa. —Sus ojos comienzan a humedecerse y me
preocupo al momento, pero él mantiene su gesto hosco y sus manos sobre
mí, por lo que soy incapaz de abrir la boca—. Vive tu vida, hijo mío. Vive,
disfruta, viaja, ama. Pero, sobre todo, vive. Ya has visto que en cualquier
momento nos vamos y nos quedamos con un millón de cosas por hacer. —
Ahora soy yo el que comienza a llorar, imaginándome por dónde va a ir la
conversación. No quiero que me hable de la muerte y mucho menos de la
suya. No concibo un mundo sin él—. Quiero que hagas lo que siempre has
deseado y que dejes de pensar en mí, al menos un poco. Estoy bien, Adrián.
Estoy muy bien: soy ágil, hago lo que me gusta y..., ¡qué coño!, ¡estoy
enamorándome de Mari! ¡Estoy viviendo, jovenzuelo! Sé que no me quedan
demasiados años y es ahora cuando por fin estoy aprendiendo a valorar lo
que el día a día me regala. La salud, la familia, el amor... En definitiva, soy
muy afortunado por vivir. Y yo quiero que tú también lo hagas. Llevas
muchos años siendo esclavo de una librería a la que amas, pero que, a su
vez, te quita libertad. Tienes que ser libre. —Su mano se mueve desde mi
hombro hasta mi cara. Me limpia las lágrimas y continúa—. Ve a buscar a
tu chica, soluciona las cosas, que te advierto que no serán los últimos
problemas a los que os enfrentéis y, por primera vez, piensa en ti. Yo voy a
estar siempre aquí, por y para ti —dice señalándome el corazón.
No puedo hacer otra cosa que no sea abrazarlo fuerte. Lloro como nunca
antes he llorado. El miedo y la emoción luchan el uno contra el otro para
ver quién gana. Tengo mucha suerte de tener a mi abuelo. Por eso a veces
me siento egoísta cuando me imagino un futuro lejos de la librería. Porque
él lo ha dado todo por mí y yo quiero devolvérselo a toda costa.
Sin embargo, esta vez voy a aceptar su consejo y voy a hacerle caso a mi
corazón, aunque esté en contradicción con mi mente.
Tengo que ir a Galicia y hablar con Álex.
—Deja ya de llorar y lava los platos. Yo voy abriendo Netflix.
72
Alejandra

Elegí Galicia porque recordé una conversación con Adri en la que


mencionó que sus padres eran de Lugo, pero, a los pocos meses de nacer él,
decidieron irse a Madrid en busca de más oportunidades laborales,
consiguiendo así, poco a poco, abrir su pequeña librería y cumplir su mayor
sueño. Él, sin embargo, nunca ha tenido la oportunidad de volver a sus
raíces. Quedar aquí es una forma de crear un punto de partida para nosotros,
para nuestra historia.
No puedo negar la incertidumbre de saber si finalmente vendrá. Junto al
billete de avión añadí una pegatina con la localización y la hora a la que nos
debíamos ver. Faltan tres minutos y siento que mi corazón se acelera.
Es curioso ver de qué manera me ha llevado la vida, el destino o mis
decisiones hasta aquí. Hoy hace un año de aquel día en que cogí el vuelo a
Gran Canaria y todo cambió. Todavía no sé si fue un error o un acierto, pero
si de algo estoy segura es del aprendizaje que saqué de lo vivido allí y que
me ha ayudado a evolucionar.
«Suerte». Es el mensaje que recibo de parte de Leo junto a un emoji de
un trébol, y yo le respondo con un sticker de un perro con cara de
preocupación. Suerte es haber encontrado a un amigo como él, con el que
he podido ser yo misma, y que me ha enseñado la importancia de
desconectar para reconectar, así como del perdón y de saber perdonar.
Cuando le conté mi idea sobre qué hacer con el dinero que me dio mi padre,
se puso a dar saltos de alegría.
—¡Va a ser increíble! —gritaba, cómo no, en la playa—. ¡Tienes que
aprovecharlo al máximo!
—Tengo un pálpito... Por primera vez en mucho tiempo, sé lo que quiero
hacer.
—Estoy seguro de que es la decisión correcta. Y si no lo es..., siempre te
quedará Madrid, Gran Canaria o cualquier pedacito del mundo que te haga
un hueco. Tú tienes el poder de convertir en hogar cualquier sitio donde te
sientas segura.
—No es el sitio —le corregí, cogiéndole de la mano—, sois las personas
las que me hacéis sentir que el hogar está allá donde estéis.
Sé que no es una decisión fácil la que he tomado. Pero algo dentro de mí
me dice que es un riesgo que tengo que correr. Tengo que jugármela de una
vez. El regalo que me ha hecho mi padre con ese dinero es una gran
oportunidad para poder empezar a tomar las riendas de mi vida. Cuando le
comenté lo que se me pasaba por la cabeza, tuve el apoyo de mi padre y de
May, los cuales también pensaron que sería muy buena decisión.
Es ahora cuando me doy cuenta del apoyo que he tenido siempre en ellos
y de lo egoísta que ha sido mi comportamiento. Quiero buscar la forma de
poder devolverles todo lo que me han dado. Sé que, por más que me
disculpe, no aceptan esas disculpas.
«No hay nada que perdonar. —May me consolaba cuando fui consciente
de mis errores—. Todos somos humanos, todos nos equivocamos y más aún
a tu edad. No tengas miedo de equivocarte; simplemente es otra forma de
buscar tu propio camino».
Y creo que tiene razón: todo lo vivido me ha conducido aquí.
Estoy en la Playa de Las Catedrales esperándolo. Queda un minuto para
que llegue. Si bien he querido que nuestro punto de encuentro sea con el
mar presente, en este caso no se asemeja para nada a la playa de la isla.
Mientras que allí el mar calmado y la arena blanca crean un clima cálido,
aquí la fuerza de las olas, junto a los verdes acantilados, tienen una belleza
que jamás había visto. Está cayendo el sol y el cielo juega con sus colores,
mezclando el rosa, el naranja y el azul a su antojo.
Escucho pasos a mi espalda y sé que es él. Estoy totalmente sola en uno
de los acantilados, con el coche que he alquilado detrás de mí.
—Tú siempre tan puntual —le digo sin girarme.
—Tú siempre tan colorida —me responde, sentándose a mi lado sobre la
manta que he preparado junto a una botella de vino blanco—. ¿Te has
puesto de acuerdo con el cielo para llevar los mismos colores?
Me miro el vestido liláceo y mis nuevas puntas del pelo azules y sonrío.
Me gusta cómo aprecia estas cosas Adri, como si se fijara hasta en el más
mínimo detalle.
—Has venido.
—¿Cómo iba a perderme un viaje gratis a mi tierra natal?
Sus palabras me tranquilizan. Esta semana he estado dándole mil vueltas
a la cabeza imaginándome todas las posibilidades que podrían darse hoy. Su
enfado, su reproche o, directamente, que no apareciera me hacía temblar. En
cierto modo, siempre he tenido la esperanza de que vendría. Lo conozco y,
pese a que él también habrá dudado, siempre ha sabido canalizar sus
emociones de la mejor manera para encontrarle el lado positivo a todo.
Así que aquí está. Me giro y me fijo en su ropa, en su cuerpo, en su
rostro... No sé si por haber estado separados tanto tiempo, pero lo veo más
atractivo que nunca. Lleva el pelo un poco más corto, aunque sus rizos
siguen distinguiéndose con facilidad. Su outfit tampoco ha cambiado
mucho: pantalones marrones y camisa blanca a juego con las deportivas.
Sus gafas redondas siguen ahí y los hoyuelos de sus mejillas. Sencillo como
siempre. Guapísimo como siempre.
No sé por dónde empezar. Llevo semanas planeando esto. Semanas
pensando qué decir. Palabra por palabra. Y ahora que llega el momento se
me olvida todo de golpe. Así que decido dejarme llevar por el corazón,
igual que él haría. Pero, justo cuando voy a comenzar a hablar, es él el que
toma la iniciativa.
—De todos los lugares del mundo, nunca se me habría ocurrido que me
traerías a Galicia.
—Sabía que te gustaría.
—Siempre he pensado que es especial. Más allá de lo que podemos ver
en las películas, en las noticias o en las redes sociales. Sentía ese vínculo
sin haber pisado esta tierra nunca. ¿A qué se deberá esta sensación?
—Quizás sea hora de comprobarlo, ¿no?
—¿Qué tramas, rubia? —Me mira sonriendo, aunque todavía guarda un
poco la distancia—. ¿Por qué me has traído aquí?
Llega el momento. Así que suspiro, intento relajarme, destensar el
cuello. Dirijo mi mirada de nuevo al mar. He descubierto que hay algo en él
que me calma. Me llena. Y que, esté donde esté, si tengo mar, estoy segura.
Al cabo de unos segundos, cuando ya me siento preparada, comienzo a
hablar.
—Quería disculparme en persona por todo lo que ha pasado. He sido una
egoísta, he mirado solo por mí durante todo este tiempo. He dejado que te
fueras. Y lo peor de todo es que era consciente del daño que te estaba
haciendo. De la preocupación de mi familia y de mis amigos. O, al menos,
de los que creía que lo eran.
Él me mira sorprendido y yo asiento con la cabeza. Con esta última
frase, creo que está comenzando a hilar sus sospechas y su rostro cambia
por completo, casi indescifrable. Su sonrisa desaparece y muestra
preocupación en sus ojos.
—Claudia te envió esa foto para hacerme daño.
Lo suelto de golpe, sin darle más vueltas al asunto.
Adri sigue en silencio, con la misma expresión, pero acerca su mano a la
mía y me la estrecha, animándome a continuar.
—Al parecer, siempre ha estado enamorada de Leo —le confieso—. Y al
verme entablar una muy buena amistad con él se puso celosa. Pensó que la
mejor opción para acabar con esa amistad era acabar con esta relación. Pero
digamos que sus planes no han surtido el efecto deseado...
No le cuento los sentimientos de Leo. Son suyos y nadie más que él
puede desvelarlos. Sin embargo, quiero que Adri sepa que entre nosotros
nunca ha habido ni habrá nada más que una amistad sincera y leal.
—Nunca ha pasado nada con Leo. —Adri respira hondo y parece que, al
escuchar esa frase, su cuerpo se relaja—. Jamás me he fijado en él de esa
forma. Obviamente, es un chico muy atractivo, pero no estoy enamorada de
él. Ni él de mí. Somos amigos. Amigos de los buenos. Ha sido una pieza
clave. Gracias a él, he tomado buenas decisiones y, gracias a su ayuda,
siento que estoy tomando el camino correcto. Ha sido todo un impulso en
mi vida, me abrió los ojos con lo de las redes sociales y, sobre todo, me
abrió en lo que a ti respecta. Nunca pensé que nuestra relación se
tergiversaría tanto, pero supongo que no todo el mundo es igual de honesto.
Claudia nos falló a todos y nos hirió muchísimo. Sin embargo, no la culpo a
ella de lo que nos ha pasado. —Empiezo a emocionarme y la voz me
tiembla—. La culpa es mía, porque esta conversación la tenía que haber
tenido contigo desde el primer momento en que vi que te asaltaban las
dudas. Pensaba que no hacía falta, que entenderías a la perfección la
relación que teníamos Leo y yo. Pero si algo he aprendido es que la
comunicación es vital para que todo vaya bien. Y, gracias a ello, por fin he
podido tener una conversación de verdad con mi padre y, por supuesto,
ahora la tengo contigo.
—Jamás habría dudado de ti, Álex. —Me limpia las lágrimas con un
dedo y noto un cosquilleo en el estómago. Siento que las cosas van bien por
fin—. Pero al llegar a la isla, al ver vuestra complicidad y, sobre todo, tus
recelos hacia mí, me sentí vulnerable. Estabas muy diferente, como
cabreada con el mundo. Estabas irascible en casa; salías y bebías con tus
amigos para olvidar y, cuando fui a verte, me dio la sensación de que no
tenía la misma importancia en tu vida que antes.
—Siempre la has tenido.
—Fallaban los hechos. Y también las palabras. ¿Quién nos lo iba a
decir? Nos hemos enamorado a base de cartas, correos y mensajes, y
precisamente es la falta de comunicación la que nos ha llevado a este punto.
Tiene razón. Es irónico darnos cuenta ahora de la importancia de las
palabras en nuestra vida. Sobre todo si estas afectan, de la manera que sea, a
los que más queremos.
—Yo también quiero disculparme, rubia. Porque la culpa no ha sido tuya
del todo. En la relación somos dos. Si tú no actuabas bien era yo el que
tenía que ser sincero contigo. Y, contra todo pronóstico, no lo estaba siendo.
Me daba miedo ser honesto y decirte que te estaba perdiendo. No podía
exigirte nada porque, por otro lado, te veía feliz allí. ¿Qué podía darte yo en
Madrid?
—Todo, Adri. Tú me lo das todo, estés donde estés.
No termino de decir la frase cuando sus labios presionan los míos. Adri
me besa y no me doy cuenta hasta ese momento de lo mucho que lo
anhelaba. Me besa con ternura, pero también con necesidad, y yo le
devuelvo esas ganas profundizando más el beso.
Cuando nos separamos, tenemos los dos los labios rosados e hinchados
por la intensidad. Nos quedamos mirándonos, muy cerca, tan cerca que
nuestras respiraciones se unen.
—¿Y ahora qué? —susurra contra mis labios.
—Y ahora viene lo mejor.
Él se separa unos centímetros para poder mirarme a la cara y enarca una
ceja, sorprendido.
—Si te he traído aquí es porque mi vida está a punto de cambiar por
completo y pensé que el cambio tenía que empezar contigo. ¿Te acuerdas de
Constelación triste, el cuadro que mi padre vendió en la exposición? —Adri
asiente con la cabeza sin entender nada—. Mi padre me ha regalado ese
dinero. Me dijo que siempre había sido para mí. Y se me ocurrió esto.
Adri mira a su alrededor, con más dudas que antes.
—¿Un viaje a Galicia?
—Ver mundo, Adri. Tengo el dinero suficiente para poder viajar. Quiero
seguir con mi proyecto en redes sociales y hacerlo más grande: visitar
localizaciones clave en la literatura, lugares de nacimiento de las grandes
personalidades universales... Crear contenido audiovisual sobre lo que he
estado haciendo hasta ahora.
—Madre mía. —Creo que por fin ha salido de su ensimismamiento, pues
tiene los ojos abiertos de par en par y su sonrisa está creciendo
exponencialmente—. ¡Qué ideaza! Podrías hacer vídeos y fotos en esos
sitios, además de tus reseñas, y aportar un contenido único y diferente. No
conozco a nadie que haga algo así... ¡Vas a triunfar!
Nos reímos y le aclaro que es un proyecto que me llevará mucho tiempo
y dedicación. Me estoy arriesgando mucho, pues no sé si gustará o no a mis
seguidores, si lograré crecer en redes o simplemente se quedará en un año
de aprendizaje. Sea lo que sea que me traiga, quiero aprovecharlo al
máximo.
—Vale, pero... ¿qué pinto yo?
Respiro hondo, esperando que acepte lo que le voy a proponer. Ahora sí
que estoy nerviosa de verdad.
—Sé que para ti es difícil abandonar la librería. Sé que siempre has sido
feliz ahí, pero también sé que necesitas esto. —Y señalo a nuestro alrededor
—. Salir, viajar, conocer mundo, conocer gente...; en definitiva, vivir
nuevas experiencias más allá de las que te aportan los libros. ¿Por qué no
unir nuestras dos pasiones? Podrías venirte conmigo, te ayudaré a pagar los
viajes mientras tanto. En realidad, siempre he sentido que mi éxito en redes
es gracias a ti, a la persona que más ama los libros del mundo. Por eso te
propongo que formes parte del proyecto y nos dediquemos
profesionalmente a ello. Estoy segura, créeme, de que nos va a ir bien.
—¿Y qué pasa con mi abuelo?
Su pregunta me enternece, pues sabía que sería su mayor preocupación.
Sin embargo, también me alegra, pues hasta ahora no me ha dicho que le
parezca mal lo que le he contado.
—Estoy segura de que tu abuelo también necesita un respiro, cariño.
Después de lo que le pasó..., creo que tiene que pensar en sí mismo. Quizás
sea buena idea que cerréis la librería por un tiempo. Él podría salir,
centrarse en su relación con Mari...
—¿Cómo sabes lo de Mari?
—Hablamos prácticamente todos los días.
Me encojo de hombros y él rompe a reír. Es cierto, Paco y yo estamos
mucho más unidos desde esas semanas en el hospital. Creo que me escribía
para saber si estaba todo bien y, en cierto modo, para sacarme información
sobre mi relación con Adri, pero, poco a poco, nos hemos acostumbrado a
mandarnos un par de mensajes al día. No hemos perdido el contacto en todo
este tiempo.
—¿Qué me dices? —le pregunto después de unos minutos en silencio.
—Podemos intentarlo.
Esta vez soy yo la que se acerca a él para besarlo, pero pone un dedo
sobre mis labios para pararme un segundo y dice:
—¿Sabes? Jamás pensé que podría tener esta sensación y sentirla tan
cálida y reconfortante. Sentir que lo tienes todo. La adrenalina. El subidón.
El amor. Los miedos. La ilusión. La incertidumbre. Todo junto. Todo
revuelto. Yo solo espero sentir esto el resto de mis días: el vértigo de
quererte.
Epílogo

10 años después

Querida Álex:

Aquí estamos. A punto de volver a cumplir otro de nuestros sueños. Estoy muy agradecido
por lo que me has dado y, sobre todo, por poder compartirlo con la que, a partir de hoy, será
nuestra familia. Estoy escribiendo estos votos matrimoniales y ya estoy temblando, no me
puedo ni imaginar qué será de mí el día de la boda.
Álex, estamos a punto de casarnos. Seguro que estás preciosa con tu vestido blanco, el
cual me imagino largo, pomposo y peculiar, como tú. También te imagino con tu melena
suelta. A saber qué color decidirás ponerte. Y, por supuesto, flores. Muchas flores. De todos
los colores. Estarás preciosa porque eres preciosa. No puedo haber elegido una compañera de
vida mejor que tú.
Cuando tomamos la decisión de emprender un viaje sin rumbo juntos, pensé en los mil y
un problemas que podrían surgir. Cerrar la librería fue una de las decisiones más duras que he
tomado y que seguramente tomaré, pero, sin duda, fue acertada. Nos vino bien a los dos: a mi
abuelo, para descansar y conocer más a Mari; y a mí, para volverme valiente contigo.
Lo que hemos vivido es indescriptible. Hemos podido viajar sin límites, vivir durante
pequeñas temporadas en sitios recónditos y absorber diferentes culturas.
Han sido diez años de crecimiento y amor. Amor que llegó a nuestras vidas en forma de
revolución y pañales. Muchos pañales. Julieta nos sorprendió a los dos. Íbamos a ser padres y
no sabíamos si seríamos capaces de darle una buena vida. Estoy seguro de que lo hemos
hecho. De que lo estamos haciendo. Asentarnos en Galicia para poder brindarle una
educación de calidad y un hogar ha hecho que nos unamos más todavía. Esta vez como
familia. Crear un hogar contigo es lograr todo lo que había imaginado en la vida.
Somos privilegiados por poder vivir de lo que nos gusta. Gracias a ti, a tu valentía y a tu
constancia podemos seguir viajando para crear contenido y, a la vez, pasar largas temporadas
en casa. Julieta se va a convertir en una mujer de mundo y valorará todo este esfuerzo que
estamos haciendo por ella cuando tenga la edad y madurez necesarias.
Casarnos hoy es celebrar todo esto, Álex. Celebrarnos a nosotros: nuestro amor, nuestro
trabajo, nuestro esfuerzo, nuestra dedicación, celebrar a Julieta y compartir todo esto con
nuestra familia y con los amigos que hemos ido conociendo a lo largo de todos estos años.
Ojalá pudiera estar aquí mi abuelo para verlo. Para ver lo que hemos formado y forjado
juntos. Estoy seguro de que se sentiría muy orgulloso. También estoy seguro de que se
metería con mi esmoquin o con mi voz temblorosa al leer estas palabras delante de todo el
mundo.
Estoy deseando verte llegar al altar de la mano de tu padre, el cual se ha convertido
también en el mío. Me imagino a Ana, llorando con la escena, y a Leo y a Javi, tíos postizos
de nuestra hija, acompañándola con los anillos en sus pequeñas manitas.
El camino no ha sido fácil, y no lo será. Llegarán momentos de tempestad y tendremos
que aprender a ser fuertes.
Lo vamos a conseguir juntos.
Con nuestros libros.
Con los años.
Con las experiencias.
Con nuestros viajes.
Con nuestra familia.
Con nuestros amigos.
Con nuestra hija.
Por todo ello: sí quiero, Álex.

ADRIÁN

50 años después

Querido Adrián:

Feliz aniversario.
Hoy hace cincuenta años que juramos amor eterno delante de nuestros seres queridos. En
realidad, no nos hacía falta ninguna ceremonia: ya éramos una familia. Ya eras el amor de mi
vida.
Recuerdo aquellos primeros años como padres con nervios y emoción. Eras un caos en
todos los sentidos. Te daba miedo coger en brazos a la niña por si se te caía. No soportabas
cambiarle los pañales. Te morías por dentro cada vez que nuestra pequeña se tropezaba
jugando y se hacía alguna herida.
La primera vez que nos confesó que tenía novio tenías que haberte visto la cara. Te
quedaste pálido y estuve a punto de ir a sostenerte en brazos por temor a que te desmayaras.
Dos o tres novios después, ya te habías acostumbrado a que nuestra Julieta era toda una
mujer que disfrutaba de la vida y de su sexualidad, que amaba con intensidad y que estaba
dispuesta, pese a las dificultades, a encontrar al amor de su vida. Ella siempre nos ponía
como ejemplo. Me decía: «Mamá, yo quiero algo como lo vuestro. Así de real e imperfecto».
Y yo pensé que no había definición que se acercara más a nuestra vida: real e imperfecta. Así
éramos. Así hemos sido.
Adrián, te he amado como nunca en mi vida he amado ni amaré a nadie. Me has
enseñado tantas cosas que no concibo haber vivido de otra forma que no sea como lo hicimos
nosotros. He abrazado cada una de las arrugas que nos han ido saliendo, aceptándolas como
signos de edad, pero también como signos de vida. A ti te salieron arrugas en los pómulos,
señales de tu risa. A mí, en el entrecejo y en los ojos, muestras de mi carácter. Qué bonito, mi
amor. Hemos vivido tanto y tan bien...
Son esos momentos los que guardaré para siempre en mi retina y en mi corazón: nuestras
primeras veces. Primeras arrugas, primer coche, primera casa, primeras deudas... Primer
nieto. Segundo nieto.
¿Te das cuenta de todo lo que hemos creado juntos? Amar tiene muchas vertientes, y a mí
esta me parece preciosa. Hemos creado vida. No nos lo imaginábamos cuando Julieta se casó
con Alberto. Pensábamos que nunca tendrían hijos, que eran dos jóvenes alocados, algo
inmaduros, con ganas de comerse el mundo, como nosotros cuando empezamos. Y, fíjate, nos
han regalado dos criaturas preciosas. Dos chicos que ahora van a la universidad y me
demuestran lo mucho que han cambiado los tiempos, lo abiertos de mente que son y las
inquietudes que tienen. Estoy muy orgullosa de ellos, pero, sobre todo, de nuestra Julieta, que
ha sido capaz de criarlos junto a su marido tal y como le enseñamos: con perseverancia y
cariño.
Te echamos tanto de menos, Adrián. Julieta y yo te extrañamos todos los días. Los chicos
también. Ya hace un año que te fuiste y todavía duele.
El día que desperté y tú no lo hiciste sentí que una parte de mí también había muerto.
Todavía puedo recordar esa sensación de demolición. Grité, pataleé, te zarandeé. No te
despertaste. Al cabo de unos minutos, pensé que estaba bien. Habíamos vivido, Adri.
Habíamos vivido mucho y muy bonito. No le podía pedir nada más a la vida. Te fuiste
soñando. No sufriste. Y, de pronto, me sentí agradecida.
Me mantengo fuerte por nuestra amada hija y nuestros nietos. Ellos me han hecho ver
que aún me queda tiempo. Tú también me lo hiciste ver. Cuando me sentí perdida. Cuando te
propuse ver el mundo. Me hiciste ver que había que vivir. Eso te lo enseñó tu abuelo. Nos lo
enseñó él.
Espero que, allá donde estés, todo esté bien. En calma. Si existe algún lugar en el mundo
en el que nos reencontremos, espérame allí con él, con Paco. Esperadme allí, que no me
queda mucho.
La vida es así: llegamos, vivimos y nos vamos. Tu abuelo me lo enseñó. Lo tengo
aceptado.
Te echo de menos, pero te prometo que voy a vivir la vida que me quede, los años que
me queden, como tú lo hacías: con vértigo.

Gracias por el viaje.

ALEJANDRA
Nota de la autora

No me puedo creer que haya llegado este momento. Acabo aquí un año de
trabajo. Un año en el que he vuelto a las letras, al teclado y a las páginas en
blanco.
Este libro está escrito con toda mi alma. Es por ello que he sentido la
necesidad, desde el primer instante, de plasmar en él momentos vitales de
mis últimos años, entre los que destacan mis experiencias en Gran Canaria.
Esta maravillosa isla, que me ha acogido con los brazos abiertos y le ha
dado tantísimas cosas buenas a mi vida es, en mi opinión, el personaje
principal de la novela. Alejandra encuentra en su mar, en sus pueblos y en
su gente lo que tanto ansiaba: un hogar de verdad. Y es la isla la que, poco a
poco, la va moldeando y ayudando en el camino.
Las ubicaciones que aparecen en la novela son reales, descritas con todas
las sensaciones que me transmitieron desde el primer momento que las
visité. Sin embargo, he cambiado ciertos detalles: Puerto de Mogán, el
pueblo en el que vive la familia de Pablo, es un lugar maravilloso situado al
sur de la isla. La única diferencia con respecto a la realidad es que no es
precisamente un pueblo poco habitado. En él el turismo es notable debido a
la belleza que ofrece cada uno de sus rincones.
Por otro lado, la casa y la cala tampoco existen, han sido producto de mi
imaginación aunque, sabiendo de los tantos paisajes que quedan por
descubrir en este territorio rodeado de agua, seguramente alguna vivienda
se asemeje al nuevo hogar de Álex.
He intentado, a su vez, respetar lo mejor que he podido el acento canario
en cada uno de los diálogos, aportando esa musicalidad, calidez y cercanía
tan propia de ellos.
Siento si en algún momento las descripciones o el vocabulario utilizado
no son acertados. Mi intención no ha sido otra que plasmar mi amor y
agradecimiento a un lugar y a unas personas que me han allanado el camino
y ayudado en cada uno de mis pasos.
Siempre llevaré a Gran Canaria en el corazón.
Me he tomado también algunas licencias en cuanto a la época de la
novela. Si bien en 2021 aún teníamos ciertas restricciones con las
mascarillas por el COVID-19, he decidido omitir este hecho histórico en el
libro. No quiero dejar plasmada una etapa tan dura y dolorosa para tantas
personas en un libro con el que mi intención es que el lector pueda evadirse
de la realidad y de los problemas que nos rodean. He elegido estas fechas
debido a que, en mi opinión, son años clave para el crecimiento y la
presencia de influencers en las redes sociales, con el apogeo de Instagram y,
por supuesto, la revolución de TikTok.
Espero de todo corazón haber conseguido mi propósito y haberme
acercado un poquito a vosotros con mi historia.
Agradecimientos

He conseguido cumplir el sueño de mi vida con esta novela gracias a las


personas que siempre han confiado en mí y en lo que escribo.
A mi familia: mis padres, Rosi y Francis, y mi hermana Paula, que desde
pequeña me han animado a leer y a escribir, y más aún a perseguir aquello
que quería sin ponerme límites. Me habéis hecho una mujer trabajadora,
pero, sobre todo, soñadora. Espero seguir cumpliendo metas a vuestro lado.
A mis abuelos, fuente de inspiración de la novela. Siempre lo han sido.
A mis amigas, las de toda la vida: Lourdes, Carmen y Paula, por
acompañarme en el camino y quedarse.
A aquellos que fueron llegando y trayendo consigo cosas bonitas:
Lorena, Lourdes, Manuel... Gracias por aparecer y llenar mi vida de
amistad pura. Y también a aquellos que se acabaron yendo pero dejaron una
marca en mí. He aprendido de cada uno de vosotros.
A Iris, Ana, María, Alberto, Elvira..., mis compañeros de profesión. Por
enseñarme tanto y darme la oportunidad de aprender y crecer como
docente. Jamás olvidaré mis primeros pasos como profesora en el colegio
Salesianos Las Palmas y en el Centro Enrique de Ossó de Telde. Por
supuesto, gracias también a cada uno de mis alumnos por ponérmelo todo
tan fácil y darme tantísimo cariño. Ojalá os haya transmitido un poco de lo
mucho que amo la literatura.
A Jen (@devoralibrosyt) y Toni (@todoestoanteseracampo), que me han
acompañado en este sueño. Es muy emocionante ver cómo los libros
consiguen unir a las personas de esta manera. Y a todos mis compañeros en
redes, porque lo que hacemos es muy valioso. A Irene, Mimi, Laura, Marta
y Lidia, lectoras cero de la novela, por vuestra sinceridad y cariño.
A Rosa, mi editora, por darme la oportunidad de enviarle mis escritos y
hacer mi sueño realidad. Mi hada madrina. Gracias también a Elena Suárez
y a todo el equipo de Planeta y a MR y a la colección Besties Books, que
tanto y tan bien han trabajado en mi (nuestra) novela.
Gracias también a Vero (@veronavarro.ig) por crear la portada perfecta
para esta historia y captar toda mi esencia. Eres una verdadera artista.
No puedo olvidarme de Gloria, Suso y Marta, y de toda mi familia
gallega. Mi segunda familia, que desde el principio me ha acogido como a
una más.
A Ignacio, por tu ayuda, apoyo y amor incondicional. No podría elegir
un mejor compañero de vida. Has sido, eres y serás inspiración para mí.
Por último, y no menos importante, gracias a mis seguidores. Sin ellos
nada de esto sería posible. Hemos creado una comunidad preciosa que está
consiguiendo mucho.
Gracias a ti, que tienes este libro en las manos.
Ojalá te haya gustado la historia de Álex, Adri y su revolución.
Vértigo
Cristina Mellado

La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye una sociedad mejor. La propiedad
intelectual es clave en la creación de contenidos culturales porque sostiene el ecosistema de quienes
escriben y de nuestras librerías. Al comprar este ebook estarás contribuyendo a mantener dicho
ecosistema vivo y en crecimiento.

En Grupo Planeta agradecemos que nos ayudes a apoyar así la autonomía creativa de autoras y
autores para que puedan seguir desempeñando su labor.
Dirígete a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesitas reproducir algún
fragmento de esta obra. Puedes contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por
teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

Título original: Vértigo

© del diseño de la portada, Planeta Arte & Diseño

© de la ilustración de la portada, Vero Navarro

© del texto: Cristina Mellado, 2024

© Editorial Planeta, S.A., 2024


Ediciones Martínez Roca, sello editorial de Editorial Planeta, S.A.
Avda. Diagonal, 662-664
08034 Barcelona
www.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): fecha

ISBN: 978-84-270-5251-2 (epub)

Conversión a libro electrónico: Realización Planeta


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Insumergible
Bernal, Jen
9788427052321
472 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

La novela que te hará dar un paso al frente y ser libre.

¿Qué harías si no te reconocieras delante del espejo cuando te miras en


él? ¿Si aquello que ves reflejado a centímetros de ti no eres tú?

¿Serías capaz de cambiar de vida? ¿De convertirte en quien realmente


eres?

Todas estas preguntas ahogan a Hugo cada vez que cuestiona su cuerpo; le
generan un nudo en la garganta difícil de desatar. Sabe que es posible salir a
flote y, aunque tiene miedo porque intuye que gran parte de su entorno le
intentará hundir de nuevo, decide a pesar de todo nadar a contracorriente en
busca de su identidad.

Así comienza esta historia: con el sonido de la libertad llamando a la


puerta.

Los lectores opinan:

«Una historia tierna y valiente que emocionará a los lectores», Andrea


Longarela.
«Esta novela es muchas cosas a la vez: una llamada a la libertad, un abrazo,
el primer amor en la piel y un refugio. No es solo lo que se cuenta, es cómo.
Cuando terminé de leer, quise hacer todo lo que antes me había dado miedo.
Una historia que demuestra que la valentía puede ser tan aterradora como
bella», María Vaquero @bookssandtea_

«Una historia fascinante, con un amor sin límites, que no te dejará salir de
sus páginas desde el principio. Intenso. Sensible. Bonito. Ariel se va a ganar
el corazón de todo el mundo, dejando un mensaje importante que
deberíamos tener presente siempre», Sara @sar.ohana

«Insumergible es un viaje. Lleva al lector a sentir de todas las formas


posibles y a reflexionar sobre una realidad más que habitual en nuestra
sociedad. Jen, con un libro que todo el mundo debería leer, regala un abrazo
e invita a ser uno mismo», Cristina Mellado @filologalectora

«Una historia tan bonita como dura. Insumergible ha conseguido


transmitirme todos los sentimientos de la protagonista, página a página,
capítulo tras capítulo. A veces las historias se leen para vivirlas y esta es
una de ellas», Toni Quinta @todoestoanteseracampo

«Insumergible es la historia de ficción más real que he leído nunca, duele


conocer la historia de Ariel pero así es la vida: luchar para ser feliz», Carla
León @carlabookss

La crítica ha dicho:

«Insumergible, la historia de Hugo y Ariel que puede inspirar a muchos,


una novela valiente y necesaria», Cristina Zavala, Los40.

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Captive: No juegues conmigo
Rivens, Sarah
9788427052352
608 Páginas

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El fenómeno Dark Romance que ha conquistado Francia, seduciendo a


más de 800.000 lectoras en tiempo récord.

EL ÁNGEL

Cuando mi madre murió, mi vida cambio por completo. Para ayudar a mi


familia, me he visto envuelta en el oscuro mundo de la mafia. A pesar de las
cosas terribles que he vivido, no estoy dispuesta a rendirme. Al menos, eso
pensaba hasta que me obligaron a trabajar para Asher Scott. Es el jefe del
clan Scott y la persona más horrible que he conocido...aunque mi corazón
no siente lo mismo.

EL DIABLO

Todos piensan que soy la persona más fría que han conocido, pero no es
fácil formar parte del despiadado mundo al que pertenezco. Desde que me
pusieron al frente del negocio familiar, para proteger al clan Scott, juré que
nunca me volvería a fiar de nadie. Y lo estaba consiguiendo…hasta que mis
hermanos me obligaron a aceptar que Ella Collins trabajara para mí. Estar
cerca de ella es peligroso.
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Las Perrerías de Mike 3. Mikecrack y la
venganza del rey Slime
Mikecrack
9788427052673
232 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

¡Conoce los orígenes de Mike y Akela en la tercera entrega de Las


Perrerías de Mike!

Ya es hora de que Trolli conozca los secretos de Mike: ¿de dónde viene?
¿Cuál es su relación con Akela? ¿Qué les pasó en el laboratorio del rey
Slime? ¿Por qué tuvieron que separarse?

Aún quedan muchos misterios del pasado por resolver…

¡Descubre los orígenes de Mike y acompáñalo en esta emocionante


aventura!

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Compas 1. Los Compas y el diamantito
legendario (nueva presentación)
Mikecrack, El Trollino y Timba Vk
9788427045064
240 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

Unas vacaciones muy accidentadas…

Mike, Timba y Trolli se merecen unas vacaciones, así que lo han preparado
todo para pasar unos días de descanso en una isla tranquila y alejada del
ajetreo diario.

De manera accidental, encontrarán un pergamino que los pondrá sobre la


pista de un extraño tesoro, relacionado con viejas leyendas locales que nos
hablan de criaturas mágicas, profecías antiguas y batallas entre gigantes y
caballeros.

Sin haberlo buscado, los Compas se verán envueltos en una aventura épica
que quizá los convierta en héroes.

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Te mereces abrazos largos
Miriam Rosas (@pintalabios)
9788427052680
160 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

Cuídate, valórate y permítete recibir el amor que mereces.

Te mereces escucharte, quererte y abrazarte.

Yo nunca lo he hecho. Durante años, he vivido desconectada de mi propia


voz. No sabía quién era, me sentía perdida y solo me hablaba para exigirme
ser perfecta.

Hasta que una noche mirando el cielo pensé en buscar respuestas en los
astros. Abrí una libreta y empecé a escribirme una carta preguntándome
quién quería ser. A partir de ese momento, guiada por el sol, la luna y las
estrellas, descubrí lo mágico de conocerse y de cuidar de una misma.

Si quieres convertirte en tu espacio seguro, te acompaño en el camino.

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