Vértigo - Cristina Mellado
Vértigo - Cristina Mellado
Vértigo - Cristina Mellado
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Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Cita
Prólogo. Alejandra, julio de 2022
Adrián, julio de 2022...
1. Alejandra
2. Adrián
3. Alejandra
4. Alejandra
5. Alejandra
6. Adrián
7. Alejandra
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9. Adrián
10. Alejandra
11. Alejandra
12. Adrián
13. Alejandra
14. Alejandra
15. Alejandra
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17. Alejandra
18. Alejandra
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20. Adrián
21. Alejandra
22. Alejandra
23. Alejandra
24. Alejandra
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26. Alejandra
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28. Alejandra
29. Adrián
30. Alejandra
31. Adrián
32. Alejandra
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34. Alejandra
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36. Alejandra
37. Adrián
38. Alejandra
39. Alejandra
40. Alejandra
41. Alejandra
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43. Adrián
44. Alejandra
45. Adrián
46. Alejandra
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48. Adrián
49. Alejandra
50. Adrián
51. Alejandra
52. Adrián
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54. Alejandra
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56. Alejandra
57. Alejandra
58. Alejandra
59. Adrián
60. Alejandra
61. Adrián
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63. Alejandra
64. Adrián
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66. Alejandra
67. Alejandra
68. Alejandra
69. Alejandra
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71. Adrián
72. Alejandra
Epílogo
Nota de la autora
Agradecimientos
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
Querida Alejandra:
Desde el día en que te vi por primera vez en mi librería, supe que ibas a
revolucionar mi vida. Con tus dudas, tus miedos, tu peculiar manera de
considerarte no lectora. Con ese dolor y esa rabia que guardas desde hace
años hacia un padre ausente. Pero también con tus colores, esos outfits
imposibles, esa belleza que brilla fuera y dentro de ti, esa necesidad de
comerte la vida a bocados mientras buscas un camino que seguir.
Un camino que, por ahora, te aleja de mí y te lleva a Gran Canaria. Temo
que no vuelvas y me dejes con mis libros, con mi abuelo, algo perdido sin
ti. Pero, si el viaje sirve para que te encuentres y te reconcilies con la vida,
aguantaré. Te esperaré. Sé que las relaciones a distancia son un riesgo y lo
que yo te ofrezco no es mucho… ¿Lo dejaría todo por ti? ¿Volverás a mí?
Quién sabe, mi querida rubia, mi Álex.
Una vez me preguntaste con qué palabra te describiría.
Vértigo sigue siendo y será siempre mi respuesta.
Adrián y Alejandra, la pasión por los libros y la vida, las incertidumbres
de los veinte años y la hermosa Gran Canaria protagonizan esta novela de
amor, dolor, descubrimiento y mucha, mucha literatura.
VÉRTIGO
Cristina Mellado
Para Ignacio,
por enseñarme que el vértigo
también puede llegar a ser adictivo
Me daba tanto miedo el vértigo
que había dejado de besar las alturas.
LORETO SESMA
Prólogo
Alejandra,
julio de 2022
Jamás olvidaré el día en que mi madre me dijo que tenía que irme a vivir
con mi padre.
—Cariño, Canarias no está tan mal. El tiempo es fantástico, seguro que
harás amigos pronto, tú no tienes problema para eso. Yo estoy siempre
trabajando y ahora tengo que viajar de un lado a otro constantemente. En
cambio, tu padre trabaja en casa. Está deseando que vayas y os reencontréis.
Alejandra, sé que te va a ir bien, aunque ahora te dé miedo el cambio.
¿Miedo? No, no es miedo lo que siento. Nunca me ha dado miedo la idea
de viajar; al contrario, mi sueño siempre ha sido ver mundo. Pero no creo
que la mejor decisión en este momento sea irme a vivir con mi padre.
Intento manejar desde hace años el cúmulo de emociones que siento, y
que ni yo misma entiendo, entre las que prima la incertidumbre.
Dios mío, jamás me había sentido así.
Hace ya dos semanas del instante en que mi vida empezó a cambiar. Un
principio de verano caótico, a pocos días de graduarme en Periodismo.
Mis padres han decidido que es buena idea que me vaya a Gran Canaria
después de verme más perdida que nunca. Acabo de terminar una carrera en
la que, sí, he aprendido cosas, pero no ha sido como esperaba. Me ha
servido para conocer desde otra perspectiva el mundo que nos rodea. Me
encanta investigar e informar sobre prácticamente cualquier tema, y desde
cualquier medio.
Sin embargo, este mundo es tan complejo y competitivo que, ahora que
he acabado mis estudios, no sé cómo tomar las riendas de mi vida. He
estado este último curso bastante estresada con el tema. ¿En qué
especializarme? ¿Sigo estudiando? ¿Busco trabajo? ¿Dónde? ¿Realmente
me gusta lo que he estudiado?
No sé si valgo. No sé si estoy preparada. No sé cómo enfrentarme a esto.
Así que mis padres han acabado encontrando la que creen que es la
solución a mis problemas: buscar lo que me apasiona fuera de mi entorno,
al que estoy más que acostumbrada, respirar aire nuevo y detenerme a
pensar qué es lo que necesito.
Mi padre ha decidido que viva con él. En su casa. Con su otra familia.
Quizás, más que el viaje, lo que me preocupa y desconcierta a partes
iguales es mi relación con él. No sé cómo va a ser el reencuentro. Llevamos
demasiado tiempo sin hablarnos. Desconozco su vida, más allá de que vive
en Canarias, tiene una nueva mujer maravillosa y dos hijos pequeños.
Por eso es más frustrante aún que tenga que ir a vivir a su hogar con una
familia que no conozco, que tiene sus propias normas, en su pueblo, en su
isla...
¿Realmente es esta una buena idea?
Mi madre me asegura que sí, que ayudará también a nuestra relación. No
sé cómo lo hace para encontrarle a todo el lado positivo. Para darle un giro
de ciento ochenta grados a las cosas.
Hasta ahora, jamás se me habría pasado por la cabeza irme a vivir con
mi padre. De hecho, es lo que menos me apetece en el mundo. Pero la
capacidad de convicción de mi madre es tan grande que no me puedo creer
que me esté planteando seriamente eso de experimentar y ver por dónde van
las cosas.
¿Qué me está ocurriendo?
Sé que todos los jóvenes pasamos por este momento en el que tenemos
que elegir qué camino tomar. Durante toda la carrera no le había dado
demasiada importancia al asunto. Imaginaba que llegaría el día en que me
surgiese alguna oportunidad laboral tras los estudios, o incluso que
continuaría formándome. Después de estos cuatro larguísimos años y unas
prácticas inútiles en el periódico local, limitadas a llevarles café a los jefes
y a corregir las faltas de ortografía de los redactores, mis dudas han
aumentado y mis padres han decidido que tenían que tomar ellos las riendas
de la situación y ayudarme.
—¿Y qué va a pasar con Adri? —Fue lo primero que le pregunté a mi
madre, con los ojos encharcados en lágrimas y la voz temblorosa. Tengo
que reconocer que de primeras no estaba nada convencida con el asunto—.
Mamá, no estoy segura de que sea lo mejor. Reconozco que me apetece un
cambio de aires, pero no sé si es buena idea ahora mismo separarme de mi
novio. Me necesita. Solo tiene a su abuelo y esa librería que se cae a
pedazos.
—Alejandra, estáis a un vuelo de tres horas —me intentó calmar
mientras me abrazaba en el sofá—. Eso no es nada, y mucho menos ahora
con las tecnologías. Os podéis mandar mensajes, correos electrónicos, como
cuando os conocisteis, e incluso veros por videollamada. ¡Podrás venir
cuando quieras a verlo! Y a verme a mí, claro está. Pero, sobre todo, si os
queréis, estoy segura de que saldréis adelante. Tenéis una relación bonita
que solo acaba de empezar, no dejes que el amor te ate. Es más bonito en
libertad, ya te darás cuenta. El cambio te va a venir fenomenal, hazme caso.
Es muy fácil hablar de nuestra relación desde fuera. Hasta ahora, todo
nos ha ido bien. Estar con Adri es muy fácil; está siendo una historia
preciosa. Llevamos un año juntos y es la persona que más me comprende.
Me da paz. Y no sé cómo va a reaccionar cuando le cuente todo este lío en
el que me han metido.
En cierta manera, y pensándolo fríamente, lo que me proponen no me
parece del todo mal. Para cualquier persona sería una gran oportunidad.
Siempre he sido muy aventurera, no tengo miedo a los retos. Por otro lado,
Canarias es un sitio apetecible, perfecto para lo que mis padres me
proponen: pasar una temporada fuera para encontrarme.
Cuando era pequeña y ellos todavía estaban juntos, solíamos viajar
bastante. Nos hemos recorrido España y algún que otro país cercano, y
guardo buenos recuerdos, aunque algo difuminados por el paso del tiempo.
En una de esas escapadas, en París, estábamos los tres en los Campos
Elíseos, tomándonos un bocadillo con un refresco de cola en lata, sentados
directamente sobre el frío césped y con unas vistas privilegiadas de la torre
Eiffel. Era muy pequeña para apreciar la felicidad del momento: una familia
unida, un lugar idílico y el privilegio de poder salir del hogar.
Ahora soy consciente de todas estas cosas, sobre todo desde que tengo
más edad y sé lo que es sentir que te falta una figura importante en casa.
Por eso no dejo de darle vueltas al asunto y de plantearme si es buena
idea o no acercarme de nuevo a mi padre.
—Déjame unos días para que lo piense —le pedí a mi madre—. Necesito
hablar con Adrián.
—De acuerdo, cariño. Habla con él, seguro que lo entiende. Y si no es
así, por favor, piensa en ti. Esto lo harás por y para ti. Antes que cualquier
persona, que cualquier relación, estás tú. Siempre estarás tú. ¿De acuerdo?
Mi madre me abrazó de nuevo y noté como sus palabras me calaban
hondo.
—Por cierto, ya que vas a vivir con él, creo que sería buena idea que
hablases con tu padre y...
—No.
¿Cómo puede ser tan fácil pasar de un sentimiento a otro en una sola
frase? Es lo que siempre sucede cuando saca el tema. Algo se activa en mí y
mi actitud cambia por completo.
—Alejandra, no te pongas así. —Mi madre me miró con el ceño fruncido
—. Vivirías en su casa, con May y los pequeños. ¡Ya sabes que son
majísimos! Te van a recibir con los brazos abiertos, y podréis...
—Que sí, mamá. El problema no son May y los peques.
—¿Cuándo piensas solucionar las cosas con él? No ha pasado por un
buen momento...
—No quiero hablar de papá. Y menos ahora.
Que mi madre insista tanto en mi relación con mi padre me hace
sospechar de que la idea de que me vaya a vivir con él es simplemente para
que estrechemos lazos y volvamos a estar tan unidos como antes.
Y una mierda. No se merece mi cariño. Y yo no quiero el suyo.
—Allí tendréis tiempo para solucionar vuestros problemas...
—Si me voy, esa no va a ser la finalidad, tenlo claro.
Decidí volver a mi habitación y dar el tema por zanjado. Por el
momento.
A día de hoy todavía no sé si estoy tomando la decisión correcta.
Por un lado, está Adri. Estamos nosotros. Todo va viento en popa.
Dejarlo en Madrid va a ser una de las cosas más duras que haga en la vida.
Pese al poco tiempo que llevamos, todo lo que he vivido con él ha sido
maravilloso, y estoy segura de que es solo el comienzo de una larga
historia.
Por otro, mi padre. Cinco años sin relacionarme con él, sin saber
prácticamente nada de su vida. Teníamos una relación increíblemente
cercana, pero poco a poco fue dejando de llamar, de mostrar interés en mí...
y yo perdí el que tenía en él. No lo voy a negar. ¿Y ahora está de acuerdo
con mi madre en que debería irme a vivir con él y su familia? No entiendo
nada.
Sin embargo, el motivo de peso por el que debería irme a Canarias, y el
más importante de todos, hace que, pese a mis dudas, la decisión ya esté
tomada: tengo que escuchar a mi madre; tengo que escucharme a mí misma,
saber qué necesito en este momento. Y, sobre todo, quedarme con la idea de
que va a ser solo una temporada. De que puedo con esto.
Porque puedo, ¿no?
Pero el caso es que dos semanas después de la conversación con mi
madre y de reflexionar, es el momento de contárselo a Adri. Hasta ahora, no
he sido capaz. He intentado a toda costa hacer planes que nos mantuvieran
distraídos a ambos. Pero ha llegado el momento. No lo puedo demorar más.
ADRIÁN
4
Alejandra
Adri:
Yo te quiero más.
Espero que hayas tenido buen viaje.
Ya estoy trabajando en la librería.
Hablamos después.
Álex:
¡Holaaaaa! Un poco raro todo.
He estado acomodando todo en mi nueva habitación,
haciéndome a la casa y poco más.
No he visto a mi padre.
Se pasa el día en su estudio dibujando,
y May ha estado muy liada con los
pequeños monstruitos,
por lo que tampoco hemos hablado
gran cosa hasta ahora.
Adri:
No me quiero ni imaginar lo que tiene
que ser cuidar de esos bichos.
Álex:
Yo hasta ahora me he estado librando con la excusa de la
mudanza, pero ya mismo me tocará pringar, seguro.
Adri:
Bueno, ponles alguna peli de Marvel
y ya verás cómo los tienes entretenidos.
Álex:
Jajaja, no puedes dejar de ser friki
ni por aquí.
Adri:
Eh, eh, respeta a tu novio o
enviaré a los Vengadores a por ti.
Álex:
¡No, por favor! ¡No envíes al Tarzán buenorro a por mí o
caeré loca bajo sus encantadores músculos!
Adri:
No me puedo creer que acabes de referirte
a Thor como «el Tarzán buenorro».
Álex:
Venga, reconoce que se parecen.
Adri:
¿Cómo se van a parecer? ¡Estamos
hablando de Thor! ¡El dios más fuerte de todos los dioses!
Lo estás comparando con un chaval que se crio entre monos.
Álex:
Los dos tienen melena y van sin camiseta por la vida.
Adri:
Álex, creo que ha llegado el fin de nuestra relación.
Álex:
¡Es bromaaaa!
¿Cómo estáis Paco y tú?
Adri:
Bien, ¡lo de siempre! Muchos libros,
muchas pelis...
El otro día el viejo hizo pasta carbonara.
PASTA. CARBONARA.
¿Sabes lo que es eso, Álex?
Álex:
¿Pasta con bacon y huevo?
Adri:
Definitivamente lo tenemos que dejar.
UN MANJAR, RUBIA.
Álex:
Pues parece que tardaré en hacerlo...
Adri:
Te la envío. De verdad, es brutal.
Álex:
Jajaja. Bueno, ya está bien, que me está dando hambre.
Bajo a cenar, que nos está llamando May a gritos.
¿Hablamos mañana?
Adri:
Depende. ¿Le pondrás una de Marvel a los niños?
Álex:
Probablemente.
¡Deja de coaccionarme!
Adri:
Bien. Hablamos mañana, te quiero.
Álex:
Te quiero.
9
Adrián
Ya han pasado tres días desde que Álex se marchó. Cada uno de ellos
hemos estado en contacto por mensaje. Pero eso me sabe a poco tratándose
de ella. Ya extraño su tacto, su olor..., aunque ha pasado muy poco tiempo.
Creo que no lo voy a llevar muy bien. ¿Quién sabe cuándo volveremos a
vernos?
Después de una jornada dura en la librería, llego a mi casa con ganas de
cenar algo rápido y descansar. Digo «mi casa» cuando en realidad es
«nuestra casa», o «nuestro piso», mejor dicho. Lo comparto con mi abuelo.
Un apartamento pequeño situado en Goya, en pleno centro de Madrid, justo
en la misma calle de nuestra librería, con dos habitaciones, cocina
americana abierta, comunicada con el salón, un baño y, por supuesto, libros
hasta dentro de la bañera. ¿Cómo, si no, iba a ser?
Mis padres fallecieron cuando yo tan solo tenía once años. Todavía
recuerdo aquellos días oscuros, los peores de mi vida. Afrontar una pérdida
tan grande siendo tan pequeño es lo peor que le puede pasar a cualquier
niño.
Los más allegados a mi familia no paraban de preguntarse quién se haría
cargo de mí. Mi abuelo Paco, el único familiar cercano que me quedaba, no
dudó ni un solo segundo: él me criaría. Desde entonces, compartimos piso.
Y sí, lo trato como si fuese un compañero de piso al igual que es un
compañero de trabajo.
En realidad, es mi compañero de vida.
Paco respeta mi espacio, mi privacidad, mis tiempos, mis aficiones... Es
todo lo que se puede desear de un mejor amigo. Es mi cómplice, la persona
que mejores consejos da y..., ¡ojo!, ¡es el mejor cocinero de la historia!
Mi abuelo comprende que el accidente me hizo madurar antes de tiempo.
Y yo comprendo lo duro que tuvo que ser perder a su única hija, a la que
también crio él solo después de fallecer su mujer en el parto.
Él siempre me habla de mi abuela como la persona más fuerte,
inteligente y preciosa que ha conocido. Se enamoró irremediablemente de
ella en el colegio, y no fue hasta años más tarde que empezaron a salir. Las
cosas no eran fáciles en aquella época, por lo que no me puedo ni imaginar
cómo tuvo que ser esperar años para poder declararse a la chica que le
gustaba. Y, además, tener la suerte de ser correspondido. Fue una historia de
amor de esas épicas.
Mi abuelo era marino, por lo que pasaba mucho tiempo fuera de casa,
meses y meses navegando sin tener una sola noticia de su mujer. En
cambio, mi abuela tenía la suerte de recibir en ocasiones cartas preciosas
que él le enviaba, siempre decoradas con dibujos y una caligrafía
envidiable. Ahí donde mi abuelo parece todo un hombretón, en realidad es
un romántico. Y creo que esa vena de escritor me la ha contagiado bien
fuerte. Adoro escribir. Me parece la manera más fácil y bella de plasmar
todos mis sentimientos y guardarlos para siempre. Ojalá siguiesen de moda
las cartas. Creo que no hay nada más bonito e íntimo que los nervios por la
llegada de la correspondencia, o declararse en un papel sin miedo.
¿Qué hay más romántico que las palabras?
La vida de mi abuelo Paco no ha sido sencilla, sin embargo, siempre
tiene una sonrisa en el rostro tanto para mí como para todo aquel que pise la
Librería Hogar, el lugar que más nos une y más amamos en el mundo.
Tenemos una rutina establecida sencilla, la librería nos ayuda con los gastos
del mes y nos mantiene activos todo el día. Es algo que aceptamos hacer —
él, tras el fallecimiento de mis padres; yo, al cumplir los dieciséis— no a
modo de sacrificio, sino al contrario. Adoramos ser libreros. Los libros nos
lo dan todo. Y compartir esa pasión con todo aquel que entra en el local es
una sensación maravillosa.
Adrián
11
Alejandra
Que Adrián es todo un escritor fue algo que me imaginé nada más
conocerlo un poco más. Tiene ese aire bohemio, misterioso y, por qué no
decirlo, sexi, que hace que no pueda apartar la vista de él. Un aura especial.
Y más aún habiéndolo conocido en la librería. Los libros son una parte tan
importante de él que es imposible imaginarlo dedicándose a otra cosa. Me
parece algo muy bonito. Saber cuál es tu pasión desde pequeño. Y lo que es
más importante aún: poder vivir de tu pasión.
Cuando nos conocimos estaba perdida y sigo perdida. Pero encontrarme
y reencontrarme con Adri me daba calma entre tanto desasosiego. Se me
olvidaban todas las inseguridades y en lo único que podía pensar era en
conocerlo mejor. Porque sí, me gustaba lo que estudiaba, pero ¿hasta qué
punto quería dedicarme a ello? No sabía cómo abordar la situación y me
quedaba tan solo un curso para tomar decisiones.
Por eso, el segundo día que vi a Adri fui consciente de que iba a
revolucionar mi vida de principio a fin. Vale, puede que me dejase llevar
por las copas de más que llevaba encima y por el outfit del librero:
pantalones negros, camiseta negra y chupa de cuero del mismo color. Ma-
dre-mí-a. Pensé que cualquiera que me viese ahí plantada, en la puerta del
pub, con mi vestido de flores y mirando totalmente embelesada al chico
pensaría que estaba loca. Yo sentía que me estaba volviendo loca.
Habían sido varios los intentos de encontrármelo «casualmente, como
quien no quiere la cosa», en la librería, en vano. Su abuelo siempre me
sonreía cordialmente, como si no se diera cuenta, y yo me iba a casa
soportando la vergüenza que me daba la situación. Era una especie de rutina
establecida entre nosotros en secreto; de hecho, creo que hasta hoy Adri no
sabe que estuve buscándolo día tras día en la librería. Paco y yo éramos
cómplices de miradas y sonrisas. Sabía qué quería yo perfectamente y
nunca dijo una palabra al respecto. No hacía falta. Entre nosotros también
surgió una conexión especial; es imposible que ese abuelito no se te meta en
el corazón con el tiempo.
Y un día, precisamente ese día que había quedado con un chico para
tomar una caña, precisamente en ese local de los ¿cuántos?, ¿decenas de
miles?, que hay en Madrid, ahí fuimos a parar los dos.
A veces pienso que Madrid buscaba unirnos. Había algo que nos
acercaba el uno al otro.
—Bonita, creo que al fondo tenemos una mesa libre un poco más
apartada del barullo —gritó mi cita acercándose a mi oreja, como si no lo
escuchara—. ¿Vamos?
Lo miré. Volví a mirar a Adri y, sé que está mal y que las comparaciones
son odiosas, pero en ese momento decidí que quizás no terminaría la noche
en el piso de aquel chico.
—Manuel, creo que me encuentro mal —mentí—. Voy a llamar a un taxi
y a descansar. Siento muchísimo dejarte así.
—¡Estabas bien hace un momento! ¿Quieres cambiar de local? ¿Te
parece este muy pequeño? —dijo, algo apurado.
—Me duele...
—No te gusto.
—No, no. Sí me gustas.
—Alejandra. Hemos cenado hablando únicamente de nuestro proyecto
de Política, hemos venido aquí y parece que estás aburrida. No te gusto. Sé
captar las indirectas.
—Sí me gustas.
Nos miramos. Nos reímos. Y menos mal que fue él quien se dio cuenta.
—No pasa nada, ¿eh? Sé que no soy feo. No lo soy, ¿no? —bromeó
poniendo cara de asustado. Y yo no pude evitar volver a reír. Estábamos un
poco achispados y eso se notaba.
Manuel era un compañero de clase espectacular, siempre nos ayudamos
mucho —sobre todo con los malditos apuntes imposibles de recopilar— y
también era espectacular físicamente, para qué negarlo. Era alto, fuerte,
deportista, inteligente... El chico con el que soñaría cualquiera. Por eso,
cuando me pidió una cita fuera del campus, no pude evitar decirle que sí.
¿Quién se habría negado? Pero después de aquel rato juntos..., no surgió.
No sé cómo explicarlo. Esa chispa, esas mariposas, ese «algo» que
mencionan en las pelis románticas... Me sentía apagada. Off. Fuera de
cobertura. Me pregunté por qué no podía, simplemente, dejarme llevar por
un día. Darme la oportunidad de conocerlo y pensar que quizás con el
tiempo acabaríamos encajando. ¿Qué le faltaba a él, siendo tan perfecto,
para que me llegase a gustar?
He estado con varios chicos a lo largo de la carrera, he salido y me lo he
pasado bien. El primer año conocí al que creía que sería el amor de mi vida.
El típico romance universitario en el que la chica desconocida acaba
transformando por completo al popular del equipo de fútbol para finalmente
casarse, tener hijos y vivir felizmente en una casa adosada con jardín y
perro. Creo que en su momento me dio por ver muchas películas románticas
de adolescentes.
Alberto no fue ese final feliz, como habéis podido comprobar. Sin
embargo, sí fue el chico de mis primeras veces: el que me presentó a mis
primeras amistades de la carrera, el que me llevó a mis primeras fiestas
universitarias, con el que viví mis primeras borracheras y, también, mis
primeras experiencias sexuales.
Al principio pensamos que no estábamos hechos el uno para el otro
porque no conectábamos en la cama. Sin embargo, ¿cómo íbamos a
disfrutar si yo en lo único en que pensaba era en la incomodidad de la
situación y en el dolor que estaba sintiendo? Hicieron falta varios intentos
más para darnos cuenta de que sí podíamos disfrutar juntos, que lo
importante del sexo es conocerse, tanto a tu pareja como a ti mismo.
Establecimos una amistad real y, cuando salíamos, nos acostábamos. Una
rutina de la que ninguno queríamos salir. Pero este tipo de relaciones, como
es lógico, suele tener su final. Alberto se enamoró y yo desaparecí de su
vida. Fin del cuento.
¿Me dolió? Muchísimo. Sería muy hipócrita decir que pude pasar página
fácilmente. Sin embargo, me hizo darme cuenta de los años que me
quedaban en la carrera con otros ojos: me abrí a conocer a más gente para
no quedarme encerrada en el mismo grupo de amigos. Conocí a más chicos,
experimenté y, en definitiva, he disfrutado de una vida universitaria tan
buena que me aterra que esté terminando.
¿Qué podría superar a esos años en los que nuestra única preocupación
era estudiar y salir con los amigos?
—Creo que he idealizado demasiado esta cita y al final no la he sentido
así, lo siento mucho —le dije, sincera—. Pero eres increíble. Gracias por
salir conmigo... ¿dos horas?
—¡Dos horas! Creo que es mi récord —sonrió cordialmente—. ¿Te llevo
a casa, llamas al taxi o prefieres entrar a hablar con quienquiera que haya
llamado tu atención hace unos minutos y te ha hecho desconectar?
Palidecí. ¿Tan transparente soy?
—Creo que... me voy a tomar una yo sola si no te parece mal.
—En absoluto. Nos vemos mañana, Álex —me dio un abrazo sincero. —
¡Espero que con ese tipo disfrutes más de dos horas!
Y tal como vino, se fue. Y yo, tal como había entrado en el local, volví a
entrar. Pero esta vez decidida a hablarle al chico de los rizos, las gafas
redondas y olor a libros.
12
Adrián
Estaba tranquilamente tomando unas copas con mis amigos de toda la vida
en un pub cualquiera de Malasaña cuando me encontré de nuevo con Álex.
O cuando ella hizo por que nos encontráramos, mejor dicho. Todavía no he
hallado las palabras perfectas para agradecerle la valentía de acercarse a mí
sin conocerme. Así, sin más. Quizás fue eso lo que me enamoró de ella: su
valentía. Su «qué coño, ¿por qué no?».
Noté dos golpecitos en la espalda, me giré y la vi. Joder si la vi. La vi
increíble.
Aquel día llevaba la melena recogida en un moño, dejando ver las puntas
rosas. El vestido azul marino con flores blancas le quedaba como un guante,
acentuaba su pecho y cintura y resaltaba sus piernas. Llevaba, además, unas
Converse blancas con flores bordadas. Alejandra es una chica que, sin
quererlo, llama la atención de cualquiera. Marca la diferencia con su estilo
alegre, vivaz, divertido..., pero más aún con su rostro. Sus ojos azules
hipnotizan, pero esas pecas... Me pierdo en ellas desde el primer día. Creo
que jamás dejaré de hacerlo. Muchas veces jugamos a contarlas y siempre
acabo rindiéndome. A ella no le gustan y siempre intenta taparlas con
maquillaje. A mí me parece que lleva una constelación en el rostro y no hay
nada más bonito que estar llena de estrellas. De arriba abajo. Y, con ellas o
sin ellas, Alejandra brilla como nadie.
—Hola.
Fue lo único que me dijo a modo de saludo. Lo único. Después de sacar
toda esa fuerza interior para acercarse, al darme la vuelta solo dijo «hola».
Me dejó a mí toda la responsabilidad de la conversación. A ver, en parte fue
muy inteligente. Si yo no le seguía el rollo, significaba que no me
interesaba lo más mínimo. Si, en cambio, le daba una respuesta elocuente,
todo lo contrario. Así que ahí estaba yo, preguntándome qué podría decirle
para captar su atención. Porque claramente sabía quién era. No todos los
días entraban en la librería chicas vestidas de todos los colores posibles, con
el pelo teñido de rosa, y se llevaban mis recomendaciones así de fácil.
—La locura acierta a veces cuando el juicio y la cordura no dan fruto —
silencio. La había cagado pero bien—. Hamlet. Acto 2, escena 2.
Silencio.
Hostia puta. Pero ¿a quién se le ocurre?
—Perdón. Fue el libro que te llevaste el otro día de la librería. De nuestra
librería. La mía y la de mi abuelo, quiero decir. Librería Hogar. ¿Te
acuerdas?
Cállate. Cállate. Cállate.
—¡Oh! Sí, sí. Claro. Es que aún no lo he leído. Ya sabes..., mucho por
estudiar.
—Sí, entiendo.
Silencio.
En aquel momento me quise morir. Fue un claro ejemplo de «tierra,
trágame». Se me acerca una chica impresionante, A MÍ, y lo único que se
me ocurre es recitarle una cita de Hamlet que habla de la locura. ¿En serio?
—Solo quería presentarme —dijo tocándose las manos de manera
nerviosa, y pude apreciar que yo no era el único que estaba de los nervios,
por lo que aquello me calmó un poco—. El otro día en la librería me dijiste
tu nombre... Adrián, ¿verdad? —Asentí rápidamente con un ligero
movimiento de cabeza. Mejor eso que continuar hablando como alguien que
ha perdido el juicio—. Yo soy Alejandra, encantada. He entrado aquí de
casualidad y te he reconocido, así que he pensado que sería buena idea
presentarme al igual que tú hiciste.
—Encantado, Alejandra.
—Puedes llamarme Álex —soltó rápidamente y algo colorada.
—Álex, me gusta.
—Ya...
Silencio.
Vale, reconozco que no se me da bien hablar con chicas.
Miento.
Reconozco que no hablo con chicas.
Al morir mis padres siendo tan joven, toda mi vida se centró en la
librería. Cuando era demasiado pequeño para trabajar, mi abuelo me tenía
en la trastienda entretenido con la consola, y cuando cumplí los dieciséis,
mi labor comenzó a ser la de librero, por fin. Por lo que mis conversaciones
con chicas hasta entonces se pueden resumir en «¿Te lo pongo para
regalo?», «¿Quieres un marcapáginas?», y pocas frases más. De hecho,
todavía no asimilo qué me pasó por la cabeza cuando vi a Álex en la librería
y me lancé de cabeza a por ella. Eso sí, ofreciéndole un libro. Esa era mi
conversación segura. Mi lugar seguro. Si me sacan de ahí, la cosa se
complica.
—Álex, ¿qué te parece si salimos de este ruidoso y apestoso pub y
paseamos un poco? Creo que necesito algo de aire para pensar con claridad
y no soltarte más citas de repente.
Sonrió. ¡Bien!
—Claro, vamos.
Dos palabras. Dos palabras que sirvieron para que cogiéramos nuestras
cosas y saliésemos rápidamente del local. Ni siquiera me despedí de mis
amigos, ya les escribiría. Toda mi atención estaba en ella. En su
movimiento de caderas al salir, en ese giro para mirar si la seguía, en la
sonrisa que le salió.
Esa puta sonrisa.
Creo que aquella noche soñé con ella. Con el paseo que dimos.
Ojalá pudiera volver a aquel momento en el que nuestra vida cambió.
Aquel momento en el que sus colores, mis miedos y las estrellas nos hacían
compañía mientras nos descubríamos.
13
Alejandra
Yo tampoco sé qué se me pasó por la cabeza aquel día para acercarme a él.
Creo que fue esa sensación de paz que me produjo la primera vez. Quería
volver a sentirla. Y cuando me propuso salir a dar un paseo, parecía que
estaba pensando lo mismo que yo: en las ganas que teníamos de
conocernos, en la curiosidad y, por supuesto, en la atracción. Porque Adrián
me atraía de una forma indescriptible. De eso fui consciente al poco tiempo
de encontrarnos. No fue locura. Simplemente éramos dos imanes. Dos polos
opuestos. El color y la calidez.
Estuvimos unos minutos paseando sin rumbo y sin decirnos nada. Pero
no fue un silencio incómodo. En absoluto. Fue tierno. Fue un silencio lleno
de ganas que creo que ambos entendimos a la perfección, hasta que fui yo
quien lo rompió.
—Así que librero. ¿Qué hay que estudiar para serlo? ¿Filología?
—Creo que con que te apasione la literatura es suficiente. No he
estudiado ninguna carrera. Llevo dedicándome a la librería desde los
dieciséis años y ahora soy copropietario junto a mi abuelo Paco.
—Sí, Paco. He ido un par de ocasiones a la librería y he coincidido con
él. Un señor muy agradable —le confesé.
—Es majo, sí.
—¿Tus padres también trabajan allí?
—Bueno, la librería era suya. La montaron a su gusto.
—¿Era?
—Murieron.
Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. ¿Cómo había podido ser tan
tonta? ¿Es que no había visto las señales?
—Lo siento muchísimo.
—Oh, ¡no te preocupes! —Me sonrió con sinceridad—. Fue hace
muchos años, está superado. Además, me dieron muy pronto el trabajo de
mis sueños, no todo el mundo puede dedicarse a lo que le gusta siendo tan
joven.
—Entonces, ¿quieres dedicarte a la librería toda la vida? —pregunté para
evitar el tema de sus padres, pero con mucha curiosidad. No sé qué tenía
aquel lugar que me atrapaba. Quería saberlo todo de él.
—¿Conoces esa sensación por la que sientes que ya perteneces a un
sitio? ¿Que ya está arraigado en ti? En tu piel, en tus pensamientos, en tu
corazón... Eso me pasa a mí con ese viejo y polvoriento hogar.
—¡Y bonito!
—¡Y bonito!
Reímos. Sus palabras decían tanto. Llegaban tanto. Y más aún en aquel
momento en el que yo sentía que no pertenecía a sitio alguno.
—¿Qué haces tú? ¿Estudias, trabajas...?
—Estudio Periodismo. De hecho, si entré en tu librería fue porque
buscaba libros para Periodismo Literario, una de mis asignaturas favoritas.
Después de acabar la carrera..., no sé qué haré.
Fue la primera vez que abordé el tema con Adri, pese a lo difícil que era
para mí soltar mis dudas en voz alta. Él no tenía esa incertidumbre de qué
iba a pasar con su vida, ya había decidido lo que quería y lo amaba por
completo. Yo quería lo mismo para mí.
—Tienes tiempo para decidir.
—Sí, bueno. Pero no entiendo cómo en casi cuatro años de estudios
todavía no sé qué hacer con mi vida —respondí. El tema me angustiaba lo
suficiente como para querer cortarlo de raíz, así que lo esquivé—. ¿Cómo
empezó tu pasión por los libros?
—He estado rodeado de libros toda mi vida. Si no me hubiesen gustado,
creo que mis padres o mi abuelo me habrían obligado a que me gustasen.
Obviamente, de pequeño odiaba leer. Me parecía aburridísimo, ya sabes.
Sobre todo cuando los profesores de Lengua y Literatura imponían lecturas
obligatorias. ¿A qué niño le puede gustar Mio Cid, el Quijote o La
Celestina? Es muy difícil enseñarles a amar la literatura si les mandas leer
libros que ellos, por su edad o por el contexto histórico-social de las
lecturas, no entienden. Y menos cuando la mayoría de las veces nos
enseñan a memorizar para aprobar los exámenes y no a comprender, que es
lo importante. En tercero de la ESO di con una profesora de Lengua,
Yolanda, con la que aprendí a verlo todo desde otra perspectiva. Nos
enseñaba la importancia de los clásicos, por qué perduran hoy en día, y
también nos dejaba leer en clase los libros que quisiéramos. Fuera cual
fuera. Porque para ella lo importante era que leyéramos. Así es como se
aficiona un niño a leer. Dándole libertad. La literatura es libertad.
—Eso es muy bonito.
—La verdad es que sí, pero también es muy difícil, y un claro ejemplo
de por qué nunca tendré una gran fortuna. Ya sabes, el sueldo de los libreros
no es muy elevado, y mucho menos ahora con las grandes cadenas y la
compra on line. Las librerías pequeñas nos quedamos un poco aparte.
—Yo prefiero el encanto que tienen las pequeñas.
—¡Y yo, por supuesto! Pero no puedo negar lo sencillo que es hacer clic
y que al día siguiente te llegue un paquete con el libro que necesitas. ¡Los
humanos estamos hechos para lo fácil! Es así, no cuesta reconocerlo.
Me dio un poco de ternura. Porque además de adorable, sincero y
elocuente, Adrián me pareció muy inteligente, y sabía de la complejidad de
una librería pequeña para amoldarse al mundo tecnológico y competitivo en
que vivimos.
Seguimos charlando cordialmente sobre las ventajas y desventajas de las
librerías pequeñas, del mundo on line, de los libros digitales, hasta que llegó
el momento de despedirnos. Me parecía muy interesante todo lo que me
estaba contando y lo veía en su salsa. Estaba disfrutando con cada uno de
los temas de conversación que tenían que ver con los libros e incluso
pudimos hablar largo y tendido de mi afición a las biografías. No me
sorprendió conocer que él dominaba el tema, por lo que estaba deseando
volver a verlo para que me recomendara algo diferente que me enganchara.
—Sin quererlo, me has acompañado a mi casa. Vivo aquí. —Señalé el
edificio que teníamos justo enfrente, donde se veía la luz del salón
encendida y el reflejo de la tele. Seguramente sería mi madre esperándome
despierta—. Ha sido un placer, de verdad.
—Lo mismo digo...
Nos miramos. La noche se me había ido volando. No sabía si darle dos
besos, un abrazo o levantar la mano cordialmente y alejarme. Él dio un paso
totalmente distinto.
—Álex, no sé si te parece muy inapropiado lo que te voy a pedir. Si es
así, por favor, dímelo. No quiero hacerte sentir incómoda.
—Esto sí que me pone incómoda —bromeé para que se sintiera seguro.
—¿Me darías tu correo electrónico?
¿Perdón? ¿Correo electrónico?
— ¿No te sirve mi número? ¿Mi Instagram...?
—¡Oh! Sí, claro, también..., pero me gusta más escribir por correo.
Siento que puedo explayarme más en lo que escribo y... es como una vieja
costumbre que creo que no se debe perder..., ya sabes, las cartas y eso... No
te pido que nos escribamos por carta porque no creo que pudiese aguantar
más de un día sin respuesta, pero un e-mail se le parece. Y va más rápido.
No sé. Ha sido una tontería, olvídalo.
—Tranquilo, me has convencido. Apunta:
[email protected]
Sacó su teléfono torpemente del bolsillo y lo anotó. Parecía contento de
haber conseguido mi contacto. Me pareció que Adri destacaba entre el
resto. Su diferencia lo hacía único. Especial. Me moría de ganas de ver
hasta dónde nos llevaría todo aquello.
—Gracias, Álex. Te escribiré.
—Eso espero, librero.
Y me metí en el portal.
Subí las escaleras.
Entré en mi casa.
Recibí un mensaje.
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: Gracias
Nunca pensé que un arcoíris pudiera llamarme más la atención que las estrellas de esta
noche. Buenas noches, Alejandra.
Adrián
Álex:
Ya me gustaría a mí ser una sirena.
Adri:
Eres más preciosa aún si cabe.
Álex:
Adrián, por favor. Son las nueve de la mañana.
No tengo cara de preciosa precisamente.
Adri:
Preciosa.
Álex:
Tonto.
Adri:
Ya sabes lo que me gustan esas trenzas...
Álex:
Tonto.
Adri:
¡Has salido a la calle!
¿Cómo se te ha podido ocurrir tan genial idea?
Álex:
Tonto, otra vez.
Te he hecho un poco de caso. A veces lo hago.
Adri:
Has hecho bien. Doy los mejores consejos.
Álex:
Esa será tu opinión.
Una vez me aconsejaste echarle queso a las palomitas y
fue lo más asqueroso
que he probado nunca.
Adri:
¡Las palomitas con queso y mantequilla
son lo mejor del universo!
Álex:
Prefiero las saladas. O las dulces.
O las dos mezcladas.
Pero ¿queso? ¿En serio?
Adri:
Te queda mucho por aprender,
pequeña Padawan.
Álex:
Te echo de menos.
Adri:
¿Álex romántica? ¿Estás bien?
Álex:
Estoy bien.
Pero empiezo a asimilar lo lejos que estamos.
Adri:
«El amor verdadero no se encuentra.
Se construye con esfuerzo y dedicación, incluso a distancia».
Álex:
¿Cervantes?
Adri:
Gabriel García Márquez.
Álex:
Casi.
Adri:
Casi.
Adri:
Aprovecha el tiempo allí, Álex.
Sal, conoce gente, diviértete y piensa en ti.
Qué necesitas para estar bien pero, sobre todo, qué necesitas
para encontrarte.
Y si en el camino de encontrarte me echas de menos,
siempre estaré aquí para ti, aunque sea a kilómetros de
distancia.
Siénteme presente y que se te olvide lo malo. ¿Vale?
Álex:
Está bien...
Adri:
«Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar».
Álex:
Cuánto sabía Machado...
Adri:
Te quiero tres mil.
Álex:
Endgame.
Adri:
Esa es mi chica. ;)
16
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: ¡Hola!
¡Hola!
Adri
Hola, librero.
La verdad es que algo anticuado sí que es. Pero no te voy a negar que me ha hecho gracia
recibir un correo electrónico que no sea de publicidad o de la universidad.
¿De verdad te han regalado ochenta libros? ¿Y has encontrado alguna que otra joya
escondida? Ojalá que sí. Cuéntame qué es lo más raro con lo que te has encontrado. Estas
cosas me dan demasiada curiosidad.
Ya veo que tus libros lo son todo para ti. Ojalá yo sintiese esa pasión por algo. Aunque
tengo que reconocer que me identifico mucho contigo en cuanto a la ropa. Suelo ir a
muchas tiendas de segunda mano a encontrar prendas únicas y a buen precio. Me encanta
imaginarme quién habrá llevado esos atuendos. Ya te habrás dado cuenta de que no visto
muy a la moda. O, mejor dicho, no sigo mucho las tendencias. Me dejo llevar por lo que
me apetece en cada momento. Sobre todo, adoro los colores. Me encanta mezclarlos e
innovar, así es como consigo sentirme yo misma. Experimento con las prendas a mi antojo
y me da igual lo que puedan opinar mientras yo me vea bien.
Oye, me mola esto de los correos electrónicos.
Nos escribimos.
Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: ¡Hola!
Guau, llegar de trabajar y encontrarme con un correo tuyo ha hecho que mi día mejore
exponencialmente (¿se dice exponencialmente?).
Lo más raro que me he encontrado... Depende de lo que tú consideres que es raro. Para mí
nada es raro (además de yo mismo, que soy todo un esperpento de persona).
He encontrado miles de flores secas dentro de los libros, de todo los tipos y colores. ¿Por
qué la gente espachurra literalmente algo tan bonito como una flor? Realmente es una
metáfora un tanto grotesca: aplastas un ser vivo y dejas que se muera bajo el peso de
cientos de páginas. Eso sí, aplastado entre historias. Ahora que lo pienso... a lo mejor a mí
me gustaría morir así. Jaja.
También he encontrado algún anillo, muchas páginas subrayadas y escritas (sí, yo también
soy de los que anoto los libros, ¡no me juzgues!) y, por supuesto, historias muy
variopintas: religiosas, históricas, juveniles... Y señoras mayores que traen libros eróticos.
MUCHOS. DEMASIADOS. Dios, imagínate la cara que se me pone cuando me los traen
a la tienda y las tengo que mirar y decir «muchas gracias, que tenga usted un buen día»,
mientras en la portada me encuentro... En fin. Prefiero no describirte esas portadas.
Por tanto, sí, me encuentro muchas cosas «raras». Diferentes. Pero es algo que me encanta
de mi trabajo: nunca sé qué me va a deparar. Y, por supuesto, nunca sé qué me voy a llevar
a casa. Porque una de las ventajas de ser librero es que puedo leer todo lo que quiera. ¡Un
sueño hecho realidad!
Alex, quiero que quedemos.
¿He sido muy directo?
Me gustaría contarte todas estas peripecias en persona si a ti también te apetece.
Espero que hayas tenido un buen día y que mañana me encuentre otro correo tuyo en mi
bandeja de entrada.
Con cariño,
Adrián
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Re: ¡Hola!
¡Madre mía! Me encantaría ver esas portadas. ¿Me las enseñarás algún día? No puedo
imaginarme a una abuelita llevando ese tipo de libros. Es que no aguantaría la risa.
En cuanto a lo de anotar los libros, no lo entiendo. Espero que eso también me lo
expliques. ¿No estás destrozándolos? ¿Qué tipo de cosas escribes? ¿Qué señalas? Yo
siempre he sido de tener los libros (los pocos que tengo) muy bien cuidados, como
nuevos.
A mí también me apetece, Adri. ¿Por qué no quedamos y me cuentas todo esto en
persona?
Álex
17
Alejandra
Adrián rompe todos mis esquemas. Todo un kamikaze. Puro nervio. Cuando
leo sus correos electrónicos, sus mensajes, sus cartas... siento que es
dinamita. Las letras corren por sus venas. Y tiene una facilidad increíble
para transmitir su verdad en pocas palabras.
Recuerdo a la perfección el primer día que quedamos. ¿Podría
considerarse nuestra primera cita? Adrián propuso vernos en una pequeña
cafetería cerca del Retiro para tomar un café. Llegué antes que él y el sitio
no me pudo dejar más asombrada, pues tenía flores rosas y blancas por
todos lados: paredes, mesas, techo... Era un lugar acogedor, pequeño y lleno
de encanto. Creo que esos son los sitios favoritos de Adri. Aquellos en los
que se siente como en la Librería Hogar.
Empezaba a comprender cómo era por los lugares que frecuentaba: su
negocio, dónde iba en su tiempo libre... Siempre lugares pequeños y
diferentes, como él. Sitios que no llaman la atención por fuera, pero que por
dentro son otro mundo. Como una puerta que abres para entrar en otro sitio
y cambiar de atmósfera. Para viajar. Así me sentí cuando lo conocí: estaba
emprendiendo un viaje sin rumbo, sin destino final, y me dejaba llevar por
sus pasos.
Decidí sentarme en una mesa apartada al resto y pedirme un café con
leche, hielo y un poco de vainilla. Adoro los cafés grandes, creativos y muy
dulces.
A los pocos minutos, llegó.
Entró y se llevó toda mi atención de golpe. Entró dubitativo, eso lo pude
ver al momento: es un chico muy tímido y estaba haciendo un gran esfuerzo
al quedar conmigo. Iba vestido con una camisa de lino beis, pantalones
marrones y deportivas blancas. En eso no salía tampoco de su zona de
confort. Pero qué bien le quedaban esos colores. Qué bien le quedan. Eso, y
sus gafas redondas que le dan el toque especial.
—Siento llegar tarde. Ya sabes, la librería —se disculpó mientras se
sentaba.
—No te preocupes, acabo de llegar.
—Genial. ¿Qué tomas?
—Acabo de pedir un vanilla ice latte. Mi combinación favorita. ¿Qué te
apetece a ti?
—Creo que pediré un té verde. El café me pone de los nervios y no
necesito más energía ahora mismo.
Llegó la camarera a traerme mi café y anotó el té de Adri. A los pocos
minutos, se lo trajo.
—Bueno... —No sabía qué decir para romper el hielo. Apenas conocía a
Adri y ya me temblaba el pulso imaginándome cómo iría la cita, si habría
más, cómo serían... Dios, estaba yendo demasiado rápido, tenía que
relajarme un poco—. Así que libros eróticos de señoras mayores.
Se sonrojó. Fue lo primero que se me ocurrió decirle al recordar el cruce
de correos electrónicos que nos enviamos.
—¡Eh! ¡Me los traen, pero yo no los leo! —se excusó levantando las
manos, como si le estuviera apuntando con una pistola.
—Yo sí los leería.
Se sonrojó más aún. ¿Cómo podía ser tan adorable?
—La verdad es que no me ha interesado nunca ese tipo de literatura...,
pero seguro que no está mal del todo.
—Entonces ¿por qué te sonrojas?
—Eso no es verdad.
—Estás más rojo que un tomate.
—Lo dudo.
—Te estás poniendo morado.
—¿Explotaré?
Nos reímos. No entendía de qué manera habíamos cogido confianza tan
rápido. Tan de repente.
Sus miradas me decían muchas cosas y creo que las mías también a él.
Era obvio que nos gustábamos. O eso, o regalaba los oídos muy bien a
todas las chicas. Pero no me lo podía imaginar mandando esos correos
electrónicos a otra, ni sonrojándose así, ni mirándola así..., como me miraba
a mí. Con tanta intensidad.
—Estas preciosa.
—Gracias.
Esa vez fui yo quien se sonrojó. Me ardía la cara. Adrián tenía —y tiene
— una facilidad increíble para cambiar de conversación y llevarme consigo
adonde quiera.
—El verde te sienta genial.
—Es pistacho.
—Ahora me encantan los pistachos.
—¿Ahora?
—Sí, en realidad soy alérgico, pero viendo cómo te queda a ti ese color,
estoy seguro de que cualquier intoxicación resultaría agradable.
—¿Qué?
Tosió.
—Perdón, estoy algo nervioso y no sé lo que digo.
—No tienes que estar nervioso.
Le acaricié la mano que tenía encima de la mesa para calmarlo un poco y
juro que algo noté, no sé qué. ¿Cosquillas? El librero miró nuestras manos
unidas y luego me miró a los ojos. Le brillaban.
—Álex, creo que me estás empezando a gustar mucho.
Pum. Directo como una bala. Diana.
El librero nunca ha tenido problemas para mostrar sus sentimientos
conmigo. Es algo que me parece absolutamente bello. Apenas queda gente
así. Tan transparente. Tan única. Tan mágica.
—Tú también me gustas.
Silencio.
Nos volvimos a mirar.
Nos empezamos a reír.
—Dios, esto se me da muy mal —dijo llevándose las manos a la cara y
acomodándose las gafas—. ¿Podemos empezar otra vez la cita?
—Ah, ¿esto es una cita? —bromeé—. Pensaba que era una quedada para
traerte libros eróticos para tu tienda.
Y así, sin más, nos relajamos y pasamos toda la tarde en aquella cafetería
charlando. Hablamos de su librería —era imposible no hacerlo—, sobre lo
bien que me iba en la carrera y lo poco decidida que estaba. Seguimos
hablando de mi afición por las curiosidades literarias e históricas. Él me
habló de su abuelo y de la relación tan estrecha que tenían y yo de mi padre
y su distanciamiento... Nos contamos prácticamente todo lo importante de
nuestras vidas.
Me lo pasé de maravilla. Hacía mucho tiempo que no conocía a nadie
así. Me interesaba todo lo que me contaba y sentía que a él también lo mío.
Se mostraba curioso e incluso nos contamos anécdotas vergonzosas de
cuando éramos pequeños. Me encantaba ver cómo se reía, alto, sin
vergüenza, mostrándose real conmigo; cómo se le acentuaban los hoyuelos,
cómo se revolvía el pelo... Todo en él me resultaba adorable.
¿Sabes ese momento en el que reconoces que estás ante una persona que
es todo bondad y honestidad? Ahí me di cuenta. Cuando se tomaba sus
tiempos para escucharme sin interrumpirme, con paciencia; cuando con sus
gestos me hacía entender que empatizaba conmigo en las conversaciones
más difíciles; y, por supuesto, cuando me contó cómo vivió el fallecimiento
de sus padres. Me emocionó ver su capacidad de superación y más aún
cómo describió el apoyo que recibió de su abuelo. Era precioso ver lo bien
que hablaba de él, cómo lo amaba y admiraba.
No ahondamos en relaciones pasadas, pensé que era muy temprano, pues
no sabía hacia dónde iría la cita, o si realmente era tal.
¿Se quedaría ahí la cosa? ¿Nos convertiríamos en amigos? Y, lo que yo
más deseaba, ¿habría algo más, eso que ya se percibía entre Adri y yo?
Nos desnudamos por completo en aquella cafetería de Madrid, con mi
café y su té prácticamente sin probar.
Y en aquel momento supe que no querría separarme de él nunca.
El vértigo que empezaba a sentir se volvería adictivo.
18
Alejandra
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: Un juego
Después de esa (¿terrible? Por favor, dime que no fue terrible) primera (¿tendremos más?
espero que sí) cita, te propongo un juego. Yo lo llamo «quiero conocerte más pero no se
me da muy bien sacar conversaciones de manera natural, así que recurro a gilipolleces
como esta». Te explico de qué se trata:
Yo te hago una pregunta, sobre lo que sea (no seré malo, lo prometo), y tú la respondes.
Acto seguido, me haces una pregunta y yo la respondo. Así sucesivamente hasta que uno
se canse. ¿Cuál es la norma principal?, te preguntarás (espero que te lo estés preguntando).
Pues bien, ¡no te dejo con la duda! Allá va: la pregunta tiene que ser tan absolutamente
increíble que el otro no la puede repetir. Parece fácil, lo sé, pero ojo con las preguntas tan
interesantes que hago yo. Querrás saber cuál sería mi respuesta y jamás la conocerás
(imagíname riéndome como un villano de Disney). Bien, ¿preparada? (espero que quieras
jugar porque ya es demasiado tarde para decir que no). Allá voy:
Ale, Alex, Alejandra...
¿Cuál es tu animal favorito?
Adri
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Un juego
Seguramente estés esperando una respuesta del tipo el perro, el gato, el león... Sin
embargo, mi animal favorito es la mariposa. Creo que, si ya me has visto un par de veces,
sabes por dónde voy... Adoro a los animales que vuelan porque siento que son más libres
incluso que nosotros mismos. Me encantan las mariposas porque cada una es totalmente
diferente. Algunas tienen colores muy vivos, otras más apagados, otras son de un único
color... Ahí está la clave. Son diferentes. Tiene su estilo propio, o eso creo (ahora parezco
yo la loca). Y sí, yo me siento un poco mariposa porque los colores me dan vida, lo
puedes ver en mi forma de vestir, aunque creo que es algo que aplico a todo en general.
Mi habitación está ordenada por colores, mis productos de maquillaje, mis libros, mis
zapatos, incluso mis notas del móvil están ordenadas por colores. De hecho, también
asocio colores a sentimientos o estados de ánimo. Por otro lado, las mariposas vuelan
mayormente entre las flores. ¿Te has dado cuenta ya de lo mucho que me gustan? Quizás
por el mismo motivo que las mariposas. En la variedad está el gusto, y yo amo las
diferencias. Quizá por eso me gustes un poquito (uy, ya lo he dicho). Te noto diferente
(eso si me olvido de lo básico que eres vistiendo, claro, como las mariposas de un solo
color).
En fin. Ya me he ido demasiado de la lengua. Ahí va mi pregunta:
Adri, Adrián...
¿A qué huelen los libros?
Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Un juego
Adrián
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Re: Un juego
Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Re: Re: Un juego
Vértigo.
Adrián
20
Adrián
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con
ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre.
Una cita del Quijote, cómo no. Habla de la libertad e intuyo que, junto a
esa foto que ha publicado, él la encuentra en los libros. ¿Dónde la podré
encontrar yo?
Estoy a punto de escribirle un mensaje cuando noto que alguien está
frente a mí, tapándome el sol. Alzo la mirada para ver de cuál de los niños
se trata, pero me doy cuenta de que la figura es más alta que los peques. Al
estar frente al sol, no consigo verla del todo bien, por lo que me encuentro
arrugando el ceño y levantándome.
—¿Qué pasa, que no hay más sitios en la playa y te tienes que poner en
medio? —pregunto con mal genio a quien ha interrumpido mi momento de
paz.
Una vez me sacudo la arena y levanto la vista hacia esa persona, me
quedo helada.
Otra vez la misma escena.
Compruebo que los chicos siguen jugando a unos metros, ajenos a todo,
y vuelvo la mirada hacia él. El surfista.
—Vaya, el otro día me pareciste más simpática —dice sonriendo
mientras se ata una coleta tranquilamente.
Él y su dichosa manía de hacerse la coleta perfecta en dos segundos.
—¿Qué haces aquí?
—Dijo la madrileña —responde rápidamente, desafiando mi mal humor.
—Esta es la cala de mi casa.
—La casa de May y Pablo.
—Exacto, mi padre.
—Sí, la casa es suya, pero la cala no. —Se sienta al lado de mi toalla,
sobre la arena directamente, como si nada, mirando hacia los pequeños—.
Está escondida, y mucho, la verdad es que cuesta fleje llegar hasta aquí,
pero eso no significa que sea solo de ellos. A veces vengo en busca de
tranquilidad. Y a veces también vengo a enseñar a surfear a Yeray y Rayko.
Aunque parece que no estás muy bien informada, ¿no, rubia?
Automáticamente pongo los ojos en blanco y me siento de nuevo en la
toalla. Se ve que el chico ha querido acercarse cordialmente a charlar
conmigo y yo le he respondido algo mal pensando que era alguien que
venía a molestar.
—Perdona, últimamente estoy algo...
—Me he dado cuenta.
Sigue mirando al horizonte. Nos quedamos un rato callados, viendo a los
pequeños jugar como locos con la arena, contemplando cómo cae el sol y
dibuja un paisaje dorado precioso.
—¿Cómo podéis vivir los que no tenéis el mar a vuestros pies? —
pregunta con un tono de voz muy bajo, como si fuese una confesión—. No
podría imaginar no ver esto cada día de mi vida.
Lo miro y él me devuelve la mirada. Le sonrío, porque me parece bonito
cómo ama su tierra, su mar, su cielo. Él también me sonríe y siento que la
tensión se evapora por completo. Ya me siento más relajada.
—Te llamabas Álex, ¿verdad?
—Correcto, surfero —bromeo, recordando perfectamente que se llama
Leo.
—Y Álex —pronuncia mi nombre con fuerza y levantando a la vez las
cejas. Tengo que reconocer que me gusta cómo suena—, ¿cómo es que las
dos veces que nos hemos encontrado estás sola en la playa? ¿Es que acaso
no te dejan relacionarte con nadie? Si es así, pestañea tres veces seguidas y
sabré que estás en peligro.
No puedo evitar reírme, lo que hace que me entre curiosidad por
conocerlo mejor.
—¿Qué hay de ti? También has estado en la playa las dos veces. ¿Es que
no tienes amigos? —Vuelve a levantar las cejas, pero esta vez sorprendido
por mi interacción. Me gusta ese gesto que le sale tan natural, es muy
expresivo. Imagino que el primer día que nos encontramos no le resulté
especialmente sociable, así que su perplejidad hace que quiera continuar
con este juego que nos acabamos de inventar—. Además, tiene que doler ir
siempre vestido de neopreno.
—¿Quieres que me lo quite?
—¡No! —grito rápidamente, cogiéndole de los brazos, que ya estaban de
camino a la cremallera trasera.
Suelo evitar el contacto corporal con desconocidos, pero en esta ocasión
es necesario. Sin embargo, el momento no ha sido incómodo. Al contrario,
ha sido agradable, como si fuera un amigo de toda la vida que está
bromeando conmigo.
Me aparto en cuanto sus manos vuelven a posarse sobre la arena, y se
reclina un poco hacia atrás para ponerse más cómodo.
—Tú te lo pierdes.
—Intuyo que vives por aquí, ¿no?
—A diez minutos, para ser exactos —responde girándose para señalarme
el camino—. Si sigues esa calle hacia arriba, verás una casa amarilla.
Dentro de ella hay dos apartamentos. Vivimos en el de arriba. En realidad,
es como un piso normal.
—¿Vivís? ¿Tu novia y tú?
—¿Novia? —Pone una cara que no sé descifrar, entre sorpresa y
desconcierto—. Vivo con mis colegas. Nos conocemos desde siempre. El
piso es de mis padres. Cuando empecé la carrera, ellos se fueron a
Fuerteventura por trabajo y me lo dejaron a mí. Para pagar los gastos, les
propuse a mis amigos que se vinieran a vivir conmigo.
Asiento con la cabeza. Me sorprende que un chico tan atractivo y cordial
no tenga pareja. Seguro que cualquiera de mis amigas de Madrid se moriría
por conocerlo. Tengo que escribirles pronto y contárselo. ¡Van a flipar con
el canario!
—¿Qué has estudiado? —pregunto interesada. Es la primera vez, desde
que llegué a la isla, que interactúo con alguien que no es May, mi padre o
los peques. Se me hace raro pero también agradable ver cómo se ha
interesado por mí tan rápidamente.
—Adivina.
—Mmm... ¿Ciencias del Mar?
—Frío, frío.
—¿Biología Marina?
—¿En serio todo lo que me vas a decir tiene relación con el mar? —Abre
los brazos y pone cara de fastidio—. He estudiado ADE.
Su respuesta me sorprende, pero tengo que reconocer que me he dejado
llevar por las primeras impresiones. He intuido que sus estudios tendrían
algo que ver con el surf porque prácticamente es lo único que conozco de
él. Mi imaginación continúa volando, y por mi mente suceden imágenes de
Leo vestido de traje, con su cabellera rubia bien peinada y suelta, oliendo a
no sé qué perfume de esos que utilizan los hombres que son totalmente
embriagadores...
Madre mía, Álex, para.
—¿Y ahora? —intento continuar con la conversación de la manera más
natural que me sale, a ver si así consigo que se me vayan esos pensamientos
de la cabeza. No quiero parecer demasiado entrometida con mis preguntas,
pero quizás su experiencia postuniversitaria me ayude un poco.
—Pues lo que ves. Hago lo que me gusta: dar clases de surf. Si estudié
esa carrera fue por mis padres. Tienen una inmobiliaria y pensaron que sería
buena idea que siguiera con el negocio. Te doy una pista: se equivocaron.
—¿Y vives del surf?
—Vivo del surf —asiente orgulloso—. Por suerte, la mayoría de los
padres del pueblo confían en mí para darles clase a sus hijos por las tardes.
En temporada alta también me va bastante bien, es un planazo visitar la isla
y acabar sobre las olas. De momento, no me puedo quejar: por las mañanas
hago las tareas de casa, voy a comprar y organizo las clases, y por las tardes
trabajo. Yo me gestiono y me organizo. Eso sí, sin la ayuda de mis amigos,
la casa sería un desastre, te lo garantizo.
Una parte de mí siente envidia de lo que me cuenta. Él es un claro
ejemplo de que, pese a que te equivoques de decisión en tus estudios,
puedes encontrar la armonía en tu vida. Ha apostado por lo que más le gusta
hacer en su tiempo libre y puede vivir de ello, comparte su vida con sus
amigos y tiene independencia. ¿Qué más se puede pedir?
—Hablando de colegas —interrumpe mis pensamientos mientras se
levanta y sacude la arena de sus pantorrillas—, ¿te apetece salir esta noche
con nosotros? Hay una pequeña fiesta en la playa de al lado, donde nos
conocimos. Podemos vernos allí en un par de horas y te los presento, estoy
seguro de que te caerán genial.
Leo transmite tanta seguridad que no puedo hacer otra cosa más que
asegurarle que allí estaré. Todo el mundo me anima a salir, a conocer gente
y desconectar, así que supongo que no me vendrá mal ir a la fiesta. Además,
me apetece ponerme guapa, ya que llevo estas dos semanas aquí sin
maquillarme ni un solo día, vistiendo cómoda y siempre con el bikini
debajo.
Me vuelve a sonreír a lo lejos, contento con mi respuesta, se marcha
hacia los peques, les choca las manos y se va.
Y yo me quedo un poco más, pensando en el miedo y en las ganas del
plan que me acaba de ofrecer.
22
Alejandra
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: ¿Te acuerdas?
Adrián
23
Alejandra
Álex:
Hola, librero.
Estaba viendo Titanic por décima vez.
¿Y tú?
Adri:
Pues estoy cerrando la librería y he pensado
«joder, ¡qué ganas más tontas de ver a Álex!».
Así que como sé que tu madre trabaja por las tardes y he
intuido que ahora estarías descansando... estoy en la puerta
de tu casa. Ahora mismo.
Traigo chocolatinas, patatas y un par de
cerves. ¿Te apuntas?
Álex:
Pero ¿qué dices?
Álex:
Guau. Seguro que son increíbles.
Adri:
Mira, te mando uno para que veas.
Álex:
Adri...
Parece dibujado por un niño de cinco años.
Adri:
Es que no entiendes de arte.
¿Qué tal todo? Un mes fuera ya.
Parece que fue ayer cuando te fuiste.
Álex:
Pues algo mejor.
He estado quedando algunas tardes
con Leo y sus amigos para ir a la playa,
al cine, y poco más. Son bastante majos.
Te caerían bien.
Adri:
Seguro.
¿Y tu padre?
Álex:
Bien también, imagino.
Seguimos hablando poco, ha estado
pintando sin parar. Tiene una exposición importante en
un par de semanas, creo.
No sé mucho más.
Adri:
¿No va siendo hora de abordar el tema?
Álex:
¿Qué tal tu abuelo?
Adri:
Como siempre. Viciado con Marvel por las noches. Lector
por el día.
Álex:
Pues como tú, básicamente. ¿No?
Adri:
Oye, oye, que mi ritmo de lecturas ha bajado
exponencialmente estas últimas semanas.
Agosto es el mes en el que aprovechamos
para hacer limpieza profunda en la librería.
Álex:
Ya, seguro.
¿Cuántos libros llevas leídos este mes?
Adri:
Ocho.
Álex:
Dios mío, no sé cómo lo haces.
Adri:
Le saco tiempo a todo lo que me gusta.
Ya lo sabes. Tú deberías hacer lo mismo.
Álex:
Ya...
Adri:
Me encanta ese vestido.
El rosa y el azul te quedan genial.
¿Es nuevo?
¿Hola?
Tardo nada llegar al piso de Leo siguiendo las indicaciones que me dio el
día que nos conocimos y, por qué no reconocerlo, gracias a Google Maps.
He quedado varias veces con el grupo y cada vez me siento más a gusto.
Son muy divertidos y siempre proponen planes originales, que giran
normalmente en torno a la playa. Adoro Madrid, es mi hogar, pero tengo
que reconocer que la playa se está volviendo vital para mí en esta
experiencia. Es el sitio al que recurro cada vez que me ahoga el
pensamiento de que no estoy avanzando. Salgo al porche, a la cala de la
casa y respiro hondo. Me serena. También aprovecho para llevar a los
peques, ya que sueltan toda su energía en ese ratito por las tardes y luego,
cuando llegan a casa, caen rendidos. May me lo agradece cada día, pero a
mí no me pesa hacerlo. Bastante tiene ella con aguantarme en casa sin hacer
prácticamente nada.
Leo está siendo un gran apoyo. Hablamos constantemente por mensaje y
se preocupa de que me sienta bien. Se ha estado pasando por la playa y por
la casa para jugar con los niños o merendar con nosotros y May. Cuando va
al estudio de mi padre a charlar con él, yo suelo retirarme a mi habitación.
Sin haberle contado nada, parece que entiende a la perfección que hay algo
que no cuadra. Pero tampoco insiste en ello, algo que agradezco.
Leo se va moviendo de escuela en escuela de surf para dar clases al
máximo número posible de personas, en su mayoría niños. Es alucinante
verle hacer lo que más le gusta, sobre todo consiguiendo que parezca un
juego. Rayko y Yeray se lo pasaron genial con él el otro día en la cala. ¡Son
unos expertos surfistas! Disfruté mucho de verlos caer de las tablas y
levantarse enérgicamente para bailar sobre las olas.
Hace unos días lo intenté yo, en vano. Javi y Leo se presentaron en casa
con tres tablas que, a mi parecer, eran excesivamente grandes y pesadas.
—¿Preparada? —preguntó el moreno.
—Creo que no lo está, Javi. Mírala, con su pijama de Snoopy, que no se
quita ni para ducharse.
Ambos se miraron y se mofaron, y yo intuí que estarían recordando algo
de su convivencia.
—Por lo menos ella usa pijama, mi niño —le dice Javi poniendo los ojos
en blanco.
—Oye, déjame vivir en libertad.
—¿En serio vas desnudo por el piso que compartes con tus amigos? —
intervine yo, haciendo hincapié en las tres últimas palabras y abriendo
exageradamente los ojos. Me imaginé a Leo sentado en el sofá, con su
melena rubia suelta, sus brazos estirados sobre el respaldo y su trasero
desnudo...
—Bueno, venga, tía —fue Javi el que interrumpió mis pensamientos, y
menos mal que lo hizo, porque, si no es por él, estoy segura de que me
podría haber desmayado del sofoco que me estaba entrando—. Ponte el
bikini, que vamos a darte una buena lección de surf.
No sé si llegué a aprender surf del todo, pero sí que pasamos una buena
tarde. Era muy gracioso ver cómo los dos amigos no paraban de bromear y
discutir por tonterías, pero a su vez se mostraban todo el cariño que se
profesan. Tienen una relación cuando menos envidiable y me sentí muy
especial al compartirla.
Casi podía sentirme como una más.
Estos días también he aprovechado el tiempo para seguir leyendo
biografías, la mayor parte del tiempo tranquila en la playa. He ido a la
biblioteca pública, sorprendentemente pequeña y vieja. Me entristece verla
así, y tiendo a compararla con la maravilla de la Librería Hogar. Después de
un rato deambulando en sus pocos y cortos pasillos, decidí animarme a
tomar prestada una biografía de Agatha Christie, para ahondar en el estudio
que había empezado sobre ella en las redes, y otra de Edgar Allan Poe.
Ahora estoy totalmente enganchada. Estoy deseando volver a la
biblioteca a por más.
Cuando entro en el piso de Leo, Claudia y él corren hacia la puerta con los
brazos abiertos para ver quién me abraza primero. Es llegar y ya estoy
riéndome a más no poder.
Leo gana, pero por poco, pues Claudia viene tan rápido que se sube
encima de nosotros como un mono.
—¡Eh! ¡Eso es trampa! —grita Leo intentando deshacerse del abrazo, sin
éxito.
—¡Gané! ¡Gané!
—Socorro —digo con un hilo de voz—. Me estáis aplastando.
Ambos se separan riéndose y me dan las gracias por haberme unido al
plan. Me acompañan dentro, hacia el salón, donde están los mellizos y Javi
jugando a la consola, mirando la pantalla de la tele como niños pequeños:
con la boca abierta y los ojos totalmente fijos en la carrera de coches.
Claudia está siendo un gran apoyo para mí. Se muestra interesada en
conocerme, sin agobiarme, y suele aparecer cuando quedo con los chicos,
por lo que hacemos un grupo bastante peculiar.
La conexión que está surgiendo entre todos es brutal. Hoy, de hecho,
estreno el vestido de su tienda que me dijo que me quedaría genial. Es
ajustado al pecho y con vuelo, cortito y, como a mí me gusta, colorido.
Ciertamente, el azul y el rosa quedan genial con mi melena y me siento muy
bien con su escote corazón. Aunque no paro de imaginármelo en ella y
pienso que le quedaría mil veces mejor con sus curvas pronunciadas y su
personalidad tan arrolladora.
No sé cómo agradecerles lo que están haciendo por mí. Sin conocerme
de nada, me han integrado en el grupo como una más. Claudia me habla
diariamente por teléfono y me propone planes sencillos, como dar un paseo
o tomar un café en alguna terraza, y con Leo me encuentro en la playa de
mi casa. Así, poco a poco, hemos ido amoldando nuestros días para siempre
tener un hueco para vernos. Me gusta sentir que los tengo a mi lado y que
ellos también disfrutan de mi compañía.
El apartamento es pequeño pero bastante agradable. Los cuatro chicos
comparten el piso desde hace unos años y se llevan estupendamente: tienen
las tareas de casa bien repartidas, marcadas en una pizarra que abarca toda
la nevera. Dividen el piso en estancias y cada semana se las reparten y van
rotando. Se nota que el plan les funciona porque, pese a ser un piso de
cuatro surferos donde debería estar todo lleno de arena y piedras, no veo ni
una mota de polvo. Imagino que les ha llevado tiempo, pero con la
confianza que tienen estoy segura de que no les costó mucho hacerse con la
rutina.
Claudia pasa mucho tiempo aquí, y me invita a venir siempre que quiera
a pasar el rato, aunque reconoce que ella es una privilegiada porque no tiene
que hacer las tareas de la casa pese a estar allí como una más.
Ella vive con sus padres y su hermana pequeña. Abrió su negocio en la
ciudad hace pocos meses, por lo que las ganancias todavía no le dan para
independizarse, aunque ese es su plan.
Las paredes del salón están llenas de postales y fotos de ellos. Me fijo en
una en la que están todos disfrazados por carnaval, en la que tendrán seis o
siete años, y no me puede dar más ternura. Me siento como si estuviera
irrumpiendo en su intimidad, viendo foto por foto y comentando lo que me
parecen.
En la mesa pequeña del salón, junto al sofá, hay varias cajas de pizzas
apiladas que huelen de maravilla. Vaya, parece ser que tengo un poco de
hambre.
—¿Te enseño mi habitación y así les dejamos acabar la partida? —me
pregunta Leo echándome un brazo por los hombros—. Después podemos
cenar todos tranquilamente, sin tener que escuchar los gritos de esa panda
de locos.
—Claro. Pero rápido, que me muero de hambre.
Su habitación es justamente como me imaginaba: las paredes están
pintadas de azul agua. Tiene la tabla de surf apoyada al lado del armario,
que está cubierto de pegatinas que parecen llevar muchos años ahí pegadas.
La cama, en el centro de la estancia, es enorme, con sábanas blancas y
celestes que le dan un toque de luz precioso al espacio. También hay un
mueble debajo de una pequeña ventana que usa para exponer su colección
de deportivas.
—¿Por colores?
—Por colores —afirma.
—Me caes bien.
Nos miramos y sonreímos. Me invita a cotillear y yo me acerco al
armario. Hay pegatinas de todo tipo: Pokemon, Mario Bros, etiquetas de
publicidad... y, entre todas ellas, una foto con Javi mirando la puesta de sol
en la playa.
—Esa nos la hizo Claudia con la Polaroid de su hermana, de esas que se
imprimen al momento.
—Adoro esas cámaras.
—¿No es genial tener los recuerdos tal cual impresos? Así, sin filtros ni
chorradas.
—Total... —me quedo embelesada mirando la fotografía. Me encantan
los colores del cielo, del mar y de las tablas del surf tiradas en la arena. Es
una imagen muy natural que refleja a la perfección su amistad—. ¿Nunca os
habéis peleado?
Leo me mira con extrañeza y coge la foto para observarla más de cerca.
—¿Javi y yo? Jamás. —Su sonrisa se expande y me mira—. A él lo
conozco de toda la vida, nuestras madres son amigas y prácticamente se
quedaron embarazadas a la vez. Y ya en el colegio fue cuando conocimos al
resto. Soy hijo único, así que siempre ha sido como un hermano. Todos lo
son, en realidad, pero entiéndeme, con él es diferente.
Asiento, imaginándome lo especial que es su relación, compartiendo
desde sus primeros pasos hasta sus primeros ligues, sus mejores y peores
momentos. Me siento en la cama después de dejar la foto en su sitio y
continúo observando la habitación.
Esto sí parece un hogar: vive con las personas que más quiere, trabaja de
lo que más le gusta en un sitio impresionante... Se le ve feliz. ¿Cómo me
estará viendo él desde fuera?
—¿Estás bien?
—Sí, claro. Me encanta tu piso.
Leo se acerca y se sienta a mi lado. Me mira intensamente y creo que me
pongo colorada. En más de una ocasión le he hablado de Adri, casi conoce
toda nuestra historia, por lo que no veo segundas intenciones en sus actos.
No las hay, ¿no?
—Puedes venir cuando quieras.
—Cuidado, mira que si me mudo...
—Mi cama es tu cama. —Me guiña un ojo abriendo mucho la boca y no
puedo más que romper en carcajadas.
—Creo que me quedaría en el sofá. Allí tengo acceso directo al Mario
Kart.
—No sabes con quién te estás metiendo, mi niña —me desafía.
Estamos en medio de ese pique, divirtiéndonos, cuando la puerta de la
habitación se abre de golpe y aparece Claudia.
—¡Chacho! ¿Podemos cenar de una vez? —Pone cara de hastío y vuelve
al salón, donde se escuchan las voces de los chicos, que han terminado la
partida. Sin duda, es una chica con mucho carácter pero, aunque en parte
me lo estaba pasando bien con Leo, agradezco que nos haya interrumpido.
—Las pizzas nos reclaman —le digo a Leo seriamente, haciendo el
saludo marcial.
—Una última cosa, Álex... —dice de pronto muy serio, mirándome a los
ojos.
Se queda ahí, a mi lado, tan cerca que puedo oler su aroma. Se aparta la
melena de la cara y se la echa hacia atrás en un movimiento que arrebata a
cualquiera.
—Dime —susurro.
—¡Vamos, chicos! ¡Estamos muertos de hambre!
Los chicos comienzan a gritar para llamar nuestra atención, así que Leo
sacude la cabeza, como quitándole importancia a lo que me iba a decir, y
finalmente pregunta:
—¿Cuál es tu pizza favorita?
Sé perfectamente que no era lo que me quería decir, pero ya
encontraremos el momento para charlar.
—La barbacoa —le respondo.
El juego de miradas continúa, y cuando empiezo a sentirme mal, me
dice:
—Tú también me caes bien.
Y salimos corriendo hacia el salón.
27
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Asunto: Socorro
¡Hola!
Siempre me escribes tú, así que hoy he decidido animarme. El otro día me lo pasé muy
bien. Tengo ganas de repetir y ver qué pasa contigo, librero.
Hoy estoy algo triste. Ya te he hablado un poco de la relación con mi padre... Pues bien.
Hoy ha llamado al fijo. Yo estaba esperando una llamada de mi tutor del TFG, que no
tiene ni correo electrónico ni teléfono móvil... Sí, exacto, ¡hasta tu abuelo tiene redes
sociales! Pero tengo que reconocer que es uno de los mejores profesores de la carrera, así
que no tenía alternativa...
En fin, que cogí la llamada y no era don Alfredo. No. Era don «¡Hola, cariño! ¡Cuánto
tiempo sin hablar!». Y ¿qué hice yo? Exacto, quedarme callada. Le escuché decir que
tenía ganas de verme, que a ver si me animaba a ir de visita a Gran Canaria y, mira, me
agobié muchísimo y le colgué. Me siento un poco mal porque prácticamente no le permití
decirme nada, pero es que..., joder. No quiero invitaciones a ningún sitio. ¿Por qué me
llama ahora? No me gusta la gente que actúa sin pensar en las consecuencias. No se
merece mi atención, y punto. Eso sí, espero que mi madre no se entere porque me niego a
recibir otro sermón sobre el respeto que he de tenerle...
Por tanto, como puedes comprobar, estoy tirada en la cama, con el portátil sobre la
barriga, llorando (un poco) y con la necesidad de que me cuentes cosas bonitas (muchas).
Hazme olvidar todo esto, por favor.
Besos,
Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Socorro
Querida Álex:
Siento mucho lo que estoy leyendo. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que
necesites. Como puedes comprobar, soy un buen lector... y también sé escuchar.
¿Que te diga cosas bonitas? Pues bien, vamos allá. Tú lo has querido, que conste, luego no
quiero quejas...
Bonito fue besarte, Alejandra. Bonito fue saber que pensamos igual. Que necesito leerte
para sentirme bien, y verte, verte mucho. Hacía bastante que no me pasaba esto, ¿sabes?
Bueno, creo que nunca me ha pasado. Me refiero a los nervios, la inseguridad, no saber
qué va a pasar..., reconozco que también es una sensación placentera. Te voy a ser sincero:
estoy cagado. Pero me parece tan necesario este miedo, Álex.
Sea lo que sea lo que tenemos, lo que tenga que ser esto..., te juro que voy a absorberlo
todo y guardármelo para siempre.
Los inicios son así, un poco cuesta arriba y a ciegas. Pero me pasa algo contigo, y es que
te observo y te entiendo. Puedo ver todo lo que hay dentro de ti y solo hay flores. Estás
llena de color, de vida..., solo que tú no te das cuenta. Ya verás cómo, poco a poco,
floreces.
Así que sí, rubia. Bonita es la sensación del otro día cuando te tuve cerca. La sensación de
que algo muy grande nos espera juntos.
Adrián
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Socorro
Gracias por animarme, Adri. Siempre sabes qué decir. Jamás pensé que acabaría
escribiéndome correos electrónicos con un chico hasta que llegaste tú. ¡Has tenido que ser
tú el que me descubriera esta maravilla!
Yo siento lo mismo: el miedo, las ganas, tus flores... Y lo siento todo como una caricia.
Como si estuviera todo bien cuando estoy contigo. Hagamos que dure.
Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Re: Socorro
Adrián
28
Alejandra
Álex:
Me pillas en un mal momento.
Leo:
Yo tampoco tengo un buen día,
si te soy sincero.
Leo:
Los que necesites.
Cinco minutos. Solo fueron cinco minutos los que estuve con Mari y mi
abuelo en la librería.
Cuando subí, tenía una llamada perdida de Álex.
Cuando la llamé, no respondió.
Cuando esperé, su llamada no llegó.
Fue ese día cuando todo empezó a emborronarse un poco.
30
Alejandra
Recuerdo la emoción que tenía por conocer mejor a Adri. Después del
primer beso, quedó claro que entre nosotros había surgido algo especial que
había que cuidar y mantener. Cuando quedábamos, no podíamos parar de
besarnos.
Ya llevábamos varias semanas así cuando dio un paso más. Aquella tarde
su abuelo se encargaba de la librería. Tocaba club de lectura y precisamente
iban a comentar uno de sus libros favoritos, Rebelión en la granja. Recibí
un mensaje.
Adri:
¿Qué es lo que más te apetece ahora mismo?
Álex:
Helado de galletas.
Adri:
Pensé que sería verme o algo así.
Álex:
Ah, sí, eso también.
Álex:
Sorpréndeme, librero.
Adri:
Helado y el chico de tu vida.
¿Qué me dices?
Álex:
¿Helado y Zac Efron?
¡Me apunto!
Adri:
Bueno, me refería a mí mismo.
Pero ciertamente yo también adoro a Zac Efron.
Y tú un poco Julieta,
leyendo de mí palabras bonitas.
ADRIÁN
31
Adrián
No fue nada fácil decirle a Álex que todavía no lo había hecho con nadie.
Pero es que nunca una chica me había atraído de tal forma. Es algo que no
le había contado a nadie porque hoy en día es muy raro encontrarse a un
chico de veinte años que todavía no ha perdido la virginidad. A mí ese tema
nunca me ha preocupado, sabía que acabaría pasando, pero quería hacerlo
con alguien que me hiciera sentir cómodo.
Realmente no ha sido sencillo conocer a alguien ni intimar de esa forma
al vivir con mi abuelo y trabajar casi todos los días desde los dieciséis años.
Me fui alejando de mis amigos conforme la vida se complicaba: hacerse
mayor tiene ventajas y desventajas, y las facturas tenían que ser pagadas.
Mientras todos salían de fiesta, ligaban y viajaban, yo me quedaba con mi
abuelo. Poco a poco encontré la felicidad en los pequeños detalles y
descubrí que no tengo motivos para seguir el ritmo de lo que hace la
mayoría de la gente. Cada persona tiene sus circunstancias en la vida y es
libre de tomar sus decisiones y hacer lo que quiera en el momento que
quiera.
¿Quién establece los tiempos para hacer determinadas cosas?
Reconozco que contárselo a Álex me dio algo de corte, pero no por el
miedo a hacerlo, sino por querer que ella disfrutara conmigo como yo
esperaba disfrutar con ella. Sabía que tenía experiencia, y reconozco que
está mal..., pero las comparaciones son odiosas. Yo quería que me viese
como yo la veía a ella y que disfrutara como nunca. Besándola ya me hacía
sentir increíble y estaba seguro de que estar dentro de ella iba a ser todo un
viaje. Quería explorarla, saborearla y escucharle decir mi nombre entre
susurros hasta no poder más.
Juro que casi me corro con su primer gemido.
Lo que sentí con ella fue indescriptible. Y más allá del placer físico, que
no fue poco, nos dimos cuenta definitivamente de que encajamos. Ella es
fuerte, segura y toda una revolución en mi vida. Yo un caos que consigue
que se olvide de sus problemas. La combinación perfecta.
Desde ese día no paramos de buscar ratos libres para encontrarnos. A
veces, simplemente venía a la librería a darme un beso. Otras, nos
escondíamos detrás de la caja y dejábamos que nuestras manos explorasen
sobre la ropa. Y también tuvimos que meternos en el almacén un par de
ocasiones para explorar, pero bajo la ropa.
Uno no sabe lo bonitas que son las ganas hasta que las experimenta de
verdad. Y yo las quería todos los días.
Mi abuelo lo sabía todo, a él no le engaña nadie. Sin embargo, supo
guardar las distancias y no preguntar en exceso. Al final somos iguales, y
estoy seguro de que sabía perfectamente el torbellino de emociones que
sentía con Álex.
Fue a las pocas semanas cuando me dijo algo que se me quedaría
grabado.
—Muchacho, te veo feliz, como nunca. Me alegra que hayas encontrado
a alguien. Álex me recuerda a tu abuela, ¿sabes? Carismática, con carácter,
preciosa... Pero esas personas, hijo, tienden a volar. Porque son libres.
Necesitan cada vez más. Y no es malo, ojo. Son diferentes a nosotros. Te
aconsejo que disfrutes, que la ames, que la entiendas..., pero tienes que
saber también cuándo animarla a alzar el vuelo y crecer. Si te quiere, ahí
estará. Y tú para ella. Eso seguro.
Ahora entiendo esas palabras.
32
Alejandra
–¡Déjame en paz!
—¡Déjame tú!
—¡Cállate!
—¡No quiero!
—¡Eres feo!
—¡Somos iguales!
—¡Tú más feo!
—¡Y tú más tonto!
Mi padre y May salieron hace una hora de cena romántica, así que me ha
tocado quedarme cuidando de los pequeños que, ahora mismo, no paran de
discutir y gritar. Los dos tienen una energía inexplicable y he de reconocer
que me parecen muy graciosos, incluso cuando están llenos de ira. Pasan
tanto tiempo juntos que es normal que discutan. Yo me he criado como hija
única toda mi vida, y muchas veces he deseado tener un hermano con el que
poder compartir juegos. Con el paso de los años, he aprendido que también
está bien ser solo una: todas las atenciones son para mí y no tengo que
compartir nada con nadie. Ventajas, ¿no?
Álex:
Hola.
Lo de siempre.
Adri:
Has estado dos días sin contestarme.
¿Va todo bien?
¿Ha pasado algo con tu padre?
Álex:
Ajá.
Me ha invitado a una expo suya
y no sé si ir. Ya veré.
Adri:
¿Estás bien?
Álex:
Genial, me pillas ahora tomando algo
con el grupito.
Adri:
Ah.
¡No me sorprende!
Álex:
Jaja.
Adri:
Me alegro un montón.
Álex:
Gracias.
Adri:
Oye, ¿de verdad que estás bien?
Álex:
Sí, claro.
Adri:
Te devolví la llamada a los pocos
minutos y ya no he sabido nada de ti
hasta ahora.
Álex:
Perdona, estoy intentando desconectar un poco del
teléfono. Al final vino Leo
y nos tomamos algo en la playa.
Adri:
Sí, genial, lo entiendo.
Pero también me gusta hablar contigo.
Álex:
Y a mí.
Adri:
¿Qué tal con tu propósito en la isla?
Álex:
¿Qué propósito?
Adri:
Pues la idea de irte para... ya sabes...
«Encontrarte».
Álex:
Ah, sí.
En ello estoy.
Adri:
Nada, ¿no?
Álex:
Nop.
Adri:
Quizás deberías darle una vuelta..
Álex:
¿Me estás queriendo decir algo?
Adri:
No sé, Álex.
Ya llevas más de un mes allí.
Fuiste para algo y no creo que te estés esforzando en pensar
en qué quieres para tu futuro.
Álex:
Y tú qué sabrás...
Adri:
Porque las veces que hablamos...
Mejor dicho, las pocas veces que hablamos,
te las pasas comentando lo malo que es tu padre o lo bien
que lo pasas con tu grupo.
Álex:
¿Estás celoso?
Adri:
¿Debería?
Joder, Álex, que no es eso...
Álex:
Pues lo que parece.
Adri:
Lo que parece es que creo que te estás perdiendo más de lo
que estabas.
No piensas en el futuro y en algún
momento tus padres se cansarán de darte dinero y
mantenerte.
¿Álex? ¿Hola?
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: ¿Sabías qué...?
Adrián
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: ¿Sabías qué...?
Me sorprende tu capacidad para dejarme sin palabras con un solo correo electrónico. Eres
increíble, librero.
Gracias por abrirte así a mí. Yo también estoy segura de que esto es el principio de algo
que brilla, y mucho. Jamás había sentido por nadie lo que siento cuando estoy contigo.
Sí, son solo tres meses, pero tú has hecho que cada uno de los días sea especial. Eso no lo
logra cualquiera.
No te lo voy a negar, me da vértigo lo que pueda pasar. Ya me han hecho daño antes, pero
me siento segura contigo.
Se me ocurre una pregunta para el juego del otro día y más aún después de leer tantas
cosas bonitas. Vamos allá, todo tiene su lado malo también, ¿no?
¿Qué es lo que más te preocupa de empezar algo conmigo?
Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: ¿Sabías qué...?
¿Nada? ¿Todo?
Es la primera vez que me comprometo así con alguien y..., no sé, quizás por eso también
lo estoy viviendo todo con más intensidad. ¿A ti te pasa esto?
Adrián
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Re: ¿Sabías qué...?
Si no sintiese lo mismo..., ¿por qué estaría escribiéndote correos electrónicos a las dos de
la madrugada?
Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Re: Re: ¿Sabías qué...?
Adrián
36
Alejandra
Papá:
Ok. Recuerda que este finde es la expo.
Necesito confirmar tu asistencia.
¿Vendrás con Leo?
Papá:
Buenas noches,
tened cuidado.
En el momento en que ponemos los pies sobre la arena, todos nos quitamos
la ropa y corremos hacia la orilla. El agua está congelada, pero no nos
importa.
Una vez dentro, no podemos parar de jugar, de tirarnos agua y buscarnos
unos a otros. Javi me guiña un ojo y se lleva un dedo a los labios para que
guarde silencio, y en cuanto asiento con la cabeza, veo cómo se sumerge y
va en busca de los pies de Leo. Este, cuando nota que algo le agarra las
piernas, se vuelve loco gritando desmesuradamente y todos rompemos a
reír. ¡Él prácticamente vive en el agua! Cuando Javi sale a la superficie, Leo
se tira encima de él tratando de ahogarlo, en vano, pues Javi le gana en
fuerza, por lo que acaba encima de él como un niño pequeño hasta que el
otro lo tira lejos por los aires.
Guau. Pues sí que está fuerte Javi.
—¡Dejadme en paz, panda de gusanos!
—¡Ahora sí que te la has ganado! —le grita Javi saltando sobre él con
toda su fuerza.
—¿Por qué siempre vais todos a por mí? —se defiende Leo a duras
penas—. No soportais que sea mejor que vosotros surfeando, jugando al
baloncesto, al pádel...
—¿Muerte y destrucción? —Rodrigo se dirige a su hermano seriamente.
—Muerte y destrucción.
Y, de pronto, todos estallan en gritos y van corriendo a por él. Se lo ha
ganado.
Yo intento huir de aquel alboroto un segundo para respirar, y cuando me
doy cuenta estoy al margen disfrutando de las vistas. Y no hablo solo de la
preciosa playa de Las Canteras al amanecer, sino de mis amigos disfrutando
como nunca, de sus risas, de su actitud de vivir el presente, y me contagio
de su alegría.
Cuando ya no pueden más, salimos del agua y acabamos exhaustos sobre
la arena, todos en la orilla en fila india mirando cómo sale el sol.
—Verdad o desafío. —Levanta su cerveza a medio terminar, que ya debe
estar caliente, y señala a Rodrigo.
—Oh, oh. Ya empezamos —murmura Leo.
—¡Venga ya, Claudia! Déjate de tonterías —le grita Javi.
—¡DESAFÍO!
Todos giramos la cabeza hacia Rodrigo, que se ha levantado como un
resorte y está dando saltos preparándose para lo que le va a decir Claudia, y
estallamos en risas. Parece ser que él sí quiere jugar.
—Te reto a que le des un beso a la persona del grupo que más te atraiga.
Guau. Eso sí que no me lo esperaba. Nuestra amiga es cuando menos
directa, y creo que con este juego, más que divertirse, está tratando de sacar
información de los chicos que, sin duda, no podría sonsacarles si están
sobrios.
—¿Seguro? —le responde Rodrigo, con una sonrisa que no le cabe en el
rostro.
Ella asiente y él sonríe. Da dos pasos al frente, tambaleándose de lo
borracho que está, aunque es cierto que todos estamos prácticamente igual,
y se acerca a Claudia.
Cuando comienza a besarla y ella lo sigue, el resto nos quedamos con la
boca abierta y, al segundo, comenzamos a gritar y a aplaudir.
—¡Te toca, Álex!
Rodrigo me señala, eligiéndome como la próxima jugadora, y sé
perfectamente cuál va a ser mi respuesta. Al ver de qué manera juegan, no
puedo participar teniendo novio.
—Verdad —respondo, haciendo que los mellizos me abucheen.
—¿Quién te parece la persona más sexi del grupo?
Me lo pienso unos segundos: los mellizos están muy cachas, pero no son
mi tipo. Claudia es increíblemente seductora pero, sin duda, si hay alguien
que podría llegar a atraerme físicamente, ese es el surfero. Y, con toda la
valentía que el alcohol me proporciona, respondo.
—Leo.
Los chicos vuelven a gritar y a aplaudir como orangutanes, y Claudia me
mira poniendo los ojos en blanco. «Hombres», pienso.
—Pues, amigo —Claudia se dirige a Leo y pregunta—: ¿Verdad o
desafío?
—Verdad.
—¡Chacho, sois unos putos aburridos! —Es Rodrigo el que lo grita. Se
ve que es el único valiente esta noche.
—Vale, vale. Elijo reto, pero algo light, por favor. Estoy muy borracho
como para morreos o desnudos.
—Muy bien. —No entiendo cómo Claudia es capaz de poner tal cara de
maldad. Se toma muy en serio el juego y todos tenemos curiosidad por
saber qué se le pasa por la cabeza—. ¿Te gusta alguien del grupo?
—¿Y dónde está el reto? —pregunta Javi.
—Si no quieres responder, te tienes que beber un botellín de golpe.
Todos aguantamos la respiración, nerviosos, sin saber si responderá a la
pregunta o elegirá la segunda opción.
Leo se pone nervioso, se peina la coleta, se lleva las manos a la cabeza y
las baja, repitiendo esos movimientos hasta en tres ocasiones y, cuando abre
la boca y parece que está a punto de responder a la pregunta, cierra los ojos,
coge el botellín y comienza a bebérselo.
Claudia abre la boca, sorprendida por lo que acaba de hacer nuestro
amigo, y los chicos comienzan a gritar «¡Eh, eh, eh, eh!», animándolo a
beber como si fuese una competición.
Una vez se ha terminado hasta la última gota, propone que deberíamos
dejar de jugar. Después de verle hacer eso, todos estamos de acuerdo y
Claudia, dándose por satisfecha, procede a sentarse con nosotros.
Me pregunto por qué Leo se ha comportado así. ¿Será, entonces, que le
gusta alguien del grupo? Temo saber la respuesta, por lo que evito darle más
vueltas. Hemos bebido todos demasiado.
Estamos allí mucho tiempo, horas, y utilizo ese momento para
reflexionar sobre todo lo que ha pasado desde que estoy aquí.
Sentada, con arena por todo el cuerpo, descubro todo lo que la isla y mis
amigos tienen para ofrecerme. Y que esto solo acaba de empezar.
Estoy viviendo uno de los mejores momentos de mi vida, pero siento que
me falta algo. Estoy incompleta.
La discusión con Adri vuelve a mi cabeza y no puedo dejar de culparme
por haberle dejado sin respuesta tantas horas. Conociéndolo, debe de estar
muy preocupado, y sé que no me escribe por no agobiarme más aún. Decido
mandarle un mensaje disculpándome, él no tiene por qué cargar con mis
frustraciones y mucho menos con mis problemas con mi padre. Además, me
siento culpable por estar pasándomelo tan bien y eso hace que le envíe una
foto del amanecer que estoy viendo, antes de escribirle.
Álex:
Uno de los mejores momentos que he vivido
y, sin embargo, me faltas tú.
¿Cómo lo haces para estar presente siempre?
Hasta cuando no quiero.
Ahora lo estás más que nunca.
Lo siento, Adri. Perdona lo de antes.
Te quiero y te echo de menos.
Recuerdo la primera vez que me miraron así. Como si no existiera nada más
importante en el mundo que yo. Nadie más hermosa ni más especial. Esa
sensación de que eres un tesoro para la otra persona, indestructible, bonita y
brillante. Un diamante. Con Adri brillaba. Y, cuando me miró así aquella
noche, supe que jamás lo haría nadie de ese modo. Que me harían sentir
guapa, pero no así. Que me podrían querer, pero no con esa intensidad. Y
que yo, por supuesto, tampoco volvería a hacerlo.
Adri generaba muchas cosas en mí. Empezábamos a querernos. A los
dos nos aterraba y nos atraía a partes iguales. Me costó acostumbrarme a
una relación sana y verdadera. Crecemos rodeados de ejemplos de parejas
que se resquebrajan, se autodestruyen y están llenas por completo de
toxicidad. Desde las series y películas hasta los libros, incluso en relaciones
cercanas de familiares y amigos. Nos atrae el peligro, los clichés, el
drama... hasta que descubrimos lo que es realmente respirar en tu relación.
Respirar hondo, además. Tranquila. Cuando experimentas eso, ya no
quieres otra cosa. Lo difícil es salir de ahí.
Aquella noche decidí que sería yo la que le prepararía una cita a Adri. Él
era el que siempre se abría a mí, con sus correos y cartas. Con sus palabras.
Sentía que le debía lo mismo, aunque no tuviese la misma capacidad que él
para expresarle todo lo que me estaba haciendo vivir.
Mi madre me avisó el día anterior de que tendría que irse a Valencia por
trabajo, por lo que pasaría un par de días fuera de casa. Fue la excusa
perfecta para preparar la que quería que fuese la cita perfecta.
En el mismo momento en el que mi madre cruzó la puerta, me puse
manos a la obra. Recogí y limpié la casa entera, especialmente mi
habitación. Reuní todos los cojines que encontré a mi paso y los fui
acumulando en el suelo, creando un auténtico arcoíris de colores y texturas
hasta que no se vio el parqué. Las luces que tenía guardadas para el árbol de
Navidad las puse alrededor de la habitación y, cuando apagué la luz
principal, brillaban creando un ambiente mágico a juego con los colores del
cuarto. Cogí el televisor del salón y a duras penas conseguí llevarlo hasta
allí y conectarlo —esa fue, sin duda, la parte más difícil—. Estuve toda la
tarde preparando pequeños tentempiés: tostadas con aguacate, queso
Philadelphia y salmón, revueltos de gominolas, palomitas saladas y dulces,
bebidas japonesas para probar los sabores más extravagantes juntos... Tengo
que reconocer que todo estaba pensado para que saliese perfecto. Y cuando
digo todo, es todo. Yo también me preparé, por supuesto. Me depilé de
arriba abajo, ya que así siempre me he sentido mucho más cómoda conmigo
misma, y me puse mi crema hidratante favorita, con olor a vainilla
especiada. Me encanta sentirme suave y oler dulce. Y comer dulce, cómo
no.
Quería que fuese una noche especial pues, aunque nos habíamos visto
mucho las últimas semanas, no habíamos pasado una noche juntos. Sería la
primera vez que dormiríamos abrazados. Eso sí, él tenía que aceptar
quedarse, claro. Todavía no se lo había preguntado, ya que era una sorpresa.
Esa misma tarde le dije que se acercara al terminar de trabajar a mi casa
con la excusa de que tenía que devolverle una sudadera que me había
dejado hace tiempo. Él no paró de decirme que no hacía falta y que me la
regalaba, que a mí me quedaba mejor..., y tuve que insistirle un poquito más
diciéndole lo mucho que me apetecía verlo. Aceptó al momento. Misión
cumplida.
Cuando lo vi aparecer, me asaltaron todos los nervios de golpe. Deseaba
que le gustara todo lo que había preparado y que se quedara a dormir. Él me
abrazó por la cintura, como siempre, alzándome un poco al aire y
besándome.
—¡Aquí viene el librero a por su sudadera! —dijo poniéndose totalmente
recto, como si de un soldado se tratara.
—Entra, la tengo en mi cuarto.
Cuando entró y vio todo lo que tenía montado, se quedó de piedra.
Prácticamente blanco. Las lucecitas de colores destellaban por toda la
habitación en dirección a la gran pantalla que había colocado frente a la
cama, donde se veía el logo rojo de Netflix.
—¿Es mi fiesta sorpresa de cumpleaños? Todavía quedan un par de
meses, Álex.
Le reí la gracia y él sonrió tímidamente. Los colores volvían a su cara y
no me pude alegrar más al verlos. Eran su signo. Al igual que su hoyuelo.
—¿Te apetece pasar la noche aquí? —le pregunté nerviosa, mientras
seguía cogida de su mano—. He preparado un picoteo y un par de pelis que
podríamos ver juntos.
—¿Tu madre está de acuerdo? —dudó alborotándose los rizos.
—Mi madre no tiene por qué saberlo. —Le guiñé un ojo y reímos—.
Pasa la noche fuera por trabajo, así que pensé que podrías quedarte
conmigo...
—Sí, sí y sí. —Me cogió los mofletes con ambas manos y comenzó a
darme besos rápidos por toda la cara haciéndome estallar en carcajadas.
Cuando nos separamos, vi cómo sacaba el móvil para avisar a su abuelo.
Adri:
Abuelo, hoy duermo fuera.
Nos vemos mañana en la librería.
Paco:
Saluda a Álex de mi parte.
Ambos nos miramos mutuamente y parecía que se nos salían los ojos de
las órbitas. Paco siempre nos sorprendía con sus respuestas y reacciones.
No tardamos en quitarnos la ropa.
Claro que veríamos una peli, y varias, de hecho. Pero se convirtieron en
nuestro plan B. El primero de todos fue disfrutarnos.
Conforme su abuelo le respondió, tiró el teléfono en el escritorio y se
acercó bruscamente a mí hasta atraparme entre la pared y su cuerpo. Con
sus manos apoyadas a cada lado de mi cabeza, solo separaban un par de
centímetros nuestras bocas. El resto del cuerpo estaba totalmente pegado.
No nos hizo falta hablar mucho.
De hecho, no hablamos nada.
Me abalancé hacia sus labios y, a partir de ese momento, nada ni nadie
pudo separarnos. El beso se hizo más profundo cuando noté su lengua
darme la bienvenida y en la habitación comenzó a hacer un calor sofocante.
Con mis manos palpando su espalda, conseguí a duras penas quitarle la
camiseta de manga corta que llevaba puesta, dejando al descubierto su
cuerpo delgado pero fibroso. Acaricié su pecho hasta que mis manos
llegaron a su cuello, y él empezó a desvestirme. Agarró el borde de mi
vestido corto y suavemente, muy poco a poco —demasiado lento—, me lo
subió hasta que me lo quitó por completo.
Ya éramos unos expertos en nuestros cuerpos. Conocíamos todos los
rincones y el truco perfecto para hacernos disfrutar el uno al otro.
Por eso, en cuanto Adri introdujo su mano dentro de mi tanga, perdí el
control.
Sus dedos giraban en círculos haciéndome llegar hasta el mismísimo
cielo y no podía hacer otra cosa que seguir besándolo mientras se me
escapaban leves gemidos de placer. Cuando intenté hacerle lo mismo, me
apartó la mano y me la llevó de nuevo contra la pared.
Una vez más, no hacían falta las palabras. Quería hacerme disfrutar a mí
primero.
Y vaya si lo estaba consiguiendo. Se había convertido en todo un
experto.
Fueron un par de minutos los que tardó en llevarme hasta donde él
quería y, cuando el orgasmo llegó, mis piernas temblaron y casi tuvo que
sostenerme en sus brazos.
No nos hizo falta llegar a la cama. Teníamos todo el suelo lleno de
cojines para caer en ellos y continuar nuestro encuentro. Con ese juego que
tanto nos gustaba.
Seguí besándolo. En la boca, en el rostro, en el cuello, en su pecho, y
seguí bajando. Seguí y seguí y seguí. Fueron sus manos en mi rostro las que
me hicieron parar, avisándome de que le faltaba poco. Subí de nuevo y, con
un movimiento rápido, me dejó bocarriba. Se levantó un segundo para
coger un condón de su cartera, se lo colocó y volvió a tumbarse sobre mí
mirándome a los ojos.
Cuando ya estaba totalmente dentro, se quedó parado, observando
atentamente, intentando acompasar nuestras respiraciones, hasta que
sonreímos a la vez y comenzó a moverse de nuevo. Primero, suave. Al poco
tiempo, rítmicamente. Y, para finalizar, con mucha fuerza. Acompañó su
mano abajo, ahí donde estábamos unidos, para hacerme llegar al orgasmo
una segunda vez. Sabía que a él le quedaba muy poco. Y justo con ese
gesto, ambos nos corrimos al mismo tiempo. Noté sus espasmos
acompañando a nuestros gemidos y puedo jurar que casi toqué las estrellas
con la punta de los dedos.
De pronto, silencio.
Y un abrazo.
¿Para qué quería Netflix pudiendo pasar toda la noche así?
40
Alejandra
Ana:
¡Buenísima!
Creo que le hace falta, la noto rara
cada vez que hablamos por teléfono.
Además, justo es la exposición de Pablo,
me ha invitado.
¿Puedo llamarte en cinco minutos?
Adri:
Claro, ¿pasa algo?
Ana:
Pasa mucho.
Han pasado un par de horas desde que Adri se durmió. Yo no he sido capaz
de conciliar el sueño. El cúmulo de emociones que hay dentro de mí están
haciendo mella y me cuesta incluso respirar.
Han pasado tantísimas cosas en las últimas horas que todavía no soy
capaz de asimilarlas: la exposición, el cuadro, mi madre, Adri...
Desde el rencor hasta la pasión, creo que he pasado por todos los estados
de ánimo que existen. Cuando he visto mi rostro dibujado en ese lienzo, me
he sentido totalmente sola. Incomprendida. Me encantaría decir que esta
noche con Adri me he sentido bien.
Pero la verdad es que no ha sido del todo así.
Me moría de ganas de estar con él, de besarlo y sentirlo. Nunca nos
habíamos encontrado con tantísima pasión, ni lo habíamos hecho así. Ha
sido totalmente distinto. Estoy segura de que Adri se ha sentido
exactamente igual que yo: perdido y, a la vez, ardiendo. El deseo ha podido
con nosotros. Hemos sido dos meteoritos que se encuentran por el camino y
colisionan entre ellos. Si pienso en las veces que Adri ha tenido que
callarme para que nadie nos oyese, se me suben los colores de nuevo a la
cara. Él ha estado tan... diferente. Seguro. Nervioso. Como queriendo
demostrarme algo. Que sigue ahí, supongo. Que da igual lo que pase, el
tiempo que tengamos que estar separados. Que me sigue esperando. Que me
sigue deseando...
No sé si he sido capaz de demostrarle lo mismo, pero mi intención
también estaba ahí. En cada segundo que hemos pasado juntos.
Decido levantarme y salir al porche a tomar un poco el aire, a ver si así
consigo alejar los pensamientos tan divergentes que flotan en mi cabeza.
Justo cuando salgo y me apoyo en la barandilla, me fijo en que hay una
figura sentada justo al lado, en una de las sillas de mimbre.
—¿Ya habéis acabado?
—Joder, mamá. Qué susto. —Me llevo una mano al pecho intentando
calmar los latidos. Casi se me sale el corazón por la boca al escuchar a mi
madre. Está sentada y fumándose un cigarro mientras observa la playa, casi
imperceptible, únicamente iluminada por la luz de la luna—. ¿Qué haces
despierta a estas horas?
—¿Y tú? —me recrimina con una sonrisa en la cara.
—Lo de siempre.
Asiente con la cabeza sin decir nada y, con un ligero movimiento de
dedos, retira la ceniza sobrante de su cigarro sobre el cenicero y vuelve a
llevárselo a la boca.
—Lo de siempre, eh... —suelta lentamente el humo por la boca mientras
levanta la mirada hacia mí—. ¿Sigues igual?
—Igual, igual... no. —¿Cómo estoy realmente? Sé que esta conversación
no va a acabar en buen puerto. Cada vez que hablo con mi madre de temas
que no me gustan, tiendo a huir. Esta vez no puedo colgarle el teléfono. No
puedo encerrarme en mi habitación. Tengo que hacer frente a mis
problemas, cuando ni yo misma sé cuáles son en realidad.
—Pues ¿sabes qué? —Apaga el cigarro y se levanta para quedar apoyada
justo a mi lado—. Creo que sigues exactamente igual que cuando te fuiste y
que esto no te está sirviendo de nada porque no eres capaz de abrirte.
—Estoy haciendo un esfuerzo...
—¿Qué esfuerzo, Álex? —Su tono ha cambiado, volviéndose más duro y
con un poco de hastío—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Tres meses? Y
dime, ¿cuántas veces has intentado hablar con tu padre? —Por mi parte,
silencio. Soy incapaz de hablar ahora mismo—. ¿Cuántas veces te has
interesado, aunque sea mínimamente, por él? Te está dando comida, hogar
y, además, a su familia. ¿Es que no te das cuenta? —Las lágrimas empiezan
a emborronar mi visión mientras mi madre continúa con su retahíla de
palabras directas—. ¿Por qué no vuelves a Madrid? La respuesta la sé:
porque aquí haces exactamente lo mismo que allí, pero sin tener que pensar
en las responsabilidades.
—Claro que pienso en...
—Déjame terminar —Noto que ella también siente tener que decirme
todo esto—. Aquí no tienes que pensar en buscar trabajo porque tu padre te
da dinero. Y, sobre todo, prefieres estar aquí porque sabes que en Madrid
tampoco podrías estar mucho más tiempo. Que quieres volar. Y que, con
Adri, no puedes.
—Si no puedo volar con Adri, ¿qué hago aquí?
—Fácil. Aceptaste venir a sabiendas de que sería solo una temporada. Te
has tomado esto como unas vacaciones y, siento tener que decírtelo, pero
esto no es así.
Creo que mi madre está llegando a un límite al que no le he visto llegar
nunca y temo hacia qué dirección nos puede llevar esto. ¿En qué momento
he decidido salir de la habitación? ¿No puedo volver una horas atrás, donde
todo estaba siendo maravilloso?
—Después de la cena, en la que no le has dirigido ni una palabra de
gratitud o felicitación a tu padre y apenas lo has mirado, ni a Adri, tu novio,
que ha venido para verte dos míseros días; después de todo ello, he estado
hablando con Pablo y May y hemos llegado a una conclusión.
Me está dando un ultimátum. Está a punto de decirlo. A punto de decir
sus condiciones. Pero lo peor de todo es que está a punto de soltar lo que en
realidad todos piensan y callan. Lo que nadie es capaz de decirme.
—Creemos que, si de aquí a fin de año no has sido capaz de cambiar tu
vida, de buscar soluciones, de comenzar a tomar decisiones de adulta, que
es lo que eres —esta vez su tono es diferente, sosegado, triste—, quizás
deberías volver a Madrid. Aquí no van a seguir consintiéndote y pagándote
todo como si esto fuese un hotel. Lo siento, Álex. Me duele y lo sabes.
Pensamos que te serviría. Que en un par de semanas estarías animada,
inspirada y con ganas de comerte el mundo..., pero no lo estamos viendo.
No lo están viendo. No lo está viendo tu padre.
Ahora sería el momento en el que tendría que rebatir lo que me ha dicho.
Que se equivoca.
Que mi padre también puede hacer el esfuerzo de hablar conmigo, aparte
de darme alojamiento y comida.
Que mi padre me ha hecho daño con ese lienzo tal y como está la
situación entre nosotros.
Que mi padre, en realidad, sigue sin comportarse como un padre.
Que, por supuesto, agradezco que Adri haya venido a verme dos días, lo
que sea.
Que entiendo el esfuerzo que le supone.
Que no le he hablado en la cena porque últimamente no sé ni cómo
actuar ante la gente que quiero.
Que lo quiero, pero no sé si la vida con él en Madrid es la vida que
necesito.
Sin embargo, no le digo nada. Incapaz de sostenerle la mirada, dirijo mis
ojos hacia la luna, esperando que ella me dé las respuestas que busco. Mi
madre, cansada, me acaricia el brazo, me da un beso en la frente y se mete
en la casa, camino de su habitación.
Y yo me quedo pensando en cómo salir de ahí. En cómo huir de ese
laberinto de miedos, inseguridades y reproches. En cómo he llegado a
perderme de esta forma.
¿Cómo voy a encontrarme si me he perdido en mi propio corazón?
47
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: Citas que me recuerdan a ti
¿Jugamos?
Adrián
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Citas que me recuerdan a ti
«Durante esta última semana, no he podido pensar en otra cosa que no seas tú. Y no lo
entiendo. [...] Solo puedo pensar en lo bien que me siento cuando estoy a tu lado».
Romper el círculo, Colleen Hoover
Álex
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Citas que me recuerdan a ti
De: [email protected]
A: adrilibrerohogareñ[email protected]
Re: Re: Re: Citas que me recuerdan a ti
«Siempre me he preguntado cómo surgen los vínculos e imagino que debe de ser algo así:
dos personas soldando piezas para formar una articulación flexible pero resistente».
El mapa de los anhelos, Alice Kellen
Álex
P. D.: Tus citas clásicas son maravillosas, siento que las mías sean de libros juveniles. Es
lo único que leo.
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Re: Re: Re: Re: Citas que me recuerdan a ti
¿Qué hay de malo en la literatura juvenil? También está plagada de belleza y aprendizajes.
Yo también la leo, mira:
«[...] Vienes, te veo y todo se tambalea. Pierdo la perspectiva. Siento que los pies se me
levantan del suelo y me cuesta recuperarme. Eres un tornado que pasa por encima y del
que toca reconstruirse».
Te espero en el fin del mundo, Andrea Longarela
Adrián
48
Adrián
Adrián:
¿Cómo vas, abuelo?
Paco:
Qué pesado, hijo.
Adrián:
¡No te he escrito prácticamente
desde que aterricé!
Paco:
¿Qué tal Álex?
Adrián:
Bien, poco a poco.
Ayer hicimos una excursión muy chula.
¡Mira qué vistas!
Paco:
Tampoco hace falta. Estoy muy bien.
Adrián:
¿Igual de bien que con tu cita?
Paco:
Si yo te contara...
Adrián:
Uyuyuy... Qué ganas de saber más.
Creo que esta noche todos nos hemos pasado un poco bebiendo. Hemos
salido por el pueblo, para así no tener que conducir ninguno ni quedarnos
hasta la mañana en una playa, lo que ha hecho que dejemos de pensar en la
responsabilidad de volver a casa. Aquella noche en la ciudad fue única. La
primera vez que empecé a olvidarme de todo y a disfrutar realmente de la
isla. A apreciar que la magia de los sitios realmente reside en las personas
que te acompañan en el viaje. Si aquella noche lo pasamos tan bien fue
gracias a mis amigos. Por eso espero que hoy se repita.
Acabamos de entrar en la única y pequeña discoteca que hay en la zona y
el ambiente que se respira está cargado. Huele a alcohol, sudor y perfume.
Una mezcla un tanto desagradable, pero a la que te acabas acostumbrando
al cabo del rato. La gente está animada, bailando sin parar, y la barra está
repleta de gente pidiendo copas. El local es pequeño, oscuro, únicamente
iluminado por las luces estroboscópicas.
Adrián está muy raro, tiene la mirada perdida. Él no suele beber
habitualmente, pero parece que esta noche se está saltando las normas.
Realmente no sé si está obligándose a disfrutar, a conocer a mis amigos,
o si es porque se siente incómodo. Ellos no paran de acercarse a él, para
integrarlo e interesarse por su vida. Jamás lo había visto responder de forma
tan escueta y sistemática, y menos con lo hablador que es.
Sin embargo, creo que las bebidas que he tomado me están haciendo
efecto, pues con el paso del tiempo esta preocupación se me va de la cabeza
y lo único que me interesa es pasarlo bien.
Quiero que sea una de esas noches memorables.
El DJ pone una de mis canciones favoritas del momento, Quédate, de
Quevedo, que se está convirtiendo en un himno, y más aún para los isleños,
ya que el cantante es de Gran Canaria. Suenan las primeras notas y todos
comenzamos a gritar. Por el rabillo del ojo, veo a Adri apoyado en la barra.
Ni se ha inmutado, seguramente no conoce la canción, ya que no suele salir
ni frecuenta este tipo de locales. No es el tipo de música que suele escuchar,
él es más indie. Adora la música, cómo no, donde las letras tienen mensajes
importantes ocultos, sea del género que sea. Continúa bebiendo como si
nada, echándole un ojo al teléfono de vez en cuando.
Claudia me agarra del brazo y me invita a bailar juntas la canción. Se
unen Javi y Leo, y los cuatro comenzamos a crear coreografías diferentes
canción tras canción.
Bailo con Claudia. Bailo con Javi. Bailo con Leo. Adri mira. Mira. Mira.
Lo miro y aparta la mirada. Pero yo sigo bailando.
—Estás muy guapa esta noche, peninsular —me dice Leo al oído para
que pueda escucharlo.
—¡Gracias, Leo! Al menos hay alguien que me lo dice. —Me acerco a él
para hacerme oír sobre la música atronadora de los altavoces que tenemos
cerca.
—Uy, ¿problemas?
—De momento, no. Pero creo que los va a haber —me sincero.
—¿Quieres que hable con él? Quizás le haya molestado algo...
—Déjalo. No has hecho nada malo, al contrario. Llevas todo el tiempo
intentando unirlo al grupo y él está siendo un borde. Siento mucho que
reaccione así.
—No lo sientas. —Sonríe y se acerca más—. Mañana habláis y lo
solucionáis. Seguro que es una tontería. Oye, me gustaría contarte...
Observo a Adri, que no ha cambiado el gesto de hastío, y dejo de
escuchar a mi alrededor. Nos mira desde el otro lado y, pese a mis señas
para que se acerque, me ignora. Lo veo mirar al reloj, como si estuviera
aburrido, y es entonces cuando decido que no voy a esperar a mañana.
Estoy cansada de la situación así que, con la valentía que me da la
borrachera, me acerco a él, en parte también preocupada. Tengo la
seguridad de que no he hecho nada malo. No quiero seguir sintiéndome
culpable por todo lo que sucede a mi alrededor. Por el mal ambiente que
hay en mi casa, por no encontrar la solución a qué quiero hacer con mi vida
o por esto. No siempre soy yo la que se equivoca.
—Dame un minuto, surfero —le digo a Leo, mirando hacia Adri—.
¿Para qué dejar para mañana lo que puedo hacer hoy?
—No creo que sea buena idea... —Dejo de escucharlo conforme doy un
paso más, y otro, y otro más hacia la barra. Posiblemente no sea buena idea,
pero como no arregle esto la noche se va a convertir en un absoluto
desastre.
—Ey, ¿bailamos? —le pregunto mientras le pido otra copa con un gesto
al camarero, que en seguida asiente y comienza a prepararme otro gin-tonic.
—No me apetece.
Su gesto es serio, como nunca lo he visto. No es capaz de mirarme a la
cara. Se dedica a darle vueltas a los hielos que hay en su copa a medio
acabar.
—¿Sabes qué? Haz lo que quieras —responde mi boca sin darme cuenta,
y entonces ya no puedo parar—. No entiendo qué te pasa, pero no creo que
sea el momento para estar así.
—Ah, ¿no lo es? —masculla con ironía y mi inexplicable enfado brota
cada vez más.
—¿No se suponía que venías para disfrutar de estos días conmigo? Te
has pasado toda la noche callado, sin hacer el esfuerzo de acercarte a mí o a
mis amigos, los cuales, por cierto, se están portando de diez contigo. —
Cojo la copa de la barra y le doy un buen sorbo antes de seguir—. En
cambio, tú te estás portando como un gilipollas con todos. Leo se ha
acercado a ti varias veces y...
—Leo. Leo, Leo y Leo.
—¿Qué?
Se queda callado. Mira al techo sin cambiar de expresión y luego dirige
de nuevo la mirada a mis ojos. Me transmite mucho frío, y si hace unos
segundos estaba enfadada, ahora siento desconcierto. No entiendo nada.
Me quedo en silencio, esperando que dé el paso para decirme algo. Pero
creo que ambos nos hemos dado cuenta de que no es el momento de hablar.
Vamos bebidos y seguramente acabemos haciéndonos más mal que bien,
por lo que es él quien toma la iniciativa. Deja un billete sobre la barra, se
lleva las manos a los bolsillos y sale del local.
No lo sigo.
52
Adrián
De: adrilibrerohogareñ[email protected]
A: [email protected]
Asunto: El mejor día de mi vida
Querida Álex:
Creo que hoy, contigo, he pasado el mejor día de mi vida. Cuando mi abuelo me dijo que
tenía la librería para mí solo esta mañana, ya que él tenía que ir a arreglar unos papeles de
la nueva mercancía, no pensé que querría que se repitiera esto todos los días.
Tú y yo. La librería para nosotros solos. Nosotros. ¿Puede haber algo mejor?
Verte ayudarme a trabajar, recomendar libros a los clientes, atenderlos con tus gestos
amables... Creo que si hoy hemos vendido algo ha sido gracias a ti. Yo estaba totalmente
embelesado mirándote.
Por un momento, me he imagino un futuro, ¿sabes?, trabajando aquí los dos. Ha sido
desconcertante y, a la vez, increíble. Compartir mi pasión contigo es una de las mejores
cosas que me podría haber pasado. No eres consciente de lo afortunado que me siento.
Lo mejor de todo ha sido cuando hemos cerrado el local y nos hemos quedado dentro.
Solos. Una vieja manta en el suelo de madera, tu mochila con la cena preparada en
pequeños túpers y, por supuesto, los libros. Mi cita de ensueño.
Adrián
54
Alejandra
Querida Álex:
Siento todo lo que ha ocurrido, de verdad. Lamento que mi viaje haya tenido que terminar
así. No era precisamente lo que buscaba.
Te buscaba a ti.
A nosotros, en realidad.
Pensaba que todo sería distinto.
Estos meses han sido muy raros. Mi vida ha seguido como siempre, pero tu ausencia se
hacía notar. En cada rincón de Madrid. En cada rincón de la librería. En cada rincón dentro
de mí.
Sin embargo, me he dado cuenta de una cosa y es que, efectivamente, a pesar de tu
ausencia, mi vida continuaba. He tenido que acostumbrarme a que no estés, pero he
continuado. Me he dado cuenta de eso después de ver que tú has podido continuar, conocer
gente y olvidarte un poco de todo. Quizás esa sea la clave: dejarte ir para que yo pueda seguir
sin sentir este peso sobre los hombros y que, poco a poco, duela menos (aunque creo que
nunca va a dejar de doler del todo).
Necesito darme un respiro, un tiempo alejados. Tú también. Ha llegado ese momento en
el que, tristemente, debemos darnos espacio y pensar en nosotros mismos. Por nuestro bien.
Al menos, eso has estado haciendo tú este tiempo. Yo también quiero un poco de eso.
Permíteme ser egoísta esta vez.
No te culpo, los dos nos hemos equivocado. Yo pensaba que al vernos esta sensación que
me apretaba el pecho se iría. Que todo cambiaría para bien. Que te gustaría la sorpresa. Al
contrario, te he visto incómoda, abstraída, cambiada... Pensaba que lo eras, pero no te veo
feliz. Me ha costado reconocerte.
¿En qué momento se han torcido tanto las cosas? ¿Cómo hemos llegado a este punto?
Al principio pensé que todo esto era por ti. En realidad, nos viene bien a los dos. No creo
que sea una decisión mala del todo.
Yo no puedo estar siempre esperándote, y menos de esta manera. No quiero quedarme de
segundo plano en tu vida. Así es como me he sentido. Como si sobrara.
Rubia, aprovecha esta oportunidad que te están dando porque no lo haría cualquiera.
Disfruta cada momento allí, aprovecha el mar, únete a tu familia, a tus amigos... y,
cuando te des cuenta de lo privilegiada que eres, si aún entonces sigues pensando en mí,
escríbeme.
Recuerda las razones por las que te quiero.
Con cariño,
ADRI
56
Alejandra
Mientras observaba la foto que nos acabábamos de sacar Adri y yo, noté
una sensación agradable en el pecho. Quedaban pocos minutos para las
campanadas y todavía le seguía dando vueltas a qué deseo iba a pedir ese
año: no sabía si acabar la carrera con buenas notas, hacer un viaje increíble
con Adri, o conseguir el vestido más bonito para la graduación... Desde
pequeña tengo este ritual.
Comenzar el año con un deseo o un propósito que cumplir me motiva
como nada más puede hacerlo.
Adri me miraba emocionado, con el sombrero de cartón y la serpentina
colgando de su traje azul y no me pude sentir más afortunada al vivir este
momento con él. Estaba superelegante vestido así, con sus gafas redondas y
su pelo alborotado. Yo llevaba un mono de lentejuelas negro con un escote
en la espalda casi infinito. Tenía el pelo recogido en un moño desenfadado y
los ojos, por supuesto, con mucho glitter. ¿Qué otra noche en el año podía
ser más especial que esa para darlo todo con nuestros outfits y maquillajes?
Estábamos en un local que habíamos alquilado un grupo grande de clase
y todos habíamos llevado a nuestras parejas. Me vi rodeada de mis amigos
y la gente que los quería, todos un poco achispados por las copas de más
que habíamos estado tomando hasta el momento de las uvas. Lo pasamos en
grande. A una compañera se le ocurrió contratar un catering para
despreocuparnos de la cena y hasta ese momento todo había sido increíble.
¡Menudo homenaje nos pegamos! Estábamos todos de pie, charlando y
amenizando la noche, esperando con ganas el momento clave.
—¡Que llegan los cuartos! —escuché gritar desde algún lado de la sala.
Todos, rápidamente, cogimos los boles de uvas —el mío con ellas
peladas y sin pepitas— y nos preparamos de cara a la televisión,
expectantes y nerviosos.
—¡Las campanadas! —gritó otra persona.
Una.
Se acaba uno de los mejores años de mi vida, pensé.
Dos.
No me puedo creer que haya conocido a alguien tan especial.
Tres.
Este año me voy a graduar en Periodismo.
Cuatro.
¿Ya está la gente atragantándose?
Cinco.
En cuanto terminen las campanadas tengo que llamar a mi madre.
Seis.
—Alex, ¡qué te quedas atrás!
Siete.
—Te juro que voy a escupirlas todas, Adri.
Ocho.
Este año me apunto al gimnasio.
Nueve.
¿En serio me he dejado una pepita?
Diez.
Qué ganas de que comience la fiesta.
Once.
No me da tiempo a terminar.
Doce.
—Te quiero —susurró Adri en mi oído.
58
Alejandra
–¡Vamos, Álex, abre tus regalos de una vez! —le gritaba eufórico mientras
señalaba las cajas envueltas que había junto al árbol.
Mi abuelo me miraba con cara de irritación, aunque tampoco podía
evitar sonreír al verme tan emocionado. El día de Reyes Magos se acababa
de convertir en uno de mis favoritos desde que Álex vino a visitarnos. Yo ya
tenía sus regalos comprados, pero me hizo muchísima más ilusión
despertarme y ver que, junto a los míos, mi abuelo también se había
encargado de dejarle un detalle. Ese gesto me tocó el corazón como pocas
cosas antes. Sentía que algo estaba creciendo en nuestros corazones: yo
estaba totalmente enamorado y mi abuelo le estaba cogiendo un cariño
excepcional a la rubia.
—¡Madre mía! —exclamó ella viendo todas las cajas que teníamos con
su nombre—. ¡No hacía falta! ¡Ya bastante tenía con los regalos de mi casa!
—Entonces, ¿qué es eso que traes ahí escondido? —le pregunté
señalando los regalos que ella había comprado para nosotros—. ¡Vamos a
abrirlos! ¡No puedo más con estos nervios!
Mi abuelo me dio mi regalo: se trataba de una edición de coleccionista
de La vida es sueño que me dejó con la boca abierta. Tenía el lomo de un
dorado muy brillante que a cualquier amante de los libros lo dejaría sin
respiración. Pese a ser de segunda mano, el libro estaba como nuevo, pues
las páginas apenas habían envejecido con el tiempo. La portada era todo un
espectáculo: una imagen de Segismundo desoladora y el título encima,
destacando por su relieve y también, a juego con el lomo, dorado.
Álex abrió el suyo con mucho tiento: un collar con un colgante con su
inicial.
—Paco... —miró agradecida a mi abuelo—, es precioso.
—¡Eso díselo a los Reyes! —respondió él, como siempre con sorna.
Le tocaba a ella dar los regalos. A mi abuelo le había comprado un juego
de gorro, bufanda y guantes perfectos para el invierno. La textura era muy
agradable y, pese a que no era muy friolero, estaba seguro de que le daría
mucho uso simplemente por el hecho de que se lo había regalado ella.
Mi regalo era mucho más grande, y cuando destrocé por completo el
papel de envolver, solo podía dar saltos de alegría.
—¡Una chaqueta de polipiel roja! ¡Dios mío, Álex! ¡Dios mío! —Se me
fue un poco la pinza, no lo voy a negar. La emoción del momento pudo
conmigo, no recordaba unas Navidades tan felices desde que fallecieron mis
padres—. ¡Voy a ser toda una estrella del rock!
—¿Te acuerdas de la noche que nos vimos en aquel pub? —me pregunta,
y yo pienso que cómo me iba a olvidar de aquella noche, la primera vez que
nos veíamos fuera de la librería y en la que empecé a sentir cosas por ella
—. Llevabas una cazadora igual pero negra. Pensé que te quedaba muy
bien, y es una pena que no te la pongas tanto... Así que me he animado a
regalarte esta, con un poco más de color, a ver si también dejas de ir
siempre con colores tan básicos.
—¡Mira qué bien me queda! ¡Parece hecha a medida!
Empecé a hacer gestos de rockero y Álex estalló en carcajadas. Mi
abuelo también reía con resignación y vergüenza. ¿Qué me había tomado
para estar así?
—Bueno, ¡te toca! —me dijo poniendo las manos sobre mis hombros
para relajarme un poco. Creo que me estaba pasando de entusiasmo. No
estoy acostumbrado a que me regalen cosas, así que estaba afrontando el día
como un niño pequeño, aunque siempre he pensado que esa ilusión nunca
hay que perderla del todo.
—Voy, voy... —dije, buscando los regalos debajo del árbol—. ¡Este es el
tuyo, Álex!
Recibió el regalo con alegría y su rostro cambió por completo cuando
descubrió una pulsera a juego con el collar que le había regalado mi abuelo.
Nos habíamos puesto de acuerdo para poder comprarle el conjunto
completo. Desde que lo vimos, nos encantó, puesto que, además de llevar
su inicial, alrededor de la cadena llevaba colgando cristales pequeños de
diferentes colores, lo que hacían de ambas piezas joyas como hechas para
ella, que tanto le gustan los colores.
Tengo que reconocer que, desde que vimos las joyas, me puse a ahorrar
como un loco, ya que se salían bastante de mi presupuesto. Sin embargo, al
ver su emoción contenida, cómo acariciaba los cristales y sonreía, todo el
esfuerzo mereció la pena. Me habría gastado el doble si hubiese hecho falta
con el fin de volver a ver esa expresión en su rostro.
—Y ahora... —cogí el último paquete—. Este para ti, abuelo.
Sabía que los regalos más personales eran los que realmente le gustaban
al viejo, así que no dudé ni un segundo. Se me ocurrió un día sentado con
él, mirando nuestro salón, y ya no pude quitarme la idea de la cabeza.
Supe que le había gustado desde el momento en que rasgó el papel y sus
manos comenzaron a temblar levemente. Su gesto apenas cambiaba, tenía
los labios apretados, aguantando la sonrisa y la emoción, y los ojos algo
húmedos.
—Gracias, chico.
Fue lo único que me dijo, no hizo falta más.
Colocó el marco con una foto de los tres juntos en una de las estanterías
que teníamos llena de decoración friki y nos quedamos mirándola en
silencio.
Por fin, después de tantos años, sentía que tenía una familia.
60
Alejandra
Entro por las puertas correderas y el olor tan característico del hospital se
mete de lleno en mi nariz. Las paredes blancas, tan limpias, tan brillantes,
hacen que el ambiente sea demasiado frío, junto al silencio tan desolador
que encuentro en la sala de espera.
Rápidamente, me acerco a las dos recepcionistas, que charlan
animadamente sobre lo que hicieron ayer. Una de ellas se queja de que tuvo
que estar de guardia y yo me pregunto cómo es posible que protestemos por
cosas así cuando hay gente que no tiene trabajo o, peor aún, gente a la que
le falla la salud.
Intento borrar estos pensamientos intrusivos de mi cabeza. Creo que
intento culpar a todo el mundo de algo que ocurre, irremediablemente,
todos los días.
Así son las enfermedades. Así es la vida.
—Buenas tardes —digo un poco alterada. Desde que he llegado me
cuesta un poco respirar, imagino que debido a los nervios y a la tensión de
las últimas horas—. Vengo a ver a Paco, quiero decir, Francisco. —Las
enfermeras se miran preguntándose quién de todos los que llegaron anoche
es Francisco, pues no he sido capaz de decir su apellido. Las palabras me
salen muy apresuradamente—. Ingresó ayer por la noche por un infarto y no
sé dónde...
—Álex...
La voz de Adri. Aterciopelada. Algo temblorosa también. No sé qué me
voy a encontrar, pero lo único que necesito saber es que Paco está bien y
que, por supuesto, él también.
Me giro y ahí está. De pie. A un par de metros de mí. Lleva puestos unos
chinos beis y una camisa blanca. Va algo más arreglado de lo habitual,
supongo que ellos también estaban celebrando las campanadas. Tiene el
pelo revuelto y las ojeras le llegan prácticamente hasta el suelo. Está
cansado y se le nota. A pesar de ello, está guapo. Siempre está guapo.
Sostiene en sus manos un café en un vaso de cartón que intuyo acaba de
sacar de una máquina.
En este punto, me da igual qué hay o no hay entre nosotros. No me
importa nuestra discusión. Tampoco el tiempo que llevamos sin hablarnos.
Lo único que necesito, y creo que él también, es abrazarlo y sentir que todo
está bien.
Así que eso hago.
Me abalanzo sobre él con tanta fuerza que el café casi se le cae. En el
momento en el que recuperamos el equilibrio, siento sus brazos alrededor
de mi cintura, devolviéndome el abrazo. Su rostro busca mi cuello y se
acuna ahí unos segundos, hasta que siento que la zona se me humedece.
Está llorando.
Estoy a punto de preguntarle qué ha pasado cuando susurra:
—Está bien. Paco está bien.
Y es entonces cuando logro respirar y comienzo a llorar con él.
61
Adrián
Creo que nunca llegas a acostumbrarte del todo al olor a hospital. Es muy
característico, acompañado de ese ambiente tan zigzagueante entre la
enfermedad y la esperanza. Cada vez que he cruzado la puerta giratoria para
venir a ver a mi abuelo, el choque de realidad entra por mi nariz.
Cada vez que he visto a Álex sentada en la sala de espera, el choque de
realidad llega directo a mi retina.
Tan asustada.
Tan confusa.
Tan rota.
Es curioso que sea ahora, después de tanto tiempo, en esta mierda de
situación, cuando por fin estamos sintiendo lo mismo.
Mi abuelo sigue ingresado, estable y mejorando considerablemente día
tras día, y Álex ha decidido quedarse en Madrid hasta que le den el alta.
Prácticamente no ha salido del hospital, al igual que yo. Sin embargo, estos
días están siendo tan amargos que apenas nos dirigimos la palabra más que
para turnarnos para ir al baño, para entrar a ver a mi abuelo o para ir a casa
a ducharnos.
Su madre también se ha pasado por aquí en varias ocasiones. Nos trae
provisiones y algún que otro capricho de chocolate que nos ayude a ahogar
las penas.
Nadie más. Álex, su madre y yo. En dos semanas. Me entristece ver lo
solos que estamos.
—Voy a por café —le susurro a Álex. «A por el quinto café de la mañana»,
debería decirle en realidad. Pero no lo hago. Evito las palabras. Evito
hablar. Evito sufrir más—. ¿Te traigo uno?
—Ya me he tomado uno, pero te acompaño si quieres.
—No hace falta.
Ella asiente en silencio dudando. Duda porque mueve la cabeza para
todos los lados y le cuesta mantenerme la mirada. Ya lo sé, Álex. ¿Cómo
vas a mirarme, si tengo que estar hecho un desastre? Llevo dos semanas sin
afeitarme, sin dormir y duchándome lo más rápido posible para no estar
demasiado tiempo fuera del hospital.
Llego a la máquina de café y repito el mismo procedimiento que hace un
rato. Selecciono un café solo, sin azúcar, meto las monedas por la ranura y
varios céntimos se me caen al suelo. Desde arriba puedo ver cómo caen,
rebotan y se quedan ahí. Esperando a que alguien los recoja. Veo un
paralelismo.
Alzo la mirada y en el reflejo de la máquina mis ojeras llaman mi
atención. Están pronunciadas detrás de las gafas que, en lugar de hacerlas
más discretas, las realzan. Enmarcan mis ojos y mi tristeza. Cuando voy a
recoger las monedas, una mano que reconozco al momento choca con la
mía y me quedo mirándola mientras recoge todo del suelo.
Ya casi no recuerdo cómo es la sensación de sujetar su mano. De
acariciarla.
—Gracias.
—No es nada. —Se levanta mientras introduce de nuevo las monedas y
le da al botón. El café comienza a salir a borbotones sobre el vaso de cartón
y los dos nos quedamos en silencio mirando cómo se llena. Pienso en lo
vacío que me siento yo.
—Oye, Adri... Quería decirte que siento mucho todo lo que ha pasado.
Todo. Desde lo de tu abuelo hasta mi comportamiento en la isla. Sé que no
lo he hecho bien, pero te prometo que voy a mejor. Por fin he hablado con
mi padre y... estamos estrechando lazos.
—Me alegro mucho.
Claro que me alegro. Me hace enormemente feliz que haya solucionado
el problema con su padre. Siempre he pensado que era el nexo común de
todo lo que la atormentaba y que por fin haya podido dar ese paso es todo
un avance. Por eso me siento un hipócrita respondiéndole de manera tan
seca y desinteresada. No me apetece hablar y quiero escapar porque eso es
lo que ella busca precisamente ahora, hablar.
—He conseguido trabajo —dice atropelladamente al ver que no continúo
con la conversación—. Bueno, en realidad, lo he creado. Leo me sugirió me
abriese cuentas en Instagram y Tiktok para hacer vídeos cortos contando
curiosidades sobre las biografías que leo y me está yendo muy bien. Estoy
empezando a ganar dinero y creo que puede ir a más con el tiempo.
Me lo cuenta ilusionada y ojalá ahora mismo estuviéramos en otro sitio.
En un restaurante rodeados de velas. En una montaña haciendo pícnic a la
luz de la luna. En su cama. En la mía. Ojalá estuviéramos en cualquier otro
sitio que no fuera en el hospital esperando a que mi abuelo se recupere de
un infarto que podría haber acabado con él.
Álex está nerviosa. Mira para todos lados, se restriega las manos,
sudadas, por el pantalón y se balancea sobre sus talones. Hacia delante.
Hacia atrás. Hacia delante. Hacia atrás.
—Te echo de menos —dice. Y esta vez sí levanto la mirada y la dirijo a
sus ojos, que conectan con los míos y ya no podemos hacer otra cosa que
quedarnos ahí. Cuatro palabras que necesitaba oír. O, mejor dicho, que he
necesitado oír todo este tiempo. Ahora llegan. Aquí y ahora. Pero llegan—.
Sé que han sido unas semanas duras. Unos meses duros, en realidad. Pero lo
vas a superar. Ambos lo vamos a superar. Lo de tu abuelo y lo nuestro. Lo
sé.
Acerca su mano a la mía pero no la toca. Espera a que yo dé el paso.
Ansío dar el paso. Poco a poco, lentamente, levanto mi mano hacia la suya.
Cinco centímetros nos separan.
Cuatro.
Tres.
Dos.
—¿Adrián Fernández?
—Sí, soy yo.
Aparto rápidamente la mano y me dirijo hacia la enfermera que me está
llamando desde la habitación de mi abuelo.
—El doctor Almagro acaba de hacerle la revisión a su abuelo y quiere
comentarle varias cosas.
—Voy en seguida.
Y, finalmente, nuestras manos no se tocan.
62
Adri:
¡Feliz San Valentín!
Álex:
Guau. ¿Eres de esos?
Adri:
¿De esos?
Álex:
De esos que celebran San Valentín.
Adri:
Bueno, teóricamente es el primero que tengo novia, así que
sí. Puedo meterme dentro de ese grupo de personas
despiadadas que
celebran todas las fiestas inventadas por el ser humano con
el fin de convertirnos en unos consumistas despreciables.
Álex:
¿Qué será lo siguiente?
¿El 4 de julio?
Adri:
Álex... ¡tienes que abrir los ojos!
La vida es una fiesta y tenemos que
aprovecharla al máximo. Aunque sea con estas pequeñas
excusas de una sociedad consumista. Qué aburrido sería todo
sin las temporadas del amor, del miedo, de la Navidad... ¿No
crees?
Álex:
Touché.
Entonces, feliz San Valentín a ti también, Adri.
Adri:
Que el sol y la luna nos pillen
siempre amándonos.
63
Alejandra
La despedida fue triste. Le dije adiós a Paco sin saber cuándo lo volvería a
ver y con el miedo de que se repita el infarto y no estar cerca de él. Adri me
dio un abrazo rápido acompañado de un «gracias» que decía mucho y a la
vez muy poco.
Gracias. ¿Por qué? ¿Por haberle roto? ¿Por haberle acompañado estas
semanas? ¿Por irme de nuevo?
Leo fue quien me recogió en el aeropuerto con la furgo de May. Llegó
con una sonrisa teñida de preocupación y yo, en cuanto lo vi llegar, me puse
a llorar. Solté todo lo que tenía acumulado. Estar con Adri y no ser capaz de
mirarnos a la cara ha sido una de las cosas más dolorosas que he tenido que
vivir, junto a la incertidumbre de saber si Paco se recuperaría con éxito. Han
sido días de estrés que, sin duda, a mí también me han afectado y comido
por dentro.
Es imposible estar bien sabiendo que la persona que más quiero está
pasando uno de los peores momentos de su vida.
Ya ha perdido a sus padres. Solo le queda su abuelo. No me puedo ni
imaginar qué ha estado sintiendo durante todo este tiempo.
En cuanto llegué a casa, todos vinieron a buscarme a la entrada. Los
mellizos, May y mi padre esperaban también nerviosos, pues los mensajes
que les enviaba hablaban únicamente de la salud de Paco. No era capaz de
contarle a nadie lo que había en mi interior.
¿Cómo iba a ser egoísta, cuando había alguien que estaba en una
situación mucho peor que la mía?
Sentir el abrazo de mi padre en cuanto me vio fue sanador. En mi pecho
comencé a sentir calor, de ese gustoso, de chimenea. De hogar. Por fin.
—Deberíamos ponernos las pilas —me dice Leo, que está tumbado en la
cama junto a mi MacBook chequeando mis redes sociales—. Te están
escribiendo para hacer muchas campañas antes de que llegue el verano y
todavía no has aceptado ninguna.
Estoy tumbada en la alfombra mirando el techo blanco de mi habitación,
totalmente estirada, con los brazos en cruz. Llevamos un rato contestando
mensajes de seguidores y pensando nuevo contenido para mis cuentas, ya
que día tras día crecen en miles de seguidores y ahora más que nunca
necesito la ayuda de Leo para poder responder todos los comentarios.
—Sí, tendríamos que empezar a mirarlo.
—Pues no te veo con muchas ganas.
«Es que no tengo muchas ganas», quiero decirle. Llevo una semana aquí
y lo único que hago es mirar el móvil continuamente para ver si Adri
responde alguno de mis mensajes. A veces sueño con la vibración del
teléfono y me levanto apresuradamente a mirarlo. Nada.
Pienso en cómo es él. Lo observador, hablador y carismático que es. Y
en lo que se está convirtiendo. O, al menos, en lo que se está convirtiendo
conmigo. Sé que lo he hecho mal pero, justo ahora que me estoy
encontrando, que estoy haciendo un esfuerzo por reconciliarme con el
mundo y conmigo misma, justo ahora, él desaparece.
Justo cuando más falta me hace.
¿Tan mal lo hice?
¿Tan mal lo hicimos?
—Oye... —Leo se levanta y se queda sentado en la cama con las piernas
colgando. Coge un cojín y se lo pone sobre las piernas mientras me mira
fijamente—. Quería hablar contigo porque...
—Leo, por favor, no me des la charla —lo interrumpo.
—No es eso... Es que yo necesito decirte...
—Lo de siempre. Que no estoy bien. Que tengo que aprovechar el tirón
de la cuenta y que puedo ganar mucho dinero con esto. Blablablá. Lo sé,
Leo. Por supuesto que lo sé. Pero me cuesta, ¿vale? Por más que me guste,
me cuesta concentrarme cuando mi cabeza no está aquí. Estoy cansada de
lecciones de moralidad. Siempre soy yo la mala, la que se equivoca, la que
lo hace todo mal... Y, joder, creo que por una vez en mi vida lo estoy
haciendo bien. Así que ya basta. Sí, aceptaré las campañas y las grabaré
esta semana. Te lo mandaré todo por correo para que le eches un vistazo.
—¿Sabes qué, Álex? —Levanta la mirada hacia mí y veo un tinte de
dolor brillando en sus ojos. Al instante me siento mal por todo lo que acabo
de soltar por la boca. Una parte de mí necesitaba explotar—. No eres tú la
única que sufre.
Me quedo totalmente en silencio. Intento articular palabra, pero no me
sale. ¿A qué se refiere? Sé que he acabo de pagar con él mi frustración, pero
el resto del tiempo he estado ahí para él.
¿No?
—Llevo varios intentos fallidos de abrirme contigo, pero siempre hay
algo que lo impide. —Sus ojos comienzan a aguarse, y cuando hago el
amago de acercarme a él, se aparta—. No, déjame hablar, por favor.
Está dolido. Esta vez la he jodido bien.
—Hasta ahora, creía que esa mala racha por la que estás pasando
terminaría. Pero llevo unos días dándole vueltas al tema y... me he dado
cuenta de que, pase o no esa mala racha, yo también existo, Álex. Yo
también tengo malos momentos y he acudido a ti cuando más te he
necesitado. Fui a verte a la playa la noche que nos bebimos la botella de
vino porque necesitaba tu apoyo. Te acompañé a la exposición de tu padre
sabiendo lo difícil que era para ti. Intenté integrar a tu novio cuando salimos
todos de fiesta... Pero ¿qué hay de mí?
—¿Qué quieres decir?
Verlo sentado, totalmente inquieto, mirando a todas partes sin poder fijar
la vista en mí, me entristece. Sé que quiere abrirse por completo, pero hay
algo que se lo impide. Nunca he querido presionarlo. A mí, desde luego, no
es lo que me ha servido; por eso, cada vez que él intentaba soltarlo todo y
no podía, quise mostrarle mi apoyo sin agobiarlo. Con mis silencios. Con
mis abrazos. Con mi presencia.
Parece que no ha sido suficiente.
—Sabes que puedes contar conmigo...
—¿Seguro? —me corta. Esta vez no oculta las lágrimas, que caen sin
remedio por su rostro—. Yo... Verás...
Y esta vez creo que, por fin, conseguirá soltarlo, sea lo que sea.
Temo que lo que vaya a decir cambie el rumbo de nuestra amistad.
Así que, muy lentamente, me acerco a él y le agarro la mano. Él baja la
mirada hacia nuestras manos unidas y se queda en silencio, esperando al
momento perfecto para hablar.
Pero ese momento no llega.
Niega con la cabeza en repetidas ocasiones y vuelve a separarse de mí.
—Lo siento.
Es lo último que dice antes de levantarse e irse.
64
Adrián
Adri:
Gracias.
Álex:
¿Va todo bien? ¿Cómo estáis?
Adri:
Mira, Álex, esta vez voy a ser muy claro.
Siento todo lo que ha pasado. Pero si no eres
capaz de decidir, de pensar con claridad o
de encontrar tus propias respuestas, lo mejor
es que intentes aclararte tú sola por tu cuenta
y no te lleves a la gente que te quiere por
delante. Aunque ya veo que has encontrado
la respuesta en otra persona.
Ahora todo tiene sentido.
Álex:
No estoy entendiendo nada.
¿Qué estás diciendo?
Adri:
Que se acabó.
Han sido suficientes un par de semanas de espacio entre Leo, Javi y yo para
reorganizar nuestras ideas. No hemos sabido nada de Claudia en estos días
y espero que sea así durante mucho tiempo. El daño que nos ha hecho a
todos ha sido abismal y no estamos preparados para volver a confiar en ella,
aunque los tres sabemos que pronto deberemos afrontar esto con una
conversación en la que nos explique con detalles los motivos que la
llevaron a actuar con tanto odio y rencor. No me parece suficiente que
estuviese enamorada de Leo. No después de todos estos meses.
Javi se encargó esa fatídica noche de llevarnos a casa en su coche; pese a
que le insistí que la mía estaba a tan solo cinco minutos del local, se
empeñó en ello. En el coche fuimos en un silencio incómodo cargado de
incógnitas. Decidió dejarme a mí primero, intuyo que buscando esa
privacidad tan necesaria para poder aclarar con Leo sus sentimientos.
Hoy han aparecido en la playa juntos de la mano. No he querido
preguntar en qué punto están ni cómo ha pasado todo esto, pues es cosa de
ellos y, si algo he aprendido de este conflicto es que las personas necesitan
tiempo, y a ellos les daré todo el que necesiten.
Eso sí, no puedo dejar de alegrarme y emocionarme al ver que los
sentimientos de Javi son recíprocos. ¡A saber desde cuándo! Me parece
increíble que hayan compartido toda su vida hasta tal punto de enamorarse.
Después de estos días, he intentado ponerme en contacto con Adri de mil
maneras diferentes, en vano. Solo me responde Paco, que me tranquiliza
diciéndome que está agobiado y necesita espacio, que está muy dolido
conmigo.
Pero ¿cómo explicarle que lo que él cree que ha ocurrido en realidad es
un equívoco? ¿Que todo ha sido un artificio de la que pensaba que era una
de mis mejores amigas?
Es muy frustrante querer hablar con alguien que se cierra y se abandona
en sí mismo. Estoy segura de que está destrozado y me aterra no poder
hacer nada para solucionarlo.
Estoy dándole vueltas mientras meneo con irritación el bol de frutas que
me he preparado para merendar. Pienso en que, quizás, mi estancia aquí
haya terminado y es el momento de volver a casa. De volver con mi madre,
a la que echo muchísimo de menos, y más en este momento, en el que
necesito sus consejos como los de nadie y, por supuesto, de volver a ver a
Adri y a Paco. Y comprobar que están bien. Y arreglarlo todo. Creo que es
hora. Estoy segura de mí misma, aunque no sé de qué manera plantearlo.
Mi padre y May entran por la puerta y se sientan en la isla de la cocina,
justo en frente de mí. Nos miramos los tres en silencio y siento que tienen
algo que decirme.
—Disparad —les digo sonriendo.
Después de todos estos meses aquí por fin estoy empezando a conocerlos
y a sentirme parte de la familia. Ha sido difícil habituarme a una nueva
rutina y, sobre todo, a ejercer de hermana mayor, pero por fin percibo que es
cien por cien un hogar. Con mi padre, la relación ha mejorado
descomunalmente y sigue progresando. Me veo reflejada en él cuando
trabaja, en lo pasional que es con sus seres queridos, en lo muchísimo que
ama a May y en lo fácil que me está poniendo las cosas. Ahora sí soy
consciente.
—Tenemos algo que decirte —empieza May—. Bueno, en realidad, es tu
padre el que tiene que decírtelo. —Lo mira con confianza y se dirige de
nuevo a mí—. Yo solo estoy aquí de apoyo moral. Le daba vergüenza.
—¡May! —exclama mi padre llevándose las manos a la cabeza.
—¡De May, nada! ¡Es la realidad!
—¿Se puede saber qué me tenéis que decir?
Mi padre mira a May buscando su aprobación y cuando ella asiente,
comienza a hablar mirándome a los ojos.
—Sé que lo de la exposición te dolió mucho. Te dibujé en un momento
de vulnerabilidad, pero debes saber que no fue con mala intención, al
contrario: desde que has vuelto a mi vida, has llenado todos los rincones de
inspiración, y pensé que la mejor forma de agradecértelo era retratándote.
Sin embargo, no conseguí lo que quería. Es por eso que tienes que saber que
el dinero de la venta siempre ha sido para ti, desde el momento en el que
dibujé el primer esbozo en mi libreta hasta que se expuso... La obra siempre
ha sido por y para ti, hija mía.
Me quedo en shock. Sus palabras me emocionan, me recuerdan el mal
trago que pasé aquel día, pero gracias al cual en nuestra relación se produjo
un punto de inflexión. Desde entonces, cada vez que he visto Constelación
triste me ha ido gustando más, hasta tal punto que creo que la selección de
colores es con la que más me podía identificar. Los detalles, las estrellas,
mis ojos... La realidad plasmada en un lienzo. Mi tristeza y mi superación.
Mi vida. Mi constelación formándose...
—Pablo, creo que no lo ha pillado.
—No, no lo ha pillado.
—¿Pillar el qué? —respondo aún, sin saber hacia dónde nos va a llevar
esta conversación.
—Madre mía, Pablo. ¡Que no lo ha pillado!
—Es muy fuerte, ¿no?
—¿Me podéis decir de una vez qué pasa?
—Cariño... —Mi padre me agarra la mano, la acaricia y me dice—. Los
cincuenta y tres mil euros que me dieron por el cuadro son tuyos. Ya tienes
el dinero ingresado en tu cuenta.
69
Alejandra
Querido Adri:
No sé si ya ha pasado tiempo suficiente para que por fin quieras saber algo de mí. He
intentado darte espacio pese a lo mucho que necesitaba hablar contigo. Creo que ha llegado
el momento de vernos. Ahora sí estoy segura. Ahora sí, créeme. Por eso te escribo esta carta,
precisamente a ti, amante de la mensajería, de los manuscritos, de los correos y de todo lo
que tenga que ver con las palabras.
De nada iba a servir una llamada, de nada va a servir escribirte un mensaje. Pero sé que si
intento plasmar todo lo que siento en este papel, te llegará allá donde quiero que te llegue.
Siento no tener la capacidad que tú tienes para plasmar mis sentimientos. Lo voy a intentar,
lo prometo.
No ha sido un año fácil, lo sé. Me he perdido por completo y no he sabido a quién acudir
para que me ayude. Tampoco he sabido solucionarlo sola. Supongo que la vida consiste en
equivocarse mil veces, hasta que das con la persona y el momento adecuados.
Adri, mi persona siempre has sido tú.
El momento adecuado quizás no haya sido este.
Pero sé que está por llegar.
Tenemos que hablar. Tengo que darte explicaciones. Tengo que darte respuestas porque
estoy segura de que tienes demasiadas preguntas en la cabeza.
¿Cómo no vas a tenerlas?
Por eso te escribo. Dame una última oportunidad para aclarar todo lo ocurrido. Te
prometo que, esta vez, me abriré en canal y podrás entenderme (aunque sea un poco).
Te mando en esta carta un billete de avión. Por favor, si crees que aún puedes
perdonarme, acéptalo y coge ese vuelo. Te estaré esperando.
ALEJANDRA
71
Adrián
10 años después
Querida Álex:
Aquí estamos. A punto de volver a cumplir otro de nuestros sueños. Estoy muy agradecido
por lo que me has dado y, sobre todo, por poder compartirlo con la que, a partir de hoy, será
nuestra familia. Estoy escribiendo estos votos matrimoniales y ya estoy temblando, no me
puedo ni imaginar qué será de mí el día de la boda.
Álex, estamos a punto de casarnos. Seguro que estás preciosa con tu vestido blanco, el
cual me imagino largo, pomposo y peculiar, como tú. También te imagino con tu melena
suelta. A saber qué color decidirás ponerte. Y, por supuesto, flores. Muchas flores. De todos
los colores. Estarás preciosa porque eres preciosa. No puedo haber elegido una compañera de
vida mejor que tú.
Cuando tomamos la decisión de emprender un viaje sin rumbo juntos, pensé en los mil y
un problemas que podrían surgir. Cerrar la librería fue una de las decisiones más duras que he
tomado y que seguramente tomaré, pero, sin duda, fue acertada. Nos vino bien a los dos: a mi
abuelo, para descansar y conocer más a Mari; y a mí, para volverme valiente contigo.
Lo que hemos vivido es indescriptible. Hemos podido viajar sin límites, vivir durante
pequeñas temporadas en sitios recónditos y absorber diferentes culturas.
Han sido diez años de crecimiento y amor. Amor que llegó a nuestras vidas en forma de
revolución y pañales. Muchos pañales. Julieta nos sorprendió a los dos. Íbamos a ser padres y
no sabíamos si seríamos capaces de darle una buena vida. Estoy seguro de que lo hemos
hecho. De que lo estamos haciendo. Asentarnos en Galicia para poder brindarle una
educación de calidad y un hogar ha hecho que nos unamos más todavía. Esta vez como
familia. Crear un hogar contigo es lograr todo lo que había imaginado en la vida.
Somos privilegiados por poder vivir de lo que nos gusta. Gracias a ti, a tu valentía y a tu
constancia podemos seguir viajando para crear contenido y, a la vez, pasar largas temporadas
en casa. Julieta se va a convertir en una mujer de mundo y valorará todo este esfuerzo que
estamos haciendo por ella cuando tenga la edad y madurez necesarias.
Casarnos hoy es celebrar todo esto, Álex. Celebrarnos a nosotros: nuestro amor, nuestro
trabajo, nuestro esfuerzo, nuestra dedicación, celebrar a Julieta y compartir todo esto con
nuestra familia y con los amigos que hemos ido conociendo a lo largo de todos estos años.
Ojalá pudiera estar aquí mi abuelo para verlo. Para ver lo que hemos formado y forjado
juntos. Estoy seguro de que se sentiría muy orgulloso. También estoy seguro de que se
metería con mi esmoquin o con mi voz temblorosa al leer estas palabras delante de todo el
mundo.
Estoy deseando verte llegar al altar de la mano de tu padre, el cual se ha convertido
también en el mío. Me imagino a Ana, llorando con la escena, y a Leo y a Javi, tíos postizos
de nuestra hija, acompañándola con los anillos en sus pequeñas manitas.
El camino no ha sido fácil, y no lo será. Llegarán momentos de tempestad y tendremos
que aprender a ser fuertes.
Lo vamos a conseguir juntos.
Con nuestros libros.
Con los años.
Con las experiencias.
Con nuestros viajes.
Con nuestra familia.
Con nuestros amigos.
Con nuestra hija.
Por todo ello: sí quiero, Álex.
ADRIÁN
50 años después
Querido Adrián:
Feliz aniversario.
Hoy hace cincuenta años que juramos amor eterno delante de nuestros seres queridos. En
realidad, no nos hacía falta ninguna ceremonia: ya éramos una familia. Ya eras el amor de mi
vida.
Recuerdo aquellos primeros años como padres con nervios y emoción. Eras un caos en
todos los sentidos. Te daba miedo coger en brazos a la niña por si se te caía. No soportabas
cambiarle los pañales. Te morías por dentro cada vez que nuestra pequeña se tropezaba
jugando y se hacía alguna herida.
La primera vez que nos confesó que tenía novio tenías que haberte visto la cara. Te
quedaste pálido y estuve a punto de ir a sostenerte en brazos por temor a que te desmayaras.
Dos o tres novios después, ya te habías acostumbrado a que nuestra Julieta era toda una
mujer que disfrutaba de la vida y de su sexualidad, que amaba con intensidad y que estaba
dispuesta, pese a las dificultades, a encontrar al amor de su vida. Ella siempre nos ponía
como ejemplo. Me decía: «Mamá, yo quiero algo como lo vuestro. Así de real e imperfecto».
Y yo pensé que no había definición que se acercara más a nuestra vida: real e imperfecta. Así
éramos. Así hemos sido.
Adrián, te he amado como nunca en mi vida he amado ni amaré a nadie. Me has
enseñado tantas cosas que no concibo haber vivido de otra forma que no sea como lo hicimos
nosotros. He abrazado cada una de las arrugas que nos han ido saliendo, aceptándolas como
signos de edad, pero también como signos de vida. A ti te salieron arrugas en los pómulos,
señales de tu risa. A mí, en el entrecejo y en los ojos, muestras de mi carácter. Qué bonito, mi
amor. Hemos vivido tanto y tan bien...
Son esos momentos los que guardaré para siempre en mi retina y en mi corazón: nuestras
primeras veces. Primeras arrugas, primer coche, primera casa, primeras deudas... Primer
nieto. Segundo nieto.
¿Te das cuenta de todo lo que hemos creado juntos? Amar tiene muchas vertientes, y a mí
esta me parece preciosa. Hemos creado vida. No nos lo imaginábamos cuando Julieta se casó
con Alberto. Pensábamos que nunca tendrían hijos, que eran dos jóvenes alocados, algo
inmaduros, con ganas de comerse el mundo, como nosotros cuando empezamos. Y, fíjate, nos
han regalado dos criaturas preciosas. Dos chicos que ahora van a la universidad y me
demuestran lo mucho que han cambiado los tiempos, lo abiertos de mente que son y las
inquietudes que tienen. Estoy muy orgullosa de ellos, pero, sobre todo, de nuestra Julieta, que
ha sido capaz de criarlos junto a su marido tal y como le enseñamos: con perseverancia y
cariño.
Te echamos tanto de menos, Adrián. Julieta y yo te extrañamos todos los días. Los chicos
también. Ya hace un año que te fuiste y todavía duele.
El día que desperté y tú no lo hiciste sentí que una parte de mí también había muerto.
Todavía puedo recordar esa sensación de demolición. Grité, pataleé, te zarandeé. No te
despertaste. Al cabo de unos minutos, pensé que estaba bien. Habíamos vivido, Adri.
Habíamos vivido mucho y muy bonito. No le podía pedir nada más a la vida. Te fuiste
soñando. No sufriste. Y, de pronto, me sentí agradecida.
Me mantengo fuerte por nuestra amada hija y nuestros nietos. Ellos me han hecho ver
que aún me queda tiempo. Tú también me lo hiciste ver. Cuando me sentí perdida. Cuando te
propuse ver el mundo. Me hiciste ver que había que vivir. Eso te lo enseñó tu abuelo. Nos lo
enseñó él.
Espero que, allá donde estés, todo esté bien. En calma. Si existe algún lugar en el mundo
en el que nos reencontremos, espérame allí con él, con Paco. Esperadme allí, que no me
queda mucho.
La vida es así: llegamos, vivimos y nos vamos. Tu abuelo me lo enseñó. Lo tengo
aceptado.
Te echo de menos, pero te prometo que voy a vivir la vida que me quede, los años que
me queden, como tú lo hacías: con vértigo.
ALEJANDRA
Nota de la autora
No me puedo creer que haya llegado este momento. Acabo aquí un año de
trabajo. Un año en el que he vuelto a las letras, al teclado y a las páginas en
blanco.
Este libro está escrito con toda mi alma. Es por ello que he sentido la
necesidad, desde el primer instante, de plasmar en él momentos vitales de
mis últimos años, entre los que destacan mis experiencias en Gran Canaria.
Esta maravillosa isla, que me ha acogido con los brazos abiertos y le ha
dado tantísimas cosas buenas a mi vida es, en mi opinión, el personaje
principal de la novela. Alejandra encuentra en su mar, en sus pueblos y en
su gente lo que tanto ansiaba: un hogar de verdad. Y es la isla la que, poco a
poco, la va moldeando y ayudando en el camino.
Las ubicaciones que aparecen en la novela son reales, descritas con todas
las sensaciones que me transmitieron desde el primer momento que las
visité. Sin embargo, he cambiado ciertos detalles: Puerto de Mogán, el
pueblo en el que vive la familia de Pablo, es un lugar maravilloso situado al
sur de la isla. La única diferencia con respecto a la realidad es que no es
precisamente un pueblo poco habitado. En él el turismo es notable debido a
la belleza que ofrece cada uno de sus rincones.
Por otro lado, la casa y la cala tampoco existen, han sido producto de mi
imaginación aunque, sabiendo de los tantos paisajes que quedan por
descubrir en este territorio rodeado de agua, seguramente alguna vivienda
se asemeje al nuevo hogar de Álex.
He intentado, a su vez, respetar lo mejor que he podido el acento canario
en cada uno de los diálogos, aportando esa musicalidad, calidez y cercanía
tan propia de ellos.
Siento si en algún momento las descripciones o el vocabulario utilizado
no son acertados. Mi intención no ha sido otra que plasmar mi amor y
agradecimiento a un lugar y a unas personas que me han allanado el camino
y ayudado en cada uno de mis pasos.
Siempre llevaré a Gran Canaria en el corazón.
Me he tomado también algunas licencias en cuanto a la época de la
novela. Si bien en 2021 aún teníamos ciertas restricciones con las
mascarillas por el COVID-19, he decidido omitir este hecho histórico en el
libro. No quiero dejar plasmada una etapa tan dura y dolorosa para tantas
personas en un libro con el que mi intención es que el lector pueda evadirse
de la realidad y de los problemas que nos rodean. He elegido estas fechas
debido a que, en mi opinión, son años clave para el crecimiento y la
presencia de influencers en las redes sociales, con el apogeo de Instagram y,
por supuesto, la revolución de TikTok.
Espero de todo corazón haber conseguido mi propósito y haberme
acercado un poquito a vosotros con mi historia.
Agradecimientos
La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye una sociedad mejor. La propiedad
intelectual es clave en la creación de contenidos culturales porque sostiene el ecosistema de quienes
escriben y de nuestras librerías. Al comprar este ebook estarás contribuyendo a mantener dicho
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fragmento de esta obra. Puedes contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por
teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
Todas estas preguntas ahogan a Hugo cada vez que cuestiona su cuerpo; le
generan un nudo en la garganta difícil de desatar. Sabe que es posible salir a
flote y, aunque tiene miedo porque intuye que gran parte de su entorno le
intentará hundir de nuevo, decide a pesar de todo nadar a contracorriente en
busca de su identidad.
«Una historia fascinante, con un amor sin límites, que no te dejará salir de
sus páginas desde el principio. Intenso. Sensible. Bonito. Ariel se va a ganar
el corazón de todo el mundo, dejando un mensaje importante que
deberíamos tener presente siempre», Sara @sar.ohana
La crítica ha dicho:
EL ÁNGEL
EL DIABLO
Todos piensan que soy la persona más fría que han conocido, pero no es
fácil formar parte del despiadado mundo al que pertenezco. Desde que me
pusieron al frente del negocio familiar, para proteger al clan Scott, juré que
nunca me volvería a fiar de nadie. Y lo estaba consiguiendo…hasta que mis
hermanos me obligaron a aceptar que Ella Collins trabajara para mí. Estar
cerca de ella es peligroso.
Cómpralo y empieza a leer
Las Perrerías de Mike 3. Mikecrack y la
venganza del rey Slime
Mikecrack
9788427052673
232 Páginas
Ya es hora de que Trolli conozca los secretos de Mike: ¿de dónde viene?
¿Cuál es su relación con Akela? ¿Qué les pasó en el laboratorio del rey
Slime? ¿Por qué tuvieron que separarse?
Mike, Timba y Trolli se merecen unas vacaciones, así que lo han preparado
todo para pasar unos días de descanso en una isla tranquila y alejada del
ajetreo diario.
Sin haberlo buscado, los Compas se verán envueltos en una aventura épica
que quizá los convierta en héroes.
Hasta que una noche mirando el cielo pensé en buscar respuestas en los
astros. Abrí una libreta y empecé a escribirme una carta preguntándome
quién quería ser. A partir de ese momento, guiada por el sol, la luna y las
estrellas, descubrí lo mágico de conocerse y de cuidar de una misma.