Psicoterapia El Arte de La Conversacio N

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Psicoterapia, el arte de la conversación

Ana María Zlachevsky Ojeda


¿Qué es lo terapéutico?
La psicoterapia es una forma de trabajar en el área de salud mental, privativa de
psicólogos(as) y psiquiatras. La formación de este tipo de profesionales ha sido una preocupación
ampliamente estudiada y cambiante a lo largo de la historia de la psicología y la psiquiatría. Ha
estado ligada a los currícula existentes en la formación de especialistas en salud mental, liderado,
en Chile, por las Universidades llamadas tradicionales. No obstante, las transformaciones
sociales, los adelantos tecnológicos y económicas a nivel mundial y local han incidido en la
comprensión de lo que implica ejercer el rol de terapeuta. Los profesionales de esta área del saber
nos hemos visto tensionados a tener que enfrentar la dualidad que nos interpela. Por un lado está
la racionalidad técnica, el saber científico, inserto en la cultura de la llamada época moderna,
donde prima el requerimiento de la evidencia empírica. Por otro lado, los desafíos que conlleva
la llamado condición postmoderna, que se niega a entender lo humano y por tanto la psiquis,
desde la objetividad científica. A ello se le suma el exceso de positivismo, en palabras de Byung
-Chul Han, que nos ha llevado a correr y correr, siendo la prisa lo que hoy caracteriza nuestra
sociedad. Los terapeutas no hemos estado ajeno a ella.
Han pasado décadas desde que Eysenck cuestionara la validez de la práctica
psicoterapéutica, en su artículo sobre efectividad en Psicoterapia del año 1952, y todavía hoy
nuestra disciplina sigue en entredicho.
En estos últimos años, producto de los adelantos en neurociencia, el resurgimiento del
movimiento Antipsiquiátrico —que pone en duda los diagnósticos para enfrentar el dolor
psicológico, cuando el sistema biológico está intacto—, el cuestionamiento a la psicoterapia ha
resurgido. Vale la pena traer a colación a Raventós y Contreras, que en el año 2017, se preguntan:
¿Existen categorías patológicas o son una invención? ¿Un mito fabricado por los
psiquiatras? ¿Un constructo cultural mantenido por prácticas de poder, como afirman
algunos intelectuales? ¿Un producto de la Era Moderna? Los abusos cometidos en el
trato a personas con trastornos psiquiátricos, la patologización de comportamientos
según la normativa moral imperante, y los vínculos de la psiquiatría con la industria

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farmacéutica, entre otros, han contribuido a cuestionar la existencia misma de la salud
mental (135).
En el quehacer profesional de psicoterapeutas se superponen distintas disciplinas
sociales y biomédicas, lo que, entre otras cosas, conduce a abordajes diferentes, sustentados en
paradigmas contradictorios, que dificultan probar la eficacia de distintos modelos. Por otra parte
los clínicos, en su afán por solucionar los problemas de quien consulta en forma breve, adoptan
indiscriminadamente técnicas y modelos propios de otras disciplinas, de ideologías
contemporáneas o hasta de filosofías de vida. También se formulan modelos terapéuticos que
agrupan explicaciones y técnicas epistemológicamente incompatibles. Todo ello ha llevado a la
necesidad de fundar instituciones que regulan y cautelen el quehacer profesional del terapeuta.

Breve marco contextual


En Chile, es el Ministerio de Salud, quien regula nuestro quehacer. Hoy, dicho ministerio,
asume una comprometida orientación comunitaria, en línea con las directrices de la Organización
Mundial de la Salud (OMS). Ello se puede ver reflejado en el Plan Nacional de Salud Mental
2017-2025 (PNSM). A pesar de dichas regulaciones, sigue existinedo un número importante de
usuarios para los cuales estas medidas no son suficientes. El descontento frente a la atención de
salud mental sigue clamando por mejoras. Si bien el Plan Nacional de Salud Mental (PNSM),
exige de los psicólogos que deben ser resolutivos, estos profesionales no cuentan con las
condiciones de trabajo, contexto e incentivos adecuados para lograr responder a la necesaria
demanda de resolutividad.
Por otra parte los psicólogos que trabajan en los distintos sistemas de salud mental han
recibido formaciones muy dispares, lo que ha llevado a Bedregal a plantear en el año 2017 que
los y las psicologos(as) no siempre cuentan con las competencias necesarias para afrontar las
complejas y variadas demandas que requiere este importante quehacer.
En Chile, la APS (Atención Primaria en Salud) está compuesta por diversos centros, y la
cantidad de atenciones varía entre 2.000 a 30.000 personas atendidas (Minsal, 2018b), siendo
este uno de los problemas mas complejos que requiere ser considerado.
Desde el punto de vista gremial, la regulación del quehacer terapéutico ha sido cautelado
por normas concebidas por el Colegio de Psicólogos de Chile, por la Comisión Nacional de

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Psicólogos Clínicos y por la Sociedad Chilena de Psicología Clínica; en otros países son otras las
instancias reguladoras.
En el año 1994, el colegio de Psicólogos y la Sociedad Chilena de Psicología Clínica,
bajo el alero de FONASA, fundaron la CONAPC (Comisión Nacional de Acreditación de
Psicólogos Clínicos, especialistas en psicoterapia). Dicha institución regulaba la acción de los
psicoterapeutas. Era necesario no solo ser psicólogo, licenciado en psicología y formado por
alguna de las Universidades reconocidas en Chile para ejercer como psicoterapeuta, sino ser,
además, acreditado por la CONAPC para poder ejercer dicha la labor y ser reconocido como tal
en Fonasa u otra institución del área de la salud mental.
Durante más de 20 años, la CONAPC estableció los criterios exigibles para otorgar la
acreditación profesional de psicólogo clínico, con especialidad en psicoterapia. Se exigía haber
sido formado por alguna Universidad reconocida que otorgara licenciatura en psicología, previa
al título de psicólogo. Eran requisitos: a) un cierto número de horas dedicadas a cursos teórico-
prácticos; b) un cierto número de horas de atención clínica comprobable; c) supervisión del
ejercicio clínico (con psicólogos/as más experimentados, los cuales debían estar, a su vez,
acreditados por la misma comisión); y d) psicoterapia personal o autoconocimiento, en
modalidad grupal o individual.
Dado el sistema neoliberal que rige a nuestro país, con fecha 29 de octubre del año 2015,
publicado en el diario oficial, año 2017, el Contralor General de la República dejó sin efecto la
resolución exenta N°277 que indicaba que la CONAPC tenía la potestad de acreditar la
especialidad de psicología clínica y psicoterapia. La razón para dejar sin efecto tal resolución fue
que la Psicología no tenía, hasta el momento y como lo exige la ley de salud, reconocimiento
legal de especialidades y subespecialidades. Por tanto, no procedía exigir la atestación de ningún
ente acreditador de especialidad, ni menos aún limitar en virtud de ello, el ejercicio de la
profesión.
Dicha resolución causó un gran revuelo en el ámbito de la Psicología Clínica en Chile,
dado que desde entonces cualquiera se podía llamar terapeuta y no quebrantaba ley alguna. Ello
llevó a que el Colegio de Psicólogos y la Sociedad Chilena de Psicología Clínica elaboraran
ciertas exigencias para ser reconocido como terapeuta, aunque no eran requisito según las leyes
chilenas. De modo que el reconocimiento de “terapeuta” hoy es voluntario, no exigible, como
era hasta antes del año 2017. Las normas a las que los terapeutas podemos apelar,

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voluntariamente, son las que establecieron el Departamento de Especialidades del Colegio de
Psicólogos de Chile y la Sociedad Chilena de Psicología Clínica (SCPC). Esta última, bajo mi
presidencia, participó en la elaboración de esas normas el año 2019. La certificación de la SCPC
se sustenta en las competencias clínicas que exigen los organismos internacionales, que permiten
establecer que la persona cuenta con los conocimientos y las competencias para desempeñarse
en el área de la psicología clínica.
¿A qué se debe lo complejo de la regulación de la psicoterapia? A muchas razones. Entre
otras, al hecho de ser una profesión muy joven. Pero también a la dificultad de poder decir con
certeza si algún llamado trastorno mental es causado por alguna desregulación biológica o sólo
es producto de un problema psicológico. Por cierto, lo biológico no puede ser dejado de lado. La
American Psychological Association actualiza periódicamente el Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) tratando de reflejar con precisión los síntomas,
etiología y tratamiento de los llamados trastornos psicológicos. Las revisiones al DSM-5 fueron
publicadas a principios de 2022, en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales, Quinta Edición, Revisión de Texto (DSM-5-TR). El conocimiento de dichos manuales
es exigible en cualquier universidad que imparta la carrera de Psicología.
Por otro lado no existen definiciones unívocas de lo que se entiende por psicoterapia.
Son numerosas las investigaciones empíricas y los distintos meta-análisis que han intentado
comparar cuantitativamente su eficacia, sin éxito. Los resultados que se muestran son, en cierto
modo, sorprendentes: casi todos los estudios coinciden en reportar índices de efectividad
semejantes entre unos y otros modelos terapéuticos.
Si bien el debate epistemológico de la psicología clínica ha sido una constante a lo largo
de su historia, en las últimas dos décadas este debate ha resurgido con fuerza. Son muchas las
interrogantes al respecto y muchas las respuestas que nos dejan dudosos.

La psicoterapia en tiempos complejos


Vivimos una época compleja, en que las macro estructuras que sustentaban el quehacer
profesional del psicólogo y la convivencia entre pares en la era moderna están en
cuestionamiento. La condición postmoderna ha sido el nombre con el que entendemos esta
discusión. Por otro lado, Gianni Vattimo (1988), en sintonía con Jean-François Lyotard (1987),
acuña el término pensamiento débil para ofrecernos una óptica de comprensión de este debate.

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El pensamiento débil no es otra cosa que una alternativa al “pensamiento fuerte” característico
de la modernidad. Lo que hace es dar cuenta del rechazo que está emergiendo en las ciencias
humanas a la comprensión del comportamiento humano desde el paradigma moderno. Se
cuestionan los macro discursos universales que han pretendido explicar la verdad sobre el
comportamiento de las personas, el poder, la política y las organizaciones sociales en general. A
ello se le suman los cambios sociales e individuales que vivimos, producto del uso de tecnologías
e Internet como medio de comunicación. Estamos en la llamada era digital.
Desde la óptica clínica, vivimos tiempos en que estamos interpelados por el aumento de
divorcios, uniones inter-raciales, hijos de técnicas de reproducción, familias ensambladas, padres
del mismo sexo, hombres y mujeres identificados con el movimiento LTGBIQ y tanto más. El
planteamiento de Braidotti (2000) sobre “identidades nómades” (256), hijos con un poder
desconocido hasta hace una década, en Chile, son asuntos que surgen para desafiar la
comprensión moderna de la psiquis y el ejercicio terapéutico. El cambio social que hoy
presenciamos no ha sido producto de una reflexión intelectual. Ha sido un acto performativo,
como diría Austin (2005), un acto que, desde la acción social, incide en abrir nuevas redes
conversacionales que son las que han ido dando origen a las conformaciones de grupos sociales
que han ido desafiando la tradición moderna.
Han surgido nuevas formas de convivencia, caracterizadas por la fragmentación y
ambigüedad en los límites relacionales, que hacen difícil distinguir quién está dentro o fuera de
estos nuevos sistemas conversacionales. Se crean y dispersan grupos de pertenencia de acuerdo
con el devenir de la vida de sus miembros. Hoy los grupos sociales pueden ser catalogados como
contingentes o casuales, o determinados por el pragmatismo que exige la existencia actual,
dejando en segundo plano a los grupos consanguíneos.
La permanente provisoriedad de los lazos sociales y afectivos es una característica de la
sociedad líquida actual, diría Bauman (2002), la que ha impactado nuestros sistemas tradicionales
de convivencia y nos lleva a la exigencia de re-pensar nuestro quehacer clínico, lo terapéutico.
Incluso podemos ir más allá y empezar a hablar de la generación post-alfabética, en palabras de
Franco Berardi, que ha llevado a la proliferación de psicoterapias a través de las pantallas del
computador.
Las humanidades están interpeladas a tener que navegar en la inestabilidad del mundo
social. Su dirección es imprevisible y, por lo tanto, abierta. Aparece lo que Nietzsche (1973)

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clamaba, hace más de un siglo, necesitamos “dar cabida a la inocencia del devenir” (74) y
abrirnos a entender estas nuevas formas de convivencia social que están emergiendo.
En el plano intelectual, no hay líneas fijas de desarrollo del conocimiento; la
consistencia, imperativo del mundo académico moderno, ya no pasa por la no contradicción, por
el rigor, la seriedad, como era en la época moderna, sino por la disposición a rectificar
constantemente lo dicho.
Hoy más que nunca las palabras de Maturana saltan al primer plano interpretativo, en el
sentido de que necesitamos encarnar la objetividad entre paréntesis y con-vivir con todos los
versos presentes en el multi-verso de las significaciones. Comprendiendo esta aseveración — y
perdiendo la pasión por cambiar al otro, o de decirle qué tiene que hacer—, las propuestas
construccionistas sociales y constructivistas se convierten en una forma de entender y en una
herramienta al momento de aliviar el dolor de quienes consultan. Una manera de conversar que
no se ciñe a patrones pre-establecidos ni a la lógica científica, sino que da cuenta de un modo
distinto de trabajar el dolor psicológico.
Peláez (2012) sostiene que la ciencia como la conocíamos requiere empezar a buscar,
otra clave distinta para comprender a la naturaleza, y entiende al mundo como poblado
por seres capaces de evolucionar e innovar, por seres cuyo comportamiento no puede
considerarse absolutamente previsible y controlable. Como afirma Prigogine, las leyes
de la naturaleza, no están todas “dadas” desde el principio, sino que evolucionan como
lo hacen las especies (107).
La advertencia que hace el filósofo Byung-Chul Han hace sentido para describir una de
las aristas que se debemos enfrentar frente a la ciencia. Estamos cautivos del “régimen de la
información que sustituye por completo lo narrativo por lo numérico” (21). Las hipótesis
diagnósticas, sustentadas en el CIE 11 o el DSM V, permiten hacer conceptualizaciones, pero,
quienes trabajamos con el(la) paciente o pacientes desde un planteamiento idiográfico —
considerando a la persona como única e irrepetible—, esas conceptualizaciones no hacen sentido
al momento de intervenir. Ello en tanto los perfiles estadísticos ocultan la individualidad de
personas situadas, viviendo en distintos contextos y realidades socioeconómicas y geográficas
muy dispares.
Somos muchos los terapeutas que nos rebelamos frente a tener que describir el dolor de
nuestros consultantes desde un perfíl numérico, desde categorías diagnósticas. Dirigimos nuestra

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mirada a comprender el inmenso mundo de la psiquis de nuestros consultantes desde otro
paradigma, centrado en la comprensión narrativa de la vida humana y la fenomenología.

Lo psicoterapia como arte de la conversación

Los modelos terapéuticos sustentados en el constructivismo y el construccionismo


social no trabajan con categorías diagnósticas ni pretenden solucionar problemas psicológicos
perfectamente definidos, a cuya solución sean aplicables teorías y técnicas basadas en la
investigación y en datos empíricos. Ello, en tanto, los problemas del mundo humano,
específicamente los que tienen directa relación con los malestares psíquicos, no se muestran
perfectamente definidos ni aceptan, por lo general, que se les apliquen técnicas sustentadas en
métodos científicos predeterminados. Tienden, como sostiene Schöhn (1996), “por el contrario,
a presentarse como situaciones confusas, indeterminadas y problemáticas” (191), a las que no es
posible aplicar técnicas establecidas a priori. Requieren un acercamiento distinto, creativo y
espontáneo de lo que se está comprendiendo como problema, acercamiento que tiene que estar
enmarcado en el aquí y el ahora. Es desde la escucha activa y la creatividad de quien está
facilitando un proceso experiencial doloroso en otra persona donde se constituye el piso desde el
cual se requiere actuar.
Schöhn afirma:
Cuando los profesionales logran convertir una situación problemática en un problema
bien formulado, o resolver un conflicto acerca del enmarque correcto del rol de un
profesional en determinada situación, se embarcan en una suerte de indagación que no
puede incluirse en un modelo de resolución técnico-científica de problemas, sino en
unos procesos artísticos por los que los profesionales suelen explicar casos singulares.
Y la habilidad artística que suelen incorporar a su práctica cotidiana es una forma
distinta de acercarse al problema de la psicoterapia (192)
La habilidad artística consiste en traer a la mano un mundo distinto, una conversación
diferente, una mirada alternativa que emerge en el aquí y ahora; sobre el terreno, diría un
arquitecto. Es ahí donde el terapeuta aparece como como un artista conversacional. Inventa junto
a, co-construye junto al consultante nuevas significaciones o comprensiones del mundo que le
permiten a la persona significar de otra manera la experiencia que la trajo a consultar. Esta
habilidad artística exige una sensibilidad especial y una capacidad para reflexionar en acción

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sobre lo que está emergiendo desde el relato. Se trata de una escucha activa que se va traduciendo
en ir preguntando —desde una genuina curiosidad— acerca de cómo la persona significó lo que
vivió y que la trae a consultar. A medida que va preguntando va interpretando lo que está
narrando el consultante. Como afirma Letteri (2009): “después de todo el arte de interpretar es
el arte de hacer buenas preguntas”. (7)
Respecto al arte escribe Heidegger (1996):
pero ¿por medio de qué y a partir de dónde es el artista aquello que es? Gracias a la obra;
en efecto, decir que una obra hace al artista significa que si el artista destaca como
maestro en su arte es únicamente gracias a la obra (9).
El artista es el origen de la obra de arte, pero la obra que espera lograr es el origen del
artista. Ninguno puede ser sin el otro. Están co-determinados; son a lo menos dos personas
interactuando; no permite describir a ambos por separado. El artista y la obra son en sí mismos
una sola cosa, aunque exista un tercer elemento que es lo que Letteri (2009) resume en “aquello
de donde el artista y la obra de arte reciben sus nombres: el arte” (11). En este caso el arte de
conversar, preguntar y escuchar atentamente al otro, desde un acercamiento respetuoso a su
propio marco de comprensión, a fin de ir encontrando relatos alternativos a la forma como
interpretó lo que motivó la consulta.
De esa manera va emergiendo una forma de pensamiento circular propio de la
metodología hermenéutica, distinta a la metodología científica, para ir describir lo que ahí surge.
Aparece el mundo experiencial de quien consulta —repleto de sentires, personajes, colores,
olores, escenarios, acciones y esperanzas. ¿Puede haber un terapeuta sin un consultante y un
consultante sin terapeuta? Para que exista el proceso terapéutico, necesariamente deben estar
presentes los tres; paciente, terapeuta, y el arte de escuchar y conversar, en un ambiente especial
teñido de confianza, en el que el terapeuta es reconocido como tal. A su vez, el llamado paciente
es respetado y no juzgado por su forma particular de estar entendiendo lo que relata. Vale la pena
leer a Letteri (2009), nuevamente:
en realidad se debería hablar no de un círculo hermenéutico, sino de un espiral
hermenéutico, dado que el lugar al que se vuelve nunca es realmente el mismo, por lo
que la figura del espiral da más la idea de una dirección hacia la que se va (18).

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Desde este punto de vista, la terapia es un arte. El arte de la conversación, de hacer
buenas preguntas, de la escucha atenta y respetuosa, sustentada en la aceptación del otro como
legítimo otro en la convivencia, diría Maturana.
Gergen (2005) propone hablar de la poética de la terapia, una poética que no considera
una visión individualista, del poeta solitario que crea una obra de arte. Se trata de entenderlo
como otra clase de poeta, de entender la poesía como lo hace la teoría literaria contemporánea,
“de Barthes a Derrida” (176). No reseña el lenguaje poético habitual. Se refiere al poeta que sólo
participa con su poesía en la relación humana, existiendo con otros y otras, habiéndose sumergido
en las dinámicas relacionales para lograr comprender el alma humana. Leamos lo que escribe
Gergen: “el poeta nunca puede escapar a la relación, sólo participando en la relación con otros y
otras existe como poeta” (Ibíd.), en tanto lo que describe es el vivir. En el ejercer psicoterapia es
indispensable hacerse cargo de que el lenguaje, incluso el poético, sólo adquiere sentido en la
actividad relacional, donde los otros y otras interactúan y conversan de sus vivencias o
experiencias sin temor, en un clima de aceptación y respeto en el que todas las miradas del
multiverso interpretativo son igualmente respetables.
Entender la psicoterapia como una dimensión poética del quehacer profesional retoma
las palabras de Gergen (2005), quien acentúa “la catálisis, la imaginación y la estética” (179).
Al ubicar la terapia en esta forma de comprensión, se dirige la atención hacia lo que va ocurriendo
en el proceso terapéutico. Es ahí donde surgen las posibilidades de negociación mutua de sentido,
dirigiendo la mirada “hacia la significación de las palabras y los actos en contextos relacionales
particulares” (Ibíd.); esto ocurre en el proceso mismo de estar entendiendo al otro que está
relatando una experiencia —la cual está repleta de sentires, de otros interactuando, de sentido
vital. Va apareciendo el inmenso mundo narrativo, donde el héroe o heroína del relato es quien
consulta. No se trata sólo de obtener información, sino de escuchar la narración contextualizada,
situada en un espacio relacional afectivo e íntimo, desde donde surgió el malestar. En las
relaciones de intimidad, sostiene Buber hay un Yo y un Tú que se encuentran, es un encuentro
humano vivencial en que no media ningún sistema conceptual, ninguna presencia y ninguna
fantasía, sólo la danza conversacional de la validación mutua que implica el encuentro humano.
Recuerdo a Heidegger, que sostiene que pensar la obra de arte requiere vivenciarla,
experienciarla, vivir el acontecimiento que ella impone. Sólo en su experienciación ésta se pone
de manifiesto. Las explicaciones centradas en la alegoría o los símbolos utilizados por la tradición

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estética para explicar el arte, la distancian del proceso de experienciarla. Podemos, pues, hacer
un símil entre arte, terapeuta y consultante, haciendo surgir el arte de conversar. Creando una
manera distinta de interpretar la experiencia vivida, una en que el malestar de quién relata quede
ausente, y el acento esté puesto en otra perspectiva interpretativa. Una en que las habilidades y
talentos del relatante permitan ser desocultados desde una óptica diferente. Una óptica que quedó
oculta por lo que White llama relato saturado del problema, que tiñe la comprensión de manera
tal que no permite ver alternativas, sólo seguir entendiendo y haciendo lo mismo. Lo que los
terapeutas sistémicos llamaban “más de lo mismo”.
En el giro interpretativo que hace Heidegger para llevarnos a entender la esencia de la
obra de arte, resalta la verdad como desocultamiento (alétheia), sacar a la luz. ¿Que sale a la luz?:
la forma de entender de nuestros consultantes, sus interpretaciones, su mundo, su contexto, su
forma de vivir. Todo eso se va mostrando en plenitud, lo que permite descubrir relatos
alternativos que estaban ocultos en la forma en que el consultante decodificó lo que sintió le pasó.
En esa mostración del ser que nos aparece, que se des-oculta, es cuando va apareciendo una
nueva forma de interpretar, una nueva perspectiva que surge de la experiencia del encuentro
conversacional. Al respecto sostiene Oyarzún:
partiendo de la complejidad de nuestras experiencias, el arte construye el mundo
cambiando nuestra relación con él, y enseñándonos de esa manera que el mundo es
mucho menos sólido y constante de lo que podría parecernos de buenas a primeras. De
un modo que suena a paradoja, instalando en el mundo una cosa nueva, una nueva
interpretación (19).
Mundo entendido, en palabras de Heidegger, no como una mera agrupación de cosas
presentes contables o incontables, conocidas o desconocidas. “Un mundo no es un objeto que se
encuentre frente a nosotros y pueda ser contemplado. Un mundo es lo inobjetivo a lo que estamos
sometidos mientras las vías del nacimiento y la muerte, la bendición y la maldición nos
mantengan arrobados en el ser” (Caminos de bosque, trad. de Helena Cortés y Arturo Leyte,
Alianza, Madrid, 1998, p. 32). Nuestro mundo es el complejo entramado de nuestras
significaciones, en las que habitamos y desde donde entendemos los fenómenos que nos
acontecen. Desde donde experienciamos y nos narramos la vida, siendo el o la protagonista de
nuestra historia.

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La extraña luminosidad de una obra de arte nos habla desde y en la perspectiva histórica
donde floreció su sentido. A cada consultante que relata una vivencia se le abre un mundo
experiencial, no siempre conocido por él, pero al mismo tiempo sentido como propio y familiar.
La interpretación que van dando terapeuta y consultante va emergiendo desde el espiral
conversacional. Como una obra de arte que sale a la luz en el presente, el que nunca se puede
soslayar. No obstante el brillo de los ojos del consultante, frente a esta visión emergente lo que
significa le parece algo nuevo, construido en un mundo actual; pero, distinto, por lo que tiene
sabor a presente, a futuro y a tradición. Aparece la frase frente a la que todo terapeuta sonríe:
“no lo había visto así”.
Al igual que una obra de arte, la terapia está ligada a un tipo de comprensión más cercana
al ámbito de las sensaciones, de la creatividad y de la espontaneidad. Leamos nuevamente al
filósofo de Friburgo: “debido a la autosuficiencia de su presencia, la obra de arte se parece más
bien a la cosa generada espontáneamente y no forzada a nada” (8). Ello lo traduce el terapeuta
en el respeto absoluto al ser del ser humano con el que conversa, comprendiendo el inmenso
mundo de significados que nos narra. Quienes nos consultan, en un espacio de intimidad nos
abren la puerta a su psiquis, para que ingresemos a ella, sabiendo que serán atentamente
escuchados, no juzgados, y acompañados en su dolor.
La coordinación terapéutica implica ir, momento a momento, fluyendo en el continuo
de nuestras experiencias, explicándonos, significando los hechos, las acciones y nuestras
acciones de acuerdo al fluir emocional que nos permite abrirnos a comprender y entender al otro.
No obstante, es necesario tener claro que el momento en el que el consultante vivió lo que relata
es distinto al momento en que se encuentra ahora contando lo ocurrido.
El desafío para el terapeuta consiste en que el arte de la psicoterapia reta la imaginación
y estimula la creatividad. Dice Gergen (2005) que “no se trata de resolver lo que es estable, sino
también de generar un discurso de los sueños, una conversación que crea la imagen de un
porvenir, de un futuro lleno de esperanza, estimulante y cautivador” (181). Es ahí donde la
narrativa se despliega, patentizando nuevas aristas, que estaban ocultas en la forma de significar
del que consulta. Aparecen nuevas formas de estar en el mundo, nuevas significaciones, relatos
novedosos u olvidados que permiten a las personas ser (y no sólo sobrevivir dentro del malestar).
Según Gergen, la contribución de la terapia es la de “invitar a centrarse en las realidades futuras,

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en otra visión del mundo, sobre perspectivas positivas, resultados favorables. Esta creación de
una visión positiva da una dirección y crea esperanza” (Ibíd.).
Hablar del arte de la conversación en la psicoterapia nos acerca a lo que plantea Ceccin,
Lane y Ray en el libro Irreverencia. Necesitamos una “metaperspectiva capaz de distanciarnos
de los interminables debates en torno a dicotomías como estrategia versus no intervención, poder
versus respeto, narrativa versus cibernética, y acerca de qué escuela terapéutica es la ‘más
correcta’ ” (17) La forma como cada uno de nosotros conversa es única e irrepetible. No debemos
olvidar que las teorías son solo eso: teorías; pero en el encuentro humano lo que nos mueve como
terapeutas son nuestras creencia, nuestras ideas y la forma como nos vinculamos y decodificamos
los dolores de quienes nos consultan.
Como se lee en el libro Irreverencia
“¿Puede uno adoptar una posición irreverente sin volverse un fanático de las estrategias
o de la ausencia de estrategias? Una posible solución es no dejarse seducir por ningún
modelo y enfrentar cada proceso terapéutico como único e irrepetible. El terapeuta
irreverente nunca se somete a una sola teoría, a un solo cliente o a las exigencias del
sistema derivante” (26).
Se atreve a confiar en sí mismo y a hacer lo que siente que es mejor para su paciente en
el aquí y el ahora.
Es cierto, como sostiene Stefan Zweig (2022) que “el misterio de la creación artística”
no permite decir “así se hace”. Eso es así en tanto que muchas veces nuestras intervenciones
son enigmáticas, y cuando alguien nos pregunta “¿cómo lo hizo?”, “¿de dónde lo sacó?”,
terminamos diciendo “no sé”, emergió conversando. Interpelamos a los aprendices de
psicoterapeutas a encontrar sus propias respuestas y a confiar en su forma única de estar en el
mundo y de ejercer esta maravillosa profesión.

Bibliografía
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