Elevar El Nivel - La Preparación de Los Futuros Misioneros - Brent L. Top
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ejemplo, los libros canónicos son los mismos, pero lo que veo en ellos es dis-
tinto. Los estudiantes que se sientan en mis clases se ven muy parecidos a los
de hace cuatro años (con la diferencia de que se ven más jóvenes que antes),
pero ahora los veo bajo una nueva luz. Al imaginarlos usando gafetes negros
con sus nombres, con camisas blancas y corbatas, o que se enfrentan a oportu-
nidades misionales en la forma de preguntas o desafíos (que sin duda tendrán)
vienen dos preguntas a mi mente: (1) Si este joven o señorita sentado delante
de mí fuera llamado a servir en mi misión, ¿qué me gustaría que supiera?
(2) ¿Cómo pueden mis enseñanzas ayudarles a “ser testigos de Dios en todo
tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” con más confianza, capacidad y
convicción? (Mosíah 18:9). Mi mente vuela cuando pienso en todas las cosas
que quisiera que supieran y en los atributos que desearía que tuvieran. Pero,
para mí, parece que todo se reduce a tres cosas principales que quiero que mis
estudiantes—todos mis estudiantes, ya sea que se estén preparando para cum-
plir misiones de tiempo completo o solamente estén tratando de ser buenos
miembros misioneros—sepan. Ahora, de manera más urgente y más ferviente
que antes en mi carrera como educador de religión, quiero que mis estudian-
tes sepan: (1) la veracidad del evangelio, (2) las doctrinas del evangelio y (3)
cómo compartir el evangelio.
Saber que el evangelio es verdadero
El presidente James E. Faust les aconsejó a los misioneros: “Su propio
testimonio personal es la flecha más aguda que llevan en su aljaba”.4 Por eso,
toda nuestra enseñanza debe estar encaminada hacia ese fin. “Comenzar con
el fin en mente” es un refrán conocido que es de particular importancia, aun
vital, para los educadores de religión. Una de las técnicas misionales que cons-
tantemente les repetíamos a los misioneros era la que llamábamos “enseñar a
comprometerse”. Eso quiere decir que todo lo que enseñemos—toda doctrina
y todo principio—debe llevar a extender a todos los investigadores el desafío
de convertirse en “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (San-
tiago 1:22). Cada principio que se enseña tiene un resultado o una acción
que deseamos que aquellos a quienes enseñamos hagan y experimenten en
sus vidas. No es suficiente que los misioneros enseñen acerca de las verdades
del evangelio. De hecho, si eso es todo lo que hacen, han perdido (o nunca
tuvieron) la visión de lo que el Señor les llamó a hacer. Los misioneros efi-
caces quieren que aquellos a quienes enseñen sepan y vivan esas verdades y
experimenten las bendiciones que siempre vienen cuando lo hacen. Al enseñar
Elevar el nivel: La preparación de los futuros misioneros 245
miembros por igual sobre “las doctrinas, los principios y los mandamientos
esenciales que usted debe estudiar, creer, amar, vivir y enseñar”.11
Es imperativo conocer la doctrina—al derecho y al revés, a lo largo y
ancho—para llegar a ser “la más grandiosa generación de misioneros”. Elevar
el nivel requiere que los futuros misioneros tengan un mayor conocimiento
del evangelio. El Señor prometió que el Espíritu nos dará “en la hora precisa”
lo que debemos enseñar, pero solamente si “atesora[mos] constantemente en
[nuestras] mentes las palabras de vida” (DyC 84:85). Los misioneros enseñan
eficazmente por el Espíritu solamente hasta después de que han atesorado el
conocimiento de las doctrinas del reino. Eso coloca una mayor responsabilidad
sobre los hombros de todos los educadores de religión a fin de que, de igual
manera, elevemos el nivel de nuestra enseñanza de la doctrina. Probablemente
todos podemos pensar de diversas maneras en que podemos lograrlo. Yo sé que
hay muchas áreas en las cuales necesito mejorar, pero mi experiencia con Pre-
dicad Mi Evangelio al entrenar a los misioneros de tiempo completo así como
a los miembros misioneros ha hecho que me enfoque en dos formas específicas
en las que puedo ayudar mejor a mis estudiantes para que atesoren la doctrina.
Conectar los puntos
Durante los primeros días en la misión asistí a varias reuniones de dis-
trito en las cuales observé a los misioneros enseñándose las lecciones unos a
otros. Varias de las cosas que escuché fueron muy impresionantes y alenta-
doras, pero también hubo muchas cosas que me desanimaron. Una de las
deficiencias más comunes que observé era el que los élderes y las hermanas
podían recitar los principios básicos de las charlas misionales, pero les faltaba
la profundidad de entendimiento para explicar adecuadamente esos princi-
pios o para contestar las preguntas que les hicieran acerca de ellos. Parecía
como si los misioneros les dieran a los investigadores mil piezas de un rompe-
cabezas, pero sin ayudarles a entender la forma en que se juntan para formar
un paisaje hermoso. Comprendí que estos misioneros no eran diferentes a
nuestros estudiantes (y quizás a un gran segmento de la membresía general
de la Iglesia). Es muy común que llenemos nuestra mochila de conocimiento
doctrinal con muchos fragmentos—datos, referencias en las escrituras, rela-
tos inspiradores, enseñanzas básicas, citas—de cosas que hemos oído en las
clases o en los quórums a lo largo de los años. Lo que casi no se encuentra
(al menos entre los misioneros con quienes serví) es la habilidad para “co-
nectar los puntos”. ¿Se acuerdan que cuando éramos niños hacíamos dibujos
250 Buscad diligentemente • Selecciones de El Educador de Religión
que ayudar a los futuros misioneros a ver el panorama completo del plan de
salvación y conectar los puntos de las doctrinas del evangelio les permitirá ser
mejores misioneros de tiempo completo y bendecirá sus vidas para siempre.
Enseñarles cómo estudiar el evangelio
Prácticamente todos los misioneros con quienes servimos habían leído
el Libro de Mormón antes de venir a la misión, y algunos de ellos lo habían
leído más de una vez. Casi nunca dejaban de leer las escrituras; era un hábito
que empezó en el seminario. Esta es una buena noticia, pero el otro lado de
ella no es tan bueno. Una de las deficiencias más comunes que observé entre
nuestros misioneros era la falta de técnicas para el estudio del evangelio y de
las escrituras. Para la mayoría, el estudio del evangelio consistía en leer las
escrituras y los libros de la Iglesia aprobados. En los años previos a su misión,
hubo un énfasis considerable en la lectura diaria de las escrituras y terminar
uno de los libros canónicos, pero muy poca instrucción sobre las formas de
estudiar las doctrinas del evangelio profunda y eficazmente. Muchos, si no la
mayoría, de nuestros misioneros dominaban algunos pasajes de las escrituras,
y con frecuencia habían memorizado algunos de esos pasajes. Pero aún así, no
podían explicar adecuadamente los pasajes que habían memorizado y muy
rara vez entendían el contexto de esos pasajes en las escrituras.
Siendo que la mayoría de nuestros misioneros nunca habían hecho un
estudio por temas o por doctrinas de alguno de los libros canónicos, les pre-
senté un proyecto que resultó ser extraordinariamente exitoso, pues no sola-
mente les ayudó a aprender cómo estudiar las escrituras al buscar doctrinas
específicas, sino que también aumentó su conocimiento de los principios del
evangelio (especialmente las doctrinas que se enseñan en las lecciones misio
nales) y fortaleció su espiritualidad y su testimonio personal. A cada misio-
nero le entregué un Libro de Mormón nuevo y lápices de cuatro colores dife-
rentes. Cada color representaba una de las lecciones misionales. Su asignación
consistió en leer cuidadosamente el capítulo tres de Predicad Mi Evangelio y
preparar una lista de las principales doctrinas que se enseñan en cada lección.
De la lista de doctrinas que habían preparado, entonces leyeron el Libro de
Mormón todos los días durante su estudio personal y buscaron los principios
específicos que se enseñan en las lecciones misionales y marcaron esos pasajes
con el color correspondiente. Se asombraron con lo que encontraron y por
la claridad con que el Libro de Mormón enseña esos principios. Aumentó
dramáticamente su reserva de escrituras para enseñar las lecciones misionales.
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Evangelio y espero que mis estudiantes hagan lo mismo. Algunas de las prácti-
cas que más se prestan como modelo para los estudiantes y que podemos usar
más frecuentemente en los comentarios en el salón de clases podrían incluir:
•Pregúntese: ¿Qué es lo que está diciendo el autor? ¿Cuál es el tema
central? ¿Cómo se aplica esto a mí?
•Anote en su diario de estudio las preguntas que tenga, y use las escritu-
ras, las palabras de los profetas de los últimos días y otros recursos de estudio
para encontrar las respuestas.
•Escriba en el margen las referencias de las escrituras que aclaren los
pasajes que está leyendo.
•Trate de escribir la idea principal de un pasaje con sus propias palabras
y en un solo enunciado (oración) o párrafo pequeño.
•Busque las palabras clave y asegúrese de entender su significado. Use las
notas al pié de página, La Guía para el Estudio de las Escrituras o algún otro
diccionario para encontrar las definiciones de palabras o frases poco conoci-
das. Revise las frases o palabras de alrededor para obtener pistas del significa-
do de las palabras clave.
•Busque las palabras conectoras y las relaciones entre las palabras y las
frases clave. Encierre en círculo las palabras clave y trace líneas para eslabonar
las palabras que se relacionen.
•Evite marcar las escrituras en exceso. Se pierde el beneficio si usted no
puede entender sus propias marcas debido a que hay demasiadas notas, líneas
y colores. Subraye solamente una pocas palabras clave para hacer resaltar el
versículo, la sección o el capítulo.
•Use Leales a la Fe y la Guía para el Estudio de las Escrituras al estudiar
los temas y las doctrinas específicas.
•Use las lecciones misionales, las escrituras que las apoyan, Predicad Mi
Evangelio y las actividades de estudio personal que le acompañan para dirigir
su estudio.12
Elevar el nivel del conocimiento de las doctrinas del evangelio es vi-
tal para los misioneros hoy en día al enseñar en sus propias palabras por el
Espíritu. Cuanto más conozcan el evangelio, más confiados y poderosos los
hará como maestros. Lo mismo pasa con nuestros estudiantes. Cuanto más
pongamos a prueba la virtud de la palabra de Dios al enseñar la doctrina—al
ayudarles a conectar los puntos y que sepan como estudiar más eficazmente—
mayor será su confianza al compartir el evangelio con sus amigos, parientes y
otras personas que encontrarán a lo largo de sus vidas. Aprender, amar y vivir
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tenido experiencia al hablar del evangelio con sus amigos no miembros o con
miembros de su familia tuvieran mucha más confianza en el campo misional.
Muchos venían de lugares donde había muy pocos SUD en sus escuelas y
vecindarios. Pero otros venían de comunidades predominantemente SUD.
Al verlos, era aparente que para ellos el ser misionero—tener la experiencia
de compartir el evangelio con otras personas—no era tanto un asunto de
geografía, sino de un amor profundo por el evangelio, el reconocimiento de
sus frutos en la vida de ellos y la disposición de compartir sus sentimientos
personales acerca de esas cosas. Estas cosas pueden y deben existir en las vidas
de nuestros estudiantes en cualquier parte en que residan; ya sea que ellos
sean los únicos SUD en su escuela, o si haya muchos SUD. ¿Qué podemos
hacer como educadores de religión para fomentar esos sentimientos y darles a
los futuros misioneros mejores técnicas para enseñar acerca de sus creencias y
compartir sus testimonios del evangelio?
“Enseñaos el uno al otro la doctrina del reino”
Las conferencias de zona, las reuniones de distrito y el estudio con com-
pañero en el campo misional están llenos de oportunidades en las cuales los
misioneros se enseñan el uno al otro y luego practican las técnicas importan-
tes. Aunque no comparo nuestros seminarios o institutos ni nuestras clases de
religión con las conferencias de zona, sí encuentro alguna semejanza. Desde
que regresé de la misión, he comprendido que puedo involucrar más a mis
estudiantes en enseñarse mutuamente las doctrinas del reino de acuerdo a lo
que mandó el Señor en DyC 88:77. Hay muchas maneras por las cuales po-
demos hacerlo. Podría ser que pidamos a nuestros estudiantes a que enseñen
partes de la lección, que hagan grupos pequeños, que representen a persona-
jes o que den respuestas individuales a la pregunta “¿Cómo explicaría eso a
alguien que no es de nuestra fe?” Existe la tentación de ser quien dé toda la
información en vez de ser el director del aprendizaje. Sin duda, aprendemos
más cuando tenemos que enseñar a otros. Como resultado, nuestros estu-
diantes—los futuros misioneros y los futuros padres y madres en “hogares
que compartan el evangelio”15—estarán mejor preparados para compartir su
testimonio y comentar sus creencias si no se sientan en nuestras clases nada
más para aprender en vez de compartir con los demás lo que han aprendido.
Con mucha frecuencia, pensaba que tenía buena participación en las
clases si lograba que los estudiantes leyeran unas cuantas escrituras o contesta-
ran algunas preguntas superficiales que no requerían una respuesta meditada.
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Conclusión
Ser un presidente de misión fue para mí la cosa más intensa, más ocupa-
da, más exigente, más difícil, más extenuante—tanto física como emocional-
mente—y más gratificante, aparte de mi familia, que haya hecho en mi vida.
¡Qué privilegio fue el servir! No sé si hice algo bueno para los demás, pero
sé que la misión me hizo bien. Soy diferente por ella y para siempre estaré
agradecido por esa transformación. Con frecuencia se me pregunta: “¿Qué
es lo que más extrañas de la misión?” Al igual que todo misionero que ha
regresado, joven o viejo, tengo muchas cosas que extrañaré profundamente.
(¡También hay muchas cosas que no extrañaré!). Extraño el contacto diario
con los misioneros de tiempo completo: la enseñanza, la capacitación, el áni-
mo y la edificación. Extraño el ver los milagros que ocurrieron dentro de ellos
y los milagros que efectuaron a su alrededor.
Al regresar a mi puesto de enseñanza en BYU, me decepcioné (debo ad-
mitirlo) porque no se me asignó a enseñar el curso de Religión 130, Compartir
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