Reflexiones en El Camino Vol. 2 - Enero 6-9

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6 DE ENERO SÁBADO

“Sometió todas las cosas bajo sus pies [de Cristo], y lo dio por cabeza sobre
todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que
todo lo llena en todo”. Efesios 1:22-23

Leyendo Efesios en pleno Siglo 21


El mundo humanista y materialista en el cual vivimos ha tenido una influencia
nefanda en la cristiandad, de tal manera que inclusive se predica acerca de las
bendiciones materiales y se hace énfasis en la necesidad de mejorar la posición de
la iglesia en la sociedad. En una atmósfera así, la epístola a los Efesios reconduce
nuestra visión a los lugares celestiales, y lo hace usando un lenguaje exquisito.
Esta maravillosa epístola, escrita por el apóstol Pablo desde la prisión en Roma,
empieza hablando de que el Dios y Padre “nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. A continuación se nombran
algunas de esas bendiciones que tenemos en Cristo: la redención, el perdón de los
pecados, la aceptación en Él, la adopción y el don del Espíritu Santo (Ef. 1:1-14). En
los cap. 2 y 3 veremos la elevación del creyente desde la muerte hasta los lugares
celestiales, así como el misterio de la conformación de la iglesia por judíos y
gentiles, y el fundamento firme de ella en la Piedra del Ángulo que es Cristo.
El tema más importante de la epístola es la iglesia como Cuerpo de Cristo. Como lo
dice gloriosamente el versículo del encabezado, ella es “la plenitud de Cristo”.
Ella es la obra maravillosa de Dios por medio de la cual Su multiforme sabiduría es
dada a conocer al mundo angelical (Ef. 2:10). La iglesia forma parte del gran
misterio que Dios tenía escondido en Gén. 2:24 , y que tiene su cumplimiento pleno
en Cristo (ver Ef. 5:31-32). La iglesia fue comprada por Cristo, está siendo edificada
mediante los dones que el Señor dio y es santificada por la Palabra. Pronto será
presentada delante de Cristo una iglesia gloriosa y perfecta (Ef. 2:20, 5:25-27).
En los capítulos 1 a 3 está la parte doctrinal de la epístola y los cap. 4 a 6 muestran
la conducta del creyente ante los enormes privilegios descritos en los primeros
capítulos. Pablo ora que los creyentes puedan comprender las glorias de su
llamamiento en Cristo (Ef. 1:15-23). En Ef. 3:14-19 vuelve a orar para que los
creyentes puedan conocer el amor de Dios en plenitud. Ese conocimiento de lo que
Dios es y de lo que ha hecho en Cristo es esencial para comportarse en este mundo
como es digno de la altísima posición en la que fuimos puestos en Cristo:
- Guardando la unidad del Cuerpo de Cristo
- Edificándonos unos a otros en amor
- Conduciéndonos ejemplarmente en nuestro caminar diario, en nuestras
relaciones de familia, en nuestros empleos y en nuestra lucha espiritual.
El Señor nos ayude a escudriñar con diligencia todas estas grandes verdades.
7 DE ENERO DOMINGO

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo
en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual
me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Gálatas 2:20

Junto a la cruz
¿Por qué el Señor hace tanto énfasis en que los cristianos celebremos el
partimiento del pan? Los primeros discípulos lo hacían con frecuencia, y
“perseveraban” en ello (Hechos 2:42). ¿Por qué el Señor no dijo que lo
recordáramos en su resurrección y en su gloria con frecuencia, pero sí que lo
recordáramos en Su muerte (1 Co. 11:23-25; 27-30)? ¿Por qué le dio tanta
importancia a hacerlo bien, meditando en lo que estamos celebrando? ¿Por qué
Pablo trae delante de los gálatas su apego a la cruz del Señor Jesús y a Su muerte
(versículo del encabezado)?
Cuando partimos el pan en memoria del Señor, volvemos en nuestros
pensamientos “junto a la cruz”. Como Pablo en Gál. 2:20, nos vemos allí
crucificados con Cristo. Nuestro viejo hombre quedó allí (Ro. 6:6). Recordamos lo
que éramos antes de nuestra conversión, y lo que tuvo que pagar el Cordero de
Dios. Junto a la cruz, recuerdo que mi salvación es gratuita para mí, pero para Él
fue altamente costosa. Recuerdo que Él tuvo que pagar cada uno de mis pecados.
Cuando partimos el pan en recuerdo de la muerte del Señor, cada creyente puede
decir con Pablo: “Él me amó”. Cuando estaba en la cruz, yo pesaba en su corazón.
Mi miseria y mi condenación le importaban. Quería llevarme consigo a la gloria,
aunque eso le costara a Él la vida. Junto a la cruz de Jesús, me siento amado.
Además, Él “se entregó a sí mismo por mí”. Cargó mis muchos pecados, y los pagó
uno a uno. Ningún ángel ni hombre pudo reemplazarlo. Tenía que entregarse Él
mismo, Él personalmente. Y lo hizo. Lo hizo por mí. Junto a la cruz de Jesús me
siento liberado de mi culpa.
Junto a la cruz de Cristo encuentro Su pureza, Su vida de obediencia a toda prueba,
y el Cordero sin mancha y sin contaminación que Dios había preparado
(1 P. 1:19,20). Recuerdo que Él fue la víctima sin tacha alguna que satisfizo a Dios.
Junto a la cruz de Cristo, el ladrón arrepentido encontró salvación y seguridad
inmediata. Allí encontró el paraíso, a la vez que a Aquel que llena el paraíso con su
gloria. Y cada creyente encontró lo mismo al acercarse a la cruz de Cristo.
¡Cómo nos conviene volver con frecuencia al pie de la cruz de Cristo! Toda
pretensión humana de mi parte allí se desvanece. Puedo volver a “poner los ojos
en Jesús” con renovada energía. Allí puedo sentirme humillado, pero también
amado, limpio, perdonado y salvo. Ahora de nuevo puedo ser útil a Él.
8 DE ENERO LUNES

“Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada
Marta le recibió en su casa”. Lucas 10:38

Marta de Betania, una persona afanada


El cap. 10 de Lucas refleja la intensa actividad del Señor Jesús. Al final del capítulo,
el Señor entra en Betania, y Marta le recibe en su casa. Se nota que era una mujer
muy diligente y atenta, y llevaba más o menos la conducción del hogar. Como
responsable, es ella quien toma la decisión de recibir al Señor en su casa. No podía
prever, probablemente, todas las bendiciones que recibirían con este hecho, ella y
los suyos. Algo parecido sucede con cada persona que viene al Señor hoy.
Marta tenía una hermana bien distinta a ella. Se llamaba María. Con tanto por hacer
para atender a los invitados, ella elige sentarse a los pies del Señor Jesús, quien
estaba hablando. Marta muy seguramente escuchaba esas palabras de vida, pero
tratando de atenderlas en medio de mil otras cosas. Aparte de eso, se enfada por
la desconsideración de María con ella. Eso ya era demasiado. Entonces explota.
Parece que ya había perdido la batalla con María porque no sería la primera vez
que actuaba así. Entonces Marta mira al Señor, y ve que a Él tampoco le importa la
actitud de su hermana. Quizá prevé que María atendería al Señor si le dijera algo,
entonces Marta le lleva a Él su problema. Pero no lo hace con sumisión sino con
reprensión. Además le da una orden al Señor: “Dile, pues, que me ayude”. Según
Marta, esa casa tiene que girar alrededor de sus proyectos. ¡El Señor de señores
también! ¡Cuánto tiene que aprender María de lo que debe ser un hogar cristiano!
¿Nos suena familiar esta escena? Es normal que una persona de carácter fuerte
como Marta o Saulo de Tarso hagan girar alrededor de sí y de sus planes a todas
las personas de su entorno. Sin embargo, el Señor buscará trabajar con esos
temperamentos dominantes y enérgicos para someterlos a Él. En Sus manos son
una tremenda bendición para los intereses de Él en este mundo.
La Escritura dice de Marta, al igual que muchas personas de hoy, “se preocupaba
con muchos quehaceres”, y que estaba “afanada y turbada con muchas cosas”
(Lc. 10:40,41). El Señor le tiene que decir a Marta que solo una de las cosas de su
listado de tareas era necesaria en ese momento. Tenía que aprovechar la ocasión
bendita de que el Señor le visitaba, y de ¡que quería hablarle! ¿Puede haber algo
más necesario que eso? Luego le dice: “María ha escogido la buena parte, la cual
no le será quitada” (v. 42). Las muchas tareas adicionales no le reportarían
provecho eterno a Marta, pero sentarse a los pies del Señor a escucharle sí.
¡Pongamos nuestro tiempo con el Señor en primerísimo lugar cada día, para no
llenarnos de actividades que nos reportarán solo pérdida eterna!
9 DE ENERO MARTES

“Dándonos [el Padre] a conocer el misterio de su voluntad… el cual se había


propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la
dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los
cielos, como las que están en la tierra”. Efesios 1:9-10

El Señor Jesús en Efesios


En la epístola a los Efesios se encuentra muchas veces la expresión “en Cristo”,
tanto en forma expresa como por implicación. La hermosísima y larga oración del
cap. 1, y versículos 3-10, es un claro ejemplo de la cantidad de cosas que Dios nos
ha dado en Cristo, de tal manera que si lo quitamos a Él de estos versículos, todo el
edificio de bendiciones cae. El Señor Jesús es el centro de los propósitos de Dios
(versículo del encabezado), y es también por su Persona y obra que Dios ha podido
abrir de par en par Su corazón generoso hacia nosotros.
En esta epístola podemos contemplar al Señor Jesús exaltado en la gloria, sobre
todo poder, autoridad y señorío, y como “Cabeza de la iglesia” (Ef. 1:20-22; 5:23).
Como tal, Él es quien dirige a todo el Cuerpo, el que comunica Sus pensamientos a
los miembros, de tal manera que ellos, en plena dependencia de Él, deben ejecutar
Sus propósitos y desplegar Sus glorias.
Otra expresión hermosa para referirse al Señor Jesús en Efesios es “El Amado” (Ef.
1:6). El Padre la había empleado en el bautismo de Cristo y también en el monte de
la transfiguración (Mt. 3:17; 17:5). ¿Qué nos revela esta expresión? Nos deja
entrever, por gracia, dentro de la íntima relación entre el Hijo y el Padre, y la
atmósfera de amor que hay en la Divinidad. Nos muestra que los propósitos de
Dios en Cristo fueron diseñados y ejecutados en amor. Ese maravilloso título del
Salvador, nos deja de manifiesto que haber enviado a Su Hijo al mundo fue un
regalo que brotó del corazón de Dios.
En relación con la iglesia hay también algunos títulos del Señor Jesús que menciona
Efesios. Uno es: “La principal piedra del ángulo” (Ef. 2:20). Se está hablando del
fundamento puesto por los apóstoles y profetas, sobre el cual la iglesia es edificada.
En ese contexto, la principal Piedra del Ángulo es la primera que se pone en el
fundamento, y la que sirve de referencia a todas las demás. Eso nos habla de lo que
es el Señor Jesucristo en la edificación de Su iglesia: Su fundamento (1 Co. 3:11), y
es de Él que hablaron los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento.
Un último título que consideraremos es el de Esposo (Ef. 5:25-32). Cristo amó a su
esposa (la iglesia), se entregó a sí mismo por ella, la santifica y purifica con la
Palabra hasta el final glorioso, la sustenta y la cuida. Finalmente se verá todo ese
trabajo de amor pacientemente hecho a lo largo de los siglos (Ap. 21:9-11).

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