La Expresión Artes Liberales

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La expresión artes liberales, usada principalmente durante la Edad Media, no

significa artes en el sentido en el que entendemos estas palabras hoy en día, sino
aquellas ramas del conocimiento que fueron enseñadas en las escuelas de aquel
tiempo. Son llamadas liberales (Lat.liber, libres) porque sirven al propósito de
entrenar al hombre libre, en contraste con las artes illiberales, que tienen fines
económicos; su fin es preparar al estudiante no para ganarse la vida, sino la
búsqueda de la ciencia en el sentido estricto del término, es decir, la combinación
de filosofía y teología conocida como escolástica. En número son siete y pueden
organizarse en dos grupos, abarcando el primero la gramática, retórica y dialéctica,
en otras palabras, las ciencias del lenguaje, de la oratoria, y de la lógica, mejor
conocidas como las artes sermocinales, o estudios de la lengua; el segundo grupo
comprende la aritmética, geometría, astronomía y música, es decir, las disciplinas
matemático-físicas, conocidas como las artes reales, o physicae. Se considera que
el primer grupo es el grupo elemental, por eso es que estas ramas son también
llamadas artes triviales o trivium, es decir, un terreno bien apisonado tal como el
de la unión de tres caminos, o una encrucijada abierta a todo. En contraste con
estos encontramos las disciplinas matemáticas como las artes quadriviales o
quadrivium, o camino con cuatro entronques. Así, las siete artes liberales con
miembros de un sistema de estudios que abraza a las ramas de la lengua como las
más bajas, las ramas matemáticas como intermedias, y la ciencia propiamente
dicha como el grado superior y terminal. Aunque este sistema no recibió el
desarrollo distintivo connotado por su nombre hasta la Edad Media, aún se extiende
en la historia de la pedagogía tanto hacia atrás y hacia delante; pues aunque, por
un lado los encontramos entre las naciones clásicas, los griegos y los romanos, y
hasta descubrimos formas análogas como precursores en el sistema educacional de
los antiguos orientales, su influencia, por otro lado, ha durado mucho más allá de la
Edad Media, hasta estos días.

Por varias razones es deseable tratar el sistema de las siete artes liberales desde
este punto de vista, y esto es lo que proponemos hacer en este artículo. El tema es
de especial interés para los historiadores, debido a que una evolución que se
extiende a través de más de dos mil años y aún en operación activa, reta a nuestra
atención al sobrepasar tanto en duración como en ramificaciones locales en todas
las demás fases de la pedagogía. Pero es igualmente instructivo para los filósofos
debido a que pensadores tales como Pitágoras, Platón y San Agustín colaboraron en
el marco del sistema, y porque en general mucho del pensamiento, y podemos
decir, mucha sabiduría pedagógica ha sido incorporada en ello. Por ello, también es
de importancia para el maestro práctico, porque entre los comentarios de tantos
escolares sobre este tema se pueden encontrar muchas recomendaciones de gran
utilidad.

El sistema de estudio oriental, que exhibe una analogía instructiva con el que aquí
se trata, es de los antiguos hindúes aún en boga entre los brahmanes. En esto, el
más alto objeto de estudio es el Veda, es decir, la ciencia o doctrina de las cosas
divinas, la suma de sus escritos especulativos y religiosos para la comprensión del
cual se reunieron diez ciencias auxiliares, de las cuales cuatro -fonología,
gramática, exégesis y lógica- son de naturaleza lingüístico-lógica, y por ello pueden
compararse con el Trivium; mientras que dos –astronomía y métrica- pertenecen
al dominio de las matemáticas, y por tanto al Quadrivium. Los restantes –ley,
doctrina ceremonial, doctrina legendaria y dogma- pertenecen a la teología. Entre
los griegos, el lugar del Veda es ocupado por la filosofía, es decir, el estudio de la
sabiduría, la ciencia de las causas últimas, que desde un punto de vista es idéntica
a la teología. La “Teología Natural”, es decir, la doctrina de la naturaleza de la
divinidad y de las cosas Divinas, fue considerada dominio de los filósofos, al igual
que la “teología política” fue de los sacerdotes y la “teología mística” de los poetas.
[Ver O. Willmann, Geschichte des Idealismos (Brunswick, 1894), I, sec. 10.]
Pitágoras (quien floreció entre 540 A.C. y 510 A.C.) primero se llamó a sí mismo
filósofo, pero también fue considerado como el más grande teólogo griego. El
currículum que organizó para sus pupilos llevó al hieros logos, esto es, la
enseñanza sagrada, para cuya preparación los estudiantes recibieron como
mathematikoi, es decir, los aprendices o personas ocupadas con las mathemata, la
“ciencia de aprender” –que de hecho ahora se conoce como matemáticas. Las
preparación para esto fue a lo que los discípulos se sometieron como akousmatikoi,
“oyentes”, después de cuya preparación eran introducidos a los que entonces se
usaba entre los griegos, llamado mousike paideia, “educación musical”, que
consistía en lectura, escritura, lecciones de los poetas, ejercicios de memorización y
la técnica de la música. La posición intermedia de las matemáticas es atestiguada
por la antigua expresión de los metaichmon Pitagóricos, es decir, “distancia de
lanzada”; que era propiamente la distancia entre los combatientes; en este caso,
entre la educación elemental y la estrictamente científica. Pitágoras es además
reconocido por haber convertido la investigación geométrica, esto es, matemática,
en una forma de educación para el hombre libre. (Proclus, Comentario sobre
Euclides, I, p. 19, ten peri ten geometrian philosophian eis schema paideias
eleutherou metestesen.) “Descubrió una media o etapa intermedia entre las
matemáticas del templo y las matemáticas de la vida práctica, tal como aquella
empleada por los encuestadores y personas de negocios; conserva las altas metas
del formador, al mismo tiempo que lo hace la palestra del intelecto; junta una
disciplina religiosa con el servicio de la vida seglar al mismo tiempo sin robarle su
carácter sagrado, al igual que anteriormente transformó la teología física en
filosofía natural sin alienarle su origen santificado” (Geschichte des Idealismos, I,
19 hasta el fin). Una extensión de los estudios elementales fue traída por la activa,
aunque algo inestable, vida mental que se desarrolló después de las guerras
pérsicas en el siglo quinto A.C. A partir del estudio simple de la lectura y escritura
avanzaron al arte de la oratoria y su teoría (retórica), con la cual se combinaba la
dialéctica, propiamente el arte del discurso alternado, o la discusión del pro y con.
Este cambio fue traído por los sofistas, particularmente por Gorgias de Leontium.
También dieron gran importancia a los muchos ángulos de su conocimiento teórico
y práctico. Se cuenta que Hippias de Elis se jactaba de haber elaborado su propia
capa, túnica y calzado (Cícero, De Oratote, iii, 32, 127). De esta forma, la lengua
actual gradualmente empezó a designar el cuerpo total de conocimiento
educacional como encíclica, es decir, como universal o que abarca todo (egkyklia
paideumata o methamata; egkiklios paideia). La expresión indicaba originalmente
el conocimiento actual común a todo, pero después asumió el significado
anteriormente mencionado, el cual también ha pasado a nuestra palabra
enciclopedia.

Habiendo Sócrates ya enfatizado fuertemente las metas morales de la educación,


Platón (429-347 A.C.) protestó contra su degeneración por un esfuerzo en adquirir
cultura a través de un amontonamiento de información multifario
(polypragmosyne). En la “República” propone un curso de educación que parece ser
el curso pitagórico perfeccionado. Inicia con cultura músico-gimnástica, por cuyo
medio intenta impresionar los sentidos con las formas fundamentales de la belleza
y el bien, esto es, el ritmo y la forma (aisthesis). El curso intermedio abraza las
ramas matemáticas, a saber, aritmética, geometría, astronomía y música, que se
calcula ponen en acción los poderes de la reflexión (dianoia), y permite que el
estudiante progrese por grados desde percepción sensorial hasta intelectual, a
medida que domina en forma sucesiva la teoría de los números, de las formas, de
las leyes cinéticas de los cuerpos y de las leyes de los sonidos (musicales). Esto
lleva al más alto grado del sistema educacional, su pináculo (thrigkos) por decirlo
así, esto es, la filosofía, a la cual Platón llamó dialéctica, elevando así la palabra
desde su significado actual para significar la ciencia de lo Eterno como terreno y
prototipo del mundo de los sentidos. Este progreso a la dialéctica (dialektike poreia)
es la obra de nuestra más alta facultad cognitiva, el intelecto intuitivo (nous). De
esta manera Platón asegura una base psicológica o noética, para la secuencia de
sus estudios, que son: sentido-percepción, reflexión y percepción intelectual.
Durante el período alejandrino, el cual inicia en los últimos años del siglo cuarto
antes de Cristo, los estudios encíclicas asumen formas escolásticas. La gramática,
como ciencia de la lengua (gramática técnica) y la explicación de los clásicos
(gramática exegética) , es el principio; la retórica se convierte en un curso
elemental en oratoria y escritura. Por dialéctica ellos entendían, de acuerdo a la
enseñanza de Aristóteles, las directrices que permiten al estudiante presentar
puntos de vista aceptables y válidos de un tema dado; por ello la dialéctica se
convirtió en lógica elemental práctica. Los estudios matemáticos conservaron su
orden platónico, por medio de poemas astronómicos, la ciencia de las estrellas, y
por medio de obras sobre geografía, la ciencia del globo se convirtió en parte de la
educación popular (Strabo, Geographica, I, 1, 21-23). La filosofía siguió siendo la
culminación de los estudios encíclicos, que le llevó a una relación como el de las
criadas a las dueñas de la casa, o de un refugio temporal al hogar fijo (Diog. Laert.,
II, 79: ef. la Didaktik als Bildungslehre del autor, I, 9 ). Entre los romanos la
gramática y retórica fueron los primeros en lograr una posición firmemente
afianzada; la cultura se identificaba por ellos con elocuencia, pues el arte de la
oratoria y el dominio de la palabra hablada se basaba en un conocimiento múltiple
de las cosas. En sus “Instituciones Oratoriae” Quintiliano, el primer professor
eloquentiae en Roma en los tiempos de Vespasiano, inicia su instrucción con
gramática, o, por decirlo con mayor precisión, con Gramática Latina y Griega,
continúa con matemáticas y música, y concluye con retórica, el cual incluye no sólo
elocución y conocimiento de la literatura, sino también instrucción lógica –en otras
palabras, instrucción dialéctica. Sin embargo, el sistema encíclico como sistema de
las artes liberales, o Artes Bonae, es decir, el aprendizaje del vir bonus, o patriota,
fue representado también en manuales especiales. El “Libri IX Disciplinarum” del
erudito M. Terentius Varro de Reate, un contemporáneo anterior a Cícero, trata de
las siete artes liberales agregándoles medicina y arquitectura. El cómo la última de
éstas ciencias fue conectada con los estudios generales es mostrado en el libro “De
Architecturâ” por M. Vitruvius Pollio, un escritor de tiempos de Augusto, en el cual
se hacen excelentes observaciones sobre la conexión orgánica entre todos los
estudios. “Los no experimentados”, afirma, “pueden maravillarse ante el hecho de
que tantas cosas diferentes puedan ser retenidas por su memoria; pero tan pronto
observen que todas las ramas del aprendizaje tienen una conexión real y una
acción recíproca entre ellas, el asunto parecerá muy simple; pues la ciencia
universal (egkyklios, disciplina) está compuesta de la ciencias especiales así como
el cuerpo está compuesto por miembros, y aquellos que desde su primera juventud
han sido instruidos en las diferentes ramas del conocimiento (variis eruditionibus)
reconocen en todas las mismas características fundamentales (notas) y las mutuas
relaciones de todas las ramas, y por tanto pueden asir todo con mayor facilidad”
(Vitr., De Architecturâ, I, 1, 12). Es estos puntos de vista la concepción platónica
aún es operante, y los romanos siempre conservaron la convicción de que en la
filosofía en sí misma se encontraba la perfección de la educación. Cícero enumera
los siguientes como los elementos de una educación liberal: geometría, literatura,
poesía, ciencia natural, ética y política. (Artes quibus liberales doctrinae atque
ingenuae continentur; geometria, litteratum cognito et poetarum, atque illa quae de
naturas rerum, quae de hominum moribus, quae de rebus publicus dicuntur.)

La cristiandad enseñó a los hombres a considerar la educación y la cultura como un


trabajo de la eternidad, a la cual todos los objetos temporales son secundarios. Por
tanto, suavizó la antítesis entre las artes liberales y las no liberales; la educación de
la juventud logra su propósito cuando actúa para “que el hombre de Dios se
perfeccione, proveyéndole para hacer el bien” (II Tim., iii, 17). En consecuencia, el
trabajo, que entre las naciones clásicas había sido considerado como indigno del
hombre libre, quien sólo debía vivir para el ocio, era ennoblecido; pero el
aprendizaje, retoño del ocio, no perdía su dignidad. Los cristianos conservaron la
expresión mathemata eleuthera, studia liberalia, así como la graduación de estos
estudios, pero ahora la verdad cristiana era la corona del sistema en la forma de
instrucción religiosa para la gente y de teología para los eruditos. La apreciación de
las varias ramas del conocimiento era en gran medida influenciada por el punto de
vista expresado por San Agustín en su pequeño libro “De Doctrinâ Christiana”.
Como ex maestro de retórica y maestro de elocuencia estaba completamente
familiarizado con las Artes y había escrito sobre algunas de ellas. La gramática
conserva el primer lugar en el orden de los estudios, pero el estudio de las palabras
no interferiría con la búsqueda de la verdad que contenían. El regalo más preciado
de las mentes brillantes es el amor a la verdad, no las palabras que lo expresan.
“Pues en qué beneficia una llave de oro si no puede dar acceso al objeto que
deseamos alcanzar, y por qué buscar la falla de una llave de madera si sirve a
nuestro propósito?” (De Doctr. Christ., IV, 11,26). Al estimar la importancia de los
estudios lingüísticos como medio para interpretar la Escritura, debe enfatizarse la
gramática exegética en lugar de la técnica. La dialéctica debe también demostrar su
valor al interpretar la Escritura; “Examina todo el texto como un tejido nervioso”
(Per totum textum scripturarum colligata est nervorum vice, ibid., II, 40,56). La
retórica contiene las reglas para una más amplia discusión (preacepta uberioris
disputationis); debe usarse más bien para establecer lo que hemos comprendido y
no para ayudarnos a comprender (ibid., II, 18). San Agustín comparó una pieza
maestra de retórica con la sabiduría y belleza del cosmos y la historia –“Ita quidam
non verborum, sed rerum, eloquentiâ contrariorum oppositione seculi pulchritudo
componitur” (De Civil. Dei, XI, 18). Las matemáticas no fueron inventadas por el
hombre, pero sus verdades fueron descubiertas; nos dan a conocer los misterios
ocultos en los números encontrados en las Escrituras, y guían a las mentes hacia
las alturas, de los mutable a lo inmutable; e interpretados en el espíritu del Divino
Amor, se convierten en una fuente para la mente de aquella sabiduría que ha
ordenado todas las cosas por medida, peso y número (De Doctr. Christ., II, 39,
también Sabiduría, xi, 21). Las verdades elaboradas por los filósofos de la
antigüedad, como metal precioso extraído de las profundidades de una Providencia
que reina sobre todo, debe ser aplicado por los Cristianos en el espíritu del
Evangelio, tal como los israelitas utilizaron los vasos sagrados de los egipcios para
el servicio del Dios verdadero (De Doctr. Christ., II, 41).

La serie de libros de texto de moda durante la Edad Media inició con la obra de un
africano, Marcianus Capella, escrito en Cartago alrededor del año 420 D.C. Lleva el
título “Satyricon Libri IX” de satura, se, lanx “un plato lleno”. En los dos primeros
libros, “Nuptiae Philologiae et Mercurio”, se tratan tópicos mitológicos y de otro
tipo, por medio de la alegoría de que Phoebus presenta las Siete Artes Liberales
como doncellas a la novia Filología. En los siete libros que siguieron, cada una de
las Artes Liberales presenta la suma de su enseñanza. Una presentación más simple
de la misma materia se encuentra en el pequeño libro, dirigido a clérigos titulado
“De artibus ac disciplinis liberalium artium”, el cual fue escrito por Magnus Aurelius
Cassiodrus en el reino de Teodorico. Aquí puede notarse que Ars significa “libro de
texto”, al igual que la palabra techen; disciplina es la traducción del griego
mathesis o mathemata, y significaba de una manera más limitada las ciencias
matemáticas. Cassiodorus deriva la palabra liberalis no de liber, “libre”, sino de
liber, “libro”, indicando por ello el cambio de estos estudios a aprendizaje en libro,
así como la desaparición de la perspectiva de que las otras ocupaciones son serviles
y no dignas de un hombre libre. De nuevo nos encontramos con las Artes al inicio
de una obra enciclopédica llamada “Origines, sive Etymologiae”, en veinte libros,
compilado por San Isidoro, Obispo de Sevilla, alrededor del año 600. El primer libro
de esta obra trata de gramática; el segundo, de retórica y dialéctica, ambos
comprendidos bajo el nombre de lógica; el tercero, de las cuatro ramas
matemáticas. En los libros del IV-VIII siguen medicina, jurisprudencia, teología;
pero los libros IX y X nos dan material lingüístico, etimologías, etc., y los libros
restantes presentan una miscelánea de información útil. Albinus (o Alcuin), el
reconocido hombre de estado y consejero de Carlos el Grande, trataba las Artes en
tratados por separado, de las cuales sólo los tratados que se pretendía fueran guías
al Trivium, son los que han llegado hasta nosotros. En la introducción, encuentra en
Prov. IX, 1 (La sabiduría se ha construido una casa, se ha aserrado siete pilares)
una alusión a las siete artes liberales que él piensa son los siete pilares. El libro
está escrito en forma de diálogo, haciendo el discípulo preguntas que son
contestadas por el maestro. Uno de los pupilos de Alcuin, Rabanus Maurus, quien
murió en 850 siendo Arzobispo de Mainz, en su libro titulado “De institutione
Clericoum” dio breves instrucciones en cuanto a las Artes, y publicó con el nombre
“De Universo” lo que podría llamarse una enciclopedia. La extraordinaria actividad
mostrada por los monjes irlandeses como maestros en Alemania llevó a la
designación de las Artes como Methodus Hibérnica. Para imprimir la secuencia de
las artes en la memoria del estudiante, se emplearon versos mnemónicos tales
como el hexámetro;

Lengua, tropus, ratio, numerus, tonos, angulus, astra. Gram loquiter, Dia vera
docet, Rhe verba colorat Mu canit, Ar numerat, Geo ponderat, Ast colit astra.
El número se hizo popular por el número siete: las Siete Artes recordaban las Siete
Peticiones de la Oración del Señor, los Siete Dones del Espíritu Santo, los Siete
Sacramentos, las Siete Virtudes, etc. Las Siete Palabras en la Cruz, los Siete Pilares
de la Sabiduría, Los Siete Paraísos podrían también sugerir ramas particulares de
aprendizaje. Las siete artes liberales encontraron contrapartes en las siete artes
mecánicas; incluyendo éstas últimas telar, herrería, guerra, navegación,
agricultura, cacería, medicina, y el ars theatrica. A éstas se agregaron danza, lucha,
y conducción. Aún los logros a ser dominados por los candidatos a caballeros se
fijaron en siete: montura, justa, esgrima, lucha, correr, saltar y tirar la lanza. Las
ilustraciones pictóricas de las Artes se encuentran con frecuencia, usualmente
figuras femeninas con atributos adecuados; así la Gramática aparece con libro y
vara, la Retórica con tabla y cincel, la Dialéctica con una cabeza de perro en su
mano, probablemente en contraste con el lobo de la herejía –juego de palabras
Domini canes, Dominicani – la Aritmética con un cordel anudado, la Geometría con
un par de compases y una regla, la Astronomía con una fanega o bushel y estrellas
y la Música con cítara y órgano. Se agregaron los retratos de los principales
representantes de las distintas ciencias. Así en el gran grupo de Tadeo Gaddi que
está en el convento dominico de Santa María Novella en Florencia, y que fue
pintado en 1322, la figura central es Santo Tomás de Aquino, la Gramática aparece
con ya sea Donattus (quien vivió alrededor del año 250 D.C.) o Prisciano (alrededor
de 530 D.C.), los dos más prominentes maestros de gramática, en el acto de
instruir a un niño: la Retórica acompañada por Cícero: la Dialéctica por Zeno de
Elea, a quien los antiguos consideraron el fundador del arte; la Aritmética por
Abraham, como representante de la filosofía de los números, y versado en el
conocimiento de las estrellas; la Geometría por Euclides (alrededor de 300 A.C.),
cuyos “Elementos” fueron considerados como el canon de la ciencia de las estrellas;
la Música por Tubal Cain usando el martillo, probablemente en alusión a los
martillos armónicamente afinados que se dice sugirieron a Pitágoras su teoría de
intervalos. Como contrapartes de las artes liberales se encuentran siete ciencias
más elevadas: ley civil, ley canónica, y las cinco ramas de la teología llamadas
especulativa, de la Sagrada Escritura, escolástica, contemplativa y apologética. (Cf.
Geschichte des Idealismos, II, Par.74, donde se discute la postura de Santo Tomás
de Aquino hacia las ciencias.)

Una imagen instructiva de las siete artes liberales en el siglo doce puede
encontrarse en Hugo de San Víctor, quien murió en París, en 1141. Él descendía de
la familia de los Condes Blankenburg en las Montañas Harz y recibió su educación
en el convento agustino de Hammersleben en la Diócesis de Halberstadt, donde se
dedicó a las artes liberales desde 1109 hasta 1114. En su “Didascalicum”, VI, 3,
escribe “Me atrevo a decir que nunca he sido privado de nada que tenga que ver
con la erudición, pero he aprendido mucho de lo que a otros parece ser frívolo y
bobo. Recuerdo cómo, cuando niño estudiante, buscaba asegurarme de los
nombres de todos los objetos que veía, o que llegaban a mis manos, y cómo
formulaba mis propios pensamientos sobre ellos [perpendens libere], es decir: que
uno no puede conocer la naturaleza de las cosas antes de haber aprendido sus
nombres. Con qué frecuencia me di a la tarea diaria voluntaria del estudio de
problemas [sophismata] que había garabateado por intentar ser breve, por medio
de una palabra clave o dos [dictionibus] en una página, con el fin de comprometer
a la memoria la solución y el número de casi todas las opiniones, preguntas y
objeciones [disposiciones ad invicem controversias] y al hacerlo cuidadosamente
distinguí entre los métodos de los retóricos, los oradores y los sofistas. Representé
números con piedrecillas, y cubrí el suelo con líneas negras, y comprobé de manera
clara por el diagrama frente a mi las diferencias entre los triángulos agudos,
escalenos y obtusos; de la misma manera determiné si un cuadrado tiene la misma
área que un rectángulo del cual se multiplican dos de sus lados, al deducir la
longitud en ambos casos [utrobique procurrente podismo]. Con frecuencia he
observado la noche invernal, mirando a las estrellas [horoscopus – no predicción
astrológica, que estaba prohibido, sino estudio puro de las estrellas]. Con
frecuencia he tocado la magada [Gr. Magadis, un instrumento de 20 cuerdas, que
da diez tonos] midiendo las cuerdas de acuerdo a los valores numéricos, y
estirándolos sobre la madera con el fin de captar con mi oído la diferencia entre los
tonos, y al mismo tiempo alegrar mi corazón con la dulce melodía. Todo esto fue
hecho de manera infantil, pero dista mucho de ser inútil, pues este conocimiento no
ha sido una carga para mí. No recuerdo estas cosas con el fin de alardear mis
logros, que son de poco o ningún valor, sino para demostrarte que el trabajador
más ordenado es el más habilidoso [illum incedere aptissime qui incedit ordinate], a
diferencia de tantos que, deseando hacer un gran salto, caen en un abismo; pues al
igual que con las virtudes, así en las ciencias hay pasos fijos. Pero, dirán ustedes,
encuentro en las historias asuntos muy poco útiles y prohibidos; ¿para qué
ocuparme de ello? Muy cierto, existen en las Escrituras muchas cosas que,
considerados en sí mismos, aparentemente no vale la pena adquirir, pero los
cuales, si se comparan con otros relacionados con ellos, y si los sopesan, teniendo
en mente esta conexión [in toto suo trutinare caeperis], demostrarán ser
necesarios y útiles. Algunas cosas valen la pena conocer en sí mismos; pero otras,
aunque en apariencia no ofrecen un beneficio por nuestra molestia, no debe
prescindirse de ellos, porque sin ellos los anteriores no pueden ser totalmente
dominados [enucleate sciri non possunt]. Aprendan todo: después descubrirán que
nada es supérfluo; limitar el conocimiento no ofrece gozo [coarctata scientia
jucunda non est].”

La relación de las Artes con la filosofía y la sabiduría fue fielmente tenida en cuenta
durante la Edad Media. Hugo dice de ello: “Entre todos los departamentos del
conocimiento los antiguos asignaron siete a ser estudiados por los principiantes,
debido a que encontraron en ellos un mayor valor que en otros, así que aquel que
los dominara bien podía después dominar el resto más bien por investigación y
práctica que por la instrucción oral del maestro. Son, como lo fueron entonces, las
mejores herramientas, la entrada justa a través de la cual la verdad filosófica se
abre a nuestro intelecto. Por ello los nombres trivium y quadrivium, pues aquí la
mente robusta progresa como si fuera por caminos o senderos hacia los secretos de
la sabiduría. Es por esta razón que entre los antiguos que seguían este camino,
hubo tantos hombres sabios. Nuestros escolásticos [scholastici] no tienen
inclinación, o no saben mientras estudian, cómo adherirse al método adecuado,
aunque hay tantos que trabajan con esmero [studentes], pero pocos hombres
sabios” (Didascalicum, III, 3).
San Buenaventura (1221-74) en su tratado “De Reductione artium ad theologiam”
propone una explicación profunda del origen de las Artes, incluyendo la filosofía; lo
fundamenta en el método de la Sagrada Escritura como el método de toda
enseñanza. La Sagrada Escritura nos habla en tres formas: por discurso (sermo),
por instrucción (doctrina) y por indicaciones para vivir (vita). Es la fuente de verdad
en el discurso, de la verdad en las cosas y de la verdad en la moral, y por tanto
igualmente de la filosofía racional, natural y moral. La filosofía racional, teniendo
por la verdad hablada, la trata desde el triple punto de vista de la expresión, de la
comunicación y del impulso a la acción, en otras palabras intenta expresar,
enseñar, persuadir (exprimere, docere, movere). Estas actividades son
representadas por sermo congruus, versus, ornatus y las artes de la gramática,
dialéctica y retórica. La filosofía natural busca la verdad en las cosas mismas como
rationes ideales, y en forma acorde se divide en física, matemática y metafísica. La
filosofía moral determina la veritas vitae para la vida del individuo como monastica
(monos solo), para la vida doméstica como oeconomica y para la sociedad como
politica. Para la erudición general y el aprendizaje enciclopédico, la educación
medieval tiene relaciones menos cercanas que aquellas de Alejandría,
principalmente debido a que el Trivium tenía carácter formal, es decir, buscaba
entrenar más bien la mente, en lugar de impartir conocimiento. La lectura de
autores clásicos se consideraba un apéndice al Trivium. Hugo, quien como hemos
visto, no lo subestima, lo incluye en la lectura de sus poemas, fábulas, historias y
ciertos otros elementos de instrucción (poemata, fabulae, historiae, didascaliae
quaedam). La ciencia del lenguaje, usando la expresión de Agustín, aún es
designada como la llave de todo el conocimiento positivo; por esta razón se
mantiene su lugar a la cabeza de las Artes. Por ello dice Juan de Salisbury (nacido
entre 1110 y 1120; muerto en 1180), Obispo de Chartres): “Si la gramática es la
llave de toda la literatura, y la madre y señora del lenguaje, ¿quién será lo
suficientemente audaz para alejarla del umbral de la filosofía? Sólo aquel que
piense que lo escrito y lo hablado es innecesario para el estudiante de filosofía”
(Metalogicus, I, 21). Ricardo de San Víctor (muerto en 1173) pone a la gramática
como sirviente de la historia, pues escribe: “Todas las artes sirven a la Sabiduría
Divina, y cada arte menor, ordenadas correctamente, lleva a una superior. Por ello
la relación que existe entre la palabra y la cosa requiere que la gramática,
dialéctica, y retórica sirvan a la historia” (Rich. ap. Vincentium Bell., Spec.
Doctrinale, XVII, 31). El Quadrivium, tenía naturalmente ciertas relaciones con las
ciencias y la vida; esto era reconocido al tratar a la geografía como parte de la
geometría, y al estudio del calendario como parte de la astronomía. Nos
encontramos con el desarrollo de las Artes en conocimiento enciclopédico ya desde
tiempos de Isadore de Sevilla y Rabanus Maurus, especialmente el la obra de éste
último “De Universo”. Fue terminado en el siglo trece, época a la cual pertenecen
las obras de Vincent de Beauvais (muerto en 1264), instructor de los hijos de San
Luis (IX). En su “Speculum Naturale”, trata a Dios y a la naturaleza; en el
“Speculum Doctrinale”, iniciando por el Trivium, trata con las ciencias; y en el
“Speculum Morale” discute el mundo moral. A éstos un continuador agregó un
“Speculum Historiale”, el cual era simplemente una historia universal.

Para el desarrollo académico de las Artes era importante que las universidades las
aceptaran como parte de su currícula. Entre sus ordines o escuelas, el ordo
artistarum, llamado después la escuela de filosofía, fue fundamental: Universitas
fundatur in artibus. Proporcionó la preparación no sólo para el Ordo Theologorum,
sino también para el Ordo Legislarum, o escuela de leyes, y el Ordo Physicoum, o
escuela de medicina. De los métodos de enseñanza y el estudio continuo de las
artes en las universidades en el siglo quince, el libro de texto del Cartusiano
contemporáneo, Gregory Reisch, Conesor del Emperador Maximiliano I, nos da un
panorama claro. Él trata en doce libros: (I) de los Rudimentos de la Gramática; (II)
de los Principios de la Lógica; (III) de las Partes de una Oración; (IV) de Memoria,
de Escritura-de-cartas y de Aritmética; (V) de los Principios de la Música; (VI) de
los Elementos de la Geometría; (VII) de los Principios de la Astronomía; (VIII) de
los Principios de las Cosas Naturales; (IX) del Origen de las Cosas Naturales; (X)
del Alma; (XI) de los Poderes; (XII) de los Principios de la Filosofía Moral.- La
edición ilustrada impresa en 1512 en Estrasburgo tiene como apéndice: los
elementos de la literatura griega, hebreo, música figurada y arquitectura y algo de
instrucción técnica (Graecarum Litterarum Instituciones, Hebraicarum Litterarum
Rudimento, Musicae Figuratea Instituciones, Architecturae Rudimenta).

En las universidades, las Artes, al menos de manera formal, mantuvieron su lugar


hasta los tiempos modernos. En Oxford, la Reina María (1553-58) edificó facultades
cuyas inscripciones eran significativas, siendo: “Gramática, Literas Disce”;
“Rhetorica persuadet mores”; “Dialectica, Imposturas fuge”; “Aritmetica, Omnia
numeris constant”; “Musica, Ne tibi dissideas”; “Geometría, Cura, quae domi sunt”;
“Astronomia, Altiora ne quaesieris”. El título “Maestro de Artes Liberales” aún se
otorga en algunas universidades al Doctorado en Filosofía; en Inglaterra el de
“Doctor de Música” aún se usa de manera regular. Sin embargo, en la enseñanza
práctica, el sistema de las Artes ha declinado desde el siglo dieciséis. El
Renacimiento vio en la técnica del estilo (eloquentia) y como soporte principal, la
erudición, que es el fin último de la educación colegial, siguiendo así a el sistema
romano en lugar del griego. La gramática y la retórica vinieron a ser elementos
principales de los estudios preparatorios, mientras que las ciencias del Quadrivium
se incorporaron en el aprendizaje misceláneo (eruditio) relacionado con la retórica.
En las escuelas superiores católicas, la filosofía permaneció como la etapa
intermedia entre los estudios filológicos y los profesionales; mientras que de
acuerdo al esquema protestante, la filosofía fue llevada (a la universidad) como un
tema de Facultad. Las escuelas jesuitas presentaron los siguientes grados en los
estudios: gramática, retórica, filosofía y, ya que la filosofía inicia con la lógica, este
sistema retiene también la antigua dialéctica.

En los estudios eruditos mencionados anteriormente, debe buscarse el origen del


aprendizaje enciclopédico que creció incesantemente durante el siglo diecisiete.
Amos Comenius (muerto en 1671), el representante mejor conocido de esta
tendencia, quien buscó en su “Orbis Pictus” hacer de esta diminutiva enciclopedia
(encyclopaediola) la base de la instrucción gramatical más antigua, habla con
desdén de “esas artes liberales de las que tanto se habla, cuyo conocimiento la
gente común cree que adquiere concienzudamente un maestro en filosofía” y
orgullosamente declara que “Nuestros hombres se elevan a mayor altura”. (Magna
Didactica, xxx, 2.) Sus clases escolares son las siguientes: gramática, física,
matemáticas, ética, dialéctica y retórica. En el siglo dieciocho los estudios
universitarios toman cada vez más el carácter enciclopédico y en el siglo diecinueve
el sistema de clases es reemplazado por el sistema departamental, en el cual las
varias materias son tratadas de manera simultánea con poca o ninguna referencia a
su secuencia; de esta forma el principio de las Artes por fin es vencida. Mientras,
además, al igual que en la Gymnasia de Alemania, la filosofía ha sido sacada del
curso de los estudios, la erudición miscelánea se convierte en principio un fin en sí
mismo. No obstante, los sistemas educacionales actuales conservan trazas de la
organización sistemática antigua (lenguaje, matemáticas, filosofía). En los primeros
años de su curso de Gymnasium el joven debe dedicar su tiempo y energía al
estudio de los idiomas, en los años intermedios, principalmente a las matemáticas,
y en sus últimos años, cuando se le llama a expresar sus propios pensamientos,
empieza a lidiar con la lógica y la dialéctica, aún si es sólo en la forma de
composición. Por tanto, llega a tocar la filosofía. Esta secuencia que funciona, por
decirlo así, fuera de la presente condición caótica de los estudios aprendidos, debe
hacerse sistemáticamente; la idea fundamental de las Artes Liberales es así
revivido.

Por lo tanto, la idea platónica de que debemos avanzar gradualmente des la


percepción de los sentidos por medio de la argumentación intelectual hacia la
intuición intelectual, de ninguna manera es anticuada. La instrucción matemática,
aceptada como preparación al estudio de la lógica, sólo ganaría si se condujera en
este espíritu, si se aclarara más lógicamente, si su contenido técnico se redujera y
si fuera seguido por la lógica. La correlación expresa de las matemáticas con la
astronomía y la teoría musical, traería una concentración completa de las ciencias
físico-matemáticas, ahora amenazadas por una plétora de erudición. La insistencia
de los escritores antiguos en cuanto al carácter orgánico del contenido de la
instrucción, merece la mayor consideración. Para fines de concentración, no bastará
un mero empacar materias no correlacionadas; su relación y dependencia original
debe traerse a una conciencia clara. Asimismo, merece atención la admonición de
Hugo para distinguir entre escuchar (o aprender, dicho apropiadamente) por un
lado, y la práctica e invención por el otro, para lo cual hay una buena oportunidad
en la gramática y las matemáticas. Igualmente importante es su exigencia de que
los detalles de la materia enseñada sean sopesados – trutinare, de trutina, la
báscula del herrero. Este equilibrio dorado ha sido utilizado con demasiada mesura,
y en consecuencia, la educación ha sufrido. Un realismo corto de vista amenaza
hasta las varias ramas del lenguaje o de la instrucción del lenguaje. Se han hecho
esfuerzos por restringir la gramática a lo vernáculo, y de desterrar la retórica y la
lógica excepto si se aplican a la composición. Por lo tanto, no es inútil recordar las
“llaves”. En todo departamento de método de instrucción, debe tenerse en la mira
la serie: la inducción, basada en la percepción de los sentidos; la deducción, guiada
también por la percepción, y la deducción abstracta – una serie idéntica a la de
Platón. Todo entendimiento implica estos tres grados; primero entendemos el
significado de lo que se dice, después entendemos las inferencias que se obtienen
de la percepción de los sentidos, y finalmente entendemos las conclusiones
dialécticas. La invención también tiene tres grados: encontramos las palabras,
encontramos la solución de problemas, encontramos pensamientos. Asimismo, la
gramática, las matemáticas y la lógica forman una serie sistemática. El sistema
gramático es empírico, el matemático racional y constructivo, y el lógico racional y
especulativo (cf. O. Willmann, Didaktik, II, 67). Los humanistas, demasiado afectos
del cambio, condenaron injustamente el sistema de las siete artes liberales como
bárbaro. No es más bárbaro que el estilo gótico, un nombre cuyo fin era el
reproche. Lo gótico, construido sobre la concepción de la vieja basílica, de origen
antiguo, pero de carácter cristiano, fue juzgado equivocadamente por el
Renacimiento debido a algunas excrecencias, y oscurecida por las adiciones
modernas carentes de buen gusto (op.cit., pag. 230). Seguramente se desea que
los logros de nuestros antecesores sean entendidos, reconocidos y adaptados a
nuestras propias necesidades.

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