Jorge Luis Borges El Brujo Postergado

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Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1984) nos ha legado una literatura

fenomenal, que se distingue por preocupaciones universales y por el amor


nostálgico de lugares reales y míticos, como Buenos Aires, el Sur, Oriente
y la Edad Media. En sus escritos se respira un aire filosófico y
metafísico, en que el tema del libro y de su autor aparece una y otra vez
en su obra.
"El brujo postergado" es una reescritura de un cuento oral medieval, cuya
versión escrita más conocida es la de Don Juan Manuel, en El conde
Lucanor.

EL BRUJO POSTERGADO

En Santiago había un deán que tenía codicia por aprender el arte de la


magia. Oyó decir que don Illán de Toledo la sabía más que ninguno, y fue a
Toledo a buscarlo.
El día que llegó enderezó a la casa de don Illán y lo encontró leyendo en
una habitación apartada. Éste lo recibió con bondad y le dijo que
postergara el motivo de su visita hasta después de comer. Le señaló un
alojamiento muy fresco y le dijo que lo alegraba mucho con su venida.
Después de comer, el deán le refirió la razón de aquella visita y le rogó
que le ensañara la ciencia mágica. Don Illán le dijo que adivinaba que era
un deán, hombre de buena posición y buen porvenir, y que temía ser
olvidado luego por él. El deán le prometió y aseguró que nunca olvidaría
aquella merced, y que estaría siempre a sus órdenes. Ya arreglado el
asunto, explicó don Illán que las artes mágicas no se podían aprender sino
en sitio apartado, y tomándolo por la mano, lo llevó a una pieza contigua,
en cuyo piso había una gran argolla de fierro. Antes le dijo a la
sirvienta que tuviese perdices para la cena, pero que no las pusiera a
asar hasta que la mandaran. Levantaron la argolla entre los dos y
descendieron por una escalera de piedra bien labrada, hasta que al deán le
pareció que habían bajado tanto que el lecho del Tajo estaba sobre ellos.
Al pie de la escalera había una celda y luego una biblioteca y luego una
especie de gabinete con instrumentos mágicos. Revisaron los libros y en
eso estaban cuando entraron dos hombres con una carta para el deán,
escrita por el obispo, su tío, en la que le hacía saber que estaba muy
enfermo y que, si quería encontrarlo vivo, no demorase. Al deán lo
contrariaron mucho estas nuevas, lo uno por la dolencia de su tío, lo otro
por tener que interrumpir sus estudios. Optó por escribir una disculpa y
la mandó al obispo. A los tres días llegaron unos hombres de luto con
otras cartas para el deán, en las que se leía que el obispo había
fallecido, que estaban eligiendo sucesor, y que esperaban por gracia de
Dios que lo elegirían a él. Decían también que no se molestara en venir,
puesto que parecía mucho mejor que lo eligieran en su ausencia.
A los diez días vinieron dos escuderos muy bien vestidos, que se arrojaron
a sus pies y besaron sus manos, y lo saludaron obispo. Cuando don Illán
vio estas cosas, se dirigió con mucha alegría al nuevo prelado y le dijo
que agradecería al Señor que tan buenas nuevas llegaran a su casa. Luego
le pidió el decanazgo vacante para uno de sus hijos. El obispo le hizo
saber que había reservado el decanazgo para su propio hermano, pero había
determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Santiago.
Fueron para Santiago los tres, donde los recibieron con honores. A los
seis meses recibió el obispo mandaderos del Papa que le ofrecía el
arzobispado de Tolosa, dejando en sus manos el nombramiento de sucesor.
Cuando don Illán supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió ese
título para su hijo. El arzobispo le hizo saber que había reservado el
obispado para su propio tío, hermano de su padre, pero que había
determinado favorecerlo y que partiesen juntos a Tolosa. Don Illán no tuvo
más remedio que asentir.
Fueron para Tolosa los tres, donde los recibieron con honores y misas. A
los dos años, recibió el obispo mandaderos del Papa que le ofrecía el
capelo de Cardenal, dejando en sus manos el nombramiento de sucesor.
Cuando don Illán supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió ese
título para su hijo. El Cardenal le hizo saber que había reservado el
arzobispado para su propio tío, hermano de su madre, pero que había
determinado favorecerlo y que partiesen juntos a Roma. Don Illán no tuvo
más remedio que asentir. Fueron para Roma los tres, donde los recibieron
con honores y misas y procesiones. A los cuatro años murió el Papa y
nuestro Cardenal fue elegido para el papado por todos los demás. Cuando
don Illán supo esto, besó los pies de Su Santidad, le recordó la antigua
promesa y le pidió el cardenalato para su hijo. El Papa lo amenazó con la
cárcel, diciéndole que bien sabía él que no era más que un brujo y que en
Toledo había sido profesor de artes mágicas. El miserable don Illán dijo
que iba a volver a España y le pidió algo de comer durante el camino. El
Papa no accedió. Entonces don Illán (cuyo rostro se había remozado de un
modo extraño), dijo con una voz sin temblor:
—Pues tendré que comerme las perdices que para esta noche encargué.
La sirvienta se presentó y don Illán le dijo que las asara. A estas
palabras, el Papa se halló en la celda subterránea en Toledo, solamente
deán de Santiago y tan avergonzado de su ingratitud que no atinaba a
disculparse. Don Illán dijo que bastaba con esa prueba, le negó su parte
de las perdices y lo acompañó hasta la calle, donde le deseó feliz viaje y
lo despidió con gran cortesía.

(Versión de Jorge Luis Borges de De lo que contesció a un deán de Santiago


con don Illán, incluído en el Libro de Patronio, del infante don Juan
Manuel.)

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