EL CRISTO DE ESPALDAS (Analisis) Ç
EL CRISTO DE ESPALDAS (Analisis) Ç
EL CRISTO DE ESPALDAS (Analisis) Ç
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1.1 ARGUMENTO
Capítulo I
Narra el periplo que el cura y sacristán atraviesan rumbo al
pueblo de arriba, el momento en que llegan al pueblo, siendo el sacristán
una especie de guía en todo el camino “El caricortao”.
Existe un acercamiento de cómo se ejerció el poder político en
aquel pueblo y como las personas que lo ejercían hacían uso y abuso de
este, se veía la hipocresía que existía entre los gobernantes de turno: el
alcalde, el notario, el juez, etc., los intereses de cada uno que se imponían
antes prime la razón.
Aquella noche seria el calvario de los profundos sueños del
sacerdote, no entendemos cual seria aquel trance que motivaba al cura a
salir de la realidad y rememorar el pasado, lo acontecido, que lo
despertaba de cuando en cuando, muy violento, asustado, motivándolo a
caer en pecado.
Capítulo II
Agotado, con los ojos rojos, al día siguiente el cura inicia con la
misa, recitando el evangelio y demostrando una elocuencia admirable,
digna de admiración, sin tener importancia en pueblos como este, ya que
el discurso venía de una persona muy joven, repitiendo siempre en aquel
sermón, palabras del santo evangelio:
“El Buen Pastor sacrifica su vida por sus ovejas. Pero el
mercenario, y el que no es propio pastor, de quien no son
propias sus ovejas, en viendo venir al lobo desampara las
ovejas, y huye; y el lobo las arrebata y dispersa el
rebaño…” (1)
Ya en la sacristía, al final de la misa los curiosos no dejarían en
paz al joven sacerdote, pues el chisme era alimento de todos y no de
algunos.
En la casa cural seguía escuchando el sacerdote a todas esas
personas, cuando hace su ingreso de manera abrupta, muy alterado,
cansado, quien sabe de qué o por qué, el Anacleto, desconfiando en toda
su expresión, asustado y se dirige al cura, aquel que deja a las demás
personas y entabla conversación con él. Anacleto entre otras cosas cuenta
la tragedia que lo perseguía, esta habiendo acontecida en su casa, puso de
un tono rojizo al sacerdote, poco acostumbrado a escuchar este tipo de
lamentos. Era la muerte de su padre Don Roque Piragua, siempre
sosteniendo su inocencia, pero no apartando el odio que sentía hacia su
padre, ya que era el culpable de la tragedia de ese pueblo. Cuando
enterados de la tragedia todas las autoridades de ese pueblo se
precipitaron a la iglesia.
Capítulo III
1
Caballero Calderón, Eduardo, El cristo de espaldas, en: Historia de la literatura hispanoamericana,
Editorial Oveja Negra, Colombia, 1985, p. 32
Ya apresado el Anacleto y conducido a la alcaldía, fue sometido a
brutal tortura, cual Cristo que fue azotado por su verdugos, su medio
hermano el Anacarsis, quiso estrangularlo, no pudiendo concluir ello
gracias a la reacción oportuna de los presentes. El cura condeno aquellos
actos y llamo la atención al alcalde y demás autoridades. Se inculpaba de
la muerte de Don Roque Piragua a Don Pío Quinto Flechas, este último
dueño y gobernante de aquel pueblo en el pasado, pues la gente decía
que Don Roque le había jugado sucio a Don Pío Quinto y lo había
echado del pueblo quedándose con su fortuna.
Ya en la iglesia el cura reiniciaba sus rezos retornaba a aquel
trance que lo llevaba al encuentro con Dios y recordaba la terrible
soledad del Cristo en la cruz. Cuando de pronto el “caricortao” avisó que
había llegado el cuerpo de Don Roque; entre otras señoras que venían
comentando como era en aquellos días en que el difunto gobernaba el
pueblo; por todo el pueblo y sus alrededores Anacarsis juraba que daría
muerte al Anacleto, y a todos los Liberales que existieran, pues era
notorio que dicha muerte había generado el enfrentamiento entre
hermanos, estos tan solo de padre, pero no por ello dejaban de ser
hermanos; posiciones encontradas, pugna por el poder, entre Liberales y
Conservadores. En la iglesia una vez más se reiniciaba el rezo del rosario
por el alma de aquel difunto.
Capítulo IV
Aquella madrugada seria muy agitada y cansada, de poco
descanso, pues todo el pueblo pernoctaba en la iglesia, acompañados del
sumo sacerdote, rezando el santo rosario, de pie, de rodillas, en cuclillas,
en fin pagando las culpas ajenas o tal ves propias, el trajín parecía nunca
terminar, cuando lentamente se iluminaba el cielo y daba paso a un nuevo
día, aquella mañana la gente estaba cansada lo propio el joven cura, todos
esperaban cual sería el destino de aquel desdichado inculpado por la
muerte de su padre. Tal vez, el sacerdote, más que todos pues llevaba el
dolor por dentro, como aquel Cristo que pagaba el pecado de todos los
hombres.
El cura al salir de la iglesia se encontró con una muchedumbre,
que a gritos no paraba de decir “muerte a los liberales” “muerte a los
rojos”, pues habían capturado a tres peones de la hacienda de Don Pío
Quinto Flechas, aduciendo que eran los últimos rezagos liberales, que
llevaron al mismo lugar donde se encontraba el Anacleto. Este triste
pálido, atemorizado por la paliza y los azotes que le habían dado un día
antes, parecía no estar en aquel lugar, sino más cercano al encuentro con
aquel Cristo que fue crucificado con aquellos bandidos. La turba afuera,
esperaba la muerte de todos; cuando el cura con tino, o responsabilidad
para que no se cometa una injusticia, arremetió en contra de las
autoridades y el pueblo para que no tomen la justicia por sus manos.
Capítulo V
Aquella noche se trasladaría a los presos hacia el pueblo de abajo,
aquel camino poco acogedor muy áspero, se emprendió el camino esta
vez acompañados de María Encarna y sus hijos, mujer que había apoyado
a Pío Quinto, cuando estaba vivo su marido, este último liberal al igual
que el primero. Se venia el recuerdo que atormentaba la mente del joven
sacerdote, lo que paso en la mañana, el discurso que diera para el
descanso eterno de Don Roque, la turba que pedía justicia, entre cosas
que no lo dejaban en paz.
Aquellas personas del pueblo que parecían buenas, embriagados
por tanto alcohol, se convertían en unas bestias y con el cuchillo en la
cintura querían ajusticiar al Anacleto, convirtiéndose en verdugos sin
orden alguna, pidiendo la muerte, tal ves de un inocente. Después la
conversación álgida, subida de tomo entre él y el alcalde, este último
empuñando su revolver, tratando de dar muerte al Anacleto, escapando
de su revolver un tiro que dejo estático a aquel desdichado. En una
segunda oportunidad atravesándose el cura entre el revolver y el
Anacleto, y cual cristo que tendía de la cruz, estiró las manos, cubriendo
todo aquel cuerpo y tan solo atino a decir:
-¡Mátame!
El Anacleto, a sus espaldas, lanzo un débil gemido…
-¡Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu! ¡se-
ñor, perdónalos porque no saben lo que hace! (2)
Y lentamente desplomase en aquel instante, logrando la
admiración y el respeto de los presentes.
Incorporándose, ya la turba se había tranquilizado. Salía de aquel
trance y regresaba al caminó a poner los ojos a aquel páramo poco
generoso para los viajeros, prosiguiendo con su viaje.
Capítulo VI
Ya en el pueblo de abajo el cura inicio una conversación con el
cura viejo, este que no solo tenia oídos para sus propias palabras y ya se
había enterado de lo acontecido, la desgracia que martirizaba al pueblo
de arriba, aquel hombre, poco acomedido en sus palabras, pues tal vez no
podía recomendarle nada o casi nada; como depuse le diría la hermana
Cornelia, monja que brindaba su oficio en aquel pueblo.
Aquel día era de fiesta, fiesta que se iniciaba en las calles y en
todos los demás lugares, las ferias eran fiel reflejo de aquella celebración,
la presencia de grandes y chicos por todas partes anunciaban que la
festividad sería con véngalas y baile de confraternidad. Nada haría
presagiar por declarar un estado de sitio, se suspenderían todas estas
celebraciones, y que salía un cuerpo militar para investigar lo acontecido
en el pueblote arriba. Al estar en aquel convento junto al hermana
Cornelia, se comprometió en llevar de regreso a Belencita, hija del
notario del pueblo de arriba, también, se encontraban muchos niños que
le traían a la mente palabras de la santa escritura: “Dejad que vengan a
mi los niños, y no se lo estorbéis, porque de los que se asemejan a ellos
es el Reino de Dios”. Así, para luego reiniciar su periplo.
Capítulo VII
De regreso al pueblo, el cura caía lentamente en abismo de
interrogantes, pues se preguntaba qué si ya se abría enterado el tío del
Anacleto, qué si tomaría venganza, qué si esta venganza cobraría vidas
2
Caballero Calderón, Eduardo, El cristo de espaldas, Op. Cit, p. 103
inocentes. Atinando a decir que culpa tienen aquel los campesinos, que
culpa están pagando aquellos viajeros que nada tienen que ver con esto,
pues al aparecer todo hacia presagiar un enfrentamiento entre los
hombres de Pío Quinto Flecha y los guardias comandados por el
sargento, no pasaría algunas leguas para encontrase con lo presagiado.
Al llegar al lugar del enfrentamiento, el sacristán “el caricortao”,
quiso salir en defensa de aquellos guardias, pues su reacción sería poco
ágil y lo llevaría a la agonía y más tarde a la muerte, en aquella agonía el
cura se retorcía entre recuerdos caía en un trance, encontrándose con la
agonía de Cristo, el sacristán en sus últimas palabras, confeso que dio
muerte a Don Roque, aduciendo que le habían pagado para que lo
hiciera, no alcanzando a decir quién le había ordenado para que cometa
tal horrendo crimen, clamando aquel cura perdón en nombre de Dios.
Capítulo VIII
Aquel día, todas las autoridades habían convocado a una Junta de
Notables, con la participación de todos los gobernantes del lugar, siendo
pedido del sargento el que puedan invitar al sacerdote, sino este nunca
participaría, pues su posición cristiana, estaba sostenida por una gran
elocuencia y oratoria, poco practicada y entendida por los demás
participantes, ya existía una determinación, pues el cura ya nada podía
hacer.
El cura nuevamente ingresaba en un trance, haciéndole recordar
las cosas buenas que le habían ocurrido en el seminario; recordando que
el hombre debía obrar con el bien para con sus semejantes y consigo
mismo. Cuando por la tarde se disponía a viajar, viaje que no podía
suspender, por más que él quisiera, retornando de aquel periplo que hacia
su mente.
El memoria del cura resonaban las palabras que el obispo le
escribía en aquella carta que trían entre las manos, sustentando que había
obrado de forma incorrecta, que tenía que volver al seminario para poder
fortalecer su fe y obrar bien, pues en el seminario menor tenía la difícil
tarea de educar a los niños. Finalizó diciendo el obispo, tal vez se te
volvió ‘el cristo de espaldas’. A lo que el cura, se vio obligado a escribir:
’los hombres le volvieron las espaldas al cristo’, iniciando con su viaje
cuyas palabras no pudo contener ¡Señor, perdónalos por que no saben lo
que hacen! (3)
Dios
Anacarsis EL CURA Anacleto
Cristo
Roque Piragua Obispo Pío Quinto Flechas
(Padre de Anacarsis) (Tío de Anacarsis)
Sacristán
‘caricortao’
Notario Alcalde Juez Maria
Ursulita La boba Encarna Celestino
Sargento
Pata de cabra
Belencita
(Hija del notario) Dolorcitas Alfonsito
Zoila Gertrudita ‘el monaguillo’
Pérez
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