Los Estados de Flandes Politica y Milicia 978901

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 25

LOS ESTADOS DE FLANDES

POLÍTICA Y MILICIA
*

La herencia de Carlos de Austria.

Los Estados de Flandes fueron una herencia de Carlos


de Gante, quien los hubo por la línea de Borgoña.
Carlos había nacido en la ciudad de Gante, a las tres y
media de la madrugada del día 25 de febrero del año bisiesto
de 1500. Así lo prueba documentalmente don Manuel Foron­
da en su monumental obra Estancias y viajes del Empera^
dor Carlos V, en la que puntualiza dónde pasó el César todos
y cada uno de los días de su vida, desde el de su nacimiento
al de su muerte. Trece días después fue bautizado en la Igle­
sia de San Juan, de la misma ciudad de Gante.
Carlos era hijo de Felipe de Austria, llamado el Her­
moso, y de Juana de Aragón y de Castilla, conocida por la
Loca; nieto, por tanto, por línea paterna de Maximiliano de
Austria y de María de Borgoña; y por línea materna de don
Fernando de Aragón y de doña Isabel de Castilla, conocidos
por los reyes católicos y ambos de la Casa de Trastamara.
Carlos debió sus distintos Estados, como más de una vez
se ha puntualizado, a una serie de azares sucesorios. Como

* Conferencia pronunciada en el Ateneo de Santander el día 31


da octubre de 1957.

359
FRANCISCO DE NÁRDIZ BBMP, XXXV, 1959

hijo de Felipe el Hermoso, y nieto por tanto, de María de


Borgoña, Carlos podría ostentar en su día los derechos tanto
al Imperio como a la herencia de Borgoña. Como hijo de una
princesa de Castilla y Aragón, sus derechos a los Estados de
edtas coronas eran ya más problemáticos, pues entre él y el
trono se interponían varios varones y varias hembras, con de­
recho preferente al de su madre y, por ende, al suyo. Fue
necesaria la muerte de todos ellos para que Juana la Loca
llegara a convertirse en heredera de las reyes católicos, y
el trastorno de la misma permitiera a Carlos ser rey en
plena juventud y, que en vida de su madre, gobernara la
herencia de España, a la que, de otro modo, hubiera llegado
más que pasada la edad madura y caduco ya, pues envejeció
prematuramente.
Los dominios de Carlos eran un verdadero complejo de
Estados y territorios. De un lado, la herencia de Borgoña que
estaba constituida por un conglomerado de posesión alodial y
feudal, siendo los feudos dependientes en parte de Alemania
y en parte de Francia. De tal suerte que, al firmarse la paz
de Madrid en 1526, pudo muy bien decir Carlos que cesaba,
en tanto era duque de Borgoña, de ser feudatario del rey
de Francia, su rival, al que tenía prisionero, si bien el empe­
rador aludió toda su vida con gusto al hecho de ser, por su
origen, par de Francia, y, por su sangre, un Valois.
Al heredar los dominios de España, Carlos se convirtió
en rey de Castilla, de Aragón, de Granada, de Navarra. Por
Aragón le llegaban Baleares, Cerdeña, Sicilia y Nápoles. Por
rey de Castilla se hacía señor de las Nuevas Indias Occiden­
tales y lograba las posesiones de la costa septentrional de
Africa.
La soberanía de Carlos como emperador se extendía a los
territorios austríacos y a los de la Alta Alemania, y en el
Norte de Italia al ducado de Milán.
Nos toca detenernos en la herencia de Borgoña, dentro
de la cual se hallan los Países Bajos o Estados de Flandes,
que de ambas formas son denominados en la historia.

360
BBMP, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

Los Estados de Flandes.

La Casa de Borgoña era la línea más joven de la Casa


real francesa. Su feudo real había comprendido el ducado
de Borgoña con Dijon y varias posesiones en las costas de
Flandes, y Artois y Picardía, con Arras, Lille, Ypres, Gante
y Brujas; feudos alemanes eran el condado libre de Borgoña,
o sea, el llamado Franco Condado, con Dole y Besançon, y al
Este Flandes, Brabante con Bruselas, Lovaina, Malinas y
Amberes, abarcando hasta el Norte, hasta Hertegenbochs en
la desembocadura del Mosa. Al Sur Henao con Mons y Valen­
ciennes, después Namur, junto al mismo Mosa, y más al Este
los antiguos Condados de Luxemburgo y Limburgo, y, final­
mente, las tierras comerciales del Delta del Rhin, y, más al
Norte, las entonces inundadas llanuras de Holanda y Zelanda,
y Amberes, La Haya, Leyden y Delft con Vere y Midelburg,
en las Islas Meridionales. Y Güeldres, Frisia y Groninga.
Los llamados Países Bajos o Estados de Flandes estaban
integrados políticamente por diecisiete provincias que ocu­
paban las tierras llanas a lo largo del Mar del Norte, esto es,
lo que hoy es Bélgica, Holanda y el Norte de Francia. La
mayoría de sus habitantes eran flamencos u holandeses, que
hablaban flamenco, muy parecido al alemán; pero muchos ha­
bitantes de la parte Sur, llamados valones, hablaban francés.
Estas provincias fueron primeramente simples feudos en
los que mandaban nobles belicosos que habitaban en casas so­
lariegas y palacios y que dominaban en los campesinos. En el
curso de los siglos XII, XIII y XIV fueron surgiendo las villas
y las ciudades, ricas y poderosas, que obtuvieron de los seño­
res la concesión de fueros. Se ha dicho que estas ciudades eran
de hecho repúblicas autónomas. Pero a finales del XIV y a
principios del XV, los duques de Borgoña, feudatarios del
rey de Francia, fueron apropiándose estas ciudades, unas ve­
ces por enlaces matrimoniales, otras por compras y otras por
violencias e intrigas, estableciéndose una fuerte organización
apoyada por la nobleza y el clero y respetada por las ciudades.

361
» bBmp, XXXV, 1959

En la segunda mitad del siglo XV, se constituyó un Par­


lamento que se denominó “Estados Générales”, y, más tarde,
un Consejo con poder supremo en materias judiciales y finan­
cieras, cuyo jefe o primer magistrado se llamó Statuder.
Ya hemos dicho antes que Luis XI arrebató a la Casa
de Borgoña el ducado de este nombre. Pero los herederos de
Carlos el Temerario conservaron los Países Bajos, que por
el matrimonio de María, hija de dicho Carlos, con Maximi­
liano, pasaron a la Casa de Austria. Carlos el Temerario no
pudo construir un reino intermedio entre Alemania y Fran­
cia, pero la dominación de la Casa de Austria sobre los
Países Bajos fue larga y rica en incidencias de decisiva in­
fluencia en la historia de Europa. Los Países Bajos estaban
encuadrados al Norte y Oeste por el Mar de Norte, al Sur
por Francia y al Este por Alemania.

La vida en los Estados de Fundes.

“Por su población, lengua y formas económicas —ha di­


cho KarI Brandi, el historiador alemán— estas tierras eran
todas tan desiguales como su pasado político. Pero existía en
ellas una gran parte de su riqueza cultural como encantadora
reserva pletórica de futuros políticos. Desde Flandes y Artois
hasta Brabante, antiguas regiones industriales, en relación
con el mundo lejano, a través de sus puertos de mar, mante­
nían úna importante exportación e importación, especialmente
de telas y lanas. Desde el Sur se relacionaba, a través de
ellas, el comercio italiano con el anglo-escocés y el hanseático
del Norte. A Portugal y Castilla se dirigían hacia el Oeste,
así como en los barcos hanseáticos llegaban hasta lo más
profundo del Báltico oriental. En el comercio del Este toma­
ban parte, en barcos propios, las comarcas holandesas y fri-
sias: Kampen, Zwolle, Deventer, y tenían antiguas alianzas
con la Liga Hanseática. Los pescadores y marinos necesitaban
sal y madera, y toda la tierra baja, rica en ganados, precisaba
de antiguo un suplemento de granos”.

562
PBMP, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

Las provincias que integraban los Estados podían divi­


dirse en dos grupos : las del Sur, habitadas por los belgas, des­
cendientes de celtas y romanos, y que a su vez se dividían en
flamencos y valones; y las del Norte, pobladas en parte por
los frisones, descendientes de los sajones. La unidad de las
provincias fue en un principio débil, sin que incluso se encon­
trara un nombre para designarlas colectivamente, y así se ha­
bló algunas veces de Flandes, otras de la Baja Alemania. Pre­
valeció el nombre de Flandes, porque en el Flandes propia­
mente dicho se encontraban las ciudades más florecientes. La
población del país era densa, sobre todo en comparación con
la de España. Y la diversidad de razas favorecía el que se
hablaran varios idiomas. Eran muchos los que sabían el ale­
mán, el francés, el flamenco y aun el latín.
Digamos algo de las ciudades principales. Citemos a Ma­
linas, de Brabante, la ciudad parlamentaria, residencia de la
alta burocracia, de los tribunales de justicia, de los aboga­
dos. Allí residió la gobernadora Margarita de Austria, tía de
Carlos, pasando éste en ella sus primeros años. Recordemos
a Lovaina, también de Brabante, la ciudad universitaria, la
ciudad de los profesores, doctores, licenciados y estudiantes.
Cambray, residencia del alto clero, centro religioso del país.
En ella se oía y se admiraba el reloj de música de campanas
más notables, que al dar las horas, en cada una de ellas* po­
nía a la vista una escena de la Pasión de Cristo, en figuras de
tamaño natural. Gante, la ciudad de la industria y de los gre­
mios, que custodiaban sus privilegios en una caja de hierro
de tres llaves. Hay que mencionar también a Amberes, de
Brabante, Brujas, de Flandes, ciudades ambas que tuvieron
en un tiempo espléndido comercio. Y, finalmente, a Bruselas,
ciudad en la que se elevaban los palacios de la nobleza.
Los habitantes de Flandes eran, por lo general, de buena
y aventajada presencia, trabajadores, industriosos, aficionados
a la música; pero algunos informes de la época les muestran
también avaros, charlatanes, recelosos, desagradecidos, crédu­
los, inmoderados en la bebida y amigos de las comilonas;
también les hacen algunos poco a propósito para esfuerzos

363
riHHtoWMait. bbbip, XXXV, 1959

corpórálés ¡jt trabajos intelectuales. La población, según- otros


infórniés conteúipóránfeós, era ¿bulliciosa y alegre.
•Refiere Alonso Vázquez, sin duda como donaire, que ya
en la cuna se les daba a los niños cerveza con el biberón. Y
también que a medianoche era frecuente ver por las calles
a las mujeres en busca de sus hombres que salían borrachos
de las tabernas. “Bautizos, bodas y entierros, fiestas eclesiás­
ticas y políticas —dice Ludwig Pfandl— daban ocasión a
copiosas francachelas y desordenadas orgías. En apretadas
filas, cada hombre con una mujer, sentábanse alrededor de
una mesa muy grande, cogidos del brazo y con las copas lle­
nas en la mano, bebían entre gritos y carcajadas y se besa­
ban ruidosamente en la boca sin haberse enjugado antes los
labios. Al que no se emborrachaba, se le tenía por traidor,
puesto que temía decir la verdad en medio de la borrachera
y quería ocultar sus íntimos sentimientos”.
El país estaba lleno de posadas y mesones, en los que era
muy agradable estar y hospedarse. Erasmo de Rotterdam, al
hablar de una de estas posadas o mesones en que él paró al­
guna vez, dice que “en las mesas estaba presente siempre una
mujer para entretener a los huéspedes con bromas, pues
allí dominaba una admirable libertad, pero de buen género,
en lo concerniente a las formas y ceremonias usadas en so­
ciedad. Primeramente se presenta la señora mesonera para
saludarnos e invitarnos a la alegría y a saborear los manja-
jares. Después se deja ver la hija, una personilla bien atavia­
da y tan jovial en el decir y en su porte que hubiera hecho
reir al más triste. Las dos platicaron con nosotros no como
huéspedes extraños, sino como amigos de largo tiempo cono­
cidos y de confianza. El servicio de mesa estaba de acuerdo
Con todo esto, pues las divertidas charlas no llenaban el es­
tómago”.
Las Memorias de la época hablan, finalmente, de la mo­
ral relajada, en general, de estas gentes de Flandes. Las man­
cebías eran visitadas por hombres y por mujeres. Y se añade
que algunas muchachas del pueblo se ganaban su dote concu-

364
BBlîP, xxxv, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

rriendo algunas temporadas a éstas casas... La legitimación


de hijos bastardos era frecuentísima entre los cortesanos.
Ya hemos dicho cuál era la organización política de estos
Estados. Los elementos políticos, más importantes pertenecían
al Imperio alemán. Los Estados se habían desprendido en gran
parte de Francia. Y aunque el duque de Borgoña había lle­
gado a tener el primer puesto después del rey en Francia,
hubo un indudable acercamiento a Alemania, sin intención por
parte de Carlos el Temerario de elevar el rango de sus Esta­
dos. Este príncipe no llegó todavía a formarse una idea mo­
derna del Estado. El suyo era todavía un Estado medieval, en
el que florecía el servicio caballeresco. La sociedad borgoñona,
sin embargo, era una heredera de la de Francia. En francés
escribían todos sus artistas.
No podemos dejar de hacer una alusión a las famosas
pinturas en madera que se hicieron en Flandes, ni a los libros
piadosos que allí se editaban, los famosos “Libros de Horas”,
con preciosos adornos marginales. Hemos de citar también
los tapices “Gobelinos”, en los que aparecían vestidos al modo
caballeresco los dioses de la Mitología y los héroes legen­
darios.
El fausto de la corte borgoñona es cosa conocida de todo
el mundo. Y de allí nos vino a nosotros, los españoles, la fas­
tuosidad de la corte de los Austrias, en contraste destacadí­
simo con la corte trashumante de los reyes católicos. Citemos
a este efecto la creación de la Orden del Toisón de Oro que,
“por amor a la caballería y para protección y difusión de la
creencia cristiana”, instituyó Felipe el Bueno el día de sus
bodas, el 11 de enero de 1430. En el simbolismo del Toisón,
se exalta la leyenda, la aventura, la gloria caballeresca y, asi­
mismo, la creencia cristiana.

Reyes y Gobernadores en Flandes en el siglo XVI.

Queremos recordar a algunos gobernadores de los Esta­


dos de Flandes durante los reinados de Carlos V y Felipe II.
FHS^t^0I®aWÁ«ÍJX2 ■ -> XXXV, 1959

Pero antes de diseñar, siquiera bfievísimamente, las sem­


blanzas de los misinos, digamos dos palabras acerca de aquellos
dos monarcas.
Tenemos varios retratos de los mismos, y entre ellos los
soberbios lienzos del Ticiano. Y tenemos también varias des­
cripciones de embajadores acreditados cerca de ellos; prin­
cipalmente de los venecianos, que, como es sabido, recogían en
sus “Relazioni” el resultado de sus embajadas. Carlos V re­
sulta hombre de estatura mediana, de frente espaciosa, ojos
vivos, azules y enérgicos, barba rubia y mandíbula inferior
prominente —rasgo característico de los Austrias españoles,
heredado de Carlos el Temerario—■, nariz aguileña, los miem­
bros de su cuerpo bien proporcionados, complexión flemática
y naturalmente melancólico. No era, sin embargo, hombre tí­
mido, antes bien fue un hombre intrépido. Era aficionado con
exceso a los placeres de la mesa. Se cuenta que tenía la cos­
tumbre de tomar por la mañana, apenas se despertaba, una
escudilla de pisto de capón, con leche, azúcar y especias, des­
pués de lo cual tornaba a reposar. A mediodía comía copiosa­
mente una gran variedad de manjares; merendaba por la tar­
de, y cenaba a primera hora de la noche, “devorando —dice un
embajador veneciano— en estas diversas comidas, todo gé­
nero de alimentos propios para engendrar humores espesos
y viscosos”. Cuenta este mismo embajador que en cierta oca­
sión, no hallándose contento con lo que le habían dado de
comer, manifestó a su mayordomo el barón de Montfalconnet,
con tono de mal humor, que no mostraba capacidad en las ór­
denes que daba a los cocineros, porque todos los manjares que
Je servían estaban insípidos. —“No sé —respondió el mayor­
domo—• lo que podría hacer para agradar a Su Majestad, a
menos que ensaye un nuevo manjar compuesto de potaje de
relojes”. Esta respuesta, que hacia alusión a la gran afición
que tenía Carlos a los relojes, provocó la risa del empera­
dor y de todos los de su Cámara, y nunca se le vió reir con
tanta gana. Carlos, sin embargo, bebía sólo tres veces en la
comida, pero mucho cada vez y de un solo trago. El César
mostró desde niño una serenidad imperturbable. Y fue, ante

366
BBMP, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

todo y sobre todo, un político y un militar. Se ha dicho que


tenía una majestad de ánimo que le hacía volar como el
águila sobre las pequeñeces de la diplomacia renacentista, mi­
núscula en parangón con las concepciones grandiosas de
Carlos.
Felipe II era pequeño de talla y menudo de miembros. De
frente amplia, hermosa y señoril ; rostro grave, sereno y agra­
dable; ojos azules y grandes, de mirar tan grave que ponían
reverencia al mirarlos; nariz bien proporcionada, cabellos ru­
bios, y blanca y sonrosada la tez; el labio superior menor
que el inferior Los embajadores de la época alaban su ele­
gancia en el vestir y su porte verdaderamente señoril. Fue
muy aficionado a la caza. Gustaba de montar a caballo. Muy
aficionado también a fiestas y saraos. No fue ciertamente el
hombre adusto y concentrado que han querido pintar algunos
enemigos suyos. Era, sí, un monarca muy celoso de su autori­
dad. Trabajador incansable. Fue más moderado que su padre
en los placeres de la mesa, pero acabó gotoso como él.
Es imposible en unas líneas perfilar la personalidad de
ambos monarcas. Pero sí hemos de decir que así como Carlos
fue un rey-emperador que recorrió toda Europa dirigiendo
la política del mundo, Felipe fue un monarca profundamente
español que en España concentró todos sus amores, dirigien­
do desde aquí la política mundial. Y podemos añadir, con un
político contemporáneo nuestro, que así como a Luis XIV se
ie ha mostrado como la representación de Francia ante el
Consejo de los Siglos y de las Naciones, Felipe II es tam­
bién representación de España ante ese mismo Consejo.
Pero íbamos a hablar de algunos gobernadores de los
Estados de Flandes en tiempo de los dos monarcas citados.
Comencemos por la princesa Margarita de Austria, hija del
emperador Maximiliano y hermana de Felipe el Hermoso y
tía, por tanto, de Carlos V. Y comenzamos por ella por ser
figura relevante y estrechamente ligada a la Historia de Es­
paña. Estuvo a punto de ser reina de Castilla y Aragón, y
antes de Francia.

367
b8MP, XXXV, 1959

»;j Md»Éaritá dé Xéífc, viuda? de Carlos el Temerario, cuan­


do buscó el amparo del emperador Federico III contra Luis
XI de Francia, después del desastre de Nancy que costó la
vida a su marido, llegó a concertar el matrimonio de su hija
María con el archiduque Maximiliano, luego emperador. De
este matrimonio nacieron Felipe, el marido de Juana la Loca,
y Margarita, que, huérfana de madre a los dos años, estuvo
prometida, por razones políticas, al delfín de Francia, yendo
a vivir a dicho país y siendo nominalmente reina aunque su
matrimonio no llegó a celebrarse. Acabó casándose con el
príncipe don Juan de Castilla y Aragón, el único hijo varón
de los reyes católicos.
El matrimonio de Felipe con Juana y el de Margarita
con Juan se concertaron al mismo tiempo. Margarita vino a
España en la escuadra del almirante don Fadrique Enríquez,
el año de 1497, saliendo de Flessinga el Z2 de enero y lle­
gando después de varias incidencias, a Santanter, y no a
Laredo, primitivo punto de destino, el 6 de marzo. En dicho
viaje, en el que corrió peligro de naufragar, compuso unos
versos para que le sirvieran de epitafio, los que demuestran
su temple y su vivo ingenio. Traducidos al castellano vienen
a decir así:
Yace aquí Margarita.
¡Infeliz ella!
Pues dos veces casada
Murió donceHa.
La princesa estuvo poco tiempo casada con el príncipe
don Juan, del que se dice que murió de amor, siendo puesto
más adelante como ejemplo y paradigma por Carlos V a Fe­
lipe II para que lo tuviera siempre presente en los sacrificios
juveniles en el altar de Cupido. Después de la muerte del
príncipe y del nacimiento de un hijo muerto, regresó de nuevo
Margarita a su patria, donde, después de des años, contrajo
nuevo matrimonio con el duque Filiberto de Saboya; pero
este segundo matrimonio, que significó para ella una etapa
feliz de su vida, duró también poco, quedando de nuevo viuda

368
BBMF, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

sin hijos en el año 1504, a los veinticuatro de su edad, y,


aunque tanto su padre como su hermano la instaron a contraer
terceras nupcias, ella se defendió siempre negándose a casar
otra vez, y viviendo desde entonces ora en Bourges, ora en
Bresse, en la frontera de Saboya, en el Franco Condado, cui­
dando del Panteón de Brou, en el que estaba enterrado su se­
gundo marido, y siempre rodeada de artistas y literatos.
Por fin, al morir, en 1507, su hermano Felipe el Hermoso,
que gobernaba los Países Bajos, fue llamada por su padre para
encargarse de aquellos Estados, estableciéndose en Malinas,
en donde construyó frente al antiguo palacio ducal en el que
vivían sus sobrinos, un nuevo palacio que alhajó lujosamente.
Margarita fue la educadora íntima y familiar de los hijos de
Felipe el Hermoso y de Juana la Loca que, nacidos en Flan-
des, en Flandes se educaron.
Felipe y Juana, que casaron en 1496, tuvieron seis hijos.
De ellos nacieron en Flandes Leonor, Carlos, Isabel y María.
En España nacieron Fernando y Catalina. Los nacidos en
Flandes allí se educaron, y los nacidos en Castilla en Castilla
crecieron y se formaron. Los hermanos de uno y otro lado
tardaron mucho en conocerse y algunos ni se conocieron nun­
ca. Cuando Carlos y Fernando se vieron por primera vez, el
primero tenía dieciocho años y el segundo catorce. Los cuatro
hermanos del grupo flamenco estaban y estuvieron siempre
estrechamente unidos por lazos de amor y cariñosa adhesión.
A esta tropa infantil la esperaban las coronas de Europa:
Carlos fue rey y emperador; Fernando lo mismo; Leonor
reina de Portugal y luego de Francia; Isabel, de Dinamarca,
para donde partió a los catorce años; María, de Bohemia y
Hungría; Catalina, de Portugal.
Ya hemos dicho que la educadora del grupo flamenco de
príncipes fue la archiduquesa Margarita. Esta fue gober­
nadora de los Países Bajos desde la muerte de Felipe el Her­
moso en 1507 hasta que Carlos fue declarado mayor de edad
en 1515, pero siguió durante los primeros años de soberanía
efectiva de éste regentando aquellos Estados. Margarita, no
podía ser de otra manera, tuvo sus sinsabores en la goberna­

369
BBJÍB, XXXV, 1959

ción de Flandes. Se ha dicho que su concepto político fue os­


cilante. No siempre estuvo de acuerdo cor su padre Maximi­
liano. Pero a su sobrino pudo dirigirle poco antes de morir
las siguientes palabras: “Señor: Ha llegado la hora en que
no me es posible escribiros de mi puño, porque la enfermedad
abrevia mi vida. Descargada mi conciencia y conforme con
que se cumpla en mí la voluntad de Dios, sin oponer ninguna
lamentación propia, heos instituido heredero mío universal.
Devuélvoos estos países, que en ausencia vuestra me confias­
teis, no ya como se hallaban cuando partisteis, sino conside­
rablemente engrandecidos; y creo haber regentado el Gobier­
no de modo que me haga digna de la recompensa divina, de
vuestra satisfacción y de la de vuestros vasallos. Os encarezco,
Señor, que conservéis la paz, muy señaladamente con los re­
yes de Francia y de Inglaterra; y os digo el último adiós, en
Malinas, este postrero día de noviembre de 1530. Margarita”.
Unos días antes había transferido sus poderes de regente a
Juan Carondelet, barón de Hoogstráten.
A Margarita debió Carlos V uno de sus consejeros más
eficientes: Mercurino de Gattinara, piamontés, que había si­
do consejero jurídico de ella en Saboya. Gattinara sucedió
luego a Sauvage en la Cancillería del Imperio. Merecería uña
proyección acabada, que nosotros ahora no podemos hacer.
Queremos diseñar ahora, sin embargo, la figura de otra
mujer que gobernó también los Estados de Flandes en tiempos
de Felipe II. Se trata de otra Margarita, hija natural de Car­
los V, la que casó en primeras nupcias con Alejandro de Mé-
dicis y después con el duque de Parma, Octavio Farnesio.
Había nacido Margarita en los Países Bajos y allí todos la
respetaban por su rango real, aunque bastarda. Existe un re­
trato suyo pintado por Moro en el que aparece como una mu­
jer de aspecto varonil. Se dice que era una mujer extraordi­
naria. Era concienzuda, desinteresada, no brillante ni aguda,
pero de fiar; un tanto dada a la melancolía, neurótica como la
mayoría de los Habsburgos, pero no exenta de voluntad y de
resolución. A veces a sus consejeros les resultaba difícil de
soportar. Tenía los ojos azules con las cejas arqueadas, la

370
BBMP, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

nariz respingona, el cabello rojizo obscuro. Sus manos eran


fuertes y bellas, con sortijas en los índices; sus vestidos os­
curos y cómodos, como de mujer que trabajaba. Era excelente
jinete, católica fervorosa y observante, de carácter un tanto
agriado por sus frecuentes ataques de gota. Tenía algo de bi­
gote. Felipe II puso a su lado para ayudarla en la goberna­
ción a Antonio Perrenot de Granvela, a quien hizo que le nom­
brara obispo y luego cardenal. Granvela, que jugó papel muy
importante en los asuntos de Flandes, era hombre modesto y
discreto, protector de pintores y artistas, aficionadísimo al
género epistolar hasta el punto que dejó volúmenes enteros de
cartas. Era decidido partidario de la paz, pero su preeminen­
cia en el gobierno de Flandes fue una de las causas inmediatas
de la sublevación de aquellos Estados. Felipe II había dividido
el país en varios gobiernos que dio a distintos nobles —Gui­
llermo de Nassau, príncipe de Orange; Lamoral de Egmont,
conde de Egmont; Felipe de Montmorency, conde de Horn;
Flores o Florencio de Montmorency, barón de Montygni; Juan
de Berghes, marqués de este nombre, etc.—, pero todo quedó
dependiente del Consejo de Estado en el que figuraban, con la
regente Margarita y Granvela, algunos nobles flamencos, en­
tre los que se hallaban los citados Orange y Egmont.
A Margarita de Parma sucedió, cuando la sublevación de
los Países Bajos, en la gobernación de los mismos, el gran
duque de Alba, don Fernando Alvarez de Toledo y Pimentel,
que contaba entonces cincuenta y nueve años. Es imposible
trazar en pocas palabras la semblanza de aquel noble caste­
llano cuya talla, como dice un historiador moderno, midió ya
Felipe II cuando sus bodas con María de Portugal, entonces
el rey tan sólo príncipe casi adolescente. Alba prestó a Felipe
servicios inigualables, si bien en algunas ocasiones su política
fuera perjudicial a los intereses del monarca. Su intervención
en el problema de la sucesión de Portugal es uno de los hitos
memorables en su carrera.
Era Alba de estatura algo más que mediana, delgado, de
rasgos duros. De señorial gentileza. Pero no era el verdugo
que ha pintado la leyenda. Era un noble altivo, eso sí, pero no

371
fW®KoW«Á®>ÍZ ' BBMP, XXXV, 1959

era el hottlbre rígido y encopetado que algunos quieren. El


duque, que sirvió a Carlos V ya Felipe II, fue un hombre fiel
a prueba de desengaños, por duros que estos fueran. Se ha
dicho que fue un guerrero pasional. Desde luego fue el sol­
dado español que más tiempo estuvo en guerra y que menos
frecuentó los salones cortesanos. Se ha dicho de él que vigi­
laba celosamente el respeto de todos —del rey abajo— a sus
prerrogativas, y que hacía valer sus derechos y su categoría,
que sólo ante el rey cedía, y eso más en tono de lealtad que
de sumisión. Fue vencedor el duque en sinnúmeras batallas.
Fue hombre en el que se mezclaban de extraña manera la ter­
nura de corazón y la aspereza de mano. Tuvo que cumplir con
repugnancia las órdenes de su rey cuando le envió a combatir
contra el papa. Pero obedeció y derrotó a las fuerzas del pon­
tífice, con el que sin embargo se portó luego generosamente en
los tratos de paz. Alba tenía un fondo religioso muy grande;
su testamento, hecho cuando aún le quedaban muchos años de
vida por delante, es una prueba terminante de su buena con­
textura moral y de su delicadeza sentimental, “conservada
—como dice un escritor de nuestros días—, dentro de la coraza
de hierro en la que estuvo envuelto casi toda su vida”.
El duque poseía en grado sumo el valor personal y fue
un guerrero extraordinario. Felipe II, quizás acordándose de
los consejos de su padre el emperador, en orden a sus conse­
jeros, mantuvo a Alba siempre que pudo fuera de España.
Pero si el Duque fue alejado porque podía hacer sombra al
rey, estuvo sin embargo contento de que a él, dondequiera
que fuera, tampoco le hiciera sombra la figura del monarca.
Poco antes de morir, pudo escribir Alba al rey las siguientes
palabras: “Yo estoy, señor, para partirme de esta vida, donde
nadie puede dejar de decir la verdad. Tres cosas diré a vues­
tra majestad: la una es que nunca se ofreció negocio vuestro,
por pequeño que fuese, que no le antepusiera al propio. La
segunda es que mayor cuidado tuve siempre de mirar por
vuestra hacienda que por la mía, y así no soy en cargo a vos
ni a ninguno de vuestros vasallos de un solo pan. La tercera

372
bbot, xxxv, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

es que nunca os propuse un hombre para algún cargo que no


fuese más suficiente de cuantos yo conocí para ello, pospuesta
toda afición”.
Comentando estas palabras, decía Fray Luis de Granada,
al trasladárselas a la duquesa: “Tres cosas son éstas, que
las podemos contar por tres maneras de milagros: porque
¿cuándo, en tantos años de capitán general, donde tuvo por
soldados a tres emperadores y a un caballero que después fue
papa, se vió tal virtud, tal lealtad, tal conciencia y tal tem­
planza?”
Citemos los hombres de los tres últimos gobernadores
de Flandes en el reinado de Felipe II, antes de que éste ce­
diera los Estados a su hija Isabel Clara Eugenia y al marido
de ésta el archiduque Alberto. No podemos detenernos en
ellos. Sus nombres son el comendador don Luis de Requeséns,
que había sido gobernador de Milán; el de don Juan de Aus­
tria, el vencedor del turco en Lepanto; y el de Alejandro
Farnesio, hijo de Margarita de Parma. Todos ellos ganaron
batallas memorables y todos tres ocupan un lugar destacado
en la historia de Flandes. Farnesio, general y político al mis­
mo tiempo, hizo revivir la causa de España en Flandes, y,
como luego veremos, su plan político quizás hubiese dado otro
sesgo al problema de aquellos Estados.

La rebelión de Flandes. Los nobles flamencos.

Hemos de hablar ahora sumariamente del problema de


Flandes y de la rebelión de los Estados.
Sabido es que cuando Carlos de Gante ascendió al trono
de Castilla y Aragón, los naturales de estas tierras se quejaron
constantemente de la invasión de flamencos que con el nuevo
monarca se desató sobre los reinos de España. Se ha dicho que
los flamencos pudieron también mostrar su desagrado con la
permanencia de tropas españolas en su territorio y con los
nombramientos de extranjeros para los cargos de la goberna­
ción. Se ha tratado de buscar las causas de la sublevación de

373
Fíütííeisóo iíE NÁIÜHZ BBMP, XXXV, 1959

Flandes contra la dominación española. Durante el reinado


de Carlos, salvo la esporádica sublevación de Gante, no hubo
conflicto, quizás porque el emperador era flamenco y quizás
también por la política que siguió en aquellos Estados. Se ha
dicho que la sublevación de Flandes fue debida a medidas
religiosas adoptadas por Felipe II. Pero ha de advertirse que
el establecimiento de la inquisición en Flandes no fue obra
de este monarca, sino de su padre el emperador. Uno y otro
eran acendradamente católicos, y ambos quisieron defender
sus reinos de la contaminación luterana, que procedente de
Alemania entró en los Países Bajos favorecida por los pre­
dicadores calvinistas. Las causas ocasionales de la subleva­
ción quizás puedan ser de carácter religioso, pero hay que
convenir en que también había causas de tipo político. Feli ­
pe II en su primer viaje a los Estados de Flandes no fue sim­
pático a los naturales de los mismos. Su temperamento latino
era bien distinto del de aquellos nobles con los que tuvo que
tratar. El emperador llamó, al parecer, la atención a su hijo
para que se mostrase menos reservado con los flamencos. Car­
los estaba, indudablemente, más cerca de ellos que Felipe.
Se ha dicho también que la orientación política que éste
quiso dar a los Países Bajos fue la causa determinante de la
sublevación. Indudablemente, a ella concurrieron muchas cau­
sas. De un lado el mantenimiento por Felipe de los edictos o
“placards” contra el luteranismo, el nombramiento de Gran-
vela como consejero de la regente, la creación de los nuevos
obispados. Indudablemente también Felipe II quiso sujetar a
su solo poder todos sus Estados y quiso quizás estructurar los
de Flandes dentro del sistema y la organización de su vasto
imperio... Los nobles flamencos, de otra parte, empiezan a
pensar en la organización de su Estado autónomo, el reino
libre de Flandes. También juega papel importante en la rebe­
lión de Flandes la ambición de los grandes de aquellas tierras.
Entre estos nobles, hay que citar como a personajes más
destacados, a los que formaban parte del Consejo de la re­
gente: Guillermo de Nassau, príncipe de Orange, personaje
extraño en el país, ya que no había nacido en él; era elocuen­

374
BBMP, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

te, circunspecto, gran bebedor de cerveza, la religión no era


para él más que una cuestión de Estado. Era inteligente y
enérgico, de palabra y gesto sugestivos. Sin embargo, fue co­
nocido con el sobrenombre de “El Taciturno”. Fue autor de
la famosa “Apología”, diatriba tremenda contra Felipe II,
“muestra —se ha dicho— de la debilidad humana cuando los
instintos primarios se desatan”; el conde Lamoral de Egmont,
oriundo del Henao, distinguido por Carlos V, correspondiendo
él a esta confianza con su lealtad al emperador, combatió
junto a España en San Quintín y Gravelinas, fabulosamente
rico vivía con gran boato, era irreflexivo y se dejaba ganar
fácilmente; Viglyus, sabio frisón, gran humanista y juriscon­
sulto, profesor que había sido de la Universidad de Ingolstad;
Berlaymont, con fama de católico sincero, súbdito fiel y va­
liente soldado. Había otros nobles destacados, como el barón
de Montigny, el duque de Arschot, los condes de Mansfeld,
Horn, Ligne, Hochstráte, Berghes, etc., todos caballeros del
Toisón de Oro. Formaban todos ellos el círculo del príncipe
de Orange. Eran ambiciosos, pero patriotas. En principio,
quizás no fuesen antiespañolistas, pero pudieron más la am­
bición en unos, en otros la enemiga contra una política que
no les gustaba.
Se cuenta del príncipe de Orange que tenía en su casa
un lecho capaz para quince personas en el que sus amigos
se quedaban a dormir cuando después de los festines se en­
contraban incapaces de regresar a sus casas. Cuando el empe­
rador abdicó en Bruselas la soberanía de los Países Bajos en
su hijo Felipe, se apoyó en el hombro de Orange que le acom­
pañaba en la ceremonia. Orange era un espíritu positivo, seco
y esclavo de la materia, según le ha descrito un historiador
moderno.
Felipe II, ante las reclamaciones de los nobles flamencos,
acabó por licenciar a Granvela, pero mantuvo sus “placards”
contra los calvinistas. Es fama que dijo a su hermana la
gobernadora, refiriéndose a la revocación de sus edictos que
antes perdería mil veces la vida. Vista la actitud del rey los
nobles firman un copromiso y se presentan ante Margarita

375
BÉMP, xxxv; 1959

de Parma, y como ésta preguntase a Berlaymont quiénes eran


aquellas gentes, el citado consejero le contesta: —“Señora, no
sino unos-pobres méndigos”. Desde aquel momento los rebel­
des adoptaron para la sucesivo este nombre. Pero se subleva
el pueblo. Hay saqueos de templos y las fuerzas españolas
tienen que intervenir.
En el Consejo de España hay dos tendencias: una, par­
tidaria de la clemencia y de la política suave; otra, inclinada
al rigor. Entre los consejeros próximos al monarca figura
el duque de Alba. Por fin triunfa la tendencia rigorista. Y
es enviado a Flandes el duque, que se hace cargo de la go­
bernación de los Estados. Es la guerra.
No nos es posible hacer una relación detallada de la mis­
ma. Baste decir que tuvo sus alternativas, pero que se impu­
sieron las armas españolas. Son ajusticiados, por alta trai­
ción, los condes de Egmont y de Horn, que Alba había hecho
prisioneros. En España es condenado a muerte el barón de
Montigny, por razones de Estado: delito de traición y de lesa
majestad. La pena de muerte es la que correspondía a dichos
delitos. La muerte de Montigny se ha aprovechado para ca­
lumniar a Felipe II y para ensombrecer su memoria. Cierto
que se obró de manera que hoy nos extrañaría. Pero hay que
ponerse en la época. Felipe obró con arreglo al derecho de su
tiempo y la concepción política del mismo.
A Alba le sucede el ya citado comendador don Luis de
Requeséns, quien sujeta y domina ya quince de las diecisiete
provincias. Tras de Requeséns llega don Juan de Austria que
gana la batalla de Gembloux. Después se pone al frente del
Gobierno y de las fuerzas españolas Alejandro Farnesio, que
toma Maestrich y se le rinden Malinas y Bois-le-Duc, y caen
también en sus manos, por traición de sus defensores, Groninga,
Drenther y Over-Ysel. Orange ofrece la soberanía de los Paí­
ses Bajos, viéndose en situación apurada, al duque de Anjou,
hermano del rey de Francia. Quiere tomar Amberes, pero no
Jo logra. El de Anjou desiste de aspirar a la soberanía de los
Países Bajos. Y Guillermo de Orange muere asesinado en 10
de. julio de 1584.

376
BBMP, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

Farnesio que encontró, como flamenco, simpatías en el


país, supo comprender que era vano empeño querer dominar
a las provincias del Norte (Holanda, Zelanda, Utrecht, Güel-
dres, Groninga, Frisia y Over-Ysel), que se habían unido a
una confederación protestante y en el odio a España por ca­
tólica y monárquica. Quiso salvar Farnesio las provincias del
Sur, católicas y rivales de las del Norte, y en las que había
muchos partidarios de España. El plan de Farnesio no se
llevó a cabo; fue llamado a España para emplearle en otras
empresas, se ha dicho que por recelos que tenía el rey de su po­
pularidad. Sin embargo, hay que mirar a lo que Felipe creía
más conveniente para sus Estados y para la ordenación de
su política en conjunto.
De Felipe II se ha dicho, en cuanto a la política que si­
guió en Flandes, que fue débil y claudicante en algunos as­
pectos y en otros duro y represivo. Hay que considerar, ante
todo, la importancia política que tenía la conservación de
aquellos Estados, que eran clave en la política mundial. En
primer lugar importaban sobremanera para la hegemonía ma­
rítima de España. “En posesión de los puertos de Flandes, ha
dicho un moderno historiador, resultaba España dueña de
todas las llaves que guardaban el dominio de los mares, de
las rutas marítimas y comerciales, lo que era tener el asegu­
ramiento del usufructo exclusivamente nacional de las riquezas
americanas”. Por esto, la enemiga de Francia e Inglaterra y
su rapacidad en orden a Flandes.
Hay que considerar que para los neerlandeses la guerra
era la lucha por la autonomía; para Felipe II era una lucha
de principios, de principios religiosos y de principios monár­
quicos. Felipe II tenía la convicción de la realeza de derecho
divino. La lucha religiosa en Flandes era inevitable, si pen­
samos en los acendrados sentimientos de este orden de los
dos primeros monarcas de la Casa de Austria en España,
debiéndose tener en cuenta asimismo que la imaginación so­
ñadora de los neerlandeses se había inflamado prontamente
de las doctrinas luteranas. De otra parte, la nobleza empobre­
cida de Flandes ansiaba poseer los bienes de la iglesia; el

377
FRÁSCiSao CE NÁRÜIZ ’ BBMP, XXXV, 1959

clero; mal organizado, se hallaba falto de formación y la bur­


guesía improvisada perdía las virtudes familiares. Por esta
razón alguien ha dicho que en esta situación la nobleza llegó
a convencerse de que el éxito de sus deseos sólo se lograría
haciendo una sola causa de la reforma religiosa y de la in­
dependencia nacional.
¿Pudo remediar el conflito de Flandes la presencia en
los Estados de Felipe II? ¿Pensó éste seriamente en trasla­
darse allí? Preparativos se hicieron muchos. Se equiparon
barcos, se dieron órdenes, se dispuso todo para el traslado del
monarca. ¿Pero pensó éste realmente en ir a Flandes? Alba,
al ver doblegados ante sí a los nobles, pudo decir: “Si con­
migo muestran tal docilidad ¡ qué sencilla va a ser la labor
del rey”. Sin embargo, los que acusan a Felipe de indecisión,
no tienen en cuenta los problemas que había de dejar detrás
de sí al irse a Flandes. Problemas gravísimos todos ellos. Fue­
ron muchos los que le aconsejaron su traslado a las tierras
de Flandes, y, entre ellos, el santo pontífice Pío V. Pero Fe­
lipe no se movió de España. Y pocos días después de la Paz
de Vervins, que puso fin a la guerra con Francia y que deter­
minó el reconocimiento de Enrique IV, el de “París bien vale
una misa”. Felipe abdicó la soberanía de los Países Bajos en
su hija Isabel Clara Eugenia y el marido de ésta, el archidu­
que Alberto. Cedía Felipe a sus hijos lo que le quedaba de
los Países Bajos: Flandes, Artois, Henao, Brabante, Cambray,
Limburgo y Luxemburgo. Mirando a Flandes, bien pudo de­
cir el rey aquellas palabras que Goethe pone en boca de Mar­
garita de Parma, en su drama “Egmont”: “¿Qué somos nos­
otros, los grandes de este mundo, en medio de ese oleaje de
la humanidad? Pensamos dominarlo y es él quien nos lleva a
nosotros a su antojo de acá para allá”.
No acabó con la abdicación de Felipe II la acción de Es­
paña en Flandes. Felipe murió el mismo año de la Paz de
Vervins, esto es, en 1598. Le sucedió en el trono de España
su hijo Felipe III, piadoso pero débil príncipe, del que ya ha­
bía dicho su padre: “Dios que me ha dado tantos reinos, me
ha negado un hijo capaz de regirlos. Me temo que me lo han

378
BBMP, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

de gobernar”. España, bajo el reinado de Felipe III, tuvo que


intervenir en Flandes con las armas porque los holandeses no
querían reconocer a Isabel Clara Eugenia y a su marido. Re­
nunciamos a hacer historia de los hechos. Baste decir a nues­
tra finalidad, que la tregua de La Haya de 1609, reconoció la
independencia de las provincias unidas de Holanda que se
constituyeron en república bajo el poder del Statuder.
El problema de Flandes fue alcanzado por la guerra de
los treinta años. Y en el reinado de Felipe IV, al expirar la
tregua con los holandeses, tuvo de nuevo España que apoyar
al archiduque Alberto. Se obtuvieron algunos éxitos inicia­
les. Y envanecido con ellos el rey planeta, como se ha llamado
al cuarto Felipe, dio a Ambrosio de Spínola aquella famosa
orden: —“Marqués de Spínola, tomad a Breda”. Y Spínola, cum­
pliendo el temerario mandato, fue capaz de poner cerco a la
plaza tenida por inexpugnable y la rindió después de un ase­
dio que duró diez meses. El hecho, sabido es, fue inmortalizado
por Velázquez en su famoso cuadro de las lanzas.
Spínola sostiene algunos años el prestigio de España en
Flandes. Pero cuando marchó a Italia, los Estados se apro­
vecharon de su ausencia y ocuparon varias plazas. Muere en
1633 la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, viuda ya del ar­
chiduque Alberto. Y, como estaba previsto, al no dejar suce­
sión, vuelven los Estados de Flandes a la corona de España.
Y es nombrado gobernador el cardenal infante don Fernando,
hermano de Felipe IV. La lucha en Flandes continuó con al­
ternativas. España ^combatía además contra el genio del car­
denal de Richelieu, ministro universal de Luis XIII de Fran­
cia, ante el que era un pigmeo nuestro conde duque de Oli­
vares. Y llegamos de esta forma, muerto ya el cardenal fran­
cés, al año de 1643, en que siendo gobernador de Flandes el
portugués don Francisco de Meló, que había sucedido al car­
denal'infante, sufre España, ante el genio militar del prín­
cipe de Condé, la derrota de Rocroy, en que fue vencida la has­
ta entonces invicta infantería española, los famosos tercios
hasta entonces irresistibles. No podemos ya detenernos en los
hechos. Diremos tan sólo que, al contemplar Condé, después

379
’ BÍ&MP, XXXV, Í9S9'

de labatalla, el'cadáverdel jefe de aquella infantería, hubo


de exclamar, en homenaje indudable a los tercios y a su
capitán: —“A no ser mía la victoria, hubiera querido sucumbir
tan gloriosamente como él”.
Conviene llamar la atención acerca de la batalla de Ro-
croy, en cuanto a la pretensión de los franceses de que tal
batalla, al tiempo que la supremacía militar de su nación, en­
traña la muerte de la infantería española. Nos parece opor­
tuno transcribir aquí las palabras que el general Almirante
dedicó a dicha batalla en su “Diccionario Militar”. Son éstas:
“En Rocroy hubo lo que hay en toda batalla perdida: conoci­
miento falso de los sucesos; presunción excesiva; destaca-
miento inoportuno la víspera; imprevisión, atolondramiento,
incoherencia, desórdenes, falsas maniobras, o, por mejor de­
cir, carencia absoluta de maniobras; flojedad en al caballería
y tropas auxiliares; desaprovechamiento inconcebible de terre­
no. En tales condiciones hasta el valor suele ser perjudicial
y la firmeza desastrosa. Los viejos tercios españoles apeloto­
nados y fieros, batidos como una muralla, nada pueden hacer
más que sellar con sangre su reputación. Aunque el hecho
táctico es indiscutible, aunque en Rocroy, efectivamente, se
marque el primer eslabón descendiente en la gloria de las
armas españolas, ni la derrota causó por entonces grande im­
presión en España, ni en realidad tuvo las consecuencias es­
tratégicas y políticas que suelen traer de suyo las grandes
catástrofes. Todo se redujo a una rápida punta del vencedor
de Bruselas, y a la pérdida de Thionville”. “Los franceses
—continúa el general Almirante— están en perfecto derecho
de ensalzar su victoria de Rocroy; pero ni allí murió nuestra
vieja infantería, que vive y vivirá eternamente mientras se
la lleve con acierto al combate, ni en la historia general del
arte de la guerra, es, como ellos pretenden, final del capítulo
que corresponde a España”.
Llega después la Paz de Westfalia (1648) en la que, como
alguien ha dicho, se firmó nuestra decadencia. Todavía, sin
embargo, nos quedó algo de soberanía en los Países Bajos.
Lucharon a. nuestro, lado, en nuestras propias filas, el prín­

38Q
BBMP, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

cipe de Turena y luego el de Condé. Flandes entró luego en


los proyectos de reparto que se propusieron las naciones, ante
la falta de sucesión de nuestro desdichado Carlos II. Vino, al
fin, la Guerra de Sucesión, ya entronizado en el trono de Es­
paña Felipe V, el primer Borbón que nos gobernó. Y se llegó
tras ella a la Paz de Utrecht (1713), en la que cedimos Bél­
gica al emperador Carlos VI; Güeldres al elector de Bran-
denburgo. De nada valió que Alberoni, el abate italiano, luego
cardenal, que fue ministro de Felipe V, quisiera hacer resur­
gir a España de su letargo. Nuestra suerte estaba echada.
Los Estados de Flandes se perdieron para España y fueron
a otro círculo político.
Dos palabras finales acerca de las guerras de Flandes.
Éstas, como todas las habidas y por haber, trajeron induda­
bles enseñanzas en el arte militar. Se ha dicho que “ley del
mundo la lucha por la existencia, la guerra es tan antigua
como la humanidad y necesaria a su progreso”. Ya dijimos
quienes fueron los principales caudillos de España en Flandes,
Alba, don Juan de Austria, don Luis de Requeséns, Alejandro
Farnesio... Hubos otros capitanes ilustres a la órdenes de
éstos.
Alba fue un magnífico estratega; Requeséns político no­
table, supo unir la benignidad con la energía; de don Juan de
Austria baste decir que en su corto mando en Flandes, puso
de manifiesto sus ya conocidas cualidades; Alejandro Farne­
sio fue, según frase de un escritor de historia militar, la más
notable personificación de la escuela militar hispano-italiana,
que empezó con el Gran Capitán y que en el siglo XVI efectuó
el renacimiento del arte de la guerra y abrió el camino a la
estrategia moderna. Y dice el tratadista aludido: “En organi­
zación no hizo reforma alguna. Su infantería sigió distribui­
da en regimientos o tercios, desiguales en fuerza y compues­
tos de piqueros, arcabuceros y mosqueteros. Su caballería no
tuvo unidad táctica ni administrativa superior a la corneta,
bandera o compañía, pero supo emplearla como nadie antes
que él, especialmente en los servicios de exploración y flan­
queo”. “Se le deben los adelantos siguientes: en artillería

381
FRANCISCO ' DENÁRJMZ BBMP, XXXV, 1959

aumento de rapidez en el tiro, aumento de efectivo, desde la


proporción de un cañón de mil hombres hasta la de tres por
mil, y su división en artillería de campaña y sitio; en polior-
cética (arte de atacar y defender las plazas fuertes), el uso de
cestones rellenos de tierra en las obras de aproche, el de las
bombas explosivas y la aplicación de la brújula, nivel y plo­
mada para la construcción de las minas”. “Fue Farnesio, aña­
de el escritor ya repetido, el primero que empleó en los tiem­
pos modernos la fortificación de campaña”.
Uno de los generales más distinguidos del bando contra­
rio a España en las guerras de Flandes fue Mauricio de Nas­
sau. No aventajó a Alba en estrategia, ni a Fernesio en po-
liorcética y fortificación de campaña. Pero el arte militar
también le debe importantes adelantos en los que no podemos
ahora detenernos.
Y llegamos al final. Sentiríamos haber fatigado vuestra
atención, y no haber hecho amena nuestra disertación, que
ha tenido por fuerza que ser, como dijimos al principio, un
tanto esquemática y quizás un poco desordenada. Habréis de
disculpar todas sus faltas. Quiero concluir recordando, en re­
lación con los Estados de Flandes, una frase de un escritor
español dedicada a Flandes del Sur, a Bélgica. Se ha dicho por
tal escritor que Portugal se hizo para marchar por los ca­
minos del mundo, y Bélgica para que los caminos del mundo
pasaran por ella. Recordad las dos últimas guerras mundia­
les de este siglo. Flandes, ahora y antes, es una tierra estra­
tégica de Europa. Por razones de estrategia, si no fuera por
otras, quiso Felipe II, como antes dijimos, conservar y defen­
der aquellos Estados, punto crucial en la política europea.
Flandes se perdió definitivamente para España en el siglo
XVIII. Pero sus costas y sus campos los dejamos llenos de
la sangre generosa y de los huesos de nuestros soldados, de­
fensores siempre del sentido ecuménico y cristiano de la vida.

Francisco de nárdiz.

382
BBMP, XXXV, 1959 LOS ESTADOS DE FLANDES

BIBLIOGRAFIA

A. Ballesteros Beretta: Historia de España y su influencia en la


Historia Universal. 2.a edición. Salvat, S. A. Barcelona, 1943 y siguientes.
R. Menéndez Pidal: Historia de España. Tomo XIX, Dos volúmenes.
Espasa Calpe, S. A. Madrid, 1958.
Bernardino de Mendoza: Comentarios de lo sucedido en las Guerras
de los Países Bajos. Biblioteca de Autores Españoles (Rivadeneira). Nue­
va edición. “Atlas”. Tomo XXVIII. Madrid, 1948.
Carlos coloma: Las Guerras de los Estados Bajos. Biblioteca de
Autores Españoles (Rivadeneira). Nueva edición. “Atlas”. Tomo XXVIII.
Madrid, 1948.
Carlos Bratli: Felipe II, rey de España. Estudio sobre su vida,
y su carácter. Bruno del Amo. Madrid, 1927.
Luis Próspero Gachard: Carlos V y Felipe II a través de sus
contemporáneos. Colección Cisneros. “Atlas”. Madrid, 1944.
Karl Brandi: Carlos V. Vida y fortuna de una personalidad y de
■un imperio mundial. Editora Nacional. Madrid, 1943.
Roger Bigelow Merriman; Carlos V. El emperador y el imperio
español. Espasa Calpe, S. A. Buenos Aires, 1940.
William Thomas Walsh : Felipe II. Espasa Calpe, S. A. Madrid, 1943.
ReiNHOLD Schneider : Felipe II o religión y poder. Gráficas Uni­
versal y Editorial Escelicer. Madrid, 1943.
Francisco de la Iglesia: Estudios históricos. Imprenta Clásica
Española. Madrid, 1918-1919.
Francisco Martín Arrúe: Curso de historia militar. R. Gómez-Me-
nor. Toledo, 1898.
Ludwig Pfandl: Juana la Loca. “Austral”. Buenos Aires, 1937.
Ludwig Pfandl: Felipe II. Bosquejo de una vida y de una época.
Cultura Española. Madrid, 1942.
Mariano D. BerruetA: El gran duque de Alba (Don Fernando
Alvarez de Toledo). Biblioteca Nueva. Madrid, 1944.
Manuel de Foronda: Estancias y viajes del emperador Carlos V.
Edición numerada. Madrid, 1914.
D. B. WYNDHAN LewiS: Carlos de Europa emperador de Occidente.
Colección Austral. Buenos Aires, 1939.

383

También podría gustarte