Conquista y Colonización Del Territorio Argentino (Mariana Vicat)

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CONQUISTA Y COLONIZACIÓN DEL TERRITORIO ARGENTINO

CARACTERES GENERALES DE LA CONQUISTA Y COLONIZACIÓN ESPAÑOLA EN AMÉRICA

España y las otras potencias europeas

La conquista y la colonización de América se llevaron a cabo dentro de un contexto


político y cultural cambiante. Cuando en 1492 Cristóbal Colón llegó al Nuevo Mundo,
España –bajo el reinado de los Reyes Católicos– acababa de poner fin a la dominación
musulmana, que había durado ocho siglos. La Reconquista marcó el retorno de España a la
órbita europea. Isabel y Fernando impusieron el poder monárquico sobre el sistema feudal y
la unidad religiosa del país con una serie de drásticas medidas, de las cuales la más grave
fue la expulsión de los judíos.
Ya en el siglo XVI, la personalidad avasallante de Carlos I (V de Alemania) posibilitó
las odiseas exploratorias de navegantes como Hernando de Magallanes y las sangrientas
epopeyas de Hernán Cortés y Francisco Pizarro. La entronización de un nuevo monarca,
Felipe II (1556-1598), coincide con el fin de la etapa conquistadora y el comienzo del
periodo colonizador. A pesar de los vientos renovadores del Renacimiento, que habían
recorrido Europa –en especial Italia y Francia– propiciando una aventura espiritual de signo
humanista, España permaneció aletargada en una tardía Edad Media, conformándose tan
sólo con ser el bastión católico contra la Reforma protestante (que había provocado un
cisma en otros reinos cristianos como Alemania, Holanda e Inglaterra) y con acumular las
riquezas traídas de ultramar.
La relación entre las potencias del Viejo Continente se alteró. Bajo el reinado de
Carlos I España había llegado a convertirse en la nación más poderosa del mundo; con
Felipe II se produjo un estancamiento y en el siglo XVII los Austria –o Habsburgo–
favorecieron una pronunciada declinación. Mientras tanto, el dominio marítimo pasó a
manos de Inglaterra, que se transformó en la dueña de los océanos y extendió su imperio
hasta los rincones más remotos del orbe.

La explotación de los indígenas

¿Cómo repercutieron estos vaivenes políticos en América? Las colonias españoles


absorbieron la actitud conservadora, rentista y autoritaria que caracterizaba a su metrópoli.
Por supuesto, quienes sufrieron más bajo el yugo del sistema de gobierno instaurado fueron
los indígenas, que quedaron sometidos a distintas variantes de explotación como la
encomienda o la mita.
La encomienda consistía en la cesión por parte del rey a favor del encomendero (un
vasallo español) de la percepción del tributo o trabajo que los encomendados (súbditos
indígenas) debían pagar a la Corona, a cambio de que el encomendero cuidara de la
instrucción y la evangelización de sus encomendados. En la práctica, la encomienda
funcionó como una forma de esclavitud. Lo mismo ocurrió con la mita, una modalidad de
trabajo forzado de origen prehispánico que se utilizó en las minas del Perú. El trato
inhumano que se infligió a las poblaciones autóctonas provocó la reacción de algunos
religiosos, como los dominicos Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas, que
denunciaron esos abusos. Por el contrario, fray Tomás de Mercado calificó a los indios de
“bárbaros”, porque «no se mueven jamás por razón, sino por pasión». Entre los teólogos se
desató un debate entre quienes defendían sus derechos y quienes les negaban la mínima
dignidad humana. En 1537, una bula del papa Paulo III declaró a los nativos americanos
«verdaderos hombres» y «capaces de fe cristiana». De cualquier manera, la situación de los
indígenas no mejoró y nada pudo mitigar el rencor que se enquistó en sus almas. Ni
siquiera la intervención moderadora de los misioneros pudo liberarlos de la opresión que
sentían. Ellos no los trataban con la brutalidad de los encomenderos, pero querían
imponerles la religión cristiana, europeizar sus costumbres y les exigían que renunciaran a
la identidad cultural que había dado sentido a sus vidas durante siglos.
Por ese entonces, el territorio que sería conocido como la Argentina carecía de
importancia para el esquema colonial. Lo único que se sabía de ese oscuro rincón de las
Indias Occidentales era que en la zona vecina al río de la Plata había prosperado la cría del
ganado vacuno y el negocio de la exportación de cueros.

Los cambios intelectuales del siglo XVIII

A comienzos del siglo XVIII la dinastía Borbón ocupó el trono de España con Felipe
V. En el marco de esa centuria se desarrolló una profunda revolución del pensamiento que,
en cierto sentido, continuaba los cuestionamientos propiciados por el Renacimiento.
Muchos pensadores realizaron un análisis crítico de los pilares en los que se basaba la
sociedad la sociedad. Se cuestionó el dogma religioso, la autoridad de la Iglesia y el poder
de los monarcas. Al tope de todas las jerarquías colocaron a la razón como único
fundamento para los actos humanos, y la consagración del racionalismo dio origen al
movimiento intelectual llamado Iluminismo. Los sectores conservadores reaccionaron y el
enfrentamiento se dio en todos los campos, que incluían el científico, el jurídico, el moral y
el económico.
América no permaneció ajena a la polémica ideológica, y sus habitantes adhirieron a
una u otra posición. Por lo general, quienes se sumaron al movimiento progresista eran
aquellos que no estaban satisfechos con el sistema colonial y exigían un cambio.
En la región rioplatense, el puerto de Buenos Aires se había consolidado como un
activo centro comercial. De allí salía un volumen creciente de exportaciones y hacia allí
llegaban manufacturas importadas de España, pero también productos procedentes de otras
naciones que ingresaban clandestinamente. De este modo se planteó un conflicto entre los
defensores del monopolio de la metrópoli y los partidarios del libre comercio. Aunque el
debate pudiera elevarse a un plano filosófico, en realidad los argumentos de cada grupo
respondían a sus propios intereses económicos.
El aumento de la población de criollos en las colonias, la expansión de las ciudades y
la diversificación de actividades productivas, contribuyeron a que esas sólidas comunidades
comenzaran a pensarse por sí mismas, con independencia de la tutela de una lejana
metrópoli cuyas conveniencias no eran las mismas que las suyas. Una pregunta empezó a
repicar en los espíritus más inquietos: ¿Por qué debían seguir acatando un orden que les
parecía ajeno en vez de establecer uno nuevo, más acorde con sus propias necesidades?
CONQUISTA Y COLONIZACIÓN DEL TERRITORIO ARGENTINO

Llegada de los españoles al territorio argentino. La leyenda de la Sierra de la Plata

La expedición de Juan Díaz de Solís constituyó el primer contingente español que


exploró estas regiones. Su misión consistía en hallar un paso que comunicara el océano
Atlántico con el Pacífico. En 1513, Vasco Núñez de Balboa había descubierto el Pacífico
luego de atravesar el istmo de Panamá. Estos viajes estaban signados por el propósito de
hallar una ruta directa hacia las islas Molucas, archipiélago situado en la actual Indonesia,
que era rico en toda clase de especias.
En enero de 1516, después de navegar por la costa brasileña, Solís se internó en el río
de la Plata, al que bautizó Mar Dulce. Primero reconoció el lado uruguayo hasta alcanzar
una isla que denominó Martín García, porque en ese lugar enterró a un marinero de ese
nombre. Desembarcó en la orilla norte del río e intentó tratar con los querandíes. Éstos
desconfiaron de los extranjeros, les tendieron una emboscada y mataron a Solís.
Un joven miembro de la expedición, Francisco del Puerto, se quedó con los indios. El
resto se embarcó de regreso para España, pero una de las naves naufragó a la altura del
golfo de Santa Catalina. El portugués Alejo García y otros cuatro tripulantes lograron
salvarse, remontaron el río Paraguay y llegaron al territorio de los guaraníes. Ellos lo
pusieron en conocimiento de la leyenda de la Sierra de la Plata –una fabulosa comarca
también conocida como la tierra del Rey Blanco– donde abundaban el oro y la plata. García
organizó una expedición –en la que alistó a dos mil guaraníes– para confirmar la existencia
de esas inmensas riquezas y quizá apoderarse de ellas. La aventura lo condujo hasta las
estribaciones de los Andes y en el viaje de regreso fue asesinado por los indígenas. La
leyenda de la Sierra de la Plata se difundió entre los españoles por medio de los
compañeros de García y generó una peligrosa obsesión entre los conquistadores. Tan
convencidos estaban de su realidad, que pronto el Mar Dulce empezó a ser llamado río de
la Plata.
La necesidad de hallar un paso que comunicara los dos océanos seguía siendo una de
las prioridades de Carlos I. En 1519, Hernando de Magallanes zarpó de España con cinco
naves. A principios de 1520 entró en el río de la Plata y descubrió el río Uruguay. A
continuación se dirigió hacia el sur, invernó en el golfo de San Julián y tomó contacto con
los tehuelches, a quienes denominó “patagones” por las enormes huellas que dejaban en el
suelo al envolverse sus pies en pieles de guanaco. En octubre, tras detenerse en el estuario
de Santa Cruz, Magallanes descubrió el estrecho homónimo, lo cruzó y, ya en el océano
Pacífico, puso rumbo hacia las islas Filipinas donde hallaría la muerte.
El siguiente europeo en arribar al mar de Solís fue el italiano Sebastián Gaboto (o
Caboto). Aunque la intención original de la expedición tenía por meta las islas Molucas,
Gaboto se sintió tentado por la leyenda del Rey Blanco. En 1527 remontó el río Paraná en
busca de la Sierra de la Plata y en la desembocadura del Carcarañá construyó el fuerte de
Sancti Spiritus, primer asentamiento español en tierra argentina. Gaboto exploró los ríos
Paraguay y Bermejo. Otra expedición, al mando de Diego García, estaba en la región y se
unió a la de Gaboto. Juntos se internaron por el Paraguay hasta el Pilcomayo y enviaron al
capitán César por tierra, siempre en pos de la Sierra de la Plata. Éste llegó a la actual
provincia de Córdoba y regresó sin oro ni plata. Como tampoco pudieron averiguar nada
sobre la manera de llegar a los míticos dominios del Rey Blanco, los expedicionarios
decidieron volver a España. En su ausencia, los guaraníes destruyeron el fuerte de Sancti
Spiritus. Una versión cuenta que algunos de los hombres de César habrían marchado hasta
el Perú y esa suposición dio origen a la leyenda de los Césares, otro relato relacionado con
riquezas fabulosas.
Más allá de la fantasía de la hipótesis, lo cierto es que la leyenda de los Césares unió
por primera vez los nombres de dos escenarios tan distantes como el Río de la Plata y el
Perú. A partir de entonces se concibió la posibilidad de que hubiera una ruta más segura y
directa por la cual transportar las riquezas arrebatadas a los incas hasta España, a través del
océano Atlántico, en vez de hacerlo por el Pacífico.

Fundaciones de Buenos Aires, Asunción y otras ciudades

Con el propósito de verificar la aptitud de esa vía, en enero de 1536 el adelantado


Pedro de Mendoza llegó al río de la Plata con catorce naves, y el 2 de febrero fundó la
primera Buenos Aires sobre las barrancas del Riachuelo. Otro objetivo de ese
establecimiento fue desalentar las ambiciones portuguesas sobre esa parte de América. Los
habitantes de la región, los querandíes, eran un pueblo seminómada que se dedicaba a la
caza y la pesca, por lo tanto no pudieron ayudar a los expedicionarios a cultivar la tierra. Al
principio se mostraron amistosos, visitaban el precario puerto defendido por un tosco muro
de tierra y ofrecían alimento a los españoles. Cuando dejaron de hacerlo, Mendoza quiso
obligarlos a que continuaran su función de proveedores. Los indígenas no se sometieron y
empezó una lucha feroz. El hambre y los querandíes aniquilaron a un tercio de los hombres
de Mendoza. Éste enfermó gravemente, designó gobernador a Juan de Ayolas y murió en el
viaje de regreso a España.
A pesar de todas estas dificultades se trató de cumplir con el propósito original de la
expedición. Ayolas remontó el Paraná y el Paraguay. También hechizado por la leyenda de
la Sierra de la Plata siguió por tierra hacia el norte, probablemente arribó a Bolivia, y se
cree que al volver fue muerto por los indios. En Asunción –un puerto fundado por Juan de
Salazar en 1537– Domingo Martínez de Irala asumió el mando de los hombres de Ayolas.
Los españoles que estaban en Buenos Aires dejaron ese emplazamiento en 1541 para
trasladarse a Asunción. La pequeña ciudad se convirtió en el centro de una corriente
colonizadora que daría nacimiento a las ciudades del litoral argentino. Alvar Núñez Cabeza
de Vaca, el segundo adelantado, abandonó el proyecto de repoblar Buenos Aires y prefirió
sumarse a la aventura de localizar los dominios del Rey Blanco. La misma fiebre dominó a
Irala que organizó una expedición con la que llegó a las estribaciones del Alto Perú.
Diego de Almagro, que había acompañado a Pizarro en la conquista del Perú, bajó
hacia el sur en 1536 y exploró el noroeste. Seis años después, Diego de Rojas, fundador de
Chuquisaca, descubrió la rica región del Tucumán y combatió contra los diaguitas. A su
muerte, sus hombres descendieron hasta las bocas del río Carcarañá. En 1550, Núñez del
Prado fundó la ciudad de Barco cerca del actual Tucumán. De ese modo, se originó una
segunda vertiente colonizadora y se fue abriendo una ruta que comunicaba el Cuzco con el
Plata.
Juan Ortiz de Zárate, el tercer adelantado del Río de la Plata, no logró establecerse en
la zona y terminó en Asunción en 1575. Uno de sus lugartenientes, Juan de Garay, fundó la
ciudad de Santa Fe en 1573. Los españoles procedentes del Perú habían conseguido
someter a los diaguitas y avanzar en la colonización de ese sector del territorio argentino.
Surgieron distintas ciudades: Santiago del Estero (1553), San Miguel de Tucumán (1565) y
Córdoba de la Nueva Andalucía (1573). Esta última se fundó con el fin de fijar un punto de
aproximación entre el río de la Plata, el Tucumán y Chile. Como no había fronteras precisas
entre estas dos últimas regiones, se produjo una serie de conflictos jurisdiccionales. En
1563, Felipe II había convertido a la gran extensión del Tucumán en gobernación,
separándola de la zona chilena. Se trataba de una inmensa comarca que abarcaba desde
Jujuy hasta Córdoba, incluyendo La Rioja y Catamarca: setecientos mil kilómetros
cuadrados que a principios del siglo XVIII todavía tenían una densidad de población de un
habitante por cada mil kilómetros cuadrados. La región de Cuyo pertenecía a Chile y los
conquistadores cruzaron los Andes para ocupar esa tierra. La iniciativa rindió frutos: en
1561, Pedro del Castillo fundó Mendoza en el Valle de la Nueva Rioja, y al año siguiente
Juan Jufré fundó San Juan de la Frontera.
Finalmente, Juan de Garay hizo realidad el postergado proyecto de repoblar Buenos
Aires. Zarpó desde Asunción con soldados y animales, navegó hasta el río de la Plata y el
11 de junio de 1580 refundó Buenos Aires. Algunos historiadores consideran que ésta fue
la primera fundación, ya que Pedro de Mendoza sólo había erigido un fuerte. Garay, en
cambio, distribuyó solares, tierras de labranza y creó el Cabildo.

Carácter del poblamiento europeo en tierras argentinas

La aparición de ciudades continuó durante los años siguientes: San Felipe de Lerma
(Salta), 1582; San Juan de Vera de las Siete Corrientes, 1588; Todos los Santos de la Nueva
Rioja, 1591; San Salvador de Jujuy, 1593; San Luis de Loyola, 1594. Varias de ellas se
crearon con la participación fundamental de criollos, hijos de españoles que habían nacido
en suelo americano.
Esta nueva generación de “nativos” se desarrolló, casi en exclusividad, del mestizaje.
Los hispanos acostumbraban apoderarse de las mujeres indias por la fuerza, aunque algunos
conquistadores, como Ayolas e Irala, tomaron por esposas a las hijas de poderosos jefes
indígenas para establecer alianzas con ellos. En los primeros tiempos, los españoles
practicaron un concubinato poligámico y esa situación se mantuvo en tanto hubo escasez de
mujeres blancas. Así, proliferaron los criollos, que dieron raíz a los gauchos.
Mientras tanto proseguía una fuerte labor evangelizadora supervisada por el obispado
de Tucumán, que había sido creado en 1570. La Iglesia solía hacer la “vista gorda” ante la
conducta promiscua de los españoles.
Distintas órdenes se ocuparon de la instrucción religiosa. Los jesuitas adquirieron
tanta influencia con los indios de sus misiones, que la Compañía de Jesús, fundada en 1540
por Iñigo López de Recalde (San Ignacio de Loyola), fue acusada de contraponerse a los
intereses de la Corona.

ORGANIZACIÓN POLÍTICO-ADMINISTRATIVA EN AMÉRICA

La vida colonial estaba regida por una compleja estructura jerárquica, al tope de la
cual se situaba el rey. En 1524 se creó el Consejo de Indias, un organismo con facultades
administrativas y judiciales, encargado de asesorar al monarca y de hacer cumplir su
voluntad en los asuntos americanos. Desde 1511 funcionaban las Audiencias, que actuaban
como tribunales de justicia y también aconsejaban y controlaban al virrey y al gobernador.
Las gobernaciones constituían demarcaciones administrativas dentro de un virreinato o
capitanía general. Los virreinatos eran distritos de mucha importancia. Hasta las últimas
décadas del siglo XVIII, sólo hubo dos: el de Nueva España (fundado en 1535), que
comprendía el territorio al norte del istmo de Panamá; y el del Perú (establecido en 1542),
que se extendía al sur del anterior con excepción de la costa venezolana y del territorio en
poder de Portugal. En la base esa organización político-administrativa se hallaba el
Cabildo, al que le correspondía el gobierno legal de la ciudad y del ámbito rural
circundante.

Hernandarias: primer gobernador criollo del Río de la Plata

Durante más de dos siglos, el Río de la Plata representó una gobernación que incluyó
al Paraguay hasta 1617. Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias) fue el primer
gobernador criollo, nacido en Asunción. El Cabildo de esa ciudad lo designó en 1592 y
desempeñó ese cargo en otros tres periodos (1598-1599; 1602-1609; 1615-1617). A lo
largo de sus gobiernos, Hernandarias desarrolló una extraordinaria actividad y siempre se
comportó con honradez. Promulgó ordenanzas en defensa de los indios para protegerlos de
los abusos de los encomenderos. Al ver que esas medidas no se respetaban, favoreció el
establecimiento de los jesuitas en numerosas reducciones que acogieron a los guaraníes del
Paraguay. Al mismo tiempo continuó con las expediciones que contribuyeron a aumentar el
territorio pacificado y a expandir las actividades comerciales. Pronto comprendió que
Asunción y Buenos Aires delineaban dos polos colonizadores totalmente diferentes y, a su
pedido, una Real Cédula desvinculó al Paraguay del Río de la Plata. A partir de entonces,
ambos territorios seguirían una evolución histórica muy diferente.

El comercio contrabandista en Buenos Aires

A principios del siglo XVII Buenos Aires era una insignificante aldea comparada con
muchas otras ciudades coloniales, pero su puerto la proveía de grandes posibilidades para el
futuro. Las rígidas restricciones comerciales trajeron como consecuencia el florecimiento
del contrabando, que se convirtió en uno de los principales negocios de la ciudad y
enriqueció a un sector de la burguesía porteña. Los productos del extranjero se introducían
clandestinamente y luego se revendían en el Tucumán y el Alto Perú, a un precio mucho
más barato que el de las mercaderías traídas legalmente desde Lima. Del mismo puerto
rioplatense salían al exterior, también de contrabando, productos provenientes del norte.
Este sistema adoptó una fachada legal gracias al ingenio del gobernador Mateo Leal de
Ayala (1613-1615), que fingía decomisar las mercaderías de barcos portugueses, ingleses,
holandeses y franceses. Muchos magistrados fueron cómplices de esa ingeniosa
organización contrabandista y ésta ni siquiera pudo ser destruida por el intachable
Hernandarias. Las protestas de Lima motivaron la creación de una Aduana Seca en
Córdoba –posteriormente trasladada a Jujuy– que grababa los productos que iban hacia el
norte.
En Buenos Aires empezó a prosperar una burocracia que al principio se componía de
españoles y a la cual se fueron incorporando funcionarios criollos. Aunque cada tanto se
temía un ataque pirata y debían movilizarse las defensas urbanas, ninguna agresión
perturbó la placidez de la existencia indiana. Las familias más poderosas empleaban como
sirvientes a esclavos africanos, que también trabajaban en el cultivo de la tierra. Los
habitantes más pobres practicaban una modesta agricultura, se dedicaban a distintas
artesanías o sobrevivían con labores eventuales. En el campo surgieron primitivas
haciendas que prefiguraban las clásicas estancias argentinas. Había mucha tierra a
disposición de los terratenientes y abundante ganado cimarrón para ser explotado como
carne, cuero y sebo. Los colaboradores en las tareas rurales –criollos y mestizos que, como
ya se dijo, darían origen a los gauchos– eran excelentes jinetes y valoraban más que
cualquier otra cosa la libertad de vagabundear por las amplias llanuras.
Otras ciudades progresaron de distinta manera. En 1619, Córdoba –parada de las
caravanas que transitaban por la ruta que unía el Río de la Plata con el Perú– no superaba
los cuatro mil habitantes, pero ya contaba con la universidad más antigua de Sudamérica
después de la de Lima. Santa Fe y Corrientes tardaron mucho en llegar al millar de almas,
pero en las pampas del litoral se multiplicó la cantidad de vacunos que, por 1630, llegaban
a las cien mil cabezas. Hacia 1772, la extensión de San Miguel de Tucumán se limitaba a
cinco cuadras por lado; Salta y Jujuy tenían un tamaño similar.

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