Conquista y Colonización Del Territorio Argentino (Mariana Vicat)
Conquista y Colonización Del Territorio Argentino (Mariana Vicat)
Conquista y Colonización Del Territorio Argentino (Mariana Vicat)
A comienzos del siglo XVIII la dinastía Borbón ocupó el trono de España con Felipe
V. En el marco de esa centuria se desarrolló una profunda revolución del pensamiento que,
en cierto sentido, continuaba los cuestionamientos propiciados por el Renacimiento.
Muchos pensadores realizaron un análisis crítico de los pilares en los que se basaba la
sociedad la sociedad. Se cuestionó el dogma religioso, la autoridad de la Iglesia y el poder
de los monarcas. Al tope de todas las jerarquías colocaron a la razón como único
fundamento para los actos humanos, y la consagración del racionalismo dio origen al
movimiento intelectual llamado Iluminismo. Los sectores conservadores reaccionaron y el
enfrentamiento se dio en todos los campos, que incluían el científico, el jurídico, el moral y
el económico.
América no permaneció ajena a la polémica ideológica, y sus habitantes adhirieron a
una u otra posición. Por lo general, quienes se sumaron al movimiento progresista eran
aquellos que no estaban satisfechos con el sistema colonial y exigían un cambio.
En la región rioplatense, el puerto de Buenos Aires se había consolidado como un
activo centro comercial. De allí salía un volumen creciente de exportaciones y hacia allí
llegaban manufacturas importadas de España, pero también productos procedentes de otras
naciones que ingresaban clandestinamente. De este modo se planteó un conflicto entre los
defensores del monopolio de la metrópoli y los partidarios del libre comercio. Aunque el
debate pudiera elevarse a un plano filosófico, en realidad los argumentos de cada grupo
respondían a sus propios intereses económicos.
El aumento de la población de criollos en las colonias, la expansión de las ciudades y
la diversificación de actividades productivas, contribuyeron a que esas sólidas comunidades
comenzaran a pensarse por sí mismas, con independencia de la tutela de una lejana
metrópoli cuyas conveniencias no eran las mismas que las suyas. Una pregunta empezó a
repicar en los espíritus más inquietos: ¿Por qué debían seguir acatando un orden que les
parecía ajeno en vez de establecer uno nuevo, más acorde con sus propias necesidades?
CONQUISTA Y COLONIZACIÓN DEL TERRITORIO ARGENTINO
La aparición de ciudades continuó durante los años siguientes: San Felipe de Lerma
(Salta), 1582; San Juan de Vera de las Siete Corrientes, 1588; Todos los Santos de la Nueva
Rioja, 1591; San Salvador de Jujuy, 1593; San Luis de Loyola, 1594. Varias de ellas se
crearon con la participación fundamental de criollos, hijos de españoles que habían nacido
en suelo americano.
Esta nueva generación de “nativos” se desarrolló, casi en exclusividad, del mestizaje.
Los hispanos acostumbraban apoderarse de las mujeres indias por la fuerza, aunque algunos
conquistadores, como Ayolas e Irala, tomaron por esposas a las hijas de poderosos jefes
indígenas para establecer alianzas con ellos. En los primeros tiempos, los españoles
practicaron un concubinato poligámico y esa situación se mantuvo en tanto hubo escasez de
mujeres blancas. Así, proliferaron los criollos, que dieron raíz a los gauchos.
Mientras tanto proseguía una fuerte labor evangelizadora supervisada por el obispado
de Tucumán, que había sido creado en 1570. La Iglesia solía hacer la “vista gorda” ante la
conducta promiscua de los españoles.
Distintas órdenes se ocuparon de la instrucción religiosa. Los jesuitas adquirieron
tanta influencia con los indios de sus misiones, que la Compañía de Jesús, fundada en 1540
por Iñigo López de Recalde (San Ignacio de Loyola), fue acusada de contraponerse a los
intereses de la Corona.
La vida colonial estaba regida por una compleja estructura jerárquica, al tope de la
cual se situaba el rey. En 1524 se creó el Consejo de Indias, un organismo con facultades
administrativas y judiciales, encargado de asesorar al monarca y de hacer cumplir su
voluntad en los asuntos americanos. Desde 1511 funcionaban las Audiencias, que actuaban
como tribunales de justicia y también aconsejaban y controlaban al virrey y al gobernador.
Las gobernaciones constituían demarcaciones administrativas dentro de un virreinato o
capitanía general. Los virreinatos eran distritos de mucha importancia. Hasta las últimas
décadas del siglo XVIII, sólo hubo dos: el de Nueva España (fundado en 1535), que
comprendía el territorio al norte del istmo de Panamá; y el del Perú (establecido en 1542),
que se extendía al sur del anterior con excepción de la costa venezolana y del territorio en
poder de Portugal. En la base esa organización político-administrativa se hallaba el
Cabildo, al que le correspondía el gobierno legal de la ciudad y del ámbito rural
circundante.
Durante más de dos siglos, el Río de la Plata representó una gobernación que incluyó
al Paraguay hasta 1617. Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias) fue el primer
gobernador criollo, nacido en Asunción. El Cabildo de esa ciudad lo designó en 1592 y
desempeñó ese cargo en otros tres periodos (1598-1599; 1602-1609; 1615-1617). A lo
largo de sus gobiernos, Hernandarias desarrolló una extraordinaria actividad y siempre se
comportó con honradez. Promulgó ordenanzas en defensa de los indios para protegerlos de
los abusos de los encomenderos. Al ver que esas medidas no se respetaban, favoreció el
establecimiento de los jesuitas en numerosas reducciones que acogieron a los guaraníes del
Paraguay. Al mismo tiempo continuó con las expediciones que contribuyeron a aumentar el
territorio pacificado y a expandir las actividades comerciales. Pronto comprendió que
Asunción y Buenos Aires delineaban dos polos colonizadores totalmente diferentes y, a su
pedido, una Real Cédula desvinculó al Paraguay del Río de la Plata. A partir de entonces,
ambos territorios seguirían una evolución histórica muy diferente.
A principios del siglo XVII Buenos Aires era una insignificante aldea comparada con
muchas otras ciudades coloniales, pero su puerto la proveía de grandes posibilidades para el
futuro. Las rígidas restricciones comerciales trajeron como consecuencia el florecimiento
del contrabando, que se convirtió en uno de los principales negocios de la ciudad y
enriqueció a un sector de la burguesía porteña. Los productos del extranjero se introducían
clandestinamente y luego se revendían en el Tucumán y el Alto Perú, a un precio mucho
más barato que el de las mercaderías traídas legalmente desde Lima. Del mismo puerto
rioplatense salían al exterior, también de contrabando, productos provenientes del norte.
Este sistema adoptó una fachada legal gracias al ingenio del gobernador Mateo Leal de
Ayala (1613-1615), que fingía decomisar las mercaderías de barcos portugueses, ingleses,
holandeses y franceses. Muchos magistrados fueron cómplices de esa ingeniosa
organización contrabandista y ésta ni siquiera pudo ser destruida por el intachable
Hernandarias. Las protestas de Lima motivaron la creación de una Aduana Seca en
Córdoba –posteriormente trasladada a Jujuy– que grababa los productos que iban hacia el
norte.
En Buenos Aires empezó a prosperar una burocracia que al principio se componía de
españoles y a la cual se fueron incorporando funcionarios criollos. Aunque cada tanto se
temía un ataque pirata y debían movilizarse las defensas urbanas, ninguna agresión
perturbó la placidez de la existencia indiana. Las familias más poderosas empleaban como
sirvientes a esclavos africanos, que también trabajaban en el cultivo de la tierra. Los
habitantes más pobres practicaban una modesta agricultura, se dedicaban a distintas
artesanías o sobrevivían con labores eventuales. En el campo surgieron primitivas
haciendas que prefiguraban las clásicas estancias argentinas. Había mucha tierra a
disposición de los terratenientes y abundante ganado cimarrón para ser explotado como
carne, cuero y sebo. Los colaboradores en las tareas rurales –criollos y mestizos que, como
ya se dijo, darían origen a los gauchos– eran excelentes jinetes y valoraban más que
cualquier otra cosa la libertad de vagabundear por las amplias llanuras.
Otras ciudades progresaron de distinta manera. En 1619, Córdoba –parada de las
caravanas que transitaban por la ruta que unía el Río de la Plata con el Perú– no superaba
los cuatro mil habitantes, pero ya contaba con la universidad más antigua de Sudamérica
después de la de Lima. Santa Fe y Corrientes tardaron mucho en llegar al millar de almas,
pero en las pampas del litoral se multiplicó la cantidad de vacunos que, por 1630, llegaban
a las cien mil cabezas. Hacia 1772, la extensión de San Miguel de Tucumán se limitaba a
cinco cuadras por lado; Salta y Jujuy tenían un tamaño similar.