Salud Mental

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 30

SALUD MENTAL

“Antes pensaba que el valor fundamental de la vida era


el amor, pero con el paso del tiempo he podido darme
cuenta que no era cierto. El valor más importante de la
vida no es el amor, es la salud”.
Meira del Mar
Salud mental es más que la mera ausencia de trastornos mentales. La dimensión
positiva de la salud mental ha sido subrayada en la definición de salud de la OMS, tal
cual consta en la constitución misma: «La salud es un estado de completo bienestar
físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades».
Los conceptos de salud mental incluyen bienestar subjetivo, autonomía,
competencia, dependencia intergeneracional y reconocimiento de la habilidad de
realizarse intelectual y emocionalmente. También ha sido definido como un estado de
bienestar por medio del cual los individuos reconocen sus habilidades, son capaces de
hacer frente al estrés normal de la vida, trabajar de forma productiva y fructífera, y
contribuir a sus comunidades. Salud mental se refiere a la posibilidad de acrecentar la
competencia de los individuos y comunidades y permitirles alcanzar sus propios
objetivos.
Salud mental es materia de interés para todos, y no sólo para aquellos afectados por
un trastorno mental. En efecto, los problemas de la salud mental afectan a la sociedad
en su totalidad, y no sólo a un segmento limitado o aislado de la misma y por lo tanto
constituyen un desafío importante para el desarrollo general.
No hay grupo humano inmune, empero el riesgo es más alto en los pobres, los sin
techo, el desempleado, en las personas con poco nivel de escolaridad, las víctimas de
la violencia, los migrantes y refugiados, las poblaciones indígenas, las mujeres
maltratadas y el anciano abandonado.
En todos los individuos, la salud mental, la física y la social están íntimamente
imbricadas.
Con el creciente conocimiento sobre esta interdependencia, surge de manera más
evidente que la salud mental es un pilar central en el bienestar general de los
individuos, sociedades y naciones. Desafortunadamente, en la mayor parte del
mundo, no se le acuerda a la salud mental y a los trastornos mentales la misma
importancia que a la física; en rigor, han sido más bien objeto de ignorancia o
desatención.
El campo de la Psicología de la Salud, al igual que otros, tales como la
Psicología Forense o la Neuropsicología, entre otros, resulta un área
específica de especialización donde en países desarrollados se ha in-
vestigado de manera notoria y los resultados de las investigaciones son
visibles y repercuten en un mayor bienestar para la comunidad.

Es de todos conocida la inmensa importancia que para los países en


vías de desarrollo representan este tipo de estudios, pues las condicio-
nes particulares de los individuos (el clima de pobreza en el que viven
muchos, amén de otros factores relacionados con la salud) conlleva a
vislumbrar estos estados como el nuestro, como un campo virgen, y de
amplio espectro en lo que concierne a la posible realización de investi-
gaciones a futuro en éste área.

Al hablar de salud mental necesariamente hay que referirse a enfer-


medad mental, y es así como inicialmente se realizará una mirada a
la concepción que ha tenido el hombre de ella. Por miles de años, los
seres humanos han tratado de explicarse y controlar los comporta-
mientos anormales, pero los intentos siempre se derivan de las teorías
o modelos de conductas populares de la época. El propósito de tales
paradigmas consiste en explicar por qué alguien “actúa de determinada
forma”.

Desde la antigua Grecia, a la mente se le ha llamado alma o psique y se


consideraba separada del cuerpo. Si bien muchos han pensado que la
mente puede influir en el cuerpo y, a su vez, éste puede influir en la
mente, la mayoría de filósofos buscaban las causas de la conducta anor-
mal en una u otra. Esta escisión dio lugar a las tradiciones de pensa-
miento sobre el comportamiento anormal, resumidas como: Tradición
sobrenatural, biológica y psicológica (Barlow & Durand, 2001).

Los hombres siempre han puesto la existencia de agentes externos a


nuestro cuerpo y ambiente que influyen en nuestro proceder, nuestro
pensamiento y nuestras emociones. Estos agentes, concebidos como
divinidades, demonios, espíritus o algún otro fenómeno, como los
campos magnéticos o la luna o los astros, son las fuerzas impulsoras
que hay tras el modelo sobrenatural.

En la tradición biológica, los trastornos se atribuyen a enfermedades o a


desequilibrios químicos. El médico Hipócrates (460-377a.C.), conside-
rado el padre de la medicina moderna, puso en entredicho, entre otras,
la creencia de que la epilepsia era una enfermedad divina o sagrada,
atribuyendo tal creencia a quienes la temían y no la entendían.

Hipócrates consideraba que el cerebro era la sede de la voluntad, la


conciencia, la inteligencia y las emociones. Creía que los trastornos
psicológicos podrían tratarse como cualquier otra enfermedad, ya que
consideraba que podían tener por causa alguna patología o traumatis-
mo cerebral y verse influido por la herencia. Por lo tanto, los trastornos
asociados con estas funciones se ubicarían, por lógica, en el cerebro;
Hipócrates diagnosticó y trató la manía, la melancolía, la paranoia y la
histeria (Barlow & Durand, 2001). Así mismo, reconoció la importancia
de las contribuciones psicológicas e interpersonales a la psicopatología,
como los efectos a veces negativos de la tensión familiar; y, en algunas
ocasiones, separó de sus familias a sus pacientes.

En la tradición psicológica, la conducta anormal se le atribuye a un desa-


rrollo psicológico imperfecto y al contexto social. Durante la primera
mitad del siglo XVIII hubo una aproximación psicosocial a los tras-
tornos mentales, llamada terapia moral. El término moral en realidad
significaba “emocional“ o “psicológico”, relacionado en mayor medida
con un código de comportamientos. Sus principios básicos compren-
dían en tratar a los pacientes internados en la forma más natural posible
en un medio que motivara y fortaleciera la interacción social normal,
lo que les proporcionaba muchas oportunidades de contacto social e
interpersonal apropiados. Se cultivó cuidadosamente las relaciones, y
la atención individual se concentró claramente en las consecuencias
positivas de las interacciones y el comportamiento apropiados. Si bien
los principios de esta terapia moral se remontaban a tiempos de Pla-
tón o anteriores, esta técnica se originó como sistema con el conocido
psiquiatra francés Philippe Pinel (1745-1826). (Davison & Neale, 2002;
Barlow & Durand, 2001)
En el siglo XX surgen escuelas de pensamiento muy diferentes. El pri-
mer método importante fue el psicoanálisis, basado en la elaboración
teórica de Sigmund Freud (1856-1939) sobre la estructura de la mente
y la función de los procesos inconscientes en la determinación de la
conducta. La segunda fue el conductismo, asociada a John B. Watson,
Iván Pavlov y B. F Skinner, quienes se concentraron en la forma en
que influye el aprendizaje y la adaptación en el desarrollo de la psico-
patología.

De otra parte, cada tradición cuenta con su forma de tratar a los indi-
viduos que padecen trastornos psicológicos. Los tratamientos sobrena-
turales comprenden el exorcismo, que consistía en la práctica de una
serie de rituales religiosos para librar el cuerpo de los espíritus sobre-
naturales. Los tratamientos biológicos por lo común ponen el acento
en el cuidado físico y la búsqueda de curas médicas, en particular las
cirugías y los fármacos. Los planteamientos psicológicos se sirven de
tratamientos psicosociales, que participan con la terapia moral e inclu-
yen la psicoterapia moderna.

Durante casi toda la historia de que se tiene registro, la situación de los


enfermos mentales fue desesperada. Si bien algunos médicos y roma-
nos trataron de entender los trastornos de la mente, la decadencia de la
civilización grecorromana produjo un alejamiento en relación con las
teorías relativamente progresistas de Hipócrates, Antifón y Galeno.

A quienes actualmente se les diagnóstica una enfermedad mental, en


aquellos tiempos se les trataba como a individuos perversos y se les
castigaba por sus pecados. Martín Lutero describió a los débiles men-
tales como personas impías, poseídas por el demonio, y, al no tener
razón ni alma, se les confinaba permanentemente. Además, dado que
los perturbados no se comportaban como personas normales, durante
siglos se les consideró inhumanos y se les sometió a abusos horribles.
También servían convenientemente como chivos expiatorios cuando
calamidades inexplicables, como las plagas, azotaban a las comunida-
des.
Antes del siglo XX, a muchas personas que sufrían retraso como en-
fermedades mentales, cuando no se les enjuiciaba por hechicería, se les
trataba como delincuentes comunes y se les encerraba en prisiones o
en “ torres para locos”, “ casa para locos ” o “ asilos para lunáticos”.
En 1930, un convento de la orden de Santa María de Bethlehem se
convirtió en la primera institución para enfermos mentales en Ingla-
terra; allí a los internos se les encadenaba, azotaba, golpeaba y, se les
practicaba purgas, vomitivas y se les sometía a sangrías. (Davison &
Neale, 2002).

Debido a las condiciones atroces y de hacinamiento de las instituciones


para enfermos mentales, se recibían con entusiasmo las “curas grandio-
sas y desesperadas” que prometían un tratamiento exitoso para la de-
mencia. La más desesperada de las curas fueron las psicocirugías, don-
de se hacían perforaciones de cráneo, para prensar o cortar las fibras
nerviosas en su trayectoria. La segunda clase de tratamientos radicales
comprende el uso de medicamentos que ejercen efectos psicológicos, y
a mediados del siglo XX se crearon fármacos psicoactivos que si bien
no proporcionaban la cura, sí aliviaban ciertas formas de enfermedades
mentales.

Los anteriores tratamientos, de igual forma, hacen evidente diversas


tendencias teóricas en salud mental que las sustentan, y que están en-
marcadas, como se ha mencionado, en un contexto histórico, que a
manera de esquema se pueden resumir en teorizaciones: a) Ligadas a
la clínica, b) basadas en el análisis psicopatológico, c) de la psiquiatría
dinámica, d) provenientes de la neurobiología, neuroquímica, estudios
endocrinos y metabólicos, e) a partir de intervenciones comunitarias e
institucionales. (Galende, 1994).
Conducta Normal y Anormal dentro
del marco de la Salud Mental

Frecuentemente, los profesionales y estudiantes de la psicología y ca-


rreras afines a ésta se preguntan qué es la conducta anormal, para lo
cual habría que partir primero del hecho de que todos los días las per-
sonas tratan de comprender a sus semejantes, y no siempre pueden
determinar por qué alguien hace o siente algo. En realidad, uno mismo
no siempre comprende por qué se siente y comporta de determinada
manera. “De por sí es complicado entender lo que se considera una
conducta de los límites normales, por lo que resulta todavía más difícil
comprender aquella que va más allá de la normalidad” (Davison &
Neale, 2002, p. 30). En la actualidad, los teóricos de las ciencias sociales
consideran que se pueden mirar varios componentes para hablar de
anormalidad:

a. Infrecuencia estadística. Al afirmar que alguien es normal, se da a en-


tender que no se desvía significativamente del promedio de rasgos o
conductas comunes de una población general; es decir, no se separa
desproporcionadamente de las características específicas y patrones
de comportamiento del común de las personas en un entorno.
b. Violación de normas. Se ha dicho que la conducta anormal es también
aquella que viola las normas sociales y constituye una amenaza (en
algún grado o sentido) o produce ansiedad en quienes la observan.
c. Aflicción personal. La anormalidad sugiere la idea de sufrimiento per-
sonal. En este sentido, la conducta puede ser anormal si le produce
una gran aflicción a quienes la manifiestan, así como dolor, disfun-
cionalidad y/o tormento.
d. Incapacidad o disfunción. Hace alusión a que el individuo está imposi-
bilitado para alcanzar alguna meta (personal, social, familiar, laboral,
etc.) debido a su estado mental, afectivo y/o de comportamiento.
Desde este punto de vista, se considera a un individuo normal si mues- tra la
suficiente capacidad para relacionarse con su entorno de una ma- nera flexible,
productiva y adaptativa, y si sus percepciones de sí mismo y del entorno son
constructivas y promotoras de equilibrio propio.

Tomando como referencia este marco, y para entender la salud mental, es


necesario mirar, en primer lugar, qué se entiende por salud; a nivel general, y
según Oblitas (2004, p. 3), es “el bienestar físico, psicológico y social, que va
más allá del esquema biomédico, donde abarca la esfera subjetiva y del
comportamiento del ser humano. No es la ausencia de alteraciones y de
enfermedad, sino un concepto positivo que implica distintos grados de
vitalidad y funcionamiento adaptativo”. De igual forma, Dubos (1975),
mencionado por Oblitas, manifiesta que la salud es el estado de adaptación al
medio y la capacidad de funcionar en las mejores condiciones de éste. La
salud es un estado y al mismo tiempo, un proceso dinámico cambiante.
Continuamente sufrimos alteraciones en nuestro medio interno, físico y
psicológico, así como en nuestras relaciones interpersonales, las cuales
suponen permanentes reestructu- raciones de nuestros esquemas internos.

Así, se considera a un individuo normal si muestra la suficiente capa-


cidad para relacionarse con su entorno de una manera constructiva,
flexible, productiva y adaptativa, y si sus percepciones de sí mismo y del
entorno son promotoras de equilibrio cognitivo-afectivo, de relaciones
interpersonales duraderas, abiertas, sanas y estables, y de patrones de
comportamiento funcionales.

Ahora bien, no existe una línea divisoria rígida que separe con preci-
sión a la persona mentalmente sana de la que no lo está; existe toda una
gama de grados de salud mental y no hay una característica singular que
pueda tomarse aisladamente como evidencia de que se la posee. De
otra parte, tampoco la ausencia de uno de esos atributos puede admi-
tirse como prueba de “enfermedad” mental. Más aún, nadie mantiene
durante toda su vida las condiciones de una “buena” salud mental.

Por su parte, De Castro (2000) en Quién en la psicología y la psicopatología,


hace evidente que en los datos alrededor de los cuales se organizan las
explicaciones que ofrece el DSM IV para diagnosticar las diferentes en-
fermedades mentales, en todo momento se hace una estricta y detallada
referencia a los criterios y características para el diagnóstico en relación
a los síntomas que sufre el individuo, a la forma como éstos evolucio-
nan durante la enfermedad, a las estadísticas en cuanto al pronóstico
y la prevalencia de la misma, a los subtipos y trastornos asociados, y a
los criterios para hacer un diagnóstico diferencial; pero en ningún mo-
mento esclarecen la base o estructura experiencial sobre la que dichos
síntomas y enfermedades se construyen y, por consiguiente, tampoco
proporcionan claridad sobre cómo comprender el significado de la en-
fermedad mental de quien la está viviendo.
CONCEPCIONES ACERCA DE LAS PERSONAS
CONSIDERADAS MENTALMENTE SANAS

Entre algunas de las características de las personas mentalmente sanas,


quisiéramos resaltar las mencionadas por Pacheco en su artículo “El
concepto de salud mental” (2005):

• Están satisfechas consigo mismas. No están abrumadas por sus


propias emociones (rabia, temores, amor, celos, sentimientos de
culpa o preocupaciones). Pueden aceptar las decepciones de la vida
sin alterarse dramáticamente. Tienen una actitud tolerante y relajada
respecto a la propia persona y a los demás. Son capaces de reírse de
sí mismas.

• Se sienten bien con los demás. Son capaces de amar y tener en con-
sideración los intereses de los demás. Sus relaciones personales son
satisfactorias y duraderas. Son capaces de confiar en los demás y
están abiertos experiencialmente a que los otros confían en ellos.
Respetan las múltiples diferencias que encuentran en la gente.

• Son capaces de satisfacer las demandas que la vida les presenta.


Aceptan sus responsabilidades ante los problemas que se van pre-
sentando. Modifican su ambiente cuando esto es posible y se ajustan
a él cuando es necesario. Planifican el presente de cara al futuro, al
que enfrentan, en vez de evadirlo, a pesar del posible temor que
puedan sentir.

En este orden de ideas, Acosta (2004) y Schultz y Schultz (2002) hacen


alusión a que en los últimos años se ha venido promoviendo, desde la
psicología humanista, una nueva concepción de salud mental. Es así,
que Carl Rogers habla de conducta madura y de personas de funcio-
namiento completo como sinónimo de normalidad (o salud mental) y
describe las siguientes características como esenciales en este tipo de
personas:

• Apertura a la experiencia. Tanto a los sentimientos positivos como a


los negativos; no están a la defensiva y no necesitan negar o distor-
sionar las experiencias.
• Viven cada momento de manera plena y rica. Cada experiencia es fresca
y nueva en potencia. No necesitan estructuras preconcebidas para
interpretar cada suceso rígidamente; son flexibles y espontáneas.

• Confían en su propio organismo. Es decir, confían en sus propias reac-


ciones en lugar de siempre guiarse por las opiniones de otros o por
juicios intelectuales (separados de las necesidades afectivas). Son
personas auténticas o satisfechas de sí mismas.

• Poseen un sentido de libertad para hacer elecciones sin restricciones o inhibicio-


nes forzadas. Esto produce una sensación de poder, porque saben
que su futuro depende de sus propias acciones y no está totalmente
determinado por las circunstancias presentes, los sucesos pasados
o por otras personas. Asumen responsabilidad por sus decisiones y
conducta.

• Son personas creativas, y viven de manera constructiva y adaptativa conforme


cambian las condiciones ambientales. La espontaneidad y la flexibilidad
son características aliadas de la creatividad.

Adicionalmente, Masterson, citado por Preston (2003), expresa que


dentro de las características esenciales para la salud mental se encuen-
tran:

• Espontaneidad y viveza del afecto. Refleja la capacidad de experimentar


la amplia gama de emociones humanas y de poder (o permitirse)
sentirlas profundamente si es necesario, de acuerdo con el proyecto
de vida autoescogido.

• Capacidad de identificación de los propios sentimientos, deseos, necesidades y


pensamientos. Implica, hasta donde sea posible, la descripción deta-
llada de la propia experiencia, así como de la forma de reaccionar y
asumir una situación.

• Valoración positiva de uno mismo. Internalización de derecho a sentirse


bien consigo mismo al conseguir las cosas, del derecho a sentirse
orgulloso y a valorar lo que se hace.
• Autoafirmación. Implica la convicción interna de que está bien expre-
sar los propios sentimientos, necesidades y opiniones cuando sea
necesario, así como defenderse cuando estos han sido heridos por
otros. También se trata de la capacidad y la disposición para llevar
las propias convicciones a terreno de la acción.

• Intimidad. La capacidad de expresarse de forma abierta y honesta


con alguien a quien se quiere, lo que implica compartir la ternura, la
necesidad o el dolor emocional.

• Compromiso. Que viene a ser la capacidad y la disposición para perse-


verar en los momentos difíciles.
Aportes al Concepto de Salud desde la Perspectiva de la Psicología de la
Salud

Oblitas (2004, p. 15) comenta: “La Asociación de Psicología America-


na (APA) crea en 1978 la ‘health psychology’, la división de la psicología
de la salud hacia la cual confluyen distintas disciplinas de la psicología
para el surgimiento de una nueva área que implica estudios de relevan-
cia experimental, social, clínica y fisiológica, así como el desarrollo de
estudios epidemiológicos, etc. Al año siguiente de su creación publicó
el primer manual: Health psychology: A handbook (Stone, Cohen & Adler,
1979)”.

Toda esta temática sugiere, desde la perspectiva de la psicología de la


salud, la necesidad de estudiar comportamientos específicos que es-
tán directamente relacionados con el desarrollo o mantenimiento de
la salud, como son los estilos de vida y su relación con el VIH Sida,
enfermedades cardiovasculares, el abuso del alcohol y de sustancias
psicoactivas legales e ilegales, la capacidad de enfrentarse a circunstan-
cias estresantes (coping), desarrollo psicoafectivo, y hábitos sexuales y
alimenticios, entre muchos otros.

En este sentido, en el desarrollo de la psicología de la salud, tal como


muchos autores han mostrado (Marks, 2002; Marks, Murray, Evans &
Willig, 2000; Rodin & Salovey, 1989; y Marks & Yardley, 2004), ha in-
fluido muchísimo la creciente evidencia investigativa de que gran parte
de los actuales índices de mortalidad y enfermedad están relacionados
con los estilos de vida de los seres humanos y condiciones psicosociales
en general, como se puede observar en la forma como actuales caracte-
rísticas de la vida cotidiana, tales como el aumento de situaciones estre-
santes y de factores de riesgo, la orientación del desarrollo psicoafec-
tivo, el aumento de la pobreza y la violencia cotidiana, y el abuso del
alcohol y de sustancias psicoactivas están repercutiendo directamente
sobre la salud y el desarrollo de la enfermedad. En este sentido, Mata-
razzo define la psicología de la salud (2002), de la siguiente forma:
“Psicología de la salud es el agregado específico de las contribuciones
profesionales, científicas y educacionales de la disciplina de la psicolo-
gía a la promoción y mantenimiento de la salud, la prevención y trata-
miento de la enfermedad, la identificación de los correlatos etiológicos
y de diagnósticos referentes a la salud, la enfermedad y disfunciones
relacionadas a ellas, y al análisis y mejoría del sistema de salud y de la
formación de políticas en salud. (pp. 22 - 23).”

A pesar de que esta definición de Matarazzo de la psicología de la salud


ha sido ampliamente aceptada, deberíamos aclarar que esta definición
podría resultar muy general debido a que incluye cualquier dominio o
tópico relacionado con la salud, no importando si funciona a un nivel
primario, secundario o terciario en lo que se refiere al cuidado y tipo
de intervención. Esto implica que esta definición, en determinado mo-
mento, no permitiría diferenciar entre psicología clínica y psicología de
la salud.

Basados en esta visión y concepción de la salud, podemos afirmar que


nuestro objetivo último sería diseñar programas tanto de prevención de
la enfermedad como de promoción y mantenimiento de la salud, me-
diante un conocimiento contextualizado de nuestra realidad psicológica
(en sus aspectos afectivos y cognoscitivos) y socio-culturales, para que,
basados en dicho conocimiento y comprensión, se realicen programas
orientados al fortalecimiento de una red de servicios de salud y al desa-
rrollo de estilos de vida sanos y coherentes a las necesidades concretas
de nuestro entorno inmediato que, a su vez, también permitan reducir
el impacto negativo de nuestra problemática psicosocial sobre las dis-

tintas poblaciones, comunidades, grupos, organizaciones y familias. En


este sentido, y de acuerdo con los lineamientos de la Política de Salud
Mental, estipulados por el Ministerio de Protección Social (2004), en-
tendemos que dado que el concepto de salud sobrepasa la ausencia de
síntomas y es una condición esencial para el desarrollo de habilidades y
potencialidades a nivel individual y colectivo, afirmamos que la labor de
la psicología de la salud debe comenzar por identificar y entender los
mecanismos de adaptación que el ser humano elabora en las diversas
situaciones, tanto cotidianas como adversas, y así comprender por qué
ciertas estrategias son más eficaces que otras.
En este sentido, la investigación en el área de la salud implica y nos
exige mantener una permanente vigilancia sobre los estilos de vida de
nuestra población, así como de los procesos y las dinámicas inherentes
a los problemas psicosociales y a los distintos trastornos que nos afec-
tan, para así poder realizar investigaciones realmente pertinentes a las
necesidades de nuestro medio y entorno inmediato.

A lo largo de los últimos años se ha presentado un importante desa-


rrollo en las ciencias básicas y aplicadas, tales como inmunología y la
epidemiología, que ha estado directamente relacionado con la salud en
algún sentido, tal como se evidencia en la reducción o eliminación de
antiguas condiciones médicas críticas, tales como la influenza, la polio-
mielitis, la tuberculosis y el sarampión. Desafortunadamente, al mismo
tiempo que se han reducido o eliminado estas enfermedades y muchas
otras condiciones médicas críticas, se han desarrollado, agravado o au-
mentado otras condiciones médicas, tales como las enfermedades de
pulmón, cardiovasculares, y el cáncer, entre otras (Marks, 2002), así
como otras condiciones y estilos de vida que están repercutiendo di-
rectamente sobre la salud, tales como el aumento del stress en la vida
cotidiana, de la pobreza, de accidentes de tránsito, del abuso del alcohol
y de sustancias psicoactivas, y de los malos hábitos alimenticios, entre
muchas otras.

En este sentido, mientras algunos pocos teóricos continúan afirmando


que los factores y variables psicosociales no repercuten directamente
sobre la salud y la enfermedad, a nivel general, los investigadores hoy
en día afirman que el conocimiento y las distintas técnicas de investiga-
ción de ciencias sociales como la psicología, pueden aportar y enrique-
cer el entendimiento de la salud y enfermedad en un sentido físico. Al
respecto, Marks, Murray, Evans y Willig (2000) afirman que la psicolo-
gía de la salud resulta de la integración de las perspectivas provenientes
del modelo biomédico, del modelo biopsicosocial y del modelo de las
ciencias humanas.

Ahora bien, deberíamos comprender y clarificar que la psicología de


la salud trabaja y apunta sobre todo al nivel primario de intervención,
en el cual el énfasis de la psicología recae sobre la salud en sí, y no
sobre la enfermedad. Esto significa que el énfasis de la psicología de
la salud sería la promoción y el mantenimiento de procesos psicológi-
cos y actitudes que afiancen la salud, lo cual, a su vez, implica trabajar
en prevención primaria de la enfermedad con personas en situaciones
cotidianas. De esta forma, los aspectos técnicos del tratamiento para
personas que se encuentran en alto riesgo de sufrir alguna enfermedad
o para el abordaje y recuperación de alguna problemática que implique
algún trastorno a nivel cognoscitivo, psicoafectivo, psicosocial y la rela-
ción de éstos con el aspecto biológico, serían dominio de la psicología
clínica propiamente dicha, lo que significa que esta última trabaja más
a nivel de intervención secundaria y terciaria.

En este punto, es pertinente aclarar que el concepto de psicología clí-


nica se ha entendido de diferentes maneras a lo largo de los últimos 50
años. Después de años de intentar definirla, la división de psicología clí-
nica de la APA publicó un folleto con esta definición (Cullari, 2001):

El campo de la psicología clínica integra ciencia, teoría y práctica para


entender, predecir y aliviar el desequilibrio, la invalidez y la incomodi-
dad; también promueve la adaptación humana, el ajuste y el desarrollo
personal. La psicología clínica está enfocada en los aspectos intelec-
tuales, emocionales, biológicos, psicológicos, sociales y del comporta-
miento humano que funcionan a través de la existencia en las diferentes
culturas, y en todos los niveles socio-económicos.

Anteriormente, la psicología clínica se entendió como una psicología


de la medicina psicosomática, o en un sentido más amplio, como la
aplicación de los conocimientos, técnicas y métodos de las disciplinas
psicológicas básicas y de sus disciplinas inmediatas –psicología profun-
da, sociología y pedagogía social– en el campo clínico. Posteriormente,
y como respuesta a un enfoque patológico dominante, surgió la psi-
cología de la salud (Stone y otros, 1979), la cual abarca los aportes de
la psicología que tienen por objeto el mantenimiento de la salud, así
como la prevención de la enfermedad, teniendo en cuenta que com-
prende esfuerzos interdisciplinarios encaminados al fomento o pro-
moción de la salud general tal como es concebida por la Organización
Mundial de la Salud.

Así, deberíamos clarificar que la definición de la psicología clínica y de


la salud no es un tema estático que es definido solamente de acuerdo
con criterios teóricos, sino que está enmarcado tanto en las condicio-
nes particulares de cada persona como en el contexto socio-cultural en
el que ésta se encuentre. De esta forma, basados en la aplicabilidad del
conocimiento y técnicas psicológicas, comprendemos que mientras el
objetivo fundamental de los psicólogos clínicos a nivel investigativo
es construir conocimiento sobre conceptos y procesos psicológicos
relacionados con la psicopatología, orientando los esfuerzos hacia el
desarrollo de programas de tratamiento a nivel de intervención secun-
daria y terciaria, también entendemos que el objetivo fundamental de
los psicólogos de la salud es entender, clarificar, y apoyar la promoción
y mantenimiento de la salud y los procesos relacionados a ella tanto en
individuos como en comunidades, así como hacia la construcción de
conocimiento sobre conceptos y procesos psicológicos relacionados
con la enfermedad. Apoyamos esta visión de la psicología clínica y
de la salud en la propuesta del Ministerio de Protección Social (2004),
que sugiere que toda política pública de salud mental debe orientarse a
promover, aumentar y proteger la salud mental de todas las poblacio-
nes del país, tanto a nivel individual como colectivo, lo cual, a su vez,
servirá de soporte para el diseño y desarrollo de programas preventivos
y de tratamiento destinados a enfrentar las diversas problemáticas en
este campo.

Entonces, adentrarnos en el área de la salud es pensar al psicólogo


imbuido en un contexto social, tomando como prioridad tanto a los in-

dividuos, como al individuo particular, dedicado a su bienestar en este


sentido. Así, el área de psicología de la salud se enfoca en el bienestar a
un nivel tanto social como individual. Esto la diferencia necesariamen-
te de la psicología clínica donde la labor primaria es individual y se en-
foca principalmente en procesos terapéuticos (orientados a solucionar
conflictos o problemas ya existentes), amén de otros factores estrecha-
mente relacionados, tales como interconsultas hospitalarias, etc.

En este marco de referencia, la psicología de la salud se preocupa por


estudiar la relación entre la salud y la enfermedad con algunas variables
independientes, como son las predisponentes (tales como tipos de per-
sonalidad, dificultades con la expresión afectiva y disposiciones actitu-
dinales), factores cognitivos, tales como las representaciones mentales
de la salud y la enfermedad, capacidad de autocontrol, y percepciones
de riesgo y vulnerabilidad, recursos sociales/ ambientales (tales como
el apoyo o soporte social, ambiente laboral y la familia), y aspectos
socioculturales y demográficos, tales como el género, la edad, el origen
étnico, y clase social. (Rodin & Salovey, 1989).

Esta situación hace que el campo de acción de la psicología de la salud


sea bastante amplio, debido a que implica trabajar de forma interdis-
ciplinaria temáticas que antiguamente eran exclusivas, bien sea de la
medicina o de la psicología. Esto, a su vez, de acuerdo con teóricos
como Marks, Murray, Evans y Willig (2000), implica que para lograr
un entendimiento adecuado y completo de la temática relacionada a la
salud, debemos abordarla y estudiarla mediante la implementación de
métodos cuantitativos y cualitativos de investigación. Varios paradig-
mas han surgido en este campo, entre los cuales podemos mencionar
los siguientes:

El Paradigma Clásico, el cual involucra variables esencialmente psicoló-


gicas (cognitivas, afectivas, comportamentales, psicosociales y psicofi-
siológicas) e implica la relación de determinantes clásicos de la enfer-
medad, considerados como “antecedentes”, que corresponden a las
características biológicas, psicológicas y sociales, que interactúan con
unos factores “desencadenantes”, tales como los eventos de vida o es-
tresores. Estos determinantes, también conocidos como predictores,
son “moderados” por factores que modulan su intensidad o efecto.
Los factores moduladores son, por ejemplo, el estrés y control perci-
bido, el apoyo social y los niveles de ansiedad estado. Sin embargo lo
que es más novedoso es la capacidad que se le asigna al individuo para
reaccionar frente a estos factores, la cual es descrita con el concepto de
Coping (capacidad de enfrentarse a estas circunstancias). Esto implica
que las personas reaccionan mediante estrategias perceptivas-cogni-
tivas, afectivas, comportamentales y psicosociales para hacer frente a
estas situaciones, indicadas en los criterios de adaptación (Lazarus &
Folkman, 1986)
Otro paradigma, es el Biopsicososocial, el cual implica la interacción entre
diversos sistemas biológicos y psicológicos, y a su vez entre sistemas
internos (co-funcionamiento entre emociones, percepciones, cognicio-
nes y comportamientos para dar cuenta de los aspectos psicológicos
del Coping y entre los sistemas neuroendocrinos e inmunitarios para
los aspectos biológicos).

Recientemente ha surgido otro paradigma, que es el postulado por la


Psicología Cualitativa de la Salud (el cual se ha dado a conocer mucho
más por su nombre en inglés Qualitative Health Psychology), la cual
replantea la orientación cuantitativa en la psicología de la salud para
centrarse en la observación de un “sujeto en situación” en su aspecto
único, remarcando la importancia de comprender la construcción so-
cial del concepto de salud y enfermedad. Es decir que se interesa en el
sujeto y en su contexto inmediato en una relación que implica tanto la
subjetividad propia del individuo, como la intersubjetividad inherente
al contexto de la vida humana.

Estos estudios acerca de la psicología Cualitativa de la Salud surgen


a partir de la profunda necesidad de investigación en estas áreas que
permitan un mejoramiento integral de la calidad de vida de las perso-
nas. Por tanto, si bien es cierto que el psicólogo de la salud tiene co-
nocimientos en las áreas de psicopatología, desarrollo humano o salud
mental, también es cierto que la visión del psicólogo inmerso en el
consultorio, analizando y resolviendo los problemas individuales, se ha
ampliado a la luz de las investigaciones e intervenciones preventivas

y a nivel macro que desde esta área se realizan en la sociedad desde la


psicología de la salud.

PsICOlOgía De la salUD: áReas De INTeRés


a NIvel geNeRal

Dado que, como mencionábamos al principio del artículo, el campo de


la psicología de la salud es relativamente nuevo y fértil, no resulta del
todo inverosímil pensar que muchos psicólogos en nuestro país aún no
saben cuáles son específicamente las áreas que se trabajan en este cam-
po, amén del público en general, por lo que resulta pertinente mostrar
desde un panorama mundial, cómo se viene trabajando actualmente
este concepto, desde un enfoque investigativo.
Actualmente, en el mundo se investiga el tema de psicología de la salud
desde diversas aproximaciones y perspectivas. Por tanto, mencionare-
mos algunas que se han publicado recientemente en otros países para
que brinden luces a los estudiosos de estas áreas, sobre los posibles
caminos a seguir en este campo virgen y fértil que existe en nuestra dis-
ciplina. Cabe recalcar que a continuación se presentarán los resultados
de investigaciones mundiales relacionados a la psicología de la salud, es
decir, de cómo el estilo de vida y el estrés influyen en la salud:

Como se ha mencionado, el estilo de vida que lleva cada individuo pue-


de afectar su salud tanto mental como física. Mantener el control sobre
la vida, y realizar actividades físicas pueden llegar a prevenir cierto tipo
de enfermedades, como el síndrome metabólico (padecer tres de los si-
guientes diagnósticos: enfermedades cardiovasculares, obesidad, coles-
terol y triglicéridos altos, diabetes, entre otros) y gozar de buena salud
(Stelmach, Kaczmarczyk-Chalas, Bielecki & Drygas, 2005). De igual
forma, si ya se padece el síndrome, llevar un estilo de vida adecuado
podría disminuir el desarrollo de la enfermedad (Orchard, Temprosa,
Goldberg, Haffner, Ratner, Marcovina & Fowler, 2005.).

La actividad física es generadora de buena salud. Esta afecta positiva-


mente el humor de las personas con enfermedades mentales severos,
tanto así, que se podría considerar como una ayuda para el proceso de
rehabilitación psiquiátrica (Mccormick, Frey, Lee, Chun, Sibthorp,
Gajic, Stamatovic-Gajic & Maksimovich, 2008). Además, personas
físicamente inactivas y con estilo de vida de sedentarismo pondrían
contraer con mayor posibilidad enfermedades que las físicamente ac-
tivas. También se reconoce que en los estilos de vida, llevar una dieta
balanceada, no fumar, mantener el peso ideal, aparte de las actividades
físicas podría prevenir desde enfermedades cardiovasculares, muscula-
res y esqueléticas hasta cáncer y diabetes. De todas formas, mantenerse
físicamente activo puede facilitar una vejez fructuosa y próspera (De
Vitta, Neri & Padovani, 2005). Esta última idea es igualmente apoya-
da por Kaplan, Huguet, Orpana, Feeny, McFarland y Ross (2008), ya
que afirman, desde la perspectiva de la psicología del desarrollo, que el
mantenimiento de la buena salud en la vejez depende del estilo de vida
que se haya llevado.
Hoy en día se sabe que muchas enfermedades son hereditarias, pero también
se sabe que este factor no predice necesariamente la aparición de la
enfermedad, sino que también depende del ritmo de vida que cada persona
lleva. El cáncer es una de estas enfermedades y una bue- na forma de
prevenirlo sería modificando dentro de los estilos de vida y todo lo que ello
conlleva: la dieta (Akhtar, Sinha, McKenzie, Sagar, Finan & Burke, 2008),
dejar el consumo de alcohol y cigarrillos, evitar ganar peso y realizar actividad
física (Sprague, Trentham-Diez & Egan, 2008; Setiawan, Stram & Nomura,
2007), y manejar una nutrición in- tensiva (Ornish, Magbanua & Weidner,
2008).
De los estilos de vida que más causan muerte en las mujeres de la adul- tez
media son fumar cigarrillos, el sobrepeso, poco o nada de actividad física y el
consumo de una dieta no balanceada. Por esta razón, a esta edad se debe
llevar una vida sana para prevenir diferentes enfermeda- des que pueden
causar la muerte (van Dam, Li, Spiegelman, Franco & Hu, 2008). Algunos de
los anteriores factores de los estilos de vida pueden causar infertilidad en las
mujeres, como fumar y la obesidad (Kelly-Weeder & Cox, 2006). Sin
embargo, si la mujer ya está emba- razada y aparte de sufrir obesidad también
padece diabetes, estas dos consecuencias de un inadecuado estilo de vida
podría traer como re- sultado cesáreas primarias, nacimientos pretérminos y
que el neonato

sufra de un bajo peso al nacer (Rosenberg, Garbers, Lipkind & 2005).


Además de ésto si la madre en estado de embarazo consume cigarrillos,
el niño que concibe podría sufrir posteriormente del Síndrome de Dé-
ficit de Atención con Hiperactividad (Rodríguez & Bohlin, 2005). De
esta forma el estilo de vida que llevan las madres no solo afecta su salud
sino también la de sus bebés.

Un estilo de vida que es muy común hoy en día, sobre todo en la juven-
tud, es el consumo de drogas. Hay incluso personas que intercambian
sexo por drogas, y dentro de este estilo de vida las personas que son
consumidoras de crack y cocaína, que suelen vivir en entornos sociales
de violencia, pérdida de poder, y donde se presenta abuso sexual en su
familia, de alcohol y drogas, muestran también un rompimiento emo-
cional por parte de miembros significativos de la familia y pérdidas del
yo (Ellis, 1997).

La interacción social es otro hábito de la vida de cada persona que, en


ciertos aspectos, puede mejorar o empeorar la salud. Esta y los muchos
compromisos sociales parecen estar muy relacionados con las enfer-
medades respiratorias. No solo el contacto con las personas, sino el
cumplir con los diferentes acontecimientos agotadores pueden causar
estrés, repercutiendo en el sistema respiratorio lo cual podría causar
infecciones (Hamrick, Cohen & Rodríguez, 2002). Pero por otro lado,
la interacción social, en lo que se refiere a entretenimiento, podría me-
jorar la adaptación a la artritis haciendo que las personas que la padecen
moldeen la forma de percibir tanto su salud física como mental (Payne,
Mowen & Montoro-Rodríguez, 2006).

Una de las consecuencias de los estilos de vida que tiene repercusiones


igual de graves en la salud de las personas es el estrés. La relación que
existe entre el estrés y los problemas de salud se derivan a la relación
del estrés con los malos hábitos (Ng & Jeffery, 2003). Con la vida que
llevan los grandes empresarios, o simplemente la gente que trabaja,
el estrés es solo un compañero más en el mundo laboral. Este mun-
do, unido a las situaciones estresantes del día a día, puede alterar no
solo el bienestar sino también la salud de las personas (De Castro, Gee
& Takeuch, 2008). Así mismo, debido al ajetreo diario, las personas
modifican su alimentación dejando a un lado las comidas saludables
para consumir cosas ligeras, lo cual podría traer como consecuencia
problemas en la salud (O'Connor, Jones, Conner, McMillan & Fergu-
son, 2008). Cabe recalcar que el estilo de vida también puede bajar los
niveles de tensión y estrés al trabajo y el descontento con éste (Steffy,
Jones & Noe, 1990).

Personas que sufren estrés pueden padecer problemas cardiacos, ya que


podrían contraer problemas de hipertensión como resultado. Por lo tanto, es
importante intervenir en estas personas para que no se de- jen influenciar por
aspectos negativos de las situaciones y poder evitar este tipo de enfermedades
(Dorn, Yzermans, Guijt & Van der Zee, 2007). Por otro lado, las jóvenes
adolescentes comparadas con los ado- lescentes del otro sexo, son las que con
mayor frecuencia sufren de estrés, posiblemente debido a la forma que tienen
de percibir las situa- ciones; por esto tienen mayores probabilidades de
padecer problemas de colesterol (Coleman, Friedman & Burright, 1998).
Al igual que en las anteriores investigaciones, el estrés tiene graves con-
secuencias pero en este caso en las madres en estado de embarazo. Si una
mujer en cinta padece de estrés tiene posibilidades de que el niño que conciba
padezca a largo plazo del Síndrome de Déficit de Aten- ción con
Hiperactividad (Rodríguez & Bohlin, 2005). Como también puede traer como
consecuencia que el bebe nazca con un peso muy bajo (Khashan, McNamee,
Abel, Pedersen, Webb, Kenny, Mortensen & Baker, 2008).

La satisfacción que cada persona tiene de su vida, con el estilo de vida que va
llevando, está fuertemente relacionada con la salud tanto mental como física y
puede influir en estas (Zullig, Ward & Horn, 2006). De esta manera la
persona podría sentir estrés por el contenido de los di- ferentes proyectos de
vida, lo cual traería como consecuencia no solo déficit en la salud sino que
también puede causar depresión (Wallenius, 2007).

Entre las investigaciones actualizadas que se encontraron, destacamos:


“Intimate partner violence and cigarette smoking: Association between smoking
risk and psychological abuse with and without co-occurrence of physical and sexual
abuse” (Jun, et al., 2008), que consiste en examinar la asociación del
abuso psicológico y la relación con el hecho de fumar cigarrillo entre
mujeres, con o sin la co-ocurrencia de abuso físico o sexual. El estudio
fue realizado en una cohorte de personas de raza blanca, bien educadas
y mujeres trabajadoras. Se encontró que cuando el abuso sexual es con-
currente con el físico, se aumenta el riesgo de fumar. Posteriores inves-
tigaciones al respecto resultan necesarias para ver si estas asociaciones
se sostienen para otros grupos.

Este último punto nos remite directamente al gran interés que hay
actualmente por los instrumentos de evaluación psicométrica en este
campo (Franic, et al, 2008), debido a que hay problemas con los mode-
los conceptuales a nivel de confiabilidad, validez y respuesta de los ins-
trumentos disponibles. Igualmente, hay otras dificultades como la falta
de datos normativos comprensibles, los cuales sugieren la necesidad de
desarrollar y validar instrumentos específicos para el área de la salud.

Por tanto, una de las conclusiones que se rescatan en este estudio es


el enorme potencial a nivel de investigación que es posible encontrar,
puesto que en esta vía surgen temáticas de contextos divergentes que
coinciden en un punto: se encuentran abocadas en una búsqueda del
bienestar psicológico a todo nivel (emocional, social, físico, etc.).

También podría gustarte