Cap 15 A. Ferrant en Ibro Roussillon Español PDF

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Capítulo 15: Angustias y defensas


Escrito por A. Ferrant, en el libro: Manual de psicología y psicopatología clínica general
(2007), coordinado por René Roussillon, editorial Masson.

ESQUEMA DEL CAPÍTULO


1. Introducción
2. Las diferentes formas de angustia
2.1. Angustias primitivas
2.1.1. Angustia de aniquilación
2.1.2. Angustia de fragmentación
2.1.3. Angustia de vaciamiento
2.2. Angustia ligada a los procesos de diferenciación y separación
2.2.1. Angustia de intrusión
2.2.2. Angustia de pérdida
2.3. Angustia relacionada con la diferencia de sexos
2.3.1. 2.3.1. Angustia de castración
2.3.2. Angustia de penetración
3. Defensas
3.1. Defensas y angustias primitivas
3.1.1. Aferramiento/ (cramponnement)
3.1.2. Desmantelamiento
3.1.3. Escisión del yo
3.2. Defensas y procesos de diferenciación y separación
3.2.1. 3.2.1. Identificación proyectiva
3.2.2. Proyección
3.2.3. Escisión del yo
3.2.4. Escisión del objeto (o desdoblamiento de las imagos)
3.2.5. Desmentida (déni)
3.2.6. Anulación retroactiva
3.3. Defensas y diferencia de sexos
3.3.1. Represión
3.3.2. Desplazamiento
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3.3.3. Contra-investidura
3.3.4. Formación reactiva
3.3.5. Negación
3.3.6. Aislamiento

1. Introducción

La angustia, al igual que el sufrimiento, forma parte normal de la vida humana. La


angustia no es un signo psicopatológico en sí mismo. Da testimonio de los efectos del
trabajo psicológico cuando el sujeto se enfrenta a determinadas situaciones: un examen,
una solicitud de empleo, tensiones con un ser querido, un duelo, etc. La capacidad de
sentir angustia y de soportarla, sin desorganizarse ni intentar reprimirla a toda costa, es
un signo de "salud" psicológica suficiente. Es más, la angustia es útil para la vida mental.
Tiene una función de advertencia, alertando al yo de posibles situaciones de peligro
(internas o externas). La angustia actúa como una señal.
Aparte de las situaciones habituales que provocan angustia, la clínica se enfrenta a
formas muy variadas que van desde discretas manifestaciones corporales hasta las
expresiones más espectaculares, pasando por la ausencia de cualquier rastro de
angustia. Algunos sujetos describen angustias difusas cuyo origen no pueden definir;
otros evocan formas de malestar corporal (ahogo, "nudo" en el estómago, opresión en
la garganta, palpitaciones, sudoración); otros, por último, dan un contenido más o
menos preciso a su angustia: miedo a ser atacado, penetrado, descubierto, a
descomponerse, a perder sus capacidades sexuales, a fracasar, etc. Si intentamos
describir objetivamente todas las expresiones de la angustia, corremos el riesgo de
encontrarnos con tantas formas de angustia como personas con angustia.
Para empezar, es útil diferenciar tres tipos de experiencia: el miedo, el pánico (effroi) y
la angustia.
- El miedo se experimenta ante un peligro real y objetivo. Funciona como una señal que
pone en marcha toda una serie de procesos fisiológicos que permiten al sujeto
enfrentarse y luchar o huir.
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- El pánico se experimenta ante un peligro objetivo, pero el sujeto está paralizado e


impotente. Está en peligro real de ser destruido por lo que le amenaza y no tiene medios
para luchar o escapar.
- La angustia se experimenta ante un peligro interno. ¿De qué tipo de peligro se trata?
Freud (1926) sugiere que la angustia neurótica se experimenta ante demandas
pulsionales. Estas demandas se consideran peligrosas en la medida en que ponen al yo
en riesgo de perder el amor al objeto.
Es necesario distinguir entre el riesgo de perder el amor, la pérdida real del amor (el
objeto permanece objetivamente presente) y la ausencia del objeto. No todas estas
experiencias son equivalentes. El sujeto puede interpretar como pérdida de amor un
cambio en la actitud del objeto que resulta, a sus ojos, de sus propios ataques de odio y
envidia contra ese objeto. El sujeto fantasea que ha destruido, y por lo tanto perdido, el
objeto. Esta situación es diferente de aquella en la que el objeto realmente ataca al
sujeto o desaparece.
Desde la perspectiva freudiana, el riesgo de perder el amor del objeto se basa en una
doble experiencia.
- La primera, de carácter filogenético, se expone en Visión de conjunto de las neurosis
de transferencia (1915d ), texto en el que Freud plantea la idea de que la especie
humana ha experimentado un trauma. La humanidad se volvió ansiosa bajo la influencia
de los cambios radicales impuestos por la aparición de la Época Glaciar.
- La otra, consustancial a la existencia individual, es la consecuencia de las inevitables
situaciones de frustración, privación (J. Lacan, 1966) y decepción o traumatismo
encontradas por el niño durante su desarrollo.
En el origen de la angustia se encuentra, pues, un peligro real, encontrado
históricamente por la especie y por cada individuo durante los primeros momentos de
la vida, incluyendo lo que Rank (1924) denomina el "trauma del nacimiento". Algunos
estudios actuales se refieren también a las experiencias del feto durante su desarrollo
en el útero (Bergeret y Houser, 2004). Por lo tanto, la angustia expresa en última
instancia una situación de angustia real/efectiva.
Si bien la angustia es la angustia ante la pérdida del amor, la experiencia clínica
demuestra que no es sólo eso. Tal concepción presupone un objeto amoroso. La
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angustia, tal como Freud la concibió en 1926, es una forma ya elaborada que implica
toda una serie de procesos previos.
La práctica clínica contemporánea, en particular con bebés muy pequeños, y más en
general con patologías psicóticas y estados límite, muestra que los niños muy pequeños
pueden experimentar angustias que no se relacionan con el riesgo de perder el amor del
objeto. Esto nos lleva a pensar que la angustia se despliega a lo largo de una especie de
espectro, cuyo nivel más elaborado está representado por la angustia de castración en
su valor de señal de alarma. En el nivel primario, sin embargo, y en determinadas
situaciones, la angustia pierde su especificidad y se confunde con una pura experiencia
de desvalimiento.
Freud sostiene que la angustia es una reactivación: algo ha sucedido, antes o en otra
parte, y el sujeto teme la reactualización de tal experiencia. La mayoría de las veces, las
experiencias dolorosas que siente el bebé, aunque inevitables, son lo suficientemente
contenidas, organizadas y tratadas por quienes les rodean como para que puedan ser
toleradas. Los niños pequeños encuentran apoyo, comprensión y, sobre todo, un eco de
lo que sienten en su entorno. Se les apoya en el proceso de psicologización y
subjetivación de todas las experiencias que viven. Poco a poco, captan e interpretan por
sí mismos los signos de angustia que les afectan, en la medida en que estos signos han
sido percibidos y tratados primero por quienes les rodean.
Sin embargo, no todos los bebés cuentan con el apoyo de su entorno. En ocasiones, los
bebés no encuentran apoyo en quienes les rodean para afrontar su angustia. No sólo no
se transforman sus experiencias ni se les devuelven de forma tolerable, sino que se les
puede abandonar activamente o incluso descalificar lo que están experimentando. El
bebé se enfrenta entonces no a la ausencia del objeto, sino a una determinada forma
de presencia: un objeto presente pero hostil, indiferente o desorganizado. En estas
situaciones, pueden ponerse en marcha modelos radicales de procesamiento de la
angustia a través de la escisión. El bebé se escinde de sus experiencias, renunciando así
a una parte de sí mismo; se adhiere al objeto, en una forma de complicidad activa. La
experiencia clínica de los niños violentos (Berger, 1997) subraya que estos niños no se
enfrentan a miedos de fragmentación o de pérdida, sino a verdaderos miedos de
aniquilación.
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Toda reflexión psicopatológica tropieza inevitablemente con el problema del carácter


transnosográfico de la angustia. Un sujeto organizado neuróticamente en torno a la
problemática edípica que vincula la diferencia entre los sexos y las generaciones puede
haber experimentado angustia en la primera infancia. Esta situación ha movilizado un
cierto número de procesos psicológicos, que se han combinado con otros a lo largo del
tiempo. Por tanto, la experiencia vivida y la forma de afrontarla influyeron en su
desarrollo. Lo que queda no es tanto el recuerdo concreto de la experiencia como las
huellas de las defensas movilizadas para sobrevivir. Está en parte habitado por una lucha
contra el retorno, la reactualización, de una experiencia de angustia.
Esto abre al menos dos posibilidades: o bien la experiencia está sectorizada y concierne
a una parte más o menos amplia de su funcionamiento psíquico; o bien se infiltra en la
propia organización neurótica, en particular en las modalidades de la angustia de
castración, a las que confiere una coloración específica. Si una situación actual se hace
eco de las huellas de esta experiencia pasada insuficientemente subjetivada, se
reactivan modalidades defensivas como la escisión, la desmentida (déni) y la alexitimia
(Corcos y Speranza, 2003 ).
Así pues, las experiencias de la primera infancia y los sistemas defensivos movilizados
repercuten en el modo de funcionamiento psíquico predominante del sujeto, ya sea
lateralmente o coloreándolo intrínsecamente de un modo específico. La angustia de
castración, representativa de los modos neuróticos de organización psíquica, contiene
el potencial de otras formas de angustia. No existe en una forma única, identificable
como tal de un sujeto a otro. Debe concebirse como un proceso, una historia, que
alberga y contiene otras formas de angustia encontradas y más o menos tratadas a
medida que el sujeto se desarrolla.
A la inversa, un sujeto centrado en la lucha contra formas psicóticas de angustia,
fragmentación o aniquilación, que presenta modalidades defensivas del tipo escisión y
desmentida (déni), puede haber encontrado, en el curso de su desarrollo, formas de
conexión con el objeto que le permitieron iniciar un proceso que autoriza la posición
depresiva. Dentro de este sector, las modalidades de diferencia sexual y diferencia
generacional de tipo edípico, y no sólo de tipo narcisista, pueden haber comenzado a
elaborarse. Así pues, la angustia de fragmentación y aniquilación contiene
potencialmente la emergencia de la angustia de castración.
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En este capítulo nos ocuparemos únicamente de las principales formas de angustia


encontradas en la práctica clínica adulta. Remitimos al capítulo escrito por A. Ciccone
sobre las formas de angustia y las defensas encontradas en bebés y niños.

2. Las distintas formas de angustia

Distinguimos tres tipos principales de angustia: angustias primitivas, angustias de


diferenciación/separación, es decir, relacionadas con la diferencia yo/no-yo, y angustias
relacionadas con la diferencia entre los sexos. Esta clasificación no puede superponerse
a las tres grandes formas de organización psíquica, las psicosis, los estados límite y las
neurosis. Corresponde más bien a posiciones psicológicas específicas, pero no las cubre
completamente: posición autista y posición paranoide-esquizoide para las angustias
primitivas; posición depresiva para las angustias de diferenciación/separación y para las
angustias ligadas a la diferencia entre los sexos. Las angustias primitivas presentes en
las patologías psicóticas también pueden encontrarse, aunque de forma menos vívida,
en las organizaciones límite y neuróticas. Están presentes en las formas psicosomáticas
de desorganización. Del mismo modo, las angustias asociadas con el proceso de
diferenciación/separación no se limitan a las psiques límite. Impregnan las formas
neuróticas y psicóticas de sufrimiento psicológico.

2.1 Angustias primitivas

2.1.1 Angustia de aniquilación

La angustia de aniquilación forma parte de lo que M. Klein (1952b) denomina angustias


primarias asociadas al funcionamiento interno de la pulsión de muerte. Winnicott (1965)
se refiere a sentimientos de "desintegración", angustias "inimaginables" y amenazas de
"aniquilación". En El temor al derrumbe (1974), habla de "agonía primitiva", refiriéndose
al retorno a un estado de no-integración.
Todas estas formas pertenecen a las experiencias más tempranas, pero suelen
mantenerse e integrarse en conjunción con las funciones de sostén (holding) y manejo
(handling) del entorno. Cuando se desarrollan en exceso, sin suficiente apoyo ambiental,
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forman el núcleo de las experiencias angustiosas. Winnicott describe el miedo al


derrumbe, que aparentemente apunta a una catástrofe por venir, pero que en realidad
consiste en la lucha contra el retorno de una experiencia de derrumbe, de no
integración, ya experimentada en un momento en que el yo del bebé aún no era lo
suficientemente maduro como para formarse una representación de ella. Estas formas
están probablemente en el origen de los ataques de pánico, que son formas de angustia
brutalmente invasivas y paralizantes.
Hay que subrayar que estas experiencias tempranas forman parte del mundo del bebé
e implican formas normales de defensa que son necesarias para el desarrollo psíquico:
acercarse al objeto, pegarse a él y aferrarse a él. Sólo cuando estas angustias no son
contenidas y tratadas por el entorno se convierten en patológicas y se infiltran en todo
el desarrollo posterior. Los métodos defensivos utilizados recorren la misma gama,
desde los más normales hasta los más patológicos: desde el desmantelamiento hasta el
aferramiento, pasando por la desmentida (déni) y la escisión.

2.1.2 La angustia de fragmentación

Damos a la angustia de fragmentación un lugar especial entre las angustias primitivas


en la medida en que, a diferencia de la angustia de aniquilación, que se refiere
principalmente a las experiencias vinculadas al proceso de integración, implica que algo
que se ha construido corre el riesgo de deshacerse. Se puede decir que la fragmentación
presupone un pasado no fragmentado, un proceso que ha permitido el inicio de la
coherencia. La pérdida de esta coherencia, la desorganización de lo organizado, es el
núcleo de la angustia de fragmentación. En este sentido, al igual que la angustia de
vaciamiento, puede considerarse un esbozo de las angustias de
diferenciación/separación.
La angustia de fragmentación suele considerarse típica de los problemas psicóticos. El
sujeto es invadido por la sensación de ser despedazado, desmembrado, deconstruido
como sujeto, fragmentado. La angustia de fragmentación presenta un cierto grado de
elaboración de la angustia de aniquilación en la medida en que implica potencialmente
la experiencia de la contención de un objeto y la experiencia de reunirse con y gracias a
este objeto. Sin embargo, no es el objeto y su pérdida lo que está en primer plano, sino
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los efectos de esa pérdida. Esta concepción de la angustia de fragmentación es esencial


en la medida en que inicia, al menos potencialmente, la posición depresiva. Las
modalidades defensivas son el aferramiento y la escisión.

2.1.3 La angustia de vaciamiento

La angustia de vaciamiento, de perder la propia sustancia, el propio contenido,


presupone implícitamente una envoltura. Si un contenido puede perderse, es porque
existe un contenedor. Al igual que la angustia de fragmentación, la angustia de
vaciamiento presenta un grado de elaboración más complejo que la angustia de
aniquilación, en la medida en que presupone la experiencia de contención y de relativa
impermeabilidad ligada al objeto. También forma un puente con las angustias de
diferenciación/separación e implica, al menos en parte, una forma de analidad.
La sensación o el miedo a perder el interior, a vaciarse como si se sufriera una
hemorragia incontrolable, presupone la experiencia de contener algo. Por tanto, hay un
contenedor y un contenido. En esta forma de angustia, el proceso defensivo se dirige
hacia un objeto cuya misión es detener la hemorragia narcisista. Puede tratarse de un
objeto puramente funcional al que nos aferramos, o de un objeto con ciertas cualidades
específicas. Este objeto puede ser un objeto de control (Ferrant, 2001) y de seducción
(Denis, 1992 ).

2.2 Angustias vinculadas a los procesos de diferenciación y separación

2.2.1 Angustia de intrusión

Existen diferentes formas de angustia de intrusión en función del grado de integración


alcanzado y de la naturaleza de la intrusión. En este sentido, la angustia de intrusión
puede vincularse tanto a la angustia de vaciamiento como a la angustia de penetración,
típica esta última de las angustias relacionadas a la diferencia de sexos.
La forma más clásica de intrusión está directamente relacionada con el proceso de
diferenciación/separación. El bebé suele tener una experiencia suficiente de no
diferenciación y no separación del objeto, basada en parte en la fantasía de una piel
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común compartida con este objeto (Bick, 1968; Anzieu, 1974). Los mecanismos
defensivos de tipo identificación proyectiva están en funcionamiento (Ciccone y
Lhopital, 2001) y son fácilmente reversibles. El sujeto puede ser penetrado por el objeto
del mismo modo que fantasea con penetrarlo y controlarlo desde dentro. En este
sentido, las angustias de intrusión son el resultado de una inversión (vuelta de)
activo/pasivo. Lo que el sujeto ha proyectado vuelve sin ser reconocido como propio: lo
que vuelve es extraño y/o persecutorio. Se trata de fenómenos que se encuentran
claramente en las organizaciones psicóticas del psiquismo, en la esquizofrenia bajo la
forma de voces, alucinaciones, delirios, sensaciones de extrañeza en el mundo
circundante, y en la paranoia bajo la forma clásica de persecución delirante. Estos
procesos también pueden encontrarse en los estados límite y neuróticos de la psique.
Colorean los mecanismos defensivos en funcionamiento intensificando las angustias de
castración y penetración.

2.2.2 Angustia de pérdida

Como su nombre indica, la angustia de pérdida se refiere a la posesión: sólo podemos


perder lo que ya hemos poseído. Esta forma de angustia implica directamente al objeto.
Puede adoptar dos formas: una está directamente vinculada a las angustias primitivas;
la otra está más orientada hacia la posición depresiva y las angustias vinculadas a la
diferencia entre los sexos.
- En su forma primitiva, la angustia de pérdida es difusa y se refiere al objeto ambiental.
La angustia se dirige a la pérdida de apoyo, de aquello a lo que el sujeto se aferra. Esta
forma de pérdida está relacionada con la angustia de caída sin fin y, en última instancia,
con la angustia de aniquilación. Cuanto más el objeto toma forma y mantiene cierta
continuidad en la vida psíquica, más específica se vuelve la angustia de pérdida: angustia
de perder "ese" objeto, angustia de perder el amor, etc.
- La forma de angustia de pérdida en la posición depresiva se refiere a un objeto cuya
presencia es reconocida como vital por el sujeto. Esta angustia gira en torno a la pérdida
del amor del objeto. El sujeto teme que el objeto le abandone como represalia por sus
propios movimientos agresivos. El objeto es reconocido e investido. Pasando a las
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formas neuróticas, la angustia de pérdida evoluciona hacia la angustia de castración, es


decir, la pérdida de la capacidad de seducción, de realización y de satisfacción sexual.

2.3 Angustia vinculadas a la diferencia sexual

La angustia de castración sustenta la dinámica neurótica del psiquismo de principio a


fin. Se han descrito dos formas: una más específicamente masculina (castración) y otra
más específicamente femenina (penetración). Sin embargo, estas diferencias no
significan que sólo los hombres experimenten angustia de castración y sólo las mujeres
experimenten angustia de penetración. La angustia de castración en su forma masculina
y la angustia de penetración en su forma femenina siguen el mismo "destino
anatómico". Por lo tanto, huelga decir que estas formas de angustia son experimentadas
por ambos sexos y forman parte de la bisexualidad psíquica.

2.3.1 La angustia de castración

La angustia de castración se refiere a la pérdida del pene en los varones. Se describe


clásicamente en el contexto del complejo de Edipo, en el que el niño pequeño teme que
sus movimientos de deseo hacia su madre, y correlativamente sus movimientos de odio
hacia su padre, impliquen una venganza por parte de este último y que el padre le quite
el pene en represalia por sus deseos. Sin embargo, esta forma clásica del Edipo debe
verse en relación con su forma invertida, en la que el niño ve a su madre como una rival
en una relación homosexual con su padre. Desde este punto de vista, convertirse en la
esposa del padre y darle un hijo presupone la renuncia al atributo sexual masculino.
El pene es un atributo importante para el niño, visible y asible. No es sólo un atributo
sexual, sino que también contiene una gran investidura narcisista.
La angustia de perder el pene forma un puente entre las investiduras narcisistas en la
posesión de algo bello que simboliza la fuerza (el falo) y un instrumento de placer sexual.
Detrás de la posesión de un órgano relacionado con el poder, está en juego toda la
integridad del cuerpo. Detrás de la angustia de castración, vemos las angustias primitivas
relacionadas con la fragmentación y la aniquilación.
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La angustia de castración se desplaza, empezando por el pene, sobre todo lo que pueda
representar fuerza, integridad, capacidad productiva y creativa. No adopta la forma
"pura" de un miedo a la pérdida del pene, sino del miedo a perder la fuerza de trabajo,
la creatividad, el poder de seducción, etc. En todos los casos, el objeto de la angustia de
castración es el pene. En todos los casos, el objeto está presente. Alguien arrebata al
sujeto sus capacidades creativas, se las quita como castigo por algo. La angustia de
castración juega así dialécticamente con el sentimiento de culpa y una posición activa y
transgresora por parte del sujeto.

2.3.2 La angustia de penetración

La angustia de penetración sigue el destino anatómico femenino. Mientras que la


angustia masculina se relaciona con la pérdida del pene, la angustia femenina se
preocupa más por la intrusión y la violación de los orificios corporales. En su forma más
neurótica, la angustia de penetración "juega" con la representación del coito. Expresa
una forma de deseo y castigo relacionada con este deseo. Al igual que la versión
masculina de la angustia de castración, se organiza como una forma de contención de
las fantasías edípicas y de las teorías sexuales infantiles. Aparece como una fantasía -
consciente o no- de actividad sexual con un objetivo pasivo: tener miedo del deseo de
ser penetrado.
Esta sexualización marca el desarrollo de la angustia de intrusión en la que el sujeto se
encuentra menos en una situación pasiva (actividad con un objetivo pasivo) que en una
situación de pasividad (pasivización).

3. Las defensas

3.1 Defensas y miedos primitivos

3.1.1 Aferramiento / (cramponnement)

En esta forma defensiva, el sujeto se aferra convulsiva y frenéticamente a un objeto,


cosa o persona, cuya pérdida supone un riesgo vital. En este caso, el aferramiento está
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relacionado con el impulso de aferrarse, que se deriva directamente de las actividades


de aferramiento. El aferramiento no consiste tanto en luchar contra la separación como
contra la desintegración del sujeto.

3.1.2 Desmantelamiento

La defensa por desmantelamiento se asocia clásicamente a los cuadros autistas.


Consiste en la desorganización de las modalidades sensoriales. El sujeto queda
suspendido en una forma sensorial (auditiva, visual, kinestésica, etc.). Esto forma una
barrera formidable contra la angustia de aniquilación.

3.1.3 Escisión del yo

Se trata de un proceso por el cual el yo se divide en dos partes. Una permanece en


contacto con la realidad y la otra, mediante el engaño, construye una nueva realidad.
Esta operación defensiva protege al yo contra la angustia de la fragmentación: el yo se
divide en un intento de evitar su propia desaparición. Contra este proceso se moviliza la
escisión del yo en dos o más partes.

3.2 Defensas y procesos de diferenciación y separación

3.2.1 Identificación proyectiva

La identificación proyectiva es un proceso (Ciccone, 1999) que consiste en comunicar a


los demás los estados afectivos y emocionales del sujeto que se desprende de
contenidos mentales intolerables proyectándolos sobre un objeto. Penetran en un
objeto para apoderarse de él y degradarlo. Mediante este mecanismo de toma de
posesión de un objeto externo, el yo transforma el objeto en una extensión de sí mismo.
Se ha descrito un mecanismo de identificación proyectiva normal (Bion, 1963) al servicio
del vínculo madre-hijo y del vínculo terapéutico, junto a mecanismos de identificación
proyectiva patológicos.
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En esta situación, hay que subrayar que el sujeto no está, ni local ni ampliamente,
diferenciado del objeto.

3.2.2 La proyección

Freud define el mecanismo de la proyección en tres etapas sucesivas. En primer lugar,


la representación se libera de su quantum de afecto; a continuación, se transforma por
retorno sobre sí; por último, se proyecta hacia el exterior y se devuelve al sujeto. El
proceso se ilustra en "Observaciones psicoanalíticas sobre la autobiografía de un caso
de paranoia: 'Presidente Schreber'" (1911b). Primer estadio: "Amo a este hombre";
segundo estadio: "No lo amo, lo odio"; tercer estadio: "No lo odio, él me odia
(persigue)". Este mecanismo también explica las formas paranoides de la erotomanía y
los delirios de celos. En la histeria ansiosa y el mecanismo de formación de fobias, la
proyección interviene desplazando el peligro del interior al exterior. Pero la
representación sustitutiva no afecta a la naturaleza de las apuestas afectivas profundas.
Por eso, en este tipo de proceso, es más probable que hablemos de un desplazamiento
de una representación a otra que de proyección. En cambio, en la paranoia, el
movimiento inicial del amor se desorganiza y adopta una forma sádica anal. La
proyección señala un fracaso más o menos profundo de la represión al transformar un
peligro interno en un peligro externo. Por último, puede adoptar diversas formas:
proyección hacia un objeto que es "el mismo" o hacia un objeto que no se reconoce
como semejante. Por último, puede dirigirse hacia otros sujetos y difractarse o diluirse
dentro del grupo. Veremos que la proyección puede dirigirse hacia representaciones.

3.2.3 La escisión del yo

Descrito por R. Roussillon (1999a), el clivaje del yo es un proceso por el cual el yo


mantiene aspectos de su historia que no han sido subjetivados a distancia de sí mismo,
fuera de sí mismo. Esta parte escindida espera la simbolización antes de integrarse en el
yo. En esta forma de escisión, el sujeto se desentiende, se retira de la experiencia y la
deja en barbecho hasta la posibilidad de un encuentro con un objeto y un dispositivo
que le permitan volver a tejer la trama de su vida psíquica.
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3.2.4 Escisión del objeto (o escisión de las imagos)

A diferencia de la escisión del yo, este proceso sólo afecta al objeto. El yo no se escinde,
sino que se deforma. El objeto, y más allá el mundo, se divide en dos partes separadas.
Una contiene los aspectos positivos del objeto, en los que el sujeto puede confiar, y la
otra los negativos. Este mecanismo de defensa explica el fracaso en la elaboración de la
posición depresiva, que reúne los aspectos buenos y malos del mismo objeto.

3.2.5 La desmentida/renegación (Deni)

La desmentida es un mecanismo por el cual se suprime la realidad misma de una


percepción. Todo sucede como si el sujeto no hubiera visto, oído o sentido nada. Este
mecanismo entra en juego con la escisión y la aparición del delirio. P.-C. Racamier
(1980b) propone distintos grados de negación:
- el objeto no tiene valor propio, es un utensilio (perversión);
- el objeto no tiene intención propia (paranoia);
- el objeto no tiene autonomía (relación fetichista)
- el objeto y el mundo no tienen origen (esquizofrenia).

3.2.6 Anulación retroactiva

Una actitud o representación se anula mediante la puesta en práctica de una segunda


actitud o representación. De este modo, el sujeto intenta borrar mágicamente, en una
forma de omnipotencia, lo que puede haber hecho, dicho o pensado anteriormente.
Este mecanismo entra en juego cuando la represión fracasa. Deshace la temporalidad,
pero no alcanza la fuerza radical de la desmentida (déni). Puede situarse a medio camino
entre la negación, que se refiere a la representación mantenida a distancia, y la
desmentida (déni), que se refiere a la realidad misma de la percepción.

3.3 Defensas y diferencia de los sexos


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3.3.1 La represión

Descrito por Freud ya en 1895 (Freud, 1895a), este mecanismo de defensa está
estrechamente asociado a la formación del inconsciente. A diferencia de la represión
(répression), que se dirige al afecto, la represión (refoulement) sólo se refiere a la
representación. Cada representación está asociada a una cierta cantidad de energía
psíquica -su investidura- que Freud denomina quantum de afecto.
Podemos esquematizar las cosas de la siguiente manera:
La represión rompe el vínculo R/Q y hace que la representación R sea inconsciente.
El quantum de afecto (Q) puede ser mayor o menor en función de la representación (R).
Por ejemplo, el quantum de afecto es tanto más fuerte cuando está ligado a una persona
cercana. Puede estar marcado por el apego erótico, la ternura y/o el odio. Este quantum
de afecto contiene modos de investidura tanto conscientes como inconscientes. La
ternura puede enmascarar elementos eróticos o de rechazo. La interpretación de los
sueños (Freud, 1900) pone de relieve el complejo entramado de diferentes modos de
investidura (amor, odio, agresión, dependencia, etc.) en torno a una única
representación.
De hecho, el proceso de represión implica dos movimientos conjuntos: al mismo tiempo
que R es repelido por las fuerzas de censura ligadas a las instancias superyoicas, es
atraído hacia las representaciones inconscientes a las que ya está asociado, lo que lo
hace inaceptable.
Existen tres tipos de represión (Le Guen, 1992): la represión original, la represión
primaria y la represión secundaria, o represión propiamente dicha, "a posteriori".
- La idea de represión originaria plantea la compleja cuestión de la primera represión en
la medida en que, en ese momento, no hay todavía un inconsciente reprimido que ejerza
una fuerza de atracción sobre las representaciones. Freud utiliza la hipótesis filogenética
para establecer la existencia de un núcleo inconsciente transmitido
independientemente de las especificidades de la historia individual (Freud, 1913b).
También propone la idea de que la represión originaria es pura contrainvestidura. La
represión originaria es consustancial a la distinción entre el yo y el ello. La represión
aparece por primera vez en la obra de Freud en 1892, pero es la continuación de un
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mecanismo interactivo descrito en 1890 en el que era la madre quien "desviaba la


atención" del niño pequeño y producía así los primeros efectos de la represión.
-Las represiones primarias se desarrollan a lo largo de la primera infancia y son
anteriores al conflicto edípico. Actúan como contrapunto al desarrollo de las
organizaciones pulsionales oral, anal y fálica en la medida en que "procesan" elementos
que no pueden ser suficientemente simbolizados y psicologizados por el yo naciente.
Estas represiones primarias se apoyan en las funciones prohibitivas y morales del
entorno. En este sentido, podemos considerar que la represión contiene siempre una
dimensión grupal.
- Las represiones secundarias surgen en la estela del superyó post-edípico. Son
contemporáneas de la diferenciación instancial y de la complejización del psiquismo.
Están atrapadas en una dinámica de "represión/retorno de lo reprimido" a través de
sueños, actos fallidos, lapsus linguae, etc. El proceso de represión es un mecanismo de
defensa normal del funcionamiento psíquico que explica la complejidad del psiquismo.
Es conservador, y por tanto enriquecedor, en la medida en que no corta al sujeto de sus
raíces pulsionales, e impone múltiples transformaciones a su descendencia.

3.3.2 Desplazamiento

Este mecanismo se refiere a la plasticidad del vínculo R/Q. La represión libera el


quantum de afecto que luego inviste otra representación Rʹ en vínculo asociativo con la
representación reprimida R:
En la histeria de angustia, la representación R reprimida es sustituida por una
representación Rʹ que es la fuente de la fobia. Por ejemplo, ciertas fobias a animales
como los ratones pueden ser el resultado de la represión de la representación del pene.
En lugar del pene, se inviste la representación de un ratón, asociada a la imagen del pene
por la forma alargada de su cuerpo, la larga cola, la idea de que los ratones penetran por
todas partes y se cuelan por los agujeros. Pero la represión sigue siendo incompleta, y
la angustia debe ser tratada por otros mecanismos, como la evitación motriz. A partir de
ese momento, el sujeto teme constantemente encontrarse con un ratón (la
representación reprimida del pene), pero este desplazamiento a un objeto externo
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también permite una consolidación final de la defensa mediante la racionalización: los


ratones se consideran sucios y susceptibles de transmitir enfermedades.

3.3.3 Contrainvestidura

En la contrainvestidura, la represión "expulsa" la representación R y la cantidad de


afecto así disponible, que no está vinculada a una representación, se asocia
inmediatamente a otra representación R1 que puede llegar a ser consciente y cuya
función es bloquear el retorno de la representación reprimida R. La contrainvestidura
representa una forma de fracaso parcial de la represión, que necesita un mecanismo
complementario para asegurar su continuidad. La representación R1 no está, como en
el desplazamiento, en un vínculo asociativo "simple" con la representación R reprimida.
No la representa disfrazada, irreconocible en su continuidad. La representación R1
bloquea activamente el retorno de R; es su antídoto. En este sentido, la
contrainvestidura se aproxima a la formación reactiva.

3.3.4 Formación reactiva

La formación reactiva es una forma específica de contrainvestidura en la que la


representación "-R" investida por el quantum de afecto liberado representa el opuesto
específico de la representación R reprimida. Por ejemplo, una preocupación extrema
por los demás (-R) puede ser el resultado de reprimir una actitud de odio (R). El patrón
específico de formación de reacciones puede esbozarse como sigue:

3.3.5 Negación

La negación es un mecanismo por el cual el sujeto se niega a reconocer que una


representación le concierne emocionalmente. No es ni una desmentida ni un
mecanismo de anulación. La representación se reconoce, su carga afectiva se tiene en
cuenta, pero se mantiene a distancia del yo y sólo puede hacerse consciente bajo esta
condición. Es famoso el ejemplo dado por Freud en 1925 en "La negación": "Esta mujer
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con la que soñé, no, no es mi madre". Cualquier uso de una negación en la vida cotidiana
no apunta automáticamente a un mecanismo de negación.
En psicodrama, por ejemplo, la negación es bastante común. Se representa una escena
directamente relacionada con el problema del paciente. Tras la representación, el
paciente pregunta en qué le afecta lo que se acaba de representar, aunque la obra le
haya parecido interesante. Dice: "Lo que acaban de representar no tiene nada que ver
conmigo, no tiene nada que ver con mi historia".

3.3.6 El aislamiento

Este mecanismo entra en juego cuando falla la represión. La representación queda


aislada de su quantum de afecto, pero sigue siendo consciente siempre que esté aislada,
separada, de todas las demás representaciones. El aislamiento neutraliza la
representación privándola de toda fuerza afectiva. Podríamos decir que el proceso de
aislamiento es, a nivel representacional, el equivalente de una fobia al tacto: la
representación aislada no debe tocar a las demás representaciones. Se establece una
especie de "cordón sanitario" en torno a una o varias representaciones, rompiendo así
las cadenas asociativas.

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