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FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES

LOS COMPORTAMIENTOS
AGRESIVOS EN LAS PAREJAS
JÓVENES: LA RELACIÓN CON LA
REGULACIÓN EMOCIONAL Y LOS
ESTILOS PARENTALES

Autor: Ángela García Fajardo


Tutor profesional: María Cruz González Ruiz
Tutor metodológico: David Paniagua

Madrid.
Junio 2019.
LOS COMPORTAMIENTOS AGRESIVOS EN LAS PAREJAS García
Ángela

JÓVENES: LA RELACIÓN CON LA REGULACIÓN EMOCIONAL Y


Fajardo

LOS ESTILOS PARENTALES


1

Resumen

Los comportamientos agresivos en las parejas jóvenes tienen cada vez más una alta prevalencia
en nuestra sociedad, aunque hay más recursos para paliar este fenómeno sigue ocurriendo y
apareciendo casos. El objetivo de esta investigación es evaluar si las conductas agresivas
(verbales, físicas o sexuales) en las parejas jóvenes se relacionan con la desregulación
emocional y los estilos parentales. En el estudio participaron 186 jóvenes con edad entre los 18
y 24 años, siendo 82 de mujeres y 104 hombres. Para medir las tres variables se administraron
tres pruebas: la Escala Modificada de Tácticas para los Conflictos, la Escala de Dificultades en
la Regulación emocional (DERS) y el Parental Boonding Instrument (PBI). Los resultados
describen que existen relaciones significativas entre la forma de resolver los conflictos en las
parejas jóvenes y la regulación emocional. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los estilos
parentales donde no se encontraron diferencias significativas.

Palabras Clave: Comportamientos agresivos, regulación emocional, estilos parentales,


relaciones jóvenes de pareja.

Abstract
Aggressive behaviour among young couples has an increasing prevalence in our society. Even
though every time there are more resources available to address this phenomenon, new cases
still occur. The goal of this research project is to evaluate if aggressive conduct (verbal, physical
or sexual) in young couples is related to emotional dysfunctionality and parenting styles. The
study involved 186 young people between 18 and 24 years old, more specifically 82 women and
104 men. In order to measure the three variables, three different tests were conducted: The
Modified Tactics Scale for Conflicts, the Difficulties in Emotional Regulation Scale (DERS)
and the Parental Boonding Instrument (PBI). Results obtained showed that emotional regulation
has a significant impact in the way young couples face conflicts. However, concerning
parenting styles, no significant differences were observed.

Key words: Aggressive behavior, emotional dysfunctionality, parenting styles, young couples.
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Mujeres como Diana Quer, Laura Luelmo, casos como los de “la Manada de Callosa”,
mujeres asesinadas por sus maridos… son las noticias que aparecen continuamente mostrando
casos de violencia en nuestra sociedad. El Instituto De la Mujer en 2018 informó que en España
47 ha habido víctimas mortales de violencia de género. La lucha contra este fenómeno es una
materia de Estado desde hace mucho tiempo, siendo la forma más cruel el homicidio (López-
Osorio, Carbajosa, Cerezo-Domínguez, Loinaz, y Muñoz-Vicente, 2018).
Sin embargo, aunque la violencia hacia la mujer ha estado presente siempre en nuestra
historia, el rechazo a nivel social y su “visualización” como un fenómeno es bastante reciente
(Ferrer y Bosh, 2005).
La OMS en 2002 confirma en el Informe Mundial sobre la Violencia y Salud que la
violencia contra la pareja se produce en todos los niveles sociales, países y culturas. En nuestro
país, se conoce que un 9.3% de mujeres mayores de 18 años son víctimas de algún tipo de
maltrato por parte de sus parejas y que en un porcentaje superior al 60% de los casos ocurre
durante un periodo superior a cinco años (Instituto de la Mujer, 2006; Patró, Corbalán y
Limiñana, 2007) convirtiéndose en un problema social muy relevante (Torres, Lemos-Giráldez
y Herrero, 2013), por la gravedad de sus consecuencias a nivel tanto personal como social.
Debido a que es un problema de primer orden en nuestro país, personas y servicios se movilizan
para erradicarlo (Pazos Gómez, Oliva Delgado y Hernando Gómez, 2014). De hecho, España
trabaja en la elaboración de instrumentos, que desde el Instituto de la Mujer sirven para elaborar
programas y guías preventivas sobre cómo actuar frente a estas situaciones o realizando
actividades y campañas para concienciar la lucha conjunta contra la violencia. Algunos
ejemplos de estos servicios son los “puntos violetas” que son casetas de información y atención
a víctimas de agresiones sexuales en las fiestas, o el teléfono 016, número de contacto
específico para el maltrato.
Para tener claro que significa el término “violencia de género”, recurrimos a la
Asamblea General de las Naciones Unidas en 1993 que aprobó la “Declaración sobre la
eliminación de la violencia contra la mujer”, definiendo en su artículo 1 este fenómeno como:
“todo acto de violencia por razones de sexo que tenga o pueda tener como resultado un daño o
sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la
coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la
privada”. Por tanto, la violencia contra la mujer, según describe esta declaración abarcaría “la
violencia física, sexual y psicológica que se produce en el seno de la familia y en la comunidad
en general, incluidas las palizas, el abuso sexual de niñas, la violencia relacionada con la dote,
la violación marital, la mutilación genital femenina y otras prácticas tradicionales dañinas para
la mujer, la violencia no conyugal y la violencia relacionada con la explotación, el acoso sexual
y la intimidación en el trabajo, en las instituciones educativas y en cualquier otro lugar, el
tráfico de mujeres, la prostitución forzada y la violencia perpetrada o tolerada por el Estado”
3

(Ruiz-Pérez, Blanco-Prieto y Vives Cases, 2014). Actualmente, se reconoce que el tipo de


violencia de género más habitual es la “violencia doméstica” o “violencia contra la mujer en la
pareja” (Ruiz-Pérez, Blanco-Prieto y Vives Cases, 2014). El término hace referencia a cualquier
tipo de violencia en el que hay un indicio de dominar dentro de una relación a una persona
(sexual, psicológica o físicamente) causándole algún tipo de daño (Rey-Anacona, 2009).
En las parejas adultas la violencia psicológica suele producirse de manera menos sútil
que en las parejas jóvenes (González-Ortega, Echeburúa y De Corral, 2008). Que se produzcan
estos comportamientos de forma más “invisible” no significa que deje de ser violencia o que no
aparezcan graves consecuencias en las mujeres que lo sufren. Luis Bonino (1995) reconoce el
término “micromachismo” para los comportamientos más invisibles. El autor define el concepto
de micromachismo como una forma de englobar aquellas conductas cotidianas y sútiles que son
una manera de control y microviolencias que están agrediendo contra las mujeres. La
característica de estas conductas es que son invisibles e incluso están en numerosas ocasiones
legitimadas por la sociedad. Asimismo, se identifica que el abuso psicológico es el más
frecuente en las relaciones de pareja y el que más perpetua en el tiempo (Momeñe y Estéve,
2018).
Generalmente cuando pensamos en la violencia dentro de las parejas solemos
relacionarlo con personas adultas, sin embargo, en los últimos años se ha ido observando que
este comportamiento es cada vez más frecuente entre las parejas jóvenes (García- Díaz, Lama-
Pérez, Fernández- Feito, Bringas-Molleda, Rodríguez-Franco y Rodríguez- Díaz, 2018). Los
datos que tenemos sobre la edad en la que comienzan a iniciarse las conductas de violencia de
género avalan que emerge en la adolescencia, que es, cuando se empiezan a establecer las
primeras relaciones de pareja (Casullo, 2004; Muñoz et al., 2015)
En las parejas jóvenes suele ocurrir que las conductas violentas se perciben como
muestras de afecto, siendo en realidad, comportamientos controladores que están sosteniéndose
por las creencias de control y manipulación sobre la pareja. Según los datos que nos ofrece el
Instituto de la Mujer, en el año 2005, las denuncias realizadas por menores de 16 años
ascendieron a 261, así como las denuncias de mujeres con menos de 20 años ascendieron en
2007 a 4685, siendo 389 de esas denuncias presentadas por mujeres adolescentes de menos de
16 años (Hernández Jiménez, 2012). Los datos nos alertan sobre cómo la violencia aparece cada
vez más en las primeras relaciones de pareja, siendo la violencia física y sexual en jóvenes más
estudiada frente a las agresiones psicológicas (American College Health Association, 2007;
Corral y Calvete, 2006; Forke et al., 2008; Muñoz-Rivas, Andreu et al., 2007).
Para comprender la presencia de violencia en parejas jóvenes es importante conocer
cuáles son los tipos de violencia que pueden aparecer: violencia física, son aquellas conductas
que hacen uso de la fuerza contra otra persona de manera intencionada provocando un riesgo de
lesión, dolor o daño, sin ser relevante que esta conducta tenga o no esos resultados; violencia
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psicológica, engloba todos los comportamientos activos e “invisibles” que desacreditan o


menosprecian a la dignidad de la otra persona mediante un trato desagradable, aislamiento,
negligencia, amenazas o cualquier otra conducta que origine en las víctimas un sufrimiento;
violencia sexual, son los actos que no respetan la libertad sexual de la pareja, suele añadirse
violencia y comportamiento de intimidación así como la negativa de consentimiento de la
víctima (Hernández Jiménez, 2012; Follingtad, Wright, y Sebastián, 1991; Bennet, Cohen y
Ellard, 1991).
Conocemos que el hecho de que exista un episodio de agresión psicológica durante el
inicio de la relación predice significativamente la probabilidad de vivir un maltrato físico en el
futuro (Murphy y O´Leary, 1989; O´Leary, Malone y Tyree, 1994). Las consecuencias que
conlleva este fenómeno son muy graves, y es por esta razón, por lo que el estudio de estos
comportamientos ha aumentado (Alonso, Manso y García-Baamonde Sánchez, 2009; Vázquez,
Torres, Otero, Blanco y López, 2010). Aun así, resulta complicado medir las conductas debido a
que en la gran mayoría de los casos de violencia no se denuncia (Gracia y Herrero, 2006).
Algunos autores plantean que es por querer proteger a su pareja o por el miedo que tienen a las
consecuencias de exteriorizarlo y que se conozca su situación (Berger, Wildsmith, Manlove y
Steward-Streng, 2012) o también, porque consideran que la conducta violenta a la que están
sometidos entra dentro de la práctica normal de resolución de conflictos dentro de una pareja
(Muñoz-Rivas, 2006).
Por este motivo, estudiar y analizar las conductas violentas en las relaciones de noviazgo
jóvenes, entendiendo que la forma de agresión se irá haciendo cada vez más estable, ha
favorecido que muchos autores se centren en investigar esto, defendiendo que es en las parejas
más jóvenes donde de inician la mayoría de los casos de violencia (Kury, Obergfell y
Woessner,2004; Muñoz-Rivas, Andreu- Rodríguez, Graña, O’Leary y González, 2007).
Muñoz-Rivas (2010) en su investigación recoge información sobre cómo estudiar la
violencia en parejas y los comportamientos violentos que emergen en las relaciones de jóvenes.
Makepeace investigó sobre la prevalencia y naturaleza de las actitudes violentas en el noviazgo
y desde ese momento hasta nuestros días no ha dejado de explorarse e investigarse sobre cuáles
son los precursores de las agresiones violentas en las relaciones (Muñoz-Rivas, Rodríguez,
Gómez, O’Leary, González, 2007). Son muchos los jóvenes que tienen la creencia de que
utilizar la violencia, ya sea mediante amenazas, humillaciones empujones, etc., está aceptado y
es lo que se espera para resolver un conflicto con sus parejas (González-Ortega, Echeburúa, y
De Corral, 2008). Según Chung (2005) se denominan “dating violence” (Close, 2005) a las
relaciones de pareja donde se producen acontecimientos en los que se perjudica a la otra persona
dentro de un entorno en el que dos personas que se sienten atraídas empiezan a salir juntas, pero
no conviven ni están casadas.
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Que la agresión sea más o menos sutil pierde importancia, siendo lo relevante el hecho
de que en parejas jóvenes existan agresiones es un claro precursor de que cuando lleguen a la
etapa adulta la violencia se consolide y sea más grave (Coker, Smith, McKeown y King, 2000;
Werkerle y Wolfe, 1999).
Investigaciones como la de González y Santana (2001) ponen de manifiesto que el 7.5%
de los estudiantes varones y el 7.1% de las chicas habían pegado o empujado al menos una vez a
su pareja. Estos autores utilizaron la versión modificada del Conflict Tactics Scale de Straus
(1979) a través, de la cual concluyeron que un 28,8 % de las chicas y un 23,9% de los chicos
utilizaban la violencia verbal (Ortega, Ortega Rivera, y Sánchez, 2008). Otros autores que
indagaron sobre el tema son Muñoz-Rivas y sus colaboradores (2007) que se centraron en
analizar la prevalencia de conductas agresivas, tanto físicas como verbales, en 2.416
adolescentes y adultos jóvenes de entre 16 y 20 años, de los cuales 1.416 eran mujeres y 1.000
varones. Uno de los requisitos de los participantes era que debían ser heterosexuales y no estar
casados. Utilizaron la Escala Modificada de Tácticas de Conflicto (versión modificada en
español de la escala Conflict Tactics Scale de Straus), obteniendo que el 92,8% de varones y el
95,3% de mujeres habían practicado conductas agresivas verbales, mientras que en lo referente
a las conductas agresivas físicas la prevalencia fue de un 2% y un 4% de mujeres y varones,
respectivamente. De estos resultados, se puede concluir que las agresiones físicas son menos
frecuentes que las verbales (Rey Anacona, 2008).
Otro estudio refiere que las agresiones verbales son las más usuales, después se
encuentran la agresión psicológica, física y la sexual. (Pazos Gómez, Oliva Delgado y Hernando
Gómez, 2014). Por último, señalar el estudio que realizó en 2011 Díaz- Aguado y Carvajal, en
el que concluyeron que el 13% de los chicos reconoce haber intentado o incluso haber ejercido
situaciones de maltrato, mientras que, el 9.2% de las chicas han sufrido en algún momento
maltrato físico o psicológico por alguna de sus parejas.
Las creencias sobre el amor de los jóvenes y la forma en la que interpretan esas
conductas violentas si aparecen pueden ser un factor protector o de riesgo para sufrir un abuso,
del tipo que sea, en sus relaciones de pareja. Como se ha mencionado anteriormente, numerosos
adolescentes perciben determinados comportamientos (empujar, amenazar, gritar…) como un
estilo de interacción normalizado como forma de resolver conflictos (Wekerle y Wolfe. 1999;
González, Muñóz y Graña, 2003). Por este motivo, hay que prestar mucha atención a la
dinámica que aparece en las relaciones entre las parejas jóvenes, ya que conductas de abuso
como insultar, romper algún objeto o empujar, pueden considerarse durante esas edades formas
habituales de mantener el interés y prestar atención a la otra persona (González, Muñoz y
Graña, 2003).
Una dificultad frente a la que nos encontramos es que la violencia dentro de las parejas
jóvenes es difícil de reconocer cuando se está produciendo porque los comportamientos de
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abuso se interpretan como una forma inadecuada de manifestar el afecto. Los jóvenes dentro de
sus parejas entienden estas respuestas como conductas románticas, debido a que la violencia que
más suele aparecer es la psicológica (Ruiz-Pérez, Escribà-Agüir, Montero-Piñar, Vives- Cases y
Rodríguez- Barranco, 2017) como consecuencia de los patrones o ideas que hay sobre el control
de la pareja. Asimismo, como reflejan algunos estudios, la capacidad para identificar las
conductas de abuso disminuye cuando el agresor es la pareja o una persona por la que se siente
atracción (García-Díaz, Lana-Pérez, Fernández-Feito, Bringas- Molleda, Rodríguez-Franco y
Rodríguez-Díaz, 2018).
Vázquez, Torres, Otero, Blanco y López (2010) señalan en su estudio que los
comportamientos agresivos son cada vez más frecuentes en las jóvenes
universitarias,destacando que una de cada seis ha sufrido por parte de su pareja o de otra
persona del sexo opuesto en algún momento de su vida un comportamiento violento (González-
Ortega, Echeburúa y De Corral, 2008).
Numerosas hipótesis explicativas han intentado exponer por qué puede estar ocurriendo
estos comportamientos en nuestra sociedad. En 1998, Heise clarificó la violencia de pareja a
través de un modelo ecológico. La definición que elaboró para explicar este fenómeno fue que
hay una interacción de muchos factores socioculturales, personales y situacionales. Dentro de la
influencia de los sociocultural se añaden determinados factores de riesgo como, por ejemplo, el
uso del alcohol, la victimización en la infancia o la dominancia del hombre. Asimismo, hace
referencia a un modelo multinivel basado en la interacción de los factores que intervienen en los
diferentes niveles, pudiendo favorecer la violencia o ser un factor protector de las conductas
agresivas (Heise,1999). Desde el modelo se deja de lado la creencia de que existe un único
factor causal.
Desde la OMS, se promueve este modelo porque permite entender el origen de la
violencia desde una etiología multicausal, resaltando la continua interacción entre cuatro
factores: el individuo, los contextos comunitarios, las relaciones cercanas y los factores
vinculados a la organización de la pareja (López-Osorio, Carbajosa, Cerezo-Domínguez, Loinaz
y Muñoz-Vicente, 2018).
Para poder trabajar estrategias de prevención de la violencia es necesario conocer los
factores y las interacciones de ellos en los diferentes niveles, contextos y ambientes (Ruiz-
Pérez, Blanco-Prieto y Vives Cases, 2014). Conocer cuáles son los factores de riesgo que
originan y mantienen este funcionamiento en los jóvenes nos permite reconocer estas conductas
en los jóvenes. Con factores de riesgo nos referimos a aquellas variables que causan una mayor
vulnerabilidad a sufrir conductas y actitudes violentas (Centro Reina Sofía, 2010).
A nivel individual, se podría destacar como factor protector la autoeficacia en
situaciones sexualmente coercitivas y el locus de control mientras que, como factor de riesgo
7

sería la vulnerabilidad ante una coerción moral y sexual que se asocia con experiencias de
victimización tanto física, sexual como psíquica (Fuertes, Fernández y Fernández, 2006).
Otro factor de riesgo es tener un contexto cercano de abuso de sustancias tóxicas,
correlacionando tener amigos que beban alcohol con la aparición de comportamientos violentos
en el noviazgo. No obstante, describen que el alcohol no debe considerarse causa suficiente para
explicar episodios de agresiones en las parejas, aunque si hay que tenerlo en cuenta como un
indicador que produce que aumente la probabilidad de que estas conductas aparezcan (Howard
y Boekeloo, 2003).
La ira y la hostilidad son factores de riesgo muy significativos que se asocian a estos
comportamientos agresivos en parejas jóvenes. Dye y Eckhardt (2000) concluyeron que los
universitarios que habían realizado alguna conducta agresiva tendían a mostrar más la ira y
pocas habilidades para controlarla frente a los universitarios que no había ejecutado ninguna
respuesta violenta. A pesar de ello, no se encontró similitudes en la ira entendida como rasgo,
por lo que nos indica que se relaciona más con la dificultad de gestionar la regulación
emocional.
Datos como los anteriores llevan a pensar en otra de las variables de estudio como es la
regulación emocional. La regulación emocional es el conjunto de estrategias que se originan
para aumentar, mantener o disminuir un estado afectivo que aparece ante una determinada
situación (Silva, 2005). Regular las emociones abarca todos los procesos internos y externos
que se encargan de gestionar, evaluar y modificar las reacciones a nivel emocional que nos
permite cumplir nuestras metas. Este proceso no afecta únicamente al estado de ánimo y a la
capacidad de volver al estado deseado con mayor o menor rapidez, sino que se relaciona de
manera directa con la aparición y el mantenimiento de distintos comportamientos inadecuados
de resolución de problemas (Hervás y Vázquez, 2008).
Las personas que tienen mayor estabilidad emocional presentan más autoestima y como
consecuencia ante situaciones aversivas muestran una mayor capacidad de autocontrol, por lo
que cuando están en una situación que les resulta amenazante tienden a la planificación de la
acción, a un afrontamiento basado en el aprendizaje y a elaborar una respuesta eficaz, aun
cuando la situación supone un fracaso (Bermúdez, Teva y Sánchez, 2003). Por el contrario, las
personas que no se regulan emocionalmente, ante la vivencia de situaciones complicadas no
gestionan su impulsividad por lo que se caracterizan por precipitarse en las respuestas y utilizar
una estrategia inadecuada (Arán-Filippetti y Richaud, 2011).
Los datos teóricos nos señalan la importancia de evaluar si la inestabilidad emocional
podría ser un factor que correlaciona positivamente con la agresividad física y verbal (Del
Barrio, Moreno y López, 2001; Mestre, Samper y Frías, 2004).
Asimismo, otro factor que influye significativamente como protector o de riesgos son
los estilos parentales. Relacionándolo con lo anterior, sabemos que el lugar dónde se aprende a
8

gestionar las emociones por primera vez es en las relaciones con los padres. En el desarrollo
socioafectivo de las personas es el rol de la familia el que toma un papel más importante (Howe
y Recchia, 2014). Fuentes y sus colaboradores (2015) demuestran como una educación basada
en el apoyo, cariño, afecto y comunicación para corregir a los hijos está relacionado
significativamente con menos problemas de regulación emocional. Cava, Buelga y Carrascosa
(2015) en su estudio refleja como las personas que tienen un bajo autoconcepto familiar suelen
estar implicadas en conductas agresivas, tanto físicas como psicológicas, en sus relaciones de
pareja.
Los estilos parentales podemos definirlos como la forma o las estrategias educativas que
los padres usan para enseñar a sus hijos las creencias, valores, actitudes y normas de
comportamiento adecuadas a la sociedad en la que viven (Martínez- Ferrer, Romero-Abrio,
Moreno-Ruiz, y Musitu, 2018).
La educación parental que reciben los niños por parte de sus progenitores es un factor
que no podemos separar cuando investigamos las relaciones de pareja debido a que según sea el
estilo de crianza, se establecerán de una forma u otra las relaciones en el futuro. La no
implicación por parte de los padres en el establecimiento de límites o la mezcla de
comportamientos de comportamientos permisivos y castigos se relaciona con el aumento
significativo del riesgo de que aparezca cualquier tipo de conducta violenta (González-Ortega,
Echeburúa, y De Corral, 2008).
También los comportamientos que los padres transmiten a sus hijos causan en ellos que
vayan creando una expectativa y un modelo de sus propias conductas, lo que favorecerá a que
luego se comporten de una manera u otra (Jiménez, 2010).
Apoyando lo referido encontramos que, las investigaciones más antiguas que exploraron
los estilos parentales resaltaban que el entorno de crianza más relevante en el que se construyen
las bases de las conductas cruciales de la vida es la familia (Torío López, Peña Clavo y
Rodríguez Menéndez, 2008). Actualmente, ser padres es una tarea compleja que exige unas
destrezas determinadas debido a que socialmente han surgido nuevas demandas por parte de los
hijos. Los estilos de crianza de los progenitores serán el ejemplo que tendrán para actuar los
niños ante las situaciones que se les vayan presentando en la vida cotidiana. En consecuencia, el
estilo educativo, también, repercutirá en la resolución de conflictos.
Los padres transmiten unas expectativas y modelos a través de la regulación de
conducta y los límites de comportamiento en sus hijos (Torío López, Peña Clavo y Rodríguez
Menéndez, 2008). La multicausalidad de los comportamientos agresivos nos puede hacer
conocer que para el desarrollo psicológico de las personas es fundamental la familia, por lo que,
identificar cómo funciona la familia será un predictor de la aparición de las conductas agresivas
(Arias Gallegos, 2013).
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Los estilos educativos se pueden clasificar en función de dos dimensiones: el afecto-


comunicación y el control-exigencia. Los estilos educativos son (Hidalgo y Palacios, 1999): a)
el estilo democrático que se caracteriza por un control y un afecto alto hacia sus hijos, son
padres muy comunicativos con sus hijos pero hay un nivel de exigencia muy alto; b) el estilo
autoritario, en el que el afecto es muy pobre y no presentan interés en las inquietudes del niño,
imponiendo las normas sin ningún tipo de explicación; c) el estilo permisivo, basado en una
afectividad muy alta y un control inexistente; d) el estilo negligente donde predomina un escaso
establecimiento de nomas y baja afectividad ( Ramírez, 2005). También puede aparecer un
estilo parental sobreprotector (Furman y col., 2004), dónde el control es excesivo ya que los
padres tienen conductas muy intrusivas en la vida de sus hijos.
Cada estilo educativo va a originar los modelos, normas, valores que los niños desde
pequeños van construyendo, causando que con el paso del tiempo las personas, según su
crianza, se comporten de una forma u otra frente al manejo y resolución de conflictos,
destacando la relación de la regulación emocional en todo este proceso (Vielma, 2003). Las
experiencias que se viven durante las edades tempranas con las figuras de apego van a influir en
cómo se comporten los hijos en sus relaciones de parejas futuras, estos primeros vínculos se
convertirán en el marco referencial para elegir una pareja (Momeñe y Estéve, 2018).
Los estudios transculturales que señalan que los estilos parentales en los que predomina
el autoritarismo con un control excesivo o un estilo negligente en el que hay inexistencia de
consecuencias negativas se desarrolla con una desregulación emocional tanto en sociedades
orientales (Rebecca, 2006) como occidentales (Maccoby, 1992).
Pinzón y Pérez (2011) obtuvieron en su investigación que los estilos parentales
caracterizados por normas muy rígidas, así como los que se caracterizan por la privación
emocional se relaciona con la permanencia en relaciones en las que hay algún tipo de abuso,
relacionándose de forma directa con los que hay una carencia afectiva durante la infancia,
asumiendo que esto será un factor de vulnerabilidad a la posible aparición de abusos en sus
relaciones de pareja.
El estilo de crianza severo y autoritario afecta de manera negativa a la expresión
emocional de los hijos (Chang, Schuwartz, Dodge y McBride-Chang, 2003), así como un buen
desarrollo emocional aparece cuando los padres mantienen una relación cálida con sus hijos
(Eisenberg, et al., 2001).
Asimismo, los lazos familiares tienen un estrecho vínculo con que emerjan
comportamientos violentos en las relaciones de pareja. Serrano (2006) refiere que hay una
relación directa entre las prácticas de una disciplina severa en varones de entre 10 y 12 años y la
frecuencia con la que luego se agrede psicológica y fícamente en sus relaciones. Lavoie y sus
colaboradores (2002) describen como los jóvenes varones que habían tenido un estilo permisivo
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caracterizado por la inexistencia de control, imposiciones, responsabilidad posteriormente


ejercían violencia.
Straus y Savage (2005) apoyan esta línea, la cantidad de agresiones y lesiones de
violencia en estudiantes de Universidad se relacionaba con estilos negligentes por parte de los
progenitores. González y Santana (2001) hallaron la relación inversamente proporcional que se
da entre el nivel de violencia y el afecto que los jóvenes perciben de sus, lo que significa que
mientras menos afecto los hijos perciban por parte de sus padres más agresiva será la conducta.
Cuando no existe una implicación por parte de los padres, no se establecen límites o se
mezclan un comportamiento permisivo con antisociales y castigos, provocan que aumente
significativamente el riesgo de que aparezca cualquier tipo de conducta violenta (González-
Ortega, Echeburúa, y De Corral, 2008.)
Si hacemos un recorrido teórico más concreto sobre la información acerca de la relación
entre los distintos estilos educativos (democrático, autoritario, negligente y permisivo) y la
presencia de situaciones de violencia dentro de las parejas jóvenes, encontramos los siguientes
datos.
Los estilos democráticos favorecen el desarrollo de la autonomía (Domenech, Donovick
y Crowle, 2009), a su vez, este estilo favorece que los hijos desarrollen un estado emocional
más estable, por lo que aumenta la probabilidad de que, ante una resolución de una situación
complicada, se resuelva con un mayor autocontrol. (Alonso y Román, 2005; Furnham y Cheng,
2004).
Sin embargo, no ocurre lo mismo con los estilos autoritarios, donde se conoce que el
excesivo control hace que haya una relación significativa con problemas de conducta disruptiva.
Está relacionado con una mayor infelicidad, más conflictos y bajos niveles de autoestima, que,
acompañados de problemas en las relaciones interpersonales debido al desarrollo empático,
originan que, en algunos casos que presenten comportamientos agresivos hacia sus iguales
(Pfiffner y Mac Burnett, 2006).
Pfiffner y sus colaboradores (2006) describen que un estilo parental sobreprotector
dónde se observa que hay mucha reactividad por parte de los hijos, suele desencadenar en
problemas de ansiedad, sociales y disruptivos.
Siguiendo el estudio de Torío, Peña e Inda (2008) haberse criado en un estilo permisivo
en el que la afectividad es alta pero el control escaso, puede ocasionar el no establecimiento de
las normas. Es habitual que estas personas tiendas a tener una autoestima y una confianza en
ellos mismos baja, así como problemas para controlar sus impulsos.
Las personas que han sido educadas con un estilo negligente, determinado por una baja
afectividad y poco establecimiento de normas, suelen presentar problemas a nivel emocional y
conductual, lo que provoca que tengan problemas en las relaciones con sus iguales (Arranz,
Bellido, Manzano, Martín & Olabarrieta, 2004; Montero & Jiménez, 2009).
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Díaz Aguado (2006) resalta como antecedente significativo en los agresores el hecho de
que su estilo parental se haya basado en la ausencia de un afecto cálido y seguro por parte de los
progenitores. También señala que como consecuencia de unos padres que no marcan límites o
mezclan un estilo permisivo con frecuentes castigos aumentan el riesgo de que se origen
conductas violentas de cualquier tipo.
Se puede sostener que hay asociación entre los comportamientos agresivos en las
parejas y el estilo parental percibido de los padres, influyendo tanto en la víctima como en el
agresor. Apoyando esta afirmación está el estudio de Raya, Pino y Herruzo (2009), en el que se
obtuvo que hay una relación significativamente alta entre el desarrollo de comportamientos
agresivos de los hijos y el estilo de crianza de los padres. También señalan que existe una
relación entre la agresividad de los hijos y la autonomía de la madre, asimismo, concluyeron
que existía una correlación alta entre un estilo educativo permisivo y desarrollar agresividad,
mientras que el estilo autoritario correlacionó de forma negativa con conductas agresivas.
Por otra parte, Ramírez y Núñez (2010), en su investigación sobre la violencia de
género y qué factores pueden predisponerla, encontraron analizando los estilos educativos que
había una relación positiva entre ser un hombre perpetrador y el estilo educativo autoritario, así
como, ser una mujer víctima y el estilo negligente.
Los autores Alonso y Castellanos (2006), identificaron a través de su estudio, que
existían variables que relacionaban de forma directa la implicación emocional y el estilo
educativo con la violencia de género. Estas variables no se relacionaban solo con las víctimas
que han vivido conductas violentas por parte de sus parejas sino también con los agresores.
Comparando estos diferentes estilos, se ha determinado que una disciplina caracterizada
por un bajo nivel de razonamiento y una alta agresividad origina en los propios hijos
comportamientos agresivos, mientras que esto no ocurre en los estilos de crianza que se basan
en la una disciplina menos agresiva. Por tanto, podemos considerar que la falta de
establecimiento de una moral adecuada es un factor significativo para predecir las conductas
agresivas. Por tanto, se reconoce que el estilo parental que más favorece a que en un futuro se
manifiesten problemas de violencia originados por no saber cómo resolver los conflictos con los
iguales es el permisivo (Raya, Pino y Herruzo, 2009).
Tras la revisión teórica sobre qué puede estar ocurriendo en las parejas jóvenes que
experimentan algún tipo de violencia, se considera relevante centrar este estudio en analizar el
peso que tiene el estilo educativo y la regulación emocional en la presencia de comportamientos
violentos en parejas jóvenes, de manera que nos sirva como fuente para seguir aportando datos
que colaboren en la prevención y disminución de este tipo de comportamientos.
12

Objetivos e hipótesis
La finalidad principal de este estudio es aportar datos que permitan mejorar el trabajo en
la práctica clínica de parejas jóvenes que sufren situaciones de violencia (psicológica, sexual o
física).
Los objetivos generales son analizar la posible relación en las parejas jóvenes entre la
resolución de conflictos, la regulación emocional y los estilos parentales.
El primer objetivo general pretende evaluar la relación entre los jóvenes que utilizan
una resolución de problemas basada en la argumentación con sus parejas y la regulación
emocional, caracterizada por la aceptación y reconocimiento de las propias emociones.
El segundo objetivo general quiere analizar la relación que guarda el estilo parental de
los padres en referencial al afecto y al control que perciben los hijos con la forma en la que estos
resuelven los conflictos con sus parejas.
El tercer objetivo general quiere observar si el sexo, hombre o mujer, se relaciona con
las tres variables de estudio siguiendo un mismo patrón.
Las hipótesis son las siguientes:
La primera hipótesis espera encontrar relación entre los sujetos que tengan niveles altos
de resolución de conflictos, utilizando la argumentación, con niveles altos de regulación
emocional; de forma que aquellas personas que mostrasen mayores niveles de regulación
emocional tendrán mayores niveles en de argumentación como forma de resolución de
conflictos.
La segunda hipótesis espera encontrar relación entre la resolución de conflictos y el
estilo parental democrático; de manera que aquellos sujetos que mostrasen mayores niveles de
control y afecto por parte de sus progenitores (estilo democrático) presentarán mayores niveles
en argumentación como forma de resolver conflictos.
La tercera hipótesis espera encontrar relación entre las agresiones psicológicas y la
desregulación emocional; de manera que aquellas personas que muestren mayores niveles de
desregulación emocional tendrán mayores niveles de probabilidad de presenciar agresiones
psicológicas.
La cuarta hipótesis espera encontrar relación entre las agresiones psicológicas y un
estilo parental permisivo, caracterizado por un alto afecto y un bajo control, de forma que
aquellos sujetos que muestren niveles altos de afecto y niveles bajos de control tendrán mayores
niveles de agresiones psicológicas con sus parejas.
La quinta hipótesis espera encontrar relación entre las agresiones físicas y la
desregulación emocional; encontrando que a mayores niveles de agresiones físicas los sujetos
presentarían mayores niveles de desregulación emocional.
13

La sexta hipótesis espera encontrar relación entre las agresiones físicas y el estilo
parental negligente, de manera que los sujetos que muestren bajos niveles de afecto y de control
por parte de sus progenitores presentarán mayores niveles de agresiones físicas con sus parejas.
La séptima hipótesis espera encontrar diferencias en cada una de las variables de
estudio, resolución de conflictos, desregulación emocional y estilos parentales, en función del
sexo.
La octava hipótesis espera encontrar que los estilos parentales, el sexo y la regulación
emocional de los sujetos expliquen la asociación pertinente de cada una en la variable
resolución de problemas en las parejas.

Método
Participantes
La muestra del estudio está formada por186 jóvenes, de los cuales 82 son mujeres y 104
son hombres, las edades de los sujetos está comprendida entre los 18 y los 24 años (M=21.81).
Como criterio de inclusión se tuvo en cuenta que hubieran mantenido alguna relación de pareja
a lo largo de su vida, aunque no tuvieran en ninguna actualmente. Así como que la relación
actual o anterior hubiera tenido una duración de al menos seis meses. La muestra fue
seleccionada por vía online mediante las diferentes redes sociales que facilitarían el acceso
directo al formulario y favorecería a que hubiera una amplia difusión del mismo, siguiendo el
método bola de nieve.

Instrumentos
En el estudio se administró en primer lugar unos ítems sociodemográficos referidos a la
edad, sexo y relación de pareja. Tras esto, se evaluaron las tres variables (comportamientos
violentos, regulación emocional y estilos parentales) a través de instrumentos específicos para
cada una de ellas ( Tabla 1).
Para medir el comportamiento agresivo dentro de las relaciones de pareja se utilizó la
Versión Modificada de la Escala de Tácticas para los Conflictos (M-CTS; Cascardi et al., 1999).
Está compuesta por 18 ítems con un formato de doble pregunta, concretando la frecuencia de
cada conducta dos veces, una hace referencia a las agresiones cometidas y otras a las agresiones
sufridas. La escala se divide en cuatro factores: argumentación, agresión psicológica, agresión
física leve y agresión física grave.
El formato de respuesta de todos los ítems de las escalas es tipo Likert de 5 puntos
donde 1 significa “nunca” y 5 “muy a menudo”. La fiabilidad estimada en argumentación es de
α = .31 en perpetración y victimización, en agresión psicológica α = .64 en perpetración y α =
.62 en victimización, en agresión física leve α = .81 en perpetración y victimización y en
14

agresión física grave α = .77 en perpetración y .81 en victimización. La baja consistencia interna
en la subescala argumentación, puede deberse a lo que refieren Muñoz-Rivas et al. (2007) al
reducido número de ítems que la componen.
Respecto a la validez Muñoz-Rivas et al. (2007) obtuvieron mediante la técnica de
Análisis Factorial Confirmatorio que los cuatro factores subyacentes al test correlacionaron
entre sí. Sin embargo, las correlaciones más altas se dieron entre agresión grave y leve, tanto en
los perpetradores (r = .56) como en el de víctimas (r= .58). En el modelo estructural para
perpetradores la correlación entre argumentación y agresión psicológica fue del .45; lo que
señala que las parejas que utilizan la agresión psicológica usarán además otras estrategias para
solucionar los conflictos, como buscar información que apoye su punto de vista o discutir de
manera tranquila.
La fiabilidad en nuestra muestra en el factor argumentación ha sido α = .66, en el factor
de agresión psicológica α = .83, en el factor agresión física leve la α = .92 y en el factor
agresión física grave es α = 91. Estos datos coinciden con los de Muñoz-Rivas et al. (2007)
donde se refiere que los factores son fiables, exceptuando el factor argumentación.
Para evaluar los diferentes aspectos de desregulación emocional se usó la Escala de
Dificultades en la Regulación Emocional (DERS, Difficulties in Emotion Regulation Scale,
Gratz y Roemer, 2004). Esta escala fue adaptada y traducida por Hervás (2008) y consta de 36
ítems que evalúan diferentes aspectos de la regulación emocional a través de una escala de
Likert de 5 puntos, que va desde “Casi nunca de las veces” a “Casi siempre de las veces”. Está
formada por 5 subescalas:
- Claridad- Confusión : mide la claridad emocional, el éxito o no de percibir e
identificar emociones.
- Atención- Desatención: evalúa aspectos relacionados con la aceptación, conciencia y
reconocimiento emocional.
- Regulación- Descontrol: valora la facilidad o dificultad para controlar los impulsos y
el acceso a estrategias de regulación emocional.
- Aceptación y Rechazo: hace referencia a la capacidad para asumir emociones,
aceptarlas y de si generan o no sentimientos negativos hacia uno mismo.
- Funcionamiento- Interferencia: nos habla de la facilidad o dificultad para actuar de
acuerdo con los objetivos deseables en la vida cotidiana.

La fiabilidad que se obtuvo de esta escala mediante la consistencia interna es buena,


incluso en las subescalas donde se redujo el número de ítems. La fiabilidad estimada total fue
α= .93, siendo en las subescalas las siguientes consistencias internas: en la escala Claridad-
Confusión fueron α= .78, en Atención- Desatención α = .73, Regulación- Descontrol α= .91,
Aceptación- Rechazo α= .90 y, por último, en la subescala Funcionamiento- Interferencia α=
15

.87. A los seis meses se evaluó la fiabilidad test retest concluyendo que era adecuada, lo que
señala que la escala tiene una buena estabilidad temporal. Para nuestra muestra los factores son
fiables obteniéndose los siguientes resultados: en Desatención-Atención α = .85, en Claridad-
Confusión α = .84, en Aceptación-Rechazo α = .91, Funcionamiento- Interferencia α = .91 y,
por último, Regulación- Descontrol α = .91.

Para evaluar el estilo parental percibido se administró la adaptación al castellano que


Vallejo, Villada y Zambrano (2007) del Parental Bonding Instrument (PBI). Este instrumento
está compuesto por 25 ítems que los participantes tienen que contestar respecto a lo que
recuerdan de su padre y de su madre. Está dividido en dos escalas, control y afecto, para cada
uno de los progenitores.

En referencia a la validez del test, Gómez- Marquet y sus colaboradores (2010)


elaboraron un análisis factorial que tuvo como resultado la obtención de cuatro factores: factor
1, mide la “afectuosidad”; factor 2, mide la “percepción de autonomía”; factor 3, mide la
“sobreprotección y dependencia” y, por último; el factor 4, mide la “percepción de
indiferencia”. Estos factores concuerdan con que los factores 1 y 4 son los que miden el afecto
mientras que, los factores 2 y 3 son los que evalúan el control.
La prueba de fiabilidad, para conocer la consistencia interna contamos con que el Alpha
de Cronbach, para medir el afecto del padre, tiene un valor de .81 y, para control del padre es de
.807. Mientras que, para el afecto de la madre, el valor es de .88 y, para control este valor es de
.85. Tanto la consistencia interna como la confiabilidad test-retest son altas. Sin embargo, para
nuestra muestra la fiabilidad en el factor afecto padres es α = .90, mientras que, en el factor
control de los padres, no es fiable (α < .80)
A continuación, se aclaran algunas denominaciones que el test hace:
- Constricción cariñosa al resultado de haber percibido un alto control y afecto.
- Control sin afecto cuando se percibe alto control y bajo afecto.
- Vínculo óptimo a la percepción de alto afecto y bajo control.
- Vínculo débil al resultado de percibir bajo afecto y control.

Basándonos en el marco expuesto en la introducción del estudio, se utilizó las


denominaciones “estilo autoritario” para el alto control con bajo afecto, el “estilo negligente”
para el vínculo débil. El “estilo permisivo” se relaciona con el alto afecto y el bajo control y el
“estilo democrático” caracterizado por un alto afecto y alto control, ya que es un control que
fomenta la autonomía según la edad y necesidades de cada uno.
16

Procedimiento
La recogida de los datos se llevó a cabo durante los meses de diciembre y enero del año
2018-2019. La administración de los distintos instrumentos se hizo mediante el método de bola
de nieve o de muestreo no probabilístico de conveniencia o, de manera individual y anónima a
la muestra de jóvenes. Además, los participantes contestaron también a una encuesta
sociodemográfica sobre la edad, el sexo y algunos datos sobre sus relaciones sentimentales.
En la administración de los instrumentos se explicaron brevemente los objetivos de
trabajo, el anonimato de las respuestas y la confidencialidad, así como los requisitos para poder
participar en el estudio (edad entre 18-24 años y haber mantenido en algún momento alguna
relación durante mínimo seis meses). Cada cuestionario incluirá una explicación sobre cómo
cumplimentarlo, recordando que debe hacerse de manera individual.
Para facilitar la recogida de datos se creará un enlace que permita el acceso a los
cuestionarios por medio de las redes sociales y mail, para que se produzca una distribución más
amplia y pueda realizarse desde los dispositivos móviles.

Análisis de datos
Para el análisis de los datos que se obtuvieron con los instrumentos de evaluación se
utilizó el programa estadístico Statistical Package for the Social Sciences (SPSS) versión 24
para Windows. Se pudo asumir el criterio de normalidad ya que la muestra es superior a 30.
Se realizó análisis correlacionales para estudiar las posibles relaciones entre las tácticas
de resolución de conflictos con los tipos de regulación emocional, las tácticas de resolución de
conflicto y la relación con los lazos parentales.
Posteriormente, se realizó una comparación de medias a través de Anova de un factor
para ver la relación que presentan las tres variables de estudio en función del sexo.
Por último, para ver qué variable se relaciona más con las tácticas de resolución de
conflictos se realizará una regresión lineal múltiple.

Resultados
A continuación, se exponen descriptivamente las características sociodemográficas de
los participantes del estudio.
Tabla 1.
Datos Sociodemográficos
Frecuencia %
Sexo
Mujer 82
Hombre 104
17

N 186
Edad
M 21.81
DT 2.200
18 24
19 18
20 14
21 16
22 19
23 32
24 63
Nivel Estudios
Universitarios 108 58.1
Posgrado 8 25.8
Formación 13 7.0
Profesional
Bachillerato 7 3.8
Oposiciones 4 5.4

Análisis de la relación existente entre las variables de estudio


En la Tabla 2 se muestran las correlaciones entre las diversas variables del estudio.
Nuestra primera hipótesis esperaba encontrar relación entre las personas que tienen una mejor
resolución de conflictos, empleando la argumentación, y una mejor regulación emocional; de
manera que aquellos sujetos que mostrasen mayores niveles de regulación emocional tendrían
mayores niveles de argumentación y, por tanto, una mejor resolución de conflictos. En los datos
podemos observar que la argumentación guarda relación con la atención-desatención;
encontramos una r = -.157, p < .05 (correlación baja), lo que indica que a mayores niveles de
argumentación como forma de resolver los conflictos habría menores niveles de desatención, es
decir, mayores niveles de aceptación, conciencia y reconocimiento emocional.
Nuestra segunda hipótesis esperaba encontrar relación entre una mejor resolución de
problemas y un estilo parental democrático (alto afecto y alto control); de manera que aquellos
sujetos que mostrases mayores niveles de control y afecto (estilo parental democrático) tendrían
mayor resolución de problemas. En los datos podemos observar que el control de la madre
también guarda relación con la resolución de conflictos; encontramos una r = .164, p < .05
(correlación baja), lo que indica que a mayores niveles de control de la madre mayores niveles
de argumentación. Estos datos no confirman nuestra hipótesis porque para confirmarla sería
necesario que la correlación fuera significativa en afecto y control en ambos progenitores.
Nuestra tercera hipótesis esperaba encontrar relación entre las agresiones psicológicas y
la desregulación emocional; de manera que aquellas personas que mostrasen mayores niveles de
18

desregulación emocional tendrían mayores niveles de agresiones psicológicas. En los datos


podemos observar que la agresión psicológica guarda relación con la desregulación emocional;
encontramos en el factor confusión una r = .169, p < .05 (correlación baja), lo que indica que
mayores niveles de no percepción en identificar emociones mayores niveles de agresión
psicológicas en; en el factor rechazo r = .163, p < .05 (correlación baja); lo que indica que a
mayores niveles de agresiones psicológicas mayores niveles de incapacidad para asumir y
aceptar emociones; en el factor interferencia r = .302, p < .01 (correlación baja), lo que indica
que a niveles mayores de dificultad para actuar de acuerdo con los objetivos deseables en la
vida cotidiana mayores niveles de agresiones psicológicas; y en el factor descontrol r = .418, p
< .01 (correlación baja-media), lo que indica que mayores niveles de agresiones psicológicas
mayores niveles en dificultad para controlar los impulsos y el acceso estrategias de regulación
emocional.
Nuestra cuarta hipótesis esperaba encontrar relación entre las agresiones psicológicas y
un estilo parental permisivo (alto afecto y bajo control); de manera que aquellos sujetos que
mostrases mayores niveles de afecto y menores niveles de control tendrían mayores niveles de
agresiones psicológicas. En los datos podemos observar que el afecto tanto de la madre como
del padre guarda relación con las agresiones psicológicas; encontramos para el afecto de la
madre una r = -.160, p < .05 (correlación baja) y para el afecto del padre una r = -.181, p < .05
(correlación baja), lo que indica que a mayores niveles de afecto por parte de los padres a los
sujetos, menores niveles de agresiones psicológicas.
Nuestra quinta hipótesis esperaba encontrar relación entre las agresiones físicas y la
desregulación emocional; de manera que aquellos sujetos que mostrasen mayores niveles de
agresiones físicas tendrían mayores niveles de desregulación. En los datos según los factores de
las escalas podemos observar que la desregulación emocional guarda relación con las agresiones
físicas, tanto leves como graves; encontramos respecto a las agresiones leve una r = .159, p <
.05 (correlación baja), lo que a mayores niveles de confusión emocional, esto es, que a mayores
niveles de percibir e identificar emociones mayores niveles de agresiones leves; una r = .248, p
< .01 (correlación baja), lo que indica que a mayores agresiones físicas leves mayores niveles de
rechazo emocional o lo que es lo mismo, mayores niveles de incapacidad para asumir, aceptar y
generar sentimientos negativos hacia uno mismo; una r = .306, p < .01 (correlación baja), lo que
indica que a mayores agresiones físicas leves mayores niveles de interferencia emocional o
dificultad para actuar de acuerdo con los objetivos deseados en la vida cotidiana; una r = .434, p
< .01 (correlación media -baja), lo que indica que a mayores agresiones físicas leves mayores
niveles de descontrol o dificultad para controlar los impulsos y el acceso a estrategias de
regulación emocional. Respecto a las agresiones físicas graves en los datos podemos observar
que el factor descontrol guarda relación con las agresiones físicas graves; encontramos una r =
19

.181, p < .05 (correlación baja), lo que indica que a mayores agresiones físicas graves mayores
niveles de dificultades para controlar los impulsos y el acceso a estrategias emocionales.
Nuestra sexta hipótesis esperaba encontrar relación entre las agresiones físicas y el
estilo parental negligente (bajo afecto y bajo control); de manera que las personas que mostrases
bajos niveles de control y afecto por parte de sus padres presentarían mayores niveles de
agresiones físicas. En los datos podemos observar que las correlaciones no son significativas
entre estas variables.

Tabla 2.
Correlaciones entre las variables de estudio
Resolución de Conflictos Desregulación Emocional Estilos Parentales
2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

1. Argumentación .128 - .046 0.46 - .157* - .113 - .021 .054 - .036 .000 -.039 .164* .118

2. Agresión .576** .273** .118 .169* .163* .302** .418** -.160* -.181* -.115 -.046
Psicológica

3. Agresión Física .608 .159* .248** .306** .434** -.081 -.135 -.038 -.065
Leve .603**

4. Agresión Física .071 .070 .095 .083 .181* -.131 -.076 .127 .072
Grave

5. Desatención .618** .255** .116 .200** -.334** -.260** -.129 .019

6. Confusión .489** .248** .509** -.267** -.217** -.202** -.100

7. Rechazo .518**.713** -.256** -.109 -.194** -.156*

8. Interferencia .684** -.153* -.068 -.055 .007

9. Descontrol -.201** -.142 -.173* -.027

10. Afecto Madre .402** -.056 .041

11. Afecto Padre .078 -


.241**
12. Control Madre .550**

13. Control Padre

Nota: **: La correlación es significativa al nivel 0,01 (Bilateral)*: La correlación es significativa al nivel 0,05 (Bilateral)

Análisis de las medias en cada una de las variables de estudio en función del sexo
En la Tabla 3 se muestran los resultados del análisis de varianza (ANOVA de un factor)
que indican si existen diferencias en cada una de las variables en función del sexo. Los
resultados muestran que no existen diferencias significativas entre hombre y mujeres y la
resolución de problemas (F (1,84) = .027; p > 0.5). No obstante, se observan diferencias leves
en las medias de sexo entre los dos grupos, teniendo un mayor nivel de resolución de conflictos
20

las mujeres. No se encontraron diferencias significativas en el nivel de desregulación emocional


entre hombre y mujeres (F (1, 84) = 1.183; p > .05.) Si pudimos observar diferencias en las
medias del nivel de desregulación emocional entre los dos grupos, teniendo un mayor nivel de
desregulación emocional los hombres. No se encontraron diferencias significativas en el estilo
parental y el sexo (F(1, 84) = 3.378, p > .05). Pero si pudimos observar diferencias en las
medias de los estilos parentales entre los dos grupos, teniendo mayores niveles las mujeres.

Tabla 3.
Resumen de las diferencias de medias en las variables de estudio en función del sexo
SEXO ANOVA
Mujer Hombre
M ± DT M ± DT F P
Resolución de Conflictos 58,74 ± 10,38 58,49 ± 10,56 ,027 ,870

Desregulación Emocional 58,89 ± 18,88 62,09 ± 20,66 1,183 ,278

Estilos Parentales 97,29 ± 13,47 93,56 ± 13,98 3,378 ,068

Análisis de las variables que explican la resolución de conflictos


La regresión lineal múltiple ha sido calculada para comprobar si el conjunto de
variables independientes: sexo, estilos parentales y desregulación emocional explican la variable
dependiente: resolución de problemas. Se ha encontrado que la relación con la desregulación
emocional es significativa (F (1, 184) = 2.412, p < .05), con una R2 = .104. Esto indica que el
10% de la resolución de problemas es explicada por la desregulación emocional. La única
variable que influye o explica la resolución de problemas es la desregulación emocional ya que
la β = .323; p < .01. Todas las demás variables no entraron en el modelo (p > .01).

Discusión
El primer objetivo de la investigación era observar la relación entre los jóvenes que
utilizan una resolución de problemas basada en la argumentación con sus parejas y la regulación
emocional, caracterizada por la aceptación y reconocimiento de las propias emociones. Los
resultados apoyan el planteamiento del objetivo, confirmando que existe relación entre estas dos
variables. Asimismo, la asociación de las variables se ve reflejada en que cuando se producen
agresiones psicológicas el sujeto manifiesta una desregulación emocional.
No identificar las emociones, no asumirlas, no aceptarlas, tener dificultad para actuar de
acuerdo con los objetivos deseables en la vida cotidiana, así como, no tener el autocontrol de los
impulsos o no saber estrategias para gestionar la regulación emocional se relaciona con la
presencia de agresiones psicológicas en las parejas de jóvenes. También, ocurre con las
agresiones físicas, los resultados apoyan el objetivo planteado.
21

Siguiendo las clasificaciones que hace la escala que hemos utilizado para evaluar los
comportamientos agresivos queremos resaltar que se obtienen los mismos datos en las
agresiones físicas leves y las agresiones psicológicas. Ambas se relacionan con un estilo de
desregulación emocional basado en la dificultad para reconocer e identificar emociones,
mientras que las agresiones graves se asocian con una dificultad para acceder a las estrategias de
regulación emocional.
Los datos nos confirman como en las parejas jóvenes las agresiones psicológicas suelen
ser menos sutiles (González-Ortega, Echeburúa y De Corral, 2008), y por ello se obtiene más
información sobre este tipo de violencia que cuando hablamos de la violencia física. Las
conductas de agresiones físicas son más difíciles de reconocer y mostrar en las encuestas debido
a que hay muchos jóvenes que creen que las amenazas, humillaciones, empujones… son la
forma de resolver los problemas de pareja, así, como otros jóvenes que saben que esas
conductas no están aceptadas aunque las estén viviendo en sus relaciones no las reconocerían
porque socialmente están rechazadas (González-Ortega, Echeburúa, y De Corral, 2008). Las
agresiones físicas graves al causar mayor repercusión a nivel social, los jóvenes que conviven
estas situaciones o incluso, los que las ejercen, no lo manifiestan. La razón puede tener su
origen en el miedo a ser castigado por el agresor, por la vergüenza en el caso de las víctimas o
en el caso de los agresores porque no conocen otro estilo de resolución de conflictos y lo tienen
integrado como única forma de regularse y responder a situaciones conflictivas.
En concordancia con lo mencionado anteriormente, Rey Anacona (2008) encontró en su
estudio datos que confirman que las agresiones verbales son más frecuentes que las físicas.
Asimismo, Arán-Filippetti y Richaud (2011) mostraron como las personas desreguladas
emocionalmente, cuando se enfrentan a situaciones difíciles se dejan llevar por la impulsividad,
la precipitación de respuestas y emplean un uso incorrecto de las estrategias de resolución de
problemas. También, Dye y Eckhardt (2000) concluyeron que los universitarios que mostraban
más la ira y tenían menos habilidades para controlarla eran los universitarios que habían
realizado alguna conducta agresiva.
En referencia al segundo objetivo de la investigación en el que se quería analizar la
relación que guarda el estilo parental de los padres en relación al afecto y al control que
perciben los hijos, con la forma en la que estos resuelven los conflictos con sus parejas, se ha
obtenido únicamente que el control por parte de la madre es el único factor significativo que
guarda relación con la forma en la que se gestionan los problemas de pareja. Concretamente, se
asocia un mayor influencia de la madre a una forma más argumentativa de aclarar los conflictos
que surgen dentro de la pareja.
Este resultado lleva a plantearse dos cuestiones: por un lado, si el papel de la madre
dentro de la familia sigue siendo más relevante y por esta razón, el control que ejerce la madre
va a ser determinante a un estilo más o menos agresivo dentro de las parejas de jóvenes, y por
22

otro lado, destacar como importante que en los resultados no se confirme como variable
importante el afecto percibido por los hijos. Que el afecto no sea un factor significativo
asociado a la manera de resolver conflictos nos lleva a pensar que el aprendizaje de la gestión de
conflictos está basado en otros factores más conductuales, como pueden ser el aprendizaje
vicaria mediante el que los hijos cuando son pequeños a través de como los padres resuelven
entre ellos como ejemplos de cómo actuar ellos ante situaciones de malestar con los demás.
También los padres a nivel de conducta en la interacción con el niño serán un modelo de
resolución de problemas, cuando el niño desobedezca o no respete algún límite establecido por
los adultos la manera en la que los padres respondan y actúen frente a ese hecho será un
modelado que el niño desde su infancia irá instaurando como forma de resolver conflictos. No
tendrán la misma resolución de problemas los jóvenes que en casa ante un problema los padres
desde que el niño era pequeño responden con el castigo o la violencia, que los jóvenes que ante
situaciones conflictivas en casa o violación de los límites impuestos los padres responden con
una buena comunicación y unas consecuencias ajustadas a la situación.
Sin embargo, que se produzcan agresiones psicológicas dentro de la pareja si se
relaciona con el afecto tanto de la madre como del padre, por lo que habría que indagar más
sobre el papel del afecto que perciben los jóvenes durante su infancia por parte de sus
progenitores como factor protector o de riesgo ante conducta violentas.
Estas afirmaciones coinciden con los autores González y Santana (2001) que hallaron la
existencia de una relación inversamente proporcional entre el afecto que los jóvenes perciben de
sus padres y el nivel de violencia. No obstante, los resultados pueden sugerir que para la
aparición de comportamientos agresivos, o más concretamente, de las agresiones psicológicas
hacia la pareja influye más que los hijos perciban que existe una ausencia de afecto por parte de
sus progenitores que, los hijos perciban que sus padres son afectuosos con ellos. Sin embargo,
haber percibido afecto en el núcleo familiar por parte de los padres será un factor que aumente
la probabilidad de una buena resolución de conflictos, y, por tanto, disminuirá la probabilidad
de que aparezcan conductas agresivas de cualquier tipo.
En el estudio se ha obtenido que el estilo parental no explica los comportamientos
violentos dentro de esta muestra de jóvenes con pareja. Arias Gallegos (2013) exponía que las
conductas agresivas se originaban por una multicausalidad dentro de la cual se encontraba el
papel de la familia en el desarrollo psicológico. Sobre este dato y en relación con lo que el autor
manifiesta podemos pensar que, en esta muestra, mayoritariamente universitaria, quizás un
factor que tenga relevancia sea tener un nivel de estudios. Como propuesta futura se podría
investigar la influencia del nivel de estudios con las conductas agresivas o más específicamente,
si un nivel de estudio universitario reconoce menos vivir situaciones de violencia. Asimismo, de
esta propuesta también sería interesante observar si se encuentran diferencias según el nivel
socioeconómico de los jóvenes con la veracidad en las respuestas de la evaluación.
23

Por último, en cuanto al tercer objetivo que evaluaba si el sexo se relacionaba con las
tres variables de estudio, se encontró que no hay diferencias significativas en referencia a ser
hombre y mujer. Únicamente se obtuvo que las mujeres de esta muestra tienden a tener una
mejor solución de problemas, esto es, que ante un conflicto su manera de solventarlo es
mediante la argumentación del hecho que ocasión la disputa. Asimismo, los resultaron
mostraron que los hombres de la muestra tienden a tener una mayor desregulación emocional.
Es relevante resaltar las limitaciones de este estudio con la finalidad de entender mejor
el porqué de algunos resultados y que sirva como futuras mejoras en investigaciones sobre esta
temática. La primera limitación se comparte con las expuestas por los autores Muñoz-Rivas y
sus colaboradores (2007) y es la baja fiabilidad del factor argumentación, así como que esta
escala la cumplimentaron jóvenes que han tenido o están manteniendo una relación de pareja de
una duración mínima de seis meses de manera individual sin tener en cuenta que sus parejas
respondieran también a la misma escala y así poder comparar las respuestas de cada miembro de
la pareja.
Otra limitación que se ha encontrado es la deseabilidad social en las respuestas que
hacen referencia sobre todo a conductas violentas físicas. Algunos autores han encontrado que
esto ocurre por diferentes razones, una de ellas puede ser por querer proteger a su pareja o por
tener miedo a las consecuencias que puedan aparecer si exteriorizan lo que están viviendo a su
entorno (Berger, Wildsmith, Manlove y Steward-Streng, 2012). Gracia y Herrero (2006) apoyan
que resulta muy complejo medir estos comportamientos debido a que en la mayoría de los casos
de violencia no se llega a denunciar. Asimismo, se conoce que cuando el abuso se produce por
una persona por la que se siente atracción o con la que se está manteniendo una relación la
capacidad para detectar estos comportamientos se ve mermada (García-Díaz, Lana-Pérez,
Fernández-Feito, Bringas- Molleda, Rodríguez-Franco y Rodríguez-Díaz, 2018).
Por tanto, como conclusión del estudio encontramos que existe una relevante relación
entre la aparición de comportamientos agresivos, sobre todo psicológicos, en las parejas jóvenes
y las dificultades de regulación emocionales. Las dificultades emocionales que generalmente
presentan los jóvenes suelen ser para identificarlas, reconocerlas, aceptarlas y poder actuar de
acuerdo con los objetivos que desean, así como controlar la impulsividad, lo cual puede ser
como consecuencia al desconocimiento de estrategias emocionales. Esta información nos
permite darnos cuenta de que algunos jóvenes debido a su falta de regulación emocional
gestionan los conflictos con otras técnicas (gritos, humillaciones, manipulaciones…) que
socialmente no están penalizadas y les funciona. Actualmente, como hemos mencionado
numerosas veces a lo largo de la investigación, socialmente se está luchando diariamente para
erradicar los comportamientos agresivos dentro de las parejas, abordando específicamente que
cada vez más en que estas conductas no aparezcan en los inicios de las relaciones de los más
jóvenes. Sin embargo, siguen ocurriendo estas situaciones de violencia psicológica, sexual o
24

física, e incluso, parece que cada vez lo hacen con más frecuencia. Muñoz-Rivas (2006) señalan
que ocurren estas situaciones como consecuencia de que el comportamiento violento se acepta
como la práctica normal para resolver las discusiones que surgen dentro de la pareja.
Ante esto, los psicólogos debemos plantearnos qué puede estar originando y causando
que cada vez sean más las parejas en las que hay comportamientos agresivos y qué podemos
hacer para que estas cifras disminuyan. Además, es relevante invertir tiempo como
profesionales en investigar los motivos que están causando que, aunque se previene e interviene
más sobre el tema, los jóvenes no sean capaces de identificar cuando se están pasando los
límites en una relación o cuando los identifican y no toman medidas para poner fin a esas
conductas. Muchos ejemplos de que estas situaciones en relaciones entre jóvenes ocurren,
podemos observarlo en las noticias dónde se destapan estas agresiones tras un trágico
acontecimiento.
La investigación realizada nos despierta la alerta sobre una posible nueva intervención
para erradicar estos comportamientos. Hoy en día la prevención se está centrando en dar a
conocer cuáles son los comportamientos que no deben tolerarse dentro de una relación, a qué
recursos se pueden acudir si estás viviendo cualquier tipo de violencia, aumentar la
concienciación de este fenómeno como algo que todos si lo presenciamos debemos denunciar,
así como, se está haciendo mucho hincapié en la valentía de combatir el miedo que sienten las
víctimas de las consecuencias que los agresores puedan tomar contra ellas si manifiestan que
están siendo agredidas.
Sin embargo, los resultados nos muestran la regulación emocional como una nueva
línea de prevención. Por lo obtenido en la muestra los jóvenes presentan una gran dificultad con
la identificación, manejo y gestión de emociones por lo que, por su relación tan directa con la
resolución de conflictos, se deberían invertir recursos en que desde pequeños en los colegios y
en casa se trabajen las emociones. Reconocer cómo nos sentimos, saber ponerle nombre a qué
emoción aparece en cada situación y conocer cómo gestionarlas desde edades muy tempranas
favorecerá a que conforme se crezca, la regulación emocional adquirida funcione como factor
protector desde las primeras relaciones de pareja. Comprender cómo nos sentimos, unido a
identificar los diferentes comportamientos agresivos que pueden surgir en las relaciones,
facilitará que se marquen límites y que no aparezcan conductas que perjudican nuestro cuidado.
Respecto al estilo parental los resultados no corroboraron las hipótesis porque muestran
que esta variable no se relaciona de manera directa con los comportamientos agresivos, no
obstante, si reflejan cómo la afectividad percibida por los hijos de sus figuras de apego y el
control, sobre todo de la madre, podrían repercutir en cómo se comportarán dentro de una
relación de pareja. Como futura lína de investigación y para mejorar el estudio se podría evaluar
no solo la percepción que los hijos tienen de sus padres, como se hizo con nuestra muestra, sino
añadir una evaluación a los padres de cómo creen ellos que han sido con sus hijos en lo
25

referente al control y afectividad. Obteniendo la visión de los padres y de los hijos se podría
explorar si alguno de los estilos parentales favorece más un tipo de resolución ante situaciones
difíciles. Así también, podría contrastarse el estilo educativo de los padres y ver si es diferente y
que consecuencias tiene eso en los hijos y como se relaciona con la resolución de problemas.
Además, otra línea de investigación interesante sería comparar la resolución de problemas en
familias dónde los padres están separados y familias en las que no, de forma que se compare si
existen diferencias respecto a los estilos parentales que se transmiten y si influye en la
resolución de conflictos.
Destacar que la mayoría de los participantes que han respondido a la evaluación
pertinente de este estudio son universitarios, por lo que pertenecen a una clase social media- alta
lo cual para una próxima investigación podría tenerse en cuenta ya que las agresiones más
sutiles podrían estar asociadas a unas exigencias por el estatus social. La deseabilidad social se
activará más en aquellas personas que tengan unos ideales, creencias o expectativas que se tiene
en las que no está permitido o peor aún, está rechazado las situaciones de abuso que se
describen en las preguntas de la evaluación. El factor social puede repercutir en la forma de
contestar de la víctima en la que puede activarse sentimientos de vergüenza, negación,
ocultación o en el agresor donde se vean implicados sentimientos de frustración, ira o
impulsividad como única forma de contemplar su forma de actuar.
De manera general, se puede señalar que existen muchos estudios que han dedicado su
investigación a este fenómeno y que continuamente se está poniendo el énfasis en seguir
buscando qué factores están implicados en los comportamientos agresivos con el fin de que
poco a poco se vaya interviniendo preventivamente sobre los mismos y se produzca una
diminución de los casos como los que actualmente ocurren. La relevancia y el valor que aporta
este estudio recae en destacar la dificultad de muchos jóvenes en regularse emocionalmente y
como consecuencia, no saber resolver conflictos con sus parejas. Una propuesta que podría
instaurarse en los colegios sería implantar, con una previa investigación pertinente, un programa
de prevención basado en la relación de la “no violencia” y la regulación emocional.
Dotar a los adolescentes y jóvenes de autoconocimiento y herramientas sobre cómo
gestionar sus propias emociones vinculado al reconocimiento de las diferentes formas que tiene
la violencia y agresiones dentro de las parejas sería una manera de prevenir para cuando se
establezcan las primeras relaciones de pareja sean los mismos jóvenes los que sepan cómo
resuelver los conflictos, respetando a los demás y sí mismos.
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