Conocete A Ti Mismo - Rene Guenon

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 2

«Conócete a ti mismo».

por René Guenón


Todo lo que el hombre aprende está ya en él...” a la vez que se aconseja, por parte del autor y con el
objetivo de alcanzar la verdadera sabiduría realizar ciertos estados que avanzan siempre más
profundamente hacia el ser, hacia el centro, donde la conciencia del hombre debe ser transferida para
hacerle capaz de alcanzar el conocimiento real.
¿Qué método, de qué sistema nos ha dotado la divinidad para realizar esos estados trascendentales,
para avanzar hacia nuestro propio centro y alcanzar en nosotros mismos y por nosotros mismos ese
núcleo en el que se contiene y está todo?
A mi juicio estamos hablando de la meditación entendida en el sentido que a continuación nos va a
exponer y desechando, para los fines que aquí nos ocupan, otras significaciones o metas de la misma por
muy loables y fructíferas que sean.
En efecto, hay personas para las que meditación viene a ser sinónimo de relajación, de forma cine al
meditar se adormecen los sentidos y se llega a un estado de relajación física y mental, por supuesto muy
agradable y beneficioso. La meditación seria, de esta forma, una técnica que operaría sobre los
elementos externos del centro de nuestro verdadero ser (cuerpo e incluso mente), para serenarlos y
permitirles enfrentarse con ecuanimidad y sosiego a los avatares de la vida diaria.
Para otras personas meditar viene a ser sinónimo de reflexionar sopesar, argumentar en pro y en contra
de determinados aspectos que o bien les preocupan o bien constituyen temas trascendentales a los que
les gustaría encontrar una explicación plausible. En este caso, la meditación como método viene a utilizar
la razón, la lógica, el instrumento útil de la palabra sí no expresada verbalmente sí pensada o
representada en el intelecto -. En definitiva, se trata de utilizar los medios de los que nos valemos a diario
en nuestra vida cotidiana, con la particularidad de hacerlo en la intimidad y la soledad de uno mismo.
Sin embargo, la meditación a la que quisiera referirme, es aquella que, pasando por el estado de
relajación, trasciende el mismo para ir más allá, para penetrar en lo que hay detrás de él y que para
hacerlo se desprende de la palabra, el pensamiento, el raciocinio y la lógica, es decir, ignora todos los
instrumentos que la mente humana pone a su alcance y que para este viaje no solamente no son útiles
sino que vienen a perturbar.
Efectivamente, la mente sirve para lo que sirve y correlativamente no sirve para lo que no sirve. Parece
una obviedad, pero entiendo que en las obviedades más simples está la verdad. Un teléfono es muy útil,
pero si queremos escribir tendremos que utilizar un lápiz, porque el teléfono vale para lo que vale, no para
lo demás y no por eso hay que menospreciarlo o ridiculizarlo. Pues bien, el lugar al que vamos a través
de la meditación trasciende la mente y por eso no puede ser aprehendido o asido con ella. Es por eso
que, para avanzar en meditación, es inútil obligarse a ello y proponérselo con los medios de razonamiento
que habitualmente utilizamos.
¿Y cuál es ese lugar al que vamos?. ¿En qué consiste ese espacio al que místicos, sabios, buscadores
y videntes de todas las tradiciones han querido ir a lo largo de los siglos?. Ese lugar, ese espacio, es el
espacio interior, es esa zona de vacío en la que aparentemente no hay nada, no ocurre nada, pero que
realmente lo contiene todo. Creemos que no hay nada, pero lo creemos con nuestro razonamiento
externo y superficial. Cuando nos desprendemos del mismo, cuando abandonarnos todo aquello que
creemos ser lo único que tenemos (nuestras técnicas, nuestros métodos) y hasta lo único que creemos
ser, llegamos a lo que realmente somos, a nuestra verdadera esencia, al centro de todos los centros, que
no es otra cosa que el espacio interior en el que la divinidad ha puesto su semilla en el hombre, ese
espacio en el que reside el alma humana, el espíritu del Creador vive en el hombre.
Ese espacio también puede ser identificado con la conciencia pura, de hecho es pura conciencia. Es la
conciencia física y universal, todo penetrante, omnipresente y eterna, existente desde el comienzo de los
tiempos y nunca perecedera, es la conciencia que todo lo penetra y que todo lo abarca, la conciencia que
pertenece (y que es) a todos los seres vivos e inertes de todos los planetas y mundos imaginables y por
imaginar, existentes, que existieron antes y que existirán en el futuro. Esa conciencia es inabarcable
porque es el mismo infinito. Esa conciencia, por más esfuerzo que hagamos, no puede ser definida ni
abarcada con palabras, porque es la conciencia la que crea la palabra, es la conciencia de la que surge la
palabra, luego la palabra no puede comprender a aquello de lo que surge, y que ha sido su creador.
Y se dice que todo aquello que no puede ser dicho, expresado o verbalizado tiene que ser
experimentado, y es lo que sucede con la aventura de la meditación. Hay que ir allí, hay que intentar
llegar allí para saber lo que es. ¿Cómo explicaríamos a alguien que nunca lo hubiera hecho en qué
consiste soñar por poner un ejemplo?
Hagamos el intento en este instante. No podemos, nos faltan las palabras (¿o nos sobran?). Lo mismo
ocurre con la meditación: no podemos explicar qué hacemos, cómo lo hacemos y donde vamos.
Simplemente hay que hacerlo. En definitiva, ese esfuerzo, esa disponibilidad es el precio que tiene que
pagar el buscador para acceder a los lugares más recónditos e interiores de la naturaleza humana (y de
todo), aquellos en los que verá la esencia de la existencia misma con el ojo interior y donde todo le será
revelado. Lo que allí hay no es secreto, todo el mundo puede acceder a ello, sólo tiene que desearlo
sincera y firmemente, tanto corno para hacer el esfuerzo requerido y sentarse en completo silencio horas
y días hasta vislumbrar lo que le espera.
No es nada difícil, Dios nos provee sin que sepamos cómo de todos los medios necesarios para llegar a
donde debemos. Sólo hace falta un corazón limpio, una voluntad firme un deseo sincero de hallar la
verdad y una disposición carente de prejuicios, dispuesta a asombrarse con el misterio del Infinito que le
espera al otro lado.
Porque en definitiva vamos al otro lado, cruzamos el charco, pasamos del mundo cotidiano, previsible y
razonable, al mundo interior sólo accesible mediante las facultades interiores, aunque en realidad, no hay
línea divisoria, no hay dos conciencias, no hay dos mundos, exterior e exterior. Solo hay un mundo, una
conciencia, un Dios, una Divinidad. Solo hay una energía universal que sustenta el universo entero, con
independencia de que vibre y se consolide en diferentes niveles Ese es el único lugar que hay, el único al
que hay que llegar (con la paradoja de que es en el que estamos).
No voy a sugerirles técnica ni método alguno para este viaje. Simplemente siéntense de la manera más
cómoda y reposen en silencio, dirijan la mirada al interior y les aseguro que Dios (o cualquier medio a
través de los que nos habla) vendrá en su ayuda. Ningún sincero buscador se queda sin saborear el fruto
de su búsqueda. Y he dicho que no voy a sugerir técnica o método en primer lugar porque no estoy lo
suficientemente cualificado (solamente soy un humilde buscador, al igual que el resto), y en segundo
lugar porque cada persona es un mundo y debe hallar por sí misma las recetas que mejor le sirvan.
Además, Dios habla a cada uno con el lenguaje que esa persona entiende, y en definitiva esta es una
aventura personal, íntima e intransferible. Cada uno debe hacer su viaje. Es el viaje interior.
En realidad ES EL VIAJE. Muy pocos otros merecen la pena, Aunque creo, intuyo, que todos se
confunden en éste.
Como dijo en cierta ocasión un experimentado aventurero: «Después de recorrer los mares, cimas y
cordilleras de medio mundo, creo sinceramente que lo único que queda por descubrir son las
interioridades del ser humano».

También podría gustarte