Ana M. Tur Material Mañana 2019.20

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EVALUACIÓN E INTERVENCIÓN EN FAMILIAS EN RIESGO

Profª. Ana M. Tur Porcar.

1) Vida familiar, estilos relacionales y riesgo en la familia : Estilos de crianza y


desarrollo personal y social
2) Factores moduladores de los estilos de crianza
a. Características personales de los padres
b. Características demográficas y socio-ambientales
3) El conocimiento parental
4) Instrumentos de evaluación de estilos y prácticas parentales: análisis y detección
precoz de factores en riesgo.
5) Orientación, educación e intervención en familias: factores y estrategias preventivas
de intervención
Fomentar las buenas prácticas en la Familia

1. Vida familiar, estilos relacionales y riesgo en la familia

La familia es considerada el primer agente de socialización y el lugar donde se


asientan los modelos de actuación personal y social. Estos modelos sirven de guía al
menor en su proceso de inserción a la vida adulta, en la dimensión personal y social. En
este contexto, los estilos de crianza van a influir en la capacidad del menor para establecer
las relaciones sociales y para autorregular sus conductas. Según Bonfrenbenner (1997),
las relaciones padres – hijos constituyen el microsistema, de donde el menor recibe los
primeros mensajes y en donde las interacciones establecidas se graban con firmeza y
llegan a ser una guía en sus futuras relaciones con el entorno más próximo. De ahí, pues,
recibe una influencia más temprana y directa que actúa sobre su desarrollo personal y
social. Desde el modelo ecológico, preconizado por el autor, se señalan otros subsistemas
que van influyendo también en la formación de los menores. Estos subsistemas son: el
entorno escolar y la relación con sus iguales (mesosistema), las instituciones y los medios
de comunicación (exosistema) y también el entorno social, creencias, valores y la cultura
en sentido más amplio constituyen el macrosistema en el que la persona vive y se
relaciona.

La figura 1 muestra de forma gráfica este modelo. La familia constituye el


microsistema, el primer núcleo en el que los niños y las niñas interaccionan e inician el
proceso de socialización, en el que van interiorizando lo que está bien o mal, y las normas
de comportamiento. Ahora bien, esta familia no es ajena a los otros ámbitos o entornos
de convivencia, sino que por el contrario, todos ellos interactúan con ella y ejercen su

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influencia. Es decir, los valores, creencias, prioridades, normas que una sociedad
establece, e incluso “modas” o pautas de funcionamiento consideradas “normales” o
aceptadas por la mayoría influyen en la educación que los padres ejercen sobre sus hijos,
modulan el proceso de socialización y determinan la aceptación y permisividad de
determinadas conductas o tendencias.

Figura 1. Modelo de Bonfrenbenner, 1997

CREENCIAS, VALORES, ACTITUDES PROPIOS DE LA CULTURA

ESTRUCTURAS SOCIALES: INSTITUCIONES, MEDIOS DE


COMUNICACIÓN

RELACIONES: PADRES CON OTROS AMBIENTES Y NIÑO CON


OTROS ENTORNOS.

RELACIONES FAMILIARES PADRES-


HIJOS: FAMILIA

niño/a
adolescente
MICROSISTEMA

MESOSISTEMA

EXOSISTEMA

(Tur, 2003)

Estilos de crianza y desarrollo personal y social

La familia ha sido considerada el núcleo primario de socialización, cuya estructura


ha cambiado en las últimas décadas, pero cuya función sigue siendo la misma: la crianza
y la educación de los más pequeños, y además es insustituible para llevar a cabo este
proceso.

Cuando hablamos de estilos de crianza, en primer lugar, tenemos que sentar los
pilares que los sustentan, éstos son el afecto y el control.

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El control entendido en sentido amplio comprende:

• La forma de impulsar, dirigir o guiar el comportamiento de los hijos e hijas.

• Persigue potenciar conductas de autorregulación e interiorización de valores,


orientado a conseguir la responsabilidad social.

• Apela a la acción de guiar la conducta en base a los valores que se pretenden


infundir.

• Ayuda a interiorizar los mensajes y apropiárselos, todo ello contribuirá a la


internalización de normas sociales.

• Ha de adaptarse a los diferentes momentos evolutivos: durante los primeros años


los padres y las madres han de ejercer una influencia mayor en sus hijos e hijas,
mientras que en la adolescencia ha de tenderse a la autodisciplina y al autocontrol.

De este modo, se entiende que un control excesivo puede dificultar la


socialización. El control ha de combinarse el uso del razonamiento para la inculcación de
normas y valores, junto con la estimulación de la autonomía y la independencia

En definitiva, el control así entendido es necesario y ejerce de guía en el proceso


de socialización, al transmitir los criterios, las normas y los principios que son adecuados
según la cultura. En este dinámica se va contribuyendo al proceso de maduración de los
más pequeños y, por tanto, a la interiorización de valores.

El control así entendido, se considera la variable que mejor predice el desarrollo


de las disposiciones y conductas adaptadas de los niños, tanto en lo que se refiere a su
carácter como en el desarrollo de actitudes positivas hacia los otros, de la empatía, del
autocontrol y de la autoconfianza (Mestre, Tur, Samper, Nácher y Cortés, 2007; Tur,
Mestre y el Barrio, 2004).

El afecto, también en sentido amplio, incluye:

 El entorno o contexto que facilita o dificulta la vida del sujeto, es decir, la


conducta de acercamiento de los padres hacia el hijo o hija que trasmite apoyo
y atención.

 Las manifestaciones de cariño, afecto físico y aceptación personal.

 Se fundamenta sobre variables como aceptación, comunicación, forma y


afecto expresivo e instrumental, responsabilidad y compañerismo.

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Diferentes estudios comprueban que la estimulación de la autonomía, junto con
un ambiente familiar cálido y comprometido, favorecen la internalización de las normas
y una mayor competencia y adaptación (Eisenberg, Fabes, Guthrie y Reiser 2000, ).

Junto con estos pilares, que sustentan los estilos de crianza y las diferentes
relaciones entre padres e hijos, se incluye la comunicación como un proceso transversal
a ambos, ya que a través de la comunicación se transmiten normas, refuerzos, valoración
negativa o positiva del hijo, aceptación o rechazo y también apoyo o indiferencia.

La paz en el hogar, la afectividad, el apoyo y la confianza no están reñidas con el


orden, la responsabilidad, el respeto al otro y la autoridad. Ahora bien, el ejercicio de la
autoridad debe realizarse desde la coherencia, la planificación, el razonamiento y el
autodominio. Por el contrario, la impulsividad, el cansancio, el desequilibrio emocional
son malos aliados en el ejercicio de la autoridad en el ámbito familiar.

Además, los padres que se muestran indecisos ofrecen a sus hijos/as una
inmejorable oportunidad para ser caprichosos/as y dominantes, creando un clima de
tensión cada vez mayor. Cuando por el contrario se muestran decididos, sus hijos/as
comprenden que dicen las cosas en serio, que están decididos a seguir adelante y que no
se dejan manejar.

Finalmente, según cómo se combinen el afecto y el control, o según cómo se


establezcan las normas y los criterios para el cumplimiento de las mismas podemos
describir diferentes estilos de crianza que predominan en las familias y que influyen en el
desarrollo personal y social de los hijos e hijas. Estos estilos describen diferentes tipos de
familia según las relaciones mantenidas con los hijos. La interacción entre las
dimensiones de exigencia-control y afecto-actitud de apoyo y cariño, desemboca en una
tipología cuadripartita de patrones de crianza. El carácter multidimensional desarrolla
estilos de interacción de carácter dominante, que sin llegar a ser puros, permite
clasificarlos en autoritativos, autoritarios, negligentes e indulgentes (Baumrind, 1971,
1983; Tur-Porcar, Mestre, Samper y Malonda, 2012

Familias Autoritarias. Se sustentan sobre la rigidez y la inflexibilidad. Dirigen a los


hijos hacia las normas que deben seguir con coacciones y técnicas punitivas. La
comunicación es unidireccional y lo importante será la obediencia de los hijos. Los hijos
de padres autoritarios generalmente presentan dificultades a nivel emocional, ya que el
escaso apoyo y afecto suele llevar a desarrollar una baja autoestima y una escasa

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confianza en sí mismos, lo cual puede provocar la aparición de síntomas depresivos. Las
siguientes expresiones son propias de este tipo de familias serian: “La clave para educar
bien a los hijos consiste en castigarlos cada vez que se portan mal” o bien: “Los
problemas se resuelven mediante la fuerza”.

Familias Permisivas. Este tipo de familias dejan hacer y evitan castigos o


restricciones. Este modo de actuar no deja claro la autoridad paterna. Pueden mantener
una comunicación abierta, afectiva y democrática.

Los hijos que crecen en hogares permisivos suelen mostrar buena autoestima,
presentan comportamientos antisociales o una mayor tendencia al consumo abusivo de
sustancias, aunque no alcanzan los niveles de los hijos que crecen en hogares con padres
indiferentes. Son expresiones propias de este tipo de familias: “Los padres tenemos que
dejar a los hijos a su aire para que aprendan por sí mismos”, “El control de la situación
lo tienen los hijos”.

Familias Negligentes o indiferentes. Apenas se preocupan por la evolución de los


hijos. No se interesan por sus necesidades. Transmiten una paternidad irresponsable y
practican una disciplina inconsistente. Diferentes estudios han demostrado que los hijos
de padres indiferentes pueden presentar impulsividad, conducta delictiva o consumo
abusivo de sustancias, baja autoestima y problemas emocionales. Expresiones como las
siguientes describen esta relación con los hijos: “Es tu problema, ya verás lo que haces,
no me molestes”, “Papá, has olvidado pagar otra vez la excursión”, “Ya he encontrado
un buen colegio para la educación de mis hijos, a ver si logran cambiarlo”.

Familias competentes (autoritativas). Familias que mantienen un equilibrio entre


el control y el afecto, entre la transmisión y cumplimiento de normas y la aceptación y
valoración positiva de los hijos. Son familias que se rigen por una autoridad firme y
razonada, basada en pautas de comportamiento claras. Manifiestan la aprobación o el
desacuerdo de la conducta de los hijos con claridad. Fomentan la comunicación abierta y
bidireccional con el menor, con el fin de facilitar su autonomía y su independencia de
juicios. El clima de calor afectivo permite pasar de la exigencia a la colaboración, sin
sobresaltos. Diferentes investigaciones han constatado que los hijos que crecen en
hogares equilibrados presentan alta autoestima y buen desarrollo moral, muestran interés
por la escuela y suelen mantener un buen rendimiento académico. Estas familias tienden
a practicar una disciplina más inductiva. Las siguientes expresiones definen este tipo de
familias: “Me alegra que mis hijos tengan iniciativa para hacer cosas aunque cometan
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errores”, “El diálogo es el mejor sistema para la comprensión”, “Los padres marcan las
normas”.

ESTILOS EDUCATIVOS
https://www.youtube.com/watch?v=TAFYrQK-ADk

2. Factores moduladores de los estilos de crianza

A. Características personales de los padres

La documentación empírica en torno a la problematicidad infantil avala la conexión


entre desarrollo delos hijos/as y las características paternas. Con todo, al hablar de
problemas conductuales y emocionales no queda claro la relación causa-efecto por eso se
habla de factores de riesgo como elementos que mantienen relaciones directas entre
ambos.

Entre las conductas patológicas de los padres, que han sido objeto de estudio, unas
hablan de enfermedades mentales, delincuencia o antecedentes de conducta antisocial,
alcoholismo y drogadicción. Otras, de aspectos de la personalidad como el estrés,
neuroticismo, extraversión, depresión o calidad de las relaciones conyugales. Y otras de
problemas afectivos, alcoholismo y esquizofrenia. De tal forma que, la conflictividad
familiar, la estructura de la familia y la psicopatología de los progenitores pueden
contribuir, entre otros, al desarrollo de los trastornos conductuales y emocionales de los
hijos.

En cualquier caso, dista de ser aclarada la relación entre factores de riesgo y


problematicidad infanto-juvenil, dado que cohabitan factores, procesos y mecanismos
cognitivos que modulan la posibilidad de emisión de dichos trastornos. En este sentido,
puede hablarse de factores de protección que, a modo de lienzo bienhechor, preservan de
las circunstancias ambientales amenazantes.

La resistencia (resilience), entendida como la capacidad para lograr una adaptación


favorable a pesar de las circunstancias adversas (Masten et al., 1990), se configura como
un constructo que ayuda a encontrar soluciones altamente adaptativas, y designa la
capacidad del niño para afrontar los problemas, a pesar de las adversidades ambientales.

Esta resistencia o resiliencia se la ha relacionado con la autoestima y la


autoconfianza. También se la conecta con sentimientos de respeto hacia uno mismo con

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el autoconvencimiento de la propia autoeficacia, o con la capacidad para manejar el estrés
y la solución de los problemas.

Se ha observado, en un estudio longitudinal de 13 años, que los niños resistentes o


resilientes, cuyos padres fueron tratados por depresión, ansiedad y abuso de sustancias, y
con antecedentes familiares de problemas mentales o caos familiar, presentaban un
cociente intelectual alto, buen rendimiento escolar, interés y talento, estaban valorados
positivamente por los profesores, mantenían buenas relaciones con los compañeros y con
los adultos y ejercían un rol activo y favorable en su familia (Radke-Yarrow y Brown,
1993).

Siguiendo la misma línea, se han seleccionado como factores de protección, la


inteligencia elevada, buen rendimiento académico, tener modelos de conducta adaptada
y control contra la conducta desviada, afán de logro personal, valoración de la salud y
participación en grupos escolares, religiosos o en actividades voluntarias.

Con respecto a la influencia que cada uno de los progenitores tiene sobre el hijo, la
evidencia empírica parece apoyar que hijos e hijas perciben una mayor presencia de la
madre en la crianza (Tur-Porcar et al., 2012), y su influencia es superior a la del padre. El
fuerte peso de la influencia materna ha sido objeto de estudio, porque gran parte de las
conductas problemáticas infantiles van unidas a la persona de la madre, como principal
fuente de interacción y socialización (Carlo et al., 2011).

En una revisión de 577 artículos en torno a las alteraciones de niño y del adolescente,
Phares y col., 1992, hallaron que el 48% de los artículos incluía información de la madre,
frente al 1% con información procedente del padre. En el 26%, los datos procedían de
ambos –padre y madre- y el restante 25% hablaba de los padres, sin especificar la
particularidad padre o madre.

Entre las características de los padres, considerados factores de riesgo, se encuentran


la psicopatología y la inadaptación de los mismos padres.

- Depresión de los padres

La depresión, tanto de la madre como del padre, ha sido un trastorno ampliamente


estudiado en las últimas décadas. Se ha comprobado, en reiteradas ocasiones, la
interdependencia existente entre la persona depresiva y el contexto social.

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En este sentido, las personas depresivas tienden a mantener una relación conflictiva
con los demás debido a que hablan poco, se muestran fácilmente irritables y hostiles, en
especial en la intimidad, y mantienen expresiones faciales y posturales tristes y ansiosas.
Esto provoca, en relación con la crianza de los hijos, una atmósfera tensa e inadecuada
que desemboca en el hecho de escatimar afecto y contacto con el hijo, lo cual conduce a
la falta de satisfacción de las demandas básicas de los propios hijos. Premian o
recompensan poco a los niños.

Las madres depresivas informan de un mayor número de problemas en los hijos y los
juzgan más negativamente que las madres normales. A la vez, refieren en sus hijos,
trastornos de ánimo, depresivo y ansioso, ideas de suicidio y dificultades escolares, con
mayor asiduidad que las madres sin trastornos de esta índole. Esta situación se agrava
cuando la depresión afecta a ambos padres (del Barrio, 1997).

Los padres deprimidos hacen a los hijos más infelices, si los comparamos con hijos
de padres no deprimidos. Provocan, igualmente, mayor tensión, actitudes con tendencia
a la fatiga y a la pasividad, mayor probabilidad para manifestar problemas conductuales,
dificultades de relación con los demás, peleas frecuentes, llanto injustificado, pérdida de
interés por las cosas, dolores de cabeza y manifestaciones hipocondríacas. Incitan,
también, mayor número de trastornos conductuales tanto en los síntomas interiorizados
como en los exteriorizados.

- Alcoholismo o drogadicción

Otro factor estudiado se refiere al alcoholismo o drogadicción, por parte de uno de


los padres o de ambos. El alcohólico tiene, de un lado, características temperamento,
entorno social y familiar- que le conducen al desarrollo de esta conducta. De otro, sufre
las consecuencias de su estado de abstinencia-embriaguez, y puede provocar conductas
desaforadas, acompañadas de arrebatos de cólera e ira con consecuencias muy negativas
para la convivencia. De ahí que los estilos educativos de los alcohólicos se caracterizan
por ausencia o déficit de disciplina, unida a escasez de vínculos afectivos.

Los hijos de alcohólicos tienen mayor probabilidad de sufrir, a su vez, alcoholismo


y consumo de otras sustancias en la edad adulta. Manifiestan, asimismo, menor control
conductual, mayor hiperactividad y agresividad, peor rendimiento escolar, con su
posterior abandono. Y, en general, patología externalizada cuando son niños mayores.
Por su parte, los niños más pequeños tienden a manifestar patologías internalizadas.

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Además, estos niños tienen mayor riesgo de desencadenar conductas antisociales,
como la agresividad y el abuso de alcohol, y de sufrir problemas de personalidad, como
la depresión y la ansiedad, el aislamiento social y la baja autoestima.

B. Características demográficas y socio-ambientales

Diferentes enfoques centrados en el estudio de las conductas agresivas y los


problemas conductuales ponen el acento en la importancia del aprendizaje social y, más
recientemente, aprendizaje socio-cognitivo de Bandura (1977). Las conductas agresivas,
dirigidas hacia un objeto o una persona, son manifestaciones de conducta instrumental,
que implican procesos básicos de aprendizaje y mecanismos autorregulatorios.

- Clima familiar

La familia y el entorno en el que crece y madura el niña/a aportará modelos a seguir,


al tiempo que servirá de poso para la realización de futuras conductas. De tal forma, que
el contexto familiar, se constituye como precursor, o no, de la agresión infantil, y, a la
vez, como impulsor de la vulnerabilidad emocional en el niño/a.

Así pues, la calidad de las relaciones que se establecen en el seno familiar, ha sido
una de las variables más ampliamente estudiada. Las relaciones familiares conflictivas,
que están basadas en actitudes rígidas y prácticas disciplinarias duras y poco consistentes,
tienen consecuencias negativas en los hijos/as, los cuales tienen más probabilidad de
manifestar conductas antisociales.

La forma de controlar la conducta en un ambiente hostil está, con frecuencia, basada


en formas de recompensa de la conducta desviada socialmente. Esto se produce mediante
la atención y la conformidad a dichas conductas e ignorando las consecuencias negativas
de las mismas. Además, estos padres son menos mantener reglas y normas de
convivencia, como respetar al otro, poner límites en las horas de salida y entrada a casa,
lugares que frecuentan, amistades, etc.

Las relaciones familiares frías e irascibles y con pocas manifestaciones de cariño por
parte de los padres, son caldo de cultivo para que emerjan trastornos en los niños. En
efecto, un clima emocional frío fomenta, en el niño, sentimientos de rechazo y falta de
autoestima. Con bastante probabilidad puede desarrollar sentimientos de indefensión,
puesto que no cuenta con recursos que le ayuden a cambiar una situación tensa por otra
basada en relaciones más cálidas.

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Así mismo, climas familiares donde reina una disciplina parental inconsistente o con
falta de reglas originan disfunciones en la interpretación de las intenciones de la autoridad
–los padres en este caso-, con lo cual el niño desarrolla percepciones poco claras y
ambiguas respecto al comportamiento social aceptable. Todo ello, fomentará el desarrollo
de una mentalidad de supervivencia, lo que estimulará al niño, que vive en un ambiente
de riesgo, a convertirse en un niño orientado hacia el presente o hedonista. Estos niños
tienden a presentar conductas impulsivas y agresiones reactivas con represalias. También
tienden a presentar más problemas de aprendizaje. En el entorno escolar el menor necesita
tener la capacidad de trabajar sin esperar gratificaciones inmediatas para terminar las
tareas. El entorno escolar exige control de impulsos, planificación y perseverancia para
conseguir los objetivos.

Clase social

La clase social familiar es otra variable, relativa al contexto, que ha sido estudiada
en variadas ocasiones. Parece ser que existe un predominio de la conducta delincuente y
problemas conductuales en clases sociales más bajas.

No obstante, los resultados no son claramente convincentes, y en numerosas


ocasiones no aportan relaciones significativas entre ambas variables –clase social y
conducta antisocial-, debido a la compleja asociación existente entre clase social muy
baja y poca atención hacia los niños, hacinamiento, tamaño de familia, etc... De hecho,
cuando se controlan estas variables, la clase social no guarda relación con la conducta
antisocial.

Con todo, una clase social baja, que mantiene formas de comportamiento propias y
singulares, nivel educativo bajo, poco apoyo social y deficiente satisfacción laboral, y un
vecindario en condiciones semejantes, puede llegar a constituir un factor de riesgo en la
transmisión de valores y de conductas próximas a conductas desadaptadas. Entre estos
factores se encuentran las expectativas de los padres para que los hijos logren
independencia económica cuanto más pronto mejor, o la poca atención prestada a los
hijos por las condiciones adversas en que transcurre la propia vida de los padres, o no dar
importancia al rendimiento escolar (Bronfenbrenner, 1990). Estos factores del entorno
tienden a influir sobre las prácticas de crianza o estilos educativos de los padres y, por
consiguiente, sobre la futura adaptación social y emocional del niño.

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En estos entornos son frecuentes las jornadas laborables muy extensas que provocan
que los hijos pasen solos mucho tiempo, sin la supervisión del adulto. Todo ello trae
consigo circunstancias proclives a la falta de control y a la escasez de criterios
disciplinarios. Esta situación puede sufrirla los llamados “niños de la llave” o los que
conviven largo tiempo con los abuelos.

- Sexo de los padres

Otros factores, como el sexo de los padres –padre/madre- el sexo de los hijos o la
edad de los padres, han recibido, igualmente, atención por parte de los investigadores. Se
ha llegado a observar que ambos –padre y madre- tienen papeles cruciales en el proceso
educativo del hijo, y adoptan posturas y funciones diferentes, aún en el supuesto de que
ambos tengan una vida profesional propia y cualificada.

De este modo, la madre asume el rol de principal cuidadora del hijo y le proporciona
mayor apoyo emocional; mientras que el padre se implica con mayor facilidad en el
control, está más interesado en los logros escolares, es más exigente con los hijos varones,
a quienes castiga más que con las hijas mujeres. A la vez, potencia con más facilidad la
dependencia de los chicos y atiende de mejor modo la autonomía de los mismos.

- Edad de los padres

Respecto a la edad, se ha constatado que padres en edad adolescente que viven en


sociedades industrializadas, tienden a mantener estilos de vida poco estables, con bajo
control y poca supervisión, unido a un escaso calor emocional. Todo ello puede incidir
en el estilo de crianza adoptado. Estos padres tienen el riesgo de adoptar un estilo de
crianza poco ajustado y más inconsistente, de acuerdo con el estilo de vida que tienen los
propios padres.

Los hijos de padres adolescentes son más propensos a adoptar conductas


desadaptadas, ya en edad temprana, que pueden conducir a conductas antisociales en la
adolescencia y en la edad adulta. Cuando los factores de riesgo están presentes desde la
primera infancia, las conductas que desencadenan suelen tener no sólo peor pronóstico,
sino también ser más persistentes y crónicas, que en los casos cuyos factores de riesgo
emergen y se limitan a la adolescencia y son propios de esta etapa, considerada en riesgo
en las sociedades industrializadas.

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Las madres muy jóvenes suelen ser más inmaduras emocionalmente, p. ej. las madres
adolescentes proporcionan menor cuidado y afecto al niño, menos estimulación verbal y
suelen tener menos disponibilidad para cubrir las necesidades básicas de los menores.

Por el contrario, madres de más edad y de mayor nivel cultural han podido desarrollar
estilos cognitivos y estrategias de afrontamiento que les ayudan en la crianza. Suelen tener
más paciencia y dedicar más tiempo a la crianza y atención de los hijos/as. Asimismo, la
edad de la madre está relacionada con el rendimiento escolar del hijo.

- Separaciones y divorcio

Otras variables se refieren a los efectos de las separaciones o divorcios y los


posteriores hogares monoparentales u hogares con padrastro y madrastra.

El estudio de estas variables ha llevado a diferentes observaciones. Respecto al


divorcio se considera que esta situación no tiene por qué comportar consecuencias
negativas, a largo plazo, sobre todo cuando el proceso de separación/divorcio se
desarrolla con madurez. Sin embargo, cuando las relaciones entre padres son negativas
los niños/as tienden a manifestar síntomas de inestabilidad, depresión, ansiedad o
alteraciones conductuales. En estas ocasiones, el sexo de los niños influye sobre la
sintomatología que desarrollan. Los niños tienden a sufrir, en mayor proporción,
problemas conductuales, mientras que las niñas tienden a sufrir problemas introspectivos
y depresivos.

Con todo, cuando la situación se tranquiliza y se vuelve a la normalidad, se reducen


paulatinamente los trastornos conductuales y emocionales, salvo en aquellas situaciones
en las que el divorcio acumula vivencias impactantes negativas, en el niño. Estos niños
suelen mostrar un descenso en el rendimiento, introversión social, baja autoestima y
problemas de conducta. Todo ello provoca una disminución del posible nivel
socioeconómico en la edad adulta.

3. El conocimiento parental y la monitorización

Monitorización puede entenderse como un control conductual mediante el que los


padres y las madres establecen criterios, ponen límites y reglas de convivencia que guían
a los hijos/as para facilitarles un desarrollo emocional saludable. La monitorización
parental engloba tres elementos: comunicación paterno-filial, disciplina parental y
monitorización, propiamente dicha.

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La comunicación paterno-filial alude al modo en que los padres transmiten mensajes
acerca de la conducta del hijo/a, y también a la calidad de las relaciones establecidas en
el seno familiar.

La disciplina parental hace referencia a los criterios y al modo en que los padres se
enfrentan a las conductas disruptivas o negativas de los hijos, que vienen marcadas por
los castigos, principalmente.

La monitorización parental alude a seguir la pista a los hijos/as, hacer esfuerzos por
conocer lo que hacen los hijos/as, conseguir información sobre las actividades, las
compañías y lo que hacen los hijos cuando están fuera de casa. Es, por tanto, una actividad
que corresponde a los padres/madres (Stattin y Kerr, 2000)

El conocimiento general que los pares/madres tienen del hijo/a es un concepto más
amplio que engloba lo que saben de su hijo/a, dónde está y con quién está en su tiempo
de ocio. Este conocimiento lo reciben del propio hijo/a. Se trata, por tanto, de una
actividad compartida entre progenitores e hijos/as.

El conocimiento parental tiene que ver con la conciencia de participar del desarrollo
del hijo/a y de los diferentes entornos que frecuenta (participar de sus amistades, sus
actividades cuando está fuera de casa, los progresos educativos, su estado de salud, sus
preferencias, habilidades…). De este modo, el conocimiento está fundamentado sobre la
base de un verdadero interés por las preocupaciones y el bienestar del hijo/a, lo que
comporta una comunicación abierta y positiva (Grusec, 2008).

El conocimiento parental se produce con mayor facilidad en ambientes competentes


(autorizados), donde se percibe el afecto y la comunicación junto con los criterios firmes
de crianza). Este conocimiento parental, puesto en práctica desde la infancia, se basa en
el clima familiar, y va a ser fundamental en las etapas de transición de los hijos/as hacia
la adolescencia y hacia la adultez. Con todo, se ha observado que en ambientes ricos
donde existe un buen conocimiento de los hijos, el conocimiento parental disminuye en
la adolescencia. En la adolescencia los padres tienden a dar mayor autonomía a los hijos
y a disminuir el control, lo cual es necesario para adaptarse a las necesidades del
adolescente (Collins y Steinberg, 2006).

HABILIDADES DE COMUNICACIÓN
https://www.youtube.com/watch?v=jWrFu2RRwxQ

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4. Instrumentos para la evaluación de los estilos y prácticas de crianza

Siguiendo a Raya Trenas (2009) se establecen dos categorías de instrumentos. Una


dirigida a evaluar las tipologías de crianza establecidas por Maccoby y Martin (1983).
Esta categoría persigue clasificar los estilos de crianza según la tipología de Baumrind
(1983), ampliada por Maccoby y Martin de autorizada, autoritaria, permisiva y
negligente. La otra dirigida a evaluar las relaciones padres e hijos y los comportamientos
que marcan estas relaciones.

Entre los instrumentos dirigidos a evaluar los estilos de crianza y las relaciones
entre padres e hijos se encuentran los siguientes:

- Children’s Report of Parental Behaviour Inventory (CRPBI) (Schaefer, 1965;


adaptatión española Tur-Porcar, Mestre y Llorca, 2015).

Evalúa la percepción que tienen los hijos de los estilos de crianza en relación con
su padre y con su madre. Consta de 38 ítems para el padre y para la madre, que se agrupan
en 4 dimensiones: apoyo-comunicación, control psicológico negativo, permisividad y
negligencia. Para población adolescente, los índices de consistencia interna, obtenidos
mediante el coeficiente alpha de Cronbach, son: Factor Apoyo-comunicación (α= 0,85);
Factor Control psicológico negativo (α= 0,75), Factor Permisividad (α= 0,62) y Factor
Negligencia (α= 0,60). En población de la infancia tardía y preadolescencia (8-12 años),
los índices alpha de Cronbach son: Apoyo-comunicación (α= 0,81); Control psicológico
negativo (α= 0,63), Permisividad (α= 0,64) y Negligencia (α= 0,67).

- Inventory of Parent and Peer Attachment (IPPA) (Armsden y Greenberg, 1987).

Se trata de un autoinforme dirigido a adolescentes compuesto por 12 items, que


evalúa el apego con los padres y con los iguales. Consta de tres escalas denominadas
confianza, comunicación y alienación. Presenta un alfa de Cronbach de 0,88 para el total
de los ítems del cuestionario.

- El Parent-Child Relationship Inventory (PCRI-M) (Gerard, 1994; adaptación


española de Roa y Del Barrio, 2001).

Consta de 78 items distribuidos en 8 escalas denominadas: apoyo, satisfacción con


la crianza, compromiso, comunicación, disciplina, autonomía, distribución de rol y
deseabilidad social. Mide el estilo de crianza parental.

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Escala de Apoyo mide el nivel de apoyo social y emocional que la madre está
recibiendo. Escala de Satisfacción con la crianza: aporta la cantidad de placer y
satisfacción que se percibe por ser madre. Escala de Compromiso: valora el grado de
interacción y el conocimiento que la madre tiene del hijo. Escala de Comunicación: se
centra en la percepción de la madre acerca de la efectividad de la comunicación con su
hijo. Escala de Disciplina: examina la experiencia de la madre sobre la disciplina que
logra plantear a su hijo, basada en criterios firmes. Autonomía: mide la habilidad de la
madre para estimular la independencia del hijo. Distribución de Rol: evalúa las actitudes
de las madres acerca del papel que desempeña el género en la crianza Escala de
Deseabilidad social: valora la tendencia de los sujetos a responder de forma distorsionada
(prevalece más el ideal de convivencia y el deseo de que todo sea bueno, que lo que ocurre
en realidad).

5. Orientación, educación e intervención en familias. Factores y estrategias


preventivas de intervención

La disciplina inductiva considera que la “autoridad” se ejerce de forma razonada


y la “obediencia” se consigue porque hay que cumplir con los acuerdos establecidos, es
decir, con aquello que beneficia al hijo/a y a los restantes miembros familiares. Siguiendo
el modelo de M. Hoffman (1983) la mejor forma de inculcar actitudes o valores ha de ser
mediante los mensajes razonados de los padres, unidos a manifestaciones de poder, para
facilitar atraer la atención del niño. Ambos, los mensajes razonados y las manifestaciones
de poder, fomentan en el hijo una actitud receptiva hacia las comunicaciones parentales
y, a la vez, les orienta acerca de la relación existente entre su propio comportamiento y la
reacción de los progenitores a ese comportamiento (Hoffman, 1983; López, 2009).
Asimismo, estimulan al menor a buscar mecanismos de autocontrol o autorregulación,
que potencian la emisión de estrategias y conducen a evitar las consecuencias negativas.
Fomentan, al tiempo, hábitos fiables de conducta prosocial, cuyas consecuencias suelen
ser positivas (Baumrind, 1983; Hoffman, 2002).

En este sentido, las técnicas inductivas de las que habla Hoffman, influirán, de
manera positiva, sobre la internalización de valores y se relacionarán, de forma directa y
clara, con conductas prosociales y altruistas. Esto se debe a que dichas técnicas inductivas
facilitan la interiorización de las normas y hacen aflorar los sentimientos de culpa, cuando

15
se transgreden las normas. Procesos que favorecen la disposición prosocial de los
menores.

Los principios rectores de la disciplina inductiva son los siguientes:

Principios de la disciplina inductiva


- Trata de inculcar valores y normas acordes con la sociedad y la cultura.
- El objetivo de la disciplina es buscar el bien común, el bien de todos los miembros
familiares. Las normas tienen una razón que beneficia a todos.
- Se emplea un tono de voz amable pero firme, mirando a la cara.
- El foco central se encuentra en la colaboración por el bien de todos. Es bueno
incorporar a los hijos al establecer las normas y los límites.
- Se definen las normas con claridad y precisión, igual que las consecuencias por su
incumplimiento.
- Busca inculcar valores y normas de forma positiva para que vayan aceptándose
como reglas que benefician al propio hijo/a y a todos.
- Las reglas se formulan en positivo, diciendo lo que tienen que hacer, en lugar de
poner el acento en lo que no se puede hacer.
- Es necesario el esfuerzo y la práctica para cumplir las normas. La práctica facilita
que se interioricen y se conviertan en hábito.
- Las normas ayudan a sentirse bien, consigo mismo/a, tanto en los adultos como en
los menores.

La práctica de la disciplina inductiva y del estilo disciplinario basado en ella


tiene una serie de ventajas que se señalan a continuación:

Ventajas de la disciplina inductiva


- Fomenta la responsabilidad y la coherencia.
- Inculca que hay que cumplir con lo acordado.
- Fomenta el razonamiento y la argumentación.
- Mejora el sentido de la responsabilidad, de trabajo y de constancia.
- Ayuda a desarrollar el autocontrol y la regulación del comportamiento.
- Fortalece a la persona y le ayuda a afrontar situaciones negativas, elevando
el umbral de frustración.
- Estimula a salir de uno mismo/a y a ponerse en el lugar de los otros
(empatía).
- Facilita la interiorización de los valores y pautas morales.
- Da seguridad emocional al menor porque ofrece patrones de
comportamiento sobre lo que es correcto e incorrecto.

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El estilo predominantemente autoritativo, o competente, contribuye a practicar una
disciplina inductiva guiada por el respeto a normas que facilitan la convivencia. Este tipo
de disciplina marca normas claras de actuación, que van acompañadas de apoyo y de
afecto. Los padres actúan con autoridad, diferente de autoritarismo, respetando los
sentimientos de los hijos. Los apercibimientos hacia los hijos por sus actuaciones
inapropiadas están basados en el respeto mutuo, sin ir acompañados de humillaciones ni
descalificaciones personales. Por ello, los hijos ven las riñas, o llamadas de atención,
como algo que contribuye a su formación y forma parte de la educación. De esta forma
crece en los hijos el sentimiento de ser querido por los padres porque, no hay que olvidar,
que inculcar de normas es positivo. Este estilo ha demostrado tener buenos resultados
para el desarrollo de los hijos, prácticamente, en todas las culturas. Así, resulta de
aplicación en un amplio rango de culturas y poblaciones: desde culturas individualistas,
como la de América del Norte y la Europa del Oeste, hasta culturas más colectivistas
como la iraní o china e, incluso, en población de riesgo (Barnhart, Raval, Jansari, y Raval,
2013; Putnick et al, 2008; Steinberg, Blatt-Eisengart & Cauffman, 2006; Wang,
Pomerantz, & Chen, 2007).

También en población española existe un cierto acuerdo en que los estilos de


crianza inductivos juegan un importante papel en el desarrollo de los hijos. Así, están
relacionados con el ajuste psicosocial y emocional en la infancia y la adolescencia, así
como en la disposición prosocial y la empatía de los hijos, como factores de protección
que estimulan la calidad de las relaciones con los iguales y la buena socialización (Carlo,
Mestre, Samper, Tur, y Armenta, 2010; Mestre, Samper, Nácher, Tur, y Cortés, 2006).

Crianza punitiva

En el lado opuesto, el estilo de crianza más punitivo y autoritario, basado en


órdenes de los padres, control negativo y, a veces, en descalificaciones y humillaciones
hacia los hijos, tiene efectos negativos en su proceso de desarrollo. En población
española, se ha observado que este tipo de crianza más punitiva está relacionada con la
conducta agresiva y la inestabilidad emocional de los hijos.

Fomentar las buenas prácticas en la Familia

Y para terminar se presenta una guía de buenas prácticas en la familia orientadas a


potenciar el estilo de crianza más adecuado para un buen desarrollo personal y social de
los hijos. Tal como hemos señalado, se trata de potenciar el afecto y la valoración positiva

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de los hijos, la comunicación, el razonamiento y la internalización de valores, así como,
el establecimiento de normas y su cumplimiento.

En la familia, a través de la convivencia, se crean vínculos afectivos entre padres e


hijos, que están basados en las manifestaciones de afecto, de cariño y de atención que
nuestros hijos e hijas van recibiendo de parte de los padres y de las madres a lo largo de
su desarrollo.

Cuando el amor está presente, los lazos afectivos se fortalecen y facilitan el


establecimiento de normas, así como su cumplimiento.

Los vínculos afectivos tienen repercusiones muy importantes en la vida de nuestros


hijos e hijas. El siguiente cuadro sintetiza las aportaciones del establecimiento de vínculos
afectivos fuertes.

Los vínculos afectivos

- Dan seguridad.
- Fomentan la confianza en uno mismo.
- Estimulan la comunicación familiar.
- Ayudan a valorar a la familia y al entorno familiar como lugar de protección y
tranquilidad.
- Fortalecen a los hijos/as ante situaciones de riesgo o de conflicto.
- Fortalecen las relaciones paterno-filiales.

La familia puede establecer y desarrollar vínculos afectivos con los hijos e hijas.
Para conseguir este objetivo se han de tener en cuenta una serie de principios, que
aparecen a continuación.

Principios para establecer vínculos afectivos con los hijos e hijas

- Los padres demuestran que quieren a sus hijos mediante actos visibles que les
acercan, como besar, acariciar, jugar con ellos, en definitiva, estando con ellos.
- Cuando tienen un problema los escuchan y se ponen en su lugar, por pequeño que
sea el problema.
- Al hablar con los hijos se presta atención al lenguaje verbal y no verbal: tono de voz
firme, sin gritos, amistoso, mirando a los ojos, poniéndose a su altura, escuchando
lo que dicen hasta el final, siendo pacientes sin cortar sus argumentos….

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- Estimular el diálogo: escuchar lo que los hijos/as quieren contar, contar los padres
acontecimiento o historias vividas.
- Evitar interrupciones en las explicaciones que ofrecen los hijos, escuchar sus
argumentos y no imponer los argumentos de los padres.
- Evitar juzgar o emitir juicios de valor: “eres un tonto, siempre te pasa los mismo…”
- Seguir el curso de las explicaciones de los hijos estableciendo argumentos
relacionados con el tema de conversación: “Quieres decir que te ha molestado…”
- Evitar en todo momento sermonear o quitar importancia al asunto. Puede entenderse
como una forma de eludir el tema “Pero si eso no es nada.., le das importancia a
más cosas…”
- Contribuir a buscar una alternativa correcta que facilite la resolución de la situación
problemática, evitando ser quienes solucionen el problema de los hijos.
Los padres han de ayudar o aportar ideas para solucionar los problemas pero dejan a
los hijos que se enfrenten ellos mismos a los problemas: “A nadar se aprende
nadando”.
- Tener tiempo para los hijos/as. Evitar barreras, a veces murallas, que provocan un
diálogo poco fluido, como por ejemplo convertir en una costumbre “ahora no, que
tengo que.., no puedo, he de…” Es más adecuado buscar un tiempo diario para
hablar, buscar el momento oportuno, contar con un tiempo diario para estimular la
convivencia, para jugar…

Los hijos e hijas necesitan sentir que, por una parte, se les quiere, se les respeta y
se les atiende, por otra, necesitan saber que todo no está permitido. Algunas cosas son
correctas porque benefician al propio hijo/a y a su familia. Otras, en cambio, no son
correctas porque ni lo benefician a él ni a su familia, es decir, perjudican la buena marcha
de la vida familiar. En síntesis, la educación se fundamenta sobre los pilares del AMOR
y el CARIÑO, por un lado, y de las NORMAS y PAUTAS que supongan LÍMITE, por
otro.

Los hijos e hijas desarrollan la capacidad de ponerse en el lugar de los otros. Esta
capacidad -la empatía- se puede estimular en la convivencia familiar. Se presentan a
continuación unas orientaciones que ayuden a desarrollar la empatía.

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Orientaciones a los padres para estimular la empatía de los hijos/as

- Muestran afecto y cariño por el hijo/a.


- Estimulan la comunicación y el diálogo en el hogar: contando historias, contando
cuentos, contando sucesos cotidianos y, también, escuchando lo que dicen los
hijos/as.
- Comparten los sentimientos de alegría o de pesar. Los niños/as aprenden por
imitación. Los padres/madres son los modelos de nuestros hijos/as.
- Transmiten lo que sienten cuando los hijos/as cuentan sus alegrías o sus tristezas.
Sienten con ellos lo bueno y lo malo.
- Cuentan cómo se sienten otras personas por acontecimientos cotidianos y
exteriorizan una actitud de acercamiento hacia los sentimientos de los demás.
- Reconocen los logros de los hijos/as, los elogian y los gratifican verbalizándolos. Los
refuerzos sociales pueden ser en ocasiones más importantes que los materiales. A
veces es más eficaz decir “¡qué grade eres, qué chulo te ha salido, cómo te has
esforzado..!”, que dar un regalo.
- Estimulan la escucha activa, y escuchan con la mente abierta, sin prejuicios y
prestando atención a lo que el hijo dice en ese momento. En definitiva, comprenden
lo que relata y se ponen en su lugar, aunque en ocasiones no estén de acuerdo con
lo que dice.
- La actitud de ternura hacia los animales estimula la empatía, en general.

Asimismo, los padres pueden desarrollar la autoconfianza y la autoestima de los


hijos/as necesarias para fortalecer el asentamiento emocional. El cuadro siguiente
presenta una serie de orientaciones que ayudan a desarrollarlas.

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Orientaciones para desarrollar la autoconfianza y la autoestima

- Centrar la disciplina en el elogio más que en el castigo.


- Inculcar el respeto hacia los miembros familiares. Para todos el respeto es
fundamental. Los padres que tratan con respeto a los hijos tendrán más
posibilidades de ser tratados con respeto por sus propios hijos/as.
- Inculcar la colaboración y la responsabilidad. Todos han de tener tareas en
casa. Las tareas serán adecuadas y adaptadas a la edad y a la capacidad de
los miembros.
- Estimular las ideas del hijo/a, atendiéndolas y ensalzándolas abiertamente
cuando han sido positivas.
- Prestar atención a los trabajos, a las actividades y los logros conseguidos,
emitiendo frases positivas y de elogio.
- Dar normas claras y asequibles, adecuadas a la edad y a la capacidad de los
hijos /as. Conviene después esperar un tiempo para la realización. El ritmo
de los hijos es diferente del ritmo de los padres.
- Dejar que el hijo/a afronte las consecuencias de sus actos: “si no ha hecho lo
acordado, si ha dejado algo sin hacer…” Los padres han de evitar solucionar
los problemas de los hijos.
- Tener actividades conjuntas, estimular el juego compartido, tener proyectos
conjuntos, ver la televisión juntos, etc. El juego es el mejor aliado en la
convivencia con los hijos: jugar con ellos al parchís, a las cartas, a las
muñecas, o con los coches.
- Actuar con entusiasmo y con paciencia para esperar que cumpla con los
acuerdos.
- Interesarse por las actividades del hijo, por lo que le gusta, lo que hace.., y
estimular sus avances.
- Estimular y gratificar sus esfuerzos y todo lo que va consiguiendo, por mínimo
que sea.

Poner límites y normas trasmite seguridad. Recordemos que las claves para
resolver la mayoría de las dificultades en la crianza de los hijos/as consisten en
establecer unas normas, marcar las consecuencias que se derivan de la ruptura de esas
normas y utilizar una disciplina coherente.

El procedimiento de establecer normas y límites para los niños/as no es


inamovible. Con cierta frecuencia será necesario alterar las normas y los límites de la
vida del niño/a, de modo que se ajusten a las circunstancias cambiantes: crecimiento

21
físico, maduración intelectual y afectiva, nuevas condiciones de la vida familiar.
Conozcamos primero bien qué son las normas.

¿Cómo establecer las normas y los límites en la vida familiar?


Todas las normas deben escogerse concretamente para conductas específicas que
se desee obtener de los hijos/as. Deben aplicarse desde edades tempranas, ajustándose
siempre a las características del niño/a, capacidad de autonomía y madurez. El cuadro
siguiente presenta una serie de orientaciones que ayudan a establecerlas.

Orientaciones para establecer las normas en la convivencia familiar

- Las normas deben ser razonables: esto quiere decir que a) el hijo/a dispone de
suficientes recursos para cumplirlas, es decir, que puede hacerlo; b) se le da
suficiente tiempo para cumplirla (no un tiempo infinito, pero si razonable), y c) el
niño/a sea capaz de llevar a cabo eficazmente lo encomendado (por ejemplo, un
trabajo muy pesado para niños pequeños no será nunca razonable), es decir, que
estén ajustadas a la edad y características individuales.
- Hay que describir las normas con detalle: deben quedar descritas con precisión para
que los niños/as y su madre sepan cuándo se cumplen y cuándo no. La norma tiene
que definir y describir lo que hay que hacer. Por ejemplo: ordenar la habitación
incluye la mesa de estudio, el armario, recoger los papeles......
- La madre debe asegurarse de poder distinguir cuándo se ha cumplido la norma y
cuándo no. Debe ser capaz de decidir si se ha cumplido la tarea de "ordenar la
habitación", o se han dejado las cosas amontonadas en un rincón del armario.
- Las normas deben establecer un límite de tiempo, por ejemplo "antes de ir al
colegio", "inmediatamente después de cenar", "al llegar del colegio". Las normas
que no se han limitado en el tiempo no hacen más que producir discusiones sobre
cuándo ha de hacerse la tarea o cumplirse lo establecido.
- Debe existir alguna consecuencia prevista si se rompe el cumplimiento de una
norma: hay que utilizar aquellas consecuencias que sean importantes para el niño/a,
porque una consecuencia que a la madre puede parecerle un castigo puede no serlo
para su hija/o. Es un castigo no ver la televisión para un niño que suele verla, pero
no para el que no le gusta; dejar sin postre a un niño al que no le gusta el dulce no es
ningún castigo. Por tanto, la madre debe observar los intereses y preferencias de sus
hijas/os para saber qué cosas pueden usarse como posibles castigos.

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