Desde Cuándo Somos Limpios

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¿Desde cuándo somos limpios?

Recién en el siglo XIX la higiene empezó a ser concebida como una disciplina propiamente tal ligada a la ciencia
médica, que se dedica a estudiar y poner en prá ctica la prevenció n de enfermedades y las medidas de
conservació n de la salud de los individuos y sus entornos. Las prá cticas higiénicas consisten bá sicamente en
limpieza corporal y el aseo de los espacios en que se habita y en los que se desenvuelve la actividad
comunitaria. Una definició n simple, pero que encierra un contenido elemental, ya que la ausencia o déficit de
higiene suele tener consecuencias tan definitivas como la enfermedad y la muerte para los seres humanos. Un
ejemplo de ello es que las medidas sanitarias (la higiene aplicada) hayan debido ser decretadas por la OMS a
nivel planetario para intentar ponerle freno a la pandemia del Covid-19 que aqueja a millones de personas. Al
hablar de la higiene se hace necesario echar un vistazo a la evolució n histó rica de ésta, porque sus logros y
adelantos, tanto en el terreno personal como pú blico, no solo han tenido que ver con los conocimientos
científicos y tecnoló gicos de cada época, sino, muy principalmente, con la prevalencia de há bitos, costumbres,
creencias e interpretaciones culturales que se le fueron asignando en el tiempo y en concordancia con los
acontecimientos políticos y econó micos (guerras, invasiones, catá strofes naturales, epidemias, hambrunas y
otros).
LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS YA CONOCÍAN LOS BENEFICIOS DEL BAÑ O
Hace má s de 1.000 añ os a.C en Grecia ya existían los bañ os pú blicos. Los griegos emulando a los orientales,
pioneros en el asunto (Valle del Indo, Pakistá n, 3.000 añ os a.C primeros bañ os pú blicos) construyeron recintos
para que la gente se aseara con fines terapéuticos y también para organizar rituales religiosos como bañ ar las
estatuas de los dioses. Mientras, en Egipto los sacerdotes elaboraban secretamente las recetas de aceites
sagrados con que los esclavos bañ aban los cuerpos de sus amos y amas. En tanto, “los egipcios má s humildes se
hacían friegas con arena para eliminar de sus cuerpos la suciedad o simplemente se echaban una mezcla de
aceite de ricino con orégano y menta”, relata una cró nica sobre el bañ o en la antigü edad. Por su lado, los
romanos fueron quienes convirtieron el bañ o en una institució n de primer orden en Occidente e hicieron de él
una costumbre social. Los de alta alcurnia gozaban, por ejemplo, de los bañ os pú blicos (thermas) construidos
por el emperador Caracalla y que ofrecían agua fría, templada o caliente en 1.600 bañ eras hechas de arcilla,
má rmol, ó nice, bronce y de hasta plata. En 200 de ellas, llamadas solium, se podía tomar el bañ o sentado, esto
ocurría 1.800 añ os antes de que el genetista inglés Frederick Griffi - th inventara, en 1859, el silló n ducha.
SISTEMA DE ALCANTARILLADO EN ROMA
Y la informació n histó rica agrega que los griegos fueron
los primeros en considerar que el bañ o y la natació n
podían modelar el cuerpo. Empezaron a hablar de
estética física, de imagen corporal y, en el siglo V a.C,
fomentaron el gimnasio, entre cuyas dependencias figuró
el bañ o. Allí se hacían ejercicios físicos, ademá s de
bañ arse y disfrutar departiendo con otros. Una
consecuencia adicional tuvo esto en aquel entonces, y fue
que la gente empezó a burlarse de los gordos, antes
nunca hubo prevenció n contra la obesidad, má s bien todo
lo contrario, la gordura era bien mirada. Así se expande la
noció n de culto al físico asociada a la salud y má s
adelante derechamente la prá ctica deportiva. Para erigir
sus thermas y bañ os, y extenderlos a Hispania al final de la Guerra Numantina (añ o 133 a.C), abarcando las
comunidades peninsulares, los romanos debieron también diseñ ar y hacer funcionar un sofisticado sistema de
alcantarillado. “La red de cloacas estaba muy perfeccionada. En algunas ciudades modernas siguen en uso o se
superpuso a ellas la red de alcantarillado actual. Roma cuidó siempre los sistemas de higiene con el fi n de
evitar enfermedades, ello incluía la instalació n de letrinas en los grandes edifi cios pú blicos”, señ ala el
historiador españ ol José María Blá zquez Martínez (1926-2016) en su cá tedra: “Los pueblos de Españ a y el
Mediterrá neo en la antigü edad”. Al caer el Imperio Romano (ú ltimo emperador Ró mulo Augú stulo, 476 d.C)
debido a la irrupció n de los bá rbaros, prá cticamente se abandonó el bañ o pú blico y privado. El proceso invasivo
duró desde el siglo III hasta el VII d.C, con multitudinarias migraciones e invasiones en vastas regiones de
Euroasia. Los bá rbaros, llamados así porque eran extranjeros que no hablaban lengua “civilizada”, es decir latín
o griego, se esparcieron y, finalmente se instalaron en la cuenca del Mediterrá neo. Este largo proceso marcó la
transició n entre Edad Antigua y Edad Media. Y, por supuesto, también originó una transculturació n importante
que transformó los modos de vida.
EL ASEO CORPORAL “SIN AGUA” DE LA EDAD MEDIA En parte de Europa se mantuvo la tradició n de los bañ os,
en la Españ a musulmana los burgueses y la nobleza mora y judía tenían en sus casas aposentos destinados al
aseo personal. Pero, muy distinta era la mirada en la Europa cristiana, donde el bañ o caliente era visto por la
Iglesia como “un peligro para la castidad, ocasió n de pecado, excitador de los sentidos” e incluso se veía con
recelo el contacto con el agua. Se extendió la idea de que el agua transportaba enfermedades a la piel y lo mejor
era tener los poros bien obstruidos como medio para evitarlo. La gente olía muy mal. Había aislamiento,
ignorancia y miedo de parte de la població n. Todo autocuidado quedó en manos de las supersticiones y
creencias de cará cter moral y religioso y la higiene tomó un tono de marcado clasismo, los nobles y poderosos
se diferenciaban de la plebe por sus vestimentas y por sus auras cargadas de perfumes caros, pero no por su
limpieza corporal. Bien lo muestra el rey Luis XI de Francia (1423-1483) apodado el “Prudente”, quien se bañ ó
una sola vez en su vida y fue por prescripció n del médico de la corte que lo obligó a hacerlo, para lo cual debió
meterse en una gran bañ era y dos caballeros lo restregaron con estropajos y jabó n, bajo la orden de no parar
“hasta que se pudiera ver el color de su piel”. También el famoso Luis XIV, el rey Sol, daba ejemplo eludiendo el
bañ o, aunque lavá ndose a menudo las manos y cambiá ndose de ropa. El añ o 1348 marca una etapa desastrosa
en Europa por la mortífera “peste negra” (antes y después también hubo pestes generalizadas) y muchos
infectados se encaminaron a buscar “mejores aires”, propagando el mal por comarcas libres de pestilencias
hasta ese momento. Los municipios y consejos de las ciudades empezaron a elaborar reglamentos relacionados
con la higiene individual. Un ejemplo es que se debían evitar los trabajos violentos “que calentaban los
miembros”, como así también los bañ os calientes, ya que segú n el conocimiento médico “el líquido por su
presió n y sobre todo por su calor, puede abrir los poros y centrar el peligro, así es que huyan de los bañ os de
vapor o morirá n”, advertían.
EL PERFUME Y SU PAPEL PURIFICANTE DEL AIRE
El uso de perfumes y friegas en seco reemplazaron al agua, que solo fue
recomendable en rostros y manos, ú nicas partes visibles del cuerpo,
incluso el cabello se apelmazaba y sufría pediculosis escondido debajo
de gorros y tocas. Hasta el siglo XIV el pelo se ocultó totalmente, a través
de los añ os, poco a poco comienza a asomar de forma recatada, hasta
imponerse con furor la moda de lucir el cabello blanco empolvado en el
siglo XVII y también pomposas pelucas. Otra creencia, muy extendida,
decía que la salud del cuerpo y del alma dependía del equilibrio entre
los cuatro humores que se suponía integraban el cuerpo humano:
sangre, pituita, bilis amarilla y atrabilis. Los malos humores se
evacuaban mediante procesos naturales como las hemorragias, los
vó mitos o la transpiració n y cuando éstos no funcionaban se recurría a purgas o sangrías efectuadas por los
médicos. El agua no tenía cabida en estos tratamientos, porque “fragiliza los ó rganos al dejar los poros
expuestos a los aires malsanos”, se decía. Así la higiene personal en el medioevo está asociada a la decencia
(valores morales) y las apariencias (sobre todo en distinció n de clases sociales) antes que la limpieza y la salud.
“Esta ideología continú a en el siglo XVI y XVII donde la apariencia personal se extrapola también a la
vestimenta y al perfume que tenía un papel purificante del aire”, señ ala el historiador George Vigarello. Ser
limpio implicaba, ante todo, mostrarse limpio y comportarse como tal. Lo establecía una regla de buena
conducta, vigente en 1555: “Es indecoroso y poco honesto rascarse la cabeza mientras se come y sacarse del
cuello, o la espalda, piojos y pulgas y matarlas delante de la gente”. Ademá s, los burgueses y aristó cratas
estaban convencidos de que la ropa interior blanca limpiaba, puesto que en ella se impregnaba la mugre igual
que una esponja. Por eso, al cambiarse de ropa el cuerpo se “purificaba”, simbolizando en ese acto también la
limpieza interna, todo eso sin tener que recurrir a la temida agua. Mientras, en las ciudades imperaba la
inmundicia. La gran mayoría de la població n, hombres, mujeres y niñ os, no solo no se lavaban, sino también
hacían sus necesidades fisioló gicas y tiraban sus desechos en cualquier lugar. De vez en cuando alguien los
recogía para después venderlos como estiércol a los campesinos agricultores. Pero no existía red sanitaria, agua
corriente que encauzara los excrementos y se hiciera cargo de la basura colectiva.
Revista de Educción (2020)Ministerio de Educación N° 391 setiembre – octubre, Gobierno de Chile
El rey Luis XI de Francia (1423-1483) se bañ ó una sola vez en su
vida y fue por prescripció n del médico de la corte que lo obligó a
hacerlo. Mientras, la població n de buena parte de Europa olía
muy mal. Pero no siempre hubo tanta aversió n al agua: hace
má s de 1.000 añ os a.C en Grecia ya existían los bañ os pú blicos y
los romanos fueron quienes convirtieron esta prá ctica en una
institució n de primer orden en Occidente. En el siglo XIX, el
movimiento higienista y un médico destacado, pese a ser
vilipendiado por sus pares, puso en alto nuevamente el valor de
la higiene. El concepto deriva de Hygiénon, salud en griego que,
a su vez, viene del nombre Hygiea, hija de Esculapios, el Dios de
la medicina y hermana de Panacea, la diosa sanadora, ambas
invocadas en el juramento Hipocrá tico

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