15 LEYENDAS, 15 Poemas, 15 Cuentos

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15 LEYENDAS

1. La leyenda del maíz

Cuenta la leyenda que, antes de la llegada del Dios Quetzalcóatl, los aztecas solo se alimentaban
de raíces y algún que otro animal que podían cazar.

El maíz era un alimento inaccesible porque estaba oculto en un recóndito lugar situado más allá de
las montañas.

Los antiguos dioses intentaron por todos los modos acceder quitando las montañas del lugar, pero
no pudieron conseguirlo. Entonces, los aztecas recurrieron a Quetzalcóatl, quien prometió traer
maíz. A diferencia de los dioses, este utilizó su poder para convertirse en una hormiga negra y,
acompañado de una hormiga roja, se marchó por las montañas en busca del cereal.

El proceso no fue nada fácil y las hormigas tuvieron que esquivar toda clase de obstáculos que
lograron superar con valentía. Cuando llegaron a la planta del maíz, tomaron un grano y
regresaron al pueblo. Pronto, los aztecas sembraron el maíz y obtuvieron grandes cosechas y, con
ellas, aumentaron sus riquezas. Con todos los beneficios, se cuenta, que construyeron grandes
ciudades y palacios.

Desde aquel momento, el pueblo azteca adora al Dios Quetzalcóatl, quien les trajo el maíz y, con
ello, la dicha.

2. Leyenda del hilo rojo del destino

Cuenta una antigua leyenda que, hace muchos años, un emperador invitó a una poderosa bruja
que tenía la capacidad para ver el hilo rojo del destino.

Cuando la hechicera llegó a palacio, el emperador le pidió que siguiera el hilo rojo de su destino y
lo condujera hacia la que sería su esposa. La bruja accedió y siguió el hilo, desde el dedo meñique
del emperador, que la llevó hacia un mercado. Allí se detuvo frente a una campesina en cuyos
brazos sostenía a un bebé. El emperador, enojado, pensó que se trataba de una burla de la bruja e
hizo caer a la joven al suelo, provocando que la recién nacida se hiriera la frente. Luego, ordenó
que los guardias se llevaran a la bruja y pidió su cabeza.

Años después, el emperador decidió casarse con la hija de un poderoso terrateniente a la que no
conocía. Durante la ceremonia, al ver por primera vez el rostro de su futura esposa, el emperador
observó una cicatriz peculiar en su frente.

3. Kamshout y el otoño

En Tierra de Fuego hubo un tiempo en que las hojas de los árboles eran siempre verdes. Un joven
que vivía allí, Kamshout, partió a un lugar lejano a hacer un rito de iniciación al llegar a la madurez.
Tardó mucho tiempo en volver y el resto de habitantes lo habían dado por muerto.

Un día, Kamshout apareció y contó a sus paisanos que venía de un lugar donde los árboles perdían
sus hojas en otoño y, en primavera, surgían hojas verdosas. Nadie creyó sus palabras y sus
paisanos se burlaron de él.
Kamshout, enfadado, se marchó al bosque y desapareció durante un tiempo. Pronto, reapareció
convertido en un loro vestido con plumas verdes y rojas.

Llegó el otoño y Kamshout tiñó las hojas con sus plumas rojas, estas cayeron al suelo. Los
habitantes pensaron que los árboles estaban enfermos y morirían. Kamshout no pudo contener la
risa.

En primavera surgieron hojas verdosas. Desde entonces, los loros se ríen de los humanos para
vengarse de la burla hacia Kamshout, su antepasado

4. Leyenda del Olentzero

En las montañas de Euskal Herria vivía un hada de pelo rubio y largo que siempre iba acompañada
de sus duendecillos de pantalones rojos, los prakagorri.

Un día, cerca de un riachuelo, el hada se acercó y vio a un bebé abandonado. Entonces esta le dijo:
“Tu nombre será Olentzero, porque es una maravilla haberte encontrado. Te daré los regalos de
fuerza, coraje y amor durante tu vida”.

Después, el hada llevó al bebé a casa de un matrimonio que no tenía hijos. El Olentzero vivió feliz y
aprendió el oficio de su padre: cortador de leña.

En la edad adulta, luego de la muerte de sus padres, el Olentzero vivía solo en su casa de las
montañas. Los niños del pueblo lo miraban extrañados mientras lo veían recolectar leña.

Pasó el tiempo y llegó el invierno más frío hasta entonces. Los habitantes tenían mucho frío, pues
no tenían carbón para la chimenea. Entonces, el Olentzero, que no paró de recolectar leña, dejó
un saco cargado de leña en cada casa. Al día siguiente, todos los habitantes estaban emocionados.
Jamás volvieron a olvidarse de recolectar suficiente leña.

Desde entonces, el Olentzero decidió repartir juguetes para niños en lugar de carbón. Así, cada 25
de diciembre, el Olentzero sale de los bosques y reparte la magia por los pueblos de Euskal Herria.

5. La mariposa azul

Una antigua leyenda oriental cuenta que, hace mucho tiempo en Japón, vivía un hombre viudo con
sus dos hijas. Las muchachas eran muy curiosas e inteligentes y siempre estaban dispuestas a
aprender. Continuamente le hacían preguntas a su padre y este trataba siempre de darles
respuesta.
A medida que pasaba el tiempo, las niñas tenían cada vez más dudas y hacían preguntas más
complejas. Incapaz de responder, el padre decidió mandar a sus hijas una temporada con un sabio,
un antiguo maestro que vivía en la colina.

Enseguida, las niñas quisieron hacerle todo tipo de preguntas. El sabio siempre respondía todas las
cuestiones.

Pronto, las niñas decidieron buscar una pregunta para la que el maestro no tuviera respuesta. Así,
la mayor decidió salir al campo y atrapó una mariposa, después, le explicó a su hermana el plan:
“Mañana, mientras sostengo la mariposa azul en mis manos, le preguntarás al sabio si está viva o
muerta. Si dice que está viva, la aplastaré y la mataré. En cambio, si responde que está muerta, la
liberaré. De esta forma, sea cual sea su respuesta, siempre será incorrecta”.

Al día siguiente, cuando le preguntaron al sabio si la mariposa estaba viva o muerta, deseando que
cayera en su trampa, este les respondió calmado: “Depende de ti, ella está en tus manos”.

6. Leyenda de la yerba mate

Cuenta una antigua leyenda guaraní que, desde hace mucho tiempo, la Luna Yasí pasea desde
siempre por los cielos nocturnos, observando curiosa los árboles, ríos y lagos. Yasí solo conocía la
tierra desde el cielo aunque deseaba bajar y poder ver las maravillas de las que le hablaba Araí, su
amiga la nube.

Un día Yasí y Araí se animaron a descender a la tierra transformadas en niñas de largos cabellos,
dispuestas a descubrir las maravillas de la selva.

De pronto, entre los árboles, apareció un yaguareté que se acercaba para atacarlas. Pronto, un
viejo cazador apuntó con una flecha al animal y este escapó veloz del lugar. Yasí y Araí, que
estaban muy asustadas, volvieron rápido al cielo y no pudieron agradecer al señor.

Yasí decidió que esa misma noche le daría las gracias al anciano y, mientras este descansaba, le
habló desde el cielo y le dijo: “Soy Yasí, la niña que hoy salvaste quiero agradecer tu valentía, por
eso, voy a darte un regalo que encontrarás frente a tu casa: una nueva planta cuyas hojas tostadas
y molidas darán como resultado una bebida que acercará los corazones y ahuyenta la soledad”.

Al día siguiente, el anciano descubrió la planta y elaboró la bebida tal y como le había indicado la
luna. Así fue como nació el mate.

7. El Caleuche

Cuenta la leyenda que un buque conocido por el nombre de Caleuche navega por las aguas de
Chiloé, en el país de Chile.

Al mando del barco se encuentran brujos poderosos y por las noches ilumina las aguas.

El Caleuche solo aparece por las noches y en su interior se escucha música que atrae a náufragos o
tripulantes de otras embarcaciones.

En cambio, si una persona que no es bruja lo mira se convierte en un madero flotante o se hace
invisible. Sus tripulantes se convierten entonces en lobos marinos o aves acuáticas.

Los tripulantes del barco tienen ciertas particularidades, como una pierna para andar y son
desmemoriados. Por eso, el secreto de esta embarcación siempre se mantiene a bordo.
Dice la leyenda que no hay que mirar al Caleuche porque, a los que lo hacen, reciben un castigo de
los tripulantes, quienes les tuercen la boca o les giran la cabeza hacia la espalda. Quien mira el
barco debe tratar que los tripulantes no se den cuenta.

Cuando el Caleuche navega cerca de la costa y se apodera de una persona, la lleva a las
profundidades del mar y le descubre inmensos tesoros, con la condición de no contar lo que ha
visto, si lo hace, su vida corre peligro.

Una de las buenas acciones del Caleuche es la de recoger a los náufragos que se encuentran en las
profundidades del mar y los acoge para siempre.

8. Leyenda del sol y la luna

Dice una antigua leyenda que, antes de que existiese el sol y la luna, en la tierra reinaba la
oscuridad. Para crear a estos dos astros que hoy iluminan el planeta, los dioses se reunieron en
Teotihuacán, ciudad situada en el cielo. Como un reflejo, se encontraba en la tierra la ciudad
mexicana del mismo nombre.

En la ciudad, encendieron una hoguera sagrada y, sobre ella, debía saltar aquel poderoso que
quisiera convertirse en sol. Al evento, se presentaron dos candidatos. El primero, Tecciztécatl,
destacaba por ser grande, fuerte y, además, poseía grandes riquezas. El segundo, Nanahuatzin, era
pobre y de aspecto desmejorado.

En el momento en que debían saltar la hoguera, Tecciztécatl no se atrevió a saltarla y salió


corriendo; Nanhuatzin, lleno de valor, se arrojó a la hoguera. Al ver esto, los dioses decidieron
convertirlo en sol.

Tecciztécatl, arrepentido y avergonzado, también saltó la hoguera. En ese momento, en el cielo


apareció un segundo sol. Los dioses, tomaron la determinación de apagar a Tecciztécatl, ya que no
podía haber dos soles, entonces se convirtió en luna. Como recuerdo de su cobardía, las deidades
arrojaron un conejo a la luna. Desde entonces, puede verse este conejo reflejado durante los días
de luna llena.

9. El Soldado Encantado de la Alhambra

Un estudiante de la Universidad de Salamanca se dedicaba a viajar durante el verano por otras


ciudades de España con su guitarra para conseguir dinero y pagar estudios.

Víspera de la noche de San Juan llegó a Granada y, en uno de sus paseos, se encontró con un
soldado equipado con una antigua armadura y una lanza. El joven estudiante le preguntó al
soldado quién era. Este respondió que una maldición le obligaba a custodiar un tesoro desde hacía
500 años. El soldado solo salía de su escondite durante la noche de San Juan.
El joven se ofreció a ayudarle y el soldado le ofreció la mitad del tesoro a cambio de que rompiera
el hechizo. Para ello necesitaban a una joven cristiana y a un sacerdote en ayunas.

A la joven no fue difícil encontrarla, pero el único sacerdote al que localizaron tenía debilidad por
la comida. Entonces, el estudiante prometió al párroco parte de las ganancias si accedía a ayunar.

Durante la noche, el estudiante, el sacerdote y la joven subieron a la torre de la Alhambra, donde


se escondía el soldado. Allí vieron el tesoro, sin embargo, el párroco no pudo resistir el ayuno y se
comió la comida. El hechizo no pudo romperse y, dicen, que el soldado permanece prisionero en la
torre custodiando el tesoro de la Alhambra.

10. Las cinco águilas blancas

Cuenta la leyenda que, al principio de los tiempos, vivía Caribay, hija del sol y la luna, quien tenía el
don de comunicarse con los animales. La muchacha iba siempre por el bosque oliendo las flores e
imitando el canto de las aves.

Un día, mientras estaba a la orilla de un río, vio sobrevolar cinco grandes águilas blancas, hasta
entonces, no había visto nada tan hermoso. Entonces, quiso alcanzarlas y las persiguió
ascendiendo montañas y atravesando valles. Pronto, al anochecer, perdió la pista de las aves.

Al no poder alcanzarlas, Caribay se lamentó para invocar a su madre, la luna. Su triste canto llamó
la atención de todos los que habitaban en el bosque.

Pronto, al escuchar el canto de la joven, las cinco águilas descendieron. Cada una de ellas, en una
de las cimas de las cinco montañas. Cuando Caribay se acercó a la cima de una de las montañas,
vio que las águilas estaban petrificadas. La muchacha se sintió culpable, pero pronto se dio cuenta
de que las águilas despertaron y comenzaron a aletear, dejando un hermoso manto de nieve.

Desde entonces, las cumbres de estas cinco montañas permanecen siempre cubiertas de nieve.

11. El pescador y la tortuga

Un joven pescador llamado Urashima Taro fue testigo de como unos niños golpeaban a una
tortuga en la orilla de la playa. Entonces, liberó al animal para que regresara al mar.

Al día siguiente, mientras pescaba, una tortuga lo llamó por su nombre. Esta le contó que vivía en
el Palacio del Dragón, ya que era hija del emperador del mar. Después lo invitó a su residencia
para agradecerle que la salvara.

Una vez allí, la tortuga se convirtió en una bella princesa. Urashima Taro estuvo durante tres días
en palacio. Después, el joven se marchó para cuidar de su madre enferma. Antes de partir, la
princesa le dio una caja y le dijo que jamás debía abrirla, solo de esta forma podría ser feliz para
siempre.

Una vez en la superficie, Urashima fue a su casa. Allí ya no estaba su madre. En su lugar, vivía un
joven que le habló de un pescador que regresó del océano hace más de 300 años. Urashima abrió
la caja y se convirtió en un anciano. Después, escuchó una voz que salía de la caja que le decía: “Te
dije que no debías abrir la caja. En ella residía tu edad”.

12. La Llorona
Cuenta la leyenda que, hace muchos años, los vecinos de Xochimilco en México escuchaban por
las noches los temibles gritos de una mujer que lamentaba: “¡Ay Mis hijos!"

Los habitantes del pueblo se aguardaban en sus casas y no se atrevían a salir, asustados por los
lamentos de aquella misteriosa mujer.

Se dice que tiempo atrás una mujer se casó con un hombre con el que tuvo tres hijos. Un tiempo
después, este hombre los abandonó.

Al suceder esto, la mujer, llena de ira, se llevó a sus hijos y los introdujo en el río. Cuando se dio
cuenta de su acto, ya era demasiado tarde para salvarlos. Desde entonces, su alma en pena vaga
por las calles del pueblo, vestida de blanco, llorando y lamentando el acto que había cometido.

13. Leyenda del Baobab

Dice la leyenda que, hace muchos años, el baobab era el árbol más alto y bonito de todos los de la
tierra.

Todos estaban cautivados por su belleza, desde los más pequeños animales hasta los dioses. Su
tronco era muy fuerte, tenía ramas muy largas y un color que hipnotizaba. Un día los dioses
decidieron hacerle un regalo: convertirlo en uno de los seres vivos más longevos.

Con esta nueva condición, el baobab no paró de crecer durante años y quiso tocar el cielo y ser
como los dioses. Esto impedía que el resto de árboles recibieran la suficiente cantidad de luz del
sol. Con gran orgullo, el baobab anunció que pronto alcanzaría a los dioses y se pondría a su altura.

Cuando sus ramas estuvieron a punto de alcanzar a los dioses que habitaban en el cielo, éstos se
enojaron tanto que le arrebataron su bendición para darle una lección de humildad. También, le
condenaron a crecer al revés y así vivir con las flores en la tierra y sus raíces en el aire, dándole el
aspecto que hoy presenta.

Se desconoce si el baobab aprendió o no la lección, pero lo que si se sabe es que desde entonces
presentan el aspecto extraño que tienen hoy en día.

14. Leyenda de la Flor de Nochebuena

Dice la leyenda que, hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo de México, vivía una niña muy
humilde a la que le encantaba la Navidad.

El día de Nochebuena la joven acudió a misa junto a sus padres. En el camino, vio que todos
llevaban ofrendas y juguetes al niño, pero ellos eran tan pobres que no podían regalarle nada a
Jesús. La niña se sintió muy triste y apenada por ir con las manos vacías, así que corrió a los
arbustos y se puso a llorar.

De repente, escuchó una voz al fondo que le decía:

—No llores. Toma esas plantas verdes de ahí y llévalas al altar de Jesús.

La muchacha hizo caso y agarró una parte de aquellos arbustos. Después, entró a la iglesia y
caminó hacia el altar. El rostro de los presentes cambió de repente cuando el color de las hojas
cambió de forma repentina. Ahora, el manojo había tomado un color rojo intenso.

La niña se alegró al ver el regalo tan hermoso que le hacía al niño Jesús.

Desde aquel día, creció la flor de nochebuena en todos los lugares de México.

15. Leyenda de la Luciérnaga

Hace mucho tiempo, en Mayab, existió un hombre que curaba toda enfermedad. Cuando alguien
le pedía ayuda para sanar, él tomaba una piedra verde entre sus manos y murmuraba unas
palabras. Después, esa persona se curaba rápidamente.

Un día, el curandero salió a pasear y empezó a llover tanto que echó a correr para llegar a casa. En
el camino, la piedra se resbaló de su bolsillo y se cayó.

Al llegar a casa, un niño esperaba para ser curado. El curandero buscó la piedra, pero no la
encontró. Entonces pidió ayuda a Cocay (luciérnaga), un insecto muy pequeño que conocía el
bosque a la perfección.

Cocay se recorrió cada rincón, rastreo, hojas, árboles. Pero la noche llegó y la oscuridad le impedía
ver. El insecto estaba muy apenado y se puso a llorar. De repente, su pequeño cuerpo empezó a
emitir una luz. Cocay siguió buscando hasta que dio con la piedra.

El curandero se emocionó tanto que le dijo:

—Has encontrado la piedra gracias a tu esfuerzo y perseverancia. Por eso, tienes luz propia Cocay.

Desde entonces, Cocay y los suyos se convirtieron en luciérnagas.

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15 POEMAS

1. Considerando en frío, César Vallejo 2. Así, José Agustín Goytisolo

Considerando en frío, imparcialmente, Algunas veces llego


que el hombre es triste, tose y, sin embargo, presuroso, rodeo
se complace en su pecho colorado; tus rodillas, toco
que lo único que hace es componerse tu pelo. ¡Ay Dios, quisiera
de días; decirte tantas cosas!
que es lóbrego mamífero y se peina... Te compraré un pañuelo,
seré buen chico, haremos
Considerando un viaje….No sé,
que el hombre procede suavemente del no sé lo que me pasa.
trabajo
Quiero morir así,
y repercute jefe, suena subordinado;
así en tus brazos.
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas 3. Esos locos furiosos increíbles, Goytisolo
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos, Llegan apresurados y nunca dicen para qué
su fórmula famélica de masa... ni de dónde proceden
y enseguida te piden dos mil francos
Comprendiendo sin esfuerzo que casi siempre te han de devolver
que el hombre se queda, a veces, pensando, o te quitan la toalla sin respeto
como queriendo llorar, cuando te estás duchando
y, sujeto a tenderse como objeto, se ponen la colonia los polvos el masaje
se hace buen carpintero, suda, mata la loción de tu novio o de tu hija
y luego canta, almuerza, se abotona... te arrastran a lugares espantosos o bellos
y ni siquiera piden tu opinión
Considerando también y beben prodigiosamente se ponen a cantar
que el hombre es en verdad un animal en cualquier parte
y, no obstante, al voltear, me da con su o arman la del gran dios en un bar miserable
tristeza en la cabeza... y por motivos nimios
siempre siempre avasallan te compran un
Examinando, en fin, sombrero
sus encontradas piezas, su retrete, o unas flores
su desesperación, al terminar su día atroz, y un día salen al galope quizá hacia los
borrándolo... infiernos
qué desastre.
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma,
indiferente...
4. Después de las fiestas, Cortázar que soy,
en toda mi alma acuchillada por mujeres y
Y cuando todo el mundo se iba
niños
y nos quedábamos los dos
que se mueven ingenuos, torpes, en
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,
esta vida que ya sé.
qué hermoso era saber que estabas Me palpo el pecho de pronto, nervioso,
ahí como un remanso, y no siento un corazón. No hay,
sola conmigo al borde de la noche, no existe en nadie esa cosa que llaman
y que durabas, eras más que el tiempo, corazón
sino quizá en el alcohol, en esa
eras la que no se iba sangre que yo bebo y que es la sangre de
porque una misma almohada Cristo,
y una misma tibieza la única sangre en este mundo que no existe
iba a llamarnos otra vez que es como el mal programado, o
a despertar al nuevo día, como fábrica de vida o un sastre
juntos, riendo, despeinados. que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o
5. Cumpleaños, Ángel González quizá el reloj y las horas pasan

Yo lo noto: cómo me voy volviendo 7. Ya no será, Idea Vilariño


menos cierto, confuso, Ya no será,
disolviéndome en el aire ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
cotidiano, burdo no coseré tu ropa, no te tendré de noche
jirón de mí, deshilachado no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
y roto por los puños por qué me amaron otros.
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro. No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
¡Mover el corazón todos los días ni si era de verdad lo que dijiste que era,
casi cien veces por minuto! ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
Para vivir un año es necesario querernos, esperarnos, estar.
morirse muchas veces mucho.
Ya no soy más que yo para siempre y tú
6. La canción del crouppier del Missisipi, Ya no serás para mí más que tú.
Panero Ya no estás en un día futuro
Fumo mucho. Demasiado. no sabré dónde vives, con quién
Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la ni si te acuerdas.
radio, No me abrazarás nunca como esa noche,
y oigo pasar la vida como quien pone la nunca.
radio. No volveré a tocarte. No te veré morir.
Fumo mucho. En el cenicero hay
ideas y poemas y voces 8. No sé por qué me quejo, Gloria Fuertes
de amigos que no tengo. Y tengo
No sé por qué me quejo porque al fin estoy
la boca llena de sangre,
sola.
y sangre que sale de las grietas de mi cráneo
Y el placer de tirar la ceniza en el suelo,
y toda mi alma sabe a sangre,
sin que nadie te riña,
sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre
Y untar pan en la salsa
y beberse los posos, Ya no amo.
y limpiarse la boca con el dorso de la mano,
Ahora puedo ejercer en el mundo
cantar al vagabundo porque al fin fue
inscribirme en él
valiente,
soy una pieza más del engranaje.
ir matando los besos como si fueran piojos,
beber blanco, Ya no estoy loca.
pronunciar ciertas frases
decir ciertas palabras, 11. Historia de un amor, Cristina Peri Rossi
exponerte a que un día te borren de la Para que yo pudiera amarte
nómina... los españoles tuvieron que conquistar
No debiera estar seria América
pues vivo como quiero, y mis abuelos
sólo que a veces tengo huir de Génova en un barco de carga.
un leve sarpullido. Para que yo pudiera amarte
9. Retratarme para darte la foto, Gloria Marx tuvo que escribir El Capital
Fuertes y Neruda, la Oda a Leningrado.
Para que yo pudiera amarte
No es suficiente no poderte mirar hondo, en España hubo una guerra civil
no basta con los dedos señalarte la risa. y Lorca murió asesinado
No es nada olerte el pelo, después de haber viajado a Nueva York.
ver tu danza, Para que yo pudiera amarte
escucharte la voz Catulo se enamoró de Lesbia
ponerla en cinta. y Romeo, de Julieta
No es suficiente no, soñar contigo Ingrid Bergman filmó Stromboli
rezar para que vivas, y Pasolini, los Cien Días de Saló.
retratarme para darte la foto, Para que yo pudiera amarte,
escribirte en la noche Lluís Llach tuvo que cantar Els Segadors
con obsesión pensar en tus maneras... y Milva, los poemas de Bertolt Brecht.
Para que yo pudiera amarte
¡No es suficiente no, darte la vida,
alguien tuvo que plantar un cerezo
ni decir a la gente que te quiero,
en la tapia de tu casa
ni entregar al mendigo mis ahorros,
y Garibaldi pelear en Montevideo.
ni quemar el pasado es suficiente!
Para que yo pudiera amarte
10. Después, Cristina Peri Rossi las crisálidas se hicieron mariposas
y los generales tomaron el poder.
Y ahora se inicia
Para que yo pudiera amarte
la pequeña vida
tuve que huir en barco de la ciudad donde
del sobreviviente de la catástrofe del amor:
nací
Hola, perros pequeños, y tú resistir a Franco.
hola, vagabundos, Para que nos amáramos, al fin,
hola, autobuses y transeúntes. ocurrieron todas las cosas de este mundo
y desde que no nos amamos
Soy una niña de pecho sólo existe un gran desorden.
acabo de nacer
del terrible parto del amor.
12. Si mis manos pudieran deshojar, Lorca En el polvo, en el aire,
en esa nube
Yo pronuncio tu nombre
que tú no mirarás,
En las noches oscuras
en mi mirada
Cuando vienen los astros
que te calcó y fijó en mi más triste fondo,
A beber en la luna
en tus besos sellados en mis labios,
Y duermen los ramajes
y en mis manos vacías,
De las frondas ocultas.
pues eres hoy vacío
Y yo me siento hueco
y en el vacío te amo.
De pasión y de música.
Loco reloj que canta 14. El centro de la mandala, Cecilia Vicuña
Muertas horas antiguas.
Besarte no es la solución
Yo pronuncio tu nombre, que me penetres y langüetees
En esta noche oscura, ¡no es una solución!
Y tu nombre me suena Mirarte ha llegado a ser más íntegro
Más lejano que nunca. que besarte
Más lejano que todas las estrellas un beso es poco para mí
Y más doliente que la mansa lluvia. un coito es demasiado poco
un coito no sabe contener ni expresar
13. Aquí dijiste, Piedad Bonnett
ni satisfacer mi sentimiento de ti
Aquí dijiste: La vida y la muerte se anudan
"son hermosos y desarman en ti.
los ojos húmedos de los caballos". 15. Mal de ausencia, Luis Alberto de Cuenca
Y aquí: "me encanta el viento".
Desde que tú te fuiste, no sabes qué
Desando yo tus pasos, revivo tus palabras.
despacio
Y te amo en la baldosa que pisaste,
pasa el tiempo en Madrid. He visto una
en la mesa de pino
película
que aún guarda la caricia de tu mano,
que ha terminado apenas hace un siglo. No
en el estropeado cigarrillo
sabes
olvidado en el fondo de mi bolso.
qué lento corre el mundo sin ti, novia lejana.
Recorro cada calle que anduviste
y sé Mis amigos me dicen que vuelva a ser el
que amaste este abedul y esta ventana. mismo,
Aquí dijiste: que pudre el corazón tanta melancolía,
"así soy yo, que tu ausencia no vale tanta ansiedad inútil,
como esa música que parezco un ejemplo de subliteratura.
triste y alegre a un mismo tiempo".
Pero tú te has llevado mi paz en tu maleta,
Y te amo
los hilos del teléfono, la calle en la que vivo.
en el olor que tiene mi cuerpo de tu cuerpo,
Tú has mandado a mi casa tropas ecologistas
en la feliz canción
a saquear mi alma contaminada y triste.
que vuelve y vuelve y vuelve a mi tristeza.
En el día aterido Y, para colmo, sigo soñando con gigantes
que tú estás respirando no sé dónde. y contigo, desnuda, besándoles las manos.
Con dioses a caballo que destruyen Europa
y cautiva te guardan hasta que yo esté muer
15 CUENTOS

1. El zar y la camisa - León Tolstói


Un zar estaba enfermo y dijo: - Daré la mitad de mi reino a quien me cure.
Entonces, se reunieron todos los sabios y empezaron a discutir cómo curar al zar.
Nadie sabía que hacer. Sólo un sabio afirmó que se podía curar al zar. - Si se
encuentra a un hombre feliz -dijo-, se le quita la camisa y se le pone al zar, éste se
curará. El zar mandó que buscaran a un hombre feliz por todo su reino, pero por
mucho que sus emisarios cabalgaron por todos sus territorios, no pudieron
encontrarlo. No había ni uno que estuviese satisfecho de todo. Uno era rico, pero
estaba enfermo; otro gozaba de buena salud, pero era pobre; otro era rico y gozaba
de buena salud, pero su mujer era malvada, o bien sus hijos; todos tenían algún
motivo de queja. Un día, a última hora de la tarde, el hijo del zar pasaba junto a una
pequeña isba y oyó a alguien que decía: - Gracias a Dios he trabajado bastante, he
comido cuanto necesitaba y ahora me voy a la cama. ¿Qué más puedo pedir? El hijo
del zar se alegró, ordeno que le quitasen la camisa a ese hombre, que le diesen una
cantidad de dinero a modo de compensación, todo el que quisiera, y que llevaran la
camisa al zar. Los emisarios fueron a ver al hombre feliz y quisieron quitarle la
camisa; pero ese hombre feliz era tan pobre que ni siquiera tenía camisa.

2. Una fábula taoísta - Julio Trujillo


En el Lieh Tzu se cuenta que un hombre, que había perdido su hacha, sospechaba
que se la había robado el hijo de su vecino. Su modo de andar, su talante y su
manera de hablar lo señalaban como el ladrón. Sus acciones, cada uno de sus
movimientos y, de hecho, su conducta en general indicaban con claridad que él y no
otro había robado el hacha. Con el tiempo, sin embargo, mientras cavaba en su
jardín, el dueño se encontró con el implemento perdido. Al día siguiente, cuando
volvió a ver al hijo de su vecino, no halló ningún rastro de culpa en sus
movimientos, ni en sus acciones, ni en su conducta en general.

3. Los árboles - Franz Kafka


Pues somos como troncos de árbol en la nieve. Aparentemente yacen en un suelo
resbaladizo, así que se podrían desplazar con un pequeño empujón. Pero no, no se
puede, pues se hallan fuertemente afianzados al suelo. Aunque fíjate, incluso eso es
aparente.

4. El burro y la flauta - Augusto Monterroso


Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba,
hasta que un día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola
producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte
y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo
mejor que el uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.

5. Instrucciones para llorar - Julio Cortázar


Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar,
entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la
sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en
una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de
lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en
que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted
mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el
mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del
estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se
tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los
niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón
del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

6. Baby HP - Juan José Arreola


Señora ama de casa: convierta usted en fuerza motriz la vitalidad de sus niños. Ya
tenemos a la venta el maravilloso Baby H.P., un aparato que está llamado a
revolucionar la economía hogareña.

El Baby H.P. es una estructura de metal muy resistente y ligera que se adapta con
perfección al delicado cuerpo infantil, mediante cómodos cinturones, pulseras,
anillos y broches. Las ramificaciones de este esqueleto suplementario recogen cada
uno de los movimientos del niño, haciéndolos converger en una botellita de Leyden
que puede colocarse en la espalda o en el pecho, según necesidad. Una aguja
indicadora señala el momento en que la botella está llena. Entonces usted, señora,
debe desprenderla y enchufarla en un depósito especial, para que se descargue
automáticamente. Este depósito puede colocarse en cualquier rincón de la casa, y
representa una preciosa alcancía de electricidad disponible en todo momento para
fines de alumbrado y calefacción, así como para impulsar alguno de los
innumerables artefactos que invaden ahora los hogares.

De hoy en adelante usted verá con otros ojos el agobiante ajetreo de sus hijos. Y ni
siquiera perderá la paciencia ante una rabieta convulsiva, pensando en que es una
fuente generosa de energía. El pataleo de un niño de pecho durante las veinticuatro
horas del día se transforma, gracias al Baby H.P., en unos inútiles segundos de
tromba licuadora, o en quince minutos de música radiofónica.

Las familias numerosas pueden satisfacer todas sus demandas de electricidad


instalando un Baby H.P. en cada uno de sus vástagos, y hasta realizar un pequeño y
lucrativo negocio, trasmitiendo a los vecinos un poco de la energía sobrante. En los
grandes edificios de departamentos pueden suplirse satisfactoriamente las fallas
del servicio público, enlazando todos los depósitos familiares.

El Baby H.P. no causa ningún trastorno físico ni psíquico en los niños, porque no
cohíbe ni trastorna sus movimientos. Por el contrario, algunos médicos opinan que
contribuye al desarrollo armonioso de su cuerpo. Y por lo que toca a su espíritu,
puede despertarse la ambición individual de las criaturas, otorgándoles pequeñas
recompensas cuando sobrepasen sus récords habituales. Para este fin se
recomiendan las golosinas azucaradas, que devuelven con creces su valor. Mientras
más calorías se añadan a la dieta del niño, más kilovatios se economizan en el
contador eléctrico.

Los niños deben tener puesto día y noche su lucrativo H.P. Es importante que lo
lleven siempre a la escuela, para que no se pierdan las horas preciosas del recreo,
de las que ellos vuelven con el acumulador rebosante de energía.

Los rumores acerca de que algunos niños mueren electrocutados por la corriente
que ellos mismos generan son completamente irresponsables. Lo mismo debe
decirse sobre el temor supersticioso de que las criaturas provistas de un Baby H.P.
atraen rayos y centellas. Ningún accidente de esta naturaleza puede ocurrir, sobre
todo si se siguen al pie de la letra las indicaciones contenidas en los folletos
explicativos que se obsequian en cada aparato.

El Baby H.P. está disponible en las buenas tiendas en distintos tamaños, modelos y
precios. Es un aparato moderno, durable y digno de confianza, y todas sus
coyunturas son extensibles. Lleva la garantía de fabricación de la casa J. P.
Mansfield & Sons, de Atlanta, Ill.

7. Fábula - Braulio Arenas


Un pastor se encuentra con un lobo.
- Qué hermosa dentadura tiene usted, señor lobo! le dice.
- ¡Oh! - responde el lobo - mi dentadura no vale gran cosa, pues es una dentadura
postiza.
- Confesión por confesión - dice el pastor - si su dentadura es postiza, yo puedo
confesarle que no soy pastor: soy oveja.

8. El fantasma provechoso - Daniel Defoe


Un caballero rural tenía una vieja casa que era todo lo que quedaba de un antiguo
monasterio o convento derruido, y resolvió demolerla aunque pensaba que era
demasiado el gusto que esa tarea implicaría. Entonces pensó en una estratagema,
que consistía en difundir el rumor de que la casa estaba encantada, e hizo esto con
tal habilidad que empezó a ser creído por todos. Con ese objeto se confeccionó un
largo traje blanco y con él puesto se propuso pasar velozmente por el patio interior
de la casa justo en el momento en que hubiera citado a otras personas, para que
estuvieran en la ventana y pudiesen verlo. Ellos difundirían después la noticia de
que en la casa había un fantasma. Con este propósito, el amo y la esposa y toda la
familia fueron llamados a la ventana donde, aunque estaba tan oscuro que no podía
decirse con certeza qué era, sin embargo se podía distinguir claramente la blanca
vestidura que cruzaba el patio y entraba por una puerta del viejo edificio. Tan
pronto como estuvieron adentro, percibieron en la casa una llamarada que el
caballero había planeado hacer con azufre y otros materiales, con el propósito de
que dejara un tufo de sulfuro y no sólo el olor de la pólvora.

Como lo esperaba, la estratagema dio resultado. Alguna gente fantasiosa, teniendo


noticia de lo que pasaba y deseando ver la aparición, tuvo la ocasión de hacerlo y la
vio en la forma en que usualmente se mostraba. Sus frecuentes caminatas se
hicieron cosa corriente en una parte de la morada donde el espíritu tenía
oportunidad de deslizarse por la puerta hacia otro patio y después hacia la parte
habitada.

Inmediatamente se empezó a decir que en la casa había dinero escondido, y el


caballero esparció la noticia de que él comenzaría a excavar, seguro de que la gente
se pondría muy ansiosa de que así se hiciera. En cambio, no hacía nada al respecto.
Se seguía viendo la aparición ir y venir, caminar de un lado para otro, casi todas las
noches, y siempre desvaneciéndose con una llamarada, como ya dije, lo cual era
realmente extraordinario.

Al fin, alguna gente de la villa vecina, viendo que el caballero daba a la larga o
descuidaba el asunto, comenzó a preguntarse si el buen hombre les permitiría
excavar, porque sin duda había allí dinero escondido. Pues, si él consentía en que
ellos lo cogieran si lo encontraban, excavarían y lo encontrarían aunque tuvieran
que excavar toda la casa y tirarla abajo.

El caballero replicó que no era justo que excavaran y tiraran la casa abajo, y que por
eso obtuvieran todo lo que encontraran. ¡Eso era muy duro de tragar! Pero que él
autorizaba esto: que ellos acarrearían todos los escombros y los materiales que
excavaran y aparecían los ladrillos y las maderas en el terreno vecino a la casa, y
que a él le correspondería la mitad de lo que encontraran.

Ellos consintieron y comenzaron a trabajar. El espíritu o aparición que rondaba al


principio pareció abandonar el lugar, y lo primero que demolieron fue los caños de
las chimeneas, lo que significó un gran trabajo. Pero el caballero, deseoso de
alentarlos, escondió secretamente veintisiete piezas de oro antiguo en un agujero
de la chimenea que no tenía entrada más que por un lado, y que después tapió.

Cuando llegaron hasta el dinero, los ilusos se engañaron totalmente y se


maravillaron sin querer razonar. Por casualidad el caballero estaba cerca, pero no
exactamente en el lugar, cuando se produjo el hallazgo, cuando lo llamaron. Muy
generosamente les dio todo, pero con la condición que no esperaran lo mismo de lo
que después encontraran.

En una palabra, este mordisco en su ambición hizo trabajar a los campesinos como
burros y meterse más en el engaño. Pero lo que más los alentó fue que en realidad
encontraron varias cosas de valor al excavar en la casa, las que tal vez habían
estado escondidas desde el tiempo en que se había construido el edificio, por ser
una casa religiosa. Algún otro dinero fue encontrado también, de modo que la
continua expectación y esperanza de encontrar más de tal manera animó a los
campesinos, que muy pronto tiraron la casa abajo. Sí, puede decirse que la
demolieron hasta sus mismas raíces, porque excavaron los cimientos, que era lo
que deseaba el caballero, y que hubiérale llevado mucho dinero hacer.

No dejaron en la casa ni la cueva para un ratón. Pero, de acuerdo con el trato,


llevaron los materiales y apilaron la madera y los ladrillos en un terreno adyacente
como el caballero lo había ordenado, y de manera muy pulcra.

Estaban tan persuadidos -a raíz de la aparición que caminaba por la casa- de que
había dinero escondido ahí, que nada podía detener la ansiedad de los campesinos
por trabajar. De hecho, sí encontraron algunos objetos de valor del antiguo
monasterio, algo que los espoleó aún más. Al final, la casa fue derruida por entero y
los escombros retirados, cumpliendo el caballero con su deseo y empleando para
ello apenas un poco de ingenio.

9. A imagen y semejanza - Mario Benedetti


Era la última hormiga de la caravana, y no pudo seguir la ruta de sus compañeras.
Un terrón de azúcar había resbalado desde lo alto, quebrándose en varios
terroncitos. Uno de éstos le interceptaba el paso. Por un instante la hormiga quedó
inmóvil sobre el papel color crema. Luego, sus patitas delanteras tantearon el
terrón. Retrocedió, después se detuvo. Tomando sus patas traseras como casi punto
fijo de apoyo, dio una vuelta alrededor de sí misma en el sentido de las agujas de un
reloj. Sólo entonces se acercó de nuevo. Las patas delanteras se estiraron, en un
primer intento de alzar el azúcar, pero fracasaron. Sin embargo, el rápido
movimiento hizo que el terrón quedara mejor situado para la operación de carga.
Esta vez la hormiga acometió lateralmente su objetivo, alzó el terrón y lo sostuvo
sobre su cabeza. Por un instante pareció vacilar, luego reinició el viaje, con un
andar bastante más lento que el que traía. Sus compañeras ya estaban lejos, fuera
del papel, cerca del zócalo. La hormiga se detuvo, exactamente en el punto en que
la superficie por la que marchaba, cambiaba de color. Las seis patas hollaron una N
mayúscula y oscura. Después de una momentánea detención, terminó por
atravesarla. Ahora la superficie era otra vez clara. De pronto el terrón resbaló sobre
el papel, partiéndose en dos. La hormiga hizo entonces un recorrido que incluyó
una detenida inspección de ambas porciones, y eligió la mayor. Cargó con ella, y
avanzó. En la ruta, hasta ese instante libre, apareció una colilla aplastada. La
bordeó lentamente, y cuando reapareció al otro lado del pucho, la superficie se
había vuelto nuevamente oscura porque en ese instante el tránsito de la hormiga
tenía lugar sobre una A. Hubo una leve corriente de aire, como si alguien hubiera
soplado. Hormiga y carga rodaron. Ahora el terrón se desarmó por completo. La
hormiga cayó sobre sus patas y emprendió una enloquecida carrerita en círculo.
Luego pareció tranquilizarse. Fue hacia uno de los granos de azúcar que antes
había formado parte del medio terrón, pero no lo cargó. Cuando reinició su marcha
no había perdido la ruta. Pasó rápidamente sobre una D oscura, y al reingresar en
la zona clara, otro obstáculo la detuvo. Era un trocito de algo, un palito acaso tres
veces más grande que ella misma. Retrocedió, avanzó, tanteó el palito, se quedó
inmóvil durante unos segundos. Luego empezó la tarea de carga. Dos veces se
resbaló el palito, pero al final quedó bien afirmado, como una suerte de mástil
inclinado. Al pasar sobre el área de la segunda A oscura, el andar de la hormiga era
casi triunfal. Sin embargo, no había avanzado dos centímetros por la superficie
clara del papel, cuando algo o alguien movió aquella hoja y la hormiga rodó, más o
menos replegada sobre sí misma. Sólo pudo reincorporarse cuando llegó a la
madera del piso. A cinco centímetros estaba el palito. La hormiga avanzó hasta él,
esta vez con parsimonia, como midiendo cada séxtuple paso. Así y todo, llegó hasta
su objetivo, pero cuando estiraba las patas delanteras, de nuevo corrió el aire y el
palito rodó hasta detenerse diez centímetros más allá, semicaído en una de las
rendijas que separaban los tablones del piso. Uno de los extremos, sin embargo,
emergía hacia arriba. Para la hormiga, semejante posición representó en cierto
modo una facilidad, ya que pudo hacer un rodeo a fin de intentar la operación
desde un ángulo más favorable. Al cabo de medio minuto, la faena estaba cumplida.
La carga, otra vez alzada, estaba ahora en una posición más cercana a la estricta
horizontalidad. La hormiga reinició la marcha, sin desviarse jamás de su ruta hacia
el zócalo. Las otras hormigas, con sus respectivos víveres, habían desaparecido por
algún invisible agujero. Sobre la madera, la hormiga avanzaba más lentamente que
sobre el papel. Un nudo, bastante rugoso de la tabla, significó una demora de más
de un minuto. El palito estuvo a punto de caer, pero un particular vaivén del cuerpo
de la hormiga aseguró su estabilidad. Dos centímetros más y un golpe resonó. Un
golpe aparentemente dado sobre el piso. Al igual que las otras, esa tabla vibró y la
hormiga dio un saltito involuntario, en el curso del cual, perdió su carga. El palito
quedó atravesado en el tablón contiguo. El trabajo siguiente fue cruzar la
hendidura, que en ese punto era bastante profunda. La hormiga se acercó al borde,
hizo un leve avance erizado de alertas, pero aún así se precipitó en aquel abismo de
centímetro y medio. Le llevó varios segundos rehacerse, escalar el lado opuesto de
la hendidura y reaparecer en la superficie del siguiente tablón. Ahí estaba el palito.
La hormiga estuvo un rato junto a él, sin otro movimiento que un intermitente
temblor en las patas delanteras. Después llevó a cabo su quinta operación de carga.
El palito quedó horizontal, aunque algo oblicuo con respecto al cuerpo de la
hormiga. Esta hizo un movimiento brusco y entonces la carga quedó mejor
acomodada. A medio metro estaba el zócalo. La hormiga avanzó en la antigua
dirección, que en ese espacio casualmente se correspondía con la veta. Ahora el
paso era rápido, y el palito no parecía correr el menor riesgo de derrumbe. A dos
centímetros de su meta, la hormiga se detuvo, de nuevo alertada. Entonces, de lo
alto apareció un pulgar, un ancho dedo humano y concienzudamente aplastó carga
y hormiga.

10. El espíritu nuevo - Leopoldo Lugones


En un barrio mal afamado de Jafa, cierto discípulo anónimo de Jesús disputaba
con las cortesanas.

-La Magdalena se ha enamorado del rabí -dijo una.


-Su amor es divino -replicó el hombre.

-¿Divino?… ¿Me negarás que adora sus cabellos blondos, sus ojos profundos, su
sangre real, su saber misterioso, su dominio sobre las gentes; su belleza, en fin?

-No cabe duda; pero lo ama sin esperanza, y por esto es divino su amor.

11. La araña pollito - Horacio Quiroga


Esta gran araña se llama así, según la etimología popular, por su capacidad para
atacar y devorar un pollito. No es fácil, sin embargo, que pueda hacerlo. Ni sus
costumbres ni sus fuerzas se lo permiten con éxito. Más fácilmente se ha de
contentar con insectos de su familia, a semejanza de todas las arañas. Sus dientes,
sin embargo, no son cosa de despreciar, ni aún por un ser humano, conforme se
verá por el siguiente ejemplo: un hombre que yo conocía, envejecido en la dura vida
del extremo nordeste de la república, no había perdido a sus años la costumbre de
reírse cada vez que oía hablar del veneno de la araña pollito.
Este hombre había sido mordido dos veces por tantas yararás, y una vez por una
serpiente de cascabel. En la mitad de su vida, un rayo le había arrancado todos los
dientes superiores. Debido, sin duda, a esta familiaridad con los acontecimientos
de volumen, el hombre resistíase a admitir el peligro que encarnan los vellosos y
curvos dientes de la araña pollito.
- Yo he visto más de mil en mi vida - decía-. Y todas aplastadas de patas contra el
suelo.
Yo sabía en esa época de dos endurecidos peones de monte, que se habían
desmayado instantáneamente al ser mordidos por esa araña.
- Dos miedosos, nada más; (él sabía bien que no eran miedosos) - decía riendo
nuestro incrédulo.
Pues bien; supe una mañana que dicho hombre acababa de ser visto sentado junto
al fogón con una vincha mojada sobre la frente, quejándose bien alto mientras se
balanceaba en el banco.
Había sido mordido por una araña pollito.
Fui a ver a aquel escéptico, sin reírme en lo más mínimo, porque sospechaba que
no había lugar a risa alguna.
- ¡Maldita basura! - me dijo inmediatamente el hombre mordido -. No puedo ni
tomar agua todavía...¡Y he aplastado miles y miles de esos bichos, le aseguro...
Figúrese que hace un rato yo estaba aquí mismo... esperando que hirvieran
porotos...cuando bien por encima de mi cabeza una de esas arañas bajó del techo
por el caño de la escopeta... Yo la arranqué del caño por una pata, y en el aire sentí
que se me enredaba en los dedos...y me picó. En seguida, en el momento mismo, vi
todo azul... y sentí que las piernas se me doblaban... Y casi caigo sentado en la olla
de porotos... ¡Nunca creí, yo le juro, que uno pudiera perder tan de golpe las
fuerzas, y ver azul el barro!...
Los otros dos hombres mordidos por una araña pollito, de que he hecho mención,
sufrieron igual síncope. Uno cayó desmayado con la mitad del cuerpo dentro del
agua, y el otro se desplomó sin sentido, a pleno sol de fuego.
Pero tanto el uno como el otro, e igualmente nuestro conocido, no sufrieron
mayores molestias, salvo una ligera hinchazón de la parte mordida, y un atroz dolor
de cabeza que los hacía hamacarse gimiendo.

12. Los desarraigados - Cristina Peri Rossi


A menudo se ven, caminando por las calles de las grandes ciudades, a hombres y
mujeres que flotan en el aire, en un tiempo y espacio suspendidos. Carecen de
raíces en los pies, y a veces hasta carecen de pies. No les brotan raíces de los
cabellos ni suaves lianas atan su tronco a alguna clase de suelo. Son como algas
impulsadas por las corrientes marinas, y cuando se fijan a alguna superficie es por
casualidad y dura sólo un momento. En seguida vuelven a flotar y hay cierta
nostalgia en ello.

La ausencia de raíces les confiere un aire particular, impreciso; por eso resultan
incómodos en todas partes y no se los invita a las fiestas ni a las casas, porque
resultan sospechosos. Es cierto que en apariencia realizan los mismos actos que el
resto de los seres humanos: comen, duermen, caminan y hasta mueren, pero quizás
el observador atento podría descubrir que en su manera de comer, de dormir,
caminar y morir hay una leve y casi imperceptible diferencia. Comen
hamburguesas McDonald's o emparedados de pollo Pokins, ya sea en Berlín,
Barcelona o Montevideo. Y lo que es mucho peor todavía: encargan un menú
estrafalario, compuesto por gazpacho, puchero y crema inglesa. Duermen por la
noche, como todo el mundo, pero cuando despiertan en la oscuridad de una
miserable habitación de hotel tienen un momento de incertidumbre: no recuerdan
dónde están, ni qué día es, ni el nombre de la ciudad en que viven.

Carecer de raíces otorga a sus miradas un rasgo característico: una tonalidad


celeste y acuosa, huidiza, la de alguien que en lugar de sustentarse firmemente en
raíces adheridas al pasado y al territorio, flota en un espacio vago e impreciso.

Aunque algunos al nacer poseían unos filamentos nudosos que sin duda con el
tiempo se convertirían en sólidas raíces, por alguna razón u otra las perdieron, les
fueron sustraídas o amputadas, y este desgraciado hecho los convierte en una
especie de apestados. Pero en lugar de suscitar la conmiseración ajena, suelen
despertar animadversión: se sospecha que son culpables de alguna oscura falta, el
despojo (si lo hubo, porque podría tratarse de una carencia de nacimiento) los
vuelve culpables.

Una vez que se han perdido, las raíces son irrecuperables. En vano el desarraigado
permanece varias horas parado en una esquina, junto a un árbol, contemplando de
soslayo esos largos apéndices que unen la planta con la tierra: las raíces no son
contagiosas ni se adhieren a un cuerpo extraño. Otros piensan que permaneciendo
mucho tiempo en la misma ciudad o país es posible que alguna vez le sean
concedidas unas raíces postizas, unas raíces de plástico, por ejemplo, pero ninguna
ciudad es tan generosa.
Sin embargo, hay desarraigados optimistas. Son los que procuran ver el lado bueno
de las cosas y afirman que carecer de raíces proporciona gran libertad de
movimientos, evita las dependencias incómodas y favorece los desplazamientos. En
medio de su discurso, sopla un viento fuerte y desaparecen, tragados por el aire.

13. Nacimiento - Vicente Battista


Los antropólogos de la Universidad de Duke, en los Estados Unidos, estiman que el
hombre de Neanderthal, que habitó la tierra hace más de cuatrocientos mil años,
poseía el don de la palabra. Esta novedad podría contestar una pregunta que hasta
hoy no tenía respuesta.

Para encontrar esa respuesta habrá que retroceder hasta una tribu de Neanderthal,
una noche en especial. Los hombres y mujeres están alrededor del fuego, buscan
calor y celebran el fin de otra jornada. A la mañana de ese mismo día, los hombres
habían partido de caza en busca de alimentos. Las mujeres, en tanto, cuidaban a
sus críos. Ahora que el sol ya se fue, es tiempo de descanso y de contar las
experiencias del día. Cada hombre dice cómo atrapó a la presa que perseguía. No
sabe mentir.

Pero para uno de estos hombres la caza había sido un fracaso. Cuando llega su
turno, no tiene proezas para contar. Entonces decide inventarlas. Miente una
cacería imposible. Lo hace con tal perfección que transforma esa mentira en una
historia bella y apasionante. Todos piden que la repita. Aquella noche, sin saberlo,
ese anónimo hombre de Neanderthal acababa de inventar la literatura.

14. El mundo - Eduardo Galeano


Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.

Y dijo que somos un mar de fueguitos.

- El mundo es eso - reveló - un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos
iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente
de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire
de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros
arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se
acerca se enciende.

15. Vendrán lluvias suaves - Ray Bradbury


En el living, cantaba el reloj con voz: tic-tac, las siete, arriba, ¡las siete! como si
temiera que nadie se levantara. Esa mañana la casa estaba vacía. El reloj continuó
con su tic-tac, repitiendo y repitiendo sus sonidos en el vacío. Las siete, y uno, el
desayuno, ¡las siete y uno!

En la cocina, el horno del desayuno dejó escapar un silbido y arrojó de su cálido


interior ocho tostadas perfectamente hechas, ocho huevos perfectamente fritos,
dieciséis tajadas de panceta, dos cafés y dos vasos de leche fresca.

Hoy es 4 de agosto de 2026, dijo una segunda voz desde el cielo raso de la cocina,
en la ciudad de Allendale, California. Repitió la fecha tres veces para que todos la
recordaran. Hoy es el cumpleaños del señor Featherstone. Hoy es el aniversario de
casamiento de Tilita. Hay que pagar el seguro, y también las cuentas de agua, gas y
electricidad.

En algún lugar dentro de las paredes, los transmisores cambiaban, las cintas de
memorias se deslizaban bajo los ojos eléctricos.

Ocho y uno, tictac, ocho y uno, a la escuela, al trabajo, corran, corran, ¡ocho y uno!
Pero no se oyeron portazos, ni las suaves pisadas de las zapatillas sobre las
alfombras. Afuera llovía. La caja meteorológica en la puerta de entrada recitó
suavemente: Lluvia, lluvia, gotas, impermeables para hoy… Y la lluvia caía sobre la
casa vacía, despertando ecos.

Afuera, la puerta del garaje se levantó, sonó un timbre y reveló el auto preparado.
Después de una larga espera la puerta volvió a bajar.

A las ocho y treinta los huevos estaban secos y las tostadas duras como una piedra.
Una pala de aluminio los llevó a la pileta, donde recibieron un chorro de agua
caliente y cayeron en una garganta de metal que los digirió y los llevó hasta el
distante mar. Los platos sucios cayeron en una lavadora caliente y salieron
perfectamente secos.

Nueve y quince, cantó el reloj, hora de limpiar.

De los reductos de la pared salieron diminutos ratones robots. Los pequeños


animales de la limpieza, de goma y metal, se escurrieron por las habitaciones.
Golpeaban contra los sillones, giraban sobre sus soportes sacudiendo las alfombras,
absorbiendo suavemente el polvo oculto. Luego, como misteriosos invasores,
volvieron a desaparecer en sus reductos. Sus ojos eléctricos rosados se esfumaron.
La casa estaba limpia.

Las diez. Salió el sol después de la lluvia. La casa estaba sola en una ciudad de
escombros y cenizas. Era la única casa que había quedado en pie. Durante la noche,
la ciudad en ruinas producía un resplandor radiactivo que se veía desde kilómetros
de distancia.
Las diez y quince. Los rociadores del jardín se convirtieron en fuentes doradas,
llenando el aire suave de la mañana de ondas brillantes. El agua golpeaba contra
los vidrios de las ventanas, corría por la pared del lado oeste, chamuscado, donde la
casa se había quemado en forma pareja y había desaparecido la pintura blanca.
Todo el lado occidental de la casa estaba negro, excepto en cinco lugares. Allí la
silueta pintada de un hombre cortando el césped. Allá, como en una fotografía, una
mujer inclinada, recogiendo flores. Un poco más adelante, sus imágenes quemadas
en la madera, en un instante titánico, un niñito con las manos alzadas; un poco más
arriba, la imagen de una pelota arrojada, y frente a él una niña, con las manos
levantadas como para recibir esa pelota que nunca bajó.

Quedaban las cinco zonas de pintura: el hombre, la mujer, los niños, la pelota. El
resto era una delgada capa de carbón.

El suave rociador llenó el jardín de luces que caían.

Hasta ese día, cuánta reserva había guardado la casa. Con cuánto cuidado había
preguntado: «¿Quién anda? ¿Contraseña?», y, al no recibir respuesta de los zorros
solitarios y los gatos que gemían, había cerrado sus ventanas y bajado las persianas
con una preocupación de solterona por la autoprotección, casi lindante con la
paranoia mecánica.

La casa se estremecía con cada sonido. Si un gorrión rozaba una ventana, la


persiana se levantaba de golpe. ¡El pájaro, sobresaltado, huía! ¡No, ni siquiera un
pájaro debía tocar la casa!

La casa era un altar con diez mil asistentes, grandes y pequeños, que reparaban y
atendían, en grupos. Pero los dioses se habían marchado, y el ritual de la religión
continuaba, sin sentido, inútil.

Las doce del mediodía.

Un perro aulló, temblando, en el pórtico de entrada.

La puerta del frente reconoció la voz del perro y abrió. El perro, antes enorme y
fornido, en ese momento flaco hasta los huesos y cubierto de llagas, entró en la casa
y la recorrió, dejando huellas de barro. Detrás de él se escurrían furiosos ratones,
enojados por tener que recoger barro, alterados por el inconveniente.

Porque ni un fragmento de hoja seca pasaba bajo la puerta sin que se abrieran de
inmediato los paneles de las paredes y los ratones de limpieza, de cobre, saltaran
rápidamente para hacer su tarea. El polvo, los pelos, los papeles, eran capturados
de inmediato por sus diminutas mandíbulas de acero, y llevados a sus madrigueras.
De allí, pasaban por tubos hasta el sótano, donde caían en un incinerador.

El perro subió corriendo la escalera, aullando histéricamente ante cada puerta,


comprendiendo por fin, lo mismo que comprendía la casa, que allí sólo había
silencio.
Husmeó el aire y arañó la puerta de la cocina. Detrás de la puerta, el horno estaba
haciendo panqueques que llenaban la casa de un olor apetitoso mezclado con el
aroma de la miel.

El perro echó espuma por la boca, tendido en el suelo, husmeando, con los ojos
enrojecidos. Echó a correr locamente en círculos, mordiéndose la cola, lanzado a un
frenesí, y cayó muerto. Estuvo una hora en el living.

Las dos, cantó una voz.

Percibiendo delicadamente la descomposición, los regimientos de ratones salieron


silenciosamente, como hojas grises en medio de un viento eléctrico.

Las dos y quince.

El perro había desaparecido.

En el sótano, el incinerador resplandeció de pronto con un remolino de chispas que


saltaron por la chimenea.

Las dos y treinta y cinco.

De las paredes del patio brotaron mesas de bridge. Cayeron naipes sobre la felpa,
en una lluvia de piques, diamantes, tréboles y corazones. Apareció una exposición
de Martinis en una mesa de roble, y saladitos. Se oía música.

Pero las mesas estaban en silencio, y nadie tocaba los naipes.

A las cuatro, las mesas se plegaron como grandes mariposas y volvieron a entrar en
los paneles de la pared.

Cuatro y treinta.

Las paredes del cuarto de los niños brillaban.

Aparecían formas de animales: jirafas amarillas, leones azules, antílopes rosados,


panteras lilas que daban volteretas en una sustancia de cristal. Las paredes eran de
vidrio. Se llenaban de color y fantasía. El rollo oculto de una película giraba
silenciosamente, y las paredes cobraban vida. El piso del cuarto parecía una
pradera. Sobre ella corrían cucarachas de aluminio y grillos de hierro, y en el aire
cálido y tranquilo las mariposas rojas de delicada textura aleteaban entre los
fuertes aromas que dejaban los animales… había un ruido como de una gran
colmena amarilla de abejas dentro de un hueco oscuro, el ronroneo perezoso de un
león. Y de pronto el ruido de las patas de un okapi y el murmullo de la fresca lluvia
en la jungla, y el ruido de pezuñas en el pasto seco del verano. Luego las paredes se
disolvían para transformarse en campos de pasto seco, kilómetros y kilómetros
bajo un interminable cielo caluroso. Los animales se retiraban a los matorrales y a
los pozos de agua.

Era la hora de los niños.

Las cinco. La bañera se llenó de agua caliente y cristalina.

La seis, la siete, las ocho. La vajilla de la cena se colocó en su lugar como por arte de
magia, y en el estudio hubo un click. En la mesa de metal frente a la chimenea,
donde en ese momento chisporroteaban las llamas, saltó un cigarro, con un
centímetro de ceniza gris en la punta, esperando.

Las nueve. Las camas calentaron sus circuitos ocultos, porque las noches eran frías
en esa zona.

Las nueve y cinco. Habló una voz desde el cielo raso del estudio: Señora Mc Clellan,
¿qué poema desea esta noche?

La casa estaba en silencio.

La voz dijo por fin:

Ya que usted no expresa su preferencia, elegiré un poema al azar. Comenzó a oírse


una suave música de fondo. Sara Teasdale. Según recuerdo, su favorito…

Vendrán las lluvias suaves y el olor a tierra


Y el leve ruido del vuelo de las golondrinas

El canto nocturno de los sapos en los charcos


La trémula blancura del ciruelo silvestre

Los ruiseñores con sus plumas de fuego


Silbando sus caprichos en la alambrada

Y ninguno sabrá si hay guerra


Ni le importará el final, cuando termine

A nadie le importaría, ni al pájaro ni al árbol,


Si desapareciera la humanidad

Ni la primavera, al despertar al alba,


Se enteraría de que ya no estamos.

El fuego ardía en la chimenea de piedra y el cigarro cayó en un montículo de ceniza


en el cenicero. Los sillones vacíos se miraban entre las paredes silenciosas, y
sonaba la música.
A las diez la casa comenzó a apagarse.

Soplaba el viento. Una rama caída de un árbol golpeó contra la ventana de la


cocina. Un frasco de solvente se hizo añicos sobre la cocina. ¡La habitación ardió en
un instante!

¡Fuego! gritó una voz. Se encendieron las luces de la casa, las bombas de agua de
los cielos rasos comenzaron a funcionar. Pero el solvente se extendió sobre el
linóleo, lamiendo, devorando, bajo la puerta de la cocina, mientras las voces
continuaban gritando al unísono: ¡Fuego, fuego, fuego!

La casa trataba de salvarse. Las puertas se cerraban herméticamente, pero el calor


rompió las ventanas y el viento soplaba y avivaba el fuego.

La casa cedió mientras el fuego, en diez mil millones de chispas furiosas, se


trasladaba con llameante facilidad de una habitación a otra y luego subía la
escalera. Mientras las ratas de agua se escurrían y chillaban desde las paredes,
proyectaban su agua, y corrían a buscar más. Y los rociadores de la pared soltaban
chorros de lluvia mecánica.

Pero demasiado tarde. En alguna parte, con un suspiro, una bomba se detuvo. La
lluvia bienhechora cesó. La reserva de agua que había llenado los baños y había
lavado los platos durante muchos días silenciosos se había terminado.

El fuego subía la escalera, creciendo, se alimentaba en los Picasso y los Matisse de


las salas del piso alto, como si fueran manjares, quemando los óleos, tostando
tiernamente las telas hasta convertirlas en despojos negros.

¡El fuego ya llegaba a las camas, a las ventanas, cambiaba los colores de los
cortinados!

Luego, aparecieron los refuerzos.

Desde las puertas trampa del altillo, los rostros ciegos de los robots miraban con
sus bocas abiertas de donde salía una sustancia química verde.

El fuego retrocedió, como habría retrocedido hasta un elefante a la vista de una


serpiente muerta. En ese momento había veinte serpientes ondulando por el suelo,
matando el fuego con un claro y frío veneno de espuma verde.

Pero el fuego era inteligente. Había lanzado llamas fuera de la casa, que subieron al
altillo donde estaban las bombas. ¡Una explosión! El cerebro del altillo que dirigía
las bombas quedó destrozado.

El fuego volvió a todos los armarios y las ropas colgadas en ellos.


La casa se estremeció, hasta sus huesos de roble, su esqueleto desnudo se encogía
con el calor, sus cables, sus nervios salían a la luz como si un cirujano hubiera
abierto la piel para dejar las venas y los capilares rojos temblando en el aire
escaldado. ¡Auxilio, auxilio! ¡Fuego! ¡Rápido, rápido!

El calor quebraba los espejos como si fueran el primer hielo delgado del invierno. Y
las voces gemían, fuego, fuego, corran, corran, como una trágica canción infantil.

Y las voces morían mientras los cables saltaban de sus envolturas como castañas
calientes. Una, dos, tres, cuatro, cinco voces murieron y ya no se oyó ninguna.

En el cuarto de los niños ardió la jungla. Rugieron los leones azules, saltaron las
jirafas púrpuras. Las panteras corrían en círculos, cambiando de color, y diez
millones de animales, corriendo frente al fuego, se desvanecieron en un lejano río
humeante…

Murieron diez voces más. En el último instante, bajo la avalancha de fuego, se oían
otros coros, indiferentes, que anunciaban la hora, tocaban música, cortaban el
pasto con una máquina a control remoto, o abrían y cerraban frenéticamente una
sombrilla, cerraban y abrían la puerta del frente, sucedían mil cosas, como en una
relojería donde cada reloj da locamente la hora antes o después que otro. Era una
escena de confusión maníaca, pero sin embargo una unidad; cantos, gritos, los
últimos ratones de la limpieza que se abalanzaban valientemente a llevarse las feas
cenizas… y una voz, con sublime indiferencia ante la situación, leía poemas en voz
alta en el estudio en llamas, hasta que se quemaron todos los rollos de películas,
hasta que todos los cables se achicharraron y saltaron los circuitos.

El fuego hizo estallar la casa que se derrumbó de golpe, en medio de las olas de
chispas y humo.

En la cocina, un instante antes de la lluvia de fuego y madera, pudo verse al horno


preparando el desayuno en escala psicopática, diez docenas de huevos, seis panes
convertidos en tostadas, veinte docenas de tajadas de panceta, que, devorados por
el fuego, ponían a funcionar nuevamente el horno, que silbaba histéricamente…

La explosión. El altillo que caía sobre la cocina y la sala. La sala sobre el subsuelo,
el subsuelo sobre el segundo subsuelo. El freezer, un sillón, rollos de películas,
circuitos, camas, todo convertido en esqueletos en un montón de escombros, muy
abajo.

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