La Amortajada Texto Completo
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LA AMORTAJADA
NOVELA
Segunda edicibn
N A S C I M E N T 0
SANTIAGO C H I L E
1941
Y Iuego que hubo anochecido, se le ,entreabrie-
ron 10s ojos. Oh, un POCO, muy poco. Era como si
quisiera mirar escondida detris de sus largas pes-
taiias.
A la llama de 10s altos cirios, cuantos la velaban
se inclinaron, entonces, para observar la limpbeza y
la transparencia de aquella franja de pupila que la
muerte no habia logrado empaiiar. Respetuosamen-
te maravillados se inclinaban, sin saber que Ella 10s
veia.
Porque Ella veia, sentia.
Y es asi como se ve inm6vi1, tendida boca arriba
.en el amplio lecho revestido ahora de las sibanas
bordadas, perf umadas de espliego,-que 3e guardan
siempre bajo Ilave-y se ve envuelta en aquel bat&
de raso Manco que solia volverla tan grkil.
Levemente cruzadas sobre el pecho y oprimiendo
un crucifijo, visfumbra sus manos; sus manos que
han adquirido la delicadeza frivola de dos palomas
sosegadas.
Ya no le incomoda bajo la nuca esa espesa mata ..
de pelo que durante su enfermedad se iba volviendo,
minuto por minuto, m6s hGmeda y mis pesada.
Consiguieron, a1 fin, desenmaraiiarla, aIisarIa, di-
vidirla sobre la frente.
H a n descuidado, es cierto, recogerla.
Pero ella no ignora que la masa sombria de una
cabellera desplegada presta a toda mujer extendida
y durmiendo un ceiio de misterio, un perturbador
encanto.
Y de golpe se siente sin una sola arruga, pilida y
bella como nunca.
L A AiMORTAJADA 7
Es 61, 61.
Alli est6 de pie y mir6ndola. Su presencia anula
de golpe 10s largos aiios baldios, Ias horas, 10s dias
que el destino interpuso entre ellos dos, lento, os-
curo, tenaz.
Despub. . .
Aiios despuks fuk entre nosotros el gesto dulce y
terrible cuya nostalgia suele encadenar para siem-
pre.
Durante D I U ~ ~ O dias
S vivi aturdida gor la €el+&
dad. Me habias marcado para siernpre. Aunque la
repudiaras, seguiias poseyendo mi came humillada,
acarici5ndola con tus manos ausentcs, modificin-
doh
Ni un insiaaenm pens; en las consccuencias de to-
do aqueIlo. No peiisaba sin0 eii gozar de esa presen-
cia t u p cia mis entraiias. Y escushaba tu beso, Io de-
jaha crecer $entre de mi.
1
’ , opriinia. Y
nuto por minuto su g e m a u m e n t a ~ ~me
aqui que tras rnuchas horas de I~eh3,tomb, pa-
ra evadirsc, el mistno cainino de la vispera, y se fuC
nuevarnente, sin que me revelara su secrcta r a z h
de se2.
la tormenta.
- Ven”-rnlarmlaraba
tc
Itrego, m i s bajo y piilklo.
A medida que avanzaha me estimatlaba un duke
y- creciente calor.
Y seguia avanzandn, solamente para sentirme mi§
llena de vi&.
Corriendo casi, descendi el sender0 que baja a la
hondonada donde ]as c a m se apI2stan agobiadas por
la madreselva, rnientras 10s subian, ladrando,
a buscarme.
Recuerdo que me echi extenuada sobre la silla de
paja que la mlajer del mayordomo me ~freci6en la
cocina, La pobre hab!aba a borbotones . - Q u d
tiempo!” “iQlai hurnedad!” “Bola Ricardo lleg6 es-
ta tarde”. “Est6 descansando”. “Ha pedido que no
lo despiertcn hasta la hora de la c~mida”. “Tal vez
seri mejor que la seiiorita se vlaelva a su € L I ~ Qan-
tes de que descargue el aguacero . ”
Yo sorbia el mate e inclinaba d6cilrnente la ca-
baa.
“Don Ricardo 1Ieg6 esta tarde”. ZTan ligados nos
half6hamos el a t n ~al otro, que mis senti$os me ha-
bian anunciado tu venida?
No te molest;, no. Conocia tus agresivos desper-
tares. Me volvi precipitadamente, bajo las primeras
gotas de h v i a .
LA Ah.IBRTAJADA 27
--“Vamos, varnos”.
--“iAd6rtde?”
Alguien, a l p , la toma de la mano, la obliga a
alzarse.
Como si entrara, de golpe, en un nudo de vien-
tos encontrados, danza en tin punto fijo, ligera, igual
a un cop0 de nieve.
--“Vamos”.
--“iAd6nde?”
--“mS a11i59.
--“iAd&nde?
--“Vamos”.
Y va. Alguien, algo la arrastra, la guia a travEs
de una ciudad abandonada y recubierta por una ca-
pa de polvo de ceniza, tal como si sobre ella hubie-
ra delicadamente soplado una brisa macabra.
Anda. Anochece. Anda.
U n prado. En el coraz6n mismo de aquella ciu-
dad maldita, un prado reciin regado y fosforescente
de insectos.
D a un paso. Y atraviesa el doble aniiio de r,iebJa
que Io circuada. Y entra en las lucidrnagas, hasta 10s
hombros, como en ua flotante ~ O I V Ode oro.
Ay. iQud fuerza es fsta que la cnvuelve y la arre-
bata?
MeIa aqui, nuevamente inmhvil, tendida boca
arriba en el amplio lecho.
Liviana. Se siente Iiviana. Intenta moverse y no
pede. Es corn0 si fa capa mis secreta, mis profun-
da de su cuerpo se revolviera aprisionada dentro de
m a s capas mis pesadas que no pudiera alzar y que
la retienen clavada, alii, entre el chisgorroteo aceito-
so de dos cirios.
LA AMQRTAJADA 39
-
ne su amor!
5s raro que un amor hwi?ille>no cor-siga sino hu-
millar.
EI amor de Fernando la hrlrnillb siempre. La ha-
c k sentirsa m5s pobre. No era la enfermedad que le
manehaba la pie1 y IC agriaba el carkter lo que le
molestaba en &I, ai como a todos, su desagradable in-
teligencia, altanera y positiva.
Lo despreciaba porquc IIQ cra fcliz, p r q u e no te-
nia suerte.
dDe qui manera SE irnp~sosin embargo en su vi-
da hasta volvkrsele un mal necesario? El bien lo sa-
be: haciindose su confidente.
iAh, sus confideneias! jQu5 arrepentirniento la
embargaba siempre, despuis!
Oscuramente presentia que Fernando se alimen-
taba de su rabia o de su tristeza; que mtntras ella
hablaba, 51 analizaba, calculaba, gozaba sus desen-
gaiios, creyendo tal vez que la cercarian hasta arro-
jarla inevitablemente en sus brazos. Presentia que
con sus cargos y sus quejas suministraba material a
la secreta envidia que 61 abrigaba contra su marido.
LA AMORTAJADA 41
-
tc
Sufro, sufro de ti COMO de una herida constante-
mente abierta”.
Durante aiios se habia reptido en voz baja esta
frase porque tenia cI tnisterioso don de hacerla esta-
llar en 16grimas. T a n s d o asi lograba detener unos
instantes el trabajo de la aguja ardiente que le lace-
raba sin tregua cl coraz6n. Durante aiios, hasta el
agotmiento, hasta el cansancio.
“Sufro, sufro de ti ”, empezaba a suspirar un
&a cuando, de golpe, apret6 10s labios y call6 aver-
gonzads. i k h qui seguir disimulindose a si misma
que, desde hacia tiempo, 5e forzaba para lborar?
Era verdad que sufria; pero ya no la apenaba e!
desamor de su marido, ya no la ablandaba la idea
$e su propia desdicha. Cierta irritacih y un sordo
rencor secaban, pervertian su sufrimiento.
Los aiios fuersn hostigando lucgo esa irritacicin
basta Ia ira, ronvirtieron su timido rencor en una
idea bien determinada de desquite.
Y el odio vino entonces a prolongar el lazo que la
unia a Antonio.
El odio, si, un odio silencioso que en lugar de con-
sumirla la fortificaba. Un odia que la hacia madu-
rar grandiosos proyectos, casi siempre abortados en
mezquinas venganzas.
El odio, si, el odio, bajo cuya ala sombria rtspi-
raba, dormia, reia; el odio, su fin, su mejor ocupa-
c i h . Un odio que las victorias no amainaban, que
enardecian, coni0 si Ia enfuresicra ewsontrar tan PO-
ca resistencia.
29
-Vamos ..
Del fond0 de una carretera, ardiente bajo el sol,
avanzan a su encuentro inmensos remolinos de polvo.
Hela aqui arrollada en impalpables sibanas de fuego.
--“Vamos, vamos”.
--“iAdSnde?
--‘‘Mis di.
LA. AMQRTAJADA /Y
tc
iNo te vayas, th, tii! . . ”
iQuC grito es Cste? ~ Q L G labios buscan y pal-
pan sus manos, su cuello, su frente?
‘Debiera estar prokibido a 10s vivos toear la carne
misteriosa de 10s muersss.
LA AMORTAJADA 81
6
82 MARIA LUISA BOMBAL
TERESA,
ANA M A ~ ACECILIA.
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