362-Texto Del Artículo-1094-1-10-20180829
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Un tópico muy difundido (sobre todo entre aquéllos que invirtieron la vida
dominando un instrumento) considera que la música sólo existe como pretexto
para que el instrumentista manifieste su virtuosismo. Este sofisma amplifica su
error cuando se confunde la maestría de un intérprete con su velocidad (lo cual
implicaría reducir el oficio del Arte a mero récord Guiness). Si se aplicara la
definición de cierto novelista irlandés que considera al arte como «la disposición
voluntaria de la materia sensible con un fin estético»,1 se deduciría que ni las
notas musicales, ni los dedos del violinista, ni las cuerdas vocales del cantante,
constituyen la «materia sensible» de la música, la cual está conformada, en un
sentido más amplio, por todas las posibilidades del sonido (entendido como una
sumatoria de la frecuencia, la intensidad, la duración y el timbre) cuando se somete
a una estructura temporal (rítmica, melódica y armónica) elegida por el artista para
producir un resultado estético, e inducir en el escucha una determinada emoción,
una cierta parálisis.
Durante siglos, a partir de las indagaciones pitagóricas, Occidente había
confundido el arte musical con la teoría casi matemática de la tonalidad, ese
sistema de notas, escalas, corcheas y semicorcheas que se pretendía universal.
Como se sabe, este reduccionismo entró en crisis con los hallazgos tonales de
Debussy (sus escalas de seis tonos) con el atonalismo de Schönberg (sus escalas de
doce semitonos) o el microtonalismo de Julián Carrillo (y su sonido trece). Aunado
a esto, el redescubrimiento de las músicas no occidentales (en especial la árabe, la
africana y la oriental) impulsó a los músicos a discernir, por un lado, alternativas a
la tonalidad occidental y, por el otro, a buscar nuevos timbres, pues la tradicional
orquesta sinfónica, con sólo tres categorías de instrumentos (cuerdas, vientos y
percusiones), cada vez resultaba más limitada.
Por ello escribió el futurista Luigi Russolo su manifiesto L’arte dei rummori,
publicado en 1913: «Al principio, el arte musical buscaba la suave y límpida
pureza del sonido. Amalgamaban diferentes sonoridades para interesar el oído
con suaves armonías. Ahora, el arte apunta a las más penetrantes, extrañas y
disonantes amalgamas de sonidos. Nos aproximamos al ruido».2 De acuerdo
a Russolo, el hombre tenía acceso a un menor número de ruidos en el pasado y casi
todos tenían origen natural. Como buen futurista, suponía que el desarrollo de la
música, si quería reflejar la vida, debería ser paralelo al incremento de la
maquinaria en el ámbito humano, pues nuestro oído (anestesiado por la cacofonía
del mundo moderno) requería de mayores estímulos que los otorgados por la
música tradicional:
Sí, The Art of Noise habita en el futuro como si fuera su casa y desde ahí componen
música para el presente, pero con la esperanza de anclar en el pasado: por algo
eligieron una pintura de Ucello como portada para su primer disco. La carga
intelectual que nutre sus conceptos se compensa —y se refuerza— con su ingenio,
su frescura, su fe en el ritmo y la melodía. Lejos del humorismo involuntario que
emanaban los futuristas italianos o de la seriedad que petrificaba a los
experimentalistas electrónicos y concretos, The Art of Noise ha cumplido con
creces sus objetivos. Al margen de la moda y los medios masivos, por un lado creó
una obra de subterránea y profunda influencia y, por el otro, impuso en la práctica
un venerable principio del arte moderno: la impersonalidad de la obra, la
desaparición del artista detrás de su creación.
En muchos aspectos de la música pop, durante los noventa tuvo lugar una reacción
contra el conformismo que (con sus honrosas excepciones) dominó durante la
década anterior. Acaso como síntoma del pesimismo nihilista que caracteriza a la
generación X (reflejado en películas como The doom generation y Trainspoting,
cuya banda sonora es todo un documento musical noventero), en Estados Unidos
surgió el grungey en Europa se propagó un nuevo movimiento de música electrónica
—con un pie en las discotecas, otro en el rock y el otro (como buen mutante) en la
vanguardia. AphexTwin, Prodigy, Robert
Miles, Propellerheads, Tricky, Goldie, Massive Attack, Portishead, Underworld, Che
mical Brothers y Leftfield son sólo algunos de los nombres que empezaron a
divulgarse por la radio, MTV y la prensa especializada, al parejo de palabras
como dance, house, ambient, techno industrial, acid, drum’n’bass,
trance, trip hop o jungle, con las cuales se pretendía definir la insólita variedad de
géneros que ha surgido del sintetizador, el sampler y la caja de ritmos, y alrededor de
la cual ha comenzado a girar el fenómeno rave.12
Entre esta barahúnda habría que destacar, por su radicalismo, originalidad y
consistencia, la propuesta musical de The Future Sound of London (FSOL), el dueto
conformado por Gary Cobain y Brian Dougans —quienes, no conformes con su casi
anonimato, se han enmascarado también bajo múltiples
nombres: AmorphousAndrogynous, Art Science Technology, Candese, The Far-
out Son of Lung, Humanoid, Indo Tribe, Intelligent Comunication, Mental
Cube, Metropolis, SemiReal, Semtex, Smart Systems, Yage o Yunie. Mezcla singular
de arte y ciencia, Cobaintiene licenciatura en electrónica, y Brian se graduó como
ingeniero de sonido. Tras algunos experimentos más o menos exitosos, alcanzaron
el reconocimiento con el single «Papua Nueva Guinea», que apareció en
el soundtrack del film Cool World(híbrido de animación al estilo Roger Rabbit,
estelarizado por Brad Pitt y Kim Basinger), y que les permitió un jugoso contrato
con la empresa Virgin Records.
A partir de entonces han demostrado una constante
metamorfosis. Accelerator (1992), incluye «Papua Nueva Guinea» y tiene un estilo
bailable, dance, herencia de los primeros intentos solistas de Brian Dougans. En
cambio, su disco doble Lifeforms (1994), que de inmediato alcanzó el status de
clásico, contiene música que altera la mente con ambientes orgánicos, densos
sonidos electrónicos, samples de la película Alien y del Canon en D menor de
Pachelbel.13 Después, bajo la influencia de Joy Division y Dead Can Dance,
con Dead Cities (1996) se encaminaron a terrenos más oscuros, en los cuales
extrajeron otra joya, retorcida como perla barroca: todo un himno cyberpunk, con
síncopas desquiciadas, guitarras belicosas, coros de arcángeles caídos, ciudades
fantasmas y juguetes milenarios.
Mención aparte merecen los sencillos de FSOL,14 en los cuales —como
maestros del remix— nos presentan versiones extendidas y totalmente diferentes
de las canciones incluidas en los álbumes, como si quisieran demostrar que la
electrónica no se caracteriza por la monotonía, y que la buena música no agota en
cinco minutos sus posibilidades, sobre todo para un grupo que considera a sus
discos como el punto de partida para ambicioso proyecto que incluye la utilización
de las artes plásticas,15 videos, multimedia y realidad virtual para redondear un
concepto donde lo único ausente es el narcisismo de sus creadores.
De hecho, ellos no se consideran músicos, sino artistas del collage: sus obras
se edifican a partir de ruidos callejeros, tambores tribales, programas de radio y
televisión, cantos étnicos, samples de otros músicos (debidamente acreditados),
con el fin de construir una música realista —por lo cual sus temas no resultan
vivaces y despreocupados, sino severos y escépticos: su extravagante atonalidad no
proviene de la gélida teoría sino de una candente praxis. Además, no ofrecen
conciertos en directo, pues los consideran una concesión redundante, típica del
estilo de vida de la música pop. A cambio, desde su estudio ofrecen conciertos en
vivo, «giras virtuales» vía satélite, por radio y televisión, a veces acompañando su
música con imágenes de video y animaciones generadas por computadora.16 Sin
embargo, ellos insisten que el centro gravitacional de toda su propuesta reside en
su música o, más aún, en las posibilidades que te brinda la tecnología electrónica.
NOTAS
1. JOYCE, James, Retrato del artista adolescente, Lumen, Barcelona, 1998, p. 246.
2. RUSSOLO, Luigi, «The art of noises», Monographs in musicology # 6, Pendragon Press,
Nueva York, 1986. Aunque esta revista se encuentra agotada, existen versiones del artículo
en internet, por ejemplo, en: http://www.ccapitalia.net/macchina/arte-de-los-ruidos.htm.
3. Ibídem.
4. SCHAEFFER, Pierre, Tratado de los objetos musicales, Alianza Música, Alianza Editorial,
Madrid, 1988, p. 20.
5. BERIO, Luciano, «Poesia e Musica —un’esperienza», en Incontre Musicali III,
Editorial Suvini Zerboni, Milan, 1958.
6. Ibídem, p. 43.
7. Quien, por cierto, fue el único compositor francés que se entusiasmó con el concierto que
ofreció Luigi Russolo en 1920, armado con su máquina de ruidos, denominada
«Intonarumori» o «Rumorarmonio», de la cual sólo se conservan algunas fotografías.
8. Sample: sonido pregrabado (analógica o digitalmente) que después se modifica y mezcla
con otros sonidos. Loop: sample que, al ser repetido una y otra vez, no pierde continuidad:
los más frecuentes son los loops de percusiones que contienen un número entero de
compases.
9. Morley, Paul, Art of noise – a biography,
en http://www.ztt.com/archive/dialogue/art_of_noise_a_biography_by_paul_morley.ht
ml.
10. Ibídem.
11. Ibídem.
12. El rave es una fiesta que dura toda la noche, abierta a todo público, donde predomina
la música techno. El número de asistentes varía entre 50 y 25 000. En un rave, el disc-
jockey se erige en chamán: un sacerdote que canaliza la energía y controla los viajes
psíquicos de los ravers danzantes por medio de la música adecuada, a la cual manipulan
mediante un set de beats (ritmos) y samples. Los ravers comparan sus fiestas con las
ceremonias religiosas de los indios americanos, de las sociedades esquimales, siberianas e
hindúes, donde la música se vuelve una llave que conduce a un estado psicológico donde se
experimentan arrebatos y visiones.
13. Con lo cual se vuelve a demostrar que, para viajar al futuro, hay que transitar primero
por el pasado. O, en otras palabras, que sin tradición no hay vanguardia.
14. Entre otros: Papua Nueva Guinea, Cascade, Far-out son of lung and the ramblings of
a madman, We have explosives y My kingdom.
15. Destaca la participación del artista gráfico Buggy G. Riphead en las portadas y en las
pródigas ilustraciones que adornan sus discos.
16. Estos conciertos virtuales fueron reunidos en ISDN (Integrated Services Digital
Network, 1994-1995) y en el sencillo Far-out son of lung and the ramblings of a madman.
17. Entrevista para la revista Mixmag, octubre
1993: http://www.secondthought.co.uk/fsol/mix93.htm.