La Dama de Las Mentiras - Alessandra Danielle

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Para aquellos “juguetes rotos” que tomaron hilo y

aguja y se cosieron a sí mismos, para quienes


encontraron el amor de su vida en una cafetería y
para ti, que me permitiste encontrarte en una de
ellas.
Prólogo
Mis pasos son lentos y cautelosos cuando me acerco a la camilla.
Observo las vías que viajan hasta sus venas. Sé que de fondo se escucha el
sonido de la máquina del cardiograma, pero mis pensamientos gritan mucho
más alto. Todo esto es mi culpa. Si tan solo hubiese hecho caso a las
advertencias...
"Te avisé, me ignoraste y ahora pagarás las consecuencias."
No debí haber permitido que se involucrara de esta forma y ahora por mi
culpa está aquí, en una cama de hospital, sin saber cuándo los rayos del sol
se reflejarán en sus ojos de nuevo. Ni siquiera merezco estar aquí. Tomo su
mano entre la mía, ya he perdido a demasiadas personas, no puedo agregar
una más a la lista, no lo soportaría. Acaricio su mano con las yemas de mis
dedos, quiero memorizar una última vez la textura de su piel. Tras unos
minutos, aparto las lágrimas que me traicionan huyendo a través de mis
mejillas, dejo un beso suave sobre su frente y salgo de la habitación.
No quiero hacer esto, pero es lo mejor para todos. Es la única forma de
evitar que muera más gente, que muera todo el que esté a mi alrededor. ¿Me
odiará por esto cuando despierte? Lo más seguro, pero en la vida hay que
tomar decisiones que no nos gustan, decisiones que nos pueden romper el
alma, pero salvar la de alguien más. A veces, lo mejor que puedes hacer por
alguien es simplemente desaparecer de su vida. Irte con el corazón en la
mano y la cabeza llena de escenarios ilusorios que desde el principio sabías
que jamás ocurrirían, pero eso tiene el amor, ¿no? La capacidad de romper
tus muros y barreras, de destrozar en pedazos tus corazas y permitirte eso
de lo que habías estado huyendo toda la vida, soñar. Imaginar sueños con
fecha de caducidad.
Capítulo 1
Una mujer de éxito
—Alondra Miller, se te asciende al puesto de accionista al adquirir las
acciones de la empresa, lo cual te convierte en accionista mayoritaria al
poseer el cincuenta por ciento de esta, ¿estás de acuerdo?
Sonrío siendo consciente del poder que le otorga el pintalabios color
granate a mi ya de por sí poderosa sonrisa.
—Estoy de acuerdo.
Salgo de la sala sin poder dejar de reproducir la imagen mental de Angela
y Tomás firmando. Él tiene el treinta por ciento de la empresa y ella el
veinte restante, es fácil saber a por quién ir ahora. Tomás no está nada mal.
Metro ochenta, rubio y de ojos azules, pero me tiene demasiada envidia.
Apenas nos dirigimos las miradas, al menos no de forma directa, porque
cuando paso cerca de él puedo notar cómo su mirada se clava en mí, más
concretamente en mi culo.
Los tacones de punta de aguja resuenan detrás de mí y no puedo evitar
reírme para mis adentros al ver cómo toda esta panda de cerdos se dislocan
el cuello al verme pasar, en fin, simples empleados. Como hoy tengo el día
libre, voy directa al aparcamiento, donde mi precioso Ford Mustang negro
recién comprado me espera. Cuanto más lo miro, más me enamoro. Dejo el
bolso en el asiento del copiloto y me miro el maquillaje de los ojos a través
del espejo retrovisor. El pelo negro en compañía de la sombra oscura y el
eyeliner negro me resaltan los ojos grises. Caigo en cuenta de que llevo
demasiado tiempo mirándome en el espejo antes de meter la llave y
arrancar el coche. ¿He dicho ya lo mucho que me obsesionan los espejos?
La carretera está tranquila, eso me permite excederme un poco y subir la
velocidad. Que le den a la ley. Siempre llevo el control de todo lo que me
rodea o me corresponde. Reduzco justo antes de llegar a la rotonda. Llego a
la entrada de la calle y admiro con orgullo mi casa reformada, recién
terminada de perfeccionar, y no puedo evitar sonreír. Dejo el coche en el
garaje y tecleo el código de la alarma de seguridad de la casa. Todo está
tranquilo y en orden, tal cual lo he dejado, como debe ser. Me sirvo una
copa de vino, pero no me la tomo, la dejo encima de la isla de la cocina
antes de ir a cambiarme. El espejo del tocador de mi habitación me recibe,
limpio, inmaculado e impecable. Una pequeña habitación sin puerta al
fondo de la habitación me lleva a mi vestidor, no quería ni uno empotrado
ni uno normal así que, ¿qué mejor idea que hacerle su propia habitación?
Me descalzo los tacones y los dejo en el hueco vacío al que corresponden
junto al resto, ordenados por colores desde el más oscuro al más claro. Me
desmaquillo frente al tocador, el pelo negro en ondas me roza la cintura. No
suelo llevar mucho maquillaje, los ojos son lo único que potencio más a
fondo, pues ellos y una buena sonrisa me suelen abrir muchas puertas. Ya
en pijama y sin maquillar, me olvido por completo de mi copa de vino para
tumbarme en el sofá en forma de L con una cuchara y un helado de
stracciatella. Las películas cada vez se ven menos originales y más
predecibles, que asco. Mi atención se desvía en cuanto mi teléfono suena.
Descuelgo la llamada y apoyo el móvil entre mi hombro y mi oreja mientras
devoro con verdadera ansia mi helado.
—Dime, Jenny.
—Hola, tuve muchos pacientes hoy, pero voy saliendo —el ruido del
desbloqueo de las puertas del coche me atraviesa el oído—. ¿Te veo en la
cafetería del centro?
—Joder, justo ahora me acabo de cambiar —me quejo dramáticamente.
—Pues mueve el culo señora, tengo que ir a comprar unos productos de
skincare.
—Vale, dame quince minutos y salgo de casa —cedo, yo también tengo
que comprar algunas cosas.
—Bien, conduce con cuidado, maldita loca.
—Jamás.

Bien, ya estaba de nuevo maquillada y arreglada. Un vestido negro corto,


una chaqueta de cuero negra que se ajustaba perfectamente al vestido y
unos guantes negros de cuero son la base de mi outfit de hoy. Pero le falta
algo...
Abro el cajón y me pongo unas medias negras que transparentan mi piel
y agarro una bufanda color crema para que resalte y conjunte con el bolso
pequeño del mismo color. Me miro en el espejo de pie que tengo dentro de
mi armario. Me miro de nuevo, de abajo a arriba y de arriba a abajo, ahora
sí. Ahora sí estoy resaltando lo perfecta que soy. Opto por las botas de tacón
que me llegan hasta las rodillas antes de salir de casa ya perfumada,
arreglada y satisfecha con el resultado. Me veo gótica, pero siempre fui así.
Aparco en el centro comercial y subo las escaleras mecánicas hasta llegar
a la cafetería El Café Dorado, donde siempre suelo quedar con mi mejor
amiga, ya que su trabajo queda cerca de aquí.
—Buenas tardes, señorita, ¿qué tomará? —me sonríe el camarero.
Es guapo, el pelo negro hacia un lado y la barba perfectamente perfilada
le dan un aire elegante, irónico para ser camarero. Le devuelvo una sonrisa
coqueta y clavo mis ojos en los suyos.
—Un Espresso Macchiato, por favor.
No paso por alto la reacción que le provoca mi tono de voz, ese que
empleo cuando quiero algo, que eso suele ser muy a menudo y muy
efectivo. No pasan tres minutos y ya estoy disfrutando de mi café. Estoy
escribiéndole a Jenny, pero no llego a mandar el mensaje porque su llamada
me ilumina la pantalla.
—¿Dónde cojones estás? Llevo esperando diez minutos.
—Me llamaron de urgencia, tuve que volver, lo siento, Addie.
—No pasa nada, está bien. Ya quedaremos, no te preocupes —la
tranquilizo.
—Te prometo que esta semana paso por tu casa y te llevo tres tarrinas del
helado ese que tanto te gusta.
El corazón se me acelera sobremanera con sólo imaginarlo.
—Más te vale cumplir esa promesa —la advierto.
—Yo siempre cumplo, te dejo, cuídate.
—Igual.
Bien, pues he venido para nada. El camarero sigue sirviendo las demás
mesas y yo no puedo evitar fijarme en cómo la camisa negra del uniforme
le aprieta los músculos al extender el brazo y dejar la comida sobre la mesa.
Le llamo para pedirle la cuenta.
—Me han dado plantón, tráigame la cuenta cuando pueda, por favor — le
hablo a un metro de distancia, pero sin alzar demasiado el tono.
—Enseguida —me sonríe nuevamente.
Al cabo de unos segundos, me deja el cambio y el ticket.
Podría volver a casa, ya que tengo día libre, pero la idea de pasearme por
el centro comercial mientras vacío mi tarjeta de crédito me tienta hasta
corromperme. Mis pies me llevan casi por costumbre a una tienda repleta de
libros. Siempre acabo aquí de alguna forma. Siempre acababa aquí, un viejo
hábito. Pero había una diferencia, ahora ya no salgo con las manos vacías,
eso nunca. Con pequeños y largos pasos me deleito con el aroma a libro
nuevo, al olor de las páginas sin estrenar que guardan historias sin contar,
experiencias por vivir y emociones por sentir. Obviamente no me gustan
todos los libros, ni de lejos.
Algunos me ven como una persona extremadamente culta e inteligente
cuando les digo que me gusta leer, pero se equivocan, al menos en cierta
parte. Mi inteligencia no viene de leer libros, no del género que leo en
concreto, viene de los años de carreras universitarias que me he comido y
sigo comiéndome. Tengo 23 años y un título universitario en Finanzas,
Contabilidad y Análisis de Mercado, de algo tenía que servirme. Al pasar
por uno de los pasillos, me fijo en la estantería que se alza poderosa sobre
mí, repleta de los ejemplares de los libros más actuales y me llena de
orgullo ver el nombre de antiguas conocidas impresos en las portadas. De
pronto una sensación amarga se alía con un mareo insoportable que me
hacen sentir náuseas por un segundo. Decido ignorarlo y agarrar los libros
que me llaman la atención. No puedo escoger solo uno por lo que me tomo
la libertad y el capricho de agarrar más de uno, bueno, más de dos, tal vez
tres o cuatro...
Llego casa con dos bolsas de libros, cuatro nuevos marcapáginas y
accesorios para decorar las estanterías. Cierro la puerta de mi cuarto y me
dirijo hacia la habitación cerrada que queda al otro lado del vestidor. Mi
cama es lo único que separa estos dos espacios, porque del lado izquierdo
queda el vestidor y del derecho está una pequeña habitación, digamos mi
refugio. En la mesilla de noche del mismo lado, justo al lado de la puerta,
guardo la llave para abrir. El sonido en la cerradura se me hace satisfactorio
cuando la puerta se abre y el olor a incienso de vainilla en compañía del
olor a libro me dan la bienvenida. Dejo las bolsas en el suelo y voy sacando
los libros uno por uno para colocarlos en las estanterías según su
correspondiente color y tamaño, que, de hecho, suelen coincidir por la
editorial. Admirar mis estanterías rodearme me produce dos sensaciones
contradictorias que coexisten en mi interior, pero siempre gana una de ellas.
Salgo de mi cuarto para tomarme la copa de vino que dejé olvidada hace un
rato. Me deleito vagamente con el primer sorbo, dejando que el vino
empape mis labios y lo saboreo con gusto y lentitud.
Y joder, qué bien sienta.
De pronto, un susurro me sobresalta. ¿De dónde viene? Pego un brinco
cuando la televisión se enciende y en ella aparece un hombre con la cara
distorsionada. Su voz también es extraña y se acerca a la pantalla mientras
gira. Apenas entiendo sus palabras por más que las susurre. Cierro los ojos,
me convenzo de calmarme. No funciona, así que tomo el mando a distancia
y apago el aparato. Un momento de silencio inunda toda la estancia y casi
que lo único que escucho, aparte de mi propia respiración, son los latidos
desbocados de mi corazón, golpeándome el pecho con fuerza. Esto me pasa
más seguido de lo que me gustaría admitir, pero también he de reconocer
que podría ser muchísimo peor. Trato de no pensar en nada tomándome una
ducha y, como siempre, funciona. Me meto en la cama lista para hacer
frente al montón de papeleo que me espera en la empresa.
Capítulo 2
Voces en el silencio
—Buenos días, señorita Miller —me sonríe Óscar, el secretario.
Lleva ya unos meses detrás de mí, pero creo que no le queda claro de que
tiene más oportunidad de ir a la luna a que yo me fije en él. Es demasiado
buen chico y seamos sinceros, no es mi tipo.
—Buenos días, Óscar —le devuelvo el saludo con una sonrisa.
—La esperan en la reunión —dice tecleando el ordenador.
—Perfecto, gracias.
Desaparezco por el pasillo hasta llegar al ascensor, donde el enorme
espejo me devuelve una imagen memorable. Mi falda negra se ajusta
perfectamente a mi cintura resaltando mi forma. No llega hasta las rodillas
para no hacerme parecer una puritana, pero tampoco es muy corta como las
que me suelo poner cuando salgo los fines de semana. La camisa de manga
corta negra de botones dorados me da un toque sofisticado adicional al que
llevo por excelencia y el pelo planchado desciende por mi espalda.
Hoy he decidido llevar brillo de labios en lugar de pintalabios, el día lo
requiere. Sujeto con fuerza mi carpeta de forma inconsciente y en cuanto
me doy cuenta intento relajarme. Estoy llegando a la sala, pero el aire no
me acompaña en el camino y me tomo un segundo para respirar, joder, ¿qué
me pasa? Repaso mentalmente que el proyecto esté entero y no se me haya
olvidado nada. No, necesito ver que no se me haya olvidado nada. Entro al
baño y ojeo los informes y planos para confirmar que todo esté
correctamente y no haya pasado nada por alto. Informes de gastos, el
informe de contabilidad, los permisos, las licencias...
Parece que está todo.
Me miro en el espejo del baño.
—Inútil, eso es lo que eres, aprende a hacer algo bien de una vez.
No. No soy inútil. Si lo fuese no estaría donde estoy, eso es pura lógica.
No voy a permitir que se cuele en mis pensamientos, que me joda la
presentación, que arruine mi esfuerzo de una semana y media de trabajo
diario, no. Salgo del baño y abro con decisión la puerta. Saco una de mis
mejores sonrisas, todos me están mirando.
—Buenos días, disculpen la tardanza —les pido con ese tono que tanto
les gusta a los peces gordos.
—Pase, señorita Miller, aún no habíamos empezado.
—Bien, comencemos —sonrío al ver que todos tienen su mirada puesta
sobre mí.

Vale, ha ido perfecto. Óscar ha interrumpido la reunión un par de veces


con pretextos cada uno más ridículo que el anterior, pero no pasa nada, la
que destacaba y relucía era yo y mi asombrosa presentación con
diapositivas, gráficas, planos e informes hechos de forma cuidadosa y
milimétrica. Si me dan este proyecto, que, por supuesto que me lo darán, no
solo mis dígitos en la cuenta bancaria se duplican, sino que es muy posible
que me asciendan, así que eso y las acciones del 50% que tengo me
deberían permitir llegar a un cargo más importante, como el de directiva.
Estoy en el punto más importante de mi carrera, el punto más alto y no voy
a permitir que nada ni nadie lo estropee. Y hablando de estropicios...
—¡Hola! ¿Sabes dónde queda la oficina de Manuel?
Analizo rápidamente a quien tengo delante. Una rubia de ojos muy
azules, un horroroso pintalabios rosa y unos tacones demasiado exagerados
a mi parecer. Las ondas de su pelo se me hacen muy artificiales y su voz me
irrita con solo haberla escuchado una vez. Es muy aguda y molesta al oído.
¿De dónde coño ha salido esta tía? Vamos, me estoy enfrentando a una
Barbie a las once de la mañana y creo que ya estoy necesitando el segundo
café del día para soportarla.
—¡Claro! Sube por el ascensor hasta la novena planta, sigue el primer
pasillo hasta la puerta número cinco —le dedico la mejor de mis sonrisas.
No creo que existan palabras para definir mi nivel de placer y
satisfacción cuando vi el momento exacto en el que las facciones de su cara
cambiaron. Acabo de cargarme su seguridad, chúpate esa, maldita Barbie.
—Gracias.
Dios, esa falda le queda horrible y creo que acaba de salir de la primaria
por los colores que intenta conjuntar. Rojo. Rosa. Naranja. ¿Estamos en las
oficinas administrativas de una empresa aseguradora o en la secundaria?
Ella definitivamente no ha superado esa etapa. Sigo mi recorrido hasta la
cafetería.
Mierda, las fotocopias.
Doy esquinazo hacia el pasillo de las fotocopias e impresoras, en la
quinta planta. Las mesas de los teleoperadores están llenas y los teléfonos
no dejan de sonar, odio esta sección, es demasiado ruidosa. Siempre que
puedo evito venir aquí por esto mismo, hay tantísimo ruido que solo me dan
ganas de arrancarme los tímpanos con el primer alambre que vea. Trato de
ignorarlo todo y me acerco a la fotocopiadora con mi carpeta en la mano y
abro la tapa. Frunzo el ceño, ¿se han dejado una fotocopia aquí? Miro a mi
alrededor, nadie me está prestando atención, nadie parece haber olvidado
nada. La tomo entre mis manos y comienzo a leer la letra trazada con una
pluma y caligrafía impecables.

¿Que pensarían tus superiores si viesen que no


eres lo que pareces?
Me paralizo con cada palabra. Vuelvo a mirar a mi alrededor, nada. Todos
están concentrados en su trabajo. Por un momento ni siquiera escucho los
constantes timbres de los teléfonos. Aquello no puede ir dirigido a mí de
ninguna forma. Nadie sabe quién soy realmente aquí dentro, ni fuera. No
puede ir hacia mí porque por un momento había olvidado venir aquí.
Una sensación extraña me erizó la piel. Busco por la sala a alguien entre
la gente, alguien sin rostro, pero con los ojos puestos sobre mí, porque sí, lo
puedo sentir. Me están observando. La idea de que me estén siguiendo hace
que se me acelere el corazón, de que las piernas se me paralicen, ¿dónde
coño está todo mi oxígeno? Me cuesta respirar. Me esfuerzo en no
marearme con todas las caras que hay a mi alrededor, tiene que ser alguno
de ellos. Mi esfuerzo se vuelve inútil en el preciso instante en el que todo se
desenfoca y las caras se vuelven cada vez más borrosas.
¿Me he tomado el café? ¿Y si le han echado algo? No, eso es aún más
imposible, porque no me lo he tomado aún, eso lo sé. ¿No? Alterno la vista
entre la carta y la sala. ¿Dónde está? ¿A quién estoy buscando exactamente?
Entre las figuras uniformadas de camisa blanca y pantalón negro de vestir
que cada vez se vuelven más y más borrosas, distingo una mancha, una
figura más bien. No usa camisa blanca ni pantalón de vestir negro. Tampoco
lleva los auriculares ni habla por teléfono o micrófono como el resto. No
distingo sus prendas, pero lleva una capucha, supongo que lleva una
sudadera azul oscura. Tiene las manos en los bolsillos y está de espaldas,
con una postura tranquila y relajada. Creo que está mirando por el enorme
ventanal de la sala.
Joder, ¿es real? Me tiembla todo el cuerpo y eso no me permite dar un
solo paso para acercarme. Los temblores en mis piernas hacen que me
cueste casi la vida dar dos pasos y el mareo es cada vez más fuerte. Toda la
escena frente a mis ojos se difumina al punto de ser solo una mancha
borrosa.
Mierda.
Se acaba de girar de golpe. Me está mirando, pero yo no lo veo, por más
que trate de forzar la vista y ver algo, no consigo ver nada. Todo está
pasando demasiado rápido para poder asimilarlo y antes de que siquiera lo
intente, todo se vuelve aún más difuso y el suelo frío me saluda,
sumiéndome en total oscuridad.

Dios, me duele todo. Me siento repentinamente débil, como si tan solo la


idea de pensar en hacer algún movimiento me produjese el peor de los
dolores. Lucho por abrir los ojos, los párpados me pesan. Entrecierro los
ojos cuando una luz me ciega y tardo un momento en adaptarme.
¿Dónde estoy?
Lo primero que siento es el tacto cálido de una mano sobre la mía y un
par de ojos negros analizándome con la preocupación reflejada en ellos.
—Estoy aquí —no tardo más de una milésima de segundo en reconocer
su voz.
—¿Jenny? ¿Qué ha pasado? —pregunto al ver la bata blanca en la que
estoy envuelta.
Sus ojos me devuelven una mirada comprensiva antes de empezar a
hablar, como si le costase pronunciar las palabras o buscase una forma
correcta de hacerlo.
—Fui a tu trabajo a llevarte la comida y me dijeron que te desmayaste en
medio del pasillo y...
—¡Mierda! ¡¿Tomé la píldora?! Si, estoy segura de que la tomé.
—Relájate histérica, no estás embarazada —me saca de dudas poniendo
los ojos en blanco.
Mi corazón sigue latiendo como si fuese el velocímetro de un coche de
carreras, pero el alivio no tarda en acogerme.
—¿Qué pasa entonces? —inquiero.
—Los médicos dicen que es muy probable que fuese un ataque de páni...
—No.
No, no, no. Esto no puede estar pasándome, otra vez no. Joder, ¿por qué
me tiemblan las manos otra vez? No puedo controlarlo. Siento la mano de
Jenny estrechar la mía en un gesto comprensivo y eso sólo lo empeora.
—Addie, tienes que asumirlo, sufriste un ataque de pánico en el trabajo,
pero estás bien, ¿vale? No es como antes, fue algo a causa del estrés y ya.
Mi seguridad amenaza con desmoronarse.
—¿Segura? —pregunto con un hilo de voz.
—Si, y si, por alguna razón que ya encontraremos juntas, los ataques de
pánico vuelven, no estarás sola.
—Gracias.
—No me las des, boba.
Me tomo un segundo para admirarla. No ha cambiado mucho desde que
la conocí en nuestro primer año de instituto, ahora se ve más atrevida, más
valiente, más ella misma. Ella siempre ha estado cuando más me hizo falta,
cuando el mundo se me caía encima y nadie me ayudaba. Ella guarda todos
mis secretos más oscuros y también es la única que conoce mi verdadero
yo. La mayoría de las respuestas a las preguntas que posiblemente te estés
haciendo en tu cabeza desde el inicio, las tiene ella. Jenny lo sabe todo
sobre mí, y cuando digo todo, es todo. Lo bueno que nadie ve, el mal
interior que camuflo, y siempre se ha quedado.
—Vamos, te llevo a casa.

El olor a lavanda gracias al montón de dispensadores que tengo por mi


casa me da la bienvenida cálidamente. Me sirvo una copa de vino mientras
Jenny me roba patatas fritas de la bolsa de la despensa.
—¿Cómo fue el proyecto? Recuerdo que mencionaste algo de eso.
—Bien, pero tenía su maldita voz en la cabeza, como siempre. Siempre
diciéndome y repitiéndome las mismas cosas.
—Sabes de sobra que tienes que ignorarlo, de nada te sirve recordar toda
esa mierda.
—Lo sé, lo sé, pero no lo recordé a propósito.
—Ya le buscaremos solución a eso, ¿algo nuevo que contar? ¿Algún
vibrador andante que por fin satisfaga tus caprichos?
—No por el momento.
—¿Y un príncipe azul? —se ríe.
—Anda, anda, déjate de cosas —agito la mano en el aire restándole
importancia.
—Addie, no te cierres. A ver, está bien que quieras divertirte sin tener
que comprometerte, pero si tú te vendas los ojos, es lógico que nunca veas
más allá, ¿no crees?
Medito por varios segundos sus palabras. Jenny nunca me ha impuesto
una opinión suya, siempre me deja libre albedrío para tomar mis decisiones,
exponiéndome los pros y los contras de cada una de ellas, por ello es la
única persona a la que le cuento todo, o todo lo que puedo.
—Será, pero este mundo cada vez está más podrido. Y yo tengo las
expectativas muy altas ¿Tú crees que de la nada va a aparecer mi soñado
hombre de metro ochenta, pelinegro de ojos azules, motero con estilo y de
cuerpo de escándalo?
—Es que tía, pides demasiado, eso solo pasa en los libros, ya te dije que
deberías dejar de leer tanto.
—Posiblemente, pero cuanto más altas las expectativas, menos tiempo
pierdo con imbéciles.
—Tú sí que sabes aplicar la proporcionalidad inversa en la vida.
Al final de la tarde, Jenny tuvo que salir para atender una urgencia en el
trabajo así que ahora estoy sola en casa, de nuevo. Muchos pensarán que la
soledad es triste y fría, tal vez yo sea una de las pocas personas que no lo ve
así. Para mí la soledad es ese momento que me dedico a mí misma; a
pensar, a hacer lo que me gusta, a disfrutar del sonido de la lluvia mientras
tanteo la textura fina y ligeramente áspera de la página de un libro, donde
me dedico a ser, nada más.
La sed me seca la garganta. Me acerco a la cristalera y descorcho una
botella de vino rojo. Amo el color rojo sangre que llena la copa hasta poco
menos de la mitad. Me iba a tumbar en el sofá, pero una llamada me
detuvo. Descuelgo y me coloco el teléfono entre el hombro y la oreja
mientras veo el menú de películas.
—¿Hola?
—Buenas Alondra, ¿cómo estás? —uno de los gerentes de la empresa,
cómo no.
Al parecer ni tomándome un día de descanso podía tener algo de paz.
Arthur me empieza a soltar un rollo sobre la distribución del dinero con
respecto a las tasas y demás rollos de contabilidad que poco me apetece en
este momento, pero asiento con los ojos fijos en la pantalla de la televisión.
El teléfono vibra contra mi oreja.
—Siento interrumpirle, señor Wills, pero tengo que atender otra llamada.
Será sólo un momento —me disculpo antes de ponerlo en espera.
Al parecer mi día se vuelve cada vez más ajetreado.
—¿Hola?
Un momento de silencio al otro lado de la línea me pone los pelos de
punta, anticipándome de lo que está por suceder.
Cuando estoy por colgar, una voz distorsionada me congela.
—Sé que estás ahí, pequeño ciervo.
Quiero hacer a mi cuerpo responder, pero no hay forma. Todo mi cuerpo
está paralizado y sé que sólo se está anticipando para los temblores. Agarro
toda mi fuerza de voluntad para encontrar mi voz.
—¿Y tú eres...? —he conseguido mantener mi tono frío y despojado de
emoción.
No estarán en mi voz, pero las emociones me revolotean por todo el
cuerpo en forma de afiladas cuchillas.
—Lo sabrás muy pronto —su pausa silenciosa me estremeció—. Para
que veas mi intención, te he dejado un regalo.
—¿Cómo un regalo? —el miedo en mi voz es casi como un ente tangible
separado de mi cuerpo.
—Ve a tu habitación, ya me contarás que te parece.
Antes de que pueda agregar algo más, corta la llamada. El corazón me
palpita con violencia y las sienes me martillean contra la cabeza, trago
saliva. Me levanto y dejo que la adrenalina mueva mis pies corriendo hacia
la habitación. Me quedo sin aire cuando veo una caja encima de la cama. Es
una caja normal, marrón y de cartón, sin el nombre de ninguna empresa
sobre ella, nada que a simple vista pudiese parecer sospechoso y ahí está el
truco. Me acerco con cuidado y sacudo la caja para comprobar su peso.
Algo se mueve. Algo dentro de la puta caja se está moviendo y, no sé, es un
peso medianamente ligero para el tamaño de la caja, aunque no mido muy
bien ahora mismo, estoy luchando por contener el llanto y la histeria.
Despego el celo con las uñas y cojo aire antes de abrir la caja.
—¡Joder!
Podría haberme caído del susto, pero no, todo lo contrario. Me quedo ahí,
de pie, con los ojos fijos en la cabeza de ciervo recién cortada. ¿Cómo lo
sé? La sangre que cubre el pañuelo bajo la cabeza de ciervo esta empapado
de sangre fresca, de un rojo claro. Ha puesto ahí el pañuelo para que la
sangre no traspasase el cartón. Echo un vistazo más profundo y me percato
de que no hay más de dos o tres insectos descomponiendo la cabeza, otro
indicio más de que la cabeza ha sido cortada recientemente. Creo que puedo
atreverme a decir que hará tan solo unas horas.
Bien, toca deshacerse de la caja que contiene una cabeza de ciervo que
descansa sobre mi cama antes de que la sangre traspase la caja o el olor a
putrefacción me llene la casa de hedor a muerte. Echo mano a mi bolsillo
para sacar mi teléfono y hacer una foto, pero si quienquiera que haya hecho
esto tiene mi número, lo más probable es que también me haya hackeado el
teléfono. Me dirijo a mi armario empotrado y abro un cajón. Debería estar
por aquí, hace no mucho que lo ordené. Bingo, mi cámara de fotos. A veces,
cuando tenemos tiempo, Jenny y yo nos vamos de escapada a algún lugar
para desconectar y uno de mis hobbies más antiguos es la fotografía. El
flash brilla en los ojos sin vida del animal, esto bastará. Quien sea que esté
detrás de esto, me quiere asustada, escandalizada, histérica. ¿Eso quería?
Bien, eso le iba a dar. No necesité reunir muchos recuerdos dolorosos
cuando llamé a Jenny llorando para que viniese a mi casa. Si ese hijo de
puta había escuchado la llamada, debió de haber creído que logró su
cometido, imbécil. En cambio, sí que hay algo que no puedo fingir, la manía
persecutoria. Corro a cerrar todas las ventanas con seguro y asegurarme de
que la alarma está encendida, porque aún no me explico cómo se ha podido
meter en mi casa como si nada.
Julio, 2012
Estoy cerca de llegar a mi casa, ya falta poco. Intento mantenerme
optimista con ese pensamiento, pero el tipo que lleva siguiéndome cinco
calles desde hace más de quince minutos no me está ayudando en nada.
Hay gente por la calle, pero nadie parece percatarse. Giro la esquina y
cruzo la calle casi sin mirar, sólo quiero perderlo de vista. El corazón
relaja su ritmo, creo que ya no me sigue. Entro a la tienda a comprar y la
dependienta me saluda como suele hacer. Pago mi refresco de limón y
salgo. Ya a paso tranquilo me dirijo hacia el cruce que lleva a mi calle, no
sin antes darme cuenta de que ese tipo sigue ahí.
Las ventanas están cerradas y las puertas con seguro, la alarma estaba
activada pero no pareció ser muy eficiente por lo visto. Jenny estaba
bastante alarmada cuando le colgué, así que supongo que no tardará mucho
en llegar a mi casa. Me siento en el sofá a esperar. La casa está sumida en
un silencio que me preocupa más de lo que me alivia y de pronto me
encuentro contando los minutos para que mi mejor amiga pase por la
puerta. Creo que la paranoia me juega una mala pasada cuando empiezo a
escuchar ruidos provenientes del resto de habitaciones. Me tiembla el pulso
y pronto el temblor subirá a las manos, necesito relajarme. No me va a
pasar nada, me repito una y otra vez, pero no sirve de nada, necesito echar
mano a mi navaja, pero caigo en cuenta de que tengo un problema. La
navaja está en la vitrina del salón, a un metro de mí, pero si me acerco,
tengo la vista completa del pasillo alargado. La sola idea de tener que
asomarme al pasillo y encontrarme parado a un tipo con un hacha
mirándome de frente a centímetros de mi cara me provoca pánico y
escalofríos. Empiezo a escuchar pasos, creo estar muy pero que muy segura
de que no estoy alucinando. Cojo aire y me mentalizo, tengo que ir, es lo
único que tengo para defenderme, bueno no, lo único no. Echo un vistazo
hacia el mueble del televisor y me acerco con sigilo. Abro la puerta y con la
mano voy palpando hasta sentir la fría superficie metálica. Mi mano se
ajusta perfectamente a la empuñadura de la pistola y compruebo que esté
cargada. Me acerco al pasillo, apuntando por si acaso.
Joder, creo que se me va a salir el puto corazón del pecho, estoy sudando.
No hay nadie. De pronto los pasos se hacen más intensos, me giro en
redondo hacia la puerta. Mantengo el arma, ahora mismo no me tiemblan
las manos ni un milímetro. Cuando la puerta se abre yo ya estoy preparada.
—¡¿Qué haces?! ¡¿Has perdido la cabeza?!
Bajo las manos para dejar de apuntar a mi mejor amiga, que entró y cerró
a sus espaldas con todos los seguros.
—Creo que hay alguien en mi casa —mi voz salió totalmente seria.
Tras fruncir el ceño, echa un vistazo alrededor.
—Addie, aquí no hay nadie, deberías guardar eso, es peligroso.
—Ya, por eso la tengo.
Guardo mi querida pistola de nuevo y cojo la caja de cartón para ponerla
encima de la mesa.
—¿Qué coño hay ahí? —pregunta Jenny haciendo una mueca, está claro
que el olor a descomposición ha llegado a su olfato.
Abro la caja de par en par y el olor se intensifica a la vez que la arcada de
Jenny al ver la cabeza del ciervo muerto.
—Me han dejado un regalito.
Capítulo 3
¿Cazar o ser cazado?
Bien, ahora tenía a mi mejor amiga vomitando en mi baño.
—Tengo que deshacerme de esto —la miro desde el marco de la puerta.
Su respuesta no llega de inmediato.
—Tenemos—me corrige—, ¿pero no sería más fácil llevarlo a la policía?
Lo medito por unos segundos. No creo que vaya a funcionar.
—No, en estas situaciones la policía sólo abre una investigación que
durará el tiempo suficiente para que me maten.
—¿Y no quieres que te lo quiten de encima o cómo? No entiendo.
—A ver, no quiero tener a un pirado mandándome animales muertos,
pero tampoco quiero que me mate, ¿sabes lo que te quiero decir? —me
encojo de hombros.
—Sí, pero aun así es peligroso.
Jenny se lava las manos mientras parece meditar por un momento nuestra
conversación. Sé que quiere hacer lo correcto y denunciar, pero también sé
que no es tonta y se inclinará hacia la opción más segura para mí.
—Vale, puede que tengas razón, ¿pero no estarías cometiendo un delito al
ocultarlo?
No puedo evitar elevar la comisura de mis labios en una media sonrisa
culposa.
—¿Más? —no me molesto en disimular lo poco que me importa ir contra
la ley.
Jenny niega con la cabeza y no paso por alto la sonrisa que se le está
empezando a dibujar en la cara. Ella me conoce mejor que yo misma. Sé
que me apoyará haga lo que haga. Sé que, si tuviese que ir al infierno, ella
iría conmigo, si me perdiese, ella me encontraría. Se seca las manos
mientras se mira en mi espejo, colocándose el lacio pelo negro. La
determinación no tarda en devolverle la mirada a través del reflejo.
—Bien, ¿cuál es el plan?
—¡Joder, qué frío!
El vaho acompaña las palabras de Jenny mientras lucha por clavar la
vista bien en el suelo y no tropezar con alguna rama caída. Estamos en
medio de un bosque a las afueras de la ciudad. Vale, no es el mejor plan de
todos, pero ¿qué otra cosa podía hacer que no involucrase a la policía y
fuese rápido? Porque ya había pensado en diluir la cabeza de ciervo con
ácido y los huesos dejarlos por ahí, pero eso llevaría un tiempo del que no
dispongo. Con una pala empezamos a cavar la tierra hasta hacer un hueco
algo más hondo del tamaño de la cabeza.
—Pobre animalito —la voz de mi mejor amiga a mis espaldas refleja
verdadera pena por el animal.
Diciembre, 2007
Me sabe raro el bocadillo, pero no me he traído otra cosa al cole y paso
de quedarme con hambre. Estoy sentada en el bordillo, en un rincón del
patio mientras los demás juegan. Me acercaría, pero pierdo la capacidad
del habla de forma progresiva y la verdad es que no me interesa
relacionarme con este tipo de niños, tampoco me interesan sus juegos. Me
siento observada instantes antes de comprobar que llamaba la atención de
un pequeño grupo de niñas. ¿Qué me estarán viendo? ¿Me he manchado?
—¡Ciervo! —grita una de las niñas.
El resto se unen a ella, parecen no tener cerebro como para pensar por sí
mismas, porque siguen la actitud de la niña sin rechistar, sin opinar. En fin,
la aceptación social.
—¡Alondra parece un ciervo!
Una de ellas se va acercando, la repentina cercanía hace que quiera
devolver el desayuno.
—¿Qué te pasa a ti, ciervo? ¿Eh?
El primer empujón me tira el bocadillo al suelo. Mi cuerpo se ha
paralizado y estoy temblando, ¿por qué no puedo moverme? El sabor de la
sangre me llega un instante después.
—Que le follen al pequeño animalito —entierro la cabeza dejando la
tierra en su sitio.
Ya enterrado, empezamos a emprender camino al coche. Jenny había
optado por ir caminando y no impregnar el olor del animal muerto en la
tapicería de mi coche, pero se arrepintió en cuanto el frío de la noche nos
saludó. No iba a salir en medio de la madrugada, tanto con un psicópata
acosándome como si no. Llegando al coche, empezamos a agradecer el
calor. Nuestras manos rojas indican la creciente hipotermia. Pongo las luces
largas, aquí no se ve una mierda. Estoy revisando mi teléfono cuando Jenny
suelta una exclamación ahogada. Levanto la mirada hacia ella y veo
palidecer su tez morena.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —frunzo el ceño con ligera preocupación.
Sigue con los ojos muy abiertos mirando algo hacia adelante.
—Addie, arranca —pronuncia despacio.
Sigo la dirección de sus ojos. ¡Dios mío! Casi en el borde, en donde
termina la iluminación que ofrecen los faros de mi coche, hay una silueta de
pie. Lleva una capucha puesta pero la oscuridad del bosque a ambos lados
de la carretera es demasiado como para poder verle la cara. Me quedo
paralizada por un momento cuando veo que se empieza a acercar de forma
lenta y tortuosa.
—¡Alondra, arranca de una puta vez!
—¡Voy, voy!
Consigo pisar el acelerador, lo voy a atropellar.
—¡Rodéalo!
Cuando ve que tengo la mirada fija en la silueta y mi pie sigue pisando el
acelerador, cierra los ojos con fuerza. Me voy a llevar por delante a este hijo
de puta. Espero el choque, pero no llega. Sigo acelerando y salgo del
bosque, conmocionada por no entender por qué no lo he matado. ¿Qué
acaba de pasar...?
—¿Está... vivo?
—Eso parece, porque yo no lo he atropellado.
—¿Qué cojones era eso entonces? —me mira sorprendida.
—No lo sé, pero no pienso quedarme para comprobarlo —le digo sin
aportar los ojos de la carretera.
Al bajar del coche me aseguro de que nadie nos vea. La calle está vacía y
el ruido de los grillos es lo único vivo por ahora y espero que así se
mantenga. Las luces del resto de casas están apagadas y no parece que haya
nadie espiando. Por el camino estuve pendiente de los retrovisores, la
paranoia me hacía imaginar que de repente se posicionase un coche detrás
nuestra y nos siguiese, pero afortunadamente no pasó. Encendí las luces de
mi casa y me serví una copa de whisky, Jenny se sirvió otra. Empezamos a
hablar del asunto del regalo y ahora hablamos sobre mi decadente vida
amorosa.
—Todos son unos capullos.
Y esa es mi humilde opinión.
—Pues si crees que todos son unos capullos, yo no te lo voy a discutir,
pero ábrete al capullo que te quiera de verdad y vea más allá de un buen
culo, que te trate bien, que después de metértela no te deje sola, que te
abrace por la noche. Un capullo que no te busque al día siguiente para
repetir, sino para preguntarte cómo estás y que haga lo imposible por volver
a verte, aunque sea sólo para disfrutar de tu presencia. Créeme, existe en
algún lugar.
—Existe, pero no para mí —la voz temblorosa me delata.

Jenny se fue por la mañana temprano, no sin antes asegurarse de que no


había nadie en casa y que me dejaba en condiciones de valerme por mí
misma. No sirvió de nada que le dijese que estoy bien hasta que me vio
prepararme y limpiar el desastre de la noche anterior, sólo entonces se fue
tranquila y no la puedo culpar. He de reconocer que se me da de muerte
mentir y fingir que estoy bien, pero no con ella. Antes de salir de casa, me
aseguré de que la alarma siguiese activada, no quería más incidentes. Ahora
estoy trabajando, revisando informes de contabilidad y estadística y
firmando algún que otro papeleo acumulado. ¿Es cosa mía o Tomás pasa
frente a mi oficina cada tres minutos?
Cuando mi descanso llega a su fin, me vuelvo a mi oficina. He estado
pensando bastante en lo que dijo mi mejor amigo. Es cierto que tengo la
edad perfecta para encontrar el amor, pero no puedo abrirme a la idea, así
como así. Ya no solo porque no creo que aún exista alguien así. Y lo peor de
todo definitivamente sería que si existiese, que quepa la posibilidad de
encontrarlo. El amor implica conocerme, hablar de mi pasado y allí no hay
nada que merezca la pena conocer.
Mi jornada laboral llega a su fin y doy gracias a Dios o a lo que sea que
haya ahí arriba, porque algo hay. Los tacones suenan acompañando mis
pasos por el suelo de mármol blanco.
—¡Hasta mañana, Alondra!
Tomás me sonríe. Me beneficia tenerlo de buenas, así es más fácil
hacerme con su parte de las acciones de la empresa.
—¡Hasta mañana, Tomás!
Espero al ascensor mientras reviso algunas notificaciones en mi teléfono,
demasiados mensajes por leer y poco tiempo para ello. Hoy sobre todo
tengo un día ocupado. Tengo que hablar con organizadores de reuniones de
una empresa que es afiliada a la nuestra para explicarles, por enésima vez,
porque a la junta directiva nos viene mal programar una reunión en dos días
y que, a pesar de la urgencia del asunto, estamos intentando desocupar la
agenda lo antes posible. Luego debo conseguir un abogado por la queja que
recibió la empresa hace dos semanas por un fallo técnico de un becario que
fue contratado sin la aprobación de Samuel, el del Departamento de
Recursos Humanos y así una infinidad de cosas como redactar correos,
informes, revisarlos, mandarlos, etc.
Camino todo lo rápido que puedo por la calle demasiado transitada
mientras busco las llaves del coche en el bolso.
¿Por qué me tuve que comprar un bolso tan grande? Ah sí, porque llevo
demasiadas cosas. Rozo las llaves con la yema de los dedos antes de chocar
con algo y que todo el contenido de mi bolso se vacíe por el suelo, perfecto.
—¡Perdón! ¡Debería haber mirado por dónde iba! Déjame ayudarte a
recogerlo.
Ya me estaba agachando cuando me encuentro de frente con un par de
ojos azules. Enseguida me pongo de pie.
—¡Pues sí! —grito exaltada, casi perdiendo los nervios—. Deberías
mirar por dónde vas, ni que estuviese la calle desierta.
—Cierto, culpa mía —se sigue disculpando.
Me tomo un segundo para observarlo. Es alto, no demasiado, sus labios
son delgados y su nariz fina. De complexión delgada, bastante. No es mi
tipo, definitivamente. Es decir, es medianamente atractivo, pero no para mí,
no sé si me explico. Me escanea con la mirada de una forma bastante
descarada, como todos. Algo a lo que, por desgracia, estoy bastante
acostumbrada.
—Lo siento por tirarte el bolso —agacha la mirada.
—No, si da igual, ya está todo recogido —empiezo a alejarme.
—¿Vives muy lejos?
—No, a la esquina está mi casa, no te preocupes —miento.
—Permíteme acompañarte...
—No voy a mi casa y tengo mucha prisa, adiós.
Comienzo a caminar sin esperar su respuesta. No tengo pensado decirle
dónde vivo ni dejar que me acompañe, así que me alejo del lugar.
No me doy la vuelta porque no me interesa cerciorarme de que estará
mirándome el culo cual quinceañero hormonal, así que sigo mi camino. Mi
coche está a pocos metros y acelero el paso y al entrar me refugio en la
tranquilidad del silencio. Nada del bullicio de la gente, ni semáforos, ni
cláxones, sólo silencio. Abro la guantera para tomar mis gafas de sol, pero
un papelito cuidadosamente doblado llama mi atención. Lo desdoblo y
siento que se me congela la sangre en las venas.

DEBERIAS TENER MAS CUIDADO, LA


TORPEZA NO ESTÁ ENTRE TUS CUALIDADES,
¿O ES QUE NO ERES TAN PERFECTA COMO
CREES?
Alguien había visto que me había chocado con el chico de antes. Alguien
ha estado en mi coche después de chocar, antes no pudo ser porque estaba
viéndolo. Es la segunda nota. Entre las dos notas y la cabeza de ciervo,
alguien está intentando asustarme. Vuelvo a leer la carta. La primera
preguntaba sobre qué pensarían mis superiores si viesen que no soy lo que
parezco, y ahora esto. Está más que claro que sea quién sea, me conoce,
pero no a mi exactamente, sino a mi antiguo yo, uno demasiado antiguo.
Por impulso tomo el teléfono, pero no voy a llamar a Jennifer, no puedo
preocuparla más y, en su lugar, me tomo un segundo para tranquilizarme,
para mentalizarme. Mis ojos huyen a los espejos, no hay nadie más en el
coche. Empiezo a mirar a mis alrededores, no parece que nadie me esté
vigilando, pero aún así me siento observada. Eso o mi maldita manía
persecutoria, que también puede ser. Paso de perder más tiempo en esto.
Arranco el coche y piso el acelerador. Acelero aún más cuando entro en la
autopista. Hago un repaso mental rápido de la gente que me conoce desde
hace más de seis años y que quiera hacerme daño o asustarme para obtener
algo, y si es eso, que objetivo quisieran obtener, pero caigo en cuenta de que
son demasiadas personas y podría ser cualquiera de ellas con motivos que
lo más seguro es que o bien desconozca, o bien sean estupideces como en
las puñeteras películas.
No llego a ninguna conclusión, me alejé de todas aquellas personas que
han pasado por mi mente, me cambié de ciudad, de país, de continente, de
número, de redes sociales, nadie que me conociese está en mi vida o cerca
de mí siquiera.
Con la playlist de Neoni dejo que los pensamientos se queden atrás, junto
a los kilómetros. Llego a mi calle y aparco, estoy muy agotada, los tacones
me pesan más que de costumbre y sólo quiero dormir, aunque sé de sobra
que eso no va a poder ser. Es lo que tiene ser agente financiera, directiva y
accionista. Me quito los tacones al entrar en casa, no sin antes examinar que
todo esté en su lugar y parece que lo está. Me sirvo un vaso de whisky,
necesito despejarme. El ardor en mi garganta desvía por un momento mis
pensamientos, pero un momento demasiado efímero para considerase real.
Es demasiado tarde cuando me doy cuenta de que estoy teniendo de nuevo
ese hábito contra el que tanto había luchado por dejar atrás, caminar de un
lado a otro mientras me muerdo los labios y el interior de las mejillas. Me
dirijo a la cocina y al ver que no hay nada hecho, marco el número de la
pizzería de confianza a la que he tenido que llamar más de una vez por esta
misma razón, se me olvida cocinar. Seamos sinceros, el hecho de que no me
guste cocinar también influye en ello.
—Pues muchísimas gracias, adiós —mi voz ya empieza a tambalearse,
pero eso no impide que pueda poner mi típica voz de niña buena que
siempre uso cuando quiero algo, aunque tenga que pagar por ello,
costumbre supongo.
Me gusta el silencio, pero en casa ahora mismo hay un silencio
ensordecedor, casi puedo escucharme los latidos del corazón si respiro más
despacio y no es que me dé miedo, porque siempre suelo disfrutar del
silencio, pero hoy estoy más paranoica de lo normal, así que conecto el
teléfono al televisor y me dejo llevar de un ritmo que hace que mis caderas
se balanceen automáticamente con tan solo escuchar los primeros segundos.
Me tumbo en el sofá y empiezo a revisar mensajes. Me sorprendo al
reconocer la foto de perfil de Amara, una antigua conocida. La conocí el
año pasado en la universidad, durante mi último año de carrera antes de
licenciarme en Finanzas, Contabilidad y Análisis de Mercado.
AMARA: Hola, ¿cómo estás?
Bien, ¿y tú?

AMARA: Bien también, gracias


AMARA: Te escribía por si querías
que te cuente algo de lo que me he
enterado.

Suena interesante
Estoy ocupada ahora, pero
puedes pasarte en dos horas

AMARA: Perfecto, ahi te veo

Amara ya había estado en mi casa anteriormente, solíamos quedar mucho


para estudiar, aunque fueran carreras distintas. Ella se licenció Derecho, no
puedo decir que no lo pensé, pero lo mío fue más todo lo que se relaciona
con el dinero, ¿y qué mejor que estudiar los precios y generarlo?
Me levanto del sofá y busco mi pijama para ponerme cómoda mientras
termino de limpiar la casa. Me sobra tiempo cuando termino así que
empiezo adelantando trabajo, que poco precisamente no es. Abro el correo y
me encuentro con mi notario felicitándome por el cierre del reciente trato de
venta, le agradezco las felicitaciones y abro el Word. Aporreo el portátil
cuando la pantalla deja de responder, no entiendo qué le pasa, lo compré
hace unos meses y aún sigo pagándolo. Supongo que tendré que llevarlo al
técnico, sin portátil no puedo trabajar.
Bien, perfecto, se ha sobrecalentado.
Guardo el documento antes de que me pase la mayor desgracia del siglo
y no se guarde nada de lo que he hecho. Afortunadamente consigo hacerlo y
lo dejo reposar en el suelo, tal vez el frío del parqué lo enfríe más rápido.
Me levanto y abro el congelador en busca de algo frío y bingo, una tarrina
de mi helado favorito me espera sin abrir. Creo que me voy a atragantar,
porque estoy comiendo como una obsesa, pero la verdad es que no quiero
compartir mi helado favorito con Amara, pero tampoco voy a comer delante
suya, es de mala educación. Antes de la décima cucharada el timbre arruina
el momento íntimo entre mi helado y yo, así que me apresuro a guardarlo
nuevamente en el congelador. Al abrir la puerta me envuelve el
característico olor de Amara, fresa y algodón de azúcar. Su pelo castaño
claro le cae sobre los hombros y se detiene allí, parece ser que se lo ha
cortado. Sus ojos verdes se ajustan a la sintonía de sus labios al sonreírme
con ternura, esta chica es muy risueña para mi gusto, tal vez por eso nos
llevamos bien. Yo soy la emo amargada de mierda con el ego más alto que
la estatua de la libertad y ella es la Barbie insegura pero tierna que siempre
cae bien a todo el mundo.
—¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? —hasta su voz es aguda y tierna, me
pregunto cómo cantará, porque si tuviese que hacer una comparación, sería
con Ariana Grande, definitivamente.
—¡Hola! ¡Bien! Pasa —no soy muy fan de las interacciones sociales y
menos cuando no tengo la obligación, yo quiero mi chisme.
Amara y su apretada falda roja se sientan en mi sofá en forma de L, en la
parte corta. Aparto el portátil para dejarlo encima de la mesa de cristal que
hay enfrente del sofá, junto al mando de la televisión y los inciensos de
vainilla. ¿No lo había mencionado antes? Soy una obsesa del sabor y el olor
de la vainilla.
—Dios, lo que te tengo que contar —su emoción me intriga.
—Cuenta, cuenta.
—¿Te acuerdas de Zoe? ¿La del magisterio de artes?
—Obvio. ¿Cómo olvidarlo? —en serio, no se podía olvidar algo así.
Zoe se licenció para ser profesora de artes. Cuando entré a aquella
universidad, me cayó medianamente bien, pero nunca fuimos amigas, sólo
conocidas, pero a medida que iban pasando los semestres y cuatrimestres,
toda la universidad empezó a difundir rumores. Primero por aquel novio
que se echó con el que discutía por los pasillos, luego porque se tiró a tres
profesores y se decía que era insoportable además de falsa, pero la chupaba
como nadie, habían varios testigos de ello, tal vez demasiados. Y aquí es
donde admito que quería enseñarle a la futura profesora artística lo que era
el verdadero arte con la boca, pero no me rebajé al nivel de una paleta que
me empezó a echar mierda sólo por ser más guapa que ella cuando sin
proponérmelo, le empecé a quitar el ganado.
—Pues en el penúltimo año antes de graduarse, ¿recuerdas que se decía
que tenía nuevo novio?
Asentí. Llegué a escuchar los rumores, pero nunca le vi, estaba muy
ocupada porque trabajaba en dos sitios diferentes mientras estudiaba.
—Bien pues lo dejaron el año pasado.
—¿Y hasta ahora nos enteramos?
—Si. El caso es que la de ellos fue una relación súper tóxica, ella le
mintió un montón de veces, ¿y adivina qué?
—¿Zoe le puso los cuernos? Porque no sería la primera vez que se lo
hace a alguien —había escuchado sobre eso también.
—Eso no se sabe, pero sí se sabe que se los puso él a ella, se enteró todo
el mundo.
—¡No jodas! ¿Con quién? —mi cara expresa puro asombro en estos
momentos. Había oído hablar de ese chico. Por lo que tengo entendido es
que era un niño bueno, aguantaba cualquier cosa, de esos niños solecito
fáciles de manipular.
—Con Natalia.
—¿La que abandonó la carrera de Filología en el último año? —recordé
de pronto.
—Esa misma.
—No sé, pero ese chico tiene unos gustos de mierda, ¿no crees? Porque
entre Zoe y Natalia no hay mucha diferencia.
—¡No seas mala! —se ríe.
—Es la verdad, aunque ahora a saber cómo sería el tipo.
—Eso vengo a enseñarte, conseguí su perfil en redes y no te lo vas a
creer —Amara me ofrece el teléfono con el perfil del chico, las palabras se
me atascan en la garganta.
Capítulo 4
El amor es como un columpio; divertido, pero si te
emocionas mucho te partes la boca
Dios santo.
Está buenísimo.
Está jodidamente bueno.
Y tiene una follada tremenda.
—¿Qué? ¿Qué te parece? —la mirada de Amara espera una respuesta,
pero no encuentro las palabras.
En la foto, a su derecha tiene a un chico que le estropea la foto y a su
izquierda a otro chico que no está nada mal, pero nada que ver con él. Hay
que admitir que tiene estilo, pues su outfit se compone de unas deportivas
simples, unos vaqueros azul oscuro bastante apretados, con un par de cortes
y una sudadera negra con capucha que le cubre la mitad de la cabeza. Su
pose es muy sexy; las piernas ligeramente separadas, los brazos cruzados y
una mirada fría e inflexible. Los ojos al igual que el pelo se ven oscuros.
Tiene cara de niño realmente, pero hay algo en su mirada que hace que sea
contradictorio, tal vez sea simplemente la foto. La fecha de publicación es
de hace ocho meses, no hay ninguna más reciente, el típico chico fantasma.
Miro el nombre de usuario, Cassian. Curioso nombre.
—Pásame el perfil —escupo antes de darme cuenta de lo que he dicho.
Amara me mira con cierta complicidad.
—Eso pensaba.
Mi mente frena todos los pensamientos que pasan por mi cabeza y se
centran en una sola pregunta. La formulo antes de siquiera ordenar las
palabras en mi cabeza, pero consigo ordenarlas a tiempo.
Aún recuerdo como la personalidad de Zoe se basaba en atraer la
atención de todo el que la rodease. A mí eso siempre me dio igual y la gente
lo notó, por lo que no tardé en adueñarme de sus amistades y conocidos.
Obviamente eso desencadenó que me buscase y quisiese tener pelea
conmigo, cosa que no le di, pero ganas no me faltaron. Me amenazó de mil
formas distintas y para cuando quise dar el paso de darle su merecido,
simplemente desapareció, no volvió a pisar la universidad y hasta hoy no
volví a saber de ella. Tampoco es que me hubiese acordado de su existencia
de no ser por la mención.
Amara teclea algo en su teléfono y automáticamente el mío recibe la
notificación.
—¡Suerte! —me guiñó un ojo antes de levantarse y despedirse.
—No la necesito, eso es para estúpidas —le sonrío con malicia.

Me he cansado de ver series. Si os preguntáis si le escribí a Cassian,


siento decepcionaros. Se me olvidó. Pasaron los días y con tanto trabajo por
hacer, ni siquiera me metí a cotillear, pero si le conté a Jennifer todo el
chisme en cuanto Amara se fue de mi casa hará unos cuatro días. Hoy es mi
día libre, así que me tumbo en el sofá y decido investigar su perfil, lo poco
que hay, claro. No sube historias, no interactúa, no nada. Volvemos a la
misma conclusión, chico fantasma. Decido seguirlo, ya que tiene la cuenta
pública y aunque no me guste porque no suelo hacerlo yo, le escribo:

Holaa
¿Cómo estás?

Espero mientras comienzo a extrañarme. Creo que es la primera vez que


tardan más de un minuto en contestarme, pero pronto batiría el récord. Al
minuto me desconecto y dejo el teléfono en la mesita de cristal. Con mi
tarrina de helado y mi actual lectura, me sumerjo en el mundo de las letras
hasta quedarme dormida.
Mi cuerpo, acostumbrado al horario del trabajo, me despierta tras seis
horas. Al parecer jamás conseguiré dormir más de seis horas, pero eso no
me afecta, al fin y al cabo, creo que estoy más activa y soy más productiva
durmiendo esas horas que si durmiese más. Me preparo mi taza de café
mientras escucho Wonderland de Neoni. Mientras la brisa matutina lucha
por abrir la bata de seda que envuelve mi cuerpo, yo prefiero mirar el
horizonte. Así es, admirar el amanecer y el atardecer siempre me calma,
pone mis demonios en silencio y me teletransporta a una dimensión llena de
sosiego y de tranquilidad, dónde parece que mientras mis ojos sigan fijos en
la brillante estrella de fuego, nada puede irrumpir en mi paz.
Le doy pequeños sorbos al café caliente, café muy azucarado porque ya
he tenido suficientes cosas amargas en mi vida, y si quería tener una
relación con el café ya que me acompañas a cada mañana, debía ser todo lo
sana posible, nada de amarguras. Mi teléfono sigue sin recibir ninguna
respuesta por parte de Cassian, eso es raro. Después de mi momento de
relax y mi taza de café, me ducho y voy al centro comercial, de nuevo
necesito comprar aquella crema exfoliante, es buenísima. Es muy
terapéutico conducir sin tener prisa, sin tener que trabajar. Al llegar al
centro comercial, siento mi tarjeta de crédito temblar con anticipación.
Tengo bastante dinero, pero no quiero gastar demasiado, siempre acabo
teniendo el mismo problema.
Después de comprarme más libros para mi habitación especializada para
libros, dos vaqueros en distinto color, un par de deportivas nuevas y un
vestido, vuelvo a casa para seguir disfrutando de mi día libre. Antes de dejar
las compras en el suelo, noto que me suena el teléfono, lo atenderé. Sea
quién sea, va a esperar a que coloque por tamaño y color mis nuevos libros
y acomode mis prendas nuevas en mi armario. El placer visual que me da la
habitación decorada en estanterías repletas de libros leídos y por leer es
indescriptible. Es como si verlos todos juntos y de colores de más oscuro a
más claro y de más grande a más pequeño calmase alguna especie de TOC,
no puedo negarlo, pero tampoco admitirlo. No me sucede con las demás
cosas, sólo con los libros o libretas. Mientras como, abro el mensaje, me
sorprendo al ver de quién es:

CASSIAN: Hola

CASSIAN: Bien, ¿y tú?

CASSIAN: ¿De donde eres?

Vaya, alguien ya había investigado todo mi perfil. Compruebo la bandeja


de notificaciones y confirmo mis sospechas, le ha dado like a un par de
fotos mías y me ha seguido de vuelta. ¿Por qué todos son iguales? Quiero
decir, parecen cortados con la misma tijera. A los pocos segundos de
contestarle, recibo su respuesta inmediata. Al parecer se hizo el duro desde
anoche, porque ahora parece Rambo, típico también. La conversación se
vuelve bastante fluida y me sorprende que aún no me haya insinuado nada.

Cuando me dio las buenas noches eran cerca de las cuatro de la tarde,
habíamos hablado como por tres horas seguidas. Y no, no me insinuó nada.
Me hizo preguntas triviales propias de una web de preguntas para conocer
gente, pero no me mandó ninguna foto imprevista ni nada. Me sigue
pareciendo rarísimo. Ahora mismo me encuentro en el mostrador de una
pizzería, esperando por mi pedido. Resulta que la pizzería a la que siempre
llamo acaba de cerrar y ahora me encuentro con el problema para elegir otra
pizzería a la que llamar cuando no me apetece cocinar, que suele ser muy a
menudo. Una notificación prometedora amenaza con no dejarme morir del
aburrimiento durante mi larga y eterna espera.

CASSIAN: Hola
CASSIAN: ¿Cómo estás?
CASSIAN: Yo acabo de llegar a casa

Sonrío y borro el gesto de inmediato, ¿qué coño ha sido eso?

Holaa
Bien, esperando por mi pizza

CASSIAN: Que bien


CASSIAN: ¿Cómo te ha ido hoy?

Bien, lo de siempre
Mucho trabajo y demás

CASSIAN: ¿De que trabajas? Si


se puede saber, claro

De Administradora
Financiera jajajaja
No suelo darle detalles de mi vida privada a nadie, pero hay algo en
nuestros mensajes y en nuestra forma de escribirnos, que hace que sienta
una comodidad casi desconocida, hace que quiera compartir demasiadas
cosas de mi misma, incluso muchas otras que no deberían ver la luz jamás.
Y Cassian parece ser demasiado inocente como para entenderlo. Tal vez
nunca le vaya a contar nada demasiado personal, pero me saca alguna que
otra sonrisa y eso me sirve.

CASSIAN: Hmmm….
CASSIAN: Disculpa, pero soy
un poco paleto
CASSIAN: ¿Qué es exactamente?

Pues me encargo de analizar


las ventas y compras de la empresa, de
la contabilidad y las relaciones públicas
mientras soy accionista en una empresa

CASSIAN: Vaya….
CASSIAN: Me acabas de
dejar loco jajaja
CASSIAN: Eres super lista
entonces

Si
;)

Antes de que me diese cuenta, ya tenía mi pizza en la bolsa. Qué rápido.


Bloqueo la pantalla del teléfono, lo guardo y emprendo la marcha a casa.
No iba a tomar el coche para caminar cuatro calles, así que ahora disfruto
de la brisa nocturna, aunque no por mucho tiempo, porque mi manía
persecutoria aparece en el momento perfecto para recordarme que jamás
volveré a caminar tranquila por una calle durante la noche.
Echo un vistazo hacia atrás y me cercioro de que no hay nadie, estoy sola
y no sé si eso es realmente bueno o malo. Para colmo llevo un pantalón
corto de pijama y una camiseta de tirantes que me hace sentir bastante
expuesta en estos momentos. Acelero el paso, el corazón me late tan fuerte
y rápido que lo siento en la garganta. Apenas parpadeo por miedo a lo
imprevisto, eso hace que se me humedezcan los ojos. Estoy en modo
supervivencia, atenta a cualquier cosa que pueda aparecer bruscamente en
mi campo de visión. Vuelvo a mirar hacia atrás y un chico nota que lo estoy
mirando, y ahí es cuando hace algo que realmente no me esperaba, cambiar
de acera y aminorar su marcha. Le dedico una mirada curiosa, bien podría
ser un simple chico intentando evitarme un mal trago o bien podría ser un
acosador tratando de ganarse mi confianza a través del lenguaje corporal.
Me siento observada de nuevo cuando cruzo dos calles. ¿Debo ir a casa? Si
alguien me está siguiendo no creo que sea muy conveniente que sepa dónde
vivo, no sería tan imbécil como para guiarlo hasta mi puerta. Todo está
cerrado y apenas hay un par de personas por la calle.
Joder, tenía que haber cogido el coche.
Trato de convencerme de que sólo son imaginaciones mías, de que nadie
me está siguiendo y de que llegaré a casa, como cualquier otra noche. La
tarea se me complica cuando veo una furgoneta reducir la velocidad cerca
de mí. Vuelvo al modo supervivencia del que creo que no salí en ningún
momento. Hasta cierto momento, giro la esquina tratando de despistarla y
creo haberlo conseguido, error, nunca cantes victoria. Cuando dos hombres
se bajan de los laterales de la furgoneta es cuando mis piernas reaccionan y
empiezan a correr. Me gustaría poder decir que soy una paranoica de mierda
y que no ocurrió nada, pero la realidad es que según yo empecé a correr,
aquellos dos hombres también y, ¿adivinen qué? Si, corrían detrás mía.
Hago zig zag entre los callejones y cuando apenas me queda aliento, veo
una figura alta a pocos metros, una persona. Hombre o mujer, me da
absolutamente igual. Me da igual si parezco una loca desesperada, no
quiero desaparecer también. Ni lo pienso cuando tomo a la persona del
brazo agitada y desesperada.
—¡Ayuda! ¡Me están persiguiendo! —tiemblo de pies a cabeza, pero no
puedo evitarlo, estoy cagadísima.
—Hey, tranquila, no estás sola —la luz tenue de la farola me deja
reconocer a quien tengo delante—. Anda, tú de nuevo.
—Si, yo de nuevo... —digo avergonzada, es el mismo chico contra el que
choqué, el tipo de los ojos azules.
—Vamos, te acompaño a casa —se asegura de que no hay nadie y me
toma amistosamente el brazo.
—¿Cómo te llamas, querida desconocida a la que veo por segunda vez?
—sonríe mientras caminamos.
—Sandra —miento, no voy a decirle a un desconocido cómo me llamo.
Aunque eso no tiene mucho sentido, porque me está acompañando a mi
casa, en fin.
—De segundo nombre —miento de nuevo.
No lo estoy arreglando, ¿verdad?
—¿Y cuál es el primero?
—Rachel —vuelvo a mentir.
—¿Rachel? No te pega —reflexiona.
—Si, bueno, idea de mis padres, ¿tú cómo te llamas? —pregunto.
—Steve —carraspea—. ¿Qué hacías sola por ahí? Es peligroso.
Lo miro con los ojos muy abiertos.
—¡No jodas! No me lo llegas a decir y no me doy cuenta.
—Veo que eres la del sarcasmo, ¿verdad?
—¿Acabas de darte cuenta?
Se ríe mientras desvía la mirada, acabo de cargarme todos sus
argumentos. Me llega una notificación en el teléfono, es Cassian, pero lo
ignoro y lo vuelvo a guardar.
—¿Tu novio? —pregunta Steve.
—Qué va, un amigo —aclaro.
Un amigo que está muy bueno, pero eso me lo guardo para mí. Tras unos
minutos, llegamos a la puerta de mi casa.
—Gracias por acompañarme.
—No me las des, ten más cuidado la próxima vez.
—¿Insinúas que es culpa mía que de camino a mi casa me hayan
intentado atracar o me lo parece?
—No, no —se apresura a aclarar—, me refiero a que salgas antes o al
menos acompañada —levanta las manos en señal de defensa.
Me río y abro la puerta, antes de entrar, vuelvo a escuchar su voz a mis
espaldas.
—Si te vuelvo a ver te pido el número —promete mientras se aleja.
—De acuerdo, aunque dudo que haya una próxima —sonrío con malicia.
Desaparece calle abajo y cierro la puerta detrás de mí, siento que se me
quita un peso de encima. Estoy en casa. Estoy a salvo. Estoy segura. Meto
la pizza al horno mientras le mando interminables audios a Jennifer sobre lo
que me acaba de pasar. En la vida hay dos tipos de personas mandando
audios, las que mandan muchos audios cortos y luego están las personas
como yo, que mandamos uno sólo y parece un podcast. Para cuando me
contesta ya estoy por acabarme la pizza, se me olvidó contestarle a Cassian.
Jennifer está alucinando y ya insinúa que tal vez este sea el inicio de la
historia que le contaré a mis bisnietos sobre cómo conocí al amor de mi
vida, su bisabuelo. Le digo en otro audio que no flipe tanto y deje de ver
esas telenovelas turcas, que están friendo su cerebro. Me digno a contestarle
a Cassian.

CASSIAN: ¿Qué haces?

Cenar, ¿y tú?
CASSIAN: Que te aproveche
CASSIAN: Tomarme una cerveza

Gracias
Anda que invitas
CASSIAN: Pues ven
CASSIAN: Oye, ¿estás ocupada?

Si, estoy haciendo


doscientas cosas mientras
te hablo
Es que soy una chica, ¿sabes?

CASSIAN: Que graciosa


CASSIAN: ¿Te apetece videollamada?

¡¿Qué?! ¿Videollamada? ¿Ya? Si llevamos hablando tres días. Ya estoy


desmaquillada y ahora mismo parezco la prota de Lazy Town, pero en
morena. Aunque en realidad, sí que tengo curiosidad por descubrir si se ve
igual que en esa foto que me llamó tanto la atención. Le doy al icono y la
llamada no funciona, parece que la aplicación se ha quedado pillada. Qué
oportuno todo.

Mejor dame tu
número
CASSIAN: Que curiosa forma
de pedirme el numero

No flipes, la app
no me va bien

No se que le pasa

Eres tu el que quiere


verme, no es por nada

CASSIAN: Y ahora es cuando me


mientes con que tu no, ¿verdad?

¿Qué? Lo más alucinante de todo no es que me haya pillado, es que me


haya pillado antes de siquiera mentirle. Parece muy seguro de lo que hace o
dice, me apuesto lo que sea a que es el típico al que nunca le han rechazado,
el que ha tenido a la que ha querido cuando ha querido y voy a estar
encantada de demostrarle que no todas somos iguales, yo soy peor.

CASSIAN: Acabo de pisar tu orgullo


CASSIAN: Menuda bad bitch
estas hecha tu JAJAJAJA
CASSIAN: Venga anda, llama

No me queda ningún argumento útil frente a esa lógica, la verdad, al


menos no a estas horas. Agrego su número y presiono el icono de la cámara,
una sensación extraña se apodera de la boca de mi estómago. La
videollamada se conecta. Sí, confirmado, tiene cara de niño. ¿Qué tendrá?
¿Diecinueve? No puedo evitar preguntarlo.
—¿Qué? —pregunta al ver que no digo nada.
—Dios, ¿pero cuántos años tienes? —me río inevitablemente.
Me copia y sonríe también, bonita dentadura.
—¿Cuántos me echas?
—Diecinueve —contesto sinceramente.
—Joder, pues no.
—¿Ah no?—frunzo el ceño extrañada.
—Veinticuatro, graciosa.
No jodas, ¿veinticuatro? Pero si tiene cuatro pelos en el bigote y la cara
más suave que yo usando cinco cremas distintas, ¿y aún así me saca un
año?
—Joder, pues pedazo de genética, porque no los aparentas.
—Claro, no como tú, que aparentas cuarenta.
—Que te den —me resigno.
—Es broma, ¿cuántos tienes?
—Veintitrés —admito aún pensando en si me veo como una cuarentona.
—Anda, pero si sólo te saco un año, ¿cumplidos de cuándo?
—Del dos de diciembre.
—Pesadilla antes de Navidad te decían —se empieza a reír cual yonkie
colocado.
—JA JA, muy gracioso tú, ¿verdad? —me burlo.
—No pretendo robarte tu trabajo, lo decía en serio —consigue dejar de
reírse y añade—. Yo del siete de enero.
—Desgracia el día de Reyes te decían.
—¡Pero qué vengativa!
—¿Has visto? Felicidades atrasadas.
—Gracias, gracias.

Estuvimos hablando por horas y horas, cuando me di cuenta llevábamos


siete horas de videollamada. Me cae bien. Me contó sobre los coches que le
gustan, pasión que por lo visto compartimos, los géneros musicales que
tiene, las bandas que escucha, etc.
Odio admitirlo, pero somos súper parecidos. Aunque como dijo él en
cierto momento, no todo tiene que acabar en algo más que una amistad.
Quisiera decir que pienso lo mismo que él, pero sólo podría ser su amiga
realmente si él no fuese tan jodidamente sexy. Además, siempre digo lo
mismo: no existen los amigos, solo los hombres pacientes.
Y que tiene esa maldita cara de niño que dan ganas de pervertirlo de mil
formas distintas, y lo más probable es que, para mi sorpresa, acabe él por
pervertirme a mí, eso es propio de los chicos con cara de niños buenos, pero
que son de todo menos buenos. No le avergonzaba reírse como un loco
esquizofrénico. Estuvimos filosofando sobre todo y nada a la vez. Cuando
hablaba de algo que le gustaba, se notaba que sabía de lo que hablaba,
porque se concentraba sólo en eso y después divagaba hasta irnos por las
ramas en doscientos temas distintos. En ningún momento nos quedábamos
sin conversación. Para mi sorpresa, sabía escuchar. Porque, aunque no me
guste hablar mucho, le hablé también de cosas sobre las que tengo un
conocimiento bastante amplio, y aunque tuviese cara de póquer, la tenía
porque en miraba como si le estuviese hablando en arameo, prestaba
atención a cada palabra que salía de mi boca, como si se esforzase por
entenderlo, como... como si realmente le importase.
Capítulo 5
¿Te dijeron alguna vez que la caja de Pandora
tiene llave?
Dios, qué semanita llevo.
Estoy hasta las narices, hasta el coño y hasta todo lo que se pueda estar.
Al final conseguí solucionar el problema de la reunión con la junta
directiva, fue ayer, pero como siempre, vuelven a surgir más problemas.
Resulta que ahora se ha jubilado el de Recursos Humanos, así que tengo
que entrevistar gente y eso me da mucha pereza, pero, en fin. Jennifer no
puede quedar porque está hasta arriba, la planta de psiquiatría tiene cada
vez menos personal y ella más trabajo. Cassian y yo seguimos hablando,
hemos quedado en conocernos en persona uno de estos días, pero ya saben,
a saber cuándo será eso. No me ha vuelto a llegar ninguna nota amenazante,
por lo que creo que sería un niñato quinceañero imitando alguna película de
los setenta. Lo bueno es que hoy ha sido mi último día en la oficina y ahora
tengo quince preciosos días de vacaciones para divertirme. La pantalla de
mi teléfono se ilumina cuando me llega una llamada entrante de Cassian.
Descuelgo y a continuación, no sé en qué momento llevamos más de cuatro
horas hablando.
—Y entonces me caí frente a toda mi clase.
No puedo parar de reír. Cassian era muy torpe de pequeño y me hubiese
gustado verlo. No para levantarlo, sino para reírme también.
—Te dejo, voy a prepararme un baño que estoy agotadísima.
—Dale, hablamos, cuídate y disfruta de tu baño —se despide.
—Igual, gracias.
Cuelgo la llamada y me pongo mi playlist especial de Chase Atlantic. Me
cambio y desmaquillo para luego ponerme un vaso de vino. Recibo una
notificación de Amara preguntándome si ya me lo tiré y doy por hecho que
se refiere a Cassian. ¿A qué viene la pregunta? ¿Espera difundirlo como si
fuese uno de esos antiguos cotilleos universitarios? No lo sé, es lo más
probable, pero tampoco quiero descubrirlo. Lo del cotilleo, digo. Con la
punta de mi pie compruebo la temperatura del agua, está perfecta. Me
sumerjo en la bañera y dejo el agua caliente me relaje junto al olor del agua
de rosas. Esto es la única cosa capaz de poner en orden mis pensamientos,
un baño. El silencio de la casa es agradable dejando a un lado la música,
pero es el único ruido que esta casa recibe, el de la música. No es que eche
en falta las voces, creo que jamás podré hacerlo...
Septiembre, 2007
Los gritos rebotan en las paredes del gotelé de esta casa. A pesar de
tener la puerta cerrada, no es suficiente. Mamá entra y sale a su antojo,
gritando de aquí para allá y papá, bueno, papá hace lo mismo de siempre.
Me gustaría poder mantener cerrada la maldita puerta, pero no tiene
pestillo, en esta casa no hay pestillos. Unos sollozos irregulares vuelven a
llamar mi atención. Ainhoa sigue hipando mientras llora y la respiración se
le dificulta, como siempre que el ambiente se torna violento. Está sentada
en el borde de la cama. Me arrodillo ante ella y la miro a los ojos, del
mismo gris que los míos.
—Hey, Noa, todo está bien, ¿vale? No pasa nada —le susurro.
—Es que tengo miedo, Ada... —dice entre hipidos, sus labios gruesos de
por si están hinchados por el llanto.
—Lo sé —bajo la mirada un momento—. Vamos a jugar a un juego, ¿qué
te parece?
Los golpes y gritos se siguen oyendo de fondo, por lo que trato de
taparlos con mi voz mientras distraigo su atención tocándole la rodilla con
la palma de la mano. No contesta, sólo asiente.
—Vale, date la vuelta —le digo recordando el juego.
Este juego era un juego propio de la piscina, pero no se me ocurría nada
mejor e inmediato para que Ainhoa no escuchase lo mismo que yo.
—¡Que te follen! ¡Eres un maldito hijo de la gran puta! ¡Puto alcohólico
de mierda! —la voz de mamá sonaba agresiva y desgarrada.
—¡Qué te follen a ti, pedazo de puta! ¡Qué eres una puta igual que todas
las mujeres de tu familia! —no necesitaba ver la cara de papá para saber
que debía estar enrojecido de furia.
Ainhoa se dio la vuelta y yo empecé a dibujar con el dedo índice sobre su
pequeña espalda. Dibujé un corazón.
—¿Adivinas?
—Hmmm...
Volví a dibujarlo, esta vez más despacio.
—Un corazón.
—¡Sí! —grité con falsa emoción para tapar las voces de fondo.
Quiero llorar, quiero hacer lo que suelo hacer muchas veces, encerrarme
en el baño, darle rienda suelta al grifo y arrodillarme contra la puerta a
llorar con la cabeza escondida y mis rodillas haciendo de un muro que
nunca consigo construir. Me duele la garganta por el nudo tan fuerte que
siento que ahorca mis cuerdas vocales, pero trago saliva y me obligo a
seguir entreteniendo a Ainhoa, ella es demasiado pura, demasiado frágil
para romperse de la misma forma que yo.

Por fin he terminado de leer mi libro, así que ya puedo empezar el que
me compré la semana pasada. Amara sigue intentando descubrir
información preguntándome sobre Cassian, pero no le he contestado. Por su
parte, él es súper agradable, además de tierno. Está confirmado que es uno
de esos chicos tan buenos que se siente hasta ilegal pensar algo más allá de
la bonita y virtual amistad que compartimos. El sonido de notificación de
mi teléfono me distrae de mis pensamientos. Vaya. Cassian mandándome
otro meme. Nos mandamos memes consecutivamente para morir de asfixia
por reír como dos estúpidos en llamada. Salí a comprar mientras estábamos
hablando por teléfono y la sensación de que me estuviesen siguiendo fue
tan obvia que Cassian me preguntó si estaba bien, ya que me había quedado
en silencio por varios segundos. Quisiera poder decir que era de noche y era
totalmente comprensible, pero el problema está en que caminaba por la
calle mientras me sentía perseguida a plena luz del día. Que no digo que no
pueda pasar nada, pero simplemente es más improbable que alguien
quisiese lastimarme con decenas de personas mirando. Cada vez estoy más
cerca de poder afirmar que me están siguiendo, pero además de las malditas
notas no tengo nada más. Las notas bien podrían haber sido de cualquier
niñato aburrido, aunque no me da esa impresión.

CASSIAN: Gracias por ignorarme, eh

JAJAJAJA

De nada
CASSIAN: FOTO
CASSIAN: Voy a salir, opina

¡Joder!
Como que aquí empieza a hacer calor, ¿no? ¿No?
Vale, ya se sabe que Cassian es atractivo, ¿pero tanto? La foto está
tomada desde arriba. Resaltan las gafas de sol y el abundante pelo rizado
con los laterales recortados. Su outfit está compuesto por una camiseta
negra simple, chaqueta estilo Bomber azul con las mangas blancas que lleva
sin abrochar y unas zapatillas blancas con dos rayas azules, que todo ello
conjunta a la perfección con los vaqueros azules oscuros.

CASSIAN: Oye, ya se que


estoy tremendo
CASSIAN: ¿Pero puedes darme
la opinión ya?
CASSIAN: Tengo que salir,
pero ya

No lo eres mas que yo, y


respecto al conjunto, pareces
la bandera de Argentina

Maldito cerdo ególatra, se lo tiene demasiado creído, y con razón.


Me guardo para mí la verdadera opinión, como la de que, por ejemplo, lo
acompañaría solo para poder llevármelo de la mano hacia algún lugar donde
estemos a solas para comprobar si es tan inocente como parece.

CASSIAN: JAJAJA
CASSIAN: Que graciosa, vaya
CASSIAN: Me voy ya, hablamos,
besitos

Cuidate y disfruta

CASSIAN: Igual y gracias


Voy a pasar por alto eso, mejor, ¿no? Qué morro el suyo, irse de fiesta y
encima enseñármelo. Salgo de su chat para llamar a mi queridísima mejor
amiga, en teoría hoy debería librar. Una conversación rápida y viene de
camino a mi casa para salir a tomar algo. Si Cassian piensa que me voy a
quedar en casa a morir del asco es que no tiene demasiadas neuronas en
funcionamiento, por no decir ninguna. Mientras espero a Jennifer, lavo los
platos acumulados para no tener que hacerlo luego. La mala suerte es mi
fiel compañera y cómo no, hizo acto de presencia en cuanto el teléfono fijo,
sí, el fijo, empieza a sonar. ¿Quién coño usa aún el fijo? Eso lo usaba yo
cuando mis padres no me dejaban tener teléfono propio y sólo podía llamar
o recibir llamadas pasadas las ocho de la tarde, porque no te cobraban la
llamada, prácticamente. ¿Por qué lo tengo? Porque venía con el wifi. Con
las manos mojadas descuelgo y sujeto el teléfono entre mi oreja y mi
hombro.
—¿Hola? —digo con poquita dificultad.
Lo único que recibo es silencio al otro lado de la línea. Eso me hace
estremecer.
—¿Hola? —vuelvo a preguntar, pero nada.
Hoy resulta que tengo muy poquita paciencia para estas mierdas.
—Mira, niñato de quince años, vas a vacilar a tu madre, ¿estamos? —
digo ya al borde de perder los nervios con tanto silencio.
—No estás siendo una niña buena, Ada.
Parálisis.
Quiero pronunciar algo, pero mi mente ha puesto los engranajes a girar
para proyectar escenas macabras en mi mente, todo tipo de escenarios ya
pasados y muchos otros que podrían suceder perfectamente, o que
estuviesen sucediendo ya. La única persona que me llamaba así era Ainhoa
y ella no...
Ella no me volverá a llamar así nunca más.
El teléfono se escurre entre mis manos mientras sigo paralizada mirando
a un punto fijo. La voz grave y obviamente manipulada para ser
distorsionada no deja de repetirse en mi cabeza, una y otra vez, una y otra
vez...
No estás siendo una niña buena, Ada
No estás siendo una niña buena, Ada
No estás siendo una niña buena, Ada
Niña buena...
Ada...
Es imposible que sea un niño de quince años aburrido, es alguien que me
conoce, me conoce bien. El teléfono vuelve a sonar y me sobresalto. Leo la
cuadrada pantalla, número oculto. De repente las paredes de mi casa
parecen ser más estrechas, me ahogo en ellas. Me ahogo entre las mismas
paredes que creía que me mantenían a salvo. Estoy rodeada de todas mis
cosas, intento calmarme al pensar en eso. El teléfono sigue sonando, cada
vez más y más insistente. Me cuesta mucho respirar y empiezo a mirar
cualquier cosa. Las estanterías están repletas de libros que leí en mi
adolescencia, de estatuas que recibí como preciosos regalos, de pisapapeles
de cristal navideños, de cuadros con amigos. El cuadro en la pared paralela
a la puerta sigue dándome algo de placer visual, un lobo negro que muestra
sus colmillos, preparado para atacar en cuanto alguien entre por la puerta.
Cierto.
La puerta.
Corro hacia ella y me aseguro de que esté bien cerrada. Ya se colaron en
casa una vez, no necesito otro susto. El dichoso teléfono por fin ha dejado
de sonar, justo para cuando escucho dos golpes en la puerta de la entrada.
Vuelvo a sobresaltarme y me obligo a relajarme, Jennifer no puede verme
en este estado o me sedará. La costumbre hace que me lleve menos tiempo
mentalizarme y abrir con una sonrisa de quita y pon.
—¡Hola! —el cabello negro de mi mejor amiga se mezcla con el mío al
fundirnos en un nostálgico abrazo.
—Hey —correspondo.
Jenny deja su bolso en mi sofá y procede a tumbarse en la otra parte del
sofá. Sé que ahora quiere un respiro, está cansada. Mientras ella se toma ese
respiro, yo me sirvo medio vaso de whisky y me siento en el sillón que hay
al lado del sofá, frente a la mesita de cristal. Tres segundos después del
primer sorbo ya tengo a mi mejor amiga interrogándome.
—¿Qué? —frunzo el ceño confuso.
La notificación en mi teléfono no hace que su atención se desvíe, más
bien le importa una mierda.
—A ti te pasa algo —sus ojos se empequeñecen mientras busca más
señales en mi confusa expresión.
Doy otro sorbo.
—Qué va, sólo estoy cansada, he tenido un día complicado en el curro —
miento.
Y hubiese seguido mintiendo con mi preciosa habilidad, de no ser
porque...
—Pero si estás de vacaciones.
Boom. ¿Veis? Así es como tiras el argumento de alguien por el suelo y lo
pisas.
—Venga, dime qué te pasa, lo mismo no es tan grave como parece.
¿En serio? Qué va, para nada. Sólo estoy recibiendo cartas amenazantes
con apodos con los que ya nadie se refiere a mí, vamos, lo normal.
—Addie... —insiste.
—He estado recibiendo unas notas anónimas —las saco del bolso y se las
extiendo—, siento que me siguen por la calle, alguien entró a mi casa la
semana pasada y hoy...
—¿Y hoy...? —su cara expresaba un notable shock.
No podía, quería decirlo, debía hacerlo. Si ya le he dicho todo eso
debería decirle esto también.
—Alondra.
Se está empezando a preocupar, lo veo en como su ceño se frunce, casi
veo las doscientas mil preguntas distintas que se empiezan a formular en su
cabeza.
—Hace unos minutos he recibido otra llamada anónima.
—¿Y bien? ¿Qué te dijeron?
—No estás siendo una niña buena, Ada —dije en voz baja.
La cara de espanto de Jennifer era digna de la escena de un homicidio.
Con los ojos muy abiertos y apenas voz intenta hablar, pero la interrumpo,
ya sé lo que va a decir.
—Pero eso no es posible, la única que te llamaba así era Ainhoa y...
—Está muerta.

Sigo sin poder dejar de darle vueltas a la maldita llamada. Jennifer se ha


ido hace un par de horas y ahora estoy intentando concentrarme en mi
lectura, pero no hay forma. Y no es precisamente culpa del libro que, de
hecho, es muy bueno. Trata de una chica que sale de fiesta con su mejor
amigo y a la vuelta, se encuentran con un chico herido a un lado de la
carretera y lo recogen. Tiene buena pinta, Luz Oscura se llama, pero no soy
capaz de concentrarme, no hay forma. Me levanto y empiezo a dar vueltas
por la casa. La puerta de fuera está bien cerrada y la de la entrada también,
obvio me aseguro una vez más de que así sea. Corro las cortinas del salón,
me siento observada, aunque parezca no haber nadie. Antes de que mi
paranoia avance mucho más, el tono de llamada de mi teléfono frena en
seco cualquier pensamiento. Lo alcanzo y contesto. Cassian haciéndome
una videollamada. Me acomodo el pelo por instinto y contesto.
—Hey, ¿qué dices, chiquitina? —sonríe con su dentadura perfecta.
No me pasa desapercibido el apodo y se lo hago saber.
—¿Chiquitina? Perdone usted, rascacielos —sonrío también.
Tiene el cabello desordenado y las pequeñas ondas en su pelo castaño le
suman a su de por sí magnético atractivo. Lleva una camiseta de tirantes
blanca.
—Es que es la verdad, eres un minion comparada conmigo.
El ego de este hombre no tiene límites, cada vez me queda más claro.
—Sí, seguro no medirás más de uno setenta.
—Créeme, mido más de uno setenta.
—Ajá —pongo los ojos en blanco.
—¿Quieres comprobarlo?
Espera. ¿Me estaba diciendo de quedar? No sé, pero sólo imaginármelo
me causaba una sensación extraña, pero no se lo iba a dejar saber.
—Cuando quieras —me encogí de hombros como restándole
importancia.
—¿Qué haces mañana? Bueno, me da igual si haces algo, lo pospones.
—¿Perdón? —río ante su arrogancia—. ¿Quién te crees?
Cassian me regala una media sonrisa coqueta camuflada de inocencia,
pero cargada de ego.
—¿Que quién me creo? Perdona, pero yo no me creo, soy, que es
distinto.
—Okay alteza, no pretendía herir su real y astronómico ego.
—Así me gusta —le da un sorbo a una taza de algo— ¿Cómo te ha ido el
día? Perdón por desaparecer ayer, estaba ocupado.
—No te preocupes, y bien, estaba leyendo —omito toda la información
real, Cassian no tiene por qué saber lo de las llamadas.
—¿Ah, sí? Con que lees...
—Sí, algo bastante útil para el ser humano, ya que influye en su vida
diaria, aunque de lejos se nota que tú no tienes ese hábito.
Pone cara de ofendido por un momento, pero de actor se moriría de
hambre, eso está claro.
—¿Acabas de insultarme en idioma intelectual? Yo soy más simple, eres
retrasada y punto.
Nos echamos a reír como dos esquizofrénicos.
—¿Y de qué va el libro? —pregunta cuando recupera la respiración.
—¿Y a ti qué más te da? Si no te lo vas a leer —frunzo el ceño.
—Ja, por saber, ¿no puedo o qué?
Este hombre me saca de mis casillas segundo sí y segundo también.
Suspiro y le cuento por encima.
—Una chica que se enamora de un chico con el que sólo tenía pensado
tener sexo y ya. Ella no da el paso porque algo le dice que no le conviene y
él porque teme hacerle daño.
Parece meditar la información por unos segundos, ¿en qué estará
pensando? Lo iba a descubrir enseguida.
—¿Te soy sincero?
—Claro.
—Es una gilipollez como una casa.
Bien, ahora la ofendida soy yo.
—¿Por?
Coge aire, parece que intenta, no sé, ¿ordenar las palabras?
—Porque es muy posible que, lo que a ella le dice que él no le conviene,
sea la inseguridad de haberlo pasado mal antes, algo de lo que claramente él
no tiene culpa.
Buen punto de vista, he de admitirlo.
—Y él tampoco lo está haciendo bien, porque es el mismo caso. ¿Cómo
se sabe si merece la pena confiar? Confiando.
Las palabras de Cassian tocan una fibra sensible en alguna parte de mi y
hace eco, no sé en cuál exactamente, y eso me asusta. Me siento algo
identificada.
Cassian ante mi silencio, vuelve a hablar.
— ¿Tú qué harías en su caso?
—¿En el de quién?
—En el de ella.
Me pilla por sorpresa la pregunta y me tomo unos segundos para
pensarlo, la verdad es que no me lo esperaba.
—Pues ya sea intuición o ya sea inseguridad, la puedo entender. En la
vida hay mucha gente que hace daño solo por el placer de hacerlo y eso deja
huella. Si confiase en él así de primeras, la confianza estaría muy
infravalorada. Dicen que cuando hay demasiado de algo, ese algo pierde su
valor.
—Ley de Oferta y Demanda —asiente.
—Exacto, si ofreces algo en gran cantidad, su precio baja y se reduce la
demanda. Cuando algo falta en el mercado, se vuelve más demandado, por
lo que la cantidad más mínima tendrá un mayor valor.
—Entiendo, ¿puedo hacerte una pregunta? —alza la vista hacia mí, sus
ojos se ven marrones como el café.
—Dime.
—¿De qué trabajas?
—Tengo la sensación de haberte respondido ya a esa pregunta, creo —
intento recordar vagamente si se lo he dicho o no.
—Me falla la memoria a veces —se ríe.
—Ya somos dos —termino de reír y le contesto—. Me gradué en
Finanzas, Contabilidad y Análisis de Mercado y ahora trabajo de Asesora
Financiera en una empresa de la que poseo el 25% de las acciones.
—Joder con la lectora, tienes mis respetos —literalmente aplaude y
sonríe, se le ve orgulloso...
—Gracias, ¿y tú?
—Lo mío no llega a tanto, pero tengo un Grado Medio y Grado Superior
en Informática y un curso de Electricidad.
—¿Hacker y electricista? Sí que te gustan los cables, eh.
Se ríe y le noto menos tenso. ¿Se avergüenza de ello? ¿Por qué estudiaría
algo de lo que se avergonzaría? Además, no entiendo por qué habría de
hacerlo, yo no le veo nada de malo.
—Podría decirse, sí. Tengo los exámenes a la vuelta de la esquina.
—¿Aún estudias?
Baja la mirada por un segundo, obviamente me doy cuenta.
—Digo, no tiene nada de malo, sólo que me sorprende.
—Ya —dice no muy seguro de sí mismo—. Es que tuve algunos
contratiempos.
—Bueno, nunca es tarde —me encojo de hombros.
Dios, qué mal se me da dar consejos o apoyo.
—Si tú lo dices.
—A ver, me sacas un año, ¿no? Tampoco es tanto.
—Once meses más o menos.
—Bueno, lo que yo he dicho.
—Que sí, maldito minion, tienes la razón, ¿contenta?
—A mí no me des la razón como a los tontos, eh —le advierto, aunque
tengo la risa en la punta de la lengua.
Levanta las manos en señal de rendimiento.
—Espera un momento, voy por un vaso de agua.
—Dale.
Deja el móvil apoyado en algún sitio de lo que distingo que es una cocina
y desaparece de la cámara. Es una cocina medianamente pequeña, bastante
bien equipada y bien decorada. Tomo mi libro y trato de seguir el hilo de la
historia mientras Cassian aparece pero el ruido del agua corriendo me
distrae para que, a continuación, mi oído reconozca de inmediato el ruido
de algo plástico, un blíster. ¿Será que está resfriado? No, los bordes de las
fosas nasales no se los he visto rojos ni irritados. Tampoco estaba pálido ni
tenía los ojos ligeramente enrojecidos, que es como debería tenerlos en caso
de estar resfriado. ¿Por qué le estoy dando tantas vueltas, para empezar?
Vuelvo a mi lectura. Si Cassian se medica o no, no es mi asunto. Al cabo de
unos minutos me siento observada nuevamente y miro hacia los lados,
quién me observaba estaba técnicamente frente a mí.
—¿Qué?
—Nada, estabas súper concentrada, eh.
No sé cuánto lleva mirándome tan fijamente pero que deje de hacerlo, ya.
—Sí, es lo que me suele pasar cuando leo.
—Ya veo, me pasa cuando juego al ordenador o me pongo a arreglarlo.
—¿Sí?
—Sí. De repente entro en mi mundo y no sé, joder, no encuentro la
palabra.
—¿Desconectas?—le sugiero.
—Justo.
—Me pasa lo mismo —admito.
—¿Y sólo te pasa cuando lees?
—No, también cuando trabajo.
—Ya, a ver, me refiero a otras cosas, cosas que te gusten.
—Me gusta trabajar.
Se lleva la mano a la frente, lo estoy desquiciando.
—Vale, sí. Sé a qué te refieres. Pues me pasa leyendo y a veces cantando.
—¿Cantas? Ahora entiendo porque llueve tanto.
—Imbécil, estamos en marzo, es normal que llueva, además, ni siquiera
me has escuchado como para saberlo —me arrepiento de lo que digo en
cuanto termino de hacerlo.
—Tienes razón, pues quiero escucharte a ver.
—Ni muerta.
Cantar es algo muy personal para mí, no dejo que nadie me escuche
hacerlo, salvo Jennifer, que le encanta que le cante porque dice que le
transmito mucha calma. Eso me recuerda a mi hermana.
Acaricio su largo cabello, estoy sentada en la cama en posición de flor
de loto y Noa tumbada, su cabeza descansa sobre mi muslo. Me mira
embelesada con esos ojos iguales a los míos, de un fuerte gris diamante.
—I never dreamed that I'd meet somebody like you... —mi voz es firme y
suave a la vez—. And I never dreamed that I'd lose somebody like you...
Los minutos pasan, el brillo de admiración en los ojos de mi hermana
pequeña es lo que me da mayor seguridad. Estamos encerradas en mi
cuarto, al otro lado de la puerta los insultos y golpes no cesan, pero no
importa, Noa no los escucha, pues su atención está completamente
concentrada en mi voz mientras la letra de Wicked Game en mi voz rebota
en las paredes de la pequeña habitación. Sus ojos se van cerrando y un
bostezo la despide antes de quedarse dormida sobre mis piernas.
Capítulo 6
Un globo en un mundo de alfileres
—Chiquitina, hablamos luego, tengo que hacer unas cosas y después te
llamo, ¿te parece?
—Claro, sin problema.
—Bien, hablamos.
—Dale.
—Chao.
Le cuelgo y dejo el teléfono encima de la mesa. Me queda una sensación
extraña cuando veo la fecha en la pantalla de bloqueo, llevamos hablando
una semana justa, pero siento que ha sido más tiempo, pero no porque el
tiempo pase lento, todo lo contrario. Siento que fue ayer cuando le escribí,
pero tengo la sensación de conocerlo de mucho más tiempo. Nunca se me
ha dado bien socializar. Socializar implicaba conocerse y eso implicaba dar
mostrar partes de uno mismo que es mejor tener bajo llave, al menos las
mías. Me visto en cuanto recuerdo que tengo que hacer compras. Cojo unas
mallas deportivas y una camiseta de tirantes negra. Cojo el coche ya que
debo ir a un supermercado bastante grande. Conecto el teléfono al coche y
dejo que Charmer de WITCHZ inunde el ambiente con esa característica
vibra oscura que transmiten sus canciones. Es una mezcla entre pop oscuro
y electrónica. Por el camino decido cambiar de planes y tomar la carretera
que lleva hacia el centro comercial, necesito más maquillaje. Reviso mi
teléfono en busca de notificaciones nuevas y me sorprende no ver el perfil
de Cassian entre ellas, bueno, dijo que estaría ocupado. Aparco y empiezo a
caminar. Antes de percatarme, alguien choca conmigo.
—¿Es usted gilipollas o...?—empiezo a vociferar mientras recojo mi
teléfono del suelo.
Perfecto, a la mierda el cristal de mi teléfono comprado hace tres meses y
que cuesta más de la mitad de mi sueldo.
—Esta vez ha sido mi culpa.
Desde el suelo veo la figura de un chico algo, unos labios finos y
aquellos ojos azules claros que me dan una vibra extraña.
—Steve.
—Rachel.
Cierto, le mentí, bueno, otro más a la lista.
—Te encuentro en todos lados —concluye con una sonrisa nerviosa.
—O me sigues, que también puede ser.
—Puede —se encoge de hombros.
—Que sepas que te has cargado la pantalla de mi teléfono.
—Déjame pagártelo, por favor.
—No supliques, no iba a impedírtelo.
—Joder, qué humilde tú.
—¿Cuál humildad? Te has cargado mi teléfono —me río con sarcasmo.
—Toma —abre la cartera y un fajo de billetes llama de inmediato mi
atención.
Bueno, al final será verdad que existe el amor, ¿no?
—Espero que sea suficiente, veo que es uno de los últimos modelos del
mercado.
—Sí, me costó casi mil doscientos dólares.
—Joder, te gusta gastar por lo que veo.
—Si me lo puedo permitir, lo puedo hacer.
—Razón no te falta —me concede.
Me despido y sigo mi camino hacia la parte de la lencería. Este chico es
de lo más extraño. En serio quiero pensar que no me sigue, pero ya me lo he
encontrado dos veces en una semana. Aun así, tampoco se ve muy
amenazador.

Salgo con dos bolsas, me he llevado unos conjuntos monísimos. Paso a


una tienda de temática oriental y compro inciensos, cremas, exfoliantes y
bolas de baño. Soy fiel fanática del cuidado corporal y facial. Por delante de
mí pasa un chico tatuado, alto y vistiendo bastante formal, cosa que se roba
por completo mi atención. Ese tipo de tíos me pueden. Es de los que
caminan como si el pavimento se hubiese asfaltado precisamente para que
sus pies lo pisen. Como si tuviesen en la palma de su mano el mundo y, con
un solo movimiento, pudiesen cerrarla y destruirlo. Por desgracia lo pierdo
de vista. Sigo caminando y me veo reflejada a través del escaparate de una
tienda. Enfoco un poco más la vista para dejar de admirar mi reflejo y ver
más allá, lo que esconde el cristal y mi respiración se detiene por un
segundo. Un par de gafas negras atraen mi interés y la imagen acude a mi
mente sin yo poder hacer nada para evitarlo.
Sus zapatillas blancas iguales a las mías, su vestido veraniego apretado
cubriéndole hasta los tobillos, le queda precioso. El top blanco se ajusta a
su figura a la perfección, creando un conjunto precioso de dos piezas. Su
cabello del color del chocolate le cae lacio y suelto por la espalda. Me
sonríe y veo sus ojos entrecerrarse a través de los cristales de las gafas,
está preciosa, es perfecta.
Cuando vuelvo al mundo real, me doy cuenta de que había soltado las
bolsas en algún momento y una lágrima salada resbalaba por mi mejilla
hasta humedecer mi labio inferior. Quiero llorar, pero hay demasiada gente
a mi alrededor. Con la mirada avergonzada busco el cartel que debería
indicar los aseos y afortunadamente lo encuentro. Agarro las bolsas y me
dirijo al baño más rápido de lo que me gustaría admitir. Tengo la suerte de
que no haya nadie en él, así que me encierro en el último cubículo. Me
tiemblan las manos, joder. No quiero una crisis, no, aquí no. Toda la fuerza
que acostumbro a tener parece esfumarse, o tal vez soy yo, que he dejado de
intentar retener las lágrimas. Las gotas saladas compiten unas contra otras a
través de mis mejillas. ¿Alguna vez has sentido como es sentir que algo
dentro de ti se rompe? Casi literalmente. Pues así estoy yo ahora mismo.
Siento que algo dentro de mí se está agrietando hasta romperse, la
diferencia es que no es la primera vez. Este dolor nunca desaparecerá,
jamás. Ella debería estar aquí y no yo. Ella debería estar gastando una
fortuna en caprichos, saliendo, disfrutando y admirando escaparates
mientras comenta con sus amigas lo feo que le parece el conjunto, como sé
que haría. Es su nombre el que debería estar escrito en la tarjeta bancaria y
no el mío. Lucho por controlar mi respiración y su ritmo, pero no puedo,
principalmente porque me falta el aire. Sin respiración no hay nada que
controlar. Boqueo en busca de aire, no lo encuentro. No puedo calmarme
por mucho que quiera. Mi mente se encarga de empeorar la jugada.
—Ada, ¿me queda bien?
Noa me mira a través del espejo, luce un vestido negro que realza su
figura.
Mi corazón palpita cada vez más rápido, n-no puedo...
—¿Eres tonta? —se ríe mientras me pega con la almohada.
—Puede ser, pero eres mi hermana, por lo que eres igual de tonta que yo.
Mi paranoia me juega una mala pasada, porque el ambiente se inunda de
un ligero olor a rosas en aumento, sé que no es posible, ella ya no está, ella
no estará más.
—Estoy harta de las discusiones de estos, eh. Menos mal que cuando tú
trabajes nos iremos a vivir juntas.
—Obvio, no lo dudes —le sonrío mientras la abrazo.
Nunca pude cumplir esa promesa. Ella siempre quiso eso. Jamás pude
dárselo. Ella sólo quería huir, pero huir conmigo. Le fallé.
—Ada, no te preocupes, él no te merece —me sonríe para darme un
abrazo y llevarse mis penas junto a mis lágrimas.
—¿Sabes que te quiero? Eres lo más importante que tengo.
—Lo sé.
Las bocanadas de aire no son suficientes, su cara está en cada rincón de
mi mente. Sus ojos iguales marrones, su dulzura, una de la que siempre he
carecido.
Me derrumbo.
Y lo hago por todas las veces que no lo hice, por las veces que callé, por
las veces que tragué el nudo en mi garganta, el que apretaba mis cuerdas
vocales, silenciándolas y asfixiándolas como si de una soga se tratara. La
idea de que alguien entre al baño y me escuche francamente me aterra, pero
no lo puedo controlar. El temblor en mi cuerpo. El llanto que lucho por
contener. Los recuerdos reproduciéndose en mi mente como una cinta
antigua. No puedo controlar nada. Con la vista nublada, veo la pantalla de
mi teléfono borrosa por las lágrimas, pero aun así distingo quién me está
llamando. No. No puedo. Ahora no. Cassian está llamándome. La punta de
mis dedos cosquillea por las ganas que tengo de presionar el botón verde y
olvidarme de todo, pero no puedo, no así. Su insistencia no para, ¿por qué
insiste tanto? ¿Pasó algo? No, dijo que después me llamaría. Me obligo a mi
misma a apartar la mirada del teléfono, que está en el suelo del baño, junto
a mi. La respiración, antes descontrolada, ahora ya ha vuelto a la
normalidad, o casi. Con el dorso de la mano me limpio la cara, no quiero ni
pensar en cómo tendré el maquillaje. Me pongo en pie y agarro las bolsas.
Ya pasó. No pasará más. Tomo una bocanada de aire y me coloco mi propia
máscara antes de abrir la puerta y salir. Y efectivamente, el gran espejo me
devuelve un reflejo de mí misma que odio mirar, pero necesito hacerlo si
quiero volver a tener una cara decente. Me acerco al espejo.
Tengo el maquillaje casi borrado y lo que antes era un eyeliner perfecto,
ahora sólo es una mancha negra difuminada alrededor de mis ojos grises.
Saco del bolso una toallita desmaquillante y retiro todo el maquillaje para
recrearlo de nuevo. Hacía mucho tiempo que no lloraba por Noa, tal vez ese
sea el problema, las veces que he reprimido las ganas de llorarle a mi
hermana pequeña. Noa y yo siempre estuvimos muy unidas, allá a donde
iba ella estaba yo, como su fiel sombra protectora. Mientras ella disfrutaba
de los colores de la vida, yo permanecía en la oscuridad de las sombras,
protegiéndola del peligro de fuera o peor aún, el de dentro, ese mismo
peligro que me arrojó a esa misma oscuridad. Me miro al espejo, la rojez en
mis ojos va desapareciendo poco a poco. Este nuevo reflejo sí me gusta, si
es el mío. El cabello negro azabache desciende en ondas sobre mi cintura,
mis labios se ven perfectos con este tono rojo oscuro, parecido al de una
cereza y los ojos grises me recuerdan quién soy y no quién fui, porque, al
fin y al cabo, de eso no queda casi nada.

Hogar dulce hogar.


Nada mejor que volver a casa. Al llegar revisé unos cuantos correos de la
empresa. Sé que no debería porque estoy de vacaciones, pero no quiero
imprevistos, gracias. Ya desmaquillada me preparo para devolverle la
llamada a Cassian. No tarda nada en contestar.
—Hola.
—Hola —le devuelvo el saludo—. Siento no contestarte antes, estaba
ocupada.
—No te preocupes, ¿cómo te fue?
—Bien, aunque me encontré con un tipo súper extraño.
—¿A qué te refieres con extraño? —frunce el ceño.
—Pues a que me he chocado con él por tercera vez, pero en esta ocasión
se ha cargado el cristal delantero de mi teléfono.
—¿Te has chocado con él tres veces?
—Sí.
Ahora que lo digo en voz alta suena más extraño de lo que pensaba.
—Estás pensando lo mismo que yo, ¿verdad? —le digo.
—Hombre, es que si no lo estuvieses pensando serías la persona más
ingenua que conozco y no tienes pinta, la verdad.
—¿Gracias? Y sí, es raro. Una vez vale, dos ya sería casualidad, aunque
no creo en ellas, ¿pero tres?
—Ese tipo te está siguiendo, ten cuidado —su tono es serio y firme.
—Lo tendré —cambio de tema—. ¿Cómo te ha ido a ti?
—Bien, mi madre necesitaba ayuda con un par de comprar y así y bueno,
poco más.
—¿Vives con tu madre?
—¿Cómo esperas que viva solo si sigo estudiando? Perdón por no ser tan
brillante como tú, eh.
Aunque lo ha dicho sonriendo, sé lo que acaba de hacer. Acaba de
camuflar el dolor y la inseguridad con el humor, no puede mentir a una
mentirosa.
—No lo decía por eso, imbécil, sólo que me sorprende no haberla
escuchado ni nada.
—Claro, también trabaja, y bastante, por cierto.
—Entiendo.
—Dame un momento —se levanta.
—Claro.
Me quedo esperando escuchar el sonido plástico del blíster, pero no llega.
En su lugar, una voz femenina me toma por sorpresa.
—Alondra, te presento a mi madre.
NO.
JODAS.
—¡Hola, preciosa! ¡Qué ojazos! —grita en cuanto hace contacto visual
conmigo.
—¡Hola! —me fuerzo a poner mi mejor sonrisa, aunque ahora mismo
quiero que me trague la Tierra.
Al lado de Cassian hay una mujer con el cabello teñido de un rojo muy
intenso, unos enormes ojos azules asemejados al hielo y una juventud
bastante notoria, ¿en serio es su madre? No se parecen en nada. Cassian
tiene los ojos marrones.
—Os dejo seguir hablando, cuídate mucho, hermosa —se despide con
una gran sonrisa mientras agita la mano.
En la sonrisa sí que se parecen.
—Muchas gracias, igualmente —intento no ponerme más tímida de lo
que ya estoy.
¿Qué coño me pasa?
—¿Has visto? ¿Qué te parece? —Cassian vuelve a ocupar la pantalla.
—Pues me parece que te voy a matar, Cassian.
Se ríe sin ningún tipo de vergüenza.
—¡Pero si estás hasta roja! Te has quedado tiesa —se burla y de nuevo
quiero matarlo.
—¡Vale ya!
—¡Mi tiesita se ha puesto roja!
Seguimos hablando. Me contó que lleva viviendo solamente con su
madre desde los ocho años y que lleva desde entonces sin hablar con su
padre. Vio cosas que, al igual que yo, no debió ver y menos en su familia.
Tenemos eso en común, una infancia caótica. Aquí me doy cuenta de cómo
el dolor afecta de diferente forma a las personas. A mí el dolor me hizo ser
más fría, me hizo ser más mental y menos sensible. Con Cassian todo lo
contrario. No sé qué tanto habrá vivido, pero sus ojos mantienen el brillo de
quien no ha perdido a su niño interior, de quien aún conserva esa inocencia
con la que venimos al mundo antes de ser corrompidos por su crueldad.
—Era como si eso fuese totalmente normal, como si...
—Como si eso sucediese en todas las familias —termino por él.
—Justo —sonríe.
—¿Y qué? ¿En tu adolescencia fumabas porros en un parque sentado o
cómo?
Su risa provoca la mía, es inevitable. ¿He dicho ya que tiene una
dentadura perfecta? Sonríe la mayor parte del tiempo.
—Pues sí, has dado en el clavo.
—¿En serio? No tienes pinta.
—Tú sí.
—Gracias por llamarme drogadicta por toda la cara, eh —me río—. Pero
sí, también.
—Yo me metía todo tipo de drogas, pero lo dejé a los dieciséis años.
—Joder, a esa edad se suele empezar y tú lo dejaste. ¿Alguna razón en
concreto? —indago y en seguida me arrepiento por lo personal que suena la
pregunta.
Cassian, en cambio, no parece tener problema.
—No, no me apetecía seguir y lo dejé.
Eso no me convence del todo. Dejar una adicción no es tan fácil como
que un día ya no te apetezca seguir con ella. Siento que esconde algo más.
—Vaya, qué fácil.
—Oye, ¿qué haces mañana? —cambia de tema.
Mierda.
Esa pregunta.
—Nada, ¿por?
—¿Quieres que vayamos a tomar un café?
—Claro —sonrío.
Poco después de su propuesta tuvimos que colgar, sino no se despertaría
por la mañana. Habíamos quedado en vernos en su pueblo. Debo estar ahí a
las diez. No sé qué ponerme, tengo tantas opciones, pero no sé lo que quiero
parecer. No quiero parecer una pija estirada, eso seguro. Miro el reloj y
caigo en cuenta de que tengo literalmente seis horas para dormir, no me
asombra, suelo dormir menos. Me preparo la cena, le actualizo los nuevos
acontecimientos a Jennifer, a lo que me contesta con que tenga cuidado a
ver si no va a ser un salido y le agradezco la preocupación.
La amo.
Me permito distraerme un rato con el teléfono, en algún momento debí de
quedarme dormida, porque no recuerdo haber metido el teléfono a cargar y
estoy segura de que me arrepentiré por ello.

Me despierto exactamente tres minutos antes de que suene la alarma,


nada nuevo. Son las ocho. Me levanto de la cama y paso al vestidor. Podría
llevar un vestido increíble pero no me apetece arreglarme demasiado
porque no es la ocasión. Necesito algo más informal. Opto por unos
vaqueros largos negros rotos y una camiseta negra ceñida y de manga corta.
Echo otro vistazo por el vestidor, falta algo.
Bingo.
Cojo la camisa de botones con estampado militar, ahora sí. Dejo el outfit
encima de la cama y voy a ducharme. Tardo de más porque me he
propuesto parecer una Nancy, ni un sólo pelo. De haber sabido que lo vería
hoy, me hubiese pasado ayer por la tienda de depilación láser cuando estuve
en el centro comercial, pero aquí estoy, usando una cuchilla para depilar a la
vieja usanza.
No voy con ninguna intención, pero nunca se sabe. Salgo y requiero de
dos toallas. Envuelvo mi pelo en una de ellas y con la restante me envuelvo.
Abro tres de mis cremas hidratantes y exfoliantes, una piel suave como la
mía no se mantiene sola, ¿no?
Busco un conjunto de lencería y obvio, tiene que ser rojo. Perfecto. Me
miro al espejo de pie que tengo frente a la cama. Llevo un sujetador de
encaje rojo con una figura dorada pequeña en forma de lágrima en el centro
del escote, que a su vez contiene una pequeña perla. Me pongo la ropa que
ya tengo escogida y me aliso el pelo. No quiero maquillarme demasiado,
pero termino haciéndome un diseño de eyeliner bastante sencillo, máscara
de pestañas y pintalabios de un tono no tan oscuro como acostumbro a
hacer. Me perfumo y creo que ya estoy lista para salir de casa. Registro el
bolso y veo que no me falta nada, condones incluidos.
Dejo la alarma de la casa programada y me aseguro de cerrar bien.
Dios, necesito calmar estos nervios estúpidos. ¿Por qué estoy tan
nerviosa? Sólo llevamos hablando poco más de una semana. En otras
ocasiones he quedado con hombres con los que ni siquiera había escuchado
su voz. Trato de mantener la calma. Su pueblo no queda muy lejos de donde
yo vivo, una hora de coche, menos mal que me gusta conducir. Voy dejando
ciudades atrás y me sorprendo acercándome cada vez más a la zona de la
sierra, la montaña. Adoro conducir, por lo que no me supone un problema.
Según internet, está a una hora en coche, yo tardo menos. Lo compruebo
cuando aparco y me doy cuenta de que he tardado cuarenta y cinco minutos.
He de decir que el sitio es precioso. Está claro que el pueblo está ubicado
encima de una montaña, porque las calles en su mayoría son cuestas;
subidas y bajadas. La naturaleza en los parques abunda por la zona y se
respira tranquilidad en el aire. Salgo del coche y tengo la suerte de tener una
tienda enfrente, a la que paso a comprar algo dulce mientras me siento en
un banco que hay cerca. Mientras como, caigo en cuenta de una cosa. Es la
primera vez que yo llego antes, que no me pasan a buscar y que encima
espero.
Ya puede hacerlo bien, eh.
Saco el teléfono y presiono su contacto, da tono, pero no me lo coge.
Abro su chat, como me haya hecho venir para nada, lo mato.
Hei
Ya son las 09:55
-_-

Nada, no me contesta. Lo sigo llamando y apenas a la decimotercera


llamada me contesta. Su voz suena más grave de lo normal y soñolienta, lo
acabo de despertar. Que se joda.
—¿Qué pasa?
—¿Cómo que qué pasa? Estoy afuera de tu casa, imbécil.
Un golpe seco y tras unos segundos, su voz vuelve a hacer acto de
presencia.
—¡Mierda! ¡Lo siento! Dame quince minutos y salgo.
¿Quince? ¿Qué iba a hacer en quince minutos? Este de seguro sale en
pijama, me apuesto lo que sea.
—Tienes quince justos, como tardes un minuto más me voy, eh —le
amenazo.
—Que sí, que sí, chao.
Antes de decir nada, me cuelga. No iba en serio, no me iba a ir, pero vale.
Con lo que me ha costado la gasolina, puedo esperarlo un poco más. Saco
los cascos en un intento por calmar esta sensación de nerviosismo que me
ataca con Love The Way You Lie del mejor dúo posible, Rihanna y Eminem.
Crecí con esta canción y tengo unos buenos recuerdos de mi prima
asociados a ella. La canción va por la mitad cuando levanto la vista y una
figura alta tapa el sol. Lleva el mismo outfit que en aquella foto que me
mandó. Esa Bomber blanca con las mangas azules sin abotonar, una
camiseta blanca y unos vaqueros azules también, un chico que sabe
combinar. Pero hay algo más, la gorra. Lleva una gorra blanca y me
recuerda a Eminem en sus mejores años. Casi tartamudeo, en lugar de eso,
me quito los cascos y ambos procedemos a hacer el mismo movimiento.
Nos abrazamos a modo de saludo. Es extraño, no sé. Y sí, es más alto que
yo, por lo cual es muy probable que supere el uno setenta, tal y como dijo.
No puedo evitarlo y acabo mirándole la boca, no sería la primera vez. Tiene
los labios medianamente gruesos y se ven rosados. Sonríe por alguna razón
que desconozco y tengo que admitirlo, es mucho más guapo en persona y su
sonrisa aún más todavía.
—Siento haberme quedado dormido —sonríe mientras se disculpa.
—La próxima vez te mataré, hablo en serio.
—Ah, ¿que habrá una próxima vez? Qué fácil ha sido, ¿no?
Mierda. Le pego un puñetazo en el hombro. Estamos caminando y no sé
a dónde, pero yo le sigo. No nos alejamos mucho de su casa cuando
subimos unas pequeñas escaleras hacia el interior de una cafetería. Pensé
que iba a coger una mesa más apartada, pero no. Nos sentamos en la mesa
del centro de la cafetería, a dos metros del mostrador. A este chico le gusta
llamar la atención. También es que tiene algo magnético y resalta. No lo
digo yo, lo dice la cara de la camarera, que parece que se lo va a comer con
la mirada. Debería dejar de babear sobre el suelo que posiblemente haya
terminado de fregar hace menos de una hora.
—¿Café? —alza la mirada hacia mí y me siento pequeña.
—¿Y qué más estando en una cafetería? —sonrío.
Cuando vuelve a bajar la cabeza, la gorra cubre sus ojos y desde mi
perspectiva solo veo sus labios. Está en tan buen ángulo que siento como el
calor empieza a recorrerme de pies a cabeza y aún no hemos pedido el
dichoso café. Caliente también, cómo no. No tardan mucho en llegar y me
encuentro controlando mi pulso al verter el sobre de azúcar en el interior de
la taza. Cassian le da un sorbo a su taza de café y no me pasa por alto la
forma en la que su mano tiembla al llevarse la taza a los labios. ¿Está
nervioso o me lo parece?
Pensé que en persona me sería más difícil hablar con él, pero, todo lo
contrario. Él me escucha con atención, palabra por palabra, como si no
hubiese nadie más.
—He de reconocer que eso no me lo esperaba, no te imaginaba fumando
porros en una plaza cual yonkie —se ríe.
Apenas llevo casi una hora con él y ya me he dado cuenta de que es un
chico muy risueño, se pasa sonriendo todo el tiempo. Le gusta mucho
escuchar música a todo volumen, en eso somos iguales. También le gusta la
cerveza, cosa que también compartimos. Me sorprende no ver ni un sólo
tatuaje en su piel, ningún piercing tampoco. Yo le hablé de libros, de mis
cremas, de las películas que nunca termino de ver por quedarme dormida,
de mi paranoia en casa al pensar que nunca estoy del todo sola. Mientras
hablábamos, pasaron las horas y el sol me lo hizo saber cuando irrumpió a
través del cristal de la cafetería, pero no me esperaba lo que iba a suceder a
continuación.
Cassian no había dejado de mirarme a los ojos desde que se cruzaron por
primera vez horas atrás. El sol baña sus ojos y tengo la suerte de presenciar
el momento exacto, el instante preciso en el que sus ojos pasan de ser de un
marrón como el grano de café a ser verdes como los ojos de un lince. En su
ojo derecho tiene dos puntitos diminutos negros y en el izquierdo uno.
Tiene unos ojos preciosos y una mirada en concreto muy firme por así
decirlo. Me gustaría describirlos mejor, pero no encuentro palabras para
ello, no las hay. Nos levantamos de la mesa y pide la cuenta. Busco en mi
bolso la tarjeta bancaria cuando su mano frena la mía.
—Guarda eso, anda.
Su tono no da derecho a réplica, como algo indiscutible. Nunca me he
dejado intimidar, pero mi mano soltó la tarjeta y por primera vez, obedezco.
—Qué caballeroso tú, ¿no? —frunzo el ceño.
Sonríe con esa característica media sonrisa suya y añade:
—Puedo serlo más, ¿quieres comprobarlo?
Antes de contestar, da un paso hacia mí, toma mi mano y deja sobre ella
un cálido y suave beso. Con sus ojos verdes clavados en los míos grises,
dice:
—Cassian Lenox, para servirla, señorita.
Capítulo 7
No tiene final lo que es eterno
—¿Falta mucho? —pregunto con la respiración entrecortada, al borde de
un ataque de asma.
—No, es ahí arriba —señala una especie de plaza.
Sí, vamos, nada. Estoy a punto de vomitarme los pulmones. Llevamos
cinco minutos subiendo una cuesta. Cuando llegamos arriba, hay algo
parecido a una capilla de madera que cubre unos bancos, rodeados por unas
grandes piedras. Cassian se acerca a uno de los bancos y se lleva uno para
girarlo.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Tú mira.
Coloca el banco al borde y se sienta, donde a continuación me hace una
señal para sentarme también. Obedezco y me siento.
—Toma —me entrega una cerveza.
—Gracias.
Nos sincronizamos a la hora de abrir las latas y miro hacia adelante.
Quedarme sin palabras es poco decir. El paisaje que tengo frente a mis ojos
es simplemente asombroso. Haber subido tanto ha merecido la pena,
definitivamente. Las casas de todo el pueblo se ven desde aquí, incluso las
de varias ciudades más allá. Los edificios más altos del centro se ven a lo
lejos. Todo se ve tan grande y a la vez tan pequeño, tan imponentes los
edificios, tan insignificantes los seres humanos que los rodean. La
sensación y la brisa es tan placentera que podría morir aquí y disfrutar de
cada último segundo admirando esto.
—¿Te gusta? —la voz de Cassian me saca de mi embelesamiento.
—Me encanta —contesto sin poder apartar la vista del frente.
—Me alegra escuchar eso.
Le miro y le veo dar un sorbo a la cerveza, su mandíbula es bastante
notoria y tengo ganas de montarme encima suya, eso es culpa de la cerveza,
seguro.
—Solía venir aquí con mi madre cuando era pequeño. Ella se encendía
un cigarro y admiraba el horizonte de la misma forma en la que ahora
mismo lo haces tú.
El comentario me toma por sorpresa.
—¿Os lleváis bien? —pregunto antes de darle otro sorbo a mi lata.
—Claro, la amo —sonríe con la inocencia que sólo un niño podría tener,
se nota que su niño interior está muy presente en él, aun así, su expresión
cambia antes de preguntar—. ¿Sabes cuál es la verdadera razón por la que
dejé las drogas?
Niego con la cabeza. Había querido preguntarle desde que tocamos ese
tema por primera vez, pero me pareció demasiado personal.
—A los dieciséis años, no sé si fue un factor genético o fue culpa de las
drogas, pero me dio un derrame cerebral —suelta las palabras con un
suspiro, como si recordarlo lo lastimase y me parece comprensible.
—¿Y cómo lo llevas? —me atrevo a preguntar,
—Bien, aunque a menudo pienso en cómo habrían sido las cosas si no lo
hubiese vivido.
En el fondo, quiero decirle que le entiendo perfectamente. En su lugar,
tras unos segundos de silencio y unos sorbos a las cervezas, digo.
—¿Sabes? Yo creo que todo pasa por algo y, tal vez, si no te hubiese
dado el derrame cerebral, nunca habrías dejado las drogas. Tal vez fue la
única forma definitiva. Tal vez te evitaste una muerte por sobredosis.
—Sí, tienes mucha razón. Por eso también me arrepiento de las drogas,
en general, me arrepiento de demasiadas cosas —admite con pesadez, está
claro que aún se culpa por ello.
—No deberías arrepentirte de nada, porque de no haber vivido todo eso,
no serías quien eres hoy en día.
Cassian parece pensarlo durante algunos segundos. Pasamos un rato en
silencio admirando el paisaje primaveral y las distintas aves pintar el cielo.
Al final, rompe el hielo con el tema de conversación anterior.
—¿Y tú? ¿Te llevas bien con tu madre?
La pregunta me provoca picazón en el brazo, no se lo dejo ver porque ya
he aprendido a controlar ese impulso. Me tomo unos segundos para pensar
una respuesta. Opto por contarle la verdad, pero omitiendo detalles. Una
media verdad.
—Digamos que no, me fui de casa con dieciocho y me mudé.
—¿Ni con tu padre?
La picazón en mi brazo aumenta de golpe. Quiero mentirle, pero no sé
por qué, no lo hago.
—Ni con mi padre —admito.
Cassian no dice nada, pero no es un silencio incómodo, sino uno de esos
silencios de comprensión, tampoco detecto lástima en ello y eso me brinda
un alivio que no sabía que necesitaba. Cuando me percato de que va a decir
algo, sus palabras regresan a su garganta y sus labios se mantienen sellados.
—Dilo —exijo.
—¿Qué cosa? —me mira mientras le da un sorbo a la lata.
Fallo en el intento de no mirar como su garganta se mueve al tragar.
—No te hagas el tonto, sé que ibas a decir algo.
—Eres muy observadora por lo que veo.
—No me cambies de tema —sonrío con suficiencia ante el cumplido.
—No tengo nada que preguntar —sonríe de vuelta.
Bien, porque no voy a decir nada más.
Al cabo de un rato nos levantamos, la cuesta hacia abajo me da horror.
¿Cómo sobrevive la gente en este pueblo? Es algo que no entiendo y nunca
entenderé. Mientras bajamos la cuesta, Cassian, que va unos pasos por
delante de mí, se detiene.
—¿Quieres que te suba a caballito? —se gira para mirarme.
—No, gracias. Puedo caminar sola.
—Está bien, disculpe, su alteza —levanta las manos en señal de
rendición.
Este chico está mal, eh.
Recorrimos el pueblo y sigo manteniendo lo precioso que es. Las calles
son estrechas y van cuesta arriba. Las tiendas van cerrando y todo le
proporciona un toque antiguo a las calles. La decoración alrededor de los
parques o zonas naturales es de piedra, le da un toque medieval bastante
curioso. El ambiente se siente diferente al de mi ciudad, es como más
tranquilo, más juvenil de alguna forma. Tras un interesante paseo, por fin le
da por sentarse. Nos sentamos al borde de una fuente redonda de piedra.
Los jardines que rodean la fuente están llenos de flores de distintos colores
y olores. Los jardines a su vez están vallados por vallas pequeñas que hasta
un chihuahua podría saltar. Las palomas comen del suelo lo que unos
ancianos a lo lejos les ofrecen.
—Lilas… —me acerco a olerlas en cuanto las veo.
—¿Te gustan las lilas? —escucho a Cassian a mis espaldas.
—Sí, aunque no son mis favoritas —le digo mientras me sigo bañando en
el dulce aroma.
—Las mías sí.
Las flores favoritas de Cassian son las lilas. No se me pasaba por la
cabeza en esos momentos que recordaría esas flores por siempre gracias a
él.

—Bueno, de lo que has visto hasta ahora, ¿qué te parece Faidbridge?


—Bonito, realmente es un pueblo bonito —le soy sincera y añado—.
Pero algún día tienes que venir a Asterfield, eh.
—Tú tranquila, ya iré yo algún día —dice con total firmeza.
Le miro y, como si su instinto se lo avisase, me mira también. Tiene unos
ojos preciosos. Hace unos minutos, por la falta de sol, eran completamente
oscuros, pero ahora, con los rayos del sol bañándolos, son de un verde
peculiar. Vuelvo a fijarme en los diminutos puntos negros en sus ojos. La
única comparación para el verde de sus ojos es con el de un lince. Nuestras
miradas chocan de frente y siento que ve a través de mí, ¿es normal? Quiero
creer que es su mirada, que no es por mí, sino por su forma de mirar, pero
hay algo más oculto. Se me da bien leer a las personas desde que soy
pequeña, pero en él hay tanto por leer que hasta cuesta hacerlo.

—Y entonces le dije que yo soy electricista, que le puedo echar un cable.


Mi risa sale de lo más genuina ante un chiste tan malo como este, no
puedo evitarlo.
—No ha sido tan gracioso, eh.
—Es que el hecho de que haya sido tan malo es lo que me causa risa —
admito entre lágrimas.
—Mala eres tú, que lo sepas —se indigna, o finge hacerlo.
—Me lo dicen mucho —digo recuperando el aliento.
—¿También te han dicho lo preciosa que te ves cuando sonríes?
Me quedo atascada en esa pregunta y no puedo evitar dejar de sonreír,
pero mi sonrisa no tarda mucho en volver antes de contestar.
—¿De la misma forma de la que tú se lo dices a todas? Puede ser.
—¿Quién te ha hecho tanto daño, chiquitina? —se ríe.
—Pero no me lo has negado —sonrío triunfante.
—Estás loca.
—Pero eso ya lo sabes.
La quedada ha superado mis expectativas, pero ha llegado el momento de
irme. Cassian me está contando cómo una vez casi se pega en un bar.
—Me ha parecido una quedada estupenda, pero...
—Es hora de irte, ¿cierto, tiesita?
—Cierto —admito.
—Te acompaño al coche —se ofrece antes de levantarse.
Caminamos juntos hacia el lugar donde tengo estacionado el coche.
Cassian me saca una diferencia de altura bastante notoria, y no es que yo
sea precisamente enana. Llegando al coche, me giro hacia él para
despedirme. Mi experiencia me avisa de lo que viene, pero en su lugar me
da un fuerte abrazo y eso es lo que me deja aún más perpleja. Pensé que iba
a intentar besarme o algo del estilo, aunque bueno, tarde no es. Está a
tiempo. Quiero que lo haga.
—Ha sido un placer conocerte, Alondra —sus ojos están fijos en los
míos, nuestros cuerpos están separados sólo por un par de centímetros, pero
puedo sentir la cercanía de su cuerpo.
—Lo mismo digo, Cassian —no puedo evitar bajar la mirada desde sus
ojos hasta sus labios—. Hablamos.
—Hasta la próxima —sus ojos se fijan en mis labios fugazmente, tal y
como yo había hecho segundos antes.
Voy a abrir la puerta del coche cuando me giro, él se gira al escucharme.
—¿Cómo estás tan seguro de que habrá una próxima?
—Habrá una próxima, lo sé.
Lo veo caminar, alejándose y siento como si aún escuchase sus risas.

Hace dos días volví de mis vacaciones.


No volví a recibir notas anónimas desde la última vez, pero la sensación
de que me estén vigilando todo el tiempo no desaparece ni un sólo instante.
De la quedada con Cassian ha pasado ya una semana y media, pero
seguimos hablando todos los días. Ya me he dado cuenta de que tiene
mucha labia y no le va a funcionar conmigo. Parece el típico que está
acostumbrado a tener a las que quiera cuando quiera y como quiera, pero
mucho me temo que voy a decepcionarlo. Yo sólo quiero algo de él, y para
ello no necesita intentar endulzarme el oído con palabras y cursilería barata.
—Alondra, ¿cómo va el informe mensual de la empresa? —pregunta
Tomás.
Dios, qué pesado que es este hombre. Es la cuarta vez en una hora que
me hace la misma pregunta. De no ser porque somos socios, le tiraría a la
cara la taza de café helado que tengo al lado del teclado.
—Igual que hace media hora —digo con una de mis mejores y más falsas
sonrisas.
Aunque no lo esté mirando de forma directa, sé que ha puesto una mueca
de desagrado mientras se dirigía a las impresoras. Si se piensa que puede
ser más arrogante que yo, le faltan dos vidas y media para darse cuenta de
que no y otras cinco para entender lo que es la verdadera arrogancia, y
bueno, un sinfín de vidas para siquiera intentar imitarla de una forma
remotamente parecida a la mía. Ya saben, el talento natural vence al trabajo
duro, ¿no? En esta vida hay tres razones por las que yo estoy en la tuya:
O me envidias.
O te pongo.
O te enamoras.
O todas a la vez, aunque los de la última suelo ignorarlos y sacarlos de
mi vida en cuanto lo noto. Y hablando de enamorarse, no dudaré en sacar a
Cassian de mi vida si llegase a ocurrir. Sí, es majo y agradable, gracioso y
ocurrente, pero los sentimientos lo joden todo, siempre, y yo no estoy
dispuesta siquiera a planteármelo, ni hablar de sufrir por ello. Me paso el
resto de la mañana atendiendo llamadas porque Óscar está de baja por
paternidad. Así que esto no es lo mío, pero para nada. Lo mío es hacer
informes sobre las ventas, las compras, las acciones, los intereses, las
comisiones y cosas así, no esto. Tengo una carrera que estudia el manejo y
la inversión del dinero. Invertí en esa carrera casi lo mismo que lo que
gano. Me pasé toda la carrera trabajando en dos sitios diferentes de
camarera en bares de carretera, durmiendo cuatro horas y comiendo una vez
al día. Yo nací para estar en oficinas contando efectivo y sumando ceros, no
atendiendo marujas octogenarias. El teléfono vuelve a sonar, como hace tres
segundos.
—Alondra, para servirlo, ¿en qué puedo ayudarlo?
—Sé dónde vive, deberías ser más cuidadosa la próxima vez...
—¿Pero qué...?
Y cuelga.
De nuevo esa voz modificada y distorsionada que me eriza la piel en
cuestión de segundos. Y como si mi mente supiese la respuesta, envió a mi
retina la imagen de la única persona de la que podría estar hablando, de la
única persona a la que yo me había acercado a su casa.
Cassian.

Pasé las últimas dos horas después de la llamada tratando de rastrearla,


pero nada, no encontré nada. El trabajo se está haciendo algo pesado, pero
con dos tazas de café se vuelve soportable. Agradezco al Universo cuando
llega mi hora de irme, hoy ha sido un día más cansado de lo normal.
Mientras salgo de la empresa para ir al coche, no dejo de darle vueltas a esa
llamada. Me obligo a apartar el pensamiento cuando recibo una llamada a
través del altavoz del coche.
—Dímelo, bombón tropical.
Jennifer odia que la llame así, precisamente por eso lo hago.
—Serás estúpida.
—¿Yo? Siempre, pero igual me quieres —guardo silencio unos segundos
mientras me abro paso en la rotonda bastante transitada—. ¿Qué pasa?
Porque me has llamado por algo, ¿no?
—Sí, para decirte que a partir de hoy estoy oficialmente de vacaciones.
—¡Serás hija de puta! ¡Las mías terminaron ayer! —grito indignada.
—El mundo está en contra de nuestra amistad, está más que claro.
—Normal, si tú y yo llegásemos a coincidir, el mundo ardería —sonrío a
pesar de que no pueda verme.
—Y con razón, que dos amigas se junten es el mayor peligro para la raza
humana, igual si se extingue le estaríamos haciendo un favor al planeta.
—Tienes toda la razón —le concedo.
Jennifer es ese tipo de persona muy ecologista, es vegetariana incluso.
Apoya al medioambiente y adora los animales, todo lo contrario a mí.
Yo odio todo lo que respire cerca de mí sin mi autorización. Miro a través
de los espejos retrovisores y caigo en cuenta.
—Oye —llamo su atención.
—Dime.
—Hay un coche que lleva detrás de mí cinco calles —hablo alternando la
vista entre los espejos y la carretera.
—¿Estás segura? Tal vez te ha dado la paranoia otra vez y...
—No, estoy totalmente segura. Es un BMW Serie 5 negro.
—Buen coche, ¿te has ligado a un rico?
—¿Yo? Qué va, al menos no que yo sepa —doblo por una calle para
tratar de despistarlo.
—Cierto, estás con el nene ese con cara de niño que te tiene perdida, eh.
No puedo evitar sonreír ante su estúpido comentario.
—No digas gilipolleces, sólo me lo voy a tirar y ya.
—¿Y por qué no lo has hecho ya?
—No ha surgido, no me marees.
—Te vas a pillar, ya verás —hace una pausa y vuelve a hablar—. ¿Has
despistado ya al coche?
—Creo que sí, he salido a la autopista —vuelvo a comprobar los espejos,
error—. No, sigue y cada vez más cerca.
Cambio de marcha e ideo toda una estrategia en tan sólo segundos,
Jennifer a continuación, nota la determinación en mi voz.
—Voy a deshacerme de él.
—Mantenme al tanto y no me cuelgues —su tono se vuelve más serio y
firme.
Convierto la autopista en mi propio circuito de carreras personal.
—Hecho.
Capítulo 8
A prueba de balas
A veces todo se nubla, y lo que antes parecía tener sentido, de un
momento a otro deja de tenerlo. El pelo negro azabache me ondea al viento
feroz que entra por la ventanilla, la velocidad demasiado alta como para ser
legal, ni de lejos. El coche pisándome los talones, puedo esquivarlo, sé que
puedo. Vuelvo a cambiar de marcha y con un par de giros de volante, me
abro paso entre los coches. Jennifer sigue hablando, pero hace unos minutos
que he dejado de escucharla, toda mi atención está en la carretera y en cómo
deshacerme del loco psicópata que me persigue, porque si, en una ocasión
que ha intentado darme un golpe por detrás, he podido ver quién iba
sentado en el asiento del conductor. Un hombre alto, con unas gafas de sol
azules y una gorra negra. Paso entre varios coches que me pitan sin parar,
pero no consigo nada. El conductor tiene buena técnica y me sigue pisando
los talones a pesar de estar esquivando coches con giros casi imposibles.
Mierda.
El volante da giros cada vez más bruscos mientras yo intento no
comerme a nadie que tenga enfrente o a los laterales. Mis ojos van de la
carretera a los espejos, de los espejos a la carretera. Bien, esto se va a poner
feo. En cuanto pillo un par de kilómetros limpios sin coches alrededor, pito
para llamar la atención del coche que me lleva persiguiendo casi treinta
kilómetros.
¿Quieres jugar?
Pues vamos a jugar.
Sonrío mientras saco uno de mis pintalabios favoritos, de un precioso
rojo granate, el color de las cerezas oscuras que, como siempre, resalta el
gris de mis ojos a la perfección. La sonrisa psicótica que me amenaza por el
retrovisor no me asusta por alguna razón, sólo hace que la adrenalina fluya
por mis venas con mayor determinación, la misma que se esfuma en cuanto,
a menos de un kilómetro, tengo un camión pesado de carga de mercancías.
Le devuelvo la mejor de mis sonrisas, hecho que parece desconcertarlo. Si
se ha pensado que es el único que no está muy cuerda, no podría estar más
equivocado. En ocasiones, por intentar encontrar algo más allá, pasa
desapercibido lo que está bajo tus narices. Pasar por alto el peligro cercano
por intentar esquivar el lejano. Mi peligro lejano era el camión, que cada
vez estaba más cerca, mi peligro cercano, que me estuviesen fallando los
frenos. No puedo entrar en pánico, pero las palabras dejan mis labios antes
de que yo siquiera piense en poder retenerlas.
—Los frenos.
—Addie, no, ¡no me jodas! —su voz refleja su desesperación.
Jennifer está histérica y no la culpo, estoy yendo de cabeza y sin frenos a
una muerte segura, y nunca mejor dicho. Siempre estuve dos pasos por
delante de cualquiera y la vida no va a ser una excepción. Yo no hago
excepciones. El camión está cada vez más cerca, a metros. Yo en cambio
miro hacia el carril derecho y después al izquierdo, esperando algún hueco
antes de que sea demasiado tarde y termine por estamparme contra el
camión. Con el intermitente veo la intención del coche delante de mí de
cambiar de carril y copio el movimiento. Cojo una bocanada de aire.
Puedo hacerlo.
¿Por qué me sienta tan bien esto?
¿Por qué me siento tan poderosa?
¿Tan libre?
¿Tan yo?
Antes de pararme a pensar, pego un volantazo hacia la derecha, lo
suficientemente fuerte como para pegar el coche de manera lateral a la
pared, pero no lo suficiente como para tener una frenada seca, eso tampoco
es muy posible en este caso. Jennifer se alarma y varios coches empiezan a
pitar y a hacer sonar sus cláxones.
—¡Addie! ¡Contesta!
—Estoy bien, lo tengo todo controlado.
—¡Y una mierda! ¡Dime la carretera y el kilómetro, voy a llamar a
urgencias! —creo que está teniendo un ataque de histeria.
—Te he dicho que lo tengo todo controlado —obligo a mi voz a ser más
fría e impasible de lo normal.
Silencio.
—Vale —concede tras unos segundos con una voz mucho más calmada,
objetivo conseguido.
Sigo manteniéndome pegada a la pared, el coche reduce un poco su
velocidad, pero no lo suficiente como para frenar. Tomo una salida a otra
carretera, una que no tenga los márgenes de la carretera altos y veo que
estoy perdiendo al coche de vista, pero no del todo, sigue cerca. He tomado
esta desviación porque a los lados de la carretera hay sólo campo, ideal para
salir de la carretera y deshacerse del maldito coche. Otro volantazo y fuera,
las ruedas de mi coche sufren adoloridos gritos en mi tímpano mientras
salen de la carretera. Hay muchos árboles, pero por suerte o por desgracia
divina, me dirijo directamente al poste eléctrico.
—Carretera M-607, kilómetro 18 —es lo único que digo antes de
prepararme para el impacto.
—¡¿Qué?! ¡Alondra! —su voz se rompe—. Addie, por favor, no me jodas
—silencio por mi parte—. ¡Addie!
Cuelgo la llamada. Jennifer no necesita escuchar lo que va a venir a
continuación, además, sé que, de seguir en llamada, incluso después de
estrellar el coche va a intentar hablarme y eso sería tiempo perdido. Ahora
mismo debe de estar llamando a emergencias.
El poste está cada vez más cerca y ya puedo ver las chispas saltando
incluso antes de siquiera tocarlo. La vida está llena de malas decisiones,
pero todas te llevan a algo, ¿hasta dónde me estaban llevando a mí? Sabía
que huyendo podría librarme de mis demonios, pero nunca de sus cadenas,
aunque en el fondo esperaba que no fuese así, en el fondo esperaba poder
enterrar todo lo que sucedió. Esperaba que los recuerdos de aquella noche
sólo quedasen en mis pesadillas, que nunca volviesen al mundo real, al
mundo perfecto que había creado para mí. Cierto artista al que silenciaron
hace unos años dijo una vez:
"Las mentiras tienen patas y tarde o temprano cojean."
Y en mi caso no podía ser más cierto, siempre lo será, porque es la base
de mi ser, de lo que estoy hecha. Nací dentro de una mentira y moriré
dentro de mi propio mundo de mentiras. Todo lo que me rodea acaba
relacionándose con mi compañía más personal, con aquella sombra que
siempre me ha perseguido, la muerte. Y es cuestión de tiempo que me
quede sola. Tal y como estoy ahora, a punto de chocar con un poste
eléctrico de alto voltaje. No cierro los ojos, ¿para qué? De alguna forma,
esto es lo que he buscado siempre, tal vez por eso no conozco el miedo. El
impacto me sacude y al borde de la inconsciencia, veo el gran e imponente
poste acercarse hacia mí, un golpe en el coche y todo a mi alrededor se
sume en una completa, suma y acogedora oscuridad.
A veces las cosas están destinadas a suceder así, pues unos nacen con
estrellas y otros, como yo, para estrellarse.
Capítulo 9
Tragedia y caos
JENNIFER
La llamada se cuelga.
No me permito sufrir el shock que debería y enseguida marco el número
de emergencias.
¿Estará bien?
Está muerta.
Aparto ese pensamiento de mi cabeza al escuchar la voz femenina al otro
lado de la línea.
—Emergencias, ¿en qué podemos ayudarle?
Mi voz sale casi automática, frenética.
—Carretera M-607, kilómetro 18, mi mejor amiga acaba de tener un
accidente, le han fallado los frenos.
—¿Nombre? —la escucho teclear.
—Alondra Miller.
—Vale, ¿me puede decir el modelo del coche?
Joder, sólo me sé la marca, pero no el modelo exacto.
—Un Mustang negro, no sé qué modelo exacto, pero de los nuevos.
—Perfecto, ya sale una patrulla para allá, respire y tranquilícese.
Claro, ¡qué fácil decirlo! Como si mi mejor amiga no se estuviese
debatiendo entre la vida y la muerte. El lazo que nos había unido y nos
seguirá uniendo por años me lo dice, ella está luchando por sobrevivir, en
algún lado de mí lo siento.
—Un momento, ¿a qué hospital la van a llevar? —me apresuro a tomar
mi ropa.
—Al Hospital General.
—Gracias —cuelgo la llamada con las manos temblorosas.
Todo mi cuerpo tiembla y hasta sostenerse en pie resulta doloroso, pero
no puedo simplemente echarme a llorar, esperar a que mi teléfono vuelva a
sonar y que Addie me llame para decirme que sigue viva. Me miro al espejo
y con el dorso de mi mano, mando a la mierda ese rastro húmedo en mis
mejillas, esas lágrimas no van a salvar a Addie. Llevo un conjunto de dos
piezas, compuesto por un top negro que deja mi ombligo y su piercing al
descubierto y una falda larga hasta los tobillos con aberturas en los
laterales. No tengo tiempo para tacones así que me pongo las deportivas de
talla baja negras también.
El cabello totalmente negro me cae suelto hasta la cintura, tan liso que no
me molesto en recoger. Con el bolso y las llaves del coche salgo aun
temblando. Mi mente no puede apartar la imagen de Addie, sus peculiares
ojos grises que tantas veces le he dicho que me encantan, su pose perfecta y
actitud milimétrica, ante todo, su necesidad de fingir y mentir como la
mentirosa patológica que es, pero es mi mejor amiga y eso nada ni nadie lo
va a cambiar. A esa loca de psiquiátrico la conocí en nuestro primer año de
instituto. Se veía tan inocente. El cabello negro le caía suelto por los
hombros, pero no llegaba si quiera por debajo del pecho. Ni una sola gota
de maquillaje. Nada de ropa extravagante ni cara. Nada de lo que es ahora,
pero una cosa en ella jamás había cambiado, su mirada. Esa mirada firme,
decidida y fría la acompañó todos estos años. Desde pequeña tuvo esa
actitud arrogante, tan sólo que por aquel entonces la mantenía oculta, a
raya, bajo una llave que sólo tenía una persona, su padre.
Mientras conduzco, los recuerdos de aquel primer día de instituto se
plasman en mi mente.
Septiembre, 2011
Para ser el primer día parece ser tranquilo, parece porque en el fondo no
lo es, sólo que nadie más se da cuenta. Desde mi posición, en primera fila,
pero al lado de la ventana y enfrente de la mesa del profesor, lo veo todo.
Veo conversaciones animadas, lazos naciendo, otros afianzándose tras un
reencuentro, y ahí está. Al final de la clase, en la última fila y
resguardándose detrás de la columna hay una niña bastante peculiar. No
está hablando con nadie, tampoco nadie está intentando hablar con ella. Su
cabello ondulado hace de cortina y no puedo ver su rostro, pero como si mi
mirada la llamase, sus ojos se posan sobre mí. Ella en una esquina de la
clase, yo en otra. Nuestras miradas trazan una línea diagonal invisible que
solo nosotras parecemos ver. Lo primero que me impacta, porque si, son
varias cosas, es su color de ojos. Sé que tengo que acercarme más, pero
desde aquí se ven claramente, son de un gris fuerte pero apagado a la vez.
Viste con un vestido que va un poco más abajo de sus rodillas, blanco como
la nieve, las mangas cubren por completo sus brazos hasta sus muñecas y el
cuello alto la hace parecer una de esas muñecas de porcelana. Las ondas
en su pelo son perfectas que hasta duelen a la vista, tanta perfección solo
podía estar ocultando algo más. Aparta la mirada y ahí es cuando decido
hacer algo que nunca había hecho, ni pensé que haría alguna vez,
sinceramente. La profesora aún no había llegado para presentarse y demás,
así que aprovecho para levantarme y cambiarme de sitio. Sí, no es lo más
recomendable invadir el espacio personal de alguien de esa manera, sobre
todo porque a kilómetros se ve que es una chica introvertida, pero el
impulso es más fuerte que mi lógica. Cuando me siento a su lado, la noto
tensarse bajo la tela de aquella cosa que la hace parecer algo que estoy
segura de que no es. Mis habilidades sociales son más bien inútiles, pero he
visto suficientes series para saber la teoría de cómo empezar una
conversación, veamos la práctica.
—Hola, soy Jennifer —le tiendo la mano.
Ella me mira con desconfianza, pero algo en sus ojos la hace dudar y
termina por estrechar mi mano. Sus uñas son largas y perfectas, me
gustaría decir que siento envidia, pero no, siento algo parecido a la pena,
pero lejos de la lástima.
Su voz es apenas un susurro cuando habla.
—Alondra.
—¿Cuántos años tienes? —su figura delgada no me pasa desapercibida.
—Once, ¿tú?
—Doce cumplidos hace dos meses.
No aparenta tener once ni de lejos.
—¿Cuándo? —se interesa ella.
—Desde el 30 de junio, ¿y tú?
—Cumplo los doce el 2 de diciembre.
A partir de ahí entendería el porqué de ese apodo estúpido con el que la
estuvieron torturando todo el curso.
"Pesadilla antes de Navidad"
Las lágrimas luchan por contenerse, yo lucho contra ellas. Entro
desesperada al hospital y me acerco al mostrador.
—¡Alondra! Vengo a ver a Alondra Miller, ¿se encuentra aquí? —hablo
entre jadeos.
—Deme un momento, ¿cuál es su nombre? —habla la anciana mientras
teclea.
—Jennifer Mendoza.
—Pues lo siento mucho, pero no hay nadie ingresado con ese nombre.
Hoy no tengo paciencia para esto, no para esto ni para nada.
—¡Eso es imposible! ¡Compruébelo de nuevo! —grito exaltada.
Coge el teléfono sin titubear y hace una llamada.
—Entiendo —cuelga y me mira—. Justo ahora están trasladando a
quirófano a una joven.
"Quirófano".
La palabra hace eco en mi cabeza, pero hay esperanza, si está entrando a
quirófano es que hay esperanzas de que se salve.
—¡¿Dónde está?!
—Siga ese pasillo, suba a la novena planta y al fondo verá la sala de
espera.
No me detengo a darle las gracias y salgo corriendo pasillo abajo.
Esquivo pacientes, enfermeros y médicos como si mi vida dependiese de
ello, y es justamente lo que pasa, mi vida depende de ello. Llego al ascensor
y justo mientras me planteo correr por las escaleras, las puertas se abren.
Hago acopio de toda la paciencia que el ser humano puede almacenar para
no empujar a nadie y esperar a que el ascensor se vacíe. Cuando entro y las
puertas se cierran, me permito dejar salir una lágrima rebelde, estoy sola. El
espejo enorme me devuelve mi reflejo. Addie, mi pequeña Addie. Solo
imaginar que podría no volver a verla jamás acaba con la poca fuerza que
me queda y me quiebro. Me quiebro porque no soportaría que algo le
pasase, me quiebro porque estuve tan ocupada con mi trabajo que no pude
ayudarla a sabiendas de que alguien la acosaba. Primero esa cabeza de
ciervo, las notas anónimas y ahora esto. Está más que claro que intentan
matarla. Que lo sigan intentando, porque bicho malo nunca muere y la rabia
de Alondra es eterna.
Las puertas del ascensor se abren y camino a la sala de espera, ya sin
fuerzas para correr me dejo caer en la silla. Las horas empiezan a volar y la
máquina expendedora de café se ha vuelto mi único contacto con la
realidad, el resto del tiempo lo paso en mi cabeza, de un recuerdo a otro
para mantener viva una esperanza que va muriendo por momentos. Algún
que otro médico sale de las salas, pero ninguno me brinda información útil.
Me levanto y comienzo a caminar de un lado a otro, ansiosa, desesperada.
Joder, no puedo más.
Necesito verla. Saber que está bien, lo que sea. Un par de médicos salen
de la sala arrastrando entre todos ellos una camilla y mi corazón da un
brusco vuelco. Me tapo la boca con las dos manos para ahogar un sollozo.
Mi niña, mi pequeña. Está acostada en esa camilla con el rostro lleno de
cortes cosidos y las cuencas de los ojos rojas. No puedo ver más allá de su
pelo negro porque la tela la cubre hasta el cuello. Me acerco sin dudar.
—¿A dónde se la llevan?
—A la Unidad de Cuidados Intensivos —parece no estar dispuesto a
decirme más, o eso cree.
—¿Está bien? ¿Se recuperará?
—Señorita, no podemos brindarle esa información, ¿es usted familiar?
—Soy su mejor amiga, su única familia. He crecido con ella y ella
conmigo, ¿acaso no le parece ese un motivo lo suficientemente bueno como
para decirme si va a sobrevivir? Porque le puedo dar un par más —espeto
furiosa.
Si no me da una respuesta, tendrá que sacar otra camilla porque me dará
un ataque de ansiedad. El médico me mira bajo una mirada inquisitiva, pero
suspira y vuelve a hablar. Los demás médicos ya se han adelantado con la
camilla.
—Ha llegado en un estado muy grave. Le hemos recolocado algunos
huesos como las costillas. También le hemos sacado trozos de vidrio
incrustados en el abdomen, brazos y piernas, al parecer se estrelló contra un
poste eléctrico y debido al impacto, éste cayó encima del coche. Tuvo
suerte, pero no sabemos a ciencia cierta si volverá a caminar, eso si
consigue despertar en las próximas horas en la UCI.
El peso de la realidad cae sobre mí como un balde de agua fría. El
médico me estrecha el hombro.
—Lo siento mucho.
Y me deja en medio del pasillo, asimilándolo todo. En pocas palabras, es
improbable que Alondra sobreviva, y si lo hace, no podrá volver a caminar
nunca más. Me puedo imaginar su reacción a la perfección; gritos, ataques
de pánico, histeria. No soportaría verla en ese estado, pero soportaría aún
menos organizar su velorio, eso si que no. En la pantalla de la televisión de
la sala de espera están echando las noticias de hoy.
—"Trágico y brutal accidente en el primer tramo de la carretera M-607
de Asterfield, una joven se debate entre la vida y la muerte tras chocar su
coche contra un poste eléctrico de alta carga, la escena nos deja sin
palabras."
A continuación, las cámaras de la carretera captan el coche de Alondra y
el poste eléctrico casi dividiendo el coche en dos. Bien, ahora todo el país
estaría al tanto, perfecto vamos, justo lo que Alondra querría. Las horas
pasan y yo apenas puedo salir del estado de shock, pero sólo hasta que una
figura alta entra por el pasillo con pasos desquiciados. Un chico castaño, de
ojos marrones y la mirada perturbada se acerca a los médicos, no alcanzo a
escuchar toda la conversación, pero escucho el nombre de mi mejor amiga y
me levanto.
—¿Tú quién eres? —lo miro desconfiada.
Parece un crío. Los ojos rojos, las manos temblorosas, los labios
hinchados y rojos también. Le miro a los ojos buscando lo que sea que me
indique algo sobre él, y lo que encuentro en ellos me aterra, mi piel se eriza.
Desesperación, angustia, ansiedad, inestabilidad, este chico está al borde
del colapso.
Mierda.
No puede ser...
—Cassian Lenox.
Capítulo 10
Nueva adicción desbloqueada
Joder, qué puto dolor de cabeza.
Apenas siento el cuerpo cuando intento abrir los ojos. Tengo frío y sueño.
Las imágenes se reproducen en mi mente a cachos, las escenas no tienen
mucho sentido y van desordenadas. Me toma un par de minutos recordar
cómo he acabado aquí otra vez, en una cama de hospital. Esta vez no hay
sólo vías conectadas a mis venas, hay algo más. Vendas, escayolas y todo
tipo de cosas, tanto cable está poniéndome de los nervios. Quiero protestar
y arrancarme todo esto, no soy una máquina, pero no puedo mover casi los
brazos, sólo noto cómo puedo mover mis dedos. Escucho ruido cerca y unas
manos cálidas se entrelazan con las mías. Un momento. Son manos
distintas. No son las de Jennifer, puesto que su voz es lo último que
recuerdo haber escuchado antes del impacto. Aún no puedo abrir los ojos
por alguna razón, pero sé que junto a mi hay dos personas. Sosteniendo mi
mano izquierda se encuentra una mano suave, dos anillos me rozan la palma
de la mano, Jennifer. Siento su perfume en el ambiente, pero entremezclado
con una fragancia más. Intento mover los dedos de mi mano derecha y la
mano que me la está sujetando reacciona al instante. No reconozco ese
tacto, pero siento su mirada sobre mí. Ese olor, una mezcla entre perfume
masculino, olor a ropa limpia y lilas...
Cassian.
¿Qué hace él aquí?
Trato de abrir los ojos y por fin lo consigo, pero todo se ve borroso.
—Addie... —la voz cansada de Jennifer me alivia.
—Está intentando despertarse —Cassian a mi izquierda aprieta un poco
más mi mano con gentileza.
Quiero llorar.
No pensé que sobreviviría, y menos que despertaría con compañía. Los
ojos se acostumbran a la luz de la habitación y miro a los dos. Jennifer, sus
ojos se ven cansados, han llorado y mucho, lo sé. A mi izquierda Cassian,
sus ojos también se ven cansados, pero hay algo más. Están demasiado
rojos y hay algo en su mirada que no me termina de encajar, algo no está
bien.
—¿Cómo estás? —su tono es dulce, como siempre ha sido ella.
—¿A ti qué te parece? —respondo con mi usual sarcasmo—. Esto de no
sentir el cuerpo es toda una experiencia.
—Bueno, al menos el sarcasmo sigue ahí, eso es bueno —dice Cassian
intentando sonreír.
Jennifer guarda silencio y vuelve a hablar.
—¿Qué es lo que no sientes exactamente? —la preocupación era obvia.
Por mi cabeza pasaron miles de pensamientos, los aparto de golpe.
Trato de mover mis manos, pero hay algo que estoy intentando mover y
no consigo. No, no puede ser. Por favor, no...
Las piernas.
—No... —empiezo a jadear, me cuesta respirar—. Las piernas...
Jennifer y Cassian intercambian una mirada horrorizada.
—¿Nada? —insiste.
Niego con la cabeza, pues las palabras se atascan en mi garganta.
—Voy por el médico.
Y tras decir eso, Cassian sale de la habitación corriendo y dejándome a
solas con mi mejor amiga.
—¿Cómo se ha enterado? —pregunto.
—Vio las noticias y vino lo más rápido que pudo —suelta el aire y
vuelve a hablar—. Con que el famoso Cassian, ¿no?
—Hay algo que me ronda en la cabeza.
—Dispara.
—Hace unas semanas, mientras estábamos en videollamada, te puedo
jurar que le escuché tomarse una pastilla, conozco bien el sonido de un
blíster...
—Ya, ¿a dónde quieres llegar con esto? —frunce el ceño.
—Cassian se medica, tú eres psiquiatra, ¿no has notado nada?
El hecho de que esté pensándolo ya me anticipa una respuesta.
—Cuando llegó al hospital, estaba al borde de un colapso nervioso.
Temblaba de pies a cabeza, pero tenía la mirada muy, no sé cómo decirlo...
—Perdida —termino por ella.
—Exacto. Estaba como desubicado, después se fue al baño y al cabo de
un rato, volvió como si nada.
—Se fue a tomarse la medicación, ¿pero de qué?
—Sospecho que puede ser algo de los nervios, pero no es como...
—Ya, yo también me he fijado —admito.
—De todas formas, es algo de él, si te lo quiere contar, lo hará.
—Lo sé —asiento.
La puerta se abre y el médico viene seguido de Cassian.
—¿Cómo está, señorita Miller? —me mira para después ojear unos
papeles.
—Pues viva, extrañamente, pero no siento gran parte del cuerpo...
Jennifer se sienta a mi izquierda y toma mi mano, Cassian hace lo mismo
a mi derecha. Los tres prestamos atención al médico.
—Verá, ha sufrido usted un accidente curioso. Me mencionaron que no
funcionaban los frenos, —asiento cuando espera mi confirmación—. Tuvo
la suerte de frenar el impacto, pero también la desgracia del poste eléctrico,
que cayó encima del coche cuando se estrelló a semejante velocidad. Por
alguna razón, el poste no cayó sobre usted ni sobre ningún órgano vital,
pero si le partió el antebrazo derecho y le desencajó el hombro de ese
mismo lado. Las piernas sufrieron la mayor parte de los daños, pero, aun
así, no parece que vaya a ser un daño permanente. Lo demás han sido los
golpes, los cristales del parabrisas y alguna hemorragia interna detenida a
tiempo.
—Entiendo...
Estoy procesándolo todo. Aunque no tengo mucho que decir, no sé ni
cómo sigo viva. Con todo lo que ha dicho ya podría imaginar mi velorio
perfectamente.
—Vamos a realizar una prueba de sensibilidad, ¿le parece?
Asiento y el médico se coloca unos guantes y toma un instrumento
metálico con el que empieza a dar leves golpecitos sobre mis piernas.
—Avíseme si siente algo y el qué. Concéntrese en sus sensaciones, en lo
que su cuerpo le dice, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —trago saliva nerviosa.
Miro a Cassian y Jennifer, ambos están igual de nerviosos que yo, la
diferencia es que a Cassian le tiemblan las manos más de lo que debería.
—Bien, empecemos.
Un primer toque en la punta de los dedos de mis pies, nada. Los toques
van subiendo gradualmente, avanzando por mi tibia, nada. Siento las
miradas sobre mí, el corazón se me acelera demasiado, de un momento a
otro la máquina que marca el cardiograma empezará a avisar de que tengo
las pulsaciones demasiado altas. Necesito calmarme. Los toques siguen
subiendo hasta mi rodilla y el grito escapa de mis labios desgarrando mi
garganta. Mis manos a los dos que las sostienen a cada lado.
—Eso es...
—¡Duele! —sigo gritando como una posesa.
Los toques cesan y bajo la mirada ligeramente borrosa por las lágrimas
hacia la mano del médico. La mano que antes sujetaba mi mano derecha
ahora está enrollada a la muñeca del médico.
—Suficiente —el tono frío de Cassian me deja de piedra.
Cassian, Cassian, ¿será que no eres tan bueno como nos haces creer a
todos? Esa actitud es sorprendente viniendo de él.
—Señorita Miller, justo como suponíamos, tiene fracturada y rota la
rodilla derecha —ahora lleva el instrumento a la pierna izquierda, la que sí
siento—. Y por lo visto esta está bien.
—¿Entonces podrá volver a caminar?
Jennifer siempre tan sutil, me encanta.
—Claro, pero no de inmediato.
Desde mi posición veo como a mi mejor amiga le vuelve el alma al
cuerpo. Por su parte, Cassian sigue pensativo, perdido en algún punto de sus
pensamientos, ¿en qué estará pensando?
—¿Quién se hará cargo de ella? —pregunta el médico.
—Yo —Jennifer se apresura a hablar.
—Perfecto, pues firme unos papeles y le podré dar el alta.
—Quédate aquí con Cassian, ¿o prefieres que se adelante y te lleve a
casa? Si a él no le importa, claro.
Será hija de puta...
—En absoluto —niega él con rapidez—. Yo la llevo.
—Perfecto, en un rato iré yo también cuando termine de hablar con los
médicos.
Asiento. Me deja un suave y cálido beso en la frente para salir de la
habitación con el médico.
Mierda.
Ahora estoy a solas con Cassian.
—He venido en cuanto me he enterado, no sabes lo acojonado que
estaba.
—¿Me estás cogiendo cariño o me lo parece? —alzo una ceja.
—Ya te lo había cogido de antes.
La afirmación me toma por sorpresa.
—Vámonos.

Cassian me estuvo llevando con la silla de ruedas por todo el hospital,


fue bastante gracioso. En el hospital me dieron varias cajas de pastillas y
dos muletas. Ahora estábamos en su coche camino a mi casa.
—Te toca escoger canción.
—Deja que piense... —no me toma ni dos segundos—. Pon My Demons
de Starset.
—Curiosa elección, ¿te gusta el rock?
—Me encanta.
Por el espejo central le veo sonreír con esa media sonrisa suya tan
característica. Llegamos a mi casa y el alivio me recorre cuando recuerdo
que lo recogí todo, esto estaba hecho una mierda. Cassian seguía teniendo
muy mala cara.
—¿Estás bien? —pregunto cuando con delicadeza me sienta en el sofá en
forma de L.
—Sí, sí, no te preocupes —miente, lo sé—. ¿Necesitas algo? ¿Comida?
Lo que sea.
—Una copa de vino no estaría nada mal.
—¿Con la medicación? Imposible, pero con tu permiso, yo sí me voy a
servir una.
Será...
—Sin problema.
Espera un momento. Cassian también está medicado. Por un momento se
me pasa por la cabeza que lo esté haciendo para disimular, porque está claro
que no piensa contarme nada al respecto, pero esa sospecha desaparece
cuando de un sólo trago vacía la copa.
—Dame el mando de la tele, porfa —le pido.
—Voy.
No duda en acercarme el mando y a continuación me pongo una película.
—¿Qué quieres para la cena?
La pregunta me sorprende, por lo cual no sé qué contestar.
—Ya veo, ya me inventaré algo.
—Está bien, lo tienes todo en la nevera.
—Perfecto.
Y así, con una película sobre crímenes y Cassian de fondo cocinando y
tarareando alguna canción, fue como me quedé dormida y por fin pude
dejar de pensar.

Me despierto y lo primero con lo que me encuentro es con el olor a lejía


perfumada y ambientador. Abro los ojos, sigo en el sofá.
—¡Buenas madrugadas, bella durmiente!
El reloj digital marca las 04:15 a.m. Cassian me sorprende con una
bandeja de lo que me gustaría creer que es la cena, pero es un complot de
muchas cosas. Hay un cuenco con distintas piezas de fruta cortada, al lado
un plato pequeño con arroz blanco bañado en ajo y un trozo de pechuga de
pollo hervida y por último, un vaso de lo que supongo que es batido de
fresa casero. No me he levantado con mucho apetito, pero sólo con ver el
menú mis tripas hablan por sí solas.
—Gracias, tiene todo buenísima pinta —sonrío.
Él me devuelve una gran sonrisa, ¿por qué está de tan buen humor?
—No me las des. Come lo que puedas y después te tomas esto —habla
mientras sostiene en su mano una caja de pastillas y en la otra un vaso con
agua.
Al ver que no hablo, vuelve a hablar.
—No lo he mezclado porque no sabía cuándo te ibas a despertar y para
que no se diluyese, además, prefiero que me veas hacerlo.
—¿Tienes intenciones de matarme o qué?
—Puede —se sienta a mi izquierda y saca el móvil—. Buen provecho.
Se lo agradezco y empiezo a comer. La mezcla de sabores explota en mi
paladar y realmente disfruto la comida. Esto está lleno de vitaminas, pero
increíblemente delicioso. Mientras mastico, no puedo evitar pensar en el
accidente, aunque realmente no fue un accidente. Un loco me venía
persiguiendo y para colmo, no me iban los frenos. Siempre he sido muy
estricta con eso de las revisiones del coche, con tenerlo todo homologado y
demás, no me cuadra que los frenos no funcionasen. Ah, y ahora estoy sin
coche.
—Cassian.
—¿Uhm? —despega su mirada del móvil para mirarme.
—Abre ese cajón y saca una carpeta azul.
Se levanta, pero antes de abrir el cajón se detiene y me mira.
—¿Qué?
—¿La palabra mágica?
Pongo los ojos en blanco, ¿en serio?
—Por favor.
Me ofrece una media sonrisa, abre el cajón y saca la carpeta.
—Aquí tienes.
—Gracias.
Abro la carpeta y busco entre los papeles el certificado de la última vez
que llevé el coche a revisión. Creo recordar que estaba todo en orden,
además de que estoy segura de que fue hace poco.
—¡Lo sabía!
—¿Qué pasa?
—La última revisión que le hice al coche fue el tres de abril, hace dos
semanas, mira lo que dice —le tiendo el papel.
Cassian recorre la hoja con la mirada para después dirigirla hacia mí.
—Los frenos estaban bien.
—Claro.
No había usado demasiado el coche durante estas últimas semanas salvo
el día del accidente, por lo que alguien tuvo que provocarlo, ¿pero quién?
—Mira, mejor deja de pensar en ello y deja que la policía se encargue.
—¿La policía? —frunzo el ceño.
—Si. Mientras tú hibernabas, la policía estuvo aquí haciéndonos unas
preguntas a tu amiga y a mí, van a abrir una investigación por intento de
homicidio.
—Increíble, ¿y yo me lo he perdido? —finjo indignarme.
—Efectivamente, te has perdido tu propio interrogatorio.
Nos echamos a reír, pero mis heridas duelen, no me importa, necesito
despejarme de todo esto, aunque sea por un instante.
—¿Te recojo la bandeja ya? —se ofrece Cassian.
—Sí, toma.
Él se acerca a quitarme la bandeja de encima de las piernas a la par a la
que yo la tomo para dársela, quedamos demasiado cerca y por un breve par
de segundos, siento su respiración sobre mis labios. Él toma la bandeja sin
dejar de mirarme y se la lleva.
¿Qué ha sido eso?
Podía haberlo besado.
¿Quería hacerlo?
¿Quería que él lo hiciera?
Joder, no nos engañemos, obvio. Es cierto que atracción física hay, la ha
habido desde que nos vimos por primera vez, pero no tiene por qué cruzar
más allá.
—¿Una peli? —sugiere mientras lava los platos sucios.
—¿Por qué no? —me encojo de hombros.
Porque casi lo besas.
Ya, bueno. Es ver una película, no follar cual conejos como si se tratase
del último día del mundo, aunque dadas mis circunstancias me moriría en el
intento, además literalmente. Cassian se sienta en el sofá con un bol y una
bolsa de pipas de barbacoa. Le cuesta decidirse, pero por fin escoge una
película. Empezamos a comer pipas y el sonido de las cáscaras se fusiona
con el de la película, que he de admitir que no está nada mal. Va sobre dos
agentes especiales que mantienen el orden en una metrópolis que está en
constante expansión, Alpha. Un aura extraña la rodea y puede poner en
peligro la Ciudad de los Mil Planetas y al universo entero. Se desarrolla en
el siglo XXVIII y va de luchas galácticas. Ni tan mal.
Miro a mi izquierda por instinto y veo como en los ojos de Cassian se ve
reflejado el reflejo de la pantalla. Sus grueso labios han adquirido un tono
más oscuro debido a las pipas y están ligeramente cubiertos de la barbacoa
que sueltan las pipas. Está tan concentrado que come casi automáticamente.
Ahora que me doy cuenta, tiene unas pestañas muy largas. Tiene bigote,
pero barba no mucha, son cuatro pelos que le quedan bien. ¿Acaso hay algo
que no le quede bien? Lleva una camiseta de tirantes negra y un pantalón de
chándal gris. Si, todas sabemos lo que significa eso, no mirar hacia abajo en
ningún momento, pero nadie ha dicho que tenga que ser yo, así que mis
ojos por un momento bajan a su pantalón. No se le marca mucho porque
tiene las piernas cruzadas en flor de loto, por lo cual el pantalón se estira.
En el preciso instante en el que le miro a la cara de nuevo, sus ojos buscan
los míos y se encuentran. No sé qué decir, así que no voy a decir nada. Mi
mirada va desde sus ambos ojos a su boca para luego volver a los ojos. Sus
ojos miran directo a mi boca, puedo sentir la presión de su mirada en la
semi oscuridad. Me mira a los ojos y me sostiene la mirada, ¿por qué siento
que me está pidiendo permiso? Le miro fijamente a los ojos, bajo la mirada
a su boca para devolverla a sus ojos, como confirmación alzo una ceja a
modo de desafío. Eso es suficiente para él, porque se acerca despacio,
tentándome, pero no lo va a conseguir. La de las tentaciones soy yo,
siempre he sido yo.
Retiro lo dicho.
Su labio inferior roza los míos y siento que me deshago. Parece que va a
besarme, pero sigue tentándome, quiere que lo bese yo, que me lance a su
boca totalmente desesperada por probarla. La temperatura de mi cuerpo
hace rato que ya empezó a subir, pero cada vez hace más y más calor. Mi
mente empieza a jugar conmigo y a imaginarlo sin camiseta, sin ropa...
Parece percatarse del deseo en mis ojos, porque lo que hasta ahora había
sido algo tierno y sensual, ha pasado a convertirse en algo desenfrenado y
demandante. Estampa sus labios sobre los míos y ¡joder!
Se mueve rápido, pero no me deja moverme a mí, sujeta mi cabeza desde
mi nuca, con mi pelo en su puño, pero sin tirar, quiere mantenerme quieta.
Le muerdo el labio inferior y el gruñido que suelta me enciende más rápido
de lo que debería. Succiono sus labios, rozo la punta de mi lengua con la
delicadeza que a él le falta sobre su labio inferior. Ese movimiento parece
desquiciarlo porque lo único que logra hacer es detenerse a disfrutarlo. Tras
memorizar la textura de sus labios a paso lento con la punta de mi lengua,
abro los ojos para encontrarme con él a punto de hacer lo mismo y, dios
mío. Lo que hay en ellos. Esa mirada…
Deseo.
Anhelo.
Lujuria.
Sensualidad.
Rudeza.
Esa es la mirada de un depredador que se está dejando cazar por su presa.
Jadeo en respuesta, el aire retenido sale, bueno, lo intenta, porque Cassian
me besa con esa fuerza que movería cielo y montañas y el aire se me
detiene a medio camino. Su mano viaja hasta mi mentón donde lo sujeta
con cuidado.
Anda.
Ya sé lo que está haciendo. Está cuidándome. Está evitando que me haga
daño, por eso me impide moverme. Ojalá sus intentos funcionen porque aún
me queda una mano libre y yo con sólo una mano puedo hacer muchas
cosas. Él pensando en cuidarme y yo queriendo que me haga de todo. Y
cómo no, obvio debía tener algún otro superpoder aparte del de volverme
loca, porque hace precisamente lo que se me estaba pasando por la cabeza.
Su dedo índice empieza por mis labios, baja trazando la forma de mi
barbilla, qué bien le sienta esa mirada salvaje directo a mi boca. Baja por el
hombro y comienza a trazar círculos en la clavícula. Sin previo aviso,
cuando pensé que bajaría más hace todo lo contrario y sube a mi cuello,
donde me toma y me mira a los ojos antes de volver a besarme. ¡Joder!
¡Qué calor!
Aún con los labios hinchados y empapados de su saliva, se aparta
despacio y me mira.
—Ahí tienes.
No puedes estar hablando en serio.
—¿Y ya?
—Sí, no voy a hacerte nada más mientras estés como estás.
Sí, está hablando en serio.
—No me mires así —se defiende mientras acomoda su almohada.
—¿Así cómo? —cambio mi tono, ya he controlado mi respiración, ya
pienso con la cabeza.
—¿Seguimos con la peli o ya le has perdido el hilo?
Su cambio brusco de tema casi logra sacar a relucir toda mi ira y rabia de
unos segundos antes, pero no lo va a conseguir. No voy a dejarle ver que me
jodió horriblemente que me privase de sus besos. Pero joder...
Sus besos.
Necesito más, y sé que no voy a poder parar. Tampoco veo que parar sea
una de mis opciones.
Capítulo 11
Las heridas que nos unieron pueden ser las mismas
que nos separen
Hace dos semanas del beso con Cassian. Después de eso hicimos como si
nada y él se fue en cuánto llegó Jennifer. Desde entonces seguimos
hablando por mensaje. La última vez que lo vi fue aquel día. Jennifer me
está ayudando con la rehabilitación.
—Yo ya te he dicho, se le ve un chico majo, no tendría por qué mentirte,
pero...
—Pero lo hace —termino por ella mientras hago mis ejercicios de
piernas.
—Tú también.
Touché.
Es cierto. Yo también le he mentido. Hace dos días que no le contesto a
los mensajes, pero en cambio me ve conectada. Me llamó y me preguntó si
estaba bien, obviamente puse mi mejor sonrisa y actitud para decirle que sí,
que todo estaba súper bien. Pude notar el vacío en su voz, la falta de esa
alegría suya que lo caracteriza, la ausencia de los apodos graciosos, pero no
me importa lo más mínimo. ¿Por qué tomo distancia con él? Sencillo,
intenta descubrir demasiado de mí. Las preguntas personales siempre han
sido mi mayor enemigo, eso no iba a cambiar ahora.
—Ya —le mentí diciéndole que no tenía hermanos.
Técnicamente eso no es del todo mentira.
—¿Hasta cuándo piensas seguir mintiéndole? ¿Crees que podrás hacerlo
para siempre?
—Hey, hey, para el carro —marco un stop con mi mano—. Entre él y yo
no existió, ni existe ni mucho menos existirá un "para siempre" alguna vez.
—Pero aún así no le sacas de tu vida por completo —apunta.
—¡Es que besa muy bien!—suspiro indignada.
Jennifer niega con la cabeza. Sí, ya sé, no tengo remedio. Mi teléfono
empieza a sonar y el nombre de Cassian ocupa la pantalla. Un tono, dos
tonos...
—¿No piensas contestar? —pregunta Jennifer antes de darle un trago a su
jugo de manzana.
Suspiro y contesto.
—¿Aló?
—Oye... —su voz se escucha rara, como distorsionada.
—¿Qué pasa?
—¿Puedo ir a verte...?
Su voz sigue sonando extraña, pero algo en su voz me convence y eso no
me gusta.
—Venga vale, estoy en casa con Jennifer —cedo.
—Vale.
Cuelgo la llamada sin despedirme, Jennifer me mira expectante.
—¿Va a venir?—enarca una ceja.
—Eso parece, estaba raro —me encojo de hombros.
Jennifer me cuenta el caso de uno de sus pacientes, bastante jodido, la
verdad. La historia de ese chico me trae recuerdos. Ella es una muy buena
psiquiatra, pero al igual que otros pacientes vuelven años después
agradeciéndole, otros se van para siempre. Por eso la admiro, porque carga
con varias muertes en su mente y no se culpa por ellas, tiene la fortaleza
mental de saber que no fue su culpa, que con más o menos atención
psiquiátrica, esos pacientes hubiesen tomado el mismo camino.
—La medicación le va bien por ahora así que ya puedo estar más
tranquila.
—Pues me alegro mucho —sonrío.
Unos golpes en la puerta de fuera me sobresaltan.
—Ahí está tu príncipe azul.
—Siento decirte que soy más de dragones —me burlo mientras tomo las
muletas.
Hace unos días empecé a usarlas, me siento un tanto estúpida, pero nada
que no pueda soportar. Abro la puerta y lo que veo me deja sin palabras.
—Cassian...
Su cabello está revuelto, sus ojos lucen vidriosos y rojos. Me abraza con
cuidado pero está claro que le cuesta mantenerse en pie. Antes de separarse
me deja un suave y disimulado beso en la mejilla. Eso no me lo esperaba.
Mis fosas nasales se inundan de su característico perfume mezclado con su
propio olor, ese que huele como a ropa limpia, lilas y ahora, a alcohol.
—¿Estás borracho?
—Sí.
—Bueno, al menos es sincero —comenta Jennifer desde el sofá.
A Cassian le cuesta dar cada paso y me pregunto cómo ha llegado hasta
aquí, si vive a casi una hora en coche. Se deja caer al otro lado del sofá y
me hace una seña para que me acerque. Antes de sentarme a su lado miro a
mi mejor amiga, que interpreta la señal a la perfección.
—Voy por algo de comida.
—Está bien, píllame algo de helado, porfi —le suplico.
—Hecho.
El sonido de la puerta cerrarse deja paso a un incómodo silencio.
—¿Por qué? —Cassian rompe el silencio arrastrando las palabras.
—¿Por qué qué?—pregunto confundida mientras apoyo las muletas a un
lado.
—¿Por qué me evitas?
—No te estoy evitando.
—Alondra, me es más fácil darme cuenta de quién no quiere saber de mí
que de quién sí.
Repaso sus palabras.
—¿Cómo has llegado a la conclusión de que te estoy evitando? ¿No has
pensado en que simplemente estoy ocupada y nada más?
Una sonrisa triste se dibuja en su rostro.
—Porque nadie está demasiado ocupado como para no poder mandar un
simple mensaje.
Sus palabras hacen eco en mi cabeza. No, no puede confundirme. Se
queda pensativo un rato, pero vuelve a hablar.
—¿Sabes? Tengo una teoría, aunque no tiene pinta.
—A ver —concentro toda mi atención.
—Te gustó tanto el beso en la última vez que nos vimos que ahora te da
miedo que se repita.
—Un beso es sólo eso, ¿por qué me iba a dar miedo?
—Porque sabes que una vez que empieces, no podrás parar.
Aparto la mirada. Quiero contradecirlo, quiero decirle que se da
demasiado crédito, que he besado bocas mejores, que no significa
absolutamente nada para mí. Quiero decirle que puedo encontrar besos
incluso mejores, pero no puedo. Las mentiras tan obvias no son lo mío.
—¿Ves? No me lo niegas. Lo que no entiendo es por qué me evitas si no
es eso lo que quieres, ahí está el verdadero misterio.
Y no le falta razón, pero ¿qué hago? ¿Le digo que no debe acercarse más
a mí, que tengo demasiados secretos, demasiadas mentiras y la mitad de lo
que le he dicho está hecho a base de todas ellas? ¿Le digo que no soy lo que
parece?
Recurro a la vieja confiable.
—Es que no estoy preparada para lo que tú buscas, Cassian...
—¿Ah sí, Alondra? ¿Y, según tú, qué busco?
Sus ojos con la luz que entra por la ventana se aclaran a verdes, otra vez.
Ese verde intenso que parece ver más allá de mí, más allá de mi coraza, tan
así que parece ser un polígrafo al que no puedo mentir. Su sonrisa es la de
un niño, pero en sus ojos hay mucho más. Su sonrisa irradia luz, inocencia,
armonía, calma...
Su teléfono suena y se levanta para atenderlo, no sin antes aclararse la
voz para hablar.
—Sí, sí. En poco más de media hora estoy allí —hace una breve pausa—.
Adiós.
Guarda el teléfono y se gira hacia mí.
—Tengo que irme, mejórate.
Mi silencio lo convence para ir directo hacia la puerta. Escucho el crujir
de la cerradura, va a irse. No le miro, le estoy dando la espalda, pero cuando
la puerta se escucha cerrarse, admito en voz alta.
—Buscas a alguien como tú.

No soy la única que lo piensa, ¿no?


Ha recibido una llamada y eso ha bastado para que en medio de una
conversación se vaya. No le he mentido cuando le dije que él busca a
alguien como él, por eso sé que ese alguien no soy yo, jamás podría serlo.
Siendo objetiva, Cassian es un buen chico. Es agradable, servicial, amable y
puro, se merece a alguien que pueda devolverle todo lo que él es capaz de
dar y en esa misma medida. Antes de que mis pensamientos sigan
maquinando, Jennifer aparece por la puerta, obvio tiene llaves.
—¿Ya? ¿Se fue?
—Sí.
Me mira buscando algo en mi expresión, maldita psiquiatra.
—¿Quieres contarme?
Resoplo y le cuento la conversación que hemos tenido.
—Vaya, eso no me lo esperaba —parece procesarlo todo—. ¿Se fue así?
¿Sin más?
—Efectivamente, está claro que sea quien fuere que le hubiese llamado
era importante para él.
Jennifer me mira y oculta una sonrisa.
—¿Qué? —inquiero.
—¿Estás celosa?
—¿Yo? ¿Pero quién te crees que soy? —me burlo.
¿Yo? ¿Celosa? Para tener celos debes sentir algo y yo no siento nada. No
puedo sentir algo por alguien he visto tres veces. Llevamos hablando un
mes nada más.
—No sé, me ha dado esa impresión.
—Ya quita esa cara, estás flipando demasiado —agito la mano para
quitarle importancia.
Y es que realmente no la tiene.
—¿Esa no es su chaqueta? —señala Jennifer y me giro en esa dirección.
Reconozco la bomber azul de mangas blancas.
—¿Ves? Iba tan borracho que se le ha olvidado —señalo indignada—.
Mira, me da igual, ayúdame a ir a la ducha.
Jennifer se pone en pie y sin necesidad de muletas, voy sujeta a su
hombro. ¿Qué haría yo sin una amiga como ella? Más bien, ¿qué haría sin
ella?
El agua corre por mi cuerpo y la alta temperatura me proporciona una
agradable sensación relajante. Mi mente por un momento huye a Cassian, a
cómo se ha ido en cuanto ha recibido una llamada de a saber quién, pero lo
aparto rápidamente. No me incumbe. Salgo con la toalla envolviéndome y
con bastante dificultad, consigo ponerme la ropa interior y el sujetador
limpios que he dejado antes de ducharme.
—¡Jenny! —grito desde el baño.
Su respuesta desde el salón me llega un segundo después.
—¡Dime!
Cojo aire, es increíble que vaya a decir esto.
—¡Ayúdame a vestirme!
—¡Voy!
La puerta se abre y mi mejor amiga sostiene mi pijama. La observo
mientras me alza los brazos con sumo cuidado para pasarme la camiseta por
la cabeza. Me pregunta un par de veces si me duele, niego con la cabeza
porque, por alguna razón, no soy capaz de emitir sonido alguno. Ella parece
percatarse de eso, porque se detiene antes de ponerme el pantalón y desde el
suelo me mira.
—Hey, vas a estar bien. No te sientas mal por necesitar ayuda, todos la
necesitamos en algún momento.
—Lo sé, pero me siento inútil —suelto sin tapujos.
Así es hablar con ella, alto y claro, siempre.
—Los sentimientos y la realidad a menudo no tienen nada que ver, lo
sabes, ¿no?
Y eso es pura teoría psiquiátrica, lo sé.
—Ya, pero la sensación no desaparece por poco real que sea.
—Tienes razón, pero sabes bien que sólo tienes dos opciones; dejar que
te consuma o anteponer la realidad hasta que la sensación desaparezca.
Asiento y ella deja un beso sobre mi frente. Jennifer siempre ha sido
como una hermana mayor para mí. Sólo es mayor que yo por cinco meses,
pero siempre fue más centrada que yo. Si yo soy el tipo de persona que pasa
por encima de quién sea para lograr su objetivo, que no descansa hasta
conseguirlo, imagínense ella, que fue de algún modo mi mentora. La
fortaleza que habita en ella no se puede fingir ni copiar...

Jennifer se tuvo que ir al poco rato, por lo que quedé sola en casa. Eso no
me disgustaba, todo lo contrario. Hacía días que Jennifer no me dejaba sola
por miedo a que necesitase algo y no pudiese alcanzarlo, pero ahora con las
muletas todo es mucho más fácil, aunque cambiarse de ropa sigue siendo
una tarea bastante complicada.
Me levanto con ayuda de las muletas para ir al baño, al llegar observo mi
reflejo. Las cicatrices en mi rostro siguen siendo algo evidentes, pero se
confunden con la piel a simple vista, hasta me dan un toque sexy. Una fina
línea en el lado izquierdo de mi labio superior marca la diferencia, sonrío
por inercia. En mi mejilla derecha hay otra fina línea más clara que cruza
hacia abajo pero no es muy larga, apenas tres o cuatro centímetros. Las
ojeras se me notan bastante, puesto que solía dormir boca abajo y con una
pierna estirada, ahora duermo boca arriba y esa es la segunda razón por la
que me cuesta conciliar el sueño, la primera son los pensamientos intrusivos
y las imágenes que vienen con ellos, bastante perturbadoras la verdad. Un
sonido proveniente de la habitación capta mi atención, entro en alerta
automáticamente. Pego mi oreja a la puerta cerrada del baño, silencio. Ese
silencio no dura mucho y otro golpe más fuerte me sobresalta. Escucho
pasos y caigo en cuenta de que mi teléfono está en el salón, mierda.
Empiezo a ojear rápidamente el baño en busca de algo con lo que
defenderme, pero de poco serviría. Siendo sincera, si alguien ha venido a
matarme lo tiene fácil, porque con las piernas rotas es difícil que pueda
defenderme, a menos que...
Que logre ir por la pistola que tengo guardada.
Sigue en la caja fuerte, donde Jennifer me obligó a guardarla la última
vez. Sigo recordando la combinación, pero al salir del baño estaría en el
pasillo, donde a mi derecha queda mi habitación, lugar de donde provienen
los golpes, y a mi izquierda el tramo del pasillo que lleva al salón. Salir del
baño me dejaría enfrente de mi habitación y no parece una buena idea. Me
empiezo a poner más nerviosa con cada segundo que pasa, otro golpe
seguido de pasos silenciosos me atormenta. El baño empieza a asfixiarme,
¿me lo parece a mí o se está haciendo más pequeño? Necesito salir de aquí.
Confirmo los pasos y la presencia de alguien en mi casa cuando mi teléfono
suena desde el salón. En cuanto la melodía suena, los pasos de escuchan
frente a la puerta, seguidos de la sombra que veo por debajo de la puerta
moverse en dirección al salón. Necesito salir de aquí, lo necesito, pero ya.
El aire me falta y me cubro la boca con ambas manos, me aterra hacer
cualquier sonido que revele que estoy en casa, porque si no, ¿por qué habría
entrado? ¿O tal vez esperaba que estuviese en casa y sola? Ese pensamiento
me horroriza y manda a mi mente todo tipo de escenarios.
Stop.
Intento parar de pensar, no funciona. Sigo escuchando pasos, sigo viendo
sombras por debajo de la puerta.
¿Será que de nuevo...?
No, imposible. Hace meses que no.
Los pasos cesan por un momento. Me armo de valor, cojo aire y abro la
puerta elevándola todo lo que puedo hacia arriba, para evitar el ruido todo
lo posible. Aguanto la respiración para estar atenta a cualquier ruido. Me da
miedo mirar a la derecha, pero lo hago. En eso consiste la vida, ¿no?
Hacerlo, y si te da miedo, hacerlo con miedo. Bien, pues eso estoy haciendo
yo ahora mismo. Con el corazón golpeándome en la garganta y el oxígeno
abrasándome los pulmones, me sorprendo cuando no veo a nadie en mi
habitación, aunque la puerta esté entrecerrada. Quién sea que esté en la
casa, puede estar en cualquier rincón de la habitación que no veo desde aquí
por la puerta casi cerrada. Me apuro con cuidado de no hacer ruido y sin
dejar de mirar hacia atrás, sin perder de vista la puerta, por si alguien sale
en cualquier momento. Tengo que llegar hasta la caja fuerte, estoy a tan
sólo dos metros. Me detengo de golpe y me tambaleo. Tengo la sensación
de haber chocado con la pared del pasillo cuando miro hacia adelante y me
siento desfallecer. Una figura alta y encapuchada está de pie frente a mí, sus
ojos son lo único que veo y los tengo a centímetros de mi cara.
Grito hasta sentir que mi garganta se desgarra antes de caer hacia atrás,
las muletas a un lado caen también. Apenas siento el dolor por el shock
mezclado con la adrenalina.
Mi vista se clava en el techo y se vuelve borrosa justo cuando esa figura
se inclina hacia mí. Los ojos me pesan y la cabeza me duele, creo que voy a
desmayarme a merced de un encapuchado que se ha colado en mi casa...

Alguien me zarandea por los hombros, los sonidos a mi alrededor se


escuchan mudos, como si estuviese bajo el agua. Aunque no pueda
distinguir las palabras, sí reconozco el tono, el dueño de aquella voz, el
autor de esas palabras sin sentido, que poco a poco lo van cobrando. Me
duele abrir los ojos.
—¡Alondra! —me sigue zarandeando—. ¡Venga, despierta!
Al abrir los ojos me encuentro con un par de ojos oscuros que me miran
preocupados.
Sigo en el suelo, su cara está al revés, mirándome desde arriba. Estoy en
el regazo de Cassian, aún en el suelo cuando trato de levantarme asustada.
Mierda, el encapuchado.
—¡Hey! ¿Qué pasa? —me retiene.
—¡¿Dónde está?!—grito mirando a mi alrededor.
—¿Quién? ¿Dónde está quién?
—El encapuchado, joder —trato de controlar mi respiración, como me
enseñó Jennifer—. Estaba aquí, te lo prometo.
Me percato de la sangre en sus nudillos.
Cassian me mira por unos segundos, quisiera decir que me miraba como
si estuviese loca, pero no. Su mirada es más bien analítica.
—¿Qué te ha pasado? —inquiero.
Mira su mano y entiende mi pregunta, pero la ignora.
—Vamos, que te ayudo a levantarte.
Me agarra por debajo de los hombros y poco a poco me pongo en pie y
me pasa las muletas. Lo primero que hago mientras Cassian abre la nevera
es acercarme a mi teléfono, quiero ver quién me ha llamado. Enciendo la
pantalla.
Número oculto
Me paralizo sin dejar de mirar la notificación. Me ha llamado un número
oculto justo mientras estaba alguien en mi casa, todo coincide.
—¿Qué pasa? Estás pálida —añade Cassian a mis espaldas.
Deslizo y borro la notificación.
—Nada, trabajo.
¿Por qué le doy explicaciones a él?
—Sí, seguro —añade en tono juguetón—. Aprende a mentir.
¿Ah, sí? No sabe con quién está hablando.
—Cierto —dejo el teléfono y me giro para verlo—. Era uno de los
cientos de tíos que me hablan al día, ya me aburren.
Sonríe y me deja un vaso de jugo de cereza en la mesa.
—Bebe anda, necesitas proteínas.
Miro hacia el ventanal, pero ¿qué...?
Tomo el primer sorbo mientras le observo.
—Cassian, ¿me has roto la ventana?
—¿Cómo querías que entrase si no?
Niego con la cabeza, ¿de dónde ha salido este tío?
—No te ralles que en unos días te pongo otra nueva.
—Más te vale —lo amenazo.
Ahí muere ese tema mientras me termino mi jugo.
—¿Te importa que me quite la camiseta? Hace demasiado calor aquí.
—En absoluto, adelante —digo sin dejar de mirarlo.
Grave error.
Se deshace de la camiseta blanca dejándola a un lado y revelando su
espalda. Me tomo unos segundos para observarla. Los hombros anchos, en
el centro de su espalda tiene tres cicatrices; la primera es pequeña y apenas
se percibe, pero las dos que le siguen debajo son dos líneas más largas que
hacen que la primera sea tan sólo la mitad. Una debajo de otra, ¿qué le
habrá pasado? A los costados hay otra pequeña cicatriz en diagonal. Sigo
mirando, su figura se va estrechando hasta la cintura. Esto promete.
Que no se dé la vuelta.
Que no se dé la vuelta.
Que no se dé la vuelta.
Joder...
—¿Qué quieres cenar? Me puedo quedar un rato.
Los músculos definidos se contraen con cada movimiento que hace, dos
lunares al lado del hombro captan mi atención, uno más en el lado derecho,
bajo la clavícula. Los brazos no son muy musculosos, pero sí que tiene buen
músculo, ni muy poco ni demasiado. Bajo hasta el abdomen. Cual sea el
deporte que practique, da sus frutos increíblemente. Los pequeños
cuadrados se marcan en su abdomen y las dos líneas se en forma de V se
esconden en el principio de sus negros pantalones de vaquero largos y rotos,
donde por encima sobresale la banda de su ropa interior. Calvin Klain se
puede leer en ella en letra blanca en el fondo negro.
Me percato de que llevo mirando más tiempo del necesario y aparto la
mirada rápidamente, esperando que no lo haya notado. Muero en el intento.
—Creo que iré por la fregona.
—¿Por?
—Para limpiar el suelo de tus babas —añade con ese tono juguetón suyo
—. ¿Qué? ¿Te gustan las vistas?
—Imbécil —miro hacia otro lado.
—Imbécil, pero me estabas follando con los ojos.
—No seas egocéntrico.
Cómo detesto que tenga razón.
Termina de lavar la licuadora y lo que ha estado usando para preparar mi
jugo. Observo cada movimiento, desde cómo se seca las manos con el trapo
hasta como lo deja perfectamente doblado en donde estaba. Echo un vistazo
a sus manos. Sus dedos son largos y delgados, sus manos se ven fuertes a la
vez, sus uñas se ven limpias y rectas, no se las come. Me parecen las manos
de un pianista. Se gira hacia mí y su expresión cambia de repente a una más
seria, se sienta en el sofá a mi lado, apoya los codos sobre sus rodillas y
entrelaza sus manos, lleva un anillo plateado en el dedo índice derecho, es
diestro.
—Alondra —su tono es demandante, sabe que tiene mi atención—.
¿Llegaste a ver quién estaba aquí?
—Sí —reconozco—. Pero no pude verle la cara, sólo los ojos.
Asiente y guarda silencio durante algunos segundos.
—¿Me los describes?
El recuerdo vuelve a mi mente, pero debido al shock se difumina entre lo
real y lo irreal.
—Oscuros, parecían negros, pero no lo sé, estaba oscuro.
—¿Conoces a alguien con ese color de ojos? —indaga.
—Demasiadas personas, trabajo en una empresa con más de trescientos
trabajadores —me encojo de hombros.
—Está bien.
Pensé que ya no diría nada, pero al cabo de unos minutos vuelve a
preguntar.
—Alondra, ¿alguna vez te han entrado en casa?
Me tenso y eso parece ser suficiente para él, porque lo nota.
—¿Cuándo?
Me asusto ante mi propio pensamiento y contesto.
—Poco antes de conocerte a ti.
Capítulo 12
Impulsos pecaminosos
CASSIAN
Tiro la tirita al suelo mientras camino por la calle demasiado transitada y
sigo hacia mi destino. Tanta gente me está agobiando y necesito salir de
aquí pero ya. Me detengo en un bar, necesito un par de cervezas. Me las
termino antes de lo previsto, necesito que me suba rápido, quiero olvidarme
de una puta vez del mal rato que he pasado ahí dentro. Cuando los ojos me
empiezan a pesar y la vista se me nubla es cuando ya no pido otra. Salgo del
bar, ya sé a dónde voy a ir. Saco las llaves del bolsillo. Dentro de mi coche
se está mejor, un poco de silencio. Veo una notificación, sonrío.

ALONDRA: Me caes mal

Puedes caerte peor,


si quieres

Dejo el teléfono y me centro en la carretera, no quiero pensar en ella


ahora. Mis manos tiemblan en el volante y lucho por controlarlas. Poco a
poco se van estabilizando. Arranco la llave y conduzco hacia su casa,
necesito despejarme. Tengo suerte de no pillar controles, no me apetece una
prueba de alcoholemia, la verdad. No puedo evitar pensar en lo jodidamente
rara que es esta chica. No puedo negar que he conocido muchas chicas, más
bien, me he follado a muchas chicas, no demasiadas, pero nunca me había
cruzado con una como ella. Puede sonar muy bonito, pero no va con esas.
Diría que es rara, pero esa palabra se queda corta para ella. La conozco hace
apenas dos meses, pero joder, sólo puedo decir que se camufla
perfectamente entre algo que no es para esconder lo que realmente es, no sé
si me explico. Hay algo dentro de ella que me causa una curiosidad
inmensa, pero sé que no voy a llegar hasta eso que la frena por el
momento.
Conduzco hasta Asterfield, estoy a un par de kilómetros.
Sus ojos ya son algo bastante destacable, ese gris es tan extraño que te
atrapa en la locura, hace que quieras acercarte a un precipicio y dejar que
ella te empuje de cabeza al vacío, y encima darle las gracias por ello.
Aparco a un par de metros de su casa. Veo a un chico alto y delgado
frente a su puerta y frunzo el ceño.
¿Ese quién coño es?
Me acerco a paso tranquilo, pero no puedo evitar apretar la mandíbula.
—¿Puedo ayudarle en algo? —le muestro una sonrisa.
Se gira hacia mí. De cerca no es tan alto, al menos no más que yo. Sus
ojos azules me miran.
—No, pasaba a ver a una amiga, pero no contesta, así que volveré otro
día —me sonríe también, pero la falsedad en su sonrisa es muy obvia para
mí.
—Le dejaré el recado —sonrío asintiendo.
Gilipollas.
Un momento, ¿cómo que no contesta? Empujo la puerta que separa el
jardín de la calle, está abierta. Echo un vistazo hacia la calle, el tipo ya no
está. Termino de empujar la puerta y paso. Desde aquí no se escucha ningún
ruido. Camino y subo los tres peldaños de su porche de un solo paso hasta
estar frente a la puerta principal, ésta si está cerrada. Toco la puerta, pero la
presión en el pecho ya me avisa de que algo no está bien. No recibo
respuesta al otro lado, me cago en la puta. Estoy empezando a cabrearme.
Ese tío de antes ha sido muy raro y ahora esto. Rodeo la casa hasta donde
creo que está el ventanal del salón y miro a través de él.
No me jodas.
No veo toda su figura, sólo los pies, pero no necesito más para reconocer
a Alondra tirada en el suelo. No quiero, pero voy a hacerlo. Mis nudillos
atraviesan la ventana y los cristales se incrustan en mi piel, aunque apenas
los siento. Me cuelo y entro, me dirijo directamente al pasillo.
—¡Alondra!
Está tendida en el suelo, las muletas a ambos lados de su cuerpo. Lo
primero que hago es comprobar el pulso usando dos de mis dedos, el índice
y el corazón, y los presiono en su cuello, justo por debajo del inicio de su
mandíbula. Bien, tiene pulso y es estable y constante. Paso una mano por
debajo de su cabeza y el alivio me saca el aire retenido al sacar la mano y
verla limpia. La muevo ligeramente para intentar despertarla.
—¡Alondra! ¡Venga, despierta!
Sus ojos se van abriendo poco a poco y dejo de moverla. Se intenta
levantar, el miedo en su mirada me provoca escalofríos.
¿Qué coño ha pasado aquí?
La ayudo a ponerse en pie y la llevo hasta el sofá. No deja de preguntar
dónde está, cuando le pregunto quién, me contesta con una respuesta que
me perturba. Dice que un encapuchado ha estado aquí. Eso me lleva a una
teoría. Me siento a su lado. Dice que vio sus ojos...
—¿Me lo describes?
Que no sea lo que creo, por favor.
—Oscuros, casi negros —dice casi en un hilo de voz.
La duda atraviesa su mirada por un breve instante, tan breve que hasta
me parece haberlo imaginado, pero he descartado al imbécil de la entrada.
—¿Conoces a alguien con ese color de ojos?
Niega con la cabeza.
—Demasiadas personas, trabajo en una empresa con más de trescientos
trabajadores.
Una persona encapuchada. Alondra es una mujer exitosa, físicamente
demasiado atractiva hasta para su propio bien, el dinero chorrea en su
cuenta corriente, hay suficientes motivos para que alguien quisiese entrar en
su casa, ¿pero con ella dentro? A menos que supiese que está lesionada, que
está sola, a menos que...
—Alondra, ¿alguna vez te han entrado en casa?
La siento a mi lado tensarse, la miro y en sus ojos encuentro una mirada
fija en algún punto de la mesa de cristal que tenemos enfrente. Su respuesta
no me llega. Está recordando algo.
—¿Cuándo?
Evita mirarme antes de hablar.
—Poco antes de conocerte a ti.
Que no esté pensando lo que yo creo que está pensando. No sé si es
imaginación mía o no, pero siento como toda el aura de su alrededor
cambia. Aquí hay algo que no está bien. Un impulso me lleva a querer
abrazarla y darle esa seguridad que tanto siento que necesita, cedo ante ese
impulso.
Alondra no dice nada, cuando casi pierdo la esperanza, sólo tarda un par
de segundos en corresponderme el abrazo. Siento su respiración hacerme
cosquillas en el cuello. Cuando nos separamos, me mira y me dice.
—¿Estás borracho?
Esto de que empiece a conocerme me está gustando entre poco y nada.
—¿Yo? Qué va, sólo estoy contento.
—Sí, y yo soy rubia, no te jode.
Me encanta su sarcasmo, las expresiones que se dibujan en su cara
mientras me bombardea con comentarios cargados de ironía, muy creativa,
por cierto.
—Estás loca, nena, de verdad te lo digo.
Me cuesta pronunciar las palabras, ella se da cuenta y sonríe, es mala, eh.
—Y eso que no has visto nada —entorna los ojos.
—¿Acaso quieres enseñarme? —bajo el tono, mi voz suena más grave de
lo que quiero.
El gris de sus ojos se clava en el marrón de los míos.
—¿Acaso hay algo que quieras ver? —susurra, alternando la mirada entre
mis ojos y mi boca.
Esta tía me va a volver loco, lo prometo.
—Todo lo que tú me quieras enseñar es algo que yo quiera ver —digo sin
poder apartar los ojos de su boca.
Todo en ella es excesivamente sensual, desde cómo pestañea, hasta cómo
se relame los labios para humedecerlos antes de hablar, hasta como su
respiración se agita al ritmo de la mía.
Noto cómo mi respuesta la ha consternado, ¿qué se pensaba? ¿Qué le iba
a decir alguna guarrería como cualquiera de los idiotas a los que se tira?
Soy mucho más que eso, lo que no entiendo es porque me interesa que lo
sepa ella. Tal vez porque no es como las zorras que me he tirado hasta
ahora, ella es más inteligente, si vamos a jugar, que sea juntos.
Ese pensamiento es el impulso que me ha faltado para agarrarla por la
nunca y fusionar mis labios con los suyos. Joder, saben a delicia.
Es como si nuestras lenguas supiesen anticipadamente el movimiento del
otro, como si se conociesen desde siempre, siento una especie de alivio.
Ella me toma por el mentón y profundiza el beso, me vuelve loco y hago lo
mismo. Pronto me encuentro en una guerra por el control. Apenas puedo
respirar, pero me da igual, no quiero parar, no voy a parar. Ella es más
inteligente y sabe cuándo coger aire sin detenerse, chica lista. Me toma por
el pelo, eso no hace más que encenderme más. La detengo.
—No empieces algo que no vas a poder acabar —digo con palabras
entrecortadas.
—¿Quién ha dicho que no vaya a poder acabarlo? —sus ojos se dirigen a
mi entrepierna demasiado notable en mi vaquero negro.
Mierda, esto se pone cada vez más interesante.
Alondra desliza su mano hasta mi pantalón, haciendo presión. Maldigo
por lo bajo mientras ataco su labio inferior. La rudeza con la que me besa
deja muy pero que muy claras sus intenciones. Sin abandonar su boca me
desabrocho el pantalón, la entrepierna me palpita. Ella lo saca, nota al
instante lo duro que está.
—Tengo curiosidad por ver cuánto te cabe en la boca —digo contra sus
labios entre jadeos.
—Enseguida lo comprobarás.
Abandona mi boca para atacar mi cuello, donde deja un rastro de besos
feroces descendentes por mi pecho. La tomo por los hombros para
detenerla. Me mira.
—No te hagas daño —le recuerdo que sigue lastimada.
Asiente. Algo cruza su mirada, pero no distingo el qué. Me pongo en pie
frente a ella mientras se sienta y se acomoda en el sofá. Ahora mi pene le
llega a la altura de la boca sin que ella tenga que hacer ningún esfuerzo.
Lo toma con la mano mientras se lo mete en la boca. Su lengua cálida y
suave me saluda, provocándome descargas por todo el cuerpo, un fuerte
cosquilleo me hace jadear. Echo la cabeza hacia atrás mientras ella explora
el tamaño a buen ritmo. El sonido de su saliva me impulsa a tomarla por el
pelo y acelerar el ritmo. Hago varias veces el intento de hablar, pero fracaso
estrepitosamente, por lo que necesito apartarla y cometo la estupidez de
mirarla. Me está mirando con la lujuria y el deseo fijos en los ojos.
—Si sigues así no aguantaré mucho más.
—Hecho —me guiña un ojo y eso es suficiente para que empiece a
luchar por contenerme y no correrme.
Disminuye el ritmo, pero roza la punta de su lengua alrededor de mi
punta y ¡joder! Ya lo entendía, pero lo entiendo más, normal que tantos tíos
le hablen, si es que hace maravillas. Me da igual acabar, necesito que suba
el ritmo.
—Dale más rápido, nena.
—Tus deseos son órdenes para mí —su tono me está sacando de mis
casillas.
Tomo su pelo en mi puño y se lo hundo todo en la boca, ella lo recibe con
gusto.
—Voy a correrme... —hablo entre jadeos, en una señal clara para que me
diga si quiere que me corra en su boca o no, dándole la oportunidad de
apartarse, pero no lo hace.
—Adelante —me concede.
Sigue lamiendo y succionando a mayor intensidad, qué hija de puta, sabe
lo que está haciendo. Dejo de luchar y la calma por fin me arrolla junto con
uno de los orgasmos más placenteros que he tenido en mi vida. No voy a
mirarla, no necesito un segundo calentón. Me subo el bóxer, me abrocho el
pantalón y me dejo caer a su lado.
—Recalco, estás loca —digo suspirando.
—Ya lo sé, me lo dicen mucho —admite ella satisfecha.
—Espérate a recuperarte, voy a partirte en dos con esa cara de niña buena
que tienes.
Sus mejillas adquieren un ligero tono carmesí, ¿con que eso te pone,
¿eh?
—Oh, cuánta rudeza para un niño bueno, ¿no crees? Con esa cara nadie
diría que cosas tan sucias saldrían por esa boquita.
—Ya te enseñará este niño bueno cuántas cosas sucias sabe hacer y no
sólo con la boca —le guiño un ojo.
—Seré buena alumna, lo prometo —levanta una mano y sonríe.
Esta chica cada vez me sorprende más.
—Ayúdame a ir al baño, anda —toma sus muletas aún sentada.
—Voy —me levanto para ayudarla.
La llevo hasta la puerta del baño, ella insiste en que puede sentarse sola.
Le cierro la puerta para darle la privacidad que necesita y vuelvo al sofá
mientras espero a que me llame de nuevo. En lugar de su llamada, lo que
capta mi atención es la pantalla de su móvil, que está vibrando sin emitir
sonido alguno encima de la mesa. Sin querer leo el nombre.
Número oculto
Me apresuro a tomarlo y salgo al balcón para evitar que Alondra escuche
algo.
—¿Quién es? —digo serio.
—No te entrometas en mi camino o te arrepentirás —la voz grave y
distorsionada me hace temblar de la rabia.
Después de eso, cuelga.
Con la ira en los ojos, dejo con manos temblorosas el móvil en donde
estaba.
—¡Cassian!—me llama Alondra desde el baño.
—¡Voy! —grito mientras me dirijo hacia allí.
La ayudo a llegar hasta el salón y se vuelve a sentar en el sofá. Mi móvil
vibra en mi bolsillo, leo el mensaje en la pantalla bloqueada.
—Oye, tengo que irme, ¿quieres llamar a Jennifer y que se quede
contigo?
—No, no, estaré bien.
—¿Segura?
—¡Que sí! Vete ya —me asegura.
Me pongo la camiseta.
—Si necesitas cualquier cosa, llámame.
—Vale —dice mirando la televisión mientras busca una película en el
catálogo de películas.
—Adiós.
—Adiós.
Salgo de su casa asegurándome de cerrar bien. No le he dicho que la
puerta de la entrada estaba abierta para no alertarla más de lo necesario.
Aun así, no puedo evitar pensar en ello, pero puesto que la principal estaba
cerrada, creo que simplemente se ha descuidado y la ha dejado abierta. O su
amiga, porque de Alondra me cuadra poco. A ver, no la conozco lo
suficiente pero no parece del tipo de chica que se deja el móvil en el coche,
mucho menos la puerta principal abierta. Aparto de mi cabeza esos
pensamientos mientras conduzco de vuelta a Faidbridge. El camino se me
hace ligero mientras tengo Partners In Crime de fondo. Doy gracias al
universo por encontrar aparcamiento frente a mi casa y entro.
—Hola, mamá —la saludo con dos cálidos besos.
—Hola, mami, ¿cómo te fue? —me sonríe.
—Bien, ahora a esperar los resultados.
Me da palabras de aliento antes de encerrarme en mi habitación, donde
me cambio y voy directamente a la ducha. Con toda la rapidez del mundo,
me ducho en apenas quince minutos. Salgo con la toalla envolviendo mi
cintura.
—¿A dónde vas con tanta prisa?
—He quedado, luego vuelvo.
—Está bien, tienes la cena en la cocina.
—Gracias, mamá.
Cierro la puerta de mi habitación, escojo un chándal gris y una camiseta
de manga corta negra sin apenas dibujos, odio los malditos dibujitos, ni que
tuviese ocho años.
Cojo las llaves, el teléfono y salgo de la habitación. Iba a despedirme de
mamá, pero está dormida en el sofá frente a la televisión. Tomo de su
habitación la tela fina que usa como manta durante el verano, ya que no es
demasiado gruesa y se la tiendo por encima, pero sólo hasta poco más de la
cintura, para que no tenga mucho calor. Le enchufo el teléfono a cargar para
que tenga batería cuando se despierte y esté toda la noche jugando al
teléfono, a alguien me tenía que parecer, ¿no? Dejo un beso sobre su frente
y salgo de casa. Bajo la cuesta hasta la calle que lleva al bar más cercano,
donde afuera, sentada en una silla me espera Natasha.
—¡Hola! ¡Cuánto tiempo! —me saluda con un abrazo.
—Sí, ¿verdad? —sonrío.
—Cuéntame, ¿qué te pasa? —apoya sus codos en los reposabrazos de la
silla—. ¿Estás bien?
—Sí, sí, todo bien —la tranquilizo.
El camarero se acerca, yo pido una jarra de cerveza, ella un zumo de
naranja.
—Te he dicho de quedar porque necesito algunos consejos.
—Me suena a situación amorosa.
De verdad que odio que la gente me conozca, sobretodo Natasha. Ella me
conoce bien.
—Pues sí —admito—. Natty, he conocido a una chica.
—¿Y qué pasa? ¿También tiene novio?
—No, ni lo busca. Te comento, —me preparo tomando una bocanada de
aire, no sé ni por dónde empezar—, la conocí por redes sociales. En
principio, sólo iba a ser un polvo y ya está, ahí iba a quedar, o en par de
polvos, yo qué sé. Nos vimos aquí en el pueblo por primera vez hace dos
meses, vino ella porque por aquel entonces yo no tenía coche. Desde que la
besé la segunda vez que la vi, no sé, no pude resistirme a ella. Quiero
conocerla más, pero siento que no se deja, como si todo su ser se envolviese
en una coraza y siento que esa coraza la lleva construyendo y
perfeccionando durante años.
—Y tú quieres romper esa coraza, ¿a que sí?
—Sí—le doy un trago a la cerveza—, pero me parece imposible.
—¿Has pensado en por qué lo hace? ¿Por qué se protege?
—Para que no la hagan daño, me imagino —me encojo de hombros.
Natty parece tener una teoría al respecto, pero sea cual sea, la aparca
antes de volver a hablar.
—Cuéntame sobre ella, cómo es, de qué trabaja...
—Se llama Alondra, tiene un año menos que yo, trabaja en una empresa
mazo importante y tiene hasta un título universitario en Finanzas,
Contabilidad y Análisis de Mercado. Trabaja de asesora financiera, ya
sabes, llevando cuentas, gastos, cálculos y vete tú a saber qué más, porque
es súper lista, sabe hacer de todo. Es reservada pero no muy callada, no sé
si me explico.
—¿Como si hablase mucho pero nada relevante sobre ella?—frunce el
ceño.
—Justo.
—Entiendo.
—Por eso, y además muy perfeccionista con todo. No sé mucho aún
sobre ella, pero sí sé que detrás de esa cara de niña buena, hay una mujer
que usa todo y a todos a su antojo. Me da la sensación de que no es ella
misma todo el tiempo, como si fingiese, como si ocultase su verdadero ser,
como si...
—Como si ocultase algo —finaliza Natty por mi.
—Exacto, no sé, es muy difícil de explicar —me paso las manos por el
pelo.
—Antes te he preguntado por qué se esconde en esa coraza y tú me has
contestado...
—Porque no quiere que le hagan daño —finalizo yo por ella
—¿Y no has pensado que es porque oculta algo?
—¿Y qué podría ocultar? Todos tenemos traumas a cuestas —le doy otro
sorbo a mi cerveza.
Pero entonces Natty habla y le da mil vueltas a todas mis ideas.
—Nunca te confíes en una persona pensando que es simple, porque las
personas que parecen más sencillas son las más difíciles de descifrar.
Y cómo no, tenía que aparecer Alondra con su mejor amiga en el
momento menos oportuno.
Su mirada me deja helado en el sitio, mierda.
Capítulo 13
El oscuro secreto de Alondra
JENNIFER
Ya había tenido el mal presentimiento antes de salir de casa, pero no creí
que fuese a suceder tan pronto. Cuando llegué a casa de Addie, me la
encontré viendo películas. Mientras nos poníamos al día, de nuevo,
encontramos la cartera de Cassian entre los cojines del sofá y pensamos en
ahorrarle el esfuerzo e ir nosotras, ya que a Alondra le apetecía salir y, como
psiquiatra, sí, necesitaba que le diese el aire. Conduje hasta Faidbridge, el
pueblo en donde vive Cassian. No está muy lejos, pero no iría diariamente
porque ida y vuelta ya son dos horas. Aparcamos y fuimos a pie, así el
paseo le servía a Addie de rehabilitación. Obvio que no contaba con que nos
encontraríamos a Cassian tomando algo con otra. Addie iba sujeta a mi
brazo y bastó que hiciesen contacto visual para notar en mi brazo temblar el
de ella. Ya sé lo que se avecina. Durante unos segundos se miran el uno al
otro, sé que no va a decirle nada, la conozco pero sé que por dentro está
ardiendo de celos, aunque me sorprende, puesto que creo que es la primera
o segunda vez que la veo celosa desde que nos conocemos, y once años son
muchos.
—Vámonos —la inexpresividad en su voz es obvia.
—Tranquila, sólo están tomando algo —le digo para estabilizarla.
Aunque sinceramente dudo que sólo estén tomando algo, pero eso no es
lo que Addie necesita oír. Y no, no siempre le digo lo que necesita oír, pero
una cosa es darle mi opinión subjetiva de algo sobre lo que no estoy segura
y otra es decirle algo que sé que va a desestabilizarla por completo.
—¿Tú crees? Sé que no —las palabras ya empiezan a sonar atropelladas
—. Pero vamos a ver, ¿salir a tomar algo? Acabamos de vernos esta
mañana, por dios, no soy tan ingenua como para no darme cuenta.
Le va a dar mucho más rápido de lo que pensé, aquí hay algo que no me
cuadra.
—Addie, ¿puedo preguntarte una cosa? —tanteo el terreno, no debo
agobiarla ni presionarla.
—Dime —suspira.
—¿Te estás tomando la medicación?
Agosto, 2013
El aire acondicionado no me quita la sensación de angustia, espero que
eso tan malo que presiento suceda, porque va a suceder. Y efectivamente, el
teléfono fijo de mi casa suena y me apresuro a cogerlo, no tengo agregado
el número para que mamá no me pregunte, pero ya sé quién es.
—¿Qué pasó?
Está alterada, las palabras apenas las puede pronunciar y tengo que
afinar el oído, pues sus susurros son casi inaudibles.
—Me f-falta el aire, Jenny —los jadeos inundan el micrófono—. Y hay
sombras, muchas, me p-persiguen, e-están por todas partes...
De fondo se escuchan gritos y golpes, el llanto de una niña pequeña me
molesta el oído.
—Addie, ya llego a tu casa en diez minutos, tranquila —trato de
calmarla—. Respira.
Noto como lo intenta.
—Vale, por favor, no tardes —susurra entre sollozos—. No puedo más.
—Ahora te veo —le digo.
—Está bien —dice antes de colgar.
Me calzo unas zapatillas todo lo rápido que puedo, cojo las llaves y
salgo de casa. Addie vive a unas cuantas calles de mí, pero corriendo podré
llegar en diez minutos. Doy inicio a la carrera, pasando entre la gente.
Desde que la vi lo supe, tal vez fue eso lo que me empujó, a mí, una chica
bastante tímida, a hablar con la única chica de la clase a la que parecía
importarle todo una mierda, tal vez fue ese grito desesperado en sus ojos lo
que hizo que no quisiese irme. A menudo las personas que más sonríen
durante el día son las que más lloran durante la noche. Nunca sabes qué
cruz carga a cuestas cada persona que te abre la puerta mientras te saluda
con una ancha sonrisa dibujada sobre un rostro que puede que horas antes
estuviese empapado en lágrimas. Ya apenas me quedan dos calles. Sólo
espero no haber llegado demasiado tarde. Saco las llaves y abro la puerta
del portal con la copia que Addie me dio hace algunos meses para casos
como estos. Maldigo que viva en un quinto sin ascensor y empiezo a subir.
Me la encuentro por el rellano que divide el tercer y el cuarto piso,
temblorosa con uno de los muchos vestidos de seda blanca de manga larga
que ahora arrastra por el suelo. Su cabello trenzado está ligeramente
despeinado y sus mejillas están hinchadas y coloradas.
—Ven aquí, mi niña —la recibo con los brazos abiertos de par en par.
Tiene el labio inferior partido en el lado derecho. Se lanza a mis brazos y
tengo que hacer fuerza con los pies en el suelo para no caerme, tengo que
sujetarla con fuerza porque tiembla demasiado, todo su ser tiembla de pies
a cabeza y no puede dolerme más verla así, una vez más.
—J-Jenny, l-las sombras, papá, hay mucho ruido... —se tapa los oídos
con las manos, los gritos de su casa se escuchan hasta aquí.
La acuno en mis brazos y trato de mantener mi voz lo más suave y
estable posible.
—¿Cómo eran las sombras?
—Opacas, s-se movían por la pared y querían... —toma una bocanada de
aire profunda—, querían hacerme daño, Jenny, mucho d-daño, gritaban
mucho.
—Todo estará bien, Addie.
Agradecí que no bajase ninguno de sus vecinos mientras me contaba lo
que había ocurrido. Al parecer su padre volvió a llegar borracho a casa.
Addie no recuerda el motivo por el que empezó la discusión, sólo recuerda
estar en la habitación con su hermana pequeña y empezar a escuchar
gritos y golpes. Addie comenzó a contarle historias fantásticas a su
hermana para que no se diese cuenta del caos que había ahí afuera, pero
de un momento a otro su papá irrumpió en la habitación y su mamá sacó a
la pequeña para evitar lo que iba a pasarle a Addie. De ahí solo recuerda
golpes intermitentes a luz apagada, oscuridad por completo, la sangre en
su boca y que la encerrase en la habitación a oscuras por completo.
—Ya pasó, Addie, estoy aquí contigo —la sigo acunando.
No soy experta en esto, pero llevo concomiéndola casi un año y la
primera vez que pasó esto fue poco antes de su cumpleaños, el pasado
diciembre. Desde entonces estuve investigando que podría ser lo que tiene
Alondra, porque algo sabía que tenía. Tras mucha investigación, al cabo de
unos meses pude determinar que...
Alondra sufre de paranoia psicótica y depresión severa con tendencias
suicidas, logré diagnosticárselo en mi primer año como psiquiatra, de
hecho, fue mi primera paciente.
—No, se me olvida todo el tiempo —admite con la mirada clavada en el
suelo.
Me lo suponía.
Muchos se preguntan porque estudié Psiquiatría en lugar de Veterinaria,
sencillo, Addie. Siempre tuve un don para ver más allá y ella me ayudó a
verlo. Cuánto más estudiaba los trastornos de Addie, más ayuda podía
brindarle, y funcionaba, aunque tenía constante recaídas debido al entorno
en el que vivía. Supe que era mi profesión cuando miles de jóvenes en
circunstancias parecías a las de Addie acudían a mi buscando una salvación,
y afortunadamente la encontraban. Llevo tratándola más de cuatro años de
forma oficial. Nunca ha ido a un profesional de la salud mental y sabía que
nunca lo haría a menos que fuese yo, ya que soy la única persona en la que
confía, también porque soy la única que ha presenciado el nacimiento de
muchos de los traumas de Addie, obvio no todos, esos no la dejaron así.
Actualmente le receto la medicación a Addie, medicación que, cómo no, no
se está tomando y a saber cuánto lleva sin hacerlo. Al borde de un brote
psicótico, nos sentamos en el coche mientras le pongo una de sus canciones
favoritas, a ver si puedo calmarla. También saco el blíster que llevo de
emergencia por si pasaba algo así. Saco una pastilla y se la tiendo.
—Tómatela, tardará unos minutos.
—Vale.
Hace su mayor esfuerzo por tomársela, pues aún le cuesta admitir su
realidad, el brote ya ha empezado, pero no llegará a su mayor punto ya que
lo he identificado a tiempo, por lo cual quedará tan sólo en un inicio de un
brote psicótico. Addie se queda dormida en el asiento del copiloto. Estoy
llegando cuando Addie susurra algo mientras sueña. Lógicamente tiene
terrores nocturnos, por lo que ahora mismo debe de estar en medio de una
pesadilla. Al aparcar, la despierto con cuidado, no puedo cargarla yo sola
porque es más alta que yo. Se despierta aún soñolienta mientras abro las
puertas de su casa, porque como en los viejos tiempos, tengo una copia.
Addie se encargó de dejármela cuando compró la casa para casos como
estos. La tumbo en la cama de su habitación mientras compruebo el blíster
de pastillas, y efectivamente, lo tiene escondido en el mismo sitio de
siempre. La chaqueta de Cassian sigue en el mismo sitio en el que la dejó
hace días y no puedo evitar recordar el bote de pastillas que encontré
mientras Addie se duchaba. Con lo que tiene Cassian, que ya es bastante
jodido de por sí y lo que tiene Alondra, es muy difícil que ellos dos logren
estar juntos algún día...
Ambos pueden ser el detonante el uno del otro y podría ocurrir una
catástrofe.
Capítulo 14
Cuando ella se va
CASSIAN
¿Me puede ir peor acaso? He llamado a Alondra pero no me lo coge, sigo
sentando con Natty, que procesa aún la situación.
—Está celosa.
La miro con falsa sorpresa.
—¡No jodas! No me he dado cuenta para nada —pongo los ojos en
blanco.
Vuelvo a hablar esta vez con un tono más serio.
—Lo que no entiendo es por qué.
—Bueno, está claro que algo siente por ti, por muy fría que aparente ser,
porque ya sabes...
—Nada es lo que parece, ya lo sé —suspiro.
—Quiero conocerla, no la he visto de cerca, pero su vibra se siente en
cualquier ambiente al que entra.
Abro mucho los ojos, no me esperaba eso.
—Sí, te entiendo perfectamente, ¿pero crees que querrá?
Natty sonríe con una de esas sonrisas que dan miedo.
—Te aseguro que ella tiene más interés en conocerme a mí que yo a ella,
no te preocupes.
—Vale, pero déjame primero aclararle que no ha pasado nada.
—Claro.
—Pues muchas gracias, Natty, me encantaría seguir charlando, pero
mañana tengo clase y tengo que estudiar —recuerdo el examen de Sistemas
Informáticos y Redes.
—Nos vemos, futuro hacker.
Me dedica un saludo militar y hago lo mismo. Sólo pensar en la
nochecita que me espera me da dolor de cabeza.
¿Realmente merece la pena tanta carrera universitaria? Me lo planteo
todos los días, pero en el fondo me gusta lo que hago. Siento paz y
desconexión al sentarme frente al ordenador, que irónico, ya que estoy más
conectado que nunca. En la oscuridad de mi habitación, busco el teléfono y
una bolsa de patatas fritas con forma de cono. Decido tomarme un descanso
y ver lo que Alondra me escribió hace algunas horas.

ALONDRA: Cuando puedas,


te pasas por tu cartera

No jodas.
Miro por encima del escritorio, busco en los bolsillos de todas las
prendas que llevé ayer. Busco en los lugares de la casa en los que suelo
dejarla. Y efectivamente, me he dejado la cartera en su casa. ¿Cómo se
puede ser tan imbécil? Siendo yo seguramente.

Claro, mañana en cuanto salga


del examen, si no estás trabajando, claro

Y gracias por decirmelo

ALONDRA: No hay de que. Estoy


de mañana, así que estás de suerte
ALONDRA: Pasate a eso de las cinco

No me jodas.
Miro por encima del escritorio, busco en los bolsillos de todas las
prendas que llevé ayer. Busco en los lugares de la casa en los que suelo
dejarla. Y efectivamente, me he dejado la cartera en su casa. ¿Como se
puede ser tan imbécil? Siendo yo seguramente.
No parece que vaya a tocar el tema y eso me está poniendo de los
nervios. ¿Qué quiere? ¿Va a hacer como si nada? Bien, si ella puede, le voy
a enseñar que yo también.

Perfecto, pues mañana


me paso a por ella
ALONDRA: Bien, hasta mañana

Hasta mañana

Bloqueo la pantalla del teléfono y dejo que la música siga


envolviéndome. Al cabo de un rato, estoy centrado por completo en mi
tarea cuando suena una canción, la recuerdo porque sonaba en la cafetería el
día que vi a Alondra por primera vez. Empiezo a tararear la letra.
Y cuando ella se va,
yo me vuelvo loco si no la toco,
la quiero conmigo antes que sea con otro,
y cuando ella se va...

Es pegadiza, tiene un tono fiestero, pero disfraza una letra más


profunda...

Tú a mi no me dejabas quererte,
y tú no sabías valorarme,
antes no sabías ni quedarte
Un par de ojos grises vienen a mi cabeza... Ya estoy cantando la canción,
me la sé a la perfección. La he escuchado mucho desde entonces...
Ya sé que estoy loco,
que no soy normal,
y a veces hago cosas que sé que están mal,
pero doy por ti lo que nadie va a a dar,
y ahora dime que,
tú no estás sin mí,
que tú eres mi niña y que yo soy pa' ti,
Cuando estaba solo yo te conocí,
y haré lo que sea pa' que seas feliz...
Necesito una cerveza urgentemente. Dejo el ordenador y me levanto para
ir a la nevera aún con la canción en mente. A ver, seamos realistas, sólo la
conozco desde hace dos meses más o menos, es imposible que sienta algo
por ella. Tal vez sea cariño, tal vez sea lo parecidos que somos, lo
identificado que me sentí con ella cuando la conocí. Abro la nevera, tomo
una cerveza. Mamá está jugando al teléfono, noto su mirada crítica en mi
nuca a mis espaldas.
—¿Cómo va el examen? ¿Te lo estás preparando bien, cariño?—pregunta
con ese tono dulce y aparentemente inofensivo.
—Sí, mamá, todo bien —le sonrío al despegar mis labios de la lata.
—¿Seguro?
Mierda.
Mis defensas se agrietan un poco hasta terminar de agrietarse y quebrarse
por completo. Me siento en la silla al otro lado de la mesa, quedo frente a
ella.
—Mamá, ¿por qué a veces las mujeres sois tan complicadas?
Mamá ríe y sus ojos azules que por desgracia no heredé se entrecierran
en un gesto tierno.
—Cada mujer es una melodía, hay algunas que suenan más graves y
dulces, otras que suenan más agudas y desconcertantes, sólo tienes que
saber cómo suena ella y, como un piano, saber que tecla tocar para seguir su
sinfonía.
Proceso las palabras de mamá. Si Alondra fuese una pieza de piano,
definitivamente sería tranquila, pero misteriosa, mezclando acordes agudos
y graves.
—Gracias, mamá —dejo un beso sobre su mejilla.
—De nada, cielo —sonríe con esa amabilidad que nunca pierde a pesar
de los años.
Vuelvo a mi habitación con dos cervezas más. En algún punto de la
noche me quedo dormido, pero no me doy cuenta hasta que escucho el grito
de mi madre desde algún lugar de la casa.
—¡Cassian!
Levantó la cabeza del escritorio. No jodas que me he dormido aquí.
Mierda.
No he estudiado.
—¡Cassian!—vuelve a gritar mamá.
—¡Estoy vivo!—anuncio aún procesando.
—¡Vale!
Los ojos se me entrecierran y...
¡Boom!
—¡Joder!—me levanto de golpe.
Acabo de meterme un cabezazo monumental contra el escritorio. Tengo
los apuntes esparcidos por todos lados, en el escritorio, en la mesa, hasta en
el suelo. Perfecto, y el ordenador en stand by. Miro la hora, aún me quedan
cuarenta y cinco minutos para salir de casa. Me apresuro a echar una ojeada
rápida a los apuntes antes de irme al baño y ducharme mientras los repito
mentalmente. El agua me despeja un poco, pero no consigo retener la
información, joder. Sigo repasando mentalmente e incluso en voz alta hasta
parecer un lunático con esquizofrenia, pero nada, no hay manera. Salgo con
la toalla alrededor de mi cintura y casi resbalo antes de llegar
milagrosamente vivo a mi habitación. Saco un par de pantalones vaqueros
azules y una camiseta de tirantes blanca, meto los apuntes en la mochila sin
ordenar, porque no tengo ni puta idea del orden en el que van, junto con el
portátil y salgo.
—Nos vemos luego —dejo un beso en la mejilla de mamá antes de irme.
—¡Adiós, cariño, mucha suerte! —escucho a mis espaldas tras cerrar la
puerta. Bajo los escalones y abro la puerta del portal, el frío matutino me
abofetea.
Estoy entrando por el pasillo de la universidad, dirigiéndome hacia el
aula del examen. ¿Es normal sentir tanto miedo ante algo que se me da tan
bien?
Capítulo 15
Una rosa de pétalos afilados y espinas venenosas
Del trabajo me llegan cientos de mensajes de todos los trabajadores
deseando que me recupere pronto. Llevo ya casi un mes y medio de baja,
pero trabajo desde el ordenador en casa. ¿En qué nos habíamos quedado?
Ah, sí.
Cassian.
Pues no vino por su cartera y su chaqueta, al parecer está de exámenes
desde hace dos semanas. No sé qué tendrá ese tío que me suena a excusa
barata todo lo que dice. Desde que volví a tomarme la medicación ya no
escucho pasos en casa, pero sí estoy segura de que la primera vez que los
escuché si habían sido reales, no fueron un producto de mi imaginación.
Aunque los pasos ya no me hayan atormentado, me siento vigilada cuando
me pongo a trabajar en el ordenador. Es como si a través del ventanal, que
Cassian todavía tiene que arreglar, alguien me vigilase, pero con los árboles
de la acera nunca alcanzo a ver a nadie.
Eso es.
Cassian aún debe venir a arreglarme la ventana. Resulta que cuando me
di cuenta de que estaba evitándome, o al menos es lo que parece que hace,
me dije a mi misma que no. Jamás me había evitado un hombre y él no iba
a ser el primero. Así que me he propuesto hacer que me busque, tengo todo
un plan para ello, tan sólo estén atentos, cada detalle cuenta. Podría parecer
algo inmaduro para la edad que tenemos, pero tengo una dignidad y un
orgullo y me sentiría horrible buscándolo yo. Así que frente a ser adulta y
madura para sentirme mal conmigo misma, prefiero hacer que sea él quien
tenga la iniciativa. Con un plan perfecto en mente y una voz cálida y suave
es como me encontraba al teléfono, esperando a que contestase, y bingo,
cuatro tonos más tarde su voz suena a través de mi teléfono.
—Dime.
—Oye, ¿estás haciendo algo?—uso una voz melosa.
Tartamudea un par de veces antes de contestar.
—Eh...no, ¿por?
Sonrío con suficiencia, gran suficiencia.
—¿Puedes venir a arreglarme la ventana? Me entra frío...
—Claro, dame un rato y voy.
Media sonrisa se dibuja en mi triunfal rostro.
—Vale, tú sin prisa.
—Dale, nos vemos más tarde.
—Perfecto.
—Chao.
—Chao.
Cuelgo la llamada y de mis labios brota una pequeña risa. ¿Veis? Así una
consigue lo que quiere. ¿Y he dicho "por favor" en algún momento? No,
¿no? Faltaría más, pedirle que por favor arregle la ventana que él rompió.
Me pongo en pie y ordeno la casa todo lo que puedo, vamos, que todo
brille. Dejo los adornos de forma simétrica en la estantería, el florero con
flores artificiales en el centro de la mesa de cristal que hay frente al sofá,
separándolo de la televisión y pongo al fuego unas tortitas que voy a
preparar con chocolate. El olor a chocolate inunda toda la casa y abro un
poco la ventana para que el ambiente no se vuelva muy pesado. Mientras
escojo la ropa cómoda que voy a usar, pongo a Jennifer al tanto de mi plan
en un audio de aproximadamente diez minutos, si, todo un podcast que ella
siempre escucha religiosamente cada que puede. Entro a la bañera y me
sumerjo en el agua con olor a rosas y bolas de baño junto con otras sales
minerales que tengo, por algo me paso el tiempo libre en el centro
comercial. Estoy segura que mi tarjeta de crédito algún día saldrá ardiendo
mientras la paso por un lector. Recibo una notificación de Cassian a las dos
horas informándome de que ya sale de casa, le contesto pasada media hora.
Si el trayecto es aproximadamente una hora y por la tarde siempre hay
atasco en el centro, debería estar frente a la puerta de mi casa en una hora o
menos. Tiempo más que suficiente para perfeccionar mi plan. Termino de
enjuagarme el pelo cuando escucho sonar el timbre de la entrada.
¡JODER!
Odio tantísimo que interrumpan mi baño de sales y agua de rosas. Aún
con el pelo enjabonado me paso una toalla negra alrededor. Más vale que
sea el pedido que hice de lencería la semana pasada, a este paso me va a
tocar poner una reclamación y no es que me apetezca mucho, la verdad.
Vuelve a sonar el timbre mientras termino de atravesar el pasillo.
—¡Que sí! ¡Ya voy!—grito al borde de la impaciencia.
¿Qué coño?Abro la puerta, decidida a gritarle a la querida personita a la
que al parecer le faltan dos neuronas y una está defectuosa, porque al
parecer la paciencia es una de las cosas que no le enseñaron en su casa, pero
me trago todas mis palabras. Nadie. Miro hacia los lados sin salir del porche
de mi casa, pero sigo sin ver a nadie. Quiero pensar que se han equivocado,
aunque la insistencia no me da esa sensación, quiero pensar que eran
simples niños, pero lo que descansaba sobre mi felpudo no podía ser obra
de unos simples mocosos aburridos.
Un ramo de rosas rojas perfectamente envuelto con una cinta negra para
mantenerlas juntas descansaba frente a mis pies, con una nota, otra nota.
Agarro el ramo y cierro la puerta con doble seguro. Mentiría si dijese que
no me quedé mirando por la mirilla durante unos segundos, pero no vi nada.
Dejo las rosas sobre la mesa y termino de quitarme el jabón. ¿Quién las ha
mandado? Cassian acude a mi mente por un momento, pero no parece algo
que él fuese a hacer ni siendo el hombre más enamorado del mundo.
¿Entonces? Ya vestida con unos pantalones cortos de seda rosa chicle y un
camisón de tirantes del mismo color, voy al salón a ver las malditas flores.
Son muchísimas. Cojo la nota que hay entre las rosas del centro y un
escalofrío recorre toda mi columna vertebral.

NO TE QUEDA MUCHO TIEMPO, DISFRUTA


DE TUS VACACIONES Y PASA UN ÚLTIMO
BUEN VERANO, ADA
La nota cayó de mis manos en algún momento, pero no me di cuenta. Un
rostro juvenil y risueño se había instalado en mi cerebro. Unas gafas
descansaban sobre el rostro de una pequeña niña que me miraba con cara de
no haber roto un plato en su vida. En otra ocasión, me miraban como si
supiesen que yo sabía que no era así, que rompía más platos de los que
jamás creerían nuestros padres.
Alejo a toda velocidad esos recuerdos, la medicación me está
manteniendo estable, no necesito una recaída ahora mismo. Ni ahora mismo
ni nunca.
Un momento.
Algo me dice que tengo que hacerlo. Empiezo a contar cada rosa, una por
una.
1...
2...
37...
66...
Las rosas parecen desteñirse sobre mis dedos, como dejando su color
sobre mí, a excepción de que no es su color.
76...
99...
104...
Es sangre. Estas rosas tienen los pétalos empapados en sangre.
No puede ser coincidencia.
Mierda.
212 rosas llenas de sangre...
Nací el segundo día del último mes del año.

Aún estoy asimilando lo del ramo de flores cuando me llega una voz
anciana a pocos metros.
—¡Qué bonitas!
Una señora mayor va pasando frente a la puerta que separa la calle de mi
jardín, mientras yo sigo petrificada en el porche de la puerta principal. Me
fuerzo a sonreír.
—¡Lo son!
La anciana sonríe también, realmente admira las flores.
—Se ve buen chico y si él te mandó esas flores, ¡está claro que lo es!
—Un momento, ¿qué chico? —frunzo el ceño y, al ver la expresión
confundida de la anciana, añado—, es que tengo amigos también.
—El chico de los ojos azules, paso mucho por aquí y le veo de vez en
cuando esperando a que le abras, ¿se habrá quedado sin llaves?
Steven viene a mi cabeza de inmediato.
—Sí —añado con una risa—, siempre olvida las llaves. ¿Y qué hace
mientras espera?
—Oh, nada querida. Simplemente se para frente a la puerta, justo aquí
donde estoy yo y mira a ver si te ve, pobrecito.
¿Pobrecito? ¿En serio? Claro, es una señora mayor que piensa que tengo
novio cuando no es así, no la puedo culpar. Entre algunos comentarios y un
par de risas entro de nuevo a mi casa, asegurándome de que he cerrado bien
la puerta. ¿Dónde dejo yo ahora esto? Es enorme. Ya lo pensaré luego,
necesito un café urgentemente. Dejo el enorme ramo de rosas sobre la mesa
del salón y a pocos metros me preparo un café frío, ventajas de tener cocina
americana supongo. El timbre me sobresalta, miro por la ventana antes de
abrir.
Joder, es Cassian.
Me cierro la bata alrededor de la cintura, tomo una gran bocana de aire y
le abro la puerta. Está igual de guapo que siempre, una camiseta de tirantes
gris y un pantalón corto negro, sencillo pero perfecto. Me sonríe antes de
abrazarme. No se siente como un abrazo falso y por cortesía, sino real y
sincero. Ah y, cómo no, apesta a alcohol, pero no se le ve afectado.
—¿Cómo estás? —me pregunta y sé que se refiere a la pierna.
—Perfectamente, ya apenas duele, las cicatrices han desaparecido por fin
así que parece que la Alondra de siempre está de vuelta —sonrío llena de
alegría, es cierto.
Él por su parte me devuelve el gesto, puro y sincero. A veces me
pregunto, ¿cómo es posible que un ser que transmite tanta bondad a la vez
dé la impresión de que oculta todo un mundo bajo la manga? En este
momento me sonríe de oreja a oreja y puedo jurar que en sus ojos he visto a
su niño interior.
—Me alegro mucho, de verdad, y sabes que tienes todo mi apoyo —su
mirada insistente me hace apartar la mía.
—Gracias.
Aparta la vista hacia el ramo de flores, frunce el ceño.
—¿Y eso?
Sonrío con suficiencia.
—No me ha dado tiempo a tirarlas, será de uno de mis muchos
admiradores.
—Qué bien, ¿no?
Sí, ja, jódete. Te estás muriendo de celos.
—Sí, bueno —es todo lo que digo y me encojo de hombros.
Se estira y mira hacia la ventana.
—Oye, antes de ponerme con tu ventana, ¿tienes cervezas?
—Claro, y mi casa es un bar, no te jode —entorno los ojos mientras
arrastro los pies hacia la nevera.
—Pues no estaría nada mal, me pasaría todo el día aquí, vamos —le
escucho reír de fondo.
Este hombre tiene cierto problema con el alcohol, ¿no os parece?
—Y bien Cassian, ¿cómo te van los exámenes?
Destapo dos cervezas y le tiendo una de ellas. Me lo agradece y pega un
sorbo que, por lo menos, ha debido de dejar la cerveza a la mitad. ¿Este tipo
piensa conducir de vuelta borracho perdido? Algo me está poniendo de mal
humor repentinamente, pero lo reprimo.
—Pues bastante bien, la verdad. Estoy un poco cansado, pero bien, de
momento lo estoy aprobando todo y eso es lo que me importa.
—Me alegro, ya sabes, si necesitas ayuda con algo...
—¡Oh, claro! Te lo agradezco mucho —su sonrisa es demasiado
contagiosa como para obviarla, ahora los dos sonreímos.
Pasamos un rato charlando y siento que el tiempo vuela. Mentiría si
dijese que no la paso bien con él, y que no me hace desconectar de todo lo
que hay en mi cabeza, y de lo que no hay, que también hay que decirlo.
—Bien, pues voy a arreglarte la ventana —me guiña un ojo.
Dejo que Cassian se ponga a lo suyo y yo me siento en la isla de la
cocina. Desde aquí veo su espalda y el momento exacto en el que se quita la
camiseta para poder trabajar más a gusto. Sus músculos se contraen con
cada movimiento de su brazo, es casi hipnótico para la vista. Sigo dándole
sorbos a mi cerveza mientras lo veo trabajar. Sus ojos muestran lo
concentrado que está en la tarea, murmura por lo bajo casi cada movimiento
que hace o tendrá que hacer, mide y comprueba. Se ve a leguas que sabe lo
que hace.
¡Mierda, las tortitas!
Después de darles la vuelta pongo algo de música, reggaetón viejo, de lo
mejorcito. Cassian reacciona enseguida tarareando la canción, pero sin
apartar la mirada del cristal envuelto que está midiendo. Ha quitado el
ventanal entero y he de decir que se agradece el aire fresco que entra ahora.
Me vuelvo hacia las tortitas para untarlas de chocolate y enrollarlas cuando
siento a Cassian a mis espaldas, el olor a perfume lo delata.
—¡Qué buena pinta!
Bueno, vale. Voy a ignorar que casi se me sale el corazón del pecho.
Me giro hacia él con una tortita enrollada en la mano, se la ofrezco.
—¿Quieres?
Apenas me percato de que su torso desnudo, marcado y brillante por las
gotas de sudor está a apenas tres centímetros de mí, joder. El calor inunda
mi pecho y lucho por controlar mi respiración, le miro a los ojos. Siento su
aliento en mi frente, aquí empieza a hacer demasiado calor.
—Claro —sonríe, pero no del habitual modo en el que suele hacerlo, sino
otro tipo de sonrisa.
Esa misma sonrisa que lucía en su expresión el día que me besó.
Casi se me paralizan los cinco sentidos cuando muerde la tortita
directamente de mi mano. El chocolate deja su huella en la comisura de sus
labios, en el lado derecho y siento como se me humedece la boca.
—Riquísimo —dice apenas termina de tragar y no me pasa desapercibido
el movimiento en su garganta.
—Quiero más.
Siento su mirada sobre mis labios, lucho por no hacer lo mismo pero la
tarea se me hace cada vez más complicada.
Él no se queda corto tampoco, su pecho sube y baja con un ritmo
irregularmente sensual y se moja los labios antes de hablar, ahora lucen
brillantes y demasiado apetecibles.
Lástima para él que mi plan empezó hace un rato.
—Pues cógelo —sonrío mientras le miro directamente a los ojos.
Jaque mate.
Me ofrece una media sonrisa lasciva mientras se acerca lenta y
tortuosamente, hacia la tortita claro. Muerde sin apartarme la mirada y ese
simple gesto me enciende más de lo que debería admitir.
—¿Te gusta? —mi voz es un susurro, aposta para ponerlo de los nervios.
—Me encanta —su voz grave me enciende todavía más si es posible—.
Toma, debes probar tu propia obra de arte.
Me quita con delicadeza la tortita y la gira hacia el lado donde ha
mordido. Abro la boca y, sin apartar la mirada de sus ojos analíticos, le doy
un muerdo a la tortita, siento el calor del chocolate sobre mis labios.
Sí, ahora sí que me está mirando la boca.
—Te has manchado... —su mirada sigue puesta sobre mis labios.
—¿Ah, sí? ¿Dónde? —pregunto desafiándolo.
Su mano se acerca hacia mí y se posa sobre mi mejilla, suave y cálida.
—Aquí.
Con una sonrisa contenida se acerca poco a poco, tanteando el terreno y
entreabro los labios por inercia, pero sus labios no llegan a tocar los míos.
En cambio, siento la punta de su lengua húmeda y caliente sobre la
comisura de mis labios, ahí donde el chocolate me había manchado.
Fijo la vista descaradamente en su boca cuando se aparta.
—Tú también te has manchado...
—¿Dónde? —susurra sin dejar de mirarme a los ojos.
Este hombre está cachondo perdido, una risa estalla en mi interior, pero
no la dejo ver. Me encanta tentarlo.
Alterno la mirada entre sus ojos y su boca antes de hablar.
—Aquí.
Me pongo de puntillas y, con la punta de mi lengua, me llevo el rastro de
chocolate en la comisura de sus labios, excediéndome un poco más. Un
jadeo escapa de sus labios, lo siento sobre mi boca. Me mira a los ojos por
un breve segundo antes de apartar el plato que hay en la isla de la cocina y
tomarme por las caderas para sentarme encima. Se hace hueco entre mis
piernas mientras sus manos me sujetan con fuerza por la cintura, sus ojos
hambrientos se pasean por mi boca.
Bien, que empiece el juego.
La intensa mirada de Cassian se pasea levemente por mis labios antes de
atacarla con fiereza, Dios mío. Su lengua juguetea perfectamente con la mía
en una sincronización no calculada. Lame, succiona y muerde como si mi
boca se tratase del más dulce fruto que jamás ha conocido, y puede que así
sea. Su habilidad para subir la temperatura de mi cuerpo me deja perpleja.
Acostumbrada a tener siempre la situación bajo control, decido tomar las
riendas. Le tomo por la nuca para profundizar el beso, pero tan sólo por un
momento, después separo mis labios de los suyos para torturar su ansia. Su
respiración, igual de agitada que la mía, calienta mis labios, siento que voy
a morir aquí mismo.
—Me encantas, Alondra —dice entre jadeos.
—¿Ah, sí?
—Sí, ¿qué tengo que hacer para que me creas?
Su tono casi suplicante me genera una satisfacción desconocida.
—Callarte y demostrármelo.
Al parecer mis palabras son el motivo que necesitaba para dejar de
reprimirse, dejar atrás la faceta del chico bueno y sacar su verdadero ser a la
luz, porque su cara se tiñe con un semblante que mezcla lo macabro y roza
la locura, una sonrisa demente y una mirada decidida son suficientes para
que sienta arder cada zona sensible de mi cuerpo. Siento su mano en mi
cuello y me siento desfallecer, me mira por unos segundos.
—Es esto lo que quieres, ¿verdad?
—Sí —digo entre susurros, maravillada por la situación y su giro
drástico.
—No voy a ser ni gentil ni amable.
—No quiero que lo seas.
Me mira como si intentase saber que diablos me está pasando por la
cabeza, pero puedo asegurar que no quiere saberlo, ¿o tal vez sí? Sea lo que
sea que encuentra en mi mirada, lo satisface.
—Arrodíllate.
Su orden debería haber hecho que me rebelase, pues nunca he dejado que
nadie me dé órdenes, que nadie me gobernase, no soy la perra de nadie,
pero hay algo en Cassian que saca mis instintos más primitivos y ellos me
llevan a obedecerle sin oportunidad a réplica, quiero desobedecer, pero no
puedo, con él no.
Así que hago exactamente lo que me dice y me bajo de la encimera para
arrodillarme. Su mano sigue en mi cuello pero pasa a mi pelo. Dios, si su
mirada pudiese dejarme de piedra, ahora mismo sería la más sexy estatua.
Desde aquí abajo se ve tan pero tan imponente, tan sensual, tan hecho para
esto.
—Hazlo como mejor sepas.
—Soy novata, ¿no quieres enseñarme?
Su media sonrisa florece y me doy cuenta de que no me cree una palabra.
—No mientas a un mentiroso, pequeña mentirosa.
Eso basta para que me encienda y deje atrás todo intento por ser sumisa,
al menos no ese tipo de sumisa clásica que todos conocemos, yo soy
distinta.
Yo soy peor.
—Soy todo tuyo, mi niña.
Cassian quita la mano de mi pelo y se pasa ambas manos por detrás de la
cabeza, dejándomelo todo a mí.
Será hijo de puta.
Me encanta.
Me pongo de pie y empiezo a rozar con mis labios su mejilla, a delinear
la marcada línea de su mandíbula con mi lengua. Un suspiro escapa de sus
labios cuando mi lengua roza el lóbulo de su oreja, una zona demasiado
sensible para él por lo que veo. Me aprovecho de su momento de debilidad
y sigo lamiendo y besando su cuello, su mano aprieta mi cadera. Siento
todo el cuerpo en llamas, zonas sensibles palpitando dolorosamente, pero
no pienso parar, no voy a parar.
¿Saben? Esto se siente como si estuvieses conduciendo sin frenos y
acelerases a sabiendas de que te vas a estrellar. Así se siente lamer su
cuerpo, besar su piel. Bajo por su cuello, mis besos erizan su piel. Delineo
la marca de su clavícula, bajo por su pecho, me guío por las líneas de su
marcado abdomen, esto debería ser pecado. Mi lengua desciende hasta el
cierre de su pantalón, le escucho soltar maldiciones por lo bajo.
—Me cago en la puta —dice entre jadeos y suspiros.
No digo nada, pero no porque no sepa, sino porque no me salen las
palabras, aunque hay tantas por decir...
Desabrocho sus pantalones, bajo su bóxer, y wow...
He de decir que no está nada mal. No os voy a decir que es lo más grande
que he visto en mi vida, pero tiene pinta de que no me voy a quedar con las
ganas. Empiezo lamiendo y dejando besitos húmedos, eso parece volverle
loco. Hago uso de mi mano y mi lengua.
—Pequeña mentirosa...
—¿Por?—me lo saco de la boca para coger aire.
—Novata dice.
Sonrío y vuelvo a mi labor. Siendo franca, a mí hacer un oral no me
calienta, pero es su reacción la que me eleva la temperatura, es su voz
volviéndose cada vez más ronca intentando articular las palabras la que me
deja sin habla. A mí chupar no me excita, pero sus ojos cerrándose y su
ceño frunciéndose intentando aguantarse es lo que me motiva a seguir, lo
que me impide parar. Siento su mano recoger mi pelo en un puño y me sube
para mirarme.
—Para, niña, para —sonríe.
Me relamo los labios, no quiere terminar.
Me coloca frente a él, y cuando espero que me incline sobre la isla de la
cocina, me quedo con las ganas porque no ocurre. Empieza a besar mi
cuello, mi hombro, todo. Aparta la tela y la deja caer con delicadeza al
suelo. Solo mi sujetador me cubre pero no parece importarle en absoluto.
—Qué bien te queda la lencería negra.
—Gracias.
No me lo esperaba, la verdad.
Sigue su labor, su mano me toma por el cuello desde atrás y no puedo
evitar descansar la cabeza sobre su hombro. Sus ojos se clavan en los míos,
hay tantas cosas en ellos...
Su mano se posa sobre mi estómago, bajo la mirada y me permito
deleitarme con la vista. Sus manos son finas, nada comparado a otros
hombres. Es decir, sí, son más grandes que las mías, pero sus dedos son
finos y largos, como los de un pianista. Los huesos en sus dedos se marcan
con cada caricia. Su mano baja hasta rozar la tela, espero a que meta su
mano bajo ella, pero no lo hace. Espera.
Está esperando mi permiso.
Se me hace raro, pero por el echo de que si hemos llegado hasta aquí, no
sé, pensé que ya había quedado claro, aún así el gesto se me hace tierno y le
doy un leve apretón en el cuello. Su respiración se acelera en mi sien y su
mano viaja al interior de mi ropa interior. Siento su lengua en mi cuello a la
vez que un dedo se aventura en mi interior, no logro contener el jadeo que
escapa de mi boca. Con su pecho a mis espaldas, me aferro a la isla en
cuanto sube la velocidad.
—Otro —pido.
—¿Otro qué?—escucho su susurro en mi oído.
—Otro dedo, mete otro dedo.
Su respuesta no me llega de forma verbal, parece que es más de acciones
porque enseguida lo hace. Joder, tiene unas manos benditas. Tras unos
instantes, su voz me llega desde atrás.
—¿Pasamos a la acción?
¿Ah que esto no le parece acción? Entiendo a lo que se refiere.
—Por supuesto.
Escucho el sonido del plástico y tomo una bocanada de aire por instinto.
Su mano presiona mi espalda y me inclino. Me esperaba la misma rudeza
de hace unos minutos, pero no. Se introduce despacio, sujetándome las
caderas con una gentileza totalmente inesperada. Cuando vuelve a hablar, la
rudeza desaparece por completo para convertirse en una voz tierna, cargada
de cuidado y protección.
—¿Bien?
—Bien —asiento sonriendo.
Vuelve a besar mi piel mientras sus estocadas son cada vez más rápidas.
Mis jadeos y los suyos pasan a ser nuestros, entremezclándose. Hago el
intento de agarrarme a algo, pero la superficie plana de la isla de la cocina
me decepciona. No pasan ni apenas unos segundos y las manos de Cassian
se acercan a las mías, las entrelazamos y las aprieto fuerte, él me
corresponde. Sus embestidas se vuelven rápidas y cada vez más duras,
siento que voy a llegar al límite. Saca su miembro de mi interior y me
sorprende alzándome en volandas, enrollo mis piernas a su cintura sin dejar
de besarlo, mi centro aún palpita por su reciente ausencia. Conmigo en
brazos se dirige a mi habitación y nos tumbamos en mi cama. Me acomodo
y subo mis tobillos a sus hombros.
—Joder —suspira.
En esta posición la siento aún más, como si me llegase hasta el alma.
Desde aquí tengo la visión perfecta de su cara. Sus pupilas totalmente
dilatadas, sus gruesos labios sonrosados por mis hambrientos besos, una
fina capa de sudor tiñe sus perfectas facciones.
—Voy a correrme...
Asiento sin fuerza para hablar, no puedo. Le siento tensarse dentro de mí.
Minutos más tarde, estamos jadeando, tumbados uno al lado del otro y
mirando al techo, aún tratando de controlar nuestras respiraciones.
—Ha estado genial... —dice cuando consigue recuperarse.
—Lo mismo digo —sonrío.
—Perdón por no comerme tus tortitas.
—No te preocupes, tenemos tiempo —río ante el comentario.
Me percato de que lleva en mi cama más de diez minutos y se me hace
extraño, pero no reparo en por qué no le he echado ya. Somos amigos, ¿no?
—Me voy a duchar —me justifico para salir de aquí.
—¿Quieres que...?
—No.
—Está bien —sonríe y levanta las manos en señal de rendición.
Las mismas manos que...
Vale, tengo que superarlo ya.
Tomo la toalla y me dirijo a mi baño, no sin antes echarle un último
vistazo. La sábana cubre su cuerpo hasta la cintura, está bocabajo y
abrazando placenteramente mi almohada, con total despreocupación y
mucha comodidad. No sé por qué, pero no me molesta, sólo... me extraña,
se podría decir.
Cierro la puerta, me meto bajo la mampara y dejo que el agua caliente me
distraiga de todos los pensamientos que no debería tener.
Capítulo 16
Mi problema más personal tiene los ojos grises
CASSIAN
Estoy reventado.
El sexo con esta mujer es otro nivel, definitivamente. Doy un par de
vueltas inquieto. Soy una persona inquieta por naturaleza, así acabe de tener
una de las mejores sesiones sexuales de toda mi vida, pero claro que eso no
se lo voy a reconocer a Alondra. Las mujeres tienen demasiado ego y si un
hombre se lo refuerza, siéntete perdido, ya está, van a hacer lo que quieran
contigo y tú encima se lo vas a permitir encantado porque estás deseando
que lo hagan, así que no, gracias.
Mi mirada huye a mi izquierda, a la mesilla de noche en donde me
encuentro con un cajón entreabierto. No alcanzo a leer el nombre, pero si
ver un blíster de pastillas casi vacío. Mi instinto se activa antes que la
moralidad de que técnicamente es incorrecto lo que estoy a punto de hacer,
pero mi preocupación se adelanta y termino de abrir el cajón. Leo un
nombre extraño y me apresuro a recordar dónde dejé mi teléfono. Si mal no
recuerdo, en el salón. Me levanto y voy para buscarlo, lo encuentro en el
sofá. Tecleo en el buscador el nombre de las pastillas, los resultados de la
búsqueda me dejan atónito.
SUJETAS A PRESCRIPCIÓN MÉDICA, SON RECETADAS A
PERSONAS CON TRASTORNOS PSICÓTICOS.
Salgo del buscador rápidamente, no debí haberlo hecho, pero ya es tarde.
Vuelvo a la habitación, pero al rodear la cama, tropiezo con algo. Me
agacho y debajo de la cama hay una caja aterciopelada negra. Es pequeña,
cuadrada y delicada. La abro y me encuentro con un montón de trocitos de
papel, son notas. ¿Alondra se ve con alguien más?
Qué pregunta tan estúpida, pues claro que se ve con más gente.
No me detengo en por qué eso me causa una sensación extraña, me
concentro en las cartas. Las ojeo rápidamente.
Hostia.
No son notas, son amenazas.
Y amenazas serias. Mi instinto protector vuelve a salir a la luz, y siento
ganas de decir algo al respecto, pero sé que Alondra sólo reaccionará a la
defensiva y no sé mucho acerca de su condición, pero hasta saberlo,
prefiero no provocarla. Cierro la caja y la dejo tal y como estaba, bajo la
cama. Me tumbo en la cama y cierro también el cajón, no sin antes ver otro
blíster, ¿pero cuántas pastillas toma esta mujer? Esta vez sí reconozco el
nombre, son antidepresivos.
Vale, esto no me incumbe en absoluto así que voy a tratar de hacer como
que no he visto nada, por muy difícil e imposible que sea.
—Ya estoy.
La voz de Alondra casi me sobresalta. La toalla envuelve su cuerpo,
todavía brillante y cubierto de pequeñas gotas de agua y su rastro. El pelo lo
lleva envuelto también en otra toalla más pequeña de la que sobresalen
algunos mechones negros. Siempre me va a sorprender la oscuridad de su
pelo, es extremadamente negro. Sus ojos grises se posan sobre mí y de
repente siento toda la presión de instantes anteriores. Los antipsicóticos, los
antidepresivos. Es demasiado. Me estoy agobiando. Me siento desubicado
por una milésima de segundo y eso es malo, muy malo para mí. Recuerdo
que no llevo la pastilla.
Mierda.
Tengo que salir de aquí.
—¿Estás bien? Te veo pálido —apunta ella, pero su rostro se desfigura
entre sombras borrosas a mis ojos.
—Sí, sí, sí —me levantó apresuradamente buscando los pantalones—. Es
sólo que he olvidado llevar a mi madre al médico, tenía cita.
—¿A las siete de la tarde? —frunce el ceño. Bien, no me está creyendo ni
una palabra.
Para ser sincero, tampoco esperaba que lo hiciera.
—Sí, es que es un médico privado, ya sabes, por la seguridad social
tardan muchísimo.
—Ah.
Su cara lo dice todo.
Ha apartado la mirada y su cara dice claramente algo así como "Bien, me
importa una mierda."
No sé cómo despedirme de ella, joder. Me he terminado de poner los
pantalones cuando me acerco a ella un poco dudoso...
¿Qué hago? ¿La beso? ¿La abrazo? Joder, acabamos de follar. Opto por ir
a lo seguro, no quiero que me dé un beso por obligación, pero tampoco soy
un cerdo machista e insensible. El abrazo y la notable diferencia de altura
me facilita dejarle un beso sobre la cabeza. Sí, lo sé, podría haber sido más
cariñoso, pero soy un caballero, no un osito amoroso. Eso del cariño no va
demasiado conmigo.
—¿Hablamos luego? —busco su mirada antes de salir de la habitación.
—Sí, claro —la encuentro, pero la molestia es obvia—. Que le vaya bien
a tu mamá en el médico.
Alondra no sería Alondra sin sonreír al terminar de lanzarme una pulla
como esa. Le sonrío de vuelta y salgo de la habitación.
Sé que no se merece esto. Tal vez mi repentino cambio de
comportamiento la deje con mil dudas, sé que tampoco debí haber visto lo
que vi, pero ¿qué puedo hacer ahora? No puedo fingir que no me afecta.
Además, Alondra y yo somos algo más que amigos, no somos nada más.
Llegando al coche, arranco y meto segunda, dejando que la carretera me
distraiga de todas mis preocupaciones.
Que me distraiga de la forma en la que sus caderas se movían en círculos
sobre mis piernas, en la que su culo rebotaba al chocar con mi cadera en
cada embestida. Que me arranque de la cabeza la imagen de sus labios
carmesíes entreabiertos gimiendo mi nombre entre suspiros, pidiéndome
más entre jadeos. Que me haga olvidar como el pelo mojado por el sudor se
le pegaba a la espalda, dejándome capturar el momento en una captura
mental que no borraría de mi retina por las siguientes noches. Que la
carretera me haga olvidar la textura de su piel, de cómo esta se erizaba ante
la sola anticipación de mi tacto. De cómo su valentía y ego se arrodillaban
ante mí con tan solo una orden, de cómo su actitud altanera desaparecía
para dejar paso a una Alondra totalmente sumisa que no conocía,
dejándome probar una cucharada de lo que muy pronto se convertiría en mi
veneno favorito, en mi nueva medicina y mi próxima adicción.
Que la carretera y su velocidad me hagan olvidar que nunca podré
olvidarme de ella.
Capítulo 17
Estar roto no te da derecho a romper
La mañana en el trabajo estuvo tranquila, ahora me encontraba hablando
con Jennifer y poniéndola al día.
—¡Necesito todos los detalles! —los aplausos emocionados no me
pasaron desapercibidos.
—Pues nada mal, eh —enrollo un mechón de mi pelo entre mis dedos y
juego con él—. He de reconocer que su cara no le hace justicia.
—¿Y eso?
—Mucha cara de niño para cómo folla.
—¡Uy! ¡Eso me tiene aún más intrigada!
Nos echamos a reír.
—Te lo digo de verdad. Me agarraba, me besaba, todo como si fuese un
experto en el asunto.
Sólo de recordarlo me invaden los calores.
—Ese creo que ha sido el mejor cumplido que le has dicho a un hombre
jamás.
—Conozco esa mirada y no, no flipes, fue solo sexo, nada más. NADA
MÁS.
—Sí, sí —sonríe de nuevo—. Si no le has bloqueado o ghosteado es por
algo.
—Es porque es buen chico. Él no busca nada y yo tampoco, ¿por qué
habría de bloquear a un tipo que quiere lo mismo que yo?
—Porque yo creo que te estás pillando.
—¿Yo? Tonterías —bufo.
—Ya me dirás en unas semanas —admite muy segura de sí misma.
Siento decepcionarla. Jennifer siempre me ha apoyado. Aunque me
sorprende que diga algo así, ya que siempre le hablo de algún tío nuevo.
Eso es. Desde que apareció Cassian no volví a quedar con nadie. Si a
Jennifer no le hablo de nadie más, es lógico que se piense que Cassian es el
único. ¿Por qué dejé de conocer gente? La respuesta es algo por lo que no
pienso preocuparme ahora mismo, la verdad.
Bien, me toca arrancarle de raíz a mi mejor amiga la idea de que me he
pillado de un tipo que vive a setenta kilómetros.
—¿Sabes por qué sé que no me estoy pillando de Cassian?
—A ver, sorpréndeme.
—Porque después de que él se fuese ayer, quedé con otro tío.
Sus ojos se abrieron mucho.
—¿Cómo? ¿Con quién?
Digamos que estoy agradecida con mi don para las mentiras.
—Jackson, veintinueve años, tatuado y de ojos azules.
—Anda, ¿y cómo fue?
—Bien, bastante bien —ya tengo casi toda la película montada cuando
me siento en posición de flor de loto para contarle—. Quedamos, me llevó a
un italiano y comimos mientras me contaba sobre el gimnasio que tiene
abierto hará unos meses.
—¿Qué deporte practica exactamente? —frunce el ceño.
Creo que no me está creyendo, yo por si acaso sigo.
—Boxeo, es profesor de gimnasio enseñando a boxear.
Seamos sinceros, está siendo una historia muy realista, algo que podría
suceder perfectamente, ¿entonces por qué parece que no me cree?
—Y aquí va mi pregunta...
Aquí vamos, cojo aire sin dejar que se note.
—¿Lo sabe Cassian?
¿Es en serio? ¿Por qué debería saberlo Cassian? No sé cómo decirle que
no somos nada, NADA.
—Pues no —me encojo de hombros.
—Pues debería.
—¿Y eso por qué razón? —ahora la que frunce el ceño soy yo.
—Porque yo creo que él sí se está pillando...
¿Cómo? Imposible. Cassian busca lo mismo que yo. No hay forma
humana de que se esté pillando, ¿no?
Me encantas.
¿O sí?
Mierda.
—¿Cómo lo sabes?
—Joder, ¿pero tú has visto cómo te mira? Y si lo pudieras haber visto en
el hospital... —su cara muestra el claro reflejo de la lástima y la ternura,
recordando el momento—. Estaba que se moría si el médico se atrevía a
decir que no te fueses a poner bien. Créeme, se está pillando y tú le estás
dejando.
Antes de preguntarme acaso si eso debería importarme, su rostro acude a
mi mente. Sus ojos marrones a la sombra, verdes a la luz del sol. Sus
facciones risueñas, sonriendo por todo como si el mundo no fuese el
vertedero que es y de pronto me sorprendo con una presión en el pecho al
recordarle con aquella chica. ¿Y si soy sólo su pasatiempo ya que no puede
tener a la que realmente quiere? ¿Y si sólo me utiliza? Tampoco es que yo
esté haciendo algo muy distinto, ¿no?
—Tienes razón, voy a hablar con él y voy a hacerlo ahora.
—Haces bien.
Me estiro para alcanzar el teléfono que está cargando encima del
reposabrazos del sofá, lo desenchufo y me meto al chat de Cassian.
Nuestros últimos mensajes siguen ahí, el último es suyo, un emoji de risa.
—No seas bruta, se trata de dejarle claro que no sientes nada más por él,
no de hacerlo sentir mierda, que te conozco —escucho decir a Jennifer de
fondo.
La he escuchado, pero estoy muy concentrada en cómo no hacer
precisamente eso, que se sienta mierda.
Claro, en caso de que lo que Jennifer afirma sea real y Cassian se esté
pillando.
—¿Sabes ya qué vas a decirle?
—Sí —afirmo sin dejar de mirar el teléfono.
Cojo aire y mis dedos cobran vida propia tecleando a toda prisa por la
pantalla. Miles de preguntas pasan por mi cabeza, pero no me detengo en
ninguna, no debo. También ignoro la extraña sensación de vacío que
acompaña a un pulso cada vez más acelerado y errático, no entiendo por
qué. No me tomo un segundo para leer lo que he escrito, simplemente lo
mando y ya.
—Listo.
—¿Listo?
Suelto el aire despacio.
—Sí, listo.
Unos segundos de silencio y Jennifer lo rompe.
—¿Puedo ver?
Asiento y le paso mi móvil con el chat de Cassian. Sus ojos negros
comienzan a prestar atención a cada palabra de aquel mensaje y no denoto
desaprobación en sus facciones.
—Un poquito duro, ¿quieres mi opinión?
—Claro, adelante.
—Es duro, pero has hecho bien. Si el chico se estaba ilusionando, no
sería correcto ni sano para él, ya que, si tú no buscas nada y conociéndote,
sólo le harás daño.
Sólo le harás daño.
Sí, totalmente cierto. Jennifer me conoce mejor que nadie y sabe de lo
que soy capaz. Estar rota no me da derecho a romper, y menos a Cassian,
que parece tan... tan entero.
Me pongo en pie, ignoro la picazón en mi nariz y la humedad en mis
ojos.
—¿Una copa?
—Claro, ¿qué tienes?
—No me refiero a mi bebida, me refiero a salir por ahí, quiero fiesta.
—Claro, me han dado el finde libre —accede por fin y mi sonrisa se
ensancha en toda su amplitud.
—Bien, pues me voy a preparar, ponte la televisión con la música o lo
que prefieras.
—Hecho.
Capítulo 18
Influencias
CASSIAN
La luz de la farola es la única luz en medio de la oscuridad de la noche. A
mi derecha tengo a Charles, amigo de la secundaria, a mi izquierda a
Nicolás, amigo de un par de años y frente a mí, a Anthony, mi primo y
confidente, casi un hermano. La botella de litro de cerveza casi acabada
descansa en mi regazo, mientras me echo para atrás hasta que mi espalda
choca con el respaldo del banco de madera. Estamos bebiendo en un parque
y lo que iba a ser una tarde tranquila con los colegas, ha acabado en un
intento por animarme.
—Venga, bro, alegra esa cara —escucho decir a Charles.
—Sí, tío, tías hay muchas, creo que ya lo sabes.
Tías si, Alondras no.
—Dejad al chaval, está enamorado.
Mi mejor amigo trata de defenderme, pero no tengo ánimos para esto.
Sinceramente no sé ni qué hago aquí.
Ah, sí, beber hasta olvidar mi nombre porque al parecer el suyo no
puedo.
Tres cervezas más tarde y sigo recordándola, pero no precisamente a ella,
sino a su mensaje. Ese mensaje lleva rondando mi cabeza los últimos tres
días. No entiendo nada y tampoco lo entendí cuando me llegó. Estaba en mi
casa, jugando al ordenador cuando la pantalla de mi móvil se iluminó, sin
avisarme de que ese mensaje en mi bandeja de notificaciones iba a
amargarme la existencia de esta manera. Saco el móvil y releo el mensaje,
me queda bien el masoquismo, supongo.
"Oye, mira, que lo he estado pensando y mejor seguimos como amigos,
amigos de verdad, sin sexo ni besos. No es porque no estuviese bien, todo lo
contrario, pero no quiero que uno de los dos se pille y esto se vaya a la
mierda. Eres un chico muy agradable y quiero seguir conociéndote, pero no
como algo más, ya que nunca podrá haber nada más entre nosotros, por mí
más que nada. Lo siento si tenías otra intención y siento el cambio tan
repentino. Espero que podamos seguir siendo amigos como hasta ahora."
¿Quién en su sano juicio manda esta puta mierda después de un polvo?
Supongo que la misma clase de persona que se va de la nada después de
echarlo. No me quedó de otra que acceder. Tenía que haberla mandado a la
mierda, lo sé, soy gilipollas, pero no puedo. No puedo decir que esté
enamorado como afirma mi primo, pero no sé, tiene algo que me atrae
constantemente hacia ella. No esperaba que llegar hasta su verdadero yo
fuese fácil, porque sé que lo hay, lo supe la segunda vez que la vi. La
primera vez lo pasé por alto, pues resultó ser muy convincente, pero tan
sólo me hizo falta una segunda quedada con ella para ver un atisbo de su
verdadero yo, ese que le oculta a todo el mundo. La primera vez que la vi
me mostró aquella cara que le muestra a todos los desesperados con los que
ha quedado anteriormente, a todo aquel del que puede obtener algún
beneficio, pero de mí no puede obtener nada. No puede mentirle a un
mentiroso y ya se ha dado cuenta de eso, por eso está reculando, por eso
está huyendo. Aun así, no puedo decir que no me ha dolido, de lo contrario
no estaría aquí, en un parque a las diez de la noche con mis colegas
bebiendo para ahogar las penas.
Lo único con lo que le contesté fue con un simple comentario afirmativo
pasivo para después salir a emborracharme en el bar más cercano a mi casa
y bueno, llevo así tres días. El teléfono vibra en mi bolsillo y siento el
corazón en la garganta pensando en ella, pero el nombre de otro amigo
acaba con mi ilusión pasajera.
—Dime, Charlie.
—Escucha, ¿estás con los chavales?
—Sí, estamos todos, ¿por?
—¿Dónde estáis? —ignora mi pregunta.
—En el parque frente a la iglesia.
—Bien, no os mováis que paso a recogeros con el coche y nos vamos de
fiesta.
Desvío la atención del teléfono para dirigirla a mis amigos, me intuyo la
respuesta antes de preguntar.
—Chavales, ¿os apetece fiesta? Charlie viene de camino con el coche.
—¡Sí, de una! —gritan los tres al unísono.
Vuelvo mi atención al teléfono.
—Creo que ya los has oído.
—Sí, no esperaba menos.
—Vale, aquí estamos.
—Llego en cinco.
Cuelgo la llamada y me termino el cuarto restante de la botella de
cerveza de un sólo trago, esta noche promete. Mi cuerpo pide fiesta, salir,
mirar algún culito y engancharme a alguna, mi mente pide escribirle a
Alondra para ir a su casa a follármela.
Tengo que dejar de pensar en ella, pero ya.
Pasan apenas tres minutos cuando el coche de Charlie entra derrapando
en la calle frente al parque. Todos, incluido yo, nos levantamos de un salto
para ir a saludar.
Soy el primero en estampar un puño amistoso con Charlie.
—¡Hey, bro!—saludo sonriendo.
—Hey, chiquitín.
Charlie tiene unos treinta años, ¿que por qué no está casado y con hijos?
Digamos que le gusta vivir la vida loca, sin ataduras, sin obstáculos, sólo
coca y fiesta. Igual que yo en algún otro punto de mi vida. Todos saludan y
voy al asiento de atrás con Anthony y Nico, mientras que Charles se sienta
en el asiento del copiloto.
No tarda en llegar la música y los altavoces retumban música de fiesta
que mis colegas no tardan en cantar y corear por la ventana como perras en
celo. Enciendo el móvil y me conecto, sólo para ver que Alondra ha
publicado una nueva historia. Es una especie de frase bonita con un fondo
de atardecer, dice algo así como "Aparta a quien no te aporte."
¿Va por mí? ¿Lo dice por lo del otro día? Mi imaginación empieza a
jugarme una mala pasada a causa del alcohol, pero no hago nada, paso la
historia y ya.
No tardamos demasiado en aparcar y entrar en una de las discotecas del
pueblo. No es como que Faidbridge tenga muchas pero las que tiene son lo
suficientemente buenas como para no necesitar abrir más por el momento.
Entramos y Poison nos da la bienvenida con su característico cartel neón.
—Buenas, chicos.
Arthur, el puerta, nos saluda. Ya nos conoce, hemos estado mucho por
aquí.
—¿A liarla o qué?
—Claro, joder.
Anthony estampa su mano con la suya en un amistoso apretón de manos
que se llevan al pecho antes de fundirse en un abrazo. Anthony además de
ser mi primo, es como un hermano, pero definitivamente no por el parecido,
porque de eso no hay una mierda. Él es más alto que yo pese a ser un año
menor que yo. Sus ojos azules claros y su pelo rubio nos diferencian
bastante bien, es todo un ligón.
Entramos y nos acercamos a la barra. La camarera me reconoce e
inmediatamente una sonrisa tímida tira de sus labios. Le devuelvo la sonrisa
mientras le pido un jäger con redbull y me guiña un ojo antes de girarse y
prepararlo.
—Primo, le gustas —escucho a Anthony a mi izquierda.
—Lástima que ella a mí no —sonrío y me encojo de hombros.
La chica no está nada mal, hay que admitirlo. En otro momento de mi
vida, tal vez le hubiese devuelto el guiño y después le preguntaría a qué
hora acaba su turno y la esperaría para irnos a su casa a seguir la fiesta, pero
cierto par de ojos grises no quiere salir de mi cabeza ni a tiros, no hay
forma.
Por ahora.
Llega mi cubata y en un trago baja un cuarto de vaso. Me fuerzo a seguir
bebiendo, necesito olvidarla. Y claro, como si el mundo tratase de decirme
que eso es imposible, una notificación suya hace que casi me siente mal el
alcohol.
Hey
¿Cómo estás?
Quiero contestarle, pero a la vez no. Quiero saber de ella, como está, pero
siento que no me va a a hacer ningún bien saberlo. En lugar de eso, opto por
mandarle un vídeo.
No voy a ser el único que salga jodido en esto. Su respuesta me llega a
los pocos segundos, un vídeo del ordenador portátil encima de sus piernas
está trabajando. Ya me quedó claro en su momento que Alondra es una
adicta al trabajo, no tengo dudas sobre ello. Le mando otra foto y el resto de
la noche transcurre en esas, hablando por fotos. Cuando vuelvo a guardar el
teléfono, levanto la vista para encontrarme con ese curioso par de ojos
marrones oscuros escondidos detrás de unas gafas, unas gafas que en su
momento me provocaban cierto morbo al verlas desde arriba.
—¡Cassian!
La saludo.
—Zoe, cuánto tiempo.
Realmente no hace demasiado, tan solo desde hace unos siete meses,
vamos, desde la última vez que nos acostamos. Zoe y yo estuvimos juntos
por aproximadamente tres meses, fue mi tercera y última relación oficial,
que conste que me pidió salir ella. Quiero decir que la quise y que sufrí
cuando acabó, pero estaría mintiendo de una forma muy descarada. Yo tenía
dieciséis años por aquel entonces, ella diecinueve, estaba claro que no iba a
funcionar. Y por si fuera poco, nunca la amé. Nunca sentí nada por ella más
que atracción sexual y poco más, lejos de ser algo siquiera normal, fue
desastroso.
—¿Cómo te va? Vi que subiste una foto con una chica el otro día.
—Sí, bueno, me va bien —me encojo de hombros restándole
importancia.
Apenas cayó la medianoche y esta ya apesta a alcohol, no puedo decir lo
contrario de mí mismo. Y de nuevo, en otras circunstancias de mi simple
existencia, me la hubiese llevado al baño y le hubiese metido los dedos
hasta que me mojase los pantalones, y algo más con suerte, pero lo único
que siento hacia ella es asco, nada más.
La voz de Zoe vuelve a llamar mi atención, apenas consigue vocalizar y
arrastra las palabras, pero estoy acostumbrado.
—Bueno, Cassian, cualquier cosa, ya sabes, escríbeme.
—Claro —sonrío y noto como se sonroja.
Su figura se pierde de nuevo entre la gente y estoy más a gusto, más
aliviado. Le doy otro largo trago a mi cubata cargadísimo. Hablar con ella
casi me baja la borrachera de una.
—Joder, macho, esa mujer se estropea cada vez más —escucho a Nicolás
opinar y a mi primo asentir en respuesta.
—La verdad es que sí —coincido.
Estoy de espaldas a la barra, apoyado mientras sigo bebiendo. Las
canciones van terminadas unas y empezando otras, el vaso en mi mano se
va vaciando y llenando de nuevo a una velocidad asombrosa, las horas
siguen pasando.
Mientras le doy un trago largo a mi vaso, me percato de que una rubia al
fondo no deja de mirarme. Sonrío para mis adentros.
Jódete, Alondra.
Dejo el vaso en la barra.
—¿A dónde vas, primo?
—A hacer que la noche valga la pena.
—¡Ese es mi bro!—escucho a mis espaldas.
Me encamino hacia ella, voy a pedirle un papel de liar a pesar de que no
fumo.
—Hola, ¿serías tan amable de dejarme un papel? —muestro mi mejor
sonrisa, aunque poco me importa que se note que es a causa del alcohol.
—Claro —me devuelve la sonrisa.
La miro de arriba a abajo como el depredador que soy. Su cintura es
delgada, aunque sus muslos son más gruesos. Tiene una boca carnosa, pero
ni de lejos unos labios tan perfilados como los de...
¡Basta!
No tardo más de tres minutos en hacer que ataque mi boca. Siento la
mirada insistente y curiosa de mis amigos, ya casi los puedo escuchar en mi
cabeza felicitándome, ignoro las advertencias de mi propia mente
diciéndome que pare, que no es esto lo que quiero, que me aleje. En lugar
de eso, profundizo el beso, aumento la presión entre nuestros labios, quiero
saciarme. Abandono su boca, no encuentro lo que quiero. Su sonrisa me
avisa de que vendrá a por más y depende en el punto en el que esté en dicho
momento, le daré lo que quiere o no. Quisiera decir que la presión en mi
entrepierna se me hace molesta al caminar, pero no ha llegado siquiera, no
sé si reír o llorar por ello, la verdad. De camino a la barra, otra chica se
cruza en mi camino, y lo que podría haber sido un encuentro casual, termina
conmigo y con ella en el baño. ¿Qué cómo ha pasado esto? No lo sé, la
verdad. Sólo recuerdo su mano entrelazada con la mía y guiándome hacia el
baño. Apenas se me está yendo la borrachera un poco cuando siento su
lengua alrededor de mi punta. Sentado en la tapa del inodoro, pongo las
manos a mis costados, apoyadas en las paredes del cubículo del baño. Su
lengua lame y succiona a buen ritmo. Siento el calor invadir cada rincón de
mi piel y mi cuerpo se contrae y tensa, avisándome de lo que está por venir,
pero por alguna razón, no viene. Siento el teléfono vibrar en mi bolsillo,
pero lo ignoro.
—¿Así está bien? —pregunta aún con mi miembro en la boca.
Esa es una de las cosas que me suelen encender, y digo suelen porque
parece ser que hoy no es el caso.
Joder.
—Sí, sí, así está perfecto —asiento intentando concentrarme.
—Pues podrías correrte ya.
Podría, pero mi cuerpo no quiere.
—Escucha, tengo que irme, pero te lo agradezco igual y lo siento.
La chica de cuyo nombre no tengo ni la menor idea, se saca mi miembro
de su boca y un hilo de saliva se descuelga de su boca. Salgo del baño a
trompicones mientras me subo la cremallera del pantalón.
—¡Joder, macho! —mi primo me palmea el hombro—. ¿Dónde te habías
metido? O más bien, ¿dónde la has metido? —todos se ríen, pero yo sigo en
el momento anterior, frustrado—. Te hemos perdido de vista.
—No sé, primo. En un momento estaba liándome con una y al otro estaba
en el baño con otra mientras me la chupaba.
Me encogí de hombros, por absurdo que parezca, no sé cómo llegué a esa
situación.
—Estás hecho todo un ligón, eh.
—Sí, vamos, una cosa —suelto con sarcasmo.
Sí, un ligón que ni siquiera se acuerda de haber ligado. Soy todo un
panorama.
Miro el teléfono recordando que vibró en un momento poco apropiado y
me encuentro con un mensaje de Alondra, es una foto en respuesta al vídeo
que le mandé. Sale preciosa, las cosas como son. Es una foto en un espejo,
es el tocador de su habitación. Unos cuantos mechones escapan de su moño
desarreglado y el camisón de seda rosa claro deja muy poco a la
imaginación, y casualmente la imaginación es una de mis especialidades. Si
me dejase también las podría hacer realidad. Su piel se ve más morena en
contraste con la tela y hace que todo el alcohol que he bebido empiece a
hacer un efecto afrodisíaco, como todo lo que tiene que ver con ella.
De pronto, noto a alguien a mi lado, no me da tiempo a hablar.
—¡Joder cómo está la niña, yo le daba por todos lados! —escucho
demasiado cerca de mi oído.
Me giro para encontrarme con un baboso, que apesta a alcohol barato y
aún lleva la copa en la mano mirándome el teléfono, a punto de dejar su
baba caer sobre él.
—¡Cassian, no, bro!
Es lo primero que escucho cuando empujo al tipo al suelo y su copa se
derrama sobre su camisa blanca abotonada.
—¡¿Qué has dicho, soplapollas?! —me enciendo más rápido de lo
normal.
Mi primo me pone una mano tranquilizadora en el hombro desde atrás,
pero me deshago de ella con fuerza.
—Déjale, bro, ¿no ves que es tonto? Déjale.
—Sí, tío, no te merece la pena —escucho decir a Nico.
—Me suda la polla, nadie habla así de ella —suelto sin dejar de mirarlo,
las palabras empiezan a brotar por sí solas.
Puto alcohol.
El tipo deja la copa a un lado y ahí es cuando entiendo que piensa
devolverme el golpe.
Bien.
Que lo intente.
Me lanza un frontal que de haberme dado me hubiese causado serios
problemas, pero me muevo más rápido, a tiempo para esquivarlo y
arremeter contra él con un derechazo directo a la mandíbula. Retrocede
varios pasos por el impacto, eso y que parece estar más borracho que yo.
Él se limpia la sangre del labio ahora partido con el dorso de la mano
mientras la adrenalina no hace más que subir por mi cuerpo. Prepara su
brazo, pero antes de que mis reflejos reaccionen, mi espalda golpea algo
sólido y me giro hacia atrás, intentando entender porque no estoy en el
suelo.
—Te tengo, vámonos —dice mi primo cuando nos empiezan a separar.
Intenta tomarme por los brazos con cuidado, la cadena en su cuello se
balancea mientras se flexiona para levantarme. En pocos segundos estoy de
pie. Pasa mi hombro por encima del suyo y comenzamos a caminar. La
adrenalina en mi cuerpo está desapareciendo y los efectos del alcohol se
están multiplicando, convirtiéndose en toda una montaña rusa.
—Nos han echado a todos, si es que eres gilipollas —se queja.
Que irónico.
Ser el primo mayor para estar siendo llevado a casa casi a rastras por el
menor.
Capítulo 19
¿Quién somos cuando estamos a solas?
A veces no notas el instante en el que todo lo que creías cierto, se
despedaza y pasa a ser algo totalmente distinto, algo nuevo. Eso puede ir
desde una circunstancia, situación o momento, hasta una persona, más bien
una personalidad. Cuesta creer como el tiempo abre grietas en las
armaduras emocionales más resistentes posibles, pero así es el tiempo. No
espera a nadie. No respeta a nadie. Ya puede estar tu mundo cayéndose
pedazo por pedazo y reduciéndose a cenizas, que a tu alrededor nada se va a
detener a que te seques las lágrimas, nadie dejará de sonreír para empatizar
por un solo momento con tu dolor, nada cambiará mientras tú estarás
cambiando por completo.
Es un feliz viernes por la mañana y aquí me encuentro, en el
concesionario. No soporto estar sin coche ni un solo día más. Podría haber
esperado al seguro, pero la paciencia no es algo que vaya de la mano
conmigo, la verdad. Antes de poder elegir mi coche, el tono de mi teléfono
me distrae, me aparto un momento y descuelgo la llamada.
—¿Hola?
—Hola, buenos días, ¿hablo con Alondra Miller? —me habla una voz
femenina.
—Sí, soy yo, ¿quién habla?
—Le llamamos del departamento de Seguridad del Hogar, ¿ha sido usted
quien ha desconectado las alarmas?
Me paralizo media docena de segundos, trago saliva y contesto.
—No.
Tengo el corazón en la garganta.
—¿Quiere que mandemos una patrulla hacia su casa?
Me lo pienso más de lo que debería, pero finalmente contesto.
—Sí, muchas gracias.
—Nada, a usted, tenga cuidado y un buen día.
La llama se cuelga y me despido del chico tan mono que me estaba
atendiendo para salir casi corriendo de la tienda.
¿Un buen día? ¿Quién coño mezcla "cuidado" y "buen día" en la misma
frase y espera que salga bien?
Los vaqueros apretados grises no me dejan moverme con libertad, pero
las zapatillas deportivas negras lo compensan. Giro un par de cuadras y mi
calle queda en la siguiente manzana. Bajo el ritmo hasta tomar un ritmo
normal. Miro hacia los lados, no veo nada sospechoso que me haga dudar,
pero soy consciente de que cuando todo parece ir bien, es cuando puede
estar a punto de ocurrir una catástrofe en cualquier momento.
Mi casa entra en mi campo de visión. La gente camina de un lado a otro
con normalidad, nada fuera de lo común.
Salvo una cosa. Un detalle que a nadie le pasaría por alto, pero por
alguna razón, nadie se ha fijado. La verja de mi casa está abierta, y de par
en par. Paso por el hueco ya abierto, evitando tocar la verja y hacer ruido
con el chirrido metálico, no quiero anunciar mi presencia a quien sea que
esté en mi casa. Introduzco la llave en la puerta y hago fuerza para elevarla
hacia arriba mientras la abro, de esta forma evito cualquier ruido. No cierro,
sino que dejo entreabierto. Camino a hurtadillas, siento el corazón en la
garganta pero contengo la respiración para aumentar mi sentido auditivo.
Escucho pasos en el piso de arriba, pero mi condición no me permite
confiar ni siquiera en mí misma, puede ser una alucinación. Lo que está
claro es que alguien está dentro, que me haya llamado el seguro es la única
prueba que tengo de que no estoy teniendo un brote.
Mierda.
Un vaso cae en la cocina y me sobresalta. Los pedazos de cristal llegan
hasta mis pies. Miro a mi alrededor mientras avanzo hacia la cocina. Estoy
viendo el soporte de los cuchillos, me acerco aún más. No consigo alcanzar
el cuchillo porque algo me agarra por el pelo desde atrás. Me arroja la
cabeza hacia la isla de la cocina, mi frente choca con el borde y caigo al
suelo sobre mi costado. Tardo una milésima de segundos en recuperarme,
todo se vuelve negro.
El encapuchado.
Está aquí.
De nuevo.
Esta vez no va a conseguirlo, esta vez no va a asustarme. Intento
ponerme en pie, pero recibo una dolorosa patada en la boca del estómago
que me devuelve al suelo, haciéndome chocar contra el mueble y este se
tambalea, haciendo que algo que había encima me cayese directo en la
cabeza. Me sorprendo a mí misma aún consciente. La adrenalina incendia
mis venas y activa mis instintos más primitivos, los de la supervivencia. Me
pongo en pie y empujo al encapuchado. Recibo un cabezazo y noto las
fosas nasales humedeciéndose, pero no me detengo. Tengo que alcanzar ese
cuchillo como sea. Miro cualquier cosa a mi alrededor con lo que
defenderme, pero no tengo tiempo suficiente antes de recibir un puñetazo
en el costado.
—¡¿Quién coño eres?! —grito al borde de la desesperación.
El encapuchado me vuelve a tomar por el pelo y mi mandíbula aterriza
sobre la fría superficie de la nevera. Me retuerzo y empujo al encapuchado
hasta tumbarlo sobre la isla de la cocina. Estoy levemente inclinada sobre
él, haciendo presión en su cuello y mirando sus ojos... Con un movimiento
rápido consigo alcanzar el cuchillo. Empuño la hoja y apunto hacia el
encapuchado.
—Un paso más y te rajo el cuello, maldito hijo de puta.
Nuestras miradas están clavadas una en la otra. El silencio se interrumpe
por las sirenas policiales. El encapuchado saca de su bolsillo un papel, me
lo acerca a los ojos y palidezco.
—No... —¡No!
Deja caer el papel al suelo y sale corriendo hacia una de las ventanas. Me
apresuro a tomar el papel, es una fotografía. Mi corazón se acelera
demasiado y me siento al borde del colapso. Jennifer está sentada, atada de
pies y manos, con los ojos vendados en algún sitio oscuro, apenas
iluminado por una bombilla. Leo el reverso de la fotografía.

SI LE DICES ALGO A LA POLICÍA, TU MEJOR


AMIGA NO VOLVERÁ A VER LA LUZ DEL SOL,
ADA
Reconozco la letra. Voy a mi habitación y busco bajo la cama aquella
cajita de terciopelo negrodonde guardo el resto de las notas. Las extiendo
todas en el suelo.
Lo sabía.
Creo que en el fondo siempre lo supe.
Es la misma letra.
—¿Algo más que quiera añadir, señorita Miller? —me pregunta la oficial
de policía.
—No, no, agente —miento—. Fue el gato de la vecina, ya ve como me
ha dejado la cocina. Debió haberse peleado con algún gato callejero.
Digo observando mi propia sangre.
—Está bien, avísenos si ve algo extraño o fuera de lugar, ¿de acuerdo?
Asiento.
—De acuerdo.
No es muy exagerada, pero lo suficientemente creíble como para que la
patrulla que está revisando mi casa se vayan. Escondí la caja en el ático
antes de abrirles. Los oficiales salen y me aseguro de cerrar bien. Me acerco
a la cocina. Los cristales crujen bajo mis zapatos con cada paso, pero me da
igual. Me sirvo una copa de vino y me apoyo en la isla de la cocina. Quien
sea el encapuchado, es el mismo que empezó a dejar notas anónimas, el
mismo que mandó la cabeza de ciervo, el mismo que me cortó los frenos
del coche y el mismo que ahora tiene secuestrada a mi mejor amiga. No
puedo ir a la policía, no puedo hacer nada. Me paso las siguientes horas
arreglando el desastre en casa mientras no dejo de darle vueltas al asunto.
No sé qué hacer y me desespera. Voy a mi habitación y abro el primer cajón
de la mesilla de noche, donde están mis antidepresivos y los antipsicóticos,
pero hay un problema.
Que no están.
No están.
En su lugar hay una nota.

¿BUSCABAS ALGO, ADA? ME DA QUE


TIENES QUE IR AL PSIQUIATRA A POR OTRAS.
AH, CIERTO, NO PUEDES
Maldito hijo de la gran puta.
Sea quien sea este tipo, sabe que es Jennifer quien me receta las pastillas.
Intento no entrar en pánico, pero las lágrimas se apoderan de mí. No me
siento segura en esta casa, ya no. Lo que solía ser mi lugar seguro se ha
convertido en una trampa. De pronto pienso en Cassian y busco el teléfono.
Miro la pantalla bloqueada.
¿Y si le ha pinchado el teléfono?
Lo guardo de nuevo en el bolsillo trasero de mi pantalón vaquero y voy
al salón, al lado del sofá está la mesita alta con el teléfono fijo. Al descolgar
e intentar marcar los números, el mensaje en la pantalla es claro.

NO HABLES CON NADIE DE ESTO, DE LO


CONTRARIO, TEN POR SEGURO QUE TE
ARREPENTIRÁS
¡Joder!
Arrojo el teléfono fijo al suelo y las teclas saltan en todas partes. Me
derrumbo en el suelo y no puedo dejar de llorar. No sé qué hacer. No sé
hacia qué dirección dirigirme. No sé nada. Estoy sentada en el suelo, con el
pelo pegado a la cara por las lágrimas, lágrimas saladas que escuecen al
colarse entre las grietas abiertas de mis labios. Entrecierro los ojos,
pestañeo. El encapuchado está de pie, mirándome. Vuelvo a pestañear.
El encapuchado ya no está.
Los episodios paranoicos dan comienzo e intento calmarme.
—No es real, no es real, Alondra, no lo es...
Sigo repitiendo en bucle mientras me acuno con las manos cubriéndome
la cabeza. Paso así algunos minutos y la vibración de mi teléfono me salva
de entrar en trance, en un bucle autodestructivo imparable.
Con las manos temblorosas desbloqueo la pantalla, un mensaje de
Cassian. Me pregunta como estoy, miento y le contesto que bien, lo más
probable es que el salido ese esté espiando todos y cada uno de mis
movimientos. La conversación transcurre normal, incluso hace una de sus
típicas bromas con doble sentido a lo que contesto con un "jajaja" y le doy
las buenas noches. Son apenas las nueve de la noche, pero le meto como
excusa que mañana trabajo y debo levantarme temprano. Cassian dice que
se va a dormir también y bloqueo la pantalla, lloro más fuerte.
En realidad, quería decirle que viniese, que necesitaba sus brazos
rodeando mi cuerpo, manteniendo juntas las piezas de mi alma. Que
viniese, que las paredes de mi casa amenazan con convertirse en mis
mayores enemigas. Que lo que parecía ser seguro, ya no lo es. Quería que
viniese y me mintiese de esa forma tan bonita que tiene, que me mintiese y
me dijese que todo estaría bien, aunque los dos supiésemos que no es así.
Que viniese y me besase hasta frenar el ataque de pánico que me está
impidiendo respirar. Me levanto temblorosa. Con pasos vagos me sirvo una
copa de whisky, tal vez dos. Las horas pasan, pero no puedo pegar ojo. No
cuando mi mejor amiga está secuestrada y mi casa es accesible para un loco
que ha intentado matarme en más de una ocasión. Sigo arrinconada en el
hueco entre el sofá y el sillón, así me siento más protegida teniendo algo a
los lados. La botella de whisky descansa casi vacía frente a mí. Desde este
ángulo tengo visión de todo el salón y no hay más de treinta centímetros
entre mi espalda y la pared. Me siento más segura así. También tengo la
pistola encima del regazo, cargada y con el seguro quitado, preparada para
utilizarla en cualquier momento. Odio este silencio. Odio esta soledad. Me
siento vigilada.
Me parece irónico como a mí, alguien que le solía gustar la soledad,
ahora no la tolera, más bien le aterra. Las luces de la casa, todas encendidas,
ahora parpadean. Sé que es producto de mi desquiciada imaginación. No es
real, me repito una y otra vez. Cada vez que parpadeo, figuras de distintos
tamaños y formas se ven cada vez más cerca de mí. Figuras con todo tipo
de expresiones sádicas, pero no me asusto. Antes solía sobresaltarme, ahora
ya estoy acostumbrada a lidiar con mis demonios, además literalmente.
—Alondra, sin imaginaciones tuyas —tomó una profunda bocanada de
aire—. No es real.
Relleno la copa.
Sí, es de muy mala educación beber whisky en una copa redonda de vino.
De toda la vida va en este orden: vino en copa redonda, champán o vino
blanco en copa alargada y whisky en vaso cuadrado, pero no voy a
levantarme. No pienso pisar la cocina. Apenas me queda whisky, solo me da
para una copa más, pero me da igual. Bebo y siento tan satisfactorio el calor
que invade mi garganta, pero solo hasta mitad de camino, porque dos toques
en la puerta hacen que me atragante.
Intento no toser, no quiero hacer ruido, pero el calor me invade y acabo
tosiendo. Siguen tocando la puerta. Tengo demasiado miedo, pero aun así
trato de ponerme en pie. Tomo la pistola que tengo sobre mi regazo, me
aseguro de sostenerla de forma correcta. Me tambaleo hacia la puerta,
siguen tocando y cada vez con más insistencia. Me cuesta mucho empuñar
la pistola y me da miedo abrir, eso bajaría mi guardia, de por sí poco sólida
por el alcohol. ¿Debería abrir? Miro por la mirilla, pero no veo nada. Apoyo
mi espalda contra la puerta, la pistola frente a mí y a continuación procedo a
arrastrar las palabras.
—¿Quién es?
—Soy yo, abre.
La voz de Cassian me tranquiliza y el alivio vuelve a mi cuerpo. El
cuerpo me tiembla. Abro la puerta y me encuentro con ese par de ojos
marrones que me miran preocupados. Me rompo porque no puedo evitarlo
más.
—¿Pero qué...? Baja eso, anda —se acerca despacio.
No me muevo, dejo que me quite la pistola.
—Ya está, ya estoy aquí —me abraza.
Me abraza y derramo mis lágrimas sobre su pecho, porque a su hombro
casi no llego. Me abraza e inhalo su olor, su aroma que entra por mis
afectadas y adoloridas fosas nasales, que escuecen a causa del whisky y las
heridas. Pasamos así unos segundos hasta que se aparta despacio y sostiene
mi cara con sus dos manos, queriendo verme a los ojos. Su mirada baja mis
labios y escanean la herida abierta en mi labio inferior, después vuelven a
mis ojos.
—¿Qué ha pasado, mi niña?
Su voz es cálida y suave. No soy capaz de pronunciar las palabras. Le
agarro la mano y lo llevo hasta el rincón seguro que he creado de forma
improvisada, el hueco entremedias del sillón y el sofá, donde descansa mi
botella de whisky. Cassian empuja la mesa de cristal para hacerse hueco y
se sienta en el suelo, frente a mí. Sé que está esperando a que hable, pero
me siento incapaz. Le miro y veo como agarra la botella para, de un solo
trago, vaciar lo que quedaba de mi botella de whisky. Sonrío. No sé por
qué, pero lo hago.
—Cuéntame, ¿qué ha pasado?
Busco fuerzas para articular, aunque sea un sonido, pero no las
encuentro. Entonces opto por sacar del bolsillo trasero de mi pantalón el
papel cuidadosamente doblado. Se lo tiendo, las lágrimas enjuagan mis ojos
de nuevo, pero retengo las lágrimas por un segundo.
Cassian mira la foto y me mira, las lágrimas resbalan por mis mejillas,
pero no hago ningún ruido, no puedo ya. Tengo la mirada perdida en algún
punto y cuando vuelvo a conectar, Cassian está leyendo el reverso de la
fotografía.
—¿Pero qué puta mierda es esta?
Le termino contando lo que ha pasado, reteniendo lágrimas. Le cuento
todo lo sucedido, desde el principio, incluyendo la cabeza recién cortada de
ciervo que Jennifer y yo enterramos en el jardín. Le cuento lo de las
malditas notas anónimas, el tiempo que llevan atormentando mis días y lo
que me sorprende es que no ver la sorpresa en sus ojos, en sus facciones.
No puedo evitar preguntarme si debí haberle hecho caso a mi mejor amiga
cuando sugirió lo de contárselo a la policía. Le enumero todos y cada uno
de los sucesos que han ido pasando durante los últimos meses.
—¿Por qué no avisaste a la policía?
—Porque si lo hacía, es muy probable que ahora mismo no estuviese viva
para contarte todo esto...
Hago una pausa, una dolorosa pausa.
—Y es muy probable que Jennifer no lo esté por mucho tiempo más.
Bajo la mirada a mis dedos.
—No digas eso.
Le muestro la nota que había junto al teléfono fijo, el mismo que ahora
está desperdigado en mil pedazos por el suelo de mi salón. Cassian toma la
nota, la lee despacio.
—Venga ya, esto es surrealista. ¿Cómo ha podido saber cada movimiento
que ibas a hacer?
—No sé... —no tengo fuerzas ni para contestar.
—Tiene que ser alguien que te conoce bien, porque si no, no me lo
explico.
—En eso estamos de acuerdo —contesto arrastrando las palabras.
Bostezo, el sueño, el cansancio y el alcohol me están ganando.
—¿Quieres que te lleve a tu habitación?
—No quiero que te vayas...
—No pensaba hacerlo.
Me toma en brazos, me acurruco contra su pecho.
—Llévate la pistola —advierto.
Cassian obedece y vamos a mi habitación. Me tumba en la cama con
cuidado.
—¿Quieres cambiarte? —pregunta deslizando las puertas del armario.
—Quiero que me cambies tú.
Aparto las millones de películas porno que mi cabeza se está montando
en tan solo un segundo con treinta y cinco productores distintos, todos y
cada uno creados por mis múltiples personalidades y me centro en
mantenerme despierta. Es increíble cómo puede hacerme cambiar de estado
de ánimo tan rápido.
Cassian saca mi pijama de seda.
—Voy a quitarte la camiseta, ¿vale? —me mira precavido.
Le regalo una sonrisa ladina, es más mono...
—Vale.
El contacto frío de sus dedos eriza mi piel, pero no digo nada, aunque ya
lo ha visto. Aparta la camiseta a un lado. Mi sujetador de encaje negro
queda a su vista. Vista que baja un momento, tan solo uno.
—¿Quieres que te quite el sujetador?
Su tono es neutro, lo dice como si casi no desease hacerlo.
—Por favor —concedo.
Sin apartar su mirada de mis ojos, roza mi espalda para desabrochar el
sujetador. Ahora mismo mis pechos están totalmente expuestos ante él, pero
no los mira, su mirada sigue clavada en mis ojos. Me pasa la camiseta de
seda por encima de la cabeza, tapándome. Todo esto sin apartar la mirada
de mis ojos.
—Siéntate.
Obedezco casi involuntariamente y me sorprendo por mi sumisión. Se
acerca despacio.
—Voy a desabrocharte el pantalón para ponerte el pijama.
Con una delicadeza que no sabía que poseyera, Cassian me desabrocha el
pantalón. Mis piernas quedan desnudas ante él. No dice nada al ver las
cicatrices en mis tobillos, simplemente dobla el pantalón y lo deja a un
lado.
Desde mi perspectiva, ver a Cassian subiéndome el pantalón fino de seda
rosa me causa algo que no logro comprender. Se sienta en la cama, semi
tumbado y se acomoda la almohada. Me acerco a él. Lleva su mano a mi
mejilla y hace una leve presión mientras apoyo la cabeza sobre su regazo.
Apaga la luz y enciende la lámpara que tengo en la mesilla de noche. Nos
quedamos sumidos en un silencio cómodo mientras noto sus dedos acariciar
mi pelo, dibujando distintas formas y círculos. El sueño empieza a
apoderarse de mí lentamente y siento que entro en trance. Pestañeo, el
rostro del encapuchado aparece ante mis ojos, a milímetros de mí, tan real
que me sobresalto.
—Tranquila, estoy aquí.
Me giro para verle, sigo tumbada cómodamente sobre su regazo mientras
él sigue acariciándome. Baja la mirada y me mira, nos miramos. De pronto
una duda me atraviesa, me atraviesa como una daga, como mil cuchillas
cortando mis palabras, todas las que aún no he pronunciado.
—Cassian.
—¿Sí?
—¿Por qué has venido esta noche a mi casa?
Capítulo 20
Una sola mentira puede poner en duda mil
verdades
CASSIAN
¿Me lo está preguntando en serio?
¿De verdad?
Venga, no me jodas.
Quiero atribuir esto a que está super borracha y no se ha tomado las
pastillas, porque si no no logro entender qué es lo que la ha hecho dudar de
mí. No voy a alterarme para no alterarla a ella, así que cojo toda la calidez y
paz con la que un ser humano puede nacer y me digno a contestar la
verdad.
—Va a sonar loco, pero me intuía que algo andaba mal —hago una pausa
—. Además, tú no te sueles ir a dormir a las ocho de la tarde y más si al día
siguiente no trabajas.
Parece que lo piensa durante unos segundos. Sé por qué ha preguntado,
pero no voy a obligarla a decírmelo, al menos no ahora. Alondra asiente y la
conversación muere ahí. Con cada minuto que paso absorto en mis
pensamientos, me doy cuenta de que la respiración de Alondra se ha vuelto
más tranquila y calmada.
—¿Alondra?
Gruñe algo en sueños y me quedo tranquilo de saber que se ha dormido.
Sinceramente, no quiero ni siquiera imaginar el infierno que ha debido de
pasar. Delineo sus facciones con mirada curiosa. El principio de una fina
herida asoma desde el cuero cabelludo de la sien unos centímetros. Su labio
inferior, grueso y delicado, tiene un hundimiento rojizo y aparentemente
doloroso. Las muñecas sonrosadas debido a los agarres y el forcejeo y los
pómulos inflamados. Eso último se debe a un puñetazo, está clarísimo.
La rabia me coloca una dulce y placentera soga alrededor de la actitud
tranquila y pacífica que he decidido tomar al respecto. Cuanto más lo
pienso, más siento la garganta secarse, anhelando calor.
Me muevo con cuidado y aparto a Alondra de mi regazo para colocar su
cabeza delicadamente sobre la almohada. No parece darse cuenta, está tan
sumida en su sueño...
Me levanto de la cama con cuidado de no hacer ruido y me dirijo hacia la
cocina, no sin antes asegurarme de que todas las ventanas, incluida la de la
habitación de Alondra, estén cerradas. No puedo evitar revisar todo y siento
el alivio calmar mis músculos cuando confirmo que estamos solos. Abro la
vitrina y me sirvo una copa de vino. ¿Cómo puede entrar alguien sin llaves
a una casa como esta? Miro en todas direcciones, buscando algún indicio de
algo, por muy mínimo que sea. Con pasos tranquilos y sin prisa, tanteo todo
el terreno; paredes, puertas, cerraduras, esquinas, rendijas de aire
acondicionado, todo.
Nada.
No encuentro nada.
En las películas de terror clásicas de los 80's, este suele ser el momento
perfecto en el que encuentro una pista que a simple vista se ve
insignificante, pero resulta que es el principio de todas las pistas que nos
llevarán a resolver esto, pero como no estamos en una película de terror
clásica de los 80's, aquí no hay pista ni hay una puta mierda. Avanzo por el
pasillo, derrotado por no haber encontrado nada, pero justo antes de llegar a
la habitación de Alondra, algo llama mi atención en el techo. Me pongo de
puntillas y rozo con los dedos, lo sabía. Mis dedos acaban siguiendo una
línea invisible hasta llegar a un punto muerto, ahí ejerzo presión.
Y click.
Una trampilla se abre hacia adentro y sigo empujando hacia arriba. Una
escalera corrediza se extiende y miro hacia atrás, hacia la habitación de
Alondra. Ella sigue durmiendo plácidamente y yo no sé si deba subir aquí.
Será solo un momento.
Me repito eso mientras subo por la escalera. Lo primero que toco es la
caja de terciopelo negro de Alondra, en la que guarda las notas anónimas.
Lo que no consigo entender es por qué está aquí. La dejo tal y como estaba
y dejo la trampilla abierta, ni muerto me quedo encerrado aquí, da
muchísimo mal rollo. Está oscuro hasta que, a ciegas, tanteo la pared hasta
dar con el interruptor. Y no creáis que se hizo la luz o algo por el estilo,
simplemente se encendió una bombilla que por la escasa luz que desprende,
me atrevería a decir que está agonizando y estas son sus últimas palabras.
El aire aquí arriba es más frío y abunda el olor a cerrado. A un par de
metros hay una ventana.
Hay cajas de cartón por todos lados con distintas etiquetas con la letra de
Alondra. También veo cajas de ropa vieja, de ropa de verano, de libros
viejos, incluso hay una de libros demasiado viejos. La madera cruje bajo
mis pies con cada paso, trato de ser todo lo silencioso posible. Al fondo,
bajo la ventana, hay una única caja sin nada escrito, pero notoriamente
separada de todo el resto de las cajas. Me acerco, me causa intriga. Sé que
no debería, también sé que no es la primera vez que digo esto, pero necesito
entender a Alondra para poder protegerla. ¿De qué? No tengo ni idea,
supongo que de lo que sea que la esté afectando así. Llego a la caja y no me
hace falta abrirla porque ya está abierta. Los pliegues están desgastados,
como si los doblasen muy a menudo y eso no hace solo que interesarme
más.
Hay cuadros, pequeños, pero cuadros de fotos, peluches, un álbum y
algunas cosas pequeñas. Pongo la linterna del móvil, ya que apenas veo por
donde piso. El cristal del cuadro está lleno de polvo y soplo un poco para
sorprenderme por la persona que reconozco en la foto. Es Alondra, pero
muchísimo más joven, era una niña. Sus ojos grises tan característicos
desprenden un brillo inigualable. Sonríe mientras mira a la cámara. Está
sentada en lo que parece ser el banco de un parque. Su brazo pasa por
encima del hombro de una chica sentada al lado suya. Ella es aún más
pequeña. Su pelo es castaño y sus ojos son oscuros casi negros, pero si que
es bastante parecida y en igual medida, diferente a Alondra. Ambas sonríen
felices mirando a la cámara. Dejo en el suelo con sumo cuidado el cuadro y
sigo mirando. Hay pulseras con letras, una lleva el nombre de Alondra y la
otra lleva el de Ainhoa. ¿Así se llama el nombre de la chica? Sigo mirando,
una carta de cumpleaños. Los años a través de la nota se notan, pero está
muy bien conservada. La despliego despacio y me asombra el diseño
ordenado.

¡FELICIDADES!
Con cada día que pasa me cuesta más creer que
estés así de mayor, el paso del tiempo aun me deja
perpleja. ¿Sabes que eres mi tesoro más importante?
Si no lo sabías, quiero que lo sepas y de ahora en
adelante, jamás dudes de ello. Mi obligación como
hermana mayor es cuidarte, ser tu sombra y no
permitir que nada malo te pase, y allí estaré. Hoy
cumples 13 vueltas al sol y estaré justo aquí para
acompañarte en las siguientes. Te quiero, te amo y te
adoro mucho, Noah.
Con todo el amor del mundo, Ada
Tomo una bocanada de aire; primero por la habilidad de Alondra para
hacer de una carta de cumpleaños algo tan emotivo y segundo, porque
nunca creí que Alondra tuviese una hermana, siempre pensé que era hija
única. ¿En cuántas cosas más me habrá mentido? Es como si cada vez que
consiguiese traspasar uno de sus muros emocionales perfectamente
blindados, me encontrase con uno de seguridad reforzada. Cuando pienso
que por fin me estoy acercando a ella, pasa algo que me hace ver que, en
realidad, está más lejos que nunca. Dejo la carta doblada, tal y como estaba,
sobre el cristal del cuadro que está a mi lado en el suelo. Sigo mirando
algunas fotos sueltas que hay hasta que llego a la última y...
Joder.
En la foto está Alondra, reconocible en cualquier sitio, con el pelo
ondulado hasta la cintura, muy mala cara, los ojos rojos y un conjunto
entero negro. Lo peor no es eso, sino la tumba llena de flores sobre la que
está sentada. Flores de todos los colores a nombre de...
Ainhoa Melissa Morgan.
Capítulo 21
Dulce tortura
—¿Qué estás haciendo aquí?
Lo primero que veo es a Cassian husmeando entre mis cosas, más
concretamente entre las de mi hermana y eso me hace estallar.
—Perdón, sé que no debí subir, pero...
—¡Pero nada! ¡No tienes ningún derecho de subir aquí! —grito casi
histérica.
Retrocedo en cuanto veo sus intenciones por acercarse a mí.
—¡No me toques! ¡¿Me puedes explicar qué coño estás haciendo aquí?!
—¡Solo quería comprenderte!
—¡¿Comprenderme?!
—¡Sí, joder! Eres difícil, cerrada, desconfiada y estás rota, solo quiero
entender que es lo que te rompió y... arreglarte.
Aunque mi ira no desaparezca, sus palabras tocan una fibra sensible de
mí. Una carcajada escapa de mis labios.
—¡¿Arreglarme?! ¡No seas iluso, eso no es posible!
—¡¿Por qué?! Piensas que estás rota y que no tienes arreglo y mira, no sé
quién te metió esa mierda en la cabeza, pero te mintió en la cara.
—¡Claro! —camino dándole la espalda—. Porque ahora tú eres quien va
a salvarme, ¿no? ¿Y después qué sigue? ¿La boda? ¿Los hijos?
Se pasa las manos por el pelo claramente frustrado.
—¡No necesariamente! No te estoy proponiendo matrimonio, te estoy
diciendo que quiero ayudarte.
—¡¿Y no te has parado a pensar si quiero esa ayuda?! ¡¿Si estoy
preparada para sanar?! —tomo una bocanada de aire para intentar calmarme
—. La gente cambia cuando se siente preparada, no cuando los demás lo
necesitan.
—No lo necesito por mí, quiero que lo hagas por ti.
—Mira, ¿sabes qué? Vete a ayudar a tu amiga, que por lo visto ella sí
quiere recibir tu ayuda.
—Solo estábamos tomando un café, ¿eso que huelo son celos? —enarca
una ceja, solo le falta reírse en mi maldita cara.
—No son celos, es ver cómo puedes cambiarme por una menos rota en
cuestión de días.
—¿Por tomarme un café con ella? Ni siquiera sabes de lo que estábamos
hablando, ¿en serio estás celosa?
Lo odio. Le tiraría cualquiera de estas cajas a la cabeza.
—¿Yo? ¿Celosa? Perro es perro y donde le sirvan come —ruedo los ojos,
esta conversación me está cansando.
—Ah, ¿sí? Conque soy un perro, ¿eh? —da un paso hacia adelante y no
sé por qué, pero ahora no consigo retroceder.
¡¿Por qué mi cuerpo no me hace caso?!
—Ay, no te lo tomes tan personal, para mí todos los hombres no sois más
que perros.
—¿Y eso por qué?
—Por comer de cualquier plato indiferentemente de quien les sirva la
comida.
—¿Sí?
—Sí.
—Sigue llamándome perro y te enseño donde te puedo dejar las babas.
El eco del ático hace que la cachetada tenga mayor impacto acústico.
Cassian sostiene su lado izquierdo de la cara con la palma de su mano.
Sus ojos vuelven a posarse sobre mí, pero algo ha cambiado.
—No le he permitido a nadie hablarme así y tú no vas a ser el primero.
No soy una de tus putas de pueblo.
Sonríe y se acerca, esta vez sí retrocedo.
—¿Ahora vas de puritana? Tan solo he dicho la verdad, muy al contrario
que tú.
—¿Perdón? ¿En qué he mentido?
—En que quieres que seamos amigos, sin sexo, sin nada. Y tardas tres
segundos en mojarte mirándome la boca… —se acerca otro paso, me
acaricia la mejilla con dos de sus dedos— y bien sabes que no eres una de
mis putas, eres la única.
Otra cachetada azota su rostro.
—No me vuelvas a poner un dedo encima.
Apenas se gira a mirarme y no alcanzo a decir nada más. Su boca se
estampa contra la mía y empieza a atacar mis labios con desespero. Todo mi
cuerpo responde a su contacto, pues la tensión sexual retenida desde hace
horas ha sido inevitable. La conexión de su cuerpo y el mío es innegable,
por desgracia. Sigo enfadada y tengo ganas de empujarlo, pero me ganan
las sensaciones que envía a todo mi sistema nervioso. Sus manos aprietan
mi cadera a la vez que me atrae hacia su cuerpo, siento sus dedos
hincándose en mi piel con rabia. Su mano se aferra a mi nuca y profundiza
el beso, el calor de su cuerpo me invade por completo. Jadeo sobre sus
labios, no puedo evitarlo, joder.
¿Por qué esto se siente tan jodidamente bien?
Y no lo está ni de lejos, pero siempre he tenido cierto afán por las cosas
que no se consideran políticamente correctas.
Mordisqueo su labio inferior y ahora es su turno de jadear sobre mis
labios.
—Joder, maldita mentirosa… —susurra entre jadeos entrecortados.
Lo agarro por la nuca, hundo los dedos en su pelo, suave y sedoso. Lo
odio, odio el poder que está adquiriendo sobre mi cuerpo, sobre mí.
—Eres un hijo de la gran puta —le digo entre besos y jadeos.
—Dímelo después de chupármela.
Eso ha sido una orden. Y de nuevo, como si tuviese un mando para
controlarme, me agacho antes de siquiera darme cuenta de lo que estoy
haciendo. Le quito el cinturón que sostiene sus vaqueros negros, todo cae al
suelo.
En realidad, le tenía ganas desde que lo vi, pero eso no se lo pienso decir.
Tomo su miembro entre mis manos y escupo.
—Joder...
Su respiración se acelera a la par que mi ritmo. No puedo parar, no quiero
hacerlo. Me agarra por la nuca y empieza a embestir contra mi boca. Le
oigo gemir con esa voz ronca suya y empiezo a perder el control, el calor en
mi punto más sensible empieza a acumularse. Siento un tirón en mi pelo
cuando me sube hacia su boca y me mira a los ojos, la pupila dilatada y
unos ojos llenos de deseo.
—Bésame.
Le miro a los ojos, somos solo él y yo.
Le beso, pero no como hace unos minutos, no. Es un beso lento, de
repente me veo con la absurda necesidad de permitirme saborear sus labios.
Al parecer esto no se lo esperaba, porque de repente toda su rudeza ha
desaparecido, sus labios quietos disfrutan del roce suave de mi lengua.
—No sigas —susurra y siento su valiente aliento sobre mis labios, solo
hace que me encienda más.
—¿Por? —sonrío sobre su boca.
—Porque me voy a enamorar.
Sus palabras me provocan una presión en el pecho, pero la ignoro. Mi
sentido común dice que baje a seguir chupándosela, mi instinto rebelde por
naturaleza me dice que siga haciendo esto mismo.
¿Adivinen quién gana?
Vuelvo a posar mis labios sobre los suyos, suave, sin prisa, solo roces,
nada de lujuria.
Casi con cariño.
Casi con amor.
Sonríe sobre mis labios y profundiza el beso. En algún momento hemos
acabado en el suelo, Cassian encima de mí, con ambas manos a los lados de
mi cabeza. Abandona mis labios para atrapar el lóbulo de mi oreja. Me
estremezco y lo nota. Cuando baja por el cuello a la vez que sus manos
juegan con mis pezones por debajo del camisón de seda, me es imposible
no jadear. Dios santo. Sus besos siguen bajando y ya sé la trayectoria y el
destino que tienen. Baja despacio la tela de mi pantalón, no le detengo.
Dos de sus dedos se cuelan y la humedad entre mis piernas le dan la
bienvenida. Apenas puedo ver nada debido a la bombilla barata que hay
aquí dentro, maldición. Sus dedos comienzan a jugar en puntos estratégicos
y me estremezco de nuevo. Este hombre y sus manos mágicas. Sus dedos
presionan ese punto en concreto a la par que los introduce, no sé cómo, pero
hace magia.
—Joder, Cassian...
No recibo respuesta más que un beso en la cara interior de mi muslo, lo
que me provoca ciertas cosquillas. Sin previo aviso, siento su lengua
directamente ahí y...
Sus manos me aprietan los muslos, reflejo de su deseo, placer y locura.
Agarro con fuerza sus manos y las entrelaza a las mías. La fuerza que ejerzo
en mi agarre es un claro intento por no gritar. Su lengua sube el ritmo y todo
mi cuerpo se contrae. Al final sí que me está enseñando dónde puede dejar
sus babas y odio lo mucho que me excita esto.
Dios mío, siento que voy a explotar.
Su ritmo.
Su lengua.
Y ahora dos dedos la acompañan en mi dulce tortura. Abandona mi
centro más sensible por un momento y ya siento el frío de su ausencia.
—A ver cómo llamas a esto que tenemos ahora, pequeña mentirosa.
¿Amistad?
Le contesto con lo único que se me ocurre, lo único que soy capaz de
definir en este momento.
—Química sexual magnífica.

—Eso que pasó anoche no significa nada, eh, para que lo sepas.
Digo mientras conduzco mi nuevo BMW Serie 5 2021 rumbo a casa de
Jennifer.
Cassian a mi lado, acompañándome a inspeccionar la casa de mi mejor
amiga.
—¿Acaso he dicho algo?
Contesta vacilón, qué hijo de puta.
Llego al barrio de mi mejor amiga y aparco a un par de calles de su casa.
—Bien, vamos a concentrarnos en lo importante —digo cerrando la
puerta del coche.
Cassian al otro lado copia mi movimiento.
—A ver, cuénteme jefa.
No tengo una idea clara sobre esto. No sé cómo ha pasado, ni siquiera si
esto es real. Ayer estaba muy segura, pero ahora en frío y sin un brote
psicótico de por medio, es muy probable que todo sea un montaje para
meterme miedo, ¿por qué? Eso lo averiguaré más tarde.
Cassian y yo caminamos precavidos y atentos.
—Pues no lo tengo muy claro, pero lo primero es comprobar si es verdad
o no y a raíz de eso vemos qué plan hay.
—Qué lista, mi tiesita.
Casi me atraganto con mi propia saliva.
—¿Chiquitina? Ni que tú midieras dos metros o algo —protesto.
—No, pero cabeza y media sí que te saco.
Eso es cierto, este imbécil es bastante más alto de lo que pensaba o veía
en fotos. Seguimos caminando y ya estoy viendo el edificio de Jennifer.
Ralentizo el paso, Cassian hace lo mismo. Sorprendentemente no tengo que
decirle nada, parece que entiende lo que quiero hacer y no hay necesidad de
palabras. Ya caminando más lento, inspecciono con la mirada los
alrededores. Ningún coche inusual cerca, nadie sospechoso y nada extraño
cerca de la zona. De todas formas, cubro la mayoría de mi rostro con mi
pelo. Llegamos a la puerta del portal.
—Vale, hemos llegado hasta aquí, ¿me explicas cómo pensamos entrar?
—protesta Cassian a regañadientes.
—Sea quién sea que esté detrás de esto, no se espera que yo tenga llaves
de la casa de Jennifer —digo mientras rebusco en mi bolsillo.
—¿Pero qué cojones...?
La llave abre la puerta del portal y entramos. Afortunadamente no nos
cruzamos con ningún vecino.
No es hasta que se cierran las puertas del ascensor que mi corazón se
acelera, con miedo anticipado a lo que me pueda encontrar. Trato de apartar
todos los escenarios macabros que están cruzando mi mente y mi atención
es llamada por otra cosa. Frente a mí, apoyado en la pared del ascensor, veo
a Cassian apretar la mandíbula y un leve temblor en la pierna izquierda.
—¿Qué pasa? — pregunto al notar su nerviosismo.
¿Está igual de asustado que yo?
—No, nada —contesta apartando la mirada.
—No, dime —insisto, porque es obvio que le pasa algo—. Si no quieres
entrar, puedes quedarte vigilando en la puerta y ya entro yo.
—Sí vamos, como que te iba a dejar entrar ahí sola, ¿pero tú eres tonta?
Joder, como se ha puesto en un momento. Cambio de tema, está claro que
no piensa decírmelo.
El pitido del ascensor nos avisa de que ya hemos llegado a la octava
planta. Cassian se adelanta y abre la puerta del ascensor. Llegamos a la
puerta A. Miro la cerradura y la puerta, no se ve forzada.
—Déjame ver —habla Cassian a mis espaldas y dejo que él también
inspeccione la puerta.
Cassian toca la cerradura y los bordes de la puerta con sumo cuidado y
mi mente por un momento viaja a traerme recuerdos.
Sus dedos acariciando la zona de mi bajo vientre...
Tanteando la piel más sensible de mi cuerpo...
Introduciendo...
Respiro hondo y aparto los recuerdos que me erizan la piel, y me repito
mentalmente que no significa nada, solo un buen polvo y ya.
—¿Y bien? —rompo el silencio cruzada de brazos.
—Han forzado la cerradura.
—¿Ah, sí?
—Sí, pero de forma muy profesional porque apenas se ve.
—Mierda.
Eso solo confirma mis peores sospechas.
—¿Qué hacemos?
—A la mierda, vamos a entrar —abro la puerta.
La casa está sumida en un silencio inquietante. Casi ni respiro por estar
alerta y escuchar cualquier ruido, pero lo único que escucho son los latidos
de mi corazón y si me esfuerzo un poco creo que hasta los del de Cassian.
Avanzamos despacio por el pasillo. He estado aquí un montón de veces, he
visto el apartamento vacío, cuando Jennifer recién lo estaba amueblando,
por tanto, conozco todos y cada uno de los rincones de este apartamento.
—¿Qué? ¿Notas que falte algo de su sitio? —escucho la voz de Cassian a
mis espaldas.
Pero antes de que él dijese eso, yo ya me había dado cuenta de que las
llaves no estaban en su sitio habitual, de que la alfombra, que nunca suele
estar torcida por el perfeccionismo de Jennifer, no está recta y el espejo que
ella limpia cada día, ahora mismo está sucio.
—Sí, sigamos.
La sala de estar nos recibe y todo se ve ordenado, ella no suele pasar
mucho tiempo aquí, sino en su habitación. Avanzo con seguridad hasta su
habitación. La puerta está entreabierta y todo está en su sitio; la cama está
hecha y todo está ordenado. Cassian se pasea por la habitación, observando.
Yo por mi parte comienzo a abrir cajones y...
¡Bingo!
Antes de alegrarme, caigo en cuenta de una cosa.
—¿Qué pasa? ¿Has encontrado algo?
—Sí, pero algo no me termina de encajar —le digo a Cassian, que no
tarda en posicionarse a mi lado, mirando la caja de pastillas al lado de la
receta.
—Esas son tus pastillas, ¿no?
—Sí que lo son, pero eso significa que Jennifer las tenía preparadas, ¿por
qué?
Tras unos segundos de silencio, es él quien habla primero.
—¿Crees que ella pudiese saber o intuir lo que iba a pasar?
La pregunta de Cassian y el hecho de que haya pensado lo mismo que yo
es totalmente imposible de que tan solo sea una idea mía, ya que no soy la
única que lo ha pensado. ¿Cómo podía Jennifer saberlo?
—Algo tuvo que alertarla de ello...
—Sí, pero ¿qué? —digo tratando de atar cabos.
—A menos que...
—¿A menos que...? —trato de concluir.
Cassian clava sus ojos verdes en mí y por un momento creo saber lo que
va a decir.
—A menos que ella estuviese recibiendo las mismas notas anónimas que
tú.
Capítulo 22
Un plan con destino al fracaso
CASSIAN
Alondra me mira con los ojos muy abiertos, casi incrédula por lo que
acabo de decir. Al fin y al cabo, es una gran probabilidad.
—Vale, supongamos que mi mejor amiga ha estado recibiendo las
mismas notas anónimas que yo, ¿qué haría con ellas?
—Hmmm...
Buen punto, Alondra por alguna razón las guarda en una cajita de
terciopelo negro, ¿pero su mejor amiga? No tengo ni puta idea, apenas la
conozco. Si mal no recuerdo, la vi tres veces. Mientras yo intento deducir
eso, Alondra ya está manos a la obra buscando entre cajones, bajo la cama,
debajo del colchón, encima del armario, en todos lados.
—Nada, no hay nada.
De pronto algo vino a mi mente.
—¿Y si las tiró?
Alondra se queda quieta por un momento, después sale de la habitación y
yo la sigo. Esta casa no me da buena espina y no tengo pensado dejarla
deambular por aquí sin mi presencia. La sigo hasta la cocina y me doy
cuenta de que quiere mirar el cubo de basura. ¿Qué probabilidades hay de
que sigan ahí? ¿Y cuántas? Porque ahí interviene el factor de cuántas
recibía y cuánto tiempo las llevaba recibiendo. Una sola persona no debe
tirar la basura muy seguido.
—Aquí no hay nada —dice ella mientras sigue rebuscando con un
tenedor.
Qué fina, mi chiquitina.
Creo que nunca le diré que me gusta llamarla así porque cuando se
enfada y arruga la nariz, se parece a una caricatura animada que veía yo de
pequeño.
Iba a contener una risa, pero antes de eso todo mi cuerpo se puso alerta.
—Alondra —digo más serio de lo que pretendía.
—Espera, ya casi termino —me contesta sin mirarme mientras sigue
agachada rebuscando.
Pero no la dejo terminar, la tomo por el brazo y le tapo la boca mientras
la miro directamente a ese par de ojos grises que están recreando las mil
maneras de morir conmigo.
Susurro mientras la llevo a la habitación de su mejor amiga.
—Chiquitina, necesito que te calles porque alguien está a punto de entrar
por la puerta de la entrada, ¿vale?
Alondra asiente y me sigue silenciosamente. Miro toda la habitación y
apenas tengo tiempo para pensar.
El ruido de la puerta al cerrarse es todo el aviso que necesitamos para
escondernos. Las pisadas son cada vez más cercanas.
¡Mierda!
El armario empotrado, sí, ahí no debería de vernos nadie. Deslizo una de
las puertas y le indico a Alondra que se meta dentro. Ella por suerte obedece
(fuera de un contexto sexual) y se sienta en el suelo del armario, hacia el
fondo. Echo un vistazo y dejo la puerta tal cual nos la encontramos porque
deduzco que, quien sea que acabe de entrar en la casa, no es la primera vez
que lo hace. Me meto en el armario junto a Alondra y trato de cubrirla con
mi cuerpo todo lo posible, si van a abrir el armario solo me verán a mí.
—¿Quién coño ha entrado? —siento el aliento de Alondra en mi barbilla.
Esto no va a salir bien si seguimos así.
—No lo sé, pero controla tu respiración y no hagas ningún ruido —le
advierto.
Y si es posible, me gustaría que me dejase de respirar tan cerca de la
boca, lo que menos necesitamos en estos momentos es que me empalme
mientras nos escondemos en el armario de su mejor amiga secuestrada
porque un asesino haya entrado en la casa.
La puerta de la habitación hace ruido, indicando que alguien la ha
abierto. Noto un leve temblor que Alondra se esfuerza por ocultar, así que
con mi brazo derecho la pego hacia mi cuerpo, en un intento por
tranquilizarla, y creo que funciona. Sea quien sea que esté en la habitación,
abre un cajón y lo vuelve a cerrar, después otro, ¿qué está buscando? Al
cabo de unos segundos, escucho las pisadas alejarse de la habitación.
Alondra y yo intercambiamos una mirada en la oscuridad, vamos a esperar
un poco más. No tarda mucho más hasta que se escucha el sonido de la
puerta principal. En mi cabeza no puede evitar reproducirse un escenario en
donde la puerta se cierra con el objetivo de hacernos salir, por lo que le
indico a Alondra que no se mueva aún.
—Creo que ya no hay nadie —susurra Alondra.
Agudizo el oído, no escucho nada.
Deslizo la puerta del armario y salgo primero. Echo un vistazo a mi
alrededor, nadie. Le indico a Alondra que ya puede salir y mientras ella sale
del armario, me fijo en lo que hay encima de la cama, que antes no estaba.
Tomo la nota y la leo en voz alta, Alondra a mi lado mira la nota con una
expresión que no logro descifrar.
—"El 79 de la Calle Stone".
—Busca en el navegador dónde queda.
—¡¿Estás loca?! No vamos a ir ahí ni de puta coña.
—¡¿Y si mi mejor amiga está ahí?!—protesta.
—¡Claro! ¡¿De verdad eres tan ingenua y crees que alguien entraría a
dejarnos la maldita dirección?! ¡¿Así?! ¡¿Sin más?!
Alondra se queda callada unos segundos, empiezo a arrepentirme de
haberle gritado y hablado así.
Sigue en silencio, sin decir nada.
—Joder, lo siento, no debí haberte hablado así y mucho menos gritarte,
perdóname —digo soltando todo el aire que llevo un rato reteniendo—. La
situación me sobrepasa un poco.
—Disculpas aceptadas, pero no estaba pensando en eso —dice
sentándose en la cama y sosteniendo la nota entre sus dedos.
—¿Entonces? —frunzo el ceño, confundido.
—Tú lo has dicho, alguien entró a "dejarnos" una nota —hace énfasis en
la palabra y sigue—. Cassian, tenemos que salir de aquí pero ya.
De pronto todo encaja y comienzo a entenderlo. La agarro rápidamente
de la mano casi por inconsciencia y cruzamos toda la casa hasta salir de
ahí.
Quién dejó la nota encima de la cama sabía que estábamos ahí, en el
armario.
—¿Y si hubiese abierto el armario? —pregunta Alondra a mi lado,
conduciendo hacia la dirección de la nota.
Aparto la mirada y la dirijo hacia la ventana.
—Pues me hubiese tocado liarme a hostias.
Trato de poner mis pensamientos en orden, pero no lo consigo. Sé que no
es momento de pensar en ello, pero no puedo evitar preguntarme que qué
somos ahora mismo. Yo tengo claro que Alondra me gusta, hace unos
capítulos tal vez no lo tendría tan claro, no sabría diferenciar si es simple
atracción física y la química que es obvio que tenemos, o es algo más, ahora
ya lo sé. Sé que me importa, sé que quiero que no le pase nada, sé que
quiero estar todo el tiempo cerca de ella, sé que quiero que sus grietas no
sean tan profundas y sé que quiero construir puentes entre ellas, ¿pero
realmente saldría bien? Y si yo arriesgase todo al mismo color, ¿ella qué
haría? Alondra no parece muy interesada en algo más y casi con toda
certeza podría decir que le tiene fobia al amor.
Joder, de todas las tías que hay en el mundo, que podría tener a la que
quisiese, he ido a parar con la loca, la desconfiada, la que cree que me
acuesto con 100 mujeres cuando solo tengo ojos para ella y no sé cómo
decirle que es la única que me ha hecho sentir tanto.
Que no es la primera pero que quiero que sea la última...
Maldita sea, esta mujer me tiene como quiere y no se da cuenta.
Capítulo 23
Ángel sin alas
Llegamos a la dirección.
La casa está en una calle de otra ciudad, a apenas unos treinta kilómetros
de la casa de mi mejor amiga. Desde fuera, es una casa de madera que a
leguas se ve que lleva sin habitar un par de décadas al menos, y a eso
sumémosle el cartel de "Se Vende".
¿Me explica alguien quién coño va a comprar esa mierda?
Si es que solo con mirarla creo que no aguanta la presión y se podría caer
a cachos, imagina si pisase el suelo.
—¿Vamos a seguir mirando la casa como dos estúpidos o.…?
—No, no, vamos —abro la puerta del coche y salgo.
Antes de salir, abro la guantera y Cassian se asombra.
—¡¿Qué coño haces con eso?!
—¿En serio pensabas que iba a entrar ahí dentro desarmada? No me
conoces.
El revólver Colt Python 8 de calibre 357 Magnum que descansa en mi
mano lo dirijo a mi cintura, debajo del pantalón. Cassian niega con la
cabeza mientras una sonrisa ladeada asombra por la comisura de sus labios,
pero no añade nada al respecto.
Mejor.
Ya fuera del coche, Cassian me mira y su expresión se torna seria. Aquí
viene...
—Escúchame, chiquitina, vamos a entrar en esa casa y tú no te vas a
despegar de mí, ¿estamos? Y a la mínima te agarro y te saco de ahí sin
previo aviso.
Joder, acabo de ponerme cachondísima.
—Que sí, papá.
—Me gustaría que me llamases así en otro contexto, pero vale.
Sonrío y comenzamos a caminar hacia la casa, está atardeciendo y si esto
antes daba miedo, ahora lo da más. Cassian a mi lado camina muy seguro
de cada paso que da, y yo también, aunque por dentro toda mi seguridad
amenace con derrumbarse con cada segundo que pasa. Estamos frente a la
puerta.
Saco el revólver de mi pantalón y apunto hacia adelante a la vez que
Cassian abre la puerta delante de mí. Entramos con pasos precavidos, la
madera cruje bajo nuestros pies. De frente tenemos un pequeño pasillo y al
lado izquierdo tenemos la escalera de caracol, que lleva hacia el piso de
arriba. Cassian y yo intercambiamos una mirada que lo dice todo, así que
ilícitamente decidimos explorar el piso de arriba.
Cassian me indica con un leve movimiento de cabeza que suba primero y
él me cubrirá las espaldas. Asiento y me pego a la pared para comenzar a
subir peldaño por peldaño sin dejar de apuntar, el revólver ya tiene quitado
el seguro. De reojo veo a Cassian siguiéndome alerta a cualquier cosa que
pase. Al finalizar la escalera, hay dos habitaciones. En un movimiento
rápido las revisamos, no hay nadie. Solo podemos observar un evidente
desorden, colillas de cigarros llenan los ceniceros, botellas vacías de
whisky, vodka, tequila y muchas otras están esparcidas por el suelo. El olor
ha cerrado me inunda las fosas nasales y reprimo una arcada. Bajamos al
piso de abajo nuevamente. Sigo caminando con pasos cautelosos mientras
observo los estantes con fotos antiguas, aún en blanco y negro. Los marcos
de las fotos están cubiertos por una gruesa capa de polvo, lo que fácilmente
me indica que esta casa lleva décadas sin ser habitada por una familia. Los
sillones son de un estilo bastante vintage para esta época, se nota que fueron
comprados hace demasiado tiempo. Las ventanas polvorientas están
cubiertas por cortinas que en algún momento fueron blancas, ahora son de
una tonalidad amarillenta bastante asquerosa. No hay nada, nada ni nadie y
comienzo a desesperarme.
—¿Qué hacemos ahora? —susurro.
—¿Irnos? Aunque es posible que nos hayan tendido una trampa, aunque
aún no sé de qué.
Cassian puede tener razón, pero tampoco tiene sentido que nos manden
hasta aquí para nada. No puede ser que nos manden a una dirección para
absolutamente nada.
Me doy media vuelta, dispuesta a irme. Le echo un último vistazo a la
casa, pero un ruido sordo llama nuestra atención.
—¿Has oído eso?
Asiento.
—¿Qué fue? —pregunto mirando hacia todas las direcciones que ya he
mirado antes.
—No lo...
Otro sonido nos enmudece. Son gritos ahogados, como si...
Como si...
—¡Mierda! —exclamo.
Me agacho rápidamente en el suelo de rodillas y Cassian me imita. Palpo
el suelo con una desesperación palpable en el aire. El polvo se levanta del
suelo y me enrojece los ojos, pero me da igual. Doy con lo que buscaba y
tiro de la anilla. La pequeña puerta del suelo se eleva hacia arriba con la
fuerza con la que Cassian tira de ella.
—¡Joder!
Sigue tirando con fuerza hasta que la trampilla da paso a una especie de
cobertizo o sótano en un estado deplorable. Con la linterna del móvil,
Cassian baja de un salto sin soltar mi mano, para después ayudarme a bajar
también.
—¿Ves? Viene de aquí abajo.
El sonido reverbera entre las paredes y tratamos de seguirlo. Corremos
rápido por el estrecho pasillo, girando a la derecha y a la izquierda varias
veces recorriendo aproximadamente dos metros hasta que llegamos a una
puerta cerrada con candado. Apunto sin pensar hacia la cerradura. Las
lágrimas me caen por las mejillas a la vez que la bala sale del revólver e
impacta contra la cerradura, haciendo que el candado caiga al suelo hecho
añicos. Empujo la puerta de una patada y la imagen que tengo frente a mí sé
que me va a perseguir toda la vida.
—¡Joder, joder, joder !—me acerco y me agacho frente a la gruesa
tubería.
—Voy a llamar a la policía —anuncia Cassian a mis espaldas.
Un temblor sacude el suelo.
Lo ignoro e intento abrir las esposas que mantienen atada a Jennifer a la
tubería. Está inconsciente, con el pelo largo y negro enmarañado, pegado a
la cara por el sudor. Presiono el dedo índice y el corazón a un lado de su
cuello, comprobando los signos vitales. Me siento desfallecer al no sentir
los latidos contra mi dedo, pero sigo presionando hasta que encuentro su
pulso y el alivio le da una sacudida a mi cuerpo. Aunque sigue sin estar
bien, es un pulso débil. No consigo romper las esposas.
—¡Cassian, trae algo, joder, trae algo! —grito raspando mis cuerdas
vocales.
Las lágrimas empapan mis mejillas y hacen que las heridas de mis labios
duelan a causa de la sal.
Cassian no me responde, solo escucho sus pasos herméticos de un lado a
otro.
—Déjame a mí.
Me aparto y veo a Cassian con una sierra intentando romper las esposas.
El sonido metálico me perturba y siento que me falta el aire. Las esposas
por fin se rompen y Cassian carga a Jennifer en sus brazos. Otro temblor le
da una sacudida a la casa y, del techo, comienza a caer polvo.
La casa se está derrumbando.
Cassian me mira casi horrorizado. Las tuberías empiezan a caer y un
estante aterriza a mi lado, haciéndose pedazos en el suelo detrás de mí.
—¡Hay que salir de aquí ya!
Asiento y corremos por los por los pasillos. Paredes y pedazos de
cimientos van cayendo detrás de nosotros, pisándonos los talones.
Seguimos corriendo. Me cuesta respirar. Llegamos a la salida de la casa de
milagro, pero conseguimos llegar. Ahora solo hay que ir a un hospital a que
traten a Jennifer.
Nos dirigimos al coche, Cassian sigue sujetando a Jenny y yo abro las
puertas con el mando.
—¡Conduce tú, yo voy atrás con ella!
Cassian asiente y deja a Jennifer en la parte trasera del coche. Me subo,
Cassian arranca y justo antes de movernos vemos la casa derrumbarse del
todo. Unos segundos más y los escombros nos hubiesen matado.
El sonido de las llantas en el asfalto y la creciente velocidad es lo único
que me hacen estar conectada a la realidad, porque de alguna forma todo se
está ralentizando, como si el tiempo lo pusiese todo en cámara lenta, como
si pudiese memorizar cada secuencia de lo que sucede.
Y en el fondo sé el porqué.
Estoy en el asiento al lado de la ventana del lado derecho y en mi regazo
sostengo la cabeza de mi mejor amiga. Sus ojos se intentan abrir con
dificultad. Tiene los labios resecos y partidos a causa de la falta de
humedad.
—Jenny, vas a estar bien —le susurro buscando alguna señal de que me
esté escuchando.
Mueve los párpados, pero no consigue hablar, veo el cansancio en su
mirada.
Miro su cuerpo tendido a lo largo de los asientos. Lleva en la misma
posición desde que la sacamos de aquel sótano.
—Jenny, ¿puedes moverte?
Miro sus ojos, se mueven de un lado a otro, está negando.
—Cassian, acelera.
—¿El qué?
Siento el ardor en los ojos, pero lo reprimo.
—¡Cassian, acelera! —grito sin dejar de mirar los ojos de mi mejor
amiga.
Cassian no pregunta, solo escucho en cambio en el ruido del motor y
como la velocidad aumenta en cuestión de segundos.
—Jenny...
Sus ojos fijos en los míos también empiezan a enrojecer, una lágrima
rueda por su mejilla y la atrapo con el dedo índice, mis manos tiemblan
sobre la piel de su rostro, cada vez más pálido.
—Jenny, mi niña... —digo en un hilo de voz—. ¿Te duele?
Pregunto mientras pellizco su brazo. Mueve los ojos de un lado a otro,
negando de nuevo. Repito el mismo proceso en varias zonas de su cuerpo,
la reacción es la misma. Y por cómo cierra los ojos mientras las lágrimas le
ruedan por la esquina de los ojos, me doy cuenta rápidamente de lo que veo
en ellos:
Rendición.
—No, no pienses eso que estás pensando, ¿me oyes? —me exaspero
negando repetidas veces—. En seguida llegaremos al hospital y te pondrás
bien.
Sus ojos se vuelven a abrir, me miran fijos. Hay algo que me está
queriendo decir. Sus ojos se achican y es como si estuviese sonriendo, pero
sin curvar los labios, como si estuviese sonriéndome con los ojos, como si...
—¡No! ¡Ni se te ocurra despedirte!
Las lágrimas ahora corren por mis mejillas sin control alguno, no las
reprimo, no puedo.
Me inclino sobre ella depositando un beso en su frente, cierra los ojos
cuando lo hago, disfrutando del gesto. Antes de retirar mis labios de su piel,
un extraño olor escala por mis fosas nasales. Un olor que me deja de piedra
en el sitio. Un olor que confirma todo lo que quería negar y sigo queriendo
negar.
Almendras podridas.
Mis ojos enrojecidos apenas ven por las lágrimas, todo está borroso, pero
ese olor es lo único que no se difumina.
—Cassian.
—¿Sí? —contesta sin dejar de mirar la carretera.
—Jenny huele a almendras.
—¿Y.…?
—A almendras podridas.
De pronto nos sumimos en el peor de los silencios. En aquel silencio para
el que no hacen falta palabras, pues toda una conversación ilícita flota en el
aire. Cassian es el primero en romper el silencio.
—Mierda.
Lo sabe.
Lo sé.
Lo sabemos.
Y es muy probable que Jennifer también.
Cassian detiene el coche en la oscura carretera en medio de un bosque.
Yo tomo el rostro de Jenny entre mis manos, acunándolo.
—Jenny, Jenny, Jenny...
Sus párpados le empiezan a pesar, no, miento. Le llevan pesando mucho
rato. Con la voz entrecortada formulo la pregunta.
—Te han intoxicado con cianuro, ¿verdad?
Una lágrima más se desliza por su mejilla mientras cierra los ojos por un
instante.
Y sin poder evitarlo, el llanto rompe cada centímetro de mi seguridad,
cada grieta y cada muro.
Y me derrumbo.
Me desplomo sobre su cuerpo, llorando como jamás lo había hecho. Me
falta el aire. Sé que llorar no me va a ayudar, pero no puedo retener las
lágrimas, salen con vida propia, fuertes y calientes, saladas y dolorosas.
Su pulso se debilita, el hospital queda demasiado lejos aún y aunque
tuviésemos la suerte de llegar, sería demasiado tarde.
—¡Joder, Jenny! —grito atragantándome con mis propias lágrimas.
Aparto los mechones de su cara, la detallo para que el paso del tiempo no
difumine sus facciones, aunque sé que de todas formas lo hará.
—¡¿Es en serio?! ¡¿Irte ahora?! ¡¿Y dónde quedó todo lo que decíamos
en la puta secundaria?!—grito entre sollozos—. ¡¿No que ibas a ser mi
madrina en la boda que nunca planeé?! ¡¿Y yo la tuya?!
Busco una bocanada de aire al borde de la asfixia, siento que me duele el
corazón.
—Eres mi hermana y siempre lo serás, nunca lo olvides, te quiero, joder.
Sus ojos se cierran de nuevo, sigo hablando, esperando a que los abra de
nuevo, pero esta vez no ocurre.
—Alondra...
Ignoro a Cassian por completo.
—No sé vivir sin ti, no a estas alturas...
Sigo hablando, esperando a volver a ver ese negro en sus ojos, que en
realidad es el marrón más oscuro que existe. Sigo esperando por volverlos a
ver, pero no ocurre, no va a volver a ocurrir.
De pronto siento unos brazos rodeándome con fuerza y si pensé que antes
me había derrumbado, estaba totalmente equivocada. Al sentir la presión de
sus brazos rodeándome como si me fuese a romper en mil pedazos y él
fuese a mantener todas mis piezas juntas, me derrumbé de verdad.
—¡NO!
La garganta me arde, siento tensarse mis cuerdas vocales, llegando a su
límite.
Todos los recuerdos pasan por mi mente en forma de secuencias de
película, a cachos, en forma de flashbacks.
—¿Quieres ir al cine? Vamos a ver una de terror de esas que te gustan a
ti.
—¡Claro que sí! —grité emocionada.
Ella se sobresaltaba mucho con el terror, pero aun así las disfrutaba solo
por mis reacciones...
—Mi papá volvió a echarme de casa...
—No pasa nada, puedes dormir conmigo, ¿qué quieres para la cena?
¿Espaguetis a la Carbonara?
—Sí —asiento limpiando las lágrimas de mis amoratadas mejillas.
Ella siempre ha estado en todo lo malo que me ha sucedido, sin dejarme
caer, nunca.
—Pero Addie... —baja la mirada a mis tobillos ensangrentados.
—¡Lo sé! ¡Soy inútil! ¡Lo siento por ser como soy!
Me quita las manos de la cabeza.
—No lo eres, eres más fuerte de lo que crees, solo espero que algún día
lo puedas ver por ti misma.
Ella vio mi peor cara y aun así nunca me juzgó.
—No estás sola, lo sabes, ¿no?
—Ah, ¿no? Porque llevo toda mi vida así. Mi madre está más
preocupada por Noa que por mí, mi padre me odia y me parte patas de
putas sillas en la espalda mientras que a Noa la llama "princesita", ¡¿tú
crees que no estoy sola?! ¡Joder! ¡Siempre lo he estado!
—Tú lo has dicho, "estado", no "estás", ahora me tienes a mí —su
abrazo viene acompañado de una cálida sonrisa, como si no le hubiese
afectado en nada lo que acabo de decir.
Jennifer siempre ha sido mi pilar fundamental. Siempre sabía lo que decir
y en qué momento decirlo...
—Es que me gusta mucho y.…—el hipo se entremezcla con mis sollozos.
—Y nada, es un pendejo y él se lo pierde.
Incluso cuando recibí el primer peor golpe de mi vida.
—¿Y bien? ¿Qué te han dicho?
Miro hacia un punto fijo.
—Tenías razón, me han diagnosticado con psicosis.
—No llores, Addie, lo sabíamos...
—Escucharlo de un profesional es distinto.
—Mira, te voy a prometer algo. Ya sabes que no suelo prometer, pero te
prometo que nadie lo sabrá más que tu psiquiatra.
—No pienso ir al psiquiatra.
—¿Y si tu psiquiatra fuese yo?
Aquel día vuelve a mi mente... Jennifer estaba casi tan destrozada como
yo, pero aun así sacó fuerzas de donde no las había para consolarme.
—Siento que ya no tengo nada por lo que vivir...
—Addie, no digas eso —se sorbe la nariz conteniendo un sollozo—. No
fue tu culpa, no sabías que eso podía pasar.
—¡Era mi hermana, joder! ¡Y ahora está muerta! ¡Por mi culpa!
—No digas eso, mi niña, tú no tienes la culpa de nada... —solloza
acariciando mi cabeza tendida sobre su regazo.
Tal y como fue entonces, pero ahora se invirtieron los papeles. Acaricio
la cabeza de Jenny que descansa sin vida sobre mi regazo. No tuve que
cerrar sus ojos porque ya lo había hecho ella, ella ya sabía que ese iba a ser
su último pestañeo. Fui lo último que vio.
La lluvia cae en forma de dolorosas piedras de granizo que repiquetean
en la tapa del ataúd. Yo no me estoy mojando, Cassian sostiene un paraguas
que nos cubre a los dos. A un par de metros aún escucho el llanto de Julia,
la mamá de Jennifer y las hermanas, Kira y Jarlyn.
—Siempre te recordaremos como una persona... —habla uno de los
presentes, pero no le pongo atención.
A nadie.
Mi mirada se mantiene fija en cómo descienden el cuerpo de mi mejor
amiga a varios metros bajo tierra. No he dormido en los últimos tres días.
Tampoco he conseguido comer más allá de algún bocado suelto. Y no
porque estuviese deprimida, sino porque estaba investigando al culpable de
esto. De haberme quedado llorando en casa, Jennifer se hubiese levantado
de su tumba y me hubiese abofeteado. Ella me enseñó a resolver, no a
quejarme sin hacer nada. Cassian pasa su abrazo alrededor de mi cintura,
estrechándome contra su pecho. Apoyo la cabeza. Ya no me quedan
lágrimas para llorar. Mi cabeza solo puede pensar en una cosa.
Sangre.
Quiero la cabeza del culpable.
Quiero torturarlo hasta que ruegue porque lo mate.
Quiero hacerlo arrepentirse del día que llegó a esta tierra, más bien, del
día que se le ocurrió secuestrar y envenenar a mi mejor amiga.
Quiero que suplique.
Quiero que sufra hasta quedar al borde de la inconsciencia, solo al borde,
para luego repetir el proceso una infinidad de veces.
Quiero probar el límite del dolor humano en su piel.
Y mataré con mis propias manos a quien se intente interponer en mi
camino, porque esto acaba de empezar.
Capítulo 24
Una pieza más del rompecabezas
Los siguientes días fueron muy intensos.
He tenido que gestionar todo lo que siento de tal forma que no me afecte
en el trabajo. Ahora mismo estoy en mi oficina, llevo aquí desde ayer por la
mañana. Miro el reloj digital que tengo encima de la mesa y marca las
23:08, ya no queda nadie en todo el edificio, soy la única que se ha quedado
trabajando de más. ¿Cómo he sobrevivido? A base de cafés.
Tengo algunos mensajes sin contestar de Cassian y alguna que otra
llamada perdida. Tan solo le mandé foto de la oficina diciéndole que me
quedaré hasta tarde, que no se preocupe y que estoy bien. Sigo revisando
formularios, informes de gastos, estadísticas de ventas y demás cuando algo
me saca de mi ensimismamiento. Todas las luces están apagadas y solo
tengo iluminación proveniente de la pantalla del ordenador. Me levanto de
la silla y con la linterna del móvil alumbro. Abro la puerta para ver la gran
sala. No hay nadie.
Recuerdo que he tomado mi medicación así que puede que sea solo algo
de mi imaginación. Vuelvo a sentarme en la silla, intentando retomar el
trabajo donde lo dejé. La pantalla de mi móvil se ilumina y diviso el
nombre de Cassian en la pantalla, una llamada entrante. Descuelgo y me
llevo el móvil a la oreja, apoyándolo entre esta y el hombro mientras tecleo
en el ordenador.
—¿Aló?
—Hey, ¿cómo estás?
Su voz suena algo preocupada, en estos momentos me da igual, siendo
sincera.
—Bien, trabajando en el informe de los canadienses —digo sin mucha
atención.
—¿Quieres que pase a buscarte a la oficina y te lleve algo de comida?
Debes estar muy cansada.
Iba a abrir la boca para contestar, pero un ruido al otro lado de la puerta
me distrae. Frunzo el ceño.
—Cassian, dame un momento.
Le cuelgo y pongo de nuevo la linterna del móvil. Todo el personal está
fuera, no queda nadie. Ni siquiera los de la limpieza, por lo que solo debería
estar yo y el portero de la planta de abajo. Abro la puerta y alumbro a mi
alrededor. Al fondo de la sala, frente al gran ventanal que ofrece la vista de
los mejores edificios luminosos de Asterfield, me paralizo al encontrarme
con una silueta que me está dando la espalda. Retrocedo. Entrecierro los
ojos intentando enfocar la vista, pues el cansancio me hace la vista borrosa.
Es una silueta mirando hacia el ventanal y por la forma, creo distinguir que
lleva una capucha. Esto ya me sucedió antes, hace algunos meses. No sé si
es real, busco algún indicio de que lo sea, pero sigo sin distinguirlo. Me he
tomado la medicación, de eso estoy segura. Así que, en ese caso, debe ser
real. La luz de la linterna no llega a alumbrar hasta donde se encuentra la
silueta. Decido dar un paso hacia adelante.
—¡Hey! ¿Quién eres y qué haces aquí? —digo no del todo convencida.
La silueta parece no reaccionar por algún segundo, hasta que lentamente
se da la vuelta. Sostiene algo en su mano, mierda.
Un cuchillo.
Retrocedo dos pasos hacia atrás. ¿Qué probabilidad hay de que llegue a
la oficina y encuentre algo con lo que defenderme? No demasiadas. No
tengo tiempo suficiente para pensarlo porque el hombre encapuchado corre
hacia mí. Me sobresalto y corro hacia el pasillo a mi izquierda. Los tacones
resuenan en el suelo junto con las pisadas rápidas del hombre. Giro hacia la
izquierda hacia una escalera. La bajo corriendo, intentando no perder la
estabilidad mientras me sujeto a la barandilla. A pocos metros me viene
pisando los talones el encapuchado. Me detengo y en lugar de seguir
bajando me cuelo rápidamente en una de las habitaciones. Busco algo con
lo que defenderme en la oscuridad. Palpo el estante y mis manos identifican
lo que parece ser una maceta. Siento el teléfono vibrar en mi bolsillo, pero
no le doy importancia, no en este momento. Los pasos se escuchan cada vez
más cercanos. Agarro una caja de cartón que contiene papeles y
documentos y la dejo en el suelo frente a la puerta. Me armo de valor para
posicionarme detrás de esta y en pocos segundos la puerta se abre. El
hombre tropieza con la caja que he dejado en el suelo. Intenta levantarse
rápidamente, tengo a la vista su nuca, que es en donde estrella maceta que
se rompe haciéndose añicos. Salgo corriendo por la puerta antes de que se
levante.
—¡Maldita zorra!
Lo escucho maldecir a mis espaldas mientras corro. Me quito los tacones
sosteniéndolos en mis manos. Un tirón de pelo hace que me gire. No
distingo su rostro ni sus facciones por la falta de luz, pero eso no me impide
que le incruste el tacón en el hombro. Suelta un grito adolorido acompañado
de un gruñido y una maldición. No le doy tiempo a reaccionar cuando lo
tomo por la capucha y estrello su nariz contra mi rodilla. El impacto lo hace
tambalearse y lanzar un inútil golpe al aire que esquivo antes de que llegue
a tocar mi pómulo. Con pie izquierdo lo paso de lado a los suyos,
haciéndole un barrido. Con mucho esfuerzo consigo que caiga al suelo,
donde le propino dos patadas en el estómago y costado, haciendo que caiga
de lado. No presto atención a que mi pierna derecha está cerca de él hasta
que siento un corte en mi tobillo.
—¡Joder!—grito adolorida.
Ha estado muy cerca de cortarme el tendón de Aquiles, muy cerca.
Esa pequeña distracción le permite agarrarme por los tobillos,
manchando el reluciente suelo con mi sangre, haciendo que resbale con ella.
Caigo de bruces cuando me arrastra por los tobillos. Intento pegar patadas,
pero en cuestión de segundos me tiene aprisionada por las muñecas, con la
cara apretada de lado contra el suelo haciéndome daño en la mandíbula.
Tengo el ascensor a apenas un par de metros, pero por mucho que me
arrastre no consigo liberarme de su agarre.
—¡Déjame! —grito en un intento fallido por arrastrarme por el suelo.
—¡Quítale las putas manos de encima!
El grito de una voz que reconozco muy bien hace que retumbe en las
paredes del pasillo. El sonido de un disparo me sobresalta y a continuación
escucho al encapuchado soltar maldiciones a diestro y siniestro, a la vez que
siento la liberación en mis tobillos.
—¡¿Cassian?! ¡¿Qué haces aquí?!—digo aún sin poder creerme lo que
estoy viendo. Su silueta se mueve rápido cuando se sienta a horcajadas
sobre el hombre y empieza a propinarle una lluvia de acertados puñetazos,
uno tras otro, al encapuchado, que intenta luchar contra él intentando
defenderse. Cassian no le da esa oportunidad y los puñetazos hacen que las
gotas salpiquen suelo y paredes. De pronto, ante esta escena, recuerdo que
en mi casa también entró un hombre encapuchado y comienzo a hilar la
situación. El sonido de los huesos rotos me saca de mi ensoñación, si sigue
así lo va a matar.
Me acerco a Cassian, quien sigue a horcajadas sobre el tipo. Lo tomo por
los hombros intentando detenerlo.
—¡Cassian, para! ¡Lo vas a matar!
Pero Cassian no me responde, está cegado por completo.
Su brazo se alza para atestar otro puñetazo, pero lo atrapo antes de que lo
haga, la fuerza es sorprendente.
—¡Cassian, detente! ¡Lo necesito vivo!
Con eso último parece pensar en lo mismo que yo y sus golpes se
detienen.
—Has tenido suerte, hijo de la gran puta.
El hombre apenas se mueve, está a punto de desmayarse. Debería llamar
a la policía, pero si lo hago, no podré hacer lo que quiero hacer. Cassian y
yo intercambiamos una mirada.
—¿Dónde está el almacén? —pregunta Cassian y señalo la habitación en
la que yo había entrado antes.
—Bien.
Dicho eso, toma al hombre y lo mete dentro de esa habitación. Le sigo.
Lo sienta en una silla y lo ata a esta con cuerdas. Después, sale de la
habitación y entra a la de enfrente, el cuarto de los productos de limpieza.
—Si quieres hacer lo que yo creo que quieres hacer, deberíamos limpiar
este desastre.
Sí, definitivamente Cassian y yo pensamos lo mismo.
—Vale, pero ¿qué hacemos con las cámaras? —inquiero preocupada.
—Tú tranquila, no te preocupes por eso, ya me encargo yo —me guiña
un ojo antes de comenzar a sacar productos.
Fregamos el suelo, paredes y al cabo de veinte minutos no queda rastro
de sangre. Entramos a la habitación en donde el encapuchado está atado y
enciendo la luz.
—Dios... —me asombro al ver el rostro casi irreconocible del hombre.
Los morados en sus pómulos y la sangre que sobresale de las múltiples
heridas, además de las irregularidades en su nariz y barbilla me hacen
entender que pese a que Cassian no es muy ancho, más bien es de
complexión delgada, tiene mucha más fuerza de la que aparenta.
Bien, empecemos.
—¿Quién eres? —pregunto mirando a sus ojos.
Unos ojos que ya había visto antes, en mi casa.
Los entreabre adolorido, una sonrisa de lado se forma en su rostro.
—A ti te lo voy a decir, maldita perra.
No me dio tiempo a reaccionar. La silla con el hombre cayó hacia atrás
después del sonido del impacto del puño de Cassian.
—Mide tus palabras o no volverás a pronunciar ninguna, imbécil.
—¿Quién eres? Más te vale responder o el próximo te mandará al otro
puto barrio —espeta Cassian furioso.
—¡Vale, vale! —se rinde—. Me contrataron para asustarte.
¿Asustarme?
—¿Quién? —inquiero.
—Un chico al que también habían contratado para contratarme.
¿Pero qué...?
Cassian se recuesta en una silla observándolo todo muy atento.
—¿Y qué te pidieron exactamente?
—Me enseñaron una foto tuya, tu nombre y tu dirección.
Eso último llama mi atención.
—O sea, que entraste en mi casa.
—Sí, yo fui el que te atacó —confirma con la respiración pesada.
Veo a Cassian apretar los puños y tensarse, pero de alguna forma se
controla.
—¿También fuiste tú el de las rosas?
—¿Qué rosas?
Joder.
—Dime un nombre o una dirección.
—No puedo hacer eso, me matarían —niega apresuradamente.
—Te recomiendo que si quieres una muerte rápida, me lo digas.
—No, ya he dado suficiente información por la que también podrían
matarme. Antes de darme cuenta, Cassian se interpone entre el hombre y yo
y en cuestión de segundos hunde sus dedos en el nacimiento del cabello del
encapuchado, echando su cabeza hacia atrás, obligándolo a que lo mire.
—Escúchame muy bien, hijo de la grandísima puta, o empiezas a escupir
toda la maldita información que tienes en eso a lo que llamas cerebro o te la
saco a puñetazos.
Sorprendentemente intimidante, he de decirlo.
El calor invade mi cuerpo, haciéndome apretar las piernas en un intento
por aliviar el calor que se ha instalado en mi entrepierna.
Qué sexy se ve enfadado.
—¡Joder, joder! ¡Está bien! —comienza a lloriquear el hombre cuando
Cassian sigue tirando de su cabello—. El chico me dijo que "El Cuervo"
necesitaba mi ayuda, después me tendió la foto con el nombre y la
dirección.
—¿Y ya? —pregunto.
—Y ya, no me dijo nada más.
¿Quién cojones es "El Cuervo"? Tiene que ser de los de arriba, uno de los
peces gordos sino es el pez gordo, no puedo ir por él de primeras. Además,
este tipo ha sido un simple peón, no le han dado ningún tipo de
información, solo órdenes que acatar. Debo llegar hasta El Cuervo, pero no
puedo hacerlo directamente.
—¿Cómo se llamaba el chico que te contrató?
—Tomás —contesta dubitativo.
No puede ser.
—¿Tomás qué?—indago intentando confirmar mis sospechas.
—¡No lo sé, lo juro! ¡Solo lo vi una vez!
—¿En dónde?
—En el Black Panther.
Frunzo el ceño.
—¿Eso qué coño es?
Cassian se adelanta.
—Es un club nocturno en donde se llevan a cabo prácticas sexuales como
el BDSM, ver bailes, entre otras cosas.
Exclamó el de la cara de niño bueno.
No voy a preguntar cómo es que Cassian sabe eso.
—Sé que frecuenta ese sitio, no sé nada más.
—Descríbemelo.
Cassian abre mucho los ojos, cayendo en cuenta de lo que estoy
insinuando.
El hombre cierra los ojos por un momento mientras hace una mueca de
dolor al contraer los músculos de la cara.
—Por las luces del lugar no sé exactamente, pero alto, de pelo rubio, los
ojos muy azules y con un acento como no sé...
—¿Irlandés?
—Algo así, sí —asiente el hombre—. Va siempre con dos tipos rudos y
grandes, se le puede reconocer porque siempre pide la misma bebida,
Absenta.
—Entiendo —asiento procesando la información—. ¿Así que el tal
Tomás trabaja para el tipo al que llaman "El Cuervo"?
—Sí, pero hay más gente involucrada, no sé quiénes, pero no es algo
pequeño —niega con cansancio, está perdiendo mucha sangre por la herida
de bala que le causó Cassian en la pierna—. Huye mientras puedas, van a
matarte de todas formas.
Sus labios se curvan en una sonrisa de lado que termina en una risa
ahogada por la sangre con la que se atraganta. Cassian se pone de pie a mi
lado.
—Suficiente.
La bala deja un agujero en la frente del encapuchado y su cabeza cae sin
equilibro hacia atrás.
Quisiera sorprenderme porque Cassian acabe de quitarle la vida a alguien
y no se vea para nada afectado, pero por alguna razón no lo hago.

El humo abandona mis labios mientras miro la luna entre los destellos del
fuego. No fumo, pero en situaciones de máximo estrés sí. Estamos
apoyados en el coche mientras vemos arder un barril lleno de ácido con el
cuerpo del hombre al que Cassian ha asesinado hace unas horas. Antes de
salir del edificio de la empresa, limpiamos cualquier rastro de sangre y de
nuestras huellas y Cassian borró las grabaciones de seguridad, hackeando el
sistema y poniendo en bucle la secuencia de antes de que sucediese todo
eso, cuando yo estaba tranquilamente trabajando y no había nadie. Esa
escena se reproducirá por horas hasta que el sensor detecte a la primera
persona entrar el edificio.
Rompo el silencio.
—¿Cómo sabías que estaba en peligro? Nunca te di la dirección de mi
trabajo.
Lo miro sacar su teléfono del bolsillo.
—Te llamé y al parecer se descolgó sin querer —dice mostrándome el
registro de llamadas—. Y con la suerte de que la llamada estuviese en curso
por varios minutos, pude rastrear la dirección IP y encontrar la empresa.
Niego con la cabeza intentando ocultar una sonrisa.
—Muy propio de ti.
—Por cierto, deberíamos irnos ya, se está haciendo tarde —dice mirando
el reloj.
Cierro, ya pasó poco más de la media noche.
Ya dentro del coche, con Gangsta de Kehlani, suspiramos por algunos
segundos, creo que ambos necesitamos procesar esta noche. Cassian, desde
el asiento del conductor, se inclina para subir un poco la música a la vez que
yo me inclino buscando los chicles que sé que deberían estar en el
posavasos. Su boca queda a escasos centímetros de la mía y mi mirada no
puede evitar huir hacia su boca. Sus labios se abren con anticipación y
atrapan mi labio inferior, tanteando el terreno, un gesto sutil, incluso tierno.
Hago lo mismo y estampo mis labios contra los suyos, accediendo.
Coloca su mano en mi mejilla, casi acuñándola y disfruto del tacto. Es un
beso lento, atento, cariñoso. Enredo los dedos en su pelo, acercándolo más a
mí. Cuando intensifico el beso, su mano se coloca en mi cintura, apretando
con sus dedos en ella. El tacto me enciende y jadeo contra su boca. Me
coloco a horcajadas sobre sus piernas, él echa el asiento hacia atrás. Con sus
manos en mi cintura y las mías en su cabello, se aceleran nuestras
respiraciones y en cuestión de segundos los cristales se empañan. Muevo mi
cintura, restregándome contra el notorio bulto en su pantalón. Sus manos
viajan a mi pantalón, donde desabrocha el vaquero. Alzo mi cadera,
facilitándole la tarea. El simple roce de sus dedos a través de la tela de mis
bragas me pone a temblar. Notaba humedad entre mis piernas.
—Pero qué mojada que está mi niña... —susurra sobre mi boca con la
voz más grave de lo normal.
Sus ojos me miran atentos bajo el tinte de la lujuria en la mirada.
Introduce un dedo que se desliza con facilidad en mi interior y no tarda en
meter un segundo. Sube la velocidad, mi cadera moviéndose y el sonido
encharcado de sus dedos entrando y saliendo de mi provocan sacudidas a su
pantalón. Muerdo y succiono sus labios con fiereza.
—Joder, nena... —gruñe cuando atrapo el lóbulo de su oreja.
Llevo mis manos a su cintura. Bajo el pantalón y levanta la cintura para
que pueda bajarlos. Libero su pene del bóxer, que palpita en mis manos,
ansioso por adentrarse en mi interior. Las venas tan marcadas me ponen a
salivar. Con el pulgar hago pequeños círculos sobre su punta, la cual ya
resbala por el brillante líquido preseminal. Un jadeo escapa de sus labios y
no hace más que excitarme aún más. Lo masturbo con movimientos suaves
y bruscos, rápidos y lentos. Se desespera al punto que, sin previo aviso,
levanta mis caderas y se abre paso en mi entrada. Ambos gemimos ante el
placer.
Me muevo sobre él, arriba, abajo, en círculos y me quedo hipnotizada por
cómo me mira. Me está mirando directamente a los ojos, como si estuviese
admirándome. No tarda en marcar el ritmo con fuertes embestidas y ya
siento el cúmulo de sensaciones recorrer tomo mi cuerpo. Su pene se tensa
dentro de mí, no había condones, pero sabe hacer una marcha atrás. Unas
últimas embestidas y me levanto rápidamente sin darle tiempo a reaccionar.
En menos de dos segundos estoy succionando y sintiendo la punta contra
mi campanilla, sintiendo la mezcla de sus fluidos y los míos. Me toma por
la nuca, empujado con su cadera marcando su propio ritmo. Las lágrimas a
causa de la falta de aire me inundan los ojos, pero se siente tan jodidamente
placentero que apenas me detengo a tomar aire. De pronto, todo su sabor
me inunda la boca. Trago sin dejar que ni una sola gota manche la
carrocería de mi precioso y nuevo coche y después me recompongo,
echando la cabeza sobre sus hombros. Ambos tenemos la respiración hecha
mierda y las gotas de sudor nos bajan por la frente.
Bajamos la ventana de su lado, refrescándonos con el frío de la
madrugada.
—Si seguimos así, vamos a tener un problema —digo en un suspiro
mientras disfruto de la brisa.
—Yo ya lo tengo, tú tranquila.
Y eso me deja pensando por más noches de las que debería...
Capítulo 25
La pantera negra
CASSIAN
Después de dejar a Alondra en su casa, llegué a mi casa en Faidbridge
una hora después. Después de que la ducha me recibiese, apenas toqué la
cama y caí en un sueño profundo, sueño en el que, como cada noche,
apareció aquel par de ojos grises a invadir cada rincón de mi mente.
La luz se cuela por los agujeros de la persiana. Quiero seguir durmiendo.
A decir verdad, dormiría toda mi puta vida, pero como no se puede, es otro
día más levantándome. Tengo dos mensajes de Alondra y otro de mi madre,
los contestaré después. Después de mi taza de café y un croissant, ya
contesto a los mensajes. Alondra me dice de ir hoy a ese lugar y yo ya sé
que se refiere al Black Panther. No me hace ni puta gracia que pise ese sitio,
pero bueno. ¿Quién se lo impedirá? Porque yo no. A esa mujer cuando algo
se le meten en la cabeza, es mucho más fácil y sale mucho más rentable
arrancarle la cabeza antes de la idea. Todo este asunto me suena a sucio y si
seguimos avanzando por esta línea, voy a tener que hacer un par de
llamadas. No podemos meternos en algo así nosotros dos, solos. Busco un
contacto en la agenda y cuando lo encuentro, llamo.
—¿Hola?
—Hola.
—¡Cassian, cuánto tiempo! ¿Qué puedo hacer por ti, hermano?
—Pues precisamente por eso te llamaba. Necesito que investigues a
alguien que se hace llamar "El Cuervo".
Asiente, sin poner preguntas, como siempre.
—Uhm, entendido. ¿Te urge mucho la información?
—Sí, me urge mucho, la verdad —admito.
—De acuerdo, haré un par de llamadas y en cuanto lo tenga te llamo.
—Dale, hermano, estamos en contacto —me despido.
Después de colgar, pienso durante algunos minutos en la situación.
Richard no tardará en conseguirme la información, lo sé. Es el jefe de la
banda más peligrosa de Faidbridge. ¿Y cómo es que le tengo haciéndome
favores sin pedir nada a cambio? Simple, lo ayudé a salir de la cárcel
incriminando a alguien, cuya identidad ya no es relevante.
No por nada, sino porque está muerto.
—Hey, Cassie, ¿estás ocupado? —pregunta mamá desde la cocina.
Me levanto de la silla del escritorio y me dirijo hasta la cocina.
—No, mamá, ¿qué necesitas? —pregunto cuando la tengo delante.
Sus ojos azules me examinan curiosos, después mira a su alrededor
encargándome tareas que enseguida empiezo a hacer. Estoy picando
cebolla, preparando los preparativos navideños. Hoy es Nochebuena y
mamá está por terminarlo todo cuando empieza a hablar.
—Cassie, quería decirte algo, que sé que no sueles pensar en ello, pero
igual quiero decírtelo.
Asiento esperando a que continúe.
—Sé que las navidades suelen ser fechas en las que la familia está unida,
sé que todas las navidades de los últimos once años no han sido como
deberían ser, pero intento que sientas que sí. Siempre lo he intentado y,
aunque ya no eres un niño, sigo intentándolo para que tu niño interior no
sufra más de lo que ya sufrió, ¿si lo entiendes, mi amor?
Respiro una bocana de aire. Pienso sopesando sus palabras durante
algunos segundos. Dejo el cuchillo a un lado de la tabla, agarro el trapo
para secar mis manos y rodeo a mi madre en un cálido abrazo.
—Lo entiendo, mamá. Mi niño interior no sufre, porque tú eres toda la
familia que necesito, no me hace falta nada más —digo y deposito un beso
sobre su mejilla.
Mamá sonríe y seguimos cocinando. Mi teléfono, que está encima de la
mesa, se ilumina ante la notificación del mensaje de Alondra. Antes de leer
el mensaje, mamá ya está mirando el móvil, sé lo que pasará a
continuación.
—Oye, no me has contado, ¿qué tal con esa chica?
¿Veis? Aquí va.
—Bueno, bien, es una amiga, digamos.
—Ajá, y yo soy rubia, ¿verdad?
Contesta con sarcasmo ante la obviedad de su cabello rojo intenso.
—Bueno, puede que a veces nos "divirtamos" un poco —digo
exagerando la palabra.
—Sí, justo así me divertía yo y aquí estás.
Mamá sonríe y de pronto me dice:
—Háblame de ella.
Mamá pregunta mientras sigue preparando la comida navideña. Yo le
cuento por encima, sin entrar demasiado en detalles. Al cabo de un rato,
abre la boca para hablar y a continuación provocarme algo parecido a un
paro cardíaco.
—Invítala a cenar esta noche con nosotros.
—¡¿QUÉ?!
Mamá abre los ojos examinando mi cara.
—¿Qué tiene de malo? —procede a exagerar indignación con un gesto
teatral—. ¡¿Es que acaso te avergüenzas de mí?!
¿Qué...? ¡¿CUÁNDO COJONES DIJE ESO?!
Niego con la cabeza apresuradamente.
—Jamás, mamá, es solo que... —intento explicarme, pero en vano,
porque no me deja.
Se lleva la mano al pecho y se cubre la cara, fingiendo un llanto.
—¡No, déjalo así! ¡Ya he entendido!
—¡Mamá! —suspiro quejándome.
Pero mamá me ignora por completo.
—¡Nueve meses dentro para que ahora se avergüence de mí! —sigue
fingiendo que llora.
Vuelvo a intentar llamar su atención, esta vez un poco más alto.
—¡Mientras las niñas celebraban su mayoría de edad yo estaba
embarazada de quién ahora no es capaz ni de presentarme a sus amigas!
¡¿Cuál habrá sido el mal que yo hice?!
Ya está, suficiente.
Esta vez grito hasta que me escucha.
—¡MAMÁ, BASTA YA! ¡QUE SÍ, QUE TRAERÉ A ALONDRA A
CENAR ESTA NOCHE!
Y con eso mamá deja de fingir que llora, que se indigna y que sufre para
seguir tarareando una canción que habla de cosas poco espirituales, la
verdad.
Después de ayudar a mamá con la comida, me lavo las manos y contesto
los mensajes de Alondra. Ahora me enfrento a la surrealista situación de
cómo le digo que mi mamá quiere que venga a cenar con nosotros en
Nochebuena. ¿Y si ya tiene planes? ¿Y si simplemente no le gusta? ¿Y si no
quiere conocer a mi mamá? Bueno, es Alondra, si por ella fuese viviría sola
en la Tierra. Alondra vuelve a recordarme lo del Black Panther y que
tenemos que ir esta noche. Resoplo mientras me dejo caer en la silla del
escritorio. Si le digo que no puedo ir, irá ella sola y no pienso dejarla poner
un pie en ese sitio sin mí, así que descartado. Si le digo que es mala idea,
que es peligroso tanto el lugar como la gente que lo frecuenta, me mandará
a la mierda, por lo que avisarla lo descarto también.
¡Joder! Se me agotan las opciones. Tomo el móvil y marco su número, a
los tres tonos descuelga.
—¡Primo! ¿Qué te cuentas?
Anthony está de un humor extrañamente bueno, aprovecho eso.
—Aquí andamos, ¿tú cómo estás?
—Bien, ¿sabes qué?
—¿Qué?
—¡YA TENGO COCHE!
—¡SIIIUU!—gritamos al unísono.
—Pues vas a estrenarlo —aviso.
—Ah, ¿sí? ¿Qué tienes en mente?
—Necesito reunir a los chavales, necesito refuerzos por si las cosas se
ponen feas —admito.
Anthony parece pensarlo unos segundos.
—Claro, primo, ahí estaremos, pero ¿qué pasó?
—Te contaré más en detalle cuando nos veamos, estate pendiente del
teléfono.
—Vale, esperaré entonces.
Cuelgo la llamada y le contesto un par de mensajes. Deslizando por los
distintos perfiles, me encuentro con la historia recién publicada de Alondra.
Dios santo...
Esta mujer es el pecado hecho mujer. La foto está tomada de frente.
Lleva una camiseta blanca que contrasta perfectamente con su pelo negro
que cae en ondas naturales por su pecho. No lleva apenas maquillaje y ya lo
creo, no le hace falta, pero la ligera sombra de ojos negra hace que sus ojos
grises se pronuncien aún más, creando un efecto casi hipnótico. Una media
sonrisa le da más énfasis, y joder, siento que me está viendo a través de la
pantalla. Se ve tan poderosa como ella sola. Eso me hace llegar a la
acertada conclusión de que nada es lo que parece. En esta foto veo a una
mujer poderosa, firme, segura de sí misma y fuerte como nadie, y no es que
sea mentira, pero nadie imaginaría ni por un instante que detrás hay toda
una montaña de problemas, un océano de miedos y un jardín entero con
más espinas que rosas.
Nadie imaginaría que esta bella rosa pudiese tener tantas espinas bañadas
en sangre. Tal vez eso es lo que más me atrajo de ella, tal vez el pincharme
y sentir de todo menos dolor es lo que hizo que me quedase. Que me
quedase yo, que jamás había pasado más de dos meses con la misma chica y
al mes me aburría. No es que lleve demasiado más conociendo a Alondra,
no sé, ¿unos cinco o seis? Y lo más sorprendente es que hace mucho debería
haberme aburrido y lo único que hago es ansiarla más.
Otra notificación.
Le contesto y recibo la respuesta casi inmediata. Quiere que nos veamos
en su casa a las ocho y que de ahí vayamos al Black Panther. Tecleo un
simple "vale" y lo envío.
Va a ser una noche interesante.
Capítulo 26
Se ha añadido un nuevo jugador a la partida
Un poco de sombra negra y ya estoy lista. Me admiro detalladamente en
el espejo del tocador. He tapado las ojeras por las noches que he estado sin
dormir, las líneas rojizas en las esquinas de los ojos por haber llorado tanto,
ni siquiera parece que acabo de perder a mi mejor amiga. Los ojos grises se
resaltan en contraste con la sombra negra con ligeros toques morados que
adornan mis párpados. He combinado un pintalabios rojo tirando a morado
también. He optado por un outfit sencillo compuesto de un vestido que
cubre parte de mis muslos con estampado de cuero y unas botas también
negras altas de tacón fino que cubren hasta las rodillas. Un bolso pequeño
negro donde guardo lo necesario: pinta labios, móvil, llaves, una navaja y
un spray de pimienta. Seamos realistas, voy a entrar a un club nocturno y
que me haga la estúpida, no significa que lo sea. También tengo una ligera
sospecha de con quien voy a encontrarme, pero por ahora son simples
suposiciones que fácilmente pueden ser simple casualidad.
Aunque mi intuición no me dice que sea casualidad. Desde lo de Jenny,
he reforzado la seguridad de la casa, aunque el encapuchado ya esté muerto.
Aún así, tal y como lo pensaba, no ha vuelto a suceder nada extraño. Hace
un rato llamé a Cassian y me dijo que estaba de camino, así que debe de
estar al caer. Tengo en mente todo lo que voy a hacer, cómo lo voy a hacer y
cuándo, solo tengo que mantener la ira a raya, no improvisar y no dejar ver
mis verdaderas intenciones, sencillo, ¿no? No es como que no lleve
haciendo eso toda mi vida. Antes de salir de mi habitación, no puedo evitar
mirar la cama y automáticamente cientos de recuerdos colapsan contra mi
mente. Todos de Cassian. La presión entre mis piernas se hace cada vez más
notoria y no es momento, así que aparto esos pensamientos todo lo rápido
que puedo. Al salir, me encuentro con el coche de Cassian. Es un coche
bastante sencillo, elegante pero sencillo. Paso por delante de él para llegar a
la puerta del asiento del copiloto y siento su mirada analítica sobre mí, pero
cuando me subo no hace ningún comentario al respecto, aún así noto como
le cuesta concentrarse incluso para arrancar. El ambiente del coche está
impregnado de su perfume, un perfume bastante caro a decir verdad, intento
disimular que respiro solo por oler un poco más de ese perfume. Me
detengo a detallarlo. El pelo castaño oscuro perfectamente peinado, pero
con un toque natural para no parecer demasiado pretencioso.
El bigote lo lleva recortado y de una anchura media, ni muy fino ni muy
grueso. No paso por alto que vamos a conjunto. El conjunto negro entero
compuesto por un pantalón perfectamente planchado, una camisa con las
mangas remangadas hasta los codos, dos botones desabotonados y unos
zapatos de un negro pulcro y brillante, hace que sienta calor. No puedo
evitar fijarme en el Rolex que lleva en la muñeca derecha, la que está sobre
el volante. No puedo evitar imaginar esa mano apretándome el culo
mientras estoy encima de sus piernas, frotándome contra su entrepierna en
la que se le marca notoriamente esa polla que anteriormente estuvo en mi
boca y...
—¿Ya? —interrumpe mis lascivos pensamientos.
—¿Ya qué?
—Que si ya has terminado de follarme con la mirada, por si necesitas una
fregona para las babas y no precisamente para las de la boca.
Fracaso intentando ocultar una media sonrisa.
—No, acabo de empezar.

Estoy disfrutando de una canción que no conozco pero que tiene buen
ritmo justo cuando Cassian rompe el silencio, carraspeando antes de hablar.
—¿Estás segura de esto, chiquitina?
Paso por alto las cosquillas que siento al escucharlo pronunciar ese
apodo.
—Sí —es lo único que digo.
—¿Algún plan?
—Sí, entrar, buscar a un hombre alto, rubio, de ojos azules y con acento
irlandés —explico y me guardo mis sospechas para mí.
—¿Y cuando lo encontremos qué? ¿Lo acusamos de asesinato o de
cómplice de asesinato?
Juro que quiero meterle su maldito sarcasmo por el culo.
—He pensado en decirle que tenemos un negocio y que necesitamos
distribuidores.
—No es mala idea. ¿Y si no nos creen?
Ahí va otra vez con su pesimismo, es casi peor que yo, eh.
—A mí todo el mundo me cree —le guiño un ojo sutilmente, gesto que
no le pasa desapercibido.
De pronto, caigo en cuenta de una cosa.
—No, mala idea —niego rápidamente.
—No me ha dado tiempo a decirlo, pero ¿qué te ha hecho llegar a esa
conclusión justo ahora?
Tomo una bocanada de aire ordenando la información en mi cabeza.
—Pues que, si le quiero ofrecer un negocio, no lo hablará ahí mismo. No
creo que cierre tratos en un club nocturno por mucho que lo frecuente.
—¿Sugieres que va a querer hablar en otro sitio?
—Exacto. Y eso tendría fácil solución, pero no iría solo ni de coña, iría
con seguridad. Eso fácilmente pueden ser desde tres a nueve hombres
trajeados y entrenados para hacernos mierda en cualquier momento y
nosotros estamos solos.
Cassian parece pensarlo unos segundos mientras sigue conduciendo.
Que no conduce nada mal, he de admitirlo. Cómo le da la vuelta al
volante, la rapidez con la que efectúa las maniobras, cómo toma las
curvas...
Qué ganas de que tome así también las mías...
Volviendo al tema.
—Tienes razón en todo, salvo en que se te está escapando un pequeño
detalle.
—¿Cuál? —frunzo el ceño.
—Que no estamos solos —aparta la mirada de la carretera, me mira y me
da una media sonrisa.
—No entiendo, ¿a qué te refieres?
Su sonrisa se ensancha.
—Mira por el retrovisor.
No tardo en hacerlo y ver no uno sino dos coches manteniéndose detrás
nuestra.
—Mi primo y algunos contactos, ¿pensabas que te iba a dejar entrar en
un club nocturno sin protección para buscar a un asesino? No me conoces
en absoluto, chiquitina.
Y por primera vez en mucho tiempo, no supe qué decir, así que no dije
nada.

Estamos sentados en una mesa, tomando algo ligero. Yo estoy con un


Malibú con piña y Cassian con un Bloody Mary. Las luces se alternan entre
azules, moradas y fucsias. El ambiente está cargado de un vapor blanco con
un aroma bastante dulce. En esta zona parece un bar nocturno
completamente normal, pero al lado de la barra hay una escalera de caracol
hacia arriba y hacia abajo, lo que me indica que hay un piso subterráneo
también. A un par de mesas, están sentados los amigos de Cassian. No he
tenido mucho tiempo de echarles un vistazo, pero el que dice que es su
primo no parece serlo para nada, pues no podrías ser más diferentes.
Cassian tiene el pelo castaño con los ojos marrones a la sombra, pero verdes
a la luz del sol, es bastante alto pero su primo lo es aún más. Este último
tiene los ojos de un azul celeste y debajo de la gorra blanca asomaban
atisbos de lo que me pareció pelo rubio. El resto de los chicos no los pude
ver bien, pero eran de complexión robusta y parecían bastante intimidantes.
Me llevo la copa de Malibú con piña a los labios y mientras doy un
sorbo, todo pasa muy rápido. Frente a nuestra mesa pasan tres chicos, dos
de ellos escoltando al que va en medio. Van hablando de algo
animadamente y riendo, por lo que el escoltado no ha alcanzado a verme,
pero yo sí.
No jodas.
¿Qué coño hace él aquí?
Empiezo a atar cabos rápidamente.
El encapuchado que ha estado acosándome por meses fue contratado por
el hombre que se hace llamar El Cuervo, que, a su vez, para no involucrarse
personalmente, contrató a este tipo para que se relacionara con el
encapuchado. Debería pensar en quién es El Cuervo y qué interés tendría en
que Tomás contratase a alguien para intentar matarme, porque aquella vez
en mi casa, estuvo a punto de hacerlo. Además, aquí hay una pregunta
todavía más retorcida...
¿Qué coño pinta Tomás en todo esto?
Antes de que se percate de mi presencia, me giro rápidamente a mirar
hacia otro lado, usando mi largo cabello negro como cortina.
Cassian, quien está al otro lado de la mesa redonda, me mira confuso.
—¿Qué haces?
—Acaba de pasar Tomás por delante nuestra.
—¿Qué? ¿Me lo estás diciendo en serio?
—No, me gusta vacilarte, no te jode.
—Pero ¿cómo es que lo has reconocido?
Ruedo los ojos sin disimularlo.
—Por fin empiezas a hacer las preguntas correctas. Resulta que el tal
Tomás, es el mismo accionista de la empresa en la que trabajo. Él tiene una
parte, Angela otra y yo otra, pero yo tengo la mitad.
—Ese es un buen motivo para querer quitarte del medio, tu parte de la
empresa.
—Lo he pensado, pero aun así, ¿quién es El Cuervo? Parece alguien con
poder y debe de tener un buen motivo para querer involucrarse con Tomás.
—Pues habrá que averiguarlo.
Al terminar de decir esto último, Cassian se levanta decidido a pasar a la
sala por la que han desaparecido Tomás y sus guardaespaldas minutos antes.
—¡Espera! —lo tomo por el brazo deteniéndolo.
—¿Qué?
—¿Cómo que qué? Tenemos que hacer las cosas bien.
Rebusco en mi bolso y aunque es pequeño, aquí cabe de todo. No tardo
en dar con lo que buscaba y lo saco.
—¿Es en serio? —inquiere enarcando una ceja.
—Claro —sonrió con malicia.
Dos pequeños antifaces descansan sobre mis manos. Son de redecilla
negra, bastante elegantes y adecuados para la ocasión. Si queremos
descubrir algo útil y no morir en el intento, debemos pasar todo lo
desapercibidos que podamos, aunque yo tengo un ligero problema en todo
este asunto y es que, por mis ojos, siempre se me suele reconocer con
facilidad. No es como que yo sea la única que tenga los ojos grises en esta
ciudad, pero pocas veces me he encontrado con alguien así y que los tenga
iguales que los míos, simplemente complicado.
Para la próxima me traigo lentillas marrones.
Ya listos y con los antifaces puestos, nos acabamos las copas de un
último trago y nos dirigimos hacia el fondo del establecimiento, donde una
sala da acceso a otra y por la que ha desaparecido nuestro objetivo.
—Por ahora solo miramos, escuchamos y retenemos, nada más.
—Entendido, chiquitina.
La punzada de nervios y muchas otras sensaciones me recorre de pies a
cabeza, pero ignoro todo eso mientras camino contoneando mis caderas.
Hay muchos murmullos a mi alrededor y no me hace falta girarme para
saber que son sobre mí, pues mi vestido resalta mis ya de por sí marcadas y
pronunciadas curvas y el escote. A quien sí noto que eso parece afectarle es
a Cassian, quien por momentos se tensa más apretando el músculo en su
mandíbula.
Entramos a una sala en la que hay varias mujeres encima de un escenario
bailando en tubos, en sillas y demás.
En las paredes de la estancia resuenan los gritos de júbilo, los aplausos,
los silbidos y las canciones de The Weekend. Las luces son tenues,
cambiantes entre rojizas y rosadas que se reflejan a través del humo
artificial con un afrodisíaco olor a caramelo. Me pregunto qué es más
excitante aquí, si las mujeres del lugar o el ambiente con su mezcla de
olores y luces. En la barra hay varios camareros embelesados con los bailes
sensuales de las mujeres del escenario y en las mesas se acumulan los
billetes y las piezas de póker. Mis ojos analíticos se posan sobre uno de los
camareros de la barra, quien está sirviendo un cóctel. Todos van vestidos
con una camisa roja oscura y el nombre del local en cursiva sobre el pecho.
El hombre que toma el cóctel parece susurrarle algo al camarero y este
último hace lo mismo de vuelta. Parece una conversación más íntima, algo
fuera de lo laboral y eso me lleva a elaborar una teoría que no voy a tardar
en confirmar.
—Quédate aquí y finge que estás mirando el espectáculo, ahora vuelvo
—hablo cerca del oído de Cassian.
Este frunce el ceño y obedece, no sin seguir todos mis pasos al separarme
de él. Siento sus ojos en mí, más concretamente en mi culo y trato de evadir
el calor que se acumula en un punto sensible entre mis piernas. Me acerco a
la barra, sin mucha prisa, pero con decisión, nada de inseguridad.
En sitios como este, la inseguridad puede convertirte en un punto blanco.
Miro al camarero. Sus ojos son de un marrón bastante común, al igual
que su pelo, que lo lleva engominado y peinado hacia atrás con un aire
elegante. Quisiera decir que no lo hice, pero sí, inconscientemente lo
comparé con Cassian y una vez más, no hay punto de comparación.
—Hola, busco a Tomás, ¿podrías ayudarme? —hablo con voz inocente
pese a que en mi porte se ve que tal inocencia no existe.
—Hola, lo siento, pero no sé quién es, no hablo con nadie —se encoge de
hombros y sonríe mientras prepara una copa para un cincuentón que tengo
al lado babeando con mi culo.
Este camarero se cree que puede venir a mentirme a mí.
—¿Ah, no? Pues no es eso lo que parecía hace unos minutos —sigo con
el tono inocente y libre de culpa mientras dirijo mi mirada a la mesa que
hay a pocos metros, donde está sentado el hombre que habló con él hace
unos minutos.
El camarero traga saliva al darse cuenta de que lo tengo acorralado.
—¿Qué es lo que quiere? —su tono deja de ser amable y alegre, ahora es
sombrío y serio.
¿Ya nos ponemos serios? Qué aburrido.
—Quiero que me digas todo lo que sabes sobre Tomás —digo igual de
seria, pero con un irritante toque seductor que hace que me mire
directamente a los labios.
—Está bien, pero la información no es gratis —sonríe.
Podría creer que está hablando de favores sexuales y así, pero en su
mirada se ve la avaricia y el hambre de dinero.
—¿Cuánto?
—Cincuenta.
—¿Cincuenta mil dólares?
Esto es surrealista, pero ¡¿de dónde cojones ha salido este tipo?! No me
sorprende, al fin y al cabo. Saber información sobre gente poderosa que
intenta matarme por vete a saber qué razón, debía tener un precio y en
realidad, debería dar gracias que ese precio sea dinero teniendo en cuenta
que estoy en un antro donde en el piso de al lado debe de haber como
mínimo cinco orgías, siete tríos y a saber qué más.
—Hecho, dame un uniforme.
—¿Para?
—¿Quieres el puto dinero? Pues dame un uniforme, más bien, que sean
dos.
El camarero esconde una media sonrisa mientras desaparece al almacén.
Yo busco disimuladamente a Cassian con la mirada y no me sorprende
encontrármelo de brazos cruzados, las piernas separadas y totalmente rígido
sin quitarme los ojos de encima.
Podría ser muy sospechoso que alguien me viese tomar los uniformes y
al camarero dármelos, pero nada es seguro, ¿no? Cuando el camarero sale
con los dos uniformes, le guiño un ojo y me doy la vuelta para ir hacia
Cassian, quien ahora no le quita la mirada de encima al camarero.
—¿Qué es esto?
—Son uniformes, deja te explico —me mira con el ceño fruncido—.
Sospechaba que el camarero era un topo y efectivamente, lo es. Pero es un
topo de los caros y por la información de Tomás me quiere sacar cincuenta
mil dólares.
—¡¿Qué?! No.
—Espera —le freno—. Para eso son los uniformes. Mira todo el dinero
que hay en las mesas de póquer y en el suelo del escenario, será fácil sacar
los cincuenta mil.
—Vale, supongamos que tu plan es perfecto, sale redondo y el tipo nos da
la información, ¿qué nos asegura que nos esté diciendo la verdad? O peor
aún, ¿que no sea una trampa?
Mira que la mayoría de los hombres que he conocido simplemente acatan
lo que digo y punto, no preguntan, no cuestionan. Pero Cassian no es de ese
tipo, así que ya suponía que me iba a costar un poquito más convencerlo.
Aunque también sé que es consciente de que el tiempo corre y nuestras
opciones son muy escasas.
—Al principio, cuando entramos en la sala, lo vi hablando con un
hombre mayor, con pintas bastante elegantes, alguien de dinero. Solo
necesito saber qué trapos sucios tiene y si la caga, le chantajeo y listo.
Cassian me mira por un momento y no sé decir si en sus ojos hay un
brillo extraño parecido a la admiración o si es simplemente imaginación
mía. Sea como fuere, sé que va a acceder.
—Vale, de acuerdo.
¿Veis?
—Pero con una condición.
Ya estaba tardando.
—A ver, cuál —inquiero curiosa.
—Que nadie te toque.
Una sonrisa se pinta sobre mis labios, ¿cómo se habrá dado cuenta de lo
que pretendía? Así es él.
Mi primer instinto quiere afirmarle que no lo hará nadie que no sea él.
Que sobre mi cuello no se cerrará una mano que no sea la suya y no habrá
otros dedos que aprieten mis caderas. Que no habrá labios que puedan rozar
los míos a menos que sean los suyos, pero en lugar de eso, río por lo bajo y
me atrevo a jugar con fuego.
—Ah, ¿sí? ¿Y eso por qué? —sonrío.
Un músculo se aprieta en su mandíbula.
—Alondra —gruñe.
—Ay, que sí, ya.

Me miro al espejo y admiro mi figura. Las puntas de las ondas naturales


me rozan la cintura. Miro a Cassian a través del espejo, quién también me
está dando el repaso de su vida.
—Te queda bien el traje de camarero.
—A ti también el de puta.
Sonrío, esta noche iba a ser una noche inolvidable.
Capítulo 27
Lujuria y dinero
CASSIAN
¿Alguna vez habéis reprimido tanto algo? Hay personas que se reprimen
a la hora de comprar cosas innecesarias, que se reprimen a fumar porque
están dejando de hacerlo, pero yo me estoy reprimiendo de tomar a Alondra
por el pelo, inclinarla sobre el tocador y darle hasta que se le quiten las
ganas de subirse a un escenario a bailar y que la miren toda esa panda de
depravados.
—Si fuese una puta, definitivamente sería tu puta favorita.
—Sí, por el mero hecho de que serías la única.
Aparta su mirada del espejo y me mira a los ojos directamente.
—¡Ay! Casi me lo creo —me guiña un ojo.
El escoge plateado es muy generoso con ella, y aún más conmigo. Lleva
un conjunto de dos piezas, parece que va en ropa interior nada más, pero no
es lencería simple porque el material es parecido al cuero, pero plateado. El
tanga le da una forma a su culo que me lleva a imaginarla en cuatro
haciendo un corazón perfecto, la forma de un tres encima de mí. Lleva unos
flecos negros y lo mismo en el sujetador que se ajusta muy bien al plateado
de la prenda. Ha decidido quedárselo y no me parece nada mal, estoy
deseando follármela con eso puesto.
—Tengo formas mejores de hacer que te lo creas —intento ocultar una
media sonrisa.
—¿Ah, sí? Hmmm, estoy impaciente por descubrirlas —se relame los
labios y me mira con esa inocencia suya fingida—. ¿Me das una pista?
Ahora es mi turno de sonreír y a continuación, fingir una inocencia
perfecta.
—Inclinarte contra esa mesa, echarte el tanga a un lado, comerte el coño
hasta que empañes el espejo que tienes enfrente a base de jadeos y follarte
hasta que te tenga que llevar en brazos porque te tiemblen tanto las piernas
que ni puedas caminar.
Aparta la mirada intentando restarle importancia, pero veo cómo aprieta
las piernas en busca de aliviar la tensión que acaba de provocarle mis
palabras, y sé que lo desea tanto como yo.
Salimos del camerino con el plan trazado. Ella se sube al escenario y yo
me encargo del póquer. No me hace ni puta gracia que se suba a ese maldito
escenario a bailar en un tubo como si fuese una prostituta siendo accionista
en una empresa, no tiene sentido. Pero claro, es Alondra Miller y con esa
mujer no se puede discutir. Y no porque no llegues a ningún acuerdo, sino
porque ella no discute. Ella simplemente sonríe, se da media vuelta y se va
a hacer de las suyas mientras le importa una mierda tu opinión. Me acerco a
una mesa conteniéndome de mirar una y otra vez hacia el puto escenario,
debo olvidarme de él y meterme en el papel. Me inclino sobre la mesa con
las manos a la espalda y sonrío.
—Buenas noches, damas, caballeros, ¿en qué les puedo ayudar?
En la mesa hay tres parejas. Dos de ellas son de la tercera edad. Puros,
relojes caros, corbatas y camisas abotonadas. Collares de perlas, acentos
franceses, perfumes suaves y vestidos discretos. La otra pareja es más
joven. Vestido apretado, perfume fuerte, pintalabios rojo, camisa sin
abotonar del todo, cadenas y anillos.
—Tráenos seis de L'Imperial —ordena el más anciano de la mesa, el del
puro.
—Enseguida, señor.
¡¿L'Imperial?! ¡¿Estamos locos?! Ese cóctel cuesta cinco mil dólares. Ya
sabía que este sitio era frecuentado por gente de esta talla, pero verlo de
cerca es igual de impactante. Me dirijo a la barra y aprovecho que creo que
el camarero no sabe que estoy relacionado con Alondra. Al parecer tampoco
le importa, puesto que no pregunta demasiado. El problema está en que
como es obvio, no soy camarero, soy informático y no tengo ni puta idea de
dónde está aquí cada cosa. El espacio tras la barra es reducido y las botellas
se alzan enormes detrás de nosotros en muchas estanterías. Hay todo tipo de
bebidas, de todo tipo de tamaños, colores, sabores y botellas de todo tipo de
formas y medidas, ¡¿cómo coño encuentro yo algo aquí?! Intento no tardar
demasiado en encontrar la botella, pero fallo en el intento y no tardo en
sentir una voz a mis espaldas.
—¿Eres nuevo?
Me giro, es el topo.
—¿Tanto se nota?
—Demasiado, ¿qué te han pedido?
—Seis de L'Imperial.
Frunce el ceño y mira hacia la mesa de la que acabo de llegar. Al parecer
con solo nombrar el cóctel ya ha sabido quiénes lo han pedido. Eso me
indica que son clientes habituales. El camarero prepara los cócteles y a
continuación me ofrece una bandeja con las seis copas altas.
¿Tengo que llevar la bandeja? Imposible. Bajo la mirada inquisitiva del
camarero, recuerdo cómo la ha tomado él y trato de imitar el movimiento.
Ni apenas he salido bien de la barra que la mano que sujeta la bandeja
pierde el equilibrio y todas las copas caen al suelo y yo con ellas. Por
supuesto que obtengo el resultado que menos me conviene, atraer las
miradas de todo el mundo. Alondra desde un lado del escenario se cubre la
boca con la palma de la mano y no distingo entre sí quiere matarme o está
intentando aguantarse la risa. El camarero me mira con desaprobación y yo
solo puedo mostrarle una pequeña sonrisa avergonzada. Afortunadamente
ya nadie me está mirando. Vuelvo detrás de la barra.
—Escucha chaval..., ¿cómo te llamas?
Pienso rápido en cualquier otro nombre que no sea el mío.
—Christian.
—Christian —asiente—, ve a hacer guardia en la puerta o simplemente
vigila la sala, si sigues un minuto más aquí me vas a dejar sin reservas.
—De acuerdo —finjo pena y me disculpo antes de irme.
Me quedo cerca de la puerta de la entrada. Desde aquí puedo ver el
espectáculo perfectamente. Me recuesto contra la pared con los brazos
cruzados y la mirada atenta sobre un par de tacones que acaban de hacer
acto de presencia en el escenario, opacando a las mujeres que había
anteriormente. Sus piernas son largas y se mueven sensuales junto al
balanceo de sus caderas. La canción que empieza a sonar es Wonderland de
Neoni. Y casualmente es la cantante favorita de Alondra, pues siempre pone
canciones de ella en el coche. Eso le proporciona una gran ventaja, pues al
conocer la canción, sabe cómo moverse en los ritmos y tiempos. Con cada
movimiento que hace me hace plantearme si ha bailado antes. Sacude su
pelo de arriba hacia abajo, se inclina sobre el piso y arquea su espalda hasta
que está totalmente tumbada. Sus tacones resuenan en el escenario y le dice
algo a una de las chicas que está al lado del escenario, a lo que ella asiente y
desaparece.
Alondra sigue con su espectáculo, esta vez enganchándose al tubo y
deslizándose por él. Un pálpito ataca mi entrepierna cuando se da la vuelta
y su culo queda a la vista de todos. Los flecos se mueven con gracia y la
canción cambia a My Oh My de Camila Cabello. La chica que había
desaparecido antes ahora vuelve con una silla que Alondra coloca en medio
del escenario y todos los presentes aplauden. Sigue bailando, pasando las
manos por todo su cuerpo, agitando su larga y sedosa melena
completamente negra, que contrasta a la perfección con sus ojos grises y el
conjunto plateado. Se pega al tubo haciendo acrobacias casi mortales y
todos aplauden en el lugar. No puedo negar que me está poniendo tan duro
que ni siquiera estoy pensando en todos los babosos que me están lanzando
billetes en el escenario.
Unos minutos después el espectáculo acaba y no sé si eso me gusta o me
disgusta. Salgo de ahí aprovechando que el camarero no me está viendo
para hacer preguntas inútiles y me dirijo al camerino en donde hemos
estado antes, dando por sentado que es ahí a donde va a ir. Atravieso gente
en el camino y la multitud me permite camuflarme mientras desengancho
un reloj de la muñeca de uno, un anillo del dedo de otro, una cartera de un
bolsillo cualquiera y otro reloj costoso de otra mano. Digamos que en mi
adolescencia tenía tendencias carteristas.
Sigo escurriéndome entre la multitud mientras dejo mi mano caer
sutilmente en el bolsillo de un hombre al que saludo amablemente. A pocos
pasos repito el mismo proceso y estrecho con ambas manos la mano de otro
hombre más adulto, adinerado y con pintas muy de mafioso. Le estrecho la
mano manteniendo el contacto visual, no se percata de que el reloj en su
muñeca se acaba de desabrochar y viajar directamente a mi bolsillo.
Esquivo el resto de la gente haciendo esto mismo una y otra vez y en poco
menos de diez minutos tengo los bolsillos llenos. Avanzo por los pasillos
ubicados tras el escenario. Recuerdo por el que hemos venido y el número
del camerino, el siete. No me hace falta tocar la puerta, pues huelo su
perfume incluso a través de ella. La abro para encontrarme con una Alondra
sonrientemente sentada encima del tocador, el reflejo del espejo me muestra
su espalda en su totalidad.
—¿Dónde estabas?
—Ayudándote con tu recaudación —me saco todo lo que llevo en los
bolsillos para depositarlo sobre sus piernas—. Aquí tienes, chiquitina.
Sus ojos se abren en sorpresa mientras detalla fijamente las joyas.
—¿Y esto? —sonríe maravillada mientras se prueba uno de los relojes.
—Un mago nunca desvela sus trucos. Tú tienes los tuyos y yo, —me
desabrocho los botones de la camisa—, los míos.
Ni siquiera se molesta es disimular cómo sigue con la mirada el
movimiento de mis manos y baja hacia mi torso desnudo. Me acerco a ella
y noto que iba a decir algo, pero la callo antes de que lo diga
introduciéndome en su boca. La tomo por la nuca y profundizó el beso con
un hambre animal.
Ella tarda un segundo en seguirme el ritmo, pero lo hace, ya noto la nota
desesperada en sus labios. Ahí mismo nos lamemos, mordemos, chupamos
y succionamos como si no hubiese un mañana. Hago una breve pausa para
mirarla a los ojos, ya no lleva el antifaz puesto, pero de mi cabeza no salen
esos movimientos, sigo duro desde que los vi. Un jadeo se le escapa contra
mis labios y es justamente lo que necesitaba para perder el control.
—Bájate —ordeno.
Para mi sorpresa obedece sin peros y se queda parada frente a mí. Sonrío
con malicia y la tomo por el pelo enrollándolo en una coleta. La giro y la
inclino sobre el tocador y su mirada no tarda en mirarme a través del espejo.
Joder, que escalofríos. Me inclino sobre ella rozando mi polla en su culo
cuando me acerco a sus hombros desnudos y reparto algunos besos rápidos.
Hago lo mismo creando una trayectoria de besos por su espalda y noto
como esta se arquea. Le doy un azote en una nalga y la noto estremecerse.
Me vuelvo a inclinar sobre ella, paso mi mano bajo su brazo para alcanzar
su pecho. Libero una teta del sujetador plateado que tanto me pone y
comienzo a masajeársela. Por el espejo puedo ver cómo se muerde el labio
y sus caderas se contonean contra mi erección, impaciente por tenerla
adentro.
La miro a través del espejo mientras la mano que tengo libre viaja hasta
su entrada. Juego con los pliegues, calientes y húmedos, demasiado
húmedos y dejo que dos dedos resbalen y se pierdan en su interior. Veo
cómo se sonroja y se retuerce, el cristal se comienza a empañar y acelero el
ritmo. Sus piernas tiemblan y subo un poco, tocando el clítoris con
movimientos circulantes y rápidos. Cuando la siento contraerse contra mi
mano, saco la mano y libero mi polla del bóxer, que me late en la mano por
la necesidad de sentirla a ella.
Me hundo en ella de una sola estocada y su grito llena las paredes de la
habitación. Pongo las manos a ambos lados de sus caderas para sujetarla y
tener mayor firmeza y empiezo a darle. No me canso de salir y entrar en
ella, de escucharla gemir y jadear.
—No pares, Cassian —jadea mientras me entierro en ella con más
fuerza.
Salgo de ella por un momento y le ordeno con la vez entrecortada que se
gire. Me obedece y se gira. La tomo por los costados para subirla sobre el
tocador. Con esfuerzo, sube sus tobillos a mis hombros y la vista que tengo
de ella por poco hace que me corra. Me hundo de nuevo en ella y sus tetas
rebotan con cada embiste. Jadeamos los dos y nuestros gemidos se fusionan
en uno solo.
—Bésame... —me pide con desespero.
Lo hago, la obedezco.
La beso como si le estuviese dando el corazón en ello, como si le
estuviese dando el poder de hacer conmigo lo que quisiese, tal vez es justo
lo que estoy haciendo, tal vez no merezca la pena, tal vez.
Me da igual, me hundo en ella con más fuerza una última vez antes de
salir y agarrarla del pelo y acercar su boca a la mía.
—Chúpalo.
Ella asiente sonriendo y se baja del tocador. Yo permanezco de pie
mientras se arrodilla frente a mí y la toma. Con un primer lametón, se lleva
sus fluidos y los míos y se lo introduce en la boca. Ignora las arcadas
porque no puede metérsela toda, por lo que despacio, le doy un empujón
con la cadera. Cuando veo que me lo permite, la tomo por el pelo y
comienzo a moverla a mi alrededor.
Dios mío, ojalá pudiese grabarme esta imagen para siempre. Follarle la
boca es tan, pero que tan placentero como jamás lo había sido nunca.
Cuando noto todos mis músculos tensarse, se la saco de la boca y la tomo
en brazos. Ella enrolla sus piernas alrededor de mi cintura, sus brazos
alrededor de mi cuello y me besa con desesperación, hago lo mismo. La
llevo contra la pared más cercana y me hago sitio en su entrada de nuevo.
Le sujeto las caderas mientras ella enreda sus dedos en mi pelo, dando
suaves tirones cada vez que entro en ella con fuerza desmedida. Siento el
corazón en la garganta y las gotas de sudor me resbalan por la frente, estoy
cerca.
Capítulo 28
Lujuria y dinero
Dios santo, este hombre va a acabar conmigo.
La pared fría me hace estremecerme, pero todo se me olvida cuando se
hunde dentro de mí con una fuerza abrumadora. Lo siento en todas partes.
Tiene el pelo revuelto y mojado por el sudor y la piel le brilla. Los labios
hinchados y de un tono ligeramente más oscuro debido a los besos animales
que nos hemos estado dando. Se entierra dentro de mí, tan dentro que lo
siento casi en la boca del estómago y lo noto tensarse y contraerse. Eso me
provoca descargas y cuando noto el líquido caliente bajarme por las piernas,
doy rienda suelta al mío. Recuesta su frente sobre la mía y nuestras
respiraciones se mezclan. Todavía sigo aferrada a él cuando se mueve y me
deja con cuidado encima del tocador.
—¿Aquí no habrá una ducha o algo?
—¿Seguro que quieres ducharte aquí? —frunzo el ceño.
—Tienes razón, a saber, quién se ha podido duchar aquí, ¡qué asco!
Me río y no me molesto en ocultarlo. Descanso unos segundos más y me
bajo quitándome el precioso y sensual conjunto plateado para volver a
ponerme mi ropa interior junto a mi vestido negro de cuero. Aprovechando
que estoy en un camerino, me inclino sobre el espejo y me retoco el
maquillaje. Una vez acomodado mi pelo, mi eyeliner y mi pintalabios rojo
oscuro, ya estoy completamente lista.
—Vaya, si hasta no parece que te acabo de dar la follada de tu vida.
Me río y me giro hacia él.
—Ha estado bien, pero tampoco seas egocéntrico.
Noto como se le tensan los hombros, pero no pierde la oportunidad de
devolverme el ataque.
—¿Quieres otra follada para comprobarlo? Si no te gusta, te la devuelvo.
Esta vez me río con ganas, este hombre tiene unas ideas.
Salimos del camerino y nos íbamos a dirigir hacia la salida, pues tenemos
que vender las joyas para sacar el dinero, pero nos frenamos de golpe.
Tomás acababa de pasar frente a nosotros.
—Vamos, tenemos que...
—No.
Cassian me detuvo en seco. Estaba serio, con el ceño fruncido y la
mandíbula tensa. Seguí con la mirada la dirección de sus ojos y...
—Mierda.
Tomás estaba caminando hacia un hombre alto, bastante más alto que
Cassian, con una postura firme, pero a la vez relajada y parecía haber
inundado todo el local con su mera presencia. Tenía las piernas ligeramente
separadas y las manos cruzadas. Un traje de dos piezas adornaba su cuerpo
como si fuese una segunda piel, ajustándose perfectamente a cada
centímetro de su cuerpo. Me gustaría detallar su cara, las facciones de su
rostro y sus líneas de expresión, pero no podía.
No porque una máscara me lo impedía. Y no cualquiera, sino una
máscara muy concreta.
—El Cuervo... —solté junto con la respiración que había retenido sin
darme cuenta.
—Tenemos que salir de aquí —Cassian a mi lado estaba tenso.
Cassian no era del tipo que huía, jamás. Siempre encaraba los problemas
con una fiereza y una fortaleza casi imposible en muchas situaciones y me
parecía admirable, aunque no se lo diría. Siempre estaba listo para cualquier
cosa, pero en estos momentos, con la mandíbula tensa y los puños apretados
a los costados, se dio media vuelta mostrando su clara y directa intención de
salir del club. Yo por mi parte quería decir algo al respecto, quería replicar,
quería quedarme y encarar a ese tipo, ver que quería de mí y saber por qué
cojones quería matarme. Seamos realistas, no iba a decírmelo, seguramente
pasase un escenario mucho peor y aun así no obtendría las respuestas que
buscaba.
Así que sintiendo el peso de la presencia de ese hombre sobre todos y
cada uno de mis músculos, me di la vuelta y empecé a aumentar los metros
que me separaban de mi asesino, de mi cazador. Nos dirigimos al coche y
Cassian pisó el acelerador tan rápido como pudo, quemando llantas y
dejando que la música nos envuelva. Ni siquiera sé qué canción está
sonando por la radio, pues tengo la mirada perdida en las farolas que van
pasando a toda velocidad. Aún es de madrugada, debe faltar poco para que
el sol salga, aun así, no tengo ganas de que lo haga. Quiero y necesito de la
oscuridad de la noche para relajarme, para apartar de mis pensamientos a
Jennifer y al Cuervo, un hombre que puede que lleve intentando matarme
desde el inicio de esta historia. Un hombre que puede ser el mismo que me
mandó una cabeza de ciervo como recordatorio del apodo que usaban en el
colegio para insultarme de pequeña, algo que nadie sabía y estaba segura de
que incluso Jennifer había olvidado. Un hombre que posiblemente fuese el
mismo que mandó a alguien a cortar los frenos de mi coche y haciendo que
estuviese a punto de matarme. Y seguramente también sea el culpable de la
muerte de mi mejor amiga. Son muchas cosas de golpe y me cuesta
procesarlas.
Tengo la mirada perdida en los árboles a un lado de la carretera, pero
vuelvo a la realidad al mirar a Cassian, quien aprieta el volante con fuerza,
lo sé porque sus nudillos están blancos por la fuerza ejercida y la mandíbula
apretada. Pienso en si decirle algo, pero es como un libro que ya he leído y
se lo que va a desencadenar, así que opto por poner mi mano encima de la
suya, acariciando suavemente. Eso llama su atención y sus hombros se
tensan, al igual que sus manos.
Posa la mano que está debajo de la mía por encima y me acaricia la mano
mientras cambia de canción. Está más relajado, pero no va a hablar, lo sé.
Lo sé porque si lo hace, no podrá parar y su ira será demasiada como para
poder aplacarla con unas simples caricias. Cuando llegamos, la casa está en
completo silencio y es muy acogedor, pues estoy más cansada de lo que
creía. Cassian se acerca a la mesa de cristal que hay frente al sofá y deja ahí
las joyas y todo lo que ha cogido y se sienta en el sofá, más bien se deja
caer resoplando. Yo por mi parte, voy a mi habitación a cambiarme, no
soporto estar con la misma ropa con la que he salido dentro de casa.
Dejo los tacones junto al resto en mi vestidor. El vestido lo deposito en el
cesto de ropa sucia que tengo al final del vestidor y me pongo uno de mis
pijamas. Esta vez he optado por un pantalón corto de seda rosa y una
camiseta de tirantes del mismo color y material. Busco en mi armario y
encuentro unos pantalones holgados negros y una camiseta del mismo color.
Cómo Cassian y yo usamos casi la misma talla, encuentro un par de
calcetines limpios y altos para él. Voy al salón y le ofrezco el pijama y los
calcetines. Seguimos manteniéndonos en silencio, pues es más cómodo así.
Lo mira y asiento. Le doy a la espalda yendo a la cocina, donde
simplemente meto al horno dos pizzas, no me apetece cocinar y seamos
sinceros, tampoco me gusta. Me sirvo un vaso de zumo natural de fresas y
le añado un poco de nata, hago lo mismo en otro vaso y les añado dos hielos
a cada uno. Cassian ha comenzado a hacer espacio en la mesa y a traer
mantas. No se lo he pedido, pero me gusta que lo haya hecho él por
iniciativa propia. No habla, pero no por eso me lo deja todo a mí. Lo siento
acercarse a mí y noto un beso cálido en mi mejilla.
—Lo siento.
—¿Por qué? —frunzo el ceño.
—¿Necesitas que te ayude con algo? —cambia de tema y entiendo que
no quiere hablar de ello.
—No, tranquilo, esto ya casi está —agito la mano restándole
importancia.
—De acuerdo, si necesitas algo, dímelo.
—Gracias —le dedicó una pequeña sonrisa.
Ahora que se ha sentado de nuevo en el sofá y está viendo vídeos en el
móvil, pienso en lo extraño de esta situación, lo raro que se siente. ¿Cómo
he pasado de tirarme a uno distinto cada mes a esto? Y para empezar, ¿qué
es esto? No tengo ni idea, no sé qué somos, pero me hace sentir bien, me
agrada y pese a que es lo más confuso que me ha pasado nunca, es lo más
estable que he tenido jamás, lo que más real se siente.
Con Cassian no tengo conversaciones triviales, ni tengo que fingir
sonrisas, ni orgasmos. Con él todo es real, tal vez demasiado. Las risas, las
lágrimas, los gemidos, todo. Y me siento extraña. Y me siento aún más
extraña cuando le llega una notificación y sale de la pantalla de su juego
para contestar. Me reprendo a mí misma, pues no debería importarme con
quién habla. Lo más probable es que hable con muchas, es un chico muy
guapo y está tremendo, también debe de estar muy solicitado. El pitido del
horno me saca de mis pensamientos y saco las pizzas. Cassian enseguida se
levanta para ayudarme y juntos cortamos las pizzas y las llevamos a la
mesa, junto con las salsas y los zumos. Deja el teléfono encima de la mesa y
busca el mando de la televisión.
—¿Qué quieres ver? —pregunta mirando por el menú de películas.
—Lo que quieras —contesto sin demasiadas ganas.
—Venga, va, elige una —me mira frunciendo el ceño, se ha dado cuenta.
Su móvil vuelve a sonar y al estar dentro de mi campo de visión, no
puedo evitar mirarlo rápidamente.
—Es un colega mandándome vídeos y memes y esas cosas, ni te ralles —
le quita importancia.
Y es cierto, el nombre de usuario es el de un chico.
No digo nada porque no sé exactamente qué decir, así que opto por
proponer una película.
—Esa.
—¿Esta? ¿La de Te odio a besos? Suena romanticona.
—¿Y? ¿No te gusta? —inquiero.
—A ver, soy más de distopías y así, pero mientras no sea muy
empalagosa.
—Bueno, ahora lo veremos.
Deja el mando a un lado y toma el primer bocado. Comemos en silencio
mientras vemos la película y al terminar de comer, no pierdo detalle de
cómo se levanta para llevar los vasos y los platos a la pila, lavándolos y
colocándolos en el escurridor. Cuando vuelve, se tumba en el sofá, nos
cubre con la manta a ambos asegurándose de que yo esté bien cubierta y
con una mano presiona mi cabeza para que la apoye sobre su pecho.
Me sorprende el gesto, pero no digo nada y al cabo de unos minutos me
acomodo hasta pasarle el brazo por encima del abdomen, notando los
cuadraditos de debajo. Cuanto más veo toda la escena, más extraño me
parece, pero la paz que trae consigo me asusta y gusta a partes iguales. No
pienso en ello. No pienso en cómo su brazo está acariciando el mío con
caricias suaves y despreocupadas, no pienso en cómo, sin darme cuenta,
estaba haciendo lo mismo sobre su abdomen y no me molesto en pensar en
el beso que dejó sobre mi cabeza mientras me iba durmiendo poco a poco.
Pero, sobre todo, no me molesto en pensar cómo me cargó en brazos al
quedarme dormida hasta la habitación, en donde se metió conmigo y me
abrazó hasta quedarse profundamente dormido.

La alarma suena sacándome de vete a saber qué sueño y la apago.


Cassian a mi lado duerme como si nada. Me levanto, pues tengo una
videoconferencia con la empresa para hablar del presupuesto para la
reforma de un centro comercial. Tengo mucho sueño, son las nueve y me he
dormido a las seis, esto debería ser ilegal. Vuelvo a mirar a Cassian, que
está tumbado boca abajo casi debajo de la almohada con los brazos
estirados, totalmente ajeno a todo. Entro al baño y me preparo las cremas y
los aceites. Tengo quince minutos antes de que tenga que ponerme el
uniforme y abrir el ordenador. Aun así, me tomo mi tiempo para enjabonar
mi pelo y desenredarlo. Salgo de la ducha con una toalla negra
envolviéndome y busco mis chanclas de algodón. Paso a la habitación por
ropa interior y Cassian sigue dormido, de verdad que lo envidio. Ya vestida
y abotonando los botones de mi camisa blanca, voy al sofá del salón y veo
que todo está limpio. Sonrío internamente mientras tecleo mis credenciales
y desbloqueo la pantalla. Tengo el pelo ligeramente húmedo, pero me da
igual. Ya lista para la videoconferencia, me doy cuenta de que tengo un
correo sin leer. Lo abro para encontrarme con un mensaje de Angela, que
nos comunica a toda la junta directiva que se suspende la videoconferencia
y nos deja el resumen en un archivo adjunto. Frunzo el ceño, Angela suele
pasarse horas planificándolo todo, las reuniones, los informes que se
expondrán, todo. ¿Por qué la habrá cancelado? El archivo adjunto dice que
no hay presupuesto suficiente debido a una posible estafa en las cuentas
corrientes de la empresa. No puedo evitar ahogar un grito con la palma de
mi mano. ¿Una estafa? Imposible. Tenemos de los mejores sistemas de
seguridad tanto física como cibernética, aunque bueno, eso es relativo
recordando que el encapuchado, quien resultó ser cómplice de Tomás, pudo
entrar como si nada burlando cualquier tipo de seguridad.
Un momento.
¿Tomás?
Puede que tenga algo que ver, pero realmente no lo sé a ciencia cierta y
acusar sin pruebas es un delito penal. Sigo leyendo el archivo adjunto.
"Te ruego por tu ayuda y apoyo para solventar el problema lo antes
posible. Para ello, te adjunto los documentos necesarios y firmados por mi
parte para que concretes una reunión con el equipo administrativo del
centro comercial y convencerlos de que es un problema técnico mientras
solucionamos el incidente, un saludo, Angela."
Oh, perfecto, ahora me encasquetan el marrón a mí. Qué remedio, tendré
que ir. Aun así, tengo que hablar con Angela personalmente para sacarle
información sobre las transacciones de Tomás, porque aquí hay algo que no
pinta bien, lo sé. Le dejo un mensaje a Angela preguntándole simplemente
cuando tiene un momento para hablar. Nunca suele contestar al instante, por
lo que pliego la pantalla hacia abajo cerrándola y dejando el móvil encima.
Resoplo y me dejo caer en el sofá, que agotador me parece todo. Aún tengo
pendiente el tema de buscar un nuevo psiquiatra, pero no me atrevo, aún no.
Intento no pensar en ello, pero acude a mi mente más veces de las que me
gustaría admitir.
—Buenos días.
Me giro hacia mi izquierda, por donde asoma Cassian desperezándose.
Está jodidamente guapo cuando se levanta, pero ni loca se lo voy a decir.
—Buenos días, bello durmiente —me burlo fingiendo una sonrisa.
Él parece percatarse de ello, pues ladra la cabeza frunciendo el ceño.
—¿Y esa cara? ¿Qué te pasa?
Mierda.
—Nada, cosas del trabajo —cambio de tema antes de que profundice—.
¿Cómo has dormido?
—Pues de puta madre, con semejante diosa al lado, ¿quién no?
—¿Sabes? De actor te morirías de hambre.
—Si tú lo dices.
Se aleja hacia la nevera y prepara dos cafés.
—No te importa quedarte sola, ¿no?
—No, sin problema —me encojo de hombros y añado—. ¿Te recuerdo
que antes de que te quedases a dormir llevaba años viviendo sola?
—Y no sé cómo puedes, ¿no te deprimes? Aquí sola todo el día.
—Pues no, listo, no me deprimo. Salgo, me voy de compras...
Me trago a tiempo las palabras, tampoco quiero decirle que en este
mismo sofá me he tirado a otros tíos. Realmente no sé lo que siente
Cassian, tampoco debería importarme, pero después de todo lo que hemos
vivido juntos durante el último tiempo, se merece algo de consideración por
mi parte.
—¿Irás al concesionario? —pregunta aun dándome la espalda.
El olor a café me hace relajar los músculos.
—Sí, no puedo estar sin coche.
—Bien, porque no pensaba hacerte de chófer.
Sonrío.
—Ni te lo pediría, tú tranquilo —espeto con tono burlón.
Se acerca con las dos tazas y le hago hueco en el sofá para que se siente.
Estamos en completo silencio de repente, lo único que se escucha es el
ruido de nuestros labios dando sorbos a nuestras respectivas tazas de café.
El ambiente no es incómodo, pero de alguna forma sí pesado. Tal vez sean
todas las cosas que me gustaría decirle, pero de mi garganta no sale ninguna
palabra. Me gustaría decirle algo, pero ni siquiera sé el qué. Su teléfono
suena interrumpiendo mis pensamientos.
—Es mi madre, dame un momento.
Asiento.
—¿Sí? —la voz de su madre resuena a través del teléfono—. Sí, en un
rato voy para casa, no te preocupes.
Desconecto de lo que me rodea. Escucharlo decir eso me deja una
sensación amarga y extraña. Siempre he estado sola y no debería
sorprenderme estarlo de nuevo, al fin y al cabo, solo ha pasado unos días
conmigo, nada más, antes de eso disfrutaba de mi soledad. De pronto siento
la necesidad urgente de que se vaya, de estar sola, de alejarlo. Y como si el
universo me hubiese escuchado, Cassian se pone de pie, por lo que deduzco
que irá a cambiarse.
—Me voy a cambiar ya, no quiero pillar atasco.
—Claro.
Tomo mi teléfono y empiezo a hacer zigzag por las aplicaciones para
distraerme. No quiero pensar en él. Hace tiempo sopesé la posibilidad de
que uno de los dos se pillase, pero no pensé que sería yo precisamente. Y no
quiero, no porque ya conozco este cuento. No somos nada, nos tratamos
como si lo fuéramos y al momento de las dificultades uno de los dos se lava
las manos. No necesito pillarme de nadie ahora mismo, no creo que sea el
momento ni posiblemente la persona. Y la realidad es que el ser humano
sufre más por un amor no correspondido que por una enfermedad.
¿Conocen la historia de Amy Whinehouse? Pues tenemos un ligero
parecido, pero no quiero repetir su historia. Lo que menos necesito es
depender emocionalmente de alguien, aunque en mi caso es más
improbable, pues siempre he sido muy independiente. Cassian aparece de
nuevo y me pongo en pie para acompañarlo a la puerta.
—Vamos hablando —dice mirándome a los ojos.
Y por alguna razón siento que ve más allá de mí.
—Claro.
No me espero ni me veo venir el momento en el que se acerca a mí, toma
mis mejillas entre sus manos y me besa. Pero no me besa como para
arrastrarnos a la habitación, no. Es un beso tranquilo, sin prisa ni tiempos,
es hasta un beso cariñoso. Siento los latidos del corazón en la garganta y
una sensación extraña se ha instalado en todo mi cuerpo.
—Adiós, chiquitina.
Es lo último que dice antes de salir por la puerta y dejarme con un vacío
inexplicable.
Capítulo 29
Las dagas imaginarias también pueden lastimar el
corazón
Siento que estoy a punto de perder los estribos.
¿Y cómo? Pequeño resumen. Todo muy bonito cuando Cassian estuvo en
mi casa hace dos semanas, el problema vino a partir del momento en el que
se fue. Dejó de contestarme a los mensajes al instante y empezó a hacerlo
horas y horas después, alegando estar ocupado. Vale, está bien, pero todos
sabemos que quien quiere puede y de veinticuatro horas que tiene un día, es
una excusa poco creíble que te diga que no tuvieron tiempo para mandarte
un mensaje preguntándote cómo estás. También la calidad de los mensajes
es pésima, apenas me contesta con contestaciones cortas, pero eso sí, está
pendiente a todo lo que publico en redes. Por cosas como esta no quería
pillarme de nadie. Porque la parte más graciosa es que no le puedo decir
nada porque NO SOMOS NADA.
¿Cuál hubiese sido la decisión más lógica? Hablar con él, pero tengo un
problema, más bien una famosa red flag, soy incapaz de mostrarme débil
por amor. Sí, es un sinsentido. Puedo mostrarme débil por cualquier cosa,
menos por amor. Así que opté por hacer lo mismo e ignorarlo también. Sé
que no es la decisión más madura, pero no veía otra solución. Es que quise
intentarlo, incluso empecé escribiendo el mensaje, pero ¿adivinan qué?
Nunca lo mandé. No puedo permitirme volver a ser esa Alondra que una
vez fui, no puedo permitírmelo jamás, porque me lo prometí a mí misma.
Me prometí no volver a caer en ese juego, en esa trampa emocional y desde
entonces inventé mi propio juego, con mis propias reglas.
Octubre, 2016
Estoy cansada.
Estoy agotada de que siempre sea la misma historia, ya ni siquiera sé
porque estamos discutiendo.
—¡Te estoy hablando! —eleva la voz.
Sus gritos son lo único que resuenan en la habitación, como siempre.
—¿Y qué quieres que te diga? —dejo el teléfono a un lado guardándolo
en mi bolsillo—. Mira, me he cansado de esta conversación.
Me levanto con la intención de irme, pero su agarre en mi brazo me
detiene antes de llegar a la puerta.
—¡¿Por qué siempre te tienes que comportar así?! ¡¿Como una niñata?!
—¡Es lo que tiene cuando te gusta salir con menores! ¡Te recuerdo que
tengo 16 años!
—¡No te imaginaba así!
—¡Pues es tu puto problema! —espeto zafándome de su agarre y vuelvo
a intentar alcanzar la puerta.
Salgo de la habitación, pero se adelanta y se pone delante de mí,
cortándome el paso.
—Quítate —aviso.
—No, me vas a escuchar.
Estoy empezando a perder la paciencia. Su victimismo, su manía por
invadir mi espacio personal cada vez que intento relajarme, todo en esta
situación es exasperante.
Doy media vuelta para volver a la habitación, estoy contando números
internamente con tal de relajarme, pero los agarres y la falta de espacio me
distraen. Me siento en la cama y, con las manos temblando, saco el
teléfono. No sé lo que estoy viendo, pero me mantiene distraída y
controlada, estoy intentando no perder los nervios.
—¡Que dejes el puto móvil, joder!
Y después de eso, los cristales de la pantalla del teléfono se esparcen por
el suelo. Lo ha roto. Otra vez. Se dedica a esto, cada vez que discutimos y
no tiene mi atención, se dedica a cargarse todo lo que me esté robando la
atención que no le estoy dando. Me podría levantar y dejar que mi
autocontrol desaparezca, dejar rienda suelta a lo que ha estado
alimentando desde hace más de una hora, pero estoy cansada, demasiado.
Podría alzar la voz, podría imponerme, pero en lugar de eso, simplemente
me tumbo y me giro hacia la pared para ocultar las lágrimas que me van
resbalando por la nariz hasta empapar la almohada. Ahora está llorando
mientras le manda audios a su hermana, ya se está victimizando otra vez.
Cierro los ojos e imagino que algún día soy libre, libre de verdad.
Nunca permitiré que me vuelvan a tratar así. Aguanté demasiadas cosas
que nunca debí aguantar. Me hirieron, me acusaron por la forma en la que
reaccioné al daño que me hicieron. Me fallé a mí misma al prometerme que
me iba a alejar y no lo hice. Me mintieron mirándome a los ojos y lo peor
fue saber que me estaban mintiendo y aun así creérmelo.
Regalé balas para que me matasen, así que nadie podía juzgarme por ser
quien soy hoy en día. Nadie puede juzgar mi actitud fría. Aun así, la actitud
de Cassian hace que sobre piense de formas inhumanas. Y es que no
entiendo cómo es posible que hace dos semanas me estuviese abrazando
mientras dormía, dejándome que le acaricie el pelo, cenando juntos y ahora
me deje en visto los mensajes, es totalmente incoherente.

En media hora he quedado para reunirme con Angela y hablar sobre el


tema de la empresa y aún tengo que agradar la visita con los del equipo
administrativo del centro comercial. Centrarme en el trabajo es lo que
siempre hago para evitar los problemas, pero una cosa es un problema y
otra una duda. Esta última es más peligrosa que la primera, porque el ser
humano siempre necesita saber la razón de todo, ya sea por su instinto del
control o por la curiosidad, pero siempre necesita el porqué de todo. Incluso
es capaz de dejarse pisotear y humillar si eso les asegura una respuesta a sus
preguntas. A veces pienso en si ese comportamiento es un instinto primitivo
y por mucho dominio emocional que uno maneje, jamás pueda dejar de
buscar un porqué. Decido dejar de darle importancia al tema cuando me
subo a mi nuevo coche, un Audi de última generación, para ir a una librería
del centro. Necesito despejarme. Necesito dejar de pensar. Necesito libros.
Conduzco con Darkside de Neoni y dejo que esa vibra elegante y oscura se
apodere de mí. Y vaya que si funciona.
Que le jodan a Cassian.
Encima de que le doy el privilegio de cosas que otros solo podrían
imaginar, decide desperdiciarlo. Se dará cuenta de que no va a encontrar
otra chica como yo por una simple razón: no existe. Puede engañarse todo
lo que quiera, se dará cuenta de ello cuando busque mis ojos en otra cara,
mi mirada en otros ojos y vea un pelo parecido al mío, pero que no será mío
y no seré yo. Puede fingir que olvidará mi voz en cualquier momento y
puede alardear de que tiene miles detrás de él, pero al final del día, va a ser
mi voz la que resuene en su mente y eso no habrá nada ni nadie que lo
pueda cambiar.
Disfruto de conducir hasta llegar a la zona más transitada del centro,
donde pillo algo de atasco. Los edificios son altos e imponentes, la
arquitectura antigua reina entre las calles dándoles un toque entremezclado
de antigüedad y modernidad. Tomo una calle secundaria para evitar algo de
atasco hasta que por fin veo mi destino frente a mis ojos. Con la puerta
hacia la calle principal, veo la preciosa librería de cuatro pisos.
Me dirijo al aparcamiento subterráneo y maldigo para encontrar
aparcamiento. Después de ver una plaza libre al lado de una columna,
aparco y cierro. ¿He mencionado alguna vez que amo profundamente el
olor a gasolina y a humedad de los aparcamientos subterráneos? No sé, pero
podría pasarme horas respirándolo. Inhalo todo el aire del lugar que puedo
mientras me dirijo al ascensor. Las enormes puertas se abren y el espejo me
permite verme por completo. Llevo un vaquero gris ajustado y unos tacones
de punta fina que alcanzan a cubrir mi rodilla, negros por supuesto, como la
mayoría de mis tacones.
La chaqueta la he dejado en el coche, por lo que ahora estoy luciendo un
jersey negro con el cuello alto y echado hacia afuera, dejando ver muy poco
de mi cuello. El pelo negro lo llevo perfectamente alisado y cae hacia mi
cintura con elegancia, como todo en mí. El maquillaje es sencillo; eyeliner,
máscara de pestañas, ligera sombra de ojos azul oscura en la línea de agua
para resaltar el gris de mis ojos y en vez de usar pintalabios, esta vez me he
decantado por un gloss hidratante. Cuanto más me miro al espejo, más
reafirmo lo dicho sobre Cassian. Mi teléfono vibra en mi bolsillo y no
necesito ver la notificación para saber quién es, entonces sonrío. Sonrío
porque no se me puede resistir, ni él ni nadie. Ni siquiera miro el teléfono y
me adentro en el primer piso.
Hay libros por todos lados y para mi suerte, muy pocas personas.
Hora de darse un poquito de amor propio.
Capítulo 30
No juegues con fuego sabiendo que te vas a quemar
CASSIAN
Sigo investigando sobre el tal Tomás. Estoy sentado frente a mi
escritorio. Lo único que ilumina la habitación son las dos pantallas que
están enganchadas a la pared a través de un soporte. Últimamente he estado
bastante ocupado en esto. Desde que Alondra me mencionó lo del problema
en el trabajo, de inmediato supe que ese hombre estaba involucrado. Por
otro lado, he recibido algo de información de él, pero nada de El Cuervo.
¿Curioso? No, más bien diría que raro. Raro de que creo que alguien está
intentando borrar sus huellas precisamente para esto, para no ser
encontrado.
Tecleo varios códigos para intentar romper el sistema de seguridad
cibernético de la empresa en la que trabaja Alondra, pero no lo consigo y
eso me frustra. Le doy un largo trago a la lata de cerveza hasta terminarla.
Resoplo con impaciencia. Esto está siendo más complicado de lo que
pensaba. Hace un rato le escribí a Alondra, pero no contesta. Lleva
ignorando mis mensajes desde esta mañana y quiero pensar que es porque
está ocupada intentando resolver el problema de la empresa y no haciéndolo
a propósito. Las horas pasan y sigo sin conseguir nada. Tomo mi teléfono y
hago una llamada.
—Hei —saludo.
—Buenas, ¿cómo estás? —me contesta al otro lado de la línea.
—Bien, pero necesito un favor, ¿podrías?
—Claro, sigo recordando que te debo un par de favores, así que dime,
¿en qué te puedo ayudar?
Mario es un antiguo compañero de instituto. Le hice algunos favores
informáticos hace unos años, uno de ellos relacionado a unas fotos de su
exnovia que se filtraron por las redes debido a un imbécil. Imbécil que, por
cierto, también tenía fotos comprometedoras en su teléfono de sí mismo así
que traté de borrar las de ella y publiqué las de él. Mario me lo agradeció
mucho, pero nunca lo hice con la intención de que me debiese nada, lo hice
porque quise, porque me pareció rastrero y porque el tipo se lo merecía por
andar publicando cosas que no debía.
—Necesito que redactes una orden de registro falsa para revisar las
cuentas de cierta persona.
—Eso va a estar complicado, pero en tres días te la mando.
—De acuerdo, ¿podrías mandar a tus agentes? Esto tiene que ser
confidencial —aclaro.
—Hecho, te llamaré.
—Perfecto.
Cuelgo y me dejo caer sobre la silla. Mario es policía y alguna que otra
vez me ha quitado alguna multa o ayudado con algún trámite. Le he pedido
la orden de registro porque si el problema de Alondra tiene que ver con
Tomás, es muy probable que se trate de dinero. No tengo que esforzarme
demasiado para llegar a la conclusión de que muy posiblemente el tipo esté
blanqueando dinero bajo la entidad de la empresa, pero no puedo acusar sin
pruebas. Dejo de lado el tema para ponerme a hacer unos proyectos de la
universidad, estoy a punto de terminar el último año y no puedo
arriesgarme.
El trabajo de fin de grado está a la vuelta de la esquina y quedan dos
meses para la graduación, no puedo perder tiempo. Vuelvo a mandarle un
mensaje a Alondra, esta vez es una recopilación de memes de gatos, ¿quién
puede resistirse a eso? Nadie y ella menos. Aunque vaya por la vida con esa
carita de no haber roto nunca un plato, lo único que le saca la risa a
carcajadas son los vídeos donde la gente se cae, ¿qué clase de persona se ríe
de eso? Pues la misma a la que pertenezco yo, porque lloro de la risa
viéndolos.
Al parecer hoy no será el día, porque no quiere contestarme. Sigo
mirando la pantalla con mil dudas en la cabeza hasta que de pronto, ve mi
mensaje. Me siento sumamente estúpido cuando siento el corazón
acelerarse, bloqueo la pantalla y dejo el teléfono encima del escritorio,
esperando su respuesta.
Respuesta que no llega, claro. Vuelvo a tomar el teléfono. ¡¿Me ha
dejado en visto?! Vale, está bien, me ha dado una cucharada de mi propia
medicina. Le escribo y le propongo que nos veamos, pero ese mensaje ya
no lo ve. ¡Dios! ¡¿Cómo puede ser tan odiosa?! Paso, no quiero saber nada.
¿No quiere hablarme? Perfecto, yo tampoco le hablaré.
Tres horas después ya he terminado lo que tenía que hacer de la
universidad. Estoy cansado, me duelen los ojos y tengo hambre. Mamá no
está en casa, creo que dijo que se iba a cenar con unas amigas así que no me
tengo que preocupar. Aun así, al terminar de hacer la cena, guardo una
porción para ella en la nevera y dejo sobre la puerta de esta una notita
amarilla en la que dice que me ha guardado cena.
Después de comer salgo a la terraza a tomar algo de aire en lo que me
baja la comida. Sigo sin poder quitarme a Alondra de la mente, ¿qué coño
me ha hecho esa mujer? No dejo de pensar en ella. Tengo ganas de verla,
pero no para sexo, sino para abrazarla. Sé que suena estúpido y cursi, pero
me siento muy agotado y cansado mentalmente y tan solo recordarla entre
mis brazos durmiendo hace que una paz inexplicable me recuerda de cabeza
a los pies. Nunca me había dado cuenta de lo placentero que es
simplemente dormir con alguien. Busco la cajetilla de cigarros de mi madre
y me enciendo un cigarro, dejo que la penumbra de la noche se lleve el
humo.
Ella me gusta, eso lo sé, hace tiempo que soy consciente de ello, pero no
me arriesgaría a un amor no correspondido. Nunca he sufrido realmente por
amor. Mis "relaciones", por llamar de alguna manera a esos rollos extraños
no oficiales, llegaban a durar como mucho tres meses y no sé, no había
sentido nunca nada parecido. Nunca había sentido la necesidad de saber de
alguien de esta forma, de ver a esa persona y agotar las horas tan solo
observándola, pero, sobre todo, nunca había necesitado dormir abrazado a
alguien. Llevo acostándome con Alondra alrededor de unos seis meses creo,
definitivamente nunca había permanecido con la misma persona por tanto
tiempo. No sé qué es lo que siente ella, pero estoy seguro de que lo mismo
que yo desde luego que no. Tampoco encuentro palabras para expresar lo
que siento por ella, pero sé que es real, lo más real que he sentido nunca.
Siempre pensé que el único amor sincero y real que sentiría sería hacia mi
mamá, hasta que llegó a mi vida cierta señorita de ojos grises.
Apago el cigarro en el cenicero, voy a mi habitación por una toalla y me
voy a la ducha. Necesito dejar de pensar en ella, pero ya. Dejo que el agua
caliente relaje mis músculos, que me introduzca en un estado de completo
sosiego, y funciona, hasta que recuerdo cosas que no debería. Los
flashbacks no respetan ni el momento ni el lugar, y automáticamente
recuerdo a Alondra en el camerino, inclinada hacia el espejo, dejándome ver
la forma perfecta de su culo creando un corazón, de la línea de su espalda
tan marcada y su piel empapada por el sudor. Me llevo la mano a la
entrepierna y me acaricio, no tardo en endurecerme hasta que duele. Sus
ojos acuden a mi mente junto a la escena en la que está arrodillada frente a
mí. Dios, es tan jodidamente excitante...
Acelero el ritmo de mis movimientos y termino.
Estoy tumbado en mi cama mirando al techo y solo una pregunta pasa
por mi cabeza en estos momentos.
¿Me he masturbado pensando en Alondra?
Capítulo 31
Siempre hay un sentido esperando a ser encontrado
Mi tarde de compras fue todo un éxito. Compré cremas, productos para
skincare, dos vaqueros nuevos, algunos vestidos y sobre todo, libros.
Muchos libros. Me he dejado una cantidad generosa en la tienda, pero ha
merecido la pena. Había ediciones limitadas y ediciones especiales que
hacían que me resultase imposible irme de la librería sin ellas, así que las
compré. Al llegar a casa, miré el teléfono y me encontré con decenas de
mensajes de Cassian, pero la verdad es que no me apetece responderle.
Quiero que se coma la cabeza tanto como yo. Tampoco he tenido mucho
tiempo debía organizar el verme con Angela. Al final hemos quedado
mañana por la mañana en su departamento, del cual me ha dejado la
ubicación en el chat. Angela no me cae ni bien ni mal, pero contra Tomás
prefiero tenerla de mi lado, así que mañana además de comentarle eso del
problema de la empresa y mis sospechas hacia Tomás, primero me ganaré
su confianza afianzando un poco los lazos laborales. No es como que me
vaya a convertir en su mejor amiga o algo por el estilo, pero con que no
dude de mí en cuanto deje las sospechas sobre la mesa es suficiente.
Abro mi nuevo serum y empiezo con mi rutina de skincare nocturna.
Desbloqueo el teléfono y tecleo un "He estado ocupada" bastante
desinteresado y lo mando. Recibo la respuesta a los pocos minutos, pero es
demasiado tarde, ya he dejado el teléfono encima de la mesita de noche y
no pienso contestar.
Que hubiese contestado antes.
Mañana me espera un largo día, y de lo que menos ganas tengo ahora
mismo es preocuparme por si Cassian decide aclararse y saber lo que
quiere. Cierro los ojos e intento no pensar en nada más y, por lo visto
funciona, porque en algún momento me sumo en un sueño profundo.
¿Ya he dicho que tengo que cambiar de alarma?
No es como que madrugar me ponga de mal humor, pero no sé, algo tiene
esta alarma que cada vez que suena solo pienso en estamparla contra la
pared. Me quito el edredón nórdico de encima y se me eriza la piel cuando
el calor acumulado durante la noche desaparece. Estamos en octubre y hace
más frío del que debería. Llevo puesto un pijama de franela rosa y negro, es
lo más cómodo que me he puesto hasta la fecha. Lo compré la última vez
que salí a comprar, o sea, ayer. Voy arrastrando los pies hasta la cocina y
dejo que la máquina me prepare uno de esos cafés con espuma que tanto me
gustan. Mientras espero, me lavo la cara. Ya con mi café hecho, me siento
en el sofá y tomo el teléfono, abro el chat de Cassian.

CASSIAN: Buenos días

Buenos para él, que seguro no se levanta con la misma alarma que yo. Si
lo hiciese, estoy completamente convencida de que los días no le parecerían
tan buenos.

Buenos días

CASSIAN: ¿Qué haces?

Tomarme el cafe

CASSIAN: Ah, que bien

Ya ves

Esta conversación empieza a aburrirme. Nosotros no solíamos tener este


tipo de conversaciones tan monótonas y triviales, pero es lo que toca
cuando le da por pasarse de estúpido.
Hago zigzag entre los posts que publican las personas y me encuentro
con una chica rubia, de ojos verdes y que desprende lo que yo llamo vibra
vainilla. Veo el nombre de usuario de Cassian entre los likes y mi intuición
me dice que me meta al perfil. Es justo lo que hago y, en mi pequeño
stalkeo exhaustivo, me encuentro con el like de Cassian en todas sus
publicaciones. Bien, ya puedo despedirme de mi buena mañana, si es que
llegó a ser buena en algún momento. Nuevamente, Cassian y yo no somos
nada, no debería molestarme, pero es lo que siento, celos y molestia. No
debería. ¿Qué hago? ¿Me obligo a sentir otra cosa? Pues no. No seremos
nada, pero quemar un cadáver en un barril juntos no es algo que se haga con
cualquiera, ¿no?
En fin.
Yo subí una publicación hace catorce horas y la de la chica es de hace
nueve, pero ella tiene su like y yo no. Y no es como que me importe tener su
like, me da igual, pero es curioso. Dejo el teléfono de lado, pero su mensaje
vuelve a sonar. Le doy un sorbo a mi taza de café y abro el chat. ¿Estoy por
arrepentirme de lo que voy a hacer? Puede, pero me da igual. Le mando la
última publicación de mi perfil, sí, esa a la que no ha dado like.

¿Un likecito?

No esta tan bonita como la de


tu amiguita la rubia, pero me ha
quedado chula, ¿no?

CASSIAN: ¿Estás celosa?

¿Yo? Me da igual lo
que hagas

Dale like a quien quieras,


otra como yo no encuentras
ni queriendo

CASSIAN: Madre mia el ego, eh

Pero no lo niegas ;)

CASSIAN: Eres mala, eh

Bueno, nunca me presente


como una buena persona
CASSIAN: Ya veo
CASSIAN: ¿Y qué haces?

¿También se lo has preguntado


a tu amiguita?

¿O esto si me lo has
preguntado solo a mi?

CASSIAN: Dios, estas como


una cabra

¿Más que tu amiguita la rubia?


¿O menos?

CASSIAN: Estoy convencido de


que no existe una persona que
este mas loca que tu

Ah, bueno. Al menos


tienes ojos para ver

Ya pensaba que también


eras ciego

CASSIAN: Bueno, ¿y cómo te ha ido?

Me he despertado, he visto
la foto de tu amiguita y poco más

¿Y a ti?

CASSIAN: Mira, hablamos cuando


dejes de estar enfadada

¿Tan rápido se acaba


nuestra amistad?

Que poco ha durado,


aunque era de esperar

CASSIAN: ¿A que te refieres?

¿Con qué exactamente?

CASSIAN: Con eso de que ´´era de esperar´´,


¿a qué te refieres?

Hora de jugar mis cartas. Nunca he querido tratar a Cassian como he


tratado a todos los anteriores. Nunca he querido hacerle daño, pero al
parecer se le olvidó con quien estaba tratando. Más bien, nunca le enseñé
porque me gané el apodo que tengo.

Ah, eso

Era de esperar que hicieras


algo así, al final, todos lo acabáis haciendo

CASSIAN: ¿Y por eso


estás enfadada?

No exactamente

Me molesta haber creído


que eras diferente

Empieza a escribir, después deja de hacerlo y después vuelve a escribir,


pero el mensaje no llega. Antes de que pueda contestar algo, salgo del chat
y bloqueo la pantalla del teléfono, ya he dicho todo lo que tenía que decir.
Me termino mi taza de café y voy hacia mi vestidor para elegir el
conjunto de hoy. Opto por algo sencillo, no quiero ir más llamativa que
Angela, ya que, si voy más arreglada que ella, le causará posible envidia y
posible recelo, y no es lo que necesito de ella ahora mismo. Escojo un
vaquero azul oscuro sencillo pero ceñido y un jersey negro. Unas botas altas
que cubren hasta las rodillas y de un tacón no muy grueso.
Salgo del vestidor y me siento en la silla frente al tocador, donde
enciendo las luces. Me hago las pestañas y el eyeliner con Escapism de
RAYE de fondo. Tarareo la canción mientras uso el rizador de pestañas y me
aplico la máscara de pestañas. Los labios los dejo tal cual, solo añado un
poco de gloss. Voy al salón y tomo mi portátil para guardarlo en un pequeño
maletín, junto con algunos documentos que voy a necesitar.
Después de aplicarme perfume, ya estoy lista y salgo de casa,
asegurándome de haber cerrado bien. Me subo al coche y en el GPS pongo
la ubicación que tengo en el chat de Angela y doy comienzo al trayecto con
una playlist de Neoni. El camino es corto, pues no está demasiado lejos.
Tardo en encontrar aparcamiento, pero finalmente lo encuentro. Salgo y
cierro el coche. El departamento al que tengo que ir está en un edificio de
obra nueva de la zona, una bastante costosa, por cierto. Un señor que
supongo que es uno de los vecinos me abre la puerta del portal cuando esté
está está saliendo, le agradezco y entro al ascensor. Mientras llego a la sexta
planta, compruebo mi maquillaje. Saco el gloss del bolso, me lo aplico en
los labios y extiendo. El pitido del ascensor me avisar de haber llegado y
salgo. La puerta está abierta y frunzo ligeramente el ceño.
No he llamado.
No tiene forma de saber que estoy aquí, ¿entonces por qué dejaría la
puerta abierta? Me aferro a mi maletín con fuerza. Toco la puerta con dos
dedos para avisar de mi presencia, aunque esta esté abierta. No recibo
respuesta, por lo que me adentro en el departamento con pasos tímidos.
—¿Hola? ¿Angela? Ya estoy aquí.
Sigo sin recibir respuesta, pero sigo caminando. El salón está vacío, por
lo que sigo caminando hacia la habitación del fondo, que tiene la puerta
entreabierta. Estoy muy tensa y tal vez debería darme media vuelta e irme,
pero mis piernas no obedecen y siguen caminando hacia la habitación.
Atravieso el umbral de la puerta y se me corta la respiración. Me llevo
ambas manos a la boca para ahogar un grito.
—¡Joder!
Intentando retroceder caigo al suelo, desde esta perspectiva la escena se
ve aún más aterradora.
Frente a mí tengo el cadáver de Angela colgando de una soga. Lo
primero en lo que pienso es en un suicidio. Pudo haberse subido a la cama,
atarse la soga al cuello y alzarse frente a la cama, donde nada la sostuviese.
Aun así, me parece una escena creada precisamente para eso, para que
parezca un suicidio. Demasiado limpio. Demasiado planificado. Tomo el
teléfono y llamo a la policía. Les explico la situación y les doy la dirección.
Me avisan de que no toque nada de la escena, ya que cualquier prueba
puede ser esencial para dar con el responsable en caso de que no haya sido
un suicidio. Ahora estoy esperando mientras sigo con el cadáver frente a mí.
Otra persona normal se alejaría con un ataque de pánico, pero yo no. Yo no
es que sea una persona muy normal que digamos, ¿para qué engañarnos a
estas alturas de la historia?
Me pongo de pie y observo de cerca el rostro de Angela. Sus mejillas no
están húmedas, por lo cual no ha llorado. Me arriesgaría a tocarla para
comprobar su temperatura corporal y deducir cuánto tiempo lleva muerta,
pero no quiero dejar mis huellas. Y buscar unos guantes ya sería lo
suficientemente sospechoso. Ya soy sospechosa por el mero hecho de estar
en la escena del crimen, así que no necesito una razón más. Observo su
cuerpo. La piel sigue de un color normal, por lo que tampoco debe de haber
pasado mucho más de dos horas. Detallo sus muñecas, no parece haber
marcas ni signos de violencia. Defensa contra el agresor, descartada. Me
acerco a la puerta y observo la cerradura a detalle. Nada, no se ve como si
la hubiesen forzado. No hay ninguna señal de asesinato o de homicidio. No
hay ninguna señal de violencia ni nada parecido. ¿Es posible que sea
realmente un suicidio? Por más vueltas que le doy, aunque las pruebas
indiquen que lo ha sido, sigue habiendo algo que no me cuadra. No puedo
afirmar que conocía a Angela perfectamente, pero no creo que tuviese
intenciones de suicidarse.
La policía no tarda en llegar y empiezan con el interrogatorio y las
preguntas por protocolo. Les digo la verdad, que no tenía mucha relación
con ella, pero omito el verdadero motivo de mi visita y les digo que venía
por trabajo, que en parte no es del todo mentira. Hecho que puedo probar
por am conversación y el maletín que llevo con el portátil y los
documentos.
—Muy bien, ¿señorita...?
—Alondra Miller —sonrío con inocencia.
—Perfecto, déjenos su número por si necesitamos alguna declaración
adicional.
—Claro —le tiendo la tarjeta de contacto de la empresa acompañada de
mi número de teléfono.
—Que pase un buen día.
—Igualmente.
Salgo del apartamento dirigiéndome al ascensor y procesado lo que acaba
de pasar. ¿Por qué sigo pensando que no es un suicidio? Vale, sí, faltan
pruebas y las que hay indican justo eso, un suicidio, pero la escena parece
estar diseñada para hacer creer justo eso. ¿Cómo explicarlo? Como que es
muy obvio que parece un suicidio. Solo espero que a los policías y a los
forenses les parezca lo mismo que a mí. Son casi las cinco de la tarde, no he
comido y puedo escuchar el ruido de mi estómago. Me dirijo al coche con
la frustración latente. Dios, si es que estoy casi segura de quien ha sido.
¿Cómo cojones sabía que iba a hablar con ella? ¿Acaso sabe que sospecho
de él? Imposible, no ha habido tiempo para eso. Llego al coche, lo abro, me
siento y cierro la puerta.
—¡JODER!— golpeo el volante con rabia.
Intento relajarme y respirar, porque alterarme no va a servir de nada.
Angela ya está muerta. Y si Tomás sospecha de mí y la ha matado para
evitar que hable con ella, tengo que empezar a andarme con cuidado. De
repente, una pregunta se pasa por mi cabeza.
¿Qué va a pasar con las acciones de Angela? Yo tengo un cincuenta por
ciento, Tomás un treinta y ella tenía un veinte, pero aun así el asunto es
decisivo. Si me hago con sus acciones, tendré más de la mitad de la
empresa, pero si Tomás se hace con ellas, tendríamos una mitad cada uno.
Eso le cedería los mismos derechos sobre la empresa que yo.
Y eso es algo inaceptable.
Joder, ¿por qué me sale todo tan mal?
Arranco el coche y comienzo a conducir rumbo a mi casa, no puedo
pensar con el estómago vacío. A los pocos kilómetros me doy cuenta de que
tengo que parar por la gasolinera.
¿En serio? Hoy no es mi día, definitivamente. Aparco el coche y apago el
motor, luces, dispositivos electrónicos y demás. Mientras recargo el tanque
de gasolina, veo a un coche llegar al puesto de al lado mía, pero lo que no
me esperaba era reconocer al conductor.
¿Y este que cojones hace aquí? ¿Es que no hay más gasolineras en todo
Asterfield? Finjo no haberlo visto mientras sigo a lo mío.
—¡Anda! Pero mira a quien tenemos aquí —su voz suena a mis espaldas,
por lo que tengo que girarme.
—¡Sí! ¡Cuánto tiempo! —finjo una sonrisa.
—Rachel, hasta que nos encontramos. Me debes algo ahora —sonríe
también.
¿Que yo qué? ¿Qué fuma este tipo?
—¿Qué cosa? Ahora mismo no caigo —sigo sonriendo.
—Te dije que la próxima vez que te viese te pediría el número.
Anda, menuda memoria.
No quiero darle el número, así que se me ocurre algo mejor.
—¡Cierto! Vale, apunta.
Steve saca el teléfono con rapidez y a continuación apunta el número de
teléfono que le dicto. Se lo guarda satisfecho.
—En cuanto llegue a casa te escribo.
—Perfecto —sonrío.
Nos despedimos y me meto al coche. Dios, que chico más pesado.
¿Quién le habrá enseñado a ligar? Arranco y trato de despistarlo cuando me
doy cuenta de que le tengo detrás. Ya sabe dónde vivo, no sé qué más le da.
Maldito el día en el que me acompañó a mi casa. Tomo un par de salidas y
sí, me está siguiendo. ¿Qué le ha dado a todo el mundo con seguirme?
Madre mía. Conduzco a mi casa, ¿qué va a hacer? Seguirme hasta la puerta
dudo mucho. Acelero y con habilidad trato de despistarlo. Hace algunos
años, en mi época de adolescente rebelde, digamos que me involucré con
ciertas personas.
Junio, 2014
—¿Quieres jugar a un juego? —su voz es tentadora y sensual.
—Sí —admito en un susurro.
—¿Sabes conducir?
—No —bajo la mirada avergonzada.
—No pasa nada, yo te voy a enseñar.
Carreras ilegales. A eso me dedicaba cuando la voz de mi padre llegaba a
un punto en el que era insoportable. Gané algún dinero, pero la mayoría se
lo llevaban los de arriba, ellos tenían todo el poder, yo simplemente era un
peón más en su juego. Conduzco hasta entrar en mi barrio, cruzo los dedos
por encontrar aparcamiento y, al parecer, es lo único que me saldrá bien
hoy. Encuentro aparcamiento a pocos metros de mi casa. Tomo la chaqueta
y el maletín que están en el asiento trasero y abro la puerta, chocándome de
frente con Steve.
Sus ojos azules me miran expectantes, no sé qué coño espera para
largarse.
—¿Se te ha perdido algo? —inquiero perdiendo la fachada de inocencia.
—Bueno, quería proponerte salir a tomar algo.
Está caminando a mi lado mientras busco las llaves en el bolso.
—¿Y no podías decírmelo por chat? Tienes mi número para algo.
Ya con las llaves en la mano, llego a la puerta de mi casa y siento mi
corazón detenerse cuando veo quien está sentado en el umbral de la puerta,
con cinco latas de cerveza seguramente vacías a su alrededor y mirándonos
a Steve y a mí de pies a cabeza. Me he quedado sin palabras, pero las que
encuentro solo consiguen pronunciar su nombre.
—Cassian...
Capítulo 32
Las almas se reconocen entre ellas al tener el
mismo escondite
CASSIAN
¿Qué coño pasa aquí?
Está claro lo que pasa. Alondra lleva sin contestar a mis mensajes por
días diciendo estar ocupada, y si, ya veo con lo que está ocupada, más bien
con quién.
—¿Quién coño es este? —le miro y caigo en cuenta.
—Cassian...
—Espera, yo a ti te conozco —inquiero recordando.
Este es el mismo que se presentó preguntando por Alondra y casi le
enchufo aquí mismo.
—Sí, ya nos conocemos.
—Y ahora nos vamos a conocer mejor.
Apenas le da tiempo a reacción cuando estrello mi puño contra su cara.
El tipo se tambalea, pero no cae al suelo, y eso me pone peor. No he
vaciado cinco latas de cerveza esperando afuera de su casa para soportar
esto. Si antes tenía frío, ahora ya estoy entrando en calor.
—¡Cassian, para! —escucho a Alondra, pero la ignoro.
Tal cual como ella ignora mis mensajes.
Engancho al tipo por el cuello de la camisa.
—¡¿Es que no vas a hacer nada?!—grita hacia Alondra.
—¡¿Yo?! ¡Eso te pasa por seguirme!
De repente todo deja de existir y un pitido se instala en mis oídos. En
cuestión de segundos ese mismo pitido hace que escuche a Alondra muy a
lo lejos mientras le propino una lluvia de puñetazos a horcajadas del tipo.
Se intenta defender debajo de mí, pero no tiene la misma rapidez que yo,
desde luego. Un puñetazo. Otro. Uno más.
Mínimo si buscaba reemplazarme, que lo hiciese con uno mejor, no con
este trozo de mierda. La sangre me está manchando la sudadera y me da
asco, pero sigo. Al menos hasta que siento los brazos de Alondra rodearme
el pecho.
—¡Joder, para! ¡¿Qué problema tienes?! ¡Lo vas a matar!
Me detengo. El tipo en el suelo escupe sangre y se levanta temblando.
Apenas me ha metido algún que otro derechazo, pero ni de lejos
comparados con los míos. Con verlo basta para saberlo.
El tipo se levanta y sale corriendo.
—¡¿Pero tú eres imbécil o qué mierda te pasa?!
—¡Te ha seguido y.…! —alzo la voz perdiendo los papeles, pero me
interrumpe.
—¡Ya, cállate y entra! —me grita.
Jamás la había visto tan molesta, tan colérica. Introduce las llaves
mientras sostiene una chaqueta y un maletín. Me ofrezco a ayudarla cuando
veo que se le dificulta la labor de abrir, pero me aparta de un manotazo y
abre la puerta. La sigo dentro de la casa. Deja la chaqueta en el perchero, el
maletín encima del sofá y desaparece por el pasillo. Me quedo de pie en el
salón sin saber muy bien qué decir. El bajón de adrenalina mezclado con la
cerveza hace que todo me dé mil vueltas, aun así, me quedo de pie en el
umbral de la puerta del salón. No tarda más de un par de segundos en
aparecer con un botiquín de primeros auxilios.
—¿Qué? ¿Esperas una invitación especial o qué? —me espeta.
Bajo la mirada y me siento en el sofá. Me duelen los músculos por lo
tensos que están. La veo agarrar una silla y sentarse frente a mí. Abre el
botiquín y saca una gasa y le echa algo encima. Se me acerca a la cara y
siento mi respiración volverse irregular. No puedo evitar mirar sus labios,
pero ella solo mira la gasa y eso me entristece. Sigo con la mirada sus
movimientos, ni siquiera reacciono cuando presiona el corte en mi labio.
Miro sus labios mientras habla.
—¿Te duele?
—No, esto no.
—¿Y qué te duele?
Despacio tomo su mano, me sorprende permitiéndomelo y la llevo a mi
pecho, en donde está el corazón.
—Esto.
Ahora sí me mira.
—Te duele porque tú has querido que te duela.
—Lo sé.
No añado nada más, pero no porque no sepa que decir, sino porque todo
lo que podría haber dicho lo ha empujado hacia el fondo de mi garganta con
eso último que ha dicho. Siento algo parecido a las ganas de llorar, como un
vacío extraño y una pesadez en el pecho. Alondra sigue limpiando mis
heridas, lo sigue haciendo pese a todo. Acerco una mano hacia su rostro
para acariciar su mejilla, me lo permite y veo su mirada viajar hacia mis
labios para después ascender hacia mis ojos. Acuno su mejilla en mi mano
mientras me acerco a ella, no se aleja, sé que no va a hacerlo. El beso, pero
no de esos besos feroces, no. Es uno lento, saboreándola, memorizándola y
disfrutando de cada segundo por las veces que me lo he imaginado. Ella me
devuelve el beso, es un beso triste, pero uno al fin y al cabo y eso ya dice
algo. Me separo muy poco de su boca y susurro sobre sus labios.
—Lo siento, chiquitina.
—¿El qué exactamente?
Trago saliva.
—Siento lo de la foto y lo de ignorarte los mensajes, pero tengo una
explicación.
—De acuerdo.
Pese a que ha accedido a escucharle, la decepción no desaparece de sus
ojos y me duele. Me duele más de lo que me gustaría admitir.
—La chica de la publicación es una antigua amiga con la que ahora nada
que ver, te lo prometo —observo que este tema no le agrada y paso al
siguiente—. Y lo de ignorarte, era por esto.
Busco el teléfono en el bolsillo y lo saco. Menos mal que Mario me
mandó esta mañana la dichosa orden de registro.
—¿Y esto? —cuestiona sosteniendo mi teléfono y leyendo.
—Esto es lo que me mantenía ocupado. Estaba moviendo algunos hilos
para obtener una orden de registro falsa para investigar a Tomás.
Sus ojos grises me observan, tal vez buscando alguna señal de que esté
mintiendo, pero no la va a encontrar. No la hay.
—¿Por qué?
—Porque era de esperar que el problema que tenías en la empresa tuviese
que ver con él. Además, teniendo en cuenta que frecuenta lugares como
Black Panther, es fácil de deducir que está blanqueando dinero.
Asiente por unos segundos, tal vez estábamos pensando lo mismo.
—¿Por qué haces esto?
—¿Ayudarte?
Asiente sin quitarme el ojo de encima.
—Porque te quiero.
Sus mejillas se tiñen de un ligero y suave color carmesí y reprimo las
ganas de besarlas.
—¿Me quieres?
—Sí, ¿y tú a mí?
Noto como aparta la mirada y eso me da miedo. Nos quedamos muy
quietos durante algunos segundos. No dice nada, pero se levanta de la silla
y abro las piernas cuando veo su intención de sentarse en una de ellas. Lo
hace y pasa sus brazos alrededor de mi cuello. El gesto me paraliza puesto
que no me lo esperaba, pero para nada. Rodeo su cintura estrechándola y el
alivio me recorre el cuerpo como si fuese agua bendita cuando siento su
respiración en mi nuca. Un par de sollozos llenan el lugar y la estrecho aún
más entre mis brazos.
—Chiquitina...
Su abrazo también se vuelve más fuerte. Nos quedamos así algunos
minutos en donde, con un brazo no dejo de abrazarla, pero con el otro
acaricio su espalda. Si lo que necesita es silencio, pues silencio obtendrá de
mí. Cuando deshace su abrazo, se detiene y deja un beso sobre mi frente
apartando el pelo.
Joder...
Creo que nunca me había dado nadie un beso en la frente a excepción de
mi madre.
Se sorbe la nariz.
—¿Puedes hacerme un café, por favor? Hazte uno si quieres.
—Voy —me levanto.
No sé cuál será su próximo movimiento y la verdad es que su reacción
era la que menos esperaba, pero no digo nada. Esta chica es malditamente
impredecible. Llevo las tazas de café a la mesa de cristal situada frente al
sofá, me agradece y toma un primer sorbo. La imito. Nos quedamos en un
silencio cómodo durante algunos segundos. Ella es la primera en romperlo.
—Esta mañana me he encontrado a Angela muerta en su departamento.
—¡¿Qué?!
Casi me atraganto con el café. Joder, eso sí que no me lo esperaba. En
realidad, no me esperaba nada de lo que ha sucedido hasta ahora y creo que
aún faltan cosas.
—¡¿Cómo?!
—Había quedado con ella para decirle que sospecho de que Tomás tiene
algo que ver con el problema de la empresa porque, como tú has dicho, lo
más probable es que esté blanqueando dinero bajo la entidad de la empresa,
pero cuando llegué me la encontré ahorcada.
Sopeso cada una de sus palabras. Está claro que no ha sido un suicidio y
Tomás tiene algo que ver, pero sigue habiendo algo que no me cuadra aquí.
—¿Has vuelto a ver a Tomás desde lo del club?—pregunto.
—Sí, en la oficina, pero no hablábamos antes y tampoco lo hacemos
ahora —se encoge de hombros.
Quiero formular la pregunta, pero es arriesgado, así que sin añadir nada
más, la miro. Alondra me mira confusa, sigo mirándola con la intención de
que entienda lo que quiero decir.
Capítulo 33
Y las máscaras empezaron a caer
No entiendo nada.
Cassian me mira y no sé si está esperando a que caiga en cuenta de algo o
que sé yo. De pronto, alterna la mirada entre mi rostro y la mesa de cristal y
rápidamente entiendo lo que quiere decir. Tomo mi teléfono y lo apago para
dejarlo en mi habitación. Vuelvo y me siento en el sofá.
—Me alegra de que lo hayas captado.
—Sospechas de que Tomás supo que iba a ver a Angela porque me ha
pinchado el teléfono, ¿verdad?
—Qué lista, mi chiquitina —me revuelve el pelo y me deshago de su
agarre.
—Me ha costado una hora y media plancharme el pelo, ¿sabes?
Se ríe y su risa llena todo el lugar. Me da miedo admitir que es un sonido
que reproduciría en bucle, por horas y sin parar. Que me lo pondría de tono
de alarma y cada mañana me despertaría con una sonrisa dibujada en los
labios, pero con un vacío inmenso al no verlo a mi lado. Aparto los
pensamientos todo lo rápido que puedo.
—Si no te importa, me voy a llevar tu teléfono a mi casa para ver si te lo
han pinchado o no, pero no se me ocurre ninguna explicación además de
esa.
—Sí, no sé de qué otra forma podría haberse enterado —le doy la razón.
De pronto, un mareo me recorre de pies a cabeza y siento mucho calor.
—¿Estás bien? Te ves pálida, más de lo normal.
—Sí, es que hoy no he comido nada.
El rugido de mis tripas que llega en el mismo instante en el que termino
de decir la frase se hace presente, corroborando lo que acabo de decir.
—Deja que te prepare algo, tú túmbate en el sofá —ordena poniéndose
en pie.
—Vale —me dejo caer en el sofá tumbándome.
Realmente necesitaba tumbarme.
—¿Dónde tienes el pijama? Déjalo, ya lo recuerdo —dice antes de
perderse por el pasillo.
Nunca le había visto tan atento, pero no me quejo, se siente bien. En
apenas unos segundos, vuelve con mi pijama nuevo de franela que estaba
doblado encima de la cama y con mi endredón nórdico.
—Siéntate.
Obedezco casi sin pensarlo. A Cassian al parecer le encanta dar órdenes y
por lo visto a mí obedecerlas, porque sino no me explico de donde sale el
instinto de obedecerlo sin cuestionar. Jamás me había pasado algo así. Dejo
de pensar en ello cuando noto que me está quitando el jersey y pasándome
la camiseta de franela por encima de la cabeza. Sigo intentando dejar de
pensar en el tema cuando me quita los vaqueros y me pone el pantalón del
pijama.
—¡Dios! ¡Tienes los pies helados!
Vuelve a desaparecer por el pasillo y a regresar a los pocos segundos,
esta vez con un par de calcetines gruesos de invierno. Sigo tumbada en el
sofá cuando se sienta en la esquina restante de este, toma mi pierna y
posiciona mi pie sobre su pecho para colocarme el calcetín. Repite el
proceso con el otro pie. No puedo evitar memorizar cada detalle de la
escena.
—Listo, ¿te pongo una película o algo mientras te hago algo de cenar?
—No, ya busco yo una, gracias —sonrío.
Me devuelve la sonrisa, me cubre con el edredón hasta que parezco un
sushi enrollado y se aleja hacia la cocina americana, por lo que le veo
moverse por la cocina desde aquí.
Busco una película y encuentro una sobre brujos, así que la dejo. Aunque
me encanta la fantasía y el romance, mi atención se desvía constantemente
hacia Cassian. Se mueve por la cocina y, no sé qué está haciendo, pero
huele delicioso.
Por mi mente pasa el pensamiento de que cara pondría Jennifer al
observar esta escena. Yo, que no era capaz de enamorarme. Yo, que no era
capaz de dormir con la misma persona que me acababa de follar y ahora
duermo con uno sin hacer nada, solo dormir. La echo de menos y me
gustaría contarle tanto...
Aún reprimo el impulso de querer llamarla y comentarle mi nueva
lectura.
Aún reprimo las ganas de llamarla y contarle cada acontecimiento que
me sucede.
Aún reprimo las ganas de verla y preguntarle por cómo ha ido su día.
Las reprimo porque ya no está, porque no volverá a estar. Las reprimo
porque sé que debo superarlo, por mucho que me cueste. Se llevó todos mis
secretos más oscuros a la tumba y espero algún día reencontrarme con ella,
siento que nunca le agradecí lo suficiente. Estaría muy orgullosa de la
escena que me envuelve en estos momentos. De hecho, ella lo previó, como
todo. Sigo mirando a Cassian moverse por la cocina. He perdido a todo el
que me rodeaba, y es que todos los que están cerca de mí acaban muriendo.
Mi hermana, mi mejor amiga, mi compañera de trabajo...
De pronto una opresión en el pecho me aterra, Cassian. No soportaría
perderlo a él también. No sé quién me sigue, quién quiere matarme ni por
qué. Solo sé que un hombre oscuro y poderoso al que llaman El Cuervo me
persigue. En pocas palabras, la muerte me persigue y parece que se lleva
por delante a todo el que me rodea. ¿Y qué puedo hacer? Cassian no va a
mantenerse al margen ni mucho menos alejarse, lo sé. Ni siquiera necesito
preguntárselo para saberlo. ¿Y la policía? Tampoco sirven, ya lo
demostraron cuando me sabotearon los frenos del coche.
La ansiedad me está matando, tantos problemas juntos y tan pocas
salidas...
—¡Aquí está la cena para mi tiesita!
Cassian deja tres platos encima de la mesa de cristal y lucho por
sentarme, que hasta eso me cuesta. Me siento débil y muy agotada, tanto
estrés va a acabar conmigo.
—¿Qué te parece?
—Pues tiene una pinta maravillosa —le sonrío.
El primer plato tiene patatas fritas con queso fundido por encima. El
segundo tiene unos filetes condimentados y fritos a la plancha. Y el tercer
plato tiene una ensalada con las únicas verduras que tengo en casa porque
no me gustan otras: cebolla, pepinillo, tomates y lechuga.
—Ah, y una cosa más.
Sigo sus movimientos con la mirada. Añade al menú que tengo frente a
mi un vaso alargado de lo que parece un batido. Le doy un sorbo y mi
paladar agradece la explosión de la mezcla de sabores.
—Uhm, ¡qué delicia! ¿Qué es? —inquiero curiosa.
—Batido de dulce de leche con trocitos de fresa y nata —sonríe.
Vuelvo a agradecerle y empiezo a comer. Cassian también se ha puesto
una ración de todo lo que ha hecho y aún se está tomando el café que
preparó antes.
—Ya me la he visto.
—¿Qué cosa?
—La película, ella muere al final.
—¡JODER, CASSIAN! ¡No me hagas spoiler!
Se ríe a carcajadas sonoras y veo una lágrima asomar por la esquina de su
ojo.
—¿Ya, no?—intento no reírme, pero es imposible.
Tiene una risa muy contagiosa.
Me falta el aire entre tanta risa. Apenas cuando puede respirar, me mira
fijamente a los ojos y añade:
—Joder, si pudiese darte algo, sería la capacidad de verte a través de mis
ojos, así entenderías lo especial que eres para mí.

Agradezco que sea sábado, pues no tengo trabajo. Al despertar, me doy


cuenta de que estoy en mi cama y recuerdo haberme quedado dormida en el
sofá perfectamente. Unos brazos me rodean y todo empieza a cobrar
sentido: Cassian. Él me llevó a mi habitación después de quedarme
dormida. Un sentimiento enternecedor me invade a la vez que me asusta. Se
siente muy bien esta sensación, creo que me voy a quedar así un rato más.
Le tengo rodeándome y con la cabeza encima de mi pecho. Así, tranquilo y
dormido, no parece el hijo de puta que es. Ahora que me doy cuenta, tiene
las pestañas muy largas, incluso más que las mías. Casi de forma
inconsciente empiezo a acariciarle el pelo y disfruto de hacerlo. Disfruto de
su peso encima de mí, disfruto de su respiración sobre mi clavícula y
disfruto de tener sus piernas entrelazadas a las mías, como si temiese que
me marchara. Intento levantarme, pero no me deja. Quiero ir al baño.
—Cassian —susurro—. Cassian, quita.
Pero Cassian está en el quinto sueño y no se entera de nada. Ideo toda
una estrategia y consigo salir de la cama. Voy al baño y Dios, tengo una
cara horrible. Parece que llevo semanas sin dormir, y la verdad es que
últimamente duermo mejor que nunca, sin pesadillas, nada de nada. Me
lavo la cara con dos jabones diferentes y me aplico el serum junto a dos
cremas distintas. Ya con la cara hidratada salgo del baño y desde el umbral
de la habitación me encuentro a Cassian casi sentado mirando la hora.
—¿Qué haces despierto? Si hace unos minutos estabas en el quinto sueño
—frunzo el ceño.
—Es que no estabas.
Ignoro una vez más la punzada de nervios que me hace sentir el
comentario. Espero no estar sonrojándome.
—Madre mía —murmuro más que nada por no saber qué decir.
—Oye, he pensado que debería pasar unos días aquí contigo haciéndote
compañía —anuncia.
¿Cómo?
—¿Por? —frunzo el ceño confuso.
Busco rápido una excusa para negarme.
—Porque si Tomás ha matado a Angela para evitar que hables con ella, es
muy probable que vaya a por ti. Eso sin mencionar que contrató a un
hombre para que te acosara y te intentase matar en tu casa por órdenes de
un tal hombre peligroso apodado El Cuervo.
Cualquier excusa que se me pudiese haber ocurrido se acaba de esfumar.
Porque tiene razón. Y me jode que la tenga, porque no necesito un puñetero
guardaespaldas, pero no hay forma de rebatir su argumento.
—Vale, si así te quedas más tranquilo... —me encojo de hombros.
—Serán unos días, pero ahora tengo que ir a hacer unas cosas y a ver si
puedo verificar tu teléfono.
—¿Y me vas a dejar incomunicada? —inquiero.
—Bueno, tienes el portátil, ¿no?
—Cierto.
¿Puede dejar de tener razón en todo al menos por un puto momento? Es
irritable.
—Bien, voy a vestirme. Si necesitas cualquier cosa, escríbeme o llámame
desde el portátil.
—De acuerdo —asiento entregándole mi teléfono.
Dicho esto, desaparece por la puerta del baño, y molesta, decido ir a
hacerme el café. O sea, me quedo sin teléfono y encima Cassian se muda
temporalmente a mi casa. Ninguna de esas dos cosas me molestan
demasiado realmente, pero es que eso último no es precisamente lo que
necesito para aclararme. No sé lo que siento. No sé si, sea lo que sea que
siento, quiero o estoy preparada para sentirlo. No sé si, sea lo que sea que
siento, lo estoy sintiendo por una persona que merezca la pena en ese
aspecto. Si, Cassian es muy guapo, folla de maravilla y todo, ¿pero puedo
entregarle mi corazón? Uno lleno de cicatrices, de heridas que aún sangran,
¿puedo fiarme de que no abrirá unas nuevas? No le pediría que sanase mis
heridas porque esto no es ninguna serie romántica ni nada, pero sí que no
me provocase más de las que ya tengo porque, a estas alturas de mi vida, tal
vez los daños sean irreversibles. Además, me tienen en la mira y es muy
probable que a este paso me maten, ¿de verdad puedo considerar siquiera
algo así? Es que todo en esta situación grita un claro "no".
Le doy un sorbo a mi café intentando apartar estos pensamientos, al
menos hasta que se vaya. Pongo la televisión, pues parece que es lo único
con lo que voy a entretenerme, eso y un libro. Estoy con un thriller
psicológico bastante interesante. Cassian aparece ya vestido por el umbral
del salón.
—Vale chiquitina, me voy, ¿vale? Llámame si pasa algo —se inclina y
mi corazón se acelera.
Deja un beso sobre mis labios y se dirige a la puerta.
—Vale, ten cuidado.
—Lo tendré, adiós.
—Adiós.
El ruido de la puerta cerrarse me devuelve a la realidad y esa sensación
extraña vuelve a instalarse en mi pecho. Se ha ido. No está. ¿Por qué siento
esto? ¿Este vacío extraño e inexplicable? ¿Por qué? Centro mi atención en
la televisión y descubro una serie sobre asesinatos y crímenes, así que
empiezo una maratón que me mantiene distraída durante horas.

Son las ocho de la tarde, Cassian se ha ido a las doce del mediodía. No
me ha escrito y yo tampoco a él. El aburrimiento me ha vencido, por lo que
hace una media hora pausé la serie y ahora tengo toda la casa limpia, un
cuarto de libro leído y una nueva manicura. Las horas pasan mientras
decido tomar una ducha, usar casi todas mis cremas y cambiar la funda de
las almohadas y el edredón nórdico. Lo que hace el aburrimiento, ¿eh? No
recuerdo la última vez que hice tantas cosas en mi casa. Y no, no me
avergüenzo de ello. Vuelvo a mirar el reloj, son casi las nueve cuando
escucho a alguien tocar la puerta. Me pilla por sorpresa y me sobresalto. Me
acerco a pasos firmes y miro por la mirilla para asegurarme. Con gente
queriendo matarme no puedo abrir sin antes mirar quién es, ¿no? Eso no
sería lo más prudente ni precavido. Entrecierro un ojo y reconozco a
Cassian detrás de la puerta. Mi corazón se acelera y mi cuerpo experimenta
la tan querida sensación de alivio al saber que es él. Le abro y lo primero
que hace es besar mis labios y abrazarme. Un abrazo que dura poco más de
minuto y medio, ¿le pasa algo?
Decido preguntárselo.
—¿Pasa algo?
Niega y se quita la chaqueta, dejándola colgada del perchero.
—No, todo perfecto.
Quiero creerlo, pero no sé, no lleva ni cinco minutos aquí y ya noto que
desprende una vibra extraña, diferente. O tal vez sean paranoias mías
porque necesito sabotear lo que sea que sea esto.
—¿Qué? ¿Te has aburrido mucho? —pregunta dedicándome una de esas
medias sonrisas.
Aparto la mirada.
—¿Qué? No, he estado viendo una serie.
—Y limpiando por lo que veo, a fondo —observa mientras pasa un dedo
por encima de la estantería comprobando que no hay ni una sola mota de
polvo.
—También —me encojo de hombros.
Se sienta en el sofá y se abre una lata de cerveza. No sé por qué, pero hay
algo que me disgusta en ese gesto.
—¿Ves las noticias?
—No, no especialmente.
—Pues voy a poner la serie que estabas viendo, si no te importa.
—Adelante —asiento.
Antes de que Cassian llegue a tomar el mando de la televisión, las
noticias anuncian algo que me interesa.
—Espera, deja eso.
La reportera es una chica pelirroja, bastante joven. El escenario es uno
oscuro, veo el vaho salir de sus labios por el frío mientras empieza a narrar.
—"Y lo que ha encontrado esta noche la policía es el cuerpo sin vida de
un joven de veintidós años. Lo extraño son las condiciones en las que se
encontraba este, pues estaba envuelto en una bolsa, con cuerdas atadas y
flotando en el río de Asterfield. Ya ha sido identificada la identidad del
chico. Steven Kelmer. El cuerpo está por ser enviado al laboratorio para
que los forenses analicen huellas, uñas y cualquier prueba que nos ayude a
dar con el culpable de este atroz asesinato. Les mantendremos informados."
Dios santo. ¡Es Steve! El mismo que me siguió una y otra vez. De
repente todos mis sentidos se activan y sé que tengo al culpable sentado a
mi lado, lo sé por la media sonrisa con la que mira la televisión, tranquilo y
sereno. Me giro despacio hacia el asesino, quien me devuelve la mirada y se
encoge de hombros.
—¿Cassian...?
Capítulo 34
¿Cuántas lágrimas vale la persona que más te
importa?
CASSIAN
—¿Cassian...?
Su voz no indica terror, pero sí incredulidad. No me esperaba que las
noticias saliesen tan pronto.
—Dime.
—¿Tienes algo que ver con la muerte de Steven?
—De ser así, ¿te molestaría? —inquiero con una media sonrisa.
Su mirada viaja desde mis ojos a mis labios y se detiene en ellos, para
después volver a hablar.
—No —hace una pequeña pausa para volver a mirarme a los ojos—.
¿Por qué?
—Sencillo, intentaba tener algo que es mío —me encojo de hombros con
despreocupación.
He de decir que me tomó por sorpresa el instante en el que estampó sus
labios contra los míos de forma brusca. Le correspondo el beso, estaba
ansioso por volver a tenerla así. Se sube encima de mí, dejando sus piernas
a ambos lados de mi cuerpo. Sus besos son salvajes, sin cuidado ni tacto
alguno. Hundo mis dedos en sus caderas y la acerco aún más hacia mí. Un
jadeo escapa de sus labios y la reacción se siente en mi entrepierna. Le
quito la camiseta, ella hace lo mismo y nos dejamos llevar entre besos,
jadeos y mordidas. La punta de mi lengua roza su piel, la delineo como si
fuera mi lienzo y mi saliva la pintura. No tengo palabras para explicar lo
placentero que se sienten sus manos en mi pelo, sus dedos enredándose en
él. Sus manos por mi espalda, las mías enredadas en su pelo negro y largo.
Siento que puedo morir aquí mismo al admirar sus ojos grises mirándome
de esa forma. Dios, maldito limbo al que me llevan las caderas de esta
mujer.
Me despierto y por lo que veo sigo en el sofá, pero ahora con una manta
cubriéndome. Son las siete de la tarde. Tomo mi ropa y me visto. ¿Dónde se
ha metido Alondra? Me levanto y tras ir al baño, miro en su habitación,
nada. Habrá salido. No sé si escribirle, aún no me fío del todo de su
teléfono. Es cierto que lo revisé y nada, no había nadie escuchando nada.
Aun así, no dejo de darle vueltas a eso. ¿Cómo es que Tomás se enteró de
que Alondra y Angela iban a hablar? Y aún mejor, ¿cómo supo de qué iban
a hablar exactamente? Esto último es medianamente fácil de suponer.
Digamos que Alondra y Angela nunca han quedado a solas fuera del
trabajo, sería un tanto extraño que lo hiciesen ahora. Principalmente porque
cualquier cosa del trabajo la resuelven por mail.
La realidad es que con la situación que hay ahora mismo, no me gusta
que Alondra esté por ahí sola, pero tampoco me dejaría ser su sombra, es
muy...
¿Cómo explicarlo?
Alondra es tan...
Bueno, en cuestión, es muy ella y hace lo que le da la gana aunque el
mundo a su alrededor arda en llamas. Y después de este último
pensamiento, entra por la puerta con un montón de bolsas y dejando el
ruido de la lluvia a sus espaldas. Lleva el pelo largo negro un poco mojado.
¿Por qué no me ha dicho que la ayude? Me apresuro a hacerlo.
—¿De dónde vienes?
—De comprar, ¿no lo ves?—se encoge de hombros mientras
acomodamos las bolsas en el sofá.
De pronto su teléfono, que está encima de la mesita de cristal, suena y la
pantalla se enciende, permitiéndome leer la notificación de forma
involuntaria.
—¿Pero qué...? ¡¿Es en serio, Alondra?!
El mensaje que veo me hace estallar de inmediato. No pienso. No juzgo
con razón, pero porque es demasiado obvio.
—¡¿Cómo que si podéis repetir lo de la última vez?! ¡¿Me estás
vacilando?!
Sus ojos grises se mantienen fijos en mí y su compostura demasiado
tranquila.
—¿Me estás echando en cara algo, Cassian? ¿Tú? ¿Te tengo que recordar
que no somos nada?
Y de pronto me siento vacío. Vacío porque tiene razón, vacío porque
jamás me habían dicho eso, al contrario, era yo quien lo decía.
Aun así, no iba a quedarme callado.
—¿Nada? ¡¿Nada?! ¡¿Llamas nada a llevar follando medio año y a
ayudarte a disolver un cadáver en un barril con ácido?! ¡Joder!
Pierdo los papeles. Esta tipa está loca. La ayudó a encubrir un asesinato y
ella se atreve a decirme que no somos nada, increíble.
—¡Hago lo que sea que quieras! ¡Estoy ahí por si te pasa algo! ¡No
valoras una mierda!
Por un momento iba a decir que la ayudé a rescatar a su mejor amiga,
pero me detuve a tiempo. Estoy enfadado, pero nunca les faltaría el respeto
a los muertos.
—No te lo pedí, no te pedí que hicieras ninguna de esas cosas.
Esto era lo que me faltaba, escuchar esa puta mierda. Siempre es la
misma puta mierda. Luego dicen que no son todas iguales, ¿entonces por
qué mierda todas actúan igual? ¿Será que soy un imán de locas
desequilibradas? La miro a los ojos, tengo su respiración a centímetros de
mi barbilla, pero me da igual. Me sostiene la mirada con desafío.
—¡¿Sabes cuál es tu puto problema?! Que no valoras nada porque nadie
te ha dado nada en tu puta vida. Y ahora que viene alguien a darte algo
bueno, te autosaboteas porque no eres capaz de gestionarlo.
Se cruza de brazos y frunce el ceño.
—¿Ah, sí? ¿Entonces qué haces aquí todavía? Será que te tienes muy
poco amor propio para seguir ofreciéndole algo a alguien que, según tú, no
sabe valorar.
Trago saliva, se acerca otro paso hasta susurrar sobre mis labios.
—Así que dime, Cassian, ¿acaso no sabes estar solo y por eso tienes que
estar aguantando todo?
Está intentando intimidarme. Por un momento, tan solo por un momento,
una grieta en una fibra sensible amenaza con rasgar lo que ya tenía
guardado, pero no se lo dejo ver. ¿Quiere hacerme daño? Puede intentarlo,
si hasta ahora me mostré como un niño bueno fue porque no tuve motivos
ni razones para hacer lo contrario.
—¿Qué? ¿Te comió la lengua el gato o qué?
—¿Así como me comiste la polla tú a mí después de comérsela a otro?
Caliente.
Así se siente mi mejilla derecha después de que estrelle su mano contra
ella. Me mantengo impasible, si piensa que se la voy a devolver, está muy
pero que muy equivocada. Jamás he pegado a una mujer y no voy a hacerlo
ahora, aunque mis dedos cosquilleen por agarrarla del pelo, no lo voy a
hacer.
—No vuelvas a dirigirme la palabra en tu puta vida y ahora largo de mi
casa.
Su mirada es dura y afilada. No titubea, no tiembla, no duda. No
pronuncio ninguna palabra más porque, si lo hago, no me haré responsable
de las consecuencias. Tomo mi sudadera, la paso por mi cabeza intentando
contener la rabia y salgo.
La lluvia me da la bienvenida a una calle oscura y vacía, iluminada solo
por algunas farolas. Me dirijo a mi coche y trato de arrancar. Y digo "trato"
porque está sin gasolina. Maldigo y busco el teléfono. ¿Adivinan? No lo
tengo. Ni el teléfono ni la cartera. Al parecer me los he dejado en casa de
Alondra y no pienso volver.
Podría dormir en el coche, tampoco me voy a morir, ya veré como le
hago para conseguir el teléfono y la cartera. Por ahora necesito despejarme
porque dinero para cerveza no tengo por el mero hecho de que no tengo
cartera ahora mismo. Salgo del coche y me pongo la capucha de la
sudadera. Debajo llevo una camiseta de manga corta nada más, pero me da
igual, necesito aire y el del coche no es una opción. Camino sin rumbo
concreto, más que nada porque no me conozco la ciudad. Asterfield es
bastante más grande que Faidbridge, más que nada porque Faidbridge es un
pueblo más que una ciudad. Sigo caminando, mirando las calles, tampoco
quiero perderme porque no llevo el teléfono como para ponerme el GPS en
caso de no saber cómo volver al coche.
Camino en línea recta, cruzando algunas calles. Son las doce de la
medianoche y las pocas personas con las que me cruzo apenas me miran,
mejor. Encuentro un parque de deporte a pocas calles y me parece la
oportunidad perfecta para descargar toda esta ira que siento de la única
forma que sé, entrenando. Entro al parque y me agarro del metal,
impulsándome con un salto antes. Me resbalan las manos por el agua, pero
me da igual.
¿Te tengo que recordar que no somos nada?
Aumento la velocidad de mis dominadas, no quiero pensar en nada que
tenga que ver con ella.
No te lo pedí, no te pedí que hicieras ninguna de esas cosas.
¿No? Pero cuando me dejaba acariciarle el pelo mientras se quedaba
dormida no decía eso precisamente. Y nada no es lo que salía de sus labios
cuando me la follaba. Estoy harto de ella. Hace lo que le da la gana, ahora
si, ahora no. Parece que solo le sirvo cuando puede utilizarme. En mi vida
ya me han utilizado bastante, amigos, novias, todo. Por eso mismo reduje
mi círculo de amigos y para las pocas relaciones que había tenido, si es que
se las podía tomar en serio, decidí no tener más. Precisamente por eso.
Porque parece que nada de lo que haga es suficiente. Parece que da igual
cuanto intente demostrarle que solo me gusta ella, que de verdad me
interesa por algo más que el físico, siempre va a desconfiar de mí. Y no lo
entiendo, si soy el único ahora mismo que la está apoyando. ¿O no? Quién
sabe con cuántos más está. No sé cómo pude caer en un error tan básico.
Sigo con mis dominadas, los brazos me duelen, las manos se me resbalan
y lo único que alumbra el parque son los truenos. Siento las gotas de lluvia
resbalar por mi nariz. Cuando el dolor se vuelve insoportable, paro. Paro
porque si no voy a desgarrarme un tendón y no me apetece. No sé cuánto
tiempo he estado así, pero puedo calcular una hora fácilmente. Aún siento
que no es suficiente, tengo calor indiferentemente del frío que me rodea. No
es suficiente. La sangre me sigue hirviendo en las venas. El parque es
bastante grande, por lo que empiezo a correr. Necesito sacar esta angustia
de mi pecho, necesito algo que haga desaparecer las ganas que tengo de ir a
gritarle a esa maldita.
Sigo corriendo hasta salir del parque. De pronto olvido donde estoy y
detengo mi marcha. ¿Por dónde fue que había venido? De repente todas las
calles me parecen iguales y no reconozco la dirección de la cual vine. ¿Me
he perdido? ¿Cuánto he corrido? Bajo la calle y encuentro de nuevo el
parque. ¿Por dónde quedaba la casa de Alondra? El calor sale de mi cuerpo
y el frío se instala rápidamente en todos y cada uno de mis huesos. La
sudadera que en un principio era amarilla, ahora por la lluvia tiene un color
apagado. El pantalón negro está empapado y empiezo a tener mucho frío,
excesivamente mucho frío. Desde el parque, la casa de Alondra quedaba
por...
Joder, ¿por dónde era?
Cada vez me encuentro más y más desubicado. Las direcciones se me
juntan y las calles se ven idénticas. El desequilibro repentino acompañado
de un intenso mareo hacen que busqué rápidamente un sitio para sentarme.
Me siento cerca de las barras metálicas en donde estuve entrenando hace un
rato y me apoyo con la cabeza sobre el hierro.
Los párpados me pesan y meto las manos en el bolsillo delantero de la
sudadera, igual de mojado que el resto de ella. El sabor metálico inunda la
parte de atrás de mi garganta y eso casi me despierta de golpe. Paso el dedo
índice por debajo de mi nariz, buscando ese rastro de sangre que no
aparece.
Vale, no me sangra la nariz, eso es buena señal. Aun así, el sabor a sangre
es alarmante y me sume en una sensación parecida al pánico. Miro a mi
alrededor, no hay nadie. Tomo varias respiraciones, intentando callar el
ruido de los truenos y la lluvia. No hay luna, las nubes negras la esconden.
No hay personas cerca y tampoco llevo el teléfono como para poder llamar
una ambulancia. Si la sensación perdura por unos minutos más, no me
queda más remedio que tumbarme en el arenoso suelo del parque y esperar
a entrar en la que parece una inminente crisis epiléptica.
Capítulo 35
Un poquito de arrepentimiento y dos gotas de culpa
Se dejó la cartera y el teléfono.
Salió de casa hace media hora, pero no ha vuelto, que era lo que esperaba
que pasase. Los truenos se hacen cada vez más fuertes y furiosos con la
lluvia. La casa de pronto ha adoptado un ambiente solitario y triste, como si
Cassian al irse se hubiese llevado los colores de esta casa.
Llevo diez minutos debatiéndome entre si ir al coche a darle sus cosas o
seguir esperando. Me sirvo una copa de vino mientras camino de un lado a
otro. Vuelvo al salón, me acerco al ventanal y deslizo la cortina. Entre las
gotas de lluvia que se van deslizando por mi ventana y la profunda
oscuridad de la noche, no logro ver si está en el coche. ¿Dónde más iba a
estar?
Con la que está cayendo. Esta noche me parece más oscura que las
demás. Quiero salir a darle sus cosas, pero sus palabras aún duelen. Duelen
porque él me echó en cara que yo me acostase con alguien cuando a él le
hicieron una mamada en el baño de una discoteca. Y sí, me he enterado
porque su querida exnovia se ha encargado de hacérmelo saber. Al parecer
Cassian salió de fiesta con sus amigos y se cruzó con la ex. Esta misma me
dijo que lo vio irse al baño con una chica. Fue la misma noche que me
mandó foto para que opinase de cómo iba vestido.
Me pidió la opinión para ir a follarle la boca a otra. ¿Qué se supone que
iba a hacer? ¿Cómo se supone que debería interpretar eso? Lógicamente
como que el tipo no quiere nada serio, además de que le dejé claro que yo
no buscaba nada de eso. Aun así, no estoy tan enfadada ahora mismo. Odio
admitir esto, pero estoy preocupada por él. Sigo mirando por la ventana y
no parece que esté en el coche. Tomo el abrigo, el teléfono y las llaves y
salgo de casa. Apenas estoy en el porche de la casa y la lluvia me intimida
gravemente. Joder, más le vale estar en el puñetero coche, porque como se
le haya ocurrido salir, va a pillar la pulmonía más grave de la historia. Tomo
una bocana de aire y me adentro bajo el manto húmedo de la lluvia que
tarda pocos segundos en mojarme de pies a cabeza. Llego al coche y limpio
el cristal. Siento una punzada en el pecho.
No está.
Mierda, mierda, mierda.
¿Este hombre es gilipollas? ¿A dónde coño va con la tormenta que hay en
una ciudad que no conoce? Empiezo a desesperarme. No lleva teléfono ni
cartera, no tengo cómo localizarlo. Mi paranoia aumenta a tales puntos en
los que me hace insinuar que tal vez Cassian no esté realmente en una
ciudad desconocida y haya ido a algún lugar, o con alguien. Aparto esos
pensamientos rápido, no es eso lo importante ahora mismo. Trato de
recordar cómo salió de casa. La chaqueta estaba encima de la silla y debido
a la mesa no la vio...
Joder, ¿qué llevaba puesto cuando salió?
La bomber no, una chaqueta diferente tampoco...
¡La sudadera! ¡Salió solo con una puta sudadera en medio del diluvio que
hay! ¡Mierda! Miro hacia ambos lados de la calle, ¿en qué dirección habrá
ido? Si subes la calle hacia la izquierda, lo único que hay es una esquina y
un cruce. La esquina lleva a una calle vacía con tiendas cerradas, una calle
principal. Y seguir el cruce todo recto solo lleva a callejones y edificios con
tiendas pequeñas, tiendas de alimentación y así, todas cerradas también. Si
bajas la calle hacia la derecha, hay un par de cruces, durante un kilómetro
todo son casas y chalés adosados. Hago un mapa mental rápido de los
alrededores. Digamos que fue hacia la derecha. Una calle larga de casas y
adosados. Un cruce. Un parque de perros. Otro cruce. Dios, no se me
ocurre. Echo a correr calle abajo y el frío inunda mis pulmones. Las gotas
de lluvia chorrean de mi capucha y aterrizan sobre mis pestañas, pero me da
igual, sigo corriendo. Mis pasos hacen eco en los charcos y cruzo las calles
sin mirar, no hay coches a estas horas. Son las dos de la madrugada, ¿dónde
se pudo haber metido? No entiendo para qué se aleja si no conoce la ciudad
y está incomunicado, de verdad. Sigo corriendo, me duelen las piernas, aun
así no pienso detenerme. He pasado el parque de perros, la pequeña plaza
escondida que hay al lado de esta y nada, no está por ningún lado. No debí
dejarlo irse, joder. Llegando al parque de deporte casi paso de largo, casi.
Detengo mi carrera y enfoco la vista.
No.
—¡Cassian!
Le veo sentado al lado de lo que parece la escalera metálica de las que se
cuelga la gente para dominadas y cosas del estilo. Al lado, hay un trozo de
madera para sentarse, que es justamente donde está sentado. Bueno,
sentado, está apoyado en una barra metálica. ¿Está dormido? Lleva la
capucha puesta, las manos en el bolsillo delantero de la sudadera. Cuando
estoy frente a él, lo tomo por los hombros.
—¡Cassian! ¡Despierta!
Mueve los ojos con dificultad, quiere despertarse, pero no puede. No
entiendo nada. Abre los ojos poco a poco con extrema dificultad y me mira,
algo en sus ojos se enciende y parece calmarlo.
—¿Qué hago aquí? —murmura.
¿Cómo?
—¿Cómo que qué haces aquí? Eso me pregunto yo —digo confusa.
—¿Tú aquí qué?
No tengo tiempo para buscarle una lógica a las palabras sin sentido
porque se balancea hacia adelante, pero lo tomo a tiempo y acabamos en el
suelo, la arena amortigua la caída. Su cuerpo se sacude con lo que al
principio creía que eran espasmos debido al frío, una posible hipotermia,
pero no, son convulsiones. Tomo su cabeza y la pongo sobre mi regazo. Me
inclino hacia él para resguardarlo con mi cuerpo de la lluvia. Miro el reloj
para ver la hora. Los movimientos y las sacudidas son cada vez más fuertes
con cada segundo que pasa. No sé demasiado sobre la epilepsia, solo que no
hay que impedirle a la persona convulsionar, hay que dejarlo. Y que, si dura
más de cinco minutos, necesita una ambulancia. Su cabeza sigue sobre mi
regazo, golpeándome los muslos con cada sacudida, pero prefiero eso a que
su cabeza golpee el suelo.
¿No tenía pensado decirme que es epiléptico?
Bueno, no lo puedo culpar, yo tampoco le dije que sufro de psicosis.
Vuelvo a mirar la hora, tres minutos. Le acaricio la frente y le aparto el pelo
de la cara.
—Tranquilo, vas a estar bien... —susurro.
Y no puedo evitar culparme. Esto no habría pasado si no le hubiese dicho
que se fuera. Una lágrima resbala por mi mejilla. No me imaginaba en
ningún momento que nada de esto fuese a pasar. Yo no quería esto. Otra
lágrima me acaricia la cara. Tomo varias respiraciones, Cassian ahora
mismo me necesita, no hay tiempo para dramas.
—Perdóname, nene, lo siento... —digo entre sollozos.
Su cuerpo sigue convulsionado, por lo que ahora mismo está
inconsciente. Miro de nuevo la hora, cuatro minutos. Indiferentemente del
tiempo que duren las convulsiones, lleva bajo la tormenta unas dos horas y
media, su temperatura corporal ya debe de haber bajado y en estos
momentos estará rozando la hipotermia. Marco el número de emergencias y
hablo con la voz rota.
—¿Hola?—sorbo por la nariz.
—Hola, buenas noches. ¿Cuál es su emergencia?
—Tengo a un chico con un ataque epiléptico y una posible hipotermia.
—De acuerdo, ¿dónde se encuentran?
—En el parque deportivo que hay a dos cuadras del centro comercial de
Asterfield.
—Perfecto, ¿me dice su nombre?
—Alondra Miller, dense prisa, lleva más de cinco minutos
convulsionando.
—Mierda, ya salió una ambulancia.
—De acuerdo, gracias.
Cuelgo el teléfono. El cuerpo de Cassian sigue sufriendo fuertes
convulsiones. Acaricio su pelo en un intento por calmarlo, pero, como es de
esperar, no funciona.
—Lo siento tanto, nene... —sollozo—. Todo esto es mi culpa, por ser tan
egoísta.
Las sirenas de la ambulancia se empiezan a escuchar a lo lejos y
agradezco al universo por ello. ¿Qué pensará su madre cuando se entere?
¿Sabrá que está conmigo? ¿O estará preocupada en casa sin saber dónde
está su hijo? De pronto me siento terrible. Una sensación de vacío me
absorbe por completo, pero mantengo la calma, toda la calma que se puede
mantener en una situación así. Las luces azules de la ambulancia asoman
detrás de mí.
—Ya están aquí, nene, no tengas miedo, no me voy a ir —susurro cerca
de su oído.
Los equipos médicos se acercan.
—No se mueva, señorita. Vamos a ponerlo en la camilla.
Asiento y suben a Cassian a la camilla.
—¿Va a acompañarlo?
—Sí —asiento desesperada.
—Bien, suba.
Obedezco y me siento. En la camilla está Cassian con unas bandas negras
que lo mantienen sujeto a la camilla y me duele verlo así. No tardamos en
llegar al hospital, en donde me dejan en la sala de espera. Apenas hay unas
pocas personas, porque me obligo a mantener la calma. Me siento en una de
las sillas y el cansancio me consume.

—¿Señorita Miller?
Me sobresalto y me despierto de golpe.
—Sí, dígame.
El médico me mira con ojos tristes.
—Lo tuvimos que sedar, pero ya está despierto, así que puede pasar a
verlo.
—Muchas gracias, doctor.
Me levanto y sigo al doctor hasta la sala a la que me guía. Me invade el
alivio al encontrarlo despierto y con los ojos puestos en mí, aunque no
parece muy contento. No puedo culparlo, esto es mi culpa.
—Hei, ¿cómo te encuentras? —pregunto tanteando el terreno.
—Bien, aunque débil, pero bien —dice casi de forma cortante.
Quiero decir algo, quiero, pero las palabras se me atascan en la garganta
y parece notarlo, pero no dice nada al respecto. Me obligo a hablar.
—Lo siento, todo esto fue mi culpa, no debí haberte echado...
—Te perdono.
—¿Qué? —la sorpresa es obvia en mi voz, pero me da igual.
—Así mismo, que te perdono. No tenías forma de saberlo ya que yo no te
lo dije.
Vaya, en eso tiene razón, aunque igual, no me esperaba nada de esto. No
puedo contenerme cuando me lanzo a sus brazos para abrazarlo, la verdad
es que he estado asustada y tenía miedo de perderlo.
—Ya está chiquitina, estoy bien —acaricia mi espalda.
Me despego rápido cuando siento un cosquilleo en mi nariz. Odio admitir
que me siento mucho mejor con esta situación que con la anterior.
—¿Cuándo te dan el alta?
—Pues en un rato debería aparecer el médico —se encoge de hombros.
Sonrío, sonrío porque pese a lo capullo que es a veces, tiene más bondad
en su ser que muchas de las personas que conozco.
Llegamos a mi casa en taxi, puesto que ninguno traíamos coche. Desde
hacía rato hay una pregunta que me ronda la cabeza, pero no sé si es
momento para ello.
—¿Qué pasa? —Cassian enseguida se da cuenta.
—Nada, no te preocupes —niego quitándole importancia.
—Venga, dime, no pasa nada —insiste.
Y con eso termina de convencerme.
—Quería preguntarte, ¿qué harás ahora con lo de Steven?
Me mira como si le acabase de preguntar cuánto es uno más uno.
—Nada, ¿qué voy a hacer?
La lógica de este hombre está fuera de mi alcance.
—¿Cómo que nada? Has matado a una persona.
—Si te refieres a que si me siento culpable, no. No me siento culpable
por deshacerme de un tío que va siguiendo tías por ahí. Y si te refieres a que
si me van a pillar, te voy a decir algo para que te quedes más tranquila.
—A ver.
—Yo he dado la orden, pero no lo he matado yo.
¿Qué? ¿Desde cuando Cassian es un matón? Más bien, ¿desde cuando
Cassian va dando órdenes de quitarle la vida a alguien?
—¿Tienes una especie de banda o algo así?
—Nena, los detalles sobran —sonríe y cambia de tema—. Hazme una
sopa calentita que por tu culpa me he resfriado.

Son las diez de la mañana.


—Está deliciosa, ¿es tu primera sopa?
—Así es, ¿algún problema?—me cruzo de brazos.
—No, no, ninguno. Es todo un honor ser el primero en probarla —sonríe.
Le ha subido la fiebre durante la noche y al final se quedó dormido. Yo
por mi parte, tenía un dolor de cabeza horrible, pero aún así no podía dejar a
Cassian así. Lo desperté por la noche para darle la medicación y después
por la mañana, y ahora está muy contento con su sopa. Ha decidido no
contarle por ahora a su madre lo de la crisis cuando llamó hace dos horas
preguntando que en donde se había metido. Aunque me haya perdonado, me
sigo sintiendo muy culpable. No debí actuar así, no debí ser tan impulsiva y
joder, con la que estaba cayendo no debí echarlo. No puedo quitarme de la
cabeza que de no ser por mí, nada de esto hubiese pasado.
Y él va y me perdona como si nada.
No lo merezco, lo sé.
—Chiquitina, antes de la hora de comer me voy, ¿de acuerdo?
—Sí, sin problema, ¿quieres que te lleve?
—Podrías conducir por míi, si quieres —propone sonriendo.
—Claro —le devuelvo la sonrisa.
Me produce satisfacción verlo tan tranquilo y en una casi faceta infantil,
viendo la televisión mientras goza de una sopa que muy probablemente esté
asquerosa. Lo dejo en el salón viendo la televisión mientras sigue con su
sopa y me voy a la ducha. Muchas emociones en muy pocas horas. Me miro
al espejo, las ojeras asoman y el cansancio se ve reflejado en cada poro de
mi piel. Me deshago el moño desaliñado y dejo la goma de pelo encima del
lavabo, junto con las pulseras que suelo llevar. Hago lo mismo con los
pendientes y a continuación, lo mismo con los anillos. Mi piel se eriza ante
el cambio brusco de temperatura pero el calor del agua va haciendo lo suyo.
¿No os ha pasado alguna vez que hacéis algo para dejar de pensar y
termináis pensando en eso aún más? Así estoy yo en estos momentos.
Intentando apartar todo pensamiento confuso bajo el calor y los vapores
entremezclados con mi jabón con olor a lilas. ¿Alguna vez he mencionado
que Cassian huele a lilas? No sé qué detergente usará su madre pero, por
favor, que no deje de usarlo. Recuerdo como desde el primer momento me
sentí cómoda con Cassian, no sé si fue por su familiar olor a lilas que era el
mismo que todos mis champús y jabones, si fue su forma de sonreírme
como si nada malo existiese a nuestro alrededor o si fue la forma por la que
me miraba en esa cafetería, como si no hubiese nadie más que yo, a pesar
de que en la cafetería hubiesen más personas. Nunca lo sabré supongo,
porque tampoco me atrevo a preguntárselo. Y por preguntas, tengo
demasiadas pero me da miedo admitirlas. Me da miedo confiar en él.
Mentira.
Ya confío en él. No puedo mentirme a mí misma, no hasta el fin de los
tiempos. Empecé a confiar en él desde el momento en el que empezamos a
hablar a diario, en el que hacíamos videollamadas recién despiertos y en el
momento en el que podía cerrar los ojos y dejar que la paz que desprendía
su cuerpo me sumiese en el más profundo de los sueños. Tal vez esa sea la
explicación a mis celos sin sentido. Termino de aclararme y salgo de la
ducha. Enrollo la toalla negra a mi alrededor y me vuelvo a poner mis
pendientes, mis anillos y mis pulseras. Hay una pulsera en concreto que me
gusta de más, me la regaló mi hermana cuando cumplí diecisiete.
El último cumpleaños que celebré a su lado.
Salgo del baño con la nostalgia presente, joder. Siempre me pasa esto. En
momentos así me acuerdo de ella, de lo gracioso que le parecería Cassian,
de lo orgullosa que estaría de mí por haber conseguido salir de esa casa sin
mirar atrás, pero nunca lo sabré. ¿Y cómo no?
Por mi culpa también.
Porque al parecer siempre estoy involucrada en los peores
acontecimientos posibles. Voy a mi habitación y me pongo unos leggins
negros y una sudadera blanca, los finales de noviembre siempre suelen ser
muy fríos. Eso me recuerda a que Navidad está a la vuelta de la esquina y
cada año estoy más sola que el anterior.
—¿Qué pasa? ¿No te sentó bien la ducha? Deberías comer sopa.
La solución de Cassian a casi todos los problemas: comer sopa.
—No, nada, cosas mías —niego intentando cambiar de tema.
Me siento en el sofá al lado de Cassian y como si me hubiese leído el
pensamiento, pasa un brazo por encima de mis hombros.
—Chiquitina, sabes que puedes contarme lo que sea, ¿no?
No quiero hacerlo, no puedo, esto es algo que jamás he contado a nadie,
bueno, a casi nadie. Porque la única persona que lo sabe ahora mismo está
muerta. ¿Cómo es posible que todo lo relacionado conmigo acabe en eso?
¿Muerte?
Tomo una bocanada de aire, puedo hacerlo. ¿Confío en Cassian? No creo
que me vaya a juzgar.
—¿No me juzgarás?—inquiero insegura.
—Te lo prometo —asiente llevándose una mano al corazón.
Su mirada me observa atenta, parece decir la verdad. Parece que no me
juzgará. Vuelvo a tomar aire. No he empezado a hablar aún y ya siento que
me falta el aire. Pese a que no hablo de ello, lo tengo presente y lo recuerdo
como si hubiese sucedido ayer. O tal vez el tiempo dejó de avanzar y los
días dejaron de contar a partir de ese día. Cassian me mira atento y,
recordándolo todo a detalle, comienzo a hablar.
—Tenía diecisiete años cuando esto ocurrió...
23 de Julio 2018
Dios, me muero de sueño. Son las doce del mediodía, pero llevo sin
dormir dos días. El insomnio cada vez es peor y los brotes también. Estoy
harta de dormir para evitar discutir con mi padre, pero al parecer es la
única forma de sobrevivir en esta casa. Alguien toca a mi puerta, la que
siempre está cerrada con cerrojo, me da paranoia pensar que pueda entrar
alguien a mi habitación mientras duermo. Reconozco quien es antes de
abrir.
—¿Qué pasa?
—Nada, ¿qué va a pasar? Vengo a robarte maquillaje.
Ainhoa pasa a mi habitación y abre el cajón del armario mientras se
mira al espejo. El pelo largo castaño le llega hasta la cintura, lo tiene más
cuidado que el mío, que envidia. Se quita las gafas y las deja encima de mi
mesita de noche.
—¿Estás bien?
Me encojo de hombros.
—Bueno, he estado peor otras veces.
—Ya, Addie, pero eso no es estar bien tampoco, es estar menos mal —se
hace el eyeliner—. No seas conformista, hombre.
Ainhoa tiene razón, pero no le voy a explicar porque no puedo estar bien.
Soy su hermana mayor, un referente y si en casa no son capaces de dar
ejemplo, ¿quién se lo dará? No puedo exponerla a los demonios de los que
trato de protegerla, eso jamás.
—Tienes razón, pero por ahora me voy a dormir, no he dormido nada.
—¿Y eso? —me mira a través del espejo mientras se hace los labios.
Porque las pesadillas con papá me quitan el sueño.
—Porque estuve leyendo una trilogía sobre asesinos —es lo que digo en
realidad.
—Ni tan mal.
La inocencia de la edad hace que no ponga en duda mis excusas, algo
que agradezco. Aunque ella siempre es muy perspicaz.
—Bueno, me voy con Lucas, que vamos a dar una vuelta, no tengo llaves,
así que estate pendiente del telefonillo —avisa saliendo de la habitación.
—Hecho —aviso con un pulgar arriba desde la cama.
Lucas es su mejor amigo, llevan siéndolo desde hace unos ocho años, es
algo parecido a lo mío con Jennifer.
—Nunca creí que esa sería la última vez que la volviese a ver... —le digo
a Cassian con un nudo en la garganta, pero sigo hablando.

Me tumbo en la cama y dejo que el sueño me envuelva, no quiero pensar,


no quiero sentir los pinchazos en mis tobillos y la sangre seca en ellos. No
quiero sentir nada. Como todas mis pesadillas, aparece mi padre. Solo que
esta vez es un recuerdo más que una pesadilla. Me está gritando y no sé por
qué. Dice que soy inútil, que no sirvo para nada más que para lavar y
hacer cosas de la casa y con suerte, tendré un marido que me mate a
golpes. No es que me esté diciendo algo nuevo, aun así me molesta no
poder decir nada al respecto. Una molestia amenaza con sacarme del
sueño, pero no consigo despertarme. Trato de hacerlo, pero no puedo.
Vuelvo a subirme en mi sueño hasta que unos golpes en la puerta me
sobresaltan. Abro la puerta y el rostro de mi padre está empapado en
lágrimas. Me asusto, nunca lo había visto llorar. Mamá está igual. Un mal
presentimiento me aterroriza.
—Alondra, ¿dónde está tu hermana? —habla papá, mamá solloza de
fondo.
—¿N-no ha llegado? —hablo con la voz entrecortada.
Miro la hora, es medianoche.
Escucho unas voces más en el salón y me asomo. La policía.
—Señorita, su hermana está desaparecida. Algunos vecinos afirman que
estuvo llamando hasta que una camioneta se la llevó, ¿sabe a quién podría
pertenecer dicha camioneta?
Siento que pierdo el equilibrio mientras las voces de los agentes
empiezan a sonar lejanas. ¿Una camioneta? ¿Y encima en frente del
portal? Y la peor parte, ¿estuvo llamando? Joder, ¡joder! ¡Estuvo llamando
y no me desperté!
—¡Alondra!
Perdí el conocimiento...

Para este punto de la historia ya estoy llorando y Cassian acariciándome


la pierna. Cuando termino de hablar, se lanza sobre mí para abrazarme y
estrecharme entre sus brazos con fuerza. Hablo entre sollozos ahogados, me
estoy atragantando con mi salvia y mis lágrimas.
—Fue mi culpa, ¡joder! ¡Está muerta por mi culpa! ¡Igual que mi mejor
amiga! ¡Igual que lo estarás tú!
Cassian sisea y me besa la mejilla.
—Chiquitina, ¿por qué dices eso?
—¡Porque todo lo que tiene que ver conmigo acaba con la muerte, joder!
¡Mi hermana está muerta y no pude protegerla!
Me tiembla todo el cuerpo bajo sus brazos, que siguen rodeándome,
ofreciéndome el único lugar seguro que conozco en estos momentos. ¿Qué
haré cuando él no esté? Porque terminará por alejarse de mí o muerto.
—Ya está, mi niña, estoy aquí —susurra acariciando mi cabello.
Tengo la nariz enterrada en su cuello, apenas puedo respirar por el llanto,
pero su olor a lilas trepa a mis fosas nasales como si fuese la única
fragancia que pudiese distinguir.
Le acabo de contar mi trauma más fuerte. La razón por la que siempre
llevo esta pulsera de plata con el símbolo de una media luna blanca. Duele
haber recordado todo con tanto detalle, pero necesitaba soltarlo. Aunque el
cadáver nunca se haya encontrado, sé que está muerta. No voy a engañarme
y vivir con una esperanza falsa solo porque no haya cuerpo. Han pasado
seis años desde entonces, aunque para mí se han hecho una eternidad, y por
momentos, una realidad a la que no me acostumbro. Es como si siguiese en
el mismo shock que el momento en el que me desmayé, como si me hubiese
quedado atrapada en ese instante. A veces, mientras me maquillo en mi
tocador, la siento acercarse a robarme maquillaje. Al salir de la ducha, en
ocasiones, espero encontrármela frente al espejo desenredándose la melena
castaña. Incluso a veces tengo la sensación de escucharla gritar por toda la
casa porque ha perdido sus gafas, pero luego recuerdo que desde que
desapareció los brotes psicóticos se volvieron aún más fuertes y solo son
alucinaciones mías, producto de mi corrompida y destrozada mente.
—¿Has pensado en la probabilidad de que siga viva? ¿De qué tal vez se
haya fugado con algún novio? —escucho a Cassian.
Capítulo 36
Hasta el corazón más roto, si sigue latiendo, puede
volver a romperse una y otra vez
—Lo he pensado —admito y concluyo—. Pero que yo sepa, mi hermana
no tenía ningún novio oculto.
—¿Y no...?
—Cassian, déjalo, ¿vale? Está muerta, ya me hice a la idea —digo esto
último casi en un hilo de voz.
Carraspeo porque el nudo en la garganta se aprieta cada vez más y no voy
a volver a llorar.
—Está bien —se inclina y deja un beso cálido sobre mi frente—. Te
tengo que dejar, ¿vale? Vamos hablando por teléfono.
—¿No quieres que te lleve?
—No.
Asiento ignorando el vacío que me deja eso. Ya sabía que se iría antes de
la hora de comer, pero joder, aun así, duele y odio que duela. ¿En qué
momento me he quedado tan sola? Si no es por Cassian, no tendría ningún
tipo de contacto social casi, es deprimente.
De pronto, un malestar me desorienta por unos segundos. Tengo que
dejar de pensar, este estrés va a matarme algún día. Tomo el ordenador y me
pongo a trabajar. Necesito ocupar mi mente con algo que no sea mi
hermana y mis extraños y confusos sentimientos por Cassian. Él parece que
me quiere, pero no en ese sentido. Además, no estoy preparada o creo no
estarlo, y solo voy a hacerle daño, creo que eso ya ha quedado claro. Es
cierto que llevamos poco más de medio año con este rollo extraño, pero sé
que tengo que ponerle un alto, de lo contrario me voy a hacer daño y a estas
alturas, después de perder a mi mejor amiga, no lo soportaría.
Tal vez debería hablar con él, ¿no? Pienso en esto último mientras
redacto un informe para distintos proyectos de la empresa. El tema de
Tomás sigue en mi cabeza, ¿cómo se enteró de que iría a ver a Angela? No
tienen pinchado mi teléfono, así que no tiene mucho sentido. Las horas se
me pasan volando, pero el malestar no me deja. Tomo mi teléfono.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarla?
—Buenas tarde, llamo para pedir cita para una analítica.
La última vez que acudí al médico por algo así, se trataba de los efectos
secundarios de los antipsicóticos, ya que tomo un medicamento muy fuerte
y una dosis muy alta. El teléfono fijo de la casa suena y me sobresalta.
¡Joder, qué raro! Nunca doy el número del fijo de casa puesto que no lo
uso, lo tengo meramente de adorno. La insistencia me desquicia y me
levanto furiosa. Descuelgo el teléfono de las narices y contesto.
—¿Quién?
Solo recibo silencio como respuesta al otro lado de la línea.
—¿Quién? —insisto molesta.
La llamada se cuelga y miro el teléfono confusa. Era un número oculto,
por lo que no puedo devolver la llamada. Me encojo de hombros y vuelvo al
sofá a seguir con el ordenador, tengo bastante trabajo acumulado por hacer.
Para empezar, además de lo del centro comercial, quieren testar una
plataforma nueva para la empresa, por el tema de la seguridad y tal. Si
supiesen que el problema viene desde dentro...
El puto teléfono vuelve a sonar y empiezo a perder la poca paciencia que
de por si tengo. Me levanto con desgana y descuelgo.
—¿Quién es?
Vuelvo a recibir silencio y me harto.
—A ver, puto niñato de trece años aburrido, ¿puedes dejar de tocar los
cojones a las diez de la noche? Vete a dormir que mañana tienes colegio y
algunos trabajamos. La voz que me responde es una voz masculina, grave,
nada que ver con la de un niño de trece años, pero no es eso lo que me
congela, sino el susurro que me provoca escalofríos por todo el cuerpo.
—Veo que sigues siendo la misma zorra de siempre.
Quiero contestar, pero me quedo paralizada. Me quedo en el sitio,
congelada, sin decir nada. Pasan los segundos mientras escucho su
respiración al otro lado de la línea, después cuelga. Apenas cuando me
percato de que la llamada ha terminado, me doy cuenta de que había dejado
de respirar, por lo que tomo una bocana de aire, más bien varias. Me dirijo
hacia la cocina y me lleno una copa de vino.
Tengo que alejar a Cassian pero ya. Ha sido un error dejar que se meta
tanto en esto. Me siento encima de la encimera de la cocina y me relleno la
copa cuando termino la primera. ¿Qué hago? ¿Hablo con él? No, no serviría
de nada. ¿Me alejo sin más? Algo en mi se rompe ante esa idea y de pronto
sus manos acariciando mi pelo y sus labios sobre mi frente me sacuden.
Dios, no puedo. No puedo alejarme de él. Maldita sea. Le escribo, no tengo
muy claro cómo, pero tengo que hablar con él.

Hola, ¿qué haces?

CASSIAN: En casa, tranquilo,


¿y tú?

Igual, aburrida. Oye, quiero


hablar contigo, es importante

No recibo más respuestas. ¿Se habrá asustado? Con razón. Me dejo caer
en el sofá con un resoplido. ¿Por qué todo es tan complicado? Me levanto y
después de otra copa de vino, me tumbo en mi cama. Estoy cansada. Y
Cassian no contesta. ¿Qué coño estará haciendo? Le mando una
interrogación, pero nada. Al cabo de una media hora aproximadamente, me
harto y le mando un audio bastante enfadada.
—¿Tienes algún problema, colega? Contesta a los putos mensajes. Tanto
que dices que si necesito algo que te escriba pero luego ni siquiera te dignas
en contestar.
Mando el audio y lanzo el teléfono al otro lado de la cama. Me derrumbo
antes de darme cuenta. Me derrumbo porque esta casa me queda grande,
esta cama me queda grande. Mis propios problemas me quedan grandes. Me
derrumbo y lleno la almohada de lágrimas. De pronto siento nostalgia y
extraño a mi hermana y a mamá. Joder, tengo veintitrés años, pero me
siento de quince. No entiendo que es lo que he hecho mal. Crecí en un
infierno y en cuanto pude, tomé las riendas de mi vida.
¿Entonces por qué me siento así? ¿Por qué he conseguido librarme de los
demonios, pero no de sus cadenas? Y sigo sin recibir un puto mensaje suyo.
¿Dónde está ahora que le necesito? Estoy harta. Entre sollozos y lágrimas,
acabó metiéndome dentro de la manta, acurrucándome como una niña e
imaginando las manos de mamá en mi pelo, diciéndome que soy fuerte, que
puedo con todo.
Qué bonita forma de mentirme.
Me despierto por alguna razón que desconozco, puesto que solo he
dormido tres horas. Son las nueve de la mañana. Me tumbo de nuevo, pero
nada, ya no hay forma de dormirme. Desbloqueo el teléfono y el mensaje
que encuentro me deja muda.

CASSIAN: Mira chica, si tu trabajas


desde casa, es tu puto problema,
¿vale? Algunos tenemos que
buscarnos la vida. Y por buscarse
la vida, empieza a buscarla, yo paso
de seguir siendo tu perro, que te den,
así te lo digo

Leo el mensaje varias veces. Nos hemos hablado mal y faltado el respeto
anteriormente pero, ¿así? Nunca. Escribo y borro sin lograr enviar nada, no
sé qué decir ante esto.

Bueno, relajate. Ven


y lo hablamos

CASSIAN: No voy a ir a
ningún sitio a partir de hoy

¿Qué? ¿Me está dejando? Bueno, tampoco hay nada que dejar, pero
hombre, se entiende. Le llamo, pero no me lo coge. No lo entiendo...
Contesta

09:35
VIDEOLLAMADA
09:36
VIDEOLLAMADA FINALIZADA

Cassian….

09:40
VIDEOLLAMADA

09:41
VIDEOLLAMADA FINALIZADA

Cuando estés más tranquilo,


llámame, no lo dejes así….

Me frustra increíblemente que no quiera cogerme el teléfono. Es la


primera vez que no quiere contestarme a una llamada. No entiendo por qué
se ha puesto así. A ver, sí, he sido borde y precipitada, pero siento que se ha
enfadado demasiado, mucho más que lo malo que haya podido hacer yo al
mandarle ese audio. Decido no insistir más, se le pasará. Me dirijo a la
cocina a enchufarme un café, necesito despertarme del todo. Junto con mi
taza y mi teléfono, voy hacia el tocador y empiezo con mi rutina matutina
de skincare. Me aplico el serum y masajeo. Cuando la piel ya lo ha
absorbido, me aplico crema hidratante y antienvejecimiento. No es que me
haga mucha falta, tengo solo veintitrés años, pero para las ojeras viene de
maravilla. Hace unos minutos leí desde las notificaciones que me solicitan
en la oficina, me viene perfecto. Necesito salir de casa y no pensar en él...
Me ondulo el pelo para definir las ondas naturales ya tengo. Me maquillo
los ojos para que no se vean tan hinchados. Eyeliner negro, lápiz negro y
máscara de pestañas para dar volumen y listo. Este pintalabios no suelo
utilizarlo porque es un rojo tan intenso que me hace ver muy pálida, pero lo
combino con uno más oscuro y consigo un color vino mate perfecto. Me
miro al espejo y admiro lo que veo. Un vaquero azul oscuro, unas botas
negras con cordones que cubren hasta mis rodillas y una chaqueta negra.
Tomo el bolso de mano y después de asegurarme de llevar el teléfono y las
llaves de casa y del coche, salgo. Me aseguro de cerrar bien y me dirijo al
coche. Cuando arranco y pongo la radio, ni siquiera distingo la canción que
estoy escuchando, pues mi mente sigue en lo de esta mañana: Cassian.
Parecía muy seguro cuando dijo lo que dijo, pero no es la primera vez que
intentamos alejarnos. Técnicamente, yo hace unos meses le mandé un texto
diciéndole que sería mejor que fuésemos amigos y mira, al final no fue así.
No tendría por qué serlo ahora, ¿no? De todas formas, ¿y si así fuese qué?
Ni que no hubiera más hombres en el mundo. Antes de él, yo no me
preocupaba por nada ni por nadie, era yo la que no contestaba a los
mensajes. Era yo la que me alejaba. Era yo la que dejaba mil dudas a su
paso. ¿En qué momento los roles han cambiado de esta manera? En el
momento en el que empecé a confiar en él...
Busco aparcamiento y tardo un rato en encontrarlo, pero finalmente lo
hago. Cierro el coche y me dirijo hacia el edificio de la empresa. Todos me
saludan, alegres de volver a verme. Desde que me dieron la baja por el
incidente qué pasó aquí con el encapuchado he estado trabajando desde
casa, pero ya es hora de volver. Que a todo esto, les dije que el hombre se
dio a la fuga y no alcancé a verle ni rostro ni nada con lo que pudiese
identificarlo, así que para evitar problemas con posibles cómplices, era
mejor no denunciar ni nada, ya que agresión no hubo. Esa es la versión que
sabe la empresa y la policía, ya que Cassian se encargó de borrar las
grabaciones de todas las cámaras de seguridad. La realidad es tan pero que
tan distinta...
Nadie se imagina que encerramos en un cuarto pequeño al encapuchado,
lo atamos y lo extorsionamos para que hablase. Que Cassian le pegó un tiró
en la cabeza a sangre fría y después de borrar todo rastro de nuestra
presencia allí, diluimos el cadáver en un barril con ácido y nos largamos
para después follar como dos animales.
Y ahora no me habla, alucinante.
En el que era el despacho de Angela, ahora es una oficina llena de flores
y fotos para expresar las condolencias y el luto por ella. Con la mirada fija
en las velas y las flores, olvido mirar hacia adelante y choco con alguien.
—¡Perdón! —me disculpo.
—No pasa nada.
Un momento, esa voz...
—Tomás...
Me mira, ladea la cabeza y sonríe.
—Alondra, ¿qué tal estás?
Oculto cualquier rastro de sospecha, sonrío y me coloco mi mejor
máscara.
—Bien, conmovida por lo de Angela —finjo pena.
—Cierto, tengo entendido que ocurrió justo cuando habíais quedado en
veros, ¿verdad? Debió ser todo un shock presenciar semejante escena.
¿Acaba de...?
—La verdad es que sí, pero ¿cómo lo sabes? —intento que esto no suene
como un interrogatorio.
—¿Que se suicidó? Lo sabe toda la empresa —se encoge de hombros.
—No, que íbamos a vernos.
—Ah, eso —se inclina y susurra para que solo yo pueda escucharlo—.
Digamos que mi relación con Angela últimamente se había vuelto muy
estrecha.
Me quedo estática en el sitio. ¿Tomás y Angela...? Nunca noté nada de
eso. Bueno, a ver, Angela era muy sumisa con cualquiera que tuviese un
cargo superior al suyo, lo era hasta conmigo. Nunca se me habría pasado
por la cabeza, pero eso tendría todo el sentido del mundo. O sea, a Angela
la mató el hombre con el que se acostaba...
¿Tengo que tomar esto como una advertencia del universo o algo por el
estilo o..?
—Entiendo —sonrío con complicidad.
—¡Alondra! —me llama la recepcionista.
Menos mal, necesitaba salir de esa situación. Me acaba de salvar y no se
ha dado ni cuenta.
—Te tengo que dejar, nos vemos —le toco el hombro al pasar por su
lado.
No pasa desapercibido el movimiento que hace al girarse para seguir con
la mirada mis pasos, más bien el movimiento de mi culo.
Mientras Noelia, la recepcionista me habla, saco el teléfono de forma
rápida y fugaz. Nada, no me ha contestado, simplemente me ha dejado en
visto. ¡Dios, odio esa mierda! Para dejarme en visto, que ni me lea
directamente. Vuelvo a centrar mi atención en Noelia, pero la interrumpo
diciendo que tengo una llamada que atender. Cosa que no es cierto, pero
habla mucho y no me gustan las personas que hablan demasiado. Me
adentro en mi oficina y me dejo caer en la silla. La echaba de menos.
Enciendo el ordenador de mesa y, mientras se enciende me dirijo hacia la
ventana que tengo detrás. Al estar en una planta tan alta, se alcanza a ver
todo Asterfield y más allá. Me atrevería a decir que hasta puedo ver
Faidbridge, pero no, solo sé dónde queda aproximadamente, pero varias
montañas tapan esa zona. Al fin y al cabo, hay casi sesenta kilómetros de
distancia. Al mirar a ese punto, no puedo evitar imaginarme a Cassian
haciendo a saber qué mientras ignora mis mensajes. Y para mi sorpresa, eso
no me enfada, sino que me duele, me decepciona. Miro la pantalla del
ordenador, la pantalla de inicio me da la bienvenida. Me siento en mi silla,
le doy un sorbo a mi café recién salido de la máquina. Hoy es día de
trabajo, se acabaron las tonterías.

Dios, son las nueve de la noche y por fin apago el ordenador para irme a
casa. Noelia ha insistido en que ya he trabajado suficiente y debería irme a
casa para descansar, así que, por una vez en mi vida, decido hacerle caso a
alguien. Me meto al coche y miro el teléfono antes de arrancar, Cassian
decidió aparecer. Lo único que me ha mandado ha sido un mensaje el cual
abriré más tarde. Arranco y me pongo música, aunque no sé qué canción
está sonando ahora mismo, porque mi mente está perdida entre todas las
posibles cosas de las que trate el mensaje. Durante el camino, me planteo la
posibilidad de que Cassian vuelva. No por algo es ley de vida eso de que
todos vuelven, pero ¿realmente debo permitir eso? Nunca he dado segundas
oportunidades, puesto que siempre he pensado que eso es como darle a una
persona una segunda bala porque la primera no te mató. Aún sostengo eso,
pero no estoy segura ahora mismo. ¿Realmente funciona eso de dar
segundas oportunidades? Y en nuestro caso, creo es la tercera, más o
menos...
Es que me molesta que ahora si quiera hablar, cuando hace unos días
prácticamente ignoró mis llamadas. Eso jamás me había pasado con nadie.
Busco aparcamiento, aparco y me bajo del coche, asegurándome de cerrarlo
bien. Al abrir la puerta, el aroma del ambientador de vainilla me da la
bienvenida. Dios, como en casa en ningún lado. Voy hasta mi habitación
para cambiarme y ponerme el pijama. Una vez lista para estar cómoda, me
desmaquillo y me voy a la ducha. Ducha muy corta, estoy muy cansada.
Aún sigo dándole vueltas a eso de lo que me dijo Zoe, lo de haber visto a
Cassian entrar al baño con una chica. Sé que no estamos juntos, pero
después de eso, él no tiene derecho a reclamarme nada. Y lo peor fue la
sensación de vacío que sentí al enterarme. Es patética toda esta situación.
Abro el mensaje:
CASSIAN: Hola, ¿podemos
hablar?

¿De que?

CASSIAN: De lo del otro dia


CASSIAN: No debí ponerme así
Menos mal que
te das cuenta

CASSIAN: Lo se, soy


gilipollas, ¿vale?

Vale

CASSIAN:¿Quedamos y
lo hablamos?

Ok

CASSIAN: Vale, pues mañana


estoy ahi
CASSIAN: Buenas noches

Buenas noches

Dejo el móvil encima de la mesita de noche. ¿Acaso estoy siendo más


buena o más tonta? Nunca lo sabré. Miles de pensamientos me atormentan,
convirtiéndose en obstáculos para mi objetivo: conciliar el sueño. Algunas
noches me acuerdo de cosas que debería guardar bajo llave y no sacar
nunca más, pero es inevitable que recuerde su sonrisa, su larga melena
castaña y las gafas que siempre perdía. Es inevitable que recuerde a mamá;
su pelo negro como la noche, los ojos oscuros y la piel morena.
Literalmente nada que ver conmigo. No puedo evitar recordarla riendo por
mis comentarios sarcásticos a la hora de la cena de los que todos se
quejaban pero a la vez a todos les hacía gracia. El recuerdo de mi madre
consolándome cuando me dejó mi primer novio se cuela entre mis
pensamientos.
Yo era apenas una niña de catorce años y recuerdo estar tumbada sobre
las piernas de mi madre, que ella acariciase mi pelo mientras me decía que
él se lo pierde, que hay muchos chicos en el mundo y que con lo guapa que
soy, podría tener al que quisiera. Todas las madres dicen eso, ¿verdad? Si,
soy guapa, pero si se supone que puedo tener al que quiera, ¿por qué no lo
tengo aún a él? Será cuestión de tiempo, yo no me habría fijado en un
facilón. Mi conciencia me da un látigo a modo de regaño al recordar que
Cassian se encerró en un baño con una chica, así que creo que si, todos los
hombres parecen fáciles.
Aunque por propia experiencia sé que es más fácil echar un polvo que
decir te quiero. Cassian es un buen partido, la verdad, salvo por la parte de
la bebida. A veces me recuerda a mi padre y eso me desquicia. Y beber de
esa forma y en semejantes cantidades siendo epiléptico, ¿en qué está
pensando? Me molesta enormemente verlo beber hasta emborracharse, pero
no soy nadie para decirle nada, ¿no? ¿O debería decírselo? Conociéndolo,
es posible que se lo tome mal o cualquier cosa así. Aunque bueno, yo tengo
una sutil forma de decir las cosas que, casi siempre, suelen sonar bonitas si
salen de mi boca y se escuchan con mi tono, podría intentarlo con él.
Aunque por ahora quiero dejar de pensar, de nada sirve llenar mi cabeza de
pensamientos y tener esa charla sin pegar ojo. Me pongo las alarmas del
trabajo y me cubro con la manta hasta el cuello. Adoro no tener novio
porque así tengo toda mi cama solamente para mi.
Los ojos marrones verdosos acuden a mí.
—¿Cassian?
—Respuesta incorrecta.
Esa voz.
Trato de huir, pero a mi alrededor todo está negro, no veo nada. Mis
piernas corren y hacen su mayor esfuerzo por seguir haciéndolo, pero se
sienten cada vez más pesadas, como si estuviese tratando de correr bajo el
agua. Cada paso cuesta más que el anterior y no sé hacia dónde estoy
corriendo, la penumbra me invade y me acorrala, junto con su voz que,
pese a no saber de dónde viene, cada palabra se escucha más cercana a mi.
Tengo el corazón tan acelerado que es lo único que hace que su voz no
suene con tanta intensidad, pero el peso de sus palabras es arrollador.
—No puedes librarte de mí, nunca has podido.
—¡Cállate!
—Esto es lo que haces siempre...
—¡Que te calles!
Me tapo los oídos y sigo corriendo. ¿Hacia dónde? Ni idea, pero sigo.
—Puedes huir a donde sea, pero no puedes esconderte.
—¡Déjame en paz! —sigo gritando a la nada.
La garganta me duele y siento las cuerdas vocales rasgarme. Sigo
corriendo hacia algún sitio, hasta que tropiezo con algo. Miro hacia el
suelo dentro de la oscuridad. No puede ser.
—Mira lo que has hecho.
—¡No, no he sido yo!
El cadáver de mi hermana yace a mis pies, frío, sin vida. Sus ojos están
fijos en mí, como un recordatorio constante. El cristal de sus gafas está
agrietado, puedo ver mi reflejo en mil pedazos en ellos.
—Claro que has sido tú, ¿o acaso no fuiste tú la que no le abrió? La
dejaste en la calle.
—¡No, no, no! Estaba dormida, yo no la dejé en la calle.
Su risa sarcástica me eriza de pies a cabeza, de pronto siento mi piel
arder en lugares de mi cuerpo que hace mucho que no duelen.
—Estuvo sola, de noche, llamando una y otra vez, si le hubieses abierto
la puerta ella estaría aquí.
—¡No pude despertarme, joder! ¡Para!
—Por tu culpa mi hija está muerta.
Las lágrimas hace tiempo que abandonaron mis mejillas, se colaron
entre mis labios y me empezaron a envenenar con su aroma salado.
—¡No!
Su tono se vuelve más agresivo, más fuerte, más intenso. Sus siguientes
palabras calan en todos y cada uno de mis huesos haciéndome estremecer
hasta la médula, se cuelan entre mis grietas y tocan puntos que creí haber
superado, pero me doy cuenta de que no. Que no los superé. Nunca lo hice.
Fingir que no ocurrió no lo borra de la historia, de mi historia, de lo que
soy y quién soy.
—¡Asesina!
—¡Basta!
Sigo negando mientras me ahogo con mis propias lágrimas. Mientras me
ahogo con todas las palabras que no le dije y que ya nunca podría hacerlo.
Me ahogo con todo lo que pasó pero que nunca conté. Con todo lo que
sufrí, pero no sané. Me ahogo con todas y cada una de las cagadas que
cometí en mi vida, con las que pude evitar, con las que no quise hacerlo...
—Te encontraré y pagarás por todo el dolor que has causado.
Me despierto a falta de aire, con la respiración destrozada y
descontrolada, el sabor salado producto de la mezcla de mis lágrimas y el
sudor y con todo el cuerpo tembloroso. No voy a llorar, ya no. Ese hombre
está muy lejos de hacerme daño, no puede hacerme nada, ya no. Me repito
esto hasta que el temblor en mis manos disminuye, aun así me sigue
costando respirar. Practico los ejercicios que durante años Jennifer estuvo
enseñándome.
Aplico la técnica 4-7-8. Cojo aire por la nariz durante cuatro segundos, lo
mantengo en mis pulmones por siete segundos en los que siento que se
hacen eternos y finalmente, lo suelto por la boca despacio, por otros ocho
segundos. Repito este proceso hasta que el cortisol, la hormona del estrés,
poco a poco va saliendo de mi organismo. Cuando ya me siento más
tranquila, miro el reloj. Faltan dos minutos para que suene la alarma, genial.
Las apago antes de que suenen y me envuelvo en un albornoz rosa. Me
recojo la melena negra en un moño mal hecho para dirigirme a la cocina y
servirme el café. Mi teléfono suena y abro el chat, Cassian.

CASSIAN: Buenos días


CASSIAN: ¿Estas?

No, es el contestador
automático. ¿En que le
puedo ayudar, señor?

CASSIAN: Tu y tu sarcasmo
mañanero

Me gustaría otro tipo


de mañanero

CASSIAN: ¿Si? Tu solo pide


por esa boquita, chiquitina

Ah, ¿si? Pues tráeme unos churros


con chocolate caliente

CASSIAN: Serás….
CASSIAN: -_-

Te jodes

Y no tardes mucho
que tengo hambre

CASSIAN: Te puedo dar otra


cosa de comer
CASSIAN: Si quieres

No sé, con tanta hambre


casi ni pienso

CASSIAN: Vale, ya lo
he pillado

Bloqueo la pantalla sin poder esconder la sonrisa que cuelga de los


labios. Me encanta vacilarlo. Me encanta ilusionarlo. Cierro los ojos,
recuerdos amenazan con quitarme el sueño, cosa que no permito.
Simplemente sonrío y dejo que los pensamientos intrusivos se queden con
las ganas de robarme el sueño esta noche.
Capítulo 37
Fantasmas del pasado
Dios mío.
Soy perfecta.
Admiro mi figura a unos cuantos metros de distancia del espejo de mi
tocador. Las luces hacen ver mi piel pálida pero perfecta. He optado por un
pantalón vaquero gris oscuro, una chaqueta negra que conjunta
perfectamente con mis tacones bajos de punta fina y mi bolso con
lentejuelas negro también. Para añadir otro toque, añado una bufanda negra
que resalta el gris de mis ojos en contraste con mi piel y mi pelo.
Con el maquillaje no me he esmerado mucho; eyeliner fino, máscara de
pestañas y un ligero gloss. Cassian me está esperando en la cafetería que
hay a dos cuadras de mi empresa. Me parece irónica la situación, ya que nos
vimos por primera vez en una cafetería. De pronto, los recuerdos de ese día
me invaden de golpe y no puedo evitar sentir esa nostalgia, aunque haya
sido hace poco más de medio año. He de admitir que, cuando lo conocí, no
imaginaba ni por un segundo que sucedería algo de lo que sucedió después.
No esperaba tener esta conexión con él, la de poder ser yo misma.
Rota.
Mentirosa.
Complicada.
Y no esperaba que él aceptase esas facetas que por tanto tiempo me
esforcé en esconder y que él, con él mínimo esfuerzo, no tardó en descubrir.
También reconozco que no se veía como un asesino, que es lo que es al fin
y al cabo. Se veía más bien todo lo contrario, un chico tranquilo, risueño y
despreocupado de la vida. Sigue viéndose así, pero después de ver el doble
filo, es imposible fingir que no existe, al menos para los demás.
Porque para mí, es muy fácil fingir cualquier cosa.
Con el fingí emociones, situaciones, le mentí con cosas de mi pasado y lo
sigo haciendo, pero de lo que puede estar tranquilo es que, en cuanto a un
orgasmo, nunca le he mentido. Muchas veces pasó por mi cabeza mandarlo
a la mierda, en ocasiones es muy prepotente y eso me saca de mis casillas.
Tal vez porque lo es más que yo, tal vez porque no soporto que alguien sea
superior a mí, pero lo que sé es que cada vez que pensé en alejarme o en
alejarlo, he tenido la mala suerte de fantasear con su cuerpo, con su forma
de hacerme gemir sin necesidad de meterla, algo que muy pocos saben
hacer. Esa química sexual magnífica que nos ata hace que, por muchos
problemas que haya, acabemos respirando el mismo oxígeno entre jadeos y
gemidos desenfrenados. Es adictivo. Si es verdad que me acosté con otro,
aunque mal no me siento porque él y yo no somos nada, no soy nada con
nadie, pero me siento mal conmigo misma por estar deseando a Cassian
estando con otro, no por el otro exactamente, sino porque yo siempre
consigo todo lo que quiero y en ese momento no tenía lo que quería, más
bien, no tenía a quien quería. Aun así, me dio en el ego y eso es algo
imperdonable, algo que lógicamente me voy a cobrar.
Salgo de casa sin tomar el coche, caminar no me viene mal. Escucho mi
playlist favorita, que entremezcla canciones de Neoni y de Britney Spears.
Obviamente atraigo miradas con cada paso que doy, pero no me importa, ya
estoy acostumbrada. Paso frente al parque deportivo y los recuerdos de esa
noche se convierten en una amarga sensación de culpabilidad, una realidad
aplastante.
—Tranquilo, vas a estar bien... —susurro.
Aparto el recuerdo de los mechones mojados bañando su frente, su
cabeza sobre mi regazo y el frío calándome hasta los huesos. De su mirada
perdida segundos antes de que yo entrase en su campo de visión y del
posterior brillo de esperanza que creí ver en sus ojos, y digo creí porque tal
vez fue un producto de mi delirante imaginación. Quisiera decir que me
arrepentí de la bofetada, pero no. Se la merecía. Ya permití que me faltasen
el respeto suficiente durante toda mi vida, no iba a permitírselo a él
también. ¿Me arrepiento de echarlo a la calle? Tal vez. Si hubiese pensado
con más frialdad, le hubiese dejado en el sofá y le habría dicho que se fuese
en cuanto dejase de llover, pero mierda. Fui demasiado impulsiva.
Demasiado inestable.
Demasiado impaciente.
Aun así, sus palabras del otro día fueron hirientes.
Llego a la cafetería y lo veo sentado a través del escaparate. Me detengo
poco antes y saco un cigarro. Solo fumo cuando estoy muy nerviosa y
aunque no sé porque razón lo estoy, me lo enciendo, intentando que el
humo se lleve mis miedos, pero no lo hace. No me da miedo sentir algo más
por Cassian, ya es tarde para temerle a eso. Lo que me asusta en realidad, es
que ahora lo aclaremos todo y todo vuelva a estar como antes y después
algo lo joda todo de nuevo. Mi mayor miedo es entrar en un bucle constante
de disculpas y decepciones. Apago el cigarro y entro. Está vestido con un
pantalón de chándal blanco y una sudadera rosa. Si es que no pegamos ni
con cola. Abro la puerta y sus ojos se fijan en mí al instante. Intento fingir
que eso no me afecta, se me da sorprendentemente bien para lo falso que en
realidad es.
—Hola.
—Hola.
No sé de dónde saco la voz para contestar, pero en cuanto me doy cuenta
de eso, me pongo firme, no puedo flaquear.
—Te he pedido un café de esos que a ti te gustan.
—¿Y cómo estás tan seguro de qué café me gusta?
Sonríe y trato de no sonreír también. Fracaso en el intento.
—Porque te he visto hacerlo un montón de veces, porque parece que no
me doy cuenta de las cosas, pero en realidad sólo decido callarme.
Por un momento siento que ya no estamos hablando del café y eso me
hace dudar de todo lo que venía pensando por el camino.
Me siento y aparece la camarera con dos tazas de café. Le tiende una a él
y otra a mí. Toco la taza y caigo en cuenta, está fría.
Café frío.
No ha mentido al decir que sabía que cafés me gustaban.
Después de darle un sorbo al café, como si de un superpoder se tratase,
empiezo yo la conversación.
—A ver, ¿de qué querías hablar? —trato de no sonar muy fuerte.
Enarca una ceja mientras le da un sorbo a su café y el gesto hace que la
temperatura corporal me aumente demasiado rápido para ser normal.
—Directa al grano, ¿eh? —deja la taza encima de la mesa y se recuesta
en la silla, las piernas separadas y los antebrazos sobre los reposabrazos de
la silla.
Desde mi ángulo y en esa posición, tiene un aspecto intimidante, como si
se creyese el rey de algo, como si su ser fuese superior, como si nos
estuviese privilegiando a nosotros, simples mortales, con su embriagadora
presencia.
Copio su movimiento. Cruzo mis piernas una encima de la otra mientras
me recuesto en la silla de mimbre. Dejo caer los antebrazos sobre los
reposabrazos y levanto la cabeza mientras le sostengo la mirada.
—Claro, no me gusta perder el tiempo —sonrío.
Entrecierra los ojos, buscando alguna señal oculta en mi mirada, algún
doble sentido.
—¿Qué más consideras una pérdida de tiempo? —inquiere.
Su rostro está totalmente serio. Está tratando de esconder sus emociones
y, tras formular esta pregunta, la mitad de su seguridad se acaba de
desmoronar, lo sé. Eso significa que la respuesta que le dé, me dará cierto
poder sobre él en estos momentos. No puedo evitar abrazar esa satisfacción
interna al sentir el control en mis manos de nuevo, tal y como debe ser,
donde siempre debió estar.
—Tener arranques impulsivos, propios de adolescentes en plena pubertad
y hacer como si nada por el mero hecho de no tener la valentía suficiente
para pedir una disculpa, eso es lo que considero una pérdida de tiempo.
Su mandíbula se contrae y no me pasa desapercibido. Se inclina para
darle un sorbo a su taza de café, su mirada no se aparta de la mía.
—Ya veo —dice al final.
Ahora es mi turno, y tanto que va a ver.
—¿Y a ti, Cassian? ¿Qué es lo que consideras una pérdida de tiempo?
En mi tono no hay ni un ápice de diversión.
Parece que tiene más de una opción como respuesta en mente, pues en
sus ojos, esos tan verdes con la luz del sol, puedo ver el debate interno con
el que lidia. Finalmente responde.
—Me parece una pérdida de tiempo fingir que no sientes nada por el
mero hecho de que es más fácil que asumir que por primera vez, sientes
algo.
Auch. ¿Cómo se atreve? ¡Si es él quien no admite una mierda! ¡Es él
quien da explicaciones a medias!
—¿Eso va por ti o por mí? Es que no me ha quedado claro.
—Qué pocas luces, chiquitina.
Y de nuevo ese complot de emociones al escuchar ese apodo saliendo de
su boca. Ese apodo que pensé que sus labios no volverían a pronunciar...
Y de nuevo hace esta mierda, confundirme. Me llama por ese apodo
mientras estamos echándonos la mierda a la cara, ¿quién en su sano juicio
haría algo así? La respuesta se reproduce en mi cabeza al instante y de
forma automática, yo misma. Yo misma sería capaz de eso y de muchas
cosas aún más cínicas. Lo sé porque ya lo he hecho. Lo sé porque yo
siempre he sido así. Nunca me han importado los sentimientos de los
demás, siempre los he pisado y mi mayor error siempre será el no sentir
culpa por ello.
—¿A qué has venido, Alondra? ¿A hacer daño?
No puedo evitar sonreír de forma falsa y que sea todo lo notorio posible.
—¿Que a qué he venido? Será porque me has hecho venir. ¿No tenías
algo que decir? ¿No querías hablar de algo? Aquí estoy porque, al contrario
que tú, yo no necesito desaparecer para reunir valor y hablar. Así que habla.
Sus ojos me miran confusos, pero no rebate, no discute y no me lleva la
contraria.
—Mira, ninguno hemos sido perfectos en esto que ni siquiera sabemos lo
que es, pero no sé cómo explicarlo. Tienes algo que me atrae con más
intensidad de la que creía. Nunca he estado tanto tiempo con una persona...
Tardo unos segundos en procesar sus palabras, pero no me da tiempo
antes de que vuelva a hablar.
—Sé que soy gilipollas, lo sé, pero nunca había estado con alguien como
tú. Y soy consciente perfectamente de que si esto extraño que tenemos se
acaba, será por mi culpa y el que habrá perdido seré yo. Lo sé porque, no te
lo digo para comerte la cabeza ni nada, pero otra como tú no encuentro dos
veces.
Todas y cada una de sus palabras tocan una fibra sensible de mí. Me
esfuerzo por alejarlas de mí, de aquello a lo que llaman corazón. Me
esfuerzo porque sé lo que significa, porque sé lo que puede pasar, porque
suena demasiado bien para ser cierto. Y duele, duele que pese a todo, tenga
el descaro de decirme esto, de tratar de borrar sus errores con palabras
envenenadas y bañadas en miel. Duele que haga esto. Duele porque le
advertí demasiadas veces que no soy estúpida como las demás, que si lo que
quiere es solo sexo, yo se lo doy, no hace falta que me mienta, que me haga
creer cosas que no son.
Siempre tuve claro que los hombres endulzaban los oídos de las mujeres
con tal de conseguir de ellas lo que quisieran, ya fuese sexo, dinero o a
saber qué. Siempre tuve en mente no creer palabras vacías, pero en estos
momentos, todas esas creencias se estaban derrumbando.
De pronto, la esperanzadora ilusión se detiene a medio camino de mi
corazón.
—¿Sabes cuál ha sido tu error, Cassian?—resoplo con derrota.
—¿Cuál?
—Subestimarme al creer que no me iba a enterar.
—¿De qué estás hablando? ¿Enterarte de qué?
—¿No te suena esa rubia en los baños de una discoteca? No me extraña,
tú y tu pequeño problema con el alcohol seguramente te impiden
recordarlo.
Me levanto de la mesa con la intención de irme.
—Espera, puedo explicártelo...
No le contesto. Sigo caminando hacia la puerta cada vez más rápido,
porque el nudo en mi garganta con cada paso que doy es más insostenible.
Me centro en el sonido de mis tacones de punta fina contra el parqué del
suelo de la cafetería. Necesito salir de aquí.
—¡Alondra!
Maldigo internamente al no haber traído el coche, por lo que camino aún
más rápido. Recuerdo que estamos en mi ciudad, así que no tardo en
perderle la pista entre callejones y calles secundarias. Necesito alejarme de
él. Necesito poner la máxima distancia posible entre sus dulces mentiras y
mi repentina vulnerabilidad. La respiración me falla. Ya lo he perdido de
vista, sé que no me está siguiendo. Cassian prefiere mantener su orgullo,
aunque eso signifique perderme a mí, y eso duele. El mareo me aborda
junto con las náuseas, la ansiedad me está matando. Me detengo, con los
ojos llorosos, y me apoyo en una pared, la más cercana. Alrededor no hay
nadie, con el frío que hace ya lo creo, todos están en sus casas, calentitos.
Justo en donde debería estar yo. No debí haber venido aquí. No debí haberle
aceptado la quedada. No debí contestarle a los mensajes.
De pronto siento que me desvanezco. Mis piernas no responden y mis
rodillas se doblan, veo tan de cerca el suelo que siento un dolor anticipado,
y si, digo anticipado porque es un dolor que no llego a sentir, puesto que mi
cuerpo y el suelo no se tocan en ningún momento. Unos brazos me rodean y
el corazón me da un vuelco.
Apenas puedo articulas las palabras.
Sus ojos me investigan para ver si me he hecho daño, pues recorren mi
cara con atenta observación. Toda la fortaleza que había reunido parece
amenazarme con derrumbarse en el mismo instante en el que su cabello es
movido por el viento.
—¿Estás bien? Podrías haberte dado una buena contra el suelo.
Es que el parecido es asombroso...
—¿Quién eres...?
—Perdona, estaba pasando y te vi a punto de desmayarte, ¿necesitas que
llame una ambulancia?
Me ayuda a mantenerme en pie, me suelta cuando ambas estamos seguras
de que puedo y me sonríe.
—No, no es necesario, gracias —pronuncio entre tartamudeos.
—Deberías de andar con más cuidado.
Es que hasta es la misma sonrisa...
No puedo evitar quedarme fija con la mirada puesta sobre ella. Sus gafas,
su cabello largo, alisado del color del chocolate. Sus ojos oscuros y...
—¿Hola?
—Perdona, es que te pareces mucho a alguien...
—¿Ah, sí? ¿A quién? Si puedo saber.
—A una persona que ya no está —sonrío tratando de camuflar la tristeza
que me aborda el alma.
—¡Cuánto lo siento!
—No te preocupes —me encojo de hombros.
—Ten más cuidado, anda, ¡chao!
Me sonríe por última vez antes de retomar su camino y yo me quedo
rígida en el sitio, atrapada en el momento y encarcelada en un recuerdo. La
veo alejarse y hasta parece el mismo andar.
Desde hace unos años, me he ido encontrando con chicas muy parecidas
a Ainhoa, pero ninguna como ella. En ninguna el parecido era tal bestial. La
misma sonrisa, los mismos hoyuelos, la misma mirada alegre y optimista.
Unos pasos tranquilos y despreocupados no derrochan puro ego ni altanería
como los míos. Son sencillos, elegantes, pero con un toque que la hacen
pasar desapercibida entre las calles y su multitud, al igual que ella. Cuando
mis piernas se dignan a obedecerme, vuelvo a emprender la marcha hacia
mi casa. Ya ni siquiera compruebo si Cassian va detrás de mí o no, le falta
valor para dejar el orgullo y hacerlo. Y en esta ocasión lo agradezco, pues
mi mente sigue rota y en shock por lo sucedido hace unos minutos. Repaso
cada detalle desde el primer segundo en el que se cruzó en mi campo de
visión hasta el último. No quiero ser paranoica, no quiero abrir viejas
heridas, pero aún así me esfuerzo por encontrar alguna característica
distintiva en ella, alguna que me pueda indicar si es ella o no.
Las calles se me hacen cada vez más estrechas y cada paso se siente más
pesado que el anterior, pero tras unos quince minutos, consigo llegar a mi
casa. El olor del ambientador de lilas me recibe junto con el calor de la
estufa. Me cambio y me pongo cómoda.
Eso y una copa de vino.
Abro el ordenador y reviso emails para despejarme, el trabajo siempre es
la solución. Sigo creando informes, revisando cuentas y calculando
informes de gastos. Todo lo referente a Tomás sigue siendo muy sospechoso
y se me ocurre una idea. Su ordenador es la clave. Aparto el tema de Tomás
de mi cabeza hasta mañana que vaya a la oficina y sigo contestando emails.
Miro la fecha y caigo en cuenta.
30 de noviembre.
Quedan dos días para mi cumpleaños. La cifra pesa, veinticuatro años,
¿en qué momento? Recuerdo como si fuese ayer mi graduación de primaria
y la del instituto. Mi primer novio o la primera vez que probé el alcohol. El
tiempo al parecer pasa para todos y no espera por nadie. Da igual que estés
sufriendo, tengas el corazón roto en mil pedazos o acabes de perder para
siempre a la persona más importante de tu vida.
Eso al tiempo le da igual. Le importa una mierda. Él sigue avanzando y
no se detiene ni se atrasa. Las horas siguen pasando, las manecillas del reloj
se siguen moviendo hacia adelante y nada ni nadie puede hacer que eso
cambie. Por eso siempre fui fiel creyente a no mantenerse demasiado
tiempo dentro del bucle del duelo, porque una vez que entras y te dejas
llevar, no sabes cuándo o si volverás a salir.
Agradezco al email que me saca de mis pensamientos y vuelvo a tratar de
concentrarme en lo que estoy haciendo. No he recibido ningún mensaje de
Cassian desde la última vez que lo vi, no creo que reciba y yo tampoco le
voy a escribir. Lo que menos necesito es a Cassian siendo un dolor de
cabeza, como si no tuviese ya suficientes. Cassian al parecer no sabe lo que
quiere y yo ya he perdido demasiado tiempo de mi vida como para seguir
haciéndolo. Me levanto a rellenar mi copa de vino, necesito no pensar en
nada. Acompaño esto con un cigarro y al parecer funciona. Cuando mis ojos
duelen debido a la pantalla, hago un descanso para servirme la cena
mientras concentro mi atención en una serie. Después de la cena y una
ducha, tomo la botella de vino y me siento frente al ventanal, a que la luz de
la luna me dé la tranquilidad que tanto anhelo. Después de varias
respiraciones, siento un poco de paz, un poco de sosiego.
Aun así, esto no dura demasiado, porque cuando me relleno la copa por
tercera vez, todo vuelve.
Todo en mi cabeza da vueltas, entremezclando lo sucedido con Cassian
en la cafetería y después... después ella. Le doy un sorbo a mi copa mientras
estoy apoyada contra la isla de la cocina, dándole vueltas al líquido rojo,
tratando de armar el puzzle en mi cabeza. Traigo a mi mente el rostro de mi
hermana y, por mucho que duela, recuerdo todos sus detalles, todos. El
lunar que llevamos a conjunto en la nuca, ella en el lado derecho y yo en el
izquierdo. Recuerdo todo lo que puedo, incluso...
Incluso...
Esa cicatriz.
Abril, 2007
—No es buena idea.
—Que sí tonta, ya lo verás —trato de convencerla.
Finalmente cede ante mi petición y toma la cortina como si fuese la liana
de una selva. Sigo saltando en la cama cuando veo que la cortina no
aguanta su peso y la barra metálica se desprende y cae sobre ella.
—¡Noah!
Con un salto bajo de la cama y me aproximo hacia ella. Está llorando y
se frota la frente con muecas de dolor.
—Deja que vea —aparto sus manos.
Una línea de sangre se forma sobre su frente, apenas tiene poco más de
tres centímetros, pero en su pequeña frente es muy notoria. Me llevo las
manos a la boca, ¿cómo se supone que les ocultaré eso a mamá y papá?
Me van a matar. Voy corriendo hacia el baño, tomo un poco de papel
higiénico y lo humedezco. A continuación, vuelvo a la habitación y se lo
coloco sobre la frente. Se queja, pero, por suerte, no se aparta. Le prometo
que más tarde le regalaré un helado a cambio de que no diga nada. Frunce
el ceño.
—¿No que el helado daba cáncer?
Cierto. Siempre le digo lo mismo. Ainhoa siempre tarda en comerse el
helado, es de las que lo guardan para después, mientras que yo casi lo
devoro con apenas mirarlo. Siempre le digo que da cáncer pero que yo soy
inmune al ser más mayor, por lo que me da su parte también.
—Es verdad, pues entonces te regalaré unos caramelos —sonrío
pensando en la cicatriz que quedará en su frente.
La cicatriz.
Eso es. Recuerdo el rostro de la chica al sujetarme para que no me cayese
al suelo. Su rostro estaba muy cerca de mi cara, y al ser una cicatriz apenas
visible, no sé si la vi realmente o tan solo me la imaginé. ¿La vi? ¿O tan
solo es lo que me gustaría haber visto? Y si realmente la vi, si realmente esa
chica es ella, ¿de dónde salió? ¿Acaso no me reconoció?
No puedo evitar hacerme todas esas preguntas. El atardecer está cayendo
y lo observo a través de la cristalera del salón.
¿De cuántas cosas más desconozco la verdad?
¿Qué es lo que está pasando?
¿De qué será lo próximo que me vaya a enterar?
¿Por qué todo lo que antes estaba dormido ahora empieza a despertar?
Una mala sensación me recorre de pies a cabeza. Es como un sabor
amargo en la parte de atrás de la garganta, una sensación de estar viviendo
en un instante irreal. Como un limbo entre recuerdos sin nitidez, deseos
ilusorios, constantes arrepentimientos y la cruda realidad. Un limbo que
cada vez se distorsiona más hacia una dimensión inexistente, o tal vez sólo
existente en mi cabeza. Una cabeza de la que no me puedo fiar, pues está
quebrantada, fragmentada con pequeños trozos de fragmentos sin sentido de
los que ya no distingo si son recuerdos o alucinaciones, delirios confusos,
pues son como una realidad que se superpone una sobre otra. Una mente
defectuosa, con piezas de puzzles intentando encajar hasta que los bordes se
rompen, con piezas que tal vez ni siquiera pertenezcan al mismo puzzle.
Capítulo 38
Nunca des nada por sentado
CASSIAN
Estoy dando vueltas en un centro comercial desde hace unas dos horas.
El cumpleaños de Alondra está a la vuelta de la esquina y aún no sé qué
regalarle. ¿Qué se le regala a alguien que ya lo tiene todo? Si quisiese algo,
se lo compraría porque le encanta derrochar dinero. Y yo no es que sea
especialmente rico. Además, ahora parece que no quiere verme ni en
pintura, pero ya solucionaré eso. Entro y salgo de distintas tiendas con las
manos vacías. Anthony está en la tienda de videojuegos. Me hubiese
gustado quedarme más ahí con él mirando los escaparates, pero necesitaba
estar un rato a solas.
No dejo de pensar en la cafetería y lo qué pasó. ¿Cómo fue que se
enteró? Si es que soy imbécil por pensar que no lo haría. No tengo ninguna
justificación, sí, la cagué, pero fue ella la que, justo después de follar, me
mandó un texto comparable con un versículo de la Biblia, en el que me
decía que lo mejor sería que fuésemos amigos. ¿Cómo se supone que debo
tomarme eso? ¿Cómo que se va a molestar si toco a otra? Pues lógicamente
no. Ni siquiera debería importarle. No a menos que sienta algo más por mí,
porque hasta donde yo sé, los celos solo aparecen cuando te importa
alguien, no cuando no quieres nada serio. Aún así, no quiero pensar en eso,
no quiero hacerme falsas ilusiones. Alondra es demasiado independiente e
inteligente como para meterse en una relación. Parece amar su soledad por
y sobre todas las cosas. Tan solo con ver su estilo de vida ya me queda claro
que yo ahí no tengo cabida ninguna, no pinto nada.
Ahora no sé qué hacer, porque no sé si escribirle un mensaje. Lo más
probable es que no me conteste o peor aún, que me coma el visto de la
historia. Si, la cagué yo por hablarle así, por ignorar sus llamadas para
hablar de ello, pero joder. Aparto esos pensamientos, no los necesito ahora
mismo.
—Primo, ¿encontraste algo?
Escucho a Anthony a mi lado mientras miro en una tienda de ropa.
—No, si es que esa mujer ya lo tiene todo —gesticulo con las manos,
estresado por visitar tantas tiendas—. ¡Si tiene hasta un vestidor en su
habitación! ¡¿Te das cuenta de lo que significa eso?! ¡Tiene una jodida
habitación dentro de su habitación solo para ropa, tacones y zapatillas!
Anthony abre la boca repetidas veces para decir algo al respecto, pero
finalmente solo dice:
—Wow...
—Ya.
—No sé qué decir, bro —me coloca la mano en el hombro.
Niego sonriendo, esa mujer está loca, nunca me cansaré de decirlo.
Es que es muy extraña.
Puede estar enfadada, pero sonreír a la vez.
Puede estar teniendo el peor día de su vida y hacer como si nada.
Puede dormir dos horas y ser más productiva que al dormir ocho, que
nunca llega a más de seis, pero bueno.
Puede redactar un documento mientras atiende una llamada a la vez que
recuerda que en quince minutos tiene una reunión.
Puede hacer como que le importas y al otro instante como que no te
conoce.
Puede mandarte doscientos mensajes al día y luego desaparecer por
completo durante cinco días. Lo dicho, no hay quien la entienda. Salimos de
la tienda y mientras caminamos por los brillantes pasillos del centro
comercial, dos chicas vienen de frente riéndose de algo entre ellas. Una de
ellas mira a mi primo, después a mí y vuelven a sonreír.
—Yo creo que les gustamos.
—¿Qué dices? Déjate de líos.
—Pues la rubia te ha mirado.
Me encojo de hombros.
—¿Y qué hago? ¿Aplaudo?
—Tú te has pillado de la oficinista.
Intento rebatirlo, pero no puedo.
Estamos en las escaleras metálicas cuando de pronto me empiezo a
encontrar raro. Esto Anthony lo nota y rápidamente me coloca una mano en
la espalda.
—Cass, ¿estás bien?
—No sé, me encuentro raro.
El pánico me aborda y siento la urgente necesidad de salir de aquí. Mi
primo parece leerme el pensamiento.
—Venga, vamos a salir a que te dé el aire.
No tardamos mucho en salir del centro comercial y sentarnos en uno de
los bancos de piedra que hay a la salida. El aire fresco me acaricia y siento
algo de alivio, pero no es suficiente.
—¿Voy a comprar una botellita de agua o algo? Para que te tomes la
pastilla si la llevas encima.
—Sí la llevo, si puedes.
—Claro.
Anthony se adentra a paso rápido de nuevo en el centro comercial.
Desde el último ataque no salgo de casa sin las pastillas. Me aterra que
me vuelva a dar uno, sobre todo estando fuera de casa. Siento escalofríos en
todo el cuerpo con tan solo recordar el parque de deporte de Asterfield.
Intento calmarme, intento tomar el control de mis emociones y mi
respiración. Anthony aparece casi corriendo con la botella de agua y le
agradezco. Saco la pastilla del blíster y trago.
—¿Mejor?
—Sí, gracias.
Me pasa un brazo por encima del hombro, ya que es más alto que yo pese
a ser de menor edad, e intenta tranquilizarme. Como me suele pasar siempre
en estas ocasiones, el bajón emocional me arrasa y no puedo evitar sacar a
la luz cuestiones que hace tiempo creí haber enterrado bajo llave.
—¿Y esa cara?
Dudo en su hablar de ello o no, nunca me ha gustado hablar de este
tema...
—No sé Tony, siento que, ya sabes, Alondra tal vez debería estar con
alguien... mejor.
—¡Oye! No digas eso, bro. No es tu culpa.
Intenta consolarme, pero fracasa en el intento.
—Ya, sé que no lo es, pero aún así. No puedo dejar que se estanque o se
quede atrás por mi culpa. No la conoces, bro. Ella es exitosa, ambiciosa,
consigue todo lo que quiere y para ella no existen los límites. ¿Qué pinto yo
ahí? ¿Dejar que ella siempre tire más de la cuerda por el hecho de que yo no
pueda? No puedo hacerle eso. Ella merece alguien de su talla, alguien que
pueda ir hacia adelante con la misma fiereza que ella.
Anthony medita mis palabras por algunos segundos.
—¿Cómo lo sabes?
—¿A qué te refieres?—frunzo el ceño.
—Me refiero a que como sabes que no puedes tirar de la cuerda de la
misma forma que ella, como sabes que ella no estaría dispuesta a seguir. No
puedes dar por sentado algo de lo que no estás seguro.
—Porque aunque no esté seguro, no necesito comprobarlo. Si Alondra se
llegase a enamorar de mi, renunciaría a muchas cosas para estar conmigo, y
eso a largo plazo la perjudicaría.
— A ver, ¿cosas como qué?—se cruza de brazos.
—Por ejemplo, un trabajo. Bien sabes que no puedo trabajar en lo mismo
que tú. Tú puedes trabajar de noche por diez horas cada día de todos los
meses, yo no. Eso a mi me cansa mentalmente demasiado y aumenta las
posibilidades de que me dé un ataque. Eso significaría encontrar un trabajo
de menos horas e imagina que vivimos juntos, yo no podría aportar lo
mismo que ella.
—Entiendo. Y encima ella ya de por sí ella gana muchísimo dinero...
—¡Exacto! Como si ya dé por sí no fuese difícil alcanzar su nivel.
—Mira Cass, yo no soy muy romántico ni le tengo mucha fe al amor,
pero se ve que la quieres y te voy a dar un consejo. Si ella realmente te
quiere, a ella eso le dará totalmente igual. Vale, no estaréis en igualdad de
condiciones, pero ella eso lo sabe, lo supo desde el principio y
sinceramente, no parece una tía estúpida. Piensa en él porque de que no se
haya largado de tu vida aún.
—No sé ahora mismo si sigue en ella...
—¡Claro, joder! Pero no es porque seas epiléptico, es porque eres
gilipollas.
Le pego un puñetazo en el hombro.
—¡Oye!
Me lo devuelve y reímos entre puñetazos.
—Tienes razón —digo finalmente.
—¿Ves? El primo Tony siempre tiene razón —asiente orgulloso.
—Bueno, no te eches flores que la vez que me dijiste que sería una buena
idea hacer parkour en un puente de madera viejo, resultó no ser tan buena
idea, eh.
Anthony se ríe recordando el momento. Y la verdad es que no fue una
buena idea. A mi primo no se le ocurrió mejor idea que ir a pegar saltos
sobre un puente que se caía a pedazos. Obviamente nos caímos cuando uno
de los peldaños del puente se soltó y junto con los trozos de madera, caímos
al río. Y por si eso no fuese poco, la corriente nos arrastró hacia una poza de
agua en donde a mi se me enredaron unas ramas al tobillo. Anthony tuvo
que sumergirse bajo el agua para cortar con los dientes las algas y las ramas
que tiraban de mí hacia el fondo.
Por poco y no lo cuento.
Así que no, sus ideas no son siempre buenas.
—Bueno, por ahora preocúpate por encontrar un regalo y arreglar la
cagada que has hecho y lo otro ya encontrarás el momento para hablarlo
con ella.
Asiento y volvemos al centro comercial.

Salimos tras un par de horas, pero al menos ya tengo su regalo. Mi


teléfono suena y un escalofrío me recorre.
—Espera, que me están llamando —me detengo y mi primo hace lo
mismo.
Veo el nombre de Alondra en mi pantalla y me sorprendo. ¿Querrá hablar
las cosas? ¿Ha decidido dejar que le explique lo de la discoteca? Descuelgo
y me llevo el teléfono a la oreja. Lo primero que escucho son unas
respiraciones aceleradas.
—¿Alondra?
Frunzo el ceño, mi primo también mientras me pregunta entre señas que
qué pasa.
—¿Alondra? ¿Me escuchas?
—Cassian...
Su voz es entrecortada y al borde del llanto.
—Alondra, ¿qué pasa? ¿Por qué estás llorando?
—Cassian, necesito tu ayuda, por favor, eres el único que puede
ayudarme.
¿Pero qué...?
Capítulo 39
Entre celdas y cementos, se esconden los peores
secretos
Sí, efectivamente he cometido uno de los errores más estúpidos que
podía haber.
No debí haber entrado en ese lugar. Y mucho menos hacerlo sola. Sé que
fue una trampa, sé que caí de lleno en ella, pero ahora ya no había nada que
hacer.
—Señorita, tiene derecho a una sola llamada.
Asiento y el hombre desaparece por la puerta.
Marco su número, el de la única persona que puede ayudarme a salir de
esta situación.
Un tono.
Dos tonos.
Tres tonos.
Descuelga la llamada en el preciso instante en el que mi voz se rompe y
no puedo evitarlo, la impotencia me ahoga.
—¿Alondra?
Extrañaba su voz...
—¿Alondra? ¿Me escuchas?
—Cassian...
Los sollozos me vencen y las lágrimas me ruedan por las mejillas.
—Alondra, ¿qué pasa? ¿Por qué estás llorando?—insiste.
—Cassian, necesito tu ayuda, por favor, eres el único que puede
ayudarme.
—¿Dónde estás?
—En la comisaría.
—¿En cuál?
Le digo el nombre y la dirección, le dice algo a alguien y vuelve al
teléfono.
—Vale, escúchame bien, no hagas nada y no digas nada, ¿vale? Voy para
allá con un abogado.
—Vale.
—Hasta ahora, nena.
—Hasta ahora, nene.
Cuelgo la llamada y el policía me acompaña a la celda de nuevo. Hace
frío, puesto que tampoco voy muy abrigada que digamos. Salí de casa con
un vaquero gris, una chaqueta negra y unas botas de tacón altas. El bolso
que llevaba con las llaves, el móvil y el gloss ha sido requisado por la
policía al detenerme. Llevo aquí unas tres horas, me detuvieron a las ocho
de la tarde, en un callejón a las afueras de Asterfield.
—Señorita, necesito que vuelva a decirme sus datos.
—Alondra Miller.
—¿Padres o algún familiar?
—No, están muertos.
Finjo pena ante la pregunta y el oficial deja de hacer preguntas, y menos
mal. Cuando pienso que ahí acaba la cosa, el oficial comienza a dar vueltas
en la sala con pequeños pasos, cortos y lentos, pero firmes. Sé lo que está
haciendo. Intenta intimidarme.
—¿Qué hacía usted en el callejón con el arma homicida?
—Ya se lo dije. Me acerqué porque vi algo brillante en el suelo, ¿cómo
iba a saber que a pocos metros habría un hombre muerto?
—¿Y de dónde venía y hacia dónde iba?
Qué pesado es este hombre.
—Venía de dar un paseo e iba a mi casa.
—¿Y nadie iba con usted?
—No, estaba yo sola.
—Señorita, quiero creerla, pero es muy sospechoso que sus huellas estén
en el arma homicida y usted justamente en la escena del crimen.
Ya bueno, cosas que pasan.
—Lo sé, pero pasó exactamente así. Pasaba por la calle, vi algo brillante
y me acerqué. Cuando lo tomé en mis manos y vi que era un cuchillo, miré
alrededor y no vi a nadie. Pasaron apenas unos segundos hasta que apareció
la policía y entonces vi el cuerpo.
—¿Y no vio a nadie salir del callejón antes de que usted llegase?—enarca
una ceja.
Por Dios, ¿va a parar de preguntar lo mismo constantemente? Qué
pesado.
—No vi a nadie, si lo hubiese visto ya se lo habría dicho... —finjo
desilusión.
Me cansa tener que explicarle lo mismo una y otra vez, ¿acaso quiere que
le diga también el color de las farolas o cómo?
Alguien toca la puerta de la sala, yo sigo sentada al otro lado de la celda.
—Agente, ha llegado un hombre con un abogado para la acusada.
Algo esperanzador retumba en mi pecho y no pensé que sería capaz de
decir esto, pero joder, cuanto me alegro de saber de Cassian.
—Voy a esposarla y llevarla a la sala de interrogatorios, ¿de acuerdo? No
haga ninguna tontería.
—Agente, no se preocupe.
—Contradictorio si tenemos en cuenta que la acusan de homicidio —
sonríe y de inmediato borra el gesto.
—Muy buen punto, agente, ¿pero usted cree de verdad que lo haya
hecho? ¿Con esta carita?
Sonrío también de forma muy genuina y eso hace que imite mi acción.
—Habrá que ver qué tan buena es tu defensa.
Ya me cae menos mal.
—Buenísima, estoy segura —le guiño un ojo.
Con esto espero que no vuelva a hacer preguntas inútiles y sin sentido.
Ya en la sala de interrogatorios, lo primero con lo que me encuentro es
con Cassian y un señor mayor, de unos cincuenta años aproximadamente.
—Nena, ¿cómo estás? ¿Estás bien?
Cassian es el primero en ponerse de pie. Asiento y le sonrío. El abogado
se pone en pie tras pocos segundos y se inclina hacia mí a modo de saludo,
ya que dar la mano no puedo. Tengo las manos esposadas a mis espaldas.
—Buenos días, señorita, ¿cuál es su nombre?
—Alondra Miller.
—Perfecto, ¿sabe de qué se le acusa?
Cassian está igual o incluso más atento que el abogado a mis respuestas.
—Sí, se me acusa de homicidio.
—¡No jodas! —Cassian se lleva las manos al pelo.
Intuyo que en estos momentos debe de estar imaginando cientos de
escenarios distintos.
—Perfecto señorita Miller, por favor, explíqueme cómo sucedieron los
hechos.
Ocho horas antes
Salgo de casa y cojo el coche. El lugar al que voy no está cerca. Han
abierto un nuevo bar a pocos kilómetros de mi ciudad. Me gustan los
ambientes de copas, cachimbas o shishas, donde ofrecen cócteles y buena
música. Siempre me ha gustado relajarme en esos lugares, por lo tanto, hay
que ver cómo es el lugar. Tardo apenas veinte minutos en llegar, hoy
afortunadamente no hay mucho tráfico. Busco aparcamiento y después de
dar vueltas por aproximadamente unos diez minutos, por fin aparco y salgo
del coche. Hoy hace un buen día, se ve un atardecer precioso.
Mientras camino hacia el lugar, reviso mi bolso y me detengo en seco.
Mierda, no llevo la cartera. ¿Cómo mierda se supone que voy a pagar?
Estoy frente a la puerta y el cartel con el horario atrapa mi atención.
Maravilloso, por ser una inauguración el horario es muy limitado, por lo
que, para cuando vuelva con la cartera, el bar ya estará cerrado. Vuelvo al
coche, arranco y conduzco hacia mi casa, tendré que volver otro día.
Durante el camino de vuelta, trato de no pensar en ello, pero el antojo de
un cóctel sigue estando presente.
Al llegar, tengo claro que voy a tomar la cartera y voy a ir a uno de los
bares que ya conozco, pues después de una semana agotadora de trabajo
necesito desconectar. Entro en casa tan solo unos segundos y salgo. Esta
vez no cojo el coche, pues el bar al que voy está a pocas cuadras de mi
casa. Cuando llego, el camarero me saluda, pues no es la primera vez que
me ve. Me siento en una de las mesas centrales y sin que se lo pida, me trae
mi cóctel favorito, un Bloody Mery. Reviso las redes sociales mientras me
tomo mi cóctel y al terminar, pago y me voy, despidiéndome del camarero.
Ya más relajada después de tomar algo, doy un paseo por las calles de
Asterfield, pues las farolas iluminan las calles y los adornos de los
restaurantes dan una sensación muy agradable. Paseo para despejar mi
mente hasta que, sin darme cuenta, acabo caminando por una calle
estrecha, poco iluminada y para nada transitada. Casi podría jurar que yo
era la única que caminaba por esa calle.
Sigo a paso tranquilo hasta que paso por al lado de un callejón. Iba a
pasar de largo, pero de reojo vi algo brillar. Miré a los lados, no había
nadie. A mi mente ya estaba acudiendo la imagen de un anillo o alguna
joya. Me acerco y debido a la poca luz del callejón, me agacho para coger
eso que brilla. Al tomarlo, mi piel entró en contacto con el helado mango
de un cuchillo. Apenas a los pocos segundos pude ver que el filo estaba
manchado de un líquido carmesí que pintó mis manos de inmediato. Suelto
el cuchillo horrorizada y miro hacia el interior del callejón. Y en el preciso
instante en el que veo una figura yaciendo en el suelo, las sirenas policiales
irrumpen en el lugar.
—¡Manos arriba y donde pueda verlas!
Oh, oh.

Cassian tiene una expresión indescifrable pero tranquila, demasiado diría


yo. El abogado apunta todo en una libreta y comienza con las preguntas.
¿He mencionado ya lo mucho que odio las preguntas?
—Entonces, alega no haber visto a nadie ni antes ni durante el momento
en el que sucedieron los hechos, ¿correcto?
—Correcto, no vi a nadie más que yo y, posteriormente, el cuerpo.
El abogado apunta las respuestas. El agente que me interrogó antes hace
acto de presencia en la sala de interrogatorios con tres tazas de café
humeantes.
—Aquí tienen, ¿cómo va el interrogatorio, letrado?
—Perfectamente señor agente, muchas gracias.
—Si necesitan cualquier cosa, estaremos al otro lado de ese cristal,—
señala el gran ventanal en la pared contigua—, y he de aclarar que la
acusada está esposada porque, aunque no se le ha visto violenta, es el
protocolo.
—Como dicta la ley —asiente el abogado.
El agente sale de la sala y el abogado vuelve a mirar la libreta y a seguir
con las preguntas. Cassian se muestra tranquilo y sereno, pero le conozco lo
suficiente como para saber que algo está maquinando esa cabecita suya.
—Sigamos, señorita Miller, ¿usted no había visto ese arma antes?
—No, ni siquiera sabía que era un cuchillo hasta que lo tomé en mis
manos.
—Vale, ¿reconoció al hombre que yacía en el suelo a pocos metros de
usted?
—No llegué a ver su rostro en ningún momento. Creo que estaba
tumbado de lado y dándome la espalda, pero no estoy segura, estaba muy
oscuro.
—De acuerdo, ¿había algo más en el suelo? ¿Objetos personales o algo
más aparte del cuchillo?
—Que yo haya visto no, solo vi el arma.
—¿Qué es lo que cree usted que ocurrió?
Pienso en las opciones, es fácil de deducir.
—Pues sinceramente, pudo haber sido desde un atraco hasta un ajuste de
cuentas. En barrios como ese, en tan deplorable estado, creo que son
comunes esas cosas.
—¿Y cómo llegó usted ahí si su casa se encuentra a varios kilómetros y
en un barrio mucho más decente?
Cassian aprieta la mandíbula con impaciencia.
—Ya le comenté antes, estaba paseando y al estar tan perdida entre mis
pensamientos y la música, terminé caminando hasta el callejón —aclaro con
tono y actitud serena.
No puedo ni siquiera sudar porque eso ya me quitaría puntos. Y no hablo
solo por el abogado, sino por el agente que, a través del cristal, no me quita
el ojo de encima. Un paso en falso y se acabó.
—Perfecto —el abogado abre la carpeta y revisa algunos documentos—.
He estado revisando sus llamadas y su historial médico y no parece haber
nada extraño. Veo tan solo llamadas de trabajo y en la parte sanitaria, tan
solo estrés laboral. ¿A qué se dedica usted?
—Soy asesora financiera. Gestiono cuentas, la bolsa y los gastos,
también organizo presupuestos.
—Entiendo.
Termina de guardar todos los documentos que me estaba mostrando hace
unos segundos y se dirige a Cassian y a mí.
—Bien, ya he tomado la declaración de la acusada. Se hará un juicio
rápido en unas horas. Sostenga su versión, señorita, pero he de decir que
puede ser complicado, pues se le acusa de homicidio.
—Lo sé —asiento.
—Eso es todo por ahora, les dejo para que lo hablen.
El abogado sale de la sala, dejándome a solas con Cassian y rezo para
que no haga alguna pregunta estúpida. Siguen vigilándonos.
—¿Cómo estás?
Tiene los codos apoyados sobre la mesa y cada pocos minutos le da un
sorbo al café. Esto me recuerda tanto a nuestra primera cita...
—Dentro de lo que cabe se podría decir que bien, ¿y tú?
—Pues estresado, ¿cómo voy a estar? No me esperaba para nada tu
llamada, pensé que seguías enfadada... —baja la mirada a su café evitando
la mía.
—Y enfadada sigo, tú tranquilo, pero en este momento eso es lo que
menos cuenta.
—Tienes razón, aun así, cuando termine todo esto, ¿podríamos hablar de
ello?
Me lo pienso por algunos segundos.
—Vale —accedo finalmente.
—Gracias —sonríe y a continuación saca algo de su bolsillo.
—¿Qué es? —frunzo el ceño.
Cassian despliega la tela blanca. Estoy segura de que lo ha hecho para la
atención del policía.
—Toallitas desmaquillantes.
No puedo evitar soltar una pequeña risa. Este hombre cada día me
sorprende más.
—¿Pudiéndome traer cualquier cosa me has traído toallitas
desmaquillantes? ¿Comida no se te ha pasado por la cabeza?
Cassian ríe también.
—Sí, sí que se me pasó, pero conociéndote y con lo tiquismiquis que
eres, seguramente te habría traído una de las dos mil cosas que no te gustan.
Así que preferí ir a lo seguro.
—Buena elección.
Asiento y me paso la toallita húmeda por toda la cara, sobre todo en la
zona de los ojos para eliminar todo el maquillaje. Lo que menos necesito es
parecer un mapache.
—Muchas gracias, Cassian.
Se inclina y me deja un beso en la frente.
—No hay de qué, nena.
—¿De dónde has sacado el abogado?
—Eso es lo de menos, déjamelo a mí.
Siempre supe que Cassian no era de tener muchos recursos. Es decir, su
situación económica no era como la mía, ya que él todavía estudiaba, pero
aun así me preocupa de donde haya sacado el dinero.
—¿Cómo van los exámenes?
—Bien, pero sí que necesitaría tu ayuda con ciertos programas de
gráficas y hojas de cálculo.
—Hecho —le guiño un ojo.
El agente irrumpe en la sala. El tono con el que habla a continuación me
molesta, pero no doy ni la más mínima señal de ello.
—Se acabó el tiempo.
Cassian sale de la sala y se lleva la toallita ya usada.
Uff, estas horas se me van a hacer eternas.
Capítulo 40
Cada día más cerca de la verdad, ¿o de la mentira?
CASSIAN
Nada tiene sentido.
He de admitir que se me salió la sangre del cuerpo cuando hablé con ella
por teléfono. Tenía algo de dinero ahorrado y hablé con el profesor de mi
universidad para aplazar el pago, así que pagué el abogado de Alondra con
ese dinero. ¿Una decisión apresurada? No lo creo. No había forma de
conseguir la cantidad que pedía el abogado por sus servicios, así que creo
que hice lo correcto. Anthony me ayudó a encontrar el número y saliendo
de la comisaría llamé a Mario para que me hiciese un par de favores. Aun
así, sigo dándole vueltas y más vueltas a la declaración de Alondra. Hay
muchas cosas que no me cuadran.
El homicidio me lo creo porque si pudo quemar a un hombre en un barril,
está claro que puede hacer cualquier cosa. Aunque bueno, ayudarla no me
deja en una buena posición.
Alondra es una mujer fría, inteligente, calculadora y meditada, si hiciese
algo así no la descubrirían. Y en el supuesto caso de que sí, ¿habéis leído
bien su declaración? Es un sinsentido para todo el que la conozca. ¿Alondra
terminar en un callejón sin saberlo? ¡Por el amor de Dios! ¡Si sufre de
manía persecutoria! Otra cosa que también carecía de sentido es que se
hubiese dejado la cartera en casa. Alondra nunca olvida nada y encima paga
con el teléfono. Y tampoco sé en qué zona la han detenido exactamente. En
esta ciudad hay muchísimos callejones y yo tampoco es que me conozca
Asterfield como para saber las zonas que Alondra pueda frecuentar. ¡Dios!
¡Me voy a volver loco! La parte positiva es que está en los calabozos y no
en prisión, por lo cual, hasta la decisión del juicio no habría que pagar
fianza. De ser así, creo que tendré que vender un riñón. Eso o que me
autorice a sacar el dinero de su banco. Aquí hay algo que no me cuadra y
por más vueltas que le dé, sigo sin encontrarle el sentido. Otra parte positiva
es que está dispuesta a hablar de lo sucedido en la cafetería. Sé que no
debería pensar en eso en estos momentos, pero a la vez no puedo evitar
sentir un enorme alivio.

Anthony se fue en cuanto llegó el abogado, así que ahora me dirijo a


casa. Voy a comer y a hablar con Mario. Al llegar, mamá me recibe con un
beso en la mejilla y el olor a comida recién hecha. Pregunta que a donde fui,
miento y le digo que con los chavales a dar una vuelta. No puedo evitar
sentir enfado por todo lo extraño de la situación. Me abro una lata de
cerveza y en apenas pocos tragos la termino. Tomo el teléfono a la espera
de que el abogado me anuncie de cuando se le hará el juicio rápido a
Alondra. Doy vueltas por la habitación casi histérico. ¡Joder! No puedo
concentrarme en nada que no sea ella. Tengo que conservar la tranquilidad,
estando así de alterado no voy a resolver nada. Tomo aire y enciendo el
ordenador. Reviso algunos correos de la universidad, pero sigo sin ser capaz
de mantener la concentración. Mi teléfono suena, avisándome de la llegada
de la llamada que llevo esperando desde que salí de la comisaría.
—Hola, estaba esperando tu llamada —descuelgo.
—Siento haber tardado tanto, he tenido mucho lío en la oficina. ¿En qué
puedo ayudarte?
—Tienes los detalles en el correo, te lo envíe desde el teléfono hace unas
horas —le informo.
Pasan unos minutos mientras Mario revisa el correo con todo lo sucedido
con el caso de Alondra. Se que le voy a deber bastantes más favores a
cambio de que la saque a ella de esa situación, pero me da igual.
—Bien, acabo de revisar el correo que me has mandado y he de admitir
que está complicado el asunto...
—¿Por? —inquiero confuso.
—En primer lugar, ¿estás completamente seguro de que ella no es
culpable de lo que se le acusa?
¿Qué? ¿En serio me lo está preguntando? Claro que lo estoy. ¿Cómo
podría no estarlo? Es cierto que Alondra ha hecho muchas cosas de
moralidad excesivamente cuestionable, pero no encuentro un motivo de por
qué lo haría. Aun así, pese a lo seguro que estoy, la respuesta tarda en
abandonar mis labios.
—A eso me refiero, Cassian.
Resoplo sin poder articular palabra.
—¿La quieres?
Ante esa pregunta, las dudas desaparecen totalmente. Hay pocas cosas de
las que he estado seguro en mi vida, pero esta es una de ellas. No tiene
sentido seguir engañándome. La quiero, la quiero demasiado, sin importar
lo que ella haga.
—Sí.
—Vale, podemos hacer una cosa —propone—. Voy a contactar con esa
comisaria y, espero hacerlo antes de que salga el juicio rápido, mover
algunos hilos. Tendré que hablar con los de arriba.
—Te lo agradecería muchísimo, Mario.
No quiero ilusionarme, pero no puedo evitar sentir esa pizca de alegría en
mi interior.
—Tendrás que hacerme un favor a cambio, lo sabes, ¿no?
Y aquí está el momento que supe que llegaría.
—Sí claro, dime.
—Hay un cartel de droga a punto de cerrar una venta. Necesito que
vigiles la zona y nos avises de cualquier movimiento fuera de lo común
para interceptar el intercambio y hacer una redada.
¿Qué? ¿Un cartel de drogas? Estamos hablando de traficantes. Aunque
bueno, considerando el tamaño y las consecuencias que podrían acarrearle
ayudarme con Alondra, es algo casi igual.
Joder.
¿Posiblemente me vuelen los sesos? Sí, pero vaya, es lo que toca.
—Está bien. ¿Y cómo voy a reconocerlos para avisarte? ¿Y cómo te
aviso?
—Por eso no te preocupes, tendrás micrófonos casi microscópicos y te
voy a enviar un correo con las caras de los hombres para que puedas
reconocerlos, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asiento.
—Te avisaré en cuanto sepa el lugar, el día y la hora exacta a la que se
realizará la venta y, ya sabes, no menciones nada de esto a nadie.
—Ni lo dudes.
—Estamos en contacto y ten cuidado, Cassian.
—Gracias y lo mismo digo.
La llamada se cuelga y ya me siento más ligero, como un peso menos en
la espalda.
Todo esto es muy confuso. No sé qué motivos podría tener Alondra para
matar a nadie. También se me viene a la mente Tomas, pero esto sería muy
arriesgado incluso para él. Por otro lado, no dejo de pensar en lo de la
redada. No sé cómo cojones voy a hacer eso. ¿Y si me pillan? ¿Y si los
nervios se me notan mucho?
Intento dejar de pensar en ello. Asustarme no me va a hacer sentir mejor,
todo lo contrario. Me levanto de la cama, tomo la toalla y aviso a mi madre
de que me iré a duchar, por si necesita entrar al baño antes. Justo al entrar
en el baño, me encuentro a mi madre frente al espejo, con una bolsa de
plástico en la cabeza mientras se echa por toda la cara la salvia de Aloe
vera. Es obvio que se está repasando el tinte rojo. Tiene el pelo corto y lo
lleva así desde hace un par de años. Siempre que sobrepasa los hombros lo
corta para que no pase de ahí. Aun puedo recordar con perfecta claridad y
nitidez cuando la veía frente al espejo peinarse su pelo largo y rubio.
—¿Necesitas el baño, cielo?
—Sí, pero puedo esperar, tranquila —agito la mano restándole
importancia.
Mama asiente y sigue esparciéndose todo tipo de cosas en la cara.
Siempre le han gustado las cremas y esas cosas. Y he de admitir que cuando
conocí a Alondra, le vi un parecido con ella. No en el aspecto físico, para
nada, salvo los ojos claros, aunque los de mama sean azules y los de
Alondra grises. A ambas les gusta echarse todo tipo de cremas durante y
después de bañarse. A ambas les gusta salir y tomar con amigos, aunque el
trabajo las deje agotadas, como si tuviesen una reserva adicional de energía
para ocasiones como esa.
—¿Te pasa algo?
Mama me mira con sus intensos ojos azules a través del espejo, pues me
apoye en el umbral de la puerta. No sé qué tan común sea ese sentimiento,
pero ¿alguna vez habéis sentido la inmensa necesidad de desahogaros y no
poder hacerlo? Pues es justo así como me siento en estos momentos. Ya no
tengo doce años para venir corriendo a mama a contarle mis problemas y
que ella, como siempre hacía, los resolviese, devolviéndome la paz como
solo ella ha podido hacerlo. Mama no siempre podrá solucionar mis
problemas. Además, ya no es por solucionar, sino por evitar preocuparla.
Cuando era niño, me enfermaba de gripe y de cualquier resfriado y mama
se preocupaba mucho. Pasaba noches enteras sin pegar ojo mientras los
médicos me revisaban y, aun así, sacaba fuerzas de donde no las había y se
iba a trabajar para pagar mis medicamentos. Más tarde, con la epilepsia,
mama seguía preocupada pero muchísimo más. Ahora ya no se trataba de
un simple resfriado, se trataba de una enfermedad permanente. Fueron
muchas las noches en las que, incluso con dieciocho, mama me despertaba
de madrugada para tomar la medicación. Incluso lavaba toda mi ropa
cuando apenas podía levantarme de la cama y, si conseguía hacerlo, ya tenía
una sopa calentita esperándome encima de la mesa.
Recuerdo haberle gritado una vez, haberle hablado muy mal y, ¿qué hizo
ella? Preguntarme horas después qué era lo que me apetecía cenar.
—No, estoy bien, no te preocupes —sonrío tratando de convencerla.
—Vale —no creo que la haya convencido, aun así, cambia de tema—,
¿todo bien con Alondra?
—Sí, bueno, seguimos conociéndonos.
—Podrías invitarla a cenar, ¿no crees? Si quieres, claro.
—Iré viendo, pronto es su cumpleaños y tengo que organizarme.
—¿En serio? ¿Cuándo?
¿Ya he mencionado que mi madre es una persona extremadamente
curiosa?
—El dos de diciembre, en tres días.
Dios santo, tres días. Menos mal que ya tengo su regalo. Bendita señora
del centro comercial.
—¡Pero si está super cerca! ¿Y cuántos cumple?
—Veinticuatro, nos llevamos diez meses y veinticinco días.
—Entiendo, pues podrías invitarla a casa a pasar su cumpleaños con
nosotros. Si no tiene planes con su familia, claro.
Omito la parte confusa sobre la familia de Alondra, es algo que ni yo ni
entiendo. Salvo lo de su hermana y la desaparición, eso es lo único que sé.
—Se lo preguntaré.
—De acuerdo, ya te dejo el baño.
Y con una sonrisa se va, dejándome un vacío que no esperaba ahora
mismo. Cierro la puerta y me meto a la ducha. A medida que el agua se va
calentando, mis músculos se van relajando.
Ahora que me doy cuenta, en más de medio año que llevo conociendo a
Alondra, no se casi nada sobre ella. Tampoco tengo derecho a reclamar
nada, pues yo tampoco le he contado apenas nada sobre mi o sobre mi vida.
Tampoco la verdadera razón por la que se separaron mis padres. Salgo de la
ducha y me meto en mi habitación, esta noche no me apetece cenar. Estoy
demasiado cansado como para hacer nada más. Me tumbo en la cama y me
cubro con la manta hasta el cuello, estamos casi en diciembre. Dejo el
teléfono cargando y con las alarmas programadas para las nueve de la
mañana. A partir de las diez, Alondra puede recibir visitas. Intento
dormirme aun con el pensamiento presente de que será lo que le llevaré a
Alondra por la mañana cuando el teléfono me sobresalta. Es una
notificación de Mario. La abro y encuentro la hora a la que se celebrará el
juicio rápido de Alondra, a las doce del mediodía. Vuelvo a dejar el teléfono
encima de la mesita de noche y esta vez sí que concilio el sueño. Y el precio
a pagar por la rapidez con la que consigo quedarme dormido es tener una de
las peores pesadillas en donde Alondra se sume en la oscuridad más
profunda, alejándose cada vez más y más de mí, alejándose hasta un punto
en donde está completamente fuera de mi alcance.

Me despierto con los primeros rayos del sol. A duras penas he podido
pegar ojo, esa pesadilla me despertó en medio de la madrugada,
haciéndome perder media hora de sueño. Tras estudiar un par de horas,
miro el reloj y caigo en cuenta de que se acerca la hora. Tomo la cartera, el
teléfono y salgo de casa. Voy a la parada de bus más cercana porque,
después de lo del ataque en el parque deportivo, los médicos no me
recomiendan conducir por una temporada. Aquella noche vuelve a mi
cabeza y pienso en ello. No culpo a Alondra, nunca le dije de mi condición
y aquel fue mi error. Yo fui el que no quiso llamar a la puerta para pedirle
mis cosas y fui yo quien no se quiso quedar en el coche, así que no guardo
ningún tipo de rencor, al contrario. No recuerdo nada y en parte lo
agradezco, pues no podría saber que estuvo asustada y preocupada. Su
forma de reaccionar y de actuar al parecer fueron las acertadas, pues las
convulsiones no duraron mucho tiempo por lo que tengo entendido. Es por
ello por lo que también estoy reduciendo el alcohol, no quiero volver a
preocuparla.
Estoy llegando a la comisaría, faltan diez minutos para las doce del
mediodía. Veo al abogado fumarse un cigarro frente a la puerta. Me acerco.
—¿Preparado?
Asiento.
—Para todo.
Capítulo 41
Una cara bonita
Me estoy lavando los dientes con agua rancia frente a un espejo lleno de
manchas cuando me enjuago la boca con asco y escupo. Pese a estar
lavándome los dientes, puedo jurar que estoy consiguiendo lo contrario,
ensuciarlos.
Tengo el juicio rápido en quince minutos.
Como están tan seguros de que van a condenarme, ya me han vestido con
el usual uniforme anaranjado, hijos de puta. No les voy a dar ese placer, da
igual cuanto me cueste convencer al juez, o a la jueza, de que soy inocente.
—¡Ya es la hora! —escucho gritar al oficial que hay fuera del servicio.
—Ya salgo.
Mi voz es más tranquila de la que quisiera admitir en estos momentos,
pero no debo levantar más sospechas de las que ya he levantado. Me dirijo a
salir, no sin antes lanzarle una fugaz mirada al espejo. Apenas se puede
apreciar algo en él, pero las ojeras no son tan notorias como esperaba.
Camino con más tranquilidad de la que realmente siento y le sonrío al
oficial, quien parece luchar con todas sus fuerzas por no devolverme la
sonrisa. Me lleva hasta una sala grande, repleta de sillas y algunas personas.
Nunca entenderé la curiosidad de la gente y su particular morbo por ver
cómo deciden el rumbo de la vida de alguien que, para colmo, ni siquiera
conocen. ¿No tienen nada mejor que hacer con sus vidas? ¿En serio? ¿Tan
importante les resulta la mía?
—Buenos días, acusada —me saluda la jueza.
No debe de ser muy mayor, rozará los cuarenta como mucho. Lleva el
pelo teñido de un pelirrojo oscuro que juega a la perfección con sus raíces
oscuras nacientes. Tiene los ojos azules fijos sobre mi. Supongo que será
por mis particulares ojos, de un gris poco común.
—Buenos días, señora jueza —devuelvo el saludo mientras camino hacia
mi silla.
Un ruido a mi derecha desvía mi atención. A quien veo entrar primero es
al abogado. La puerta se va a cerrar, pero una mano la detiene y siento
como las pulsaciones de mi corazón comienzan a acelerarse, haciéndolo
retumbar contra la caja torácica. Lucho por mantener la compostura.
Cassian me sonríe y se sitúa en una de las sillas, detrás de mí, pues en la
que hay a mi lado la ocupa el letrado. La sala se llena en cuestión de
minutos. Mientras la jueza da inicio al juicio, me permito girarme un
instante y ver los presentes en la sala. No reconozco a nadie. Vuelvo mi
vista al frente, pero el cosquilleo que recorre y eriza la piel de mi nuca hace
que vuelva a girarme. Alguien me está observando pero, ¿quién?
Busco entre el público, nada más allá de señoras de unos cincuenta años,
y señores más o menos de la misma edad. Mi atención repara en uno en
concreto. Un señor sentado al fondo mantiene su mirada fija sobre mí.
Lleva un par de gafas de sol, por lo que no puedo ver sus ojos, pero sé que
me está mirando. Lo sigue haciendo en este mismo momento. Un escalofrío
me saca de mi ensimismamiento y vuelvo la vista al frente, justo cuando el
martillo de la jueza da inicio al procedimiento.
—Señorita Alondra Miller, se la acusa de homicidio —hace una pausa y
pasa de mirarme a mí, a mirar a mi lado—. Letrado, ¿qué puede decir en su
defensa?
El abogado a mi lado carraspea y se pone de pie.
—Gracias por la palabra. Mi cliente afirma haberse encontrado en el
escenario incorrecto en el momento inadecuado.
—Afirma usted que la acusada, aquí presente, es total y plenamente
inocente de los cargos que se le imputan, ¿cierto?
—Así es, señoría. Si me permite, aquí traigo la declaración escrita, válida
e irrefutable, de la señorita Miller.
—Adelante —concede la jueza.
Trato de controlar el temblor que amenaza mi cuerpo, por lo que varias
respiraciones consiguen que mantenga el equilibrio.
El abogado rodea la mesa y sube hasta el estrado, donde un oficial de
policía recoge el documento y se lo tiende a la jueza. Se coloca las gafas y
comienza a leer la declaración de mi versión de los hechos, la única que
hay.
—Señorita Miller, el cuerpo de cuyo homicidio se la acusa a usted, fue
identificado esta mañana por los forenses. ¿Conocía usted o tenía alguna
relación con Rick Mortinson?
—No, señoría, no había escuchado ese nombre en mi vida.
—De acuerdo, su declaración afirma que usted encontró el arma
homicida en la escena del crimen por coincidencia, ¿cree usted que se trate
de una trampa?
Me asombro ante la pregunta.
—¡Dios, no! No sé quién quisiera tenderme una trampa ni por qué —me
paso las manos por el pelo.
—Está bien.
Pasan unos segundos que siento como interminables cuando la voz de la
jueza vuelve a retumbar en la sala.
—Señorita Miller, se la condena a seis años de cárcel o una fianza que
asciende a la cantidad de setenta mil dólares —golpea el martillo dando así
por finalizado el juicio.
¡¿Setenta mil dólares?!
Maldita zorra estúpida. ¿Qué coño voy a hacer ahora?
—¡Señora jueza, espere! ¡Es un error! ¡Ella es inocente!
Me giro hacia Cassian, la sala se está vaciando.
—Cassian, déjalo, ¿vale? —admito con la voz derrotada.
—Me niego, ¡no!
El oficial interviene y se lleva a Cassian, quien empieza a estar hecho una
furia. Veo en sus ojos la rabia mientras lo alejan de mí, la impotencia se
refleja en todas las facciones de su rostro. Mis ojos se humedecen y el picor
de la nariz acompaña al creciente nudo que se me está formando en la
garganta. Una lágrima traicionera resbala por mi mejilla cuando le grito al
oficial que arrastra a Cassian fuera de la sala.
—¡Espere! ¡Déjenme darle un abrazo, al menos! —rasgo mi garganta en
un intento que, por suerte, no termina en fracaso.
El oficial resopla y suelta a Cassian, quien corre hacia mí y me rodea la
cintura para abrazarme, levantando mis pies del suelo. Levanto la cabeza
que tenía escondida en su cuello y susurro cerca de su oído. A continuación,
las palabras salen atropelladas de mi boca y a toda velocidad.
—En el suelo de mi habitación hay una tabla suelta, debajo hay una caja
morada. La contraseña es 1507. Ábrela, dentro hay una tarjeta, la
contraseña es 8951.
Los brazos de un oficial me envuelven la cintura y me sacan casi a rastras
de la sala. Solo espero que Cassian haya retenido toda la información, de lo
contrario, estoy en graves problemas. Me guían de nuevo hacia la celda.
—Al menos me daréis un libro para pasar el tiempo, ¿no? —pregunto
sentada en lo que ellos llaman cama.
No es más que un conjunto de alambres molestos debajo de un taburete
que debería ser un colchón, pero no hace esa función. El oficial se aleja de
mi celda, dispuesto a traerme un libro, lo sé. Mientras, mi cabeza no deja de
pensar en ese hombre extraño. ¿Quién lleva gafas de sol en casi diciembre?
No me sonaba de nada, pero me dio la impresión de que me miraba como si
yo a él sí. Nadie más en la sala me prestaba esa atención.
—Aquí tienes.
El oficial me cuela un libro entre las rejas de la celda. En cuanto leo el
título de la portada, caigo en cuenta de que mi estancia, al menos por ahora,
no estará tan aburrida.
—Luz Oscura...
El oficial se asombra al ver que reconozco el título.
—¿Lo has leído ya? Es muy buena.
Asiento pasando los dedos por la figura oscura en medio de las llamas.
—La he leído varias veces, y sí, sé que es buena, la escribió una amiga.
El oficial me regala una media sonrisa antes de irse y dejarme a solas con
unas letras ya leídas, pero que para pasar el rato volveré a leer.

Termino mi intensiva sesión de lectura cuando uno de los oficiales de


turno se acerca a indicarme la hora de las duchas. Y menos mal, porque
llevo sin ducharme dos días y me doy asco a mí misma. Dobló una página
para no perderla y lo dejo encima de la cama. Me acompaña una mujer esta
vez hasta las duchas, donde veo más reclusas. Algunas son muy jóvenes,
pero la mayoría se nota que sobrepasan los treinta años. Al entrar, el
ambiente es frío y me castañean los dientes nada más entrar. Me quito la
ropa y entro. Abro el grifo que emite un sonido metálico horroroso y me
estremezco cuando el agua fría entra en contacto directo con mi piel. El
agua tarda en calentarse.
—¿De qué se te acusa, bomboncito?
Lo que me faltaba, la cuarentona lésbica de turno, perfecto.
—De homicidio —admito ocultando una sonrisa.
Esperaba que con eso evitara hacer más preguntas, pero hoy no es mi día.
—¿Cómo puede ser que una carita tan bonita sea capaz de matar a
alguien?
—Una carita bonita puede servir para algo más que para ser admirada.
Me giro, dándole a entender que no quiero seguir hablando y tomo el
jabón que hay en el estante de metal. Es un jabón de la marca más barata
posible, tanto así que ni siquiera me suena el nombre. Empiezo a aplicarlo
en todo el cuero cabelludo y a masajear haciendo círculos. Me detengo
abruptamente cuando siento unas manos sobre mi espalda y algo de textura
líquida bajarme por la espalda.
—Déjame ayudarte.
Antes de que sus manos sigan ensuciando mi piel, me giro y la empujo.
—No me toques —espeto con asco evidente.
—¡Pero mira qué mala hostia tiene la muñequita! —ensancha su
asquerosa sonrisa, dejando ve unos dientes torcidos y amarillentos.
—Y será peor cómo vuelvas a poner tus asquerosas manos encima de mí.
Antes de que pueda decir algo más, le doy la espalda y termino de
enjuagarme el pelo. Estoy quitándole el exceso de agua enrollándolo
cuando una mano tapa mi boca y otra se desliza por mi abdomen hacia
abajo. Entro en pánico rápidamente y forcejeo, pero otro par de manos me
agarran y se me hace imposible soltarme. Mis gritos se ven ahogados contra
la palma de la mano de la mujer anterior. Ahora hay otra más, con la cabeza
rapada y la cara llena de agujeros en donde anteriormente hubo piercings.
Cuando siento que se acerca peligrosamente a mi coño, muerdo la mano
que me tapa la boca tan fuerte que la termino por obligar a que me suelte.
—¡Bastarda de mierda!
Escupo el trozo de carne y dejo que se lo lleve el desagüe de la ducha,
junto con la sangre de color carmesí que se ha ido formando a mis pies. Me
giro y le meto un cabezazo lo suficientemente fuerte como para que choque
con la otra mujer, a la que le meto un puñetazo cargado de rabia y ambas
caen de bruces contra el suelo.
—Os creéis superiores por estar aquí y tener la edad que tenéis, pero eso
es lo que os hace débiles, putas paletas de mierda.
Salgo envuelta en una toalla rasposa y sin mencionar nada, la oficial de
policía que me acompañó, ahora me lleva hacia la celda de nuevo.
Estoy sentada en la cama, casi terminándome el libro cuando el oficial se
acerca a mi celda.
—Han pagado tu fianza ya puedes salir.
—¡¿Qué?!
Sonrío de oreja a oreja sin ningún disimulo. Cassian ha conseguido lo
que le pedí. Evitó mostrar la infinita alegría que me desborda por dentro y
le tiendo el libro al guardia cuando me lo pide.
—¿Te ha gustado?
—Sí, pero me deja con la intriga que al final la secuestren.
—Deberías leerte el segundo.
—Lo haré.
—Adiós, Miller —se despide con un gesto militar mientras camina
dándome la espalda.
No sé qué horas son, pero sé que debe estar amaneciendo. No he pegado
ojo en toda la noche. Había dos cosas que me quitarían el sueño; que
Cassian no consiguiese sacar el dinero o estar leyendo toda la noche.
Claramente opté por lo segundo. Me devuelven mi vestido, el mismo que
llevaba cuando me detuvieron y mis pertenencias, el bolso. Salgo de la
comisaría, impaciente por subirme al coche con Cassian, pero no hay nadie.
El frío de la noche me congela las piernas desnudas el pelo aún ligeramente
húmedo. ¿Dónde se habrá metido? Intento llamarlo, pero tarda en contestar.
Vuelvo a llamar una vez más y esta vez descuelga la llamada.
—¿Uhm?
Está dormido.
—Cassian, ¿dónde estás? —inquiero molesta.
Un golpe seco y Cassian habla de nuevo, esta vez más despierto.
—¡¿Alondra?! ¿Cómo has conseguido llamarme? ¿Te has escaldado?
—Para, ¿de qué hablas? Me has pagado la fianza.
—¿Yo? Pero si el banco aún no abre hasta las nueve y aún está
amaneciendo, ¿cómo esperas que saque el dinero?
—¿Has conseguido la tarjeta?
—Sí, hice lo que me has pedido, pero aún no la he pagado.
—Pues alguien sí que lo ha hecho.
—Vale, no te muevas, estoy ahí en diez minutos.
—Vale.
Cuelgo y espero. No entiendo nada, si Cassian no ha pagado la fianza,
¿entonces quién lo ha hecho. Tras procrastinar un poco mirando a la luna
esconderse para dejar paso a los primeros rayos de sol, diviso el coche de
Cassian a toda prisa. Se estaciona frente a mí y, a continuación, baja la
ventanilla. Sus ojos se ven oscuros, las ojeras le van a conjunto con la ropa
negra y el pelo despeinado.
—Sube, chiquitina, que te tienes que estar pelando de frío —me guiña un
ojo.
Resoplo y doy la vuelta para hacer lo que me dice. Y sí, me estoy pelando
de frío. En cuanto entro, el calor del coche calienta mi piel de inmediato y
lo agradezco internamente. Cassian arranca y emprendemos la vuelta a
casa.
—¿Estás bien? —pregunta sin despegar la mirada de la carretera.
Iba a pronunciar algo, pero mi respuesta se queda a medio camino de ser
dicha cuando observo cómo coloca mi mano sobre la palanca de cambios,
pone la suya sobre la mía y con mi mano, juega con las marchas. Me quedo
embobada por el efecto afrodisíaco que eso me produce.
—¿Alondra?
—¿Eh?
La media sonrisa de Cassian le dibuja el rostro.
—¡Cómo me encanta ponerte nerviosa!
Será...
—Estoy bien, sí, ya sabes —omito la parte de las duchas.
—¿Se te ocurre quién ha podido haberte pagado la fianza? Al fin y al
cabo, eran setenta mil dólares.
Niego mirando por la ventanilla.
—Ni idea —me encojo de hombros.
No he dormido nada, apenas he comido en dos días y el cerebro ahora
mismo no me procesa bien la información. Aún gasto mis energías en
pensar quién narices pagó la fianza. Ahora ya no hay encapuchado secreto,
no hay nadie que me esté acosando como para saberlo, o al menos que yo
sepa. Y esa es otra cosa que me ronda por la cabeza. En realidad, me lleva
mucho tiempo rondando, pero no era capaz de asimilar la posibilidad de que
fuese real.
—Cassian.
—¿Sí? —pregunta sin apartar la mirada de la carretera.
Tardo unos segundos en encontrar las palabras para hablar, para darle
forma a una suposición más loca de lo que ha sido mi vida durante el último
año, pero lo hago.
—¿Recuerdas las notas anónimas?
Le veo fruncir el ceño, no se esperaba esto ahora.
—Sí, claro —asiente—. ¿Cómo olvidarlas? ¿Por qué preguntas?
Juego nerviosamente con mis dedos, apretando la tela del vestido negro.
—¿Recuerdas también el apodo por el que me llamaba?
—No. ¿Cuál era?
—Ada...
Cassian sigue frunciendo el ceño por un segundo más, tan solo uno. Un
segundo es lo que le toma llegar a la misma conclusión que yo.
—El apodo por el que te llamaba tu hermana porque no sabía pronunciar
tu nombre.
—Sí.
En este punto tengo el corazón desbocado, golpeándome dolorosamente
el pecho al punto de pensar que podría hacer un agujero en mi caja torácica
y salirse.
—¿Alguien más sabía de ese apodo?
—Mi madre, mi padre, Jennifer y, ahora, tú.
—De acuerdo.
—Aun así, ¿cómo lo sabía el encapuchado? Aunque ya no está, aún
siguen pasando cosas extrañas y muy jodidamente raras, no entiendo nada
—me exaspero.
—A ver, relájate un momento —tras unos segundos de silencio vuelve a
hablar—. El encapuchado trabajaba para Tomás, ¿cierto?
—Sí... —admito atando cabos.
—¿Y para quién trabaja Tomás?
De pronto todo empieza a tener sentido.
—Para El Cuervo.
—Bingo, ahí le has dado, chiquitina.
Aún coloco mis pensamientos en orden, hay algo que aún se me está
escapando y lo siento cada vez más cerca.
—¿Crees que El Cuervo ha pagado la fianza?
Iba a afirmar esa pregunta, pero no. No tendría sentido que lo hiciese.
—No —contesto segura—. No, porque si Tomás quiere deshacerse de
mí, meterme en la cárcel sería lo más fácil, porque estoy muy segura de que
fue una trampa.
—¿Crees que Tomás te ha tendido una trampa?
—Estoy completamente segura —comienzo a contarle—. Verás, yo hace
tiempo tenía la corazonada de que El Cuervo tenía algo que ver con la
desaparición de mi hermana, pero necesitaba algo para demostrarlo. Así que
fui al Black Panther un día que supe que estaría ahí. Ahora que lo pienso,
saberlo también fue parte de la trampa, él quería que yo lo supiera.
—Hoy quiero acabar el trabajo rápido —dice Tomás en la sala de juntas.
—¿Y eso? —pregunta Óscar—. ¿Algún plan?
Yo estaba fingiendo no prestar atención a la conversación, pero aun así
su plan surtió efecto.
—Sí, voy a divertirme un poco esta noche.
—Fui para robarle el teléfono y encontrar las respuestas que necesitaba.
Estaba segura de que las encontraría. Cuando lo vi, pareció reconocerme.
Me di cuenta y salí huyendo del lugar, pero no fue hasta el callejón que me
di cuenta de que un tipo me perseguía. No me dijo nada, solo intentó
atacarme. Saqué el cuchillo que tenía atado a la parte superior del muslo y
le lancé el cuchillo. Le dio en el corazón como una diana. Me apresuré a
sacar el cuchillo e irme, pero cuando ya lo tenía en la mano, me
deslumbraron las luces policiales.
Cassian sopesa toda la información durante algunos instantes. Por su
expresión seria y concentrada, podría decir que, si pudiese ver a través de su
cabeza, posiblemente vería los engranajes de su lógica trabajando a toda
velocidad y atando cabos sueltos.
—En ningún momento me creíste, ¿verdad?
Muestra una media sonrisa y habla.
—¿Esperabas que lo hiciera? ¿Creer que mi pequeña mentirosa estaba
diciendo la verdad? No, eso jamás.
No me esfuerzo en ocultar mi media sonrisa. Aparca y me abre la puerta,
nos acoge la calidez de las paredes de mi casa.
Una copa de vino rojo descansa entre mis dedos, reflejando en su cristal a
Cassian, que está frente a mi con otra copa.
—¿Entonces estamos bien?—pregunto.
Ya se ha disculpado por lo de la cafetería y yo también, al fin y al cabo
no éramos nada, y tampoco es que lo seamos ahora, pero a diferencia de
antes, ahora si sabemos que no queremos acostarnos con nadie más que no
sea el otro. Vamos avanzando.
—Sí —me asegura tras darle un sorbo a su copa.
—Me alegro —imito su gesto.
—Y lo estaremos por mucho tiempo —promete, pero aparto la mirada.
El teléfono fijo suena e irrumpe en el acogedor ambiente que tenía
formado con las copas de vino, la estufa y las velas aromáticas repartidas
por el salón. Mi corazón se acelera intensamente, pero no le doy muestras a
Cassian de ello.
—Cógelo si quieres, yo voy un momento al baño —me sonríe antes de
levantarse y dejar la copa de vino frente a la mesa de cristal que tengo
frente al sofá. Yo estoy aún acurrucada en una esquina del sofá, sujetando
mi copa en alto. El teléfono sigue sonando y me obligo a dejar la copa
encima de la mesa, ponerme de pie y contestar. Trago saliva antes.
—¿Quién?
—Así como tú me quitaste lo que más quería, ahora es mi turno de
quitarte lo que más quieres.
Todo a mi alrededor se detiene. La voz masculina y modificada con algún
modulador de voz hace que se me erice la piel. Siento como mis piernas me
avisan de estar por perder el equilibrio. Aún sostengo con las manos
temblorosas el teléfono pegado a la oreja en estado de shock, incapaz de
reaccionar y ese puñado de palabras retumbando en mi cabeza como un
martillo constante.
—¿Quién era?—escuchó a mis espaldas.
En ese mismo instante, los dos tonos indican que acaba de cortar la
llamada. ¿Ir a por lo que más quiero? Sus ojos verdes se sitúan en mi mente
como respuesta. No, no puedo permitirlo, me niego a que me lo quite a él
también. Ya me quitó a mi mejor amiga, me ha quitado el sueño, la
tranquilidad de una vida normal. Ha empeorado mi manía persecutoria y la
brutalidad de mis pesadillas. No puedo dejar que me quite más, y si lo va a
hacer de todas formas, que no sea a él, a él no.
Me giro para ver a Cassian sonriendo de oreja a oreja sosteniendo algo
entre sus manos.
—¡Feliz cumpleaños, chiquitina!
Me llevo las manos a la boca para ahogar un grito de sorpresa. Las
lágrimas resbalan por mis mejillas sin freno. Un cachorro cuelga en las
manos de Cassian, que lo sujetan mientras este mueve la cola con inmensa
felicidad, mostrando su barriga y moviendo las patitas que le cuelgan.
Cassian lo sujeta con cuidado por debajo de las patitas delanteras.
—¿Qué has hecho? Estás loco —sollozo entre lágrimas.
Ahora se mezclan con la ternura del regalo de cumpleaños que me acaba
de dar y con la impotencia que esto me da. La maldita amenaza no sale de
mi cabeza.
—¿A que mola? Es un dóberman —sus ojos brillan cuando mira al
cachorrito una última vez antes de tenderlo para que lo coja.
Dios mío, es la cosa más pequeña y bonita que he visto en toda mi vida.
Es precioso, es increíble, es...
—¿Qué tiempo tiene?—preguntó mientras intento apartar la cara.
El cachorrito intenta lamerme la cara en un fallido intento por limpiarme
las lágrimas.
—Creo que un mes, ¿un mes? Algo así. No más de dos, eso seguro.
Un pequeño ladrido escapa del hocico de la criatura, agudo y entrañable.
Ha escapado de mis brazos y ha empezado a correr por todos lados.
Y por fin entiendo porque este hombre, que me sonríe como un niño,
atrapó mi corazón. En realidad, lo hizo desde que lo vi por primera vez. En
realidad, supe que lo haría y no me resistí, aunque sí que lo intenté. Tiene
algunas facetas curiosas y oscuras, muy oscuras, pero nada en él es mentira.
Tanto su oscuridad como su luz son reales, son parte de él, no finge nada. Al
igual cómo puede mandar a matar a un acosador, también puede regalarle
dinero a quien más lo necesite. Y esa es la realidad de Cassian, la que hizo
que perdiese los papeles por él.
—¿Por qué lloras? ¿He dicho algo malo?
—No, no has hecho nada malo, Cassian —niego con la cabeza.
Susurra sobre mis labios aún más confundido que antes.
—¿Entonces?
—Eres todo lo que está bien, solo eso.
Separa nuestros labios y no tardo en sentir el frío de su ausencia. Me
coloca una mano en la parte de atrás de la cabeza y me inclina sobre su
pecho, acariciándome el pelo.
A continuación, siento sus labios dejar un beso sobre mi cabeza y un par
de lágrimas más resbalan hasta mojar su hombro. No quiero que se vaya, no
quiero irme yo. Joder, no quiero. Es la primera vez que siento esta paz.
Sobretodo cuando se sienta en el suelo, toma mis piernas para que me siente
sobre él a horcajadas y entrelaza las manos a mi espalda, abrazándome y
acunándome. Yo le rodeo el cuello con los brazos y me dejo sentir. Me
permito sentir la tranquilidad del silencio que entre nosotros siempre fue
cómodo. Me permito sentir la paz sobre sus piernas y enrollada a su cuerpo
como si fuese un koala. Me transmite una paz que no puedo describir con
palabras. Como si el mundo entero dejase de girar, como si el tiempo se
detuviese. Estoy tan pegada a él, que puedo sentir sus latidos en mi pecho,
como si su corazón estuviese con el mío. Y como si me hubiese leído el
pensamiento, le escucho hablar sobre mi hombro.
—Alondra, te doy mi corazón y dejo que hagas lo que quieras con él.
Y con esas palabras, me fuerzo a retener el nudo en mi garganta. Porque
acaba de tatuar mi corazón sin darse ni puta cuenta y ni siquiera es
consciente de lo puto peligroso que es eso. No soy capaz de responder, y no
porque no tenga palabras para hacerlo, eso hace tiempo que lo sé. Sino
porque si emito algún sonido, me derrumbaré de nuevo en mil pedazos que
ya sé que él recogerá y entonces sólo dolerá más cuando todo acabe. Así
que solo lo estrecho entre mis brazos más fuerte, tratando de retenerlo a mi
lado para siempre. Tratando de hacerlo eterno, que no me lo arrebate nada
ni nadie.

—¿Y cómo lo llamarás? —pregunta Cassian semitumbado desde la


esquina contraria a la mía.
Sonrío, ya tengo el nombre.
—Kassie.
Me mira sorprendido por un momento y de su garganta emerge una
auténtica risa.
—¿De qué te ríes? —pregunto indignada, cruzándome de brazos.
—¿Vas a llamar al perro como yo?
—Sí, ¿algún problema? Además, eres igual de perro que ella.
—Auch, eh —su risa termina en una media sonrisa con algo oculto que
no logro descifrar—. Me encanta.
—Si así llamas a la perra, no quiero saber cómo llamarás a nuestra futura
hija.
Siento el corazón detenerse en seco.
—¿Quién ha hablado de hijos?
—Tranquila chiquitina, aún tenemos tiempo.
Esas palabras me golpean el pecho como un horrible recordatorio del que
quiero huir.
—¿Tú crees?
—No creo, lo sé.
Se inclina sobre mí y me toma por sorpresa cuando sujeta mi nuca y me
besa. No es un beso suave, ni siquiera tímido. Es un beso con la seguridad
de quien cree que domina el tiempo y realmente me gustaría que así fuese.
Es la seguridad de quien sabe lo que hace. Es el deseo personificado, todo
él lo es. Siento el calor que emana su cuerpo cuando su mano libre aprieta
mis caderas, atrayéndolas hacia sí. En cuestión de segundos noto lo duro
que está al rozarse contra mí y de inmediato siento como mi piel está por
incendiar mi ropa interior, el pijama y con él todo mi cuerpo. Me quita el
pijama haciendo que alce las manos y le dejo hacerlo. Suelto un jadeo
cuando muerde mi labio y lo abandona para lamer el lóbulo en mi oreja, un
punto sensible.
—Cassian...
Lo siento sonreír sobre mi cuello.
—Eso es chiquitina, solo mi nombre debe estar en tu boca, además de
otra cosa mía también.
Sus palabras no hacen más que encenderme y, cualquier pensamiento que
me atormentase, desaparece junto con la tormenta que trae. Porque Cassian
es tormenta, es tsunami, es incendio, es todos y cada uno de los desastres
naturales que existen. Su boca sigue bajando hasta atrapar uno de mis
pezones, juega con ellos, los muerde haciendo que arquee la espalda
perdida por completo en la mezcla del placer y el dolor. Casi de forma
inconsciente entierro los dedos en su pelo, sedoso y rebelde, y empujo hacia
abajo.
Esta vez siento su sonrisa sobre mi estómago. La piel se me eriza por la
ausencia de su boca, pero se eriza como nunca cuando su aliento cálido roza
la cara interior de mi muslo. Me baja el pantalón corto de pijama de seda y
levanto un poco las caderas para hacerle la tarea más fácil. Al enganchar el
pantalón también lo hace con la ropa interior, por lo que quedo expuesta
para él en cuestión de segundos. Siento la intromisión de un dedo tentador y
un jadeo traicionero escapa de mis labios. No espera e introduce otro para
después llevárselos a la boca.
—Nena, mírame —ordena con la voz cargada de deseo y lujuria.
Obedezco y bajo a mirada para encontrarme un par de ojos negros por
completo y teñidos de la capa de deseo más grande que haya visto. Aún me
parece un misterio como sus ojos, en momentos como este, se pueden ver
completamente negros y al sol pueden pasar de ser la negrura del universo a
un césped de un día de verano.
Otro jadeo me obliga a morder mis labios.
—No te contengas, amo escucharte.
El sonido encharcado y nuestras respiraciones hacen que en mi vientre se
arremoline un orgasmo que no lucho por contener. Cassian clava fuerte las
uñas en mis muslos cuando su lengua juega con mi clítoris, haciéndome ver
estrellas sin necesidad de mirar al cielo. No son movimientos rápidos,
inexpertos y apresurados, no. Son movimientos entre lentos en algún
momento y rápidos en otro. Se nota que lo desea casi tanto o más que yo y
eso es lo que enciende todos los rincones de mi ser. Suelto una queja
cuando siento su lengua abandonar mi zona más sensible sin piedad alguna
para posicionarse sobre mí. Lo tengo encima, con los brazos a los lados de
mis hombros, sosteniéndose y le noto un ligero temblor en los brazos,
supongo que por la presión. Sus ojos se mantienen fijos sobre los míos
antes de analizar mi cara por completo. Me permito hacer lo mismo. Las
respiraciones agitadas colisionan entre sí y nuestros labios entreabiertos se
cierran el uno sobre el otro agresivamente. Ya no hay nada de cuidado entre
nosotros.
—No voy a ser amable ahora mismo —jadea devorándome la boca.
—No quiero que lo seas —admito sin poder desprenderme de sus labios.
Se hace hueco entre mis piernas separándolas con las suyas. A
continuación, lo siento adentrarse en mí, sin avisar, sin esperar a que me
adapte a la intromisión, nada, tal cual aseguró. Y no puedo negar que me
encanta.
—Sube las piernas a mis hombros —ordena con la voz ronca y jadeante.
Hago lo que me pide y sus manos se aferran a mis muslos. Entra y sale de
mí con fuerza. Primero la saca hasta la punta para luego meterla por
completo hasta hacérmela sentir en el estómago. No sé exactamente cuánto
tiempo más pasamos así, porque mi mente viaja entre un limbo del que no
quiero salir. No cuando sus labios están dejando marcas por mi cuerpo, por
mis pechos, por mi cuello. No cuando sus ojos me miran como si no
hubiesen visto nada igual, justo como la primera vez que nos vimos en esa
cafetería. Si supiese todo lo que pasaría después, ¿hubiese ido?
Sí, a quién quiero engañar. Hubiese ido a esa cafetería un millón de veces
con tal de encontrármelo a él ahí, o bueno, de tener que esperarlo porque se
ha quedado dormido. Lo haría un millón de veces. Habría hecho las cosas
tal cual las hice. No cambiaría nada de lo qué pasó, pero si cuando pasó. Lo
hubiese hecho antes. Le hubiese escrito antes. Si hubiésemos tenido más
tiempo, no sé, tal vez lo hubiésemos tenido para siempre.
Capítulo 42
Los puntos débiles de Cassian
CASSIAN
Salí temprano esta mañana de su casa porque tenía un examen temprano.
Alondra por su parte ya estaba en el octavo sueño, pero de alguna forma
notó que iba a cerrar la puerta para irme.
—Espera —la escucho medio dormida.
Pienso que está hablando en sueños hasta que estira un brazo para que me
acerque. Con el ceño fruncido me acerco y me toma por el cuello para
darme un corto beso a modo de despedida antes de caer kao de nuevo. Con
la expresión aún sorprendida y el corazón dando vueltas de ternura, la cubro
con la manta, le dejo un vaso de agua fría sobre la mesita de noche y le
coloco a Kassie en mi lugar. La abraza y rápidamente veo a Alondra
relajarse al tener el cachorrito entre sus brazos. Con una envidia latente
cierro la puerta despacio y me voy a casa.
Dios, yo quería quedarme con ella. Aún así, sé que hay más días por
delante y cuando termine el examen, lo primero que haré será llamarla. Se
me pasó por completo comentarle a Alondra eso de venir a casa, pero
seguro accede, ahora estoy seguro. El examen me lleva más tiempo del que
creía, pero estoy bien. Es el examen que decidirá si me gradúo la semana
que viene o no. Sé lo que hago, pero pensar en que puedo cagarla y tirar por
la borda los últimos cuatro años me provoca taquicardias. En los últimos
diez segundos del examen presiono el botón de enviar y por fin suelto el
aire que he estado conteniendo como si la vida me fuese en ello. Y en cierto
modo, la vida me va en esto. Me dejo caer sobre la silla, sudado y con el
pelo ya rebelde de por sí, revuelto. Dos dedos tocan mi puerta.
—¡Adelante!
Giro sobre la silla con ruedas frente al ordenador mientras recupero algo
de aire. Mamá entra en mi habitación.
—¿Cómo ha ido?
Sus ojos azules como el hielo contrastan demasiado con el pelo rojo. Me
examina buscando alguna señal en mi rostro.
—Creo que bien —admito con ambas manos detrás de la cabeza y
estirado sobre la silla.
—¿Sí? Me alegro mucho de oír eso —se acerca y deja un beso sobre mi
cabeza—. Ya verás que sale bien, esto de los ordenadores y los cables se te
da genial.
Las palabras de mamá consiguen que me calme un poco. No es la típica
que habla solo para hacerme sentir mejor. Siempre que una situación ha ido
de culo, me lo ha dicho sin ningún rodeo y me ha dado ánimos cuando ha
visto que la situación podría ir bien, justo como ahora. Por eso sé que mamá
no habla en vano.
—Sí, seguro que sale bien.
—¿Cómo fue el cumpleaños de Alondra? ¿Le regalaste algo?
—Claro —sonrío con picardía.
Me estiro hasta el escritorio para tomar mi teléfono, entrar a la galería y
encontrar la foto que buscaba. Es una foto de Kassie con el lazito rosa
alrededor del cuello.
—¡Por favor, qué bonito!—mamá se lleva las manos a la boca mientras
sus ojos escanean la foto con ternura en los ojos.
Me recuerda mucho a la reacción de Alondra.
—¡Qué cosa más cuqui! ¡Me la como!
—¿Verdad?—miro la foto.
Es que en verdad es bellísima, como la dueña.
Mamá se mete las manos en el bolsillo del albornoz rosa con capucha de
orejitas que lleva y antes de cerrar la puerta de mi cuarto y volver a lo que
sea que estuviese haciendo, dice:
—A ver si me presentas a mi nuera.
El ruido de la puerta al cerrarse me deja a solas con mis pensamientos.
¿Nuera? ¿Qué habré hecho o dicho para que mamá llegue a esa
conclusión? Bueno, puede que el hecho de que sepa que todas mis
anteriores relaciones o intentos fallidos de relaciones no durasen más de dos
o tres meses tenga algo que ver. Me parece increíble como en un par de
meses se cumple el año desde aquel día en esa cafetería. El tiempo pasa más
rápido de lo que lo estoy viviendo.
Estoy esperando a que llegue la hora del descanso de Alondra, que suele
ser alrededor de las doce del mediodía o así. También me han avisado de
que a las ocho de esta tarde, se revelarán las notas. No pasa nada, siempre
se me dio bien ser paciente. Y además, tengo que proponerle a Alondra lo
de venir a mi casa y conocer a mi madre en persona. Solo la vio una vez en
aquella videollamada.
Y sí, Helen Lennox es como un arma de doble filo. Es una mujer a la que
le encanta el rosa, las cosas aterciopeladas y toda prenda que sea de franela,
pero no hay que confiarse. Si no le agrada alguien desde el principio, no le
agradará nunca, y ya puede esa persona hacer hasta lo imposible, será en
vano. Eso sí, quien consiga ganarse su corazón, tendrá un asiento en la
primera fila del cielo. Mi madre es una persona, a su rara manera,
increíblemente maravillosa.
De reojo veo la hora en la pantalla del ordenador, las doce y cuarto. Tomo
el teléfono de nuevo y busco su contacto entre las llamadas recientes.
—¡Hola!
—Qué animada está mi chiquitina, ¿puedo saber a qué se debe?
La sonrisa se me dibuja automáticamente en la cara y no me esfuerzo por
esconderla, ahora mismo no puede verme.
—Claro, se debe a que, por fin, he cerrado un trato con una multinacional
y quieren que lleve una nueva compañía que están por inaugurar y, ¿adivina
qué?
—Sorpréndeme, nena.
—¡Quieren que la inaugure yo!
—¡Felicidades!
Realmente me alegro por ella, siempre supe que era una mujer de éxito.
—¿Qué tal te ha ido el examen? ¿Ya sabes la nota? ¿O aún no te la han
dado?
—Aún no, me la darán hoy a las ocho.
Intento ocultar los nervios que me supone todo ello, creo que lo consigo.
—Bueno, tú no te preocupes, seguro que saldrá bien.
No, pues no lo he conseguido, ha tenido que notarlo. Claro, ¿cómo
mentirla a ella? ¿A la dama de las mentiras? Imposible.
—Sí, gracias.
—¿Quieres que salgamos a dar una vuelta más tarde cuando salga?
Ahora sí que estoy nervioso de verdad. Mierda, ¿cómo se lo digo? ¿Y si
ella quiere salir a comer por ahí en algún restaurante lujoso que yo ni de
coña me puedo permitir? Esa es otra, ¿cómo se supone que voy a pagar si
acabo de pagar la universidad? Mierda, mierda, mierda.
—¿Cassian?
—¡Sí, sí, estoy aquí!
—¿Y? ¿Quieres o no?
Joder, me están sudando las manos.
—A ver, te iba a decir, ¿no te apetece un plan más tranquilo? Estar en mi
casa, por ejemplo.
Se produce un silencio al otro lado de la línea que amenaza con
provocarme un paro cardíaco inminente.
—¿Qué me dices?
—¿Con tu madre?—esta vez su tono de voz ha bajado.
—Sí, pero tú tranquila, ella es muy buena, no nos hará ni puto caso. No
es la típica que se pondrá a interrogarte ni nada por el estilo.
Eso parece calmarla porque su tono de voz vuelve a estar igual de alegre
que antes. Y me alegro, no quiero que se haga una idea equivocada de mi
madre, ni tampoco que vaya a estar muy cohibida.
—Bien, ¿te paso a buscar cuando salgas?
—No, no, mejor quedamos en Faidbridge directamente.
—¿En el parque? —inquiero.
—Ahí mismo, sí. Te tengo que dejar, hablamos.
—De acuerdo, suerte.
—Gracias.
Cuelgo la llamada y me llevo el teléfono al pecho. Es realidad, estoy
deseando que pasen las horas. Sé que estoy dando un paso muy importante
respecto a lo que sea que tenga con Alondra, por lo que quiero hacerlo bien.
Me gustaría hacer más cosas, esclarecer más la situación entre nosotros,
pero joder. Aún no me desahogo de esa sensación de que, en cierta forma,
no soy lo mejor para ella. Es decir, ella puede quererme mucho y así pero
¿no se irá cuando encuentre algo mejor? ¿Alguien mejor? No es que yo sea
inseguro o algún rollo de eso, es simplemente una realidad. Alondra es una
mujer de éxito, que aspira a cosas grandes en la vida. Es una chica
ambiciosa, con las metas claras y la fuerza y valentía necesaria para
conseguirlas. Tiene un nivel de poder interior al que yo, por mucha
ambición que tenga, no llegaré jamás. Además de que, si llegase, nunca
sería tan exitoso como ella ni parecido. Mi condición me lo impide. Esa es
otra, ¿y si la heredan nuestros hijos? No puedo causarle la misma
preocupación que le causé a mi madre. A día de hoy, por mucho que sepa
del tema y así, mi madre, como cualquier otra, entra en pánico y luego
procede a ayudarme, pero primero entra en pánico y es un sentimiento que
no quiero ver en los ojos de Alondra jamás, y menos por mi culpa. Mi
condición me ha limitado en muchas cosas. Yo ni siquiera debería beber o
conducir, pero debido a que es una epilepsia menos grave que otras, puedo
hacerlo, con un cierto límite, claro. Aun así, siento que lo único que voy a
hacer es frenar a Alondra y no quiero eso. Quiero verla brillar, aunque no
sea conmigo ni por mí aunque, pensándolo bien, ella no es el tipo de
persona que necesite de alguien para brillar.
Voy al baño, estiro la mano hasta el estante de los perfumes y me lo
rocio. Me mojo las manos y con ellas me acomodo el pelo, nunca he sido de
peinármelo. Tiene unos rizos rebeldes de vez en cuando. Tomo la cartera, el
teléfono y las llaves y salgo de casa. No necesito estar siquiera en casa para
saber que mamá ya se ha puesto a limpiar sobre limpio, preparar café y vete
a saber que otra cosa se le pueda pasar por la cabeza.
Al cerrar el portal, el aire helado me acaricia la cara y me refugio con el
abrigo. Dios, odio el invierno. ¡Qué frío! Me castañean los dientes mientras
acelero el paso hasta llegar a lo que es la típica caravana ambientada para
vendedores ambulantes. Justo estoy llegando al puesto de churros y
chocolate cuando saludo a un par de conocidos.
Una vez que ya tengo los dos vasos blancos de plásticos con chocolate,
tomo la dirección hacia el parque. Ya llegando, me siento y espero. No
espero demasiado, puesto que Alondra llega dos minutos más tarde que yo,
pero bueno, eso no tiene porque saberlo. No es como que me lo vaya a leer
en la cara o en el pensamiento, ¿o sí? Ya no sé qué esperar de esta mujer, la
verdad.
—¡Hola!
Ya estoy de pie cuando me saluda con una sonrisa. Lleva un jersey negro
de cuello suelto, lo que permite ver una cadenita dorada en alrededor de él.
El jersey está metido bajo la falta cuadriculada con tonos grises y negros
que se mantiene ceñida sobre su cintura por un cinturón negro con una
hebilla dorada. Las botas son altas, de tacón fino y negras, que cubren poco
más de sus rodillas. Como último, lleva una chaqueta gris de botones que se
ata alrededor de la cintura, si se la cerrase parecería un vestido puesto que
cubre la falda. Ah, y un pequeño bolsito. Entrecierro los ojos y enfoco la
vista. ¿Eso es lo que creo que es?
—Estás preciosa —correspondo su abrazo mientras alzo los dos vasos y
los alejo de ella.
—Gracias.
—Alondra...
—¿Sí?
—¿Has metido a Kassie en el bolso?
Dirige la mirada hacia el bolso y Kassie ladra dos veces, como si me
estuviese contestando.
—Claro, ¿esperabas que dejase a un cachorro de poco más de un mes en
casa? No me has regalado un peluche, me has regalado una responsabilidad,
una vida.
Cierto. Ver a Alondra en esta nueva faceta, tan responsable con algo que
no tenga que ver con el trabajo, hace que enseguida me la imagine con un
bebé en brazos y un biberón.
Sacudo la cabeza, ahora mismo no es momento de niños.
—Toma, esto es para ti.
Alondra abre los ojos ilusionada como si le acabase de tocar la lotería o
algo así.
—¡Ay, muchísimas gracias! Justo estaba pensando en esto de camino en
el coche.
—¿En serio?
—¡Sí!
Algo en mi pecho se remueve y se siente… cálido. Sí, esa es la planta.
Consentir a alguien a quien quieres y ver que se lo toma así es una
sensación embriagadora, podría sentirla por siempre. El camino es
tranquilo, no hablamos demasiado porque estamos bebiendo nuestro
chocolate caliente. Aun así, entre nosotros no siempre flotan las palabras.
He saludado a algún que otro conocido que se ha quedado mirándola, no los
puedo culpar, yo también lo haría. Alondra camina a mi lado con una
seguridad admirable. Sus pasos no son tímidos, tampoco arrogantes. Hace
un rato entrelacé nuestras manos y pareció gustarle el gesto, por lo que no la
solté. Me gusta sentir el calor y la suavidad de su mano. También es porque
me veía venir que, con ese tacón tan fino, se tropezaría más de una vez por
culpa del suelo demasiado irregular, y efectivamente, tuve razón.
—¡Mierda!
—¡Hei, chiquitina, te tengo!
Ha estado a punto de cargarse el tacón unas tres veces, menos mal que he
estado ahí para salvarla.
—¿Falta mucho?
—No, es ahí arriba.
Entramos al portal y agradezco el cambio poco notable de temperatura.
Ahí fuera está por nevar o algo, cosa que no me sorprendería teniendo en
cuenta que está la sierra al lado. Abro la puerta de casa y el calor nos acoge
mejor que nunca. Ahora necesito urgentemente quitarme las capas de ropa.
—¡Hola, preciosa! ¿Cómo fue el viaje?
Mamá ha cambiado de bata y ahora usa una blanca con estrellas rosas,
por debajo lleva un pijama de franela rosa y en los pies unas pantuflas
negras de Minnie Mouse aterciopeladas. Creo que Alondra no se lo
esperaba en absoluto, pero no se la ve incómoda. O eso creo.
—Bien, muy bien —le devuelve la sonrisa.
—¿Vamos a ponernos ropa de estar por casa? —sugiero sin intentar
parecer sugerente —Si quieres, claro.
Mamá se adelanta.
—Espera, te traigo algo para que estés más cómoda. Por cierto, estás
guapísima.
—Muchísimas gracias.
Mamá desaparece por el pasillo, dejándonos a solas.
—¿Y bien? ¿Qué te parece mi madre?
Prefiero ser directo, si le va a caer mal quiero saberlo cuanto antes.
—La verdad, no es lo que me esperaba, pero en el buen sentido.
—¿Esperabas a una anciana o algo así?
De sus labios escapa una risa y no puedo evitar querer memorizar el
sonido.
—Pues sí, es muy joven, ¿no?
—Lo es, va camino a cuarenta y tres.
—¡No jodas! ¿Te tuvo con dieciocho?
Vale, creo que nunca vi a Alondra tan sorprendida.
—Sí, fue una mamá joven —sonrío con orgullo.
Mamá aparece de nuevo con un par de leggins negros y una camiseta
blanca de manga corta. Me sorprende que no le haya sacado nada rosa ni
amarillo, pero creo que se ha fijado en el estilo y de ahí ha sacado su propia
conclusión, acertada, por cierto.
Ya en mi habitación, Alondra investiga todo muy atenta. Desde el
ordenador hasta el armario, incluido lo que hay en él. Ha estado un rato
hablando con mi madre mientras yo servía la cena y, no sé, pero me ha dado
la sensación de que todo iba bien. He de admitir que desde que se ha puesto
esos leggins no he podido dejar de mirarla, nunca dejo de hacerlo, pero
ahora mismo ha llegado al punto de convertirse en una fuerte distracción. El
material tan fino hace que el culo se le marque y rebote con cada paso que
da. Miro el reloj impaciente, las ocho menos cinco. Me levanto y me dirijo
hacia el escritorio, donde Alondra está sentada.
—¿Necesitas que me levante?
—No, quédate donde estás, tranquila.
Me inclino sobre ella para manipular el ratón y el teclado. Accedo a la
página web y tecleo mi usuario y la contraseña.
—¿Estás listo?
Bajo la mirada hacia Alondra, quien me mira con esos ojos suyos que
hacen que todo mi mundo dé mil vueltas. Hacen que pierda la noción del
tiempo y me pierda en ellos hasta encontrarme en sus labios. Y con toda
certeza, puedo admitir que todo estará bien incluso cuando no lo esté,
siempre y cuando tenga sus ojos mirándome así, justo como lo está
haciendo ahora, plenamente convencida de que habré aprobado.
Presiono el botón que me lleva a la página y me meto en el apartado
donde subirán las notas en tres minutos. Joder, estoy sudando.
—Toma, siéntate, no vaya a ser que te desmayes —se ofrece a levantarse
y la detengo.
—No, tranquila, estoy...
—Que te sientes he dicho.
Poco más y me pone a fregar platos. Que no tendría nada en contra, ya lo
hago, pero ya sabéis. Me siento y, para mi sorpresa, Alondra se sienta sobre
mi pierna. La tomo por las caderas para acomodarla y ambos miramos la
pantalla fijamente. Los minutos pasan lentos, como si fuese aposta para
torturarme. Al cabo de esos tres minutos, la nota se publica.
—¡Hostias!
Mamá irrumpe en la habitación abriendo una botella de champán que
salpica todo el suelo de mi cuarto.
—¡Felicidades! —gritan ambas al unísono.
Yo por mi parte sonrío mientras asimilo la nota. Mamá estaba ya
preparada sin saber si aprobaría y Alondra lo tenía clarísimo. ¿Será que yo
era el único que no lo veía tan claro?
—¡Has sacado un maldito diez! —Alondra a mi lado está más
emocionada que yo.
—¡Qué listo que es mi niño!
Ya hay tres copas de champán servidas, hemos brindado y yo aún no
salgo del trance. ¿Tengo la puta nota más alta de la clase? ¿Acabo de
graduarme con la nota máxima?
Brindo una vez más con Alondra.
—Estoy muy orgullosa de ti.
—Gracias, nena. Gracias por confiar en mí cuando ni yo mismo lo hacía.
—A veces eres un capullo integral, pero eres bueno en lo tuyo.
Levanto una ceja y ella pone los ojos en blanco al darse cuenta de lo
sugerente que ha sonado eso.
—¿Quieres comprobar en qué más soy bueno? ¿O solo necesitas que te
lo recuerde?
Me doy cuenta de cómo el calor le sube por las mejillas en cuanto estas
se tiñen de un tono carmesí. Dios, tengo que casarme con esta mujer.
Capítulo 43
Es hora de dejar de jugar
Tras ver una película, Cassian se quedó profundamente dormido. No me
pareció que estuviese muy emocionado por su nota. También he deducido
que tiene que tener algo así como el síndrome del impostor, en pocas
palabras, que no es capaz de reconocer sus logros y no los siente como
suyos.
—Oye —dice medio dormido.
—Dime —contesto sin abrir los ojos.
Busca mi mano, la encuentra y se la coloca en la cabeza.
—Tócame el pelo, porfa.
Jamás he sentido algo así, pero todas las historias acaban igual. Y está en
concreto pinta a tener un final que no será feliz para ninguno de los dos. Y
eso duele. Duele porque si pudiese, adoptaría su sufrimiento junto al mío
con tal de que él no derramase ninguna de las miles de lágrimas que me
tocará derramar a mí. Está tumbado frente a mí y yo frente a él. ¿Qué me
diría si me pillase por espiarlo mientras duerme? No lo sé porque nunca lo
sabrá. Acaricio los mechones de su frente haciéndolos a un lado.

Me despierto y al abrir los ojos, veo que Cassian no está. Me levanto y


miro hacia el escritorio para encontrármelo sentado, jugando a lo que
parece un juego de disparos. Muy a lo Call of Duty. Incluso lleva los cascos
puestos y susurra todo tipo de improperios por lo bajo. Dios, ¿cómo una
cara tan bonita puede soltar por esa boquita semejantes barbaridades? Le
veo contener el impulso de darle un puñetazo al teclado y rio entre susurros
ante ello. ¿Y los juegos se suponen que liberan el estrés? Me levanto con
sumo cuidado de la cama para acercarme con sigilo a su silla, muy gamer a
decir verdad, bueno, como todo en esta habitación. Cuando estoy
justamente detrás de él, dejo un beso sobre su cabeza, porque taparle los
ojos tal vez me causaría la muerte. Se sobresalta y se quita los cascos.
—¿Ya estás despierta, chiquitina?
—No, soy un producto de tu imaginación —bufo.
Se ríe y añade.
—¿Sabes que me encanta ese humor tan particular que tienes?
—¿Sabes que ya lo sabía? —contraataco.
—¿Quieres desayunar?
Mi estómago me delata antes de que la respuesta abandone mis labios.
—Me lo tomaré como un sí —hace una pausa mientras sigue jugando—.
Espera que termine esta partida y voy, ¿vale?
—Vale.
—He pensado en algo —empieza diciendo.
—Sorpréndeme.
—¿Sigues queriendo el teléfono de Tomás?
Esa pregunta me pilla por sorpresa y lo pienso un par de segundos. En
ese teléfono tiene que estar no toda, pero sí parte la información que
necesito para llegar a El Cuervo.
—Sí —admito finalmente.
—Pues estamos de suerte, porque he conseguido que uno de mis
contactos me revele que uno de los guardaespaldas de Tomás es un topo.
—¿Qué dices? ¿Un topo? —me pilla por sorpresa ahora a mí.
—Sí, así que tenemos una oportunidad esta noche. El topo ha confirmado
que Tomás se reunirá en el Black Panther con alguien para cerrar algún tipo
de trato, así que tenemos vía libre.
—¿Cómo vía libre? ¿Acaso dejará el teléfono a la vista, así como así?
Cassian se ríe y niega con la cabeza.
—No, chiquitina, pero me he enterado de que Tomás no se lleva el
teléfono a las reuniones de ese tipo por si acaso lo tienen pinchado.
—Tiene sentido —asiento, aun así tengo una duda—. ¿Y dónde lo deja?
—Ahí está la parte complicada, pero no imposible. Deja el teléfono en un
camerino, en concreto en el camerino de una de las bailarinas por razones
que me supongo que ya te imaginas.
—Vamos, que se la está follando —concluyo.
—Ahí le has dado —me concede.
—Pero espera, ¿cómo nos colamos en el camerino y cómo robamos la
información de su teléfono sin tener que llevárnoslo y levantar sospechas?
Cassian sonríe, pero no con la amabilidad habitual suya, no. Es otro tipo
de sonrisa. Una malévola, maquiavélica y diabólica. Es la sonrisa de quien
lo tiene todo bajo control. De quien mueve las piezas del tablero porque
sabe que puede quemarlo entero cuando se le dé la gana.
—No te preocupes, chiquitina, ya está todo planeado.

La playlist de Neoni, como de costumbre, inunda las paredes de mi


habitación mientras Cassian juega con Kassie encima de mi cama. Yo los
veo a ambos por el espejo de mi tocador. Delineo mis ojos y aplico lápiz
negro junto a la máscara de pestañas. La mayoría de las mujeres que
frecuentan el Black Panther van maquilladas en exceso, pero yo voy a
finalizar con un pintalabios rojo mate. Me pongo de pie y admiro
cuidadosamente lo que me devuelve el espejo. Llevo un vestido
medianamente largo negro muy sencillo, sin ningún estampado. Es apretado
hasta la cintura y deja una de mis piernas al descubierto. La zona del cuello
está totalmente descubierta y de mis hombros cuelgan dos tirantes.
Aprovecho eso y coloco un colgante de plata alrededor de mi cuello, que va
a juego con el antifaz plateado que voy a utilizar. Llevo un par de tacones
plateados y brillantes de punta no tan fina como los de ayer, pero muy
estéticos, al fin y al cabo.
—¿Lista?
Cassian está detrás de mí y a través del espejo admiro su figura. Lleva un
conjunto de traje que se concentra como color principal en el gris oscuro, la
chaqueta y el pantalón. En cambio, el chaleco que lleva bajo la chaqueta es
negro, al igual que sus zapatos de vestir y la corbata que yo misma he
ajustado. Resulta que esta noche el Black Panther ofrece un evento y todas
las personas tienen un código de vestir, la etiqueta. No puedo evitar admitir
que me viene de lujo. Capturo mentalmente la imagen que me ofrece el
espejo.
—Para todo —sonrío y veo su sonrisa ensancharse más.
—Después de ti —desliza una mano gentil hacia el aire, indicándome
que pase antes que él.
Salimos de la casa, no sin antes asegurarme de haberle dejado agua y
comida a Kassie. Es Cassian quien va a conducir, por lo que me abre la
puerta y me siento en el asiento del copiloto. Dejo el ostentoso bolso sobre
mis piernas. Pesa un poco debido a que Cassian ha decidido que en él voy a
llevar la tablet. Vi mirada huye por un momento a la mano de Cassian y se
quedada prendada de esta cuando gira el volante para aparcar, destacando el
reloj que adorna su muñeca.
—Ya llegamos, chiquitina —me sonríe.
Se baja del coche y me abre la puerta. Agarro el bolso y en cuanto mis
tacones pisan el asfalto, una brisa helada recorre toda mi piel.
—¿Tienes frío?
—Un poco —agito la mano restándole importancia.
—Ahora entramos dentro y nos pedimos algo.
Cassian me ofrece su brazo, uno que acepto encantada y empezamos a
caminar. El evento es a las once. Miro el reloj de mi muñeca, las diez y
cuarenta y dos. A un par de metros nos detenemos y saco los antifaces del
bolso. El suyo es el de una máscara por completo negra, con el pico de un
pájaro alargado, simulando la máscara que se solía utilizar en la época de la
peste negra. También utilizada en el carnaval veneciano y llamada "El
doctor de la peste".
El mío en cambio es sencillo, un antifaz clásico plateado que deja ver mis
ojos y mis labios rojos.
Ya disfrazados, caminamos hacia la entrada. Los dos hombres que la
custodian, grandes y corpulentos, admiran nuestros atuendos y cambian una
mirada entre sí antes de asentir y abrirnos la puerta. Me esfuerzo por
contener la sonrisa y pasamos. El olor a azúcar y caramelo nos da la
bienvenida de nuevo. El local está lleno de gente con atuendos parecidos a
los nuestros con antifaces y máscaras de todo tipo. A nuestra derecha
tenemos la puerta que lleva al escenario y al lado de esta puerta, está la
primera barra, la segunda está donde el escenario. A nuestra izquierda,
tenemos una mesa y un par de sofás de piel color crema donde están
sentados algunos hombres de traje y corbata jugando al póquer. La mesa
está adornada con montones de billetes apilados uno encima de otro.
Nosotros nos dirigimos hacia en fondo, donde la escalera nos recibe. Las
tenues luces azules y moradas en combinación con la oscuridad hacen que
me sea difícil subir las escaleras, pero sigo agarrada al brazo de Cassian. Al
acceder a la segunda planta, nos encontramos con el ambiente cargado de
olor a marihuana y otras sustancias. A un lado queda la terraza abierta para
fumadores y al otro, un pasillo que nos lleva a nuestro destino, los
camerinos. El que buscamos es el número once.
—Dios, ¡qué pestazo! —se queja Cassian por lo bajo.
Igual con la música tan alta y la mezcla de las distintas voces de la gente
no creo que nadie nos alcance a escuchar.
—¿Te marea? —inquiero.
—No, estoy bien.
Asiento y empezamos a caminar hacia la mesa que está más cercana al
pasillo. Un camarero no tarda en atendernos.
—¿Qué van a desear los señores?
—Sorpréndenos —dice Cassian con una sonrisa.
El camarero asiente y no tarda en volver con dos copas, una con un
líquido dorado y otra con uno rojo.
—No te irás a beber eso, ¿verdad? —lo fulmino con la mirada.
—¿Qué? ¿Por qué no? —frunce el ceño.
—¿Y si nos echan algo en la copa?
—Buen punto, chiquitina, pero supongo que moriría encantado si tú
fueses lo último que fuese a ver.
Aparto la mirada hacia la maceta que hay al lado de mi butaca. Me
aseguro de que nadie esté fijando su atención en mí y vacío la copa regando
la planta.
—Dame tu copa —ordeno.
Cassian no dice nada y simplemente me la da para hacer lo mismo que
acabo de hacer con la mía. Cuando confirmamos que nadie nos está
mirando, avanzamos rápidamente por el pasillo. Puertas y más puertas
pasan frente a mis ojos mientras busco el número once.
—Aquí está —avisa Cassian tirando de mi brazo.
Gira el pomo de la puerta y cuando se asegura de que no haya nadie, me
hace pasar. Cierra la puerta a nuestras espaldas con cuidado y mira el reloj.
—Menos cinco, al armario.
Asiento y me meto dentro de la multitud de prendas que,
convenientemente, uso para camuflarme. Una vez que estoy dentro, Cassian
hace lo mismo y se sienta a mi lado.
—¿Otra vez en un armario? —susurro conteniendo la risa.
No veo sus ojos, pero sé que me está mirando.
—Parece que lo nuestro es escondernos —asegura.
Y no me parece mal plan.
Tras unos pocos segundos, la respiración se me corta de golpe al
escuchar la puerta del camerino. El pelo rubio de Tomás es lo primero que
reconozco. Lleva un traje azul oscuro que resalta su par de ojos azules. Tal
y como aseguró Cassian, deja el móvil encima del tocador. Se mira en el
espejo y me muevo hacia un lado por si mira por el espejo la línea sin cerrar
del armario. Escucho el sonido de un perfume, unos pasos y por último la
puerta, ha salido. Vuelvo a mi posición inicial para confirmar que el
teléfono sigue ahí.
—¿Se ha ido ya? —susurra Cassian a mi lado.
—Creo que sí.
Tras unos segundos en los que espero por si decide volver porque olvidó
algo, deslizo la puerta para salir cuando estoy segura de que no volverá.
Cassian hace lo mismo y yo saco del bolso los guantes de vinilo negros.
Desbloqueo el teléfono, más que nada porque la contraseña es un patrón y
además uno muy común, una L. Cassian conecta la tablet al teléfono y
comenzamos a copiar la información; mensajes, registro de llamadas,
galería de fotos, archivos multimedia y documentos, todo. Afuera se
escuchan gritos de júbilo y aplausos.
—¿Cómo va? —pregunto.
—Cuarenta por ciento.
Cassian sigue tecleando a toda velocidad cientos de códigos que no
entiendo. Yo mientras tanto, me aseguro de que no venga nadie. Y eso no
dura mucho tiempo porque comienzo a escuchar pisadas apresuradas
aproximándose.
—¡Viene alguien! —susurro alto.
—Joder, va en noventa por ciento.
El pánico amenaza con nublar mi juicio, pero antes de que decida nada,
tengo los brazos de Cassian rodeándome y metiéndome en el armario para
después meterse él también. Un segundo más y la puerta se abre, la
bailarina.
Joder, por una milésima de segundo nos hubiese pillado.
Entra para cambiarse y la puerta se vuelve a abrir. ¿Qué coño hace aquí
Tomás? Debería estar fuera en el evento. Desde el hueco del armario veo el
móvil tirado en el suelo. Mierda. Ni siquiera recuerdo cómo estaba antes de
cogerlo.
—Keterina, ¿has tocado mi teléfono?
Su voz está cargada de ira y odio, como si fuese a explosionar en
cualquier momento. El delgado cuerpo de la chica rubia de ojos verdes
comienza a temblar con fuerza.
—No, yo acabo de llegar.
Se cambia de espaldas a él, pero desde aquí puedo ver como se muerde el
labio inferior para dejar de temblar. Todo en Tomás desprende violencia y la
chica supura horror por cada uno de los poros de su piel. Me remuevo
buscando en el bolso y saco el teléfono. Me aseguro de que esté en silencio
y grabo la escena con el suficiente cuidado de no ser descubierta.
—¡Maldita puta mentirosa!
Tomás estalla y agarra a la chica por la coleta y en este momento tengo
que reprimir mis ganas por salir del armario y apuñalarlo con un tacón.
—¡Suéltame! ¡Yo no he cogido nada! —grita mientras intenta deshacerse
del agarre, pero no lo logra y aterriza contra el suelo.
Tomás se pone de cuclillas frente a ella y le agarra el mentón con dos
dedos para obligarla a mirarlo.
—Debí haberte vendido cuando pude —escupe con verdadero desprecio
hacia la chica que está tirada a sus pies—. Como me meta en algún
problema, la primera a la que mataré serás tú.
En las cuatro paredes del camerino resuena el bofetón que lleva a la chica
a golpearse la cabeza contra el suelo. Tomás sale enfurecido y cierra la
puerta detrás de sí con un portazo. Poco más y la puerta se cae a pedazos.
Guardo el teléfono en el bolso de nuevo, ya tengo lo que necesitaba. Tras
unos segundos escuchando los sollozos interminables y dolorosos de
Keterina, salgo del armario.
—Hei, no te asustes —trato de calmarla cuando se sobresalta.
Cassian sale detrás de mí y se queda ahí, a mis espaldas.
Me pongo de cuclillas y la miro a través del antifaz.
—¿Te obliga a estar aquí?
Ella asiente mientras las lágrimas le acarician la cara. Su fino y delgado
cuerpo está lleno de moretones y aprieto los puños a mis costados. Este tipo
de hombres son basura, nada más que basura.
—Anthony y los demás están ya abajo esperándonos con el coche.
Escucho a Cassian decir y asiento.
—Vas a venir con nosotros, ¿de acuerdo?
—¿Y si se da cuenta? ¿Y si os descubre nos mata a los tres?
A mi lado Cassian se bufa sin ningún disimulo.
—¡Ja! Que lo intente. Estaré encantado de mandarlo al otro mundo de un
puñetazo.
—Venga, vamos —le doy la mano y sorprendentemente la acepta. Lleva
tan solo un conjunto de lencería, por lo que rebusco en el armario y no
encuentro gran cosa.
—Toma, con esto pasarás menos frío.
Cassian está asomado por la puerta para vigilar que nadie más venga y
entre otras razones, para no mirar a Keterina mientras se cambia.
Ya vestida con pantalón y una camiseta de tirantes, me da la mano
dispuesta a seguir mis indicaciones.
—Chicas, daros prisa o no saldremos de aquí.
—Ya estamos.
Cassian se gira, asiente y me toma por el brazo para llevarme hacia la
sala que estaba descubierta casi a rastras. Llegamos a la zona abierta al aire
libre que está destinada a fumadores y abrimos una puerta trasera que nos
lleva a unas escaleras que subimos casi a tropezones.
—¿Y esto a dónde da? —pregunto asegurándome de que Keterina no se
suelte.
—A la azotea.
Cassian sigue subiendo y empuja una puerta que se abre y nos congela
cuando el viento me revuelve el pelo.
—Alondra, asómate a ver si ves un coche negro, un Mercedes —ordena
mientras agarra una cuerda gruesa que hay en el suelo.
—De acuerdo.
Keterina se queda detrás de mi cuando me asomo por el precipicio y,
efectivamente, veo aparcado un Mercedes negro y un chico vestido entero
de blanco con una gorra blanca incluida sentado sobre el capó.
Espera, ¿esa no es la gorra que llevaba Cassian en nuestra primera cita?
Cuando me giro intentado quitarme el pelo de la cara, lo veo atar la cuerda
gruesa a una estructura de metal clava en el suelo. ¿Pretende que...? Lanza
la cuerda al vacío y Anthony desde abajo la atrapa.
—Esto no me lo has contado, eh —replico ante la posibilidad de que
tenga que bajar por esa cuerda unos diez metros.
—Lo sé, pero no contaba con un Tomás enfurecido y una bailarina
secuestrada, así que esto es lo más rápido y seguro que hay, chiquitina.
Resoplo y me recojo el pelo en una coleta alta. Miro por el precipicio y
veo a Anthony alzar un pulgar arriba, como indicándome que todo bien. Ah,
¿sí? Cojonudo.
—Cuerda lista, ¿quién va primero? —pregunta Cassian con la cuerda
entre sus manos.
Resoplo y por ese gesto ya se supone la respuesta. Me tira la cuerda que
yo precipito por el vacío. El viento remueve el vestido y solo rezo para que
no se me vea nada. Igual para asegurarme, enrollo las piernas a la cuerda,
sujetando el largo del vestido entre ellas. Gracias a eso, la cuerda no me
crea una rozadura entre los muslos cuando Anthony me agarra por la cintura
para estabilizarme en el suelo.
—Tu turno, rubia —grita tras asegurarse de que nadie nos ve.
—Tiene nombre, se llama Katerina, eh —espeto molesta.
Simplemente sonríe y alza las manos para pillarla cuando se desliza por
la cuerda. Antes de que mi cerebro pueda procesar algo más, un portazo me
hace estremecerme en el sitio, seguido de unos gritos demasiado graves
como para ser de una voz femenina.
—Mierda —escucho gritar a Cassian.
Mi corazón se acelera por la impotencia de no poder ver nada. Solo miro
hacia arriba por si logro presenciar algo.
—¡Alto ahí!
Es una de las voces que gritó tras el portazo. A continuación, se escucha
un golpe seco. Me contengo ante el picor que aparece en mis manos al
querer agarrar la cuerda para escalar hacia arriba y ayudarlo.
—Se apañará, no te preocupes —Anthony a mi lado parece demasiado
tranquilo.
Pocos segundos después, el rostro de Cassian se asoma por el edificio y
me sorprende ver tan solo el labio partido para la cantidad de golpes que se
han escuchado hasta hace un momento. A menos que él fuese el autor de los
golpes...
—Chiquitina, súbete al coche, ya —ordena con la voz agitada.
Mi cerebro siente la tentación de replicarle que no soy su perro como
para que me mande levantarme o sentarme cuando él lo diga, pero mi
cuerpo se rinde ante la sumisión y mis piernas se mueven solas al asiento
trasero del coche, junto a Katerina. Anthony entra también y unos segundos
después veo a Cassian aterrizar sobre el suelo, rodear el coche y entrar de
golpe en el asiento del copiloto.
—¡Arranca, primo, arranca! —grita apresurado mientras se pone el
cinturón.
—Hecho.
Mete primera, cambia a tercera y salimos disparados del lugar con un
giro de ciento ochenta grados tan brusco que tengo que agarrarme a lo que
sea para no estamparme contra el cristal de la ventana. Cuando apenas
consigo retomar el control de mi respiración, Cassian habla y da por fallido
mi intento.
—Nos siguen.
—Pues que lo intenten —reta Anthony con una sonrisa que vislumbro
por el espejo delantero.
Cambia de marcha y mete cuarta. Ya no sé en qué calle estamos, pero al
parecer, entre callejones, empezamos a despistar los coches que nos venían
siguiendo. Katerina a mi lado se encoge en el asiento y evita mirar a
cualquier dirección. Pobrecita, en menudo lugar la he ido a meter.
—Parece que los he perdido.
Mira los espejos retrovisores y efectivamente, la carretera se muestra
vacía y oscura.
—¿A dónde os llevo?
—A casa de Alondra, deja que te ponga la dirección.
Cassian se pone a teclear en el GPS y yo me relajo en el asiento. Saco el
bolso y reviso la información sacada del teléfono de Tomás. Hay varios
contactos sin agregar y otros agregados con tan solo seudónimos, pero
encuentro el que buscaba, más tarde revisaré con detalle el resto. Me
comparto el contacto a mi teléfono, ansiosa por llegar a casa.

—¡Nos vemos, chicos!


—¡Adiós! —gritamos Cassian y yo al unísono.
Anthony aseguró que dejaría a Katerina en casa de una amiga para que se
sintiese segura hasta el día siguiente que viniesen los servicios sociales. No
estaba muy convencida al principio, pero Cassian me aseguró que todo
estaría bien y, como estaba demasiado cansada para rebatirlo, simplemente
resoplé y asentí. Ahora nos encontramos en mi casa, más concretamente
tirados en mi cama, en pijama y con Kassie corriendo entre nosotros
pisándonos las costillas. Bueno, al menos a mí, porque a Cassian le ha
pisado la entrepierna ya unas tres veces y ya le he tenido que ver de
cuclillas en el suelo y dando pequeños saltitos para "calmar" el dolor. Y sí,
llevo diez minutos riéndome de la escena.
—¿Ya has terminado de reírte de mí?
—Casi —digo entre lágrimas.
—Vale, mientras terminas de descojonarte del sufrimiento ajeno como la
psicópata que eres, yo voy a encender la Tablet y ver que hemos
conseguido.
Alzo el pulgar aún tirada en la cama y él simplemente me devuelve una
sonrisa que dice algo así como "ja, no tienes ningún remedio."
Y sí, no lo tengo.
Cuando consigo calmar el ataque de risa, me coloco a su lado, cruzando
las piernas una sobre la otra y no me pasa desapercibido el movimiento que
hace al colocar su mano sobre mi pierna.
—Mira, aquí hay archivos compartidos con un tal C.
—Es muy obvio, ¿no? —inquiero.
—Sí, pero tampoco me imagino a Tomás como alguien muy inteligente.
De todas formas, eres tú la que le conoce mejor puesto que trabajas con él,
así que dime, ¿crees que Tomás agregaría a El Cuervo así? ¿Sin más?
Me lo pienso por unos segundos, realmente es un buen punto. A mi mente
acude la escena en la que Tomás irrumpió en las oficinas de toda la tercera
planta preguntando si alguien había visto su teléfono mientras lo tenía
justamente en la mano con la que gesticulaba obviamente molesto.
—Sí, es bastante estúpido —asiento varias veces convencida.
Cassian asiente contento con la afirmación y presiona todos los archivos
compartidos entre Tomás y el tal C. A continuación, un montón de imágenes
se amplían sobre la pantalla.
—¿Es en serio?
—¿Qué cojones?
Ambos nos miramos perplejos al apreciar la imagen. Es un trozo de papel
sobre una superficie de mármol negra, más concretamente, la de mi cocina.
—¿El encapuchado hacía fotos a las notas anónimas? —pregunto sin
dejar de mirar la imagen.
—Parece que sí, tal vez esperase confirmación o estuviese probando su
trabajo, no sé.
Seguimos pasando imágenes y damos con una que me congela en el sitio.
Sus ojos negros miran a la cámara con impotencia y rojizos a base del
llanto. Su boca está amordazada por un trozo de cuerda y sus manos están
atadas a la espalda. Esta casi arrodillada y con las morenas llenas de
moretones que desfilan entre amarillo, verde y morado.
Algo dentro de mí se rompe, pero de forma silenciosa, igual que la
lágrima que resbala por mi mejilla pero que no noto hasta que se posa sobre
mis labios. Una lágrima silenciosa. Nada de sollozos ensordecedores o
llantos descontrolados. De inmediato siento un brazo a modo de consuelo
sobre mis hombros atrayéndome hacia sí.
—Lo siento tanto, chiquitina, siento no poder curar tu dolor, pero tienes
que ser fuerte, estamos consiguiendo las respuestas que buscábamos, está
claro que una mierda así podría salir en cualquier momento.
—¡Lo sé, joder! ¡Pero esto...! —los sollozos que ahora si suelto me
arañan la garganta—. ¡Esto es cruel, es inhumano!
Echo un último vistazo a la foto de mi mejor amiga y aparto la vista, me
niego a recordarla así. Ella en mis recuerdos tiene el pelo negro
perfectamente peinado y alisado, tiene la sonrisa pintada en la cara y la
mirada limpia. Así vivió en mis recuerdos y así permanecerá en ellos.
—¿Quieres que siga yo?
Me aparto las lágrimas de un manotazo y me obligo a mí misma a dejar
de llorar, a dejar de pensar y, de ser posible, a dejar de sentir. A Jennifer no
le gustaría verme así, tan derrotada. Probablemente me soltaría alguna cosa
como que no le dé importancia a las cosas que ahora mismo no la tienen, a
las que ya ni tienen remedio alguno ni solución. Y, como siempre, tendría
razón.
—No, sigamos.
Cassian no añade nada más, solo sigue deslizando el dedo sobre la Tablet
y enseñándome varias imágenes de todas las notas anónimas recibidas hasta
el momento, desde la primera hasta la última. Pasamos a revisar los
mensajes y descubrimos que era El Cuervo quien le indicaba a Tomás lo
que él encapuchado tenía que escribir en las notas anónimas. Mi teoría
vuelve a salir a la superficie, me conoce demasiado bien y debe de estar
relacionado con mi hermana.
¿Es posible que esté enfrentándome al culpable de su desaparición y
muerte? Muy probablemente. Así que sí, esta guerra es mía. Si todo esto
resulta ser lo que yo creo que es, me estoy enfrentando al que me quitó a mi
hermana y a partir de ahí sumió mi mundo en la oscuridad más profunda
existente y al arrebatarme a mi mejor amiga, eso no ha ido más que a peor.
¿Y ahora quiere hacer lo mismo con Cassian? Ni de coña. Además, ¿a quién
habré jodido de esta forma como para que me lo quiera quitar todo? No
tengo ni la menor idea. Pero esto es como las películas americanas de los
noventa, ¿no? En las que no sabes quién puede ser, no se te pasa por la
cabeza nadie y de pronto, cuando te secuestran y el culpable se muestra ante
ti, de repente todo cobra sentido y lo único en lo que piensas antes de morir
es en cómo no te diste cuenta antes. Aun así, sigo sin tener la menor idea de
quién puede ser. ¿Un ex loco y desquiciado del instituto al que rechacé? No,
siempre mantenía un perfil bajo. ¿Un familiar al que le hice alguna putada?
No, no mantenía relación con casi nadie y con los que sí, están ahora mismo
demasiado lejos y hace mucho que me perdieron la pista.
—Chiquitina, tengo una idea.
—A ver.
—Tengo un teléfono desechable, ¿te atreves a llamar al número? La
dirección IP está configurada en alguna isla remota del mundo, así que
nadie podría rastrearla, además de que todos los servidores están cifrados,
pero si no, podría hacerlo yo.
—No, déjamelo a mí —asiento temerosa.
—De acuerdo.
Cassian deja la Tablet sobre mis piernas y yo sigo deslizando entre
archivos y más archivos. Hay todo tipo de cosas, desde mis ubicaciones de
los últimos meses hasta fotos mías durmiendo.
—Toma.
Me tiende el teléfono, tecleo el número y pongo el altavoz. Tarda un par
de tonos en contestar, pero finalmente lo hace, e inmediatamente pienso en
que no debería haberlo hecho.
Capítulo 44
Importantes revelaciones
¿Nunca te has dado cuenta de que todo aquello que anhelas se aleja y
todo aquello de lo que huyes te persigue? ¿Nunca has tenido un deseo que
jamás cumpliste y una pesadilla que se hizo realidad? Pues yo sí. En este
preciso instante en el que tú estás leyendo esto, a mí se me hizo realidad mi
mayor pesadilla. Todo aquello de lo que he estado huyendo durante los
últimos años vuelve a mí. ¿Y por qué? Porque puedes deshacerte de tus
demonios, pero nunca de sus cadenas. ¿Por qué? Porque puedes huir a
donde quieras, pero nunca podrás esconderte.
¿Lo malo?
Que yo hace tiempo decidí dejar de esconderme.
—¿Sí?
Esa voz. En cuanto el sonido se cuela en mis oídos y llega al cerebro para
ser procesado, todas las alertas se encienden en él. Sin poder controlar mis
movimientos, mis manos cuelgan la llamada.
—¿Qué pasó, chiquitina? Joder, estás pálida.
No escucho casi, no respondo, no soy capaz de moverme.
—¿Alondra?
Vuelvo a la realidad.
—¿Quién era?
Muevo la cabeza, pero apenas puedo articular las palabras. Todas ellas se
esconden en mi garganta, temerosas siquiera a pronunciar su nombre. Y de
pronto, aquel pensamiento de cómo no me di cuenta antes, se vuelve tan
real que duele.
—Mi padre...
Todas las pesadillas en las que estaba siendo perseguida, huyendo hacia
ningún lugar y yendo en ninguna dirección, se materializan en la vida real.
Ahora mismo no tengo ningún lugar al que huir, no tengo una dirección que
tomar.
—¿Cómo que tu padre? ¿No que no os hablabais?
—A ver...
No tengo nada que decir. Por primera vez en mi vida, no encuentro las
palabras para poder formar una mentira coherente.
—Alondra, creo que no me has contado muchas cosas y, si no me las
cuentas, no te puedo ayudar.
Su mirada casi parece suplicante. Cierro los ojos y las imágenes de un
pasado que no quería volver a recordar aparecen nítidas, como si nunca las
hubiese borrado, como si tan solo las hubiese archivado en un rincón
aislado de mi mente y cerrado con una llave que tiré hacia la nada, pero que
en realidad siempre supe adónde la había arrojado.
—¿Me verías con los mismos ojos?
—¿Qué?
Trago saliva y repito la pregunta.
—Si te lo cuento todo de mí, ¿me verías con los mismos ojos? ¿O me
verías como ese juguete roto al que, a base de tanto jugar con él, le
rompieron todos los engranajes?
Sus ojos ahora, sin la luz del sol para hacerlos de ese verde tan peculiar,
se muestran casi tan oscuro como lo que le voy a contar.
—Te vería como el juguete que, pese a lo roto que estaba, se ha ido
cosiendo a sí mismo hasta crear un juguete nuevo por completo.
Asiento despacio, conteniendo las lágrimas y mentalizándome para abrir
un cajón que siempre me esforcé por mantener cerrado. Las mentiras tienen
las patas muy cortas, ¿cierto?

Seis años atrás...


Mamá y papá han salido. Aunque papá pegue a mamá casi cada noche,
aún la saca a cenar en San Valentín, patético. Lo único que me consuela es
haber cobrado mi último sueldo hoy, y si, último. Son las seis de la tarde, y
tengo el vuelo a las ocho. He estado ahorrando dinero desde lo de Ainhoa,
ya no soy capaz de vivir bajo el mismo techo que ellos. Hace dos semanas
Jennifer, que ya ejerce de psiquiatra, me ha conseguido diagnosticar lo que
llevábamos años suponiendo, sufro de psicosis, manía persecutoria y
ahora, de estrés pos traumático. Claramente ni se me ha pasado
comentárselo a mis padres porque me mandarían de cabeza a un
psiquiátrico en el que me internarían de por vida o peor aún, no me
creerían y fin del asunto. Gracias a mis dos trabajos, ya tengo ahorrados
más de diez mil dólares. Jennifer se fue primero, ya que había conocido a
un chico en Westrich, más concretamente en la ciudad de Asterfield.
Termino de doblar mi ropa y meterla en la maleta, el lado bueno es que no
es mucha. Meto las fotos con Ainhoa y con Jennifer. Meto también algunos
libros para el viaje. Desenrollo la toalla que envuelve mi pelo. Tras
terminar de vestirme, me arriesgo a echar un último vistazo a la casa en la
que he crecido. Incluso me atrevo a entrar en su habitación, a la que llevo
sin entrar desde el día en el que desapareció sin dejar rastro. Todo está tal
cual lo dejó. Lo único que faltan son sus gafas y la ropa que llevaba ese
día. Abro el armario y me permito oler una de sus sudaderas. Puedo
apreciar la fragancia de una de mis colonias, una que apenas usaba y ella
terminó por apropiarse de ella. Ahora es más suya que mía. No quiero
llevarme nada suyo, nada que pueda recordarme todos los días que soy una
asesina. Cierro las puertas del armario, salgo de la habitación, cerrando
una puerta que no voy a volver a abrir en más de un sentido.
Entro al baño, al mirar al espejo, veo solo ojeras y una mirada que me
mira, pero no me ve. Parpadeo. Su rostro lleno de sangre ocupa todo el
cristal, sus labios se entreabren y de ellos salen gritos que no consigo
acallar.
—¡Maldita asesina, me mataste!
Niego con la cabeza despacio, sé que no es real.
—¡Era tu hermanita! ¡Tu pequeña Noa! ¡¿Qué te hice para acabar así?!
—Si pudiese encontrarte sabes bien que lo haría, pero ¿acaso estás viva?
Su rostro se contrae en una mueca clara de confusión y, a continuación,
desaparece.
—Eso creía.
Salgo del baño y cierro a mis espaldas. No tendré que volver a mirarme
en ese espejo en medio de un brote psicótico jamás. Vuelvo a mi habitación
y la observo desde el umbral de la puerta. No puedo llevarme todos mis
libros. Tampoco puedo llevarme el cuadro que pintó Ainhoa cuando tenía
ocho años. Quisiera recordar todas las noches que me pasé leyendo entre
estas cuatro paredes, pero en lugar de eso solo puedo ver las noches que
pasé tirada en la cama, sangrando por los tobillos con una cuchilla en mis
manos y buscando oxígeno de forma desesperada porque el llanto me lo
arrancaba todo. Voy hacia la maleta y la arrastro hacia la puerta. Tras
cerrar la de la entrada, bajo las escaleras y salgo del portal. El taxi está
esperándome enfrente, pero no me doy prisa. Enciendo un cigarro y miro
las gotas de lluvia bañar el asfalto, apagar la colilla cuando la tiro al
suelo. El taxista se baja y mete la maleta al maletero mientras yo me subo a
la parte de atrás del coche.
—¿A dónde la llevo? —pregunta cansado.
Bueno, al menos él tiene un hogar al que volver, o no, yo qué sé.
—Al aeropuerto, por favor.
Me pongo los cascos y Back to Black inunda mis oídos. Los cristales se
pintan de gotas de lluvia y me parece una noche oscura, liberadora pero
profundamente oscura. Casualmente, en un semáforo veo a mis padres
cruzar la calle, ambos bajo un paraguas que mi padre sujeta como si el
caballero que finge ser no fuese en realidad un narcisista ególatra y
maltratador. Mi madre va agarrada a su brazo, como si no estuviese
fingiendo que es una mujer felizmente casada cuando en realidad
simplemente es una ignorante que ahora tiene una hija muerta y otra
desaparecida. Me pregunto si, al llegar a casa, seguirá manteniendo esa
sonrisa cuando mi padre la culpe a ella de mi huida. Cuando llego al
aeropuerto, le pago al taxista y entro dentro. Paso todos los controles y por
fin me subo al avión. Son cuatro horas, pero son las cuatro horas y
marcarán un antes y un después en mi vida. Ya he avisado a Jennifer de que
estoy en el avión, me dijo que me esperaría en el aeropuerto de Asterfield.
Cuando el avión comienza a despegar, echo solo un vistazo antes de
dormirme y mi único pensamiento es:
Adiós, Langford, espero no volver a pisar tus tierras nunca más.

—Y esa es la historia de cómo hui de los años de maltrato de mi padre,


de cómo soportaba que a diario me dijese que era inútil, que no serviría para
nada más que para cocinar, limpiar y follar con un hombre del que
dependería toda la vida. De cómo hui de mi madre, de cómo ella cerraba los
ojos ante todo aquello, ante las marcas de bofetones, de puñetazos. Aunque
ahora, seis años después, no la puedo culpar, estaba sobreviviendo como
cualquier madre haría —hago una pausa, procesando todo—. Tal vez había
otra forma, tal vez no debí haberla dejado sola, no sé qué es de ella, pero lo
hecho, está hecho y no se puede volver atrás en el tiempo.
Cassian no ha pronunciado palabra desde que empecé a hablar. Se ha
dedicado a escuchar atentamente todas y cada una de las palabras
temblorosas que salían de mi boca y ha borrar suavemente alguna lágrima
que me traicionaba al mencionar a mi hermana
—Joder, cuanto lo siento, de verdad.
—Para. No hagas esto —alzo la mano para que se detenga.
—¿Hacer qué?
—Lástima. Esto es justo lo que no quería. No soy ninguna víctima ni
nada. No quiero que me mires con lástima y pena.
Cassian se inclina y deja un beso sobre mi frente que hace que se esfume
toda la ira que sentía hace un momento.
—Eres la mejor, ¿vale? No me das pena, pero si pudiese haber evitado
que vivieras todo eso, lo hubiese hecho. Me pareces una gran mujer y no
sabes lo afortunado que me siento por haber generado la suficiente
confianza en ti como para que me lo hayas contado.
Me quedo sin palabras y sonrío, sonrío porque no quiero llorar. Cassian
tiene razón. He superado demasiadas cosas como para dejar que ahora
acabe conmigo. No se lo permití cuando era más joven estaba asustada,
mucho menos se lo voy a permitir ahora. Él conoce a su hija, la que se
encogía hasta hacerse bola en un rincón cada vez que él alzaba la voz, pero
no conoce a Alondra. No conoce a la que, si él estampa el puño contra la
mesa, agarra la mesa y se la tira a la cabeza.
—Dame el teléfono.
Dos tonos. Esta vez contesta más molesto. Mi sonrisa se ensancha.
—¿Quién es?
—La muerte. Prepárate Marc, porque llegó tu hora y voy a por ti.
Cuelgo la llamada, agarro el teléfono de los dos extremos y lo parto.
—Estás como una cabra —niega Cassian intentando ocultar la sonrisa
que se está dibujando sobre sus labios.
—Pero igual me quieres —le guiño un ojo.
—Veo que no lo dudas, voy a asegurarme de que no lo hagas —me
muestra una media sonrisa a la vez que toma mi cintura.
Su lengua se abre paso entre mis labios con una ímpetu furiosa y yo le
correspondo de la misma forma.
La temperatura no tarda en subir y levanto su camiseta. Antes de poder
hacer nada, se la quita y me toma por la parte de atrás de las rodillas, por lo
que enrollo mis piernas alrededor de su cintura. Aprovecho que sus manos
están ocupadas sujetándome el culo para enredar mis dedos en su pelo. Le
siento jadear sobre mi boca y en cuestión de segundos, estoy tumbada en la
cama, con él encima y haciéndose hueco entre mis piernas. Las abro para
darle mayor accesibilidad y cuando estoy segura de que no puede
sorprenderme más, me demuestra lo contrario. Sube hasta mi cabeza y
empieza a repartir un rastro de besos por mi pelo, bajando por mi frente,
incluso deja un beso delicado sobre la punta de mi nariz. Toda mi piel se
eriza. Reparte besos por mis mejillas, por mi cuello, por mi clavícula. Besa
cada parte de mi cuerpo. Besa cada cicatriz, incluidas las de los tobillos.
Todo mi cuerpo se derrite ante su contacto.
—Date la vuelta.
Hago lo que me dice y su recorrido se reinicia por mi nuca y mi espalda.
No sé cómo actuar al respecto y parece notarlo porque no parece esperar a
que yo haga algo y la verdad es que me alegro de ello.
Nunca me había pasado esto, jamás.
Nunca nadie se había tomado el tiempo de besar todos los rincones de mi
cuerpo, todas las cicatrices, todo de mí, incluso el alma. Porque es lo que
está haciendo en este momento, besarme el alma a través del cuerpo. Sus
dedos acarician la piel sensible de mis muslos, incluso roza ese punto
sensible que en este instante necesita demasiada atención. Noto cómo se
percata de ello cuando introduce uno de sus dedos. Me dejo llevar por la
sensación y no tardo mucho en notar su pecho sobre mi espalda y sus
manos sobre las mías.
—Chiquitina.
—¿Sí?
—Habrás follado muchas veces, pero ¿alguna vez te han hecho el amor?
—susurra cerca de mi oído.
La respuesta busca abandonar mis labios, pero no me da tiempo.
—Porque después de esta noche, nada de lo que hagas se va a comparar
con esto.
Y así fue. Después de besar todo mi cuerpo, todos mis miedos, todas mis
inseguridades y todas mis cicatrices, me hizo el amor lento, despacio, sin
prisa. Y aunque no fui consciente de eso hasta que lo hizo, nunca me di
cuenta de lo mucho que necesitaba que me dijese esas dos palabras mientras
estaba dentro de mí y mirándome a los ojos.
—Te amo como nunca he amado a nadie, y me niego a amar si no eres tú.
Tal vez lo dijo debido a la intensidad del momento. Tal vez no le pude
contestar porque estaba demasiado ida en todo el calor que provocaba en
mí, por el orgasmo que se arremolinaba entre mis piernas, pero más tarde
hubiese dado cada pedazo de mi ser por habérselo dicho.
Esta mañana, cuando llegué a la oficina, me di cuenta de que Tomás
estaba más irritado de lo habitual y no pude evitar alegrarme por frustrar sus
planes. Ha estado toda la mañana dando por saco, quejándose por todo y
nada más ni nada menos que conmigo. Es como si supiese que soy la
culpable de sus problemas. O tal vez sea paranoia mía. Espero que lo
segundo, aunque, en cualquier caso, verlo así me ha alegrado el día. Ahora
estoy conduciendo de camino a casa mientras espero la llamada de Cassian
que no tarda mucho en llegar. En cuanto aparece, la conecto al altavoz del
coche.
—Chiquitina, ¿adivina qué?
—A ver.
—Me han llamado para una entrevista esta tarde en una empresa de
ciberseguridad, así que lo siento, pero no podemos quedar. ¿Te molesta?
—¡Qué bien! Me alegro mucho y no, no te preocupes, ya tendremos
tiempo para quedar. ¿Y cómo fue?
—Pues me llamaron por teléfono porque habían visto mi perfil y me han
citado en una cafetería.
No puedo evitar sonreír.
—¿Será que todo lo bueno empieza en una cafetería?
—Puede ser —ríe—. ¿A ti cómo te ha ido?
—Bien, lo de siempre, aunque Tomás estaba más estúpido de lo normal y
me ha mandado a una reunión a dos horas de distancia en coche.
—Tranquila, lo harás genial.
—Gracias —sonrío.
—Pues nada, chiquitina, por lo que veo los dos tenemos un día ocupado,
hablamos más tarde, ¿vale?
—Vale, ¡mucho ánimo!
Realmente me alegro muchísimo por él. Aunque nunca hable de ello, sé
cuánto necesita el dinero.
—¡Igual!
La llamada se corta y, aunque tenía ganas de verlo, no iba a poder porque
Tomás la ha tomado con todo el mundo. Y no creo que haya sido por el
teléfono, ya que es imposible que se haya dado cuenta de que le hemos
robado información, yo creo que está así más por la huida de Katerina.
Llego a casa y empieza la carrera a contrarreloj. Le dejo comida y agua
de sobra, por si acaso. Después de darme una ducha de apenas veinte
minutos, hago algo que no suelo hacer y es secarme el pelo con el secador.
Me retoco el maquillaje que llevaba esta mañana y me cambio de ropa.
Escojo un vaquero azul oscuro y un jersey de lana negro con rayas azules.
Me pongo la chaqueta, me perfumo y vuelvo a salir de casa. Ya comeré algo
cuando llegue. Según el GPS se tardan dos horas en coche, yo voy a tardar
una. En la reunión tengo que tratar de convencer de que es muy riesgoso un
presupuesto de un millón de dólares para una biblioteca, ya que la empresa
considera que no es necesario tanto. Bien, puedo hacerlo. Se me da bien
persuadir. Me bajo del coche al aparcar y tomo aire. Es un edificio público
pequeño. Subo el escalón y abro la puerta.
—Buenas señorita, ¿en qué le puedo ayudar?
Le comunico a la secretaria que tengo una cita con el alcalde en cinco
minutos. Me sonríe y asiente.
—Claro, sígame, por favor.
Emprendemos la marcha por un pequeño pasillo, donde se detiene frente
a una puerta y toca antes de entrar.
—Señor Gordon, aquí está la señorita Miller.
—Hágala pasar.
La secretaria me mira antes de dejarme pasar y cerrar la puerta a sus
espaldas. Me siento en la silla frente al escritorio y cruzo mi pierna encima
de la otra.
—Buenos días, señor Gordon, vengo de...
—Ya sé quién es y de dónde viene, lo que quiero que me diga es, ¿por
qué se supone que una biblioteca no merece un millón de dólares?
Vaya, empezamos fuerte. Relajo los hombros, apoyo los codos encima de
la mesa y entrelazo mis manos sin dejar de hacer contacto visual. En mis
años como asesora financiera he aprendido que mis ojos y mi mirada
intimidan bastante.
—La empresa considera que una biblioteca no generará tantos gastos
como para alcanzar la suma de un millón de dólares. Además, en una época
tecnológica como la que estamos viviendo, los jóvenes, además de no
frecuentar mucho las bibliotecas, leen en Ebook u otras plataformas
digitales. Por lo que no generaría apenas ingresos. ¿Le sirve este
argumento?
El alcalde, canoso y ojeroso, resopla cansado. Creo que se va a rendir, o
eso parece hasta que su mirada se afila más al mirarme.
—¡No tienen cómo saberlo! ¡No puede hablar por todos los jóvenes!
—Con el debido respeto, señor alcalde, usted tampoco tiene forma de
asegurar que generará suficientes ganancias como para que recuperemos al
menos el setenta por ciento de la inversión.
—¡Pero denle una oportunidad!
—Señor alcalde, las oportunidades que usted nos pide cuestan dinero.
Empiezo a exasperarme. No entiendo cómo puede llevar esta ciudad con
semejante mentalidad. La empresa para la que trabajo se encarga de
financiar y asegurar instituciones públicas de la mayor parte del país.
Tenemos fondos suficientes como para financiar un parque de atracciones
con discotecas incluidas, pero no hemos prosperado hasta ahora por hacer
inversiones de millones de dólares en negocios minoristas.
—¡Ustedes son una panda de...!
Levanto una mano mostrando la palma de ella para que se calle.
—Alcalde Gordon, nuestra última propuesta es de un presupuesto de
seiscientos mil dólares o nada —saco del bolso la tarjeta y se la tiendo—.
Aquí tiene mi tarjeta, por si toma una decisión. Mucho gusto haber aclarado
las dudas, buenas tardes y que tenga un bonito día.
Camino hacia la puerta dejándolo prácticamente con la palabra en la
boca. Así se cierran los negocios. Cierro la puerta a mis espaldas y salgo
satisfecha con el resultado de la reunión. El sonido de mis tacones me
acompaña mientras veo a la secretaria sonreírme. Creo que mi sonrisa es
contagiosa.
—¿Cómo fue, señorita? Si lo desea, ahí hay una máquina expendedora,
por si gusta tomarse un café.
—No es mala idea, estoy algo cansada —concedo.
La secretaria señala con su dedo la máquina y le agradezco. Mientras me
pido mi café con leche, atiendo una llamada. No me jodas. Otra vez no.
Número desconocido.
Descuelgo el teléfono y me lo dejo entre la oreja y el hombro mientras
tomo mi café. Trato de sonar lo más tranquila posible, de disimular que
tengo el corazón a punto de salírseme por la boca.
—¿Hola?
De nuevo es voz más grave de lo normal, esa voz modificada. Mi padre.
—Te avisé, me ignoraste y ahora pagarás las consecuencias.
—¿Qué cojo...?
Y corta la llamada. Estoy de pie frente a la máquina, incapaz de
moverme. ¿Me avisó? ¿Qué consecuencias?
Así como tú me quitaste lo que más quería, ahora es mi turno de quitarte
lo que más quieres.
No, no, no. Mierda. Siento mi cuerpo inclinarse hacia un lado perdiendo
estabilidad. Mi visión se torna borrosa.
—¡Señorita Miller! ¡¿Se encuentra bien?! ¿Quiere que llame a un
médico?
Intento negar con la cabeza.
—No, no, estoy bien.
El miedo me devuelve la sangre al cuerpo y empiezo a correr. Abro la
puerta del coche y la cierro de un portazo. Arranco y salgo de ahí con el
ruido de las llantas sobre el asfalto. Acabo de salir y ya estoy a setenta.
Mientras voy quemando la carretera, conecto el teléfono al altavoz del
coche y llamo a Cassian.
—Vamos, contesta.
Esquivo algunos coches en medio de la autopista, no tengo tiempo para
atascos.
La llamada se cuelga y vuelvo a llamar. No contesta.
—Joder —resoplo—. ¡Joder, joder, joder! ¡Vamos Cassian! ¡Cógelo!
Sigue sin contestar y estoy a punto de perder los nervios. Estoy yendo
hacia Faidbridge por una carretera secundaria. Antes de seguir insistiendo,
recibo una llamada entrante de un número desconocido.
—¿Quién?
—¿Alondra? Soy Anthony.
Mis hombros se relajan, pero no lo suficiente.
—Sí, dime.
—¿Cassian está contigo o sabes algo de él? No contesta a mis mensajes
desde hace unas horas.
—No, yo también lo estoy llamando. Si sabes algo de él avísame, por
favor —le pido con un nudo en la garganta que intento disimular.
—Vale, lo mismo digo.
La llamada se cuelga y sigo llamando a Cassian. Las lágrimas están
nublando mi visión y me obligo a bajar la velocidad al entrar en zona de
poblado. No tardo en recibir otra llamada, es Anthony. El corazón se me
acelera al pensar que sabe algo de Cassian. Respiro y contesto.
—Anthony.
—Alondra, me acaba de llamar Helen, dice que Cassian está en el
hospital de la capital.
No, no puede ser.
—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿Qué ha pasado?!
Los nudillos se me marcan blancos al sujetar el volante con tanta presión.
—No lo sé, te veo ahí.
—Hecho, gracias por avisar.
Tomo la rotonda y doy la vuelta. No puede ser. ¡¿En el hospital?! Ese
maldito cumplió su amenaza pero que tenga por seguro que yo también
cumpliré la mía. Dios, como le pase algo a Cassian... No sé de lo que seré
capaz. Como le suceda algo quemaré cada rincón del mundo hasta
encontrarlo y matarlo con mis propias manos. Me da igual los años de
prisión.
Sigo acelerando y varios coches me pitan, pero los ignoro. Estoy a pocos
kilómetros cuando recibo otra llamada. Otra vez él.
—¡Escúchame bien, puto degenerado de mierda, como le hayas hecho
algo, te juro por lo que más quieras que te mataré!
—Oh, estoy deseando que lo intentes.
—¡Yo no intento, yo consigo!
—Yo también, no lo olvides.
La llamada se vuelve a cortar dejándome con la palabra en la boca.
¡Dios! ¡Si que lo voy a matar! Reduzco la velocidad cuando vislumbro la
gran torre que es el hospital, se ve a kilómetros, pero ahora se alza
imponente sobre mí. Resisto ante el impulso de dejar salir las lágrimas y
aparco. Corro hacia el mostrador, esquivando médicos y pacientes.
—Busco a Cassian Lennox.
—De acuerdo, deme un momento.
Siento que los segundos se detienen mientras la señora teclea en el
ordenador.
—Planta número nueve, puerta 2F.
Salgo corriendo hacia el ascensor. Como si al pulsar más veces, se diese
más prisa en bajar, las puertas se abren y agradezco que no haya nadie. Me
apoyo sobre el espejo mientras intento controlar la respiración. De repente,
una oleada de recuerdos pasa por mi mente para encogerme el corazón y
comprimir el aire en mi cuerpo.
Chiquitina
Las puertas se abren y busco la segunda puerta. La abro y la escena me
deja inmóvil. Helen está sentada al lado de la camilla y Anthony de pie,
frente a la ventana. Ambos palidecen al mirarme, pero yo solo soy capaz de
mirar a la camilla. Cassian está tumbado sobre ella, aparentemente
inconsciente y con algunas heridas en su rostro.
—¡Alondra, cariño!
Miro a Helen exhausta, las palabras salen de mi boca en un hilo de voz.
—¿Qué ha pasado?
Me acerco a la camilla y le tomo las manos, están templadas.
—Tuvo un accidente. Iba conduciendo y le chocaron desde el lateral,
después se dieron a la fuga. La policía está buscando a los culpables.
Tomo asiento a su lado. Tiene los ojos cerrados y parece que estuviese
durmiendo. No se le ve ninguna preocupación en el rostro.
—Tiene fracturadas tres costillas y el brazo derecho, pero no es eso lo
más grave.
—¿No? ¿Entonces qué es?
La mirada de Helen se vuelve más suave, más comprensiva y solo por
eso sé que lo que saldrá de su boca no me gustará nada.
—Alondra, Cassian se dio un fuerte golpe en la cabeza y por eso entró en
coma.
Mis dedos siguen entrelazados con los de Cassian. Ya estoy demasiado
cansada como para seguirlo reprimiendo. Siento algo romperse dentro de
mí. Las lágrimas caen más rápido de lo que pensaba, con la fuerza de
haberlas estado escondiendo. Me aferro a su mano, la que tantas veces tocó
mi pelo para dormir.
—¡Cassian, no me dejes! —los sollozos me están robando el aire, pero
me da igual—. Siento no habértelo dicho esta mañana, te amo, joder. Te
amo mucho, por favor, despierta. Despierta para poder decírtelo.
Todo esto es mi culpa. Debí haberlo alejado cuando estaba a tiempo,
antes de que pasase nada de esto. Ahora por mi culpa está postrado en esta
cama y ha perdido la mejor opción de su vida, por mí. Noto el brazo de
Anthony sobre mis hombros a modo de consuelo, pero no hay nada que
pueda consolarme. Me estoy rompiendo, me rompe la temperatura de su
piel, me rompe el dolor en la mirada de su madre, todo.
—¿Quieres que te dejemos a solas con él, cariño?
Busco la mirada de Helen. Sus ojos siempre me recuerdan al hielo.
Asiento porque las palabras se me atascan en la garganta. Anthony me da
un apretón en el hombro y sale tras ella, dejándome a solas con Cassian.
Acaricio con cuidado los mechones ondulados que descienden por su frente.
Rozo con la yema de mis dedos su mejilla y siento una lágrima traicionera
resbalar por la mía.
—Lo siento, lo siento de verdad. Esto no tendría que haber pasado, al
menos no a ti. Si alguien debiese estar en coma en esta camilla soy yo, no
tú, nene.
Contengo un sollozo, esto es demasiado difícil.
—Siento lo estúpida que he sido. Siento no haberte dicho las cosas antes,
siento haberte involucrado en esto.
Aprieto su mano, con nuestros dedos entrelazados y la culpa me ahoga.
—Te amo, Cassian. Te amo como nunca he amado a nadie y no sé cómo
seguir sin ti. Nadie había intentado arreglarme nunca, pero cuando llegaste
tú, todo empezó a doler menos. Nunca he admirado a nadie mientras
duerme hasta que te vi a ti, tal y como estás ahora. Por favor, sé fuerte. No
dejes a tu mamá, ella está rota de dolor —me inclino sobre su frente y dejo
un beso—. Te amo, Cassian.
Salgo de la habitación.
—¿Estás bien? —pregunta Helen poniéndose de pie.
—Sí, sí, sólo necesito irme, gracias.
Me voy sin dar más explicaciones, no puedo, no las tengo. Me abro paso
entre las personas y me derrumbo al llegar al ascensor. Me tiembla el
cuerpo y apenas puedo oír algo más que los latidos de mi corazón, el pulso
golpeándome las venas a través de la piel. Mi teléfono suena y descuelgo
sin mirar, ya sé quién es, ya sé lo que quiere.
—¿Ves? ¿Cómo se siente, Alondra?
—¡¿Qué quieres de mí?! ¡Déjame en paz!
—¡Contesta!
Su voz ya no está modificada por algún modulador vocal. La que escucho
es su propia voz. Cuando me grita me encojo, tal y como hacía hace una
década atrás. Siento el temblor en mis labios, aun así me fuerzo a hablar.
—Se siente como si me hubiesen arrancado algo de cuajo del pecho,
como si mi corazón se hubiese detenido pero mi cuerpo siguiese de pie.
Como s-si estuviese muerta en vida.
Cuando pasan unos segundos de silencio y pienso que va a colgar, no lo
hace.
—Así me siento todos los días desde que me quitaste lo que más quería.
—¡No! ¡Yo no la maté!
—¡Tampoco evitaste que lo hicieran! ¡Tenías en tus manos la
oportunidad de salvarla! ¡Y no lo hiciste, la dejaste morir! ¡Me quitaste lo
único que me mantenía vivo!
¿Por qué me está pasando esto a mí? No lo entiendo. ¿Lo único?
—¿Y yo? ¡¿Qué hay de mí?! ¡¿No fui suficiente para ti?! ¡Soy tu hija,
joder!
La llamada se cuelga y siento que me voy a desmayar. Las puertas del
ascensor se abren y trato de disimular que el temblor aumenta con cada
paso que doy, trato de disimular que no estoy a punto de desmayarme.
Salgo corriendo del hospital y me meto al coche. No puedo evitar golpear el
volante y echarme la culpa de todo esto.
—¡Joder!
Arranco para conducir hacia mi casa, a terminar lo que debí haber
terminado antes.

Saludo a Kassie y le pongo agua y comida. Dejo de me dé mimos


mientras me limpio las lágrimas. Cuando consigo detenerlas, me pongo en
pie.
—¡Sé que me estás viendo! ¡Todo el tiempo lo has hecho! ¡Ven a por mí
y déjalo a él en paz!
Sigo gritando casi histérica hacia la nada, con las paredes devolviéndome
el eco de mis palabras en forma de afiladas dagas, Cassian me odiará por
esto, pero es la única forma de salvarlo. Tengo que entregarme yo para
salvarlo a él. Ese accidente es mi culpa. Y por ella ya han muerto suficientes
personas, no puedo permitir que él sea una más.
—¡Venga, vamos! ¡Termina lo que has empezado!
Capítulo 45
Tal como nunca fue
Las bombillas parpadean y salgo de la habitación para revisar la casa.
—¿Dónde estás? ¡Da la cara!
Los focos dejan de parpadear y vuelvo a mi habitación. Si no viene a por
mí, iré yo a por él.
Mi rabia se calma en cuanto me doy cuenta de algo.
Un momento, esto antes no estaba.
Veo mi portátil encendido sobre la cama y un sitio web abierto. La página
es la de un psiquiátrico, el psiquiátrico Nelson. Lo que llama mi atención es
la ciudad en la que se encuentra, Langford. La página habla sobre un
incidente que causó muchísimo revuelo hace unas semanas. Entro al enlace
que me lleva al artículo de las noticias.
"Esta madrugada los médicos encontraron la habitación de Aidan Heil
vacía, el hombre con más años en el hospital psiquiátrico Nelson. Ingresó
poco después de cumplir los dieciocho años por el controversial caso de la
muerte de los señores Heil, por el que se le declaró como culpable, y desde
entonces hasta el día de hoy, no había salido. No se sabe con exactitud la
hora a la que escapó puesto que las alarmas no se activaron, pero ya hay
desplegado un pelotón de búsqueda."
¿Pero...? ¿Y esto en qué me incumbe a mí? Miro la fecha en la que está
publicado el artículo, siete de noviembre. Entonces lleva más de un mes
fugado. Si mi padre me ha mostrado este artículo es por algo, así que abro
otra pestaña y tecleo el nombre de Aidan Heil. Hay un montón de noticias
circulando desde entonces y accedo a la que muestra fotos.
—No me lo puedo creer —cubro mi boca con la palma de la mano
ahogando un grito.
Yo había visto antes a este hombre. El fondo y la camisa de fuerza
blancos hacen que sus facciones resalten ante la cámara. El pelo negro y
abundante se contrasta muy bien con sus ojos. Esos ojos. ¿Dónde los había
visto antes? No, espera. No fueron sus ojos lo que vi. Coloco la mano sobre
la pantalla y tapo sus ojos para dejar solo su nariz y boca al descubierto.
¡Claro! ¡Ya recuerdo donde lo había visto! Estaba en el juzgado el día del
juicio, al fondo. Recuerdo perfectamente sentir su mirada atravesándome la
nuca. ¿Es posible que sea quien haya pagado mi fianza? Porque mi padre es
imposible que lo haya hecho. Si el trato con Tomás aseguraba que yo estaría
fuera de juego para que él se pudiese quedar con mi parte de la empresa,
que me condenasen a prisión era la salida perfecta. Tomás obtendría toda la
empresa y mi padre podría mandarme a matar en la cárcel, todos ganaban.
Así que no pudo ser mi padre. ¿Y este hombre? ¿Qué hacía allí? Busco más
información que me pueda ser de ayuda.
"Aidan Heil, de dieciocho años, ha sido detenido esta mañana por el
asesinato de sus padres, Josh y Meredith Heil. Todos hablan genial del
chico y nadie se hubiese esperado algo así."
¿Mató a sus padres? ¿Qué clase de hombre es este? Busco más artículos,
algo útil tengo que encontrar. Si este hombre está vinculado a mí de alguna
forma, tengo que andarme con cuidado. ¿Y si...? No, no puede ser. ¿Podría
ser Aidan Heil el asesino de mi hermana? Tal vez esa sea la razón por la que
mi padre me lleva a él. Si es así, tengo que averiguarlo. Deslizo las puertas
del armario y saco algo de ropa que tiendo encima de la cama. Saco una
mochila no demasiado grande y doblo la ropa a rápida velocidad. Meto lo
justo e indispensable. No me hace especial ilusión volver a esa ciudad
después de casi seis años, pero si quiero retomar mi vida y, sobre todo,
sacar a Cassian de esto, tengo que hacerlo. Le dejo a Kassie agua y comida
y salgo de casa. Tomo un taxi hasta el aeropuerto y allí mismo compro un
vuelo. Sale más caro si no lo pido con antelación, pero no tengo tiempo.
Paso todos los controles de seguridad y la verificación de los documentos y
me dejo caer en el asiento cuando llego. Por suerte, Langford está a tan solo
cuatro horas y espero que se me hagan lo más ligeras posibles.
—Tic, tac...
—¿Qué quieres?
—Tic, tac...
—¿Quién eres?
—El tiempo, Alondra.
—¿Qué significa eso?
—No te queda tiempo, te está esperando.
No entiendo nada. Sigo buscando esa voz masculina pero no veo nada
más que oscuridad a mi alrededor. No es como la voz de mi padre, es más
suave, menos áspera y a la vez más grave.
—¿Quién? ¿Quién me está esperando?
—Cuando caigan las gotas, caerán también los pecadores.
Me despierto casi sin aire cuando siento el avión aterrizar. ¿Qué ha sido
eso? Se sentía como si fuesen mis guías espirituales o algo por el estilo.
Abro la botella de agua que llevo en el bolso y trago mi pastilla. Lo que
menos necesito es un brote psicótico en medio de un aeropuerto. Me asusta
no saber lo que me espera, sobre todo Aidan Heil. Si es el asesino de mi
hermana, ¿mi padre no lo habría matado ya? Tal vez que la culpable de la
muerte de su hija muera a manos de su asesino sea parte de su venganza, no
tengo ni idea. A mi mente acude el dolor en los ojos de Helen. Ella no
merecía esto. No merecía ver a su único hijo postrado en una cama de
hospital en coma. Anthony tampoco lo merecía. Él junto con Cassian me
habían ayudado y yo... Yo solo había traído el caos y la destrucción a sus
vidas.
Cuando todos los pasajeros desembarcamos, me abro paso entre la gente
y me apresuro a salir del aeropuerto a por algo de aire fresco. Miro las
calles y no me da la sensación de que haya cambiado. Eso tal vez sea a que
Langford no cambió, yo fui la que cambié. Un taxi se detiene frente a mí y
le hago una seña para que se detenga. Lo hace y subo.
—¿A dónde la llevo?
—Al psiquiátrico Nelson.
El hombre asiente y veo su reflejo en el retrovisor. Luce cansado y con
una sombra de barba de hace días.
—Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad?
—¿Disculpe?
El hombre eleva un poco, tal solo un poco, la comisura de sus labios.
—Has cambiado mucho, en esos ojos ya no veo a esa niña asustada bajo
una noche de lluvia.
—No puede ser. ¿Usted es...?
—Sí, yo soy el que te llevó al aeropuerto esa noche. Tu desaparición
alertó a mucha gente, pero con el paso de las semanas te dejaron de buscar.
—Mejor, no me iban a encontrar.
—Estoy seguro de eso —sonríe—. Ya llegamos.
Asiento y le pago por el camino. Estoy de pie frente al imponente
edificio. El clima es bastante frío, pero la gabardina negra abotonada es de
bastante utilidad, apenas siento el frío. Mis tacones resuenan junto a mis
pasos cuando entro a la recepción y me parece un sonido inquietante entre
todo este silencio.
—Buenas tardes, señorita, ¿en qué le puedo ayudar?
—Buenas, busco información sobre Aidan Heil, ¿podría mirar los
archivos?
—¿Es usted familiar?
—No, no, es para una investigación universitaria sobre enfermedades de
salud mental.
—Ah, entiendo —la recepcionista teclea algo en el ordenador y añade—.
Bien, pues dado que la investigación es de dominio público, puede
encontrar los informes en la sala de archivos, al fondo de ese pasillo —
señala.
—De acuerdo, muchas gracias.
¿En serio tengo pinta de universitaria? Ignoro ese dato y camino por el
pasillo. El olor a alcohol sanitario y productos de limpieza se destaca en el
ambiente. Las paredes son grises y el suelo es de mármol blanco. Apenas
hay decoración, nada más que unas macetas de plástico con plantas falsas.
Las luces son tenues, por lo que no puedo evitar sentir escalofríos en la
piel sensible de la nuca. Las etiquetas encima de las puertas indican el
nombre de cada sala y encuentro la que estaba buscando. Paso a la sala de
archivos. Las estanterías metálicas están llenas de archivadores gruesos y
cajones. Los archivadores están ordenados por letras, así que empiezo por el
primero. Pesa mucho por lo que tengo que dejarlo encima de la mesa. Paso
las páginas y el polvo se libera de entre ellas.
Hay todo tipo de nombres y fotos, son fichas personales de los pacientes.
Muchos han cometido actos atroces y horribles, otros simplemente
necesitan la estancia por la ayuda que ofrece el psiquiátrico. Los familiares
que no pueden hacerse cargo de estas personas, las encierran aquí y se
olvidan de ellas. Los dejan pudrirse aquí entre camisas de fuerza y pastillas.
Yo podría haber acabado aquí. Ese pensamiento me hace estremecerme.
Encuentro la ficha de Aidan Heil. Su foto es de cuando era más joven.
Nombre: Aidan
Apellido: Heil
Edad: 18 años
Diagnóstico: Psicopatía criminal
Durante una violenta discusión con la madre, Aidan salió de control y
arrojó a su madre por el balcón de la casa. El padre no tardó en escuchar
los gritos y encontrarse con la escena. Aidan se mostraba asustado y
sorprendido, pero en cuanto el padre se asomó para admirar el cadáver de
su esposa, Aidan degolló su cuello con un cúter. Fue encontrado horas más
tarde en un parque bajo los efectos de las drogas.
Dios, eso es muy cruel. Si ese tipo busca matarme, podría hacerlo incluso
con un cortaúñas. Reviso los cajones en busca de más información.
Revuelvo entre cientos de carpetas hasta dar con una que pone su nombre.
La abro y son los registros de su actividad en el hospital. Se mostraba como
una persona tranquila, pero desafiante. Todo lo trasformaba en un humor
seriamente macabro y trataba de usar técnicas de manipulación contra el
personal del hospital, tales como la persuasión, indimidación, entre otras.
Se le llevaba la comida a la habitación puesto que, dado a su peligrosidad,
no se le tenía permitido comer con el resto de los pacientes en los
comedores. Salía dos veces por semana acompañado de su enfermera, quien
también vigilaba fuera de la habitación. La enfermera...
—Rose Morgan.
Los archivos tiemblan en mis manos. ¿Mi madre? Ni siquiera sabía que
mi madre había trabajado aquí. Siempre pensé que llevaba trabajando en
esa residencia desde que nací, es lo que recuerdo desde que tengo
conciencia. ¿Y era la enfermera de Aidan Heil? Perfecto. Hago un par de
fotos a toda la información que he recopilado y salgo de la sala de archivos.
La recepcionista me sonríe cuando me ve acercarme.
—Disculpa, ¿qué se sabe de Rose Morgan?
—¿Para qué necesita la información?
—Oh, es para una entrevista. En los archivos vi que fue la enfermera de
Aidan Heil durante algunos años.
—Sí, la recuerdo. Rose era muy atenta con todos sus pacientes, hacía un
excelente trabajo.
—¿Entonces por qué se marchó?
—Baja por maternidad.
Anda, ahora todo empieza a tener sentido.
—Volvió después, pero tan solo unos meses, después se fue
definitivamente.
—Entiendo, ¿dónde la puedo encontrar?
—Dame un momento.
El sonido de las teclas me pone bastante nerviosa. Me he tomado la
pastilla antes de aterrizar, pero no siento que me haya hecho nada. Es como
si pudiese escuchar los susurros de todos los pacientes en este hospital,
como si me estuviesen amenazando. Trato de concentrarme en cualquier
otra cosa mientras la recepcionista me da la información que necesito.
—Aquí está. Después de separarse de su marido, Marc Morgan, se mudó
a otra casa en el 137 de la calle Newstreet.
—Muchísimas gracias, adiós.
—Adiós —me sonríe.
¿Se separaron? Eso no lo sabía. Bueno, en realidad pueden haber pasado
muchas cosas porque me desligué de todo lo que tenía que ver con mi
familia y Langford. Y si, me cambié el apellido también, antes era Alondra
Morgan. Me gusta mi apellido original, pero no podía permitir que me
encontraran bajo ningún concepto. Debí habérselo dicho a Cassian, pero era
una mentira necesaria para mi e innecesaria para él. De todas formas, ahora
nunca tendrá que saberlo. Camino hacia la calle que me ha indicado la
recepcionista. No está muy lejos, aun así no me conviene caminar
demasiado. Los años han pasado, pero no tengo forma de saber quién me
puede reconocer y quien no. Y respecto a lo de mamá, era lógico que algún
día se separaría de mi papá, lo que no entiendo es como no lo hizo antes.
Está atardeciendo y se siente como esas tardes en las que volvía a casa con
mi hermana después de jugar en el parque. Cuando encuentro el 137 de la
calle Newstreet, veo a un hombre saliendo de la casa. Su estilo de chaqueta
azul y mocasines me hace fruncir el ceño. No se percata de mi presencia,
tampoco espero que lo haga. Toco la puerta y escucho un grito a través de
ella.
—¡¿Ya se te ha olvidado algo?! ¡Acabas de salir!
Los pasos se apresuran y escucho el pomo interior de la puerta girarse.
Esto va a ser muy divertido.
—¡¿Qué se...?!—se detiene antes de terminar la frase y su tono de piel
pasa a ser comparable al de la nieve—. ¿Alondra?
—Hola, mamá, cuanto tiempo, ¿no? ¿No me vas a dejar pasar?
Paso por al lado de ella, porque se ha quedado estática en el porche. Con
pasos lentos pero decididos, admiro la nueva casa. Hay un cuadro de bodas
colgado en el pasillo, fotos en la playa y en restaurantes con quien me
supongo que es su nuevo marido. No hay ninguna de Ainhoa o de mí.
—¿A qué has venido?
—No le has dicho nada, ¿verdad? No le has dicho que tienes dos hijas,
bueno, tenías.
Me tomo un momento para observarla. No ha cambiado demasiado, pero
se ve mejor que antes. Las ojeras bajo sus ojos han desaparecido, tiene más
kilos que antes y su cabellera pelirroja le da un toque latino junto a sus ojos
marrones y su piel ligeramente bronceada.
—¿Por qué iba a hacerlo? Ninguna iba a formar parte de nuestras vidas.
¿O me equivoco?
—¿Sabías que papá intenta matarme?
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Lleva acosándome meses. Mató a Jennifer y ahora quiere matar a... —
hago una pausa, cuesta más de lo que creía— alguien importante para mí.
Mamá aparta la mirada y empieza a negar.
—No tenía ni idea, lo siento muchísimo.
—Me culpa por la muerte de Ainhoa.
—No recuerdo eso.
—¿Y recuerdas a Aidan Heil?
Silencio.
Noto la garganta de mamá subiendo y bajando, está nerviosa. Está
retorciéndose los dedos y jugando con los anillos en ellos.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Eso no importa, ¿qué relación tienen papá y Aidan?
—Alondra, ese hombre es muy peligroso —toma mis manos entre las
suyas casi implorándome—. No te involucres en nada que tenga que ver
con él.
Me suelto de su agarre con fuerza y odio evidente.
—¡¿Que qué relación tienen?! ¡Habla!
Juega con los anillos en sus dedos por un momento y, al parecer, el peso
en su conciencia ya es imposible de soportar.
—Ellos dos ninguna, eres tú.
—¿Cómo? ¿No estarás diciendo que...?
—Deja que te lo explique, ¿vale?
—Todo empezó cuando estaba en la secundaria...

"Hablé con Aidan un par de veces y poco a poco empezamos a ser


amigos. Con el tiempo, me di cuenta de que Aidan tenía problemas. No era
cualquier clase de problemas, sino problemas en los que yo no podía
ayudarlo de ninguna forma. Cuando me di cuenta ya estaba enamorada de
él. Lo nuestro, como era de esperar, duró muy poco debido a lo tóxico que
era todo, así que nos alejamos. Más tarde, conocí a tu padre tras
graduarme. Él, por aquel entonces, sí me quería de forma sana, no como
Aidan. Y decidí que lo mejor para mí no era la persona que yo quería, sino
la persona que me quería a mí, porque Aidan no era capaz de amar. Me
enteré de su problema y acepté que él jamás pudiera sentir por mí lo que yo
sentía por él. Así es como empecé a salir con Marc y poco tiempo después
nos casamos. Encontré mi primer trabajo para una suplencia en el hospital
psiquiátrico Nelson. Iba a cubrir a una chica que estaba de baja médica,
serían sólo dos semanas. Yo sabía que Aidan estaría allí, pero no pude
evitar aceptar el trabajo. Me engañé a mí misma diciendo que nos hacía
falta el dinero, pero la realidad era que solo quería verlo una vez más. Y así
fue. Lo que no sabía es que el hospital quería contratarme de forma fija y
firmé el contrato. Pasar tanto tiempo con Aidan me hizo caer en sus
trampas de nuevo y engañé a Marc, quien en esa época ya había empezado
a ser violento incluso antes de que yo empezase a trabajar en el hospital.
Cuando me quedé embarazada, yo ya sabía que era de Aidan, pero
esperaba que Marc no se diese cuenta. Pedí la baja por maternidad y Aidan
se dio cuenta de todo, nadie podía engañar a ese hombre. Cuando naciste,
fue demasiado obvio, nadie en mi familia o en la de Marc tenía los ojos
grises y menos de ese gris en concreto. Marc nunca lo mencionó, pero
siempre lo supo. Siempre supo que eras hija de él. Después de la baja, volví
a trabajar. Aidan vio una foto tuya en mi cartera por error. Tras unas
semanas de haber vuelto a incorporarme, Marc me prohibió volver a ir a
ese hospital. Y tres años y medio después nació Ainhoa, quien sí era hija de
Marc."

Dios mío.
La información llega a mi cerebro como si fuese una película, casi como
si pudiese ver los hechos a través de las palabras. Todo empieza a cobrar
sentido.
—¿Mi padre es un psicópata asesino? —digo casi en un hilo de voz.
Pese a que no encuentro las palabras, la ira se calienta a fuego lento en
mis venas.
—De ahí viene tu problema, lo siento tanto...
—¡¿Mi problema?! ¡El problema que tú me has causado! ¡Me
diagnosticaron psicosis, mamá! ¡¿Sabes acaso lo que es eso?!
Para este punto estoy fuera de mí, mis manos tiemblan y le estoy gritando
a mi madre mientras camino en círculos, revolviéndome el pelo con rabia y
desesperación.
—¡¿Sabes lo que es vivir una infancia pensando que tienes un
problema?! ¡Que eres diferente o peor aún! ¡¿Sabes cómo se siente pensar
que eres un monstruo?!
Las lágrimas se juntan con su voz entrecortada.
—Lo siento tanto, hija...
—¡No, mamá! ¡No necesito que lo sientas ahora! ¡He vivido toda mi vida
escuchando voces que no existían, viendo cosas que no estaba ahí y
sintiéndome perseguida por cualquier cosa! ¡He vivido toda mi vida
fingiendo ser todo lo normal que podía ser! ¡Y he vivido los últimos seis
años empastillada!
—Alondra...
—¡Ahora entiendo porque papá me odia tanto hasta el punto de querer
matarme!
Mi garganta duele, pero no por mis gritos, sino por las verdades que
arañan mis cuerdas vocales, forzándolas tanto para poder pronunciar las
palabras hasta sentir que se tensan y se rompen. Tantos años, toda la vida
viviendo, ¿el qué? Una mentira.
—¡Quiere matarme por tu maldita culpa!
Mamá niega con desesperación, la verdad le está cayendo como un balde
de agua fría, más bien helada. ¿Acaso se sentía así antes de que yo lo
supiese?
—¡He tenido que soportar los maltratos de alguien con quien ni siquiera
tenía un lazo sanguíneo! ¿Sabes lo que es eso? ¡Tú al menos lo escogiste,
yo no! ¡No escogí nada de esto! ¡No escogí ser hija de un psicópata, ni estar
enferma ni sufrir por ello!
Mi pecho sube y baja con fuerza, no soy capaz de controlar mi
respiración en este momento, no soy capaz de controlar nada a secas. Toda
mi visión se torna negra y me siento en una de las sillas.
—¡Alondra! ¡¿Estás bien?!
Siento su mano sobre mi brazo que aparto de golpe.
—No me toques, no finjas que ahora te importo.
—Hija, podemos solucionar esto, solo...
—¡Nada, mamá! ¡La persona que más me importa está en coma en una
cama de hospital! ¡La única persona que ha entrado a mi corazón después
de mi hermana ahora está yendo por su mismo camino! ¡¿Y por qué?!
Me acerco a pasos lentos, su espalda choca contra la pared, pero no es
capaz de apartar sus ojos de los míos.
—Por tu culpa, por ser una maldita zorra cobarde.
Todo lo que había creído en mi vida es mentira. Y todo porque una
maldita puta no ha podido tener las piernas cerradas. Sabía que Aidan no
era bueno para ella, ¿entonces porque joderme la vida a mí? No sé, me
siento confundida. Algo dentro de mi siente alivio de no ser hija de Marc,
pero el que es mi padre tampoco es demasiado mejor, solo no ha estado
presente en mi vida. La mano de mamá impacta sobre mi mejilla y siento el
ardor subir por mi piel.
—Soy tu madre, no puedes hablarme así.
Pésima elección, mamá.
Pongo mis manos alrededor de su cuello y presiono con tanta fuerza que
su cabeza se golpea contra la pared, contra un marco de cristal que se
agrieta. Sonrío hacia sus ojos de cervatillo asustado.
—¿Y tú si puedes mentirme en la puta cara y pensar que no pagarás las
consecuencias?
—Alondra...
—¿En serio me ves tan ingenua como para dejar que te vayas de rositas?
Apenas puede pronunciar las palabras por la falta de aire. Sentir como la
vida escapa de su cuerpo cuando su piel se torna morada y sus ojos se
ponen en blanco es como si algo de la paz perdida regresase a mi cuerpo.
Sus manos intentan aflojar el agarre en las mías, pero es en vano. No sé ni
para que lo intenta. Ah, sí. Instinto de supervivencia.
—Espero que no vayas al mismo lugar que Ainhoa, porque yo misma te
arrastraré desde el infierno hasta él, que es donde debes permanecer para
que pueda torturarte hasta extinguir tu alma por el resto de la eternidad.
Una mano se posa sobre mi hombro y la fuerza en mi agarre disminuye
de golpe.
—Para.
Esa voz...
Mamá cae al suelo y tose recuperando el aliento. No soy capaz de
girarme, no cuando los ojos de mamá pasean su mirada entre él y yo, entre
yo y él y parece horrorizarse. ¿Tanto es el parecido? ¿O es que la asusta ver
a un psicópata y a su hija psicótica?
Me giro despacio y el corazón parece que se me detiene en seco cuando
lo primero que veo son un par de ojos totalmente grises a centímetros de mí.
Susurra contra mi oído y no puedo evitar sentir escalofríos en toda la
espalda.
—Aún no, tiene algo más que contarte.
Su voz no suena amenazante, pero sí prometedora. Es suave, como una
caricia, pero grave y cargada de poder.
Mamá se pone de pie intentando alejarse de la escena frente a sus ojos.
Recupero la voz con él a mis espaldas. Sé que está mirando fijamente a
mamá, lo sé por la cara que ella tiene, como si la sangre en su cuerpo se
hubiese detenido y dejado de circular.
—¿Qué más escondes, mamá?
La miro fijamente, como he hecho todas las veces que la he encarado,
todas las veces que ha esquivado mi mirada porque la culpa carcomía su
conciencia.
—Alondra...
Sus lágrimas siguen formando figuras por sus mejillas, me da igual.
—Díselo, Rose. Díselo y termina con esto.
—¡¿Por qué estás aquí?! ¡¿Por qué quieres hacerle daño?! ¡Es mi hija!
Se mofa detrás de mí con una sonrisa sarcástica.
—¿Yo? ¿Hacerle daño? También es mi hija, Rose, no lo olvides.
—Aidan, por favor...
—Estoy siendo generoso al dejar que se lo digas tú, aunque también
puedo hacerlo yo.
Me giro y lo encaro. Su sonrisa es verdaderamente maníaca, pero por
alguna razón no me asusta. A estas alturas ya no me asusta nada.
—¡¿Decirme qué?!
Sus ojos miran los míos como si no pudiesen dejar de hacerlo, como si no
creyesen que son reales, que son suyos...
Me siento justo ahora como un conejillo de Indias, como un experimento,
porque todo lo que él irradia hacia mi ahora mismo es… curiosidad.
—Shhh, calma.
Me giro de nuevo hacia mamá, esperando a que hable.
—Hija, hay algo más. Es tu hermana, ella...
Me acerco hacia ella y la miro tan fijamente que siento que con una
mirada podría calcinar su cuerpo y reducirlo a cenizas.
—Habla.
Esta vez he dejado de gritar, eso me da miedo. Cuando pierdo el control
es cuando más tranquila me veo.
—Ella no murió, la noche en la que despareció, la recogió mi hermana, tu
tía Kristen. Se la llevó al extranjero a vivir con ella para no seguir viendo lo
que pasaba en casa. Te juro que solo quería protegerla, solo quería ponerla a
salvo.
—¿Cómo...? ¿Me estás diciendo que mi hermana todo este tiempo ha
estado viva y que yo estaba culpándome de una muerte que nunca pasó?
Mira, esto es demasiado.
Siento el mareo de nuevo recorrerme los huesos, pero antes de que
alguien lo note, salgo de la casa y apoyo mis antebrazos sobre la barandilla
que da al jardín. Los he dejado a solas y me da igual si se matan o si follan,
que hagan lo que quieran, ambos. Aspiro grandes bocanadas de aire,
practico las respiraciones que Jennifer me enseñó. Me pregunto qué hay
más allá, porque si puede ver el panorama que se acaba de montar, creo que
estaría igual de pasmada que yo.
Mi visión se torna borrosa y las flores frente a mí se difuminan.
Lilas.
Me recuerdan a Cassian.
Antes de perder el conocimiento, caigo en unos brazos familiares, pero
desconocidos.
—¡Alondra! —la voz de mamá se escucha lejana.
Sus ojos grises son lo último que veo antes de adentrarme en la
oscuridad.
Capítulo 46
El tiempo pondrá todo donde siempre debió estar
—Sí, es mi hija.
Vuelvo a la realidad cuando escucho la voz de mi madre junto a mí.
—Está despertando. Señorita Morgan, ¿cómo se encuentra?
Morgan, no recordaba cómo suena.
—Mareada, ¿qué pasó?
—Se desmayó, pero ya tengo su diagnóstico.
—Díganos, doctor —insiste mi madre.
—Felicidades, señorita Morgan, está embarazada.
¿Qué? No, no puede ser.
—¿Cómo embarazada?
—Sí, siete semanas.
Ese maldito número me va a perseguir el resto de mi vida al parecer. El
médico se retira dejándome casi en paro cardíaco.
—Alondra, ¿sabes de quién es?
—Sí, lo sé —la interrumpo antes de que empiece—. No me hagas
preguntas, no quiero hablar de nada. Ahora sal de aquí. ¿Dónde está Aidan?
—Se fue, sabes que no lo puede ver nadie.
Asiento y me mira una última vez antes de irse. Me quito la horrenda
bata de hospital y me pongo mi ropa. Después de que el médico me traiga el
papeleo para firmar el alta, salgo del hospital. Y cómo no, mi madre está
fuera. A las puertas del hospital hay una máquina expendedora, de la que
gustosamente saco un café, lo necesito. Saco un cigarro. ¿He mencionado
que solo fumo cuando estoy muy nerviosa? Bien, este es un momento en el
que lo estoy. Mamá da sorbos a su café mientras mira la luna.
—No deberías fumar en tu estado.
—Lo dices como si estuviese enferma.
—Lo digo porque estás embarazada.
Esa palabra sigue haciendo eco en todos los rincones de mi mente, pero
la aparto. Hay cosas más importantes ahora que un cigoto al que aún no se
le puede considerar persona.
—¿Dónde está?
—¿Aidan? Ya te lo he dicho, no sé.
—Ainhoa.
—No lo sé, se mudó de la casa de Kristen hace cuatro años. Cortó toda
comunicación conmigo.
—No me sorprende, la mantuviste alejada de su hermana mayor.
—Era lo mejor para ella en ese momento —me reprocha, como si eso
fuese a cambiar como me siento.
—Creo que la vi en mi ciudad. No estaba segura de que fuese posible,
pero ahora lo creo.
—¿Y? ¿Cómo está?
—Bien, igual de bonita que siempre —suspiro con orgullo.
—Quiero hablar con Aidan antes de irme, ¿sabes dónde lo puedo
encontrar?
—No tengo ni idea, hoy lo vi por primera vez en veinticuatro años. No sé
ni siquiera cómo nos encontró.
—Entiendo.
Decido darme la vuelta e irme. No tiene caso seguir perdiendo el tiempo.
Ahora mismo me gustaría estar en el hospital, junto a Cassian. Cierta
sospecha me lleva al parque, a ese al que iba con Jennifer después de clases.
Cuando llego al banco, me siento sobre un trozo de cartón. Aún está
grabado el 26 con rotulador negro permanente. Ese día nos conocimos,
veintiséis de septiembre. Se me escapa una lágrima al rozar la madera vieja
con mis dedos. Escucho unos pasos y, a continuación, siento a alguien
sentarse a mi lado.
—Te estaba esperando —admito sin mirar.
—Sabías que vendría.
—Sí, por algo me has instalado un rastreador en el teléfono.
Lo escucho sonreír.
—Chica lista.
—¿Tú pagaste la fianza?
—¿Y qué si lo he hecho? —se encoge de hombros.
—¿Por qué lo harías?
—No tiene que haber una razón para todo.
—¿Alguna de las notas anónimas eran tuyas?
—No, no juego a juegos de niños.
—¿Cómo me has encontrado?
—Marc me llevó hasta ti. Me fugué del hospital en cuanto me enteré de
que estaba acosando a tu novio o lo que seáis. Hasta entonces lo mantenía
vigilado desde el psiquiátrico y cuando deduje que después iría a por ti, me
encargué de seguirle la pista. Se la tenía desde antes, pero no necesitaba
intervenir hasta ahora.
—¿Esperaste el momento adecuado?
—Sí, la impulsividad no sirve de nada, eso deberías saberlo.
—¿Tú quisiste que te encontrase?
—Si te refieres a lo del portátil, sí. Hackeé tu portátil y dejé la web del
psiquiátrico para que lo vieras.
—¿Y cómo has llegado a la vez que yo?
—Tenía el vuelo reservado para media hora después de que leyeses el
artículo.
—Sabías que tomaría un vuelo a Langford de inmediato… —concluyo
comprendiendo que él siempre iría un paso por delante, siempre.
—Exacto.
—¿Y si no hubiese tomado el vuelo?
—Lo habrías tomado, lo sé.
Realmente admiro su seguridad. Me permito observarlo y es que es más
que obvio. El pelo negro le desciende en mechones cortos y ondulados
sobre la frente. Su piel es tan pálida como la mía, por ello sus ojos resaltan
aún más. Esos ojos de un gris tan particular, tan poco común...
Y para colmo va vestido totalmente de negro.
—¿Amaste alguna vez a mi madre?
—Alondra, no eres una niña, tienes que entender que mi forma de amar
no es la misma que la tuya o la del resto. Lo mío es más cercano a la
obsesión que al amor.
—¿Y yo?
—Suficientes preguntas, me tengo que ir —hace una pausa y añade—.
¿Vuelves a Asterfield?
—Sí, vuelvo a casa. Aún tengo algo que resolver.
Aidan asiente y sonríe antes de caminar calle abajo. Las calles están
vacías, pero hay una vibra extraña en ellas mientras él camina con las
manos en los bolsillos tranquilamente, como si no estuviese en busca y
captura. No sé si confía porque sabe que estará bien o estará bien
precisamente por eso, porque no lo duda. De todas formas, camino en
dirección contraria y pido un taxi. Ya no necesito nada aquí.
—¿A dónde la llevo?
—Al aeropuerto, por favor.
El coche arranca y busco mirar la hora en mi teléfono para tomarme la
pastilla, pero está apagado. Perfecto.
—¿Puede poner el calor? Hace frío.
—Claro, ¿necesita pañuelos?
—Sí.
Me alcanza un paquete de pañuelos porque ahora no puedo parar de
estornudar. Pero hay algo aquí que está mal. En cuanto acerco el pañuelo a
mi nariz, el dolor de cabeza se intensifica sobre mi cabeza y me siento los
ojos pesados.
—¿Qué es es...?
Los ojos me pesan tanto que me cuesta mantenerlos abiertos y siento
como mi cabeza aterriza sobre el asiento a mi lado. Lucho por articular
palabra, pero de mi garganta no salen más que balbuceos sin sentido hasta
que dejo de luchar, de intentarlo.

Me despierto y tengo una luz proveniente del techo enfocándome


directamente, por lo que bajo la cabeza. Intento mover las manos, pero
están atadas a una viga de madera a mis espaldas. Trato de frotar la cuerda
contra la viga, pero no sirve de nada. Me encojo al escuchar pasos, hasta
que la rabia me aborda cuando veo quién sale de entre las sombras.
—Tomás.
—Alondra, un placer verte.
—Das asco.
—Yo que tú mantendría esa boquita tan bella cerrada, creo que sirve para
cosas mejores que para hacerte morir —me guiña un ojo.
Me trago todo lo que iba a decir, sin duda sería un billete directo a la
tumba.
—Has enfadado a mucha gente, ¿sabías? Más bien a alguien.
—¿Ah, sí?
—Sí, y es hora de pagar las consecuencias. Así también dejarás de ser un
maldito obstáculo en mi carrera.
Uy, qué pena. La carrera del pobre Tomás no avanza por mi culpa. ¿Ven
lo culpable que me siento? Agradezco no reírme en esta situación.
—Creo que debería dejaros a solas, los asuntos de familia no me
conciernen.
¿Qué? ¿Asuntos de familia? No me jodas.
Tomás me dedica una sarcástica mirada a través de sus ojos azules antes
de alejarse sonriendo. Estando aquí en el suelo no me queda otra opción que
mirar hacia arriba, y eso me daña los ojos por el puto foco de luz que tengo
encima. Cuando entra, toda la estancia siente el poder de su presencia, un
poder que seguramente le dio miedo. Y ahí está, sentado sobre una silla, con
un traje y una máscara, la de un cuervo.
—Al fin nos encontramos cara a cara.
Le diría que prácticamente me ha secuestrado, porque si por mí fuese, no
me lo encontraría jamás.
—Así que supongo que este es mi final, ¿no?
—Supones bien, pero antes, quiero decirte el porqué, quiero contarte la
verdad.
El problema que este hombre ha tenido siempre es creer que lo sabe todo,
incluso cuando no sabe una mierda. Como ahora, por ejemplo. Empiezo a
entender por qué mi madre quiso proteger a mi hermana de él, pero jamás
entenderé porque a mí no. Es a mi quien debería haberme mandado lejos.
—Yo no quise odiarte, pero me obligaron. ¿Sabes cómo se siente que la
persona que amas te traicione? Para que lo entiendas, imagínate que
Cassian se va con otra y le hace un hijo. ¿Cuál sería tu reacción, Alondra?
Tu más sincera reacción.
—Ninguna, él se lo pierde. Una mujer como yo no es para un inseguro
capaz de engañarme. Me estaría haciendo un favor.
Se pasea alrededor de la silla antes de mirarme.
—Eso lo dice tu narcisismo crónico, no tu corazón.
¿Ahora va a hablarme de sentimientos? ¿Él? Qué valor.
—Créeme que no pensarías eso si te tocase criar como tuyo a un hijo que
sabes que no lo es.
Me sorprendo al punto de llenar mis ojos de lágrimas.
—¿No soy tu hija?
Sonríe, y lo hace con la mayor de las satisfacciones. Qué hijo de puta.
—No, Alondra. La historia se remonta a mucho antes de que tú nacieras...
Cuando comienza a hablar, me desconecto sin que se dé cuenta. Y obvio
no lo hace, pues es lo mismo que hacía cuando era pequeña. Mientras él
está sentado en la silla, con los codos apoyados sobre sus rodillas, algo se
mueve detrás de él. Intento no mirar demasiado cuando veo una figura alta
con la cabeza cubierta por una capucha.
—Y cuando nos casamos, pensé que todo quedó atrás, que jamás tendrá
que volver a saber de...
Aidan.
Sus ojos lo delatan con los reflejos de la luz por muy oscuro que esté el
sótano. No puedo evitar sentir esperanzas. Tengo que distraerlo.
—¿Y por qué no simplemente la dejaste y ya?
—Niñata inmadura, no iba a dejarla ir. Yo era todo lo que ella necesitaba,
nada más. Y todo pareció más fácil cuando llegó Ainhoa...
La mención me causa estragos, pero estoy segura de que no sabe la
verdad.
—Pero entonces hiciste lo que siempre supe que harías, estaba en tu
naturaleza.
—¡Yo no hice nada! ¡Era una niña!
Se inclina sobre mí para gritarme. De repente viajo a cuando tenía ocho
años.
—¡La dejaste morir, Alondra! ¡Era tu responsabilidad como hermana
mayor cuidar de ella! ¡Ella no tenía la culpa por tus problemas!
Las lágrimas esta vez son reales. Y no porque sepa que mi hermana está
viva, sino por la rabia y la culpa que me han perseguido todos los días de mi
vida desde entonces. De eso no es fácil escapar. Intento echarme hacia
adelante, pero las cuerdas me lo impiden.
—¡Yo tampoco tengo la culpa de que tu mujer maltratada te engañase y
tuviese un hijo con un asesino!
—¡Cállate! ¡Sí la tienes! ¡Debiste haberte suicidado cuando te encontré
en el baño!
¿Cómo?

Diciembre, 2010
La cuchilla en mis manos me devuelve mi reflejo. Estoy sentada en el
suelo del baño. Aún duelen las marcas de cinturón en mis muslos, pero el
dolor que llevo por dentro es mayor. Mis padres se han pasado las últimas
horas discutiendo, pero ahora, después de la cena, vuelven a hacer como si
nada. No lo aguanto más, no puedo seguir fingiendo que no pasó nada. Voy
a terminar de enloquecer si lo intento. Miro el filo y pienso en Noa, ella no
merece esto, pero yo tampoco merezco vivir así. Sé que papá a ella nunca
la tratará como a mí, el problema soy yo. Siempre que estoy cerca está de
mal humor. Siempre que está de mal humor empeora cuando aparezco.
Cuando le da un regalo a Noa, a mí no me lo da a menos que sea fiesta e
incluso entonces siento el asco con el que me lo da. ¿Qué le habré hecho?
¿Cuándo me porté tan mal? Esas son las preguntas que rondan en mi
cabeza sin parar mientras la hoja de la cuchilla se hunde poco a poco en
mi muñeca. El líquido caliente que desciende por ella me da miedo, pero
también paz.
—¡Alondra, abre la puerta!
No, es mamá. Para cuando abra ya será demasiado tarde. Sigo
hundiendo cuando de pronto, un estruendo me sobresalta justo antes de
desmayarme. Papá ha roto la puerta, no está tan enfadado como creí que
estaría...

—¡Me alegro de no ser tu hija! ¡Eres un capullo narcisista, maltratador y


ególatra! ¡Ainhoa te odiaba por tratarme así!
De repente todas las palabras mueren en mi garganta cuando recibo un
bofetón que me aturde por unos segundos. Sonrío con la sangre brotando de
mis labios y ensuciándome los dientes. La risa que trataba de contener hasta
ahora sale por sí sola.
—Te va a hacer falta algo más que eso para matarme, imbécil —escupo
el líquido carmesí que se almacena en mi boca.
Empieza a dar vueltas con las manos en la cabeza, ansioso. Me queda
claro que no se esperaba esta situación. Mientras vaga por su propio delirio,
por su falta de control ante la situación, noto algo frío a mis espaldas, en
mis manos. Algo afilado.
—¿Qué pasó? ¿No te salen las cosas como esperabas?
—¡Cállate! ¡Eres una maldita zorra, igual que tu madre!
Me está dando la espalda, no soporta ni verme.
—¡Has arruinado mi vida desde el momento en el que naciste! ¡Me has
torturado cada segundo de mi vida!
Corto la cuerda que ata mis manos, rápidamente hago lo mismo con la de
mis pies.
—¡Traté de convencer a Rose para que abortara! ¡Y después lo de
Ainhoa, perdí a mi única hija por una que ni siquiera es mía!
Estoy a punto de sorprenderlo por la espalda, pero se gira
inesperadamente y me toma del cuello. Mi cabeza choca con la pared.
—Nunca, Alondra, ¡nunca podrás ser mejor que yo! ¡Siempre iré un paso
por delante, siempre!
Su mano sigue apretando mi cuello. Intento deshacer su agarre, pero
apenas me queda aire y con el poco que tengo, consigo pronunciar:
—¡Por favor, papá, ya!
—¡No soy tu padre! —grita con rabia.
Vuelvo a mirarlo, esta vez transformando el hipnótico gris en mis ojos en
uno gélido.
—No hablaba contigo —espeto con asco.
Aidan toma a Marc por los hombros y lo empuja al suelo. Toda la escena
pasa tan rápido que apenas percibo el momento en el que Marc está en el
suelo y Aidan pone una pistola en mis manos. Está cargada y con el seguro
quitado. Apunto a su cabeza. Veo el terror en sus ojos. Siento su cuerpo a
mis espaldas y sus susurros en mi oído.
—Hazlo, no tengas piedad, él no la tuvo cuando te violó.
—Tu hija está viva, pedazo de imbécil, qué pena que ahora no tendrás la
oportunidad de verla.
Sus ojos casi salen de las órbitas ante esa confesión, pero demasiado
tarde, ya tiene una bala incrustada en la frente. Aidan toma la pistola en mis
manos para reemplazarla.
—¿Un cuchillo?
—Nadie nos está viendo, sabes que mueres por hacerlo y yo no te lo voy
a impedir —susurra.
De pronto el rostro de Marc se distorsiona y veo muecas sonriéndome.
—¡Vamos, Alondra! ¿Te da miedo que me levante?
—¡¿Qué?! ¡Pero si estás...!
Una mano sobre mi hombro me tranquiliza.
—Tranquila, no es real, es un delirio. Por una vez, aprovéchate tú de la
situación.
Asiento, hace muchas horas que no tomé las pastillas. Solo contaba los
minutos que tardarían en aparecer las alucinaciones. Y por primera vez, esta
sí me gusta. Me lanzo sobre el cadáver de Marc y lo apuñalo tantas veces
como puedo.
—¡Maldito estúpido y maldito el día en el que tu semen se deslizó entre
mis piernas! ¡Estuve horas en la ducha frotándome los muslos hasta
hacerme heridas! ¡Ojalá ardas en el infierno!
1...
2...
3...
37...
55...
Cuando el brazo se me ha dormido, suelo el cuchillo. El cadáver de Marc
está en tan mal estado y tan desfigurado que es irreconocible. Durante todo
este rato, Aidan solo ha estado a un metro, sentando en una silla con las
piernas separadas y los brazos cruzados, admirando su obra de arte.
—Bien hecho.
—¿Dónde estamos? Todo da vueltas.
No tener la pastilla me está afectando más de lo que creía.
—Ahora saldremos de aquí, por ahora, cámbiate, no puedes salir así.
Miro mi ropa, la sangre se ha impregnado por completo en la tela. Me
lanza un par de pantalones de chándal negros y una sudadera del mismo
color. Me sorprende el momento en el que, con las manos en el bolsillo, se
gira para no mirarme mientras me quito la ropa.
—Aún falta alguien —aviso.
—No te preocupes por eso, ya está hecho.
—¿Qué ya está hecho? ¿Cómo?
—¿Ya?
—Sí.
Aidan se gira y me acerca una bolsa. Pesa un poco, cuando la abro,
entiendo por qué.
—¡Joder! ¡Podrías avisar, me cago en la puta!
La cabeza de Tomás, aún con los ojos abiertos, descansa en una bolsa de
plástico.
—Sabes que te da satisfacción, puedes mentir a quien quieras, pero no a
mí, dama de las mentiras.
Me da miedo cada vez que este hombre abre la boca, lo digo de verdad.
—¿Qué vamos a hacer con los cuerpos?
—Tú nada. Vas a sentarte en esa silla mientras yo lo limpio todo.
—¿Y después? —inquiero más confusa que antes.
—Hay alguien que no se ha portado bien conmigo, así que en la cárcel va
a estar más seguro que en la calle, a mi merced.
Asiento y me quedo en la silla, sentada. Verlo con las mangas
remangadas, el sudor haciéndole brillar la frente y los guantes mientras
desinfecta el sótano me causa un sentimiento extraño. Con este simple acto
siento que ya ha hecho más por mí de lo que Marc ha hecho nunca. No
puedo evitar compararlos. Entonces es cuando imagino en mí fracturado
cerebro, un mundo en el que Aidan me hubiese criado y hubiese estado ahí.
Las alucinaciones son cada vez peores. Tengo que entrecerrar los ojos y
pellizcarme el puente de la nariz para intentar mantenerme cuerda, o todo lo
cuerda posible. Las paredes del sótano se van haciendo cada vez más
pequeñas y siento que van a aplastarnos.
—¿Dónde está tu bolso? ¡Alondra!
Intento escucharlo, intento razonar y contestar, pero no puedo. No soy
capaz de ordenar mis propios pensamientos. Me balanceo en la silla,
intentando tranquilizar toda esta locura en mi cabeza. Hacía muchos años
que las alucinaciones no eran tan fuertes, tan reales.
—El juego no acaba —escucho un susurro a mi izquierda.
—¡¿Quién eres?!
Dos manos fuertes me toman por los hombros hasta hacerme abrir los
ojos.
—Aquí no hay nadie, toma. He encontrado tus pastillas.
—Gracias —trago sin pensarlo.
Esto es horrible. No quiero pensar qué sería de mi vida sin ellas.
—Por cierto, el chico ese al que te follas no es un santo, eh.
Palidezco, ¿cómo...? Claro, él lo sabe todo.
—Sí, bueno, se podría decir que atraigo lo que soy.
—No podrías haberlo dicho mejor —sonríe.
—Y estoy embarazada —confieso resoplando.
—¿Es de él?
—Sí...
Asiente.
—Sabes que ese niño no será normal, ¿no?
—Lo sé.
Y tiene razón. Cassian es epiléptico, mi padre es psicópata y yo tengo
psicosis, es genéticamente imposible que ese niño salga como cualquier
otro.
—No soy psicólogo, haz lo que quieras —se encoge de hombros.
No esperaba otra respuesta.
—¿Vas a venir a Asterfield?
No puedo evitar preguntar. No es como que no haya estado antes, como
el día del juicio.
—No lo sé, no puedo quedarme mucho tiempo en un lugar fijo, lo sabes.
—Sí.

Estamos en el aeropuerto, ya nada me detiene en Langford.


—¿Qué vas a hacer?
—Un mago nunca desvela sus trucos —me guiña un ojo.
—No eres mago, eres psicópata.
—Bueno, pues un psicópata nunca desvela sus métodos, ¿te sirve?
Asiento sin poder contener una risa.
—Me sirve.
Me alejo hacia los controles de seguridad. Me sabe mal dejarlo atrás,
pero sé que él no siente nada, no puede. Así que me quedo tranquila con esa
idea y me voy. Durante el viaje, me paso las cuatro horas pegadas a la
ventanilla, me encanta el paisaje. Aprovecho para sacar algunas fotos y
antes de darme cuenta, ya estamos en tierra. Cuando salgo, pido un taxi
para ir a casa y me siento afortunada de que no haya tráfico, estoy molida.
Me siento todos los músculos del cuerpo pesados y solo ansío estar ahora
mismo bajo a la ducha. El taxi me deja justo frente a mi casa. Cuando salgo
de la ducha suspiro al mirar mi cama. Me encantaría dormirme y olvidarme
de todo lo demás, puesto que en el trabajo ya saben que me tomé unos días,
pero no puedo descansar. No con Cassian en coma. Así que me cambio y
me visto con un vaquero azul oscuro rasgado, un jersey negro de cuello alto
y unas zapatillas.
Después de dejarle agua y comida a Kasssie, salgo de casa y me siento
frente al volante de mi coche. Acaricio el volante y la palanca de cambios.
¡Dios, como extrañaba mi coche!
Arranco y conduzco hacia el hospital con mi característica playlist de
Neoni de fondo. Necesito hacer cosas o estar rodeada de cosas que me
recuerden a mí misma, que me haga volver poco a poco a mi realidad.
Aunque, por mucho que haga, hasta que Cassian no despierte, mi realidad
no volverá a ser la misma. Acelero cuidándome en las zonas que sé que hay
radares y cuando llego, paso unos diez minutos buscando aparcamiento. Al
final me toca ir a la zona azul y pagar, hoy está más lleno de lo normal.
Después de aparcar, subo por el ascensor y me encuentro con Helen
saliendo de la habitación de Cassian.
—¿Tienes un radar o qué?
Me pongo en alerta rápidamente.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Le pasó algo?
Niega con la cabeza, veo un atisbo de una sonrisa.
—Acaba de despertar y lo primero que ha hecho es preguntar por ti.
No me molesto en contener las lágrimas que se agolpan en mis ojos.
Siento como el alivio que llevaba días esperando sentir, se asienta en cada
rincón de mi ser. Le sonrío, indicándole que voy a entrar y ella asiente.
Cierro la puerta a mis espaldas y me encuentro con un Cassian sonriente,
con los brazos estirados y listo para abrazarme.
Definitivamente, no hay mejor bienvenida que esta. Y estoy tan
agradecida por ello...
—Nene…—se me escapan unas lágrimas cuando lo abrazo con cuidado
de no hacerle daño.
—Mi niña...
Lo siento aspirar el aroma en mi pelo, el perfume en mi cuello y
refugiarse en él. Me abraza con ganas. Como si no pudiese creer que lo está
haciendo.
—¿Cómo te sientes? —me siento al borde de la cama cuando se decide a
soltarme.
—Mejor ahora que estás tú aquí.
—Me alegra oír eso —le sonrío.
—Dime que no has hecho ninguna tontería —su rostro se torna serio al
ver los ligeros golpes en mi cara y mi labio partido.
—Ah, esto —toco las zonas inflamadas.
—Voy a matar a quien te lo haya hecho.
Y no dudo de ello.
—Ya, lo que pasa es que… ya está muerto.
Cassian frunce el ceño y ladea la cabeza, como si hubiese dicho que
mañana lloverán cerdos.
—¿Qué? ¿Qué dices?
—Es largo de contar...
Él simplemente sonríe.
—Para ti siempre tengo tiempo.
Cuando no es gilipollas es el mejor del mundo, ¿no lo parece?
—A ver...
—¡Qué locura! Tendré que conocer al suegro, ¿no?
Le golpeo ligeramente el brazo.
—Déjate de cosas, mi padre no es alguien que pueda presentar así a la
ligera.
—¡Oye! Ser un psicópata no lo hace menos persona.
Ruedo los ojos.
—Ha matado gente.
—En esta habitación no hay nadie inocente —me guiña un ojo.
Irónico, puesto que estamos solos.
—También tendré que conocer a la cuñada. ¿Estás segura de que es esa
chica?
—Casi cien por ciento. Te lo juro, era igual a ella. Ahora solo necesito
encontrarla.
—Tranquila, chiquitina, poco a poco. Ya sabes, las cosas de palacio van
despacio.
Reímos y por un momento se me olvida que me falta algo más por
decirle. No sé cómo gestionar esta situación, Cassian y yo ni siquiera somos
algo oficial...
Eso es lo que no entiendo, si tanto me quiere, ¿por qué no me ha pedido
aún ser su novia? Además, ¿quiero tenerlo? Aparco eso, de momento hay
tiempo así que no voy a macharme la cabeza con esto. Lo que importa
ahora es que mi hermana está viva y Cassian despertó. Me resulta increíble
cómo pasé de no tener nada a tenerlo casi todo. Y digo casi, porque siempre
me faltará ella.
—Tiesito, ¿te parece si te dejo con tu mamá? Tengo que ir a hacer un par
de cosas.
—¿Tiesito? ¿Tan mal me veo?
Intento no reírme.
—Bueno, cuando duermes mucho o no duermes nada, las esquinas de los
ojos se te ponen rojas así que entre eso y que pareces un drogadicto, estás
tieso.
—Ah, muchas gracias, mi amor, tú sí que sabes dar un piropo.
Ambos nos reímos y le doy un beso antes de irme.
—En un rato volveré.
—Dale, no te preocupes.
Salgo de la habitación. La recepcionista me saluda y le devuelvo el
saludo. Pago por la hora que tuve aparcado el coche en la zona azul y
conduzco. Paso por una floristería antes. La ciudad hoy parece estar tan
tranquila, no llueve, pero las nubes son oscuras y todo adquiere un tono
grisáceo bastante apocalíptico. A veces siento que el clima se sincroniza con
mi estado de ánimo. Al llegar a mi destino, encuentro aparcamiento
fácilmente, aquí siempre hay. Camino por el sendero del jardín. Hay tanto
silencio... Las flores se extienden por todo el campo, se nota que cuidan este
lugar. Por fin llego y me siento.

Jennifer Mendoza
30 de junio del 2000 – 25 de octubre del
2023
Te recordaremos siempre
—Hola, ¿cómo estás? Espero que bien. Tengo mucho que contarte...
Después de contarle todo lo sucedido estos días, incluido lo del
embarazo, me permito derramar alguna lágrima.
—¿Quién lo iba a decir? Yo, embarazada. Y tú sabías que sería él,
siempre lo supiste por más que yo lo negase. Ahora tengo una hermana viva
y un padre psicópata.
Acaricio con la yema de los dedos las fechas y las letras grabadas.
—Han pasado tantas cosas desde que te fuiste, pero ya maté al que te
mató. Espero que haya sido lo que tú querías, o al menos lo que esperabas
de mí.
Dejo las flores, quitando las que ya están marchitas y me despido.
—Te quiero, Jennifer. Allá donde estés, espero que nunca lo olvides.
Capítulo 47
Un vis a vis con el pasado
Mañana es Año Nuevo.
Ya tengo la prueba de embarazo preparada con un precioso y enorme
positivo. También lo he limpiado y atado un lazo rojo. Estoy preparando la
casa porque Helen y Cassian pasarán aquí Año Nuevo, así que quiero
tenerlo todo más que perfecto. Aidan también va a estar. Me dijo que me
traería una sorpresa, cosa que por supuesto no me esperaba. Me sirvo un
vaso de batido de fresas y plátano mientras abro el portátil y trato de
terminar todo el trabajo acumulado. Se inculpó a un traficante por el
asesinato de Tomás. Aidan se lo montó bastante bien, porque la persona que
no se había portado bien con él, era con quien trabajaba Tomás blanqueando
dinero. Así que, pese a ser condenado por un crimen que no ha cometido,
eso solo ha sido el detonante para que la policía descubriese el resto de los
delitos. Le han caído quince años, doce por buena conducta. Y como era de
esperar, logré mi objetivo, quedarme con toda la empresa. Arreglé las
cuentas y contraté a más personal. Puse todos los papeles en regla que
Tomás no había hecho y ahora la empresa funciona más que nunca.
También he contratado directores generales para tener más tiempo libre y
no ser, de nuevo, una adicta al trabajo. Me distraigo cuando tocan la puerta.
Kassie empieza a ladrar y voy a abrir mientras intento callarla.
—¡Kassie, ya basta!
Abro y me encuentro con Cassian. Lleva esa chaqueta blanca y azul que
llevaba el día que nos conocimos en la cafetería. Le doy un beso y me
acuna la cara entre sus manos.
—Por el camino me encontré con alguien.
—¿Ah, sí? ¿Con quién?
Cassian se aparta a un lado y veo a Aidan.
—Papá… —se me atascan las palabras, no esperaba que estuviese aquí
hoy—. ¿Qué haces aquí? Es decir, ¿no venías mañana?
—Así es, pero he decidido que tengo un plan mucho mejor —sonríe.
Arqueo las cejas sin entender nada. Cassian se mueve detrás de mí hasta
que siento su cuerpo a mis espaldas, de pronto sus manos cubren mis ojos.
Papá vuelve a hablar.
—Quiero que cierres los ojos y pidas un deseo, te aseguro que, al abrir
los ojos, tu deseo se habrá cumplido.
—De acuerdo —asiento sin contener la risa.
No sé qué se trae entre manos, pero si trata de jugar al mago conmigo, le
deseo mucha suerte. Cierro los ojos tal y como me ha dicho y la imagen de
mi deseo aparece en mi mente antes de siquiera tener tiempo para pensarlo.
Aun así, no hay nada que pensar. Lo tengo todo, salvo una cosa.
—¿Ya?
—Sí.
—Bien, puedes abrir los ojos.
Las manos de Cassian se retiran de mis ojos lentamente y abro despacio
los ojos. No puedo creerlo. Hay algo en mí que dice que es real, que no
estoy soñando ni lo más seguro, no estoy delirando. Trato de disimular el
temblor que me sacude todo el cuerpo y la alegría que invade todas y cada
una de las fibras de mi ser, pero no puedo. Por unos segundos trato de
enfocar la vista, confirmando una vez más que es real.
—Ainhoa...
Lleva un vestido color crema y unas botas de tacón del mismo color. El
pelo castaño le desciende liso desde los hombros hasta la cintura y las gafas
negras resaltan la palidez de su rostro. Sus ojos se ven llorosos, pero las
lágrimas se mantienen a raya.
—No puede ser —es lo único que digo antes de abalanzarme sobre ella y
envolverla con mis brazos.
—Alondra...
Siento sus brazos rodeándome también y apretando fuerte. No me
contengo en el momento en el que aspiro su fragancia, tal y como la
recordaba mezclado con algún perfume. Siento como algo que dentro de mí
llevaba vacío tanto tiempo, poco a poco se va llenando, algo que creí
totalmente imposible.
—¿Cómo...?
Ella simplemente sonríe ante mi tartamudeo.
—Sé que tienes muchas preguntas, pero lo que te voy a decir por ahora es
que mamá me avisó de que habías estado en Langford, así que aquí estoy.
—Y yo me encargué de traértela —admite papá orgulloso.
—Si te preguntas cómo sabía que era tu padre, no te lo preguntes
demasiado. El parecido es tan obvio...
Me giro hacia mi padre y se lo agradezco antes de llevarme a mi hermana
a mi habitación. A primera vista, sus ojos se quedan prendados en mi
vestidor. Los tacones, los vestidos y el joyero captan por completo su
atención.
—Tu vida es tal cual la imaginaba —admite.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Siempre fuiste muy ordenada y organizada. Me imaginaba que tu
vida como adulto independiente sería algo así, muy tú.
—Gracias.
Se sienta en la cama y hago lo mismo. Tengo demasiadas preguntas
corriendo en círculos en mi cabeza, queriendo respuestas con más
desesperación de la que soy capaz de admitir, pero no quiero agobiarla.
Pese a eso, no evito la pregunta que abandona mis labios.
—¿Eras tú la del otro día?
—Así es. Cuando me enteré de que mi padre buscaba la forma de
matarte, quise venir lo más rápido posible, pero temí entrometerme y salir
mal parada.
—Lo entiendo. Y siento lo de tu padre, yo...
—Para. No tienes nada por lo que disculparte, yo habría hecho lo mismo
—niega con la cabeza como si le costase asimilarlo—. Que sea mi padre no
significa que yo lo sienta como tal.
Eso siempre lo había deducido. Cuando desapareció de mi vida tenía
unos quince años, ahí no demostraba demasiado, pensé que sería
simplemente la actitud propia de la edad, pero también pensé que, algún
día, le daría asco recordar todo aquello.
—Le confesé que estabas viva justo antes de pegarle un tiro en la cabeza.
Ainhoa ríe como si no le acabase de detallar cómo maté a su padre.
Bueno, una parte, la otra no tiene por qué saberla nadie más.
—Muy propio de ti. Yo también siento mucho lo de Jennifer, no esperaba
que hiciese algo así.
La mención me atraviesa y trato de no demostrar lo mucho que en
realidad me sigue afectando.
—Sí, yo tampoco.
—¿Ella te recetaba las pastillas para la psicosis? Siento mucho lo que has
tenido que pasar, no me lo imagino. Yo por aquel entonces no tenía ni la
edad ni la madurez suficientes como para entender tu dolor.
Esas palabras me reconfortan y una lágrima me traiciona al resbalar por
mis mejillas.
—Ha sido complicado, sí —tomo una temblorosa bocanada de aire—.
No es fácil sobrevivir al insomnio, las alucinaciones y delirios, a pensar
constantemente que todos te están mintiendo…Aunque en mi caso resultó
ser así, que todos me estaban mintiendo.
—Quise contactarte antes, pero nadie sabía de ti, fue como si
desaparecieses del mapa.
—Lo sé, no quise que nadie me encontrara nunca, pero de haber sabido
que un día me buscarías, jamás me hubiese escondido.
Ainhoa entrelaza su mano con la mía y en mi pecho siento una sensación
de calidez que me invade por completo, es sumamente placentera.
—¿Sabes? Llegas en el momento perfecto —hablo mirando nuestras
manos.
—¿A qué te refieres?
—Llegas a tiempo para ser tía.
Ainhoa suelta nuestras manos y ahora es ella quien se abalanza sobre mí.
—¡Felicidades, Alondra! ¿Es niño o niña?
—Baja la voz —susurro conteniendo la risa—, Cassian...
—¡¿No lo sabe?! Me encanta, voy a poder grabarlo en vivo y en directo.
Sus manos aplauden felizmente y siento como si me la contagiase a mí
también. Me he dado cuenta de que me resulta más fácil alegrarme desde la
felicidad de los otros que de la mía propia, espero que a partir de ahora eso
pueda cambiar.
—Adelante —le concedo entre risas.

Pasamos el resto del día explorando la ciudad. Cassian y papá se han


quedado en casa. He de admitir que no me convencía la idea, pero se trataba
de salir con mi hermana, así que me dio igual después. Ainhoa y yo fuimos
primero a un café, después al centro comercial, dimos vueltas por el centro
con la música a todo volumen en el coche...
Una tarde interesante. Por primera vez en mi vida me siento llena, por
completo llena. Para muchas personas podría resultar ser un agobio
introducir tanta gente nueva en su vida cuando siempre la ha pasado sola,
mi caso no es así. Después de tantos años de soledad, tanta actividad nueva
me resulta acogedora. Hoy me di cuenta de lo mucho que pueden cambiar
las personas. Mi hermana ya no es aquella niña asustadiza que yo protegía.
Ahora la veo como un igual. También me di cuenta de que le encantan los
capuchinos y los bizcochos de chocolate. ¿Alguna vez habéis pensado en la
vibra de alguien como un color? Pues la de ella definitivamente sería un
tono entre el marrón y el crema. Incluso vi algo maravilloso mientras
tomábamos el café.
—¿Y este tatuaje? ¿Qué significa?
Observo con detenimiento la brújula que lleva impregnada en su piel.
—¿La brújula?
—Sí, ¿por qué apunta al oeste? —frunzo el ceño.
—Porque apunta hacia la dirección en la que estás tú.
Caigo en cuenta que estoy sentada a su izquierda.
—¿En serio?
—Sí, siempre supe que, algún día, estaríamos así, sentadas la una al lado
de la otra.
Así es como descubrí que mi hermana se había tatuado por mí, pero ella
no es la única caja de sorpresas. Con una mano, echo mi pelo hacia un lado,
dejándole ver lo que hay detrás de mi oreja.
—¡Dios mío! ¡¿Es en serio?!
—Para que no pienses que eres la única a la que se le da bien sorprender.
Detrás de mi oreja llevo tatuada una A, pero muy pequeña. No suele
notarse porque siempre llevo el pelo suelto, pero ahí está, recordándome
que la persona que más he querido jamás lleva la misma inicial que yo.
Así es como después de eso acabamos en un probador, con doscientos
nuevos conjuntos y nuestras tarjetas de crédito con un ataque depresivo.
Todas estas horas con ella me han hecho tener una reflexión.
Y es que no sabes que tan feliz puedes ser hasta que tienes el motivo que
necesitas para serlo.
Capítulo 48
Nuestra última pieza del puzle
Siempre he sido una chica muy cerrada, de ideas firmes y metas claras.
Nunca me ha gustado que la gente se entrometiese en mi camino, menos
cuando había tratado de echarlos más de una vez, pero ¿qué sucede cuando
necesitas que eso que habías intentado alejar, se entromete cada vez más? O
peor aún, ¿qué sucede cuando tú deseas que se entrometa casi tanto como él
hacerlo? Ahí ya no hay nada por hacer, solo quitar los frenos y disfrutar de
la caída libre. Jamás creí que podría enamorarme. Debido a mis rarezas, a
mi enfermedad, a mis propias limitaciones, debido a todo.
En cierto punto de la historia dije que el amor significaba conocer el
pasado de alguien, pero que en mi pasado no había nada que mereciese la
pena conocer. Me equivocaba. Cuando amas a alguien, quieres que te ame
por lo que eres y tu pasado es lo que ha construido quién eres hoy en día.
Cuando alguien te ama, lo hace con todo lo que cargues a cuestas, con todas
tus cruces y todos tus demonios. Y cuando eso ocurrió, tardé en verlo. Tardé
tanto que estuve a punto de perderlo. Y yo es que tampoco creía en las
segundas oportunidades, pero cuando algo está destinado a ser, simplemente
será. Si me preguntasen que es el amor, contestaría que lo es todo. El amor
hace que saques a la luz tus instintos más primitivos para defender con uñas
y dientes aquello que amas. Te da impulso para saltar tantos metros como
nunca te creíste capaz. El amor es un motor que te da una fuerza
sobrehumana, capaz de romper cualquier barrera del más duro material y
aun así salir ileso. Y esta noche, iba a salir a festejar el primer fin de año de
lo que espero que sean muchos.
Me miro al espejo y termino de retocar mi maquillaje. Aplico sobra de
ojos negra y máscara de pestañas. Dudo entre si usar un pintalabios rojo
oscuro y al final me lo pongo. Llevo un largo vestido negro con lentejuelas
y una abertura en la pierna derecha, en la que llevo una cinta rodeando mi
muslo con colgantes. Busco en mi joyero el collar que va a adornar mi
cuello está noche y me decido por una cadenita de plata fina. Ya lista, sólo
me perfumo y enguanto mis manos en dos guantes negros de seda que
cubres hasta los codos. Cassian detrás de mí también parece estar listo. En
realidad, lleva listo una hora, pero vamos a fingir que he omitido ese
detalle.
—¿Y bien? —me giro llamando su atención.
Sus ojos se pasean desde mis tacones negros hasta mi cabello del que
descienden unas preciosas ondas naturales. Casi pierdo el control cuando lo
veo tragar saliva. Me mira con cierta lujuria en los ojos y una mirada
embelesada, como si mis curvas fuesen hipnóticas a sus ojos.
—Estás perfecta.
Se acerca a mí, coloca su mano en la parte baja de mi espalda para
acercarme más a él y atrapa mis labios de una forma intensa que hace que
quiera abandonarlo todo y cerrar la puerta. ¿Tan mal estaría? No
tardaríamos mucho. Solo con imaginarme en cómo sus dedos se deslizan
por mi espalda al bajar la cremallera de mi vestido provocando escalofríos
en mi piel y su mano rodeando mi garganta. Y como si mis pensamientos
fuesen plegarias, su boca danza sobre la mía incitándome a más. Sus manos
se enredan en la parte de atrás de mi pelo, atrayéndome hacia él con un
ímpetu asombrosamente húmedo. Manda escalofríos a todos mis puntos
débiles y causa estragos en todo mi sistema nervioso. Lo tomo por el cuello
de la camisa y mis labios le roban un jadeo.
Alguien toca la puerta y nos interrumpe, y menos mal, sino no creo que
saldríamos pronto de estas cuatro paredes.
—¿Estáis listos? ¡Aidan os está esperando!
—¡Sí, sí, ya vamos! —grito a través de la puerta mientras aparto a
Cassian, quien está atrapando el lóbulo de mi oreja.
Salimos de mi habitación para ir al salón, donde está todo aún adornado
con los decorativos navideños.
—¡Alondra, estás preciosa! —mi hermana toma mi mano y hace que dé
una vuelta para admirarme mejor—. Definitivamente todo en ti grita tu
estilo, me encanta.
—Muchísimas gracias, tú también te ves increíble —sonrío.
Un largo vestido blanco que se ajusta perfectamente a su figura, unos
tacones grises y un collar de perlas. Su piel se ve más morena con el
contraste blanco y caigo en cuenta de que no nos parecemos en casi nada.
Papá también se ve bien. Al igual que Cassian, lleva un traje de pantalón y
chaqueta negros con una camisa blanca debajo, a excepción de que Cassian
ha optado por dejar la chaqueta en la habitación y conservar solo la camisa
negra con un par de botones desabrochados.
—Nena, están llamando a la puerta, seguro es mi mamá.
—Claro, adelante —sonrío intentando ocultar el creciente nerviosismo
que se está apoderando de mí.
—¡Pero hijo, qué guapo estás! —un chillo entra en escena, ya sé de quién
es.
El aroma a caramelo inunda la estancia en cuanto Helen entra desfilando
un precioso vestido rojo de terciopelo a conjunto con su color de pelo. Sus
pendientes de un azul celeste conjuntan sus ojos y los hace resaltar aún más
en combinación con él pinta labios del mismo color que el vestido. Sabía
que escogería ese color. Igual que a mí me caracteriza el negro, a ella lo
hace el rojo.
—¡Alondra, cariño, estás divina! —aprieta mis manos e intento
corresponderle con la misma alegría, pero fallo en el intento.
Desde la primera vez que vi a Helen, supuse que nuestras personalidades
serían totalmente contrarias, pero de una forma u otra, siempre consigue
adaptarse a mí y a mis rarezas. Cassian la presenta y hacen los
correspondientes saludos mientras yo saco copas alargadas para servir vino.
También he colocado sobre la isla de la cocina algunos platos para picar,
aunque el verdadero secreto se está terminando de hacer en el horno.
Cuando miro el reloj y veo que faltan cinco minutos para la medianoche,
me dirijo al baño. Cierro la puerta y busco entre los cajones la pequeña caja
alargada que escondí ayer. Es una caja blanca rodeada por una cinta azul
vertical y otra horizontal, donde ambas se unen en el centro con un precioso
lazo. El tamaño de la caja es como en las que vienen las plumas para
escribir, pero en lugar de un bolígrafo o una pluma, hay una prueba de
embarazo positivo. Salgo del baño escuchando la cuenta atrás de los
últimos diez segundos del año. Cinco, cuatro, tres, dos, uno...
—¡Feliz Año Nuevo! —gritamos al unísono. Ainhoa me abraza y me giro
para abrazar a Cassian.
Lo que no me espero es lo que pasa a continuación. Cassian hinca una
rodilla en el suelo y saca una diminuta caja de terciopelo negro.
—Chiquitina, ¿me concederías el honor de ser tu marido?
Siento como las piernas me fallan y las manos a mis espaldas tiemblan.
En lugar de contestarle, me arrodillo junto a él y le muestro la cajita.
—¿Y esto? —frunce el ceño confundido.
—Tu respuesta, ábrelo —sonrío.
Apenas caigo en cuenta de que las miradas de papá, Ainhoa, Helen,
incluso Kassie están sobre nosotros con la mayor atención del mundo.
Cassian quita la cinta azulada y abre la cajita. Sus ojos se abren aún más en
señal de sorpresa, deja la caja en el suelo y toma la prueba con sus dos
manos para verlo de cerca.
—Nena, ¿esto es...?
—¡Sí!
En el mismo instante en el que sus brazos me rodean con fuerza, los
estallidos de los aplausos nos envuelven. No sabía qué me iba a proponer
matrimonio, jamás se me hubiese ocurrido. Tal vez esa fuese la razón de
que nunca formalizara lo que había entre nosotros, porque quería más. Él
quería más y yo se lo iba a dar. Porque no habría nadie más que pudiese
provocar en mí lo que él provoca. Porque él es el olor a lilas, la sensación
del sol sobre la piel. Él es la sensación de las noches de películas bajo la
manta mientras utilizo su brazo como almohada. Porque él es las bebidas
energéticas durante las tardes de verano y los refrescantes vasos de agua fría
durante las calurosas madrugadas. Porque él, pese a lo demás, es todo lo
que está bien para mí.
Porque Cassian es la pieza que me faltaba en el rompecabezas que
llevaba toda mi vida tratando de terminar.
—¿Crees que será niño o niña?
—Una niña —sonrío—. Sé que será una niña.
—Interesante, ¿y pensado en algún nombre?
—Valentina —asiento.
—Me encanta —sonríe
Valentina.
Tomo las dos copas y las relleno de vino, va a ser mi última copa hasta
dentro de nueve meses. Brindamos mientras miramos el brillante cielo con
los distintos colores de los fuegos artificiales. Su boca se acerca a la mía y
me eriza la piel cuando su aliento roza mis labios.
—Feliz Año Nuevo, Alondra.
—Feliz Año Nuevo, Cassian.
Fin
Epílogo

Siete años después...


El timbre suena y ya sé quién es. Ainhoa viene cada viernes a tomar el
café, pero hoy es un día especial, es el séptimo cumpleaños de Valentina.
—¡Tía Noa!
La niña corre de una punta de la casa a otra para rodear las rodillas de su
tía, quien le trae, como cada año, varias bolsas de regalos.
¿Saben? Yo siempre me había enorgullecido de mi color de ojos. Allá a
donde iba resaltaba, llamaba la atención. Aunque tardé veinticuatro años en
conocer de dónde venían, mis ojos de aquel gris tan particular siempre
habían sido mi rasgo más característico y distintivo, hasta que vi los de ella.
Valentina había heredado los ojos de Helen, esos ojos azules glaciales tan
imponentes. El pelo negro los hacía resaltar tanto como a mí los míos. Eso
sí, lo supe desde que la vi sonreír por primera vez, tiene la sonrisa de
Cassian. Esa sonrisa aniñada y risueña que los hace parecer niños por
siempre. Esa clase de sonrisa que hace que, sin quererlo, acabes sonriendo
también. Cuando nació, tanto Cassian como yo insistimos en hacerle una
infinidad de exámenes y estudios para determinar la caótica genética que
llevaba nuestra hija. Durante los tres primeros años de su vida vivimos
tranquilos, pero ambos sabíamos que no duraría mucho tiempo, pues a los
cuatro años, a Valentina le diagnosticaron el trastorno de la psicopatía. Al
instante supe que claramente era heredado de mi padre, pero de las tres
opciones entre mi enfermedad y la de su padre, la mejor sería esa, pese a
todo.
Aun así, Valentina vive como una niña medianamente normal. Cassian
vive enamorado de ella, pues suele llevársela a la empresa cada que puede.
Poco tiempo después de casarnos, Cassian encontró trabajo en una empresa
de programación, en una ciudad cercana a Asterfield, por lo que nos
tuvimos que mudar. Yo por mi parte, abrí una nueva empresa aseguradora,
además de la que ya tenía anteriormente. No nos va para nada mal, sobre
todo porque la idea que tuve de contratar directores hace unos años fue la
mejor, pues pude concentrarme más en Valentina y su trastorno.
—¡Mi amor, acaba de llegar tu padre!
—¡Voy!
Dejo las bolsas en el sofá y le abro. Me rodea con los brazos por unos
breves segundos antes de recibir en brazos a mi hija.
—¡Qué grande estás!
—Lo sé —admite ella.
—Venga, voy a enseñarte lo que te he traído.
Papá está al tanto de que su nieta tiene la misma condición que él, pero
también sabe que la psicopatía infantil no afecta de la misma manera que en
los adultos, por lo que simplemente finge ser el abuelo cariñoso. Hay cosas
que le importan, y sé que Val es una de ellas, pero naturalmente ser cariñoso
y atento no está en su forma de ser, pero tampoco va a permitir que ella
sienta su frialdad, eso solo podría empeorarlo. Aun así, convivimos con esta
realidad. Cassian y yo tratamos de hacerlo de la mejor manera. Hay cosas
por las que no nos preocupamos, como su rendimiento escolar. Es cierto
que a Cassian se le da bien estudiar, aunque no le ha gustado nunca y yo
siempre he sido un fenómeno en ello, pero nuestra hija nos superará por
mucho a ambos, lo sabemos. Y es que las personas psicópatas son
increíblemente inteligentes, con un coeficiente intelectual muy elevado.
También son muy independientes, por lo que tengo que estar buscando a
Val casi todo el tiempo porque ella no dice nada.
—¿Todo bien, chiquitina?
—Sí, sí, no te preocupes.
—Bien, te amo mucho.
—Yo también te amo a ti.
Deja un beso sobre mis labios antes de ir a darle un abrazo a mi padre y
mi hermana. Helen está obsesionada con Val y suelen ir al jardín a jugar o a
observar insectos, definitivamente es hija de Cassian.
Amo esta familia tan particular que tengo.
Agradecimientos
Quiero agradecer en primer lugar a la Editorial Ataraxia por ayudarme a
publicar mi segunda novela en el mismo año. La Dama de las Mentiras es
una historia muy personal para mí, y es un sueño hecho papel. Con esta
historia, he experimentado una y otra vez lo que es el tan conocido bloqueo
escritor, podía escribir tres capítulos en una semana y luego pasar cuatro
meses sin escribir y por eso quiero agradecerle a Fernanda por su paciencia,
su comprensión y su dedicación a opinar de cada capítulo.

También agradecerle a mi prima, que, pese a que nos separen más de


cuatro mil kilómetros, siempre ha estado ahí para guiarme cuando me
obsesioné con escribir un romance fuera de lo común, sobre todo uno real.
Nunca me ha juzgado y ha creído en mí desde el primer momento en el que
empecé a escribir. Le agradezco los consejos, las críticas constructivas que
siempre me ha dado y toda su infinita comprensión.

Gracias a mi madre, por confiar en que podría hacerlo incluso en los días
en los que pensaba abandonar la historia y dejarla a oscuras cogiendo polvo
en un cajón. Gracias a mi hermana, por las noches en las que trasnochaba
por escuchar mis locuras para la trama o para el próximo capítulo.

También le agradezco a las personas que se han tomado el tiempo de


hacerle una reseña en redes sociales, como @_lunirabookss_, que lleva
reseñando mis libros desde que empecé y @_booksbysophs_, gracias.
Gracias a todos los lectores que estuvieron pendientes de la historia cuando
aún se estaba actualizando, agradezco la espera y solo puedo decir que
mereció la pena. Le agradezco a @nddes_ign por la preciosa portada, la
contraportada, el lomo y las ilustraciones de las notas anónimas. Gracias
Natalia, por la paciencia que me has tenido con mis indecisiones respecto a
la portada y a todo, haces un trabajo increíble. Gracias a @im_evans_ por
aventurarte a ilustrar algunas escenas sin tener casi experiencia en ello,
confío en que serás una gran ilustradora algún día y cuentas con todo mi
apoyo.
Me agradezco a mí, por no rendirme cuando no tenía ganas de seguir, por
haber escrito algunas escenas con lágrimas en los ojos solo por el placer de
que algún día esas escenas estarían en papel.

Y, por último, gracias a cierta persona que, si no hubiese conocido ese día
en aquella cafetería y no hubiésemos vivido todo lo que vivimos, hoy no
existiría esta historia. Gracias porque, pese a todo, me dejaste muchas
lecciones, una gran historia por escribir y el aroma de las lilas. Te guardo en
un rincón de mi corazón para siempre.

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