La Dama de Las Mentiras - Alessandra Danielle
La Dama de Las Mentiras - Alessandra Danielle
La Dama de Las Mentiras - Alessandra Danielle
Suena interesante
Estoy ocupada ahora, pero
puedes pasarte en dos horas
Holaa
¿Cómo estás?
CASSIAN: Hola
Cuando me dio las buenas noches eran cerca de las cuatro de la tarde,
habíamos hablado como por tres horas seguidas. Y no, no me insinuó nada.
Me hizo preguntas triviales propias de una web de preguntas para conocer
gente, pero no me mandó ninguna foto imprevista ni nada. Me sigue
pareciendo rarísimo. Ahora mismo me encuentro en el mostrador de una
pizzería, esperando por mi pedido. Resulta que la pizzería a la que siempre
llamo acaba de cerrar y ahora me encuentro con el problema para elegir otra
pizzería a la que llamar cuando no me apetece cocinar, que suele ser muy a
menudo. Una notificación prometedora amenaza con no dejarme morir del
aburrimiento durante mi larga y eterna espera.
CASSIAN: Hola
CASSIAN: ¿Cómo estás?
CASSIAN: Yo acabo de llegar a casa
Holaa
Bien, esperando por mi pizza
Bien, lo de siempre
Mucho trabajo y demás
De Administradora
Financiera jajajaja
No suelo darle detalles de mi vida privada a nadie, pero hay algo en
nuestros mensajes y en nuestra forma de escribirnos, que hace que sienta
una comodidad casi desconocida, hace que quiera compartir demasiadas
cosas de mi misma, incluso muchas otras que no deberían ver la luz jamás.
Y Cassian parece ser demasiado inocente como para entenderlo. Tal vez
nunca le vaya a contar nada demasiado personal, pero me saca alguna que
otra sonrisa y eso me sirve.
CASSIAN: Hmmm….
CASSIAN: Disculpa, pero soy
un poco paleto
CASSIAN: ¿Qué es exactamente?
CASSIAN: Vaya….
CASSIAN: Me acabas de
dejar loco jajaja
CASSIAN: Eres super lista
entonces
Si
;)
Cenar, ¿y tú?
CASSIAN: Que te aproveche
CASSIAN: Tomarme una cerveza
Gracias
Anda que invitas
CASSIAN: Pues ven
CASSIAN: Oye, ¿estás ocupada?
Mejor dame tu
número
CASSIAN: Que curiosa forma
de pedirme el numero
No flipes, la app
no me va bien
No se que le pasa
Por fin he terminado de leer mi libro, así que ya puedo empezar el que
me compré la semana pasada. Amara sigue intentando descubrir
información preguntándome sobre Cassian, pero no le he contestado. Por su
parte, él es súper agradable, además de tierno. Está confirmado que es uno
de esos chicos tan buenos que se siente hasta ilegal pensar algo más allá de
la bonita y virtual amistad que compartimos. El sonido de notificación de
mi teléfono me distrae de mis pensamientos. Vaya. Cassian mandándome
otro meme. Nos mandamos memes consecutivamente para morir de asfixia
por reír como dos estúpidos en llamada. Salí a comprar mientras estábamos
hablando por teléfono y la sensación de que me estuviesen siguiendo fue
tan obvia que Cassian me preguntó si estaba bien, ya que me había quedado
en silencio por varios segundos. Quisiera poder decir que era de noche y era
totalmente comprensible, pero el problema está en que caminaba por la
calle mientras me sentía perseguida a plena luz del día. Que no digo que no
pueda pasar nada, pero simplemente es más improbable que alguien
quisiese lastimarme con decenas de personas mirando. Cada vez estoy más
cerca de poder afirmar que me están siguiendo, pero además de las malditas
notas no tengo nada más. Las notas bien podrían haber sido de cualquier
niñato aburrido, aunque no me da esa impresión.
JAJAJAJA
De nada
CASSIAN: FOTO
CASSIAN: Voy a salir, opina
¡Joder!
Como que aquí empieza a hacer calor, ¿no? ¿No?
Vale, ya se sabe que Cassian es atractivo, ¿pero tanto? La foto está
tomada desde arriba. Resaltan las gafas de sol y el abundante pelo rizado
con los laterales recortados. Su outfit está compuesto por una camiseta
negra simple, chaqueta estilo Bomber azul con las mangas blancas que lleva
sin abrochar y unas zapatillas blancas con dos rayas azules, que todo ello
conjunta a la perfección con los vaqueros azules oscuros.
CASSIAN: JAJAJA
CASSIAN: Que graciosa, vaya
CASSIAN: Me voy ya, hablamos,
besitos
Cuidate y disfruta
Jennifer se tuvo que ir al poco rato, por lo que quedé sola en casa. Eso no
me disgustaba, todo lo contrario. Hacía días que Jennifer no me dejaba sola
por miedo a que necesitase algo y no pudiese alcanzarlo, pero ahora con las
muletas todo es mucho más fácil, aunque cambiarse de ropa sigue siendo
una tarea bastante complicada.
Me levanto con ayuda de las muletas para ir al baño, al llegar observo mi
reflejo. Las cicatrices en mi rostro siguen siendo algo evidentes, pero se
confunden con la piel a simple vista, hasta me dan un toque sexy. Una fina
línea en el lado izquierdo de mi labio superior marca la diferencia, sonrío
por inercia. En mi mejilla derecha hay otra fina línea más clara que cruza
hacia abajo pero no es muy larga, apenas tres o cuatro centímetros. Las
ojeras se me notan bastante, puesto que solía dormir boca abajo y con una
pierna estirada, ahora duermo boca arriba y esa es la segunda razón por la
que me cuesta conciliar el sueño, la primera son los pensamientos intrusivos
y las imágenes que vienen con ellos, bastante perturbadoras la verdad. Un
sonido proveniente de la habitación capta mi atención, entro en alerta
automáticamente. Pego mi oreja a la puerta cerrada del baño, silencio. Ese
silencio no dura mucho y otro golpe más fuerte me sobresalta. Escucho
pasos y caigo en cuenta de que mi teléfono está en el salón, mierda.
Empiezo a ojear rápidamente el baño en busca de algo con lo que
defenderme, pero de poco serviría. Siendo sincera, si alguien ha venido a
matarme lo tiene fácil, porque con las piernas rotas es difícil que pueda
defenderme, a menos que...
Que logre ir por la pistola que tengo guardada.
Sigue en la caja fuerte, donde Jennifer me obligó a guardarla la última
vez. Sigo recordando la combinación, pero al salir del baño estaría en el
pasillo, donde a mi derecha queda mi habitación, lugar de donde provienen
los golpes, y a mi izquierda el tramo del pasillo que lleva al salón. Salir del
baño me dejaría enfrente de mi habitación y no parece una buena idea. Me
empiezo a poner más nerviosa con cada segundo que pasa, otro golpe
seguido de pasos silenciosos me atormenta. El baño empieza a asfixiarme,
¿me lo parece a mí o se está haciendo más pequeño? Necesito salir de aquí.
Confirmo los pasos y la presencia de alguien en mi casa cuando mi teléfono
suena desde el salón. En cuanto la melodía suena, los pasos de escuchan
frente a la puerta, seguidos de la sombra que veo por debajo de la puerta
moverse en dirección al salón. Necesito salir de aquí, lo necesito, pero ya.
El aire me falta y me cubro la boca con ambas manos, me aterra hacer
cualquier sonido que revele que estoy en casa, porque si no, ¿por qué habría
entrado? ¿O tal vez esperaba que estuviese en casa y sola? Ese pensamiento
me horroriza y manda a mi mente todo tipo de escenarios.
Stop.
Intento parar de pensar, no funciona. Sigo escuchando pasos, sigo viendo
sombras por debajo de la puerta.
¿Será que de nuevo...?
No, imposible. Hace meses que no.
Los pasos cesan por un momento. Me armo de valor, cojo aire y abro la
puerta elevándola todo lo que puedo hacia arriba, para evitar el ruido todo
lo posible. Aguanto la respiración para estar atenta a cualquier ruido. Me da
miedo mirar a la derecha, pero lo hago. En eso consiste la vida, ¿no?
Hacerlo, y si te da miedo, hacerlo con miedo. Bien, pues eso estoy haciendo
yo ahora mismo. Con el corazón golpeándome en la garganta y el oxígeno
abrasándome los pulmones, me sorprendo cuando no veo a nadie en mi
habitación, aunque la puerta esté entrecerrada. Quién sea que esté en la
casa, puede estar en cualquier rincón de la habitación que no veo desde aquí
por la puerta casi cerrada. Me apuro con cuidado de no hacer ruido y sin
dejar de mirar hacia atrás, sin perder de vista la puerta, por si alguien sale
en cualquier momento. Tengo que llegar hasta la caja fuerte, estoy a tan
sólo dos metros. Me detengo de golpe y me tambaleo. Tengo la sensación
de haber chocado con la pared del pasillo cuando miro hacia adelante y me
siento desfallecer. Una figura alta y encapuchada está de pie frente a mí, sus
ojos son lo único que veo y los tengo a centímetros de mi cara.
Grito hasta sentir que mi garganta se desgarra antes de caer hacia atrás,
las muletas a un lado caen también. Apenas siento el dolor por el shock
mezclado con la adrenalina.
Mi vista se clava en el techo y se vuelve borrosa justo cuando esa figura
se inclina hacia mí. Los ojos me pesan y la cabeza me duele, creo que voy a
desmayarme a merced de un encapuchado que se ha colado en mi casa...
No jodas.
Miro por encima del escritorio, busco en los bolsillos de todas las
prendas que llevé ayer. Busco en los lugares de la casa en los que suelo
dejarla. Y efectivamente, me he dejado la cartera en su casa. ¿Cómo se
puede ser tan imbécil? Siendo yo seguramente.
No me jodas.
Miro por encima del escritorio, busco en los bolsillos de todas las
prendas que llevé ayer. Busco en los lugares de la casa en los que suelo
dejarla. Y efectivamente, me he dejado la cartera en su casa. ¿Como se
puede ser tan imbécil? Siendo yo seguramente.
No parece que vaya a tocar el tema y eso me está poniendo de los
nervios. ¿Qué quiere? ¿Va a hacer como si nada? Bien, si ella puede, le voy
a enseñar que yo también.
Hasta mañana
Tú a mi no me dejabas quererte,
y tú no sabías valorarme,
antes no sabías ni quedarte
Un par de ojos grises vienen a mi cabeza... Ya estoy cantando la canción,
me la sé a la perfección. La he escuchado mucho desde entonces...
Ya sé que estoy loco,
que no soy normal,
y a veces hago cosas que sé que están mal,
pero doy por ti lo que nadie va a a dar,
y ahora dime que,
tú no estás sin mí,
que tú eres mi niña y que yo soy pa' ti,
Cuando estaba solo yo te conocí,
y haré lo que sea pa' que seas feliz...
Necesito una cerveza urgentemente. Dejo el ordenador y me levanto para
ir a la nevera aún con la canción en mente. A ver, seamos realistas, sólo la
conozco desde hace dos meses más o menos, es imposible que sienta algo
por ella. Tal vez sea cariño, tal vez sea lo parecidos que somos, lo
identificado que me sentí con ella cuando la conocí. Abro la nevera, tomo
una cerveza. Mamá está jugando al teléfono, noto su mirada crítica en mi
nuca a mis espaldas.
—¿Cómo va el examen? ¿Te lo estás preparando bien, cariño?—pregunta
con ese tono dulce y aparentemente inofensivo.
—Sí, mamá, todo bien —le sonrío al despegar mis labios de la lata.
—¿Seguro?
Mierda.
Mis defensas se agrietan un poco hasta terminar de agrietarse y quebrarse
por completo. Me siento en la silla al otro lado de la mesa, quedo frente a
ella.
—Mamá, ¿por qué a veces las mujeres sois tan complicadas?
Mamá ríe y sus ojos azules que por desgracia no heredé se entrecierran
en un gesto tierno.
—Cada mujer es una melodía, hay algunas que suenan más graves y
dulces, otras que suenan más agudas y desconcertantes, sólo tienes que
saber cómo suena ella y, como un piano, saber que tecla tocar para seguir su
sinfonía.
Proceso las palabras de mamá. Si Alondra fuese una pieza de piano,
definitivamente sería tranquila, pero misteriosa, mezclando acordes agudos
y graves.
—Gracias, mamá —dejo un beso sobre su mejilla.
—De nada, cielo —sonríe con esa amabilidad que nunca pierde a pesar
de los años.
Vuelvo a mi habitación con dos cervezas más. En algún punto de la
noche me quedo dormido, pero no me doy cuenta hasta que escucho el grito
de mi madre desde algún lugar de la casa.
—¡Cassian!
Levantó la cabeza del escritorio. No jodas que me he dormido aquí.
Mierda.
No he estudiado.
—¡Cassian!—vuelve a gritar mamá.
—¡Estoy vivo!—anuncio aún procesando.
—¡Vale!
Los ojos se me entrecierran y...
¡Boom!
—¡Joder!—me levanto de golpe.
Acabo de meterme un cabezazo monumental contra el escritorio. Tengo
los apuntes esparcidos por todos lados, en el escritorio, en la mesa, hasta en
el suelo. Perfecto, y el ordenador en stand by. Miro la hora, aún me quedan
cuarenta y cinco minutos para salir de casa. Me apresuro a echar una ojeada
rápida a los apuntes antes de irme al baño y ducharme mientras los repito
mentalmente. El agua me despeja un poco, pero no consigo retener la
información, joder. Sigo repasando mentalmente e incluso en voz alta hasta
parecer un lunático con esquizofrenia, pero nada, no hay manera. Salgo con
la toalla alrededor de mi cintura y casi resbalo antes de llegar
milagrosamente vivo a mi habitación. Saco un par de pantalones vaqueros
azules y una camiseta de tirantes blanca, meto los apuntes en la mochila sin
ordenar, porque no tengo ni puta idea del orden en el que van, junto con el
portátil y salgo.
—Nos vemos luego —dejo un beso en la mejilla de mamá antes de irme.
—¡Adiós, cariño, mucha suerte! —escucho a mis espaldas tras cerrar la
puerta. Bajo los escalones y abro la puerta del portal, el frío matutino me
abofetea.
Estoy entrando por el pasillo de la universidad, dirigiéndome hacia el
aula del examen. ¿Es normal sentir tanto miedo ante algo que se me da tan
bien?
Capítulo 15
Una rosa de pétalos afilados y espinas venenosas
Del trabajo me llegan cientos de mensajes de todos los trabajadores
deseando que me recupere pronto. Llevo ya casi un mes y medio de baja,
pero trabajo desde el ordenador en casa. ¿En qué nos habíamos quedado?
Ah, sí.
Cassian.
Pues no vino por su cartera y su chaqueta, al parecer está de exámenes
desde hace dos semanas. No sé qué tendrá ese tío que me suena a excusa
barata todo lo que dice. Desde que volví a tomarme la medicación ya no
escucho pasos en casa, pero sí estoy segura de que la primera vez que los
escuché si habían sido reales, no fueron un producto de mi imaginación.
Aunque los pasos ya no me hayan atormentado, me siento vigilada cuando
me pongo a trabajar en el ordenador. Es como si a través del ventanal, que
Cassian todavía tiene que arreglar, alguien me vigilase, pero con los árboles
de la acera nunca alcanzo a ver a nadie.
Eso es.
Cassian aún debe venir a arreglarme la ventana. Resulta que cuando me
di cuenta de que estaba evitándome, o al menos es lo que parece que hace,
me dije a mi misma que no. Jamás me había evitado un hombre y él no iba
a ser el primero. Así que me he propuesto hacer que me busque, tengo todo
un plan para ello, tan sólo estén atentos, cada detalle cuenta. Podría parecer
algo inmaduro para la edad que tenemos, pero tengo una dignidad y un
orgullo y me sentiría horrible buscándolo yo. Así que frente a ser adulta y
madura para sentirme mal conmigo misma, prefiero hacer que sea él quien
tenga la iniciativa. Con un plan perfecto en mente y una voz cálida y suave
es como me encontraba al teléfono, esperando a que contestase, y bingo,
cuatro tonos más tarde su voz suena a través de mi teléfono.
—Dime.
—Oye, ¿estás haciendo algo?—uso una voz melosa.
Tartamudea un par de veces antes de contestar.
—Eh...no, ¿por?
Sonrío con suficiencia, gran suficiencia.
—¿Puedes venir a arreglarme la ventana? Me entra frío...
—Claro, dame un rato y voy.
Media sonrisa se dibuja en mi triunfal rostro.
—Vale, tú sin prisa.
—Dale, nos vemos más tarde.
—Perfecto.
—Chao.
—Chao.
Cuelgo la llamada y de mis labios brota una pequeña risa. ¿Veis? Así una
consigue lo que quiere. ¿Y he dicho "por favor" en algún momento? No,
¿no? Faltaría más, pedirle que por favor arregle la ventana que él rompió.
Me pongo en pie y ordeno la casa todo lo que puedo, vamos, que todo
brille. Dejo los adornos de forma simétrica en la estantería, el florero con
flores artificiales en el centro de la mesa de cristal que hay frente al sofá,
separándolo de la televisión y pongo al fuego unas tortitas que voy a
preparar con chocolate. El olor a chocolate inunda toda la casa y abro un
poco la ventana para que el ambiente no se vuelva muy pesado. Mientras
escojo la ropa cómoda que voy a usar, pongo a Jennifer al tanto de mi plan
en un audio de aproximadamente diez minutos, si, todo un podcast que ella
siempre escucha religiosamente cada que puede. Entro a la bañera y me
sumerjo en el agua con olor a rosas y bolas de baño junto con otras sales
minerales que tengo, por algo me paso el tiempo libre en el centro
comercial. Estoy segura que mi tarjeta de crédito algún día saldrá ardiendo
mientras la paso por un lector. Recibo una notificación de Cassian a las dos
horas informándome de que ya sale de casa, le contesto pasada media hora.
Si el trayecto es aproximadamente una hora y por la tarde siempre hay
atasco en el centro, debería estar frente a la puerta de mi casa en una hora o
menos. Tiempo más que suficiente para perfeccionar mi plan. Termino de
enjuagarme el pelo cuando escucho sonar el timbre de la entrada.
¡JODER!
Odio tantísimo que interrumpan mi baño de sales y agua de rosas. Aún
con el pelo enjabonado me paso una toalla negra alrededor. Más vale que
sea el pedido que hice de lencería la semana pasada, a este paso me va a
tocar poner una reclamación y no es que me apetezca mucho, la verdad.
Vuelve a sonar el timbre mientras termino de atravesar el pasillo.
—¡Que sí! ¡Ya voy!—grito al borde de la impaciencia.
¿Qué coño?Abro la puerta, decidida a gritarle a la querida personita a la
que al parecer le faltan dos neuronas y una está defectuosa, porque al
parecer la paciencia es una de las cosas que no le enseñaron en su casa, pero
me trago todas mis palabras. Nadie. Miro hacia los lados sin salir del porche
de mi casa, pero sigo sin ver a nadie. Quiero pensar que se han equivocado,
aunque la insistencia no me da esa sensación, quiero pensar que eran
simples niños, pero lo que descansaba sobre mi felpudo no podía ser obra
de unos simples mocosos aburridos.
Un ramo de rosas rojas perfectamente envuelto con una cinta negra para
mantenerlas juntas descansaba frente a mis pies, con una nota, otra nota.
Agarro el ramo y cierro la puerta con doble seguro. Mentiría si dijese que
no me quedé mirando por la mirilla durante unos segundos, pero no vi nada.
Dejo las rosas sobre la mesa y termino de quitarme el jabón. ¿Quién las ha
mandado? Cassian acude a mi mente por un momento, pero no parece algo
que él fuese a hacer ni siendo el hombre más enamorado del mundo.
¿Entonces? Ya vestida con unos pantalones cortos de seda rosa chicle y un
camisón de tirantes del mismo color, voy al salón a ver las malditas flores.
Son muchísimas. Cojo la nota que hay entre las rosas del centro y un
escalofrío recorre toda mi columna vertebral.
Aún estoy asimilando lo del ramo de flores cuando me llega una voz
anciana a pocos metros.
—¡Qué bonitas!
Una señora mayor va pasando frente a la puerta que separa la calle de mi
jardín, mientras yo sigo petrificada en el porche de la puerta principal. Me
fuerzo a sonreír.
—¡Lo son!
La anciana sonríe también, realmente admira las flores.
—Se ve buen chico y si él te mandó esas flores, ¡está claro que lo es!
—Un momento, ¿qué chico? —frunzo el ceño y, al ver la expresión
confundida de la anciana, añado—, es que tengo amigos también.
—El chico de los ojos azules, paso mucho por aquí y le veo de vez en
cuando esperando a que le abras, ¿se habrá quedado sin llaves?
Steven viene a mi cabeza de inmediato.
—Sí —añado con una risa—, siempre olvida las llaves. ¿Y qué hace
mientras espera?
—Oh, nada querida. Simplemente se para frente a la puerta, justo aquí
donde estoy yo y mira a ver si te ve, pobrecito.
¿Pobrecito? ¿En serio? Claro, es una señora mayor que piensa que tengo
novio cuando no es así, no la puedo culpar. Entre algunos comentarios y un
par de risas entro de nuevo a mi casa, asegurándome de que he cerrado bien
la puerta. ¿Dónde dejo yo ahora esto? Es enorme. Ya lo pensaré luego,
necesito un café urgentemente. Dejo el enorme ramo de rosas sobre la mesa
del salón y a pocos metros me preparo un café frío, ventajas de tener cocina
americana supongo. El timbre me sobresalta, miro por la ventana antes de
abrir.
Joder, es Cassian.
Me cierro la bata alrededor de la cintura, tomo una gran bocana de aire y
le abro la puerta. Está igual de guapo que siempre, una camiseta de tirantes
gris y un pantalón corto negro, sencillo pero perfecto. Me sonríe antes de
abrazarme. No se siente como un abrazo falso y por cortesía, sino real y
sincero. Ah y, cómo no, apesta a alcohol, pero no se le ve afectado.
—¿Cómo estás? —me pregunta y sé que se refiere a la pierna.
—Perfectamente, ya apenas duele, las cicatrices han desaparecido por fin
así que parece que la Alondra de siempre está de vuelta —sonrío llena de
alegría, es cierto.
Él por su parte me devuelve el gesto, puro y sincero. A veces me
pregunto, ¿cómo es posible que un ser que transmite tanta bondad a la vez
dé la impresión de que oculta todo un mundo bajo la manga? En este
momento me sonríe de oreja a oreja y puedo jurar que en sus ojos he visto a
su niño interior.
—Me alegro mucho, de verdad, y sabes que tienes todo mi apoyo —su
mirada insistente me hace apartar la mía.
—Gracias.
Aparta la vista hacia el ramo de flores, frunce el ceño.
—¿Y eso?
Sonrío con suficiencia.
—No me ha dado tiempo a tirarlas, será de uno de mis muchos
admiradores.
—Qué bien, ¿no?
Sí, ja, jódete. Te estás muriendo de celos.
—Sí, bueno —es todo lo que digo y me encojo de hombros.
Se estira y mira hacia la ventana.
—Oye, antes de ponerme con tu ventana, ¿tienes cervezas?
—Claro, y mi casa es un bar, no te jode —entorno los ojos mientras
arrastro los pies hacia la nevera.
—Pues no estaría nada mal, me pasaría todo el día aquí, vamos —le
escucho reír de fondo.
Este hombre tiene cierto problema con el alcohol, ¿no os parece?
—Y bien Cassian, ¿cómo te van los exámenes?
Destapo dos cervezas y le tiendo una de ellas. Me lo agradece y pega un
sorbo que, por lo menos, ha debido de dejar la cerveza a la mitad. ¿Este tipo
piensa conducir de vuelta borracho perdido? Algo me está poniendo de mal
humor repentinamente, pero lo reprimo.
—Pues bastante bien, la verdad. Estoy un poco cansado, pero bien, de
momento lo estoy aprobando todo y eso es lo que me importa.
—Me alegro, ya sabes, si necesitas ayuda con algo...
—¡Oh, claro! Te lo agradezco mucho —su sonrisa es demasiado
contagiosa como para obviarla, ahora los dos sonreímos.
Pasamos un rato charlando y siento que el tiempo vuela. Mentiría si
dijese que no la paso bien con él, y que no me hace desconectar de todo lo
que hay en mi cabeza, y de lo que no hay, que también hay que decirlo.
—Bien, pues voy a arreglarte la ventana —me guiña un ojo.
Dejo que Cassian se ponga a lo suyo y yo me siento en la isla de la
cocina. Desde aquí veo su espalda y el momento exacto en el que se quita la
camiseta para poder trabajar más a gusto. Sus músculos se contraen con
cada movimiento de su brazo, es casi hipnótico para la vista. Sigo dándole
sorbos a mi cerveza mientras lo veo trabajar. Sus ojos muestran lo
concentrado que está en la tarea, murmura por lo bajo casi cada movimiento
que hace o tendrá que hacer, mide y comprueba. Se ve a leguas que sabe lo
que hace.
¡Mierda, las tortitas!
Después de darles la vuelta pongo algo de música, reggaetón viejo, de lo
mejorcito. Cassian reacciona enseguida tarareando la canción, pero sin
apartar la mirada del cristal envuelto que está midiendo. Ha quitado el
ventanal entero y he de decir que se agradece el aire fresco que entra ahora.
Me vuelvo hacia las tortitas para untarlas de chocolate y enrollarlas cuando
siento a Cassian a mis espaldas, el olor a perfume lo delata.
—¡Qué buena pinta!
Bueno, vale. Voy a ignorar que casi se me sale el corazón del pecho.
Me giro hacia él con una tortita enrollada en la mano, se la ofrezco.
—¿Quieres?
Apenas me percato de que su torso desnudo, marcado y brillante por las
gotas de sudor está a apenas tres centímetros de mí, joder. El calor inunda
mi pecho y lucho por controlar mi respiración, le miro a los ojos. Siento su
aliento en mi frente, aquí empieza a hacer demasiado calor.
—Claro —sonríe, pero no del habitual modo en el que suele hacerlo, sino
otro tipo de sonrisa.
Esa misma sonrisa que lucía en su expresión el día que me besó.
Casi se me paralizan los cinco sentidos cuando muerde la tortita
directamente de mi mano. El chocolate deja su huella en la comisura de sus
labios, en el lado derecho y siento como se me humedece la boca.
—Riquísimo —dice apenas termina de tragar y no me pasa desapercibido
el movimiento en su garganta.
—Quiero más.
Siento su mirada sobre mis labios, lucho por no hacer lo mismo pero la
tarea se me hace cada vez más complicada.
Él no se queda corto tampoco, su pecho sube y baja con un ritmo
irregularmente sensual y se moja los labios antes de hablar, ahora lucen
brillantes y demasiado apetecibles.
Lástima para él que mi plan empezó hace un rato.
—Pues cógelo —sonrío mientras le miro directamente a los ojos.
Jaque mate.
Me ofrece una media sonrisa lasciva mientras se acerca lenta y
tortuosamente, hacia la tortita claro. Muerde sin apartarme la mirada y ese
simple gesto me enciende más de lo que debería admitir.
—¿Te gusta? —mi voz es un susurro, aposta para ponerlo de los nervios.
—Me encanta —su voz grave me enciende todavía más si es posible—.
Toma, debes probar tu propia obra de arte.
Me quita con delicadeza la tortita y la gira hacia el lado donde ha
mordido. Abro la boca y, sin apartar la mirada de sus ojos analíticos, le doy
un muerdo a la tortita, siento el calor del chocolate sobre mis labios.
Sí, ahora sí que me está mirando la boca.
—Te has manchado... —su mirada sigue puesta sobre mis labios.
—¿Ah, sí? ¿Dónde? —pregunto desafiándolo.
Su mano se acerca hacia mí y se posa sobre mi mejilla, suave y cálida.
—Aquí.
Con una sonrisa contenida se acerca poco a poco, tanteando el terreno y
entreabro los labios por inercia, pero sus labios no llegan a tocar los míos.
En cambio, siento la punta de su lengua húmeda y caliente sobre la
comisura de mis labios, ahí donde el chocolate me había manchado.
Fijo la vista descaradamente en su boca cuando se aparta.
—Tú también te has manchado...
—¿Dónde? —susurra sin dejar de mirarme a los ojos.
Este hombre está cachondo perdido, una risa estalla en mi interior, pero
no la dejo ver. Me encanta tentarlo.
Alterno la mirada entre sus ojos y su boca antes de hablar.
—Aquí.
Me pongo de puntillas y, con la punta de mi lengua, me llevo el rastro de
chocolate en la comisura de sus labios, excediéndome un poco más. Un
jadeo escapa de sus labios, lo siento sobre mi boca. Me mira a los ojos por
un breve segundo antes de apartar el plato que hay en la isla de la cocina y
tomarme por las caderas para sentarme encima. Se hace hueco entre mis
piernas mientras sus manos me sujetan con fuerza por la cintura, sus ojos
hambrientos se pasean por mi boca.
Bien, que empiece el juego.
La intensa mirada de Cassian se pasea levemente por mis labios antes de
atacarla con fiereza, Dios mío. Su lengua juguetea perfectamente con la mía
en una sincronización no calculada. Lame, succiona y muerde como si mi
boca se tratase del más dulce fruto que jamás ha conocido, y puede que así
sea. Su habilidad para subir la temperatura de mi cuerpo me deja perpleja.
Acostumbrada a tener siempre la situación bajo control, decido tomar las
riendas. Le tomo por la nuca para profundizar el beso, pero tan sólo por un
momento, después separo mis labios de los suyos para torturar su ansia. Su
respiración, igual de agitada que la mía, calienta mis labios, siento que voy
a morir aquí mismo.
—Me encantas, Alondra —dice entre jadeos.
—¿Ah, sí?
—Sí, ¿qué tengo que hacer para que me creas?
Su tono casi suplicante me genera una satisfacción desconocida.
—Callarte y demostrármelo.
Al parecer mis palabras son el motivo que necesitaba para dejar de
reprimirse, dejar atrás la faceta del chico bueno y sacar su verdadero ser a la
luz, porque su cara se tiñe con un semblante que mezcla lo macabro y roza
la locura, una sonrisa demente y una mirada decidida son suficientes para
que sienta arder cada zona sensible de mi cuerpo. Siento su mano en mi
cuello y me siento desfallecer, me mira por unos segundos.
—Es esto lo que quieres, ¿verdad?
—Sí —digo entre susurros, maravillada por la situación y su giro
drástico.
—No voy a ser ni gentil ni amable.
—No quiero que lo seas.
Me mira como si intentase saber que diablos me está pasando por la
cabeza, pero puedo asegurar que no quiere saberlo, ¿o tal vez sí? Sea lo que
sea que encuentra en mi mirada, lo satisface.
—Arrodíllate.
Su orden debería haber hecho que me rebelase, pues nunca he dejado que
nadie me dé órdenes, que nadie me gobernase, no soy la perra de nadie,
pero hay algo en Cassian que saca mis instintos más primitivos y ellos me
llevan a obedecerle sin oportunidad a réplica, quiero desobedecer, pero no
puedo, con él no.
Así que hago exactamente lo que me dice y me bajo de la encimera para
arrodillarme. Su mano sigue en mi cuello pero pasa a mi pelo. Dios, si su
mirada pudiese dejarme de piedra, ahora mismo sería la más sexy estatua.
Desde aquí abajo se ve tan pero tan imponente, tan sensual, tan hecho para
esto.
—Hazlo como mejor sepas.
—Soy novata, ¿no quieres enseñarme?
Su media sonrisa florece y me doy cuenta de que no me cree una palabra.
—No mientas a un mentiroso, pequeña mentirosa.
Eso basta para que me encienda y deje atrás todo intento por ser sumisa,
al menos no ese tipo de sumisa clásica que todos conocemos, yo soy
distinta.
Yo soy peor.
—Soy todo tuyo, mi niña.
Cassian quita la mano de mi pelo y se pasa ambas manos por detrás de la
cabeza, dejándomelo todo a mí.
Será hijo de puta.
Me encanta.
Me pongo de pie y empiezo a rozar con mis labios su mejilla, a delinear
la marcada línea de su mandíbula con mi lengua. Un suspiro escapa de sus
labios cuando mi lengua roza el lóbulo de su oreja, una zona demasiado
sensible para él por lo que veo. Me aprovecho de su momento de debilidad
y sigo lamiendo y besando su cuello, su mano aprieta mi cadera. Siento
todo el cuerpo en llamas, zonas sensibles palpitando dolorosamente, pero
no pienso parar, no voy a parar.
¿Saben? Esto se siente como si estuvieses conduciendo sin frenos y
acelerases a sabiendas de que te vas a estrellar. Así se siente lamer su
cuerpo, besar su piel. Bajo por su cuello, mis besos erizan su piel. Delineo
la marca de su clavícula, bajo por su pecho, me guío por las líneas de su
marcado abdomen, esto debería ser pecado. Mi lengua desciende hasta el
cierre de su pantalón, le escucho soltar maldiciones por lo bajo.
—Me cago en la puta —dice entre jadeos y suspiros.
No digo nada, pero no porque no sepa, sino porque no me salen las
palabras, aunque hay tantas por decir...
Desabrocho sus pantalones, bajo su bóxer, y wow...
He de decir que no está nada mal. No os voy a decir que es lo más grande
que he visto en mi vida, pero tiene pinta de que no me voy a quedar con las
ganas. Empiezo lamiendo y dejando besitos húmedos, eso parece volverle
loco. Hago uso de mi mano y mi lengua.
—Pequeña mentirosa...
—¿Por?—me lo saco de la boca para coger aire.
—Novata dice.
Sonrío y vuelvo a mi labor. Siendo franca, a mí hacer un oral no me
calienta, pero es su reacción la que me eleva la temperatura, es su voz
volviéndose cada vez más ronca intentando articular las palabras la que me
deja sin habla. A mí chupar no me excita, pero sus ojos cerrándose y su
ceño frunciéndose intentando aguantarse es lo que me motiva a seguir, lo
que me impide parar. Siento su mano recoger mi pelo en un puño y me sube
para mirarme.
—Para, niña, para —sonríe.
Me relamo los labios, no quiere terminar.
Me coloca frente a él, y cuando espero que me incline sobre la isla de la
cocina, me quedo con las ganas porque no ocurre. Empieza a besar mi
cuello, mi hombro, todo. Aparta la tela y la deja caer con delicadeza al
suelo. Solo mi sujetador me cubre pero no parece importarle en absoluto.
—Qué bien te queda la lencería negra.
—Gracias.
No me lo esperaba, la verdad.
Sigue su labor, su mano me toma por el cuello desde atrás y no puedo
evitar descansar la cabeza sobre su hombro. Sus ojos se clavan en los míos,
hay tantas cosas en ellos...
Su mano se posa sobre mi estómago, bajo la mirada y me permito
deleitarme con la vista. Sus manos son finas, nada comparado a otros
hombres. Es decir, sí, son más grandes que las mías, pero sus dedos son
finos y largos, como los de un pianista. Los huesos en sus dedos se marcan
con cada caricia. Su mano baja hasta rozar la tela, espero a que meta su
mano bajo ella, pero no lo hace. Espera.
Está esperando mi permiso.
Se me hace raro, pero por el echo de que si hemos llegado hasta aquí, no
sé, pensé que ya había quedado claro, aún así el gesto se me hace tierno y le
doy un leve apretón en el cuello. Su respiración se acelera en mi sien y su
mano viaja al interior de mi ropa interior. Siento su lengua en mi cuello a la
vez que un dedo se aventura en mi interior, no logro contener el jadeo que
escapa de mi boca. Con su pecho a mis espaldas, me aferro a la isla en
cuanto sube la velocidad.
—Otro —pido.
—¿Otro qué?—escucho su susurro en mi oído.
—Otro dedo, mete otro dedo.
Su respuesta no me llega de forma verbal, parece que es más de acciones
porque enseguida lo hace. Joder, tiene unas manos benditas. Tras unos
instantes, su voz me llega desde atrás.
—¿Pasamos a la acción?
¿Ah que esto no le parece acción? Entiendo a lo que se refiere.
—Por supuesto.
Escucho el sonido del plástico y tomo una bocanada de aire por instinto.
Su mano presiona mi espalda y me inclino. Me esperaba la misma rudeza
de hace unos minutos, pero no. Se introduce despacio, sujetándome las
caderas con una gentileza totalmente inesperada. Cuando vuelve a hablar, la
rudeza desaparece por completo para convertirse en una voz tierna, cargada
de cuidado y protección.
—¿Bien?
—Bien —asiento sonriendo.
Vuelve a besar mi piel mientras sus estocadas son cada vez más rápidas.
Mis jadeos y los suyos pasan a ser nuestros, entremezclándose. Hago el
intento de agarrarme a algo, pero la superficie plana de la isla de la cocina
me decepciona. No pasan ni apenas unos segundos y las manos de Cassian
se acercan a las mías, las entrelazamos y las aprieto fuerte, él me
corresponde. Sus embestidas se vuelven rápidas y cada vez más duras,
siento que voy a llegar al límite. Saca su miembro de mi interior y me
sorprende alzándome en volandas, enrollo mis piernas a su cintura sin dejar
de besarlo, mi centro aún palpita por su reciente ausencia. Conmigo en
brazos se dirige a mi habitación y nos tumbamos en mi cama. Me acomodo
y subo mis tobillos a sus hombros.
—Joder —suspira.
En esta posición la siento aún más, como si me llegase hasta el alma.
Desde aquí tengo la visión perfecta de su cara. Sus pupilas totalmente
dilatadas, sus gruesos labios sonrosados por mis hambrientos besos, una
fina capa de sudor tiñe sus perfectas facciones.
—Voy a correrme...
Asiento sin fuerza para hablar, no puedo. Le siento tensarse dentro de mí.
Minutos más tarde, estamos jadeando, tumbados uno al lado del otro y
mirando al techo, aún tratando de controlar nuestras respiraciones.
—Ha estado genial... —dice cuando consigue recuperarse.
—Lo mismo digo —sonrío.
—Perdón por no comerme tus tortitas.
—No te preocupes, tenemos tiempo —río ante el comentario.
Me percato de que lleva en mi cama más de diez minutos y se me hace
extraño, pero no reparo en por qué no le he echado ya. Somos amigos, ¿no?
—Me voy a duchar —me justifico para salir de aquí.
—¿Quieres que...?
—No.
—Está bien —sonríe y levanta las manos en señal de rendición.
Las mismas manos que...
Vale, tengo que superarlo ya.
Tomo la toalla y me dirijo a mi baño, no sin antes echarle un último
vistazo. La sábana cubre su cuerpo hasta la cintura, está bocabajo y
abrazando placenteramente mi almohada, con total despreocupación y
mucha comodidad. No sé por qué, pero no me molesta, sólo... me extraña,
se podría decir.
Cierro la puerta, me meto bajo la mampara y dejo que el agua caliente me
distraiga de todos los pensamientos que no debería tener.
Capítulo 16
Mi problema más personal tiene los ojos grises
CASSIAN
Estoy reventado.
El sexo con esta mujer es otro nivel, definitivamente. Doy un par de
vueltas inquieto. Soy una persona inquieta por naturaleza, así acabe de tener
una de las mejores sesiones sexuales de toda mi vida, pero claro que eso no
se lo voy a reconocer a Alondra. Las mujeres tienen demasiado ego y si un
hombre se lo refuerza, siéntete perdido, ya está, van a hacer lo que quieran
contigo y tú encima se lo vas a permitir encantado porque estás deseando
que lo hagan, así que no, gracias.
Mi mirada huye a mi izquierda, a la mesilla de noche en donde me
encuentro con un cajón entreabierto. No alcanzo a leer el nombre, pero si
ver un blíster de pastillas casi vacío. Mi instinto se activa antes que la
moralidad de que técnicamente es incorrecto lo que estoy a punto de hacer,
pero mi preocupación se adelanta y termino de abrir el cajón. Leo un
nombre extraño y me apresuro a recordar dónde dejé mi teléfono. Si mal no
recuerdo, en el salón. Me levanto y voy para buscarlo, lo encuentro en el
sofá. Tecleo en el buscador el nombre de las pastillas, los resultados de la
búsqueda me dejan atónito.
SUJETAS A PRESCRIPCIÓN MÉDICA, SON RECETADAS A
PERSONAS CON TRASTORNOS PSICÓTICOS.
Salgo del buscador rápidamente, no debí haberlo hecho, pero ya es tarde.
Vuelvo a la habitación, pero al rodear la cama, tropiezo con algo. Me
agacho y debajo de la cama hay una caja aterciopelada negra. Es pequeña,
cuadrada y delicada. La abro y me encuentro con un montón de trocitos de
papel, son notas. ¿Alondra se ve con alguien más?
Qué pregunta tan estúpida, pues claro que se ve con más gente.
No me detengo en por qué eso me causa una sensación extraña, me
concentro en las cartas. Las ojeo rápidamente.
Hostia.
No son notas, son amenazas.
Y amenazas serias. Mi instinto protector vuelve a salir a la luz, y siento
ganas de decir algo al respecto, pero sé que Alondra sólo reaccionará a la
defensiva y no sé mucho acerca de su condición, pero hasta saberlo,
prefiero no provocarla. Cierro la caja y la dejo tal y como estaba, bajo la
cama. Me tumbo en la cama y cierro también el cajón, no sin antes ver otro
blíster, ¿pero cuántas pastillas toma esta mujer? Esta vez sí reconozco el
nombre, son antidepresivos.
Vale, esto no me incumbe en absoluto así que voy a tratar de hacer como
que no he visto nada, por muy difícil e imposible que sea.
—Ya estoy.
La voz de Alondra casi me sobresalta. La toalla envuelve su cuerpo,
todavía brillante y cubierto de pequeñas gotas de agua y su rastro. El pelo lo
lleva envuelto también en otra toalla más pequeña de la que sobresalen
algunos mechones negros. Siempre me va a sorprender la oscuridad de su
pelo, es extremadamente negro. Sus ojos grises se posan sobre mí y de
repente siento toda la presión de instantes anteriores. Los antipsicóticos, los
antidepresivos. Es demasiado. Me estoy agobiando. Me siento desubicado
por una milésima de segundo y eso es malo, muy malo para mí. Recuerdo
que no llevo la pastilla.
Mierda.
Tengo que salir de aquí.
—¿Estás bien? Te veo pálido —apunta ella, pero su rostro se desfigura
entre sombras borrosas a mis ojos.
—Sí, sí, sí —me levantó apresuradamente buscando los pantalones—. Es
sólo que he olvidado llevar a mi madre al médico, tenía cita.
—¿A las siete de la tarde? —frunce el ceño. Bien, no me está creyendo ni
una palabra.
Para ser sincero, tampoco esperaba que lo hiciera.
—Sí, es que es un médico privado, ya sabes, por la seguridad social
tardan muchísimo.
—Ah.
Su cara lo dice todo.
Ha apartado la mirada y su cara dice claramente algo así como "Bien, me
importa una mierda."
No sé cómo despedirme de ella, joder. Me he terminado de poner los
pantalones cuando me acerco a ella un poco dudoso...
¿Qué hago? ¿La beso? ¿La abrazo? Joder, acabamos de follar. Opto por ir
a lo seguro, no quiero que me dé un beso por obligación, pero tampoco soy
un cerdo machista e insensible. El abrazo y la notable diferencia de altura
me facilita dejarle un beso sobre la cabeza. Sí, lo sé, podría haber sido más
cariñoso, pero soy un caballero, no un osito amoroso. Eso del cariño no va
demasiado conmigo.
—¿Hablamos luego? —busco su mirada antes de salir de la habitación.
—Sí, claro —la encuentro, pero la molestia es obvia—. Que le vaya bien
a tu mamá en el médico.
Alondra no sería Alondra sin sonreír al terminar de lanzarme una pulla
como esa. Le sonrío de vuelta y salgo de la habitación.
Sé que no se merece esto. Tal vez mi repentino cambio de
comportamiento la deje con mil dudas, sé que tampoco debí haber visto lo
que vi, pero ¿qué puedo hacer ahora? No puedo fingir que no me afecta.
Además, Alondra y yo somos algo más que amigos, no somos nada más.
Llegando al coche, arranco y meto segunda, dejando que la carretera me
distraiga de todas mis preocupaciones.
Que me distraiga de la forma en la que sus caderas se movían en círculos
sobre mis piernas, en la que su culo rebotaba al chocar con mi cadera en
cada embestida. Que me arranque de la cabeza la imagen de sus labios
carmesíes entreabiertos gimiendo mi nombre entre suspiros, pidiéndome
más entre jadeos. Que me haga olvidar como el pelo mojado por el sudor se
le pegaba a la espalda, dejándome capturar el momento en una captura
mental que no borraría de mi retina por las siguientes noches. Que la
carretera me haga olvidar la textura de su piel, de cómo esta se erizaba ante
la sola anticipación de mi tacto. De cómo su valentía y ego se arrodillaban
ante mí con tan solo una orden, de cómo su actitud altanera desaparecía
para dejar paso a una Alondra totalmente sumisa que no conocía,
dejándome probar una cucharada de lo que muy pronto se convertiría en mi
veneno favorito, en mi nueva medicina y mi próxima adicción.
Que la carretera y su velocidad me hagan olvidar que nunca podré
olvidarme de ella.
Capítulo 17
Estar roto no te da derecho a romper
La mañana en el trabajo estuvo tranquila, ahora me encontraba hablando
con Jennifer y poniéndola al día.
—¡Necesito todos los detalles! —los aplausos emocionados no me
pasaron desapercibidos.
—Pues nada mal, eh —enrollo un mechón de mi pelo entre mis dedos y
juego con él—. He de reconocer que su cara no le hace justicia.
—¿Y eso?
—Mucha cara de niño para cómo folla.
—¡Uy! ¡Eso me tiene aún más intrigada!
Nos echamos a reír.
—Te lo digo de verdad. Me agarraba, me besaba, todo como si fuese un
experto en el asunto.
Sólo de recordarlo me invaden los calores.
—Ese creo que ha sido el mejor cumplido que le has dicho a un hombre
jamás.
—Conozco esa mirada y no, no flipes, fue solo sexo, nada más. NADA
MÁS.
—Sí, sí —sonríe de nuevo—. Si no le has bloqueado o ghosteado es por
algo.
—Es porque es buen chico. Él no busca nada y yo tampoco, ¿por qué
habría de bloquear a un tipo que quiere lo mismo que yo?
—Porque yo creo que te estás pillando.
—¿Yo? Tonterías —bufo.
—Ya me dirás en unas semanas —admite muy segura de sí misma.
Siento decepcionarla. Jennifer siempre me ha apoyado. Aunque me
sorprende que diga algo así, ya que siempre le hablo de algún tío nuevo.
Eso es. Desde que apareció Cassian no volví a quedar con nadie. Si a
Jennifer no le hablo de nadie más, es lógico que se piense que Cassian es el
único. ¿Por qué dejé de conocer gente? La respuesta es algo por lo que no
pienso preocuparme ahora mismo, la verdad.
Bien, me toca arrancarle de raíz a mi mejor amiga la idea de que me he
pillado de un tipo que vive a setenta kilómetros.
—¿Sabes por qué sé que no me estoy pillando de Cassian?
—A ver, sorpréndeme.
—Porque después de que él se fuese ayer, quedé con otro tío.
Sus ojos se abrieron mucho.
—¿Cómo? ¿Con quién?
Digamos que estoy agradecida con mi don para las mentiras.
—Jackson, veintinueve años, tatuado y de ojos azules.
—Anda, ¿y cómo fue?
—Bien, bastante bien —ya tengo casi toda la película montada cuando
me siento en posición de flor de loto para contarle—. Quedamos, me llevó a
un italiano y comimos mientras me contaba sobre el gimnasio que tiene
abierto hará unos meses.
—¿Qué deporte practica exactamente? —frunce el ceño.
Creo que no me está creyendo, yo por si acaso sigo.
—Boxeo, es profesor de gimnasio enseñando a boxear.
Seamos sinceros, está siendo una historia muy realista, algo que podría
suceder perfectamente, ¿entonces por qué parece que no me cree?
—Y aquí va mi pregunta...
Aquí vamos, cojo aire sin dejar que se note.
—¿Lo sabe Cassian?
¿Es en serio? ¿Por qué debería saberlo Cassian? No sé cómo decirle que
no somos nada, NADA.
—Pues no —me encojo de hombros.
—Pues debería.
—¿Y eso por qué razón? —ahora la que frunce el ceño soy yo.
—Porque yo creo que él sí se está pillando...
¿Cómo? Imposible. Cassian busca lo mismo que yo. No hay forma
humana de que se esté pillando, ¿no?
Me encantas.
¿O sí?
Mierda.
—¿Cómo lo sabes?
—Joder, ¿pero tú has visto cómo te mira? Y si lo pudieras haber visto en
el hospital... —su cara muestra el claro reflejo de la lástima y la ternura,
recordando el momento—. Estaba que se moría si el médico se atrevía a
decir que no te fueses a poner bien. Créeme, se está pillando y tú le estás
dejando.
Antes de preguntarme acaso si eso debería importarme, su rostro acude a
mi mente. Sus ojos marrones a la sombra, verdes a la luz del sol. Sus
facciones risueñas, sonriendo por todo como si el mundo no fuese el
vertedero que es y de pronto me sorprendo con una presión en el pecho al
recordarle con aquella chica. ¿Y si soy sólo su pasatiempo ya que no puede
tener a la que realmente quiere? ¿Y si sólo me utiliza? Tampoco es que yo
esté haciendo algo muy distinto, ¿no?
—Tienes razón, voy a hablar con él y voy a hacerlo ahora.
—Haces bien.
Me estiro para alcanzar el teléfono que está cargando encima del
reposabrazos del sofá, lo desenchufo y me meto al chat de Cassian.
Nuestros últimos mensajes siguen ahí, el último es suyo, un emoji de risa.
—No seas bruta, se trata de dejarle claro que no sientes nada más por él,
no de hacerlo sentir mierda, que te conozco —escucho decir a Jennifer de
fondo.
La he escuchado, pero estoy muy concentrada en cómo no hacer
precisamente eso, que se sienta mierda.
Claro, en caso de que lo que Jennifer afirma sea real y Cassian se esté
pillando.
—¿Sabes ya qué vas a decirle?
—Sí —afirmo sin dejar de mirar el teléfono.
Cojo aire y mis dedos cobran vida propia tecleando a toda prisa por la
pantalla. Miles de preguntas pasan por mi cabeza, pero no me detengo en
ninguna, no debo. También ignoro la extraña sensación de vacío que
acompaña a un pulso cada vez más acelerado y errático, no entiendo por
qué. No me tomo un segundo para leer lo que he escrito, simplemente lo
mando y ya.
—Listo.
—¿Listo?
Suelto el aire despacio.
—Sí, listo.
Unos segundos de silencio y Jennifer lo rompe.
—¿Puedo ver?
Asiento y le paso mi móvil con el chat de Cassian. Sus ojos negros
comienzan a prestar atención a cada palabra de aquel mensaje y no denoto
desaprobación en sus facciones.
—Un poquito duro, ¿quieres mi opinión?
—Claro, adelante.
—Es duro, pero has hecho bien. Si el chico se estaba ilusionando, no
sería correcto ni sano para él, ya que, si tú no buscas nada y conociéndote,
sólo le harás daño.
Sólo le harás daño.
Sí, totalmente cierto. Jennifer me conoce mejor que nadie y sabe de lo
que soy capaz. Estar rota no me da derecho a romper, y menos a Cassian,
que parece tan... tan entero.
Me pongo en pie, ignoro la picazón en mi nariz y la humedad en mis
ojos.
—¿Una copa?
—Claro, ¿qué tienes?
—No me refiero a mi bebida, me refiero a salir por ahí, quiero fiesta.
—Claro, me han dado el finde libre —accede por fin y mi sonrisa se
ensancha en toda su amplitud.
—Bien, pues me voy a preparar, ponte la televisión con la música o lo
que prefieras.
—Hecho.
Capítulo 18
Influencias
CASSIAN
La luz de la farola es la única luz en medio de la oscuridad de la noche. A
mi derecha tengo a Charles, amigo de la secundaria, a mi izquierda a
Nicolás, amigo de un par de años y frente a mí, a Anthony, mi primo y
confidente, casi un hermano. La botella de litro de cerveza casi acabada
descansa en mi regazo, mientras me echo para atrás hasta que mi espalda
choca con el respaldo del banco de madera. Estamos bebiendo en un parque
y lo que iba a ser una tarde tranquila con los colegas, ha acabado en un
intento por animarme.
—Venga, bro, alegra esa cara —escucho decir a Charles.
—Sí, tío, tías hay muchas, creo que ya lo sabes.
Tías si, Alondras no.
—Dejad al chaval, está enamorado.
Mi mejor amigo trata de defenderme, pero no tengo ánimos para esto.
Sinceramente no sé ni qué hago aquí.
Ah, sí, beber hasta olvidar mi nombre porque al parecer el suyo no
puedo.
Tres cervezas más tarde y sigo recordándola, pero no precisamente a ella,
sino a su mensaje. Ese mensaje lleva rondando mi cabeza los últimos tres
días. No entiendo nada y tampoco lo entendí cuando me llegó. Estaba en mi
casa, jugando al ordenador cuando la pantalla de mi móvil se iluminó, sin
avisarme de que ese mensaje en mi bandeja de notificaciones iba a
amargarme la existencia de esta manera. Saco el móvil y releo el mensaje,
me queda bien el masoquismo, supongo.
"Oye, mira, que lo he estado pensando y mejor seguimos como amigos,
amigos de verdad, sin sexo ni besos. No es porque no estuviese bien, todo lo
contrario, pero no quiero que uno de los dos se pille y esto se vaya a la
mierda. Eres un chico muy agradable y quiero seguir conociéndote, pero no
como algo más, ya que nunca podrá haber nada más entre nosotros, por mí
más que nada. Lo siento si tenías otra intención y siento el cambio tan
repentino. Espero que podamos seguir siendo amigos como hasta ahora."
¿Quién en su sano juicio manda esta puta mierda después de un polvo?
Supongo que la misma clase de persona que se va de la nada después de
echarlo. No me quedó de otra que acceder. Tenía que haberla mandado a la
mierda, lo sé, soy gilipollas, pero no puedo. No puedo decir que esté
enamorado como afirma mi primo, pero no sé, tiene algo que me atrae
constantemente hacia ella. No esperaba que llegar hasta su verdadero yo
fuese fácil, porque sé que lo hay, lo supe la segunda vez que la vi. La
primera vez lo pasé por alto, pues resultó ser muy convincente, pero tan
sólo me hizo falta una segunda quedada con ella para ver un atisbo de su
verdadero yo, ese que le oculta a todo el mundo. La primera vez que la vi
me mostró aquella cara que le muestra a todos los desesperados con los que
ha quedado anteriormente, a todo aquel del que puede obtener algún
beneficio, pero de mí no puede obtener nada. No puede mentirle a un
mentiroso y ya se ha dado cuenta de eso, por eso está reculando, por eso
está huyendo. Aun así, no puedo decir que no me ha dolido, de lo contrario
no estaría aquí, en un parque a las diez de la noche con mis colegas
bebiendo para ahogar las penas.
Lo único con lo que le contesté fue con un simple comentario afirmativo
pasivo para después salir a emborracharme en el bar más cercano a mi casa
y bueno, llevo así tres días. El teléfono vibra en mi bolsillo y siento el
corazón en la garganta pensando en ella, pero el nombre de otro amigo
acaba con mi ilusión pasajera.
—Dime, Charlie.
—Escucha, ¿estás con los chavales?
—Sí, estamos todos, ¿por?
—¿Dónde estáis? —ignora mi pregunta.
—En el parque frente a la iglesia.
—Bien, no os mováis que paso a recogeros con el coche y nos vamos de
fiesta.
Desvío la atención del teléfono para dirigirla a mis amigos, me intuyo la
respuesta antes de preguntar.
—Chavales, ¿os apetece fiesta? Charlie viene de camino con el coche.
—¡Sí, de una! —gritan los tres al unísono.
Vuelvo mi atención al teléfono.
—Creo que ya los has oído.
—Sí, no esperaba menos.
—Vale, aquí estamos.
—Llego en cinco.
Cuelgo la llamada y me termino el cuarto restante de la botella de
cerveza de un sólo trago, esta noche promete. Mi cuerpo pide fiesta, salir,
mirar algún culito y engancharme a alguna, mi mente pide escribirle a
Alondra para ir a su casa a follármela.
Tengo que dejar de pensar en ella, pero ya.
Pasan apenas tres minutos cuando el coche de Charlie entra derrapando
en la calle frente al parque. Todos, incluido yo, nos levantamos de un salto
para ir a saludar.
Soy el primero en estampar un puño amistoso con Charlie.
—¡Hey, bro!—saludo sonriendo.
—Hey, chiquitín.
Charlie tiene unos treinta años, ¿que por qué no está casado y con hijos?
Digamos que le gusta vivir la vida loca, sin ataduras, sin obstáculos, sólo
coca y fiesta. Igual que yo en algún otro punto de mi vida. Todos saludan y
voy al asiento de atrás con Anthony y Nico, mientras que Charles se sienta
en el asiento del copiloto.
No tarda en llegar la música y los altavoces retumban música de fiesta
que mis colegas no tardan en cantar y corear por la ventana como perras en
celo. Enciendo el móvil y me conecto, sólo para ver que Alondra ha
publicado una nueva historia. Es una especie de frase bonita con un fondo
de atardecer, dice algo así como "Aparta a quien no te aporte."
¿Va por mí? ¿Lo dice por lo del otro día? Mi imaginación empieza a
jugarme una mala pasada a causa del alcohol, pero no hago nada, paso la
historia y ya.
No tardamos demasiado en aparcar y entrar en una de las discotecas del
pueblo. No es como que Faidbridge tenga muchas pero las que tiene son lo
suficientemente buenas como para no necesitar abrir más por el momento.
Entramos y Poison nos da la bienvenida con su característico cartel neón.
—Buenas, chicos.
Arthur, el puerta, nos saluda. Ya nos conoce, hemos estado mucho por
aquí.
—¿A liarla o qué?
—Claro, joder.
Anthony estampa su mano con la suya en un amistoso apretón de manos
que se llevan al pecho antes de fundirse en un abrazo. Anthony además de
ser mi primo, es como un hermano, pero definitivamente no por el parecido,
porque de eso no hay una mierda. Él es más alto que yo pese a ser un año
menor que yo. Sus ojos azules claros y su pelo rubio nos diferencian
bastante bien, es todo un ligón.
Entramos y nos acercamos a la barra. La camarera me reconoce e
inmediatamente una sonrisa tímida tira de sus labios. Le devuelvo la sonrisa
mientras le pido un jäger con redbull y me guiña un ojo antes de girarse y
prepararlo.
—Primo, le gustas —escucho a Anthony a mi izquierda.
—Lástima que ella a mí no —sonrío y me encojo de hombros.
La chica no está nada mal, hay que admitirlo. En otro momento de mi
vida, tal vez le hubiese devuelto el guiño y después le preguntaría a qué
hora acaba su turno y la esperaría para irnos a su casa a seguir la fiesta, pero
cierto par de ojos grises no quiere salir de mi cabeza ni a tiros, no hay
forma.
Por ahora.
Llega mi cubata y en un trago baja un cuarto de vaso. Me fuerzo a seguir
bebiendo, necesito olvidarla. Y claro, como si el mundo tratase de decirme
que eso es imposible, una notificación suya hace que casi me siente mal el
alcohol.
Hey
¿Cómo estás?
Quiero contestarle, pero a la vez no. Quiero saber de ella, como está, pero
siento que no me va a a hacer ningún bien saberlo. En lugar de eso, opto por
mandarle un vídeo.
No voy a ser el único que salga jodido en esto. Su respuesta me llega a
los pocos segundos, un vídeo del ordenador portátil encima de sus piernas
está trabajando. Ya me quedó claro en su momento que Alondra es una
adicta al trabajo, no tengo dudas sobre ello. Le mando otra foto y el resto de
la noche transcurre en esas, hablando por fotos. Cuando vuelvo a guardar el
teléfono, levanto la vista para encontrarme con ese curioso par de ojos
marrones oscuros escondidos detrás de unas gafas, unas gafas que en su
momento me provocaban cierto morbo al verlas desde arriba.
—¡Cassian!
La saludo.
—Zoe, cuánto tiempo.
Realmente no hace demasiado, tan solo desde hace unos siete meses,
vamos, desde la última vez que nos acostamos. Zoe y yo estuvimos juntos
por aproximadamente tres meses, fue mi tercera y última relación oficial,
que conste que me pidió salir ella. Quiero decir que la quise y que sufrí
cuando acabó, pero estaría mintiendo de una forma muy descarada. Yo tenía
dieciséis años por aquel entonces, ella diecinueve, estaba claro que no iba a
funcionar. Y por si fuera poco, nunca la amé. Nunca sentí nada por ella más
que atracción sexual y poco más, lejos de ser algo siquiera normal, fue
desastroso.
—¿Cómo te va? Vi que subiste una foto con una chica el otro día.
—Sí, bueno, me va bien —me encojo de hombros restándole
importancia.
Apenas cayó la medianoche y esta ya apesta a alcohol, no puedo decir lo
contrario de mí mismo. Y de nuevo, en otras circunstancias de mi simple
existencia, me la hubiese llevado al baño y le hubiese metido los dedos
hasta que me mojase los pantalones, y algo más con suerte, pero lo único
que siento hacia ella es asco, nada más.
La voz de Zoe vuelve a llamar mi atención, apenas consigue vocalizar y
arrastra las palabras, pero estoy acostumbrado.
—Bueno, Cassian, cualquier cosa, ya sabes, escríbeme.
—Claro —sonrío y noto como se sonroja.
Su figura se pierde de nuevo entre la gente y estoy más a gusto, más
aliviado. Le doy otro largo trago a mi cubata cargadísimo. Hablar con ella
casi me baja la borrachera de una.
—Joder, macho, esa mujer se estropea cada vez más —escucho a Nicolás
opinar y a mi primo asentir en respuesta.
—La verdad es que sí —coincido.
Estoy de espaldas a la barra, apoyado mientras sigo bebiendo. Las
canciones van terminadas unas y empezando otras, el vaso en mi mano se
va vaciando y llenando de nuevo a una velocidad asombrosa, las horas
siguen pasando.
Mientras le doy un trago largo a mi vaso, me percato de que una rubia al
fondo no deja de mirarme. Sonrío para mis adentros.
Jódete, Alondra.
Dejo el vaso en la barra.
—¿A dónde vas, primo?
—A hacer que la noche valga la pena.
—¡Ese es mi bro!—escucho a mis espaldas.
Me encamino hacia ella, voy a pedirle un papel de liar a pesar de que no
fumo.
—Hola, ¿serías tan amable de dejarme un papel? —muestro mi mejor
sonrisa, aunque poco me importa que se note que es a causa del alcohol.
—Claro —me devuelve la sonrisa.
La miro de arriba a abajo como el depredador que soy. Su cintura es
delgada, aunque sus muslos son más gruesos. Tiene una boca carnosa, pero
ni de lejos unos labios tan perfilados como los de...
¡Basta!
No tardo más de tres minutos en hacer que ataque mi boca. Siento la
mirada insistente y curiosa de mis amigos, ya casi los puedo escuchar en mi
cabeza felicitándome, ignoro las advertencias de mi propia mente
diciéndome que pare, que no es esto lo que quiero, que me aleje. En lugar
de eso, profundizo el beso, aumento la presión entre nuestros labios, quiero
saciarme. Abandono su boca, no encuentro lo que quiero. Su sonrisa me
avisa de que vendrá a por más y depende en el punto en el que esté en dicho
momento, le daré lo que quiere o no. Quisiera decir que la presión en mi
entrepierna se me hace molesta al caminar, pero no ha llegado siquiera, no
sé si reír o llorar por ello, la verdad. De camino a la barra, otra chica se
cruza en mi camino, y lo que podría haber sido un encuentro casual, termina
conmigo y con ella en el baño. ¿Qué cómo ha pasado esto? No lo sé, la
verdad. Sólo recuerdo su mano entrelazada con la mía y guiándome hacia el
baño. Apenas se me está yendo la borrachera un poco cuando siento su
lengua alrededor de mi punta. Sentado en la tapa del inodoro, pongo las
manos a mis costados, apoyadas en las paredes del cubículo del baño. Su
lengua lame y succiona a buen ritmo. Siento el calor invadir cada rincón de
mi piel y mi cuerpo se contrae y tensa, avisándome de lo que está por venir,
pero por alguna razón, no viene. Siento el teléfono vibrar en mi bolsillo,
pero lo ignoro.
—¿Así está bien? —pregunta aún con mi miembro en la boca.
Esa es una de las cosas que me suelen encender, y digo suelen porque
parece ser que hoy no es el caso.
Joder.
—Sí, sí, así está perfecto —asiento intentando concentrarme.
—Pues podrías correrte ya.
Podría, pero mi cuerpo no quiere.
—Escucha, tengo que irme, pero te lo agradezco igual y lo siento.
La chica de cuyo nombre no tengo ni la menor idea, se saca mi miembro
de su boca y un hilo de saliva se descuelga de su boca. Salgo del baño a
trompicones mientras me subo la cremallera del pantalón.
—¡Joder, macho! —mi primo me palmea el hombro—. ¿Dónde te habías
metido? O más bien, ¿dónde la has metido? —todos se ríen, pero yo sigo en
el momento anterior, frustrado—. Te hemos perdido de vista.
—No sé, primo. En un momento estaba liándome con una y al otro estaba
en el baño con otra mientras me la chupaba.
Me encogí de hombros, por absurdo que parezca, no sé cómo llegué a esa
situación.
—Estás hecho todo un ligón, eh.
—Sí, vamos, una cosa —suelto con sarcasmo.
Sí, un ligón que ni siquiera se acuerda de haber ligado. Soy todo un
panorama.
Miro el teléfono recordando que vibró en un momento poco apropiado y
me encuentro con un mensaje de Alondra, es una foto en respuesta al vídeo
que le mandé. Sale preciosa, las cosas como son. Es una foto en un espejo,
es el tocador de su habitación. Unos cuantos mechones escapan de su moño
desarreglado y el camisón de seda rosa claro deja muy poco a la
imaginación, y casualmente la imaginación es una de mis especialidades. Si
me dejase también las podría hacer realidad. Su piel se ve más morena en
contraste con la tela y hace que todo el alcohol que he bebido empiece a
hacer un efecto afrodisíaco, como todo lo que tiene que ver con ella.
De pronto, noto a alguien a mi lado, no me da tiempo a hablar.
—¡Joder cómo está la niña, yo le daba por todos lados! —escucho
demasiado cerca de mi oído.
Me giro para encontrarme con un baboso, que apesta a alcohol barato y
aún lleva la copa en la mano mirándome el teléfono, a punto de dejar su
baba caer sobre él.
—¡Cassian, no, bro!
Es lo primero que escucho cuando empujo al tipo al suelo y su copa se
derrama sobre su camisa blanca abotonada.
—¡¿Qué has dicho, soplapollas?! —me enciendo más rápido de lo
normal.
Mi primo me pone una mano tranquilizadora en el hombro desde atrás,
pero me deshago de ella con fuerza.
—Déjale, bro, ¿no ves que es tonto? Déjale.
—Sí, tío, no te merece la pena —escucho decir a Nico.
—Me suda la polla, nadie habla así de ella —suelto sin dejar de mirarlo,
las palabras empiezan a brotar por sí solas.
Puto alcohol.
El tipo deja la copa a un lado y ahí es cuando entiendo que piensa
devolverme el golpe.
Bien.
Que lo intente.
Me lanza un frontal que de haberme dado me hubiese causado serios
problemas, pero me muevo más rápido, a tiempo para esquivarlo y
arremeter contra él con un derechazo directo a la mandíbula. Retrocede
varios pasos por el impacto, eso y que parece estar más borracho que yo.
Él se limpia la sangre del labio ahora partido con el dorso de la mano
mientras la adrenalina no hace más que subir por mi cuerpo. Prepara su
brazo, pero antes de que mis reflejos reaccionen, mi espalda golpea algo
sólido y me giro hacia atrás, intentando entender porque no estoy en el
suelo.
—Te tengo, vámonos —dice mi primo cuando nos empiezan a separar.
Intenta tomarme por los brazos con cuidado, la cadena en su cuello se
balancea mientras se flexiona para levantarme. En pocos segundos estoy de
pie. Pasa mi hombro por encima del suyo y comenzamos a caminar. La
adrenalina en mi cuerpo está desapareciendo y los efectos del alcohol se
están multiplicando, convirtiéndose en toda una montaña rusa.
—Nos han echado a todos, si es que eres gilipollas —se queja.
Que irónico.
Ser el primo mayor para estar siendo llevado a casa casi a rastras por el
menor.
Capítulo 19
¿Quién somos cuando estamos a solas?
A veces no notas el instante en el que todo lo que creías cierto, se
despedaza y pasa a ser algo totalmente distinto, algo nuevo. Eso puede ir
desde una circunstancia, situación o momento, hasta una persona, más bien
una personalidad. Cuesta creer como el tiempo abre grietas en las
armaduras emocionales más resistentes posibles, pero así es el tiempo. No
espera a nadie. No respeta a nadie. Ya puede estar tu mundo cayéndose
pedazo por pedazo y reduciéndose a cenizas, que a tu alrededor nada se va a
detener a que te seques las lágrimas, nadie dejará de sonreír para empatizar
por un solo momento con tu dolor, nada cambiará mientras tú estarás
cambiando por completo.
Es un feliz viernes por la mañana y aquí me encuentro, en el
concesionario. No soporto estar sin coche ni un solo día más. Podría haber
esperado al seguro, pero la paciencia no es algo que vaya de la mano
conmigo, la verdad. Antes de poder elegir mi coche, el tono de mi teléfono
me distrae, me aparto un momento y descuelgo la llamada.
—¿Hola?
—Hola, buenos días, ¿hablo con Alondra Miller? —me habla una voz
femenina.
—Sí, soy yo, ¿quién habla?
—Le llamamos del departamento de Seguridad del Hogar, ¿ha sido usted
quien ha desconectado las alarmas?
Me paralizo media docena de segundos, trago saliva y contesto.
—No.
Tengo el corazón en la garganta.
—¿Quiere que mandemos una patrulla hacia su casa?
Me lo pienso más de lo que debería, pero finalmente contesto.
—Sí, muchas gracias.
—Nada, a usted, tenga cuidado y un buen día.
La llama se cuelga y me despido del chico tan mono que me estaba
atendiendo para salir casi corriendo de la tienda.
¿Un buen día? ¿Quién coño mezcla "cuidado" y "buen día" en la misma
frase y espera que salga bien?
Los vaqueros apretados grises no me dejan moverme con libertad, pero
las zapatillas deportivas negras lo compensan. Giro un par de cuadras y mi
calle queda en la siguiente manzana. Bajo el ritmo hasta tomar un ritmo
normal. Miro hacia los lados, no veo nada sospechoso que me haga dudar,
pero soy consciente de que cuando todo parece ir bien, es cuando puede
estar a punto de ocurrir una catástrofe en cualquier momento.
Mi casa entra en mi campo de visión. La gente camina de un lado a otro
con normalidad, nada fuera de lo común.
Salvo una cosa. Un detalle que a nadie le pasaría por alto, pero por
alguna razón, nadie se ha fijado. La verja de mi casa está abierta, y de par
en par. Paso por el hueco ya abierto, evitando tocar la verja y hacer ruido
con el chirrido metálico, no quiero anunciar mi presencia a quien sea que
esté en mi casa. Introduzco la llave en la puerta y hago fuerza para elevarla
hacia arriba mientras la abro, de esta forma evito cualquier ruido. No cierro,
sino que dejo entreabierto. Camino a hurtadillas, siento el corazón en la
garganta pero contengo la respiración para aumentar mi sentido auditivo.
Escucho pasos en el piso de arriba, pero mi condición no me permite
confiar ni siquiera en mí misma, puede ser una alucinación. Lo que está
claro es que alguien está dentro, que me haya llamado el seguro es la única
prueba que tengo de que no estoy teniendo un brote.
Mierda.
Un vaso cae en la cocina y me sobresalta. Los pedazos de cristal llegan
hasta mis pies. Miro a mi alrededor mientras avanzo hacia la cocina. Estoy
viendo el soporte de los cuchillos, me acerco aún más. No consigo alcanzar
el cuchillo porque algo me agarra por el pelo desde atrás. Me arroja la
cabeza hacia la isla de la cocina, mi frente choca con el borde y caigo al
suelo sobre mi costado. Tardo una milésima de segundos en recuperarme,
todo se vuelve negro.
El encapuchado.
Está aquí.
De nuevo.
Esta vez no va a conseguirlo, esta vez no va a asustarme. Intento
ponerme en pie, pero recibo una dolorosa patada en la boca del estómago
que me devuelve al suelo, haciéndome chocar contra el mueble y este se
tambalea, haciendo que algo que había encima me cayese directo en la
cabeza. Me sorprendo a mí misma aún consciente. La adrenalina incendia
mis venas y activa mis instintos más primitivos, los de la supervivencia. Me
pongo en pie y empujo al encapuchado. Recibo un cabezazo y noto las
fosas nasales humedeciéndose, pero no me detengo. Tengo que alcanzar ese
cuchillo como sea. Miro cualquier cosa a mi alrededor con lo que
defenderme, pero no tengo tiempo suficiente antes de recibir un puñetazo
en el costado.
—¡¿Quién coño eres?! —grito al borde de la desesperación.
El encapuchado me vuelve a tomar por el pelo y mi mandíbula aterriza
sobre la fría superficie de la nevera. Me retuerzo y empujo al encapuchado
hasta tumbarlo sobre la isla de la cocina. Estoy levemente inclinada sobre
él, haciendo presión en su cuello y mirando sus ojos... Con un movimiento
rápido consigo alcanzar el cuchillo. Empuño la hoja y apunto hacia el
encapuchado.
—Un paso más y te rajo el cuello, maldito hijo de puta.
Nuestras miradas están clavadas una en la otra. El silencio se interrumpe
por las sirenas policiales. El encapuchado saca de su bolsillo un papel, me
lo acerca a los ojos y palidezco.
—No... —¡No!
Deja caer el papel al suelo y sale corriendo hacia una de las ventanas. Me
apresuro a tomar el papel, es una fotografía. Mi corazón se acelera
demasiado y me siento al borde del colapso. Jennifer está sentada, atada de
pies y manos, con los ojos vendados en algún sitio oscuro, apenas
iluminado por una bombilla. Leo el reverso de la fotografía.
¡FELICIDADES!
Con cada día que pasa me cuesta más creer que
estés así de mayor, el paso del tiempo aun me deja
perpleja. ¿Sabes que eres mi tesoro más importante?
Si no lo sabías, quiero que lo sepas y de ahora en
adelante, jamás dudes de ello. Mi obligación como
hermana mayor es cuidarte, ser tu sombra y no
permitir que nada malo te pase, y allí estaré. Hoy
cumples 13 vueltas al sol y estaré justo aquí para
acompañarte en las siguientes. Te quiero, te amo y te
adoro mucho, Noah.
Con todo el amor del mundo, Ada
Tomo una bocanada de aire; primero por la habilidad de Alondra para
hacer de una carta de cumpleaños algo tan emotivo y segundo, porque
nunca creí que Alondra tuviese una hermana, siempre pensé que era hija
única. ¿En cuántas cosas más me habrá mentido? Es como si cada vez que
consiguiese traspasar uno de sus muros emocionales perfectamente
blindados, me encontrase con uno de seguridad reforzada. Cuando pienso
que por fin me estoy acercando a ella, pasa algo que me hace ver que, en
realidad, está más lejos que nunca. Dejo la carta doblada, tal y como estaba,
sobre el cristal del cuadro que está a mi lado en el suelo. Sigo mirando
algunas fotos sueltas que hay hasta que llego a la última y...
Joder.
En la foto está Alondra, reconocible en cualquier sitio, con el pelo
ondulado hasta la cintura, muy mala cara, los ojos rojos y un conjunto
entero negro. Lo peor no es eso, sino la tumba llena de flores sobre la que
está sentada. Flores de todos los colores a nombre de...
Ainhoa Melissa Morgan.
Capítulo 21
Dulce tortura
—¿Qué estás haciendo aquí?
Lo primero que veo es a Cassian husmeando entre mis cosas, más
concretamente entre las de mi hermana y eso me hace estallar.
—Perdón, sé que no debí subir, pero...
—¡Pero nada! ¡No tienes ningún derecho de subir aquí! —grito casi
histérica.
Retrocedo en cuanto veo sus intenciones por acercarse a mí.
—¡No me toques! ¡¿Me puedes explicar qué coño estás haciendo aquí?!
—¡Solo quería comprenderte!
—¡¿Comprenderme?!
—¡Sí, joder! Eres difícil, cerrada, desconfiada y estás rota, solo quiero
entender que es lo que te rompió y... arreglarte.
Aunque mi ira no desaparezca, sus palabras tocan una fibra sensible de
mí. Una carcajada escapa de mis labios.
—¡¿Arreglarme?! ¡No seas iluso, eso no es posible!
—¡¿Por qué?! Piensas que estás rota y que no tienes arreglo y mira, no sé
quién te metió esa mierda en la cabeza, pero te mintió en la cara.
—¡Claro! —camino dándole la espalda—. Porque ahora tú eres quien va
a salvarme, ¿no? ¿Y después qué sigue? ¿La boda? ¿Los hijos?
Se pasa las manos por el pelo claramente frustrado.
—¡No necesariamente! No te estoy proponiendo matrimonio, te estoy
diciendo que quiero ayudarte.
—¡¿Y no te has parado a pensar si quiero esa ayuda?! ¡¿Si estoy
preparada para sanar?! —tomo una bocanada de aire para intentar calmarme
—. La gente cambia cuando se siente preparada, no cuando los demás lo
necesitan.
—No lo necesito por mí, quiero que lo hagas por ti.
—Mira, ¿sabes qué? Vete a ayudar a tu amiga, que por lo visto ella sí
quiere recibir tu ayuda.
—Solo estábamos tomando un café, ¿eso que huelo son celos? —enarca
una ceja, solo le falta reírse en mi maldita cara.
—No son celos, es ver cómo puedes cambiarme por una menos rota en
cuestión de días.
—¿Por tomarme un café con ella? Ni siquiera sabes de lo que estábamos
hablando, ¿en serio estás celosa?
Lo odio. Le tiraría cualquiera de estas cajas a la cabeza.
—¿Yo? ¿Celosa? Perro es perro y donde le sirvan come —ruedo los ojos,
esta conversación me está cansando.
—Ah, ¿sí? Conque soy un perro, ¿eh? —da un paso hacia adelante y no
sé por qué, pero ahora no consigo retroceder.
¡¿Por qué mi cuerpo no me hace caso?!
—Ay, no te lo tomes tan personal, para mí todos los hombres no sois más
que perros.
—¿Y eso por qué?
—Por comer de cualquier plato indiferentemente de quien les sirva la
comida.
—¿Sí?
—Sí.
—Sigue llamándome perro y te enseño donde te puedo dejar las babas.
El eco del ático hace que la cachetada tenga mayor impacto acústico.
Cassian sostiene su lado izquierdo de la cara con la palma de su mano.
Sus ojos vuelven a posarse sobre mí, pero algo ha cambiado.
—No le he permitido a nadie hablarme así y tú no vas a ser el primero.
No soy una de tus putas de pueblo.
Sonríe y se acerca, esta vez sí retrocedo.
—¿Ahora vas de puritana? Tan solo he dicho la verdad, muy al contrario
que tú.
—¿Perdón? ¿En qué he mentido?
—En que quieres que seamos amigos, sin sexo, sin nada. Y tardas tres
segundos en mojarte mirándome la boca… —se acerca otro paso, me
acaricia la mejilla con dos de sus dedos— y bien sabes que no eres una de
mis putas, eres la única.
Otra cachetada azota su rostro.
—No me vuelvas a poner un dedo encima.
Apenas se gira a mirarme y no alcanzo a decir nada más. Su boca se
estampa contra la mía y empieza a atacar mis labios con desespero. Todo mi
cuerpo responde a su contacto, pues la tensión sexual retenida desde hace
horas ha sido inevitable. La conexión de su cuerpo y el mío es innegable,
por desgracia. Sigo enfadada y tengo ganas de empujarlo, pero me ganan
las sensaciones que envía a todo mi sistema nervioso. Sus manos aprietan
mi cadera a la vez que me atrae hacia su cuerpo, siento sus dedos
hincándose en mi piel con rabia. Su mano se aferra a mi nuca y profundiza
el beso, el calor de su cuerpo me invade por completo. Jadeo sobre sus
labios, no puedo evitarlo, joder.
¿Por qué esto se siente tan jodidamente bien?
Y no lo está ni de lejos, pero siempre he tenido cierto afán por las cosas
que no se consideran políticamente correctas.
Mordisqueo su labio inferior y ahora es su turno de jadear sobre mis
labios.
—Joder, maldita mentirosa… —susurra entre jadeos entrecortados.
Lo agarro por la nuca, hundo los dedos en su pelo, suave y sedoso. Lo
odio, odio el poder que está adquiriendo sobre mi cuerpo, sobre mí.
—Eres un hijo de la gran puta —le digo entre besos y jadeos.
—Dímelo después de chupármela.
Eso ha sido una orden. Y de nuevo, como si tuviese un mando para
controlarme, me agacho antes de siquiera darme cuenta de lo que estoy
haciendo. Le quito el cinturón que sostiene sus vaqueros negros, todo cae al
suelo.
En realidad, le tenía ganas desde que lo vi, pero eso no se lo pienso decir.
Tomo su miembro entre mis manos y escupo.
—Joder...
Su respiración se acelera a la par que mi ritmo. No puedo parar, no quiero
hacerlo. Me agarra por la nuca y empieza a embestir contra mi boca. Le
oigo gemir con esa voz ronca suya y empiezo a perder el control, el calor en
mi punto más sensible empieza a acumularse. Siento un tirón en mi pelo
cuando me sube hacia su boca y me mira a los ojos, la pupila dilatada y
unos ojos llenos de deseo.
—Bésame.
Le miro a los ojos, somos solo él y yo.
Le beso, pero no como hace unos minutos, no. Es un beso lento, de
repente me veo con la absurda necesidad de permitirme saborear sus labios.
Al parecer esto no se lo esperaba, porque de repente toda su rudeza ha
desaparecido, sus labios quietos disfrutan del roce suave de mi lengua.
—No sigas —susurra y siento su valiente aliento sobre mis labios, solo
hace que me encienda más.
—¿Por? —sonrío sobre su boca.
—Porque me voy a enamorar.
Sus palabras me provocan una presión en el pecho, pero la ignoro. Mi
sentido común dice que baje a seguir chupándosela, mi instinto rebelde por
naturaleza me dice que siga haciendo esto mismo.
¿Adivinen quién gana?
Vuelvo a posar mis labios sobre los suyos, suave, sin prisa, solo roces,
nada de lujuria.
Casi con cariño.
Casi con amor.
Sonríe sobre mis labios y profundiza el beso. En algún momento hemos
acabado en el suelo, Cassian encima de mí, con ambas manos a los lados de
mi cabeza. Abandona mis labios para atrapar el lóbulo de mi oreja. Me
estremezco y lo nota. Cuando baja por el cuello a la vez que sus manos
juegan con mis pezones por debajo del camisón de seda, me es imposible
no jadear. Dios santo. Sus besos siguen bajando y ya sé la trayectoria y el
destino que tienen. Baja despacio la tela de mi pantalón, no le detengo.
Dos de sus dedos se cuelan y la humedad entre mis piernas le dan la
bienvenida. Apenas puedo ver nada debido a la bombilla barata que hay
aquí dentro, maldición. Sus dedos comienzan a jugar en puntos estratégicos
y me estremezco de nuevo. Este hombre y sus manos mágicas. Sus dedos
presionan ese punto en concreto a la par que los introduce, no sé cómo, pero
hace magia.
—Joder, Cassian...
No recibo respuesta más que un beso en la cara interior de mi muslo, lo
que me provoca ciertas cosquillas. Sin previo aviso, siento su lengua
directamente ahí y...
Sus manos me aprietan los muslos, reflejo de su deseo, placer y locura.
Agarro con fuerza sus manos y las entrelaza a las mías. La fuerza que ejerzo
en mi agarre es un claro intento por no gritar. Su lengua sube el ritmo y todo
mi cuerpo se contrae. Al final sí que me está enseñando dónde puede dejar
sus babas y odio lo mucho que me excita esto.
Dios mío, siento que voy a explotar.
Su ritmo.
Su lengua.
Y ahora dos dedos la acompañan en mi dulce tortura. Abandona mi
centro más sensible por un momento y ya siento el frío de su ausencia.
—A ver cómo llamas a esto que tenemos ahora, pequeña mentirosa.
¿Amistad?
Le contesto con lo único que se me ocurre, lo único que soy capaz de
definir en este momento.
—Química sexual magnífica.
—Eso que pasó anoche no significa nada, eh, para que lo sepas.
Digo mientras conduzco mi nuevo BMW Serie 5 2021 rumbo a casa de
Jennifer.
Cassian a mi lado, acompañándome a inspeccionar la casa de mi mejor
amiga.
—¿Acaso he dicho algo?
Contesta vacilón, qué hijo de puta.
Llego al barrio de mi mejor amiga y aparco a un par de calles de su casa.
—Bien, vamos a concentrarnos en lo importante —digo cerrando la
puerta del coche.
Cassian al otro lado copia mi movimiento.
—A ver, cuénteme jefa.
No tengo una idea clara sobre esto. No sé cómo ha pasado, ni siquiera si
esto es real. Ayer estaba muy segura, pero ahora en frío y sin un brote
psicótico de por medio, es muy probable que todo sea un montaje para
meterme miedo, ¿por qué? Eso lo averiguaré más tarde.
Cassian y yo caminamos precavidos y atentos.
—Pues no lo tengo muy claro, pero lo primero es comprobar si es verdad
o no y a raíz de eso vemos qué plan hay.
—Qué lista, mi tiesita.
Casi me atraganto con mi propia saliva.
—¿Chiquitina? Ni que tú midieras dos metros o algo —protesto.
—No, pero cabeza y media sí que te saco.
Eso es cierto, este imbécil es bastante más alto de lo que pensaba o veía
en fotos. Seguimos caminando y ya estoy viendo el edificio de Jennifer.
Ralentizo el paso, Cassian hace lo mismo. Sorprendentemente no tengo que
decirle nada, parece que entiende lo que quiero hacer y no hay necesidad de
palabras. Ya caminando más lento, inspecciono con la mirada los
alrededores. Ningún coche inusual cerca, nadie sospechoso y nada extraño
cerca de la zona. De todas formas, cubro la mayoría de mi rostro con mi
pelo. Llegamos a la puerta del portal.
—Vale, hemos llegado hasta aquí, ¿me explicas cómo pensamos entrar?
—protesta Cassian a regañadientes.
—Sea quién sea que esté detrás de esto, no se espera que yo tenga llaves
de la casa de Jennifer —digo mientras rebusco en mi bolsillo.
—¿Pero qué cojones...?
La llave abre la puerta del portal y entramos. Afortunadamente no nos
cruzamos con ningún vecino.
No es hasta que se cierran las puertas del ascensor que mi corazón se
acelera, con miedo anticipado a lo que me pueda encontrar. Trato de apartar
todos los escenarios macabros que están cruzando mi mente y mi atención
es llamada por otra cosa. Frente a mí, apoyado en la pared del ascensor, veo
a Cassian apretar la mandíbula y un leve temblor en la pierna izquierda.
—¿Qué pasa? — pregunto al notar su nerviosismo.
¿Está igual de asustado que yo?
—No, nada —contesta apartando la mirada.
—No, dime —insisto, porque es obvio que le pasa algo—. Si no quieres
entrar, puedes quedarte vigilando en la puerta y ya entro yo.
—Sí vamos, como que te iba a dejar entrar ahí sola, ¿pero tú eres tonta?
Joder, como se ha puesto en un momento. Cambio de tema, está claro que
no piensa decírmelo.
El pitido del ascensor nos avisa de que ya hemos llegado a la octava
planta. Cassian se adelanta y abre la puerta del ascensor. Llegamos a la
puerta A. Miro la cerradura y la puerta, no se ve forzada.
—Déjame ver —habla Cassian a mis espaldas y dejo que él también
inspeccione la puerta.
Cassian toca la cerradura y los bordes de la puerta con sumo cuidado y
mi mente por un momento viaja a traerme recuerdos.
Sus dedos acariciando la zona de mi bajo vientre...
Tanteando la piel más sensible de mi cuerpo...
Introduciendo...
Respiro hondo y aparto los recuerdos que me erizan la piel, y me repito
mentalmente que no significa nada, solo un buen polvo y ya.
—¿Y bien? —rompo el silencio cruzada de brazos.
—Han forzado la cerradura.
—¿Ah, sí?
—Sí, pero de forma muy profesional porque apenas se ve.
—Mierda.
Eso solo confirma mis peores sospechas.
—¿Qué hacemos?
—A la mierda, vamos a entrar —abro la puerta.
La casa está sumida en un silencio inquietante. Casi ni respiro por estar
alerta y escuchar cualquier ruido, pero lo único que escucho son los latidos
de mi corazón y si me esfuerzo un poco creo que hasta los del de Cassian.
Avanzamos despacio por el pasillo. He estado aquí un montón de veces, he
visto el apartamento vacío, cuando Jennifer recién lo estaba amueblando,
por tanto, conozco todos y cada uno de los rincones de este apartamento.
—¿Qué? ¿Notas que falte algo de su sitio? —escucho la voz de Cassian a
mis espaldas.
Pero antes de que él dijese eso, yo ya me había dado cuenta de que las
llaves no estaban en su sitio habitual, de que la alfombra, que nunca suele
estar torcida por el perfeccionismo de Jennifer, no está recta y el espejo que
ella limpia cada día, ahora mismo está sucio.
—Sí, sigamos.
La sala de estar nos recibe y todo se ve ordenado, ella no suele pasar
mucho tiempo aquí, sino en su habitación. Avanzo con seguridad hasta su
habitación. La puerta está entreabierta y todo está en su sitio; la cama está
hecha y todo está ordenado. Cassian se pasea por la habitación, observando.
Yo por mi parte comienzo a abrir cajones y...
¡Bingo!
Antes de alegrarme, caigo en cuenta de una cosa.
—¿Qué pasa? ¿Has encontrado algo?
—Sí, pero algo no me termina de encajar —le digo a Cassian, que no
tarda en posicionarse a mi lado, mirando la caja de pastillas al lado de la
receta.
—Esas son tus pastillas, ¿no?
—Sí que lo son, pero eso significa que Jennifer las tenía preparadas, ¿por
qué?
Tras unos segundos de silencio, es él quien habla primero.
—¿Crees que ella pudiese saber o intuir lo que iba a pasar?
La pregunta de Cassian y el hecho de que haya pensado lo mismo que yo
es totalmente imposible de que tan solo sea una idea mía, ya que no soy la
única que lo ha pensado. ¿Cómo podía Jennifer saberlo?
—Algo tuvo que alertarla de ello...
—Sí, pero ¿qué? —digo tratando de atar cabos.
—A menos que...
—¿A menos que...? —trato de concluir.
Cassian clava sus ojos verdes en mí y por un momento creo saber lo que
va a decir.
—A menos que ella estuviese recibiendo las mismas notas anónimas que
tú.
Capítulo 22
Un plan con destino al fracaso
CASSIAN
Alondra me mira con los ojos muy abiertos, casi incrédula por lo que
acabo de decir. Al fin y al cabo, es una gran probabilidad.
—Vale, supongamos que mi mejor amiga ha estado recibiendo las
mismas notas anónimas que yo, ¿qué haría con ellas?
—Hmmm...
Buen punto, Alondra por alguna razón las guarda en una cajita de
terciopelo negro, ¿pero su mejor amiga? No tengo ni puta idea, apenas la
conozco. Si mal no recuerdo, la vi tres veces. Mientras yo intento deducir
eso, Alondra ya está manos a la obra buscando entre cajones, bajo la cama,
debajo del colchón, encima del armario, en todos lados.
—Nada, no hay nada.
De pronto algo vino a mi mente.
—¿Y si las tiró?
Alondra se queda quieta por un momento, después sale de la habitación y
yo la sigo. Esta casa no me da buena espina y no tengo pensado dejarla
deambular por aquí sin mi presencia. La sigo hasta la cocina y me doy
cuenta de que quiere mirar el cubo de basura. ¿Qué probabilidades hay de
que sigan ahí? ¿Y cuántas? Porque ahí interviene el factor de cuántas
recibía y cuánto tiempo las llevaba recibiendo. Una sola persona no debe
tirar la basura muy seguido.
—Aquí no hay nada —dice ella mientras sigue rebuscando con un
tenedor.
Qué fina, mi chiquitina.
Creo que nunca le diré que me gusta llamarla así porque cuando se
enfada y arruga la nariz, se parece a una caricatura animada que veía yo de
pequeño.
Iba a contener una risa, pero antes de eso todo mi cuerpo se puso alerta.
—Alondra —digo más serio de lo que pretendía.
—Espera, ya casi termino —me contesta sin mirarme mientras sigue
agachada rebuscando.
Pero no la dejo terminar, la tomo por el brazo y le tapo la boca mientras
la miro directamente a ese par de ojos grises que están recreando las mil
maneras de morir conmigo.
Susurro mientras la llevo a la habitación de su mejor amiga.
—Chiquitina, necesito que te calles porque alguien está a punto de entrar
por la puerta de la entrada, ¿vale?
Alondra asiente y me sigue silenciosamente. Miro toda la habitación y
apenas tengo tiempo para pensar.
El ruido de la puerta al cerrarse es todo el aviso que necesitamos para
escondernos. Las pisadas son cada vez más cercanas.
¡Mierda!
El armario empotrado, sí, ahí no debería de vernos nadie. Deslizo una de
las puertas y le indico a Alondra que se meta dentro. Ella por suerte obedece
(fuera de un contexto sexual) y se sienta en el suelo del armario, hacia el
fondo. Echo un vistazo y dejo la puerta tal cual nos la encontramos porque
deduzco que, quien sea que acabe de entrar en la casa, no es la primera vez
que lo hace. Me meto en el armario junto a Alondra y trato de cubrirla con
mi cuerpo todo lo posible, si van a abrir el armario solo me verán a mí.
—¿Quién coño ha entrado? —siento el aliento de Alondra en mi barbilla.
Esto no va a salir bien si seguimos así.
—No lo sé, pero controla tu respiración y no hagas ningún ruido —le
advierto.
Y si es posible, me gustaría que me dejase de respirar tan cerca de la
boca, lo que menos necesitamos en estos momentos es que me empalme
mientras nos escondemos en el armario de su mejor amiga secuestrada
porque un asesino haya entrado en la casa.
La puerta de la habitación hace ruido, indicando que alguien la ha
abierto. Noto un leve temblor que Alondra se esfuerza por ocultar, así que
con mi brazo derecho la pego hacia mi cuerpo, en un intento por
tranquilizarla, y creo que funciona. Sea quien sea que esté en la habitación,
abre un cajón y lo vuelve a cerrar, después otro, ¿qué está buscando? Al
cabo de unos segundos, escucho las pisadas alejarse de la habitación.
Alondra y yo intercambiamos una mirada en la oscuridad, vamos a esperar
un poco más. No tarda mucho más hasta que se escucha el sonido de la
puerta principal. En mi cabeza no puede evitar reproducirse un escenario en
donde la puerta se cierra con el objetivo de hacernos salir, por lo que le
indico a Alondra que no se mueva aún.
—Creo que ya no hay nadie —susurra Alondra.
Agudizo el oído, no escucho nada.
Deslizo la puerta del armario y salgo primero. Echo un vistazo a mi
alrededor, nadie. Le indico a Alondra que ya puede salir y mientras ella sale
del armario, me fijo en lo que hay encima de la cama, que antes no estaba.
Tomo la nota y la leo en voz alta, Alondra a mi lado mira la nota con una
expresión que no logro descifrar.
—"El 79 de la Calle Stone".
—Busca en el navegador dónde queda.
—¡¿Estás loca?! No vamos a ir ahí ni de puta coña.
—¡¿Y si mi mejor amiga está ahí?!—protesta.
—¡Claro! ¡¿De verdad eres tan ingenua y crees que alguien entraría a
dejarnos la maldita dirección?! ¡¿Así?! ¡¿Sin más?!
Alondra se queda callada unos segundos, empiezo a arrepentirme de
haberle gritado y hablado así.
Sigue en silencio, sin decir nada.
—Joder, lo siento, no debí haberte hablado así y mucho menos gritarte,
perdóname —digo soltando todo el aire que llevo un rato reteniendo—. La
situación me sobrepasa un poco.
—Disculpas aceptadas, pero no estaba pensando en eso —dice
sentándose en la cama y sosteniendo la nota entre sus dedos.
—¿Entonces? —frunzo el ceño, confundido.
—Tú lo has dicho, alguien entró a "dejarnos" una nota —hace énfasis en
la palabra y sigue—. Cassian, tenemos que salir de aquí pero ya.
De pronto todo encaja y comienzo a entenderlo. La agarro rápidamente
de la mano casi por inconsciencia y cruzamos toda la casa hasta salir de
ahí.
Quién dejó la nota encima de la cama sabía que estábamos ahí, en el
armario.
—¿Y si hubiese abierto el armario? —pregunta Alondra a mi lado,
conduciendo hacia la dirección de la nota.
Aparto la mirada y la dirijo hacia la ventana.
—Pues me hubiese tocado liarme a hostias.
Trato de poner mis pensamientos en orden, pero no lo consigo. Sé que no
es momento de pensar en ello, pero no puedo evitar preguntarme que qué
somos ahora mismo. Yo tengo claro que Alondra me gusta, hace unos
capítulos tal vez no lo tendría tan claro, no sabría diferenciar si es simple
atracción física y la química que es obvio que tenemos, o es algo más, ahora
ya lo sé. Sé que me importa, sé que quiero que no le pase nada, sé que
quiero estar todo el tiempo cerca de ella, sé que quiero que sus grietas no
sean tan profundas y sé que quiero construir puentes entre ellas, ¿pero
realmente saldría bien? Y si yo arriesgase todo al mismo color, ¿ella qué
haría? Alondra no parece muy interesada en algo más y casi con toda
certeza podría decir que le tiene fobia al amor.
Joder, de todas las tías que hay en el mundo, que podría tener a la que
quisiese, he ido a parar con la loca, la desconfiada, la que cree que me
acuesto con 100 mujeres cuando solo tengo ojos para ella y no sé cómo
decirle que es la única que me ha hecho sentir tanto.
Que no es la primera pero que quiero que sea la última...
Maldita sea, esta mujer me tiene como quiere y no se da cuenta.
Capítulo 23
Ángel sin alas
Llegamos a la dirección.
La casa está en una calle de otra ciudad, a apenas unos treinta kilómetros
de la casa de mi mejor amiga. Desde fuera, es una casa de madera que a
leguas se ve que lleva sin habitar un par de décadas al menos, y a eso
sumémosle el cartel de "Se Vende".
¿Me explica alguien quién coño va a comprar esa mierda?
Si es que solo con mirarla creo que no aguanta la presión y se podría caer
a cachos, imagina si pisase el suelo.
—¿Vamos a seguir mirando la casa como dos estúpidos o.…?
—No, no, vamos —abro la puerta del coche y salgo.
Antes de salir, abro la guantera y Cassian se asombra.
—¡¿Qué coño haces con eso?!
—¿En serio pensabas que iba a entrar ahí dentro desarmada? No me
conoces.
El revólver Colt Python 8 de calibre 357 Magnum que descansa en mi
mano lo dirijo a mi cintura, debajo del pantalón. Cassian niega con la
cabeza mientras una sonrisa ladeada asombra por la comisura de sus labios,
pero no añade nada al respecto.
Mejor.
Ya fuera del coche, Cassian me mira y su expresión se torna seria. Aquí
viene...
—Escúchame, chiquitina, vamos a entrar en esa casa y tú no te vas a
despegar de mí, ¿estamos? Y a la mínima te agarro y te saco de ahí sin
previo aviso.
Joder, acabo de ponerme cachondísima.
—Que sí, papá.
—Me gustaría que me llamases así en otro contexto, pero vale.
Sonrío y comenzamos a caminar hacia la casa, está atardeciendo y si esto
antes daba miedo, ahora lo da más. Cassian a mi lado camina muy seguro
de cada paso que da, y yo también, aunque por dentro toda mi seguridad
amenace con derrumbarse con cada segundo que pasa. Estamos frente a la
puerta.
Saco el revólver de mi pantalón y apunto hacia adelante a la vez que
Cassian abre la puerta delante de mí. Entramos con pasos precavidos, la
madera cruje bajo nuestros pies. De frente tenemos un pequeño pasillo y al
lado izquierdo tenemos la escalera de caracol, que lleva hacia el piso de
arriba. Cassian y yo intercambiamos una mirada que lo dice todo, así que
ilícitamente decidimos explorar el piso de arriba.
Cassian me indica con un leve movimiento de cabeza que suba primero y
él me cubrirá las espaldas. Asiento y me pego a la pared para comenzar a
subir peldaño por peldaño sin dejar de apuntar, el revólver ya tiene quitado
el seguro. De reojo veo a Cassian siguiéndome alerta a cualquier cosa que
pase. Al finalizar la escalera, hay dos habitaciones. En un movimiento
rápido las revisamos, no hay nadie. Solo podemos observar un evidente
desorden, colillas de cigarros llenan los ceniceros, botellas vacías de
whisky, vodka, tequila y muchas otras están esparcidas por el suelo. El olor
ha cerrado me inunda las fosas nasales y reprimo una arcada. Bajamos al
piso de abajo nuevamente. Sigo caminando con pasos cautelosos mientras
observo los estantes con fotos antiguas, aún en blanco y negro. Los marcos
de las fotos están cubiertos por una gruesa capa de polvo, lo que fácilmente
me indica que esta casa lleva décadas sin ser habitada por una familia. Los
sillones son de un estilo bastante vintage para esta época, se nota que fueron
comprados hace demasiado tiempo. Las ventanas polvorientas están
cubiertas por cortinas que en algún momento fueron blancas, ahora son de
una tonalidad amarillenta bastante asquerosa. No hay nada, nada ni nadie y
comienzo a desesperarme.
—¿Qué hacemos ahora? —susurro.
—¿Irnos? Aunque es posible que nos hayan tendido una trampa, aunque
aún no sé de qué.
Cassian puede tener razón, pero tampoco tiene sentido que nos manden
hasta aquí para nada. No puede ser que nos manden a una dirección para
absolutamente nada.
Me doy media vuelta, dispuesta a irme. Le echo un último vistazo a la
casa, pero un ruido sordo llama nuestra atención.
—¿Has oído eso?
Asiento.
—¿Qué fue? —pregunto mirando hacia todas las direcciones que ya he
mirado antes.
—No lo...
Otro sonido nos enmudece. Son gritos ahogados, como si...
Como si...
—¡Mierda! —exclamo.
Me agacho rápidamente en el suelo de rodillas y Cassian me imita. Palpo
el suelo con una desesperación palpable en el aire. El polvo se levanta del
suelo y me enrojece los ojos, pero me da igual. Doy con lo que buscaba y
tiro de la anilla. La pequeña puerta del suelo se eleva hacia arriba con la
fuerza con la que Cassian tira de ella.
—¡Joder!
Sigue tirando con fuerza hasta que la trampilla da paso a una especie de
cobertizo o sótano en un estado deplorable. Con la linterna del móvil,
Cassian baja de un salto sin soltar mi mano, para después ayudarme a bajar
también.
—¿Ves? Viene de aquí abajo.
El sonido reverbera entre las paredes y tratamos de seguirlo. Corremos
rápido por el estrecho pasillo, girando a la derecha y a la izquierda varias
veces recorriendo aproximadamente dos metros hasta que llegamos a una
puerta cerrada con candado. Apunto sin pensar hacia la cerradura. Las
lágrimas me caen por las mejillas a la vez que la bala sale del revólver e
impacta contra la cerradura, haciendo que el candado caiga al suelo hecho
añicos. Empujo la puerta de una patada y la imagen que tengo frente a mí sé
que me va a perseguir toda la vida.
—¡Joder, joder, joder !—me acerco y me agacho frente a la gruesa
tubería.
—Voy a llamar a la policía —anuncia Cassian a mis espaldas.
Un temblor sacude el suelo.
Lo ignoro e intento abrir las esposas que mantienen atada a Jennifer a la
tubería. Está inconsciente, con el pelo largo y negro enmarañado, pegado a
la cara por el sudor. Presiono el dedo índice y el corazón a un lado de su
cuello, comprobando los signos vitales. Me siento desfallecer al no sentir
los latidos contra mi dedo, pero sigo presionando hasta que encuentro su
pulso y el alivio le da una sacudida a mi cuerpo. Aunque sigue sin estar
bien, es un pulso débil. No consigo romper las esposas.
—¡Cassian, trae algo, joder, trae algo! —grito raspando mis cuerdas
vocales.
Las lágrimas empapan mis mejillas y hacen que las heridas de mis labios
duelan a causa de la sal.
Cassian no me responde, solo escucho sus pasos herméticos de un lado a
otro.
—Déjame a mí.
Me aparto y veo a Cassian con una sierra intentando romper las esposas.
El sonido metálico me perturba y siento que me falta el aire. Las esposas
por fin se rompen y Cassian carga a Jennifer en sus brazos. Otro temblor le
da una sacudida a la casa y, del techo, comienza a caer polvo.
La casa se está derrumbando.
Cassian me mira casi horrorizado. Las tuberías empiezan a caer y un
estante aterriza a mi lado, haciéndose pedazos en el suelo detrás de mí.
—¡Hay que salir de aquí ya!
Asiento y corremos por los por los pasillos. Paredes y pedazos de
cimientos van cayendo detrás de nosotros, pisándonos los talones.
Seguimos corriendo. Me cuesta respirar. Llegamos a la salida de la casa de
milagro, pero conseguimos llegar. Ahora solo hay que ir a un hospital a que
traten a Jennifer.
Nos dirigimos al coche, Cassian sigue sujetando a Jenny y yo abro las
puertas con el mando.
—¡Conduce tú, yo voy atrás con ella!
Cassian asiente y deja a Jennifer en la parte trasera del coche. Me subo,
Cassian arranca y justo antes de movernos vemos la casa derrumbarse del
todo. Unos segundos más y los escombros nos hubiesen matado.
El sonido de las llantas en el asfalto y la creciente velocidad es lo único
que me hacen estar conectada a la realidad, porque de alguna forma todo se
está ralentizando, como si el tiempo lo pusiese todo en cámara lenta, como
si pudiese memorizar cada secuencia de lo que sucede.
Y en el fondo sé el porqué.
Estoy en el asiento al lado de la ventana del lado derecho y en mi regazo
sostengo la cabeza de mi mejor amiga. Sus ojos se intentan abrir con
dificultad. Tiene los labios resecos y partidos a causa de la falta de
humedad.
—Jenny, vas a estar bien —le susurro buscando alguna señal de que me
esté escuchando.
Mueve los párpados, pero no consigue hablar, veo el cansancio en su
mirada.
Miro su cuerpo tendido a lo largo de los asientos. Lleva en la misma
posición desde que la sacamos de aquel sótano.
—Jenny, ¿puedes moverte?
Miro sus ojos, se mueven de un lado a otro, está negando.
—Cassian, acelera.
—¿El qué?
Siento el ardor en los ojos, pero lo reprimo.
—¡Cassian, acelera! —grito sin dejar de mirar los ojos de mi mejor
amiga.
Cassian no pregunta, solo escucho en cambio en el ruido del motor y
como la velocidad aumenta en cuestión de segundos.
—Jenny...
Sus ojos fijos en los míos también empiezan a enrojecer, una lágrima
rueda por su mejilla y la atrapo con el dedo índice, mis manos tiemblan
sobre la piel de su rostro, cada vez más pálido.
—Jenny, mi niña... —digo en un hilo de voz—. ¿Te duele?
Pregunto mientras pellizco su brazo. Mueve los ojos de un lado a otro,
negando de nuevo. Repito el mismo proceso en varias zonas de su cuerpo,
la reacción es la misma. Y por cómo cierra los ojos mientras las lágrimas le
ruedan por la esquina de los ojos, me doy cuenta rápidamente de lo que veo
en ellos:
Rendición.
—No, no pienses eso que estás pensando, ¿me oyes? —me exaspero
negando repetidas veces—. En seguida llegaremos al hospital y te pondrás
bien.
Sus ojos se vuelven a abrir, me miran fijos. Hay algo que me está
queriendo decir. Sus ojos se achican y es como si estuviese sonriendo, pero
sin curvar los labios, como si estuviese sonriéndome con los ojos, como si...
—¡No! ¡Ni se te ocurra despedirte!
Las lágrimas ahora corren por mis mejillas sin control alguno, no las
reprimo, no puedo.
Me inclino sobre ella depositando un beso en su frente, cierra los ojos
cuando lo hago, disfrutando del gesto. Antes de retirar mis labios de su piel,
un extraño olor escala por mis fosas nasales. Un olor que me deja de piedra
en el sitio. Un olor que confirma todo lo que quería negar y sigo queriendo
negar.
Almendras podridas.
Mis ojos enrojecidos apenas ven por las lágrimas, todo está borroso, pero
ese olor es lo único que no se difumina.
—Cassian.
—¿Sí? —contesta sin dejar de mirar la carretera.
—Jenny huele a almendras.
—¿Y.…?
—A almendras podridas.
De pronto nos sumimos en el peor de los silencios. En aquel silencio para
el que no hacen falta palabras, pues toda una conversación ilícita flota en el
aire. Cassian es el primero en romper el silencio.
—Mierda.
Lo sabe.
Lo sé.
Lo sabemos.
Y es muy probable que Jennifer también.
Cassian detiene el coche en la oscura carretera en medio de un bosque.
Yo tomo el rostro de Jenny entre mis manos, acunándolo.
—Jenny, Jenny, Jenny...
Sus párpados le empiezan a pesar, no, miento. Le llevan pesando mucho
rato. Con la voz entrecortada formulo la pregunta.
—Te han intoxicado con cianuro, ¿verdad?
Una lágrima más se desliza por su mejilla mientras cierra los ojos por un
instante.
Y sin poder evitarlo, el llanto rompe cada centímetro de mi seguridad,
cada grieta y cada muro.
Y me derrumbo.
Me desplomo sobre su cuerpo, llorando como jamás lo había hecho. Me
falta el aire. Sé que llorar no me va a ayudar, pero no puedo retener las
lágrimas, salen con vida propia, fuertes y calientes, saladas y dolorosas.
Su pulso se debilita, el hospital queda demasiado lejos aún y aunque
tuviésemos la suerte de llegar, sería demasiado tarde.
—¡Joder, Jenny! —grito atragantándome con mis propias lágrimas.
Aparto los mechones de su cara, la detallo para que el paso del tiempo no
difumine sus facciones, aunque sé que de todas formas lo hará.
—¡¿Es en serio?! ¡¿Irte ahora?! ¡¿Y dónde quedó todo lo que decíamos
en la puta secundaria?!—grito entre sollozos—. ¡¿No que ibas a ser mi
madrina en la boda que nunca planeé?! ¡¿Y yo la tuya?!
Busco una bocanada de aire al borde de la asfixia, siento que me duele el
corazón.
—Eres mi hermana y siempre lo serás, nunca lo olvides, te quiero, joder.
Sus ojos se cierran de nuevo, sigo hablando, esperando a que los abra de
nuevo, pero esta vez no ocurre.
—Alondra...
Ignoro a Cassian por completo.
—No sé vivir sin ti, no a estas alturas...
Sigo hablando, esperando a volver a ver ese negro en sus ojos, que en
realidad es el marrón más oscuro que existe. Sigo esperando por volverlos a
ver, pero no ocurre, no va a volver a ocurrir.
De pronto siento unos brazos rodeándome con fuerza y si pensé que antes
me había derrumbado, estaba totalmente equivocada. Al sentir la presión de
sus brazos rodeándome como si me fuese a romper en mil pedazos y él
fuese a mantener todas mis piezas juntas, me derrumbé de verdad.
—¡NO!
La garganta me arde, siento tensarse mis cuerdas vocales, llegando a su
límite.
Todos los recuerdos pasan por mi mente en forma de secuencias de
película, a cachos, en forma de flashbacks.
—¿Quieres ir al cine? Vamos a ver una de terror de esas que te gustan a
ti.
—¡Claro que sí! —grité emocionada.
Ella se sobresaltaba mucho con el terror, pero aun así las disfrutaba solo
por mis reacciones...
—Mi papá volvió a echarme de casa...
—No pasa nada, puedes dormir conmigo, ¿qué quieres para la cena?
¿Espaguetis a la Carbonara?
—Sí —asiento limpiando las lágrimas de mis amoratadas mejillas.
Ella siempre ha estado en todo lo malo que me ha sucedido, sin dejarme
caer, nunca.
—Pero Addie... —baja la mirada a mis tobillos ensangrentados.
—¡Lo sé! ¡Soy inútil! ¡Lo siento por ser como soy!
Me quita las manos de la cabeza.
—No lo eres, eres más fuerte de lo que crees, solo espero que algún día
lo puedas ver por ti misma.
Ella vio mi peor cara y aun así nunca me juzgó.
—No estás sola, lo sabes, ¿no?
—Ah, ¿no? Porque llevo toda mi vida así. Mi madre está más
preocupada por Noa que por mí, mi padre me odia y me parte patas de
putas sillas en la espalda mientras que a Noa la llama "princesita", ¡¿tú
crees que no estoy sola?! ¡Joder! ¡Siempre lo he estado!
—Tú lo has dicho, "estado", no "estás", ahora me tienes a mí —su
abrazo viene acompañado de una cálida sonrisa, como si no le hubiese
afectado en nada lo que acabo de decir.
Jennifer siempre ha sido mi pilar fundamental. Siempre sabía lo que decir
y en qué momento decirlo...
—Es que me gusta mucho y.…—el hipo se entremezcla con mis sollozos.
—Y nada, es un pendejo y él se lo pierde.
Incluso cuando recibí el primer peor golpe de mi vida.
—¿Y bien? ¿Qué te han dicho?
Miro hacia un punto fijo.
—Tenías razón, me han diagnosticado con psicosis.
—No llores, Addie, lo sabíamos...
—Escucharlo de un profesional es distinto.
—Mira, te voy a prometer algo. Ya sabes que no suelo prometer, pero te
prometo que nadie lo sabrá más que tu psiquiatra.
—No pienso ir al psiquiatra.
—¿Y si tu psiquiatra fuese yo?
Aquel día vuelve a mi mente... Jennifer estaba casi tan destrozada como
yo, pero aun así sacó fuerzas de donde no las había para consolarme.
—Siento que ya no tengo nada por lo que vivir...
—Addie, no digas eso —se sorbe la nariz conteniendo un sollozo—. No
fue tu culpa, no sabías que eso podía pasar.
—¡Era mi hermana, joder! ¡Y ahora está muerta! ¡Por mi culpa!
—No digas eso, mi niña, tú no tienes la culpa de nada... —solloza
acariciando mi cabeza tendida sobre su regazo.
Tal y como fue entonces, pero ahora se invirtieron los papeles. Acaricio
la cabeza de Jenny que descansa sin vida sobre mi regazo. No tuve que
cerrar sus ojos porque ya lo había hecho ella, ella ya sabía que ese iba a ser
su último pestañeo. Fui lo último que vio.
La lluvia cae en forma de dolorosas piedras de granizo que repiquetean
en la tapa del ataúd. Yo no me estoy mojando, Cassian sostiene un paraguas
que nos cubre a los dos. A un par de metros aún escucho el llanto de Julia,
la mamá de Jennifer y las hermanas, Kira y Jarlyn.
—Siempre te recordaremos como una persona... —habla uno de los
presentes, pero no le pongo atención.
A nadie.
Mi mirada se mantiene fija en cómo descienden el cuerpo de mi mejor
amiga a varios metros bajo tierra. No he dormido en los últimos tres días.
Tampoco he conseguido comer más allá de algún bocado suelto. Y no
porque estuviese deprimida, sino porque estaba investigando al culpable de
esto. De haberme quedado llorando en casa, Jennifer se hubiese levantado
de su tumba y me hubiese abofeteado. Ella me enseñó a resolver, no a
quejarme sin hacer nada. Cassian pasa su abrazo alrededor de mi cintura,
estrechándome contra su pecho. Apoyo la cabeza. Ya no me quedan
lágrimas para llorar. Mi cabeza solo puede pensar en una cosa.
Sangre.
Quiero la cabeza del culpable.
Quiero torturarlo hasta que ruegue porque lo mate.
Quiero hacerlo arrepentirse del día que llegó a esta tierra, más bien, del
día que se le ocurrió secuestrar y envenenar a mi mejor amiga.
Quiero que suplique.
Quiero que sufra hasta quedar al borde de la inconsciencia, solo al borde,
para luego repetir el proceso una infinidad de veces.
Quiero probar el límite del dolor humano en su piel.
Y mataré con mis propias manos a quien se intente interponer en mi
camino, porque esto acaba de empezar.
Capítulo 24
Una pieza más del rompecabezas
Los siguientes días fueron muy intensos.
He tenido que gestionar todo lo que siento de tal forma que no me afecte
en el trabajo. Ahora mismo estoy en mi oficina, llevo aquí desde ayer por la
mañana. Miro el reloj digital que tengo encima de la mesa y marca las
23:08, ya no queda nadie en todo el edificio, soy la única que se ha quedado
trabajando de más. ¿Cómo he sobrevivido? A base de cafés.
Tengo algunos mensajes sin contestar de Cassian y alguna que otra
llamada perdida. Tan solo le mandé foto de la oficina diciéndole que me
quedaré hasta tarde, que no se preocupe y que estoy bien. Sigo revisando
formularios, informes de gastos, estadísticas de ventas y demás cuando algo
me saca de mi ensimismamiento. Todas las luces están apagadas y solo
tengo iluminación proveniente de la pantalla del ordenador. Me levanto de
la silla y con la linterna del móvil alumbro. Abro la puerta para ver la gran
sala. No hay nadie.
Recuerdo que he tomado mi medicación así que puede que sea solo algo
de mi imaginación. Vuelvo a sentarme en la silla, intentando retomar el
trabajo donde lo dejé. La pantalla de mi móvil se ilumina y diviso el
nombre de Cassian en la pantalla, una llamada entrante. Descuelgo y me
llevo el móvil a la oreja, apoyándolo entre esta y el hombro mientras tecleo
en el ordenador.
—¿Aló?
—Hey, ¿cómo estás?
Su voz suena algo preocupada, en estos momentos me da igual, siendo
sincera.
—Bien, trabajando en el informe de los canadienses —digo sin mucha
atención.
—¿Quieres que pase a buscarte a la oficina y te lleve algo de comida?
Debes estar muy cansada.
Iba a abrir la boca para contestar, pero un ruido al otro lado de la puerta
me distrae. Frunzo el ceño.
—Cassian, dame un momento.
Le cuelgo y pongo de nuevo la linterna del móvil. Todo el personal está
fuera, no queda nadie. Ni siquiera los de la limpieza, por lo que solo debería
estar yo y el portero de la planta de abajo. Abro la puerta y alumbro a mi
alrededor. Al fondo de la sala, frente al gran ventanal que ofrece la vista de
los mejores edificios luminosos de Asterfield, me paralizo al encontrarme
con una silueta que me está dando la espalda. Retrocedo. Entrecierro los
ojos intentando enfocar la vista, pues el cansancio me hace la vista borrosa.
Es una silueta mirando hacia el ventanal y por la forma, creo distinguir que
lleva una capucha. Esto ya me sucedió antes, hace algunos meses. No sé si
es real, busco algún indicio de que lo sea, pero sigo sin distinguirlo. Me he
tomado la medicación, de eso estoy segura. Así que, en ese caso, debe ser
real. La luz de la linterna no llega a alumbrar hasta donde se encuentra la
silueta. Decido dar un paso hacia adelante.
—¡Hey! ¿Quién eres y qué haces aquí? —digo no del todo convencida.
La silueta parece no reaccionar por algún segundo, hasta que lentamente
se da la vuelta. Sostiene algo en su mano, mierda.
Un cuchillo.
Retrocedo dos pasos hacia atrás. ¿Qué probabilidad hay de que llegue a
la oficina y encuentre algo con lo que defenderme? No demasiadas. No
tengo tiempo suficiente para pensarlo porque el hombre encapuchado corre
hacia mí. Me sobresalto y corro hacia el pasillo a mi izquierda. Los tacones
resuenan en el suelo junto con las pisadas rápidas del hombre. Giro hacia la
izquierda hacia una escalera. La bajo corriendo, intentando no perder la
estabilidad mientras me sujeto a la barandilla. A pocos metros me viene
pisando los talones el encapuchado. Me detengo y en lugar de seguir
bajando me cuelo rápidamente en una de las habitaciones. Busco algo con
lo que defenderme en la oscuridad. Palpo el estante y mis manos identifican
lo que parece ser una maceta. Siento el teléfono vibrar en mi bolsillo, pero
no le doy importancia, no en este momento. Los pasos se escuchan cada vez
más cercanos. Agarro una caja de cartón que contiene papeles y
documentos y la dejo en el suelo frente a la puerta. Me armo de valor para
posicionarme detrás de esta y en pocos segundos la puerta se abre. El
hombre tropieza con la caja que he dejado en el suelo. Intenta levantarse
rápidamente, tengo a la vista su nuca, que es en donde estrella maceta que
se rompe haciéndose añicos. Salgo corriendo por la puerta antes de que se
levante.
—¡Maldita zorra!
Lo escucho maldecir a mis espaldas mientras corro. Me quito los tacones
sosteniéndolos en mis manos. Un tirón de pelo hace que me gire. No
distingo su rostro ni sus facciones por la falta de luz, pero eso no me impide
que le incruste el tacón en el hombro. Suelta un grito adolorido acompañado
de un gruñido y una maldición. No le doy tiempo a reaccionar cuando lo
tomo por la capucha y estrello su nariz contra mi rodilla. El impacto lo hace
tambalearse y lanzar un inútil golpe al aire que esquivo antes de que llegue
a tocar mi pómulo. Con pie izquierdo lo paso de lado a los suyos,
haciéndole un barrido. Con mucho esfuerzo consigo que caiga al suelo,
donde le propino dos patadas en el estómago y costado, haciendo que caiga
de lado. No presto atención a que mi pierna derecha está cerca de él hasta
que siento un corte en mi tobillo.
—¡Joder!—grito adolorida.
Ha estado muy cerca de cortarme el tendón de Aquiles, muy cerca.
Esa pequeña distracción le permite agarrarme por los tobillos,
manchando el reluciente suelo con mi sangre, haciendo que resbale con ella.
Caigo de bruces cuando me arrastra por los tobillos. Intento pegar patadas,
pero en cuestión de segundos me tiene aprisionada por las muñecas, con la
cara apretada de lado contra el suelo haciéndome daño en la mandíbula.
Tengo el ascensor a apenas un par de metros, pero por mucho que me
arrastre no consigo liberarme de su agarre.
—¡Déjame! —grito en un intento fallido por arrastrarme por el suelo.
—¡Quítale las putas manos de encima!
El grito de una voz que reconozco muy bien hace que retumbe en las
paredes del pasillo. El sonido de un disparo me sobresalta y a continuación
escucho al encapuchado soltar maldiciones a diestro y siniestro, a la vez que
siento la liberación en mis tobillos.
—¡¿Cassian?! ¡¿Qué haces aquí?!—digo aún sin poder creerme lo que
estoy viendo. Su silueta se mueve rápido cuando se sienta a horcajadas
sobre el hombre y empieza a propinarle una lluvia de acertados puñetazos,
uno tras otro, al encapuchado, que intenta luchar contra él intentando
defenderse. Cassian no le da esa oportunidad y los puñetazos hacen que las
gotas salpiquen suelo y paredes. De pronto, ante esta escena, recuerdo que
en mi casa también entró un hombre encapuchado y comienzo a hilar la
situación. El sonido de los huesos rotos me saca de mi ensoñación, si sigue
así lo va a matar.
Me acerco a Cassian, quien sigue a horcajadas sobre el tipo. Lo tomo por
los hombros intentando detenerlo.
—¡Cassian, para! ¡Lo vas a matar!
Pero Cassian no me responde, está cegado por completo.
Su brazo se alza para atestar otro puñetazo, pero lo atrapo antes de que lo
haga, la fuerza es sorprendente.
—¡Cassian, detente! ¡Lo necesito vivo!
Con eso último parece pensar en lo mismo que yo y sus golpes se
detienen.
—Has tenido suerte, hijo de la gran puta.
El hombre apenas se mueve, está a punto de desmayarse. Debería llamar
a la policía, pero si lo hago, no podré hacer lo que quiero hacer. Cassian y
yo intercambiamos una mirada.
—¿Dónde está el almacén? —pregunta Cassian y señalo la habitación en
la que yo había entrado antes.
—Bien.
Dicho eso, toma al hombre y lo mete dentro de esa habitación. Le sigo.
Lo sienta en una silla y lo ata a esta con cuerdas. Después, sale de la
habitación y entra a la de enfrente, el cuarto de los productos de limpieza.
—Si quieres hacer lo que yo creo que quieres hacer, deberíamos limpiar
este desastre.
Sí, definitivamente Cassian y yo pensamos lo mismo.
—Vale, pero ¿qué hacemos con las cámaras? —inquiero preocupada.
—Tú tranquila, no te preocupes por eso, ya me encargo yo —me guiña
un ojo antes de comenzar a sacar productos.
Fregamos el suelo, paredes y al cabo de veinte minutos no queda rastro
de sangre. Entramos a la habitación en donde el encapuchado está atado y
enciendo la luz.
—Dios... —me asombro al ver el rostro casi irreconocible del hombre.
Los morados en sus pómulos y la sangre que sobresale de las múltiples
heridas, además de las irregularidades en su nariz y barbilla me hacen
entender que pese a que Cassian no es muy ancho, más bien es de
complexión delgada, tiene mucha más fuerza de la que aparenta.
Bien, empecemos.
—¿Quién eres? —pregunto mirando a sus ojos.
Unos ojos que ya había visto antes, en mi casa.
Los entreabre adolorido, una sonrisa de lado se forma en su rostro.
—A ti te lo voy a decir, maldita perra.
No me dio tiempo a reaccionar. La silla con el hombre cayó hacia atrás
después del sonido del impacto del puño de Cassian.
—Mide tus palabras o no volverás a pronunciar ninguna, imbécil.
—¿Quién eres? Más te vale responder o el próximo te mandará al otro
puto barrio —espeta Cassian furioso.
—¡Vale, vale! —se rinde—. Me contrataron para asustarte.
¿Asustarme?
—¿Quién? —inquiero.
—Un chico al que también habían contratado para contratarme.
¿Pero qué...?
Cassian se recuesta en una silla observándolo todo muy atento.
—¿Y qué te pidieron exactamente?
—Me enseñaron una foto tuya, tu nombre y tu dirección.
Eso último llama mi atención.
—O sea, que entraste en mi casa.
—Sí, yo fui el que te atacó —confirma con la respiración pesada.
Veo a Cassian apretar los puños y tensarse, pero de alguna forma se
controla.
—¿También fuiste tú el de las rosas?
—¿Qué rosas?
Joder.
—Dime un nombre o una dirección.
—No puedo hacer eso, me matarían —niega apresuradamente.
—Te recomiendo que si quieres una muerte rápida, me lo digas.
—No, ya he dado suficiente información por la que también podrían
matarme. Antes de darme cuenta, Cassian se interpone entre el hombre y yo
y en cuestión de segundos hunde sus dedos en el nacimiento del cabello del
encapuchado, echando su cabeza hacia atrás, obligándolo a que lo mire.
—Escúchame muy bien, hijo de la grandísima puta, o empiezas a escupir
toda la maldita información que tienes en eso a lo que llamas cerebro o te la
saco a puñetazos.
Sorprendentemente intimidante, he de decirlo.
El calor invade mi cuerpo, haciéndome apretar las piernas en un intento
por aliviar el calor que se ha instalado en mi entrepierna.
Qué sexy se ve enfadado.
—¡Joder, joder! ¡Está bien! —comienza a lloriquear el hombre cuando
Cassian sigue tirando de su cabello—. El chico me dijo que "El Cuervo"
necesitaba mi ayuda, después me tendió la foto con el nombre y la
dirección.
—¿Y ya? —pregunto.
—Y ya, no me dijo nada más.
¿Quién cojones es "El Cuervo"? Tiene que ser de los de arriba, uno de los
peces gordos sino es el pez gordo, no puedo ir por él de primeras. Además,
este tipo ha sido un simple peón, no le han dado ningún tipo de
información, solo órdenes que acatar. Debo llegar hasta El Cuervo, pero no
puedo hacerlo directamente.
—¿Cómo se llamaba el chico que te contrató?
—Tomás —contesta dubitativo.
No puede ser.
—¿Tomás qué?—indago intentando confirmar mis sospechas.
—¡No lo sé, lo juro! ¡Solo lo vi una vez!
—¿En dónde?
—En el Black Panther.
Frunzo el ceño.
—¿Eso qué coño es?
Cassian se adelanta.
—Es un club nocturno en donde se llevan a cabo prácticas sexuales como
el BDSM, ver bailes, entre otras cosas.
Exclamó el de la cara de niño bueno.
No voy a preguntar cómo es que Cassian sabe eso.
—Sé que frecuenta ese sitio, no sé nada más.
—Descríbemelo.
Cassian abre mucho los ojos, cayendo en cuenta de lo que estoy
insinuando.
El hombre cierra los ojos por un momento mientras hace una mueca de
dolor al contraer los músculos de la cara.
—Por las luces del lugar no sé exactamente, pero alto, de pelo rubio, los
ojos muy azules y con un acento como no sé...
—¿Irlandés?
—Algo así, sí —asiente el hombre—. Va siempre con dos tipos rudos y
grandes, se le puede reconocer porque siempre pide la misma bebida,
Absenta.
—Entiendo —asiento procesando la información—. ¿Así que el tal
Tomás trabaja para el tipo al que llaman "El Cuervo"?
—Sí, pero hay más gente involucrada, no sé quiénes, pero no es algo
pequeño —niega con cansancio, está perdiendo mucha sangre por la herida
de bala que le causó Cassian en la pierna—. Huye mientras puedas, van a
matarte de todas formas.
Sus labios se curvan en una sonrisa de lado que termina en una risa
ahogada por la sangre con la que se atraganta. Cassian se pone de pie a mi
lado.
—Suficiente.
La bala deja un agujero en la frente del encapuchado y su cabeza cae sin
equilibro hacia atrás.
Quisiera sorprenderme porque Cassian acabe de quitarle la vida a alguien
y no se vea para nada afectado, pero por alguna razón no lo hago.
El humo abandona mis labios mientras miro la luna entre los destellos del
fuego. No fumo, pero en situaciones de máximo estrés sí. Estamos
apoyados en el coche mientras vemos arder un barril lleno de ácido con el
cuerpo del hombre al que Cassian ha asesinado hace unas horas. Antes de
salir del edificio de la empresa, limpiamos cualquier rastro de sangre y de
nuestras huellas y Cassian borró las grabaciones de seguridad, hackeando el
sistema y poniendo en bucle la secuencia de antes de que sucediese todo
eso, cuando yo estaba tranquilamente trabajando y no había nadie. Esa
escena se reproducirá por horas hasta que el sensor detecte a la primera
persona entrar el edificio.
Rompo el silencio.
—¿Cómo sabías que estaba en peligro? Nunca te di la dirección de mi
trabajo.
Lo miro sacar su teléfono del bolsillo.
—Te llamé y al parecer se descolgó sin querer —dice mostrándome el
registro de llamadas—. Y con la suerte de que la llamada estuviese en curso
por varios minutos, pude rastrear la dirección IP y encontrar la empresa.
Niego con la cabeza intentando ocultar una sonrisa.
—Muy propio de ti.
—Por cierto, deberíamos irnos ya, se está haciendo tarde —dice mirando
el reloj.
Cierro, ya pasó poco más de la media noche.
Ya dentro del coche, con Gangsta de Kehlani, suspiramos por algunos
segundos, creo que ambos necesitamos procesar esta noche. Cassian, desde
el asiento del conductor, se inclina para subir un poco la música a la vez que
yo me inclino buscando los chicles que sé que deberían estar en el
posavasos. Su boca queda a escasos centímetros de la mía y mi mirada no
puede evitar huir hacia su boca. Sus labios se abren con anticipación y
atrapan mi labio inferior, tanteando el terreno, un gesto sutil, incluso tierno.
Hago lo mismo y estampo mis labios contra los suyos, accediendo.
Coloca su mano en mi mejilla, casi acuñándola y disfruto del tacto. Es un
beso lento, atento, cariñoso. Enredo los dedos en su pelo, acercándolo más a
mí. Cuando intensifico el beso, su mano se coloca en mi cintura, apretando
con sus dedos en ella. El tacto me enciende y jadeo contra su boca. Me
coloco a horcajadas sobre sus piernas, él echa el asiento hacia atrás. Con sus
manos en mi cintura y las mías en su cabello, se aceleran nuestras
respiraciones y en cuestión de segundos los cristales se empañan. Muevo mi
cintura, restregándome contra el notorio bulto en su pantalón. Sus manos
viajan a mi pantalón, donde desabrocha el vaquero. Alzo mi cadera,
facilitándole la tarea. El simple roce de sus dedos a través de la tela de mis
bragas me pone a temblar. Notaba humedad entre mis piernas.
—Pero qué mojada que está mi niña... —susurra sobre mi boca con la
voz más grave de lo normal.
Sus ojos me miran atentos bajo el tinte de la lujuria en la mirada.
Introduce un dedo que se desliza con facilidad en mi interior y no tarda en
meter un segundo. Sube la velocidad, mi cadera moviéndose y el sonido
encharcado de sus dedos entrando y saliendo de mi provocan sacudidas a su
pantalón. Muerdo y succiono sus labios con fiereza.
—Joder, nena... —gruñe cuando atrapo el lóbulo de su oreja.
Llevo mis manos a su cintura. Bajo el pantalón y levanta la cintura para
que pueda bajarlos. Libero su pene del bóxer, que palpita en mis manos,
ansioso por adentrarse en mi interior. Las venas tan marcadas me ponen a
salivar. Con el pulgar hago pequeños círculos sobre su punta, la cual ya
resbala por el brillante líquido preseminal. Un jadeo escapa de sus labios y
no hace más que excitarme aún más. Lo masturbo con movimientos suaves
y bruscos, rápidos y lentos. Se desespera al punto que, sin previo aviso,
levanta mis caderas y se abre paso en mi entrada. Ambos gemimos ante el
placer.
Me muevo sobre él, arriba, abajo, en círculos y me quedo hipnotizada por
cómo me mira. Me está mirando directamente a los ojos, como si estuviese
admirándome. No tarda en marcar el ritmo con fuertes embestidas y ya
siento el cúmulo de sensaciones recorrer tomo mi cuerpo. Su pene se tensa
dentro de mí, no había condones, pero sabe hacer una marcha atrás. Unas
últimas embestidas y me levanto rápidamente sin darle tiempo a reaccionar.
En menos de dos segundos estoy succionando y sintiendo la punta contra
mi campanilla, sintiendo la mezcla de sus fluidos y los míos. Me toma por
la nuca, empujado con su cadera marcando su propio ritmo. Las lágrimas a
causa de la falta de aire me inundan los ojos, pero se siente tan jodidamente
placentero que apenas me detengo a tomar aire. De pronto, todo su sabor
me inunda la boca. Trago sin dejar que ni una sola gota manche la
carrocería de mi precioso y nuevo coche y después me recompongo,
echando la cabeza sobre sus hombros. Ambos tenemos la respiración hecha
mierda y las gotas de sudor nos bajan por la frente.
Bajamos la ventana de su lado, refrescándonos con el frío de la
madrugada.
—Si seguimos así, vamos a tener un problema —digo en un suspiro
mientras disfruto de la brisa.
—Yo ya lo tengo, tú tranquila.
Y eso me deja pensando por más noches de las que debería...
Capítulo 25
La pantera negra
CASSIAN
Después de dejar a Alondra en su casa, llegué a mi casa en Faidbridge
una hora después. Después de que la ducha me recibiese, apenas toqué la
cama y caí en un sueño profundo, sueño en el que, como cada noche,
apareció aquel par de ojos grises a invadir cada rincón de mi mente.
La luz se cuela por los agujeros de la persiana. Quiero seguir durmiendo.
A decir verdad, dormiría toda mi puta vida, pero como no se puede, es otro
día más levantándome. Tengo dos mensajes de Alondra y otro de mi madre,
los contestaré después. Después de mi taza de café y un croissant, ya
contesto a los mensajes. Alondra me dice de ir hoy a ese lugar y yo ya sé
que se refiere al Black Panther. No me hace ni puta gracia que pise ese sitio,
pero bueno. ¿Quién se lo impedirá? Porque yo no. A esa mujer cuando algo
se le meten en la cabeza, es mucho más fácil y sale mucho más rentable
arrancarle la cabeza antes de la idea. Todo este asunto me suena a sucio y si
seguimos avanzando por esta línea, voy a tener que hacer un par de
llamadas. No podemos meternos en algo así nosotros dos, solos. Busco un
contacto en la agenda y cuando lo encuentro, llamo.
—¿Hola?
—Hola.
—¡Cassian, cuánto tiempo! ¿Qué puedo hacer por ti, hermano?
—Pues precisamente por eso te llamaba. Necesito que investigues a
alguien que se hace llamar "El Cuervo".
Asiente, sin poner preguntas, como siempre.
—Uhm, entendido. ¿Te urge mucho la información?
—Sí, me urge mucho, la verdad —admito.
—De acuerdo, haré un par de llamadas y en cuanto lo tenga te llamo.
—Dale, hermano, estamos en contacto —me despido.
Después de colgar, pienso durante algunos minutos en la situación.
Richard no tardará en conseguirme la información, lo sé. Es el jefe de la
banda más peligrosa de Faidbridge. ¿Y cómo es que le tengo haciéndome
favores sin pedir nada a cambio? Simple, lo ayudé a salir de la cárcel
incriminando a alguien, cuya identidad ya no es relevante.
No por nada, sino porque está muerto.
—Hey, Cassie, ¿estás ocupado? —pregunta mamá desde la cocina.
Me levanto de la silla del escritorio y me dirijo hasta la cocina.
—No, mamá, ¿qué necesitas? —pregunto cuando la tengo delante.
Sus ojos azules me examinan curiosos, después mira a su alrededor
encargándome tareas que enseguida empiezo a hacer. Estoy picando
cebolla, preparando los preparativos navideños. Hoy es Nochebuena y
mamá está por terminarlo todo cuando empieza a hablar.
—Cassie, quería decirte algo, que sé que no sueles pensar en ello, pero
igual quiero decírtelo.
Asiento esperando a que continúe.
—Sé que las navidades suelen ser fechas en las que la familia está unida,
sé que todas las navidades de los últimos once años no han sido como
deberían ser, pero intento que sientas que sí. Siempre lo he intentado y,
aunque ya no eres un niño, sigo intentándolo para que tu niño interior no
sufra más de lo que ya sufrió, ¿si lo entiendes, mi amor?
Respiro una bocana de aire. Pienso sopesando sus palabras durante
algunos segundos. Dejo el cuchillo a un lado de la tabla, agarro el trapo
para secar mis manos y rodeo a mi madre en un cálido abrazo.
—Lo entiendo, mamá. Mi niño interior no sufre, porque tú eres toda la
familia que necesito, no me hace falta nada más —digo y deposito un beso
sobre su mejilla.
Mamá sonríe y seguimos cocinando. Mi teléfono, que está encima de la
mesa, se ilumina ante la notificación del mensaje de Alondra. Antes de leer
el mensaje, mamá ya está mirando el móvil, sé lo que pasará a
continuación.
—Oye, no me has contado, ¿qué tal con esa chica?
¿Veis? Aquí va.
—Bueno, bien, es una amiga, digamos.
—Ajá, y yo soy rubia, ¿verdad?
Contesta con sarcasmo ante la obviedad de su cabello rojo intenso.
—Bueno, puede que a veces nos "divirtamos" un poco —digo
exagerando la palabra.
—Sí, justo así me divertía yo y aquí estás.
Mamá sonríe y de pronto me dice:
—Háblame de ella.
Mamá pregunta mientras sigue preparando la comida navideña. Yo le
cuento por encima, sin entrar demasiado en detalles. Al cabo de un rato,
abre la boca para hablar y a continuación provocarme algo parecido a un
paro cardíaco.
—Invítala a cenar esta noche con nosotros.
—¡¿QUÉ?!
Mamá abre los ojos examinando mi cara.
—¿Qué tiene de malo? —procede a exagerar indignación con un gesto
teatral—. ¡¿Es que acaso te avergüenzas de mí?!
¿Qué...? ¡¿CUÁNDO COJONES DIJE ESO?!
Niego con la cabeza apresuradamente.
—Jamás, mamá, es solo que... —intento explicarme, pero en vano,
porque no me deja.
Se lleva la mano al pecho y se cubre la cara, fingiendo un llanto.
—¡No, déjalo así! ¡Ya he entendido!
—¡Mamá! —suspiro quejándome.
Pero mamá me ignora por completo.
—¡Nueve meses dentro para que ahora se avergüence de mí! —sigue
fingiendo que llora.
Vuelvo a intentar llamar su atención, esta vez un poco más alto.
—¡Mientras las niñas celebraban su mayoría de edad yo estaba
embarazada de quién ahora no es capaz ni de presentarme a sus amigas!
¡¿Cuál habrá sido el mal que yo hice?!
Ya está, suficiente.
Esta vez grito hasta que me escucha.
—¡MAMÁ, BASTA YA! ¡QUE SÍ, QUE TRAERÉ A ALONDRA A
CENAR ESTA NOCHE!
Y con eso mamá deja de fingir que llora, que se indigna y que sufre para
seguir tarareando una canción que habla de cosas poco espirituales, la
verdad.
Después de ayudar a mamá con la comida, me lavo las manos y contesto
los mensajes de Alondra. Ahora me enfrento a la surrealista situación de
cómo le digo que mi mamá quiere que venga a cenar con nosotros en
Nochebuena. ¿Y si ya tiene planes? ¿Y si simplemente no le gusta? ¿Y si no
quiere conocer a mi mamá? Bueno, es Alondra, si por ella fuese viviría sola
en la Tierra. Alondra vuelve a recordarme lo del Black Panther y que
tenemos que ir esta noche. Resoplo mientras me dejo caer en la silla del
escritorio. Si le digo que no puedo ir, irá ella sola y no pienso dejarla poner
un pie en ese sitio sin mí, así que descartado. Si le digo que es mala idea,
que es peligroso tanto el lugar como la gente que lo frecuenta, me mandará
a la mierda, por lo que avisarla lo descarto también.
¡Joder! Se me agotan las opciones. Tomo el móvil y marco su número, a
los tres tonos descuelga.
—¡Primo! ¿Qué te cuentas?
Anthony está de un humor extrañamente bueno, aprovecho eso.
—Aquí andamos, ¿tú cómo estás?
—Bien, ¿sabes qué?
—¿Qué?
—¡YA TENGO COCHE!
—¡SIIIUU!—gritamos al unísono.
—Pues vas a estrenarlo —aviso.
—Ah, ¿sí? ¿Qué tienes en mente?
—Necesito reunir a los chavales, necesito refuerzos por si las cosas se
ponen feas —admito.
Anthony parece pensarlo unos segundos.
—Claro, primo, ahí estaremos, pero ¿qué pasó?
—Te contaré más en detalle cuando nos veamos, estate pendiente del
teléfono.
—Vale, esperaré entonces.
Cuelgo la llamada y le contesto un par de mensajes. Deslizando por los
distintos perfiles, me encuentro con la historia recién publicada de Alondra.
Dios santo...
Esta mujer es el pecado hecho mujer. La foto está tomada de frente.
Lleva una camiseta blanca que contrasta perfectamente con su pelo negro
que cae en ondas naturales por su pecho. No lleva apenas maquillaje y ya lo
creo, no le hace falta, pero la ligera sombra de ojos negra hace que sus ojos
grises se pronuncien aún más, creando un efecto casi hipnótico. Una media
sonrisa le da más énfasis, y joder, siento que me está viendo a través de la
pantalla. Se ve tan poderosa como ella sola. Eso me hace llegar a la
acertada conclusión de que nada es lo que parece. En esta foto veo a una
mujer poderosa, firme, segura de sí misma y fuerte como nadie, y no es que
sea mentira, pero nadie imaginaría ni por un instante que detrás hay toda
una montaña de problemas, un océano de miedos y un jardín entero con
más espinas que rosas.
Nadie imaginaría que esta bella rosa pudiese tener tantas espinas bañadas
en sangre. Tal vez eso es lo que más me atrajo de ella, tal vez el pincharme
y sentir de todo menos dolor es lo que hizo que me quedase. Que me
quedase yo, que jamás había pasado más de dos meses con la misma chica y
al mes me aburría. No es que lleve demasiado más conociendo a Alondra,
no sé, ¿unos cinco o seis? Y lo más sorprendente es que hace mucho debería
haberme aburrido y lo único que hago es ansiarla más.
Otra notificación.
Le contesto y recibo la respuesta casi inmediata. Quiere que nos veamos
en su casa a las ocho y que de ahí vayamos al Black Panther. Tecleo un
simple "vale" y lo envío.
Va a ser una noche interesante.
Capítulo 26
Se ha añadido un nuevo jugador a la partida
Un poco de sombra negra y ya estoy lista. Me admiro detalladamente en
el espejo del tocador. He tapado las ojeras por las noches que he estado sin
dormir, las líneas rojizas en las esquinas de los ojos por haber llorado tanto,
ni siquiera parece que acabo de perder a mi mejor amiga. Los ojos grises se
resaltan en contraste con la sombra negra con ligeros toques morados que
adornan mis párpados. He combinado un pintalabios rojo tirando a morado
también. He optado por un outfit sencillo compuesto de un vestido que
cubre parte de mis muslos con estampado de cuero y unas botas también
negras altas de tacón fino que cubren hasta las rodillas. Un bolso pequeño
negro donde guardo lo necesario: pinta labios, móvil, llaves, una navaja y
un spray de pimienta. Seamos realistas, voy a entrar a un club nocturno y
que me haga la estúpida, no significa que lo sea. También tengo una ligera
sospecha de con quien voy a encontrarme, pero por ahora son simples
suposiciones que fácilmente pueden ser simple casualidad.
Aunque mi intuición no me dice que sea casualidad. Desde lo de Jenny,
he reforzado la seguridad de la casa, aunque el encapuchado ya esté muerto.
Aún así, tal y como lo pensaba, no ha vuelto a suceder nada extraño. Hace
un rato llamé a Cassian y me dijo que estaba de camino, así que debe de
estar al caer. Tengo en mente todo lo que voy a hacer, cómo lo voy a hacer y
cuándo, solo tengo que mantener la ira a raya, no improvisar y no dejar ver
mis verdaderas intenciones, sencillo, ¿no? No es como que no lleve
haciendo eso toda mi vida. Antes de salir de mi habitación, no puedo evitar
mirar la cama y automáticamente cientos de recuerdos colapsan contra mi
mente. Todos de Cassian. La presión entre mis piernas se hace cada vez más
notoria y no es momento, así que aparto esos pensamientos todo lo rápido
que puedo. Al salir, me encuentro con el coche de Cassian. Es un coche
bastante sencillo, elegante pero sencillo. Paso por delante de él para llegar a
la puerta del asiento del copiloto y siento su mirada analítica sobre mí, pero
cuando me subo no hace ningún comentario al respecto, aún así noto como
le cuesta concentrarse incluso para arrancar. El ambiente del coche está
impregnado de su perfume, un perfume bastante caro a decir verdad, intento
disimular que respiro solo por oler un poco más de ese perfume. Me
detengo a detallarlo. El pelo castaño oscuro perfectamente peinado, pero
con un toque natural para no parecer demasiado pretencioso.
El bigote lo lleva recortado y de una anchura media, ni muy fino ni muy
grueso. No paso por alto que vamos a conjunto. El conjunto negro entero
compuesto por un pantalón perfectamente planchado, una camisa con las
mangas remangadas hasta los codos, dos botones desabotonados y unos
zapatos de un negro pulcro y brillante, hace que sienta calor. No puedo
evitar fijarme en el Rolex que lleva en la muñeca derecha, la que está sobre
el volante. No puedo evitar imaginar esa mano apretándome el culo
mientras estoy encima de sus piernas, frotándome contra su entrepierna en
la que se le marca notoriamente esa polla que anteriormente estuvo en mi
boca y...
—¿Ya? —interrumpe mis lascivos pensamientos.
—¿Ya qué?
—Que si ya has terminado de follarme con la mirada, por si necesitas una
fregona para las babas y no precisamente para las de la boca.
Fracaso intentando ocultar una media sonrisa.
—No, acabo de empezar.
Estoy disfrutando de una canción que no conozco pero que tiene buen
ritmo justo cuando Cassian rompe el silencio, carraspeando antes de hablar.
—¿Estás segura de esto, chiquitina?
Paso por alto las cosquillas que siento al escucharlo pronunciar ese
apodo.
—Sí —es lo único que digo.
—¿Algún plan?
—Sí, entrar, buscar a un hombre alto, rubio, de ojos azules y con acento
irlandés —explico y me guardo mis sospechas para mí.
—¿Y cuando lo encontremos qué? ¿Lo acusamos de asesinato o de
cómplice de asesinato?
Juro que quiero meterle su maldito sarcasmo por el culo.
—He pensado en decirle que tenemos un negocio y que necesitamos
distribuidores.
—No es mala idea. ¿Y si no nos creen?
Ahí va otra vez con su pesimismo, es casi peor que yo, eh.
—A mí todo el mundo me cree —le guiño un ojo sutilmente, gesto que
no le pasa desapercibido.
De pronto, caigo en cuenta de una cosa.
—No, mala idea —niego rápidamente.
—No me ha dado tiempo a decirlo, pero ¿qué te ha hecho llegar a esa
conclusión justo ahora?
Tomo una bocanada de aire ordenando la información en mi cabeza.
—Pues que, si le quiero ofrecer un negocio, no lo hablará ahí mismo. No
creo que cierre tratos en un club nocturno por mucho que lo frecuente.
—¿Sugieres que va a querer hablar en otro sitio?
—Exacto. Y eso tendría fácil solución, pero no iría solo ni de coña, iría
con seguridad. Eso fácilmente pueden ser desde tres a nueve hombres
trajeados y entrenados para hacernos mierda en cualquier momento y
nosotros estamos solos.
Cassian parece pensarlo unos segundos mientras sigue conduciendo.
Que no conduce nada mal, he de admitirlo. Cómo le da la vuelta al
volante, la rapidez con la que efectúa las maniobras, cómo toma las
curvas...
Qué ganas de que tome así también las mías...
Volviendo al tema.
—Tienes razón en todo, salvo en que se te está escapando un pequeño
detalle.
—¿Cuál? —frunzo el ceño.
—Que no estamos solos —aparta la mirada de la carretera, me mira y me
da una media sonrisa.
—No entiendo, ¿a qué te refieres?
Su sonrisa se ensancha.
—Mira por el retrovisor.
No tardo en hacerlo y ver no uno sino dos coches manteniéndose detrás
nuestra.
—Mi primo y algunos contactos, ¿pensabas que te iba a dejar entrar en
un club nocturno sin protección para buscar a un asesino? No me conoces
en absoluto, chiquitina.
Y por primera vez en mucho tiempo, no supe qué decir, así que no dije
nada.
Buenos para él, que seguro no se levanta con la misma alarma que yo. Si
lo hiciese, estoy completamente convencida de que los días no le parecerían
tan buenos.
Buenos días
Tomarme el cafe
Ya ves
¿Un likecito?
¿Yo? Me da igual lo
que hagas
Pero no lo niegas ;)
¿O esto si me lo has
preguntado solo a mi?
Me he despertado, he visto
la foto de tu amiguita y poco más
¿Y a ti?
Ah, eso
No exactamente
Son las ocho de la tarde, Cassian se ha ido a las doce del mediodía. No
me ha escrito y yo tampoco a él. El aburrimiento me ha vencido, por lo que
hace una media hora pausé la serie y ahora tengo toda la casa limpia, un
cuarto de libro leído y una nueva manicura. Las horas pasan mientras
decido tomar una ducha, usar casi todas mis cremas y cambiar la funda de
las almohadas y el edredón nórdico. Lo que hace el aburrimiento, ¿eh? No
recuerdo la última vez que hice tantas cosas en mi casa. Y no, no me
avergüenzo de ello. Vuelvo a mirar el reloj, son casi las nueve cuando
escucho a alguien tocar la puerta. Me pilla por sorpresa y me sobresalto. Me
acerco a pasos firmes y miro por la mirilla para asegurarme. Con gente
queriendo matarme no puedo abrir sin antes mirar quién es, ¿no? Eso no
sería lo más prudente ni precavido. Entrecierro un ojo y reconozco a
Cassian detrás de la puerta. Mi corazón se acelera y mi cuerpo experimenta
la tan querida sensación de alivio al saber que es él. Le abro y lo primero
que hace es besar mis labios y abrazarme. Un abrazo que dura poco más de
minuto y medio, ¿le pasa algo?
Decido preguntárselo.
—¿Pasa algo?
Niega y se quita la chaqueta, dejándola colgada del perchero.
—No, todo perfecto.
Quiero creerlo, pero no sé, no lleva ni cinco minutos aquí y ya noto que
desprende una vibra extraña, diferente. O tal vez sean paranoias mías
porque necesito sabotear lo que sea que sea esto.
—¿Qué? ¿Te has aburrido mucho? —pregunta dedicándome una de esas
medias sonrisas.
Aparto la mirada.
—¿Qué? No, he estado viendo una serie.
—Y limpiando por lo que veo, a fondo —observa mientras pasa un dedo
por encima de la estantería comprobando que no hay ni una sola mota de
polvo.
—También —me encojo de hombros.
Se sienta en el sofá y se abre una lata de cerveza. No sé por qué, pero hay
algo que me disgusta en ese gesto.
—¿Ves las noticias?
—No, no especialmente.
—Pues voy a poner la serie que estabas viendo, si no te importa.
—Adelante —asiento.
Antes de que Cassian llegue a tomar el mando de la televisión, las
noticias anuncian algo que me interesa.
—Espera, deja eso.
La reportera es una chica pelirroja, bastante joven. El escenario es uno
oscuro, veo el vaho salir de sus labios por el frío mientras empieza a narrar.
—"Y lo que ha encontrado esta noche la policía es el cuerpo sin vida de
un joven de veintidós años. Lo extraño son las condiciones en las que se
encontraba este, pues estaba envuelto en una bolsa, con cuerdas atadas y
flotando en el río de Asterfield. Ya ha sido identificada la identidad del
chico. Steven Kelmer. El cuerpo está por ser enviado al laboratorio para
que los forenses analicen huellas, uñas y cualquier prueba que nos ayude a
dar con el culpable de este atroz asesinato. Les mantendremos informados."
Dios santo. ¡Es Steve! El mismo que me siguió una y otra vez. De
repente todos mis sentidos se activan y sé que tengo al culpable sentado a
mi lado, lo sé por la media sonrisa con la que mira la televisión, tranquilo y
sereno. Me giro despacio hacia el asesino, quien me devuelve la mirada y se
encoge de hombros.
—¿Cassian...?
Capítulo 34
¿Cuántas lágrimas vale la persona que más te
importa?
CASSIAN
—¿Cassian...?
Su voz no indica terror, pero sí incredulidad. No me esperaba que las
noticias saliesen tan pronto.
—Dime.
—¿Tienes algo que ver con la muerte de Steven?
—De ser así, ¿te molestaría? —inquiero con una media sonrisa.
Su mirada viaja desde mis ojos a mis labios y se detiene en ellos, para
después volver a hablar.
—No —hace una pequeña pausa para volver a mirarme a los ojos—.
¿Por qué?
—Sencillo, intentaba tener algo que es mío —me encojo de hombros con
despreocupación.
He de decir que me tomó por sorpresa el instante en el que estampó sus
labios contra los míos de forma brusca. Le correspondo el beso, estaba
ansioso por volver a tenerla así. Se sube encima de mí, dejando sus piernas
a ambos lados de mi cuerpo. Sus besos son salvajes, sin cuidado ni tacto
alguno. Hundo mis dedos en sus caderas y la acerco aún más hacia mí. Un
jadeo escapa de sus labios y la reacción se siente en mi entrepierna. Le
quito la camiseta, ella hace lo mismo y nos dejamos llevar entre besos,
jadeos y mordidas. La punta de mi lengua roza su piel, la delineo como si
fuera mi lienzo y mi saliva la pintura. No tengo palabras para explicar lo
placentero que se sienten sus manos en mi pelo, sus dedos enredándose en
él. Sus manos por mi espalda, las mías enredadas en su pelo negro y largo.
Siento que puedo morir aquí mismo al admirar sus ojos grises mirándome
de esa forma. Dios, maldito limbo al que me llevan las caderas de esta
mujer.
Me despierto y por lo que veo sigo en el sofá, pero ahora con una manta
cubriéndome. Son las siete de la tarde. Tomo mi ropa y me visto. ¿Dónde se
ha metido Alondra? Me levanto y tras ir al baño, miro en su habitación,
nada. Habrá salido. No sé si escribirle, aún no me fío del todo de su
teléfono. Es cierto que lo revisé y nada, no había nadie escuchando nada.
Aun así, no dejo de darle vueltas a eso. ¿Cómo es que Tomás se enteró de
que Alondra y Angela iban a hablar? Y aún mejor, ¿cómo supo de qué iban
a hablar exactamente? Esto último es medianamente fácil de suponer.
Digamos que Alondra y Angela nunca han quedado a solas fuera del
trabajo, sería un tanto extraño que lo hiciesen ahora. Principalmente porque
cualquier cosa del trabajo la resuelven por mail.
La realidad es que con la situación que hay ahora mismo, no me gusta
que Alondra esté por ahí sola, pero tampoco me dejaría ser su sombra, es
muy...
¿Cómo explicarlo?
Alondra es tan...
Bueno, en cuestión, es muy ella y hace lo que le da la gana aunque el
mundo a su alrededor arda en llamas. Y después de este último
pensamiento, entra por la puerta con un montón de bolsas y dejando el
ruido de la lluvia a sus espaldas. Lleva el pelo largo negro un poco mojado.
¿Por qué no me ha dicho que la ayude? Me apresuro a hacerlo.
—¿De dónde vienes?
—De comprar, ¿no lo ves?—se encoge de hombros mientras
acomodamos las bolsas en el sofá.
De pronto su teléfono, que está encima de la mesita de cristal, suena y la
pantalla se enciende, permitiéndome leer la notificación de forma
involuntaria.
—¿Pero qué...? ¡¿Es en serio, Alondra?!
El mensaje que veo me hace estallar de inmediato. No pienso. No juzgo
con razón, pero porque es demasiado obvio.
—¡¿Cómo que si podéis repetir lo de la última vez?! ¡¿Me estás
vacilando?!
Sus ojos grises se mantienen fijos en mí y su compostura demasiado
tranquila.
—¿Me estás echando en cara algo, Cassian? ¿Tú? ¿Te tengo que recordar
que no somos nada?
Y de pronto me siento vacío. Vacío porque tiene razón, vacío porque
jamás me habían dicho eso, al contrario, era yo quien lo decía.
Aun así, no iba a quedarme callado.
—¿Nada? ¡¿Nada?! ¡¿Llamas nada a llevar follando medio año y a
ayudarte a disolver un cadáver en un barril con ácido?! ¡Joder!
Pierdo los papeles. Esta tipa está loca. La ayudó a encubrir un asesinato y
ella se atreve a decirme que no somos nada, increíble.
—¡Hago lo que sea que quieras! ¡Estoy ahí por si te pasa algo! ¡No
valoras una mierda!
Por un momento iba a decir que la ayudé a rescatar a su mejor amiga,
pero me detuve a tiempo. Estoy enfadado, pero nunca les faltaría el respeto
a los muertos.
—No te lo pedí, no te pedí que hicieras ninguna de esas cosas.
Esto era lo que me faltaba, escuchar esa puta mierda. Siempre es la
misma puta mierda. Luego dicen que no son todas iguales, ¿entonces por
qué mierda todas actúan igual? ¿Será que soy un imán de locas
desequilibradas? La miro a los ojos, tengo su respiración a centímetros de
mi barbilla, pero me da igual. Me sostiene la mirada con desafío.
—¡¿Sabes cuál es tu puto problema?! Que no valoras nada porque nadie
te ha dado nada en tu puta vida. Y ahora que viene alguien a darte algo
bueno, te autosaboteas porque no eres capaz de gestionarlo.
Se cruza de brazos y frunce el ceño.
—¿Ah, sí? ¿Entonces qué haces aquí todavía? Será que te tienes muy
poco amor propio para seguir ofreciéndole algo a alguien que, según tú, no
sabe valorar.
Trago saliva, se acerca otro paso hasta susurrar sobre mis labios.
—Así que dime, Cassian, ¿acaso no sabes estar solo y por eso tienes que
estar aguantando todo?
Está intentando intimidarme. Por un momento, tan solo por un momento,
una grieta en una fibra sensible amenaza con rasgar lo que ya tenía
guardado, pero no se lo dejo ver. ¿Quiere hacerme daño? Puede intentarlo,
si hasta ahora me mostré como un niño bueno fue porque no tuve motivos
ni razones para hacer lo contrario.
—¿Qué? ¿Te comió la lengua el gato o qué?
—¿Así como me comiste la polla tú a mí después de comérsela a otro?
Caliente.
Así se siente mi mejilla derecha después de que estrelle su mano contra
ella. Me mantengo impasible, si piensa que se la voy a devolver, está muy
pero que muy equivocada. Jamás he pegado a una mujer y no voy a hacerlo
ahora, aunque mis dedos cosquilleen por agarrarla del pelo, no lo voy a
hacer.
—No vuelvas a dirigirme la palabra en tu puta vida y ahora largo de mi
casa.
Su mirada es dura y afilada. No titubea, no tiembla, no duda. No
pronuncio ninguna palabra más porque, si lo hago, no me haré responsable
de las consecuencias. Tomo mi sudadera, la paso por mi cabeza intentando
contener la rabia y salgo.
La lluvia me da la bienvenida a una calle oscura y vacía, iluminada solo
por algunas farolas. Me dirijo a mi coche y trato de arrancar. Y digo "trato"
porque está sin gasolina. Maldigo y busco el teléfono. ¿Adivinan? No lo
tengo. Ni el teléfono ni la cartera. Al parecer me los he dejado en casa de
Alondra y no pienso volver.
Podría dormir en el coche, tampoco me voy a morir, ya veré como le
hago para conseguir el teléfono y la cartera. Por ahora necesito despejarme
porque dinero para cerveza no tengo por el mero hecho de que no tengo
cartera ahora mismo. Salgo del coche y me pongo la capucha de la
sudadera. Debajo llevo una camiseta de manga corta nada más, pero me da
igual, necesito aire y el del coche no es una opción. Camino sin rumbo
concreto, más que nada porque no me conozco la ciudad. Asterfield es
bastante más grande que Faidbridge, más que nada porque Faidbridge es un
pueblo más que una ciudad. Sigo caminando, mirando las calles, tampoco
quiero perderme porque no llevo el teléfono como para ponerme el GPS en
caso de no saber cómo volver al coche.
Camino en línea recta, cruzando algunas calles. Son las doce de la
medianoche y las pocas personas con las que me cruzo apenas me miran,
mejor. Encuentro un parque de deporte a pocas calles y me parece la
oportunidad perfecta para descargar toda esta ira que siento de la única
forma que sé, entrenando. Entro al parque y me agarro del metal,
impulsándome con un salto antes. Me resbalan las manos por el agua, pero
me da igual.
¿Te tengo que recordar que no somos nada?
Aumento la velocidad de mis dominadas, no quiero pensar en nada que
tenga que ver con ella.
No te lo pedí, no te pedí que hicieras ninguna de esas cosas.
¿No? Pero cuando me dejaba acariciarle el pelo mientras se quedaba
dormida no decía eso precisamente. Y nada no es lo que salía de sus labios
cuando me la follaba. Estoy harto de ella. Hace lo que le da la gana, ahora
si, ahora no. Parece que solo le sirvo cuando puede utilizarme. En mi vida
ya me han utilizado bastante, amigos, novias, todo. Por eso mismo reduje
mi círculo de amigos y para las pocas relaciones que había tenido, si es que
se las podía tomar en serio, decidí no tener más. Precisamente por eso.
Porque parece que nada de lo que haga es suficiente. Parece que da igual
cuanto intente demostrarle que solo me gusta ella, que de verdad me
interesa por algo más que el físico, siempre va a desconfiar de mí. Y no lo
entiendo, si soy el único ahora mismo que la está apoyando. ¿O no? Quién
sabe con cuántos más está. No sé cómo pude caer en un error tan básico.
Sigo con mis dominadas, los brazos me duelen, las manos se me resbalan
y lo único que alumbra el parque son los truenos. Siento las gotas de lluvia
resbalar por mi nariz. Cuando el dolor se vuelve insoportable, paro. Paro
porque si no voy a desgarrarme un tendón y no me apetece. No sé cuánto
tiempo he estado así, pero puedo calcular una hora fácilmente. Aún siento
que no es suficiente, tengo calor indiferentemente del frío que me rodea. No
es suficiente. La sangre me sigue hirviendo en las venas. El parque es
bastante grande, por lo que empiezo a correr. Necesito sacar esta angustia
de mi pecho, necesito algo que haga desaparecer las ganas que tengo de ir a
gritarle a esa maldita.
Sigo corriendo hasta salir del parque. De pronto olvido donde estoy y
detengo mi marcha. ¿Por dónde fue que había venido? De repente todas las
calles me parecen iguales y no reconozco la dirección de la cual vine. ¿Me
he perdido? ¿Cuánto he corrido? Bajo la calle y encuentro de nuevo el
parque. ¿Por dónde quedaba la casa de Alondra? El calor sale de mi cuerpo
y el frío se instala rápidamente en todos y cada uno de mis huesos. La
sudadera que en un principio era amarilla, ahora por la lluvia tiene un color
apagado. El pantalón negro está empapado y empiezo a tener mucho frío,
excesivamente mucho frío. Desde el parque, la casa de Alondra quedaba
por...
Joder, ¿por dónde era?
Cada vez me encuentro más y más desubicado. Las direcciones se me
juntan y las calles se ven idénticas. El desequilibro repentino acompañado
de un intenso mareo hacen que busqué rápidamente un sitio para sentarme.
Me siento cerca de las barras metálicas en donde estuve entrenando hace un
rato y me apoyo con la cabeza sobre el hierro.
Los párpados me pesan y meto las manos en el bolsillo delantero de la
sudadera, igual de mojado que el resto de ella. El sabor metálico inunda la
parte de atrás de mi garganta y eso casi me despierta de golpe. Paso el dedo
índice por debajo de mi nariz, buscando ese rastro de sangre que no
aparece.
Vale, no me sangra la nariz, eso es buena señal. Aun así, el sabor a sangre
es alarmante y me sume en una sensación parecida al pánico. Miro a mi
alrededor, no hay nadie. Tomo varias respiraciones, intentando callar el
ruido de los truenos y la lluvia. No hay luna, las nubes negras la esconden.
No hay personas cerca y tampoco llevo el teléfono como para poder llamar
una ambulancia. Si la sensación perdura por unos minutos más, no me
queda más remedio que tumbarme en el arenoso suelo del parque y esperar
a entrar en la que parece una inminente crisis epiléptica.
Capítulo 35
Un poquito de arrepentimiento y dos gotas de culpa
Se dejó la cartera y el teléfono.
Salió de casa hace media hora, pero no ha vuelto, que era lo que esperaba
que pasase. Los truenos se hacen cada vez más fuertes y furiosos con la
lluvia. La casa de pronto ha adoptado un ambiente solitario y triste, como si
Cassian al irse se hubiese llevado los colores de esta casa.
Llevo diez minutos debatiéndome entre si ir al coche a darle sus cosas o
seguir esperando. Me sirvo una copa de vino mientras camino de un lado a
otro. Vuelvo al salón, me acerco al ventanal y deslizo la cortina. Entre las
gotas de lluvia que se van deslizando por mi ventana y la profunda
oscuridad de la noche, no logro ver si está en el coche. ¿Dónde más iba a
estar?
Con la que está cayendo. Esta noche me parece más oscura que las
demás. Quiero salir a darle sus cosas, pero sus palabras aún duelen. Duelen
porque él me echó en cara que yo me acostase con alguien cuando a él le
hicieron una mamada en el baño de una discoteca. Y sí, me he enterado
porque su querida exnovia se ha encargado de hacérmelo saber. Al parecer
Cassian salió de fiesta con sus amigos y se cruzó con la ex. Esta misma me
dijo que lo vio irse al baño con una chica. Fue la misma noche que me
mandó foto para que opinase de cómo iba vestido.
Me pidió la opinión para ir a follarle la boca a otra. ¿Qué se supone que
iba a hacer? ¿Cómo se supone que debería interpretar eso? Lógicamente
como que el tipo no quiere nada serio, además de que le dejé claro que yo
no buscaba nada de eso. Aun así, no estoy tan enfadada ahora mismo. Odio
admitir esto, pero estoy preocupada por él. Sigo mirando por la ventana y
no parece que esté en el coche. Tomo el abrigo, el teléfono y las llaves y
salgo de casa. Apenas estoy en el porche de la casa y la lluvia me intimida
gravemente. Joder, más le vale estar en el puñetero coche, porque como se
le haya ocurrido salir, va a pillar la pulmonía más grave de la historia. Tomo
una bocana de aire y me adentro bajo el manto húmedo de la lluvia que
tarda pocos segundos en mojarme de pies a cabeza. Llego al coche y limpio
el cristal. Siento una punzada en el pecho.
No está.
Mierda, mierda, mierda.
¿Este hombre es gilipollas? ¿A dónde coño va con la tormenta que hay en
una ciudad que no conoce? Empiezo a desesperarme. No lleva teléfono ni
cartera, no tengo cómo localizarlo. Mi paranoia aumenta a tales puntos en
los que me hace insinuar que tal vez Cassian no esté realmente en una
ciudad desconocida y haya ido a algún lugar, o con alguien. Aparto esos
pensamientos rápido, no es eso lo importante ahora mismo. Trato de
recordar cómo salió de casa. La chaqueta estaba encima de la silla y debido
a la mesa no la vio...
Joder, ¿qué llevaba puesto cuando salió?
La bomber no, una chaqueta diferente tampoco...
¡La sudadera! ¡Salió solo con una puta sudadera en medio del diluvio que
hay! ¡Mierda! Miro hacia ambos lados de la calle, ¿en qué dirección habrá
ido? Si subes la calle hacia la izquierda, lo único que hay es una esquina y
un cruce. La esquina lleva a una calle vacía con tiendas cerradas, una calle
principal. Y seguir el cruce todo recto solo lleva a callejones y edificios con
tiendas pequeñas, tiendas de alimentación y así, todas cerradas también. Si
bajas la calle hacia la derecha, hay un par de cruces, durante un kilómetro
todo son casas y chalés adosados. Hago un mapa mental rápido de los
alrededores. Digamos que fue hacia la derecha. Una calle larga de casas y
adosados. Un cruce. Un parque de perros. Otro cruce. Dios, no se me
ocurre. Echo a correr calle abajo y el frío inunda mis pulmones. Las gotas
de lluvia chorrean de mi capucha y aterrizan sobre mis pestañas, pero me da
igual, sigo corriendo. Mis pasos hacen eco en los charcos y cruzo las calles
sin mirar, no hay coches a estas horas. Son las dos de la madrugada, ¿dónde
se pudo haber metido? No entiendo para qué se aleja si no conoce la ciudad
y está incomunicado, de verdad. Sigo corriendo, me duelen las piernas, aun
así no pienso detenerme. He pasado el parque de perros, la pequeña plaza
escondida que hay al lado de esta y nada, no está por ningún lado. No debí
dejarlo irse, joder. Llegando al parque de deporte casi paso de largo, casi.
Detengo mi carrera y enfoco la vista.
No.
—¡Cassian!
Le veo sentado al lado de lo que parece la escalera metálica de las que se
cuelga la gente para dominadas y cosas del estilo. Al lado, hay un trozo de
madera para sentarse, que es justamente donde está sentado. Bueno,
sentado, está apoyado en una barra metálica. ¿Está dormido? Lleva la
capucha puesta, las manos en el bolsillo delantero de la sudadera. Cuando
estoy frente a él, lo tomo por los hombros.
—¡Cassian! ¡Despierta!
Mueve los ojos con dificultad, quiere despertarse, pero no puede. No
entiendo nada. Abre los ojos poco a poco con extrema dificultad y me mira,
algo en sus ojos se enciende y parece calmarlo.
—¿Qué hago aquí? —murmura.
¿Cómo?
—¿Cómo que qué haces aquí? Eso me pregunto yo —digo confusa.
—¿Tú aquí qué?
No tengo tiempo para buscarle una lógica a las palabras sin sentido
porque se balancea hacia adelante, pero lo tomo a tiempo y acabamos en el
suelo, la arena amortigua la caída. Su cuerpo se sacude con lo que al
principio creía que eran espasmos debido al frío, una posible hipotermia,
pero no, son convulsiones. Tomo su cabeza y la pongo sobre mi regazo. Me
inclino hacia él para resguardarlo con mi cuerpo de la lluvia. Miro el reloj
para ver la hora. Los movimientos y las sacudidas son cada vez más fuertes
con cada segundo que pasa. No sé demasiado sobre la epilepsia, solo que no
hay que impedirle a la persona convulsionar, hay que dejarlo. Y que, si dura
más de cinco minutos, necesita una ambulancia. Su cabeza sigue sobre mi
regazo, golpeándome los muslos con cada sacudida, pero prefiero eso a que
su cabeza golpee el suelo.
¿No tenía pensado decirme que es epiléptico?
Bueno, no lo puedo culpar, yo tampoco le dije que sufro de psicosis.
Vuelvo a mirar la hora, tres minutos. Le acaricio la frente y le aparto el pelo
de la cara.
—Tranquilo, vas a estar bien... —susurro.
Y no puedo evitar culparme. Esto no habría pasado si no le hubiese dicho
que se fuera. Una lágrima resbala por mi mejilla. No me imaginaba en
ningún momento que nada de esto fuese a pasar. Yo no quería esto. Otra
lágrima me acaricia la cara. Tomo varias respiraciones, Cassian ahora
mismo me necesita, no hay tiempo para dramas.
—Perdóname, nene, lo siento... —digo entre sollozos.
Su cuerpo sigue convulsionado, por lo que ahora mismo está
inconsciente. Miro de nuevo la hora, cuatro minutos. Indiferentemente del
tiempo que duren las convulsiones, lleva bajo la tormenta unas dos horas y
media, su temperatura corporal ya debe de haber bajado y en estos
momentos estará rozando la hipotermia. Marco el número de emergencias y
hablo con la voz rota.
—¿Hola?—sorbo por la nariz.
—Hola, buenas noches. ¿Cuál es su emergencia?
—Tengo a un chico con un ataque epiléptico y una posible hipotermia.
—De acuerdo, ¿dónde se encuentran?
—En el parque deportivo que hay a dos cuadras del centro comercial de
Asterfield.
—Perfecto, ¿me dice su nombre?
—Alondra Miller, dense prisa, lleva más de cinco minutos
convulsionando.
—Mierda, ya salió una ambulancia.
—De acuerdo, gracias.
Cuelgo el teléfono. El cuerpo de Cassian sigue sufriendo fuertes
convulsiones. Acaricio su pelo en un intento por calmarlo, pero, como es de
esperar, no funciona.
—Lo siento tanto, nene... —sollozo—. Todo esto es mi culpa, por ser tan
egoísta.
Las sirenas de la ambulancia se empiezan a escuchar a lo lejos y
agradezco al universo por ello. ¿Qué pensará su madre cuando se entere?
¿Sabrá que está conmigo? ¿O estará preocupada en casa sin saber dónde
está su hijo? De pronto me siento terrible. Una sensación de vacío me
absorbe por completo, pero mantengo la calma, toda la calma que se puede
mantener en una situación así. Las luces azules de la ambulancia asoman
detrás de mí.
—Ya están aquí, nene, no tengas miedo, no me voy a ir —susurro cerca
de su oído.
Los equipos médicos se acercan.
—No se mueva, señorita. Vamos a ponerlo en la camilla.
Asiento y suben a Cassian a la camilla.
—¿Va a acompañarlo?
—Sí —asiento desesperada.
—Bien, suba.
Obedezco y me siento. En la camilla está Cassian con unas bandas negras
que lo mantienen sujeto a la camilla y me duele verlo así. No tardamos en
llegar al hospital, en donde me dejan en la sala de espera. Apenas hay unas
pocas personas, porque me obligo a mantener la calma. Me siento en una de
las sillas y el cansancio me consume.
—¿Señorita Miller?
Me sobresalto y me despierto de golpe.
—Sí, dígame.
El médico me mira con ojos tristes.
—Lo tuvimos que sedar, pero ya está despierto, así que puede pasar a
verlo.
—Muchas gracias, doctor.
Me levanto y sigo al doctor hasta la sala a la que me guía. Me invade el
alivio al encontrarlo despierto y con los ojos puestos en mí, aunque no
parece muy contento. No puedo culparlo, esto es mi culpa.
—Hei, ¿cómo te encuentras? —pregunto tanteando el terreno.
—Bien, aunque débil, pero bien —dice casi de forma cortante.
Quiero decir algo, quiero, pero las palabras se me atascan en la garganta
y parece notarlo, pero no dice nada al respecto. Me obligo a hablar.
—Lo siento, todo esto fue mi culpa, no debí haberte echado...
—Te perdono.
—¿Qué? —la sorpresa es obvia en mi voz, pero me da igual.
—Así mismo, que te perdono. No tenías forma de saberlo ya que yo no te
lo dije.
Vaya, en eso tiene razón, aunque igual, no me esperaba nada de esto. No
puedo contenerme cuando me lanzo a sus brazos para abrazarlo, la verdad
es que he estado asustada y tenía miedo de perderlo.
—Ya está chiquitina, estoy bien —acaricia mi espalda.
Me despego rápido cuando siento un cosquilleo en mi nariz. Odio admitir
que me siento mucho mejor con esta situación que con la anterior.
—¿Cuándo te dan el alta?
—Pues en un rato debería aparecer el médico —se encoge de hombros.
Sonrío, sonrío porque pese a lo capullo que es a veces, tiene más bondad
en su ser que muchas de las personas que conozco.
Llegamos a mi casa en taxi, puesto que ninguno traíamos coche. Desde
hacía rato hay una pregunta que me ronda la cabeza, pero no sé si es
momento para ello.
—¿Qué pasa? —Cassian enseguida se da cuenta.
—Nada, no te preocupes —niego quitándole importancia.
—Venga, dime, no pasa nada —insiste.
Y con eso termina de convencerme.
—Quería preguntarte, ¿qué harás ahora con lo de Steven?
Me mira como si le acabase de preguntar cuánto es uno más uno.
—Nada, ¿qué voy a hacer?
La lógica de este hombre está fuera de mi alcance.
—¿Cómo que nada? Has matado a una persona.
—Si te refieres a que si me siento culpable, no. No me siento culpable
por deshacerme de un tío que va siguiendo tías por ahí. Y si te refieres a que
si me van a pillar, te voy a decir algo para que te quedes más tranquila.
—A ver.
—Yo he dado la orden, pero no lo he matado yo.
¿Qué? ¿Desde cuando Cassian es un matón? Más bien, ¿desde cuando
Cassian va dando órdenes de quitarle la vida a alguien?
—¿Tienes una especie de banda o algo así?
—Nena, los detalles sobran —sonríe y cambia de tema—. Hazme una
sopa calentita que por tu culpa me he resfriado.
No recibo más respuestas. ¿Se habrá asustado? Con razón. Me dejo caer
en el sofá con un resoplido. ¿Por qué todo es tan complicado? Me levanto y
después de otra copa de vino, me tumbo en mi cama. Estoy cansada. Y
Cassian no contesta. ¿Qué coño estará haciendo? Le mando una
interrogación, pero nada. Al cabo de una media hora aproximadamente, me
harto y le mando un audio bastante enfadada.
—¿Tienes algún problema, colega? Contesta a los putos mensajes. Tanto
que dices que si necesito algo que te escriba pero luego ni siquiera te dignas
en contestar.
Mando el audio y lanzo el teléfono al otro lado de la cama. Me derrumbo
antes de darme cuenta. Me derrumbo porque esta casa me queda grande,
esta cama me queda grande. Mis propios problemas me quedan grandes. Me
derrumbo y lleno la almohada de lágrimas. De pronto siento nostalgia y
extraño a mi hermana y a mamá. Joder, tengo veintitrés años, pero me
siento de quince. No entiendo que es lo que he hecho mal. Crecí en un
infierno y en cuanto pude, tomé las riendas de mi vida.
¿Entonces por qué me siento así? ¿Por qué he conseguido librarme de los
demonios, pero no de sus cadenas? Y sigo sin recibir un puto mensaje suyo.
¿Dónde está ahora que le necesito? Estoy harta. Entre sollozos y lágrimas,
acabó metiéndome dentro de la manta, acurrucándome como una niña e
imaginando las manos de mamá en mi pelo, diciéndome que soy fuerte, que
puedo con todo.
Qué bonita forma de mentirme.
Me despierto por alguna razón que desconozco, puesto que solo he
dormido tres horas. Son las nueve de la mañana. Me tumbo de nuevo, pero
nada, ya no hay forma de dormirme. Desbloqueo el teléfono y el mensaje
que encuentro me deja muda.
Leo el mensaje varias veces. Nos hemos hablado mal y faltado el respeto
anteriormente pero, ¿así? Nunca. Escribo y borro sin lograr enviar nada, no
sé qué decir ante esto.
CASSIAN: No voy a ir a
ningún sitio a partir de hoy
¿Qué? ¿Me está dejando? Bueno, tampoco hay nada que dejar, pero
hombre, se entiende. Le llamo, pero no me lo coge. No lo entiendo...
Contesta
09:35
VIDEOLLAMADA
09:36
VIDEOLLAMADA FINALIZADA
Cassian….
09:40
VIDEOLLAMADA
09:41
VIDEOLLAMADA FINALIZADA
Dios, son las nueve de la noche y por fin apago el ordenador para irme a
casa. Noelia ha insistido en que ya he trabajado suficiente y debería irme a
casa para descansar, así que, por una vez en mi vida, decido hacerle caso a
alguien. Me meto al coche y miro el teléfono antes de arrancar, Cassian
decidió aparecer. Lo único que me ha mandado ha sido un mensaje el cual
abriré más tarde. Arranco y me pongo música, aunque no sé qué canción
está sonando ahora mismo, porque mi mente está perdida entre todas las
posibles cosas de las que trate el mensaje. Durante el camino, me planteo la
posibilidad de que Cassian vuelva. No por algo es ley de vida eso de que
todos vuelven, pero ¿realmente debo permitir eso? Nunca he dado segundas
oportunidades, puesto que siempre he pensado que eso es como darle a una
persona una segunda bala porque la primera no te mató. Aún sostengo eso,
pero no estoy segura ahora mismo. ¿Realmente funciona eso de dar
segundas oportunidades? Y en nuestro caso, creo es la tercera, más o
menos...
Es que me molesta que ahora si quiera hablar, cuando hace unos días
prácticamente ignoró mis llamadas. Eso jamás me había pasado con nadie.
Busco aparcamiento, aparco y me bajo del coche, asegurándome de cerrarlo
bien. Al abrir la puerta, el aroma del ambientador de vainilla me da la
bienvenida. Dios, como en casa en ningún lado. Voy hasta mi habitación
para cambiarme y ponerme el pijama. Una vez lista para estar cómoda, me
desmaquillo y me voy a la ducha. Ducha muy corta, estoy muy cansada.
Aún sigo dándole vueltas a eso de lo que me dijo Zoe, lo de haber visto a
Cassian entrar al baño con una chica. Sé que no estamos juntos, pero
después de eso, él no tiene derecho a reclamarme nada. Y lo peor fue la
sensación de vacío que sentí al enterarme. Es patética toda esta situación.
Abro el mensaje:
CASSIAN: Hola, ¿podemos
hablar?
¿De que?
Vale
CASSIAN:¿Quedamos y
lo hablamos?
Ok
Buenas noches
No, es el contestador
automático. ¿En que le
puedo ayudar, señor?
CASSIAN: Tu y tu sarcasmo
mañanero
CASSIAN: Serás….
CASSIAN: -_-
Te jodes
Y no tardes mucho
que tengo hambre
CASSIAN: Vale, ya lo
he pillado
Me despierto con los primeros rayos del sol. A duras penas he podido
pegar ojo, esa pesadilla me despertó en medio de la madrugada,
haciéndome perder media hora de sueño. Tras estudiar un par de horas,
miro el reloj y caigo en cuenta de que se acerca la hora. Tomo la cartera, el
teléfono y salgo de casa. Voy a la parada de bus más cercana porque,
después de lo del ataque en el parque deportivo, los médicos no me
recomiendan conducir por una temporada. Aquella noche vuelve a mi
cabeza y pienso en ello. No culpo a Alondra, nunca le dije de mi condición
y aquel fue mi error. Yo fui el que no quiso llamar a la puerta para pedirle
mis cosas y fui yo quien no se quiso quedar en el coche, así que no guardo
ningún tipo de rencor, al contrario. No recuerdo nada y en parte lo
agradezco, pues no podría saber que estuvo asustada y preocupada. Su
forma de reaccionar y de actuar al parecer fueron las acertadas, pues las
convulsiones no duraron mucho tiempo por lo que tengo entendido. Es por
ello por lo que también estoy reduciendo el alcohol, no quiero volver a
preocuparla.
Estoy llegando a la comisaría, faltan diez minutos para las doce del
mediodía. Veo al abogado fumarse un cigarro frente a la puerta. Me acerco.
—¿Preparado?
Asiento.
—Para todo.
Capítulo 41
Una cara bonita
Me estoy lavando los dientes con agua rancia frente a un espejo lleno de
manchas cuando me enjuago la boca con asco y escupo. Pese a estar
lavándome los dientes, puedo jurar que estoy consiguiendo lo contrario,
ensuciarlos.
Tengo el juicio rápido en quince minutos.
Como están tan seguros de que van a condenarme, ya me han vestido con
el usual uniforme anaranjado, hijos de puta. No les voy a dar ese placer, da
igual cuanto me cueste convencer al juez, o a la jueza, de que soy inocente.
—¡Ya es la hora! —escucho gritar al oficial que hay fuera del servicio.
—Ya salgo.
Mi voz es más tranquila de la que quisiera admitir en estos momentos,
pero no debo levantar más sospechas de las que ya he levantado. Me dirijo a
salir, no sin antes lanzarle una fugaz mirada al espejo. Apenas se puede
apreciar algo en él, pero las ojeras no son tan notorias como esperaba.
Camino con más tranquilidad de la que realmente siento y le sonrío al
oficial, quien parece luchar con todas sus fuerzas por no devolverme la
sonrisa. Me lleva hasta una sala grande, repleta de sillas y algunas personas.
Nunca entenderé la curiosidad de la gente y su particular morbo por ver
cómo deciden el rumbo de la vida de alguien que, para colmo, ni siquiera
conocen. ¿No tienen nada mejor que hacer con sus vidas? ¿En serio? ¿Tan
importante les resulta la mía?
—Buenos días, acusada —me saluda la jueza.
No debe de ser muy mayor, rozará los cuarenta como mucho. Lleva el
pelo teñido de un pelirrojo oscuro que juega a la perfección con sus raíces
oscuras nacientes. Tiene los ojos azules fijos sobre mi. Supongo que será
por mis particulares ojos, de un gris poco común.
—Buenos días, señora jueza —devuelvo el saludo mientras camino hacia
mi silla.
Un ruido a mi derecha desvía mi atención. A quien veo entrar primero es
al abogado. La puerta se va a cerrar, pero una mano la detiene y siento
como las pulsaciones de mi corazón comienzan a acelerarse, haciéndolo
retumbar contra la caja torácica. Lucho por mantener la compostura.
Cassian me sonríe y se sitúa en una de las sillas, detrás de mí, pues en la
que hay a mi lado la ocupa el letrado. La sala se llena en cuestión de
minutos. Mientras la jueza da inicio al juicio, me permito girarme un
instante y ver los presentes en la sala. No reconozco a nadie. Vuelvo mi
vista al frente, pero el cosquilleo que recorre y eriza la piel de mi nuca hace
que vuelva a girarme. Alguien me está observando pero, ¿quién?
Busco entre el público, nada más allá de señoras de unos cincuenta años,
y señores más o menos de la misma edad. Mi atención repara en uno en
concreto. Un señor sentado al fondo mantiene su mirada fija sobre mí.
Lleva un par de gafas de sol, por lo que no puedo ver sus ojos, pero sé que
me está mirando. Lo sigue haciendo en este mismo momento. Un escalofrío
me saca de mi ensimismamiento y vuelvo la vista al frente, justo cuando el
martillo de la jueza da inicio al procedimiento.
—Señorita Alondra Miller, se la acusa de homicidio —hace una pausa y
pasa de mirarme a mí, a mirar a mi lado—. Letrado, ¿qué puede decir en su
defensa?
El abogado a mi lado carraspea y se pone de pie.
—Gracias por la palabra. Mi cliente afirma haberse encontrado en el
escenario incorrecto en el momento inadecuado.
—Afirma usted que la acusada, aquí presente, es total y plenamente
inocente de los cargos que se le imputan, ¿cierto?
—Así es, señoría. Si me permite, aquí traigo la declaración escrita, válida
e irrefutable, de la señorita Miller.
—Adelante —concede la jueza.
Trato de controlar el temblor que amenaza mi cuerpo, por lo que varias
respiraciones consiguen que mantenga el equilibrio.
El abogado rodea la mesa y sube hasta el estrado, donde un oficial de
policía recoge el documento y se lo tiende a la jueza. Se coloca las gafas y
comienza a leer la declaración de mi versión de los hechos, la única que
hay.
—Señorita Miller, el cuerpo de cuyo homicidio se la acusa a usted, fue
identificado esta mañana por los forenses. ¿Conocía usted o tenía alguna
relación con Rick Mortinson?
—No, señoría, no había escuchado ese nombre en mi vida.
—De acuerdo, su declaración afirma que usted encontró el arma
homicida en la escena del crimen por coincidencia, ¿cree usted que se trate
de una trampa?
Me asombro ante la pregunta.
—¡Dios, no! No sé quién quisiera tenderme una trampa ni por qué —me
paso las manos por el pelo.
—Está bien.
Pasan unos segundos que siento como interminables cuando la voz de la
jueza vuelve a retumbar en la sala.
—Señorita Miller, se la condena a seis años de cárcel o una fianza que
asciende a la cantidad de setenta mil dólares —golpea el martillo dando así
por finalizado el juicio.
¡¿Setenta mil dólares?!
Maldita zorra estúpida. ¿Qué coño voy a hacer ahora?
—¡Señora jueza, espere! ¡Es un error! ¡Ella es inocente!
Me giro hacia Cassian, la sala se está vaciando.
—Cassian, déjalo, ¿vale? —admito con la voz derrotada.
—Me niego, ¡no!
El oficial interviene y se lleva a Cassian, quien empieza a estar hecho una
furia. Veo en sus ojos la rabia mientras lo alejan de mí, la impotencia se
refleja en todas las facciones de su rostro. Mis ojos se humedecen y el picor
de la nariz acompaña al creciente nudo que se me está formando en la
garganta. Una lágrima traicionera resbala por mi mejilla cuando le grito al
oficial que arrastra a Cassian fuera de la sala.
—¡Espere! ¡Déjenme darle un abrazo, al menos! —rasgo mi garganta en
un intento que, por suerte, no termina en fracaso.
El oficial resopla y suelta a Cassian, quien corre hacia mí y me rodea la
cintura para abrazarme, levantando mis pies del suelo. Levanto la cabeza
que tenía escondida en su cuello y susurro cerca de su oído. A continuación,
las palabras salen atropelladas de mi boca y a toda velocidad.
—En el suelo de mi habitación hay una tabla suelta, debajo hay una caja
morada. La contraseña es 1507. Ábrela, dentro hay una tarjeta, la
contraseña es 8951.
Los brazos de un oficial me envuelven la cintura y me sacan casi a rastras
de la sala. Solo espero que Cassian haya retenido toda la información, de lo
contrario, estoy en graves problemas. Me guían de nuevo hacia la celda.
—Al menos me daréis un libro para pasar el tiempo, ¿no? —pregunto
sentada en lo que ellos llaman cama.
No es más que un conjunto de alambres molestos debajo de un taburete
que debería ser un colchón, pero no hace esa función. El oficial se aleja de
mi celda, dispuesto a traerme un libro, lo sé. Mientras, mi cabeza no deja de
pensar en ese hombre extraño. ¿Quién lleva gafas de sol en casi diciembre?
No me sonaba de nada, pero me dio la impresión de que me miraba como si
yo a él sí. Nadie más en la sala me prestaba esa atención.
—Aquí tienes.
El oficial me cuela un libro entre las rejas de la celda. En cuanto leo el
título de la portada, caigo en cuenta de que mi estancia, al menos por ahora,
no estará tan aburrida.
—Luz Oscura...
El oficial se asombra al ver que reconozco el título.
—¿Lo has leído ya? Es muy buena.
Asiento pasando los dedos por la figura oscura en medio de las llamas.
—La he leído varias veces, y sí, sé que es buena, la escribió una amiga.
El oficial me regala una media sonrisa antes de irse y dejarme a solas con
unas letras ya leídas, pero que para pasar el rato volveré a leer.
Dios mío.
La información llega a mi cerebro como si fuese una película, casi como
si pudiese ver los hechos a través de las palabras. Todo empieza a cobrar
sentido.
—¿Mi padre es un psicópata asesino? —digo casi en un hilo de voz.
Pese a que no encuentro las palabras, la ira se calienta a fuego lento en
mis venas.
—De ahí viene tu problema, lo siento tanto...
—¡¿Mi problema?! ¡El problema que tú me has causado! ¡Me
diagnosticaron psicosis, mamá! ¡¿Sabes acaso lo que es eso?!
Para este punto estoy fuera de mí, mis manos tiemblan y le estoy gritando
a mi madre mientras camino en círculos, revolviéndome el pelo con rabia y
desesperación.
—¡¿Sabes lo que es vivir una infancia pensando que tienes un
problema?! ¡Que eres diferente o peor aún! ¡¿Sabes cómo se siente pensar
que eres un monstruo?!
Las lágrimas se juntan con su voz entrecortada.
—Lo siento tanto, hija...
—¡No, mamá! ¡No necesito que lo sientas ahora! ¡He vivido toda mi vida
escuchando voces que no existían, viendo cosas que no estaba ahí y
sintiéndome perseguida por cualquier cosa! ¡He vivido toda mi vida
fingiendo ser todo lo normal que podía ser! ¡Y he vivido los últimos seis
años empastillada!
—Alondra...
—¡Ahora entiendo porque papá me odia tanto hasta el punto de querer
matarme!
Mi garganta duele, pero no por mis gritos, sino por las verdades que
arañan mis cuerdas vocales, forzándolas tanto para poder pronunciar las
palabras hasta sentir que se tensan y se rompen. Tantos años, toda la vida
viviendo, ¿el qué? Una mentira.
—¡Quiere matarme por tu maldita culpa!
Mamá niega con desesperación, la verdad le está cayendo como un balde
de agua fría, más bien helada. ¿Acaso se sentía así antes de que yo lo
supiese?
—¡He tenido que soportar los maltratos de alguien con quien ni siquiera
tenía un lazo sanguíneo! ¿Sabes lo que es eso? ¡Tú al menos lo escogiste,
yo no! ¡No escogí nada de esto! ¡No escogí ser hija de un psicópata, ni estar
enferma ni sufrir por ello!
Mi pecho sube y baja con fuerza, no soy capaz de controlar mi
respiración en este momento, no soy capaz de controlar nada a secas. Toda
mi visión se torna negra y me siento en una de las sillas.
—¡Alondra! ¡¿Estás bien?!
Siento su mano sobre mi brazo que aparto de golpe.
—No me toques, no finjas que ahora te importo.
—Hija, podemos solucionar esto, solo...
—¡Nada, mamá! ¡La persona que más me importa está en coma en una
cama de hospital! ¡La única persona que ha entrado a mi corazón después
de mi hermana ahora está yendo por su mismo camino! ¡¿Y por qué?!
Me acerco a pasos lentos, su espalda choca contra la pared, pero no es
capaz de apartar sus ojos de los míos.
—Por tu culpa, por ser una maldita zorra cobarde.
Todo lo que había creído en mi vida es mentira. Y todo porque una
maldita puta no ha podido tener las piernas cerradas. Sabía que Aidan no
era bueno para ella, ¿entonces porque joderme la vida a mí? No sé, me
siento confundida. Algo dentro de mi siente alivio de no ser hija de Marc,
pero el que es mi padre tampoco es demasiado mejor, solo no ha estado
presente en mi vida. La mano de mamá impacta sobre mi mejilla y siento el
ardor subir por mi piel.
—Soy tu madre, no puedes hablarme así.
Pésima elección, mamá.
Pongo mis manos alrededor de su cuello y presiono con tanta fuerza que
su cabeza se golpea contra la pared, contra un marco de cristal que se
agrieta. Sonrío hacia sus ojos de cervatillo asustado.
—¿Y tú si puedes mentirme en la puta cara y pensar que no pagarás las
consecuencias?
—Alondra...
—¿En serio me ves tan ingenua como para dejar que te vayas de rositas?
Apenas puede pronunciar las palabras por la falta de aire. Sentir como la
vida escapa de su cuerpo cuando su piel se torna morada y sus ojos se
ponen en blanco es como si algo de la paz perdida regresase a mi cuerpo.
Sus manos intentan aflojar el agarre en las mías, pero es en vano. No sé ni
para que lo intenta. Ah, sí. Instinto de supervivencia.
—Espero que no vayas al mismo lugar que Ainhoa, porque yo misma te
arrastraré desde el infierno hasta él, que es donde debes permanecer para
que pueda torturarte hasta extinguir tu alma por el resto de la eternidad.
Una mano se posa sobre mi hombro y la fuerza en mi agarre disminuye
de golpe.
—Para.
Esa voz...
Mamá cae al suelo y tose recuperando el aliento. No soy capaz de
girarme, no cuando los ojos de mamá pasean su mirada entre él y yo, entre
yo y él y parece horrorizarse. ¿Tanto es el parecido? ¿O es que la asusta ver
a un psicópata y a su hija psicótica?
Me giro despacio y el corazón parece que se me detiene en seco cuando
lo primero que veo son un par de ojos totalmente grises a centímetros de mí.
Susurra contra mi oído y no puedo evitar sentir escalofríos en toda la
espalda.
—Aún no, tiene algo más que contarte.
Su voz no suena amenazante, pero sí prometedora. Es suave, como una
caricia, pero grave y cargada de poder.
Mamá se pone de pie intentando alejarse de la escena frente a sus ojos.
Recupero la voz con él a mis espaldas. Sé que está mirando fijamente a
mamá, lo sé por la cara que ella tiene, como si la sangre en su cuerpo se
hubiese detenido y dejado de circular.
—¿Qué más escondes, mamá?
La miro fijamente, como he hecho todas las veces que la he encarado,
todas las veces que ha esquivado mi mirada porque la culpa carcomía su
conciencia.
—Alondra...
Sus lágrimas siguen formando figuras por sus mejillas, me da igual.
—Díselo, Rose. Díselo y termina con esto.
—¡¿Por qué estás aquí?! ¡¿Por qué quieres hacerle daño?! ¡Es mi hija!
Se mofa detrás de mí con una sonrisa sarcástica.
—¿Yo? ¿Hacerle daño? También es mi hija, Rose, no lo olvides.
—Aidan, por favor...
—Estoy siendo generoso al dejar que se lo digas tú, aunque también
puedo hacerlo yo.
Me giro y lo encaro. Su sonrisa es verdaderamente maníaca, pero por
alguna razón no me asusta. A estas alturas ya no me asusta nada.
—¡¿Decirme qué?!
Sus ojos miran los míos como si no pudiesen dejar de hacerlo, como si no
creyesen que son reales, que son suyos...
Me siento justo ahora como un conejillo de Indias, como un experimento,
porque todo lo que él irradia hacia mi ahora mismo es… curiosidad.
—Shhh, calma.
Me giro de nuevo hacia mamá, esperando a que hable.
—Hija, hay algo más. Es tu hermana, ella...
Me acerco hacia ella y la miro tan fijamente que siento que con una
mirada podría calcinar su cuerpo y reducirlo a cenizas.
—Habla.
Esta vez he dejado de gritar, eso me da miedo. Cuando pierdo el control
es cuando más tranquila me veo.
—Ella no murió, la noche en la que despareció, la recogió mi hermana, tu
tía Kristen. Se la llevó al extranjero a vivir con ella para no seguir viendo lo
que pasaba en casa. Te juro que solo quería protegerla, solo quería ponerla a
salvo.
—¿Cómo...? ¿Me estás diciendo que mi hermana todo este tiempo ha
estado viva y que yo estaba culpándome de una muerte que nunca pasó?
Mira, esto es demasiado.
Siento el mareo de nuevo recorrerme los huesos, pero antes de que
alguien lo note, salgo de la casa y apoyo mis antebrazos sobre la barandilla
que da al jardín. Los he dejado a solas y me da igual si se matan o si follan,
que hagan lo que quieran, ambos. Aspiro grandes bocanadas de aire,
practico las respiraciones que Jennifer me enseñó. Me pregunto qué hay
más allá, porque si puede ver el panorama que se acaba de montar, creo que
estaría igual de pasmada que yo.
Mi visión se torna borrosa y las flores frente a mí se difuminan.
Lilas.
Me recuerdan a Cassian.
Antes de perder el conocimiento, caigo en unos brazos familiares, pero
desconocidos.
—¡Alondra! —la voz de mamá se escucha lejana.
Sus ojos grises son lo último que veo antes de adentrarme en la
oscuridad.
Capítulo 46
El tiempo pondrá todo donde siempre debió estar
—Sí, es mi hija.
Vuelvo a la realidad cuando escucho la voz de mi madre junto a mí.
—Está despertando. Señorita Morgan, ¿cómo se encuentra?
Morgan, no recordaba cómo suena.
—Mareada, ¿qué pasó?
—Se desmayó, pero ya tengo su diagnóstico.
—Díganos, doctor —insiste mi madre.
—Felicidades, señorita Morgan, está embarazada.
¿Qué? No, no puede ser.
—¿Cómo embarazada?
—Sí, siete semanas.
Ese maldito número me va a perseguir el resto de mi vida al parecer. El
médico se retira dejándome casi en paro cardíaco.
—Alondra, ¿sabes de quién es?
—Sí, lo sé —la interrumpo antes de que empiece—. No me hagas
preguntas, no quiero hablar de nada. Ahora sal de aquí. ¿Dónde está Aidan?
—Se fue, sabes que no lo puede ver nadie.
Asiento y me mira una última vez antes de irse. Me quito la horrenda
bata de hospital y me pongo mi ropa. Después de que el médico me traiga el
papeleo para firmar el alta, salgo del hospital. Y cómo no, mi madre está
fuera. A las puertas del hospital hay una máquina expendedora, de la que
gustosamente saco un café, lo necesito. Saco un cigarro. ¿He mencionado
que solo fumo cuando estoy muy nerviosa? Bien, este es un momento en el
que lo estoy. Mamá da sorbos a su café mientras mira la luna.
—No deberías fumar en tu estado.
—Lo dices como si estuviese enferma.
—Lo digo porque estás embarazada.
Esa palabra sigue haciendo eco en todos los rincones de mi mente, pero
la aparto. Hay cosas más importantes ahora que un cigoto al que aún no se
le puede considerar persona.
—¿Dónde está?
—¿Aidan? Ya te lo he dicho, no sé.
—Ainhoa.
—No lo sé, se mudó de la casa de Kristen hace cuatro años. Cortó toda
comunicación conmigo.
—No me sorprende, la mantuviste alejada de su hermana mayor.
—Era lo mejor para ella en ese momento —me reprocha, como si eso
fuese a cambiar como me siento.
—Creo que la vi en mi ciudad. No estaba segura de que fuese posible,
pero ahora lo creo.
—¿Y? ¿Cómo está?
—Bien, igual de bonita que siempre —suspiro con orgullo.
—Quiero hablar con Aidan antes de irme, ¿sabes dónde lo puedo
encontrar?
—No tengo ni idea, hoy lo vi por primera vez en veinticuatro años. No sé
ni siquiera cómo nos encontró.
—Entiendo.
Decido darme la vuelta e irme. No tiene caso seguir perdiendo el tiempo.
Ahora mismo me gustaría estar en el hospital, junto a Cassian. Cierta
sospecha me lleva al parque, a ese al que iba con Jennifer después de clases.
Cuando llego al banco, me siento sobre un trozo de cartón. Aún está
grabado el 26 con rotulador negro permanente. Ese día nos conocimos,
veintiséis de septiembre. Se me escapa una lágrima al rozar la madera vieja
con mis dedos. Escucho unos pasos y, a continuación, siento a alguien
sentarse a mi lado.
—Te estaba esperando —admito sin mirar.
—Sabías que vendría.
—Sí, por algo me has instalado un rastreador en el teléfono.
Lo escucho sonreír.
—Chica lista.
—¿Tú pagaste la fianza?
—¿Y qué si lo he hecho? —se encoge de hombros.
—¿Por qué lo harías?
—No tiene que haber una razón para todo.
—¿Alguna de las notas anónimas eran tuyas?
—No, no juego a juegos de niños.
—¿Cómo me has encontrado?
—Marc me llevó hasta ti. Me fugué del hospital en cuanto me enteré de
que estaba acosando a tu novio o lo que seáis. Hasta entonces lo mantenía
vigilado desde el psiquiátrico y cuando deduje que después iría a por ti, me
encargué de seguirle la pista. Se la tenía desde antes, pero no necesitaba
intervenir hasta ahora.
—¿Esperaste el momento adecuado?
—Sí, la impulsividad no sirve de nada, eso deberías saberlo.
—¿Tú quisiste que te encontrase?
—Si te refieres a lo del portátil, sí. Hackeé tu portátil y dejé la web del
psiquiátrico para que lo vieras.
—¿Y cómo has llegado a la vez que yo?
—Tenía el vuelo reservado para media hora después de que leyeses el
artículo.
—Sabías que tomaría un vuelo a Langford de inmediato… —concluyo
comprendiendo que él siempre iría un paso por delante, siempre.
—Exacto.
—¿Y si no hubiese tomado el vuelo?
—Lo habrías tomado, lo sé.
Realmente admiro su seguridad. Me permito observarlo y es que es más
que obvio. El pelo negro le desciende en mechones cortos y ondulados
sobre la frente. Su piel es tan pálida como la mía, por ello sus ojos resaltan
aún más. Esos ojos de un gris tan particular, tan poco común...
Y para colmo va vestido totalmente de negro.
—¿Amaste alguna vez a mi madre?
—Alondra, no eres una niña, tienes que entender que mi forma de amar
no es la misma que la tuya o la del resto. Lo mío es más cercano a la
obsesión que al amor.
—¿Y yo?
—Suficientes preguntas, me tengo que ir —hace una pausa y añade—.
¿Vuelves a Asterfield?
—Sí, vuelvo a casa. Aún tengo algo que resolver.
Aidan asiente y sonríe antes de caminar calle abajo. Las calles están
vacías, pero hay una vibra extraña en ellas mientras él camina con las
manos en los bolsillos tranquilamente, como si no estuviese en busca y
captura. No sé si confía porque sabe que estará bien o estará bien
precisamente por eso, porque no lo duda. De todas formas, camino en
dirección contraria y pido un taxi. Ya no necesito nada aquí.
—¿A dónde la llevo?
—Al aeropuerto, por favor.
El coche arranca y busco mirar la hora en mi teléfono para tomarme la
pastilla, pero está apagado. Perfecto.
—¿Puede poner el calor? Hace frío.
—Claro, ¿necesita pañuelos?
—Sí.
Me alcanza un paquete de pañuelos porque ahora no puedo parar de
estornudar. Pero hay algo aquí que está mal. En cuanto acerco el pañuelo a
mi nariz, el dolor de cabeza se intensifica sobre mi cabeza y me siento los
ojos pesados.
—¿Qué es es...?
Los ojos me pesan tanto que me cuesta mantenerlos abiertos y siento
como mi cabeza aterriza sobre el asiento a mi lado. Lucho por articular
palabra, pero de mi garganta no salen más que balbuceos sin sentido hasta
que dejo de luchar, de intentarlo.
Diciembre, 2010
La cuchilla en mis manos me devuelve mi reflejo. Estoy sentada en el
suelo del baño. Aún duelen las marcas de cinturón en mis muslos, pero el
dolor que llevo por dentro es mayor. Mis padres se han pasado las últimas
horas discutiendo, pero ahora, después de la cena, vuelven a hacer como si
nada. No lo aguanto más, no puedo seguir fingiendo que no pasó nada. Voy
a terminar de enloquecer si lo intento. Miro el filo y pienso en Noa, ella no
merece esto, pero yo tampoco merezco vivir así. Sé que papá a ella nunca
la tratará como a mí, el problema soy yo. Siempre que estoy cerca está de
mal humor. Siempre que está de mal humor empeora cuando aparezco.
Cuando le da un regalo a Noa, a mí no me lo da a menos que sea fiesta e
incluso entonces siento el asco con el que me lo da. ¿Qué le habré hecho?
¿Cuándo me porté tan mal? Esas son las preguntas que rondan en mi
cabeza sin parar mientras la hoja de la cuchilla se hunde poco a poco en
mi muñeca. El líquido caliente que desciende por ella me da miedo, pero
también paz.
—¡Alondra, abre la puerta!
No, es mamá. Para cuando abra ya será demasiado tarde. Sigo
hundiendo cuando de pronto, un estruendo me sobresalta justo antes de
desmayarme. Papá ha roto la puerta, no está tan enfadado como creí que
estaría...
Jennifer Mendoza
30 de junio del 2000 – 25 de octubre del
2023
Te recordaremos siempre
—Hola, ¿cómo estás? Espero que bien. Tengo mucho que contarte...
Después de contarle todo lo sucedido estos días, incluido lo del
embarazo, me permito derramar alguna lágrima.
—¿Quién lo iba a decir? Yo, embarazada. Y tú sabías que sería él,
siempre lo supiste por más que yo lo negase. Ahora tengo una hermana viva
y un padre psicópata.
Acaricio con la yema de los dedos las fechas y las letras grabadas.
—Han pasado tantas cosas desde que te fuiste, pero ya maté al que te
mató. Espero que haya sido lo que tú querías, o al menos lo que esperabas
de mí.
Dejo las flores, quitando las que ya están marchitas y me despido.
—Te quiero, Jennifer. Allá donde estés, espero que nunca lo olvides.
Capítulo 47
Un vis a vis con el pasado
Mañana es Año Nuevo.
Ya tengo la prueba de embarazo preparada con un precioso y enorme
positivo. También lo he limpiado y atado un lazo rojo. Estoy preparando la
casa porque Helen y Cassian pasarán aquí Año Nuevo, así que quiero
tenerlo todo más que perfecto. Aidan también va a estar. Me dijo que me
traería una sorpresa, cosa que por supuesto no me esperaba. Me sirvo un
vaso de batido de fresas y plátano mientras abro el portátil y trato de
terminar todo el trabajo acumulado. Se inculpó a un traficante por el
asesinato de Tomás. Aidan se lo montó bastante bien, porque la persona que
no se había portado bien con él, era con quien trabajaba Tomás blanqueando
dinero. Así que, pese a ser condenado por un crimen que no ha cometido,
eso solo ha sido el detonante para que la policía descubriese el resto de los
delitos. Le han caído quince años, doce por buena conducta. Y como era de
esperar, logré mi objetivo, quedarme con toda la empresa. Arreglé las
cuentas y contraté a más personal. Puse todos los papeles en regla que
Tomás no había hecho y ahora la empresa funciona más que nunca.
También he contratado directores generales para tener más tiempo libre y
no ser, de nuevo, una adicta al trabajo. Me distraigo cuando tocan la puerta.
Kassie empieza a ladrar y voy a abrir mientras intento callarla.
—¡Kassie, ya basta!
Abro y me encuentro con Cassian. Lleva esa chaqueta blanca y azul que
llevaba el día que nos conocimos en la cafetería. Le doy un beso y me
acuna la cara entre sus manos.
—Por el camino me encontré con alguien.
—¿Ah, sí? ¿Con quién?
Cassian se aparta a un lado y veo a Aidan.
—Papá… —se me atascan las palabras, no esperaba que estuviese aquí
hoy—. ¿Qué haces aquí? Es decir, ¿no venías mañana?
—Así es, pero he decidido que tengo un plan mucho mejor —sonríe.
Arqueo las cejas sin entender nada. Cassian se mueve detrás de mí hasta
que siento su cuerpo a mis espaldas, de pronto sus manos cubren mis ojos.
Papá vuelve a hablar.
—Quiero que cierres los ojos y pidas un deseo, te aseguro que, al abrir
los ojos, tu deseo se habrá cumplido.
—De acuerdo —asiento sin contener la risa.
No sé qué se trae entre manos, pero si trata de jugar al mago conmigo, le
deseo mucha suerte. Cierro los ojos tal y como me ha dicho y la imagen de
mi deseo aparece en mi mente antes de siquiera tener tiempo para pensarlo.
Aun así, no hay nada que pensar. Lo tengo todo, salvo una cosa.
—¿Ya?
—Sí.
—Bien, puedes abrir los ojos.
Las manos de Cassian se retiran de mis ojos lentamente y abro despacio
los ojos. No puedo creerlo. Hay algo en mí que dice que es real, que no
estoy soñando ni lo más seguro, no estoy delirando. Trato de disimular el
temblor que me sacude todo el cuerpo y la alegría que invade todas y cada
una de las fibras de mi ser, pero no puedo. Por unos segundos trato de
enfocar la vista, confirmando una vez más que es real.
—Ainhoa...
Lleva un vestido color crema y unas botas de tacón del mismo color. El
pelo castaño le desciende liso desde los hombros hasta la cintura y las gafas
negras resaltan la palidez de su rostro. Sus ojos se ven llorosos, pero las
lágrimas se mantienen a raya.
—No puede ser —es lo único que digo antes de abalanzarme sobre ella y
envolverla con mis brazos.
—Alondra...
Siento sus brazos rodeándome también y apretando fuerte. No me
contengo en el momento en el que aspiro su fragancia, tal y como la
recordaba mezclado con algún perfume. Siento como algo que dentro de mí
llevaba vacío tanto tiempo, poco a poco se va llenando, algo que creí
totalmente imposible.
—¿Cómo...?
Ella simplemente sonríe ante mi tartamudeo.
—Sé que tienes muchas preguntas, pero lo que te voy a decir por ahora es
que mamá me avisó de que habías estado en Langford, así que aquí estoy.
—Y yo me encargué de traértela —admite papá orgulloso.
—Si te preguntas cómo sabía que era tu padre, no te lo preguntes
demasiado. El parecido es tan obvio...
Me giro hacia mi padre y se lo agradezco antes de llevarme a mi hermana
a mi habitación. A primera vista, sus ojos se quedan prendados en mi
vestidor. Los tacones, los vestidos y el joyero captan por completo su
atención.
—Tu vida es tal cual la imaginaba —admite.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Siempre fuiste muy ordenada y organizada. Me imaginaba que tu
vida como adulto independiente sería algo así, muy tú.
—Gracias.
Se sienta en la cama y hago lo mismo. Tengo demasiadas preguntas
corriendo en círculos en mi cabeza, queriendo respuestas con más
desesperación de la que soy capaz de admitir, pero no quiero agobiarla.
Pese a eso, no evito la pregunta que abandona mis labios.
—¿Eras tú la del otro día?
—Así es. Cuando me enteré de que mi padre buscaba la forma de
matarte, quise venir lo más rápido posible, pero temí entrometerme y salir
mal parada.
—Lo entiendo. Y siento lo de tu padre, yo...
—Para. No tienes nada por lo que disculparte, yo habría hecho lo mismo
—niega con la cabeza como si le costase asimilarlo—. Que sea mi padre no
significa que yo lo sienta como tal.
Eso siempre lo había deducido. Cuando desapareció de mi vida tenía
unos quince años, ahí no demostraba demasiado, pensé que sería
simplemente la actitud propia de la edad, pero también pensé que, algún
día, le daría asco recordar todo aquello.
—Le confesé que estabas viva justo antes de pegarle un tiro en la cabeza.
Ainhoa ríe como si no le acabase de detallar cómo maté a su padre.
Bueno, una parte, la otra no tiene por qué saberla nadie más.
—Muy propio de ti. Yo también siento mucho lo de Jennifer, no esperaba
que hiciese algo así.
La mención me atraviesa y trato de no demostrar lo mucho que en
realidad me sigue afectando.
—Sí, yo tampoco.
—¿Ella te recetaba las pastillas para la psicosis? Siento mucho lo que has
tenido que pasar, no me lo imagino. Yo por aquel entonces no tenía ni la
edad ni la madurez suficientes como para entender tu dolor.
Esas palabras me reconfortan y una lágrima me traiciona al resbalar por
mis mejillas.
—Ha sido complicado, sí —tomo una temblorosa bocanada de aire—.
No es fácil sobrevivir al insomnio, las alucinaciones y delirios, a pensar
constantemente que todos te están mintiendo…Aunque en mi caso resultó
ser así, que todos me estaban mintiendo.
—Quise contactarte antes, pero nadie sabía de ti, fue como si
desaparecieses del mapa.
—Lo sé, no quise que nadie me encontrara nunca, pero de haber sabido
que un día me buscarías, jamás me hubiese escondido.
Ainhoa entrelaza su mano con la mía y en mi pecho siento una sensación
de calidez que me invade por completo, es sumamente placentera.
—¿Sabes? Llegas en el momento perfecto —hablo mirando nuestras
manos.
—¿A qué te refieres?
—Llegas a tiempo para ser tía.
Ainhoa suelta nuestras manos y ahora es ella quien se abalanza sobre mí.
—¡Felicidades, Alondra! ¿Es niño o niña?
—Baja la voz —susurro conteniendo la risa—, Cassian...
—¡¿No lo sabe?! Me encanta, voy a poder grabarlo en vivo y en directo.
Sus manos aplauden felizmente y siento como si me la contagiase a mí
también. Me he dado cuenta de que me resulta más fácil alegrarme desde la
felicidad de los otros que de la mía propia, espero que a partir de ahora eso
pueda cambiar.
—Adelante —le concedo entre risas.
Gracias a mi madre, por confiar en que podría hacerlo incluso en los días
en los que pensaba abandonar la historia y dejarla a oscuras cogiendo polvo
en un cajón. Gracias a mi hermana, por las noches en las que trasnochaba
por escuchar mis locuras para la trama o para el próximo capítulo.
Y, por último, gracias a cierta persona que, si no hubiese conocido ese día
en aquella cafetería y no hubiésemos vivido todo lo que vivimos, hoy no
existiría esta historia. Gracias porque, pese a todo, me dejaste muchas
lecciones, una gran historia por escribir y el aroma de las lilas. Te guardo en
un rincón de mi corazón para siempre.