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Universidad Católica Inmaculada Concepción, de la Arquidiócesis de Managua

Liturgia Fundamental
“Síntesis de la constitución dogmática Sacrosanctum Concilium”

Estudiante: Edilson Felipe Potosme Montiel

Docente: Pbro. Armando Ortega

10 de Mayo de 2019
Sacrosanctum Concilium

En el Concilio Vaticano II, encuentro estelar de la Iglesia del siglo XX,


estaban presentes alrededor de unos dos mil obispos y otros observadores. Fruto
de este Concilio fueron cuatro constituciones dogmáticas, entre las que aquí
destacaré a la constitución sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium.

Fue aprobada por la asamblea de obispos con un voto de 2,147 a favor y 4


en contra, siendo promulgada por el papa Pablo VI el 4 de diciembre de 1963. Fue
el primer documento aprobado por el Concilio. El objetivo principal de esta
constitución fue aumentar la participación de los laicos en la liturgia de la Iglesia
católica y a su vez llevar a cabo la actualización de la misma. Aquí es donde se
valora el primado indiscutible y la función de la liturgia: guiar al Pueblo de Dios en
su peregrinar por la tierra. Así, la iniciativa de esta importante Constitución tiene su
origen en el deseo de renovar la vida litúrgica, a la vez que fomentarla, en
continuidad con la Tradición viva de la Iglesia, a fin de que todos sus hijos puedan
participar de ella con mayor provecho espiritual.

La Constitución cuenta con siete capítulos precedidos de un importante


proemio. Tiene también un apéndice sobre la revisión del calendario litúrgico. La
parte más significativa de la Constitución está desarrollada sin lugar a dudas en el
capítulo I.

Proemio

Es interesante destacar que, siendo el primero de los documentos


conciliares en ser aprobado, sus primeras palabras estén dirigidas a enunciar los
objetivos del Concilio Vaticano II: Acrecentar cada vez más la vida cristiana entre
los fieles, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que
están sujetas a cambio, promover cuanto pueda contribuir a la unión de todos los
que creen en Cristo y fortalecer todo lo que sirve para invitar a todos al seno de la
Iglesia.

Se menciona también en dicho número la intención del Concilio en materia


litúrgica: procurar la reforma y el fomento de la liturgia. De esta manera se ponía
claramente de manifiesto la importancia de la liturgia en la vida eclesial.

Capítulo I:
Naturaleza e importancia de la liturgia
Éste es el capítulo más importante y el más extenso, en donde
encontramos el marco teológico de fondo para toda la renovación y el fomento de
la liturgia. Este capítulo está dividido en cinco partes:

1. Naturaleza de la sagrada liturgia y su importancia en la vida de la Iglesia.


2. Necesidad de promover la educación litúrgica y la participación activa.
3. Reforma de la sagrada liturgia.
4. Fomento de la vida litúrgica en las diócesis y en la parroquia.
5. Promoción de la acción litúrgica pastoral.

En estos puntos se desarrollan los aspectos centrales de lo que es la


liturgia, así como los criterios y normas para su reforma. En él se describen los
diferentes tiempos de la revelación de Dios en la historia y se termina
reconociendo en Cristo la realización concreta de este designio. La redención-
salvación de los hombres es prefigurada en el Antiguo Testamento, empieza por la
encarnación del Hijo de Dios y se cumple principalmente por el misterio pascual de
su bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su
gloriosa ascensión. Con esta afirmación, la Pascua de Cristo es colocada en el
centro de la historia de la salvación.

Este misterio pascual es actualizado a través de signos rituales. Así se


introduce el discurso sobre la liturgia, la cual es vista fundamentalmente como
actualización de la salvación realizada por Cristo a través de su misterio pascual,
haciendo de nuevo presente aquello que se realizó hace veinte siglos.

Se resalta así el fundamento cristológico de la vida litúrgica. Ésta es


ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos
sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la
santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y
sus miembros, ejerce el culto público1. En esta descripción-definición de la liturgia
se resalta el principio cristológico de la misma, su dimensión eclesial y su doble
dinamismo: santificar al hombre y dar gloria a Dios.

Si bien la acción litúrgica no agota toda la actividad eclesial, ella es la


cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de
donde mana toda su fuerza. En esta declaración está muy bien sintetizado el lugar
central que tiene la liturgia en la vida eclesial. Hacia la liturgia tienden todas las
acciones eclesiales, es la cumbre, el punto más alto de realización y eclesialidad.
Por eso es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el
mismo grado, no iguala ninguna otra acción de la Iglesia. Pero a la vez, de ella
mana la vida que brota de Nuestro Señor Jesucristo, para convertirse en fuerza y
dinamismo evangelizador, para todas las acciones eclesiales.
1
Pío XII, Mediator Dei, 32
La liturgia actualiza, realiza la redención de Cristo aquí y ahora. Es meta a
la que tiende la acción de la Iglesia y la fuente de donde le viene su fuerza y
vitalidad. Pero la liturgia no agota la acción de la Iglesia, ni toda la vida espiritual.
Hay que añadir la oración particular, la mortificación personal y los ejercicios
piadosos (rosario, vía crucis, devociones, etc.). La liturgia exige la participación
activa de los fieles. Pero para que se dé esto, hay que educar a todos en la
liturgia, enseñar formación litúrgica tanto al clero como a los fieles.

Capítulo II:
El misterio Eucarístico

Se centra el documento en la Eucaristía, donde se encuentra la mayor


riqueza litúrgica. Se pide la participación activa de los fieles en la misa. Para ello,
se hizo una reforma del ordinario de la misa, simplificando ritos, conservando lo
principal, con enriquecimiento de los tesoros de la Biblia, de modo que en un
período de tres años (período llamado ciclos) se lean al Pueblo las partes mas
significativas de la Sagrada Escritura.

Es una presentación sintética de gran riqueza de la Sagrada Eucaristía,


memorial del Señor, reactualización del sacrificio del Calvario, banquete pascual
en donde se alimenta el cristiano del mismo Señor. Por la grandeza del misterio
que contiene este sacramento se vuelve a insistir en la participación consciente,
piadosa y activa de los fieles en la celebración, instruidos en la Palabra de Dios,
fortalecidos por la gracia, aprendiendo a ofrecerse juntamente con el Cordero que
se ofrece por manos del ministro. Aquí se habla de la unidad de las dos mesas: la
de la Palabra y la de la Eucaristía. Ambas están íntimamente relacionadas y son
constitutivas del único acto de culto que es la Misa. Así, la centralidad de la
Palabra de Dios y la Santísima Eucaristía quedan propiamente destacadas y
unidas.

Se añade la homilía y la oración de los fieles. Se puede celebrar en lengua


vernácula, es decir, en la lengua de cada pueblo, y no sólo en latín. Se habla de la
comunión bajo las dos especies y la concelebración.

Capítulo III:
Otros sacramentos y los sacramentales

Hubo reformas en los ritos bautismales y de la confirmación y de los demás


sacramentos. Está referido precisamente a los sacramentos, a su naturaleza y a
la reforma de los rituales para que expresen la visión litúrgica renovada por el
Concilio. Se invita allí a una vuelta al sentido más originario y expresivo de los
símbolos y ritos de los sacramentos, para que expresen la fe, la robustezcan y la
hagan crecer. En sus numerales se pasa revista a cada uno de los sacramentos,
invitándose a celebrarlos de preferencia dentro de la Misa, salvo uno: el de la
reconciliación.

También son tratados los sacramentales. Después de reconocer su valor


para la vida cristiana, se invita a la renovación de sus rituales. Mención aparte se
hace de la consagración de vírgenes, la profesión religiosa y el ritual de las
exequias.

Capítulo IV:
El Oficio Divino o Liturgia de las Horas

Donde toda la Iglesia a través de sus sacerdotes, extiende durante todo el


día su oración de alabanza a Dios y santifican el día. Se recomienda la
participación de los laicos en el rezo de la liturgia de las Horas o con los
sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso en particular. Se trata allí de la liturgia de
las horas como oración de toda la Iglesia, oración sacerdotal por la cual se alaba
al Padre y se intercede por la salvación de todo el mundo. Se señala el valor
pastoral de esta oración de Cristo y su Esposa la Iglesia y se recomienda la
participación de todos los fieles en la misma; así pueden entrar en contacto con
los tesoros de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia.

Capítulo V:
El año litúrgico

Éste es presentado como celebración del misterio de Jesucristo que pone a


los fieles en contacto con los misterios de la redención. Así pueden beneficiarse
con el poder santificador y los méritos del Señor y quedan llenos de la gracia de la
salvación. Se precisa, además, el sentido de las celebraciones marianas y las
fiestas de los santos dentro del ciclo litúrgico. Ellas deberán ser más expresivas
del único misterio que celebramos: Jesucristo muerto y resucitado para nuestra
salvación. El domingo, fiesta primordial de los cristianos consagrada por la
resurrección de Cristo, es presentado en su genuino sentido de día del Señor en el
que se escucha la Palabra de Dios y se celebra la Eucaristía, día de la comunidad,
día de fiesta y descanso; comprensión que ha de ser inculcada a los fieles.

Capítulo VI:
La música sagrada

En este capítulo se destaca la importancia que la música sacra tiene para la


celebración. La Constitución ofrece criterios globales para comprender el
significado de la música sacra en la acción litúrgica y su aporte en el ámbito de la
celebración. El valor de la música nace del hecho de que ella se expresa
esencialmente bajo la forma del canto. Se alienta la participación de los fieles a
través del canto. Se recuerda la importancia del canto gregoriano en la tradición
de la Iglesia romana, aunque sin excluir otras formas de canto, a la vez que se
fomenta el canto religioso popular. La música debe servir no sólo de decoración,
sino de expresión de plegaria.

Capítulo VII:
El arte y los objetos sagrados, las imágenes.

Se resalta la función del arte al servicio de la liturgia y, concretamente, de


las celebraciones. A través de la belleza, el arte se inserta en el dinamismo
celebrativo elevando el ánimo del hombre para la glorificación de Dios. La
Constitución ofrece una amplia y confiada apertura a la libertad y originalidad
expresivas en el arte, pero siempre en el respeto y salvaguarda de la sacralidad.
El arte que se pone en las iglesias no debe repugnar ni ofender el sentido
religioso. El arte sacro está relacionado con la infinita belleza de Dios; por lo tanto,
todas las obras de arte en la Iglesia nos deben llevar a Dios.

No se está en la liturgia, sino que celebramos la liturgia, participamos de y


en la liturgia. Debemos educarnos en la liturgia para que así gustemos de las
ceremonias, apreciemos los sacramentos, entendamos los signos y los ritos,
amemos la Palabra de Dios, despertemos la capacidad de admirarnos y
sobrecogernos ante el misterio divino que se celebra en cada acto litúrgico.

Conclusión

Personalmente considero que las aportaciones del concilio son muy útiles y
necesarias para la mayor participación activa de los fieles en la liturgia, como la
novedad de celebrar no solo en latín, sino también en los diversos idiomas propios
de los creyentes, esto aplica tanto para los ritos como para la música. También la
forma de celebrar la Eucaristía, ya no de espaldas al pueblo sino junto a él, es un
signo de cómo Dios se acerca a sus hijos y les acompaña.

Además, promueve el acercamiento del pueblo santo de Dios a la vida


litúrgica a través de los ministerios laicales, y así tantas otras novedades como el
calendario litúrgico. Todo para una participación que supone el conocimiento y la
valoración de la liturgia y su papel en la vida de la Iglesia.

La participación litúrgica adecuada debe llevar a que quien escucha la


Palabra de Dios en la celebración, se convierta y tenga una experiencia de
encuentro con Jesucristo a través de los sacramentos y demás celebraciones.
La participación, fruto de la auténtica formación, supone la comprensión y
buena realización de los ritos para entrar en contacto con el misterio salvador de
Cristo que se hace presente en la liturgia. De esta forma, todo contribuye a la
misma finalidad redentora: Vivir lo que celebramos.

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