Unidad 3 Dsi
Unidad 3 Dsi
Unidad 3 Dsi
¿Qué es la
DOCTRINA SOCIAL
de la IGLESIA?
3.- La persona humana centro de la
Doctrina Social de la Iglesia.
“Toda la Doctrina Social se desarrolla, en efecto, a partir del principio que afirma
la inviolable dignidad de la persona humana.” (Compendio DSI N° 107)
EL PECADO: La admirable visión de la creación del hombre por parte de Dios es inseparable
del dramático cuadro de pecado de los orígenes. En las consecuencias del pecado esta la
ruptura, separación del hombre no sólo de Dios, sino también de sí mismo, de los demás y del
mundo circundante.
El pecado es siempre un acto libre y consciente de la persona, pero que también repercute y
tiene consecuencias en el ámbito de las relaciones, afectando a la sociedad en general. El
pecado tiene por lo tanto, una dimensión personal y otra social (los pecados son malos para
los demás y perjudican a la comunidad).
Nos enseña el DOCAT n° 51: “...El pecado no es nunca un
destino inevitable, y también las estructuras de pecado
pueden transformarse. El primer paso para liberarnos
del pecado es reconocerlo y llamarlo por su nombre.
Jesucristo vino para sacarnos de la cárcel del pecado. La
creación, cautiva del pecado, es liberada por Cristo
para vivir en el amor y la justicia. La civilización del amor
comienza con la conversión del individuo y su
reconciliación con Dios.”
La doctrina social se hace cargo de las diferentes dimensiones del misterio del hombre, que exige ser
considerado « en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social »
(Juan Pablo II, Redemptor hominis)
La UNIDAD de la persona
El hombre ha sido creado por Dios como unidad de alma y cuerpo. Mediante su
corporeidad, el hombre unifica en sí mismo los elementos del mundo material. La
dimensión corporal, sin embargo, a causa de la herida del pecado, hace experimentar al
hombre las rebeliones del cuerpo y las inclinaciones perversas del corazón, sobre las que
debe siempre vigilar para no dejarse esclavizar y para no permanecer víctima de una visión
puramente terrena de su vida.
Por su espiritualidad el hombre supera a la totalidad de las
cosas y penetra en la estructura más profunda de la
realidad. Cuando se adentra en su corazón, es decir, cuando
reflexiona sobre su propio destino, el hombre se descubre
superior al mundo material, por su dignidad única de
interlocutor de Dios, bajo cuya mirada decide su vida.
La LIBERTAD de la persona
a) VALOR Y LÍMITES DE LA LIBERTAD: El hombre puede
dirigirse hacia el bien sólo en la libertad, que Dios le ha dado
como signo eminente de su imagen. Esta es la característica
más saliente de la predilección de Dios por el hombre y el
punto más alto de su dignidad. Pero esta libertad no es
ilimitada: el hombre debe detenerse ante el “árbol de la
ciencia del bien y del mal”, por estar llamado a aceptar la ley
moral que Dios le da. El hombre es el único ser al que Dios le ha escrito una ley de amor en el
corazón. La verdad sobre el bien y el mal podemos conocerla mediante la conciencia, que es
como la voz de la verdad en el ser humano. El recto ejercicio de la libertad personal exige unas
determinadas condiciones de orden económico, social, jurídico, político y cultural que son,
con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas.
“...la libertad no siempre tiende a obrar realmente el bien, sino que se comporta a menudo de forma
egoísta, buscando el bien sólo aparentemente. Por eso hay que educar a la conciencia e instruirla sobre
los valores auténticos. También la libertad necesita la redención de Cristo, para poder llevar a cabo el bien
verdadero.” (DOCAT, 57 in fine)
La SOCIABILIDAD humana
La persona es constitutivamente un ser social, porque así la ha querido Dios que la ha creado.
Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una característica natural que
distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas. La actuación social comporta de suyo
un signo particular del hombre y de la humanidad, el de una persona que obra en una
comunidad de personas: este signo determina su calificación interior y constituye, en cierto
sentido, su misma naturaleza. La sociabilidad humana no comporta automáticamente la
comunión de las personas, a causa de la soberbia y del egoísmo, el hombre descubre en sí
mismo gérmenes de insociabilidad, de cerrazón
individualista y de vejación del otro.
La sociabilidad humana no es uniforme, sino que
reviste múltiples expresiones. El bien común depende,
en efecto, de un sano pluralismo social. Las diversas
sociedades están llamadas a constituir un tejido
unitario y armónico, en cuyo seno sea posible a cada
una conservar y desarrollar su propia fisonomía y
autonomía.