EVANGELIO

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1. Bienvenidos, hermanos y hermanas, a este encuentro con la Palabra de Dios.

Nos
reunimos hoy en este espacio sagrado, no solo para escuchar, sino para meditar y
reflexionar profundamente sobre los mensajes que nuestro Señor nos quiere transmitir. Este
es un momento especial donde nos disponemos a abrir nuestros corazones y nuestras
mentes a la voz de Dios, permitiendo que su amor y su sabiduría nos llenen y transformen.
A lo largo de nuestra vida cotidiana, es fácil distraerse con las preocupaciones y las
obligaciones diarias, pero aquí y ahora, nos invitamos a centrarnos en lo que realmente
importa: nuestra relación con Dios y su voluntad para nosotros. En esta reunión, buscamos
no solo oír las palabras de las Escrituras, sino dejarlas resonar en lo más profundo de
nuestro ser, permitiendo que guíen nuestros pensamientos y acciones. Pidamos al Espíritu
Santo que nos ilumine en este camino espiritual, que nos llene de su sabiduría y
entendimiento para que podamos comprender y vivir estas enseñanzas en cada aspecto de
nuestra vida diaria.

Que este momento de reflexión sea una fuente de renovación espiritual, de fortaleza y de
inspiración, llevándonos a vivir con más fe, esperanza y amor. Que el Espíritu Santo nos
acompañe y nos guíe en este viaje, ayudándonos a discernir la verdad y a seguir el camino
que Dios ha trazado para cada uno de nosotros. Abramos nuestros corazones y dejemos que
la Palabra de Dios transforme nuestras vidas, haciéndonos más conscientes de su presencia
y de su amor infinito. Queridos hermanos y hermanas, ahora nos preparamos para escuchar
el Santo Evangelio, el momento culminante de nuestra liturgia de la Palabra. En el
Evangelio, escuchamos directamente las enseñanzas, milagros y mensajes de nuestro Señor
Jesucristo, el Verbo hecho carne que vino a habitar entre nosotros. Este es un momento de
gran reverencia y respeto, donde nos disponemos a recibir la buena nueva que Cristo nos
ofrece.

Les invito a que, si tenemos la posibilidad, nos pongamos de pie en señal de respeto y
honor a la Palabra de Dios. Hagamos juntos la señal de la cruz, marcando en nosotros el
signo de nuestra salvación, mientras decimos con fe y devoción: “Por la señal de la Santa
Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo, Amén.” Al hacer la señal de la cruz, recordamos la pasión, muerte y
resurrección de Jesús, y nos comprometemos a vivir según sus enseñanzas. Este sencillo
gesto nos prepara para recibir con humildad y gratitud el mensaje que el Señor nos tiene
preparado hoy. Ahora, abramos nuestros corazones y nuestros oídos para escuchar con
devoción las palabras de nuestro Señor Jesucristo. Que sus enseñanzas nos inspiren y nos
guíen en nuestro camino de fe, iluminando nuestras vidas y fortaleciendo nuestra relación
con Él. Escuchemos atentamente el Santo Evangelio.
Evangelio según san mateo "Al ver a las multitudes, Jesús subió al monte y se sentó. Sus
discípulos se acercaron a él, y él comenzó a enseñarles diciendo:

'Bienaventurados los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.
Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. Bienaventurados los humildes,
porque recibirán la tierra como herencia. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque serán tratados
con misericordia. Bienaventurados los de corazón limpio, porque verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les
pertenece. Bienaventurados serán ustedes cuando, por mi causa, la gente los insulte, los
persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo,
porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas
que los precedieron a ustedes.'"

Hoy, en el Evangelio de Mateo, Jesús nos presenta las Bienaventuranzas, una guía divina
que nos señala el camino para alcanzar la verdadera felicidad y santidad. Estas enseñanzas
de Jesús son revolucionarias y profundas, ofreciendo una visión del Reino de Dios que
desafía nuestras expectativas humanas y nos invita a vivir de una manera radicalmente
diferente. Las Bienaventuranzas nos llaman a la humildad, reconociendo nuestra necesidad
de Dios en todos los aspectos de nuestra vida. Nos enseñan a ser misericordiosos, a ofrecer
perdón y compasión a los demás, reflejando el amor y la misericordia que Dios tiene por
nosotros. Nos invitan a trabajar por la paz, siendo agentes de reconciliación en un mundo a
menudo dividido y conflictivo. Jesús también nos asegura que, a pesar de las dificultades,
persecuciones y sufrimientos que podamos enfrentar por seguir sus enseñanzas, somos
bienaventurados. Esta promesa nos llena de esperanza y fortaleza, sabiendo que nuestras
luchas no son en vano y que Dios ve y recompensa nuestra fidelidad.

Reflexionemos sobre cómo estas enseñanzas pueden transformar nuestra vida diaria.
¿Cómo podemos vivir con más humildad, misericordia y paz en nuestras interacciones con
los demás? ¿De qué manera podemos ser luz y sal en nuestras comunidades, mostrando el
amor de Cristo a quienes nos rodean? Las Bienaventuranzas nos desafían a mirar más allá
de las circunstancias inmediatas y a ver con los ojos de la fe. Nos invitan a confiar en la
promesa de Dios y a vivir con la esperanza del Reino que ya está presente entre nosotros,
pero que se manifestará plenamente en el futuro. A medida que meditamos en estas
palabras de Jesús, pidamos al Espíritu Santo que nos dé la gracia de vivir según estas
Bienaventuranzas, transformando nuestras vidas y acercándonos más al Reino de Dios. Que
podamos ser verdaderos discípulos de Cristo, llevando su mensaje de amor y esperanza a
todos los rincones del mundo.
Te damos gracias, Señor, por las palabras que hemos escuchado hoy. Que ellas iluminen
nuestro camino y nos llenen de tu amor y paz. A través de las Escrituras, nos has revelado
tu sabiduría y tu verdad, y te pedimos que estas enseñanzas penetren profundamente en
nuestros corazones. Ayúdanos, Señor, a vivir conforme a tu voluntad, a ser testimonios
vivos de tu bondad y misericordia en el mundo. Danos la fuerza para aplicar tus enseñanzas
en nuestra vida diaria, mostrando amor, compasión y justicia en todas nuestras acciones.
Que nuestra fe sea un faro que guíe a otros hacia ti, y que nuestras vidas reflejen tu luz en
un mundo que tanto lo necesita. Te pedimos también, Señor, que nos bendigas y nos
protejas. Líbranos de todo mal, de las tentaciones y de las dificultades que puedan alejarnos
de ti. Fortalécenos en nuestras pruebas y acompáñanos en nuestros momentos de debilidad,
recordándonos siempre tu presencia constante y amorosa.

Que el Señor nos bendiga abundantemente, nos libre de todo mal y nos lleve a la vida
eterna. Que cada paso que demos esté guiado por tu mano y que cada decisión que
tomemos esté inspirada por tu Espíritu Santo. Amén.

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