PARMA - Cap.11 - La Educación Artística Simbólico Cultural
PARMA - Cap.11 - La Educación Artística Simbólico Cultural
PARMA - Cap.11 - La Educación Artística Simbólico Cultural
https://youtu.be/W-AvITni7OY
Desde este posicionamiento, la manera que le es propia al arte para producir sentido es
mediante una producción simbólica, ficcional, con una forma particular de decir. Marta
Zátonyi (2002, p.65) hace referencia a Aristóteles cuando decía “en el arte hay que mentir para
decir la verdad”. Ella explica que el arte no puede tener como objetivo la descripción literal.
Para ver la verdad anatómica de la cara, dice, se miraría al espejo, o buscaría en un libro de
anatomía. En cambio, el arte nos permite comprender y sentir, por ejemplo, el dolor
manifestado en un rostro o el horror de un incendio, sin quemarnos. De allí su carácter
ficcional.
Además, el arte forma parte de las capacidades de simbolización de los seres humanos, por
lo que esta concepción parte de una mirada democratizadora del mismo, trascendiendo las
posiciones que lo reservan para un sector privilegiado, sea por lo “talentoso” a la hora de
producir o por lo selecto a la hora de acceder.
El lenguaje propio del arte se caracteriza por su dimensión poética (Belinche, 2001).
Dice desde lo no dicho, desde lo sugerido, desde lo que se oculta; aquello que muestra es la
invitación a escudriñar la entrelínea a la que accedemos con segundas lecturas que
trascienden la literalidad, la lectura de los vacíos llenos de sentido. La silla vacía de María
Wernicke, los silencios, los túneles de diferentes colores, la palabra hecha de miradas o de
abrazos. En “El lenguaje del arte”, uno de los relatos que conforman El libro de los abrazos de
Eduardo Galeano (1989, p.13), el autor relata brevemente la historia del Chinolope, a quien le
regalaron una vieja cámara de fotos. Cuenta que al pasar por una barbería, el protagonista
escuchó tiros. El Chinolope entró e hizo lo que le habían indicado: “tu miras por aquí y aprietas
allí”. Habían acribillado a un gángster a quien estaban afeitando. Su primera foto resultó una
hazaña. “El Chinolope había logrado fotografiar a la muerte: … no en el muerto, ni en el
matador. La muerte estaba en la cara del barbero que lo vio”. La cara del barbero retratada en
la foto del Chinolope es la puerta de entrada a la escena del asesinato referido y a contactar
con el impacto de la muerte violenta.
A lo largo del camino, cualquiera sea la cultura que los ha visto nacer, los
humanos tienen sed de belleza, de sentido, de pensamiento, de pertenencia.
Necesitan representaciones simbólicas para salir del caos. Y nos
preguntamos por qué clase de truco se ha podido reducir la literatura y el arte
a coqueterías de gente opulenta o las bibliotecas a simples lugares de
“acceso a la información”. Son también conservatorios de sentido en los que
se encuentran… metáforas literarias, artísticas, surgidas del trabajo lento, en
retirada, de escritores o artistas que han llevado a cabo un proceso de
transfiguración de sus propias pruebas. Sus obras alimentan los sueños, los
pensamientos, los deseos, las conversaciones sobre la vida… (Petit, 2015, p.
38).
La realización de una imagen artística supone, por parte de sus autores -sea una persona
individual o un colectivo- mirar la realidad, al modo sugerido por Berger: “el acto de mirar, el
acto de cuestionar con los ojos” (Berger, 2012, p.14), y hacer foco en un aspecto de la misma.
Luego interpretarla, pasando por el tamiz del propio saber, de la experiencia personal o
colectiva, tanto en su sentido social como histórico. Saborearla, analizarla, sentirla, dialogarla,
madurarla. Ese diálogo se proyecta en la toma de una infinidad de decisiones sobre la
materialidad: decisiones formales, procedimentales, técnicas y compositivas, las que tienen
consecuencias directas en aquello que se busca provocar o transmitir. El diálogo se extiende
durante el proceso de realización, en el que quien realiza la obra, se vincula con la materia y a
su vez, toma distancia de lo producido, lo cual es interpelado como parte del propio trabajo.
“A pizquitas, vas buscando un timbre en el plato, para descubrir posteriormente si, cuando lo
aplicás al lienzo, el color se corresponde con la voz que estabas buscando” (Berger, 2012,
p.30).
También son necesarias otras decisiones referidas a contextos, modos de circulación y a la
obtención de recursos. Todo ello orientado a la producción de sentido subjetivo, social y
cultural, e histórico.
Siguiendo con la ayuda de Marta Zátonyi: “En una obra de arte está el mundo. El mundo
interior del artista y el mundo exterior. Su pasado y su presente. La posibilidad de verlo
depende de nuestra capacidad y disposición. De nuestra capacidad de preguntar a la obra…
cada obra va a contestar en la medida en que le podamos preguntar” (Zátonyi, 2002, p.62).
Esta cita nos da pie para continuar con la instancia de producción de sentido por parte del
espectador, en la recepción de la obra, que no precisamente se trata de una instancia pasiva,
sino que nos requiere de una mirada involucrada e interpretativa, completando el sentido de la
misma. Nuevamente John Berger nos ilustra al respecto, poéticamente: “quienes dibujamos, no
sólo dibujamos para hacer algo visible para los demás, sino también para acompañar a algo
invisible hacia su destino insondable” (Berger, 2012, p.16)
El psicoanalista Serge Tisseron sostiene que toda imagen nos acoge. “Antes de ser un
conjunto de signos por explorar y descifrar, es ante todo, un espacio por habitar, y
eventualmente por habitar con otros” (citado por Petit, 2015, p.51). En ese sentido, Henri
Gaudin enuncia “habitar implica re- absorber la distancia con la extrañeza de lo que es externo
a nosotros” (citado por Petit, 2015, p.16). Las imágenes -si nos disponemos para ello- nos
abren el territorio personal respecto de lo planteado o sugerido por las mismas; miramos,
escuchamos y nos hacemos eco, construyendo nuestros sentidos personales a partir de lo que
vemos y en diálogo con lo que muchas veces vivimos de manera confusa e indecible. Las
producciones artísticas nos posibilitan encontrar fuera de nosotros mismos o construir a partir
de ellas, significados en torno a la propia experiencia, a nuestra medida, que permiten mirar de
manera “mediada” lo vivido… lo que se desea vivir y lo que no se desea vivir.
En este marco enunciamos que con el arte construimos nuestra propia geografía y
nuestra propia historia, nuestra identidad. El arte y su enseñanza permiten leer la realidad,
leernos en ella y abrir camino a otros mundos posibles. La imagen tiene la potencia de hacer
presente aquello que podría no ser pero que de alguna manera lo señala como posible. Nos
invita a involucrarnos en nuestra realidad, en la toma de posición respecto de ella.
Como dice Ticio Escobar “La práctica del arte supone así, un trabajo de revelación: debe ser
capaz de provocar una situación de extrañamiento, para develar significados y promover
miradas nuevas sobre la realidad” (Escobar, 2014, p.44).
Otro aspecto que esta concepción tiene en cuenta es cómo se han ampliado en la
actualidad el tipo de producciones artísticas –imbricándose muchas veces entre sí de
acuerdo a la hibridación de los lenguajes propia de nuestro tiempo- y los circuitos de
circulación, alcanzando a producciones urbanas, callejeras y la posibilidad de difundirlas a
través de las redes sociales y diversas plataformas. En las producciones se supera la tan
mentada división arte/artesanía y se incluyen manifestaciones populares locales, el uso de
materiales no convencionales, que se muestran y difunden en circuitos mucho más allá de los
históricamente habituales, rompiendo con la lógica de los lugares tradicionalmente legitimados.
Esto tiene una profunda consecuencia en términos de democratización del arte. El arte popular
-en los términos de Eduardo Galeano, “los bajos fondos del arte” (citado por Escobar, 2014,
p.47)-, lejos de constituir una producción artística subalterna, “moviliza tareas de construcción
histórica, de producción de subjetividad y de afirmación de diferencia… constituye un referente
fundamental de identificación colectiva, y por lo tanto, un factor de cohesión social y
contestación política” (Escobar, 2014, p.29).
La influencia de las innovaciones tecnológicas tanto en la instancia de producción como en
la posibilidad de difusión y circulación, incorpora posibilidades, lógicas y nuevas dimensiones
temporales y espaciales antes inexistentes.
Con relación a la democratización del arte, cabe mencionar también el complejo factor de
las industrias culturales, en tanto favorecen la distribución y el acceso más amplio a bienes
simbólicos de derecho universal. Pero ¿quiénes las conducen?, ¿cuáles son sus contenidos?,
¿cuáles son sus propósitos?, ¿quiénes pueden acceder?
Cabe destacar también, el papel del arte y su relación con el compromiso político y con su
poder de transformación social. Hace varias décadas se vienen generando y se van ampliando
una serie de prácticas relacionadas con diversos colectivos de arte, que se enmarcan y
encuadran en esta dirección, respondiendo a la perspectiva de democratización del arte, y su
capacidad de simbolización de las personas a través de los lenguajes artísticos. Estos se
caracterizan en general por entender:
El autor (2001) propone una educación para la comprensión crítica de la cultura visual, dado
que la misma requiere de la formación de constructores e intérpretes. En este sentido plantea
que la misma debe partir de entender lo visual en términos de significación cultural, prácticas
sociales y relaciones de poder que se articulan a través de imágenes, de los modos de verlas y
de producir representaciones.
La Ley de educación nacional, 26.206, dice en su art. 3: “La educación es una prioridad
nacional y se constituye en política de Estado para construir una sociedad justa, reafirmar la
soberanía e identidad nacional…”
Entendemos que esta perspectiva de educación artística construye soberanía e identidad
nacional y favorece la formación de ciudadanos activos y conscientes de sus decisiones. En
este sentido, otro aspecto a tener en cuenta es la apertura a incorporar críticamente en la
enseñanza la diversidad de producciones, lo que implica una mirada más abierta del producto
artístico, en relación a la inclusión de las diversidades culturales, las posibilidades que brindan
los desarrollos tecnológicos y la amplitud de circuitos. Todas las producciones, leídas desde
nuestro contexto local, nacional y latinoamericano.
También respecto del mandato de la ley nacional referido a la formación para el mundo del
trabajo es necesario que articulemos los procesos formativos con los procesos productivos y de
inserción en el mundo laboral. Esto requiere abordar cuestiones vinculadas al armado, gestión
e implementación de proyectos artísticos en relación a los diversos contextos; al cómo
conseguir la financiación necesaria, a los criterios imprescindibles a la hora de llevar adelante
producciones colectivas, y al cómo presupuestar un trabajo de producción artística.
Referencias