Toma de Puerto Cabello - La Rendición Del Último Bastión Monárquico

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Revista de Historia de América

ISSN: 0034-8325
[email protected]
Instituto Panamericano de Geografía e Historia
México

Pita Pico, Roger


Puerto Cabello: la rendición del último bastión monárquico
en Venezuela durante las guerras de Independencia
Revista de Historia de América, núm. 158, 2020, -Junio, pp. 73-103
Instituto Panamericano de Geografía e Historia
México

DOI: https://doi.org/10.35424/rha.158.2020.597

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Revista de Historia de América núm. 158 enero-junio 2020: 73-103
ISSN (impresa): 0034-8325 ISSN (en línea): 2663-371X

Puerto Cabello: la rendición del


último bastión monárquico en
Venezuela durante las guerras de
Independencia

Roger Pita Pico*

Recibido el 27 de marzo de 2019; aceptado el 24 de septiembre de 2019

RESUMEN
En el marco de la conmemoración del Bicentenario del período de Indepen-
dencia de las naciones hispanoamericanas, este artículo tiene por objeto
analizar el proceso de rendición de la ciudad de Puerto Cabello, último bas-
tión del régimen monárquico en Venezuela. Tras la firma de las capitulacio-
nes convenidas para esta plaza, se pueden identificar en términos generales
varias etapas claramente definidas que serán examinadas a lo largo de este
artículo: la rendición, la juramentación, la desmovilización, la entrega de
armas y la reinserción. Esta vía pacífica fue, en términos reales, una opción
sensata de las partes en la fase final de una guerra larga y cruenta. Este traba-
jo se inscribe dentro del propósito de revisar el proceso de Independencia no
desde el prisma de la guerra como fue la constante de la historiografía tradi-
cional, sino desde la perspectiva de las vías negociadas.
Palabras clave: rendición, capitulaciones, guerras, Independencia, Venezuela,
siglo XIX.

* Academia Colombiana de Historia. Correo electrónico: [email protected]. ORCID:


https://orcid.org/0000-0001-9937-0228
Roger Pita Pico Puerto Cabello: la rendición del último bastión…

Puerto Cabello: the surrender of the last monarchical bastion in


Venezuela during the wars of Independence

ABSTRACT
Within the framework of the commemoration of the Bicentennial of the
period of Independence of the Hispano-American nations, this article aims to
analyze the process of surrendering the city of Puerto Cabello, the last bastion
of the monarchical regime in Venezuela. After signing the capitulations,
several stages can be identified that will be examined throughout this article:
surrender, swearing-in, demobilization, weapons delivery and reintegration.
This peaceful way was, in real terms, a reasonable option of the two sides in
the final phase of a long and bloody war. This work is part of the purpose of
reviewing the process of Independence not from the prism of war as was the
constant of traditional historiography but from the perspective of negotiated
pathways.
Key words: Surrender, capitulations, wars, Independence, Venezuela,
19th century.

INTRODUCCIÓN

P uerto Cabello 1 fue uno de los puertos estratégicos en la capitanía de


Venezuela en tiempos del dominio hispánico gracias a su ubicación en
la Costa Caribe y por ser el principal punto de entrada de armas y
elementos de guerra desde el siglo XVIII. Sus fortificaciones fueron
diseñadas para defender esta costa de los intentos de invasión marítimos de
corsarios ingleses.
Las guerras de Independencia de Venezuela registradas a principios del
siglo XIX se caracterizaron por ser un conflicto largo y con un fuerte compo-
nente de retaliaciones atizadas por los odios raciales. Entre todas las ciuda-

1
Ésta es la descripción que hace el historiador Baralt sobre el complejo plano geográfico de
esta ciudad: “Lo que se llama pueblo interior de Puerto Cabello, se halla construido en una
pequeña península que se prolonga hacia el norte de la costa y está fortificado por el sur, que
mira al pueblo exterior, y por el occidente hacia la entrada del puerto: por el norte hay un
canal profundo que lo separa de la isleta en donde se halla construido el castillo que defien-
de la entrada. Por la parte que el castillo resguarda no está fortificado, ni tampoco por el na-
ciente en que la naturaleza lo ha defendido con un extenso manglar, de poco fondo en la
baja marea y tenido por invadeable hasta entonces”. Baralt, Díaz, Resumen de la historia de
Venezuela, Cabimas, UNERMB, 2016, p. 182.

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des, Puerto Cabello cumplió un papel protagónico en el desarrollo de estos


acontecimientos políticos y militares aunque no todas sus fortificaciones
fueron utilizadas por cuanto estaban bastante deterioradas. 2
El 5 de julio de 1811 fue firmada el acta de independencia de Venezuela
y al cabo de un mes Puerto Cabello consiguió el rango de ciudad. El 30 de
junio del año siguiente, los españoles prisioneros que se hallaban en el casti-
llo de San Felipe protagonizaron una sublevación y lograron apoderarse de
este fortín que estaba al mando del joven coronel Simón Bolívar, apresando
a la guarnición y bombardeando la ciudad. Tras la caída de esta plaza el
general republicano Francisco Miranda no tuvo más remedio que capitular
en San Mateo el 25 de julio culminando así la primera fase republicana en
Venezuela.
Los patriotas en cabeza de Manuel Piar y del coronel Bolívar establecen
el bloqueo y a finales de 1813 recuperan la plaza y se abre paso a la Segunda
República. Al año siguiente, los realistas vuelven a ganar terreno y bajo la
orientación de José Tomás Boves logran apoderarse de esta localidad con lo
cual culmina el experimento de la Segunda República.
En 1815 llega el Ejército Expedicionario de Reconquista y hace escala en
Puerto Cabello en donde se abastece de recursos y pie de fuerza para
continuar su ofensiva en el resto del territorio venezolano y en la Nueva
Granada. 3
Hacia 1817 Simón Bolívar liberó la provincia de Guayana desde donde
organiza su apoyo a la liberación de la Nueva Granada y se instala el Con-
greso de Angostura que le imprime un respaldo institucional y liberal al
proyecto independentista. Para agosto de 1819, Bolívar logró coronar con
éxito su campaña militar que le permitió apoderarse de la ciudad de Bogotá
y liberar la parte central y oriental del territorio neogranadino después de lo
cual los esfuerzos se concentraron en la liberación de Venezuela. Después de
este triunfo militar, el 17 de diciembre, el Congreso de Angostura aprueba la
Ley Fundamental de la República que crea la República de Colombia. De
este modo se consolidó oficialmente la unión de la Nueva Granada y
Venezuela dentro de la lucha conjunta de ambos pueblos por lograr la
Independencia.
Hacia el año de 1820 irrumpió en España la esperanza de una salida
negociada a esta guerra que llevaba más de una década causando desolación
y destrucción. Después del levantamiento de Riego, fueron convocadas las

2
Zapatero, Historia de las fortificaciones de Puerto Cabello, Caracas, Banco Central de
Venezuela, 1977, p. 215.
3
La Nueva Granada era el territorio con el que se conocía lo que hoy corresponde en térmi-
nos generales a la República de Colombia.

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Cortes y se restableció la Constitución de Cádiz a la cual el Rey Fernando


VII elevó su juramento. Las Cortes manifestaron su intención de restaurar el
dominio español en América a través de una amnistía general, para lo cual se
mostraron dispuestas a hacer concesiones prometiendo a las fuerzas insur-
gentes que conservarían el poder de las provincias que hubiesen conquista-
do, pero con la condición de que éstas debían depender de España. 4
En desarrollo de esta directriz, a mediados de este año iniciaron en Ve-
nezuela los primeros acercamientos que, tras múltiples obstáculos, conlleva-
ron al ejército español en cabeza del general en jefe Pablo Morillo y al
gobierno republicano, bajo el mando del presidente Simón Bolívar, a firmar
en la población de Trujillo el 25 de noviembre un tratado de armisticio que
se extendería durante seis meses para propiciar el ambiente que condujera a
la firma de una paz definitiva. Al día siguiente, las partes firmaron un tratado
de regularización de la guerra que concentró su atención en la protección a
los prisioneros y a los heridos en campaña. 5
Las continuas infracciones al acuerdo de tregua y, especialmente, el
alzamiento emancipador ocurrido el 28 de enero de 1821 en Maracaibo pre-
cipitaron el rompimiento de esta tregua a principios del mes de mayo, des-
pués de lo cual los republicanos le imprimieron un mayor respaldo
institucional a su proyecto político a través de la instalación del Congreso de
Cúcuta y la promulgación de la Constitución de la República de Colombia al
tiempo que en el plano militar lanzaban la campaña para liberar a Venezuela
logrando el triunfo en la batalla de Carabobo el 24 de junio, despejándose así
el camino para recuperar la ciudad de Caracas. Luego de esta victoria, el
derrotado general Miguel de La Torre, quien había asumido la comandancia
del ejército español en reemplazo del general Morillo, logró hábilmente
replegarse y buscar refugio en Puerto Cabello que en ese momento se erigía
como el único bastión monárquico. Según estimativos del bando republi-
cano, fueron aproximadamente 2.000 militares derrotados los que se diri-
gieron hacia aquel puerto. 6 Desde este momento comenzaron los intentos de
los republicanos para dominar aquella plaza que apenas sobrevivía gracias al
apoyo recibido por vía marítima de Puerto Rico y Cuba. Hacia el mes de
octubre los patriotas recuperaron en su totalidad la Costa Caribe neogranadi-

4
Academia Colombiana de Historia, Fondo Archivo del General Miguel de la Torre, tomo I,
pp. 112-116.
5
Gaceta de Caracas, núm. 19, Caracas, Imprenta de J. Gutiérrez, 6 de diciembre de 1820,
p. 95; Correo del Orinoco, núm. 91, Angostura, Impreso por Tomás Bradshaw, diciembre
30 de 1820, pp. 1-2.
6
Gaceta de Caracas, núm. 3, Caracas, julio 4 de 1821, p. 12; Thibaud, Repúblicas en armas.
Los ejércitos bolivarianos en la guerra de Independencia en Colombia y Venezuela, Bogotá,
Planeta-IFEA, 2003, p. 363.

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na al capitular los españoles que guarnecían la amurallada ciudad de Carta-


gena, pero por otro lado, los intentos de negociación de paz en España se
vieron frustrados al ser expulsados de la península los comisionados republi-
canos José Rafael Revenga y José Tiburcio Echeverría. 7
Aun con todas sus falencias y tropiezos, no cabe duda de que el tratado
de armisticio y el de regularización de la guerra suscritos el 25 y 26 de no-
viembre de 1820 en Trujillo sirvieron de inspiración para explorar vías de
conciliación más allá de la truncada tregua. Una de sus consecuencias más
evidentes fueron las firmas de las capitulaciones que, para el caso de Vene-
zuela, permitieron la liberación de los últimos bastiones del régimen monár-
quico en esta última fase del período de Independencia: Cumaná, Maracaibo
y Puerto Cabello. Gracias a este tipo de acuerdo se logró salvar la vida de
miles de combatientes españoles.
La capitulación es un convenio político y militar mediante el cual se
estipula la entrega o rendición de una plaza. Esto implica la posesión del
fuerte o ciudad y el destino de la guarnición de la defensa sobreviviente.
Este tipo de acuerdo se negociaba por medio de emisarios y, por lo general,
lo aceptaba el defensor de la plaza tras el ultimátum lanzado por el sitiador
antes de que se intensificaran los rigores y estragos de un eventual asalto
final y ante la inminente amenaza de un aniquilamiento masivo. Así
entonces, se estipulaban “[…] ciertas ventajas para el vencido a cambio de
acortar el premio del vencedor”. 8
Las capitulaciones implicaron un reordenamiento de la regularización de
la violencia bajo reglas que propendían por la paz. Con estos acuerdos se
evitaron premeditadamente la ocurrencia de grandes batallas, lo que ayudó a
crear un ambiente de confianza y de reconocimiento del otro. 9
En el marco de la conmemoración del Bicentenario del período de Inde-
pendencia de las naciones hispanoamericanas, este artículo tiene por objeto
analizar el proceso de rendición de la ciudad de Puerto Cabello, último bas-
tión del régimen monárquico en Venezuela. Tras la firma de las capitulacio-
nes convenidas para esta plaza, se pueden identificar en términos generales
varias etapas claramente definidas que serán examinadas a lo largo de este
artículo: la rendición, la juramentación, la desmovilización, la entrega de
armas y la reinserción.

7
Earle, España y la Independencia de Colombia, 1810-1825, Bogotá, Universidad de Los
Andes, 2014, p. 198.
8
Cabanellas, Diccionario militar, aeronáutico, naval y terrestre, Buenos Aires, Bibliográfica
Omeba, 1963, tomo I, p. 711.
9
Alfaro, La Independencia de Venezuela relatada en clave de paz. Las regulaciones pacíficas
entre patriotas y realistas (1810-1846), Castellón, Universitat Jaume, 2013, pp. 345, 590.

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Este trabajo se inscribe dentro del propósito de revisar el proceso de


Independencia no desde el prisma de la guerra como fue la constante de la
historiografía tradicional, sino desde la perspectiva de las vías negociadas.
Para la elaboración de esta investigación se adelantó la consulta de fuentes
primarias de archivo, particularmente los fondos documentales que reposan
en el Archivo General de la Nación de Colombia. El intercambio epistolar
entre los dirigentes políticos y militares, así como también las proclamas, los
partes de batalla y los informes oficiales representaron nuevas posibilidades
para hallar datos que resultaron útiles para este trabajo.

ENTRE EL BLOQUEO Y LOS PRIMEROS ACERCAMIENTOS


Pocos meses después de haber buscado refugio los restos del ejército expe-
dicionario español en Puerto Cabello, surgió por parte de los españoles una
propuesta conciliadora. El 14 de enero de 1822 el general La Torre envió
una carta al general José Antonio Páez, comandante general de las tropas
republicanas en Valencia, en la que le informaba haber recibido órdenes de
la Corte de España para concluir un tratado de paz con el gobierno indepen-
diente al mando del general Bolívar, todo con miras a poner término a la
guerra que había desolado a la “gran familia española” ubicada a uno y otro
lado del Atlántico. Para ello, se solicitaron salvoconductos para los comisio-
nados españoles Marqués de Casa de León, jefe político de esta provincia, y
para el coronel José María Herrera, cuya misión sería entrevistarse con el
general Bolívar, quien en ese momento se hallaba organizando la guerra en
el Sur para la liberación de las provincias de Pasto y Quito. De igual modo,
La Torre le comunicó que había recibido órdenes de suspender las hostilida-
des y se propuso lo mismo al gobierno republicano, el cual a su vez debía
enviar sendos comisionados hasta la localidad de San Esteban para señalar
los límites de ambas jurisdicciones y convenir lo atinente a las garantías y
seguridad de los habitantes de estos territorios. El general Páez contestó
expresando su júbilo por esta disposición del gobierno español y de inmedia-
to envió los salvoconductos correspondientes para el viaje de los comisiona-
dos. 10
Al enterarse de estas intenciones el general Bolívar solicitó al vicepresi-
dente Santander que los recibiera en calidad de jefe del gobierno ejecutivo,
tal como lo contemplaba la recientemente promulgada Constitución de la

10
O’Leary, Memorias del General O’Leary, Caracas, Imprenta de la Gaceta Oficial, 1983,
tomo XIX, pp. 143-144.

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República. 11 Esto le permitiría a Bolívar concentrarse en la guerra del Sur y


le daría mayores posibilidades de conocer primero cuál era realmente la
voluntad de paz que se revivía en Venezuela como buen precedente para los
ofrecimientos conciliadores que había formulado hacía poco tiempo al presi-
dente de Quito, don Melchor de Aymerich. 12 Finalmente, esta propuesta se
vio frustrada, pues nunca se enviaron los delegados para iniciar el diálogo.
Entre tanto, las operaciones en territorio venezolano no habían cesado. El
20 de febrero el vicepresidente Carlos Soublette dictó un decreto en el que
impuso un “riguroso” bloqueo ordenando la concentración de todas las fuer-
zas marítimas disponibles al frente del puerto. 13 En tierra las huestes patrio-
tas bajo la orientación del general Páez incrementaron también su asedio
(véase Mapa 1) con un pie de fuerza de 3.279 hombres que con el paso de
los días terminó menguado por causa de las enfermedades y de las desercio-
nes. 14 El 1º de marzo este general rodeó la ciudad después de haber ocupado
Borburata en momentos en que desde España se daban órdenes al gobierno
de Cuba para auxiliar Puerto Cabello. 15
Un nuevo antecedente se registró el 24 de abril de 1822 cuando el gene-
ral Páez logró rendir por medio de capitulación el mirador de Solano, 16 un
sitio estratégico que permitía divisar desde lo alto a Puerto Cabello. A fina-
les de mayo, la situación para el ejército sitiador no era muy alentadora. Una
“peste de calenturas” había producido 200 enfermos y una gran cantidad de
muertos. La propagación de esta fiebre se tornaba más preocupante ante la
falta de medicinas y atenciones en el hospital militar mientras se veía cómo
entraban fragatas para proveer de víveres a la plaza. El general Páez lanzó un
vehemente llamado para buscar alternativas tendientes a frenar la introduc-
ción de alimentos a aquella plaza y solicitó a la escuadra republicana coo-
perar insistentemente en ese sentido. Por estos días había llegado el inten-
dente de Orinoco con siete buques de guerra para reforzar el bloqueo marí-
timo sobre Puerto Cabello. 17

11
Constitución de la República de Colombia, impresa en la Villa del Rosario, Filadelfia, Juan
F. Hurtel, Impresor, 1822.
12
O’Leary, Memorias del General O’Leary, tomo XIX, p. 190.
13
Documentos relativos al bloqueo de Puerto Cabello por los patriotas después de la batalla
triunfal de Carabobo, Boletín de la Academia Nacional de la Historia, año I, tomo I, núm.
2, Caracas, Academia Nacional de la Historia, junio 30 de 1912, pp. 123-125.
14
Páez, Autobiografía, tomo I, Medellín, Editorial Bedout, 1973, p. 221.
15
Franco, Documentos para la historia de Venezuela existentes en el Archivo Nacional de
Cuba, La Habana, Archivo Nacional de Cuba, 1960, p. 165.
16
Baralt, Díaz, Resumen de la Historia de Venezuela, p. 182.
17
O’Leary, Memorias del General O’Leary, tomo XIX, pp. 265, 267.

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Mapa 1. Ubicación geográfica del sitio de Puerto Cabello, establecido entre


1822 y 1823 con la señalización de la ruta de los emigrados.

La Torre recibió órdenes superiores para cambiar de destino y entonces


fue nombrado gobernador de la isla de Puerto Rico. En su reemplazo, el 3 de
agosto asumió funciones el general Francisco Tomás Morales, quien desde
un comienzo mostró una actitud más ofensiva que la de su predecesor, pues
su campaña de Occidente culminó exitosamente el 7 de septiembre con la
recuperación de la plaza de Maracaibo. 18 Días después las huestes republi-
canas bloquearon la ciudad con una escuadra de nueve buques, pero fueron
derrotadas por la flota española al mando de Ángel Laborde, acción victo-
riosa que hizo merecedor a este oficial de la cruz de la Orden del Rey Carlos
III. A finales de agosto arribó a Puerto Cabello el general español Sebastián
de la Calzada, procedente de la isla de Curazao, y quien era un experimenta-

18
Fernández, Últimos reductos españoles en América, Madrid, Colecciones Mapfre, 1992, pp.
116-117.

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do militar que cumplía ya varios años en defensa de las banderas del Rey,
cuya presencia avivó el ánimo entre la guarnición para salvaguardar hasta el
final esta plaza, mientras otros soldados decidían más bien huir a las colo-
nias extranjeras. 19
Entre tanto, la presión sobre Puerto Cabello no cesaba. Una de las conse-
cuencias de esta presión sucedió el 28 de octubre de 1822 cuando el capitán
Raimundo Cobo Montero, comandante español del fuerte de La Vigía de
Puerto Cabello defendido por 25 hombres, se sintió asediado y sin posibili-
dades de reacción ofensiva ante lo cual propuso al general Páez una capitu-
lación. La pérdida de este punto fue lamentable para los españoles por
cuanto desde allí se transmitían mensajes. Después de esta toma los
sitiadores dominaron todas las posiciones y pudieron adelantar sus trincheras
causando más daño a los que defendían la plaza. 20
En la rendición de este fuerte se acordó que los oficiales, sargentos y
soldados conservarían sus armas, vestuario, dinero, equipos y los muebles
y utensilios, así como también los papeles y órdenes que les fueran útiles. La
guarnición sería conducida por cuenta de la República hasta la isla de Puerto
Rico, manifestando el jefe del sitio la ruta que se habría de seguir, así como
día de embarque.
Los sitiadores se quedarían con los enfermos y heridos en el caso que
ellos no quisieran o no pudieran seguir, para lo cual debían ser atendidos
cuidadosamente y, una vez restablecidos, debían ser remitidos del mismo
modo que la guarnición. Los sargentos y soldados debían entregar sus armas
en el sitio en donde permanecían y sólo podían recuperarlas cuando llegaran
a aquella isla del Caribe. Todo el destacamento debía ser socorrido con re-
cursos del gobierno republicano mientras permaneciera en sus dominios y
bajo sus órdenes, con igual ración que la del ejército sitiador. El general
Páez aceptó estas condiciones y ordenó esa misma tarde la entrega del fuerte
con todo el armamento y municiones al comandante de artillería, el capitán
Santiago Mancebo. 21 A pesar de esta victoria parcial de las fuerzas sitiado-
ras, faltaría aún mucho trecho para doblegar la guarnición que defendía la
plaza de Puerto Cabello.

19
González, La guerra de Independencia en Puerto Cabello, Caracas, Ediciones del Congreso
de la República, 1988, p. 311.
20
Restrepo, Historia de la Revolución, tomo III, p. 343.
21
Colección de documentos relativos a la vida pública del Libertador, Caracas: Imprenta de
Devismes Hermanos, 1826, tomo tercero, pp. 178-179; Pérez, “Relación de prisioneros
realistas. Datos y hechos para el estudio de la Guerra de Independencia y el Derecho
Internacional de Guerra y Humanitario”, “Boletín de la Academia Nacional de la Historia”,
tomo LXXXII, núm. 325, Caracas, Academia Nacional de la Historia, enero-marzo de 1999,
pp. 138-139.

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En España, entre tanto, no cesaba el ambiente de convulsión política


entre la tendencia liberal y los que aspiraban a restablecer el absolutismo.
Los españoles sufrieron un duro revés el 24 de julio de 1823 en la batalla
naval de Maracaibo, y después de esto se vieron conminados a rendirse y a
firmar capitulaciones. Así quedaba únicamente Puerto Cabello como el últi-
mo bastión español en territorio venezolano.
Con la destrucción de buena parte de la flota española en Maracaibo y la
salida de una parte de ella para Cuba, los realistas vieron desvanecidas las
esperanzas de reforzar a Puerto Cabello. Las posibilidades de recibir refuer-
zos desde España eran cada vez más remotas. 22 El camino le había quedado
más despejado a Páez, quien concentró aún más sus esfuerzos en acentuar el
bloqueo sobre esta plaza al movilizar las fuerzas terrestres y marítimas dis-
ponibles. Una de sus primeras acciones en tal sentido consistió en marchar
hasta el puerto de La Guaira para activar la conducción del mortero, la
artillería y demás elementos de guerra en los bergantines Urica y Pichincha,
naves que sirvieron para impedir la entrada de víveres a la sitiada plaza. 23
Cuando Páez adelantaba esta operación se enteró de la desesperación y
del conflicto interno que se palpaba entre los vecinos y la guarnición españo-
la de la plaza, pues muchos estaban ansiosos de que se pactara una capitula-
ción que evitara las desgracias que se presagiaban por el estado de
indefensión en que se hallaban. Habiendo confirmado esta noticia con cartas
particulares provenientes de Curazao, el general republicano tomó la deci-
sión de abrir negociaciones con la esperanza de que tendrían feliz término.
Marchó entonces con celeridad, pero sin dejar de agilizar la remisión de
buques y demás elementos de guerra que estaban preparando para el sitio de
la plaza. 24
Al momento de comparar las opiniones sobre cuál debía ser la estrategia
del gobierno republicano con relación a Puerto Cabello, vale aclarar que no
toda la oficialidad se inclinaba por aplicar una vía negociada en este último
puerto bajo dominio español. El vicepresidente de Venezuela, don Carlos
Soublette, era uno de ellos. Pocos días después de rendida Maracaibo, él
pensaba que el alto gobierno debía enviar una gran cantidad de recursos, al
menos 600.000 pesos, para supervivencia de la tropa en esta región costera y
para auxiliar la operación de la toma de Puerto Cabello. En esta área eran
escasos los recursos con los que se contaban y se hacía imperioso estimular a

22
Giménez, La Independencia ante las Cancillerías europeas, Caracas, Academia Nacional de
la Historia, p. 358.
23
Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, Bogotá, Editorial
Besanzon, 1858, tomo III, p. 341.
24
Archivo General de la Nación (AGN), Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y
Marina, tomo 39, f. 323r.

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la marina —en su mayoría extranjera— al servicio de las banderas republi-


canas. Soublette era consciente de la inferioridad de la marina americana,
con lo cual quiso sugerir que la toma debía lanzarse por tierra. En vista del
estado deficitario de las arcas oficiales de Caracas, Soublette hizo este lla-
mado de ayuda a su homólogo, el vicepresidente neogranadino Francisco de
Paula Santander. Sus expectativas apuntaban a que este último bastión de la
monarquía debía ser recuperado antes de finalizar el año. 25
Mucho más moderada y reflexiva fue la posición asumida por el vicepre-
sidente Santander, quien a fin de cuentas era el directamente encargado de la
financiación de la guerra en todo el territorio de la República de Colombia.
A finales de agosto, este alto funcionario le recomendó al general Páez que
exigiera la rendición de Puerto Cabello apoyándose en el capítulo primero de
las capitulaciones pactadas en Maracaibo y que evaluara con la alta coman-
dancia militar de Venezuela las posibilidades reales de conseguir el éxito por
la vía militar. Incluso, Santander había pensado tramitar con los agentes
diplomáticos en Estados Unidos la compra de una fragata y 12 cañones con
recursos del empréstito que se estaba gestionando en Europa, además de lo
cual se habían adelantado gestiones con el gobierno de Chile para el sumi-
nistro de embarcaciones. 26 Todo esto porque era consciente del estado defi-
ciente de las fuerzas republicanas que establecían el sitio en esos momentos,
circunstancias bajo las cuales era imposible doblegar la defensa de la guarni-
ción española. 27
No obstante, semanas después, el general Santander insistió en que lo
mejor era la toma violenta de este puerto y así se lo hizo saber en una carta
transmitida al general Páez para que llevara a cabo esta operación a costa de
cualquier sacrificio; para ello ofreció remitirle 30.000 pesos. El problema
fue que esta carta llegó muy tarde, cuando ya se habían firmado las capitula-
ciones.
El contexto político externo para la causa emancipadora no era muy
alentador por cuanto en este año de 1823 se temía que la Santa Alianza, que
había restablecido la monarquía absoluta en España, la apoyara para que
recuperara sus dominios americanos. Un resultado de este temor fue el de-
creto dictado el 4 de julio en el que se decidió expulsar a los americanos y

25
Cortázar, Correspondencia dirigida al General Santander, Bogotá, Academia Colombiana
de Historia, 1969, vol. XII, pp. 229-231.
26
Restrepo, Documentos importantes para la historia de la Revolución de la República de
Colombia en la América Meridional, Medellín, Universidad de Antioquia-Universidad Na-
cional, 2009, CD, p. 864.
27
O’Leary, Memorias del General O’Leary, tomo III, p. 117.

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españoles que se consideraban peligrosos por su simpatía con la bandera


independentista. 28

INTENTOS DE NEGOCIACIÓN
El proceso de negociación en torno a la rendición de Puerto Cabello se
extendió durante 72 días. Fue, a decir verdad, un proceso largo y complica-
do, pues antes de que se cristalizara el acuerdo final fueron necesarios más
de tres intentos de diálogo por parte de Páez y se cruzaron más de 15 cartas
llenas de vacilaciones, recriminaciones mutuas y posiciones radicales. 29 No
es difícil entender la obstinación de aquellos militares españoles que tras
varios años de lucha no querían ver vulnerado su orgullo al entregar este
último bastión de la monarquía.
El 28 de agosto de 1823, desde el cuartel general de Valencia, el general
Páez envió una comunicación al comandante Manuel Carrera de Colina,
comandante en jefe de la plaza de Puerto Cabello. Aprovechó la ocasión
para adjuntarle el texto de la capitulación recientemente pactada en Mara-
caibo, después de lo cual advirtió haber concentrado todas sus tropas en
recuperar aquella plaza. En su comunicación Páez aseguró que contaba con
un pie de fuerza suficiente para atacar, pero también era consciente de los
sacrificios y víctimas que esto acarrearía. Por ello, planteó este alto oficial la
posibilidad de entrar en diálogos que desembocaran en un arreglo que les
permitiera a los republicanos recuperar todo el territorio venezolano y a
salvaguardar la vida de la población y de la guarnición. Según recordó Páez,
ninguna esperanza podían abrigar los españoles allí presentes de volver a la
península, pues era conocido el estado de convulsión política allí imperante.
Páez hizo énfasis en su capacidad de fuerza conformada por buques de
guerra, fuerzas sutiles y un ejército poderoso en tierra, además de la crecien-
te opinión favorable hacia la bandera republicana, recursos que consideraba
más que suficientes para ganar por la vía de las armas lo que eventualmente
se podía acordar por medio de la conciliación. Estaba además convencido de
que esta vía pacífica sería aprobada y valorada por las naciones “cultas” de
todo el mundo. Éstas fueron las palabras con las que intentó persuadir al
oficial español: “[…] más gloria pueda vuestra señoría conseguir por una
deferencia justa y prudente que por una obstinación desesperada y estéril

28
Izard, El miedo a la Revolución. La lucha por la libertad en Venezuela (1777-1830), Ma-
drid, Editorial Tecnos, 1979, p. 33.
29
Archivo del General José Antonio Páez, 1818-1820, Bogotá, Editorial “El Gráfico”, 1939,
tomo segundo, pp. 208-310.

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irreconciliable con los intereses, propiedad, seguridad y existencia de estos


vecinos y guarnición”. 30
Páez expresó su fiel promesa de elaborar las bases de un arreglo justo
que salvaguardara el honor de aquel jefe español y estaba dispuesto a adop-
tar decisiones en favor del afligido pueblo de aquella plaza siempre que
fueran compatibles con las leyes de la República.
Esta invitación fue conducida por un edecán del general Páez, quien
luego de acercarse a la plaza y anunciar su misión, fue abordado por milita-
res españoles que lo notificaron con la respuesta escueta de haberse recibido
perentorias órdenes superiores de no recibir ninguna comunicación del go-
bierno republicano. Al verse desconcertado con esta actitud de rechazo, Páez
vio agotados los canales de “la moderación y la política” y consideraba in-
dispensable recurrir al uso de la fuerza. De cara a este panorama, a princi-
pios de septiembre en carta remitida al secretario de Guerra, Pedro Briceño
Méndez, estimó que era el momento preciso de preparar los buques mayores
con todo el armamento disponible, con cuya acción creía que la plaza podía
tomarse en unos pocos días. 31
Páez estaba convencido de que la rendición de Maracaibo había sido “un
golpe fatal para el enemigo” y por ello creía firmemente en la necesidad de
concentrar todos los recursos militares para propinarle a aquellos reductos
españoles de Puerto Cabello “un golpe de mano”. 32 La debilidad en que se
hallaba este puerto le hacía presagiar con optimismo que podría alcanzar el
éxito militar de manera fácil y rápida.
Sin embargo, el general Páez no dejó de explorar otro tipo de fórmulas
persuasivas. Una de ellas consistió en enviar un oficio a don Jacinto Iztueta,
uno de los hombres más influyentes de la plaza, quien había pasado de ser
furibundo seguidor de la bandera monárquica a ser un defensor de la causa
independiente. Él era visto como una ficha clave para fraguar un movimien-
to interno que obligara a Calzada a rendirse.
El 17 de septiembre, estando Páez en La Guaira acopiando algunos ele-
mentos de guerra para el sitio, despachó secretamente una carta al jefe de
esta plaza el brigadier Sebastián de la Calzada, convidándolo a deponer las
armas para evitar una gran efusión de sangre y ofreciéndole 25.000 pesos
para los gastos, lo cual implicaba la salida de su plaza.
Para llevar esta carta, empleó dos presidiarios, quienes fueron embarca-
dos con grillos desde Ocumare. Aquel alto oficial les encomendó que se
presentaran ante Calzada como prófugos de las prisiones de La Guaira. La

30
Archivo del General José Antonio Páez, tomo segundo, p. 208.
31
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, f. 311r, 314r.
32
Cortázar, Correspondencia dirigida, vol. X, p. 134.

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Roger Pita Pico Puerto Cabello: la rendición del último bastión…

respuesta de este experimentado oficial español, también secreta, fue inme-


diata y contundente. Manifestó que su responsabilidad y su honor le impe-
dían dar el paso de conciliación propuesto y reafirmó su intención de
salvaguardar la plaza a su mando hasta el último aliento. 33
Tras fijar su cuartel general en la alcabala del Paso Real, al frente de la
plaza, con una columna de 300 infantes y 25 lanceros, el 23 de septiembre el
general Páez formalizó un tercer intento de acercamiento. En una comunica-
ción dirigida al general Calzada, Páez renovó prácticamente los mismos
términos de su carta oficiada días antes al coronel Carrera. Aquel oficial
patriota informó que estuvo a punto de iniciar el ataque, pero detuvo sus
planes en consideración a la lamentable situación de las víctimas que debían
presentar su rendición. A Calzada le advirtió que, concentradas todas las
fuerzas contra esa plaza, no tenía ninguna escapatoria hacia otro puerto,
además de las nulas posibilidades de socorro desde la península ibérica que
en ese momento estaba abrumada por agitaciones internas, cuyo resultado
dejaría sin muchas opciones de recuperar estas tierras del Nuevo Mundo.
Ninguna esperanza le vaticinaba Páez a las tropas españolas de defender la
plaza y mucho menos de intentar operaciones sobre el territorio interior
dominado íntegramente por los republicanos. Cualquier operación que pla-
neara Calzada y sus huestes sería, según Páez, una “obstinación estéril y
desesperada” que sólo traería incontables víctimas, huérfanos y derrama-
miento de sangre. Aquel general venezolano prometió que con la vía de la
conciliación podían renacer los vínculos de amistad y contarían tanto los
ciudadanos como los militares realistas con las garantías que ofrecían las
leyes republicanas. Como parte de sus intentos conciliadores, Páez había
escrito una carta al cabildo de la ciudad para que, como representante y
protector del pueblo, supieran el peligro inminente en que se hallaban avo-
cados y propendieran por la ruta del diálogo.
Ese mismo día contestó Calzada aduciendo que resultaban en vano los
argumentos esgrimidos por Páez y que la ostentación del poderío de sus
fuerzas eran una exageración. Este comandante español se redujo a reafirmar
que únicamente cumplía con su deber en el marco de la guerra. Calzada
devolvió la carta adjunta que Páez había dirigido al cabildo, haciéndole
saber que sólo tenía que entenderse directamente con la autoridad militar y
con ninguna otra. 34
Al día siguiente, Páez contestó aclarando que no estaba dimensionando
la magnitud de las fuerzas y recursos con que contaba para sobreponerse en
la plaza, capacidad que había sido puesta a prueba en la conquista de otros

33
Páez, Autobiografía, tomo I, p. 230.
34
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, f. 324r.

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bastiones monárquicos. Contundente y perentoria fue la advertencia a su


contraparte para que de una vez por todas reflexionara y atendiera esta pro-
posición de paz o, de lo contrario, arremetería sin piedad y sin oír ningún
llamado de humanidad.
El cruce epistolar no cesó y el general Calzada subrayó el hecho de que
así fuera un reducido grupo de “soldados viejos que sabían cumplir su de-
ber”, resistirían hasta el postrer momento y, por ello, le reiteró a Páez no
menospreciar las capacidades del ejército español. Le advirtió a su oponente
que si tenía la suerte y la osadía de franquear los muros del castillo, su nom-
bre y su gloria serían manchadas por su accionar como “sanguinario” que
solo dejaría una estela de destrucción. 35
Al advertir Páez la reiterada negativa del jefe de la plaza y su increduli-
dad frente al volumen de las tropas efectivas republicanas, optó por suspen-
der la última y decisiva invitación de paz hasta reunir íntegramente la fuerza
destinada para el asedio, con la esperanza de que así la República podía
quedar en posesión de aquel bastión realista sin causar tanto “estrago y de-
solación”.
No obstante, Páez siguió aferrado a la esperanza de concretar una solu-
ción concertada. El 3 de octubre, desde su cuartel general de Paso Real,
siguió persuadiendo a Calzada sobre lo inútil que resultaba la vía armada
estando de por medio la vida de miles de militares y pobladores. De nada
creía Páez que valía en este caso el valor extremo por la gloria de España. Se
reconocía que la plaza era fuerte en su construcción material, pero vulnera-
ble por estar en este momento aislada, desguarnecida y sin los recursos in-
dispensables para defenderse de un ataque. Instó a su contraparte a nombrar
de inmediato comisionados que redactaran los tratados para no tener que
presenciar el llanto, las ruinas y una gran cantidad de cadáveres. En su carta
de contestación, Calzada siguió obstinado en su derecho natural de defensa,
para lo cual no dudó en reafirmar que harían todo lo posible para aminorar
los estragos de la confrontación. 36 Este comandante español hacía angustio-
sos llamados al gobierno español de Cuba para el envío de auxilios, pero la
respuesta fue muy corta debido al estado deficitario de esta isla caribeña. 37
Por estos días logró ingresar un barco procedente de Curazao y varios de
los viajeros difundieron la noticia sobre la expedición de una ley dictada por
el vicepresidente Soublette, la cual ordenaba la expulsión de todos los espa-
ñoles 38 desafectos al sistema americano. Esta información desanimó a los

35
Páez, Autobiografía, tomo I, p. 233.
36
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, f. 344r-345r.
37
Franco, Documentos para la historia, p. 220.
38
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 41, f. 173r.

87
Roger Pita Pico Puerto Cabello: la rendición del último bastión…

aliados republicanos que había en la plaza y que estaban trabajando


sigilosamente para obligar al comandante español a entrar en convenio. Ya
desde finales de agosto, el secretario de Guerra había recomendado a Páez
conceder gratificaciones a estos aliados al interior de la plaza, tanto en el
vecindario como en la guarnición, pero sin descuidar las labores de alista-
miento militar. El principal contacto era un español con quien se mantenían
fluidas comunicaciones secretas. Algunos oficiales y soldados ya habían
manifestado su aspiración a quedarse en estos territorios donde tenían sus
mujeres, sus hijos y sus medios económicos de subsistencia.
No se imaginó Páez que tal noticia iba a causar tanto escándalo y estrépi-
to al interior de la plaza, lo cual terminó por malograr sus planes con los
infiltrados comprometidos que empezaron a desconfiar de la seguridad y
cumplimiento de las ofertas. Ante esta circunstancia adversa, el comandante
republicano retiró sus ofertas y prometió intervenir como mediador ante el
intendente del Departamento de Venezuela para implorar que se suspendiera
la ejecución de dicha ley, mientras se solicitaba al alto gobierno limitar los
alcances únicamente a los desafectos que fueran motivo de peligro para la
seguridad pública.
En su exposición de motivos, Páez reiteró los traumatismos que aquellas
normas podían causar en los avances logrados en su propósito central de
lograr la rendición del único puerto que hacía falta para poseer íntegro el
territorio venezolano. Pedía, en ese sentido, tener consideración con buena
parte del pueblo que vería arrancar del seno de sus familias a muchos veci-
nos pacíficos sin más delito que el haber nacido en la península ibérica.
Hacía ver también Páez que con la inminente toma de la plaza cesaría la
desconfianza y se acabarían los temores, pues los españoles perderían la
esperanza de una contraofensiva y, de esta forma, se acostumbrarían a vivir
en tranquilidad entre los criollos y naturales de estos territorios, contribu-
yendo con sus trabajos al aumento de la riqueza y prosperidad de sus fami-
lias y de estas provincias americanas.
Al conocer estas inquietudes, fueron debatidas en Bogotá al interior del
Consejo de Gobierno considerándose que la ley ya estaba en vigencia y por
tanto no era conveniente revocarla porque daría muestras de debilidad del
naciente gobierno republicano. Se explicó que la ley no se hacía extensiva a
todos los españoles sino que exceptuaba a aquellos que hicieran servicios
invaluables a la República o que fuera reconocida su decisión por la causa
emancipadora. 39 Tanto el secretario de Guerra como el vicepresidente neo-
granadino Francisco de Paula Santander hicieron énfasis en que los españo-

39
Acuerdos del Consejo de Gobierno de Gobierno de la República de Colombia, 1821-1824,
Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República, 1988, tomo I, p. 162.

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les eran la causa de todos los males sucedidos durante las pasadas subleva-
ciones vividas en las localidades de Pasto, Ciénaga, Ocaña, Zulia y las saba-
nas al oeste de Cartagena. En nada pensaban estos dos altos funcionarios que
la ley podía perjudicar las negociaciones de rendición de la plaza de Puerto
Cabello pues si los españoles cooperaban a su entrega recibirían mejor trato
que aquellos pérfidos que era necesario expulsar, tal como había ocurrido
con los españoles que habían cooperado activamente en la transformación
política de Panamá y en la rendición del castillo de Bocachica. Se invitó en
consecuencia al general Páez para que expusiera estas concesiones en el
proceso de negociación con los españoles comandantes de la plaza, pero sin
llegar al extremo de derogar la ley. 40
Ante la poca receptividad del comandante de la plaza a los llamados de
paz, el 11 de octubre el general Páez reportó haber dirigido algunas bombas
aunque no todas dieron con certeza en el blanco previsto. Un cañón bien
situado a orillas del mangle y otro de 24 libras a menos de medio tiro de
distancia lanzaron también disparos intimidatorios. No obstante, en una
posición menos optimista y quizás más realista de la que pintaba a su adver-
sario, Páez hacía ver a su superior, el secretario de Guerra, don Pedro Brice-
ño Méndez, que estas hostilidades no bastarían para conseguir la rendición
de esta plaza que aún presentaba varios obstáculos para ser asaltada. Este
general guardaba la esperanza de que la rendición viniera por cuenta del
hambre, pues las informaciones recibidas revelaban que apenas contaban
con víveres para 40 días de resistencia ante lo cual estaba vigilante con las
escuadras republicanas para impedir la llegada de auxilios externos. En un
acto de sinceridad, Páez reconoció que requería todavía de mayores recursos
y elementos de guerra para tener éxito en un eventual asalto. Para no retardar
tanto la rendición, consideraba clave la llegada de al menos dos flecheras
protegidas por dos bergantines para estrechar aún más el bloqueo marítimo.
Guardaba también alguna ilusión de que sus aliados al interior de la plaza
serían reanimados con atractivas ofertas y garantías que los impulsara a
fraguar un audaz movimiento de insurrección interior que facilitara la toma
de la plaza. 41 En carta remitida al secretario de Guerra el 14 de octubre, Páez
informó sobre los avances de esta conspiración planeada con sus vecinos
aliados y algunos miembros de la guarnición española. 42

40
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, ff. 343r, 346r-
347r.
41
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, f. 242r; Gaceta
de Colombia, núm. 109, noviembre 16 de 1823, Bogotá, Imprenta de Espinosa, p. 1.
42
González, La guerra de Independencia, pp. 324-325.

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Finalmente, al ver que habían resultado inútiles sus esfuerzos por evitar
las consecuencias funestas de la vía armada, a las ocho de la mañana del 31
de octubre el general Páez envió la cuarta y última intimación para la rendi-
ción de la plaza en un término de 24 horas y, en caso de no ser respondida,
prometió en un tono amenazante pasar “[…] a cuchillo toda la guarnición
para vengar en ella las víctimas que se han inmolado imprudentemente de
los vecinos pacíficos, que son los que han sufrido en sus personas y sus
casas”. 43
El reforzamiento del bloqueo en esos momentos consistía en un pie de
fuerza terrestre de 1.200 hombres y 18 barcos al mando del almirante José
Prudencio Padilla y el contraalmirante Renato Beluche. La guarnición espa-
ñola prácticamente se había quedado en esos momentos aislada y asfixiada
por carencia de auxilios por cuanto, según la misma oficialidad reconoció,
sólo les quedaban reservas de pólvora para 8 días, y víveres para 16 y con
una muy exigua ración. 44
La respuesta del brigadier español fue inmediata y tajante. Se negó a
aceptar la proposición aduciendo que el culpable de los males de la guerra
no eran quienes defendían la plaza, sino los republicanos y su incesante
ánimo agresivo y provocador. Calzada insistió en salvaguardar la plaza hasta
el último aliento y lanzó un llamado a Páez para que meditara muy bien la
decisión que podía ser vista por otras naciones como una flagrante violación
al derecho de gentes por la gran mortandad que podía producir. 45
Con esta respuesta el general Páez estaba convencido de que era el mo-
mento preciso de actuar por la vía de las armas porque cualquier dilación
podía darle algún respiro a la plaza y prolongar su resistencia, y así lo comu-
nicó a sus superiores. Noticias recibidas de Curazao incrementaron las preo-
cupaciones en el cuartel general republicano. Una de ellas hacía referencia a
la debilidad del partido liberal en España y en la otra se aseguraba que esta-
ba pronto a venir el reemplazo del general Morales y que el contraalmirante
Ángel Laborde y Navarro, comandante del apostadero de La Habana, alista-
ba una nueva expedición con fuerzas que al sumarlas se estimaban suficien-
tes para levantar el bloqueo de la plaza. En realidad, Páez no estaba todavía
convencido de su capacidad de fuerza, pues sólo contaba con los batallones
Granaderos y Anzoátegui, ante lo cual pidió el envío de uno o dos de los
escuadrones que estaban en la recién liberada ciudad de Maracaibo en mejo-
res condiciones y, adicionalmente, el refuerzo de 500 o 600 hombres de otro
departamento, pues tal como estaban las cosas, resultaba prácticamente im-

43
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, f. 392r.
44
Fernández, Últimos reductos, p. 132.
45
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, f. 392v.

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posible reclutar tal cantidad de hombres en Venezuela en donde la experien-


cia había demostrado la alta propensión a desertar cerca de sus casas.
Páez debió ir a La Guaira para conseguir algunos elementos de guerra y
para traer la corbeta Boyacá y el bergantín Pichincha, así como cuatro fle-
cheras de Cumaná con el fin de que acompañaran al bergantín Urica, el
único que ejercía el bloqueo sobre la plaza. Ya en operaciones, las cuatro
flecheras habían servido más para intimidar que para bloquear la entrada de
buques, dado lo extenso de la línea por cubrir. Las fragatas Venezuela y
Bolívar no estaban habilitadas por falta de tripulación.
La línea republicana estaba situada sobre la plaza de la Constitución
desde los Cocos hasta el Rebote con cinco piezas de fuerte calibre, un morte-
ro y un obús. Aprovechando la oscuridad de la noche se construyeron los
parapetos, exponiéndose los soldados a las constantes agresiones del enemi-
go. Las baterías estaban a tan sólo dos cuadras de las baterías españolas. Los
ataques se habían concentrado en la línea exterior de la plaza contra una casa
fuerte de los españoles que era el depósito de agua, observándose cómo
varios vecinos sacrificaron sus vidas por ir en afanosa búsqueda del preciado
líquido en medio del fuego cruzado. El nivel de confrontación era intenso
logrando arruinar buena parte de las baterías de defensa. Casi todas las casas
de la plaza se hallaban destruidas y sólo se alimentaban de pan, pues ya se
les había agotado el tocino que tenían de reserva. Páez continuaba temeroso
de la supuesta expedición de Laborde que, aunque remota, si era de la mag-
nitud que se rumoraba, podía fácilmente derrotar la escuadra republicana.
Los ánimos de las huestes patriotas se incrementaron con la llegada del
general Francisco Bermúdez y sus tropas. El golpe final a la plaza que se
había pensado por el lado de la laguna no había sido posible por falta de
botes, así que la otra opción era ir a pie a través de la orilla y en un medio
fangoso, pero no se contaba con hombres prácticos que se atrevieran a desa-
rrollar esta operación. 46

ASALTO FINAL Y TÉRMINOS DE LA CAPITULACIÓN


Finalmente, el general sitiador se decidió por lanzar el ataque militar por la
parte más desguarnecida de la plaza. 47 En la noche del 5 de noviembre inició
el planeamiento de esta operación militar para lo cual destinó al capitán de
caballería Marcelo Gómez y a los tenientes del batallón Anzoátegui, José
Hernández y Juan Albornoz, para que guiados por Juan Iztueta, hijo del

46
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, ff. 366r-369v.
47
Baralt, Díaz, Resumen de la Historia de Venezuela, p. 183.

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infiltrado español Jacinto Iztueta, reconocieran anticipadamente el estado de


la laguna que flanqueaba la plaza por el costado derecho. En esa exploración
se advirtió que, aun con cierta dificultad, podía avanzarse por ese lado en
medio del lodazal de mangle. De manera sigilosa, el día 7 a las diez de la
noche se dispuso que 400 hombres del batallón Anzoátegui unidos a 100
lanceros del regimiento de Honor al mando del mayor Manuel Cala atravesa-
ran la laguna en un tortuoso recorrido de ocho cuadras e iniciaran el asalto
sin ser detectados por las baterías españolas Princesa y Constitución y bur-
lando la vigilancia de la corbeta Bailén y las lanchas de defensa apostadas en
la laguna. A las dos y media de la mañana del 8 de noviembre pisó tierra la
primera columna entre las dos baterías españolas que, al ser sorprendidas,
iniciaron la reacción y así se rompió el fuego al interior de la plaza.
Noventa militares españoles encerrados en la casa fuerte, al verse en
medio de dos líneas enemigas, solicitaron entrar en diálogos, pero los man-
dos oficiales republicanos los obligaron a rendirse, después de lo cual fueron
interrumpidas las hostilidades. 48
Al amanecer de ese mismo día 8 desde el castillo de San Felipe los espa-
ñoles reanudaron sus acciones hasta que Páez envió un comisionado de paz.
El balance de la operación militar arrojó 36 heridos y 6 muertos mientras
que del lado español se contabilizaron 156 bajas y 60 heridos, además de
256 prisioneros. El botín militar de esa operación fue el decomiso de 60
piezas de artillería de todos los calibres, 620 fusiles y todo cuanto había en
los almacenes. De esta forma se daba fin a 13 años de intensa lucha militar
en territorio venezolano. 49
El 8 de noviembre, habiéndose apoderado de la plaza, Páez envió una
comunicación al coronel Manuel Carrera y Colina, quien había buscado
refugio en el castillo de donde no tenía opción de salvarse. Movido por su
espíritu filantrópico, propuso aquel general victorioso una capitulación “hon-
rosa”.
Fue necesaria ese mismo día otra nota reiterativa de Páez hasta que fi-
nalmente Carrera y Colina decidió acogerse a tal ofrecimiento. Reconoció
haberse demorado varias horas en su respuesta debido a que tenía que refle-
xionar “con mucho pulso y tino” los términos de la entrega, pues estaba de
por medio la suerte de muchas personas. Por lo pronto, decretó la suspensión
de hostilidades por tierra y solicitó que se extendiera también al espacio
marítimo por el grado de vulnerabilidad en que se hallaba. 50

48
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, ff. 371r-373r.
49
Colección de documentos, tomo cuarto, pp. 32-39.
50
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, f. 393v.

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Calzada resistió con sus hombres del Estado Mayor en el baluarte El


Príncipe hasta que se vio doblegado militarmente y fue hecho prisionero. 51
Por otro lado, surgió un incidente que Páez describió pormenorizadamente
en sus memorias, todo suscitado a raíz de las fallas en la coordinación de las
huestes españolas de la plaza para cesar hostilidades pues aún faltaba la
rendición del castillo:

Estando yo en la parte de la plaza que mira al castillo, y mientras un trompeta


tocaba parlamento, disparó aquel cuatro cañonazos con metralla, matándome
un sargento; pero luego que distinguieron el toque que anunciaba parlamento,
izaron bandera blanca y suspendieron el fuego. A poco oí una espantosa deto-
nación, y volviendo a la vista a donde se alzaba la espesa humareda, com-
prendí que habían volado la corbeta de guerra Bailen, surta en la bahía.
Manifesté mi indignación a Calzada por aquel acto, y este atribuyéndolo a la
temeridad del comandante del castillo, coronel don Manuel Carrera y Colina,
se ofreció a escribirle para que cesara las hostilidades, puesto que la guarni-
ción de la plaza y su jefe estaban a merced del vencedor. Contestó aquel co-
mandante que estando prisionero el general Calzada, dejaba de reconocer su
autoridad como jefe superior. Entonces, devolviendo yo su espada a Calzada,
le envié al castillo, desde donde me escribió poco después diciéndome que
Carrera había reconocido su autoridad al verle libre, y que en su nombre me
invitaba a almorzar con él en el castillo. Fiado como siempre en la hidalguía
castellana, me dirigí a aquella fortaleza donde fui recibido con honores milita-
res y con toda la gallarda cortesía que debía esperar de tan valientes adversa-
rios. 52

Mientras estaban sentados dialogando, los soldados que habían capitula-


do previamente en el Mirador de Solano se presentaron ante Páez manifes-
tándole con preocupación que aún se les seguía causa por este suceso. Pese a
los argumentos de disciplina militar esgrimidos en rigor por los oficiales
españoles, el general republicano intercedió en este caso para eximir a los
implicados del castigo que se les había anunciado. 53
El 9 de noviembre Carrera y Colina anunció que a las once de la mañana
enviaría una comisión para dar principio a las transacciones. Instantes des-
pués, los oficiales de uno y otro bando volvieron a la plaza y entraron en
negociaciones. Finalmente, el 10 de noviembre asistieron el capitán coman-
dante del Castillo de San Felipe, don José María Isla, el comisario de guerra

51
González, La guerra de Independencia, p. 364.
52
Páez, Autobiografía, tomo I, p. 236.
53
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, ff. 394r-v.

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Roger Pita Pico Puerto Cabello: la rendición del último bastión…

don Manuel Rodríguez y el síndico procurador de este pueblo don Martín


Aramburu, comisionados en representación del comandante general del
expresado castillo don Manuel de Carrera y Colina. Anunciaron su misión
en “beneficio de la humanidad” y en aras de “evitar la efusión de sangre y
poner término de un modo honroso a las aflicciones y padecimientos”.
Sobre la base de una propuesta presentada por estos emisarios españoles,
se firmó un extenso documento de 26 puntos. En poco más de la mitad del
articulado el general Páez dio su aquiescencia sin ningún tipo de reparo, lo
cual era un indicativo del consenso que había primado en esta negociación.
En el primer punto se fijó el protocolo que debía seguirse al momento de
la evacuación de la plaza por parte de las tropas españolas:

Llegado el caso de que la guarnición de esta fortaleza deba salir de ella, que
será según adelante se expresará, lo verificará con la bandera desplegada,
tambor batiente, dos piezas de campaña con veinticinco disparos cada una y
mechas encendidas, llevando los señores jefes y oficiales sus armas y equipa-
jes, y la tropa su fusil, mochilas, correajes, sesenta cartuchos y dos piezas de
chispa por plaza, debiendo a este acto corresponder las tropas de Colombia
con los honores acostumbrados de la guerra. 54

Asimismo, los empleados y comisionados de todos los ramos saldrían


con sus familias, armas, equipajes y sirvientes. Se dejó en claro que ningún
militar ni empleado podía ser considerado como prisionero de guerra y por
tanto, quedaba en libertad de volver a empuñar las armas. Sobre este punto
la única observación del general republicano era que los jefes y oficiales
podían llevar sus espadas, mas no sus armas y municiones. Ninguno podía
salir de la fortaleza hasta tanto no estuviesen disponibles los buques. El
pabellón español sólo podía bajarse cuando hubiese evacuado el último de
estos hombres.
Tanto empleados como militares debían ser conducidos en buques repu-
blicanos con destino a la isla de Cuba a excepción de aquellos de la milicia
nacional local que quisieran trasladarse a colonias extranjeras, para lo cual el
gobierno republicano también les auxiliaría en el periplo. Sin embargo, los
que en su momento se negaran a abordar cuando estuviesen disponibles los
buques, debían después efectuar el viaje por su propia cuenta. Antes de la
operación de embarque, debía hacerse entrega formal a los comisionados
republicanos de todo cuanto existiera en el castillo en el estado en que se
encontrara.

54
Páez, Autobiografía, tomo I, p. 237.

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Se propuso preliminarmente que sólo dos horas después de haber zarpa-


do las embarcaciones que transportaban la guarnición, los buques armados
republicanos podían entrar al puerto al tiempo que las tropas vencedoras
quedaban habilitadas para ocupar el castillo. Sobre este asunto, el general
Páez intervino aclarando que las tropas podían ingresar excepcionalmente
antes de las dos horas en caso de que existiese amenaza de ataque por parte
de alguna escuadra, circunstancia en la cual los oficiales republicanos al
mando del castillo izarían una bandera blanca para evitar la violación de
estos tratados.
Otra discusión se dio en torno al artículo 13º. Allí los comisionados es-
pañoles propusieron que, si alguno de los militares o empleados quisieran
permanecer en territorio venezolano, no serían molestados por ello y antes
bien, se les brindarían los fueros y prerrogativas que regían para el resto de
ciudadanos, ya fuera conservando sus empleos o confiriéndoles pasaportes
para que se domiciliaran en el sito de su preferencia. El general en jefe sitia-
dor limitó esta posibilidad únicamente a los empleos de los militares y en
todo caso debían respetar las leyes de la República y así obtendrían la garan-
tía de que sus vidas y sus bienes serían respetados. Por otro lado, se dispuso
el desarme y devolución a sus dueños de los buques menores particulares
fletados por los españoles, incluyendo la flechera Puerteña.
Los artículos 15 y 17 versaron sobre el destino y derechos de la pobla-
ción civil. Infructuosa fue la aspiración de los negociadores españoles en
procurar que las viudas, huérfanos o inválidos que, al momento disfrutaban
del montepío militar 55 o cualquier otra pensión del erario español de esta
plaza, se les proporcionara asistencia temporal por parte del gobierno repu-
blicano hasta el momento en que fueran embarcados a dominio español. La
explicación ofrecida por los negociadores del bando victorioso era que no
podían comprometerse más allá de brindarles el transporte y los víveres
indispensables para el viaje y las raciones mientras se embarcaban.
Se acordó igualmente que a los vecinos y demás habitantes de esta plaza
se les respetaran sus vidas y sus bienes, sin importar cuáles fueran sus opi-
niones políticas, sin impedir su salida y sin prohibirles disponer de sus pro-
piedades aunque los negociadores republicanos fijaron una excepción con
relación a las propiedades que su gobierno ya hubiese tomado. Esta medida
cobijaba a aquellos ausentes interesados en retornar a la plaza, así como
también a los emigrados que por motivo de sus empleos o cualquier otra
causa se les hubiese obligado a permanecer en este punto teniendo sus acti-

55
Fondos oficiales creados para facilitarles auxilio en la vejez y enfermedades de los militares
o para pensionar a sus viudas o huérfanos.

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vos fuera de esta jurisdicción. Estas disposiciones entrarían en vigencia


siempre y cuando no fuesen en contravía de las leyes de la República.
De igual manera, se convino que serían atendidos todos los reclamos de
los emigrados republicanos en áreas dominadas por los españoles o en el
extranjero interesados en hacer valer sus derechos sobre bienes raíces que
hubiesen dejado en esta plaza. Dentro de este beneficio quedaron incluidos
los comerciantes, tanto europeos como americanos. Se consideró además
que todos los vecinos de los valles colindantes de Borburata, Patanemo y
Morón adquirieran los mismos derechos y consideraciones que a los de esta
plaza.
Finalmente, se estipuló que los rendidos en el fuerte Mirador de Solano
quedaban exentos del juramento que hicieron en su capitulación de no volver
a tomar las armas contra la República, al igual que el teniente coronel, don
Francisco Urribarry.
En materia de transporte marítimo, los españoles propusieron que dentro
de los primeros tres meses de suscrita la capitulación todo buque, tanto de
guerra como mercante, que entrara al puerto creyendo que éste aún dependía
de la nación española, no podía ser molestado; al contrario, sería protegido.
Muy poco compresivo se notó al alto oficial republicano con relación a este
punto, pues limitó ese rango de tiempo a sólo quince días, después de lo cual
la embarcación sería incautada.
Para asegurar el cumplimiento de lo pactado, cada bando se comprome-
tió a entregar a la contraparte los respectivos rehenes. Por parte del gobierno
español, fueron designados el capitán José María Isla y el comisionado de
guerra, don José María Rodríguez, y del bando republicano fueron nombra-
dos los capitanes Rafael Romero y Ramón Pérez. 56
El día en que se firmó el acuerdo, apenas se estaban recibiendo en Bogo-
tá —en la oficina del secretario de Guerra y del vicepresidente Santander—
copias del intenso cruce epistolar entre las autoridades de la plaza y las fuer-
zas sitiadoras en los días previos. Al leer dichos documentos se percataron
de que habían sido fallidos tantos intentos de diálogo, así Briceño y Santan-
der coincidieron en que era razonable suspender las intimaciones mientras
no se estrechara el bloqueo, para lo cual de inmediato se ordenó aumentar la

56
Páez, Autobiografía, tomo I, pp. 237-242; Archivo del General José Antonio Páez, tomo
segundo, pp. 260-265. Esta capitulación fue publicada en la prensa venezolana, véase El Iris
de Venezuela, núm. 97, Caracas, por Valentín Espinal, noviembre 21 de 1823, pp. 2-3; El
Venezolano, núm. 61, Caracas, por José Núñez Cáceres, noviembre 22 de 1823, pp. 1-2. A
principios del año siguiente fue publicado el acuerdo en la prensa neogranadina. Gaceta de
Colombia, núm. 117, enero 11 de 1824, Bogotá, Imprenta de Espinosa, p. 9.

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escuadra bloqueadora o lanzar algunas bombas o balas que hicieran sentir al


enemigo el peligro y la desesperación. 57
La rendición de esta plaza fue un motivo de satisfacción para los republi-
canos. El 9 de diciembre, cuando se llevaba a cabo en la ciudad de Bogotá
un baile en la casa de Mary English, la viuda del general irlandés James
Towers English, líder de la Legión Británica al servicio de la causa republi-
cana, se asomó el mayor Wilthen, ayudante del general venezolano José
Antonio Páez, con la grata noticia de la capitulación de Puerto Cabello.
Naturalmente, esta buena nueva contribuyó a amplificar la alegría que se
respiraba esa noche. 58
Sin embargo, la firma del acuerdo de rendición suscitó diferentes reac-
ciones. Para el general Páez, uno de los signatarios, la capitulación había
sido “generosísima” para los intereses de los españoles. 59 Al parecer, el
vicepresidente Santander no había quedado muy contento al enterarse del
resultado del arreglo que a su juicio era demasiado generoso. Sobre este
particular, el general Páez defendió su gestión, pues aseguró haber obrado de
buena fe y con sinceridad, de acuerdo al contexto de aquellos momentos y a
los recursos disponibles a su alcance. La referida carta enviada por Santan-
der con las instrucciones para tomar el puerto bajo cualquier sacrificio y el
ofrecimiento de 30.000 pesos llegó cuando la plaza ya estaba rendida. Como
punto a favor de su decisión, Páez arguyó que la operación no le había cos-
tado al erario público ni un maravedí, sólo el gasto correspondiente al con-
sumo básico de carne para la tropa y que incluso los prisioneros habían sido
conducidos sin ningún costo. 60 Al general Bolívar, quien se hallaba en el sur,
también le hizo ver las ventajas de haber recuperado la plaza sin dinero, sin
raciones y sin marina. 61

EL TRATO A LOS CAPITULADOS Y SU EMIGRACIÓN


Ante los rumores de la amenaza de una supuesta expedición española prove-
niente de la isla de Puerto Rico, el peligro latente de una retaliación realista
y el descomunal costo que acarreaba la subsistencia de la tropa capitulada,
Páez estimó que era de máxima urgencia despachar a estos militares y, aun-

57
AGN, Sección República, Fondo Secretaría de Guerra y Marina, tomo 39, ff. 323r, 343r.
58
Brown, Aventureros, mercenarios y legiones extranjeras en la Independencia de la Gran
Colombia, Medellín, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia-La Carreta Edito-
res, 2010, p. 231.
58
Páez, Autobiografía, tomo I, p. 231.
59
Ibíd., p. 236.
60
Cortázar, Correspondencia dirigida, vol. X, pp. 140-141.
61
O’Leary, Memorias del General O’Leary, tomo II, p. 52.

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que en un principio quiso conseguir barcos mercantes, ante la carencia de


éstos optó por utilizar buques de guerra.
Tal como lo reportó el nuevo comandante republicano de la plaza, el
coronel Francisco Rodríguez del Toro, al atardecer del 15 de noviembre se
embarcó la guarnición española y las tropas patriotas ya guarnecían el casti-
llo. Al día siguiente zarpó el convoy que condujo a los viajeros hasta las
costas de Cuba. Las embarcaciones empleadas para esta operación fueron las
corbetas Boyacá y Urica, el bergantín Pichincha, la goleta americana La
Tártaro y la flechera Picayo.
Al final, hubo que contratar los servicios del capitán de fragata, J.
Mactland, a quien en calidad de comandante del convoy se le impartieron
una serie de instrucciones para garantizar óptimas condiciones en el traslado
de los capitulados hasta el puerto de Santiago de Cuba. Cuando avistara
buques de guerra, el capitán debía izar una bandera blanca en el palo de la
proa en cada una de las embarcaciones con el fin de que se supiera que iban
en comisión de paz y lo mismo debía hacer al aproximarse a tierra: “[…]
echando un bote parlamentario con uno de sus oficiales y otro que envíe el
general brigadier don Sebastián de la Calzada para que, informando al go-
bernador de aquella plaza del motivo de su arribada, se desembarque la gen-
te”. 62 Tanto de ida como de regreso debían suspender cualquier hostilidad
contra los buques españoles y se instó al referido capitán, a los comandantes
de cada nave y a los oficiales republicanos rehenes para que acogieran y
brindaran el mejor trato posible a las tropas españolas mientras que con los
jefes y oficiales debían procurar un “inviolable respeto”.
Existen por lo menos dos testimonios que dan cuenta del tratamiento
amistoso y respetuoso recibido por los capitulados. El primero de ellos es el
del capitán de la artillería española Faustino Navarro, quien dio fe de que
“[…] los enemigos se han conducido con una generosidad superior a la que
se puede figurar”. El segundo es el del jefe superior político e intendente,
Diego de Alegría, quien de manera enfática hizo el siguiente reconocimien-
to: “[…] la conducta de los enemigos en aquella terrible invasión ha sido
más humana y plausible que lo que debía esperarse de las circunstancias […]
se han salvado dentro de ella cuantos, vista la superioridad, se rindieron al
vencedor”. 63
El 10 de diciembre arribó a las playas de Puerto Cabello, procedente de
Santiago de Cuba, la corbeta nacional Boyacá y el día 16 los bergantines
Urica y Pichincha, embarcaciones que venían de cumplir su misión de con-

62
González, La guerra de Independencia, p. 504.
63
Ibíd., pp. 366, 486.

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ducir a aquella isla a los capitulados. 64 De esta forma quedaba liberado el


último bastión del poder monárquico y una de sus más importantes fortifica-
ciones, con lo cual quedó sellada la independencia de todo el territorio de
Venezuela aunque siguieron algunas escaramuzas por parte de las guerrillas
realistas. 65
Años más tarde, en el juicio que se le siguió al general Calzada y al fun-
cionario Diego de Alegría por la rendición de la plaza, estos hombres salie-
ron librados de toda culpa tras poner de presente la crítica situación en que
estaba la guarnición en momentos en que sólo contaban con 300 hombres
para defenderse al interior de la plaza y con un número creciente de más de
40 desertores. Según arguyeron, haberse rendido hasta el agotamiento total
de los recursos, había conllevado a un escenario desprovisto de posibilidades
reales de exigir condiciones y ventajas tanto para la guarnición como para el
vecindario. 66
Entre tanto, el gobierno republicano a través de un decreto dictado por el
vicepresidente Santander el 7 de diciembre se aseguró de reconocer el mérito
a los que participaron en el ataque y ocupación a esta plaza, confiriéndoles a
los oficiales y tropa una medalla honorífica, garantizando los ascensos mili-
tares de rigor y asegurando pensión para las viudas de los sacrificados en esa
acción.

A MANERA DE COROLARIO
Las capitulaciones firmadas en Puerto Cabello fueron la culminación de una
serie de esfuerzos conciliadores de esta misma clase que se suscribieron en
territorio venezolano y en otras ciudades de la Nueva Granada y las provin-
cias del Sur, como fue el caso de La Guaira, Cumaná, Maracaibo, Santa
Marta, Cartagena, Pasto 67 y Quito. Esta vía pacífica fue, en términos reales,
una opción sensata de las partes en la fase final de una guerra larga y cruen-
ta.
Vale mencionar de manera especial la insistencia del bando republicano
en cabeza del general José Antonio Páez en buscar la vía negociada en mo-
mentos en que no podía bajar la guardia sobre los territorios ya conquista-

64
Archivo del General José Antonio Páez, tomo segundo, p. 310.
65
Baralt, Díaz, Resumen de la Historia de Venezuela, Cabimas, UNERMB, 2016, tomo III, p.
184.
66
Fernández, Últimos reductos, p. 135.
67
Véase Pita, “Las Capitulaciones en las guerras de Independencia de Colombia: aproxima-
ciones a un estudio comparativo para los casos de Cartagena y Pasto”, El Taller de la Histo-
ria, núm. 9, Cartagena, Universidad de Cartagena, 2017, pp. 58-79.

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dos. Una conjugación de habilidades estratégicas al momento de negociar


lograron convencer a los mandos españoles de lo inútil y costoso que
resultaba una confrontación militar de grandes magnitudes. El resultado
satisfactorio salta a la vista por cuanto el saldo total de la toma de la ciudad
fue de no más de 170 víctimas.
En síntesis, Puerto Cabello sería la última ocasión en que se pondría en
práctica este componente de conciliación en todo el territorio de la Repúbli-
ca de Colombia. Ante los fallidos intentos por firmar un tratado de paz entre
España y sus antiguos dominios americanos, fueron valiosas las vías alterna-
tivas parciales que, como los armisticios, las capitulaciones y las normas de
regularización, se constituyeron en mecanismos tendientes a morigerar los
impactos de la guerra. Serían, en últimas, precedentes innovadores surgidos
en territorio americano con aportes significativos al desarrollo del derecho
internacional humanitario.
Después de estos sucesos, muchos de los militares que participaron en la
recuperación de Puerto Cabello fueron movilizados por orden de Bolívar a
tierras del Perú en donde tendría lugar en 1824 un nuevo episodio glorioso
de la Campaña Libertadora de estas naciones suramericanas.
En los años siguientes, apaciguado ya el furor de la guerra, emergió una
gran cantidad de solicitudes de militares en busca de ascensos, reconoci-
miento de salarios atrasados, licencias absolutas o, en otros casos, simple-
mente algún permiso para retornar así fuere temporalmente al seno de sus
familias luego de varios años de lucha armada a favor de una Patria libre y
soberana. Entre tanto, diversos y complejos serían los caminos de reintegra-
ción de los realistas a la vida republicana, procesos en los que se dieron
nuevos mensajes de inclusión y de reconocimiento de la “otredad”. 68
La liberación de Coro, Maracaibo y Puerto Cabello, ciudades que por
mucho tiempo vivieron alejadas de la causa emancipadora, permitiría conso-
lidar el proyecto republicano, lo cual implicaba acciones inmediatas, como
por ejemplo la publicación de la Constitución de Colombia en estos territo-
rios independizados, a lo que se sumaron otros dispositivos como la imple-
mentación del proyecto educativo liberal y la prensa, todo en torno a suscitar
consensos y unanimidad en el proceso de formación de nación 69 en medio de
un ambiente de tensión ante el temor latente de una reacción política antirre-
publicana promovida por tendencias conservadoras. 70

68
Alfaro, La Independencia de Venezuela, p. 561, 620.
69
Hébrard, Venezuela independiente: una nación a través del discurso (1808-1830), Madrid,
Universidad Católica Iberoamericana, 2012, pp. 339-348.
70
Carrera, La disputa de la Independencia de Venezuela: auge, tregua y reanudación 1815-
1821, Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, 2012, pp. 20-31.

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Hacia 1827 entró en crisis la unión de los territorios ungidos bajo el


nombre de República de Colombia y, pese a los intentos por salvarla y ante
la muerte del Libertador Simón Bolívar, finalmente al cabo de tres años
terminó disolviéndose aquella asociación, después de lo cual el general José
Antonio Páez declaró la autonomía de Venezuela que inició su camino como
nación libre y soberana. España, entre tanto, se mantuvo reacia a aceptar la
independencia de Venezuela y no fue sino hasta después del fallecimiento de
Fernando VII 71 que se dieron los primeros avances conciliadores hasta que
finalmente en 1845 se oficializó ese reconocimiento.

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