La Plasticidad en Espera - Catherine Malabou
La Plasticidad en Espera - Catherine Malabou
La Plasticidad en Espera - Catherine Malabou
La plasticidad
en espera
Edición y traducción
Cristóbal Durán y Manuela Valdivia
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Palinodia
Registro de propiedad intelectual: Nº 192160
ISBN: 978-956-8438-29-6
Editorial Palinodia
Teléfono: 664 1S63
Mali: [email protected]
Diseño y diagrarnación: Paloma Castillo Mora
Impresor: Salesianos Impresores S.A.
Santiago de Chile, junio 2010.
Índice
Prefacio 7
1. La muchedumbre 15
5. La plasticidad en pena 85
La plasticidad o la forma
de un nuevo materialismo
7
dad. ¿Qué es una salida, qué puede ser una salida ahí mismo donde
no hay ningún afuera, ningún otro lugar? No se trata de cómo
escapar de la clausura sino de cómo escapar en la clausura misma.
Es precisamente en esos términos que Freud describe la pulsión,
esa extraña excitación que no puede encontrar su descarga en el
exterior del psiquismo y con la cual, como dice en Pulsíón y destinos
de pulsión, es imposible "acabar mediante acciones de huida". La
cuestión consiste entonces en saber cómo "eliminar" la fuerza cons
tante de la pulsión. ''Así se llega, dice Freud, a la formación de un
intento de huida'' 1• Aquí hay que tomar en serio el verbo "que se
forma'', es kommt zu Bildung eines Fluchtversuches, literalmente "lo
que llega a formación", pues este verbo no sólo anuncia la tentativa
de huida, la constituye. La única salida posible a la imposibilidad de
huir es la transformación. La constitución de la clausura en una for
ma que la transforma abre una manera de pasar, de evitar, de des
plazar la prohibición del pasaje o de la transgresión. Esta estructura
de la formación de un camino como salida a la ausencia de salida
corresponde precisamente a la lógica o a la economía de la plastici
dad. La plasticidad designa entonces el movimiento de constitu
ción de una salida ahí mismo donde ninguna salida es posible. Para
decirlo de otro modo: la plasticidad hace posible la aparición o la
formación de la alteridad ahí donde el otro falta absolutamente. La
plasticidad es la forma de la alteridad ahí donde falta toda trascen
dencia. Todo materialismo habita un mundo cerrado.
Mucho más allá de una estética de la "forma bella'', este
uso de la plasticidad plantea una cuestión a la vez psíquica, ética
y política, como posibilidad de la transformación en la ausencia
de salida. La alteridad del otro, fundamento mismo de la ética,
debería siempre venir desde afuera; el reencuentro con el otro y la
respuesta a la intimación moral siempre deberían hacerse hacia
afuera. ¿Pero cómo llegar al otro donde no hay afuera, cómo res-
8
ponder sin salir de sí? ¿Cómo puede la psique soportar esta pre
sión constante de una llamada sin exterioridad y, para decirlo una
vez más, sin trascendencia? ¿Cómo formar el camino, cómo ela
borar una forma de huida hacia el otro en la clausura del mundo?
¿Cómo hacerlo en ausencia de todo mesianismo, de toda irrup
ción de lo totalmente otro?
La intervención de la plasticidad en la filosofía contem
poránea define una nueva comprensión de la libertad: la liber
tad como intimación de la metamorfosis en un mundo cumplido y
ya siempre realizado. El motivo de la metamorfosis deja de desig
nar una realidad sólo mitológica o ficticia para tomar_ explícita
mente un sentido ontológico y político. De este modo, sigo la
historia de la elaboración del concepto de plasticidad desde la
filosofía de Hegel, donde encontré este concepto por primera
vez, hasta la filosofía de Heidegger en la que la metamorfosis ya
no designa sólo una posibilidad accidental o un recurso de la
ficción, sino el movimiento mismo del ser, y hago esto antes de
encontrar a Freud y a las neurociencias, donde la plasticidad
caracteriza la transformabilidad estructural del cerebro, la mo
dificación de las conexiones neuronales bajo el efecto de la expe
riencia, de la educación, del medio, la flexibilidad y la adapta
bilidad de un sistema cerrado.
No se me dejará de objetar que la transformación al inte
rior de un sistema cerrado fue descrita por Kafka en La metamor
fosis, como una suerte de tragedia y de privación absoluta de li
bertad. En efecto, el insecto Samsa puede ser visto corno un suje
to que ya no puede modificarse a punta de modificación, y la
"metamorfosis" puede nombrar paradójicamente la imposibilidad
de la metamorfosis. Lo que Kafka muestra es efectivamente la
avería de la modificación. Un estado que no puede, o que ya no
puede, modificarse. ¿Qué sería la metamorfosis de un ser privado
para siempre de la posibilidad de metamorfosearse?
El mundo que la plasticidad describe, ¿no es un mundo
recámara? ¿ Un ,mundo enclaustrado, un juego de puertas que sólo
9
dan acceso a otras habitaciones y a otras puertas (de habitaciones)
en el mundo?
A esta soledad, a esta rutina, a esta privación absoluta de
alteridad y de salida, Lévinas la denomina el "hay", del cual pre
cisamente sólo es posible salir por la escotadura de la trascenden
cia, acto y afirmación de la existencia singular mediante la cual el
existente puede romper con el fondo permanente o con la "hipós
tasis" del existir. Al mismo tiempo, como también se me objetará,
mediante dicha ruptura el existente rompe también con la forma
y con la plasticidad.
El prójimo, escribe Lévinas, no es nunca quien "aparece
plásticamente como una imagen, como un retrato", su belleza es
esta "presencia suprema que asiste a su propio aparecer, traspasan
do su plasticidad de juventud"2, gracias a la cual resiste. La plastici
dad permanece asignada al dominio de la escultura, pegada a su
función de incorporación o de figuración en general, función retra
sada, siempre más antigua que el rostro. El rostro, precisamente,
no es plástico: por el contrario, no puede más que "perforar su
propia imagen plástica"3, "hace estallar la forma''4. Se mantiene mds
alld de la forma. Es pura huella: "Esta existencia abandonada por
todos y por ella misma, huella de sí misma, impuesta a mí, me afecta
en mi último refugio con una fuerza de asignación incomparable,
imposible de convertir en formas que inmediatamente me darían
alguna firmeza"5• Ahora bien, "la huella [es] inconvertible en for
mas", declara en De otro modo que ser'. El lugar de la trascendencia
disruptiva, que permite escapar de su fascinación fantástica es el
lugar de un divorcio entre la forma y la huella. La trascendencia ne
cesariamente peifora la forma. El prójimo es un adiós a la forma, al
encolado plástico de y en la hipóstasis.
2
De otro modo que ser o mds allá de la esencia, tr. Antonio Pintor Ramos, Salamanca,
Sígueme, 2003, p. 153.
3 Totalidad e infinito, tr. Daniel E. Guillot, Salamanca, Sígueme, 1977, p.172.
4 Jbíd., p. 211.
5 De otro modo que ser, op. cit., pp. 153-154.
6
lbíd., p. 154.
10
Si la aparición del rostro y su "epifanía" provocan siem
pre un trastorno -tanto en el otro como en mí-, este no procede
de una transformación sino de una separación brusca y sin génesis.
"El rostro del Otro destruye en todo momento y desborda la
imagen plástica que él me deja ( ...) "7• Y esta destrucción no
tiene proceso: "La experiencia absoluta no es develamiento sino
revelación: coincidencia de lo expresado y de aquél que expresa,
manifestación, por eso mismo privilegiada del Otro, manifesta
ción de un rostro más allá de la forma. La forma que traiciona
incesantemente su manifestación -petrificándose en forma plás
tica, porque adecuada al Mismo- aliena la exterioridad del
Otro"8• La forma, entonces, siempre sería derivada de la mirada
de la huella, lo cual explica que sea tan fácil perforarla, deshacer
la o hacerla explotar.
¿Por qué entonces aferrarse a la plasúcidad? Para concluir
quisiera regresar a la afirmación de Lévinas según la cual "la hue
lla es inconvertible en formas". Al defender una concepción plás
tica de la alteridad, como forma del otro en la auténtica trascen
dencia, defiendo al mismo tiempo la tesis de una convertibilidad
absoluta. Esto quiere decir que no sostengo la idea de una incon
vertibilidad de la huella. No hay inconvertible. La convertibilidad
absoluta es la situación infranqueable del juego del mundo: otra afir
mación esencial de todo materialismo. Aquí dirigimos al pensa
miento de la inconvertibilidad de la huella la misma crítica que
Marx hacía del carácter inconvertible del oro. Si la huella es pen
sada como absolutamente inconvertible, como absolutamente re
sistente al juego de los intercambios, de la circulación, de la eco
nomía de la presencia, ella se vuelve sustancial. Ya no es una hue
lla sino un fetiche. Si la huella no juega el juego de su propia
conversión, es decir, si en cierto sentido ella resiste a su borradu
ra, precisamente si no es plástica, ella ya no es una huella. Trabajo
7
Totalidad e infinito, op. cit, p. 74.
8
Jbíd., p. 89.
11
para exhibir todos los procesos de transformación que están en el
origen de la relación con la alteridad. Trabajo precisamente en
este espacio de conversión de la huella que define el nuevo espacio
de juego plástico de la transformación que libera de toda sacrali
dad de la huella.
En El Moisés de Miguel Ángel Freud relaciona la imposibi
lidad de huir con el arte plástico. Al esculpir a Moisés, Miguel
Ángel precisamente da forma a esta imposibilidad, a la imposibi
lidad de dar libre curso a su cólera ante la actitud idólatra de los
hebreos. Él quisiera hacer pedazos las tablas de la ley, alzarse,
gritar, vengarse. Pero por el contrario, Miguel Ángel decidió es
culpirlo dominando su furia. "Nuestro Moisés no se pondrá de
pie de golpe ni arrojará al suelo las Tablas. Lo que en él vemos no
es el introito a una acción violenta, sino el resto de un movimien
to trascurrido. En un ataque de cólera, quiso levantarse de golpe y
cobrar venganza olvidado de las Tablas. Pero superó la tentación:
ahora permanecerá sentado con furia domeñada ( . . . ). "Y más ade
lante: Miguel Ángel "ha introducido en la figura de Moisés algo
nuevo, sobrehumano, y su imponente volumen físico, y el vigor
de su desafiante musculatura, se convierten en el medio de expre
sión corporal para el supremo logro psíquico asequible a un ser
humano: sujetar su propia pasión en beneficio de una destina
ción a la que se ha consagrado"9•
Moisés no se enfurece, no se alza, no se aparta de las ta
blas ni de su pueblo. Se mantiene, se queda sentado, pero esta
posición, lejos de ser pasiva, traduce, según Freud, la más podero
sa y profunda de las transformaciones: la posibilidad de alzarse
por sobre su propia naturaleza y abrirse a lo otro de sí, mediante
el gesto psíquico de esculpirse a sí mismo, es decir, mediante la
remodelación de su identidad. La plasticidad ética es esta apertu
ra a la forma del otro en sí mismo.
9 El Moisés de Miguel Ángel, en Obras Completas, XIII (1913-14), op. cit., pp. 237-
238.
12
Sin duda el riesgo de la metamorfosis kafkiana está siem
pre presente. Pero ninguna promesa mesiánica nos librará de él.
Quizá sólo una conversión plástica podrá, por un tiempo, prote
gernos de ese riesgo.
13
La muchedumbre*
15
anticipo ese momento, real y fantaseado, en que esa constatación
-banal y cargada de sentido- podría enunciarse así: "Y de pronto
todo se llena de gente".
Desde hace mucho tiempo que soñaba con hacer caminar
juntos, al menos por un instante, a Canetti y a Derrida; su en
cuentro siempre me ha parecido necesario. El momento ha llega
do.. Y es a Baudelaire a quien pido presentarlos entre sí. Recuerdo
que en un seminario D errida leyó el poema de Baudelaire titula
do "Las Muchedumbres": "No se le da a cualquiera tomar un
baño de multitud: gozar de la muchedumbre es un arte; y sólo
puede darse un festín de vitalidad, a expensas del género huma
no, aquel a quien un hada le inspiró en su cuna el gusto del dis
fraz y de la máscara, el odio al domicilio y la pasión del viaje" 2• Es
a este gusto por el travestismo y por la máscara, a ese nomadismo
del secreto que voy a consagrar lo esencial de mi ponencia.
¿Con qué fin? Quisiera, con Canetti y Derrida, intentar
explorar el frágil espacio de juego que se abre entre la muche
dumbre o la masa -empleo voluntariamente un término por otro
pues ambos han sido propuestos para traducir el alemán Masse- y
la democracia; al mostrar, justamente, como Baudelaire nos invi
ta a pensar, que la democracia es el secreto aristocrático de la masa
-"no se le da . . . "-, secreto que asegura, en el seno del gran núme
ro, la posibilidad de una separación que puede conferir a la de
mocracia su poder.
¿Pero entonces por qué partir por la muchedumbre? La
muchedumbre justamente permite a Canetti hacer la economía de
una génesis de la democracia. Esta génesis es en efecto imposible.
No hay en Masa y Poder ninguna teoría de tipo contractualista ni,
por consiguiente, ninguna teoría de la representación. La masa no
es representable. A partir de eso, la democracia no se define, al
contrario de lo que afirma la filosofía política moderna, como lo
2
Charles Baudelaire, El Spleen de París. Pequeños poemas en prosa, Introducción,
traducción y notas de Pablo Oyarzún R., Santiago de Chile, LOM, 2008, p. 33.
16
que puede ser representado -a saber, el pueblo- de la masa o de la
muchedumbre, sino como lo que, en esta última, es lo más invisi
ble, lo menos delegable, lo menos asignable a una identidad, en
particular a una identidad nacional. Quien abra Masa y Poder no
puede más que verse impactado por el carácter mundial de la inves
tigaci6n que se lleva a cabo. Desde 1 928, fecha en la cual ·comienza
su obra, Canetti escribe: "Busco la masa en la historia, pero en la
historia de todas las culturas, verdaderamente todas. " &í es como
Masa y Poder nos conduce a todas partes: a China, al medio oriente,
a Australia, a Mongolia, a América del Sur, a Europa. Esta gira
mundial, sin embargo, no obedece a ninguna filosofía de la histo
ria. Su carácter aparentemente desordenado, tupido, a-teórico, tien
de más bien, precisamente, a desolidarizar el motivo de la masa de
toda atadura estrictamente nacional-espiritual. Hay masas, organi
zadas ciertamente según dispositivos estructurales, pero sin que es
tos constituyan un universal. No puede haber filosofía trascenden
tal de la masa.
¿Cuál es el rasgo más sobresaliente entre los dispositivos
estructurales? Canetti y Freud están de acuerdo en este punto: el
levantamiento de la fobia del tocar. En la masa, en la muchedum
bre, el individuo está libre de la "fobia del contacto" que regula de
ordinario sus relaciones con los otros.
17
Al mismo tiempo, entre Canetti y Freud, el divorcio es
profundo, lo sabemos. Pues aunque ambos analizan el tocar tan
particular de la muchedumbre, el tocar masivo podríamos decir,
su punto de partida no es el mismo. Canetti escribe Masa y Poder
para denunciar explícitamente las insuficiencias del análisis freu
diano que contiene al problema de la muchedumbre en los lími
tes de una psicología, cuyo punto de partida es necesariamente la
psique individual. La ficción de la horda originaria no puede en
gañarnos en este punto. Freud erró fundamentalmente frente al
fenómeno de la masa. En uno de sus escritos autobiográficos, La
antorcha al oído, Canetti confía la aversión que ha sentido, desde
muy joven y "desde la primera palabra", hacia Psicología de las
masas y andlísís del yo3 • Freud, tal como Le Bon y como Taine, se
ha "cerrado ante la masa", ella le es "extraña". "Veía masa en torno
a mí -continúa Canetti- pero también veía masa en mi interior
[ . . . ] [y] en el ensayo de Freud echaba de menos sobre todo la
aceptación del fenómeno"4 .
Ahora bien, el fenómeno que hay que reconocer y profun
dizar es la muy particular relación que la masa ·establece con el
tocar. La masa levanta la fobia del contacto y la voltea, y es en este
sentido que voy a orientar ini interpretación; pero dicho levanta
miento e inversión no produce, como se podría creer, una fusión
pura y simple, una suerte de tocar colectivo desinhibido, asumi
do, sino por el contrario otra evitación del tocar, que evidente
mente ya no es fóbica, sino política. Distancia del tocar en el tocar
que sólo se produce en la masa, y de la cual el psiquismo indivi
dual, en consecuencia, no tiene ninguna idea. Las lecturas de
Canetti, según mi conocimiento, nunca han insistido sobre esta
distancia; por el contrario ellas ven, en el concepto de masa, una
suerte de bullicio informe que los ingleses denominan ''mob", un
conglomerado sin organización. En un número de la revista Mu!-
3
É. Canetti, La antorcha al oído: historia de una vida 1921-1931, tr. Juan José del
Solar, Barcelona, Muchnik, 1 982, p. 152.
4 Ibíd., p. 153.
18
titudes, Toni Negri opone precisamente multitud a "mob", a la
masa tal como se supone que Canetti la define: "Debemos oponer
[la multitud] a las masas y a la plebe. Masa y plebe con frecuencia
han sido palabras empleadas para nombrar una fuerza social irra
cional y pasiva, peligrosa y violenta, por la precisa razón de que
ella era fácilmente manipulable. [ . . . ] La multitud [ . . . ] es algo
organizado" 5 • Ahora bien , me parece por el contrario que nada
está más organizado que la masa tal como Canetti la describe y
que es más bien cierta relación de distancia aquello que, en el seno
mismo de la masa -distancia de la masa respecto a sí misma-,
asegura paradójicamente esa organización. Esta relación de dis
tancia inscribe en la masa la posibilidad de la democracia.
Estoy consciente, aquí, de hacer hablar al libro de Canetti.
De llevarlo quizá más lejos de lo que él va. Pues el autor nunca
plantea claramente, partiendo de la masa, la cuestión de la demo
cracia. Pero este exceso de lectura, que, a mi parecer, esclarece un
texto que además es oscuro si se lo relega a una simple descripción
morfológica de las muchedumbres, permite precisamente una
confrontación con el pensamiento de Derrida.
Derrida mostró en Le Toucher, jean-Luc Nancy, que una pura
y simple abolición de la fobia del tocar era imposible, en cualquier
circunstancia que sea. Podemos deducir que lo que tiene lugar en el
seno de la masa no escapa a la regla, que la masa está sometida a lo
que Derrida denomina la "ley del tacto": "un tacto que podría tocar
19
sin tocar, un contacto sin contacto"6 . Ahora bien, sin ninguna duda,
este contacto sin contacto es puesto en marcha en el tocar colectivo;
es este contacto, una vez más el origen de la posibilidad demo
crática. La democracia es el tacto de la masa.
¿Cómo comprenderlo? Para responder esta pregunta hay que
ir directo al centro del fenómeno originario de la masa, directo a su
acontecimiento, a su "instante", que, como también dice Canetti,
constituyen su principio. Este fenómeno, según Canetti, es la
Vvándlung, una palabra que los traductores vierten tanto por cambio,
como por transformación, o por modificación, como lo vemos en el
siguiente extracto: "Lo que les sucede cuando se está en la masa es
una modificación, tan radical como enigmática." Y Canetti confiesa
que el misterio de esta Vvándlung " [lo] persiguió la mayor parte de
[su] vida". Esta modificación tiene que ser bien entendida. De he
cho, cuando Canetti declara: "Lo que les sucede [ . . . ] en la masa es
una modificación ", quiere decir: "Lo que les sucede en la masa, es la
modificación''. La masa es la posibilidad misma del cambio. La sole
dad, el aislamiento significan, para Canetti, la parálisis de lo metabó
lico, la incapacidad de transformarse. Con la masa viene la transfor
mación. Y la democracia misma nace de una ocurrencia de esta trans
formación general, de cierto metabolismo de esta metabolé.
¿Qué es lo que liga esta transformación en la transforma
ción con la emergencia del tacto democrático? El lazo depende de
una modalidad específica de la transformación, la metamorfosis,
Verwandlung. Hay metamorfosis {Verwandlung) en la transforma
ción (Wándlung), y ciertamente es de esta posibilidad metamórfi
ca que depende la posibilidad democrática. La democracia se ciñe
a cierta metamorfosis de la masa, es decir, a cierta metamorfosis
de lo transformable, a cierta mutabilidad de lo mudable.
Lo que es cambio en la masa es la igualación, el hecho de
que todos se sienten iguales. Esta igualdad corresponde justamen
te al levantamiento de la fobia del contacto.
6
Jacques Derrida, Le Toucher, Jean-Luc Nancy, Paris, Galilée, 1 998, p. 83.
20
En el interior de la masa reina la igualdad. Se trata de una igual
dad absoluta e indiscutible, que jamás es puesta en duda por la
masa misma. Posee una importancia tan fundamental que casi se
podría definir el estado de la masa como un estado de absoluta
igualdad. Una cabeza es una cabeza, un brazo es un brazo, las
diferencias entre ellos carecen de importancia: Nos convertimos
en masa por mor de esta igualdady pasamos por alto todo cuanto
pueda alejamos de este objetivo. Todas las exigencias de justicia,
todas las teorías igualitarias extraen su energía, en última instan
cia, de esta experiencia de igualdad que cada cual conoce a su
manera a partir de la masa. (MP, p. 88.)
7
El Sp!een de París. Pequeños poemas enprosa, ed. cit., p. 33.
21
La máscara y el poder
22
El poder es entonces la fuerza que se toma su tiempo.
No me parece abusivo caracterizar a partir de esto al poder
como espaciamiento y temporalización de la fuerza, es decir, como
espaciamiento y temporalización del atrape, de la sentencia final,
del instante decisivo. No hay fuerza sin poder, sin la abertura de
cierto horizonte de espera o de un terreno de juego en el seno de la
fuerza misma. Horizonte que permite el nacimiento de toda suerte
de figuras que son precisamente posturas de poder y que ponen en
escena, en sentido fuerte, a las relaciones de dominación. Ahora
bien, es en la masa que esta economía del poder, esta violencia
originaria de la estructura fuerza-poder, se pone a prueba de la
manera más nítida. En efecto, el levantamiento de la fobia del con
tacto corresponde a la transformación de la fuerza en poder. La
fuerza es el contacto directo, el atrape, el hocico que se abre y se
cierra. Todo ser vivo le tiene fobia a eso. El horror del tocar se expli
ca así en Canetti por la aprehensión que suscita la posibilidad de la
captura y la entrada fatales. Ahora bien, desde que una masa se
forma, la fuerza se difiere, pues no puede haber captura inmediata
de una masa, y es así que el poder aparece a la vez como límite y
condición suprema de la fuerza. La masa se muestra entonces como
el cuerpo mismo de la diferancia de la fuerza, un espacio de juego
que se abre en la fuerza misma. En tanto confrontadas con el poder
-sea éste el suyo propio o aquel que se encarna en otro, es algo que
en el fondo no cambia nada-, la masa guarda igualmente el contac
to con el contacto, pero se trata de un contacto entre el ratón y el
hocico del gato. Un juego de contacto a distancia. Cuando todos se
tocan en la masa, no se fusionan, sino que por el contrario gozan de
la distancia del poder, todos son recíprocamente, unos para otros,
ratón y gato. Ese es el cambio que tiene lugar, fundamentalmente,
con la masa y en la masa.
En esta distancia entre fuerza y poder se aloja, como anun
cié, la posibilidad de la metamorfosis. Y, por consiguiente, la po
sibilidad de la democracia. Más exactamente, la democracia no
sólo supone una metamorfosis en el cambio, sino también una
23
metamorfosis de la metamorfosis. Pues todo poder implica meta
morfosis. No hay caza sin metamorfosis, no hay captura de un
animal por parte de otro sin que haya metamorfosis. Por ejemplo,
escribe Canetti, "la serie de metamorfosis que ligan al hombre
con los animales que se come es fuerte como una cadena. Sin
metamorfosearse en animales, nunca habría aprendido a comér
selos" (MP, p. 5 1 3) . Entre dominante y dominado hay un doble
juego de transformación: la víctima busca entrar en un ciclo de
metamorfosis de huida, busca transformarse en árbol, en muro,
en otro animal. El verdugo y el demandante buscan como juego
imitar a su presa8 • Imitación y disimulación son evidentemente
condiciones fundamentales del poder.
Estos juegos de imitación y de disimulación que operan
en la naturaleza o en las formas más primitivas de la metamorfosis
revelan otro elemento, capital para mi análisis. Nada tiene de
original el hecho de que haya relaciones metamórficas entre el
cazador y la presa, que por un instante intercambien los roles;
que se vuelvan asimilables, compatibles, podríamos decir. Efecti
vamente esto es algo bien conocido. Lo que es más interesante en
el análisis de Canetti es la puesta en evidencia de otro proceso en
este mismo proceso: en el seno del intercambio de identidad, hay
creación de una defensa, aunque frágil, caduca e irrisoria, contra
la identificación con el otro. La metamorfosis es a la vez mímica
del otro y prohibición de esta misma mímica, creación de una
distancia, de un límite para la identificación y el contacto. Es así
que toda metamorfosis es, para Canetti, . constitución de una más
cara. Todo animal, en este sentido, siempre es tótem de sí mismo;
en el momento en que va a morir, en el momento en que va a ser
comido, lleva la máscara de su propia no-comestibilidad, de s u
carácter rigurosamente inexpugnable; e s esta máscara la que se
dej a ver en la agonía. Desde entonces, el proceso de metamorfosis
8
"La presa transformada requiere también que la caza se transforme." (MP, p. 494,
modificada) .
24
mutua que tiene lugar entre el cazador y su presa puede interpre
tarse en dos sentidos contrarios, ligados indisolublemente. Por
una parte, como un proceso de imitación; por la otra, como un
proceso de puesta a distancia infinita. La máscara permite ambos.
25
tidos de fútbol. La máscara acústica es lo que j ustamente separa al
grito del grito. El grito de los locos y el grito de los hinchas son
gritos que dicen otra cosa distinta del grito, es decir, otra cosa
distinta de nada: expresan algo así corno una lengua extranjera en
la lengua misma.
En la masa, entonces, los individuos están todos meta
morfoseados en el sentido en que llevan una máscara que les per
mite a la vez volverse idénticos y no idénticos a todos los demás,
máscara a la vez visible y audible, que habla y no habla la misma
lengua, extrañeza en lo mismo. A partir de eso, para Canetti,
muchos tipos de organizaciones políticas son posibles. La organi
zación más violenta, que Canetti llama dictadura o potentado, es
aquella que tiene por fin, de una u otra manera, desenmascarar a
los individuos, tendiendo por ello mismo a aniquilar el poder
para reducirlo a la fuerza.
26
Desde entonces, contrariamente a ese tipo de orgamza
ción, se podría denominar democracia a la forma-máscara atrapa
da por el estar juntos que se define por la resistencia a toda volun
tad de reconducir esta forma a algún rostro "verdadero" o a alguna
identidad natural. Resistencia, al mismo tiempo, a toda especie
de prohibición de la transformación. La metamorfosis democráti
ca es una figura particular del poder que no tolera ni su desfigura
ción ni su rigidización.
El secreto y la transformación
9
Demeure. Maurice Blanchot, París, Galilée, 1 998, p. 29.
27
carado. La literatura, que "puede decirlo todo, aceptarlo todo,
sufrirlo todo o simularlo todo"10, no puede hacer todo esto más
que a condición de abrigar en ella el secreto de esta mutabilidad.
Si se convirtiese en "prueba, información, certidumbre o archivo,
[ella perdería] su función". Se autodestruiría si se convirtiera en
una tentativa de desenmascarar, o si perdiera sus máscaras.
D errida habla sin cesar de la masa. Ciertamente no lo
hace como de aquella muchedumbre que invade las calles o los
estadios. Pero lo hace a propósito de la proliferación, de la disemi
nación, o de lo que llama, también en Demeure, la " bastardiza
ción". Lo sabemos desde La tarjeta postal: "Desde el momento en
que, en un instante, el primer trazo de una cana se divide y tiene
que soportar la partición para identificarse, ya sólo hay tarjetas
postales, trozos anónimos y sin domicilio fijo, sin destinatario
acreditado"ll. ¿Qué otra cosa es la tarjeta postal si no la misiva y
la escritura democratizadas, la carta en pedazos, en efecto, que va
desde no importa dónde a no importa donde, from anywhere to
anywhere? Y Derrida no ha dejado de mostrar que estos pedazos
eran al mismo tiempo secretos, eran al mismo tiempo máscaras,
"cartas abiertas, pero cual criptas"12•
La comunidad de la literatura y de la democracia -que
ciertamente Blanchot puso en evidencia frecuentemente- reside
en la manera de llevar la máscara de todo ser en el estar j untos, en
la manera de tocar sin tocar, en la cual la gente se deja tocar entre
sí, entre ellos y en ellos, en un secreto desconocido para ellos, su
máscara, su tarjeta postal. Esto es así, según una intimación "im
posible", como la denomina Derrida, un "mantenerse secreto" en
el corazón mismo de lo manifiesto y de lo público13 . La poética
de la democracia, el arte de la democracia se apoya entonces en la
10
Ibíd., p. 30.
11
"Envíos", La tarjetapostal. De Sócrates a Freudy mds al!d, México, Siglo XXI, 2001,
p. 58.
12 lbíd.
13 lbíd.
28
manera de llevar el secreto a la vista de todos, de comprometerlo
en la más grande de las publicidades para esconderlo mejor.
"Suspiro -escribe Derrida- por saber hasta cuándo voy a
dar vueltas de esta forma, como fantasma o profeta encargado de
una misión, pesadamente cargado con un secreto que desconoce" 14•
Y sabemos, después de Espectros de Marx, que el "fantasma'', lo es
pectral, nunca viene solo, sino siempre en muchedumbre, en masa.
29
sa: ¿por d ónde empezar a censar a la progenie? De nuevo una
cuestión de cabeza. ¿A quién poner en cabeza entre todos aquellos
que tiene uno en la cabeza?" 1 6 . Lo que aquí aparece es la cuestión
del sobera.110. Canetti y Derrida muestran cómo la soberanía está
justamente ligada al secreto. En dos sentidos contradictorios. En
la democracia, cada individuo es soberano porque cada individuo
está enmascarado , lleva su secreto. El secreto, en este sentido, es
el límite absoluto de la masa, su negación. Quien tiene el arte del
secreto, el poeta, o el político, penetra l a identidad de los otros,
lleva todas las máscaras. ¿Pero quién puede llevarlo a él, a su más
cara en él? ¿Quién puede penetrarlo?
La huida y la melancolía
16 lbíd., p. 1 5 5-157.
30
Ahora bien, esta es la paradoja: quien porta el secreto has
ta el punto de avalarlo, de olvidarlo, aquel que porta el arte de la
metamorfosis en su perfección acaba por ya no poder transfor
marse más . Está amenazado por el silencio, por la ruptura de la
máscara. Canetti declara: "El silencio aísla: quien calla, está más
solo que los que hablan. Así se le atribuye el poder del aislamien
to. Es el custodio de un tesoro y ese tesoro está dentro de él". (MP,
p. 436.) Prosigo la lectura:
31
decir, que aquel que sabe portar todas las máscaras es siempre
· susceptible de acabar por cambiarse a sí mismo, por confundirse
con su propia máscara. Ese es el dolor común al escritor y al hom
bre político. Canetti muestra que este dolor es una forma de me
lancolía. Melancolía de descubrirse semejante consigo, de ya no
poder transformarse más. Por esto, el poder poético se vuelve a
convertir en fuerza. La metamorfosis, diría Proust, se vuelve un
simple pastiche.
La huida ya no es posible.
Aparece entonces un afecto político depresivo: la melanco
lía del sí mismo en la muchedumbre, el descalabro de la fluidez y la
finta. Détienne y Vernant, en su célebre libro Las artimañas de la
inteligencia. La Metis en la Grecia Antigua, analizan también el des
calabro de la metamorfosis en términos de Stimmung política, de
fenómeno patológico del poder. La metamorfosis, según explican
los autores, es el único modo de ser posible frente a realidades fluc
tuantes, móviles, polimorfas. Los vagos, los tentáculos, la muche
dumbre. Es así que hay dos dioses con metamorfosis, que imponen
su poder a través de sus transformaciones: volverse más fluidos que
la fluidez misma. Sea como sea, en sus combates, estos dioses siem
pre terminan por agotar su potencial metamórfico. Cuando el ciclo
está terminado, vuelven a ser ellos mismos.
32
[. . . ] el dios polimorfo, en las últimas, debe retomar su aspecto
normal, su primera figura, para no abandonarlas. Así Quirón
advertía a Peleo: aunqueTetis se haga fuego, agua o bestia salva
je, el héroe no debe soltarla antes de haberla visto retomar su
antigua forma, su archaia morphé17•
17
Marce! Détienne y Jean-Pierre Vernant, Les Ruses. de l'intelligence. La Métis des
Crees, París, Flammarion, 1 97 4, p. 1 1 1 . [Hay versión en castellano: Las Artimañas
de la Inteligencia. La Metis en la Grecia Antigua, traducción de Antonio Piñero,
Madrid, Taurus, 1988.] En otra perspectiva, se puede remitir al interesante libro de
Alain Ehrenberg consagrado a la depresión como enfermedad política contemporá
nea, La Fatigue d 'etre soi. Depression et société, París, Odile Jacob, 2000. El autor
escribe lo siguiente: "Si la melancolía era lo propio del hombre excepcional, la
depresión es la manifestación de la democratización de la excepción. " (P. 276.)
18
"Circonfesión", ed. cit., p. 262.
19
Jean-Paul Sartre, "Écrire pour son époqUe", Les Temps modernes, n º 33, junio
1 948; citado por 1' Derrida, '"Il courait more': salut, salut. Note pour un courrier
aux Temps Modernes'; Les Temps modernes, n º 587, marzo-abril-mayo 1 996, p. 22.
33
figuras animales se acumulan, ganan en insistencia y en visibili
dad, ellas se agitan, hormigueando, se movilizan y se motivan,
ellas se mueven y se alborotan más, a medida que mis textos se
vuelven más visiblemente autobiográficos, más frecuentemente
anunciados en primera persona'' 2º. A1 mismo tiempo, Derrida no
deja de decir que esta primera persona se cuaja, anula el poder de
su propia plasticidad, se encierra, se retira de la muchedumbre,
se paraliza. La parálisis, ¿no es justamente esa máscara definitiva
que inscribe la ausencia de figura en el rostro?
10
" L'animai que done je suis", en Marie-Louise Mallet (dir.), L'a n imal
autobiographique. Autour de Jacques Derrida, París, Galilée, 1 999, p. 285.
21
"Circonfesión", ed. cit., p. 1 95.
34
sentatividad. Quizá aquí se abre una ontología morfológica. En
tre sus dos bordes extremos, la fluidez metamórfica y la parálisis,
lo que se da a pensar es la hospitalidad. Con toda su vitalidad, y
toda su melancolía. Mediante esta comunicación más figura!, más
esquemática, en el sentido fuerte de la palabra, que temática, qui
se, con Canetti y con Derrida, intentar esclarecer un nuevo im
pulso del pensamiento político, que trabaja para mostrar que la
masa no tiene ningún fundamento fuera de sí misma. Que el ser
conjunto, que Derrida denomina también el "ser estrecho", nece
sariamente tiene que esquematizarse.
Insistiendo tanto en la fluidez como en los límites de la
metamorfosis política, intenté mostrar que la cohesión social, por
una parte, y los incidentes , las rupturas de metamorfosis , por
otra, tienen el mismo origen. Que la masa y la solidez están ins
critas como dos modos de ser de la densidad. Que los solitarios de
excepción o los solitarios de exclusión o de "desafiliación" , por
utilizar un término de Roben Castel, son los dos rostros opuestos
de una misma realidad. En su libro titulado precisamente Las
metamorfosis de la cuestión social Robert Castel escribe:
22
Las metamorfosis de la cuestión social trad. Jorge Piatigorsky, Buenos Aires, Paidós,
1997, pp. 446-447.
35
afuera, sino agujeros en el seno mismo de los cristales de densi
dad, viene la promesa de la democracia, la promesa de aquello
que llamaría la democracia figurante.
36
Los dos Moisés de Freud*
37
toda la atención de Freud en su primer ensayo es silenciado en el
segundo, a saber, que Miguel Ángel deja ver y permite pensar en
un "Moisés totalmente distinto" al de la tradición. La pregunta que
nos plantearemos es entonces, legítimamente, qué es lo que consti
tuye en términos pre<;isos el objeto de dicha atención. ¿ Qué es
exactamente lo que Freud ve en la estatua de Moisés y de lo cual
después ya no vuelve a hablar?
La respuesta parece clara: en la representación del patriar
ca elaborada por Miguel Ángel, Moisés justamente se abstiene de
destrozar las tablas, refrena su violencia, domina sus pasiones y
así aparece como el exacto contrario de su retrato bíblico. Eviden
temente, se podrá decir que esta versión renacentista del profeta
no interesa en absoluto al análisis llevado a cabo en el texto de
1 939, se dirá que además en el primer ensayo se trata más de
entender el gesto de Miguel Ángel que aquel de Moisés. Pero esta
última conclusión no hace más que acentuar nuestro aprieto y
nos insta primero a inclinarnos a interrogar esta ambivalencia de
la figura mosaica, colérica y violenta por una parte, capaz de con
tenerse, por otra, y en la cual el destino de la ley queda suspendi
do entre ambas.
Si en efecto es cierto que el análisis de 1 9 1 4 se refiere más
a la significación de la escultura de Moisés que al Moisés históri
co, queda justamente por preguntarse cómo y porqué, si las de
ducciones de Freud son justas -Miguel Ángel esculpe a Moisés
en ei momento en que éste renuncia a destrozar las tablas y con
sigue dominar su cólera-, Freud puede dar crédito simbólico a
este Moisés inhibido4, a este Moisés "que no se levantará". ¿Cómo
Freud puede, en efecto, acreditar esta versión falsificadora, conce
derle tanta significación, es decir, tanta imposición inconsciente?
¿ Qué increíble poder de remodelación concede aquí al escultor,
que lo lleva a modificar el relato bíblico, hasta llegar a una modi-
4
El término "inhibición" aparece en la p. 223 de El Moisés de Miguel Ángel, donde
Freud habla de "movimiento inhibido".
38
ficación de toda la historia del judaísmo, y también entonces a la
modificación de ciertas tesis de Moisés y la religión monoteísta, entre
algunas de las más fondamentales? Freud, por cierto, no evita la
cuestión: "En este punto se nos obj etará: Pero este no es el Moisés
de la B iblia, quien realmente se encolerizó y arrojó de sí las Ta
blas, de modo que se hicieron pedazos. Sería un Moisés muy di
ferente, un Moisés de la sensibilidad del artista, quien así se ha
bría tomado la licencia de enmendar el texto sagrado y falsificar el
carácter del divino varón. ¿Tenemos derecho a atribuirle a Miguel
Ángel esa libertad, acaso no muy distante de un sacrilegio5 ?"
En efecto, es forzoso constatar que la separación y la trans
gresión son considerables: a la luz de esta interpretación de la
escultura, finalmente no sabemos si las tablas fueron o no des
truidas. El Moisés de Miguel Ángel está definitivamente fij ado
en el suspenso de su cólera, como lo atestiguan estas dos declara
ciones sorprendentes y conmovedoras por su belleza: " [ . . . ] este
Moisés no puede estar a punto de levantarse de golpe; tiene que
poder permanecer en majestuosa calma [ . . . ] . Este Moisés que
consideramos no puede ser la figuración del varón arrebatado por
la cólera, el que baj a del Sinaí, halla a su pueblo en apostasía y
arroj a al suelo las Tablas, que se hacen pedazos. En efecto, bien
recuerdo mi desilusión cuando en anteriores visitas a San Pietro
in Vincoli me situaba frente a la estatua con la expectativa de ver
cómo se erguiría de un salto sobre el pie levantado, arrojaría l as
Tablas al suelo y descargaría su cólera. Y nada de eso ocurría; en
cambio, la piedra se volvía cada vez más rígida, de ella fluía como
una santa paz casi oprimente, y yo no podía menos que sentir: lo
ahí figurado es capaz de permanecer así, inmutable; este Moisés
estará eternamente así sentado y así colérico"6 .
Este es el otro pasaje: " [. . . ] Nuestro Moisés no se pondrá
de pie de golpe ni arroj ará al suelo las Tablas. Lo que en él vemos
39
no es el introito a una acción violenta, sino el resto de un movi
miento trascurrido. En un ataque de cólera, quiso levantarse de
golpe y cobrar venganza olvidado de las Tablas. Pero superó la
tentación: ahora permanecerá sentado con furia domeñada, con
una mezcla de dolor y desprecio. Tampoco arrojará las Tablas de
suerte que se despedacen contra la piedra, ya que justamente por
causa de ellas enfrenó su cólera, dominó su pasión para rescatar
las. Cuando se entregó a su indignación apasionada, no pudo
menos que descuidar las Tablas, apartar la mano que las sostenía.
Entonces empezaron a deslizarse, corrieron peligro de destruirse.
Esto le hizo recapacitar. Recordó su misión y por ella renunció a
l a satisfacción de su afecto. Su mano retrocedió y rescató las Ta-
blas que caían antes que pudieran hacerlo. En esa postura perse
vera, y así lo ha figurado Miguel Angel como guardián del monu
mento funerario"7 •
Es sabido que mientras más examma Freud la estatua y
los análisis que proponen los historiadores del arte, más se inclina
por esta interpretación de un Moisés que, finalmente, no se le
vantará. Al menos tres comprensiones de esta conclusión son po
sibles. La primera sería, de cierta manera, puramente "psicológi
ca" o incluso "psico-estética''. Freud recuerda que la estatua de
Moisés debía formar parte "del monumento funerario de Julio II
junto a otras tres o cinco figuras sedentes" 8 • Destinado a no ser
más que una figura entre otras, Moisés habría sido reducido a "un
rasgo de carácter" (que, precisamente, no era suyo), a la encarna
ción edificante de una cualidad moral. La segunda comprensión,
mucho más interesante y profunda, consistiría, a partir de la toma
en cuenta de la destinación de la estatua -un grupo de tres o
cinco estatuas en una tumba papal-, en considerar que Miguel
Ángel cumple una evidente cristianización de Moisés. Y esto es
así en dos niveles: el primero, también puramente "psicológico",.
7
Jbíd., p. 234.
8
Jbíd.
40
concierne a la identificación de Julio II con Moisés mismo, es
decir, con un padre fundador, identificación que i mplica que el
primero afirme su omnipotencia forzando al segundo a permane
cer sentado. Freud afirma en efecto que: " Uulio II] era un hombre
de acción; se podía indicar su meta: aspiraba a la unificación de
Italia bajo el dominio del papado." Miguel Ángel, ligado perso
nalmente al Papa, habría querido así mostrar esta identificación . . .
a la vez denunciándola y pintándose a sí mismo, conteniendo su
furia contra el hombre demasiado ambicioso, bajo los rasgos de
Moisés.
El otro nivel de esta segunda comprensión concierne a la
contaminación cristiana del judaísmo. Moisés estaría representa
do sobre la tumba papal como aquel que encarna valores cristia
nos de sumisión, los cuales son al mismo tiempo valores de sumi
sión a la Iglesia. De esta manera, Miguel Ángel habría manifesta
do cierto devenir cristiano del judaísmo: este último, caracteriza
do en Moisés y la religión monoteísta como "religión del padre", se
muda así insidiosamente en "religión del hijo".
La tercera comprensión, que privilegiaremos aquí, como
lo anunciamos anteriormente, concierne a cierta ambivalencia del
poder en Freud, a cierta plasticidad, es decir, a una real aptitud
para la transformación y para la metamorfosis del concepto de
poder. En esta flexibilidad conceptual del poder hemos optado
por situar nuestro análisis de la trans-sexualidad. Ciertamente,
no para decir que habría en Freud algo así como un Moisés "mas
culino" (aquel, violento e inflexible, de Moisés y la religión mono
teísta), y otro, "femenino" (aquel, aparentemente sumiso, de Mi
guel Ángel) . Ello no tendría ningún sentido. Nos apoyaremos
más bien en la definición de la "trans-sexualidad" propuesta por
Claire Nahon para plantear el problema de otro modo: "La trans
sexualidad, al revelar la inanidad de las biparticiones estrictas,
desestabiliza las semejanzas -las desgarra- , deshace los dualis
mos, hace vacilar toda representación adquirida del sexo y de sus
diferencias [ . . . ] . Valiéndose de la alteridad, parcelando las identi-
41
dades, la trans-sexualidad se despliega en la distancia y en el pasa
je, situándose entre los sexos, entre las sexualidades."
Entre las sexualidades: este "entre" podría justamente ser
comprendido aquí como lo que separa al poder de sí mismo, como
distancia entre la fuerza y su propia fuerza. No es que un Moisés
sea más fuerte o más poderoso que el otro. Las dos actitudes -una
histórica, de aquel que destruye las tablas, y la otra, artística, de
aquel que renuncia a ellas- poseen igual vigor. En ningún mo
mento el Moisés de Miguel Ángel se presentó como débil. Pero se
trata de dos poderes radicalmente extraños entre sí, no desiguales
en cantidad, sino imposibles de sintetizar por el hecho de su alte
ridad. Hay tanta fuerza en el gesto de la destrucció n de las tablas
como en aquel del dominio de sí mismo, pero la significación de
esta fuerza no es idéntica. Y, más allá de la relación judaísmo
cristianismo, esta alteridad, esta extrañeza tiene precisamente un
sentido e n lo referente a la definición fteudiana de la alteridad y de
la extranjeridad. Esta alteridad de la alteridad, esta extranjeridad
de la extranjeridad, encarnadas por los dos Moisés, hacen señas,
como también lo hemos anunciado, hacia una plasticidad de lo
masculino y de la paternidad. Hay, si se quiere, dos figuras del
padre que corresponden a estos dos Moisés. No se trata, enton
ces, de l o masculino y lo femenino, sino de lo masculino y lo
masculino, que acaban por vacilar al desdoblarse de esta manera.
¿Có mo caracterizar esta masculinidad dual o esta trans-sexuali
dad de Moisés?
En ambos casos, Moisés es un extranjero. Moisés y la religión
monoteísta sostiene la tesis, como sabemos, de que Moisés era egip
cio. Uno de los comentarios más potentes de esta tesis, según noso
tros, es el de Edward SaYd en Freud y los no europeos9. Sard intenta
restituir todas las paradojas de Moisés como aquél que es a la vez un
"outsider" y un "insider": extranjero a la tradición que funda y de la
cual forma parte en el más alto grado. El origen árabe de Moisés
42
sería entonces la poderosa huella de lo totalmente otro en el inte
rior de la identidad judía, la que se presenta justamente como reli
gión de lo totalmente otro, como adoración de un dios para siem
pre invisible. Said concluye: " [ . . . ] la identidad no puede concebir
se ni funcionar como si fuera algo puro; no puede constituirse ni
siquiera imaginarse sin la represión de esa radical fractura o carencia
originarias. [ . . . ] Moisés fue un Egipcio y; por tanto, siempre estu
vo fuera de la identidad dentro de la cual tantos han permanecido,
sufrido y, tal vez, incluso triunfado" 1 º.
Toda la cuestión se convierte entonces en saber cómo una
tradición se acomoda a esta alteridad fundadora de la identidad.
Esta alteridad sólo puede comprometer a la tradición en una serie
de modificaciones, desplazamientos (veremos la importancia de
este término en Freud), transformaciones. . . sin nunca poder bo
rrarla. En el fondo, para Freud, la alteridad de la identidad consi
go misma, al intentar ser negada, no hace más que repetir e inten
sificar aquello mismo que intenta ocultar. Y es muy interesante
ver cómo Said establece un paralelo entre la relación de los judíos
con Moisés y la relac;ión actual entre Israel y Palestina. Muy inte
resante es también el paralelo establecido entre el origen egipcio
de Moisés y la dimensión "no-europea" del psicoanálisis freudia
no, que debe, también, cubrir la fisura fundadora y a la vez crítica
de su identidad.
Pero existe otra extrañeza. Una no geográfica, que manifies
ta precisamente la estatua de Miguel Ángel. Ciertamente, lo hemos
evocado, sería posible poner en perspectiva la tesis del Moisés egip
cio con la de un Moisés cristiano. Otra vez más, no es esta pista la
que seguiremos. Privilegiaremos más bien la pista de una extranje
ría de Moisés consigo mismo, de una extranjería que habita el cora
zón de la identidad imposible del "outsider-insider", de una ex
tranj ería que atormenta el poder de quien extrae j ustamente toda
su fuerza del hecho de estar a la vez afuera y adentro. De una ex-
10 Ibíd., p. 80.
43
tranjería que entonces viene a redoblar, repetir, y complicar a la
primera. En Moisés y la religión monoteísta, Freud presenta un Moi
sés fuerte en su debilidad de extranjero: su falta de pronunciación,
su carácter colérico y orgulloso, que le provienen de su origen egip
cio, le permiten también ser la "sobresaliente figura paterna" 1 1, aquel
que vale por Dios, que está constantemente identificado con él, "el
gran hombre" 12, "el gran jefe" 13 • Dicho de otro modo, el exotismo
del origen mosaico aparece en el texto de 1 939 como la marca
paradójica de un aumento de poder viril y paternal, como si venir
de otra parte fuese el reflejo exacto de la trascendencia divina, como
si dicha marca confiriese a esta trascendencia la única visibilidad
que le está permitida.
Por otro lado, es luego de haber desarrollado todos los
atributos de dicha fuerza que Freud establece el famoso paralelo
entre la historia de un pueblo y la psique individual, mostrando
que el complejo de Edipo repite a su manera la identificación
ambivalente de un pueblo con su legislador, con su padre, con su
dios. Aquí, por supuesto, la temática del asesinato del padre es
fundamental, la que permite establecer el cruce entre el asesinato
de dios y el asesinato simbólico del padre en el desarrollo psíqui
co individual: "los seres humanos han sabido siempre -de aquella
particular manera- que antaño poseyeron un padre primordial y
lo mataron" 14 . Freud a naliza extensamente esta asimilación entre
ambos asesinatos e insiste en el asesinato de Moisés por parte del
pueblo judío: "El destino [había aproximado] al pueblo j udío la
gran hazaña y el crimen atroz del tiempo primordial, el parrici
dio, dándole la ocasión de repetirlo él mismo en la persona de
Moisés, una sobresaliente figura paterna" 1 5 •
La religión procede a la vez de este asesinato y de su nega-
11
Moisésy la religión monoteista, op. cit., p. 85.
12
!bid., p. 1 03.
13 !bid., p. 27.
14 !bid., p. 97.
15 !bid., p. 85.
44
ción, del arrepentimiento de ese asesinato y de su represión; ese
j uego entre el acto ("el actuar", como escribe Freud) y su oculta
miento que precisamente repite el j uego del afuera y del adentro
de la identidad. Tenemos entonces a ese Moisés poderoso, venido
desde otra parte pero fundador del aquí, del adentro, figura em
blemática del padre, cuya fuerza inaudita da lugar a una tradi
ción de modificaciones, de confesiones y desaprobaciones, y cuya
muerte confirma para siempre su grandeza.
Pero gracias a Miguel Ángel también tenemos un Moisés
que reprime este poder, que más precisamente extrae su poder de
la represión de su poder. Él no se levantará, no destruirá las ta
blas. Esta extranjería del poder consigo mismo se deja leer, en el
texto de Freud, en todo el j uego del cuerpo de la estatua, en todo
un juego de desplazamiento entre la derecha y la izquierda, como
si el poder se desplazara físicamente, como si Moisés, en cierto
sentido, cambiara de carne, cambiara de sexo sin dejar de ser
Moisés, es decir, sin dejar de ser vigorosamente masculino. Freud
va a extraer la conclusión de que Moisés no se levantará observan
do la posición de las manos -derecha e izquierda-, la posición de
las tablas -el borde derecho-, el sentido de la ondulación de los
rizos de la barba. Tomemos un ejemplo. Freud escribe: "Los pro
cesos atinentes a la mano y a las Tablas se compaginan en la si
guiente unidad: al comienzo, cuando la figura estaba sentada y
quieta, tenía las Tablas correctamente colocadas bajo el brazo de
recho. La mano derecha las sostenía por sus bordes inferiores, y la
saliencia dirigida hacia adelante le servía de asidero. Esta facilidad
para tenerlas explica, sin más, por qué las Tablas estaban inverti
das. Sobreviene luego el momento en que la calma es perturbada
por el alboroto. Moisés volvió entonces la cabeza, y cuando hubo
visto la escena, el pie se aprontó para levantarse de un golpe, la
mano dejó de asir las Tablas y pasó a la barba, hacia la izquierda y
arriba, como para dar algún quehacer en el cuerpo propio a su fogosi
dad [nosotros subrayamos] . Las Tablas quedaron entonces confia
das a la presión del brazo, que debía apretarlas contra el tórax.
45
Pero esta retención no bastó, ellas empezaron a deslizarse hacia
adelante y abajo [ . . . ] . Para prevenir esto retrocede la mano dere
cha y abandona la barba [ . . . ]" 16 .
Es entonces en el cuerpo donde directamente tiene lugar
la transformación de Moisés, quien, una vez más, sin dejar de ser
el mismo hombre se vuelve "totalmente distinto". En Moisés y la
religión monoteísta, Freud insiste largamente en los procesos de
modificación y de desplazamiento que operan en la tradición y
para esclarecer este punto toma el ejemplo de una escritura falsi
ficada y de un texto censurado. Declara: "Con la desfiguración de
un texto pasa algo parecido a lo que ocurre con un asesinato: la
dificultad no reside en perpetrar el hecho, sino en eliminar sus
huellas. Habría que dar a la palabra Entstellung el doble sentido a
que tiene derecho, por más que hoy no se l o emplee. No sólo
debiera significar 'alterar en su manifestación', sino, también, 'po
ner en un lugar diverso', 'desplazar a otra parte'. Así, en muchos
casos de desfiguración-dislocación de textos podemos esperar que,
empero, hallaremos escondido en alguna parte lo sofocado y des
mentido, si bien modificado y arrancado del contexto. Y no siem
pre será fácil discernirlo" 17 .
En el Moisés de Miguel Ángel, también se trata de una
transformación-deformación, pero lejos de ser aquella del asesina
to de Moisés, ella corresponde a la posibilidad de su no-asesinato,
del carácter "no sucedido" de su asesinato, para retomar una fór
mula de Inhibición, síntoma y angustia. En cierto sentido, es Mi
guel Ángel quien comete el crimen, quien da' muerte a Moisés
una segunda vez deformando e interpretando muy libremente su
historia. Pero curiosamente, este dar muerte simbólica, ligada a la
"profunda remodelación" de la verdad histórica, desemboca en la
presentación de un Moisés perdonado. Si , en efecto, Moisés no
destruyó las tablas, si . . . Todas las conjeturas son posibles, y por
16
El Moisés de Migue/Ángel, op. cit., p. 232.
17
Moisésy la religión monoteísta, op. cit., p. 42.
46
supuesto, particularmente la siguiente: ¿Y si los judíos no lo ma
taron? ¿Pues por qué matar a un padre que renuncia a su cólera?
¿ Un padre que renuncia a su violencia y a su agresividad, un pa
dre, si se quiere, que sublima su rol de padre? ¿ Un padre que se
vuelve extraño a su rol al querer desempeñarlo mejor?
El acto de Miguel Ángel está presentado en efecto como
una sublimación, en el sentido banal del término: llevar a algo o
alguien más alto que a sí mismo, elevarlo. Reprimiendo su cólera,
Moisés se coloca sobre sí mismo, sobre su violencia: "Pero Miguel
Ángel ha situado en el monumento funerario del Papa un Moisés
diferente, superior al Moisés histórico o tradicional. Ha retrabaja
do el motivo del quebrantamiento de las Tablas de la Ley; no deja
que la cólera de Moisés las destruya, sino que apacigua esa cólera, o
al menos le inhibe el camino de la acción, por la amenaza de que
pudieran hacerse pedazos. Así ha introducido en la figura de Moi
sés algo nuevo, sobrehumano, y su imponente volumen físico, y el
vigor de su desafiante musculatura, se convierten en el medio de
expresión corporal para el supremo logro psíquico asequible a un
ser humano: sujetar su propia pasión en beneficio de una destina
ción a la que se ha consagrado, y subordinándose a ellá' 18 •
Esta elevación psíquica de Moisés corresponde a la trans
ferencia de su poder, a la deformación de su identidad, a la
refundición de su cuerpo, de s u fuerza, de su historia . Freud
está fascinado por la libertad de dicha interpretación. Y si nos
preguntamos, en el fondo, cuál es la verdadera razón de esta
fascinación se puede pensar que en la estatua divisa otra ima
gen del padre, un padre resucitado, sentado sobre su propia
tumba, que, eternamente contenido, ya no puede morir, ya no
puede ser asesinado. Este padre transgredido, infiel a su pro
pia imagen, ¿no hace rondar sobre el psicoanálisis la sombra
de un padre cuyo poder se sostendría en la imposibilidad de
ser asesinado? Y de hecho, ¿ no es dicho padre -el Moisés de
18
El Moisés de Migue/Ángel, op. cit., pp. 237-238.
47
M iguel Angel- finalmente más fiel al monoteísmo judío que
el presentado en Moisés y la religión monoteísta? El dios judío
es un dios viviente. El judaísmo no es un pensamiento de l a
m uerte d e Dios. Y esta posibilidad d e u n cumplimiento ju
daico de la figura de Moisés por parte de Miguel Ángel es
vertiginosa, como si en cierto sentido Freud reparase de ante
m ano el ultraje de sus tesis (la tesis de los judíos deicidas que
acompaña a la de los musulmanes deicidas) . Dar muerte a
Moisés en la piedra para que no muera, elevarlo psíquicamen
te para que se vuelva lo que es, cumple su identidad destinán
dolo a ser irreconocible por siempre, otro por siempre.
¿No es eso ad.Initir al mismo tiempo que existe un porve-
nir del Edipo? ¿Otra historia posible con el padre? ¿Con la ley?
¿Qué tendría que ver con lo que, en el dios muerto, resiste para
siempre a la muerte de dios, y con ello a la muerte del padre?
¿ Qué resiste también a lo religioso?
Esta idea de un padre que no es inmortal sino que se
encuentra en la imposibilidad de morir, lo cual no es lo mismo,
nos parece una ilustración -apenas bosquejada, y a pesar de todo
nítida- del psicoanalista, tanto de su estatuto como de su tarea.
Este padre extraño a sí mismo sería quien, bajo la figura del
analista, se le aparece al paciente en la transferencia. Freud con
fiesa, al inicio de su ensayo El Moisés de Miguel Ángel, que está
más fascinado por la escultura que por las otras artes. Y en "Psi
coanálisis" y "Teoría de la libido", compara el trabajo del psicoa
nalista con el trabajo del escultor. H ay que advertir que este
trabajo siempre es presentado como un trabajo de modificación
del sujeto hacía lo mejor. La escultura es siempre para Freud del
orden de una deformación que mejora, de un embellecimiento,
de una rernodelación hacia lo mejor que, al mismo tiempo, no
trasviste al modelo. Ocurre lo mismo con el psicoanálisis. Se
trata, a partir de lo que el paciente es, de darle "la mejor forma
ción que admitan sus disposiciones y capacidades y haciéndolo
48
así, en todo lo posible, capaz de producir y de gozar" 1 9 • Esta
"formación" no impide que el analista "respete la especificidad
del paciente, no procura remodelarlo según sus ideales persona
les - los del médico"20• Este extraño modelado respetuoso de la
identidad, esta cirugía plástica psíquica, ¿no apelan para poder
funcionar a dos figuras del padre, uno muerto y otro que no
consigue morir? ¿Uno que decide, otro que esculpe anulándose
a sí mismo, permaneciendo sentado? Este descalabro entre dos
lógicas, que permite poner en escena la figura masculina del
analista entre dos versiones de Moisés, quizá sería fundamental
para comprender el fenómeno de la trans-sexualidad.
'
9
Dos artículos de enciclopedia: "Psicoanálisis" y "Teoría de la libido", en Obras
Completas, XVIII (1920-22), ed. cit., p. 246.
20 lbíd., p. 247.
49
Una diferencia distancia
Heidegger y Lévi-Strauss*
51
cribir la estructura misma como un ente, Dios, mesa o WC. La
estructura está estructurada a imagen y semejanza de lo que ella
misma estructura. Es así como la presenta Lévi-Strauss, por ana
logía, como una nomenclatura o como un juego. En El pensa
miento salvaje, por ejemplo, toma el fútbol, dándole así a la es
tructura el tiempo de una comparación, el rostro de un ente in
tramundano.
Por otra parte, ¿es tan ilegítimo pensar al ser mismo si no
verdaderamente corno estructura, al menos corno origen mismo
de toda estructura, corno unidad originariamente sintética? ¿Qué
es la síntesis a priori, este "empalme" que Heidegger denomina
"síntesis ontológica'' en K,mt y el problema de la metafísica, sino
una estructura? Finalmente, en cuanto a la diferencia -sea que se
la piense como Heidegger hace, corno un "entre dos" más origina
rio que lo que ella diferencia, o como Lévi-Strauss, corno una "dis
tancia significativa''-, ¿ella no exige el recurso a la estructura como
su condición esencial de inteligibilidad, es decir, de hecho, como
lo que revela su modo de ser?
Aquí quisiera interrogar el irreductible mestizaje ontoló
gico del concepto de estructura, mostrando que quizás, en el fon
do, este concepto nunca ha designado otra cosa más que la impo
sibilidad de repartir s implemente entre el ser y el ente, de repartir
simplemente, al mismo tiempo, entre la analítica existencial y las
ciencias humanas. Intentaré poner en evidencia el carácter onto
lógicamente híbrido del concepto de estructura creando otro cru
zamiento, produciendo otra hibridación bajo la forma de una
confrontación entre Heidegger y Lévi-Strauss. Se trata, en efecto,
de un extraño acoplamiento y no sé si es preciso o no reconocerlo
corno monstruoso o contranatural. Para darle lugar, me apoyaré
en cierta tradición filosófica francesa que ha descubierto a ambos
autores de manera conjunta.
En Ser y tiempo, corno sabemos, Heidegger hace un uso
constante del concepto de estructura. ¿De dónde viene éste? Cier
tamente Heidegger no lo toma prestado ni de la psicología ni de
52
la sociología (el término, recordémoslo, es establecido por Dur
kheim en Las reglas del método sociológico, de 1 89 5), ni mucho
menos de la lingüística. El término Struktur aparece ya desde sus
primeros escritos dedicados a la lógica, especialmente en los Neu
ere Forschungen über Logil?- de 1 9 1 2 . La lógica es definida como la
ciencia de las estructuras o de las formas válidas de significación.
Y la primera de estas formas o estructuras es la estructura del
juicio. Heidegger muestra, en su curso de 1925 - 1 926 titulado
Logik. Die Frage nach der Wahrheit, que la tarea de la lógica tradi
cional, es decir, aristotélica, consiste en desprender la estructura
fundamental del logos (Grundstruktur des Logos), la estructura de
la predicación. Heidegger ia caracteriza también como "Als-Struk
tur,", estructura del "en tanto que" 3. Por cierto, en Ser y tiempo la
"estructura'' está separada de esta acepción lógica, de la que sin
embargo proviene. Sin duda, Heidegger no fue indiferente a la
fortuna que el concepto de estructura comenzaba a experimentar
en las ciencias humanas. No pudo ignorar tampoco el adveni
miento y luego el triunfo del estructuralismo, aunque ello se haya
debido a su amistad con Lacan. Lo cierto es que Heidegger jamás
habló ni se dio el trabajo de precisar su propia comprensión de la
estructura en relación con aquella de los "estructuralistas" . Sólo
una veintena de años separan la publicación de Ser y . tiempo de
aquella de las primeras obras de Lévi-Strauss: 1 948 para La vida
familiar y social de los Indios Nambikwara, 1 949 para Las estructu
ras fundamentales del parentesco.- En cuanto a la Antropología es
tructural, sabemos que agrupa textos que se escalonan de 1 945 a
1 954. Sin embargo, no hay ninguna relación entre los dos auto
res, ningún intercambio. Es apasionante poner en evidencia con
posterioridad lo que, extrañamente, no puede aparecer sino como
puntos de pasaje - incluso si éstos son al mismo tiempo puntos de
ruptura- entre el concepto heideggeriano y el concepto estructu-
2
Gesamtausgabe, Francfort, Klostermann, 1975 sq., t. l.
3 GA 2l, § 12.
53
ralista de estructura. Quisiera dedicarme aquí a dicha puesta en
evidencia. Mi discurso intentará respetar, a medida que lo sitúa,
su prop10 imperativo metodológico: mantenerse en el entre-dos
del "círculo hermenéutico" y del "bricolage".
La presencia de la "estructura" en el léxico de Ser y tiempo
no es, evidentemente, ni marginal ni adventicia. La estructura ata
ñe a lo esencial, es decir, al ser. Más exactamente, a ese ente que
tiene una comprensión de su ser, el Dasein. El Dasein, por otro
lado, no es más que una estructura. El § 39 se titula "La pregunta
por la totalidad originaria del todo estructural del D asein" (die
Ganzheit des Strukturganzen des Daseinsf Lo que se comprende en
dos niveles que coinciden y se interpeneuan. En primer lugar, cuan
do presenta en el § 9 la tarea y la intención de la analítica existen
cial, Heidegger muestra que ésta no tiene por objeto estudiar ónti
camente el comportamiento individual sino explicitar temáticamen
te la "estructura ontológica del Dasein''. En segundo lugar, al de
terminar esta última como "estructura de existencia (Existenzstruk
tur), Heidegger saca a la luz en el mismo parágrafo esas "categorías"
de existencia que son los "existenciales". Ahora bien, los existencia
les son ellos mismos estructuras; estas estructuras, dice Heidegger,
están "fuertemente marcadas" en la medida en que ellas son preci
samente "determinaciones oncológicas" 5 . Los existenciales, enten
didos como estructuras o "momentos estructurales", características
fundamentales del Dasein, son la existencialidad, la facticidad y la
condición de arrojado (caída) .
¿ Qué relación hay entre la comprensión existencial y la
comprensión lógica de la estructura? En su curso de 1 925- 1 926,
Heidegger mostró que la estructura del "en tanto que", la estruc
tura de la predicación que Aristóteles tiene por fundamental, en
realidad no es originaria. Ella remite a un "zócalo significante ( . . . )
anterior a la discursividad del lenguaje. [Ella] pertenece a la esfe-
54
ra, anterior a la lógica, del Verhalten, del "comportamiento" ( ... )" 6 •
Este comportamiento -es decir, el conj unto de todos los compor
tamientos de la vida humana- se hizo posible gracias al carácter
"aperiente", pre-lógico, que caracteriza a la estructura ontológica
del Dasein.
Los § 39-4 1 de Ser y tiempo van a precisar esta significa
ción ontológica sacando a la luz, en tres momentos, la unidad de
los existenciales. Primer nombre dado a esta unidad: el estar-en
el-mundo . Segundo nombre: el cuidado, "fenómeno unitario"
vuelto de algún modo visible por el primero7• Y finalmente, el
cuidado se ve él mismo conducido hacia una última unidad, la
temporeidad. "En la primera determinación de esta trama estruc
tural, se hizo ver que, con respecto a la articulación de esta estruc
tura (gegliederte Struktur), era necesario llevar aún más atrás la pre
gunta ontológica, hasta poner al descubierto la unidad integra
dora de esta m ultiplicidad estructural (Strukturmannigfaltigkeit) .
La unidad originaria de la estructura es la temporeidad" 8 •
Sea la estructura ontológica del Dasein como estructura
de existencia, o bien la estructura como unidad o articulación de
estructuras, es decir, de existenciales o modos de ser fundamenta
les, ¿por qué todo el recorrido de Ser y tiempo se orienta según la
puesta en evidencia de una unidad estructural siempre más eleva
da, verdaderamente originaria? Este movimiento obedece, entre
otros motivos, a la necesidad de desviar la estructura de esta signi
ficación de la cual Heidegger dice que es su significación óntica.
Esta significación óntica es la de ensamblaje, agenciamiento, ar
mazón, composición e incluso máquina.
El Dasein es un todo, no un agregado ni un ensamblaje: el
55
estar-en-el-mundo, afirma Heidegger, "es una estructura originaria
y constantemente total". Por cierto, hay que insistir en el carácter
relacional y no sustancial de los momentos co-originarios constitu
tivos de la totalidad: cada uno toma sentido sólo en y por su rela
ción con los otros. Esto no impide que esta relación se despliegue
sin nunca quebrarse, desunirse ni espaciarse, al contrario de lo que
según Heidegger puede ocurrir en un ensamblaje9 .
"¿Será posible captar en su totalidad este todo estructural
( . . . ) del Dasein?". La respuesta es clara: "Negativamente dicho: la
totalidad del todo estructural no puede ser alcanzada fenoménica
mente por medio de un ensamblaje de elementos (durch ein Zu
sammenbauen der Elemente). Este ensamblaje requeriría un plano
arquitectónico (Bauplan) "10• De la misma manera que en su Sche
lling ( 1 936) distingue dos significados del concepto de sistema, uno
"auténtico" -"un ensamble interior, que le da a la cosa su base y
apoyo"- y otro "inauténtico" -"un mero amontonamiento
(Geschiebe) exterior" 11-, en Ser y tiempo el filósofo distingue dos
significados de la estructura, que coinciden casi término a término
con aquellos del sistema. Por una pa. te, la estructura como "una
mirada completa que atraviesa este todo en busca de un fenómeno
originariamente unitario, que está presente en el todo y que funda
ontológicamente cada uno de los momentos de la estructura en su
posibilidad estructural" 12• Y por otra, la estructura como simple
plano, como marco, como dispositivo destinado a ser concretado o
rellenado por un ensamblaje o un montón de piezas separables.
Se advierte que Heidegger hace implícitamente referencia
a las ciencias humanas -en particular a la antropología y la etno-
56
logía- cuando enuncia este segundo significado. "El ser del Da
sein, precisa Heidegger, no ha de ser deducido de una idea del
hombre" y la estructura aquí b uscada no puede, en ningún caso,
resultar de una indagación "centrada en el ente interior al mun
do"13. Hay que recordar que, para Heidegger, "la analítica exis
tencial del Dasein está antes de toda psicología, de toda antropo
logía y, a fortiori, de toda biología'' 14.
Sin embargo, y es esto lo que inquieta, Heidegger afirma
muy claramente en otras partes, que ninguna de esas ciencias, ni
siquiera la lógica, movilizan directamente la significación óntica
de la estructura, simple ensamblaje o acumulación de piezas y
pedazos. En el § 1 0 titulado "Delimitación de la analítica del
Dasein frente a la antropología, la psicología y la biología'', Hei
degger da cuenta de los trabajos de Dilthey y de Scheler. D e
Dilthey menciona l a "psicología como ciencia del espíritu" y de
Scheler su "interpretación fenomenológica de la personalidad" .
Dice: "Las investigaciones d e W Dilthey están animadas por l a
constante pregunta por l a "vida''. Dilthey intenta comprender las
"vivencias" de esta vida en su contexto estructural y evol utivo par
tiendo del todo de esta misma vida'' . Heidegger agrega que la
"psicología como ciencia del espíritu (de Dilthey)" renuncia a
orientarse hacia elementos, átomos psíquicos y se niega a hacer de
la vida del alma un agregado de pedazos, apuntando más bien al
"'todo de la vida' y las 'formas' que ella toma''. Vemos claramente
que es la estructura en el sentido de enteridad, de un todo articu
lado, la que es requerida aquí, no la yuxtaposición. Lo mismo vale
para Scheler: la persona, para él, se presenta como "ejecutora de
actos intencionales enlazados por la unidad de un s entido" 1 5 .
Entonces tampoco hay ensamblaje. En cuanto a la biología, ¿ella
no da también a los conceptos de "forma'' o de "estructura" de lo
vivo el sentido de "totalidad organizada'', irreductible a una suma
13 Jbíd., p. 204.
14 Ibíd., p. 70.
15 Ibíd., p. 73.
57
o a una compilación? Heidegger evidentemente lo reconoce cuando
cita a von Uexküll en Los conceptos fundamentales de la metafísica:
" El organismo (como "forma" animal permanente o estructura)
no sólo preserva su unidad específica, sino que se la da primor
dialmeme"16.
Entonces, ¿ por qué Heidegger descarta el sentido óntico
de la estructura y lo remite a campos de investigación o de cues
tionamiento en los cuales, por otra parte, reconoce que dicho sen
tido está ausente?
Propondré esta respuesta: el sentido óntico de la estructura
no tiene sentido alguno. No se le ocurre a nadie. Ni a los filósofos,
ni a los biólogos, antropólogos o etnólogos. A nadie. Incluso tam
poco al hombre de la calle. Ciertamente, existe un sentido vago,
corriente, de la palabra "estructura''. Pero todo el mundo entien
de la estructura, incluso vagamente, como la totalidad o la uni
dad articuladas en un todo. Quien compra un automóvil al que
se le alaba, quizás por un abuso conceptual, su "estructura" -bien
se trate del chasís o del tipo de material del vehículo- no entien
de j amás con la palabra "estructura'' un simple agregado de áto
mos. En seguida piensa en la idea aproximada de una orgamza
ción, de un ritmo, de una síntesis.
¿Qué rol juega entonces, en el pensamiento de Heidegger,
este sentido óntico o derivado que, de cierra manera, no existe y
no sirve para nada?
Pues no sirve de nada. Heidegger muestra que si las cien
cias antes enumeradas no pueden dar lugar a una comprensión
auténtica del Dasein, que si su insuficiencia j ustifica la elabora
ción de una analítica existencial, es porque ellas no perciben las
bases ontológicas que sin embargo son las suyas. Dicho de otro
modo, porque ellas, sin saberlo, requieren la significación ontoló-
16
Les conceptsfandamentaux de la métaphysique. Monde-finitude-solitude, tr.fr. Daniel
Panis, París, Gallimard, 1992, p. 343. (Existe traducción al castellano: Los conceptos
fimdamentales de la metaflsica. Mundo-finitud-soledad, Madrid, Alianza, 2007). Véa
se también CA 29-30, p. 328.
58
gica de la estructura. Esto no se debe a que ellas hagan un mal uso
del término. Es así por ejemplo, que si el "aparato conceptual,
quizás desmañado y tosco" de la etnología puede "contribuir po
sitivamente a un genuino realzamiento de las estructuras ontoló
gicas de los fenómenos", es porque la etnología "se mueve ya ( . . . )
en determinados conceptos previos e interpretaciones acerca de la
existencia humana en general" 17 . Entonces, si la etnología es in
capaz, tal como las otras ciencias o saberes regionales, de poner en
evidencia de manera satisfactoria la totalidad del Dasein, su cons
titución de ser como un todo estructurado, no es porque ella haga
uso, implícita o explícitamente, bajo ese nombre o bajo otro, de
un concepto de estructura derivado, de una comprensión de la
estructura como ensamblaj e, sino porque ella permanecería ciega
al zócalo ontológico de la noción.
A partir de lo anterior, si toda estructura, incluso "entita
tiva", remite siempre a una unidad originariamente sintética, si la
estructura no tiene sentido óntico, ¿por qué querer diferenciar su
sentido? ¿Por qué hacer funcionar una diferencia fáctica, más fác
tica que el hecho de ser-ahí, p uesto que incluso para el Dasein
más preocupado, el más caído, el menos resuelto, nunca nada es
un simple ensamblaje, nada, salvo j ustamente lo que no es nada?
¿Por qué querer intentar des-solidarizar la significación auténtica
de la estructura de un falso amigo o más bien de un falso enemigo
que nada le opone?
Una vez más, ¿de qué sirve en Ser y tiempo esta estructura
finta-falsa-facticia que es el ensamblaj e, que está perdida en el
texto al modo de un significante flotante? Digamos provisional
mente: ella espera.
En este punto de mi análisis llega el momento de volver
me hacia Lévi-Strauss. En el momento de la redacción de su tra
bajo sobre el parentesco, Lévi-Strauss tiene relación con dos con
cepciones muy precisas de la noción de estructura: una que sentó
17
Sery tiempo, § 1 1 , p. 76.
59
cátedra en su disciplina, la noción de estructura social desarrolla
da por los antropólogos anglosajones y especialmente por Radcli
ffe-Brown; la otra, cuyo descubrimiento es para él reciente, pro
viene de la lingüística y la descubre a través de la enseñanza de
Jakobson y de la lectura de Saussure y Trubetzkoy. La originali
dad del recorrido de Lévi-Strauss consiste en el lazo que establece
entre las dos concepciones, lo que al mismo tiempo le permite
elaborar una aproximación totalmente nueva del concepto.
¿Es preciso recordar que en Lévi-Strauss, quizás más clara
mente que en cualquier otro, la estructura no designa nunca un
simple ensamblaje de elementos? En primer lugar porque como
io dice la Antropología estructural "desde un punto de vista es
tructuralista ( . . . ), la noción de estructura no depende de una
definición inductiva, fundada en la comparación y la abstracción
de los elementos comunes. ( . . . ) O bien el término de estructura
social no tiene sentido, o bien este sentido mismo posee ya una
estructura" 1 8 • El término estructura es él mismo una unidad o
una totalidad articulada. En segundo lugar, porque la estructura
"no se puede aprehender directamente en la realidad concreta" 19•
Al no ser intramundana, la estructura no p uede ser asimilada en
tonces a un plan de montaje. En tercer lugar, porque las relacio
nes entre los diferentes términos de una estructura no son "fron
teras rígidas" sino "umbrales" que prohíben toda parcelación o
dislocación20• En un texto dedicado al p ensamiento de Lévi
Strauss, Jean Pouillon caracteriza la estructura en los siguientes
términos: un "sistema de diferencias que no conduce ni a su sim
ple yuxtaposición ni a su borradura artificial"2 1 • Finalmente, por
que ella se mantiene como un punto de equilibrio, tal como afir
ma Lévi-Strauss al comienzo de El pensamiento salvaje, entre ne-
18
Lévi-Strauss, Antrop ología estructural, Paidós, Barcelona, 1987, p. 300.
19 Ibíd, p. 324.
20
Ibíd, p. 3 1 7.
21 El texto de Jean Pouillon 'TOeuvre de Claude Lévi-Strauss", aparecido en Les
Temps modernes, julio 1956, está citado en Antropología estructural, ed. cit. p. 349.
60
cesidad y acontecimiento, corno búsqueda del punto de impacto
entre la forma y el fenómeno22 .
Es inútil insistir más en la evidente solidaridad de los ele
mentos que forman la estructura. Me dedicaré más bien a aislar la
manera en la que Lévi-Strauss piensa la articulación que preside a
esta solidaridad. Al confrontar la comprensión heideggeriana de
la Gliederung con aquella de la articulación estructural intentaré
dar cuenta de la significación óntico facticia de la estructura que
duerme, suspendida, en Ser y tiempo. En Heidegger se trata de
pensar a la vez la diferencia ,--diferencia entre los existenciales- y la
unidad, es decir el fenómeno originario que permite desplegarse a
los diferentes momemos. La Gliederung es así inseparable de la
Struktur, ella aparece en cierto sentido como su sinónimo. Enten
demos, en la Gliederung, a la vez el todo y la diferencia de los
miembros. Por este hecho, y sea lo que diga Heidegger, la articu
lación tiene que entenderse aquí en un sentido cuasi fisiológico .
La determinación propiamente estructuralista de la articulación
en cuanto tal -si compromete también una relación necesaria
mente complementaria entre unidad y diferencia- nada debe, lo
sabernos, a la metáfora de los miembros o del conjunto de miem
bros. La articulación es un concepto ofrecido por la lingüística al
estructuralismo. Si se trata aquí también de designar un tipo de
relación entre los términos que haga primar la existencia misma
de los términos, dicha relación, para ser sistemática, no descansa
en ningún fenómeno unitario . Lo elemental en lingüística, lo ele
mental de la estructura social o de las estructuras de parentesco es
la distancia. La lengua es un sistema, es decir, una totalidad arti
culada, pero esta articulación no es otra cosa que la determina
ción regulada de espaciamientos entre unidades distintivas o s1g
nificantes 23 .
61
Lévi-Strauss hace de la distancia un concepto fundamental
del método estructuralista. Citemos dos casos en los que aparece
este término en la Antropología estructural: en primer lugar, "llama
mos cultura a todo conjunto etnográfico que desde el punto de
vista de la prospección presenta, con relación a otros conjuntos,
distancias significativas ( . . . ) El objeto último de las investigaciones
estructurales (es el conjunto de) las constantes ligadas a estas distan
cias . . . "24. En segundo lugar, "como en lingüística, el objeto propio
de la etnología lo constituyen estas distancias diferenciales'25.
Todo el asunto consiste entonces en saber si diferencia y dis
tancia tienen la misma significación, si Heidegger habría podido ha
blar tanto de distancia ontológica como de diferencia ontológica. Se
trata de medir la diferencia o la distancia entre la diferencia y la
distancia. Me parece que Heidegger nunca habría podido em
plear el término "distancia'' para designar la diferencia entre los
existenciales. Ciertamente, en Das Wesen der Sprache ( 1 957- 1 958) ,
al momento de caracterizar el "rasgo aperiente" que signa la "ve
cindad" entre poesía y filosofía, emplea el término "distancia'' (Au
seinander). Poesía y filosofía, declara Heidegger, "se distancian una
de otra con toda amplitud" 26 • Pero esta distancia no es de la mis
ma naturaleza de aquella o aquellas que forman y regulan los in
tervalos entre los elementos de la lengua o las relaciones entre
parientes al interior del círculo social. Tales elementos, tanto para
el lingüista como para el etnólogo, no son propiamente hablan
do, "vecinos"; el juego ontológico de su proximidad y de su aleja
miento no está en cuestión. Simplemente porque una distancia
62
no es más que una distancia. Hay distancia, es todo, "esta distan
cia, como dice Foucault en Las palabras y las cosas, ínfima pero
invencible, que reside en el 'y'"27 . Podemos citar también, en este
punto, la Lógica del sentido de Deleuze. "El sentido resulta efecti
vamente producido por [la] circulación [ circulación entre las dis
tancias, hecha posible por la distancias mismas] ( . . . ) . En una
palabra, el sentido es siempre un efecto. No solamente un efecto
en el sentido causal; sino un efecto en el sentido de "efecto ópti
co", "efecto sonoro" o, mejor aún, efecto de superficie, efecto de
posición, efecto de lenguaje" 28 • Lo que Heidegger, precisamente,
j amás diría del sentido del ser. . .
Así, sustituyendo la distancia a la diferencia, el estructura
lísmo tiende a invalidar, de alguna manera, la diferencia ontológica
considerada como su basamento inadvertido. La distancia diferen
cial no tiene morada ontológica, es ontológicamente híbrida o
monstruosa. Fuera de la vecindad, también está fuera de la diferen
cia aun cuando opera como diferencia pura, es decir, para retomar
un término de Saussure, como diferencia "inmotivada".
Ahora es posible volver a nuestro ensamblaje en espera, al
falso amigo o falso enemigo de la estructura concebida como pie
za montada. Todo sucede como si, por esta finta o este falso senti
do, Heidegger conjugara por adelantado aquello en lo que la dife
rencia se iba a convertir: una pura distancia, una distancia pura y
simple. Ciertamente, he insistido sobre este punto: el sistema de
las distancias diferenciales no es, para el estructuralismo, un mar
co formal donde vienen a acumularse o a amontonarse elementos.
Sin embargo, parece que Heidegger se defiende por adelantado
contra cierta interpretación de la diferencia, inadmisible para él,
que hace de la diferencia una distancia y confunde así el rasgo
donante del ser y del ente. Sin cesar, en los textos posteriores a Ser
27 Michel Foucau!t, Las palabrasy las cosas, tr. Eisa Cecilia Frost, Buenos Aires, Siglo
XXI, 1 968, p. 333, modificada (N de los T).
28
Gilles Deleuze, Lógica del sentido, tr. Miguel Morey, Barcelona, Paidós, 1994, pp.
88-89.
63
y tiempo, Heidegger se ensaña contra la lingüística denunciándola
como un factor de instrumentalización del lenguaje. Sin cesar,
denunciará la significación mecánica, maquínica, que según él las
ciencias humanas confieren al hombre, a su mundo y a su decir.
El ensamblaje, la estructura pensada como construcción formal y
cáscara vacía, pese a no corresponder a ningún referente real, no
por ello deja de tener un rol: de cierta manera, sirve a Heidegger
como escudo anticipatorio opuesto al porvenir estructural de la
diferencia. H ay que notar, en efecto, que en Francia, autores como
Deleuze, Foucault y Derrida, por no citar más que a ellos, leen a
Heidegger e interpretan la diferencia ontológica con la ayuda de
los útiles hermenéuticos elaborados por el estructuralismo, espe
cialmente con la ayuda del concepto de distancia. La "diferancia"
nació precisamente del encuentro entre diferencia y distancia.
Espaciamiento y temporalización son más originarios que la dife
rencia entre el ser y el ente.
¿Heidegger habrá presentido que de alguna manera le era
preciso garantizar la estructura contra el estructuralismo, proteger
la estructura contra sí misma, devaluar la distancia reduciéndola al
vacío intersticial, a la nada intervalar que separa sin más los átomos
de un agregado? Siempre que para él la articulación, Gliederung, no
sea un distanciamiento. Conviene, por supuesto, reconducir este
pensamiento de la articulación al fenómeno verdaderamente unita
rio que precede a su unidad: la temporalidad. Se me podría objetar,
en efecto, que la significación óntica de la estructura, sin duda al
guna, tiene un sentido en Heidegger, desde que está ha gobernado,
según él, la comprensión metafísica del tiempo como tiempo cos
mológico, pura sucesión de ahoras nivelados. Además, Heidegger
precisa en el curso de 1 925-1 926, Logik, y contra dicha compren
sión, que el tiempo no opera (fangiert) rahmenmassig -como un
marco-, sino más bien y justamente, strukturmassig, como una es
tructura, unidad desplegada y articulada de los éxtasis29 • De to-
29
GA 21, p. 409.
64
dos modos, sería posible inquietar, a la vez, este concepto de meta
física del tiempo como simple ensamblaje o marco, mostrando que
éste no corresponde quizás tampoco a nada, que jamás el tiempo ha
sido comprendido así, y que, como dice Derrida, quizás no hay
tiempo vulgar o lo que es lo mismo, "¿y si no hubiera otro concepto
del tiempo que el que Heidegger denomina 'vulgar'? "30 •
Ahora hay que ver, en cambio, que si la distancia confun
de e inquieta la diferencia ontológica, es también y precisamente
por el hecho de su propio alcance ontológico. Sea lo que diga
Lévi-Strauss, quien en particular en las páginas que abren Tristes
Trópicos desmarca explícitamente su camino de pensamiento y de
experiencia de aquel de la filosofía y de la metafísica, la determi
nación propiamente estructuralista de la estructura tiene un al
cance existeiicial indiscutible. Como he señalado al comienzo de
este texto, las cosas pueden perfectamente invertirse. Despojar a
la estructura de significación ontológica es un gesto cuyo sentido
es ontológico.
La comprensión estructuralista de la estructura es apertu
ra de una cierta mirada sobre la finitud que radicaliza el ser-para
la-muerte. Ella lo exhibe -no vacilo en usar esta fórmula- como
una moneda de cambio. Quizás no es suficiente afirmar que el
Dasein es un todo estructurado. Hay que mostrar todavía que la
relación que une este todo con los otros, es decir, con los otros
Dasein, está ella misma estructurada. Estructurada por el inter
cambio, en efecto, o por aquello que Lévi-Strauss llama la· comu-
. nicación. Las distancias diferenciales hacen posible, en una co
munidad, una economía en el seno de la cual cada término no
existe, de un modo u otro, sino en función de su intercambiabili
dad. Ser finito es ser intercambiable, es decir, poder y deber cir
cular. "En toda sociedad, declara Lévi-Strauss, la comunicación
opera en tres niveles diferentes por lo menos: comunicación de
mujeres; comunicación de bienes y servicios; comunicación de
30
Jacques Derrida, Aporías, tr. Cristina de Peretti, Barcelona, Paidós, 1998, p. 33.
65
mensa1es . En consecuencia, el estudio del sistema de parentesco, .
del sistema económico y del sistema lingüístico ofrece ciertas ana
logías. Los tres dependen del mismo método: difieren solamente
por el nivel estratégico en que cada uno se coloca, en el seno de un
universo común. Se podría inclusive agregar que las reglas de pa
rentesco y de matrimonio definen un cuarto tipo de comunica
ción: la de los genes y de los fenotipos. La cultura no consiste
solamente, entonces, en formas de comunicación que le son pro
pias (como el lenguaje), sino también -y tal vez sobre todo- en
"reglas" aplicables a toda clase de "juegos de comunicación", ya se
desarrollen éstos en el plano de la naturaleza o de la cultura''3 1 •
Uno siempre se podrá mostrar escandalizado por tales afir
maciones, clasificarlas sin más entre las banalidades y los delirios
ónticos producidos por las ciencias humanas. Sólo queda que el
estructuralismo exhiba de alguna manera, aunque sea pese a él,
algo así como una duplicación, un reverso de la diferencia ontoló
gica. Duplicación y reverso que no son ni ónticos ni ontológicos,
siendo los dos a la ve:z. Esta duplicación, este reverso, son aquellos
de la distancia, distancia pensada a fin de cuentas -ahí reside la
originalidad del pensamiento de Lévi-Strauss en relación con la
lingüística- como norma de abertura, nebulosa de hábitos y de
intercambios (los bienes, las palabras, las mujeres) cuya persis
tencia está asegurada por dispositivos energéticos estables.
Se puede, con pleno derecho, considerar que el estructu
ralismo, en este sentido, empuja al límite a la analítica del Dasein
al levantar la censura que distancia o que diferencia la distancia de
la diferencia y arroja al Dasein, quizás más violentamente que la
Geworfanheít, en la economía de mercado existencial, cuyo movi
miento perpetuo ni siquiera es abolido por la irremplazabilidad
ante la muerte.
Foucault no se equivocó respecto a esto, en el capítulo
de conclusión de su obra Las palabras y las cosas, al ver en la
66
episteme moderna y en su aguda punta estructuralista lo que él
denomina, de manera extremadamente inquietante, una "analí
tica de la finitud" 32 .
A lo largo de todo este artículo, perseguí ese punto donde,
una vez destruida la barrera de la significación facticia de la estruc
tura como ensamblaje, analítica existencial y estructuralismo pue
den ser realmente confrontados, provocando, esta confrontación, y
precisamente su deconstrucción. Por una parte, la consideración
estructuralista de la articulación y de la distancia no puede seguir
estando circunscrita, como lo dice Derrida en De la gramatología, a
los límites de una "ciencia óntica'' u "ontología regional", "según el
modelo de las preguntas heideggerianas, tal como funciona poten
temente desde el comienzo de Sein und Zeit'53. La "estructura es
tructuralista'' se ve, por el hecho de esta confrontación y porque
ella híbrida la diferencia, ontológicamente desenclavada. En cam
bio, conducida hacia (y no reconducida a) su significación y su
alcance ontológico, es decir hacia una "analítica de la finitud", la
"estructura estruturalista'' pierde la ambición positivista, incluso
científica, que Lévi-Strauss pretendió conferirle.
¿Qué estructuras elementales del parentesco hay entre la
analítica existencial y el estructuralismo, entre la diferencia y la
distancia? Es demasiado tarde para preguntárselo. La estructura,
consagrada a la hibridación, es finita. La estructura es siempre y
necesariamente finita. Pero sabemos desde Heidegger que un fin
es una imposible posibilidad. Y una imposible posibilidad, lo
sabemos desde Lévi-Strauss, es otro nombre para una prohibi
ción. ¿Con qué fin finaliza la estructura? ¿Es preciso, para respon
der a dicha pregunta, desplegar dos analíticas distintas de la fini
tud? ¿Mantener que la diferencia ontológica y la prohibición del
incesto acaban cada una por su lado? ¿Resulta vano querer ensam
blarlas como en una construcción formal? ¿ O por el contrario, se
32
Foucau!t, Las palabras y las cosas, ed. cit., p. 302 y ss.
33 Jacques Derrida, De la gramatología, tr. Osear del Barco, Buenos Aires, Siglo XXI,
1 97 1, p. 29 . .
67
dan la una a la otra fundamentalmente al intercambiar sus ense
ñanzas? En su totalidad estructurada y según todas las sutilezas
de su articulación, la cuestión no termina.
68
"Un ojo al borde del discurso"*
69
que Kant le asignó: un "procedimiento universal de la imagina
ción para suministrar a un concepto su propia imagen" 2 º
Quisiera explorar, en efecto, el o los procesos por los cua
les un pensamiento, una idea, un motivo intelectual, se dejan
figurar antes de ser definitivamente puestos en formaº Pero qui
siera explorarlos, y eso es lo que constituye el segundo objeto del
presente estudio, a partir de una fractura operada a lo largo de
todo el siglo XX filosófico por pensadores que precisamente han
puesto en cuestión una determinada concepción de la relación
entre la idea y lo sensible, entre la idealización y la escritura, o
entre el concepto y el textoº
Filósofos franceses como Lyotard, Deleuze, Derrida, Lévi
nas, escritores como Blanchot, por no citar más que a ellos, han
puesto en el centro de su trabajo la cuestión del e spacio y del
tiempo del pensamiento, y por ende, de la sensibilidad de la idea,
redefiniendo completamente la noción de visibilidad intelectuaL
Según la tradición filosófica, ver el pensamiento designa el acto
mismo de la contemplación en el sentido platónico de la theoria:
la idea, por definición, es lo que se deja ver como una imagen,
eidos, y el alma es el ojo que la aprehende, es decir, que la recibe
sin nunca inventarla, crearla ni formarla. En efecto la concepción
tradicional del pensamiento define la visibilidad de éste a partir
de su trascendencia: la Idea es visible porque ella viene de otra
parte y se impone al espíritu como un fenómeno que le es preciso
acoger, interiorizar, hacer suyoº
¿Qué será de la posibilidad de ver el pensamiento cuando
esta concepción de la trascendencia, que i mplica que el objeto
ideal le sea dado al intelecto desde fuera como su referente abso
luto, se ve radicalmente puesta en cuestión? ¿Qué ocurre cuando
la visibilidad del pensamiento ya no está ontológicamente garan
tizada por la trascendencia del objeto y cuando la visión se ve,
2 Immanuel Kant, Crítica de la razónpura, tr. Pedro Ribas, Madrid, Alf uara, 1 998,
ag
p. 1 840
70
desde entonces , encerrada en los límites del discurso y de la escri
tura, sin un verdadero afuera? ¿Cómo se figura el pensamiento
cuando lo figurable y lo pensable, para ser distintos entre sí, no
por ello dejan de ser coalescentes?3.
Es necesario suponer que existe -tomo prestada esta bella
fórmula del libro de Jean-Fran,;:ois Lyotard, Discurso, Figura- "un
ojo al borde del discurso". Este ojo no es el mío ni el vuestro , no
es el ojo de un sujeto, en este caso, el de un sujeto que se vería
pensar. Se trata del ojo del discurso mismo, de este dispositivo
óptico que el lenguaje, en su estructura, hace llegar hasta su bor
de con el fin de que el hablar haga nacer la visibilidad de aquello
de que se habla. El ojo que bordea el discurso ciertamente ve otra
cosa que discurso, pero esta "otra cosa'' no es posible sino a partir
de una función del discurso. Otra manera de decir que el lengua
je abre y funda aquello de lo cual, demasiado a menudo, se cree
que él deriva: la referencialidad. Una mirada está originariamente
inscrita en la palabra que destina uno al otro el decir y el ver. Así
como lo afirma Lyotard: "El lenguaj e no es un medio homogé
neo , sino que escinde porque exterioriza lo sensible en un cara a
cara''4 •
La distancia que separa y acerca a la vez al lenguaje de aque
llo de lo que habla no es , pues, una distancia anterior al lenguaje,
no es la distancia pre-lingüística que regularía, fuera del lenguaje y
sin él, la relación de la palabra con la cosa. Esta distancia se da con
. el lenguaje, desde el origen. "El mundo es una función del lenguaje
( . . . ), toda habla constituye lo que designa en mundo, en objeto
espeso que hay que sintetizar, en símbolo por descifrar'' 5 .
Desde luego, no es que el lenguaje tenga el poder de ha-
3 Cf. Coalescencia: del latín coalescere, "crecer con". Soldadura de dos superficies de
tejidos en contacto (por ej emplo las paredes de una llaga) . Estado de partículas
líquidas en suspensión reunidas en gotitas más grandes. Contracción de dos o más
elementos fónicos en uno solo.
4 Jean-Frarn;ois Lyorard, Discurso, Figura, tr. Josep Elías y Carlota Hesse, Barcelona,
Gustavo Gili, 1 979, p. 32.
5 Ibíd, p. 96.
71
cer existir las cosas. Su carácter demiúrgico no es de ese orden.
Comienza más bien por hacerlas desaparecer, ya que hablar revela
la posibilidad de nombrar las cosas en su ausencia y al mismo
tiempo nombrar la ausencia misma. Hablar es perder. Pero poder
perder es también, en este caso, poder ver; poder ver lo que se
pierde, poder decir que se lo ve. La "función-mundo" del discurso
que asegura la constancia y la posible evanescencia del mundo
mismo es precisamente aquello que Lyotard entiende por esta
"distancia donde se instala el ojo en el borde del discurso"6 •
Antes de convertirse en problema - ¿qué es ver un pensa
miento? ¿Cómo se anuncia sensiblemente?- todavía es necesario
dar otros elementos de análisis. Conviene notar en principio que
si el ojo que se instala al borde del discurso viene del discurso, ver
un pensamiento designaría necesariamente una de las maneras en
las que el lenguaje se ve y se esquematiza a sí mismo. La cuestión
se convierte entonces en saber cómo -y se co mprende todo el
sentido del título escogido por Lyotard, Discurso, Figura- el len
guaje puede hacerse a la vez discurso y figura, cómo puede desdo
blarse en espacio lingüístico y en espacio figural.
Porque, insiste Lyotard, se trata de un desdoblamiento.
Desde las primeras líneas de su libro, muestra que reconocer la
presencia de un ojo en el discurso no significa en absoluto que "lo
dado [sea] un texto", es decir, que el mundo sea un libro, reduc
tible a unidades lingüísticas que no habría más que descifrar. No.
Afirmar que el lenguaje hace visible eso mismo a lo que se refiere
implica - ahí reside la función de este ojo extraño- que una hete
rogeneidad esté dada de manera irreductible, que se puede lla
mar, si se quiere, una diferencia de naturaleza entre el discurso y
la figura, entre el decir y la forma. Hay una necesaria manifesta
ción espacial del lenguaje, pero éste, dice Lyotard, "no puede ( . . . )
incorporarla sin estremecerse"7• Si la figura no está fuera del dis-
6
lbíd, pp. 137-138.
7 Ibíd., p. 32.
72
curso, en el sentido de la trascendencia evocada anteriormente,
no deja de ser cierto que ella pese a todo constituye, en el discur
so, lo otro del discurso, "una exterioridad que [el discurso] no
puede interiorizar como significación"8 • Esta exterioridad que cons
tituye el espesor mismo de lo figural es la extensión sensible, opa
ca, donde el pensamiento, en efecto, se forma. Lo figural nunca se
da como un simple significante, como el reflejo sensible de la
idealidad. Él es, en su dependencia misma, autónomo en relación
con el discurso en la medida en que sólo es otro modo de ser de
la idea.
Hay entonces una violencia originaria operando en el len
guaJe, que provoca la escisión irremisible, en el lenguaje mismo,
entre discurso y figura, entre el sentido y lo sensible, entre idea y
carne. Por consiguiente, cuando se pregunta lo que puede significar
"ver un pensamiento", nos vemos conducidos a interrogar esta dis
torsión entre lo decible y lo visible abierta como un desgarrón en la
orilla del lenguaje y a sondear el poder de este ojo, que es lengua y
mirada a la vez, sin ser una más que la otra. Ver un pensamiento
surgir, estar al borde de la creación, mirar la figura de una nueva
idea necesariamente viene a redoblar el espectáculo originario del
lenguaje, a abrir dos veces el ojo intentando justamente localizar el
ojo del discurso, intentado darle forma, la forma de un estilo, de
una escritura, de un volumen. Es así que el arte en general, dice
Lyotard, pasa "del interior del discurso a la figura''9 • "La figura artís
tica, añade Lyotard, es una deformación que impone otra forma a la
disposición de las unidades lingüísticas." Lyotard muestra que esta
otra forma se declina al infinito en la pintura, la ficción, la poesía;
pura energía "que pliega, que arruga el texto y lo convierte en una
obra, una diferencia ( . . . )"1°.
Si nos mantenemos en el juego de la idea en la escritura,
preguntaremos ahora cómo el pensamiento puede figurar su pro-
8
lbíd.
9
lbíd.
10
!bid., p. 33.
73
pía mirada al considerarse a sí mismo. Deleuze, en Diferencia y
repetición, presenta esta figuración como una puesta en escena, es
decir, como una dramatización: el esquema, dice en términos sus
tanciales, es una "dramatización de la Idea'' cuya meta es "especi
ficarla" y "encarnarla'' 1 1 .
Ver un pensamiento es especificarlo en lo figural. Así como
hay una distorsión irreductible en el lenguaj e, entre discurso y
figura, hay una distorsión irreductible entre el pensamiento y su
forma. Es decir que entre los dos no hay ni especulación ni re
flexión. Hay, por el contrario, ruptura de estaño, ruptura de re
flexividad, hasta tal punto que el pensamiento, cuando se dej a
ver, s e revela siempre irreconocible, incognoscible, tomando la
forma de un extranjero cuya figura, aunque visible, no es un refle
jo inmediatamente identificable. De ahí la angustia que suscita
siempre y necesariamente la escritura.
Ver un pensamiento es, a pesar de todo, hacer la prueba
de un juego de espejos. Pero se trata de un espejo donde se des
plaza rápidamente la relación entre el observador y lo observado.
Blanchot, en El espacio literario, caracteriza este desplazamiento
como una entrada en el reino de lafascinación. Es cierto que cuando
el pensamiento se dej a ver, es el ojo del discurso quien, entre
palabra y figura, se entrevé a sí mismo, pues se refleja. Pero preci
samente, dice Blanchot, "cuando nuestra propia mirada'' se capta
"en espejo", entonces "la visión no termina'', "lo que se ve se apo
dera de la vista y la hace interminable, ( . . . ) la mirada se inmovi
liza en luz, [y] la luz es el resplandor absoluto de un ojo que no se
ve, y que, sin embargo, no dej a de ver", precisamente porque se
trata de "nuestra propia mirada en espejo". Este medio entre nues
tro ojo y aquello que ve, es decir, todavía, entre nuestro ojo y
nuestro ojo, es precisamente aquel de la fascinación. "Alguien está
11
Gilles Deleuze, Diferencia y repetición, cr. María Silvia Delpy y Hugo Beccacece,
Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002, p. 328. Se trata, precisa el autor, de una
"pura p uesta en escena sin autor, sin actores y sin sujeto".
74
fascinado, puede decirse que no percibe ningún objeto real, nm
guna figura real, porque lo que ve no pertenece al mundo de la
realidad sino al medio indeterminado de la fascinación" 12 •
Ver un pensamiento, de alguna manera quiere decir ver,
figurar la ausencia, puesto que un pensamiento, dice Blanchot,
"nos remite ( . . . ) a la ausencia como afirmación de sí misma" 1 3 • La
idea, el proceso mismo del pensamiento no consiste entonces,
quizás, en otra cosa sino en esta materialización fascinante de la
ausencia que da la impresión de que, cuando se piensa, alguien
está allí, que el ojo, al borde del discurso, ve la figura de alguien:
"Cuando estoy solo, no estoy solo, pero en este presente ya vuelvo
a mí bajo la forma de Alguien. Alguien está allí, donde estoy solo.
Estoy solo porque pertenezco a ese tiempo muerto que no es mi
tiempo, ni el tuyo, ni el tiempo común, sino el tiempo de Al
guien. Alguien es lo que todavía está presente cuando no hay
nadie" 14 . La idealización se impone como presencia, de la soledad
en la soledad. Lo que vería el ojo al borde del discurso sería la
esencia misma de la soledad, a saber, la soledad fascinada por
estar cautivada por sí misma, y exclusivamente por sí misma. Al
mismo tiempo, esta presencia, este alguien, son figuras paradóji
cas del anonimato o de la impersonalidad. Ver el pensamiento
como alguien, es ver la ausencia en persona, es decir, no ver a
nadie, tocar los límites de lo figurable.
A partir de esto, esta disimetría especulativa, donde el ojo
no es remitido a algo, salvo a su propio espejismo, es decir, a la
imposibilidad misma de la figura -a la caricatura, diría Lévinas-,
esa disimetría, pues, provoca una inversión entre quien ve y lo
visto. En el fondo, ¿quién nos garantiza que no es la idea quien
nos mira en el momento mismo que la creemos ver? ¿Podríamos
escribir sin sentirnos observados? Podríamos llamar "superyó" a
1 2 Maurice Blanchot, El espacio literario, tr. Anna Poca, Barcelona, Paidós, 1 994, p.
26.
13
Jbíd., p. 24.
14 Jbíd., p. 25.
75
esta función inquisidora del pensamiento. ¿Cómo podríamos te
ner ideas sin satisfacer las exigencias del ideal del yo? Podríamos
entonces asignarle una función psíquica a este poder escrutador
de la idea, gracias al cual el ojo del discurso se vuelca, de alguna
manera, contra su sujeto. Pero no es seguro que esta escena de
espionaje se deje traducir tan fácilmente, esto por la razón esen
cial de que ella desconstituye al sujeto en lugar de construirlo,
introduciendo en el bucle narcisista lo cortante de una navaja que
amenaza con reventarle los ojos.
La idea fija y por consiguiente desconstituye al sujeto. ¿Qué
quiere decir esto? ¿Podríamos creer que la pregunta con la que se
partió, "¿qué es ver un pensamiento?", implica analizar el proceso
de un devenir, describir el movimiento de maduración de un pen
samiento, indisociable de su figurabilidad? En realidad, todo ocu
rre como si el pensamiento, incluso en estado incipiente, fuese siem
pre más maduro que nosotros -es por eso que nos fija- y que tuvie
ra además el poder de deformarnos, de desfigurarnos a medida que
creemos modelarlo. Escrutados por la idea, nos defenderíamos ante
ella, encontrando por la actividad misma de pensar o de crear, una
suerte de estado liminar, embrionario, pre-subjetivo. En Diferencia
y repetición, Deleuze afirma: "Y es verdad que toda Idea hace de
nosotros larvas que han parido la identidad del Yo como la seme
janza del yo. Lo que expresamos mal cuando se habla de regresión,
de fijación o de detención del desarrollo. Pues no estamos fijados a
un estado o a un momento, sino siempre fijados a una Idea como
por el resplandor de una mirada, siempre fijados al movimiento en
vías de hacerse" 15 . La mirada fija de la idea no sería entonces sólo
una mirada sino que enteramente un proceso de fijación, una vista
captada en el devenir de aquel que piensa, vista que lo paralizaría
momentáneamente en una identidad sin remitirle al mismo tiem
po la imagen de sí mismo, es decir, sin darle la posibilidad de decir
yo o Yo y menos todavía la posibilidad de decir superyó.
76
Habría mucho que decir de este momento anterior al su
jeto, de estos limbos de la identidad a los cuales la idea nos ata
fijándonos. ¿Cómo no pensar en la infancia? Ver un pensamiento,
¿no es siempre sentirse infantilizado por él, es decir, sentirse des
enmascarado como aquello que jamás se ha dejado de ser, un niño?
Y la idea, ¿no tiene siempre los ojos de nuestra madre? B lanchot:
"Tal vez el poder de la figura materna obtenga su resplandor del
poder mismo de la fascinación, y podría decirse que si la Madre
ejerce esa atracción fascinante es porque aparece cuando el niño
vive por completo bajo la mirada de la fascinación, porque con
centra en ella todos los poderes del encantamiento. La madre es
fascinante porque el niño está fascinado, y también porque rodas
las impresiones de la primera edad tienen algo fijo que depende
de la fascinación"1 6 .
El autor recuerda inmediatamente el lazo que une la fasci
nación de la infancia y la fascinación de la escritura: no por ser
maternal, el rostro de la idea deja de ser impersonal: ''Alguien está
fascinado, y hablando con exactitud, no ve eso que ve, pero eso lo
toca en una proximidad inmediata, se apodera de él y lo acapara,
aunque lo deje absolutamente a distancia. La fascinación está fun
damentalmente ligada a la presencia neutra, impersonal, el Uno
indeterminado, el inmenso Alguien sin figura"17 .
La figura de la madre en la idea es siempre la fotografía de
una ausencia. Como mi madre, la idea me mira a partir de la posi
bilidad de su desaparición misma. Sin duda, siempre tenemos tan
to miedo a perder una idea como a perder a nuestra madre.
Quizás también porque, como una madre, la idea siem
pre corre el riesgo de ser decepcionada. Y una vez que nos senti
mos tan cruelmente fijados por ella, al punto de regresar, de re
caer en la infancia, ¿no es acaso porque tenemos miedo de decep
cionar a nuestra idea, como tuvimos miedo de decepcionar a nues-
16
M . Blanchot, El espacio literario, ed. cit, p. 27.
17
Jbíd. (Modificamos la palabra "figura" que en la traducción aparece como "ros
tro". N. de los T.).
77
tra madre? Un pasaje de En busca del tiemp o perdido me viene a la
memoria. El héroe está en Venecia con su madre. Ella lo espera en
el hotel y lo ve venir desde el balcón cuando él vuelve de pasear.
Su rostro ansioso aparece detrás de las b alaustradas de mármol
"de diversos colores", como enmarcado por una ventana, o más
precisamente por una oj iva. Y el héroe, viendo así a su madre
verlo, se siente reconducido a la infancia, es decir, también a la
imposibilidad de escribir. En los ojos de su madre hay ternura y
decepción a la vez. "En cuanto yo la llamaba desde la góndola me
enviaba, desde el fondo de su corazón, su amor, que no se detenía
sino allí donde ya no encontraba materia para sostenerlo, en la
superficie de su mirada apasionada que acercaba a mí lo más po
sible ( . . . )"1 8 • Decepción: "Lo mismo diré de [la ventana] de nues
tro hotel, delante de cuyas balaustradas me esperaba mi madre
mirando el canal con una paciencia que quizá no hubiera tenido
en Combray, donde, poniendo en mí esperanzas que después no
se realizaron, no quería hacerme ver cuánto me quería. Ahora se
daba cuenta de que su frialdad aparente no hubiera conseguido
nada, y el cariño que me prodigaba era como esos alimentos pro
hibidos que ya no se les niegan a los enfermos cuando es seguro
que ya no pueden curarse" 1 9 •
La idea nos fija duramente, con la crueldad de un amor
decepcionado, crueldad sin la cual, sin embargo, sería imposible
escribir. Pues es imposible pensar sin sentirse desprovisto, es de
cir, sin ser puesto al desnudo por una mirada. Y este arrebato,
esta captura del yo que lo despoja, depende también del hecho de
que el sujeto niño no ve verdaderamente aquello que lo mira, al
sentirse mirado por aquello mismo que intenta ver y figurar. En
tonces, el principio de toda escritura, tanto de su idealidad como
de su figurabilidad, sería la confesión, cuya forma y paradoja Agustín
pensó tan poderosamente: "¿Por qué confesarme ante Dios cuan-
18
Marce! Proust, En busca del tiempo perdido, V. 6 "La fugitiva'', tr. Pedro Salinas y
Consuelo Berges, Madrid, Alianza, 1 998.
19
Ibíd.
78
do él ya lo sabe todo?". Pregunta que manifiesta que si Dios me
mira, yo no lo veo mirarme, y es por eso que me confieso ante él,
aquello por lo cual, en efecto, soy y sigo siendo un niño. Todo
proceso de imaginación de la escritura tomaría así la forma de esta
figuración enceguecida, de una figuración ciega que no ve aquello
que la fija al sentirse desnudada por una mirada. Toda confesión
supone que el Otro, que alguien sepa ya lo que voy a decir y que
él me empuje, de alguna manera por la espalda, a decirlo sin que
yo pueda darme vuelta. La idea me miraría por detrás, de espal
das. Toda conciencia, lo sabemos desde Hegel, está j ustamente
constituida y desconstituida a la vez por esta vista a tergo. Com
prendemos entonces por qué Blanchot habla del escritor como de
Orfeo, es decir, como de aquel que no debe darse vuelta. En la
noche de los infiernos, la imposibilidad de darse vuelta, hace la
"distancia sensible". Al mismo tiempo, Orfeo es aquel que no
puede no darse vuelta. Esencialmente falible, él cede precisamen
te a la tentación de querer ver lo que le fascina, de querer figurar el
oj o que lo ve, de querer enfrentarlo y muere por esa debilidad
especular.
Podemos afirmar que la tentativa de ver el pensamiento
desemboca en la figuración de un secreto. No podríamos escribir
sino a partir de un momento en el cual aquello que se posee como
más propio -sus propias ideas, sus propios proyectos, etc. -de
hecho se vuelve secreto, secreto para sí mismo. Secreto significa
etimológicamente, hay que recordarlo, "separado" , "retirado", "es
condido de la vista''. El secreto del ojo al borde del discurso, ese
secreto que guarda celosamente dándole su forma, sería entonces
lo que está, a la vez, más cerca y más lejos de aquel que intenta ver
el pensamiento o verse pensar. Derrida dedicó análisis esenciales a
esta problemática del secreto. Según él, el escritor o el pensador
serían acarreados, puestos en movimiento, en curso, por el secreto
de su propio trabajo, desconocido e incognoscible para ellos.
Escribir siempre correspondería entonces a divulgar y
guardar a la vez este secreto. A divulgarlo, puesto que no se puede
79
escribir sino bajo su dictado. A guardarlo, puesto que esta divul
gación no lo agota, no es susceptible de agotar el misterio de este
ojo que mira y que uno no ve. Mientras más se divulga el secreto,
vuelto manifiesto, más se guarda, al modo en el que un criminal o
un sospechoso se sienten a salvo en la multitud, es decir, en la
publicidad.
Esta paradoja inherente al secreto, paradoja de hecho bien
conocida, según la cual nunca se está mejor escondido que por lo
visible, suscita inevitablemente una cuestión ética: aquella de la
responsabilidad. Volvamos a empezar desde el imposible cara a
cara entre el ojo al borde del discurso, que mira, y aquel que
intenta mirarlo con el fin de ver el pensamiento. Entre ellos, pues,
no hay especulación, no hay reflexión. No veo nada. Sin embar
go, es de esta no-visión, de esta imprevisión, podríamos decir, que
nace la responsabilidad, es decir, la posibilidad de responder en
sentido propio. Guardar y divulgar un secreto, es siempre res
ponder: responderle divulgándolo, responderle precisamente guar
dándolo como secreto. Intentar ver el pensamiento conduciría
siempre a ver -en su invisibilidad misma- la estructura de la res
ponsabilidad. Analizando la estructura de la compasión, Derrida
declara: " [Un ojo] me mira y yo no lo veo, y con esta mirada que
me contempla se inicia mi responsabilidad. Entonces se instaura,
en efecto, o se descubre el "ello me mira/concierne", lo que me
hace decir "es mi problema, mi quehacer" - que serán, sin embar
go, las mías [mis decisiones} y que deberé asumir solo"2º.
"Eso me mira", pues. Esta mirada que me mira sin que yo
sepa lo que ella ve, en el momento mismo en el que yo intento
verla, esta mirada es la mirada de la idea, en el doble sentido del
genitivo. Idea mirada e , idea que mira. Esta mirada de la idea me
hace responsable de ella en el momento mismo en el que me
irresponsabiliza, pues este ojo no es el mío sino siempre aquel de
Jacques Derrida, Dar la muerte, tr, Cristina de Peretti y Paco Vidarte, Barcelona,
20
80
otro, del Otro. Derrida pregunta "¿Cómo puede otro ver en mí,
en lo más secreto de mí, sin que yo mismo vea ahí y sin que yo
pueda verlo en mí? Y si el secreto de mí en cuanto que no se
entrega más que al otro, a cualquier/radicalmente otro, a Dios, si
se quiere, es un secreto sobre el que no reflexionaré jamás, que no
viviré ni conoceré, ni me reapropiaré nunca como mío, ¿qué sen
tido tiene decir que es "mi" secreto?"21 . En efecto, si el ojo me
inquiere con su mirada sin que yo pueda enfrentarlo, mi pensa
miento no me pertenece, no es mío. Al mismo tiempo, porque no
es mío, porque pertenece al Otro, debo guardarlo como el mío,
en cierto modo como un tesoro en tránsito, como si fuera preciso
que yo lo devuelva antes de partir, que yo lo entregue al Otro, es
decir, que yo lo haga público. Ahí está mi responsabilidad.
Para terminar, y nuevamente, ¿qué es ver un pensamien
to? ¿Cómo llamar a este embrión de forma, que existe sin existir,
que comienza a vivir y que lo escruta todo disimulándose? Como
sabemos, Lévinas llamó rostro a esta extraña presencia de la ausen
cia o del Otro. El significado que le da a este concepto permite
reunir los dos ejes que he desprendido a propósito de la visión del
pensamiento. Por una parte, es el ser hablante, en tanto que pien
sa, quien ve lo que piensa a partir de un ojo al borde del discurso.
Para Lévinas, como para Lyotard, el discurso hace ver y luego de
ese mismo modo se deja ver: " Mejor que la comprensión, el dis
curso pone en relación con aquello que sigue siendo esencialmente
trascendente", leemos en Totalidad e infiníto22• El discurso saca al
pensamiento fuera de sí permitiéndole de esa manera verse a sí
mismo. Al mismo tiempo, tirándolo fuera, el discurso se separa
del pensamiento de modo absoluto, cava entre él y lo que figura
la distancia de una diferencia irreductible: "La diferencia absolu
ta, inconcebible en términos de lógica formal, sólo se instaura por
!bid., p. 1 04.
21
81
el lenguaje. El lenguaje lleva a cabo una relación entre los térmi
nos que rompen la unidad de un género"23 • El pensamiento se ve
entonces él mismo como otro; por esta razón alcanza a ponerse a
distancia de sí mismo, como si se objetivara. Pero a medida que se
separa así de sí mismo, se pierde. Su propia epifanía o manifesta
ción, es rostro. Su rostro, pero también de ese modo y necesaria
mente un rostro que lo inquiere con su mirada, que no es más el
suyo, sino aquel del otro, aquel del Otro. El rostro aparece, y sin
embargo no se le puede captar. Se manifiesta, y s in embargo,
prohíbe el cara a cara y la simetría. Es fenómeno (sic) , y sin em
bargo desborda toda imagen. Se niega a ser poseído. Escapa a mi
visión, y sin embargo me mira y me llama a la más alta responsa
bilidad. "Pero el Otro, absolutamente otro -Otro- [llama] a la
responsabilidad" 24 . Esta estructura de visiblidad-invisibilidad ,
concluye Lévinas , es la estructura misma de la ética. Para plantear
mi cuestión, partí del desdoblamiento entre discurso y figura.
Llegué a comprender su proximidad y su distancia en el seno del
rostro. La respuesta a la pregunta de partida podría ser clara a
partir de ahora: lo que ve el ojo del discurso, lo que él ve del
pensamiento es una cierta figura, es decir, un rostro. Una figura
complej a, que examina y mira con insistencia hasta desfigurar,
que es alguien y que no es nadie, que soy yo y que es el otro, que
es secreto y que es público, que se retira (a los infiernos , por ejem
plo) y que sin embargo está en el mundo. Que llama a la respon
sabilidad. Figura como rostro de la alteridad. Pero, me pregunta
ría para concluir, ¿figura y rostro designan lo mismo? He pasado
de uno a otro -discurso-figura, discurso-rostro- como si se llama
ran el uno al otro. Sin embargo, Lyotard enseguida desmarca,
desde el comienzo de su libro, el concepto de figura de aquel de
rostro. Por su parte, Lévinas se toma el cuidado de distinguir ri
gurosamente entre figura y rostro. Lo que está en juego es el sig-
23
Ibíd.
24 Ibíd., p. 210.
82
nificado de la forma. Para Lyotard, el rostro tal como lo define
Lévinas carece de forma, aparece como puro acontecimiento sin
contorno y finalmente sin materialidad. Lévinas mismo lo dice en
Totalidad e infinito, "el rostro (. . . ) perfora la forma que, sin em
bargo, lo delimita''25 . El rostro hace "estallar la forma'', es decir,
los contornos mismos de la figura y de la cara, que sin embargo
tenemos por sinónimos del rostro. Si es justamente el rostro aquello
que ve el ojo del discurso cuando intenta mirar el pensamiento,
entonces puede suceder que no vea nada y que todo pensamiento
termine por desvanecerse. Como dice Lyotard al comienzo de
Discurso, Figura, "Querer hacerse p artidario del evento, el encar
gado del evento, es todavía un engaño ético. Pertenece a la dona
ción despojarnos, no podemos encargarnos del despojamiento".
En otros términos, no querer figurar, no querer tomar al Otro
bajo una forma corresponde también a fallarle.
¿El ojo que ve al pensamiento ve una figura o un rostro?
Partiendo de una única cuestión, desarrollándola por sí misma,
fui conducida a plantear esta diferencia aparentemente irreconci
liable entre los dos conceptos, si se trata aún de conceptos. El ojo
del pensamiento, ¿ve una forma o no puede ver algo sino a partir
de la explosión de toda forma?
No he hablado de lo que p odría llamar, pretenciosamen
te, mi propio pensamiento. Y no hablaré de él. No lo evoco sino
a propósito de la conclusión y en dos palabras. Trabajo sobre un
concepto que es el de plasticidad, que dice a la vez la formación de
la figura y la explosión de toda forma. ¿No es a él a quien habría
que recurrir para intentar pensar en conjunto figura y rostro, para
intentar ver el pensamiento captándose a sí mismo? La cuestión
está abierta, no respondo a ella, sin duda es demasiado temprano
para eso. Apenas comienzo a poder mirarme pensar.
25
Ib!d., p. 2 1 1 .
83
La plasticidad en pena*
85
interesante asistir a la emergencia de la forma de la plasticidad mis
ma, a su metamorfosis en concepto.
Es de Georges Didi-Huberman de quien tomaré prestada,
para caracterizar esta emergencia, la temática particularmente es
clarecedora de la "situación votiva'', aunque permitiéndome despla
zar y extender un poco sus contornos. Recuerdo un punto impor
tante de su reflexión sobre la cera. La plasticidad de la cera no le
viene a ésta únicamente de su poder tanto de recibir como de dar la
forma, de su doble virtud de maleabilidad y de información, sino
de su aptitud para dar testimonio del síntoma, lo que evidente
mente es el caso cuando se miran los exvotos anatómicos. Didi
Huberman desplaza de este modo la definición tradicional de la
plasticidad. La cera no sólo es la porta-impronta o la formación de
improntas: ella es capaz de hacer ver la impronta, no la impronta de
algo de lo que ella no sería más que el mimo o el doble, como se la
considera habitualmente, sino la pura abertura de la impronta o de
la huella; en este caso, la pura escritura del sufrimiento:
1
Las citas de Georges Didi-Huberman están extraídas de las notas de su seminario.
86
Quisiera mostrar por mi parte que la plasticidad tiene
siempre, originariamente, un valor temporal. Por otro lado, el
proceso plástico quizá no es más que el doble movimiento del
porvenir orgdnico del tiempo y del porvenir temporal de lo orgdnico.
Ahora bien, precisamente este doble movimiento es aquello que,
según mi parecer, hoy pide ser reconocido conceptualmente, es
este doble movimiento que consagra al concepto.
Desde luego no empleo al azar la expresión "consagra al
concepto". Quisiera poner en evidencia el hecho de que aquello
que tiene lugar con la cera no es sino una manifestación particu
lar, una modalidad que abisma lo que tiene lugar con la plastici
dad. En efecto, todo sucede como si la plasticidad misma estuviese
en situaci6n votiva. Como si ella, por un fabuloso moldeado de su
propio síntoma, diese a leer su deseo de ser precisamente otra
cosa que un juego de moldeado, su deseo de sanar como concepto
y, a este respecto, decir el tiempo. La plasticidad se constituiría,
de este modo, enteramente en exvoto de su porvenir e incluso,
quién sabe, del porvenir a secas.
Esta apelación al concepto, o esta sintomatología, tienen
evidentemente toda una historia. Desglosaré tres momentos esen
ciales de ella, que permiten bosquejar la genealogía de una crisis.
El primero se juega en la lengua. Los otros dos, en la historia de la
filosofía. Uno en Hegel, otro en la filosofía contemporánea. Lo
que evidentemente no implica, sobre todo, que el destino de la
plasticidad sea exclusivamente filosófico.
Primer momento entonces: la lengua. Hay que señalar
primero que los significados corrientes de la plasticidad no han
dejado y no dejan de evolucionar, lo que de por sí ya es sintomá
tico. Permítanme recordar estos significados. "Plassein" en griego
significa modelar. To plastes designa al modelador, to plasma de
signa al objeto modelado. La "plástica" significa el arte de la ela
boración de las formas, en particular la escultura; ella también
nombra el equilibrio y la belleza de las formas. El adjetivo "plás
tico" tiene dos significados opuestos: por una parte, "susceptible
87
de cambiar de forma", maleable; se llama plásticas a la cera, la
greda, la arcilla; por otra parte, "susceptible de dar la forma",
como las artes plásticas o la cirugía plástica. Generalmente se de
nomina plástico al soporte susceptible de conservar la forma que
se le imprime. En este sentido, plástico se opone a elástico, a
viscoso y también, incluso, a polimorfo.
El sustantivo "plasticidad" designa el carácter de lo que es
plástico, es decir, de aquello que es susceptible tanto de recibir
como de dar la forma. Este registro del modelado excede el estric
to marco estético, pues la plasticidad también designa la forma
ción por parte de la cultura o la educación (se habla de plastici
dad del lacÚ.JJlte, del niño, de la plasticidad del cerebro). De ma
nera general, la plasticidad caracteriza la facultad de adaptación,
como dan testimonio de ello las expresiones de plasticidad ani
mal o de plasticidad de lo vivo. Finalmente, la plasticidad desig
na, en histología, la capacidad que poseen los tejidos para regene
rarse luego de haber sido lesionados, los procesos de cicatrización
y curación.
Ahora llego a los significados más recientes: el plástico y
el explosivo plástico. El "plástico" es una materia de síntesis sus
ceptible de tomar diversas formas y propiedades siguiendo los
usos para los cuales está destinado. El plástico remite así al susti
tuto, a la imitación o al Ersatz. Finalmente, el "explosivo plásti
co", de donde provienen "hacer explotar" [plastiquage} y "explo
tar" [plastiquer}, es una sustancia explosiva a base de nitrogliceri
na y nitrocelulosa capaz de suscitar violentas detonaciones.
Se imponen algunas observaciones. En primer lugar, pa
rece que la plasticidad es ella misma plástica; su modo de ser es
idéntico a sus significados. Caracterizando la recepción y la dona
ción de forma, ella misma evoluciona y toma nuevas formas desde
el suelo griego del arte hasta el no man's land de la materia plásti
ca y del terrorismo. En segundo lugar, se puede advertir que la
plasticidad de la plasticidad la sitúa en los extremos: de un lado,
la figura sensible que es la toma de forma (la escultura o los obje-
88
tos de plástico) ; del otro, el aniquilamiento de toda forma (la
explosión, el explosivo plástico). Tercera y última observación: este
entre-dos de la torna de forma y de la explosión está inscrito en la
historia misma de la palabra "plasticidad". En efecto, esta palabra
sólo aparece en la lengua -lo que explica el orden de mi exposi
ción- después del sustantivo y el adjetivo "plástico". "Plastici
dad" entra en la lengua francesa en 1785; lo mismo ocurre en
alemán: Plaztizitat aparece "en la época de Goethe" (1749-1 832).
La palabra "plasticidad" está situada entonces histórica
mente entre el modelado escultórico y la deflagración. Ese es el pri
mer rasgo del síntoma conceptual cuya genealogía bosquejo aquí.
"Plasticidad" apela por primera vez al concepto, transforméfndose
en "plastic-idad", en un momento determinado de la historia. La
"-idad" siempre dice el "como tal"; plasticidad significa el como
tal de lo que es plástico y la marca del como tal es siempre una
marca conceptual. Desde entonces se puede considerar esta "-idad"
como el primer moldeado del exvoto: allí es donde pende, donde
demanda concepto. Ahora bien, lo que demanda concepto es aque
llo que de ese modo hace sus votos, justamente el doble movi
miento, contradictorio y sin embargo absolutamente indisocia
ble, de la toma de forma y del aniquilamiento de la forma.
El segundo momento de mi genealogía sintomática con
cierne al destino filosófico de la plasticidad. El síntoma concep
tual encuentra en cierto sentido su cera espiritual en un momen
to determinado de la historia de la filosofía, que por supuesto
corresponde a la emergencia de la palabra "plasticidad" en la len
gua, a inicios del siglo XIX. En la filosofía de Hegel encontré el
primer intento de conceptualización de la plasticidad. Con He
gel, la plasticidad se acerca por primera vez a lo esencial. Con ella
efectivamente se inscriben en lo esencial, es decir, en el corazón
mismo de la esencia, aquellos predicados que hasta ese momento
no le estaban reservados: la donación y la toma de forma, la capa
cidad del sustituto (materia plástica antes de tiempo) para trans
formarse y reformarse, para fabricar y finalmente para explotar.
89
A partir de esto desglosaré cuatro breves líneas de análisis:
a) La plasticidad aparece en muchos lugares del corpus
hegeliano. Luego de haber recogido y analizado todos los casos,
descubrí que Hegel cumplía la plasticidad de la plasticidad lle
vando a cabo un desplazamiento de su campo de aplicación. La
desaloja efectivamente de su tierra natal, el arte, para vincularla a
un lugar problemático que hasta entonces, en la historia de la
filosofía, nunca fue suyo, la subjetividad. Es en efecto la subjetivi
dad y no sólo la escultura, por ejemplo, la que es denominada
plástica, y los dos sentidos de la plasticidad, recepción y dona
ción de forma, se encuentran entonces investidos de un significa
do radicalmente nuevo que anticipa los significados posteriores.
La aplicación de la plasticidad a la subjetividad se pone
claramente en evidencia, y ese es además el caso fundamental de
la plasticidad en la obra de Hegel, en el Prefacio de la Fenomeno
logía del espíritu: " . . . sólo conseguiría ser plástica aquella exposi
ción filosófica que excluyese estrictamente [ . . . ] la forma de la re
lación habitual [ . . . ] entre las partes de una proposición" 2 •
Las partes de una proposición, sobrentendiendo con ello
una proposición lógica o filosófica, son el sujeto o sustancia, la có
pula y el predicado o accidente. La filosofía siempre se ha dado por
tarea el pensar, a través de la proposición, el acto mismo de la pre
dicación, es decir, el acto que consiste en atribuir predicados a una
sustancia. Ahora bien, Hegel estima que este pensamiento de la
predicación todavía no ha encontrado su verdadero cumplimiento
o acabamiento. En efecto, dice, los filósofos siempre han considera
do que el sujeto era una instancia pasiva que recibía desde afuera
sus accidentes o sus predicados. Por ejemplo, en una proposición
como "Dios es el ser", precisamente el ejemplo que Hegel toma en
ese prefacio, el ser, según la concepción ordinaria, sería atribuido a
Dios, quien no haría más que recibirlo pasivamente. Precisamente,
2
G.W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu, tr. Manuel Jiménez Redondo, Valencia,
_
p·
Pr;-textos, 2006, 1 66 \;1"1odificamos la palabra "proposición" que en la traduc
_;
c10n figura como orac10n . N de los T.).
90
la subjetividad nunca es pasiva; esa es la afirmación dominante de
la filosofía de Hegel. Ella no es, dice, "una instancia fija y sólida",
sino una instancia pldstica. En cierto sentido, ella efectivamente
recibe sus predicados, recibe su forma, como una cera, como una
bola de greda: ella es esto, esto y también después es aquello. . . Pero
ella participa fundamental y paradójicamente de esta recepción y,
en este sentido, conjura la pasividad. Ella es espontánea en su re
ceptividad misma. Hegel va a mostrar que la subjetividad da forma
a aquello mismo que recibe. La subjetividad, y por consiguiente
toda identidad, toda individualidad es siempre a la ve:z receptiva y
donadora de su propia forma.
b) Es en este punto - y esta es la segunda línea de análi
sis- que interviene el valor temporal de la plasticidad. ¿ Qué signi
fica el hecho de que la subjetividad sea receptiva y donadora de
forma? Hay que volver a la temática de la situación votiva. El
sujeto hace en cierta medida voto de forma, él llama -a la vez
anticipándolos y precipitándolos- a sus determinaciones, sus
modos de ser, sus posiciones o posturas; llama a todo aquello que,
en una palabra, forma su historia. El sujeto, originariamente, hace
votos de porvenir y al hacer esto, modela lo que propiamente
constituye su horizonte de espera.
La plasticidad caracteriza precisamente la relación que el su
jeto mantiene con el accidente, es decir, con lo que le sucede. Hegel
j uega con los dos significados de la palabra accidente: el predicado
lógico, accidente de una sustancia, y el predicado cronológico, el
acontecimiento. De este modo, la plasticidad enuncia el lugar más
sensible, lo vivo, de la subjetividad, la relación que ésta última trama
con el acontecimiento. Esta relación constituye en cierta manera el
moldeado votivo del porvenir, esa forma abstracta de la proyección que
se vuelca al porvenir y se sustituye a lo que aproxima el tiempo de una
espera. Ese tiempo sería hacer los votos, el dispositivo de exposición
al acontecimiento, a la suerte o a la sorpresa.
c) Desde que se reserva al tiempo un sitio aparte en el
sistema filosófico, no hay necesidad de tratarlo en una Estética
91
trascendental como por ejemplo lo hace Kant. El tiempo no tiene
necesidad de una sala de exposiciones que le estuviese reservada
especialmente a él. Ciertamente, Hegel habla muy temáticamen
te del tiempo en la Filosofía de la naturaleza de la Enciclopedia de
las ciencias filosóficas, que constituye propiamente su Sistema. Pero
esta exposición del tiempo, contrariamente a lo que han afirmado
todos los intérpretes de Hegel, comenzando por Heidegger, no
agota en modo alguno el pensamiento hegeliano de la temporali
dad. Ella no es más que una modalidad, es decir, allí también una
forma. Si la temporalidad surge con y como la plasticidad del
sujeto, entonces la temporalidad trabaja en todas partes del Siste
ma, sin un lugar reservado, hostiga ai sistema sin jamás abstraerse
de él. La plasticidad caracteriza justamente ese lugar en que el
tiempo se incorpora subjetivamente en los votos de porvenir. Ella
siempre tiene, en sentido fuerte, una vocación temporal. La plasti
cidad es el cuerpo del tiempo o el tiempo convertido en cuerpo.
El cuerpo del tiempo es también, por supuesto, el cuerpo
del sujeto. Didi-Huberman declara, a propósito del exvoto ana
tómico: "Lo que el donador modela en la cera es primero aquello
que sufre y aquello en lo que quiere ser transformado, curado,
convertido." O también: "Lo que se deposita en los santuarios
por gratitud votiva es siempre un objeto que fue afectado por un
acontecimiento soberano, por un síntoma: desgracia padecida o
conversión súbita de la desgracia en milagro, de la enfermedad en
sanación, etc." Yo diría, para radicalizar estos bellos análisis, que,
cuando el donador sufriente modela en la cera la impronta de su
mal, no hace más que repetir la situación originaria de toda sub
jetividad en cuanto ella siempre está en espera de porvenir y en
cuanto ella ofrece su propio cuerpo a la inscripción de lo que
sucede: tantas heridas y traumatismos, pero también esperanzas
de transformaciones, de cambios o de sanaciones. A cambio, esta
ofrenda del cuerpo del sujeto es lo que da cuerpo al tiempo mis
mo. Lo orgánico y lo temporal se encuentran en esa pura abertura
patética. Lo que explica en particular el hecho de que Hegel siem-
92
pre califique de "orgánico" al desarrollo, es decir, al devenir de la
subjetividad.
d) Este intercambio de lo temporal y lo orgánico, tanto
fusional como dialéctico, o dialécticamente fusional, apunta ha
cia la cuestión de la sustitución y del reemplazo, problemas plan
teados también por el exvoto. Problemas que conducen a tomar
en consideración los significados de la plasticidad como materia
de síntesis y como materia explosiva.
Mostré que la plasticidad sólo podía consagrarse al con
cepto o manifestar los síntomas de esta situación votiva en cierto
momento de la historia, historia de la lengua e historia de la filo-
sofía (sin duda se podría mostrar que también ocurre así en la
historia del arte) . Era necesario para esto que tanto el pensamien
to de la subjetividad como también el pensamiento del tiempo,
hubiesen alcanzado cierto grado de maduración. Que ellos sean
suficientemente maduros como para que esta proposición funda
mental sea aceptada, y por ende aceptable, proposición que da
todo su sentido a lo que dije del cuerpo del tiempo y del cuerpo
del sujeto, según lo cual el surgimiento de una forma, es decir, de
un accidente o de un modo de ser, es al mismo tiempo el surgi
miento de la posibilidad de aniquilación de dicha misma forma.
Como si la toma de forma y la donación de la forma -operación
plástica- fuesen originariamente contemporáneas de la explosión
de la forma, de la operación de hacer explotar [plastiquage}.
Hegel, por otra parte, compara el desarrollo del sujeto
con el movimiento de un proyectil en un texto titulado Sobre las
maneras de tratar científicamente el derecho natural3:
3 Seadvertirá además en este extracto que Hegel concede al metal en fusión un valor
plástico superior a aquel de la cera.
93
queda en ella [ . . . ] posee así también la creciente individuali
dad, tanto la alegría de aquel salto, como una duración del goce
de su nueva forma, hasta que paso a paso se abre a lo negativo
para sucumbir también de repente y tajantemente4.
94
De cierta manera, podría detenerme en esto, al mostrar
que con Hegel y con la interpretación actual que nos permite
proponer de su filosofía la plasticidad definitivamente accedió al
concepto y que sus votos fueron cumplidos. En cambio, el cum
plimiento de la plasticidad permitiría también y al mismo tiem
po operar la cirugía plástica del texto hegeliano, que, leído como
una filosofía del reemplazamiento, aparecería con una luz total
mente nueva, que le permitiría escapar a la lectura esterilizante
que han propuesto muchos exégetas contemporáneos.
Sin embargo, queda un problema. Aparté este problema
cuestionando mi propio recorrido. Al proponer una interpreta
ción de la filosofía hegeliana como filosofía del reemplazamiento
o en términos más generales como una filosofía de la plasticidad,
en todos los sentidos que recordé aquí, utilicé cierto n úmero de
herramientas de lectura, de conceptos y de análisis contemporá
neos, es decir, leí a Hegel desde su posteridad y desde nuestra
actualidad filosófica. No es esto lo que se vuelve un problema.
Hegel mismo decía que no se puede más que filosofar con su
tiempo, que toda verdadera interpretación siempre se hace en el
presente, en lo vivo de una época. Pero, en este caso, los instru
mentos contemporáneos de lectura que utilicé están extraídos de
pensamientos que, precisamente, se sitúan en el espacio de una
confrontación crítica, incluso agonística, con el hegelianismo; más
aún, pensamientos que rechazan conceder a la plasticidad la ca
pacidad de decir a la vez la promesa, el surgimiento y la desapari
ción, el sufrimiento y el tiempo; en una palabra, el porvenir. La
plasticidad, concepto o no, estaría originariamente en retardo so
bre el porvenir.
Con esto, me refiero tanto al pensamiento de Derrida como
al de Lévinas, quienes proponen, cada uno a su manera, una eco
nomía conceptual donde se anudan la cuestión del tiempo, del
sufrimiento y del reemplazamiento, en calidad de suplemento en
Derrida y de la sustitución en Lévinas. Evidentemente sin entrar
en detalle en estos pensamientos, me limitaré a caracterizarlos
95
como pemamientos no pldsticos del sustituto. En Resistencias del psi
coandlisis, Derrida recuerda el "principio" de la desconstrucción,
que es justamente el de la reemplazabilidad originaria: "La hue
lla, la escritura, la marca, está en el corazón de lo presente, en el
origen de la presencia, un movimiento de envío al otro, a lo otro
[ . . . ] no procede de una actividad [ . . . ] ni de una pasividad [ . . . ] .
Por todas estas razones, no deriva de una estética, ni de una ana
lítica, ni de una dialéctica trascendental"5 • Y se podría agregar: ni
de una dialéctica a secas. Derrida se dedicará a mostrar en lo que
sigue de dicho texto que esa operación de la huella por definición
escapa al sistema hegeliano. Al mismo tiempo, ella escapa tam
bién a la plasticidad, es decir, esencialmente, a la lógica de la for
ma, entendiéndose con eso a la donación, la recepción o la ani
quilación de la forma, de lo explosivo o de la materia de síntesis.
En efecto, si hay suplemento es porque no hay nunca, originaria
mente, forma. El sustituto está antes de la forma, y la cera o el
concepto siempre están de cierta manera en retardo sobre él, a la
manera de suplementos del suplemento. Derrida asimila la forma
en general con la identidad, con lo ya constituido, con la presen
cia a sí, en una palabra, precisamente, con la subjetividad. Toda
subjetividad es por principio asimilable al "principio de presencia
a sí en la unidad de la concienciá'6. La subjetividad y la empresa
de formación que le es inherente siempre serían secundarias en
relación con la huella, con el puro trazado del tiempo, trazado
que, según Derrida, nunca tomaría cuerpo o figura, que nunca se
reuniría consigo mismo como lo hace, por ejemplo, una estatua o
un exvoto, a menos de que se muestre que precisamente la estatua
o el exvoto no son plásticos.
Si hay sufrimiento, si hay síntoma, es porque la informa
ción y su aniquilación no pueden reunirse en un mismo concep
to. Dado que tiene en sí misma todos los significados del trabajo
5 Resistencias delpsicoandlisis, tr. Jorge Piatigorsky, Buenos Aires, Paidós, 1 997, p. 47.
6 Ibíd. , p. 48.
de la forma, la plasticidad aparece como una instancia demasiado
sintética, demasiado integrativa, demasiado "cicatrizante": sería
ya, en virtud misma de su nombre, una curación para el sufri
miento que está encargada de expresar.
El sufrimiento no sería plástico. Eso es también lo que
afirma Lévinas al analizar la exigencia de responsabilidad. Ser res
ponsable es ser susceptible de responder por el otro, de hacer
justicia a sus votos, a su sufrimiento, y responder por él es ser
capaz de sustituirse a él. Esta sustitución, sin embargo, no es una
manera de tomar su sitio, de figurarse el sitio de uno en su sitio,
no es revestir su máscara ni fabricar su moldeado. El rostro del
otro empieza ahí donde cesa la posibilidad misma del modelado
y del trabajo sobre la forma. El rostro siempre desborda los con
tornos de la plasticidad. Lévinas lo dice explícitamente, en nume
rosas ocasiones: el rostro excede su plasticidad. En Totalidad e
infinito, muestra que el rostro "hace estallar la forma''; "bajo la
forma - dice - las cosas se ocultan''7. El rostro debe "perforar su
propia imagen plástica'' 8 • De la misma manera, en De otro modo
que ser, Lévinas escribe que el Otro nunca "aparecía plásticamente
como una imagen, como un retrato"9 • El Otro se manifiesta antes
de toda forma, como una piel que resiste a toda información, es
decir, a toda identidad o subjetividad sólidas. "El aparecer queda
traspasado por la joven epifanía, por la belleza, incluso esencial,
del rostro, pero también por esta juventud como algo ya pasado
en la juventud; piel a jirones, huella de sí misma, forma ambigua
de una presencia suprema que asiste a su propio aparecer, traspa
sando su plasticidad de juventud [ . . . ] ". La plasticidad, es decir,
el contorno y la plenitud de ser identificables, enmascararía siem
pre la desnudez, la pobreza que, en el Otro, hacen votos y se
7
Totalidad e infinito, tr. Daniel E. Guillot, Salamanca, Sígueme, 1 977, p. 2 11; p.
206
8
lbíd., p.172.
9
De otro modo que ser o más allá de la esencia, tr. Antonio Pintor Ramos, Salamanca,
Sígueme, 2003, p. 153.
97
inscriben como síntomas, huellas puras . "Esta existencia abando
nada por todos y por ella misma, huella de sí misma, impuesta a
mí, me afecta en mi último refugio con una fuerza de asignación
incomparable, imposible de convertir en formas que inmediata
mente me darían alguna firmeza"1 º. La plasticidad es la forma tras
la cual el Yo se protege y de ese modo resiste a su desnudez, a su
fragilidad. Siempre conviene, entonces, dejar aparecer la no-plas
ticidad del rostro para descubrir la pasividad irreductiblemente
resistente de su exvoto, por la cual me llama y me incumbe sin
formalizarse.
Dejo aquí estos elementos de análisis, que merecerían
largos desarrollos, y vuelvo al síntoma conceptual, planteando
algunas cuestiones para terminar. Nos encontramos en una ex
traña s ituación. Por un lado, la plasticidad insiste en ser recono
cida conceptualmente. Por otro, este reconocimiento le está ne
gado. Necesidad de una relectura de la filosofía hegeliana; apa
rición de nuevos objetos, de nuevas formas de arte, toma en
consideración, en genética, en biología animal, en teoría del ce
rebro, de la plasticidad de las sinapsis, de la plasticidad de los
genes, de la plasticidad auto-poiética 1 1 • La plasticidad insiste
en el corazón de nuestra actualidad. Al mismo tiempo, y por
otra parte, la época resiste a la plasticidad asimilándola definiti
vamente a la solidificación de la alteridad, a su plastificación en
una instancia fija. El último rasgo de la sintomatología que aquí
bosquejé sería esta situación paradójica de un motivo que apela
al corazón mismo de una época que no lo escucha o que finge no
escucharlo. Mi pregunta es entonces: ¿Qué debemos hacer quie
nes sabemos que lo que buscamos no es un regreso a la subjeti
vidad y a sus formas fijas, sino que escuchamos en otra parte los
98
votos de plasticidad, como si ésta continuase demandando re
p aración? ¿Cómo moldearemos esta demanda y qué forma le
estamos dando?
99
Nota de los editores
101
pone a prueba desde L'avenir de Hegel, libro publicado en 1 995 y
que es el resultado de la investigación de Malabou p ara obtener
su doctorado en filosofía. La dialéctica haría coincidir una tempo
ralidad en la cual todo estaría cumplido y en donde todo estaría
por venir. La plasticidad, en este sentido, tendría la paradójica
forma de un porvenir en la clausura1 • Siguiendo esta línea, lo que
tendría que ser evaluado a partir de la plasticidad sería todo el
destino del pensamiento occidental, inscrito a partir del posicio
namiento de unas formas (conceptos, argumentos, operadores y
operaciones), intuyendo las líneas que trazan su deposición. Mala
bou transita entonces por las transformaciones, las mutaciones y
las metamorfosis que sostienen toda forma y que impiden salir de
ella, sin por ello dej ar de destruir toda forma.
No es esta una filosofía de la alteridad, pues la plasticidad
es siempre la convertibilidad absolura entre forma y forma, cierto
soportar o aguantar la dilación o dilatación. De esta manera, "el
cumplimiento de la tradición filosófica se dobla de una extenua
ción del afuera'2. Confrontando de esta manera a la dialéctica, con
la destrucción y la deconstrucción de la metafísica se tiene que
recurrir a una convertibilidad que comunique sus mutuas exigen
cias. Una especie de metamorfosis que haría imposible distinguir
entre lo totalmente otro y la inmanencia pura, y que llevaría a la
presencia más allá de sí, pero sin salir de sí. Lo que entonces abri
ría la plasticidad sería l a exigencia de pensar la posibilidad de
acoger lo que viene en el punto mismo en que lo que viene pueda
ser postulado en absoluta flexibilidad de una estructura previa.
La forma tiene que persistir entonces más allá de la presencia,
pero gracias a la dilatación especulativa, a su donación en retirada
-que hace que siempre llegue otra cosa que eso que llega- y al
trazo que depone toda presencia en una archi-escritura o en diffé
rance. Malabou puede decir: "La plasticidad parecía sufrir defini-
1
L'avenir de Hegel piLzsticité, temporalité, dialectique. París, Vrin, 1 996, p. 255.
2
Ibíd., p. 254.
102
tivamente un retraso, no en relación con alguna otra cosa diferen
te de ella, sino más bien un retraso respecto a ella misma, un
desfase irremediable entre su vigor metafísico y la ruina provoca
da por su propia deconstrucción" 3 •
Estos ensayos están entonces acompañados por la inquie
tud de un trazado de una plástica también destructora, pues no
hay otras formas más que gracias a la caída de las formas que las
vuelve a encontrar, siempre distintas4 • Quizá haya que leer aquí
estos textos incitando esa espera que no hace más que dej ar de
(no) llegar, y que lo hace en pena, inscribiendo su plasticidad
como la conversión de lo que siempre ha estado pensado por no
sotros, pero sin llegar a estarlo de una vez por todas.
103
Bibliografía de Catherine Malahou
105
- Ontologie de l'accident: Essai sur la plasticité destructrice.
París, Éditions Léo Scheer, 2009.
- Changer de dijférence: le féminin et la question philosophi
que, París, Galilée, 2009.
- La chambre du milieu: De Hegel aux neurosciences. París,
Hermann, 20 1 0 .
- Sois mon corps: Une lecture contemporaine de la domina
tion et de la servitude chez Hegel. París, Bayard, 20 1 0 . (Es
crito con Judith B utler) .
106