Rebeca Varela - Derecho de La Paz
Rebeca Varela - Derecho de La Paz
Rebeca Varela - Derecho de La Paz
Ahora bien, antes de entrar más a fondo y conocer sobre el derecho de la paz, debemos
establecer que son los derechos y que es la paz:
Los derechos humanos son un pilar fundamental de la sociedad, que garantiza la dignidad,
la libertad y la igualdad de todas las personas. A lo largo de la historia, ha habido figuras
clave que han contribuido de manera significativa al campo de los derechos humanos, y su
legado sigue vivo en la lucha por la justicia y la igualdad en todo el mundo.
¿Qué es la Paz?
la paz se relaciona con la convivencia pacífica entre las personas, el respeto mutuo, la
tolerancia y la justicia social. Cuando impera la paz, las sociedades pueden prosperar, las
relaciones interpersonales se fortalecen y se sientan las bases para un desarrollo
sostenible. Es por eso que la paz es un pilar fundamental en la construcción de un mundo
mejor.
Vivimos en un mundo lleno de conflictos y tensiones, donde la paz parece ser un bien
escaso y difícil de alcanzar. Sin embargo, es fundamental comprender que la paz no es
simplemente la ausencia de guerra o conflictos armados, sino un estado de armonía,
equilibrio y respeto mutuo entre individuos, comunidades y naciones.
El valor de la Paz
Varios autores y personalidades sociales y políticas dieron sus ideas sobre el concepto
de paz. Algunas de las más representativas son:
Mahatma Gandhi – abogado y político indio. “No hay camino hacia la paz, la paz es
el camino”.
Immanuel Kant – filósofo alemán. “La paz no es un estado natural en el que los
hombres viven unidos. El estado natural es más bien el de la guerra, uno en el que,
si bien las hostilidades no se han declarado, existe un riesgo constante de que
estallen. No alcanza con evitar el inicio de las hostilidades para asegurar la paz. Por
esto, la paz es algo que debe ser implantado”.
Martin Luther King – activista estadounidense. “Paz no es solo una meta distante
que buscamos, sino un medio por el cual llegamos a esa meta”.
Madre Teresa de Calcuta – monja india. “La paz y la guerra empiezan en el hogar.
Si de verdad queremos que haya paz en el mundo empecemos por amarnos unos a
otros en el seno de nuestras propias familias”.
Es hasta mediados de los años noventa que se logra consolidar una serie de acuerdos
que ponen fin a las hostilidades entre ambos bandos; al menos en papel. Trece años
después de la firma de estos acuerdos; la paz y el respeto a la vida no terminan de
lograrse. Sin embargo, son más los avances que los estancamientos que se han logrado
en el Acuerdo Global de Derechos Humanos en la República de Guatemala.
Las causas que motivaron la guerra en Guatemala, son muchas; asimismo, los motivos y
el desarrollo del enfrentamiento armado lento y tortuoso, el cual fue provocando serios
daños psicológicos y materiales en la población. Dentro del país existía una estructura
terrateniente casi de corte feudal.
“Todo esto provocó un conflicto armado en medio de una lucha ideológica mundial entre
Estados Unidos y Rusia denominada: Guerra Fría, Guatemala quedó atrapada en un
conflicto armado que inició en 1962 y terminó oficialmente en 1996. Cuando se llegó a la
firma de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno de la República de Guatemala y la
URNG”.
En abril de 1960, Guatemala rompió relaciones diplomáticas con Cuba a raíz de la llegada
al poder de Fidel Castro. En Guatemala, se produjeron serios disturbios en julio y de nuevo
en noviembre.
Ese mes el presidente estadounidense Dwight Eisenhower ordenó que unidades terrestres
y aéreas de la Marina de Estados Unidos se estacionaran junto a las costas caribeñas de
Guatemala y Nicaragua para prevenir un ataque de Cuba, hecho que ambos países
denunciaban como inminente; el ataque nunca tuvo lugar, por lo que las unidades navales
tuvieron que retirarse a principios de diciembre. Sin embargo, la tensión política en el istmo
centroamericano se puso de relieve.
Ciclo de seminarios con motivo del 25º aniversario de la firma de los Acuerdo de Paz en
Guatemala.
Dichos acuerdos, que pusieron fin a la guerra civil en Guatemala, vinieron precedidos de
Los Acuerdos de Paz en Centroamérica Esquipulas I y II, que promovieron
salidas dialogadas y negociadas a conflictos armados que sometían a toda la región
centroamericana a una violencia inusitada y a la población una violación de
derechos humanos sin precedentes.
Esos Acuerdos de Paz de Guatemala pretendían lograr una Paz firme y duradera para un
país centroamericano que todavía no se ha librado de otros tipos de nuevas
violencias. Los Derechos Económicos, Sociales y Culturales que en aquellos acuerdos se
firmaron están todavía lejos de lograrse para una mayoría social que sigue padeciendo
la injusticia, la inequidad, la pobreza y la falta de desarrollo.
Por ello, y en el marco de la Agenda 2030 de Naciones Unidas para la consecución de los
Objetivos de Desarrollo Sostenible, 25 años después estos acuerdos merecen
ser valorados desde el convencimiento firme de que la Paz, la Justicia y los Derechos
Humanos son aspiraciones imprescindibles para la vida de los pueblos y de la humanidad.
Programa
Participantes:
José Manuel Martín Medem, consejero de RTVE, ex corresponsal en América
latina.
Olinda Salguero, vicepresidenta de la Misión Presidencial Latinomericana.
Velia Muralles, perito documental guatemalteca, participante en procesos judiciales
por crímenes contra la humanidad.
Erik de León, fiscal de la Unidad de Casos Especiales del Conflicto Armado Interno
de la Fiscalía de Derechos Humanos
de Guatemala.
12.00 - 13.30. Los Acuerdos de Paz en Guatemala, 25 años después, a la luz de los ODS
de la Agenda 2030
Participantes:
Vinicio Cerezo Arévalo, ex Presidente de Guatemala y firmante de los Acuerdos de
Paz de Centroamérica. Presidente
de la Fundación Esquipulas.
Pablo Monsanto, ex Comandante de la URNG (Unidad Revolucionaria Nacional
Guatemalteca) y firmante de los Acuerdos de Paz en Guatemala.
Federico Mayor Zaragoza, ex Director General de la UNESCO y presidente de la
Fundación Cultura de Paz.
Ana Isabel Prera, ex Ministra de Cultura y ex Presidenta de la Fundación
Esquipulas para la Paz, la Democracia, el
Desarrollo y la Integración de Guatemala.
Son cada uno de los temas en los que el Gobierno de Guatemala y la Unidad
Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), negociaron para alcanzar soluciones
pacíficas a los principales problemas que generaron el enfrentamiento armado de más de
36 años.
Causas Históricas:
o La realidad socio, política y económica de Guatemala
o La intolerancia
Antecedentes Inmediatos:
o La coyuntura internacional
o La lucha ideológica
ASPECTO ECONÓMICO
o El tema del uso y posesión de la tierra
o Acceso a la educación
o La exclusión social y la marginación
o La violencia generalizada
ASPECTO POLÍTICO
o Las relaciones conflictivas entre Estado-Sociedad
o El autoritarismo
o Los procesos anti-democráticos
o La debilidad del Estado en el cumplimiento de sus funciones
ASPECTO ÉTNICO:
o El proceso de ladinización
o Rechazo de la multiculturalidad
o El racismo como expresión ideológica y cultural
ASPECTO RELIGIOSO
o Los usos y las costumbres de los pueblos indígenas
o La propuesta de nuevos modelos de religiosidad
Las negociaciones para alcanzar los acuerdos de paz se efectuaron en seis ciudades de
cinco países, a lo largo de seis años. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)
Antecedentes
Ante esta volátil situación empeorada por las condiciones internacionales y el hecho de
que la administración Reagan apoyaba gobiernos y fuerzas paramilitares muy violentas1 al
tiempo que Moscú (en menor grado) y Managua hacían lo mismo con las guerrillas
revolucionarias, los diversos bandos y fuerzas combatientes se apoyaban mutuamente
según afinidad ideológica ensangrentando aún más la zona.
Costa Rica fue el único país de Centroamérica que no se encontraba en una situación de
violencia. Los gobiernos eran todos electos democráticamente y solían ser
de centroizquierda o centroderecha, la oposición (incluidos los partidos de izquierda) era
legal y no sufría represión política, además de que no contaba con fuerzas armadas desde
1949 ni había tenido golpes de estado o interrupciones del orden constitucional desde
1948. Tampoco había tenido gobiernos militares en todo el siglo XX.
No obstante, el país no estaba del todo exento del conflicto. Los gobiernos costarricenses
según su afinidad ideológica podían ser aliados de algunos bandos en la guerra de la
vecina Nicaragua.
Así, por ejemplo, el presidente Rodrigo Carazo (1978-1982) de tendencias izquierdistas
permitió a los sandinistas operar en el norte del país en la lucha contra las fuerzas
de Somoza, mientras que su sucesor Luis Alberto Monge (1982-1985) de
posturas anticomunistas hizo lo contrario y permitió a la Contra operar en territorio
nacional. Esto empezó a desestabilizar al país e incluso causó la muerte de elementos de
la Fuerza Pública. Muchos costarricenses temieron que el conflicto bélico en
Centroamérica podía extenderse a Costa Rica, país que tenía décadas de no conocer la
guerra.
La Oposición Estadounidense
Según denuncia el propio Arias, la administración Reagan estaba decidida a derrocar por
la violencia al gobierno sandinista y continuaba financiando los grupos de extrema
derecha, tanto cuando era oposición como en Nicaragua como cuando eran pro-gobierno
como en El Salvador, Honduras y Guatemala. Arias denunció haberse enfrentado a una
oposición diplomática de Washington que no deseaba un tratado de paz que permitiera la
salida diplomática del conflicto ni que el mandato de Ortega fuese legitimado.
No obstante la administración Reagan tenía sus propios problemas internos para cumplir
estos propósitos como el destape del escándalo Irán-Contras (la venta de armas por parte
de la CIA a Irán, enemigo de Estados Unidos, para financiar a los Contras) y la oposición
demócrata en el Congreso que adversaba la política de Reagan de azuzar la guerra en
Centroamérica y buscaba sacar a Estados Unidos de su involucramiento en la región.
Finalmente y tras varias reuniones previas entre cancilleras y visitas oficiales fue posible
reunir a los presidentes Vinicio Cerezo de Guatemala, José Napoleón Duarte de El
Salvador, José Azcona del Hoyo de Honduras, Daniel Ortega de Nicaragua y Óscar
Arias de Costa Rica quienes finalmente y tras largas faenas de negociación suscribieron
una serie de acuerdos conocidos como los Acuerdos de Esquipulas.
Consecuencias
El proceso de paz logró poner fin a los cruentos conflictos, si bien el proceso de desarme
de los grupos combatientes tomó tiempo, así como la efectiva democratización de la
región.
Este espacio de discusión y reflexión se desarrolló como parte de los esfuerzos que
ejecuta la iniciativa Maria Sibylla Merian Centro de Estudios Latinoamericanos Avanzados
en Humanidades y Ciencias Sociales (CALAS), impulsada por el Ministerio Federal de
Educación e Investigación de Alemania. Díaz aseguró que las recientes políticas
neoliberales de los países centroamericanos han ocasionado una confusión al analizar el
concepto de paz, pues los gobiernos de la región han buscado vender la estabilidad
política como sinónimo de paz duradera.
El académico remarcó que estos conceptos no deben ser mezclados, pues aún continúan
existiendo expresiones de violencia incluso en los países con democracias más
asentadas.
“El problema es que hoy muere más gente que en las guerras civiles de 1980. Nos
encontramos entre las regiones más violentas del mundo. Problemáticas como el trasiego
de drogas se han agravado. La droga antes corría por mares, ahora corre por tierra”, acotó
el académico.
El director del Cihac, David Díaz, dedicó su ponencia al investigador Ralph Sprenkels,
quien falleció días antes de la actividad. Anel Kenjekeeva.
DERECHO DE LA PAZ INTERNACIONAL
Universalidad de la idea de paz como valor, principio y objetivo
La paz es una aspiración universal de entrañable raíz humana. Es una aspiración fundada
en una idea común a todos los miembros de la especie humana. Constituye un valor, un
principio y un objetivo. Así como la dignidad es un elemento inherente a la personalidad
humana de todos los individuos, así como los derechos humanos, todos los derechos
humanos, son patrimonio común e inalienable de todas las personas, la idea de paz y de
la necesidad de su realización anida en la mente y en el corazón de todos los seres
humanos.
Podrán existir, según las distintas tradiciones culturales y religiosas, según las diferentes
civilizaciones, según los diversos momentos históricos, particularidades específicas o
apreciaciones no absolutamente coincidentes de lo que significa la paz o de los elementos
que la componen. Pero la esencia de la paz, la convicción de su necesidad, es y ha sido
común a todas las culturas, si se exceptúan las aberraciones que, como expresión del mal,
nunca han dejado de existir en la historia de la humanidad.
Por eso, al igual que con respecto a lo que pasa con los derechos humanos, la paz es un
ideal común y universal, sin perjuicio del reconocimiento de la diversidad, de las
concepciones y de las particularidades en las diferentes culturas y civilizaciones.
Luchar para que este ideal común y universal se encarne por medio de la acción política y
jurídica y por la lucha individual, en la realidad vital, en cada momento de la historia y en
cada lugar del planeta, es deber de todos y de cada uno, considerado ese deber tanto
individual como colectivamente. Luchar en la más amplia acepción, por todos los medios
éticamente admisibles, de acuerdo con el derecho vigente, cuando ese derecho es
legítimo y justo, o para cambiar ese derecho positivo cuando es ilegítimo, injusto u
opresivo.
Ya dijimos, y ahora reiteramos, que el derecho a la paz está contenido y en cierta forma
constituye una proyección del derecho a vivir. La guerra es la negación del derecho a vivir
y por eso la paz —que es lo opuesto a la guerra y a la violencia bélica en todas sus
formas, así como a la violencia en general en las diferentes modalidades que adopta,
todas ellas contrarias a la convivencia deseable entre los hombres— constituye una
expresión necesaria, una proyección del reconocimiento del derecho a vivir.
Cuando hay violencia no hay paz. El triunfo de la paz es la derrota de la violencia. Paz es
diálogo y respeto del otro. La violencia, que es imposición por la fuerza, que es la muerte
en vez de la vida, constituye la negación de la paz. Por eso, en estos tiempos de violencia
injustificable, ciega y mortífera, luchar por la paz y por el reconocimiento de un derecho a
ella es la forma más civilizada y quizás la más efectiva de actuar contra la violencia.
La paz es una idea múltiple y compleja, de carácter humano, social, político y jurídico. Es
el estado de ausencia de violencia, que se refiere tanto a la situación existente en el
interior de las comunidades políticas y de la sociedad nacional, como, en su proyección
internacional, a la ausencia de confrontación bélica entre los Estados dentro de la
comunidad internacional. Si la paz es la ausencia de violencia y la paz internacional es la
no existencia de confrontación bélica, no es posible pensar que la paz sea sólo la ausencia
de violencia y de confrontación bélica. No es la paz, en efecto, sólo un concepto negativo.
La paz, positivamente considerada, es la expresión de la justicia, del desarrollo, del
respeto del derecho y de la tolerancia. La paz internacional es el primero y fundamental
objetivo de las Naciones Unidas (artículo 1.1 de la Carta).
Es la propia Carta de las Naciones Unidas en este artículo que se refiere a la paz y a las
medidas para asegurarla, que invoca “los principios de la justicia”. De tal modo el derecho
positivo internacional en su más alta expresión vincula y relaciona necesariamente la paz
con la justicia.
Mantener la paz, la paz justa, para preservar “a las generaciones venideras del flagelo de
la guerra” (preámbulo de la Carta, párrafo 1), sobre la base de la “tolerancia” y al uso de
los medios previstos por el derecho internacional, es el fin esencial de la comunidad
internacional jurídicamente organizada.
La Carta de las Naciones Unidas da el fundamento para construir la idea de la paz como
un concepto positivo, integrado por el respeto de los derechos humanos, el acatamiento
del derecho internacional, “el progreso social y la elevación del nivel de vida dentro del
más amplio concepto de la libertad”. La paz, en último análisis, es finalmente un estado
que emana del espíritu humano y una realidad que resulta de acciones humanas. Por eso
el preámbulo de la Constitución de la Unesco, aplicando ideas que están en embrión en la
Carta de las Naciones Unidas, ha podido decir con razón que “las guerras nacen en el
espíritu de los hombres y es en el espíritu de los hombres que deben construirse los
baluartes de la paz”. Por eso, asimismo, es evidente que la paz no es sólo un concepto
político sino, además, esencialmente ético.
Si la paz fuese sólo ausencia de violencia, podría llegar a ser meramente pasiva,
aceptación del inmovilismo, admisión de una situación injusta, quietismo ante la opresión y
la violación del derecho. Pero no. La paz es no violencia más justicia.
Es un estado dinámico para asegurar el imperio del derecho, para que, como dice el
preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, “el hombre no se vea
compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía o la opresión”. El concepto de
paz es consustancial con la idea de derecho. Como dijo hace cincuenta años Hans Kelsen:
“El derecho es por esencia un orden para preservar la paz”.
Fue varias décadas después de 1945 que nació la idea de la necesaria existencia de un
derecho humano a la paz. Esta idea siguió a la conceptualización de la existencia de una
categoría de derechos humanos, individuales y colectivos a la vez, como, por ejemplo,
entre otros casos, del derecho al desarrollo y al disfrute de un medio ambiente sano y
ecológicamente equilibrado, entre otros, calificados como “nuevos derechos”, derechos de
la tercera generación, derechos de la solidaridad, o derechos de vocación comunitaria.
Son nuevos derechos que surgieron a la superficie de la reflexión jurídica y política como
consecuencia de la aparición de nuevas necesidades humanas, resultantes de noveles
realidades determinantes en la exigencia y configuración de nuevos derechos, fundados
en el reconocimiento de las consecuencias de esas necesidades humanas. Pero además,
este derecho humano a la paz fue y es la consecuencia de la comprensión de que, sin
hacer también a la persona humana titular del derecho a la paz, sin perjuicio de la
existencia de otros titulares, tal derecho quedaba incompleto y su eficacia prácticamente
inexistente en una comunidad internacional en la que los Estados no son ya los únicos
sujetos de derecho internacional y en la que el ser humano, sujeto asimismo de este
derecho, es el objeto último, el que da sentido al derecho todo y por ende al derecho de
gentes.
En el ámbito internacional el tema del posible reconocimiento jurídico del derecho a la paz,
luego del derecho humano a la paz, es, aunque aún puede considerarse incompleto e
inacabado, en estado naciente, sumamente interesante y sugerente. Sostener que existe
el derecho a la paz, cuya materia y objeto es la idea de paz, antes definida en el párrafo 9
del apartado 2 del presente trabajo, supone aceptar que hay un derecho colectivo de la
humanidad, de los Estados, de las naciones, de los pueblos y de las minorías a la paz y
que también, necesariamente, hay un derecho individual de todos los seres humanos y de
cada ser humano a la paz.
Sólo concibiendo que el derecho a la paz es un derecho humano, que une su carácter
individual al colectivo, este derecho adquiere su plena y total significación. El derecho a la
paz es un derecho tanto en el ámbito nacional o interno como en el internacional. Es tan
cierta la afirmación de que no puede haber paz sin derechos humanos como la de que no
puede haber derechos humanos sin paz referida a la vida interior de los Estados y a la
situación internacional. Constituyen una violación flagrante del derecho a la paz, tanto la
violencia del y en el Estado, en lo interno, como la violencia externa resultante de la
existencia de un conflicto armado internacional. Por eso un verdadero y sistemático
estudio del derecho humano a la paz implica el análisis del derecho a la paz tanto en el
ámbito del derecho interno como del derecho a la paz en el campo del derecho
internacional.
Consciente de que, puesto que las guerras comienzan en la mente de los hombres,
es allí donde debe construirse la defensa de la paz. Recordando la Declaración
sobre el Fomento entre la Juventud de los Ideales de la Paz, Respeto Mutuo y
Comprensión entre los Pueblos, del 7 de diciembre de 1965. Recordando asimismo
la Declaración Universal de Derechos Humanos, del 10 de diciembre de 1948, y el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos del 16 de diciembre de 1966 y
teniendo presente que en este último se establece, entre otras cosas, que toda
propaganda a favor de la guerra está prohibida por la ley.
Después de esta resolución del año 1978, en 1984 la Asamblea General adoptó otra
importante declaración. Fue la resolución 39/11, de 12 de noviembre de 1984, que aprobó
la Declaración sobre el Derecho de los Pueblos a la Paz. Fue ésta la primera vez que la
Asamblea se refirió expresa y textualmente al derecho a la paz. Antes, en la resolución de
1978, se había usado la expresión “derecho a vivir en paz”. Esta declaración de 1984 de la
Asamblea General dice en su artículo primero:
Si bien los conceptos de derecho de las sociedades a vivir en paz y de derecho humano a
la paz no son totalmente coincidentes y la proclamación del derecho de los pueblos a la
paz no es exactamente igual a la proclamación del derecho humano a la paz, todos ellos
son conceptos análogos y todos ellos se sitúan en el proceso que conduce, y que deberá
culminar en el futuro, con el pleno reconocimiento jurídico del derecho humano a la paz.
Sin la efectividad real de la paz no pueden existir en la verdad los derechos humanos,
porque la violencia intra o interetática, especialmente en el caso de la guerra interna o
internacional, apareja siempre la violación radical de los derechos humanos,
especialmente del derecho a la vida. Por eso la convicción de la necesidad de asegurar
por y en medio de la paz el respeto de todos los derechos humanos fundamenta la
imperativa exigencia de que entre estos derechos se incluya y se reconozca expresamente
el derecho humano a la paz, se asegure su acatamiento y se responsabilice y sancione a
quienes lo violen.
El desarrollo doctrinario del concepto de derecho humano a la paz
Este aporte doctrinario que puede seguirse en la bibliografía que acompaña el presente
trabajo no podía —al perfilar jurídicamente este derecho humano a la paz como un
derecho subjetivo, simultáneamente individual y colectivo pero aún en estado naciente,
como los otros nuevos derechos, aunque con distintos grados, elementos y carácter,
normativización— dejar de señalar sus carencias, en cuanto a su fundamento normativo,
su gravísimo desacuerdo con la realidad, su constante violación y la absoluta falta de
sanciones efectivas ante su contravención.
Este concepto integral de paz, ineludiblemente actual, va más allá de la idea meramente
negativa de la paz que pudo existir en determinados momentos históricos y en algunas
culturas pero que hoy ya es imposible sostener ante la general convicción de que debe
haber una concepción universal integral y plena de la paz, que no es concebible cuando a
la ausencia de violencia se suma el imperio de la justicia y de la solidaridad, tal como ya lo
sostuvimos en el párrafo 9 del apartado 2 del presente estudio.
La más moderna y progresista doctrina del derecho internacional sostiene, a mi juicio con
entera razón, que la humanidad constituye un sujeto de derecho internacional. La
humanidad, respecto de la que puede conceptuarse que se materializa jurídicamente en la
comunidad internacional, tiene derecho a la paz como uno de sus titulares.
Es este derecho de la humanidad la expresión del carácter necesariamente general y
universal del derecho humano a la paz, expresión de una necesidad conjunta y solidaria
de todos los miembros de la especie humana.
Los Estados son también titulares del derecho a la paz. Este derecho de los Estados
encuentra su fuente expresa en la Carta de las Naciones Unidas. La paz y la seguridad,
objeto del primer propósito de las Naciones Unidas (artículo 1.1), constituyen el objeto de
un derecho que, a su respecto, para lograrlo, mantenerlo y preservarlo, poseen todos los
Estados que coexisten en una comunidad en la que la fuerza está proscrita salvo los casos
exceptuados por el derecho internacional (artículo 2.4) y en la que los miembros de las
Naciones Unidas deberán ser “amantes de la paz” (artículo 4 de la Carta). Este derecho se
proyecta en el deber de resolver las controversias por medios pacíficos (artículos 2.3, 33-
38), en la acción del Consejo de Seguridad en casos de amenaza a la paz,
quebrantamiento de la paz o actos de agresión (artículos 39-50), por el reconocimiento
expreso del “derecho inmanente de legítima defensa” individual o colectivo (artículo 51) y
por la eventual acción dentro del marco previsto por la Carta, de los acuerdos regionales
(artículo 52-54).
Las naciones asimismo deberán ser reconocidas como titulares del derecho a la paz.
Cuando una nación coincide con un Estado, la titularidad del derecho del Estado y la de la
nación se superponen y en cierta forma existirá un solo titular internacional de tal derecho.
Pero cuando en un Estado hay varias naciones distintas o cuando una sola nación se
encuentra dividida entre varios Estados, casos todos ellos reales en la historia y en el
mundo actual, la titularidad del derecho a la paz de la nación debe ser distinguida y
reconocida como diferente de la que el Estado posee. El planteamiento dirigido a que el
derecho internacional reconozca expresamente los deberes internacionales de las
naciones fue hecho por Juan Pablo II ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.
La carencia actual al respecto del derecho internacional constituye una asignatura
pendiente. Es un tema que no puede ignorarse.
Los pueblos, concepto que no siempre es fácil distinguir del de nación, han de ser también
titulares del derecho a la paz. La subjetividad internacional de los pueblos ha sido ya
reconocida, en especial, en relación con el derecho a la libre determinación, en múltiples
instrumentos internacionales, en especial, entre otros, en el artículo 1 de los dos Pactos
Internacionales de Derechos Humanos.
Las minorías poseen de igual modo, en cuanto titulares, un derecho a la paz. El concepto
de minoría no siempre es fácilmente distinguible del de pueblo. pero las minorías objeto de
reiteradas referencias expresas en el derecho internacional actual, que ha reconocido que
éstas son titulares de derechos y que a su respecto existen deberes de la comunidad
internacional y de los Estados dentro de los cuales se encuentran, hace que posean
necesariamente el derecho a la paz, tanto respecto del Estado en que se encuentran como
en relación con la paz internacional.
El ser humano hoy se considera unánimemente, en el nuevo derecho internacional, como
un sujeto del derecho de gentes. No sólo en cuanto es un centro de imputación de
derechos y deberes emanados del derecho internacional, sino también en cuanto posee,
en múltiples ocasiones, los medios para accionar internacionalmente en defensa de alguno
o algunos de esos derechos. Todo ser humano es persona. Y en cuanto persona, en el
tradicional y actual concepto jurídico de persona, es titular de derechos y deberes
internacionales y tiene, cuando así lo dispone el derecho, capacidad para accionar en
defensa de ellos. Entre los derechos de que la persona humana ha de ser titular se ubica
necesariamente el derecho a la paz. De tal modo, el derecho a la paz deviene un derecho
humano: el derecho humano a la paz. En otros apartados del presente estudio hemos de
analizar las consecuencias actuales, en el marco del derecho vigente, del reconocimiento
del derecho humano a la paz y los caminos a seguir para completar y mejorar la forma en
la que el derecho ha encarado la cuestión y para colmar la lamentable laguna que resulta
del no reconocimiento actual expreso del derecho humano a la paz.
Aunque es obvio, no puede dejarse de señalar que el primer caso de violación del derecho
humano a la paz es la violación de la paz como consecuencia de la agresión bélica por la
amenaza o empleo de la fuerza en su más amplio sentido, dejando de lado el derecho
internacional.
En ese sentido es preciso comprender que la violencia, su amenaza y su empleo, que por
sí misma es ilegítima, con excepción de cuando se usa de acuerdo con el derecho para
asegurar el orden jurídico previamente violado, constituye per se una violación de la paz y,
por ende, una forma de conculcar el derecho humano a la paz.
Hoy día la violencia terrorista constituye uno de los más grandes ataques al derecho a la
paz.
El terrorismo, que debe ser combatido por la cooperación internacional y la acción nacional
por medios jurídicos respetuosos de los derechos humanos, no puede dar lugar al
irrespeto de estos derechos ni al empleo de medidas antiterroristas que constituyan, a su
vez, formas de terrorismo. En el Estado democrático de derecho, el fin no puede justificar
el empleo de procedimientos o medios antijurídicos.
Pero el necesario combate actual contra el terrorismo, en defensa del derecho humano a
la paz, no puede hacer olvidar las situaciones que en muchas ocasiones lo generan: la
pobreza, la ignorancia, las carencias económicas y sociales, la discriminación y la
exclusión en todas sus formas. Por eso, combatir esas causas y gobernar para resolver
esos problemas constituye una forma necesaria de encarar la lucha contra el terrorismo y,
por ende, defender el derecho humano a la paz.
Algunas consecuencias del reconocimiento del derecho humano a la paz
Es muy difícil, casi imposible, pensar hoy que ningún Estado esté dispuesto a reconocer la
objeción de conciencia fundada en la invocación del derecho humano a la paz ante la
exigencia de integrar una fuerza militar y de actuar en ella en una guerra internacional o en
una contienda bélica civil interna.
Pero de igual modo no es imposible creer que el reconocimiento jurídico formal del
derecho humano a la paz va a producir un avance en la ampliación conceptual del derecho
a la objeción de conciencia y su aplicación en los casos de oposición a intervenir o actuar
en una ilícita agresión internacional o en una igualmente ilícita acción represiva bélica
interna por un nacional del Estado involucrado en esa o esas acciones ilegítimas.
El derecho a promover y defender, de acuerdo con el orden jurídico del Estado de que se
es nacional, una política de paz, es asimismo un derecho de todo ciudadano, que debe,
naturalmente, ejercerse en la forma y por los procedimientos previstos en el derecho de un
Estado democrático.
Derecho humano a la paz y cultura de paz
Nunca podrá haber una paz verdadera y universal si no existe una cultura de la paz
opuesta y negadora de una “cultura” de la violencia. Esta cultura de la paz que ha existir
en la mente y en el corazón de cada ser humano, en la vida de cada comunidad y de la
sociedad toda, constituye, por ende, el basamento sobre el que debe construirse la
realidad del reconocimiento efectivo del derecho a la paz y de todas las consecuencias
que resultan de este reconocimiento
En los días que vivimos, el reconocimiento y la consagración jurídica del derecho humano
a la paz —tanto en el derecho interno en las Constituciones nacionales como en el
derecho internacional, en uno o varios instrumentos internacionales emanados de la
comunidad internacional en su conjunto o de sistemas regionales, aun reconociendo que
no puede todavía precisarse cuál será en el futuro la naturaleza y la forma jurídica de ese
o esos instrumentos— constituye una evidente necesidad.
Una necesidad para la lucha individual y colectiva de todos y de cada uno por la paz en su
más amplia, comprensiva y general acepción. Una necesidad en la acción contra la
violencia, tanto la violencia bélica internacionalmente ilegítima como la violencia
igualmente ilegítima en el interior de los Estados.
Una necesidad para actuar más eficazmente contra el terrorismo, que es una trágica
manifestación actual de repudiable violencia, pero que responde a causas económicas,
sociales y políticas que es necesario combatir. Una necesidad para afirmar los valores de
la tolerancia, la solidaridad y la cooperación fundadas en la justicia, valores sin la realidad
de los cuales es imposible el imperio de la paz.
Las críticas y los temores que desde 1976 hasta hoy llevaron a algunos gobiernos y a
ciertos portavoces de sus ideas a oponerse a la consagración jurídica del derecho humano
a la paz carecen de fundamento ético y racional y en su puerilidad muestran una ciega
incomprensión de las realidades actuales.
No se debilita, en efecto, al Estado reconociendo el derecho humano a la paz; por el
contrario, se fortalece al verdadero Estado democrático de derecho, justo y defensor de los
derechos humanos. Sólo el Estado arbitrario, fundado en la imposición antidemocrática,
puede temer las consecuencias del reconocimiento del derecho humano a la paz.
El derecho a la paz es total, general e indivisible. Por eso no tiene sentido afirmarlo y
reconocerlo respecto de los Estados, los pueblos, las naciones y las minorías y negarlo
empecinadamente en lo que se refiere a los individuos.
Crear la convicción de todo esto, abatir los muros de incomprensión que hasta hoy han
impedido el reconocimiento pleno, integral y universal del derecho humano a la paz es un
deber de todos. Es ser consciente de las necesidades que hoy existen y que son
ineludibles en la lucha integral contra la guerra y la violencia en todas sus formas.
LOS CONFLICTOS INTERNACIONES
Tras la II Guerra Mundial, la Agencia de la ONU para los Refugiados se creó con la idea
de que sería una agencia temporal para ayudar quienes habían tenido que huir. Casi 70
años más tarde, los conflictos bélicos vigentes hacen que ACNUR sea más necesario que
nunca con unas cifras de desplazamiento forzoso a causa de la violencia que llegan a
máximos históricos desde su creación: 65,6 millones de personas forzadas a huir a causa
de la violencia.
En octubre de 1939, la invasión de Polonia por parte de Adolf Hitler dio comienzo al mayor
conflicto bélico de la historia de la humanidad y el que ha causado el mayor número de
muertes.
La que posteriormente pasó a llamarse Segunda Guerra Mundial dio origen a los primeros
refugiados del mundo y a la creación de ACNUR, la Agencia de la ONU para los
Refugiados, que buscaba proteger a más de un millón de personas que no podía volver a
su país.
I Guerra Mundial
La Primera Guerra Mundial es considerada uno de los conflictos bélicos más mortíferos de
la historia de la humanidad. En ella se vieron envueltos más de 30 países de todo el
mundo y las pérdidas humanas la colocan como el quinto conflicto con mayor número de
muertes de la historia.
Más allá de su territorio, la guerra de Vietnam significó una lucha entre dos
superpotencias, EEUU y la URSS.
Guerra de Irak
También conocida como la Segunda Guerra del Golfo, la guerra de Irak que duró desde
2003 hasta 2011 es otro de los mayores conflictos bélicos del último siglo. El costo
económico de esta guerra fue equiparado en 2008, a lo que costaría garantizar los
estudios de primaria de todos los jóvenes sin escolarizar del mundo.
Guerra de los Balcanes
El conflicto bélico que empezó en Oriente Medio tras la Primavera Árabe ha obligado a
huir de sus casas a 3 de cada 4 sirios mientras la violencia, los bombardeos y las
masacres contra la población continúan.
Hace unos años, la ONU comenzó una investigación para catalogar como crímenes de
guerra y de lesa humanidad prácticas llevadas a cabo por el ISIS, tales como torturas,
adoctrinamiento de menores, secuestros, esclavitud sexual y lapidaciones de mujeres y
niñas.
Afganistán
Desde los años 70, continuas guerras y conflictos en el país han dejado a la población
afgana con escasas perspectivas de volver a su país. Afganistán es a día de hoy uno de
los países más peligrosos del mundo, uno de los pueblos del mundo con mayor número
de refugiados y uno de los mayores conflictos bélicos de nuestra generación.