La Ley de Dios

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Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 18.

LA LEY DE DIOS
Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día

Todos los ojos estaban fijos en la montaña. La cumbre se hallaba cubierta


de una espesa nube que se hacía cada vez más oscura, y se extendía hacia abajo
hasta que todo el monte estuvo velado en el misterio. En la oscuridad brillaban los
relámpagos, mientras que el trueno retumbaba una y otra vez. "Todo el monte
Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo
subía como el humo de un horno, y todo monte se estremecía en gran manera. El
sonido de la bocina iba aumentando en extremo" (Exo.19:18,19). Tan poderosa
era esta majestuosa revelación de la presencia de Dios, que todo Israel temblaba.
De pronto cesaron los truenos y el sonido de la trompeta, y el silencio se
hizo pavoroso. Entonces Dios habló desde la espesa oscuridad que velaba su
presencia en la cumbre de la montaña. Movido por un profundo amor hacia su
pueblo, proclamó los Diez Mandamientos. Dijo Moisés: "Jehová vino de Sinaí... de
entre diez millares de santos, con la ley de fuego a su mano derecha. Aun amó a
su pueblo; todos los congregados a él estaban en su mano; por tanto, ellos
siguieron en tus pasos, recibiendo dirección de ti" (Deut.33:2,3).
Cuando Dios dio la ley en el Sinaí, no sólo se reveló a sí mismo como la
majestuosa autoridad suprema del universo. También se describió como el
Redentor del su Pueblo (Exo.20:2). Debido a que es el Salvador, llamó no sólo a
Israel sino a toda la humanidad (Ec.12:13) a obedecer diez breves, abarcantes y
autoritativos preceptos que cubren los deberes de los seres humanos para con
Dios y para con sus semejantes.
Y Dios dijo:
"No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna
semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová
tu dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la
tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a
millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.
"No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por
inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.
"Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás
toda tu obra; más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él
obra alguna, tú, ni tu hijo, no tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu
extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los
cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo
día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.
"Honra a tu Padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra
que Jehová tu Dios te da.
"No matarás.
"No cometerás adulterio.
"No hurtarás.
"No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.

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"No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni


su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo"
(Exo.20:3-17).

La Naturaleza de la Ley
Como un reflejo del carácter de Dios, la ley de los Diez Mandamientos es
moral, espiritual y abarcante; contiene principios universales.
Un reflejo del carácter del Dador de la ley. En la Ley de Dios, la Escritura
presenta los atributos divinos. A semejanza de Dios, "la ley de Jehová es perfecta"
y "el precepto de Jehová es puro" (Sal.19:7,8). "La ley a la verdad es santa, y el
mandamiento santo, justo y bueno" (Rom.7:12). "Todos tus mandamientos son
verdad. Hace mucho que he entendido tus testimonios, que para siempre los has
establecido" (Sal.119:151,152). En verdad, "todos tus mandamientos son justicia"
(Sal.119:172).
Una ley moral. Los Diez Mandamientos revelan el patrón divino de
conducta para la humanidad. Definen nuestra relación con nuestro Creador y
Redentor, y nuestro deber para con nuestros semejantes. La Escritura llama
pecado a la transgresión de la Ley de Dios (1 Jn.3:4).
Una ley espiritual. "Sabemos que la ley es espiritual" (Rom.7:14). Por lo
tanto, únicamente los que son espirituales y tienen el fruto del Espíritu pueden
obedecerla" (Jn.15:4; Gál.5:22,23). Es el Espíritu de Dios el que nos capacita para
hacer su voluntad (Hech.1:8; Sal.51:10-12). Al permanecer en Cristo, recibimos el
poder que necesitamos para llevar frutos para su gloria (Juan 15:5).
Las leyes humanas se refieren únicamente a los actos externos. Pero de la
ley divina dice: "Amplio sobremanera es tu mandamiento" (Sal.119:96); abarca
nuestros pensamientos más secretos, nuestros deseos y emociones como los
celos, la envidia, la concupiscencia y la ambición. En el Sermón del Monte, Jesús
hizo énfasis en esta dimensión espiritual de la ley, revelando que la transgresión
comienza en el corazón (Mat.5:21,22,27,28; Mar.7:21-23).
Una ley positiva. El Decálogo es mucho más que una corta serie de
prohibiciones; contiene principios sumamente abarcantes. No sólo se extiende a lo
que no debemos hacer, sino que también abarca lo que debemos hacer. No sólo
requiere de nosotros que nos abstengamos de acciones y pensamientos malos;
también debemos aprender a usar con fines benéficos los talentos y dones que
Dios nos ha concedido. De este modo, cada precepto negativo tiene una
dimensión positiva.
Por ejemplo, el sexto mandamiento que dice: "No matarás", tiene como su
aspecto positivo "promoverás la vida". "Es la voluntad de Dios que sus seguidores
busquen la forma de promover el bienestar y la felicidad de todo aquel que se
coloca dentro de la esfera de su influencia. En un sentido profundo, la comisión
evangélica -las buenas nuevas de salvación y vida eterna en Jesucristo- descansa
en el principio positivo incorporado en el sexto precepto".11
"La ley de los Diez Mandamientos no ha de ser considerada tanto desde el
aspecto de la prohibición, como desde el de la misericordia. Sus prohibiciones son
la segura garantía de felicidad en la obediencia. Al ser recibida en Cristo, ella obra
en nosotros la pureza de carácter que nos traerá gozo a través de los siglos

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eternos. Es una muralla de protección para el obediente. Contemplamos en ella la


bondad de Dios, quien al revelar a los hombres los principios inmutables de
justicia, procura escudarlos de los males que provienen de la transgresión".22
Una ley sencilla. Los Diez Mandamientos son profundos en su abarcante
sencillez. Son tan breves que hasta un niño puede aprenderlos rápidamente de
memoria, y a la vez son tan abarcantes que cubren cualquier pecado posible.
No hay misterios en la Ley de Dios. Todos pueden comprender las grandes
verdades que implica. El intelecto más débil puede captar esas reglas; el más
ignorante puede regular su vida y formar su carácter de acuerdo con la norma
divina".33
Una ley de principios. Los Diez Mandamientos constituyen un sumario de
todos los principios correctos. Se aplican a la totalidad de la humanidad de todas
las épocas. Dice la Escritura: "Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque
esto es el todo del hombre" (Ec.12:13).
El Decálogo -las diez palabras o Diez Mandamientos (Exo.34:28)- consiste
en dos partes, indicadas por las dos tablas de piedra sobre las cuales Dios lo
escribió (Deut.4:13). Los primero cuatro mandamientos definen nuestro deber para
con nuestro Creador y Redentor, y los últimos seis regulan nuestros deberes para
con nuestros semejantes.44
Esta división en dos aspectos se deriva de los dos grandes principios
fundamentales del amor, sobre los cuales se funda la operación del reino de Dios:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus
fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Luc.10:27;
compárese con Deut.6:4,6; Lev.19:18). Los que viven de acuerdo con estos
principios se hallarán en completa armonía con los Diez Mandamientos, por
cuanto éstos expresan dichos principios en mayor detalle.
El primer mandamiento prescribe la adoración exclusiva del único Dios
verdadero. El segundo prohibe la idolatría. 55 El tercero prohibe la irreverencia y el
perjurio que envuelve la invocación del nombre divino. El cuarto llama a observar
el sábado e identifica al Dios verdadero como el Creador de los cielos y la tierra. El
quinto mandamiento requiere que los hijos se sometan a sus padres como los
agentes asignados por Dios para la transmisión de su voluntad revelada a las
generaciones futuras (véase Deut.4:6-9; 6:17). El sexto protege la vida,
enseñándonos a considerarla sagrada. El séptimo prescribe la pureza y
salvaguarda la relación marital. El octavo protege la propiedad. El noveno
resguarda la verdad y prohibe el perjurio. Y el décimo alcanza a la raíz de todas
las relaciones humanas al prohibir que se codicie lo que pertenece al prójimo.66
Una ley única. Los Diez Mandamientos poseen la distinción especial de ser
las únicas palabras que Dios habló en forma audible ante una nación entera
(Deut.5:22). No deseando confiar esta ley a las mentes olvidadizas de los seres
humanos, Dios procedió a grabar los mandamientos con su dedo en dos tablas de
piedra que debían ser preservadas dentro del arca del tabernáculo (Exo.31:18;
Deut.10:2).
Con el fin de ayudar a Israel en la aplicación de los mandamientos, Dios les
dio leyes adicionales que detallaban su relación con él y con sus semejantes.
Algunas de estas leyes adicionales enfocaban los asuntos civiles de Israel (leyes
civiles); otras regulaban las ceremonias de los servicios del santuario (leyes

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ceremoniales). Dios comunicó al pueblo estas leyes adicionales valiéndose de un


intermediario, Moisés, quien las escribió en el "libro de la ley", y las colocó "al lado
del arca del pacto de Jehová" (Deut.31:25,26), no dentro del arca, como había
hecho con la revelación suprema de Dios, el Decálogo. Estas leyes adicionales -
las instrucciones de Moisés- se conocían como "el libro de la ley de Moisés"
(Jos.8:31; Neh.8:1), "el libro de Moisés" (2 crón.25:4), o simplemente "la ley de
Moisés" (2 Re.23:25; 2 Crón.23:18).77
La ley es una delicia. La Ley de Dios es una inspiración para el alma. Dijo
el salmista: "Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación". "He
amado tus mandamientos más que el oro, y más que oro muy puro". Aunque
"aflicción y angustia se han apoderado de mí - afirma David-, tus mandamientos
fueron mi delicia" (Sal.119:97,127,143). Para los que aman a Dios "sus
mandamientos no son gravosos" (1 Juan 5:3). Son los transgresores los que
consideran que la ley es un yugo intolerable, por cuanto los designios de la mente
pecaminosa "no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden" (Rom.8:7).

El Propósito de la Ley
Dios dio su ley con el fin de proveer abundantes bendiciones para su pueblo
y llevarlos a establecer una relación salvadora con él mismo. Notemos los
siguientes propósitos específicos:
Revela la voluntad de Dios para la humanidad. Como la expresión del
carácter de Dios y de su amor, los Diez Mandamientos revelan su voluntad y
propósitos para la humanidad. Demandan perfecta obediencia "porque cualquiera
que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos"
(Sant.2:10). La obediencia a la ley como regla de nuestra vida, es vital para
nuestra salvación. El mismo Jesús dijo: "Si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos" (Mat.19:17). Esta obediencia es posible únicamente por medio del
poder que provee el Espíritu Santo al morar en nuestro interior.
Es la base del pacto de Dios. Moisés escribió los Diez Mandamientos con
otras leyes explicativas, en un libro llamado el libro del pacto (Exo.20:1 - 24:8;
véase especialmente Exo.24:4-7).88 Más tarde llamó a los Diez Mandamientos "las
tablas del pacto", indicando su importancia como la base del pacto eterno
(Deut.9:9; compárese con 4:13).
Funciona como la norma del juicio. Dice el salmista que, a semejanza de
Dios, "todos tus mandamientos son justicia" (Sal.119:172). La ley, por lo tanto,
establece la norma de justicia. Ninguno de nosotros será juzgado por su paciencia,
sino por estos principios justos. "Teme a Dios, y guarda sus mandamientos" -dice
la Escritura-, "porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa
encubierta, sea buena o sea mala" (Ec.12:13,14; véase también Sant.2:12).
Las conciencias humanas varían. Algunas son "débiles", mientras que otras
están "contaminadas", son "malas", están "corrompidas" o "cauterizadas" (1
Cor.8:7,12; Tito 1:15; Heb.10:22; 1 Tim.4:2). A la manera de un reloj, no importa
cuán bien puedan funcionar, deben estar "puestas de acuerdo con alguna regla
exacta para ser de valor. Nuestras conciencias nos dicen que debemos ser justos,
pero no nos dicen en qué consiste ser justo.

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Unicamente la conciencia sincronizada con la gran norma de Dios -su ley-


puede mantenernos libres de caer en el pecado.99
Señala el pecado. Sin los Diez Mandamientos, los seres humanos no
pueden ver con claridad la santidad de Dios, su propia culpabilidad, ni su
necesidad de arrepentirse.
Por no saber que su conducta constituye una violación de la Ley de Dios,
no se sienten perdidos ni comprenden su necesidad de la sangre expiatoria de
Cristo.
Con el fin de ayudar a que los individuos comprendan su verdadera
condición, la ley funciona como un espejo (véase Sant.1:23-25). Los que "miran"
en ella, ven sus propios defectos de carácter en contraste con el carácter justo de
Dios. De este modo, la ley moral demuestra que todo el mundo es culpable
delante de Dios (Rom.3:19), haciendo así que cada uno sea plenamente
responsable delante de él.
"Por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Rom.3:20) por cuanto
"el pecado es infracción de la ley" (1 Juan 3:4). De hecho, Pablo afirmó: "Yo no
conocí el pecado sino por la ley" (Rom.7:7). Al convencer a los pecadores de su
pecado, les ayuda a darse cuenta de que están condenados bajo el juicio de la ira
de Dios, y que confrontan la pena de muerte eterna. Los hace conscientes de su
absoluta impotencia.
Es un agente en la conversión. La Ley de Dios es el instrumento que el
Espíritu Santo usa para llevarnos a la conversión: "La ley de Jehová es perfecta,
que convierte el alma" (Sal.19:7). Una vez que por haber visto nuestro verdadero
carácter nos damos cuenta de que somos pecadores, que estamos condenados a
muerte y sin esperanza, entonces captamos nuestra necesidad de un Salvador.
Entonces las buenas nuevas del Evangelio llegan a ser verdaderamente
significativas. De este modo, la ley nos encamina hacia Cristo, el único que nos
puede ayudar a escapar de nuestra desesperada situación. 110 Es en este sentido
que Pablo se refiere tanto a la ley moral como a la ley ceremonial como "nuestro
ayo" ("tutor" en otras versiones) para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos
justificados por la fe" (Gál.3:24).111
Aun cuando la ley revela nuestro pecado, no por ello puede salvarnos. Tal
como el agua es el medio de limpiar un rostro sucio, así también nosotros,
después de haber descubierto nuestra necesidad mirándonos en el espejo de la
ley moral de Dios, nos acercamos a la fuente que constituye un manantial
abierto... para la purificación del pecado y de la inmundicia" (Zac.13:1) y somos
purificados "en la sangre del Cordero" (apoc.7:14). Debemos mirar a Cristo, "y a
medida que Cristo (nos) es revelado... sobre la cruz del Calvario, moribundo bajo
el peso de los pecados de todo el mundo, el Espíritu Santo (nos) muestra... la
actitud de Dios para con todos los que se arrepienten de sus transgresiones". 112
Entonces la esperanza colma nuestras almas, y por fe nos aferramos de nuestro
Salvador, quien nos extiende el don de la vida eterna (Juan 3:16).
Provee verdadera libertad. Cristo dijo que "todo aquel que hace pecado,
esclavo es del pecado" (Juan 8:34). Cuando transgredimos la Ley de Dios, no
tenemos libertad; pero la obediencia a los Diez Mandamientos nos asegura la
verdadera libertad. Vivir dentro de los confines de la Ley de Dios significa libertad
del pecado. Además, significa ser libres de lo que acompaña al pecado: La

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Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 18.

continua preocupación, las heridas de la conciencia, y una carga creciente de


culpabilidad y remordimiento que desgasta nuestras fuerzas vitales. Dice el
salmista: "Andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos" (Sal.119:45).
Santiago se refiere al Decálogo llamándolo "la ley real", "la perfecta ley, la de la
libertad" (Sant.2:8; 1:25).
Con el fin de que recibamos esa libertad, Jesús nos invita a llegarnos a él
con nuestra carga de pecado. En su lugar nos ofrece su yugo, el cual es fácil
(Mat.11:29,30). Un yugo es un instrumento de servicio; al dividir la carga, hace que
sea más fácil realizar diversas tareas. Cristo nos ofrece su compañía bajo el yugo.
El yugo mismo es la ley; "la gran ley de amor revelada en el Edén, proclamada en
el Sinaí, y en el nuevo pacto escrita en el corazón, es la que liga al obrero humano
a la voluntad de Dios".113 Cuando compartimos el yugo de Cristo, él lleva la
pesada carga y hace que la obediencia sea un gozo. El nos capacita para tener
éxito en lo que antes era imposible. De este modo, la ley, escrita en nuestros
corazones, se convierte en una delicia y un gozo. Somos libres porque deseamos
vivir conforme a los mandamientos divinos.
Si se presenta la ley sin el poder salvador de Cristo, no hay libertad del
pecado. Pero la gracia salvadora de Dios, la cual no anula la ley, pone a nuestro
alcance el poder que nos libra del pecado, porque "donde está el Espíritu del
Señor, allí hay libertad" (2 Cor.3:17).
Domina el mal y trae bendiciones. El aumento en los crímenes, la
violencia, la inmoralidad y la maldad que inunda el mundo, se ha originado en el
desprecio del Decálogo. Dondequiera que se acepta esta ley, contiene el pecado,
promueve la conducta correcta, y se convierte en un medio de establecer la
justicia. Las naciones que han incorporado sus principio en sus leyes han
experimentado grandes bendiciones. Por otra parte, el abandono de sus principios
causa una decadencia progresiva.
En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios a menudo bendecía a
naciones e individuos en proporción a la manera como obedecían su ley. "La
justicia engrandece a la nación", declara la Escritura, y "con justicia será afirmado
el trono" (Prov.14:34; 16:12). Los que rehusaban obedecer los mandamientos de
Dios sufrían calamidades (Sal.89:31,32). "La maldición de Jehová está en la casa
del impío, pero bendecirá la morada de los justos" (Prov.3:33; véase Lev.26;
deut.28). El mismo principio general continúa siendo válido en nuestros días.114

La Perpetuidad de la Ley
Por cuanto la ley moral de los Diez Mandamientos es un reflejo del carácter
de Dios, sus principios no son temporales ni sujetos a las circunstancias, sino
absolutos, inmutables, y de validez permanente para la humanidad. A través de los
siglos, los cristianos han creído firmemente en la perpetuidad de la Ley de Dios,
afirmando con decisión su validez continua.115
La ley antes del Sinaí. La ley existía mucho antes de que Dios le diera el
Decálogo a Israel. Si no hubiese sido así, no podría haber existido pecado antes
del Sinaí, "pues el pecado es infracción de la ley" (1 Juan 3:4). El hecho de que
Lucifer y sus ángeles pecaron, provee evidencia de la presencia de la ley aún
antes de la creación (2 Ped.2:4).

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Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 18.

Cuando Dios creó a Adán y Eva a su imagen, implantó en sus mentes los
principios morales de la ley, haciendo que para ellos el acto de cumplir la voluntad
de su Creador fuese algo natural. Su transgresión introdujo el pecado en la familia
humana (Rom.5:12).
Más tarde, Dios dijo de Abrahán que "oyó... mi voz, y guardó mi precepto,
mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes" (Gén.26:5). Moisés, por su parte,
enseñó los estatutos y las leyes de Dios antes del Sinaí (Exo.16; 18:16). El
estudio del libro del Génesis demuestra que los Diez Mandamientos eran
conocidos mucho antes del Sinaí. Dicho libro revela que, antes que Dios diera el
Decálogo, la gente se daba cuenta de que los actos que éste prohibe eran
malos.116 Esta comprensión general de la ley moral muestra que Dios proveyó a la
humanidad con el conocimiento de los Diez Mandamientos.
La ley en el Sinaí. Durante su largo período de esclavitud en Egipto -una
nación que no reconocía al Dios verdadero (Exo.5:2)-, los israelitas vivieron en la
idolatría y la corrupción. En consecuencia, perdieron mucho de su comprensión de
la santidad, la pureza y los principios morales de Dios. Su condición de esclavos
hizo que para ellos fuese difícil adorar a Dios.
Respondiendo a su clamor desesperado en procura de ayuda, Dios recordó
su pacto con Abrahán y determinó librar a su pueblo, sacándolos "del horno de
hierro" (Deut.4:20) para conducirlos a una tierra en donde "guardasen sus
estatutos y cumpliesen sus leyes" (Sal.105:43-45).
Después de su liberación, los condujo al monte Sinaí y les dio la ley moral
que es la norma de su gobierno y las leyes ceremoniales que les enseñarían a
reconocer que el camino de la salvación depende del sacrificio expiatorio del
Salvador. De este modo, en el Sinaí Dios promulgó su ley en forma directa, en
términos claros y sencillos, "a causa de las transgresiones" (Gál.3:19), "a fin de
que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso"
(Rom.7:13). Tan sólo si lograban distinguir con gran claridad la ley moral de Dios,
podrían los israelitas volverse conscientes de sus transgresiones, descubrir su
impotencia y comprender su necesidad de salvación.
La ley antes del retorno de Cristo. La Biblia revela que la Ley de Dios es
el objeto de los ataques de Satanás, y que la guerra del diablo contra ella
alcanzará su mayor intensidad poco antes de la segunda venida. La profecía
indica que Satanás inducirá a la vasta mayoría de los seres humanos a que
desobedezcan a Dios (Apoc.12:9). Obrando a través del poder de "la bestia",
dirigirá la atención del mundo hacia la bestia en vez de Dios (Apoc.13:3).
1. La ley bajo ataque. Daniel 7 describe este mismo poder simbolizándolo con un
pequeño cuerno. Ese capítulo habla de cuatro grandes bestias, a las cuales, y
desde los tiempos de Cristo, los comentadores bíblicos han identificado como los
poderes mundiales de Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. Los diez cuernos
de la cuarta bestia representan las divisiones del Imperio romano en la época de
su caída (año 476 D.C.).117
La visión de Daniel enfoca el cuerno pequeño, un poder terrible y blasfemo
que surgió entre los diez cuernos, significando el surgimiento de un poder
asombroso después de la desintegración del Imperio Romano. Este poder
procuraría cambiar la Ley de Dios (Dan.7:25) y había de continuar hasta el retorno
de Cristo. Por sí mismo, este ataque es evidencia de que la ley continuaría

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Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 18.

teniendo significado en el plan de salvación. La visión termina asegurándole al


pueblo de Dios que este poder no logrará eliminar la ley, porque el juicio destruirá
al cuerno pequeño (Dan.7:11,26-28).
2. Los santos defienden la ley. La obediencia caracteriza a los santos que esperan
la segunda venida. En el conflicto final se unen para exaltar la Ley de Dios. La
Escritura los describe como "los que guardan los mandamientos de Dios y tienen
el testimonio de Jesucristo" (Apoc.12:17; 14:12) y esperan con paciencia el retorno
de Cristo.
En preparación para la segunda venida, este grupo de creyentes proclaman
el Evangelio, llamando a otros a adorar al Señor como Creador (Apoc.14:6,7). Los
que adoran a Dios en amor le obedecerán; el apóstol Juan declaró: "Este es el
amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son
gravosos" (1 Juan 5:3).
3. Los juicios de Dios y la ley. El juicio de Dios que consiste en las siete últimas
plagas que caen sobre los desobedientes, se origina en el templo "del tabernáculo
del testimonio" en el cielo (Apoc.15:5). En Israel se conocía bien el término el
tabernáculo del testimonio; designaba el tabernáculo que Moisés había construido
(Núm.1:50,53; 17:8; 18:2). Se lo llamaba así porque el tabernáculo contenía "el
arca del testimonio" (Exo.26:34), la cual contenía las tablas del "testimonio"
(Exo.31:18). Vemos así que los Diez Mandamientos son el "testimonio" de la
voluntad divina, revelado a la humanidad (Exo.34:28,29).
Pero Apoc.20:5, dice que "fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo
del testimonio". La estructura que erigió Moisés era simplemente una copia del
templo celestial (Exo.25:8,40; compárese con Heb.8:1-5); el gran original de los
Diez Mandamientos está allí guardado. El hecho de que los juicios del tiempo del
fin se hallan íntimamente relacionados con la transgresión de la Ley de Dios,
añade evidencia a favor de la perpetuidad de los Diez Mandamientos.
El libro de Apocalipsis también muestra la apertura del templo celestial, lo
cual descubre ante la vista "el arca de su pacto" (Apoc.11:19). La expresión arca
del pacto designaba el arca del santuario terrenal, la cual contenía las tablas con
"las palabras del pacto", los Diez Mandamientos (Exo.34:27; compárese con
Núm.10:33; Deut.9:9). El arca del pacto que se halla en el santuario celestial es el
arca original que contiene las palabras del pacto eterno -el Decálogo original. Es
claro, entonces, que el tiempo de los juicios finales que Dios envía sobre el mundo
(Apoc.11:18) está relacionado con la apertura del templo celestial, con su punto
focal en el arca que contiene los Diez Mandamientos; en verdad, esta escena
constituye un cuadro apropiado de la magnificación de la Ley de Dios como la
norma del juicio.

La Ley y el Evangelio
La salvación es un don que llega a nosotros por gracia por medio de la fe,
no por las obras de la ley (Efe.2:8). "Ninguna obra de la ley, ningún esfuerzo, por
más admirable que sea, y ninguna obra buena -ya sean muchas o pocas, de
sacrificio o no- pueden justificar de manera alguna al pecador (Tito 3:5;
Rom.3:20)".118
A través de toda la Escritura existe perfecta armonía entre la ley y el
Evangelio; ambos se exaltan mutuamente.

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Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 18.

La ley y en Evangelio antes del Sinaí. Cuando Adán y Eva pecaron,


supieron que significan la culpa, el temor y la necesidad (Gén.3:10). En respuesta
a su necesidad, Dios no anuló la ley que los condenaba; en cambio, les ofreció el
Evangelio que los restauraría a la comunión con él y a la obediencia de su santa
ley.
El Evangelio consistía en la promesa de redención por medio de un
Salvador, la Simiente de la mujer, el cual un día vendría para triunfar sobre el mal
(Gén.3:15). El sistema de sacrificios que Dios estableció, les enseñó una
importante verdad relativa a la expiación: El perdón podría ser obtenido
únicamente por el derramamiento de sangre, por medio de la muerte del Salvador.
Al creer que el sacrificio de los animales simbolizaba la muerte expiatoria del
Salvador en su lugar, obtendrían el perdón de sus pecados. 119 La salvación sería
por gracia.
Esta promesa evangélica era el centro del pacto eterno de gracia que Dios
le ofreció a la humanidad (Gén.12:1-3; 15:4,5; 17:1-9). Se hallaba íntimamente
relacionada con la obediencia a la Ley de Dios (Gén.18:18,19; 26:4,5). El Hijo de
Dios sería la garantía del pacto divino, el punto focal del Evangelio, el "Cordero
que fue inmolado desde el principio del mundo" (Apoc.13:8). La gracia de Dios,
por lo tanto, comenzó a aplicarse tan pronto como Adán y Eva pecaron. Dijo
David: "La misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre
los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos; sobre los que guardan
su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra"
(Sal.103:17,18).
La ley y el Evangelio en el Sinaí. Existe una relación estrecha entre el
Decálogo y el Evangelio. Por ejemplo, el preámbulo de la ley se refiere a Dios
como el que libertó a su pueblo de la esclavitud (Exo.20:1,2). Y luego de la
proclamación de los Diez Mandamientos, Dios instruyó a los israelitas a que
erigieran un altar y comenzaran a ofrecer los sacrificios que habían de revelar su
gracia salvadora.
Fue en el monte Sinaí donde Dios le reveló a Moisés una gran porción de la
ley ceremonial que tenía que ver con la construcción del santuario, lugar en el cual
Dios moraría con su pueblo y se encontraría con ellos para compartir sus
bendiciones y perdonar sus pecados (Exo.24:9 - 31:18). Esta expansión del
sencillo sistema de sacrificios que había existido antes del Sinaí, bosquejaba la
obra mediadora de Cristo para la redención de los pecadores y la vindicación de la
autoridad y santidad de la Ley de Dios.
La morada de Dios se hallaba en el Lugar Santísimo del santuario terrenal,
sobre el propiciatorio del arca en la cual se guardaban los Diez Mandamientos.
Cada aspecto de los servicios del santuario simbolizaba al Salvador. Los
sacrificios de sangre apuntaban a su muerte expiatoria, la cual redimiría a la raza
humana de la condenación de la ley.
El Decálogo fue colocado dentro del arca; por su parte, las leyes
ceremoniales, junto con los reglamentos civiles que Dios le dio al pueblo, fueron
escritos en el "libro de la ley", el cual fue colocado junto al arca del pacto como
"testigo contra" el pueblo (Deut.31:26). Siempre que pecaban, este "testigo"
condenaba sus acciones y proveía elaborados requisitos para la reconciliación con
Dios. Desde el Sinaí hasta la muerte de Cristo, los transgresores del Decálogo

9
Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 18.

hallaron esperanza, perdón y purificación por fe en el Evangelio revelado por los


servicios del santuario que prescribía la ley ceremonial.
La ley y el Evangelio después de la cruz. Según han observado
numerosos cristianos, la Biblia indica que, si bien la muerte de Cristo abolió la ley
ceremonial, no hizo sino confirmar la perdurable validez de la ley moral. 220 Nótese
la evidencia:
1. La ley ceremonial. Cuando Cristo murió, cumplió el simbolismo profético
del sistema de sacrificios. El tipo se encontró con el antitipo, y la ley ceremonial
llegó a su fin. Siglos antes, Daniel había predicho que la muerte del Mesías haría
"cesar el sacrificio y la ofrenda" (Dan.9:27). Cuando Jesús murió, el velo del
templo fue rasgado sobrenaturalmente de arriba abajo (Mat.27:51), indicando así
el fin del significado espiritual de los servicios del templo.
Si bien es cierto que la ley ceremonial cumplía un papel vital antes de la
muerte de Cristo, en muchas maneras era deficiente, sólo "teniendo la sombra de
los bienes venideros" (Heb.10:1). Cumplía un propósito momentáneo, habiéndole
sido impuesta al pueblo de Dios "hasta el tiempo de reformar las cosas" (Heb.9:10;
compárese con Gál.3:19), es decir, hasta el momento en que Cristo muriera como
el verdadero Cordero de Dios.
A la muerte de Cristo, la jurisdicción de la ley ceremonial llegó a su fin. El
sacrificio expiatorio del Salvador proveyó el perdón de todos los pecados. Este
acto anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era
contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz" (Col.2:14; compárese
con Deut.31:26). Desde entonces, ya no fue necesario realizar las elaboradas
ceremonias que de todos modos no eran capaces de quitar los pecados ni de
purificar la conciencia (Heb.10:4; 9:9,14). No más preocupación acerca de las
leyes ceremoniales, con sus complejos requerimientos relativos a las ofrendas de
bebidas y alimentos, las celebraciones de diversos festivales (la Pascua, el
Pentecostés, etc.), las nuevas lunas o los sábados ceremoniales (Col.2:16;
compárese con Heb.9:10), "todo lo cual es sombra de lo que ha de venir"
(Col.2:17).221
Con la muerte de Jesús, los creyentes ya no tenían ninguna necesidad de
poner su atención en las sombras, es decir, los reflejos de la realidad en Cristo.
Ahora podrían acercarse al Salvador directamente, ya que la sustancia o el cuerpo
"es de Cristo" (Col.2:17).
Tal como había sido interpretada por los judíos, la ley ceremonial se había
convertido en una barrera entre ellos y otras naciones. Había llegado a ser un gran
obstáculo para el cumplimiento de su misión de iluminar el mundo con la gloria de
Dios. La muerte de Cristo abolió esta "ley de los mandamientos expresados en
ordenanzas" entre los judíos y gentiles, y creando así una familia de creyentes
reconciliados "mediante la cruz... en un solo cuerpo" (Efe.2:14-16).
2. El Decálogo y la cruz. Si bien es cierto que la muerte de Cristo terminó
con la autoridad de la ley ceremonial, por otra parte estableció la ley de los Diez
Mandamientos. Cristo quitó la maldición de la ley, librando así de su condenación
a los creyentes. Sin embargo, el hecho de que haya realizado esto, no significa
que la ley haya sido abolida, dándonos libertad para violar sus principios. El
abundante testimonio bíblico referente a la perpetuidad de la ley refuta este
concepto.

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Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 18.

Bien dijo Calvino que "no debemos imaginar que la venida de Cristo nos ha
librado de la autoridad de la ley; por cuanto ésta es la regla eterna de una vida
santa y devota, y por lo tanto debe ser tan invariable como la justicia de Dios".222
Pablo descubrió la relación que existe entre la obediencia y el Evangelio de
la gracia salvadora. Llama a los creyentes a vivir vidas santas, y los desafía a
presentarse a sí mismos "a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado
no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia"
(Rom.6:13,14). Así pues, los cristianos no guardan la ley con el fin de obtener la
salvación; los que procuren hacer eso lograrán tan sólo hundirse más en la
esclavitud del pecado. "Todo el tiempo que un individuo se halla bajo la ley,
permanece también bajo el dominio del pecado, por cuando la ley no puede
salvarnos de la condenación del pecado ni de su poder. Pero los que están bajo la
gracia reciben no sólo libertad de la condenación (Rom.8:1), sino también el poder
para vencer (Rom.6:4). De este modo, el pecado ya no tendrá dominio sobre
ellos".223
"El fin de la ley -añade Pablo- es Cristo para justicia a todo aquel que cree"
(Rom.10:4). Por lo tanto, todo aquel que cree en Cristo, comprende que el
Salvador es el fin de la ley como instrumento de obtener justicia. En nosotros,
somos pecadores pero en Jesucristo somos justos por medio de su justicia.224
Eso sí, el estar bajo la gracia no les da a los creyentes permiso para
continuar en el pecado con el fin de hacer que la gracia abunde (Rom.6:1). Más
bien, la gracia suple el poder que hace posible la obediencia y la victoria sobre el
pecado. "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo
Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu"
(Rom.8:1).
La muerte de Cristo magnificó la ley, exaltando su autoridad universal. Si el
Decálogo pudiera haber sido cambiado, el Salvador no habría tenido que morir.
Pero por cuanto esta ley es absoluta e inmutable, requiere el derramamiento de
sangre con el fin de pagar la pena que impone. Este requerimiento, Cristo lo
satisfizo plenamente por su muerte inocente en la cruz, poniendo la vida eterna a
la disposición de todos los que aceptasen su magnífico sacrificio.

La Obediencia de la Ley
Los seres humanos no pueden ganarse la salvación por medio de sus
buenas obras. La obediencia es el fruto de la salvación en Cristo. Por su gracia
maravillosa, revelada especialmente en la cruz, Dios ha librado a su pueblo del
castigo y la maldición del pecado. Aun cuando eran pecadores Cristo dio su vida
con el fin de proveer para ellos el don de la vida eterna. El abundante amor de
Dios despierta en el pecador arrepentido una respuesta que se manifiesta en
obediencia amorosa por el poder de la gracia derramada en tal abundancia. Los
creyentes que comprenden cuánto valora Cristo la ley y que además estiman las
bendiciones de la obediencia, estarán bajo una poderosa motivación para vivir
vidas semejantes a Cristo.
Cristo y la ley. Cristo tenía supremo respeto por la ley de los Diez
Mandamientos. Como el gran "Yo Soy", él mismo proclamó desde el Sinaí la ley
moral de su Padre (Juan 8:58; Exo.3:14). Parte de su misión en este mundo
consistía en "magnificar la ley y engrandecerla" (Isa.42:21). El siguiente pasaje de

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Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 18.

los Salmos, que el Nuevo Testamento aplica a Cristo, deja clara su actitud hacia la
ley: "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi
corazón" (Sal.40:8; véase Heb.10:5,7).
El Evangelio de Jesús produjo una fe que exaltó firmemente la validez del
Decálogo. Dijo Pablo: "¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera,
sino que confirmamos la ley" (Rom.3:31).
Así pues, Cristo no sólo vino con el fin de redimir al hombre sino también
para vindicar la autoridad y la santidad de la Ley de Dios, presentando ante el
pueblo su magnificencia y gloria, y dándonos ejemplo de cómo relacionarnos con
ella. Como sus seguidores, los cristianos han sido llamados a magnificar la Ley de
Dios en sus vidas. Por haber él mismo vivido una vida de amorosa obediencia,
Cristo hizo énfasis en el hecho de que sus seguidores deben ser guardadores de
los mandamientos. Cuando se le preguntó acerca de los requisitos para la vida
eterna, replicó: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos"
(Mat.19:17). Además, el Salvador amonestó contra la violación de este principio al
decir: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino
el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos". A los que quebranten
la ley no se les permitirá la entrada (Mat.7:21-23).
El mismo Jesús cumplió la ley, no destruyéndola, sino por medio de una
vida de obediencia. "De cierto os digo -declaró-, que hasta que pasen el cielo y la
tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido"
(Mat.5:18). Cristo hizo mucho énfasis en que nunca se debe perder de vista el
gran objetivo de la Ley de Dios: Amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro
corazón, alma y mente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos
(Mat.22:37,38). Sin embargo, él deseaba que sus creyentes no se amaran unos a
otros conforme el mundo interpreta el amor, es decir, en forma egoísta o
sentimental. Con el fin de explicar a qué clase de amor se refería, Cristo dio "un
nuevo mandamientos" (Juan 13:34). Este nuevo mandamiento no había de
reemplazar al Decálogo, sino que proveería a los creyentes con "un ejemplo de
qué es realmente el verdadero amor abnegado, tal como nunca antes de había
visto en el mundo. En este sentido, su mandamiento podría ser descrito como algo
nuevo. Les encargaba a los creyentes no sólo que os améis unos a otros, sino que
os améis unos a otros, como yo os he amado (Juan 15:12). Hablando
estrictamente, aquí tenemos una evidencia más de cómo Cristo magnificó el amor
de su Padre".225
La obediencia revela esa clase de amor. Jesús dijo: "Si me amáis, guardad
mis mandamientos" (Juan 14:15). "Si guardareis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi
Padre, y permanezco en su amor" (Juan 15:10). En forma similar, si amamos al
pueblo de Dios, demostramos que amamos a Dios y "guardamos sus
mandamientos" (1 Juan 2:3).
Unicamente si permanecemos en Cristo podremos rendir obediencia de
corazón. "Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece
en la vid -declaró el Salvador-, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí... El
que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí
nada podéis hacer" (Juan 15:4,5). Si deseamos permanecer en Cristo, debemos
estar crucificados con él y experimentar lo que Pablo señaló al decir: "Ya no vivo

12
Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 18.

yo, mas vive Cristo en mí" (Gál.2:20). En la vida de los que se hallan en esta
condición, Cristo puede cumplir su promesa del nuevo pacto: "pondré mis leyes en
la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos
me serán a mí por pueblo" (Heb.8:10=.
Las bendiciones de la obediencia. La obediencia desarrolla un carácter
cristiano y produce una sensación de bienestar, haciendo que los creyentes
crezcan "como niños recién nacidos" y sean transformados en la imagen de Cristo
(véase 1 Ped.2:2; 2 Cor.3:18). Esta transformación de pecadores a hijos de Dios
provee un testimonio efectivo del poder de Cristo.
La Escritura declara "bienaventurados" a todos "los que andan en la ley de
Jehová" (Sal.119:1), "que en la ley de Jehová está su delicia" y que meditan "en su
ley... de día y de noche" (Sal.1:2). Las bendiciones de la obediencia son muchas:
(2) entendimiento y sabiduría (Sal.119:98,99); (2) paz (Sal.119:165; Isa.48:18); (3)
justicia (Deut.6:25; Isa.48:18); (4) una vida pura y moral (Prov.7:1-5); (5)
conocimiento de la verdad (Juan 7:17); (6) protección contra las enfermedades
(Exo.15:26); (7) longevidad (Prov.3:1,2; 4:10,22); y (8) la seguridad de que
nuestras oraciones recibirán respuesta (1 Juan 3:22; compárese con Sal.66:18).
En su invitación a la obediencia, Dios nos promete abundantes bendiciones
(Lev..26:3-10; Deut.28:1-12). Cuando respondemos en forma positiva, llegamos a
ser su "especial tesoro", "real sacerdocio, nación santa" (Exo.19:5,6; véase
también 1 Ped.2:5,9), exaltados "sobre todas las naciones de la tierra", puestos
"por cabeza, y no por cola" (Deut.28:1,13).

Ministerio Sello de Dios (http://sello.cjb.net)


Ministerio Adventista de Investigación Bíblica
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13
1
Referencias
Holbrook, "What God's Law Means to Me" (Lo que significa para mí la Ley de Dios), Adventist Review, 15 de enero de
1987, pág.16.
2
White, Mensajes selectos, tomo 1, pág.276.
3
Id., pág.255.
4
Véase la confesión de Fe de Westminster, año 1647 D.C., capítulo 19, en Phillip Schaff, The Creeds of Christendom (Los
credos de la Cristiandad), tomo 3, págs.640-644.
5
Los primeros dos mandamientos están íntimamente relacionados, y sin embargo tienen diferencias evidentes: "El primero
trata de quién es el verdadero Dios, y el segundo, de cómo debe ser adorado. El segundo no es una repetición del primero,
como algunos creen. La distinción es tan grande como la que existe entre cualesquiera de los otros. El primer mandamiento
revela el verdadero objeto de culto; y el segundo, la verdadera forma de rendir dicho culto. El primero nos dice quién es el
único que debe ser adorado, y el segundo nos dice cómo debemos adorarlo, o cómo no se lo debe adorar. El primero prohibe
los dioses falsos; el segundo prohibe las falsas formas de adoración.
"El primer mandamiento se refiere a nuestro concepto de Dios; el segundo, a nuestras acciones externas manifestadas en
la adoración. El segundo se dirige contra el falso culto del verdadero Dios. No se lo debe adorar por medio de ídolos,
imágenes ni otras manifestaciones visibles" (Taylor G.Bunch, The Ten Commandments (Washington, D.C.: Review and
Herald, 1944), págs.35,36).
Los católicos y los luteranos consideran que lo dos primeros mandamientos forman el primero, y dividen el décimo
mandamiento relativo a la codicia, haciendo de él dos mandamientos separados para mantener un total de diez, siguiendo la
costumbre de Agustín. En general, los protestantes usan la división adoptada por las iglesias Griega y Reformada. Esto
también lo hicieron Josefo, Filón, Orígenes y la mayoría de los reformadores protestantes (Id., pág.24).
6
"Ten Commandments" (Los Diez Mandamientos), SDA Bible Dictionary, ed. Rev., pág.1106.
7
La ley de Moisés también puede referirse a una división del Antiguo testamento compuesta del pentateuco, los cinco
primeros libros de la Biblia (Luc.24:44; Hech.28:23).
8
En el libro del pacto se incluían ciertas regulaciones civiles y ceremoniales. Los preceptos civiles no constituían una
adición a los del Decálogo, sino que eran simplemente aplicaciones específicas de sus amplios principios. Los preceptos
ceremoniales simbolizan el Evangelio al proveer para los pecadores los medios de obtener la gracia. De este modo, es el
Decálogo lo que domina el pacto: Véase Jer.7:21-23; Francis D. Nichol, Answers to Objections (Respuestas a Objeciones)
(Washington, DC: Review and Herald, 1952)m págs 62-68.
9
Arnold V. Wallenkampf, "Is Conscience a Safe Guide?" (La conciencia ¿es una guía segura?), Review and Herald, 11 de
abril de 1983, pág.6.
110
Algunos han interpretado que la declaración de Pablo según la cual "el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel
que cree" significa que el fin o propósito de la ley consiste en llevarnos al punto en que podamos ver nuestra pecaminosidad
y sentirnos motivados a ir a Cristo para recibir por fe su perdón y su justicia. (Este uso de la palabra "fin" (griego, telos), se
encuentra también en 1 Tes.1:5, Sant.5:11 y 1 Ped.1:9). Véase también la referencia número 23.
111
Véase SDA Bible Commentary, ed. Rev., tomo 6, pág. 961; White, Mensajes selectos, tomo 1, pág.274. La ley
ceremonial también era un ayo que tenía el propósito de llevar al individuo a los pies de Cristo, pero por diferentes medios.
Los servicios del santuario, con sus ofrendas y sacrificios les señalaban a los pecadores el perdón de los pecados que
proveería la sangre del Cordero de Dios, Jesucristo, que había de venir, ayudándoles de este modo a comprender la gracia
del Evangelio. Fue dispuesta con el fin de crear amor por la Ley de Dios, mientras que las ofrendas de sangre debían servir
como dramática ilustración del amor de Dios en Cristo.
112
Id., pág. 250.
113
White, El Deseado de todas las gentes, pág. 296.
114
Véase White, Education, págs. 173-184.
115
Las confesiones de fe históricas que afirman la validez del Decálogo son "El Catecismo Valdense", c. 1500 D.C.; el
Pequeño Catecismo de Lutero, año 1529; el Catecismo Anglicano, años 1549 y 1562; la Confesión de Fe Escocesa, año
1560 (reformada); el Catecismo de Heidelberg, año 1563 (reformada); la Segunda Confesión Helvética, año 1566
(reformada); los 39 artículo de religión, año 1571 (Iglesia de Inglaterra); la Fórmula de Cononcordia, año 1576 (luterana);
los Artículos de Fe Irlandeses, año 1615 (Iglesia Episcopal Irlandesa); la Confesión de Fe de Westminster, año 1641; la
Confesión de los Valdenses, año 1655; la Declaración de Savor, 1648 (Congregacional); la Confesión de la Sociedad de los
Amigos, 1675 (Cuáqueros); la Confesión de Filadelfia, 1688 (Bautista); los 25 Artículos de Religión, 1784 (Metodista); la
Conferencia de New Hampshire, 1833 (Bautista); el Catecismo Ampliado de la Iglesia Ortodoza, Católica Oriental, año
1839 (Iglesia Greco-Rusa), fuentes citadas en The Creeds of Christendom (Los credos de la cristiandad), editor Phillip
Schaff, revisado por David S. Schaff (Grand Rapids: Baker Book House, 1983), tomos 1-3.
116
Para referencias al primero y segundo mandamientos véase Gén.35:1-4; el cuarto, Gén.2:1-3; el quinto, Gén.18:29; el
sexto, Gén.4:8-11; el séptimo, Gén.39:7-9; 19:1-10; el octavo, Gén.44:8; el noveno, Gén.12:11-20; 20:1-10; y el décimo,
Gén.27.
117
Froom, Prophetuc Faith of Our Fathers (La fe profética de nuestros padres), tomo 1, págs. 456 y 894; tomo 2, págs.
728, 784; tomo 3, págs 252, 744; tomo 4, págs 392, 846.
118
Questions on Doctrine, pág.142.
119
Caín y Abel estaban plenamente familiarizados con el sistema de sacrificios (Gén.4:3-5; Heb.11:3). Lo más probable es
que Adán y Eva obtuvieron sus primeras vestiduras (Gén.3:21) de las pieles de los animales para hacer expiación por sus
pecados.
220
Véanse por ejemplo las siguientes confesiones de fe históricas: La Confesión de Fe de Westminster, los Artículos
Irlandeses de Religión; la Declaración de Savoy, la Confesión de Filadelfia, y los Artículos de Religión Metodistas.
221
Véase el SDA Bible Commentary, ed. rev., tomo 6 pág. 204; White, Patriarcas y profetas, pág. 381.
222
Calvino, Commenting on a Harmony of the Evangelists, (Comentario sobre una armonía de los evangelistas), trad. De
William Pringle (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1949), tomo 1, pág. 277.
223
The SDA Biblie Commentary, ed. Rev., tomo 6, pág.s 541, 542.
224
Otros han interpretado que la referencia a Cristo como el fin de la ley significa que Cristo es el propósito o blanco de la
ley (véase Gál.3:24) o el cumplimiento de la ley (véase Mat.5:17). Sin embargo, el punto de vista según el cual Cristo es el
fin o terminación de la ley como medio de salvación (véase Rom.6:14) parece encajar mejor en el contexto de Rom.10:4.
"Pablo está haciendo un contraste entre la forma que Dios ha prescrito para obtener justicia por la fe, con los intentos
humanos de obtenerla por medio de la ley. El mensaje del Evangelio es que para todo aquel que tiene fe, Cristo es el fin de
la ley como camino de justicia" (The SDA Bible Commentary, ed. Rev., tomo 6, pág.595). Véase también White, Mensajes
selectos, tomo 1, págs. 461,462.
225
Nichol, Answers to Objections, pág. 100, 101.

(Documento transcrito por Daniel Vera M., [email protected], para "El Sello de Dios", http://sello.cjb.net ) .

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