Historia Dei-Verbum
Historia Dei-Verbum
Historia Dei-Verbum
La Constitución Dei Verbum (DV, sobre la Divina Revelación) es uno de los documentos más
significativos de la Iglesia en los últimos siglos. Tuvo una gestación difícil, pues muchos pensaron
que la Iglesia dejaba de entenderse como Maestra para convertirse en Oyente de una Palabra que
le desborda y fundamenta. Pero al final los Padres Conciliares alcanzaron unos acuerdos básicos y
la Constitución pudo publicarse con aplauso.
Historia
La comisión preparatoria redactó un esquema sobre las Fuentes de la Revelación (De fontibus
revelationis) para que fuera discutido en el Concilio. Era un esquema “dogmático”, con elementos
de teología neoescolástica, en una línea anti-protestante: frente al “sola Scriptura” (sólo Biblia) de
la Reforma destacaba la existencia de dos “fuentes de Revelación” (Escritura y Tradición), así como
el papel de la Iglesia en la lectura e interpretación de la Palabra de Dios.
Se trataba además de un esquema muy “escolástico del término” y ponía de relieve el carácter
“conceptual” de la Revelación, que se concretaba en unas proposiciones dogmáticas, que podían
extraerse de la Escritura y de la Tradición, y que la Iglesia Jerárquica (por sus pastores y teólogos)
deducía y proclamaba en forma “dogmática”, para bien de los fieles.
1. El esquema del Secretariado para la Unión de los Cristianos quería tender puentes entre la
visión católica, protestante y ortodoxa, buscando un consenso cristiano (universal) sobre la
Revelación, entendida como expresión de una presencia personal de Dios, manifestada en
la Sagrada Escritura.
Partiendo de estas bases se fue elaborando el documento, en largas y duras discusiones, tanto en
el aula conciliar como en las comisiones. Muchos que seguíamos entonces, día a día, aquellas
discusiones (leyendo propuestas, valorando opiniones…), supimos que ellas expresaban algo
esencial en la vida de la Iglesia. Era como si los Padres Conciliares “devolvieran la Palabra” a todos
los fieles, encarnándola en la Iglesia. Se trataba de superar una teología impuesta desde fuera,
para descubrir que la Palabra de Dios se encarnaba no sólo en Jesús (cosa evidente), sino en la
misma vida de la Iglesia, a través de la acogida e interpretación de la Escritura.
Las primeras confrontaciones fueron duras (noviembre de 1962), sin que se alcanzaran acuerdos
apreciables. Por eso, la mayoría de los Padres Conciliares, y en especial el Papa Juan XXIII
decidieron retirar el documento, creando una comisión mixta para que reelaboraran el tema, con
dos cardenales presidentes (Ottaviani, partidario del esquema anterior, y Bea, favorable a
cambiarlo). Éste fue el momento clave del Concilio, que renunció a seguir defendiendo la teología
anterior (con sus dos fuentes de Revelación), para proponer una visión nueva de la Palabra de Dios
(como indicaría el mismo título del nuevo texto: Dei Verbum).
Las discusiones siguieron aún después de muerto Juan XXIII, pero el nuevo Papa, Pablo VI, siguió
en la misma línea, creando una subcomisión, con grandes peritos como Congar, Garofalo,
Grillmeier, Rahner, Ratzinger y otros, encargados de elaborar el nuevo texto, que debería tener un
tono pastoral más que dogmático, asumiendo elementos tradicionales y renovados. Ese texto,
básicamente aceptado en la tercera sesión del Concilio (1964), fue aprobado el 18 de noviembre
de 1965, con 2,344 votos positivos y seis negativos.
Misterio dialogal. Dios no revela “cosas”, se revela a sí mismo, para que los hombres sean
plenamente humanos aceptando el don amoroso de su vida. La Revelación constituye un
diálogo de Dios con los hombres a lo largo de una historia de salvación, en línea creyente
(es decir, de fe personal).
La Revelación se identifica con el mismo Cristo, Verbo encarnado. La Revelación no es un
puro libro, ni un conjunto de verdades recogidas y transmitidas en un “depósito” o sistema
doctrinal, sino que se identifica con un Hombre (Hijo de Dios), en quien Dios se expresa
totalmente.
La Revelación se transmite en una historia centrada en Cristo. Dios habla a los hombres
de tal forma que ellos pueden transmitir (comunicarse) la Palabra. No hay una Revelación
acabada y perfecta, que después se transmite a los hombres, sino que la misma
transmisión (comunicación humana), a lo largo de la historia forma parte de la revelación
de Dios.
Escritura y Tradición. La Tradición bíblica (que forma parte de la gran tradición religiosa de
la humanidad), se expresa de forma privilegiada en Escritura del Antiguo y Nuevo
Testamento. Por su parte, la experiencia y verdad de esa Escritura se transmite en la
Iglesia. Por eso, no podemos hablar de dos fuentes, sino de dos momentos de un mismo
despliegue de la Palabra de Dios en (para, con) los hombres.
Sagrada Escritura y Teología. Desde el Concilio de Trento, los teólogos tomaban la Biblia
como a una “cantera” de la que extraían sus razonamientos dogmáticos. En contra de eso,
la Dei Verbum, n. 24, concibe la Escritura como el “alma de la Teología”, recuperando así la
tradición más antigua de la Iglesia.
Desde ese fondo se entienden las tres novedades básicas del documento (Dei Verbum), que han
sido desarrolladas y están siendo todavía discutidas entre cristianos de diversas tendencias:
Entendida así, la Revelación abre un espacio de libertad creadora para los hombres de fe.
Ciertamente, ellos acogen (obedecen) la Palabra de la Biblia y de la Iglesia. Pero, al mismo
tiempo, ellos comparten y actualizan (realizan) esa Palabra. Por su naturaleza (vinculada a
la entrega liberadora de Jesús por el Espíritu), la experiencia cristiana, implica un tipo de
escucha común de la Palabra, al servicio de la implantación del Reino de Dios.