Historia Dei-Verbum

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FSE

La Dei Verbum en la vida y misión de la Iglesia

Xabier Pikaza Ibarrondo

La Constitución Dei Verbum (DV, sobre la Divina Revelación) es uno de los documentos más
significativos de la Iglesia en los últimos siglos. Tuvo una gestación difícil, pues muchos pensaron
que la Iglesia dejaba de entenderse como Maestra para convertirse en Oyente de una Palabra que
le desborda y fundamenta. Pero al final los Padres Conciliares alcanzaron unos acuerdos básicos y
la Constitución pudo publicarse con aplauso.

Historia

La comisión preparatoria redactó un esquema sobre las Fuentes de la Revelación (De fontibus
revelationis) para que fuera discutido en el Concilio. Era un esquema “dogmático”, con elementos
de teología neoescolástica, en una línea anti-protestante: frente al “sola Scriptura” (sólo Biblia) de
la Reforma destacaba la existencia de dos “fuentes de Revelación” (Escritura y Tradición), así como
el papel de la Iglesia en la lectura e interpretación de la Palabra de Dios.

Se trataba además de un esquema muy “escolástico del término” y ponía de relieve el carácter
“conceptual” de la Revelación, que se concretaba en unas proposiciones dogmáticas, que podían
extraerse de la Escritura y de la Tradición, y que la Iglesia Jerárquica (por sus pastores y teólogos)
deducía y proclamaba en forma “dogmática”, para bien de los fieles.

El esquema, presentado en el Concilio el 14 de noviembre de 1962, fue objeto de una durísima


disputa, pues muchos pensaron que había sido elaborado a espaldas del aggiornamento teológico
y eclesial propuesto por Juan XXIII. La mayoría de los Padres Conciliares querían que la Escritura
apareciera como fuente y principio de la vida de la Iglesia, entendida como comunidad de oyentes
y dialogantes. Además, se presentaron otros esquemas alternativos o complementarios muy
importantes:

1. El esquema del Secretariado para la Unión de los Cristianos quería tender puentes entre la
visión católica, protestante y ortodoxa, buscando un consenso cristiano (universal) sobre la
Revelación, entendida como expresión de una presencia personal de Dios, manifestada en
la Sagrada Escritura.

 El esquema de las conferencias episcopales de Centro-Europa (Alemania, Austria,


Francia…), que fue elaborado bajo la dirección de K. Rahner, se titulaba De revelatione Dei
et hominis in Jesu Christo facta (De la Revelación de Dios y del Hombre, realizada en
Jesucristo), suponiendo que la “auto-revelación” de Dios se manifiesta en la misma
“revelación” o despliegue de los hombres, que descubren su verdad (entendida como
gratuidad y diálogo personal) en el proceso de su desvelamiento (culminado en Cristo).

 El esquema de Y. Congar, titulado De Traditione et Scriptura (Sobre la Tradición y la


Escritura), insistía en la tradición básica de la Iglesia, que no se suma a la Sagrada Escritura,
sino que es la misma Escritura acogida, entendida y vivida por los creyentes, a través de su
liturgia y su memoria creyente.
Éstas fueron las bases del nuevo documento:

1. La certeza de que la Palabra revelada en la Escritura, recibía su sentido en la vida de la


Iglesia (I. Congar).

 El convencimiento de que la Revelación era un encuentro entre Dios que se manifiesta y el


hombre que le acoge, descubriendo (revelando) de esa forma su verdad (K. Rahner).

 La necesidad de establecer un diálogo entre las iglesias, a partir de la misma Palabra.

Partiendo de estas bases se fue elaborando el documento, en largas y duras discusiones, tanto en
el aula conciliar como en las comisiones. Muchos que seguíamos entonces, día a día, aquellas
discusiones (leyendo propuestas, valorando opiniones…), supimos que ellas expresaban algo
esencial en la vida de la Iglesia. Era como si los Padres Conciliares “devolvieran la Palabra” a todos
los fieles, encarnándola en la Iglesia. Se trataba de superar una teología impuesta desde fuera,
para descubrir que la Palabra de Dios se encarnaba no sólo en Jesús (cosa evidente), sino en la
misma vida de la Iglesia, a través de la acogida e interpretación de la Escritura.

Las primeras confrontaciones fueron duras (noviembre de 1962), sin que se alcanzaran acuerdos
apreciables. Por eso, la mayoría de los Padres Conciliares, y en especial el Papa Juan XXIII
decidieron retirar el documento, creando una comisión mixta para que reelaboraran el tema, con
dos cardenales presidentes (Ottaviani, partidario del esquema anterior, y Bea, favorable a
cambiarlo). Éste fue el momento clave del Concilio, que renunció a seguir defendiendo la teología
anterior (con sus dos fuentes de Revelación), para proponer una visión nueva de la Palabra de Dios
(como indicaría el mismo título del nuevo texto: Dei Verbum).

Las discusiones siguieron aún después de muerto Juan XXIII, pero el nuevo Papa, Pablo VI, siguió
en la misma línea, creando una subcomisión, con grandes peritos como Congar, Garofalo,
Grillmeier, Rahner, Ratzinger y otros, encargados de elaborar el nuevo texto, que debería tener un
tono pastoral más que dogmático, asumiendo elementos tradicionales y renovados. Ese texto,
básicamente aceptado en la tercera sesión del Concilio (1964), fue aprobado el 18 de noviembre
de 1965, con 2,344 votos positivos y seis negativos.

Aportaciones y novedades (de la Dei Verbum)

El documento Dei Verbum (Palabra de Dios), insistía en la autoridad de la Palabra de Dios,


encarnada en Cristo, pero aceptaba también la función de la Iglesia, con poder para recibirla,
entenderla y proponerla. Éstas son sus propuestas fundamentales:

1. Don personal de Dios. El objeto básico de la Revelación no son unas verdades


conceptuales, sino el encuentro personal de los hombres con Dios, por medio de
Jesucristo, su Hijo. Dios no ha ofrecido unas verdades (que pueden codificarse en un tipo
de doctrina), sino que se ha dado a sí mismo, a fin de que los hombres puedan insertarse
en su misma Vida divina.

 Misterio dialogal. Dios no revela “cosas”, se revela a sí mismo, para que los hombres sean
plenamente humanos aceptando el don amoroso de su vida. La Revelación constituye un
diálogo de Dios con los hombres a lo largo de una historia de salvación, en línea creyente
(es decir, de fe personal).
 La Revelación se identifica con el mismo Cristo, Verbo encarnado. La Revelación no es un
puro libro, ni un conjunto de verdades recogidas y transmitidas en un “depósito” o sistema
doctrinal, sino que se identifica con un Hombre (Hijo de Dios), en quien Dios se expresa
totalmente.

 La Revelación se transmite en una historia centrada en Cristo. Dios habla a los hombres
de tal forma que ellos pueden transmitir (comunicarse) la Palabra. No hay una Revelación
acabada y perfecta, que después se transmite a los hombres, sino que la misma
transmisión (comunicación humana), a lo largo de la historia forma parte de la revelación
de Dios.

 Escritura y Tradición. La Tradición bíblica (que forma parte de la gran tradición religiosa de
la humanidad), se expresa de forma privilegiada en Escritura del Antiguo y Nuevo
Testamento. Por su parte, la experiencia y verdad de esa Escritura se transmite en la
Iglesia. Por eso, no podemos hablar de dos fuentes, sino de dos momentos de un mismo
despliegue de la Palabra de Dios en (para, con) los hombres.

 Comunidad creyente. La Revelación de Dios resulta inseparable de la comunidad de


aquellos que la acogen, la viven y la transmiten, es decir, del pueblo de Israel y, en el caso
cristiano, de la Iglesia. No se puede hablar de Revelación en sí, sin una comunidad que la
reciba y entienda, y se deje transformar por ella, porque la Palabra sólo es tal en la medida
en que se dice, se acoge, se responde, en una historia de comunicación social. Ciertamente
puede haber (y hay) unos intérpretes privilegiados de esa Palabra que son aquellos que la
han “fijado” por escrito (hagiógrafos), y también los ministros de las comunidades,
encargados de mantener vivo el impulso de la Palabra (ministros que en la Iglesia
constituyen eso que se llama el “magisterio”. Pero, en sí, la Revelación ha sido ofrecida a (y
debe ser acogida por) todos los creyentes.

 Escritura, Magisterio y comunidad cristiana. Ciertamente, la Dei Verbum pide al


Magisterio que acompañe y guíe a los cristianos en la lectura e interpretación de la Biblia.
Pero, al mismo tiempo, concede a todos los cristianos la capacidad de acogerla e
interpretarla, en comunión con otros creyentes.

 Sagrada Escritura y Teología. Desde el Concilio de Trento, los teólogos tomaban la Biblia
como a una “cantera” de la que extraían sus razonamientos dogmáticos. En contra de eso,
la Dei Verbum, n. 24, concibe la Escritura como el “alma de la Teología”, recuperando así la
tradición más antigua de la Iglesia.

Desde ese fondo se entienden las tres novedades básicas del documento (Dei Verbum), que han
sido desarrolladas y están siendo todavía discutidas entre cristianos de diversas tendencias:

1. La Revelación es el centro de la economía o manifestación salvadora de Dios. Ciertamente,


se puede hablar del Dios en sí (en su Inmanencia trinitaria); pero Él sólo puede ser
conocido y resulta accesible en su economía, es decir, en su historia salvadora. El Dios
revelado en la Escritura/Tradición es el mismo Dios en sí. En esa línea podemos afirmar
que la Revelación forma parte de la historia salvadora de Dios.
 La Revelación se expresa en hechos y dichos (gestis verbisque), no sólo en palabras
separadas de la vida, sino en la misma vida de los hombres, de forma que ella se identifica
con la más honda verdad de los hombres, en Cristo. De esa se vinculan revelación de Dios y
revelación del hombre, pues la misma vida de los hombres puede y debe entenderse por
Jesús como Revelación de Dios, conforme al argumento más profundo de la Escritura y de
la Tradición de la Iglesia.

 Entendida así, la Revelación abre un espacio de libertad creadora para los hombres de fe.
Ciertamente, ellos acogen (obedecen) la Palabra de la Biblia y de la Iglesia. Pero, al mismo
tiempo, ellos comparten y actualizan (realizan) esa Palabra. Por su naturaleza (vinculada a
la entrega liberadora de Jesús por el Espíritu), la experiencia cristiana, implica un tipo de
escucha común de la Palabra, al servicio de la implantación del Reino de Dios.

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