ARZOBISPO DE LIMA. Apuntes Sobre La Constitucion Dogmatica Dei Verbum
ARZOBISPO DE LIMA. Apuntes Sobre La Constitucion Dogmatica Dei Verbum
ARZOBISPO DE LIMA. Apuntes Sobre La Constitucion Dogmatica Dei Verbum
1. Introducción
Ante todo deseo saludar a los asistentes y expresar mis felicitaciones a los organizadores de este importante ciclo de conferencias sobre el Concilio
Vaticano II, que se desarrolla a poco de haberse conmemorado el trigésimo aniversario de la culminación de sus labores. La fundamental importancia del
Concilio para la vida del Pueblo de Dios es inocultable. La Iglesia vive hoy desde la perspectiva conciliar, desde aquel recogimiento del que hablaba Pablo VI,
«para, viviendo en sí misma y por medio del Espíritu Santo, comprender mejor la Palabra eficaz de Cristo, para escrutar más profundamente el misterio, es
decir, la presencia y el plan de Dios junto a sí y en su interior, y para alimentar cada vez más en sí el fuego de la fe, que es la fuerza misteriosa en la que se
apoya su firmeza y su sabiduría, y el fuego del amor, que le impulsa a cantar las alabanzas de Dios sin interrupción» (1). Hoy se ve claro que el Concilio no ha
sido sólo un acontecimiento eclesial decisivo, sino que además él vive en la vida y misión de la Iglesia de estos tiempos de Nueva Evangelización. Desde que
el 8 de diciembre de 1965 llegaba a su fin la última sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, los dieciséis documentos que produjo han venido marcando el
norte para la marcha de la Iglesia de cara al milenio adveniente. Durante el tiempo transcurrido hemos podido ser testigos de la impronta del Concilio en la
vida de la Iglesia, y comprendemos tanto como valoramos el amplio horizonte que abre para las generaciones del presente y del mañana.
A distancia de treinta años se ve claro cómo el Concilio no ha significado una relativización «según el espíritu secular» de «todo en la Iglesia: dogmas, leyes,
instituciones, tradiciones» (2), como algunos pretendían entonces y otros aún desdichadamente pretenden hoy. Los desvelos, palabras y ejemplos de los
Sumos Pontífices Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, señalan claramente el horizonte por el que la gran palabra de entonces y de hoy, el
"aggiornamento", adquiere su auténtico sentido eclesial: «comprensión del pensamiento del Concilio que hemos celebrado y aplicación fiel de sus normas,
feliz y santamente promulgadas» (3).
2. La Dei Verbum
Se me ha pedido tratar, en esta conferencia inaugural, sobre una de las cuatro constituciones que elaboró el Concilio, la Constitutio Dogmatica de Divina
Revelatione, más conocida como Dei Verbum. Como es evidente, cada una de las constituciones, así como cada uno de los demás documentos conciliares,
tiene una innegable importancia. Me toca en esta ocasión destacar la gran trascendencia de la Dei Verbum, tanto en sí misma como para la marcha de la
Iglesia de estos tiempos.
Ante todo se trata de una Constitución dogmática, al igual que la Lumen gentium. Esto ya tiene su importancia particular (4). La profundización sobre la
divina Revelación constituye un don y una enseñanza autorizada que ilumina la marcha del Pueblo de Dios. Especialmente cuando cierto relativismo y
reduccionismo viene conduciendo a una crisis en la interpretación de la Palabra de Dios escrita, las luminosas enseñanzas de la Dei Verbum cobran una
mayor importancia.
3. Historia
Empecemos por recordar algo de la historia de la notable Constitución. El día 18 de noviembre de 1965, en la octava sesión del Concilio, fue promulgada por
el Papa Pablo VI la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación. Aparecía así uno de los documentos más breves y al mismo tiempo de más rica
doctrina que ha promulgado el Concilio Vaticano II.
La Dei Verbum ha sido un documento de larga gestación. Desde el primer esquema hasta su redacción final hubo un recorrido en que el permanente afán por
profundizar con fidelidad en temas tan densos se fue concretando hasta que se llegó finalmente a proponer «la doctrina auténtica sobre la Revelación y su
transmisión: para que todo el mundo, con el anuncio de la salvación, oyendo crea, y creyendo espere, y esperando ame» (5).
El alcance y valoración de ese proceso lo explica muy bien el Cardenal de Lubac: «En esta Constitución Dei Verbum se ventilan la idea de la Revelación lo
mismo que los conceptos íntimamente ligados con ella, como son los conceptos de tradición e inspiración. Ésta era la primera vez que un concilio se ponía a
estudiar "de una manera tan consciente y metódica las categorías más fundamentales y primordiales del cristianismo"» (6).
Cuidadosamente examinada y revisada la Constitución vio finalmente la luz con una aprobación de la asamblea conciliar que manifestaba una práctica
unanimidad. De los 2,350 Padres conciliares presentes, 2,344 votaron placet y sólo 6 votaron non placet. La promulgación de la Dei Verbum por el Papa Pablo
VI ofrecía a la Iglesia un invalorable documento para guiar su camino de renovación.
4. Doctrina
Respecto a la doctrina de la Dei Verbum, lo primero que habría que tener en cuenta es que el nombre con el que es conocida -Dei Verbum- no se refiere, como
a veces erróneamente se piensa, sólo a la Palabra de Dios escrita, es decir a la Biblia, sino que alcanza a toda la divina Revelación. Precisamente, como
hemos recordado hace unos momentos, ése es su título: Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación.
El tema fundamental de esta Constitución es el de la Revelación y su transmisión. Obviamente, dentro de esta perspectiva, la Sagrada Escritura tiene un
lugar fundamental, pero no exclusivo. Esto se percibe con nitidez observando la disposición de los temas en la Constitución: luego de tratar en su primer
capítulo de la Revelación en sí misma, en el segundo abordará el tema de su transmisión a través de la Sagrada Tradición y de la Sagrada Escritura. Será a
partir del tercer capítulo, hasta el sexto, que tratará específicamente de la Sagrada Escritura, siempre enmarcada dentro del tema de la Revelación de Dios.
Quizá uno de los más graves problemas que se han venido dando en relación a la Escritura, en especial desde el siglo XVI y entre nosotros avanzado el siglo
XX, ha sido la actitud de aproximarse a ella de manera aislada y de ignorar o no tomar en debida cuenta su esencial relación con la Tradición y con el
Magisterio. Precisamente por eso resulta tan significativo que el Concilio llegue a invitar a un estudio profundo de la Sagrada Escritura -incluso afirmando
que quien no conoce la Escritura no conoce a Cristo (7)-, pero siempre exhortando a conocerla y estudiarla como corresponde. Es decir en el marco de la
Revelación, en unidad con la Tradición, en dócil apertura al Espíritu, inspirador de la Sagrada Escritura, y destacando la necesidad de atender al Magisterio
de la Iglesia (8). La Dei Verbum es un gran intento de unidad y de síntesis en la aproximación a los fundamentos de nuestra fe. Como dice el Cardenal Henri
de Lubac: «Uno de los principales méritos (de la Dei Verbum) es el de haber devuelto todo a la unidad. Unidad del Revelador y de lo Revelado: Jesucristo,
"autor y consumador de nuestra fe"; unidad en Él de los dos Testamentos, que a Él rinden testimonio; unidad de la Escritura y de la Tradición, que no pueden
jamás separarse; unidad, presentada en el último capítulo, del Verbo de Dios bajo las dos formas con las cuales Él se hace presente entre nosotros: la
Escritura y la Eucaristía» (9).
5. Naturaleza de la Revelación
En el proemio de la Dei Verbum se afirma que «siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, este Concilio quiere proponer la doctrina
auténtica sobre la Revelación y su transmisión» (10). Así, pues, la Dei Verbum se pone explícitamente en línea de continuidad con lo afirmado en los dos
Concilios precedentes. Sin embargo, al mismo tiempo, presenta acentos propios muy significativos que constituyen una profundización en la percepción de
la Revelación, en un proceso típico de la vida eclesial que se ha llamado "evolución homogénea" o más recientemente "renovación en continuidad".
Ya desde el mismo proemio aparece una especie de síntesis del planteamiento y de los acentos fundamentales. Acudiendo a las palabras inspiradas de San
Juan en su primera carta (11), la Revelación es presentada como la misma vida de Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo para invitarnos a vivir la
comunión (12).
A partir del proemio y, en general, de lo dicho en el capítulo primero, se ve que la Revelación es presentada desde una perspectiva personal comunicativa. El
acento no está puesto en la revelación de algo -de una serie de verdades-, sino de Alguien que se automanifiesta para entrar en comunión. Él mismo, a través
de su revelación, establece una relación personal con los hombres: movido por amor, habla a los seres humanos como amigos para invitarlos y recibirlos en
su compañía. En palabras de San Juan, es «la misma vida eterna, que estaba junto al Padre y se nos manifestó» (13).
El Padre envió «a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios» (14). Aquí
queda de manifiesto otro aspecto importante en la enseñanza conciliar: la perspectiva trinitaria. Dios se ha manifestado a sí mismo, en su unidad y trinidad.
De esta manera, «por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina»
(15). Es Dios uno y trino, comunión divina de amor, quien sale al encuentro del hombre.
Además de estos acentos que hemos visto también aparece un claro acento cristológico. Jesucristo es el «mediador y plenitud de toda la Revelación» (16).
En Él "resplandece" la verdad profunda de Dios y la salvación del hombre. Él es mediador de una manera nueva: no es sólo portador de un mensaje, como lo
puede ser un profeta, pues Él mismo es el mensaje. Más aún, quien lo ve a Él, ve al Padre. En Él se une la revelación y lo revelado. Él es, además, la plenitud
de esta Revelación. «Ahora en esta etapa final (Dios) nos ha hablado por el Hijo» (17). Ya no hay «que esperar otra Revelación pública antes de la gloriosa
manifestación de Jesucristo», pues «Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa
resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la Revelación» (18).
Ahora bien, junto con estos acentos, aparecen también otros dos de no menor importancia: el aspecto salvífico y el antropológico. Con el padre Lyonnet
podemos decir que tanto en el capítulo primero como en el segundo de la Constitución, hay una clara preocupación por destacar el aspecto salvífico de la
Revelación (19). Dios se revela para salvar al hombre, para hacerlo participar de su amistad y compañía. Ése es el sentido de la Revelación y eso aparece
desde diversas perspectivas.
La historia no es considerada como una simple serie y sucesión de acontecimientos sino como una economía de la salvación. Dios, afirma la Constitución,
queriendo «abrir el camino de la salvación que viene de lo alto, se reveló desde el principio personalmente a nuestros primeros padres. Después de su caída,
los levantó a la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención» (20). Y así fue manifestándose a los hombres, a su pueblo, preparando la
Revelación evangélica, en donde aparecerá en plenitud el hecho de que «Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para
hacernos resucitar a una vida eterna» (21).
Con respecto a lo antropológico, muy relacionado con el aspecto personal, podemos decir que en la Constitución aparece permanentemente una
preocupación por resaltar el destino humano de la Revelación. Esto se ve, por ejemplo, en el objeto de la Revelación. ¿Qué revela Dios? La verdad profunda
de Dios y de la salvación del hombre. Dios se manifiesta al hombre plenamente en Jesucristo. En Él resplandece la verdad profunda sobre Dios y sobre el
hombre; en Él se manifiesta el camino de la salvación.
6. La transmisión de la Revelación
En el capítulo segundo la Dei Verbum aborda el tema de la transmisión de la Revelación. Se suele afirmar que este capítulo fue de los más sometidos a
escrutinio. De por medio estaba la cuestión tan discutida de la suficiencia material de la Escritura. Por otro lado la postura clásica de la Iglesia, sobre todo
después del Concilio de Trento, era planteada desde la perspectiva de las dos fuentes de la Revelación. Pero había una corriente que buscaba darle a esta
doctrina católica una expresión más comprehensiva, para lo que daban razones.
Por eso este capítulo plantea en primer lugar la cuestión de la transmisión de la Revelación y después se va a detener a tratar específicamente de la
Tradición. Luego planteará las relaciones entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura, para finalmente desarrollar la relación entre el depósito de la
Revelación y el Magisterio de la Iglesia. Una visión en la que están incluidos en admirable síntesis los diversos términos del asunto. Detengámonos un poco
en el problema de la suficiencia material de la Sagrada Escritura, es decir, la cuestión de "la teoría de las dos fuentes" y en aquella inaceptable posición de la
"sola Scriptura". La Constitución se pone por encima de toda polémica y se entrega a la reflexión teológica buscando una nueva expresión, una maduración.
Deja de lado el lenguaje que alude a "dos fuentes" y resalta más bien la unidad del depósito de la Revelación en sus dos modalidades (22). Es decir,
profundizando en los conceptos de la Tradición y la Escritura expresa con sabiduría que éstas no son dos fuentes paralelas. Percibe más bien su unidad,
ambas «están estrechamente unidas y compenetradas» (23). La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura forman el único "depósito de la Revelación" (24).
Esto no significa, quede claro, un diluir la Tradición tornándola innecesaria. Más bien, la Constitución enseña que la Iglesia no saca únicamente de la Sagrada
Escritura su certeza acerca de todo lo revelado (25). La Tradición es necesaria para la transmisión y certeza acerca de lo revelado y, además, la Tradición da a
conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre.
Las palabras del estudioso Cardenal Jean Daniélou son muy claras con respecto al alcance de esta doctrina conciliar. «El texto ha querido oponerse a la
concepción de la Escritura como única fuente de nuestra certeza acerca de la Revelación: la Escritura no puede prescindir de la Tradición». Y más adelante
afirma sobre este punto que «la adquisición más importante del Concilio Vaticano II, no fue el decidir sobre el problema de esas fuentes, que no es una
cuestión tan importante, sino haber dado nuevamente a la noción de Tradición una riqueza que tal vez había perdido la Iglesia Católica al reducirla a la
autoridad magisterial y a darnos verdades que no se encontrarían sino en ella. La Tradición es algo extremadamente rico: es toda la vitalidad de la Iglesia
bajo la influencia del Espíritu Santo, que conserva el depósito, lo actualiza en el tiempo, según cada época» (26).
Cabe destacar también finalmente sobre este capítulo segundo el papel del Magisterio con respecto al depósito de la Revelación (27). Afirma la Constitución
que el Magisterio «no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido». Sólo él tiene «el oficio de interpretar
autorizadamente la palabra de Dios, oral o escrita». Finalmente afirmará que «la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia... están unidos y ligados,
de modo que ninguno puede subsistir sin los otros» (28). De esta manera se evidencia lo errado del principio de la "sola Scriptura" al mismo tiempo que se
resalta el justo lugar de la Tradición y del Magisterio.
La Dei Verbum afirma tajantemente: «La Revelación que la Sagrada Escritura contiene y ofrece ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu
Santo» (29). Señalando lo básico de la inspiración, deja de lado toda terminología de escuela, enseñando que Dios y el hombre son "autores" de la Escritura,
pero no lo son de la misma manera. Dios obrando en los autores humanos y a través de ellos garantiza que pongan por escrito «todo y sólo lo que Dios
quería» (30).
En la segunda parte del n. 11, aborda otro tema de gran importancia. Es el tema de la verdad en la Sagrada Escritura. La Iglesia siempre ha creído y cree en la
verdad de la Escritura. Ahora bien, ¿en qué sentido? La respuesta a esta pregunta desde finales del siglo pasado ha venido causando algunas tensiones. Por
un lado, por parte de quienes afirmaban que la Escritura se equivoca, por ejemplo, en afirmaciones científicas, y, por otro, por aquellos que buscaban dar una
respuesta pero desde presupuestos inadecuados para hacer frente a la dificultad. La tesis concordista del siglo XIX percibía la verdad y la inerrancia desde
un enfoque de buenas intenciones pero en exceso simplista. Desde éste se planteaba la ausencia de error sobre la totalidad de lo afirmado literalmente por
los autores bíblicos. Una vez más el Concilio profundizó teológicamente. Así ha esclarecido el alcance de lo que se entiende por la verdad bíblica. Desde la
perspectiva de la Revelación y desde su finalidad salvífica se ilumina la noción de verdad en los libros de la Biblia. Se trata de aquella «verdad que Dios hizo
consignar en dichos libros para salvación nuestra» (31).
Otro tema central en la Dei Verbum es la auténtica interpretación católica de la Escritura. El racionalismo presentaba temas urgentes que requerían de
respuesta. Los métodos nacidos de una aproximación unilateral histórico-crítica ya venían constituyendo un desafío bastante grave, y el panorama aparecía
aún más oscuro, como se ha venido verificando en los últimos años.
Presentando una visión coherente de la Revelación en sus diversos alcances, la Dei Verbum tratará de la interpretación de la Biblia. Si la Escritura es un texto
divino-humano que contiene sin yerro la verdad para nuestra salvación, el intérprete, para conocer esa verdad, debe aproximarse de manera correspondiente
a la singular naturaleza del escrito portador de la misma y con métodos proporcionales a dicha naturaleza única. «Dios habla en la Escritura por medio de
hombres y en lenguaje humano; por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que
los autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras» (32).
El Concilio plantea de esta manera un doble trabajo para el exegeta, o más bien, como dice el antiguo profesor del Pontificio Instituto Bíblico, el padre Ignace
de la Potterie, se exige «un doble esfuerzo de comprensión: el que se impone para cualquier texto de literatura o de historia, y además el de intentar
comprender la Escritura en cuanto que transmite la Palabra de Dios, la Revelación» (33). No se trata de dos trabajos separados que busquen sentidos de la
Escritura sustancialmente distintos. Usando una figura podríamos hablar de círculos concéntricos: el esfuerzo por comprender «la intención del autor» -
sentido literal-histórico- está dentro de un círculo mayor: el «verdadero sentido del texto sagrado» -sentido espiritual-.
Con respecto al trabajo por descubrir la «intención del autor», el Concilio va a dar una serie de recomendaciones en la línea de lo ya planteado por Pío XII en
la Divino afflante Spiritu: es decir, perspectivas usadas por la hermenéutica histórica o literal. Es una exigencia propia del aspecto de la "humanidad" del
texto. Por eso el Concilio pide no obviar este esfuerzo por encontrar el sentido literal, bajo el riesgo de no «conocer lo que Dios quiso comunicarnos» (34). De
esta manera la Constitución afirma que se deben tener en cuenta «entre otras cosas» los géneros literarios, las condiciones del tiempo y cultura del autor, los
modos de pensar y de expresar usados en esa época, etc.
Pero, como hemos dicho, la Dei Verbum da seguidamente un principio fundamental, y complementario del anterior, «para descubrir el verdadero sentido del
texto sagrado» (35): «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (36). Ya no se refiere al sentido literal. Ahora está
hablando del sentido espiritual, es decir, el sentido que le da el Espíritu, con mayúscula. Ése es el «verdadero sentido del texto sagrado», según palabras de
la Constitución. La interpretación en el Espíritu significa, ante todo,
apertura al Espíritu, y por lo tanto vida de fe por parte del intérprete. Y, en segundo lugar, buscar el Espíritu en la letra, es decir, ir al mensaje del texto, no en
contra del texto, sino profundizando en él. La búsqueda del sentido literal permite conocer el significado histórico del texto; la búsqueda del sentido
espiritual nos conduce a la búsqueda de «la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra» (37). La verdad para nuestra salvación
no está en el significado filológico o técnico de un texto. Buscar este significado es paso necesario, pero de ninguna manera se puede asumir en forma
excluyente ni con criterio reductivo. Ya decía Schlier: «Quien equipado con todas las técnicas del saber filológico e histórico se acerca a interpretar la
Sagrada Escritura y no se preocupa de añadir la experiencia fundamental, de la que nos habla el mismo Nuevo Testamento, es decir, la fe, ese tal jamás
llegará a conocer la realidad que nos comunica en su mensaje el Nuevo Testamento» (38).
¿Cómo ponerse en esa perspectiva complementaria y fundamental? ¿Cómo realizar la labor de interpretar la Escritura con el mismo Espíritu con que fue
escrita? La Dei Verbum da tres criterios.
En primer lugar, tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura. Es decir, frente a la tendencia positivista de descomponer la Escritura en
partes, el Catecismo de la Iglesia Católica, en la línea de la Dei Verbum, explicita que «por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es
una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua» (39).
En segundo lugar, la Constitución indica que hay que leer la Sagrada Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia» (40). Este principio está vinculado con
lo ya dicho acerca de las relaciones entre la Escritura, la Tradición y el Magisterio. En este caso, la Escritura no puede subsistir sin la Tradición y el
Magisterio. Como dice el Catecismo, «la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación
espiritual de la Escritura» (41).
Y finalmente, en tercer lugar, se invita a estar siempre atento a la «analogía de la fe». «Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión de las verdades de la fe
entre sí y en el proyecto total de la Revelación» (42). Es decir, la interrelación de las enseñanzas de la fe de la Iglesia.
En resumen, al leer e interpretar un texto de la Sagrada Escritura es indispensable que siempre se le considere en relación a la unidad de la Escritura entera,
en la Tradición y en la cohesión de las verdades de la fe, y en atención al Magisterio. Esta perspectiva integral es esencial para una recta aproximación a la
Biblia.
Como se ve, la Constitución sale al frente de diversas corrientes que aplican de manera unilateral métodos como el histórico-crítico. Resulta fundamental el
lúcido análisis hecho por el Cardenal Ratzinger sobre los problemas de la exégesis de hoy. Afirma él que «la orientación metodológica de fondo de la
exégesis moderna está absolutamente en contraste con este principio teológico (el que acabamos de considerar). Es precisamente este principio lo que
dicha tendencia se empeña en eliminar a toda costa. Según esta exégesis se podría afirmar que, o bien la interpretación es crítica, o bien se remite a la
autoridad; pero ambas no son posibles a la vez. Interpretar "críticamente" la Biblia significa dejar atrás en la interpretación todo recurso a la autoridad. La
"tradición" no debe ser totalmente excluida como medio de comprensión, pero cuenta sólo en la medida en que sus "fundamentos" se sostienen ante los
métodos "críticos". En ningún caso la "tradición" puede ser criterio de interpretación. Tomada en su conjunto, la interpretación tradicional es considerada
como precientífica e ingenua; sólo la interpretación histórico-crítica parece capaz de acceder verdaderamente al texto. Por esta razón también la unidad de la
Biblia se convierte en un postulado superado» (43).
Según lo que plantean estas tendencias erróneas, la tarea encomendada por el Concilio a la exégesis resultaría contradictoria. No podría haber una exégesis
al mismo tiempo crítica y teológica, literal y espiritual. Sin embargo, frente a esto, dirá el mismo Cardenal Ratzinger: «Personalmente estoy convencido de
que una lectura atenta del texto entero de la Dei Verbum permite hallar los elementos esenciales para una síntesis entre el método histórico y la
"hermenéutica" teológica» (44).
Una obra creativa que supere falsas antinomias se abre como una tarea que debe asumir la exégesis de nuestro tiempo, superando los lastres que pudieren
provenir de posturas ideológicas subyacentes a los métodos y que en realidad constituyen el obstáculo fundamental para su empleo adecuado al sentido
singular de la Biblia.
9. El Antiguo Testamento
En los capítulos cuarto y quinto la Dei Verbum se ocupa del Antiguo y del Nuevo Testamento respectivamente.
Con respecto al Antiguo Testamento, va a tratar sobre la presencia de la historia de la salvación en dichos libros, la importancia que tiene la economía
antigua con respecto a la venida de Cristo y, finalmente, la relación que hay entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Es significativo el hecho de que la
Constitución retome y exponga el principio tradicional de la unidad de ambos Testamentos. Fundamenta esta unidad, en primer lugar, en la unidad del autor:
Dios que inspira ambos Testamentos. Queda así excluida la postura de cierta exégesis crítica que plantea en términos de discontinuidad absoluta la relación
entre ambos Testamentos, incluso extendiendo esta perspectiva de "no unidad" al interior de cada uno. Sin embargo, queda claro también que dicha unidad
no es rígida, uniforme, admite una flexibilidad que da lugar a lo nuevo. Así, mientras que los libros del Antiguo Testamento, por contener la historia de la
salvación, «conservan para siempre su valor» (45), es evidente que en sí mismos no tienen su plenitud. Su valor e importancia principal está en su
preparación con respecto a Cristo, en que apuntan a Él. Por eso «alcanzan y muestran su plenitud de sentido en el Nuevo Testamento» (46), es decir, en
Cristo. De esta manera, como dice el Catecismo, «los cristianos... leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado» (47). Hay pues una
innegable novedad que aparece en el Nuevo Testamento. Pero existe todavía una importante precisión final: en virtud de la especial unidad de ambos, el
Nuevo Testamento también se "beneficia" del Antiguo, pues éste lo ilumina y lo explica (48).
Pasando al Nuevo Testamento, vemos que son cuatro profundos y magníficos párrafos, muy ricos en doctrina, los que le dedica la Dei Verbum.
En primer lugar la Constitución resalta la excelencia de todo el Nuevo Testamento, en donde «la palabra de Dios... se encuentra y despliega su fuerza de
modo privilegiado» (49). Luego se detiene a considerar cómo dentro del Nuevo Testamento sobresalen singularmente los Evangelios, «por ser el testimonio
principal de la vida y doctrina» (50) del Verbo Eterno hecho hombre. Y, con la tradición de siempre, señala que «el Evangelio cuádruple» es de origen
apostólico.
Seguidamente ingresa a tratar proféticamente un tema que ha causado no pocas desviaciones desde principios de siglo: la cuestión de la historicidad de los
Evangelios. Son conocidas ciertas posturas de la escuela de la "historia de las formas", cuyos máximos exponentes -Bultmann y Dibelius- las han propagado
a través de sus escritos y enseñanzas. Problema que poco a poco durante el siglo XX fue introduciéndose dentro de la Iglesia llevando a algunos a establecer
una inaceptable distinción entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe.
Las palabras del Concilio causan una honda impresión. Muestran significativa energía y determinación frente a un grave problema: «La santa madre Iglesia
ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudar,
narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la
ascensión» (51). Contrario a las conclusiones de las escuelas racionalistas, el Concilio afirma con toda consistencia la historicidad de los Evangelios. No
vacila en enfatizar que los Evangelios «narran fielmente» la presencia y obra de Jesucristo.
El claro énfasis del Concilio resulta realmente profético, pues su enseñanza sobre la historicidad de los Evangelios tiene plena vigencia ante rebrotes
racionalistas y sus ecos llegados a nuestras tierras latinoamericanas, especialmente en los últimos años. En la línea del Concilio se debe decir que es
absolutamente inaceptable pretender que Jesús de Nazaret, Nuestro Señor, es una persona distinta de la que confesamos en el Credo y anunciamos en la
Iglesia, desde los orígenes. Ésta es una brújula muy clara para discernir entre aproximaciones exegéticas que hoy se difunden, muchas de ellas
irreconciliables con la fe de la Iglesia.
El último capítulo de la Constitución trata acerca de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. Empieza mencionando la veneración que siempre ha tenido
la Iglesia por la Sagrada Escritura. «La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por
Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la palabra del mismo Dios» (52).
Seguidamente, luego de hablar de la importancia de las traducciones bien cuidadas para el uso de los fieles, va a detenerse en los deberes de los exegetas y
de los teólogos. Parte de un punto fundamental: su propio ministerio. Es decir, lejos de una mera actitud de erudición histórica, la Iglesia «procura
comprender cada vez más profundamente la Escritura para alimentar constantemente a sus hijos con la palabra de Dios» (53). Por eso, dentro de la línea
antes expuesta sobre la unidad entre Escritura, Tradición y Magisterio, fomenta el estudio de los Padres de la Iglesia y el estudio de la liturgia, haciendo
hincapié en el esfuerzo exegético bajo la «vigilancia del Magisterio» y «según el sentir de la Iglesia» (54).
Más adelante trata de las relaciones entre la Escritura y la teología, precisando que la Escritura debe ser como el alma de la teología. Esto una vez más dentro
de la visión integral que ha venido presentando: «La teología se apoya, como en cimiento perdurable, en la Sagrada Escritura unida a la Tradición» (55).
Finalmente exhorta a una lectura asidua de la Escritura, teniendo en cuenta que «desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (56).
La Dei Verbum ha marcado un rumbo claro con respecto a la Revelación y a su transmisión. Al mismo tiempo ha salido al paso de problemas derivados de
una incorrecta aproximación a la Sagrada Escritura, que contiene y transmite la Revelación.
Ante todo cabe señalar los muchos beneficios que a través de la aplicación de esta Constitución conciliar han llegado al Pueblo de Dios. Entre ellos, por
ejemplo, una mayor cercanía a la Sagrada Escritura por parte de los fieles laicos; una más atenta consideración de las lecturas dominicales; una más intensa
conciencia en todos de la unidad de Tradición, Escritura y Magisterio; una mayor vinculación de la labor teológica y la Escritura.
Sin embargo, no todo es positivo. No son pocos los que descubren una incompleta recepción del texto conciliar. En tal sentido, por ejemplo, el Cardenal
Ratzinger, tratando de la doctrina sobre la interpretación de la Sagrada Escritura de la Dei Verbum, que ha de ser al mismo tiempo crítica y teológica, sostiene
que «la recepción post-conciliar de la Constitución ha dejado prácticamente de lado la parte teológica de la Dei Verbum como si fuese una concesión al
pasado, asumiendo el texto únicamente como una aprobación oficial e incondicionada del método histórico-crítico. El hecho de que, después del Concilio,
hayan prácticamente desaparecido las diferencias confesionales entre la exégesis católica y la protestante, se puede atribuir a esta recepción unilateral del
Concilio» (57).
El campo de las traducciones al castellano de la Sagrada Escritura muestra también estar esperando una corriente que supere la tendencia predominante y la
trascienda en una orientación que, aplicando los grandes principios expuestos en la Dei Verbum, ponga masivamente a disposición del Pueblo de Dios
ediciones de los libros de la Biblia que permitan una lectura al mismo tiempo científicamente actualizada y correspondiente al sentido de las lenguas
originales, así como acompañada con notas que hagan patente el recurso a la Tradición viva de la Iglesia, recurriendo profusamente a los Santos Padres y al
Magisterio.
También en América Latina se puede constatar una inadecuada recepción de la Dei Verbum. Además de los problemas del racionalismo, cabe destacar la
presencia de un reduccionismo temporalista e ideológico en no pocos textos y también en la prédica de algunos. Esta situación no ha manifestado mayores
mejoras a pesar de la notable difusión del Catecismo de la Iglesia Católica y del eco que él brinda a la doctrina conciliar de la Dei Verbum, sobre todo en
aquellos aspectos que han venido teniendo pobre recepción en no pocos exegetas, como el sentido teológico de la interpretación.
Cabe señalar que la difusión del Catecismo de la Iglesia Católica es un nuevo motivo de esperanza de que una renovación llegará a nuestras tierras. Al tocar
el tema de la Revelación y su transmisión, el Catecismo sigue en lo sustancial la doctrina de la Dei Verbum. Pero profundiza en ella, como se puede constatar,
por ejemplo, en que al hablar de la interpretación de la Escritura, además del desarrollo doctrinal de la Dei Verbum, añada cinco números más sobre la
interpretación en el Espíritu. Esto manifiesta el rumbo que ha fijado la enseñanza conciliar y la importancia que se le da en este Catecismo que recoge la
enseñanza del Concilio de cara al Tercer Milenio.
Vemos cómo esta Constitución dogmática del Concilio Vaticano II, de rica doctrina y grandes proyecciones, sigue plenamente vigente en su llamado a
aproximarse a la Biblia desde la unidad de la Revelación y desde un plano más teológico. Hay aún camino por recorrer. Debemos acercarnos a la Sagrada
Escritura desde la perspectiva de la Revelación de Dios, unida íntimamente a la Tradición, teniendo en cuenta que en ella «el Padre, que está en el cielo, sale
amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (58). Haciéndolo así, respondiendo con fidelidad a las orientaciones conciliares, sin duda
florecerá una mayor cercanía y devoción a la Palabra de Dios entre nosotros, y la Nueva Evangelización se nutrirá por el impulso y el ardor que la lectura y
estudio de la Biblia en unión de la Tradición y las orientaciones del Magisterio despertarán en estas tierras selladas por la primera evangelización.
** Conferencia dictada en el ciclo de conferencias: Vigencia y Proyección del Concilio Vaticano II - A 30 años -. Lima 26 de enero de 1996.
1. Pablo VI, Discurso al Concilio del 7 de diciembre de 1965.
2. Pablo VI, Discurso al Concilio del 18 de noviembre de 1965.
3. Loc. cit.
4. Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones, Conferencia Episcopal Española, BAC, 1993, Madrid, p. 173. El Papa Pablo VI señalaba, el 24 de junio de 1967, al
dirigirse al Colegio de Cardenales, que las «conclusiones son altamente obligatorias para todos».
5. Dei Verbum, 1.
6. Cardenal Henri de Lubac, S.J., Comentario al preámbulo y al capítulo primero: en B.D. Dupuy (dir.), La Revelación divina. Constitución Dogmática «Dei Verbum», Taurus, 1970, Madrid, t. I, p.
349.
7. Cfr. Dei Verbum, 25.
8. Cfr. Dei Verbum, 11.
9. Cardenal Henri de Lubac, S.J., La Révelation divine, 1983, París, p. 174: citado en Ignace de la Potterie, S.J., La Sagrada Escritura y el Vaticano II, Vida y Espiritualidad, 1995, Lima, pp. 41-42.
10. Dei Verbum, 1.
11. Cfr. I Jn 1,2-3.
12. Cfr. Dei Verbum, 1.
13. I Jn 1,2.
14. Dei Verbum, 4.
15. Dei Verbum, 2.
16. Loc. cit.
17. Hb 1,1-2.
18. Dei Verbum, 4.
19. Cfr. Stanislas Lyonnet, S.J., La noción de Revelación. Capítulo I de la Dei Verbum: en La Biblia hoy en la Iglesia, Paulinas, 1970, Vizcaya, p. 26.
20. Dei Verbum, 3.
21. Dei Verbum, 4.
22. Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 81.
23. Dei Verbum, 9.
24. Cfr. Dei Verbum, 10.
25. Cfr. Dei Verbum, 9.
26. Cardenal Jean Daniélou, Revelación y Fe: en Cuestiones actuales de teología. Encuentro teológico de los obispos colombianos, SPEC, 1973, Bogotá, t. I, pp. 72-73.
27. Cfr. Dei Verbum, 10.
28. Loc. cit.
29. Dei Verbum, 11.
30. Loc. cit.
31. Loc. cit. Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 136.
32. Dei Verbum, 12.
33. Ignace de la Potterie, S.J., op. cit., p. 54.
34. Dei Verbum, 12.
35. Loc. cit.
36. Loc. cit.
37. Dei Verbum, 11.
38. H. Schlier, Über Sinn und Aufgabe einer Theologie des Neuen Testaments, 1964, Friburgo, p. 11: citado en H. Zimmermann, Los métodos histórico-críticos en el Nuevo Testamento, BAC, 1969,
Madrid, pp. 286-287.
39. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 112.
40. Dei Verbum, 12.
41. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 113.
42. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 114.
43. Cardenal Joseph Ratzinger, La interpretación bíblica en crisis. Problemas del fundamento y la orientación de la exégesis hoy, Vida y Espiritualidad, 1995, Lima, pp. 14-15.
44. Ibid., p. 15.
45. Dei Verbum, 14.
46. Dei Verbum, 16.
47. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 129.
48. Cfr. Dei Verbum, 16.
49. Dei Verbum, 17.
50. Dei Verbum, 18.
51. Dei Verbum, 19.
52. Dei Verbum, 21.
53. Dei Verbum, 23.
54. Loc. cit.
55. Dei Verbum, 24.
56. San Jerónimo: citado en Dei Verbum, 25.
57. Cardenal Joseph Ratzinger, op. cit., pp. 15-16.
58. Dei Verbum, 21.