Acompanar Es Politico Notas para Una Vid
Acompanar Es Politico Notas para Una Vid
Acompanar Es Politico Notas para Una Vid
En un cuento de Úrsula Kroeber Le Guin se cuenta que para los habitantes de Frintia, los
frin, el sueño es algo social, sueñan juntes: “Para ellos, soñar es entrar en comunidad con
todas las criaturas sensibles del mundo. Soñar pone profundamente en entredicho la noción
del yo. Solo puedo imaginar que para ellos, dormir es abandonar totalmente el yo, entrar
una y otra vez en una comunidad infinita de seres”.
Los transfeminismos sueñan con reconstruir entre las ruinas, sí. O por lo menos es lo que
vienen haciendo desde hace tiempo, inclusive antes de tener ese nombre. Tienen sus
modos, sus saberes, sus estrategias, sus preguntas, sus tensiones, sus impurezas, su
mestizajes. Pero estas ruinas que habitamos hoy, son y no son las mismas que conocemos.
Hay líneas de continuidad, sí; pero también experimentamos saltos cuánticos. En estas
ruinas hay una rearticulación del fascismo, hay una intensificación de la tristeza.
El fascismo, también lo sabemos desde hace décadas, produce una captura hipnótica, una
absorción del deseo colectivo. Es una fuerza que hace desierto, que pulveriza la red social
(que siempre es un poco frágil, precaria). El fascismo atomiza, porque el miedo atomiza.
El fascismo destituye la conflictividad por la muerte. No se conversa con les jubilades, con
les docentes, con los comedores y merenderos. No se conversa con los pueblos originarios.
No se conversa con las personas en situación de calle. No se conversa con las lesbianas (en
lo posible, ni se nombra). Se celebra el despido de trabajadorxs, se multiplican las estéticas
de la violencia. Se miente y desmiente. Se destruyen las narrativas. La percepción colectiva
se disloca.
Spinoza decía que un tirano, un esclavo y un sacerdote tenían algo en común: eran
impotentes. El tirano es impotente porque tiene la necesidad de que reine la tristeza. Su
poder no se sostiene sin la tristeza. El tirano necesita cultivar la tristeza, necesita
desorientar, romper las coordenadas que nos sitúan en un territorio. Caotizar. Porque los
afectos tristes disminuyen la potencia de actuar. La Ética de Spinoza es un libro que se
escribe en tiempos oscuros, él no quiere publicarla: sabe que si la publica irá preso.
Está todo roto, decimos. Estos neofascismos disputan nuestro afecto, nuestra creatividad
en nombre de la competencia, de la eficacia y la eficiencia. O de la guerra. Hay una disputa
por el tiempo. Una conversación lleva tiempo, la sensibilidad lleva tiempo, acompañar lleva
tiempo.
II
Acompañar es Político trae una pregunta inquietante para estos tiempos de desastre
neofascista: por qué ocuparnos de vidas que no son las nuestras. Por qué dar el tiempo que
no tenemos a otres. Por qué producir un tiempo para acompañar a otres.
Se nos dice una y otra vez que cada una de nosotras es una empresa pequeña, con un caudal
de energía determinado, que debemos cuidar y maximizar. Toda una pedagogía publicitaria
e institucional diciendo que debemos invertir con cuidado nuestra energía vital y no
malgastarla. Que no debemos dar más de lo que obtenemos. Y en lo posible, debemos
obtener mucho dando lo menos posible (eso es invertir).
Por qué entonces, en nombre de qué, nos importarían las vidas de otres. Podemos contestar
a la pregunta trayendo un saber de la experiencia feminista (que es muy arduo sostener en
el medio de otras experiencias y en estas ruinas). Un saber elemental, constitutivo,
irrenunciable: ser feminista es acompañarse en la fragilidad. Si el feminismo es ese
movimiento enorme, excedentario de sus referentas, es porque pudo hacer comunidad en
la fragilidad común. Todes necesitamos ser acompañades. Más o menos, de ciertas maneras
o de otras. Necesitamos alianzas, dice Helen Hester, que no se definan por lo iguales que
somos, sino por el mundo que esa alianza es capaz de producir.
El liberalismo miente, no somos individuos. Nos preocupan otras vidas (humanas o no
humanas) porque no somos individuos, sino seres interdependientes. Dependemos. Para
comer, para crear, para trabajar, para hablar, para hacer el fuego, para mantenerlo. No
dependemos de las mismas cosas ni del mismo modo. Esa es la singularidad.
Nos ocupamos de vidas que no son las nuestras, porque esas vidas son también las nuestras.
Porque discutimos la propiedad privada de lo vivo. No lo hacemos porque esperamos que
en el futuro esas vidas nos acompañen, calculando, sino porque en el acto de acompañarlas,
estamos produciendo un cobijo en la fragilidad común. En presente. Porque en esa
conversación que es el acompañamiento, estamos restituyendo la política de la vida en
común. No sólo porque somos diferentes, sino porque en diferencia compartimos la
fragilidad.
III
Una introducción a una vida no fascista. Así llamaba Michel Foucault al Antiedipo de Deleuze
y Guattari. Ninguno de los tres estaba acompañando a personas que atravesaran
situaciones de vulnerabilidad, es cierto. Pero ellos, como Spinoza mucho antes, como
Cristina Burneo Salazar en Colombia, como Florencia, Daniela y muchas de nosotras ahora,
advertían que en cada incomodidad práctica, hay una decisión ética. Y además, hay una
política de la escritura, que se mantiene abierta, que rechaza tanto el conceptualismo como
la romantización de sí misma.
Rastreando las incomodidades, encontré algunos aprendizajes éticos que, quizá, puedan
continuar una conversación entre las ruinas.
Un manual de ética no se escribe mandándonos a actuar de tal o cual manera, sino todo lo
contrario. De hecho, podría no decir la palabra ética ni una sola vez. Un manual no es una
ley, no tiene normas universales porque la ley es cosa de los juicios y los juicios son
patriarcales y binarios. Recortan la experiencia, encuentran buenas y malas (siempre
individuales), culpables e inocentes (siempre individuales), definen castigos (siempre
individuales). Cada vez que Florencia narra o desliza una incomodidad y cuenta qué se hizo
o no se hizo con ella, nos habla de una práctica ética, impura, lejos de los finales felices,
cerca de lo que se puede, de lo que efectivamente se puede cada vez.
En primer lugar, actuar sabiendo que estamos en tiempos de neofascismo. Y que el fascismo
es esa fuerza política capaz de movilizar y utilizar el deseo de las masas, sí. Pero hay otra
manera de verlo, una que es clave para este libro, el fascismo también es algo del orden de
lo cotidiano, aquello que nos hace amar el poder, amar y subordinarnos a lo que nos domina
y nos explota, e inclusive, aquello contra lo que luchamos.
Este manual invita a preguntarse hasta qué punto las experiencias transfeministas se
debilitan cuando reproducen en ellas formas patriarcales, extractivistas, minorizantes,
racistas, clasistas, extractivistas. El juicio moral, la difamación, la violencia jerárquica. El
manual nos invita a detenernos cuando eso pasa, pero no para enjuiciar, condenar y
abandonar, sino para intervenir, nos.
Sepamos, sepamos mucho, que nuestras prácticas cotidianas pueden reproducir las mismas
prácticas contra las que luchamos. Acompañar también es estar en una situación de
atención permanente, no sobre las otras, sino sobre nosotras mismas.
Saber que estamos en tiempos de neofascismo nos hace volver también sobre la tristeza.
No hay fiesta. Pero podemos politizar la tristeza y, sobre todo, desplazarla de lo individual
e identitario, para hacerla común. Trastocar lo que nos hace sentir impotentes sin
replegarnos en las retóricas de lo personal, de lo heroico, de la autosuperación, del éxito.
En segundo lugar, no hablemos por le otre, ni ante le otre, sino con le otre. Ocuparnos de
vidas que no son las nuestras es una conversación donde acompañante y acompañada son
términos, nombres, mucho más inestables de lo que parece. Nos/otras decía Gloria
Anzaldúa para recordarnos que cualquier identidad es momentánea, y que ninguna nos
define.
No hablar por ni ante le otre, sino con le otre. Hace pocos días en una entrevista en la radio,
un periodista le preguntaba a Susy Shock qué hacer ante el enorme malestar que sentimos,
hable con sus vecinas, dijo ella. Restablezca el lazo ínfimo con quienes habita un territorio.
Desautomatizar, ralentizar, escuchar.
Pero además, no conversemos en nombre del amor (esa bandera totalitaria, esa pasión
difícil) ni de la alegría (que hoy no sentimos) sino en la fragilidad compartida. Quizá con
amor, quizá reencontrando alegría.
IV
Todos los manuales de ética que conozco se escribieron en tiempos oscuros. Algunos
permanecieron en secreto, otros adoptaron complejos mecanismos para poder decirse,
algunos se escribieron con tinta limón entre renglones de tinta oscura. Otros con claves y
contraseñas. Lo que todos comparten, además de la oscuridad de sus épocas, es que fueron
escritos insumisamente, contra la violencia y la crueldad del poder.
Creo que este manual de ética, es un manual transfeminista, porque hace reexistir saberes
muy viejos, saberes que podemos olvidar que tenemos especialmente cuando sentimos
impotencia, cansancio, tristeza. Y a su vez, porque no nos dice qué hacer, sino que Florencia
nos cuenta con humildad, qué hizo ella con otres.
Se dirá que no es el mejor momento, aunque también podría decirse que sí, que lo es.
Porque es ahora cuando se nos obliga a pensar qué podemos, qué podemos imaginar, qué
conversaciones podemos reestablecer, dónde está nuestro erotismo, esa fuerza que no nos
reenvía a la impotencia sino que nos empuja hacia lo que vive, late, pulsa. Qué podemos,
de cuántas conversaciones en diferencia todavía somos capaces.
Para reconstruir entre las ruinas no necesitamos, además, ningún poder extraordinario,
decía Adrienne Rich: “Mi corazón se conmueve por todo lo que no puedo salvar. Se destruyó
tanto. Debo unir mi destino al de quienes, generación tras generación, contra toda lógica,
sin ningún poder extraordinario, reconstituyen el mundo”.
Creo que es probable que los transfeministas sueñen, sí, como sueñan los frin de Le Guin,
en reconstruir entre las ruinas.