Control de Lectura 1
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Hoy nos encontramos ante una coyuntura crítica en la lucha contra la pobreza. A pesar de las
décadas de avances logrados con tanto esfuerzo en el ámbito del desarrollo, aún estamos muy
lejos de alcanzar el objetivo de un mundo sin pobreza.
Hace 10 años, las perspectivas parecían más positivas. El mundo había experimentado un
extenso período de reducción sostenida de la pobreza extrema, que había comenzado a
principios de los años noventa. Entre 1990 y 2013, más de 1000 millones de personas lograron
salir de la pobreza extrema, cuya tasa cayó del 37,8 % al 11,7 %.
Como todos sabemos, en 2020, estos avances se detuvieron abruptamente. Varias crisis
superpuestas importantes —la pandemia de COVID-19, las conmociones climáticas, los
conflictos inesperados y el aumento de los precios de los alimentos— llevaron a que entre
2020 y 2022 se perdieran tres años de esfuerzos. Actualmente, la tasa mundial de pobreza ha
vuelto a los niveles anteriores a la pandemia, pero los países de ingreso bajo, los más
afectados, aún no se han recuperado.
¿Qué significa esto para las personas de carne y hueso? Significa que alrededor de 700
millones de seres humanos de todo el mundo hoy intentan sobrevivir con menos de USD 2,15
al día (la línea internacional de pobreza extrema). Significa que 700 millones de personas no
tienen suficientes ingresos para satisfacer siquiera sus necesidades más básicas. Más de la
mitad de ellos son niños.
Hay millones de personas más que viven sin acceso adecuado a la salud, la educación, la
vivienda, el agua o la electricidad: se ven privadas no solo de recursos esenciales, sino también
de oportunidades, esperanza y dignidad básica.
En la primera edición del Informe sobre el desarrollo mundial del Banco Mundial —publicada
hace 45 años, en 1978— se define la pobreza absoluta como “unas condiciones de vida
caracterizadas por la desnutrición, el analfabetismo, las enfermedades, la sordidez del medio
ambiente, la elevada mortalidad infantil y la baja esperanza de vida, que no caben dentro de
ninguna definición razonable de dignidad humana”.
En efecto, la pobreza es multidimensional, por lo que nuestros esfuerzos también deben ser
esfuerzos coordinados e intersectoriales. Por lo tanto, debemos utilizar la idea de la
multidimensionalidad como una herramienta para coordinar la acción política. Debemos
trabajar con mayor eficacia en todos los sectores para garantizar que los hogares se estén
beneficiando con la adopción de políticas adecuadas, de manera que podamos abordar juntos
estos desafíos interconectados.
Para ello, es necesario poner el acento en eliminar las limitaciones que demasiados hogares
pobres enfrentan para acceder a empleos de mejor calidad. Cuando pensamos en empleos,
tendemos a centrarnos en las inversiones en capital humano, como la ampliación del acceso a
educación y salud de buena calidad. Estas inversiones son, desde luego, muy importantes.
Sin embargo, también debemos brindar apoyo a los hogares pobres para que acumulen y
utilicen otros tipos de activos productivos, como el capital natural y el capital financiero. Esto
puede implicar, por ejemplo, inversiones ambientales para mejorar la calidad del suelo,
inversiones en infraestructura para ampliar el acceso a los mercados agrícolas, o leyes para
mejorar la igualdad de género en la titulación de tierras, y tecnologías digitales para incluir a
las personas en los mercados financieros.
Por último, cientos de millones de personas pobres son vulnerables a las perturbaciones, dado
que viven en zonas que están muy expuestas a fenómenos meteorológicos extremos como
inundaciones, ciclones, sequías o calores extremos. Y millones más son vulnerables a caer en la
pobreza como resultado de tales fenómenos. Es preciso adoptar medidas urgentes para
reducir el impacto de las crisis climáticas.
Los Gobiernos deben tratar de aplicar políticas que generen “beneficios triples”, es decir, que
mejoren los medios de subsistencia de los pobres hoy, reduzcan su vulnerabilidad frente a los
riesgos climáticos mañana y contribuyan a mitigar los futuros peligros climáticos.
De hecho, la acción climática —si hacemos las cosas bien— puede ser una oportunidad para
lograr el crecimiento inclusivo. La transición hacia un modelo de crecimiento más sostenible
podría mejorar la vida de millones de personas pobres.
Con todo lo que hemos aprendido en las últimas décadas, tenemos la oportunidad de marcar
una diferencia real de cara al futuro. El objetivo de lograr un mundo sin pobreza en un planeta
habitable está a nuestro alcance, pero solo podrá materializarse si actuamos ahora.
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Luis Felipe López-Calva es el Director Global de Pobreza y Equidad del Banco Mundial.
https://www.bancomundial.org/es/news/opinion/2023/10/17/ending-poverty-is-our-first-
global-goal-and-we-are-off-track