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JUSTICIA PANAMEÑA
EN SU PRIMER CENTENARIO 1903-2003
Órgano Judicial
República de
JUSTICIA PANAMEÑA
EN SU PRIMER CENTENARIO 1903-2003
Dirección editorial:
Órgano Judicial de la República de Panamá
Corrección de textos:
Profesora Edna Araúz
Foto de portada:
Javier Shirley
ISBN 9962-8830-4-0
Depósito Legal: Pan. 000-2003
Con motivo de la celebración de los primeros cien años de la República que coinciden
felizmente con el centenario del Órgano Judicial, nuestra Institución experimenta especial
regocijo en dar a conocer la presente serie de conferencias.
Los trabajos que se publicarán como parte de este esfuerzo han sido desarrollados por
notables juristas nacionales, y tienen el mérito de representar un aporte en la senda de
lograr la construcción de la conciencia histórica de nuestra justicia y sus principales acto-
res.
No cabe duda que la historia de las instituciones es un reflejo de lo que hemos sido y de
nuestra idiosincrasia. La búsqueda de nuestros orígenes es también una de las tareas que
debemos adelantar los panameños en este momento especial de nuestra historia, ya que
ello nos permitirá valorar lo que hemos hecho y lo que nos falta por hacer.
La edificación de la justicia del futuro impone que todos conozcamos y valoremos nuestro
pasado que atesora un bagaje insustituible de vivencias y experiencias que han marcado
nuestro devenir como Nación. Confiamos en que este esfuerzo nos ofrecerá los espacios
de reflexión necesarios para la fijación de los nuevos derroteros que, en lo sucesivo, debe-
rá seguir la Justicia panameña a fin de consolidar el logro de las metas de excelencia, efec-
tividad e integridad en que estamos comprometidos.
A Carlos Cuestas, Hipólito Gil, Jorge Giannareas, Jane Saldaña, Marisol Contreras, a la
Dirección de Prensa y Relaciones Públicas, a la Dirección de Servicios Generales, a la
Dirección de Abastecimiento y Almacén, a la Dirección de Informática, a Joel Hernández,
María del Rosario Tejedor, Argelis Escudero, Cinthya Camargo, Icela Stanziola de
Rodríguez, Jorge Kam Ríos, Edgar Rodríguez, Jeimy Lasso y Anisabel Rodríguez.
A todas las personas y amigos que con su apoyo, conocimiento, dedicación y aportes
desinteresados hicieron realidad este proyecto que conmemora los primeros cien años de
vida republicana de Panamá y del Órgano Judicial.
I. El Constitucionalismo Panameño
A. Explicación introductoria
1
NARANJO MESA, Vladimiro. Teoría constitucional e instituciones políticas . Bogotá: Editorial Temis, 1997, p. 42.
2
SÁCHICA, Luis Carlos. Derecho constitucional general. Bogotá: Edit. Temis, s/f, p. 6.
ÓRGANO J UDICIAL 11
titucionales a través de los cuales se manifiesta el ejercicio del poder estatal o pú-
blico.
Se trata, por tanto, del estudio de la evolución constitucional del Órgano Judicial pa-
nameño, en cuanto a la forma como ha sido regulado en las diversas constituciones
panameñas, así como las funciones atribuidas y principios en base a los cuales se
ha estructurado.
3
LABASTIDA, Horacio. Las constituciones españolas. México: Editorial Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 9.
4
QUINTERO, César. Evolución constitucional de Panamá . Panamá: Editorial Portobelo, 1999, p. 3.
12 Ó RGANO JUDICIAL
“La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemis-
ferios.”
Se sigue de lo manifestado, por tanto, que durante este período de nuestra historia
como parte integrante de la Corona Española, se aprobó y promulgó la Constitución
española de Cádiz, la que se proclamó en diversas provincias de América, incluida
Panamá.
2. El constitucionalismo de la Era Colombiana
Como se ve, al Estado al que Panamá se unió era la organización política ideada
por Simón Bolívar, la que estaba integrada por Nueva Granada (hoy Colombia), Ve -
nezuela y Ecuador. Por lo tanto, Panamá no se une desde un inicio a la hoy Colom-
bia, conocida en su momento como Nueva Granada, sino a la República de Colom-
bia, conocida históricamente como la Gran Colombia, integrada por Venezuela, Ecua-
dor y Nueva Granada, como ya se dejó indicado.
5
ARAÚZ, Celestino A. y PIZZURNO G., Patricia. El Panamá colombiano. (1821-1903). Panamá: Litho Editorial Chen, 1993, pp. 11-
ÓRGANO J UDICIAL 13
Diversos tipos de Constituciones rigieron durante el período del constitucionalismo
colombiano, de acuerdo a si su ámbito territorial era estatal o provincial y con rela-
ción a las primeras, sí lo eran para todo el Estado al cual estaba unido nuestro país
o si éstas sólo tenían vigencia para el caso concreto de Panamá.
Todas las Constituciones antes referidas tienen la particularidad en común con el ca-
so de Panamá, que rigieron en nuestro país, ya sea cuando fuimos parte integrante
de la República de Colombia o la Gran Colombia o cuado lo fuimos de Nueva Gra-
nada, a la que nos unimos desmembrado el Estado bolivariano. Por tanto, se está
ante Constituciones que se aprueban para un Estado, en uno y otro caso, al que per-
tenecíamos y que por razón de ello nos eran aplicables las disposiciones previstas
en dichas normas supremas.
6
QUINTERO, César . Evolución constitucional de Panamá. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 1988, p. 20.
7
HENAO HIDRÓN, Javier. Panorama del derecho constitucional colombiano . Bogotá: Editorial Temis, 1992, p. 15.
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Durante la etapa de nuestra historia de la era del constitucionalismo colombiano Pa -
namá tuvo sus propias Constituciones y son a las que hemos de aludir en desarro -
llo del tema objeto del presente trabajo.
Esta otra fase de nuestro constitucionalismo en la que tiene su génesis por razón de
la separación de Panamá de Colombia el 3 de noviembre de 1903 y de la cual se
estará celebrando el centenario en el presente año, conmemoración que motiva es-
ta monografía.
Cuatro son las Constituciones que se han aprobado durante esta era, a saber: la
Constitución de 1904, la de 1941, la de 1972 con las reformas de que sido objeto en
1978, 1983, 1993 y 1994. Estas serán estudiadas en cuanto a la forma como han
regulado el Órgano Judicial en sus aspectos más relevantes.
II. El Órgano Judicial en la Primera Constitución Panameña
A. La Constitución de 1841
Como quiera que el artículo 20 de esta Constitución imponía al “gobierno” del Esta -
do el deber de “proteger la libertad, la seguridad, la propiedad y la igualdad de los
istmeños”, veamos la forma como estructuraba al órgano que por excelencia lleva a
cabo esta responsabilidad dentro de la concepción del Estado de Derecho, como lo
es el Órgano Judicial.
ÓRGANO J UDICIAL 15
Como se infiere, además de la concepción tradicional de atribuir el ejercicio de la
función jurisdiccional a tribunales y juzgados, la norma en mención disponía que tal
potestad también correspondiera a un jurado nacional. Con respecto a esto último
se expresaba en el artículo 97 que: “el congreso se constituirá en jurado nacional”,
señalándose para qué casos. Como se ve, el Órgano Legislativo, a través del Con-
greso, quedaba incluido entre las autoridades a las que competía la administración
de justicia.
Entre los aspectos más relevantes que a nuestro juicio cabe resaltar de la Constitu-
ción de 1841, en atención a la administración de justicia, tenemos los siguientes:
1. Como se indicó, el Jurado Nacional lo constituiría el Congreso, el cual era el or-
ganismo al cual correspondía la legislativa. En ese sentido, el Congreso actua-
ría en función de Jurado Nacional cuando ejerciera atribuciones jurisdiccionales
entre las que estaban: a) el juzgamiento del encargado del Poder Ejecutivo, co-
mo de los Magistrados del Tribunal Supremo cuando éstos hayan incurrido en
infracción de la Constitución o de las leyes así como por mala conducta en el
ejercicio de sus funciones, b) declarar si había lugar o no a formación de causa
en contra de los funcionarios antes aludidos y ponerlos a órdenes del tribunal
competente para su juzgamiento, cuando los cargos lo fueran por una falta que
no fuera relativa a sus funciones.
2. A los Magistrados del Tribunal Supremo se les elegía por un período de dos
años, pudiendo reelegirse. Estos eran electos por una asamblea de electores,
tal y como lo disponía el numeral 1 del artículo 30 de la Constitución de 1841,
mediante mayoría absoluta.
4. Finalmente, en el artículo 117 se manifestaba que las sesiones de todos los tri-
bunales eran públicas y las votaciones tenían que hacerse “a puerta abierta y
en alta voz”.
8
CASTILLERO R., Ernesto J. Op. cit., p. 125.
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A. Forma como estaba dividido el Istmo de Panamá durante
la vigencia de la Constitución Granadina de 1853
“El poder judicial municipal de la provincia tiene por objeto resolver las cues-
tiones que se susciten sobre los derechos y las obligaciones impuestas, por
las ordenanzas y los acuerdos y aplicar los castigos señalados por la legis-
latura provincial, a las infracciones de tales ordenanzas y acuerdos.
El será ejercicio por los tribunales y juzgados creados por la ley.”
De la norma transcrita, se infiere que a los tribunales y juzgados que creara la ley o se
establecieran mediante ley, les iba a estar encomendadas las funciones típicas del
Órgano Judicial, como lo son la interpretación y aplicación, en este caso, de “las or-
denanzas y los acuerdos” que expidieran la legislatura provincial, con miras a dirimir
las controversias que se surgieran con respecto a los derechos y obligaciones que
en éstas se previeran, como imponer los castigos respectivos por razón de las in-
fracciones en las que se incurrieran.
ÓRGANO J UDICIAL 17
IV. El Órgano Judicial en la Constitución del
Estado Federal de Panamá de 1855
A. Aspectos relevantes
2. La Corte Superior del Estado Federal estaría integrado por tres Ministros Jue-
ces, que era como se denominaban dichos cargos. Estos eran elegidos por los
ciudadanos mediante elección popular directa; esto último, por disponerlo así el
artículo 39 en relación con el 45 de la Constitución. El período para el cual eran
electos era de cuatro años.
3. Entre las atribuciones de la Corte Superior estaban las de conocer las causas
que se le siguieran a las altas autoridades del Estado, como lo eran el Gober-
nador, quien estaba a cargo del Ejecutivo, el Procurador, el Secretario de Esta-
do y las de los propios Magistrados de dicho alto tribunal.
Esta Constitución estuvo vigente hasta 1857 cuando la que le daba fundamento fue
reemplazada por la Constitución de la Confederación granadina, hecho que se dio en
el año antes aludido.
A. Explicación previa
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máxima expresión la concepción federal del Estado ya que Panamá llegó a contar
con seis Constituciones, que fueron la de 1863, 1865, 1868, 1870, 1873 y 1875,
siendo esta última, la que estuvo vigente mayor período de tiempo, concretamente
hasta 1885.
Para una mejor comprensión de la forma como se reguló el Órgano Judicial en es-
tas Constituciones, haremos referencia, de manera conjunta, a los aspectos más im-
portantes que en las mismas se establecieron indicando, según el caso, la Constitu-
ción de que se trate.
a. Esta Ley Fundamental dedicaba el Título XIV a regular lo atinente al “Poder Ju-
dicial” como se denominaba el mismo.
b. Disponía que éste sería ejercido por un Jurado Supremo, por una Corte del Es-
tado, por los Jurados Departamentales, por los Jueces de Distrito como por los
demás tribunales y juzgados que estableciera la ley.
c. Tres principios importantes preveía esta Constitución consistentes, por una par-
te, en que los empleados de la administración de justicia no podían ser suspen-
didos de sus cargos hasta tanto no se hubiera declarado causa en su contra ni
podían ser suspendidos, sino mediante sentencia y, por la otra, que el “Poder
Judicial del Estado es independiente”.
Con respecto a esta Carta Política se aprecia que la misma mantuvo prácticamente
la misma redacción que sobre esta materia tenía la de 1863, lo que significa que no
introdujo mayores cambios. El único a resaltar fue el atinente a la forma como se es-
cogían a los Magistrados de la Corte del Estado Federal de Panamá. Veamos sucin-
tamente lo pertinente.
ÓRGANO J UDICIAL 19
tías de estabilidad en los cargos de los funcionarios del “Poder Judicial” ya alu-
didos, cuando vimos lo atinente a la Constitución de 1863.
c. El Jurado Supremo era un organismo integrado por cinco personas elegidas por
la Asamblea Legislativa, al que estaba atribuida el conocimiento de las causas
por delitos comunes en los que incurriera el Presidente del Estado, los Magis-
trados de la Corte y el Procurador del Estado, aunque se limitaba a determinar
si había lugar a formación de causa, caso en el cual decretaba la suspensión
del cargo y los ponía a disposición del tribunal competente para su juzgamien-
to, siendo éste la Corte del Estado.
d. Finalmente, en cuanto a la Corte del Estado se preveía que sus miembros se-
rían tres Magistrados, que su período era de dos años y su elección estaba a
cargo de la Asamblea Legislativa. Como se ve, a diferencia de la de 1863 se-
gún la cual los Magistrados debían ser elegidos mediante elección popular, aho-
ra era a la Asamblea a la que competía su elección.
a. En el capítulo V reguló a este órgano del Estado Federal, el cual estaba di-
vidido en dos secciones: la primera “Disposiciones generales”; la segunda “De la
Corte del Estado”.
“Artículo 90. El Poder Judicial del Estado se ejerce por la Asamblea Legis-
lativa, por la Corte Superior, por los Juzgados del Distrito Capital y de-
partamentales, por los Juzgados de distrito; y por los demás tribunales
y juzgados que establezca la ley.”
c. En lo que concernía a la Corte del Estado se señalaba que estaría integrada por
tres Magistrados, los que eran elegidos por la Asamblea Legislativa por un perío-
do de cuatro años.
20 Ó RGANO JUDICIAL
En esta otra Constitución panameña de su período federal, no se establecieron cam-
bios relevantes con respecto al Órgano Judicial. Así, en los que tenía que ver con la
forma como se integraba la Corte del Estado, la cantidad de Magistrados que la
constituían y el período de duración en el cargo, era similar a lo regulado en su an-
tecesora. Igual ocurría en lo atinente a los otros aspectos que tenían por quienes se-
ría ejercido y las prerrogativas reconocidas a los funcionarios de la administración
de justicia.
Sin entrar en mayores consideraciones, por no ser este el objeto de este trabajo, sí
resulta importante resaltar la atribución de dicho tipo de control de la constituciona-
lidad a la Corte del Estado el que si bien de carácter mixto, en la medida en que ha-
ÓRGANO J UDICIAL 21
bía que darle participación de lo resuelto por la Corte a la Asamblea Legislativa, la
que decidía de manera definitiva, no menos cierto es que constituye tal competen-
cia el precedente a lo que muchos años después vino a configurarse en la Constitu-
ción de 1941, al establecerse en ésta un control de la constitucionalidad concentra-
do en la Corte Suprema de Justicia.
A. Explicación introductoria
9
ANTINORI-BOLAÑOS, Italo Isaac. Panamá y su historia constitucional (1808-2000). Panamá: s/e, 2000, p. 45.
10
MOSCOTE, José Dolores. El derecho constitucional panameño. Panamá: Editado por The Star and Herald Company, 1943, p.
22 Ó RGANO JUDICIAL
Sin negar lo sustancial que representaron e implicaron las reformas constitucionales
de 1983 y sin entrar en mayores debates, aludiremos en este trabajo a la Constitu-
ción de 1972 con las reformas que se le han introducido por ser la que por lo menos
formalmente responde a tal denominación oficial.
11
Ibidem , p. 368.
ÓRGANO J UDICIAL 23
competencia y moralidad de los que aspiran a desempeñar puestos en
la judicatura subalterna, razón suficiente para que sean ellos quienes
los nombren.”10
Se infiere de lo transcrito la importancia que para la administración de justicia
reviste la existencia de principios como el establecido en el artículo 92 de la
Constitución de 1904 y que tenía que ver con el nombramiento de los Magistra-
dos y Jueces de los distintos Tribunales y Juzgados del Órgano Judicial.
3. Otro aspecto de importancia, previsto ya desde los inicios de nuestra Era Repu-
blicana, era el correspondiente a reconocer que la administración de justicia lo se-
ría de forma gratuita.
5. En el artículo 97, se preveía una garantía para los funcionarios que integraban
el “Poder Judicial”, cuando establecía que la ley señalaría las asignaciones que
debían percibir por razón de sus labores y que éstas “no podrán ser aumenta-
das ni disminuidas durante el período para el cual hayan sido nombrados”.
12
QUINTERO, César. La independencia judicial . Anuario de Derecho Nº 10. Panamá: Universidad de Panamá, 1972, p. 16.
13
GOYTÍA, Víctor Florencio. Las Constituciones de Panamá. San José: Litografía e Imprenta Lil, 1987, p. 439.
24 Ó RGANO JUDICIAL
“El principio que aquí se asienta” –decía al comentar el citado precepto
constitucional– “es de la mayor trascendencia porque al proclamarse la
independencia de los jueces se proclama a un mismo tiempo la del po-
der judicial, suprema garantía de que la justicia, fuera de las limitacio-
nes naturales de quienes imparten, será la expresión de la voluntad del
juzgador, apreciada exclusivamente por procedimientos técnico-jurídi-
cos y no en virtud de influencias partidistas o de intereses de dudosa
prosapia”.11
Ahora, si bien el reconocimiento de este principio ya representa un gran paso
para la prestación del servicio público de la administración de justicia, esto por sí
solo no es suficiente porque como anota el doctor Quintero, “para asegurar cons-
titucionalmente la independencia judicial es preciso, ante todo, que la propia
Constitución contenga ciertas disposiciones encaminadas a hacer efectiva tal
independencia. Entre ellas, es indicado que están las que establezcan la forma
de escoger los funcionarios del ramo; así como las referentes a la estabilidad,
remuneración, incompatibilidades e idoneidad de los mismos”.12
2. En efecto, entre otras garantías y principios que consagraba esta Carta Política
a favor de los Magistrados, Jueces y demás funcionarios de la administración
de justicia, eran:
14
PIZZURNO G., Patricia; ARAÚZ, Celestino A. Estudios sobre el Panamá republicano (1903-1989). Panamá: Editorial Mafer,
ÓRGANO J UDICIAL 25
de la reintegración total por el Ejecutivo al vencimiento de un ejercicio
común a todos, como ocurría antes de la reforma apuntada.”13
Con este principio, pues, lo que se perseguía era que un Presidente terminara
nombrando, en un solo momento, a todos los Magistrados de la Corte Suprema
de Justicia, por las implicaciones que ello conlleva.
Dicho en otras palabras, si quien era elegido Magistrado de la Corte, estaba inician-
do su período, sería Presidente de este tribunal durante los diez años que estaría
ejerciendo su cargo.
4. Por último, hay que recordar que con la Constitución de 1941 se estableció ade-
más del control concentrado o guarda judicial de la Constitución el contencioso-
administrativo y se reconoció o consagró la acción de amparo de las garantías
constitucionales, con lo que a la vez que se perfeccionaba el Estado constitu-
cional panameño, se le asignaba al Órgano Judicial un papel relevante en la tu-
tela del principio de supremacía constitucional, el de legalidad como en la de-
fensa jurisdiccional de los Derechos Fundamentales.
Con respecto a lo expuesto, nos dicen los autores Pizzurno y Araúz que, “en diciem-
bre de 1944 el gobierno ante la disyuntiva de la elección de Designados por parte
de la Asamblea Nacional y la convocatoria de una Constituyente, optó por este últi-
mo camino, tras un acuerdo con los dirigentes de los principales partidos políticos a
través del denominado Comité de Coordinación Política”.14
26 Ó RGANO JUDICIAL
Elegida la Asamblea Constituyente la misma terminó aprobando finalmente la nue-
va Constitución, la que entró en vigencia en marzo de 1946.
Veamos los aspectos más relevantes de ésta con relación al Órgano Judicial.
Esta Constitución, luego de las reformas de que ha sido objeto, regula lo concernien-
te a la administración de justicia en el Título VII, denominado “La Administración de
Justicia”, dividido a su vez en dos Capítulos; uno dedicado al Órgano Judicial, el pri-
mero de ellos y otro al Ministerio Público, en este caso el Capítulo 2.
2. En cuanto a las garantías de las que se reviste esta función y los encargados
de ejercerla, se establece que:
a. El principio de independencia judicial (artículo 207).
ÓRGANO J UDICIAL 27
b. Estabilidad en el cargo (artículo 208).
c. La garantía penal de la no detención ni arresto salvo por la autoridad compe-
tente para juzgarlo y mediante mandamiento escrito (artículo 213).
Con respecto al contenido de esta norma, soy del criterio que ésta ha de enten-
derse en el sentido que el Órgano Ejecutivo, al que si bien por mandato de la
Constitución le compete “la elaboración del proyecto de Presupuesto General
del Estado”, no debe, al incluir ambos Presupuestos, disminuir los fondos o eli-
minar alguna de las partidas de éstos, puesto que debe ser al momento en el
que éste va a ser conocido y debatido por el Órgano Legislativo en el que se
formulen los cuestionamientos que procedan con relación a los mismos. De otra
forma, no tendría ninguna razón de ser este principio si como se sabe en la
práctica cada institución prepara su propio Proyecto de Presupuesto y se lo re-
mite al Ejecutivo o concretamente al Ministerio que tiene que ver con la elabo-
28 Ó RGANO JUDICIAL
ración y presentación del Presupuesto General del Estado y en el que se dan
las disminuciones recortes de los proyectos que recibe de éstas.
El artículo, por lo demás, es claro cuando establece que los respectivos Presupues-
tos, ya sea del Órgano Judicial o del Ministerio Público, una vez formulados, se re-
mitirán oportunamente al Ejecutivo “para su inclusión en el proyecto de Presupues-
to General del sector público”.
ÓRGANO J UDICIAL 29
Bogotá: Editorial Temis, 1997.
Luego de haber ocupado diversos cargos dentro del Ministerio Público, en la actua-
lidad es Secretario de Asuntos Legales de la Procuraduría General de la Nación.
ÓRGANO J UDICIAL 31
El Derecho Constitucional Panameño durante
la Época Republicana:
1968-1989
I. Explicación Obligada
El tema objeto de la conferencia de esta tarde se me entrega bajo el título “El dere-
cho Constitucional Panameño durante la Época de la República: 1968-1989”.
Así las cosas, la conferencia bien puede intitularse, igualmente, el “Derecho Consti-
tucional Panameño durante la Dictadura Militar” o, si se prefiere, recordando una de
las mejores novelas de García Márquez, “El Derecho Constitucional Panameño en
los Tiempos del Cólera”. Después de todo, las dictaduras constituyen verdaderas
patologías políticas y sociales dondequiera que ellas se instalen geográficamente.
Debo empezar por reconocer que el tema que me impuse lo anticipaba áspero e in-
cómodo para mí e, inevitablemente, igual para algunos de los asistentes. No obstan-
te ello, tomé la libre decisión de abordarlo por tres razones: la primera, porque dado
lo polémico y controversial del tema, la materia no tenía por qué contar con muchas
personas deseosas de abordarlo. La segunda, porque hurtar a las futuras generacio-
nes el conocimiento de este período crucial en la vida social, política y constitucional
panameña, iba a surtir el mismo efecto práctico que quemar las fuentes de nuestra
propia historia. Y la tercera, para mí la más importante, era la de proteger el estado
de indefensión en que se encuentran y se encontrarán los niños de escuela primaria
y los adolescentes de escuela secundaria de hoy y del futuro. Su estado es de com-
pleta indefensión ante la distorsión histórica que produjeron 21 años de dictadura mi-
litar.
32 Ó RGANO JUDICIAL
farrias de cada 11 de octubre. Recuerdo haber dicho el 28 de noviembre de 1987, día
de nuestra independencia de España, que nuestras verdaderas fechas históricas que-
daron convertidas en velorios de tercera.
Nuestros niños y adolescentes de hoy y del mañana no pueden quedar expuestos a
tomar como una misma cosa los presidentes realmente republicanos, que los presi-
dentes a quienes los Comandantes de turno le obsequiaron los cargos que ostenta -
ron. Corroborando precisamente el origen real de estos presidentes, recuerdo haber
dicho en la citada conferencia del 28 de noviembre de 1987, que así como Dios
echaba al mundo a cada uno con su pedazo de pan debajo del brazo, cada nuevo
comandante nos llegaba con su pedazo de presidente debajo del sable. Y así fue y
todos lo recordamos. No puede ocurrir que estos presidentes, servidores de la au-
tocracia, a la cual adeudaban sus cargos, puedan ser confundidos con presidentes
auténticamente republicanos, como es el caso, para citar algunos ejemplos de los pe-
ríodos iniciales del Estado panameño, de José Domingo de Obaldía, Carlos A. Men-
doza, Pablo Arosemena, Belisario Porras y, posteriormente, Harmodio y Arnulfo
Arias Madrid. Más recientemente, tampoco pueden nuestros niños y adolescentes
de hoy y de mañana, confundir aquellos presidentes nominales con presidentes de
la visión, sobriedad y austeridad comprobadas, de un Enrique A. Jiménez, un Ernes-
to de la Guardia Navarro, o bien de un Roberto Francisco Chiari quien, sin los alardes
típicos de la dictadura, con la sencillez que le era propia, tuvo el coraje y el patrio-
tismo de romper en 1964 relaciones diplomáticas con la potencia más poderosa del
mundo, con ocasión de los trágicos sucesos del 9 de enero y días posteriores. En
este punto, bueno es recordar la memorable actuación del entonces jefe de la Guar-
dia Nacional, General Bolívar Vallarino, quien resistió todas las presiones de las au-
toridades zoneítas y de la diplomacia imperial, interesadas en que la Guardia Nacio-
nal persiguiera a los patriotas panameños que estaban defendiendo con su vida los
derechos de la nacionalidad panameña.
También fue memorable la actuación del Licenciado Miguel J. Moreno Jr., quien, con
la capacidad, el patriotismo y el valor personal que lo caracterizan y contra todas las
presiones posibles, presentó, en enero de 1964, ante la Organización de Estados
Americanos, el cargo de agresión contra la primera potencia del mundo. De paso, el
Licenciado Miguel J. Moreno Jr., junto con muchos panameños ilustres y con verda-
dera vocación nacionalista y democrática, quedó englobado entre los que la dicta -
dura nacionalera denunciaba en sus periódicos como “entreguistas”, “vendepatrias”
y “lacayos del colonialismo”. La sola comparación de los verdaderos presidentes re -
publicanos que tuvo Panamá, nacidos de las urnas, con los presidentes de la auto-
cracia, nacidos de las armas, provoca consternación, si esa diferencia no llega es-
clarecida a la mente limpia e inocente de los niños y adolescentes de hoy y del ma-
ñana.
ÓRGANO J UDICIAL 33
que se inicie con un breve repaso de las premisas, afortunadamente de validez uni-
versal, que de alguna forma estarán presentes y dando sentido a muchos de los as-
pectos específicos que serán objeto de ella.
“Una dictadura, en cualquier lugar del mundo que la padezca, sólo es posible
a condición de que todos los órganos clásicos del gobierno de un Estado, es-
to es, los órganos ejecutivo, legislativo y judicial, estén subordinados a la per-
sona del dictador.”
No de otra forma habrían sido posibles las dictaduras de Hitler en Alemania, de Mus-
solini en Italia, de Franco en España, de Pinochet en Chile y, más recientemente, la
dictadura de Sadam Hussein en Irak.
La aseveración que precede no representa ninguna novedad ni, mucho menos, una
apreciación subjetiva o arbitraria. Recuérdese, incluso, que el primer titular de la dic-
tadura militar panameña reconoció la existencia de esta, manifestando que la dicta-
dura panameña era una “dictadura con cariño”. Pero, así como para la química no
existen las estricninas con miel de abejas, igualmente en Ciencia Política y en De-
recho Constitucional, no existen, por sus características propias, dictaduras demo-
cráticas ni dictaduras cariñosas. Todavía hoy, mientras dicto esta conferencia, el
país no sabe en qué lugar yacen los restos de un sacerdote y de muchos civiles ase-
sinados, tal vez, por un cariño mal entendido.
La realidad constitucional propia de todas las dictaduras, sin que la de Panamá sea
una excepción, es lo que explica por qué el tiempo transcurrido durante una dicta-
dura no cuenta ni deba contar para la prescripción de las acciones penales por de-
litos políticos y de lesa humanidad ocurridos durante la dictadura y a manos de ella.
El Estado panameño, que el próximo 3 de noviembre cumple sus primeros 100 años
34 Ó RGANO JUDICIAL
de existencia, no cumple, sin embargo, 100 años de república. El gobierno republi-
cano en el Estado panameño se interrumpió por 21 años, cediendo espacio a un go-
bierno autocrático, de autocracia absoluta. La soberanía, que en todo gobierno re -
publicano reside en el pueblo, pasó a residir en la persona del dictador de turno. To -
cando al dictador de turno, como en los casos de las monarquías absolutas, se to-
caba la fuente del poder público.
Y, obviamente, el desafío a ese deseo de los próceres, y al nombre con que fue bau-
tizado el Estado, no convierte, por arte de birlibirloque, a un gobierno dictatorial en un
gobierno republicano, ni a los Presidentes designados por la autocracia militar, en
Presidentes de la República.
ÓRGANO J UDICIAL 35
¿No es verdad que es desagradable lo dicho, no obstante, ser una simple descrip-
ción de los hechos? Evidentemente que sí. Pero estas conferencias, denominadas
magistrales, tendrán un valor inevitablemente testimonial e histórico. Y a la historia,
es preferible que se le rindan cuentas claras.
Otra de las premisas universales, vale decir, que se dan en todos los Estados del
mundo y, en consecuencia, en el Estado panameño, es la de que tanto la Constitu-
ción como el Derecho Constitucional están indisolublemente vinculados a la política.
Finalmente, una última premisa universal que, en alguna medida, complementa y re-
mata algunas de las anteriores y que, afortunadamente, no necesita de mayores co-
mentarios, es la que se expresa así:
Por ello, cualquier Constitución nueva en Panamá, o en cualquier Estado del mun-
do, no la harán los que tengan la razón, o las mejores intenciones, sino los que ten-
gan la fuerza para imponerla y para mantenerla.
36 Ó RGANO JUDICIAL
III. Etapas del Derecho Constitucional durante la Dictadura
El estudio del Derecho Constitucional panameño durante el período de la dictadura
permite dividirlo en cuatro etapas:
Veamos, brevemente, las características jurídicas que presentan cada una de las
etapas indicadas.
Este primer período se caracteriza por la concurrencia de dos textos, ambos con su-
puestas jerarquías constitucionales. El primero, denominado Estatuto del Gobierno
Provisional, expedido por la Junta Provisional de Gobierno el día 12 de octubre de
1968 y publicado en la Gaceta Oficial 16221 de 17 de octubre de 1968. El segundo
de éstos es la propia Constitución de 1946.
Naturalmente, la Constitución de 1946 no tuvo, en lo básico, mayor realidad, y el tex-
to del Estatuto del Gobierno Provisional se convirtió en el único y verdadero texto
Constitucional hasta la Constitución de 1972.
“Que debiendo regirse el gobierno por lo que prescribe el Estatuto del Go-
bierno Provisional y la Constitución Nacional, resulta imprescindible contar
con una Corte Suprema de Justicia cuyos miembros hayan jurado acata-
miento a aquellas normas.”
Como se recuerda, no fue proeza integrar una Corte Suprema de Justicia con abo-
gados que juraran acatamiento a estas normas.
He aquí cumplida una de las premisas universales de toda dictadura en todos los
Estados del mundo: uno de los tres órganos clásicos del gobierno, el Órgano Judi-
cial , a través de la Corte Suprema de Justicia, jura acatamiento a las normas que
emanen de la dictadura.
De otro lado, por lo que hace al Órgano Ejecutivo, el Artículo 1° del Estado del Go-
bierno Provisional rezaba textualmente así:
“Artículo 1°. El Órgano Ejecutivo lo constituyen los ciudadanos que, con los
ÓRGANO J UDICIAL 37
títulos de Presidente y de Miembros de la Junta Provisional de Gobierno, ha
designado la Guardia Nacional, cuyas funciones ejercerá con el respectivo
Ministro.”
¿Qué justificación, tendría yo, por ejemplo, como profesor que fui de Derecho Consti-
tucional, para omitir información tan relevante sobre la vida social panameña duran-
te este período en que precisamente el Estado panameño conmemora sus cien pri-
meros años de existencia? No vacilo en repetir que la carga que supone el tema ele-
gido es muy incómoda y desagradable. Pero peor habría resultado para mí faltar a
mis deberes de objetividad y optar por la comodidad de omitir comentarios sobre es-
ta señalada realidad.
Por su parte, con franqueza que se agradece, el artículo 1° transcrito acepta paladi-
namente que el Órgano Ejecutivo es designado por la Guardia Nacional. Deriva su
autoridad y su designación de la Guardia Nacional. Esta realidad confirma que este
segundo órgano del gobierno del Estado, el Ejecutivo, también es un órgano supedi-
tado al poder castrense. Y se confirma, una vez más, la verdad universal, varias ve-
ces repetida, de que toda dictadura lo es porque los tres órganos de gobierno del Es-
tado son dependientes de un poder superior a todos ellos.
En relación con el tercer órgano del gobierno, esto es, el Órgano Legislativo, su su-
bordinación a un poder superior tampoco ofrece dudas. El artículo 4º del Estatuto
del Gobierno Provincial no pudo ser más claro. He aquí su texto:
“Artículo 4°. Todas las funciones que la Constitución Nacional (se refiere ob-
viamente a la Constitución de 1946) señalan a la Asamblea Nacional serán
ejercidas mediante la expedición de Decreto de Gabinete, a excepción de
los establecidos en el artículo 119 de la Constitución.”
En razón de este artículo 4°, el Órgano Ejecutivo, dependiente enteramente de la
Guardia Nacional según ya se vio, cumple al mismo tiempo las funciones propias del
Órgano Legislativo que la Constitución de 1946 adscribió exclusivamente a la Asam-
blea Nacional.
Para todo efecto práctico, la de 1972 fue la Constitución más breve con que contó
el Estado panameño. Contenía realmente dos artículos: el 2 y el 277.
38 Ó RGANO JUDICIAL
facultad de “coordinar toda la labor de la administración pública”.
2. Por los primeros seis años, se centralizaba en la persona del General Torrijos la
facultad de “nombrar y separar libremente a los Ministros del Estado”.
3. Por los primeros seis años, se centralizaba en la persona del General Torrijos la
facultad de “nombrar y separar libremente a los miembros de la Comisión de
Legislación”.
4. Por los primeros seis años, se centralizaba en la persona del General Torrijos la
facultad de “nombrar al Contralor General y al Subcontralor General de la Re-
pública”.
5. Por los primeros seis años, se centralizaba en la persona del General Torrijos la
facultad de “nombrar y separar libremente a los directores Generales de las
entidades autónomas y semiautónomas”.
6. Por los primeros seis años, se centralizaba en la persona del General Torrijos la
facultad de “nombrar y separar libremente al Magistrado del Tribunal Electoral
que le corresponde nombrar al Ejecutivo”.
7. Por los primeros seis años, se centralizaba en la persona del General Torrijos la
facultad de “nombrar a los jefes y oficiales de la Fuerza Pública, conforme a la
Constitución, la ley y el Escalafón Militar”.
8. Por los primeros seis años, se centralizaba en la persona del General Torrijos la
facultad de “nombrar a los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia”.
9. Por los primeros seis años, se centralizaba en la persona del General Torrijos la
facultad de “nombrar al Procurador General de la Nación”.
10. Por los primeros seis años, se centralizaba en la persona del General Torrijos la
facultad de “nombrar al Procurador General de la Administración”.
Si estos modestos poderes, centralizados en una sola persona y con nombre propio
para que no hubiese lugar a confusión, no tipifican una dictadura, y si el único nom-
bre que expresa ese artículo no corresponde precisamente a la persona del dicta -
dor, entonces las palabras habrán perdido todo poder de comunicación.
Después de los seis años de absoluta centralización del poder en una sola persona,
se produjeron las reformas de 1978. En virtud ellas, ahora los Magistrados de la Cor-
te Suprema de Justicia, el Procurador General de la Nación, el Procurador de la Ad -
ministración y sus respectivos suplentes, no son nombrados exclusivamente por el
General Torrijos, sino por el Órgano Ejecutivo, lo cual, de hecho, daba el mismo re -
sultado, pues hasta su muerte, Torrijos fue el titular de la dictadura panameña.
ÓRGANO J UDICIAL 39
tada por su Presidente de turno. Se convino entre estas fuerzas producir reformas a
la Constitución de 1972 a través de una Comisión Especial, y someter los resulta-
dos de esta Comisión Especial a un referéndum.
1. El gobernante, que durante los primeros seis años, era la sola persona del Ge-
neral Torrijos, no aparece en el ordenamiento constitucional panameño concre-
tado en las reformas de 1983.
5. Los legisladores, que antes constituían el propio Órgano Ejecutivo y las perso-
nas que éste escogiera, son ahora, en el texto constitucional resultante de las
reformas de 1983, elegidos mediante votación popular directa.
6. Los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia que, durante los primeros seis
años de vigencia de la Constitución castrense de 1972, eran elegidos por el Ge-
neral Torrijos, y luego de la reforma de 1978, exclusivamente por el Órgano Eje-
cutivo; después de las reformas de 1983, son postulados por el Órgano Ejecutivo
y ratificados por la Asamblea Nacional.
7. El Procurador General de la Nación que, durante los primeros seis años de vi-
gencia de la Constitución castrense de 1972, era elegido por el General Torri-
jos, y luego de la reforma de 1978, exclusivamente por el Órgano Ejecutivo,
después de las reformas de 1983, es postulado por el Órgano Ejecutivo y ratifi-
cado por la Asamblea Nacional.
40 Ó RGANO JUDICIAL
8. El Procurador de la Administración que, durante los primeros seis años de vi-
gencia de la Constitución castrense de 1972, era designado por el General To -
rrijos, y luego de la reforma de 1978, exclusivamente por el Órgano Ejecutivo,
después de las reformas de 1983, es postulado por el Órgano Ejecutivo y ratifi-
cado por la Asamblea Nacional.
2. El segundo criterio era el de que había que acabar con las malas prácticas po-
líticas del pasado y democratizar el país.
Resultado: las prácticas políticas malas se hicieron mayores y peores que las del
pasado. Y, en cuanto a la promesa de democratización, en 21 años de dictadura
no pudo caber un solo día de democracia. Las dictaduras lo son, en todas las par-
tes del mundo, a tiempo completo.
ÓRGANO J UDICIAL 41
mantenerse para asegurar que la Zona del Canal y el Canal fuesen efectiva-
mente entregados.
Aparte de que la Zona del Canal y el Canal fueron entregados a Panamá sin nin-
gún problema en las fechas pactadas, sin que existiera en Panamá dictadura al-
guna para asegurar su ocurrencia, el dirigente de ocasión de la dictadura “na-
cionalista, tercermundista y anticolonialista”, terminó en Miami, confesando que
fue agente y asalariado de la CIA.
Es historia la dramática frase del doctor Octavio Méndez Pereira, expresada con mo-
tivo de nuestras diferencias con el gobierno norteamericano. Dijo entonces el recor-
dado Maestro de la Juventud Panameña, doctor Octavio Méndez Pereira, esta fra-
se de admonición:
42 Ó RGANO JUDICIAL
La social democracia panameña, representada por el Partido Socialista de Panamá,
dijo en comunicado del 1° de octubre de 1961, lo siguiente:
1. “Frente a esta realidad, el Partido Socialista considera que nuestra riqueza geo-
gráfica, capitalizada por el Canal y los grandes puertos de Balboa y Cristóbal,
no será plena y efectiva para los panameños, mientras no sea plena y efectiva-
mente nacionalizada. Mientras a Panamá no le llegue esa oportunidad, mientras
Panamá no siga el camino de Egipto y de todo pueblo que aspire a su libera -
ción económica, nuestra riqueza geográfica continuará básicamente hipotecada
y usufructuada injusta y unilateralmente por los Estados Unidos de América.”
ÓRGANO J UDICIAL 43
era necesaria, y empezaron las presiones para que Panamá se democratizara.
Los proyectos de tratados de 1967, negociados por un gobierno calificado por la dic-
tadura como tradicional y oligárquico, contemplaban también la reversión de la Zo-
na del Canal y la entrega del propio canal para una fecha no superior al 2009. Ob-
viamente a cambio de los derechos que, a su vez, el gobierno norteamericano que-
ría asegurarse. Sin embargo, en este proyecto no existían concesiones a perpetuidad.
La cláusula del proyecto de tratado sobre neutralidad, que tenía una redacción que se
prestaba para deducir de ella una perpetuidad disfrazada, fue denunciada por mí, y
por representaciones del gobierno panameño; dicha cláusula fue redactada en for-
ma que no posibilitara derecho de perpetuidad alguno.
“Manuel Noriega dijo que tenía buenas razones para permitir el tráfico de
armas y drogas a través de Panamá: los últimos siete directores de la Agen-
cia Central de Inteligencia (CIA), incluyendo a George Bush, le pidieron que
los ayudara con las armas, mientras que cuatro directores de la Agencia
contra las Drogas (DEA) se lo pidieron con relación a los narcóticos.
44 Ó RGANO JUDICIAL
gratuitamente a la dictadura panameña, es conveniente ceder espacio a opiniones
de diplomáticos y políticos de los Estados Unidos, con mucho más oficio que los vo-
ceros militares y civiles de la dictadura.
Sobre los Tratados Torrijos-Carter, Henry Kissinger, por ejemplo, expresó su opinión
en los términos que siguen:
“Si, Dios no lo permita, algunas vez fuera necesario para nuestro Presiden-
te y nuestro Congreso tomar fuertes medidas para mantener el Canal fun-
cionando y seguro, ellos estarían en una más fuerte posición para hacerlo
bajo los Tratados de 1977 que bajo el anacrónico Tratado de 1903.”
VI. Balance
Después de lo expuesto, siento imperativo terminar con una suerte de balance, a cu-
yo efecto nos formulamos las preguntas que siguen:
LA PRIMERA: ¿Nuestra clase política habrá aprendido algo de los 21 años de dicta -
dura que tuvimos?
1. Con obligada franqueza, debo confesar que, en mi concepto, nuestra clase po-
lítica no ha aprendido nada o lo ha disimulado muy bien.
2. Los 21 años de dictadura han pasado sin que, por lo visto, nuestra clase políti-
ca se haya interesado en sospechar siquiera por qué tuvimos una dictadura ni
qué debemos hacer para evitar los presupuestos que condicionaron su ocurren-
cia.
3. Sobre este punto, bueno es recordar que, entre los factores que contribuyeron
a la irrupción de la dictadura en Panamá, uno fue la manifiesta indigencia ideo-
ÓRGANO J UDICIAL 45
lógica y la descomposición de los partidos políticos y su consecuente desarrai-
go social.
2. Por muy desagradable que sea la realidad política que vivimos, eso no le impi-
de a la imaginación y voluntad empresarial panameñas identificar aquellas acti-
vidades económicas, cuya exitosa explotación en poco o nada puede ser inter-
ferida por la política.
46 Ó RGANO JUDICIAL
5. El inversionista y el empresario panameño cuentan con la experiencia, el capi-
tal y el crédito para explotar estas actividades. No tienen por qué esperar la in-
versión extranjera. El Decamerón es un buen ejemplo en el área turística.
6. Así como, justificadamente, se dice que el pueblo no debe esperar empleos del
gobierno, los empresarios no deben esperar que el gobierno les invente sus ne-
gocios y, además, sus ganancias.
8. Es claro que en todos los países la seguridad individual y colectiva es más de-
pendiente del desarrollo económico de un país y del bienestar social que éste
asegure. Naturalmente, siempre se necesitaría la policía, pero ésta no es la so-
lución de las causas de la inseguridad, y la paz social, como lo hemos repetido,
no es gratis, y su aseguramiento constituye una justificada inversión. Ante la
realidad política y económica del país, la consigna es PRODUCIR.
Por la importancia que precisamente la seguridad jurídica tiene para el clima de in-
versiones y para la estabilidad política y social del país, consideramos oportuno ter-
minar la conferencia de hoy reproduciendo nuestro alegato de conclusión, de 23 de
agosto de 1983, presentado ante la CORTE SUPREMA DE JUSTICIA, con ocasión
de la demanda de inconstitucionalidad presentada contra la Ley 67 de 1978, mejor
conocida como la Ley Mordaza.
SEÑORES MAGISTRADOS:
“Como habrán podido apreciar los señores Magistrados, he hecho descansar tanto
mi recurso de inconstitucionalidad como mi alegato en razones enteramente jurídi-
cas. Como lo habrán podido apreciar también, los señores Magistrados, he demos-
trado que la Ley 67 de 1978, no viola uno ni dos ni tres artículos de la Constitución:
viola cuatro. No he usado dentro del juicio apreciaciones de naturaleza política que
sí uso en mis estudios y ensayos, y en mi propia cátedra, para la mejor comprensión
de los conflictos y los problemas constitucionales. No he dicho aquí, por ejemplo,
que la Constitución que nos rige es una Constitución impuesta, con la de que el Go-
bierno que la impuso la viola cada vez que siente que le conviene hacerlo. No he ha-
blado aquí de la sensación de indefensión que siente el ciudadano cuando quien vio-
la la Constitución cuenta con todo el poder que necesita para su abuso y la víctima
de la violación tan sólo cuenta con el Derecho y un abogado. Lo digo ahora como
ÓRGANO J UDICIAL 47
un verdadero deber de solidaridad profesional para con los colegas que, en esta ho-
ra especial de la historia panameña, integran lo que nuestras Constituciones inten-
cionalmente han querido denominar CORTE SUPREMA DE JUSTICIA, para que el
sentido de suprema responsabilidad y de suprema justicia estén presentes en cada
instante de la evaluación del delicado y trascendente problema constitucional que
me he permitido someter al juicio de ustedes. Y lo digo ahora, finalmente, porque le
debo una respuesta a quienes han confiado su formación constitucional a las cáte-
dras que oficio en nuestras dos Universidades. Ellos necesitan saber si en conflic-
tos jurídicos que envuelven intereses políticos, en Panamá tiene sentido evocar
aquella histórica frase de aquel prusiano común:
El doctor Pedreschi cuenta con más de 38 años de ejercicio profesional del derecho
en los campos mercantil, bancario, civil y judicial. Es socio de la firma Pedreschi y
Pedreschi.
Es autor de más de cuarenta obras de interés jurídico entre las que se encuentran
“El pensamiento constitucional de Moscote”, “El control de la constitucionalidad en
Panamá”, “Jurisprudencia constitucional”, “Asamblea Constituyente y realidad nacio-
nal”, “Contenido, sentido y destino de las reformas constitucionales”, “Canal propio
vs. canal ajeno”, “De la protección del Canal a la militarización del país”, “El Tratado
de Montería (un caso de incesto político)”, “Comentarios al proyecto de Tratado so-
bre Defensa y Neutralidad del Canal” y “Justo Arosemena, el constitucionalista”. Su
obra también ha sido incluida en las antologías “El ensayo en Panamá en los siglos
XIX y XX”, preparada por el profesor Rodrigo Miró para la Universidad de Panamá y
en “El Pensamiento Político Panameño en los siglos XIX y XX”, preparada por el
doctor Ricaurte Soler para la Universidad de Panamá.
48 Ó RGANO JUDICIAL
Historia de la Codificación Penal
durante la Época Republicana
Este primer Código Penal, si se compara con la legislación española, se distinguió por
1
Cfr. MESA VELÁSQUEZ, Luis Eduardo. Lecciones de derecho penal . Bogotá, 1974, p. 44.
49 Ó RGANO JUDICIAL
su claro corte humanitario, especialmente en relación con la implementación del
principio de igualdad en el tratamiento de los sujetos penales; no obstante, este Códi-
go mantuvo la pena capital y la de vergüenza pública. El Código Penal de Nueva
Granada fue objeto de varias modificaciones, entre ellas la de 1851, mediante la
cual se introduce el juicio por jurados en los procesos por delitos comunes y deroga
la pena de vergüenza pública, manteniendo la pena de muerte.2
En 1888, el jurista panameño Demetrio Porras, quien formaba parte del Consejo de
Estado de Colombia, elaboró un proyecto de Código Penal, que solo comprendió la
Parte General y que recogía en forma científica las tendencias contemporáneas del
positivismo. Tal proyecto no tuvo el respaldo del Consejo de Estado, siendo objeto de
varias críticas; razón por la cual, se le encomendó al doctor Juan Pablo Restrepo la
elaboración del nuevo Código Penal, el cual, según la opinión de varios penalistas co-
lombianos, constituyó un notable retroceso en la ciencia penal colombiana por cuan-
to se limitó a retrotraer los textos de Códigos penales anteriores, reimplantando la pe-
na de muerte, que formaba parte del catálogo de penas del Código de 1837.
El Código de 1890 tiene especial importancia para nuestro país porque el mismo, tal
como se anotó antes, siguió rigiendo en materia penal, con posterioridad a la fecha
de nuestra separación de Colombia, extendiéndose su vigencia hasta 1916.
Este Código se componía de 911 artículos divididos en tres libros: el primero referi-
do a los delitos, delincuentes y penas en general; el segundo, se ocupaba de los de-
litos que afectan a la Nación o a la sociedad o que fuesen cometidos por empleados
públicos y, el libro tercero, trataba de los delitos contra los particulares y sus penas.
Contenía muchas imprecisiones jurídicas, debido al casuismo excesivo en que incu-
rrió. Tales deficiencias se pueden apreciar al manejar los conceptos de autoría y par-
ticipación.
2
ROMERO SOTO, Enrique. Derecho penal. Parte general. Bogota: Editorial Temis, p. 169.
ÓRGANO J UDICIAL 50
A partir del 3 de noviembre de 1903, se inicia para Panamá el período republicano
y, entre las preocupaciones de los gobernantes, era prioritaria la organización provi-
sional de la República y la fase de transición legislativa, por lo que se dispuso pro-
rrogar la vigencia de las leyes colombianas que estuvieran en vigor al promulgarse
la Constitución, en cuanto no se opusieran a ella, ni a las leyes que expidiera la Re-
pública de Panamá.
El interés por el proceso de codificación se puso de manifiesto desde los comienzos
de la era republicana y de ello dan cuenta las distintas disposiciones que se expidie-
ron en ese sentido. Así, en vías de ejemplo, el Decreto 4 de 21 de noviembre de
1903, creó dos comisiones de abogados, presididas por el Ministerio de Justicia, a
las que se encomendó la elaboración de los proyectos de Código Civil y Judicial a
una y la de los Códigos de Comercio, Minas y penal a la otra. Los comisionados eran
Inocencio Galindo. Abraham Jesurim y Juan A. Henríquez como redactores del Có-
digo Penal. Estas comisiones tenían un plazo de dos meses para completar su la-
bor. Como era de esperarse, dado lo complejo y la extensión del trabajo, las comi-
siones no pudieron llevar a cabo las misiones asignadas.
3
Gaceta Oficial 2768 de 28 de marzo de 1915.
51 Ó RGANO JUDICIAL
quen incapacidad civil permanente, lo mismo que prohibición de aplicarlas an-
tes del fallo definitivo.
4. Imposición de penas solo por actos u omisiones calificadas de delitos por leyes
anteriores a su perpetración.3
A. Código de 1916
Con base en los principios contenidos en la Ley 49 de 1914, el Magistrado hondu-
reño Ángel Ugarte elaboró el proyecto del primer Código Penal, más conocido como
el Código de 1916, el cual fue aprobado junto a los Códigos Civil, Judicial, Fiscal,
Comercio y de Minas, mediante la Ley 2 de 22 de agosto de 1916, con una “vaca-
tio legis” de un año. A partir de 1917, quedó derogado el Código penal colombiano
de 1890, cuya vigencia, como anotamos antes, se extendió hasta esa fecha.
Un estudio del texto del Código Penal de 1916 demuestra que su autor se inspiró en el
Código Penal de su país, que, a su vez, siguió de cerca el modelo español de 1870 y
el chileno de 1874.4
El Código Penal de 1916 se dividía en dos libros, 21 títulos, 88 capítulos y 570 artí-
culos. En su exposición de motivos se explicaban las ventajas que tenía sobre el Có-
digo colombiano de 1890 y las limitaciones de la individualización penal administra-
tiva dentro del proceso de ejecución penal.
“Adolece el Código Colombiano hasta hoy vigente, entre otros efectos, ex-
ceso de rigor, en muchos casos, contra particulares delincuentes y extrema
lenidad para con los funcionarios públicos infieles de una u otra forma al
mandato recibido del pueblo. En el nuevo Código no existe esta injustifica-
ble diferencia.
También ha desaparecido la sutil distinción entre la tentativa y el delito frus-
trado. Tal distinción, sin alcance práctico alguno, no tiene más valor que el
puramente académico, y ha parecido por tanto conveniente eliminarla para
evitar lamentables y enojosas confusiones entre los encargados de aplicar
la ley.
La pena máxima que ahora se fija para un solo delito, alcanza únicamente
veinte años de prisión, en tanto el Código colombiano consignaba la pena
de muerte y fijaba el máximo de la pena temporal en veinticinco años de re-
clusión.
En conjunto, el proyecto puede decirse que es un cuerpo de leyes metódi-
4
MUÑOZ POPE, Carlos Enrique. La codificación penal en Panamá. Madrid, 1986, pp. 35-44.
MUÑOZ RUBIO, Campo Elías y GUERRA DE VILLALAZ, Aura E. Derecho penal panameño. Parte general. 1980, p. 95.
ÓRGANO J UDICIAL 52
co, claro y sencillo, superior con mucho, al Código Penal Vigente.” (Gaceta Ofi-
cial 2413 de 1 septiembre 1916, página 6315)
Su vigencia fue corta, pues el 16 de enero de 1923 entró a regir el Código Penal de
1922, ya que a raíz de su promulgación se detectó un malestar social matizado de
críticas adversas que obligaron al Órgano Ejecutivo a dictar el Decreto 25 de 7 de
marzo de 1918, en virtud del cual se nombró una Comisión revisora de toda la Co-
dificación Nacional, integrada por varios abogados de la localidad, entre ellos, los
doctores Ricardo J. Alfaro, Francisco Filós, Julio J. Fábrega y Héctor Valdés, quie-
nes debían Ilevar a cabo un estudio comparativo de los distintos Códigos y elaborar
los proyectos de leyes que fueren necesarios para aclarar dudas, llenar lagunas le-
gales, eliminar contradicciones y modificar todas aquellas disposiciones que adole-
cieren de defectos.
B. Código de 1922
Según opinión vertida por el doctor Muñoz Pope en sus “Lecciones de Derecho Pe-
nal”, la fuente directa de este Código lo fue el proyecto que en 1912 elaborara José
Vicente Concha para Colombia.5 Dicho proyecto, a su vez, tuvo como modelo el Có-
digo Penal italiano de 1889, más conocido como “Código Zanardelli”, que fuera apro-
bado bajo el reinado de Humberto I y puesto en vigencia por su Ministro de Justicia,
Giuseppe Zannardelli.
Este Código, de corte clásico, se le calificó como represivo y estaba dividido en dos
libros y veintitrés títulos, excluía la regulación de los delitos electorales, fiscales y las
contravenciones. El conocido penalista español, Jiménez de Asúa, lo calificó como
un Código de viejo espíritu, censurable por su tremendo casuismo en la aplicación
de las penas.6
Hasta 1983 este Código reguló los hechos punibles registrados en el país que lesio-
naban o ponían en peligro los bienes jurídicos tutelados y toda la jurisprudencia que
se compiló en las obras de Manuel Herrera Lara (7 tomos), Felipe 0. Pérez (1 tomo),
Jorge Fábrega (1 tomo), el Centro de Investigación Jurídica (1941-1967) y los estudios
doctrinales de lege lata y de lege ferenda hechos por Publio Vásquez (1943), Rubén
Arosemena Guardia (1965), Carlos Pérez Castrellón (1971), Muñoz Rubio y Guerra de
Villalaz (1977 y 1980), Muñoz Rubio y González Ferrer (1982), se basaron en la apli-
cación e interpretación judicial y doctrinal de dicho Código.
5
MUÑOZ POPE, Carlos Enrique. Op. cit., p. 88.
6
JIMÉNEZ DE ASÚA, Luis. La influencia del derecho penal español en las legislaciones hispanoamericanas. p. 120.
53 Ó RGANO JUDICIAL
Cabe apuntar que durante los doce lustros de su vigencia se dieron varios intentos
para derogarlo, sustituirlo o modificarlo a profundidad.
Entre los proyectos de reforma al Código del 22, se pueden mencionar cuatro, que
fueron los más importantes:
Coherente con los deseos de una codificación propia, durante la década del veinte,
se designaron dos comisiones codificadoras: una, mediante Decreto 17 de 1923 y la
otra, por Ley 5 de 1926. En esta aparecían Héctor Valdés junto a Honorio González
Gil y Antonio Papi Aizpurúa, quienes no lograron entregar el proyecto a tiempo; pe-
ro en 1928 Héctor Valdés, a título personal, elaboró un proyecto de Código Penal
que se caracterizó por seguir los principios del Código del 22 al que añadió parte de
las recomendaciones recogidas por la Comisión. El proyecto Valdés no tuvo éxito y
fue entregado a la Corte para su revisión, pero no logró presentarse formalmente a
la Asamblea Legislativa.
El autor Muñoz Pope, le endilga severas críticas a este proyecto por no responder
a criterios científicos de técnicas legislativas, lo que se evidencia en las múltiples
contradicciones e incoherencias que recoge su texto.7
El Decreto Ley 51 de 1944, designó una nueva Comisión Codificadora que debían
integrar servidores públicos de reconocida capacidad e idoneidad, con el propósito
7
MUÑOZ POPE, Carlos Enrique. Op. cit., p. 96.
8
AROSEMENA GUARDIA, Rubén. Anuario de Derecho. 1962, p. 261.
9
JIMÉNEZ DE ASÚA, Luis. Op. cit. , p. 1121.
QUINTANO RIPOLLÉS. La Influencia del Derecho Penal Español en las legislaciones hispanoamericanas.
ÓRGANO J UDICIAL 54
de evitar gastos adicionales por la contratación de personal. Esta Comisión la forma-
ban Víctor S. De León y Miguel Ángel Grimaldo, a quienes se les prorrogó los pla-
zos de entrega de su trabajo, sin que se lograra resultados. Por ello, mediante la Ley
11 de 1950, el Órgano Ejecutivo procedió a nombrar una nueva Comisión codifica-
dora con la participación de magistrados como Manuel A. Herrera Lara, Dámaso
Cervera, José Dolores Moscote y Benito Reyes Testa. Esta comisión concluyó su la-
bor con la presentación al Ejecutivo de un proyecto de Código Penal en diciembre
de 1952, el que fue llevado a la Asamblea Legislativa, pero se desconocen sus re-
sultados, pues no quedaron actas de seguimiento sobre los debates.
En 1967, el Gobierno Nacional contrató los servicios profesionales del licenciado Jo-
sé Manuel Faúndes para que elaborara un proyecto de nuevo Código Penal. No
obstante, su labor se redujo a la revisión de algunos títulos referente a los delitos
contra la propiedad y contra la administración pública.
Como quiera que al año siguiente, en octubre de l968 ocurrió el golpe de Estado mili-
tar que interrumpió el proceso democrático, la documentación presentada por Faún-
des se extravió, hecho éste que impide que se pueda hacer el más mínimo comenta-
rio objetivo sobre su contenido.
10
MUÑOZ RUBIO, Campo Elías y VILLALAZ, Aura E. Observaciones al proyecto de Código Penal de Arístides Royo. Panamá:
Imprenta Universitaria, 1975.
55 Ó RGANO JUDICIAL
nal compuesto de 476 artículos distribuidos en dos libros, el cual fue sometido a con-
sulta popular por la Corte Suprema de Justicia cuatro años después y a una nueva
consulta por la Comisión de Legislación, en febrero de 1975.
El único de los codificadores que se ajustó al término concedido fue Aristides Royo y
los responsables del proyecto del Código Judicial requirieron más tiempo, quienes al
cabo de cinco años, presentaron un anteproyecto que fue objeto de varias revisiones
y consultas y finalmente debatido en la Asamblea en 1984. Cabe señalar el hecho cu-
rioso de que el Código Judicial, durante su vacatio legis, antes de entrar en vigencia,
fue modificado y adicionado por la Ley 18 de 8 de agosto de 1986. Los proyectos de
Códigos Civil y Administrativo no fueron concluidos, porque lamentablemente los res-
ponsables de dicho trabajo fallecieron antes de lograrlo.
El anteproyecto de Código Penal elaborado por Aristides Royo recibió poca difusión
durante los años de 1970 a 1973, salvo algunos comentarios aislados y muy gene-
rales hechos por Jaime De León, quien fungía como Magistrado de la Corte Supre-
ma de Justicia y por Abelardo Herrera, en ese entonces Magistrado del Segundo Tri-
bunal Superior de Justicia. El análisis más serio y profundo que se hizo sobre este
proyecto estuvo a cargo de los profesores Aura Guerra de Villalaz y Campo Elías
Muñoz Rubio, quienes lograron que la editorial universitaria publicara en 1975 un
trabajo intitulado “Observaciones al Anteproyecto de Código Penal elaborado por el
doctor Aristides Royo”.10
11
MUÑOZ POPE, Carlos Enrique. Op. cit., p. 110.
12
La Comisión Revisora quedó finalmente integrada por tres profesores de la Facultad de Derecho (Aura Guerra de Villalaz, Campo
Elías González Ferrer y Carlos Enrique Muñoz Pope), un Magistrado del Tribunal Superior (Ramón Fabrega), el Procurador de la
Administración (Carlos Pérez Castrellón), y el Coordinador (Oscar Ceville).
Código Penal Tipo Iberoamericano. Volumen 1. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, Editorial Jurídica Ibáñez, 1998.
ÓRGANO J UDICIAL 56
En 1976, cuando se gestaba una reforma constitucional y se negociaba un nuevo
tratado sobre la vía interoceánica con Estados Unidos de Norteamérica, se designó
una Comisión Revisora del proyecto, integrada por más de 25 personas, entre las
que había médicos, psicólogos, psiquiatras, sociólogos, profesores de español, sin-
dicalistas, estudiantes, miembros del Órgano Judicial y del Ministerio Público y pro-
fesores de las Facultades de Derecho de las universidades de Panamá y Santa Ma-
ria La Antigua. Este trabajo no era remunerado, fue voluntario y se extendió por dos
años en reuniones semanales de cuatro a cinco horas, lo que mermó la asistencia
de los comisionados a unas siete personas, quienes asumieron el mandato de ac-
tualizar el texto y adecuarlo a los cambios producidos en los últimos años.12
El Código Penal de 1982 entró en vigencia seis meses después, esto es, el 23 de
marzo de 1983 y es el texto jurídico que rige en la actualidad.
III. La Legislación Penal de la Zona del Canal
13
Sobre la legislación penal aplicable a la Zona del Canal hay escasas investigaciones, entre ellas, la Tesis Doctoral de Carlos
Enrique Muñoz Pope y la de Licenciatura del Licenciado Martín, ambas son de número limitado, sólo accesibles en las bibliote-
57 Ó RGANO JUDICIAL
cual se le concedieron ciertos derechos sobre una parte del territorio nacional para
la construcción, funcionamiento, administración y mantenimiento del canal.
A partir del 26 de febrero de 1904, fecha en la que fue ratificado dicho tratado, Estados
Unidos ejerció un control absoluto y progresivo sobre el área comprometida hasta el 1
de octubre de 1979, día en el que entró en vigencia el nuevo Convenio bilateral, conoci-
do como Tratado Torrijos-Carter. En Panamá, a partir de 1904, existió un gobierno ex-
tranjero sobre parte del territorio nacional, que tenía una estructura administrativa, judi-
cial y legislativa propia, además de los servicios públicos de Correos, sistema vial, edu-
cación, manejo militar, vivienda, salud, etc.
Con respecto a la legislación penal aplicable a la zona del Canal durante 75 años,
tienen relevancia tres cuerpos legales, a saber:
La “lsthmian Canal Commission”, que era el cuerpo directivo del canal y mediante ac-
tos jurídicos expedía las órdenes y directrices normativas que regulaba todo lo con-
cerniente a la administración y funcionamiento del canal, mediante el Acto número 14
de 2 de septiembre de 1904, aprobó el Penal Code for the Canal Zone, que vino a
constituir el primer ordenamiento jurídico penal que se puso en vigencia en el área
canalera. Su aplicación dentro del sistema anglosajón se complementaba con los
precedentes que emanaban de los Tribunales del Estado de California, en virtud de
que el modelo que sirvió a este Código fue el de aquel Estado.13
Como es propio de los cuerpos orgánicos normativos, distintos actos del Isthmian
Canal Commission y del Congreso de los Estados Unidos, le introdujeron modifica-
ciones.
El Criminal Code of the Canal Zone no trascendió de la vigencia anual, por cuanto al
año siguiente, en 1934, una nueva legislación conocida como Canal Zone Code sus-
tituyó la anterior. Era un cuerpo orgánico en el que se recogían distintas materias, tan-
ÓRGANO J UDICIAL 58
to civiles como administrativas y el aspecto penal constituía apenas uno de sus títu-
los, específicamente el Título V.
Este cuerpo legal extendió su vigencia hasta 1963, cuando fue objeto de una revi-
sión y actualización integral. Tanto las normas sustantivas como de procedimiento
penal y ejecución de las penas se encontraban en este Código.
La legislación penal citada seguía el sistema bipartito, al distinguir los delitos graves
de los leves, designando con el nombre de “feloníes” a los primeros y de “misdemea-
nors” a los otros.
E. Tratados Torrijos-Carter
Al entrar en vigencia los nuevos tratados sobre el Canal, nuestro país recuperó la
función jurisdiccional en todo el territorio nacional, excepto en los sitios de defensa
(bases militares) y se eliminó todo el aparato tribunalicio y de cárceles, de tal mane-
ra que desde entonces compete a nuestros Tribunales penales el conocimiento de
los hechos punibles cometidos por nacionales o extranjeros, dentro de su territorio,
incluyendo el área del Canal.
Los Tratados Torrijos-Carter hicieron una amplia regulación sobre la materia penal y
distinguieron entre el personal civil que laboraba en la Comisión del Canal y los
miembros del ejército (militares). El artículo XIX del Acuerdo para la ejecución del ar-
tículo III del Tratado del Canal de Panamá, dice:
ARTÍCULO XIX
JURISDICCIÓN PENAL
59 Ó RGANO JUDICIAL
2. En lo que respecta a delitos o faltas cometidos por empleados ciudadanos de los
Estados Unidos o sus dependientes, que fueren punibles al tenor de las leyes de
ambas Partes, las autoridades de los Estados Unidos podrán solicitar a la Repú-
blica de Panamá que decline su jurisdicción en favor de las autoridades de los
Estados Unidos. Dichas autoridades expresarán, en su solicitud las razones de
la misma y la República de Panamá dará consideración favorable a dichas soli-
citudes en los siguientes casos: a) Si el delito o falta emana de un acto u omisión
ejecutado en el desempeño de una función oficial. En tales casos, cuando lo so-
licitaren las autoridades panameñas o cuando las autoridades de los Estados
Unidos puedan considerarlo necesario, éstas emitirán un certificado en el cual se
expresará que el delito o falta tuvo su origen en un acto u omisión que ocurrió du-
rante el desempeño de una función oficial. La República de Panamá considera-
rá que este certificado constituye prueba suficiente para los fines de este párra-
fo o solicitará una revisión por la Comisión Coordinadora, dentro de los diez días
a partir de la fecha de recibo del certificado. La Comisión Coordinadora comple-
tará su revisión en diez días a partir de la fecha del recibo de la solicitud, excep-
to cuando pueda ser necesaria una consideración más exhaustiva, en cuyo ca-
so, la Comisión Coordinadora completara su revisión en treinta días. Una desvia-
ción sustancial de los deberes que se requiere que una persona cumpla en una
misión específica, por lo general, indicará una acción u omisión que no ha ocu-
rrido en el desempeño de funciones oficiales y, en consecuencia, las autoridades
de los Estados Unidos no consideraran necesario un certificado de funciones ofi-
ciales; b) Si el delito o falta se comete exclusivamente contra la propiedad o la
seguridad de los Estados Unidos en un área de funcionamiento del Canal o en
un área de viviendas. Queda entendido que delitos contra la seguridad de los Es-
tados Unidos incluyen: traición o sabotaje contra los Estados Unidos, espionaje,
o la violación de cualquiera y referente a secretos oficiales de los Estados Uni-
dos o a secretos relativos a la defensa nacional de los Estados Unidos.
4. (a) Las autoridades de la República de Panamá notificarán tan pronto como sea
posible a las autoridades de los Estados Unidos acerca del arresto de cualquier
empleado ciudadano de los Estados Unidos o dependiente; (b) Los siguientes
procedimientos regirán la custodia de un empleado ciudadano de los Estados
Unidos o dependiente acusado, sobre el que la República de Panamá ha de
ejercer su jurisdicción; (c) Si el acusado es detenido por las autoridades de la
República de Panamá, excepto si se le formulan cargos de homicidio, violación
carnal, robo, tráfico de narcóticos, delitos contra la seguridad del Estado Pana-
meño, cuando sea solicitado, será entregado a las autoridades de los Estados
ÓRGANO J UDICIAL 60
Unidos, en cuya custodia permanecerá mientras prosigan las actuaciones judi-
ciales hasta tanto las autoridades de la República de Panamá soliciten su cus-
todia para la ejecución de la sentencia; (d) Cuando se le formulen cargos de ho-
micidio, violación carnal, robo, tráfico de narcótico o delitos contra la seguridad
del Estado Panameño, el acusado permanecerá bajo custodia de las autorida-
des de la República de Panamá. En estos casos, las autoridades de la Repú-
blica de Panamá considerarán con benevolencia los pedidos de custodia que
formularen las autoridades de los Estados Unidos.
5. (a) Las autoridades de los Estados Unidos darán plena consideración a pedi-
dos especiales relativos a las condiciones de custodia que formulen las autori-
dades de la República de Panamá en relación con algún detenido bajo la cus-
todia de los Estados Unidos; (b) Cuando el acusado se encuentre bajo la cus-
todia de las autoridades de los Estados Unidos, a pedido de las autoridades de
la República de Panamá, deberá ser puesto a la disposición de las mismas a
los fines de investigación y juicio. Se considerará que la obligación de los Esta-
dos Unidos de asegurar la comparecencia de un empleado ciudadano de los
Estados Unidos o dependiente acusado, sustituye al requisito de fianza estable-
cido por las leyes de la República de Panamá.
14
Tratados Torrijos-Carter . Panamá: Editora Oficial, 1997.
61 Ó RGANO JUDICIAL
derecho a las garantías procesales señaladas en el Anexo C de este acuerdo.
Los primeros artículos que fueron objeto de reforma, casi a raíz de la aprobación del
nuevo ordenamiento jurídico penal, fueron los referentes a los delitos contra el Ho-
nor y contra la Salud pública.
A partir del 2000, las reformas y adiciones se han concentrado en algunos delitos
contra el patrimonio, la fe pública, el orden jurídico familiar y la Economía Nacional.
La mayoría de estas nuevas leyes responden a compromisos internacionales dima-
nantes de la necesidad de tutela jurídica frente a la delincuencia organizada interna-
cional, especialmente sobre blanqueo de capitales, fraudes financieros, corrupción
de servidores públicos, piratería contra derecho de autor, terrorismo, destrucción y
contaminación del ambiente.
ÓRGANO J UDICIAL 62
de 1986). Esta ley surge como consecuencia de las reuniones de Procuradores
llevadas a cabo en Tlatlelococo, México, promovida por Estados Unidos de Nor-
teamérica, con miras a establecer mayores controles en el continente sobre el
tráfico de drogas. Se reformaron los artículos: 255, 256, 257, 258, 260, 261, 262
y 263 del Código Penal y se adicionaron los artículos: 263-A, 263-B, 263-C,
263-CH, 263-D, 263-E, 263-F y 263-G. Esta ley se refiere a los delitos contra la
salud, en materia de drogas y fue reformada posteriormente por la Ley 13 de 27
de julio de 1994, en la que se creó el texto único de los delitos de drogas, vigen-
te actualmente. También se prevé en el artículo 1 de la Ley 23 de 1986, un tipo
penal específico de la asociación ilícita para delinquir, creando así el paralelis-
mo de tipos penales, uno para los casos de asociación ilícita de los demás de-
litos y esta norma exclusivamente para los casos de asociación ilícita en los de-
litos de drogas.
63 Ó RGANO JUDICIAL
la Legislación Penal al texto de la convención de Viena de 1988.
ÓRGANO J UDICIAL 64
do al Código, pero tiene consecuencias sobre el concepto de minoría de edad
e imputabilidad.
20. Ley 38 de 10 de julio de 2001 (Gaceta Oficial 24350 del 23 de julio de 2001).
Esta ley modificó la denominación del Capítulo V del Título V, sobre los delitos
de violencia intrafamiliar, ahora delitos sobre violencia doméstica y maltrato al
niño, niña y adolescente y, la del Capítulo I del Título VI, adicionando la deno-
minación de acoso sexual. Se adicionó el literal c al numeral 2 del artículo 46
del Código Penal, añadiendo la pena accesoria del servicio comunitario super-
visado. Modificó los artículos 215-A, 215-B, 215-C y 215-D y añadió el artículo
215-E sobre los delitos de violencia doméstica. Adicionó el artículo 220-A sobre
65 Ó RGANO JUDICIAL
acoso sexual y modificó el artículo 224 sobre rapto. Se sustituyó la expresión el
que por el pronombre quien en los artículos 206,209, 210, 211, 213, 215, 216,
219, 220, 221, 222, 226, 228, 230 y 231 del Código Penal sobre los delitos con-
tra el Orden Jurídico Familiar y el Estado Civil y los delitos contra el Pudor y la
Libertad Sexual.
24. Ley 45 de 4 de junio de 2003 (Gaceta Oficial 24818 de 9 de junio de 2003). Es-
ta ley adicionó el Capítulo VII de los delitos financieros al Título XII del Libro II
del Código Penal, que comprende los artículos: 393-A, 393-B, 393-C, 393-D,
393-E, 393-F y 393-G. También modificó el artículo 388 del Código Penal refe-
rente a la quiebra e insolvencia.
Los artículos 2 y 3 establecen los principios o bases filosóficas que deben conside-
rarse en su elaboración y que son del tenor siguiente:
ÓRGANO J UDICIAL 66
“Artículo 2. En la elaboración de los anteproyectos de ley, cada Comisión Co-
dificadora examinará la orientación filosófica de la doctrina penal más moder-
na y de la jurisprudencia nacional, adecuándose a sus principios, y consulta-
rá al Órgano Judicial, al Ministerio Público, al Colegio Nacional de Abogados,
a los Clubes Cívicos, a las Facultades de Derecho de las Universidades en
Panamá, a especialistas en materia penal y demás autoridades o grupos in-
volucrados en la administración de la justicia penal.”
67 Ó RGANO JUDICIAL
El anteproyecto de Código Penal revisado fue entregado al Órgano Ejecutivo a fina-
les del año 1998, pero durante los primeros meses de 1999,debido al desarrollo del
proceso electoral, el Ejecutivo optó por no adelantar gestiones para llevarlo al deba-
te de la Asamblea Legislativa y el nuevo Gobierno tampoco hizo gestión alguna pa-
ra asumir esa tarea.
Este nuevo esfuerzo por dotar a la República de una legislación penal cónsona a la
realidad socio-política y económica del país, aún se mantiene en los archivos de la Pre-
sidencia. El texto del Anteproyecto de Código Penal revisado se divide en dos libros:
El primero compuesto de seis Títulos y 148 artículos, en los que se incluyen las garan-
tías penales, la ley penal y su aplicación en el tiempo, el espacio y las personas, se re-
gulan los hechos punibles, las penas, las medidas de seguridad y la responsabilidad
civil. El Segundo Libro se ocupa de los delitos en particular, a través de 14 títulos y 283
artículos en los que se tipifican los siguientes hechos punibles:
En el Título XII del Anteproyecto, dedicado a los delitos contra la Administración Públi-
ca, se les dedica en capítulo aparte, la regulación del enriquecimiento ilícito y el tráfico
de influencias.
Valga anotar que este Código Revisado no ha sido presentado ni al Consejo de Ga-
binete y menos aún a la Asamblea Legislativa. Por el contrario, de 1998 a la fecha,
se han presentado muchos proyectos reformatorios del actual Código Penal, la ma-
yoría de ellos, por iniciativa de la Procuraduría General de la Nación. Algunos de
esos Proyectos ya son ley de la República y aparecen en el listado que se anotó en
el epígrafe anterior.
ÓRGANO J UDICIAL 68
1. La inclusión del capítulo único del primer título que se ocupa de las garantías
penales.
2. El Título sobre las penas: está mejor concebido al desglosar en capítulos las
clases de penas: las penas principales, las sustitutivas, las accesorias, el con-
curso de delitos, la aplicación e individualización de las penas, la reincidencia,
el aplazamiento de la ejecución de la pena, la suspensión provisional de la eje-
cución de las penas, las causas de extinción de la acción y de las penas.
3. El tramo penal en los homicidios agravados es de 8 a 25 años.
5. Se eliminan los delitos contra las libertades políticas, por estar mejor reguladas
en el Código electoral y, de esta manera, se evita la duplicación de tipos pena-
les en distintas jurisdicciones.
6. Se crea el Título V sobre delitos socioeconómicos, que recoge las figuras delic-
tivas del actual Título XII sobre la economía Nacional y le agregan los delitos con-
tra la propiedad intelectual, la propiedad industrial, contra el consumidor, contra
los derechos laborales.
Por acuerdo unánime de los delegados de Argentina, Colombia, Costa Rica, Cuba,
69 Ó RGANO JUDICIAL
Chile, Ecuador, España, México, Panamá, Paraguay, Perú, El Salvador, Nicaragua
y Uruguay, se decidió desarrollar tres temas generales, de los cuales se han ocupa-
do las distintas reuniones celebradas hasta la fecha en Bogotá, Canarias, Panamá,
Costa Rica y México. Estos temas son:
1. La ley penal.
2. El hecho punible.
3. Las consecuencias jurídicas del delito.
Artículo. Leyes penales en blanco.- Las leyes penales que reenvíen a los
efectos de la determinación del comportamiento punible, a otra ley o a una
norma de menor jerarquía, solo será compatible con el principio de legalidad
si la otra norma contiene una cláusula que indique a sus destinatarios que
su infracción será sancionada conforme a una ley penal que deberá ser ci-
tada expresamente.
Los hechos realizados durante la vigencia de una ley destinada a regir tem-
poralmente, se juzgarán de conformidad con los términos de ésta, inclusive
después de haber vencido el plazo de su vigencia.
ÓRGANO J UDICIAL 70
Artículo. Ley aplicable a las medidas de seguridad.- Las medidas de segu-
ridad serán aplicables según la ley vigente en el momento de dictarse sen-
tencia, sin perjuicio de las excepciones que se puedan establecer legalmen-
te.
Bibliografía
AROSEMENA GUARDIA, Rubén. Anuario de Derecho. 1962.
JIMENÉZ DE ASÚA , Luis. La influencia del Derecho Penal español en las legis-
laciones hispanoamericanas.
MUÑOZ RUBIO, Campo Elías y GUERRA DE VILLALAZ , Aura. Derecho penal paname-
ño. Panamá, 1980.
ROMERO SOTO, Enrique. Derecho penal. Parte general. Bogotá: Editorial Temis.
71 Ó RGANO JUDICIAL
Panamá. Siguió su formación con un postgrado en la Universidad Autónoma de Mé-
xico, especializándose en ciencias penales e hizo una Maestría en Derecho.
Participó en diversas comisiones de alto nivel, entre las que se encuentran la Comi-
sión Revisora del Código Penal, 1982; en la Comisión Codificadora del Código de
la Familia; en la Comisión Revisora del Anteproyecto del Código Penal, 1998; y en
la Comisión Revisora del Anteproyecto de Código de Procedimiento Penal, 1999.
ÓRGANO J UDICIAL 72
Evolución de la Jurisprudencia de
la Sala Segunda, de lo Penal, de
la Corte Suprema de Justicia
I. Introducción
Con ocasión del Centenario de la República, la oportunidad de presentar un breve
estudio sobre la evolución de la jurisprudencia de la Sala Segunda, de lo Penal, de
la Corte Suprema de Justicia es tarea de significativa importancia y no exenta de
riesgos.
Esta diversidad de normas penales impide hacer un estudio de cien años de una juris-
prudencia que no se produce respecto del mismo texto jurídico, lo que impone una rea-
lidad: llevar a cabo la labor encomendada respecto de cada normativa en particular, de-
dicando mayor atención a la jurisprudencia que interpreta el Código Penal de 1982, vi-
gente desde marzo de 1983 hasta la fecha.
Por otra parte, dada la particular división jurisdiccional patria no siempre la doctrina
penal de la Sala Segunda representa una auténtica “jurisprudencia”, ya que dicha
Sala actúa, no sólo como tribunal de casación sino como tribunal de segunda ins-
tancia respecto de los procesos iniciados en primera instancia por los Tribunales Su-
periores de Distrito Judicial.
73 Ó RGANO JUDICIAL
cia penal”.
ÓRGANO J UDICIAL 74
Este Código fue el texto punitivo del que se sirvió el doctor Ángel Ugarte, Magistra-
do de la Corte Suprema de Honduras, contratado por el Gobierno panameño para
redactar el documento básico que luego se convirtió en el primer Código Penal pa-
trio de la era republicana.
La breve vigencia de este Código, sustituido muy pronto, no nos permite mayores
elaboraciones al respecto.
Finalmente, debemos destacar que la Corte Suprema de aquella hora no era como
la Corte de los tiempos que corren, pues la integraban solo cinco magistrados que
conocían indistintamente de todos los negocios, pues no había la adscripción de
magistrados a Salas en particular.
B. La doctrina penal de la Corte sobre el Código de 1916
Tal selección, como pueden deducir ustedes, es arbitraria y sin ningún criterio que
la oportunidad de encontrarnos con tales decisiones al azar.
1. “La embriaguez”
Por tal razón, ahora, con el transcurso de los años se entiende que la Corte de la épo-
ca señalase que el Código de 1916 no distinguía entre homicidio en riña, el voluntario
y el involuntario, pues no era cierto que todos esos delitos eran medidos con el mismo
rasero ni se les fijase igual pena, como se afirmó en resolución de 1918 (Registro Ju-
dicial 100 de 1918, página 1027), a pesar de que previamente había reconocido el de-
lito de homicidio involuntario al amparo de la imprudencia temeraria que se regulaba
en un título autónomo del Libro Segundo, fuera y separado del homicidio doloso o in-
tencional (Registro Judicial 39 de 1918, página 343).
75 Ó RGANO JUDICIAL
El viejo Código de 1916 castigaba los delitos dolosos y por una fórmula genérica, al
final del articulado del Libro Segundo, se incriminaba la imprudencia temeraria, lo
que permitía castigar a título de culpa casi todos los delitos del Libro Segundo en los
que se podría construir una figura culposa.
En dicha legislación había una regulación del delito culposo por equiparación a to-
dos los delitos dolosos, lo que sin duda trajo mucha confusión y ambigüedad, hasta
que se adoptó el Código de 1922 que en esta materia adoptó el sistema del nume-
rus clausus.
3. “La justificación”
Luego en otra oportunidad, sostuvo que para la existencia de la referida causa se re-
quiere de la necesidad racional del medio empleado para repeler la agresión injusta
(Registro Judicial 64 de 1919, página 676), lo que al amparo del Código de 1922 se
desvirtuó en virtud de la exigencia de proporcionalidad en los medios empleados pa-
ra la defensa, como veremos en su oportunidad más adelante, y que fue retomado por
el Código vigente en el texto del actual artículo 21.
4. “Fases de ejecución”
Por lo que se refiere a la tentativa, en una sucesión de fallos de 1919 la Corte nie-
ga toda importancia y trascendencia al inicio de ejecución de actos que no pueden
lograr el fin deseado por la inidoneidad de los medios utilizados para el delito, pues
se consideró que tal evento no puede ser castigado como tentativa.
En estos casos, la Corte exigió que “es indispensable un acto externo de ejecución
que debe contener en sí la posibilidad de alcanzar el fin criminal” (Registro Judicial
80 de 1919, página 832), ya que un poco antes había sostenido que “No hay tenta -
tiva de delito cuando el medio o el instrumento que debe servir para consumar el ac-
to no es idóneo aunque el reo haya supuesto lo contrario” (Registro Judicial 59 de
1919, página 632).
ÓRGANO J UDICIAL 76
neral del Derecho Penal panameño (Ediciones Panamá Viejo, Panamá, 1978; se-
gunda edición, 1980).
5. “Calumnia e injuria”
Ya en 1918 se decía que “una ofensa de carácter genérico, no puede constituir ca-
lumnia, sino injuria” (Registro Judicial 36 de 1918, página 307), pues siempre se en-
tendió que la calumnia requería imputar falsamente un hecho punible determinado
(Registro Judicial 18 de 1921, página 160).
6. “Rapto”
Es evidente que la primera de las resoluciones comentadas sobre rapto era la co-
rrecta, pues el rapto no puede absorber el estupro, ya que se trata de concurso de
dos delitos que se deben resolver tomando en cuenta los criterios que el Código de
1916 contenía para supuestos de concurso material de delitos. Por otra parte, es in-
dudable que la referencia a la jurisprudencia española estaba equivocada pues la
solución en casos de concurso material en España no se resolvía por la aplicación
de la pena del delito más grave sino por la acumulación matemática de las penas de
los diversos delitos en cuestión.
7. “Robo”
A propósito del delito de robo, la jurisprudencia mantuvo posiciones que son dignas de
elogio, pues llegó a sostener que “la pena de este delito depende del valor de lo ro-
bado; y cuando no ha podido establecerse cuantía de ninguna clase, ni determinar
la naturaleza de lo robado, no hay más camino que absolver al reo, antes que impo-
ner una pena antojadiza” (Registro Judicial 7 de 1919, página 68).
77 Ó RGANO JUDICIAL
Sin duda la Corte de aquella época actuó con toda propiedad, pues la naturaleza de
lo robado y el valor o cuantía del objeto material del robo son cuestiones esenciales
que deben acreditarse en un proceso por tal delito, lo que implica en alguna medida
un respeto por la necesidad de imponer al acusador la obligación de probar la comi-
sión del delito y que ante tal deficiencia debe absolverse el imputado, que no debe
ser sancionado de forma arbitraria e injusta.
En ese mismo sentido, con posterioridad, la misma Corte sostuvo que “constituye
este delito el apropiarse el zinc que cubre el techo de una casa o un alambre de
púas de unas cercas, puesto que para tomarlos hay que emplear fuerza en los cla-
vos que aseguran esas cosas, desde que de otro modo no es posible tomarlos” (Re-
gistro Judicial 28 de 1921, página 232).
Se siguió imponiendo una pena no prevista en la ley para el robo con fuerza en las
cosas, lo que hoy sería impensable en la Corte Suprema actual, que siempre ha si-
do muy cuidadosa y respetuosa de los más caros e importantes principios del Dere -
cho Penal moderno.
C. Valoración personal
No cabe duda que la Corte Suprema de Justicia al amparo de la vigencia del Códi-
go Penal de 1916 realizó una labor digna de elogio y encomio, cuando apenas el
país contaba con muy pocos abogados y la propia Corte estaba integrada por per-
sonas que no tenían formación universitaria.
Sin duda la activa participación de magistrados que ostentaban una larga trayecto-
ria en el medio forense y en los estratos iniciales de la actividad jurisdiccional com-
pensaba la, en ocasiones, formación académica de la que carecían algunos funcio-
narios del servicio judicial.
De este período es necesario destacar que algunos magistrados han dejado huella
en la administración de justicia, pues su labor como administradores de justicia, au-
ÓRGANO J UDICIAL 78
tores de leyes o nuevos Códigos y, hasta, en ocasiones, recopiladores de la jurispru-
dencia los han proyectado hasta nuestros días.
Tal es el caso de los señores Juan Lombardi, Dámaso A. Cervera, Manuel A. Herre-
ra Lara y M. A. Grimaldo, para citar sólo algunos de los más conocidos por su tra-
yectoria.
Parte de la obra jurisprudencial de Manuel Herrera Lara versa sobre la doctrina ju-
risprudencial de la Corte Suprema que interpretaba el viejo código penal de 1916.
Existe también una brevísima recopilación de jurisprudencia de la que es autor Dá-
maso A. Cervera.
No existe, sin embargo, estudio dogmático sobre el Código de 1916 que contenga
una exposición completa y sistemática de sus disposiciones, por lo que los aportes
de la jurisprudencia constituyen los únicos aportes en orden a la interpretación de
dicho texto punitivo.
El Código Penal de 1922 tuvo larga vigencia en el país pues rigió desde 1923 has-
ta 1983, cuando fue sustituido por el texto punitivo vigente.
A lo largo de sesenta años cobijó una amplia, rica, variada y, en ocasiones, contra-
dictoria jurisprudencia en temas muy concretos.
Se atribuye al doctor Juan Lombardi la responsabilidad de haber redactado el texto
del anteproyecto que sirvió de base al citado Código, aunque tiene como antecedente
directo al Proyecto de José Vicente Concha para Colombia (1912), que luego fue el
Código Penal aprobado por el legislativo colombiano aunque nunca llegó a regir por
diversas posposiciones hasta que se adoptó un nuevo Código en 1936.
Como antecedente remoto del Código de 1922 aparece el Código Penal italiano de
1889, usualmente conocido como Código de Zanardelli.
Bajo la vigencia del Código Penal de 1922 la Corte Suprema de Justicia desarrolló
una amplia labor, pues los sesenta años de vigencia del texto en cuestión permitie-
ron una elaboración jurisprudencial variada y extensa.
El trabajo que ahora comentamos es fruto de la propia Corte en pleno y a partir del
año 1956, con la reforma constitucional de esa época, la división en Salas de tres ma-
79 Ó RGANO JUDICIAL
gistrados permanentes y dos rotativos permite la elaboración de una doctrina jurispru-
dencial más especializada.
1. “La embriaguez”
En una decisión de 1935, con toda claridad y precisión la Corte sostuvo que “El sim-
ple hecho de haber tomado licor el acusado no justifica la reducción de la pena de
que trata el artículo 46 del Código Penal. Para ello es necesario que el sujeto se en-
cuentre en estado de embriaguez, en que las facultades mentales se debiliten, por
razón del alcohol ingerido” (Registro Judicial 71 de 1935, página 1320), criterio que
ha informado en gran medida las decisiones que sobre esta cuestión se han ido dan-
do a partir de entonces.
2. “La justificación”
ÓRGANO J UDICIAL 80
sión “defensa necesaria” ya que lo que torna justificada la acción defensiva no es su
legitimidad sino su necesidad. No en vano, la moderna doctrina penal se decanta
por esta expresión, que se considera más adecuada y precisa que la anterior deno-
minación.
El texto del artículo 47 disponía lo siguiente: “No es punible el que ejecuta un acto
obligado a ello por una violencia grave e injusta que no ha podido eludir ni resistir de
otra manera” mientras que el artículo 48 señalaba que “No es punible quien ejecuta
un acto para precaverse a sí mismo o a otro de un peligro grave o inminente, que
amenace la vida o el honor, cuando no fue causa voluntaria del peligro quien se ve
amenazado por él, y no puede evitarlo de otra suerte”.
No en vano la propia Corte, por mayoría de votos, en 1941 afirmó que la legítima de-
fensa se hallaba prevista en el artículo 48 del Código Penal, lo que sirvió de base para
la confusión que por largo tiempo existió (Registro Judicial 1 de 1941, páginas 18 y si-
guientes). Igual confusión se aprecia en resolución de la propia Corte de 25 de mayo
de 1948 y en la de 19 de junio de 1957.
Bajo ningún concepto la reacción que surge como respuesta a un ataque previo puede
ser estado de necesidad, como entendió erradamente la Corte en las decisiones antes
mencionadas, pues esta causa de justificación se basa en una situación de peligro
mientras que aquella en un ataque o agresión grave e injusta que sufre la persona, sin
haber provocado suficientemente la misma.
81 Ó RGANO JUDICIAL
do no constituyen un delito especial sino “modalidades del delito que dan lugar a una
graduación equitativa de la pena” (Registro Judicial 51 de 1929, página 496).
Llama la atención, por tanto, que en el año 1937 la Corte no haya apreciado la ten-
tativa cuando un sujeto armado con una escopeta, espera a su víctima en el lugar
donde sabe que debe la misma pasar y cuando está listo para disparar no se produ-
ce el disparo porque un agente de Policía lo impide. A juicio de la Corte “no pude
considerarse como principio de la realización del homicidio, y no puede estimarse
como tentativa de ese delito, aún aceptando que el sindicado persistiera, hasta el úl-
timo momento en su propósito. Esos actos no pueden calificarse sino, solamente,
como preparatorios del delito de homicidio y no como principio de la ejecución del
mismo, puesto que no puede decirse que esa ejecución comienza sino cuando la
víctima es efectivamente atacada o agredida” (Registro Judicial 49 de 1937, página
965).
Basta que el sujeto haya esperado a la víctima con el arma, se haya escondido pa-
ra no ser descubierto y apunte la misma aunque no dispare para que se pueda apre -
ciar el comienzo de ejecución propio de la tentativa. Por el contrario, el solo hecho
de esperar a la víctima sin apuntar el arma utilizada en ese momento todavía no su-
pone el comienzo típico de ejecución y en tal caso puede reconocerse la impunidad
del comportamiento desplegado por el sujeto.
En el caso antes mencionado, la conducta del sujeto ya pone en peligro el bien jurí-
dico vida, pues al agente tiene el arma idónea para causar el homicidio, está ubica-
do en un lugar que le permite llevar a cabo la acción deseada y sólo le falta dispa-
rar la escopeta para realizar todos los actos que se requieren para causar la muer-
te, aunque la misma no se produzca.
Por lo que respecta al desistimiento, la Corte entendió que la voluntariedad del mis-
mo “depende de que la causa independiente de la ejecución, tenga su razón en un
cambio enteramente espontáneo del agente, y ha de proceder de un arrepentimien-
to que recaiga sobre el fin, y no sobre los medios, esto es, sobre las condiciones de
lugar, de tiempo y de modo, con las cuales, el malhechor había preparado la ejecu-
ción del delito” (Registro Judicial 53 de 1937, página 1672), con lo que se evidencia
la inadecuada utilización del término”arrepentimiento”, pues el mismo no es el idó-
ÓRGANO J UDICIAL 82
neo en este caso.
4. “Autoría y participación”
Tal afirmación adolece de graves defectos, pues los autores no participan de forma
directa en el hecho punible o delito, ya que ellos lo realizan; por otra parte, la com-
plicidad también puede existir por actos posteriores a la realización del delito, lo que
se quedó por fuera de la explicación de la participación llamada indirecta por la pro-
pia Corte.
Es desafortunado que la Corte haya concebido la autoría como una forma de parti-
cipación directa en el delito, cuando en estricto sentido en el Código de 1922 no re-
gulaba la autoría y la participación criminal quedaba estructurada a través de las for-
mas de cooperación inmediata, determinador (instigador) y cómplice.
Llama la atención que a escasos años de vigencia del Código de 1922 la Corte ha-
ya reconocido que “la culpabilidad del cómplice como la de todas las personas que
intervienen en la ejecución de un delito, debe apreciarse por sus propios hechos in-
dependientes de la criminalidad del autor principal” (Registro Judicial 81 de 1927,
página 760).
Es inexplicable, por tanto, que posteriormente la Corte haya señalado “que para los
efectos de la penalidad, que es la misma señalada en el tipo, que se considera au-
tor al que coopera de modo directo y principal en la violación de la ley penal” (Sen-
83 Ó RGANO JUDICIAL
tencia de 24 de mayo de 1973), ya que dicha afirmación estaba carente de susten-
to jurídico en ese momento.
5. “Estupro”
6. “Homicidio”
ÓRGANO J UDICIAL 84
en cuestión castigaba el homicidio llamado preterintencional y el homicidio con cau-
sal.
En tal sentido, bien se puede colegir que la Corte tenía razón cuando señalaba que
“con arreglo a nuestra legislación para que el delito de homicidio exista no es siem-
pre indispensable que de parte del agente activo haya habido intención de matar,
pues el ato ejecutado por él se estima y se castiga como tal, si bien con una nota-
ble reducción de las penas” (Repertorio Jurídico 5 de 1962, página 332).
Veinte años después, en el mismo sentido anterior, la Corte sostuvo que “Para que
el delito de homicidio exista no es siempre indispensable que de parte del agente ac-
tivo haya habido la intención de matar, pues el acto ejecutado por él se estima y se
castiga como tal, si bien con una notable reducción de las penas aún cuando la
muerte del lesionado no hubiere sobrevenido sin el concurso de circunstancias pree-
xistentes o ignoradas del culpable o de causas que han surgido de un modo inde-
pendiente de su acto, y también cuando los actos destinados a causar una lesión
personal ocasionen la muerte de alguien” (Repertorio Jurídico 10 de 1982, página
589).
Al amparo del Código de 1922 la doctrina penal de la Corte elaboró una desarrolla-
da concepción del delito preterintencional, lo que no impidió que el imputado por el
mismo sufriese detención preventiva al estar sindicado de un delito de homicidio,
que al tenor del ordenamiento procesal penal estaba excluido del derecho a fianza
de excarcelación. Esta injusta situación motivó que, en las labores de revisión y ac-
tualización del anteproyecto que luego fue el Código Penal de 1982 la figura del ho-
micidio preterintencional desapareciese del mismo y en su lugar introdujimos, en el
delito de lesiones, una nueva figura sobre lesiones agravadas por el resultado muer-
te, que si admite o permite la fianza de excarcelación del imputado para que el su-
jeto goce de libertad provisional durante el desarrollo de todo el proceso penal.
Este Código, como es del conocimiento general, se aprueba en 1982 por medio de
la Ley 18 de 22 de septiembre de ese año, y nos rige a partir de marzo de 1983. Tie-
ne como antecedente mediato el Anteproyecto de Código Penal elaborado por Aris-
85 Ó RGANO JUDICIAL
tides Royo en 1970 y como fuente más directa el anteproyecto de 1970 luego de la
revisión y actualización que se le realizó entre 1976 y 1978 en la antigua Comisión
de Legislación del hoy desaparecido Consejo Nacional de Legislación, ente que
ejerció las funciones legislativas durante los primeros años de vigencia de la Cons-
titución de 1972, todavía hoy vigente con profundas modificaciones en 1983 y otros
retoques menores en 1978 y 1995.
A diferencia del código anterior, el texto punitivo vigente ha sido objeto de mayores
estudios y publicaciones, que no vienen al caso detallar, pero su interpretación juris-
prudencial en la Corte Suprema de Justicia ha estado a cargo de la Sala Segunda,
de lo penal, que a partir de 1972 quedó integrada exclusivamente por tres magistra -
dos permanentes.
B. La doctrina de la Sala Penal sobre el Código de 1982
Por una parte, porque a la misma se han incorporado –en la mayoría de los casos–
profesionales y docentes universitarios que han dejado un huella en su labor juris-
diccional; por otra parte, porque en alguna medida la labor de los Tribunales Supe-
riores de Distrito Judicial no se ha quedado atrás ni rezagada en la interpretación del
Código, lo que ha permitido una pacífica labor de la Corte como tribunal de casación
o como tribunal de segunda instancia.
Cierto es que, sin embargo, en algunas muy contadas ocasiones la doctrina penal
de la Sala Segunda de la Corte hace llamados de atención a los inferiores jerárqui-
cos, pero ello es algo que podemos calificar de muy excepcional.
Hay que reconocer que en estos veinte años de aplicación del Código de 1982 el
trabajo jurisprudencial supera con creces el que se realizó en el pasado, lo que en
alguna medida también hay que atribuirlo al texto del citado Código, que superó
grandemente las expectativas y colocó al país en la segunda mitad del siglo veinte
ya que el anterior, de 1922 debemos recordar, nos tenía en las postrimerías del si-
glo diecinueve.
1. “La embriaguez”
ÓRGANO J UDICIAL 86
La misma afirmación se vuelve a repetir en resoluciones de 30 de julio de 1996 (Re-
gistro Judicial, julio de 1996) y de 23 de mayo de 1997 (Registro Judicial, mayo de
1997, página 271).
Sobre este particular, no cabe duda, que existe una larga tradición en la jurispruden-
cia en virtud de la cual si la justificación no está plenamente probada en el sumario
debe rechazarse el reconocimiento de la misma (Registro Judicial, mayo de 1992,
página 2).
En efecto, mediante resolución de 5 de febrero de 1993 la Sala sostuvo que “No ca-
be la menor duda de que estamos en presencia de la denominada legítima defensa
putativa o subjetiva que se produce cuando, pese a la falta de algún requisito para
que se configure la verdadera legítima defensa, el agente por error se defiende de
una violencia injusta que realmente no existía pero que, debido al temor que emer-
ge de los antecedentes y circunstancias reales o personales que acompañan la con-
ducta del agredido, hace que el sujeto activo del delito crea que existe un razonable
estado de agresión que requiere ser repelido, pues cree tener sus bienes jurídicos
en peligro” (Registro Judicial, febrero de 1993, página 217).
87 Ó RGANO JUDICIAL
Al año siguiente, la Sala reconoce nuevamente la defensa putativa cuando señala
que “todo parece indicar que el sindicado reaccionó frente a una agresión que no
existía, movido por el temor que produjo el hecho de sentir la presencia de una per-
sona que caminaba detrás de él, en un área peligrosa” en resolución de 14 de sep-
tiembre de 1994 (Registro Judicial, septiembre de 1994, página 118).
El tema, sin duda, requiere de mayor elaboración por la propia Corte, pues la defen-
sa putativa supone, de acuerdo con la doctrina mayoritaria, un problema de error en
la justificación, que se resuelve por medio de la inculpabilidad. A ello, por cierto, no
estamos acostumbrados en nuestro medio, sobre todo porque la cuestión del error
carece de una adecuada solución en el Código.
El cumplimiento de un deber legal supone, por cierto, una autorización legal para lle-
var a cabo una acción que coincide con un tipo penal concreto, por lo que no existe
ninguna autorización en nuestro ordenamiento jurídico que permita a un servidor pú-
blico causar la muerte de una persona. En otros países, sin embargo, el verdugo que
ejecuta la pena de muerte impuesta por sentencia ejecutoriada sí cumple con su de-
ber legal.
Este yerro de la Corte, sin embargo, fue rectificado muy prontamente por la propia
Sala Segunda, como se puede apreciar en resoluciones de 4 de mayo de 1995 (Re-
gistro Judicial, mayo de 1995, página 276) y de 29 de septiembre de 1995 (Registro
Judicial, septiembre de 1995, página 222), en la que se afirma que no procede el
cumplimiento de un deber legal cuando se trata de la muerte de una persona, pues
en este caso se está en presencia de un caso de legítima defensa.
ÓRGANO J UDICIAL 88
En este caso, sin embargo, la cuestión que no ha sido esclarecida es si hay acción
por parte del agente de la Policía, pues la muerte del sujeto pudo ser resultado de
la lucha entre ambos, en cuyo caso estamos ante un fecho fortuito o accidental en
el que no hay ninguna responsabilidad por parte del servidor público.
En ambos casos la Sala entra a reconocer la distinción entre dolo directo y dolo
eventual, lo que le permite mantener la resolución impugnada, que negaba una fian-
za de excarcelación, sosteniendo que en el proceder del sujeto existía al menos el
dolo eventual.
En efecto, el hecho de disparar un arma de fuego, calibre 38, hacia el cuerpo del oc-
ciso pone de manifiesto en el sujeto o la voluntad inequívoca de causar la muerte
del mismo o la existencia de dolo eventual pues si no quería la muerte del sujeto la
misma era previsible dado el medio empleado para la agresión y el lugar de la ana-
tomía donde se produjo el impacto de bala, lo que evidencia en una u otra forma el
propósito de causar el daño producido a la víctima, por lo que se mantiene el crite-
rio del inferior que descarta que se esté en presencia de un delito de lesiones con
resultado muerte y califica el hecho como un homicidio simple.
4. “Circunstancias atenuantes”
Así vemos, en resolución de 25 de abril de 1995 que se afirma que “quien usa un
arma de fuego y percute la misma en tres ocasiones distintas frente a la víctima no
puede alegar que actuó sin haber tenido la intención de causar un mal de tanta gra-
vedad como el que produjo; mucho menos si el último disparo, que fue el único que
se produjo, impactó a la víctima en la cabeza” (Registro Judicial, abril de 1995, pá-
gina 197).
89 Ó RGANO JUDICIAL
En sentido contrario, la Sala en resolución de 10 de marzo de 1999 admitió la ate-
nuante en cuestión cuando señaló que la misma resulta aplicable al caso pues la in-
tención del imputado era únicamente la de interrumpir el proceso biológico del emba-
razo, destruyendo el feto o producto de la concepción, no así la de causar la muerte
de la mujer, lo que sin embargo sobrevino por el procedimiento abortivo utilizado (Re-
gistro Judicial, marzo de 1999, página 408).
Por otra parte, por ejemplo, existe una constante doctrina de la Sala en lo que res-
pecta a la atenuante de arrepentimiento, prevista en el numeral 4 del artículo 66 del
Código Penal, por cuanto que se afirma que no basta que el sujeto se manifieste
“arrepentido” en el curso de la audiencia del caso, para que se acepte tal manifesta-
ción como verdadera atenuante en su favor,
Por tal razón, la Sala siempre ha sostenido, como queda patente en resolución de 8
de abril de 1992, que “la conducta del sindicado posterior a la comisión del hecho
punible no tiene cabida en ninguno de los dos supuestos mencionados, ya que ni
disminuyó ni intentó disminuir las consecuencias de los delitos cometidos y para es-
tos efectos no basta con que el agente del delito demuestre su arrepentimiento a tra -
vés del llanto. La conducta del agente se toma como arrepentimiento cuando, con
posterioridad a la comisión del delito y de manera espontánea, demuestra con sus
actos un deseo de reparar o intentar reparar los efectos del mismo”(Registro Judi-
cial, abril de 1992, página 17).
Por otra parte, la frecuente forma de apreciar la atenuante de confesión del sujeto
(numeral 5 del artículo 66 del Código Penal), en virtud de la que se exige la espon-
taneidad y oportunidad de la misma, para que se reconozca a favor del imputado.
A este respecto, nada mas es conveniente señalar que existe una profusa orienta -
ción doctrinal de la jurisprudencia de la Sala, que ha logrado perfilar las caracterís-
ticas de la confesión del sujeto como circunstancia atenuante, como se desprende
de las resoluciones de 16 de enero de 1992 (Registro Judicial, enero de 1992, pá-
gina 29), 27 de octubre de 1994 (Registro Judicial, octubre de 1994, página 275), 4
de julio de 1995 (Registro Judicial, julio de 1995, página 247) y 27 de junio de 1997
(Registro Judicial, junio de 1997, página 329) sólo para mencionar algunas.
Por tal razón, la Sala evita entrar a considerar valoraciones discrecionales de los tri-
bunales de instancia, ya que ello es ajeno a la impugnación por medio de la casa-
ción penal, como se deduce de las resoluciones de 30 de junio de 1997 (Registro
Judicial, junio de 1997, página 331) y 14 de enero de 1998 (Registro Judicial, ene-
ro de 1998, página 257).
ÓRGANO J UDICIAL 90
5. “Reemplazo de la pena”
A este respecto hemos encontrado pocas resoluciones de la Sala, pero las que he-
mos encontrado arriban a la misma conclusión: el reemplazo de la pena es facultad
discreciones del tribunal de instancia y no es susceptible de impugnarse la negación
del mismo por medio del recurso de casación.
Con inusitada frecuencia, los Tribunales Superiores de Distrito Judicial al conocer su-
marios por homicidio en primera instancia se encuentran con la comisión de otro u otros
delitos adicionales, por lo que en ocasiones profieren el auto de enjuiciamiento por ho-
micidio y el otro delito, que en muchos casos es un delito conexo que torna en homici-
dio agravado el delito contra la vida.
Por tal razón, el jurado de conciencia al proferir la condena respectiva declara la res-
ponsabilidad del sujeto por homicidio y robo, pues el primero se produjo con la ocasión
de un robo inicial, para facilitarlo o prepararlo o luego de cometido aquel para facilitar
la impunidad del mismo.
En estos casos, la Sala entiende que no existe un concurso real o material de deli-
tos entre homicidio y robo o entre homicidio y violación, ya que estamos, en estric-
to sentido, ante uno de los homicidios agravados que consagra el artículo 132, nu-
merales 5, 6 y 7 del Código Penal.
91 Ó RGANO JUDICIAL
lificación del jurado de conciencia y que, por tanto, no se puede variar la conclusión
a que llegó dicho jurado.
Una simple lectura de las resoluciones de 4 de junio de 1993 (Registro Judicial, ju-
nio de 1993, página 198), 27 de noviembre de 1995 (Registro Judicial, noviembre de
1995, página 303), 15 de mayo de 1997 (Registro Judicial, mayo de 1997, página
297) y 23 de abril de 1998 (Registro Judicial, abril de 1998, página 243) es prueba
elocuente de tal problemática.
En el caso por la desaparición del padre Gallegos la Sala sostuvo que la sola emi-
sión del auto de enjuiciamiento era suficiente para interrumpir la prescripción de la
acción; con posterioridad, bajo una elaborada ponencia del Magistrado Humberto
Collado, con la que estoy plenamente de acuerdo, sostuvo que la interrupción de la
acción requería de la ejecutoria del auto de enjuiciamiento, pues las resoluciones ju-
diciales no pueden surtir efecto si las mismas no están ejecutoriadas.
En resolución de 26 de septiembre de 1994 la Sala señaló que “por los efectos jurí-
dicos que produce una resolución se debe entender el cabal y eficiente cumplimien-
to de lo que en ella se ordena, el efecto que tiene el auto de proceder de interrum-
pir la prescripción de la acción penal no se origina en su ejecutoria, sino en el acto
mismo de su emisión, según la recta interpretación del artículo 95 del Código Penal”
(Registro Judicial, septiembre de 1994, página 128).
ÓRGANO J UDICIAL 92
La incertidumbre que nos embarga a este respecto no tiene cuando acabar y es de
esperar que sea la propia ley la que solucione el tema de una vez por todas, con una
reforma expresa que nos libre de tanto cambio de criterio, que en nada contribuye a
la seguridad jurídica.
Este tema aparece con poca frecuencia en la doctrina de la Sala Penal de la Corte,
como se deduce de los reducidas resoluciones que se ocupan del mismo.
En esta materia, como es obvio, reina gran confusión y contradicción entre los tribu-
nales de justicia del país. No cabe duda, sin embargo, que la reparación civil sigue
la regla de la justicia rogada, que no se declara de oficio y que es imprescindible la
previa tramitación, como incidente, de la demanda civil en el proceso penal.
93 Ó RGANO JUDICIAL
(Registro Judicial, abril de 1995, página 187) y de 25 de agosto de 1998 (Registro
Judicial, agosto de 1998, página 311) e, inexplicablemente, en resolución de 30 de
diciembre de 1997 (Registro Judicial, diciembre de 1997, página 165) se diga lo con-
trario.
Por tal razón, la Sala ha sido muy enfática al señalar que no procede la utilización
de la figura en cuestión cuando no existe evidencia cierta que los sujetos involucra-
dos en el delito se habían concertado para cometer delitos, ya que el acuerdo o in-
tervención de varios sujetos en un solo delito es participación criminal y no asocia-
ción ilícita para delinquir.
Las normas sobre participación criminal, en este caso complicidad e instigación, por
otra parte, deben tomarse en cuenta en la medida que los sujetos no hayan realiza-
do cada uno de ellos la acción descrita como punible, pues en tal caso serían auto-
res y no partícipes del delito.
Por tal sentido, la doctrina de la Sala ha sido muy constante y crítica respecto de los
ÓRGANO J UDICIAL 94
inferiores que desconocen esta realidad, tal como se aprecia en resoluciones de 29
de noviembre de 1995 (Registro Judicial, noviembre de 1995, páginas 275-278) y 17
de septiembre de 1997 (Registro Judicial, septiembre de 1997, página 228).
10. “La cantidad de droga en la posesión de drogas”
En materia de posesión de drogas, el párrafo inicial del artículo 260 del Código Pe-
nal castiga con pena de 1 a 3 años de prisión al que posea drogas y el párrafo se-
gundo del mismo artículo castiga con 5 a 10 años de prisión al que posea drogas,
cuando posea drogas en cantidades tales que se demuestre que pretendía traficar
con ella.
A pesar de los trabajos de mi querido amigo y joven colega, el profesor José Abel
Almengor, en materia de drogas y la jurisprudencia producida respecto de ellas, es
conveniente que me ocupe de un tema en particular sobre tales delitos, sin perjuicio
que tales trabajos tengan una completa referencia de la doctrina jurisprudencial al
respecto.
95 Ó RGANO JUDICIAL
agravada, a pesar del carácter de consumidor del sujeto, pues otras evidencias le
permitía confirmar el criterio de los tribunales de primera y segunda instancia (Re-
gistro Judicial, enero de 1998, página 245).
Sin duda la cantidad de muchas dosis o unidades, aunado al hecho de tener mone-
da fraccionaria o numerosos billetes de un dólar, son elementos suficientes para afir-
mar que estamos en presencia de un delito de posesión agravada por la cantidad
que pone en evidencia la intención del sujeto de traficar con la misma.
11. “La distinción lesiones-tentativa de homicidio”
Este es uno de los temas más complicados en los anales de nuestra jurisprudencia
penal, como se evidencia con la lectura de los diversos fallos que se ocupan del te-
ma.
Sin pretender enumerarlos todos, muchos de ellos han sido elaborados al amparo
del Código Penal de 1922, por lo que debe resaltarse los atinados criterios esboza-
dos por la Sala Penal en los últimos años, con lo que se corrigen los desaciertos de
la Corte que interpretó en la década de los años 60 y 70 el Código de 1922.
En efecto, en resolución de 8 de enero de 1998 la Sala expresó que “el factor que
determina la diferencia entre un delito de lesiones y un delito de tentativa de homi-
cidio es la intención con la cual el actor comete el hecho punible; y dicha intencio-
nalidad puede determinarse –con las obvias limitaciones inherentes a conocimiento
de la mente humana– a partir de las circunstancias que rodean el hecho, el arma uti-
lizada, la forma en que se utilizó el arma, el lugar y cantidad de los disparos, etc.”
(Registro Judicial, enero de 1998, página 222).
V. Consideraciones Finales
ÓRGANO J UDICIAL 96
legal determinado.
Carlos Enrique Muñoz Pope se graduó con altos honores de licenciado en Derecho
y Ciencias Políticas, en la Universidad de Panamá. Obtuvo su título de doctor en de-
recho en la Universidad Complutense de Madrid e hizo estudios de perfecciona-
miento en el Instituto de Criminología de ese centro de estudios superiores.
El autor pertenece a distintos gremios y asociaciones forenses entre las que se en-
cuentran el Instituto Panameño de Derecho Procesal y Ciencias Penales, el Institu-
to Panamericano de Derecho Procesal y el Instituto Iberoamericano de Política Cri-
minal y Derecho Penal comparado. Es miembro de número de la Academia Pana-
meña de Derecho.
Es autor de numerosas obras, entre éstas: “La pena capital en Centroamérica”, “Intro-
ducción al Derecho penal”, “Ensayos penales”, “Política criminal y reforma penal en
Panamá”, “El delito de tráfico de drogas en el Código Penal panameño y de cuestio-
nes sobre el proceso penal II”.
97 Ó RGANO JUDICIAL
La Institución de los Jurados
en la República de Panamá
Introducción
De acuerdo con el Doctor Arturo Hoyos, “nuestro sistema jurídico puede ser clasifica-
do dentro de la familia romano-germánica, pero con algunas instituciones transplan-
tadas del sistema jurídico anglosajón”.
Los veredictos debían tomarse por mayoría, la votación era nominal; los jurados no
debían negarse a votar y, en caso de empate, se entendía declarada la inculpabili-
dad; es decir, lo denominado en nuestro país como inocencia y en caso de declara-
toria de culpabilidad, las partes tenían oportunidad de presentar alegatos para la in-
dividualización judicial de la pena y la responsabilidad civil derivada del delito.
Durante el período previo a la creación del Estado Federal de Panamá, en los años
1851 y 1852, quedó adoptado el juicio con intervención de jurados, en la Constitución
Centro Federal.
98 Ó RGANO JUDICIAL
Por medio de la Ley 50 de 13 de marzo de 1917 (que modifica la Ley 2 de 1916 y és-
ta a su vez fue modificada por las Leyes 38 y 52 de 1919), mediante la cual queda
aprobado el Código Judicial, es regulado formalmente el Tribunal de jurados, pero aun
cuando ésta ley fue modificada por el artículo 102 de la Ley 52 de 1919, la cual dero-
ga los artículos 1 al 17 de la citada ley, es decir, en cuanto a la intervención de jura-
dos ante Jueces de Circuito y sólo la deja vigente con relación al Juez Superior, es im-
portante repasar las reglas relativas a nivel de circuito:
Les atribuye las competencias para juzgar sobre delitos de robo, hurto de ganado
mayor y abuso de confianza cuando el ganado mayor fuese objeto del delito; por
consiguiente, estos procesos serían decididos por los Jueces de Circuito del Ramo
Penal, para calificar la fase intermedia y la intervención del Tribunal de jurados en la
fase plenaria.
Para integrar la lista, debía cumplirse los requisitos de reconocida honorabilidad pú-
blica, residir en la cabecera de circuito, saber leer y escribir.
El sorteo debía llevarse a cabo uno o dos días antes de la celebración del juicio, en
forma pública y verificarse en presencia del Juez, el Secretario y las partes concu-
rrentes.
Una vez terminados los alegatos, el Juez debía entregar el expediente a ellos para de-
cidir, de acuerdo con su conciencia, sin sujeción a la apreciación jurídica de las prue-
bas, a puertas cerradas, sobre la culpabilidad del imputado, imputada o imputados,
con mayoría de votos, respondiendo al cuestionario con un sí o no, dejando constan-
cia si el veredicto era por unanimidad o por mayoría de votos y en el supuesto de con-
siderar un delito distinto a los cargos formulados en el auto de proceder, deberían ex-
plicarlo en forma breve en la sustentación y era prohibido a los miembros de la mino-
ría del jurado salvar el voto.
ÓRGANO J UDICIAL 99
También estaba permitido al Tribunal de jurados, decidir respecto a los demás delitos
imputados, cuando fuesen competentes, es decir, si no rebasan la jurisdicción de los
Jueces de Circuito y hubiesen sido cometidos con motivo de llevar a cabo el robo,
hurto o abuso de confianza de ganado mayor.
Debemos reiterar que los juicios con intervención de jurados ante jueces de circuito
no llenaron las expectativas. Por lo general, la institución de jurados se utilizaba con
relación a los delitos cuyo conocimiento correspondía al Juez Superior, quien tenía
una categoría similar a la de los Magistrados actuales de los Tribunales Superiores.
El Juez Superior debía conocer con intervención del Jurado (Artículo 116 Ley 52 de
1925), los siguientes delitos: intentados, frustrados y consumados de traición a la
patria, homicidio, aborto, falsificación de moneda, robo, extorsión, secuestro, hurto
cuando excedía de mil balboas, difamación e injurias causadas en la prensa, incen-
dio, inundación, sumersión, y otros delitos que implican un delito común, y de los de-
litos contra la seguridad de los medios de transporte y de comunicación.
Para ser miembro del jurado en los procesos por delito de traición a la Patria, era in-
A los extranjeros con conocimiento del idioma español y tres años de residencia en
la República, se les permitía ejercer como jueces de hecho e integrar la lista confec-
cionada por el Juez, siempre y cuando fuesen de reconocida honorabilidad.
En el supuesto de atentados contra los Jueces de hecho, para aplicar la sanción res-
pectiva, estos serían reputados como empleados públicos con mando y jurisdicción.
Estaban eximidos para servir como jurados o jueces de hecho y, por consiguiente,
no deberían ser incluidos en la lista, las siguientes personas:
1. El acusador particular u ofendido por el delito que la motiva, el cónyuge y los pa-
rientes de alguna de esas personas dentro del cuarto grado de consanguinidad o
segundo de afinidad.
2. Quien hubiese patrocinado al acusador particular, al denunciante o al reo o ale-
gado en derecho en el proceso como Agente del Ministerio Público.
3. El comensal, el amigo íntimo y el enemigo capital del reo, del acusador o del
o f e n d i d o -
. Fue definido el término comensal, como todo aquél que come a expensas de
otro.
La elección de los jueces de hecho debía llevarse a cabo en forma pública, ante el
Secretario y las partes concurrentes, el día y hora señalado para la celebración del
juicio.
Una vez terminado el sorteo, el Juez debía ordenar la citación inmediata de los elegi-
dos, con advertencia de comparecer en el término de la distancia y, transcurridas dos
horas sin presentarse alguno de los designados, o si, citado, no compareciere dentro
de los treinta minutos siguientes a la hora señalada, se procedería a reemplazarlo ex-
trayendo una nueva bola, sin lugar a recusación.
“Juráis y prometéis delante de Dios y de los hombres examinar con la más escrupulo-
sa atención los cargos que se hagan al acusado; no traicionar los intereses de éste ni
los de la sociedad que lo juzga, no comunicar con otra persona que el Juez antes de
haber dado vuestra decisión; no escuchar en el desempeño de vuestra augusta misión
ni el odio, ni el temor, ni el afecto; decidir acerca de los cargos y de las razones de la
defensa según vuestra conciencia y con la imparcialidad y firmeza que convienen a to-
do hombre honrado y libre, y no revelar las opiniones y votos emitidos en la sesión que
váis a tener?” Los jurados debían responder en voz alta: “Sí lo juro”.
Una vez juramentados los jurados, el Secretario debía leer el auto cabeza de proce-
so, la indagatoria del reo, las declaraciones más importantes a juicio del Juez, la vis-
ta fiscal, el auto de enjuiciamiento y todas las demás piezas del proceso solicitadas
por las partes.
Era permitido presentar hasta cinco testigos nuevos, tanto al Fiscal, el Acusador y
cada reo o su defensor, siempre y cuando lo pidiesen por lo menos con veinticuatro
horas de anticipación a la señalada para la celebración del juicio, previo aviso a la
parte contraria, incluso era permitido presentar documentos.
Los miembros del Jurado y las partes podían interrogar al reo, pero el Juez recha-
zaría las preguntas inconducentes, inconvenientes o capciosas.
Cuando el proceso fuere de tal naturaleza para afectar la decencia, las buenas cos-
tumbres o la paz de las familias de tal forma que exigiese no celebrarlo públicamen-
te, el Juez debía disponer una sesión o audiencia secreta, tomando las medidas
convenientes.
Cuando fuesen varios cargos, debía proponerse por separado cada uno de ellos,
igual si eran varios acusados, para tener un cuestionario para un solo cargo y acu-
sado.
Durante el curso de los alegatos sólo el Juez tenía facultades para interrumpirlos con
la finalidad de llamar la atención a quien estuviese fuera de orden o con cualquier
otro aspecto necesario para los fines de la justicia. Es importante acotar la oportuni-
dad ofrecida por esta regla al Juez, en el sentido de corregir a cualesquiera de las
partes sobre la invocación de un hecho no comprobado en el proceso o una prueba
inexistente para evitar que los jurados fuesen sorprendidos con tales argumentos e,
incluso, quedaba investido el Juez en las audiencias con poderes discrecionales pa-
ra ordenar todo lo necesario y conducente al descubrimiento de la verdad. Sobre
ese aspecto el texto de la norma observaba “la ley confía a su honor y a su concien-
cia la elección y el empleo de los medios para alcanzar tal fin”.
Concluidos los alegatos, el Juez debía leer a los jurados antes de entregar el cues-
tionario, el expediente y las evidencias, la siguiente instrucción:
“La ley no pide cuenta a los Jurados de los medios por los cuales llegan a adquirir
el convencimiento; ni les prescribe reglas de que deban deducir la plenitud y la su-
ficiencia de las pruebas; les ordena sólo interrogarse a sí mismos en silencio y en el
recogimiento, e investigar en la sinceridad de su conciencia, qué impresión han he-
cho en su espíritu las pruebas creadas contra el acusado y las producidas en defen-
sa de éste. La ley no dice a los Jurados: Vosotros tendréis por verdadero todo he-
cho atestiguado por tantos o cuantos testigos. Tampoco les dice: Vosotros no mira-
réis como bien establecidas las pruebas que no resulten de tal averiguación, de ta-
les piezas o de tantos o de tales indicios. Únicamente les hace esta pregunta, que
encierra toda la medida de sus deberes: ¿Tenéis vosotros una convicción íntima
acerca de los hechos sobre los cuales se os interroga?
Los Jurados no deben perder de vista que todo su examen no puede versar sino so-
bre el hecho o hechos en que se haya fundado la acusación y faltan a su ministerio,
si, pensando en las disposiciones de la ley penal, se fijan en las consecuencias que
podrá tener, con relación al acusado, el veredicto que han pronunciado. Ellos no
ejercen jurisdicción, ni son los que condenan o absuelven a los acusados, ni su mi-
sión tiene por objeto la persecución ni el castigo de los delitos, sino sólo el decir si
el acusado es o no culpable del crimen que se le imputa.”
Los jurados debían decidir por unanimidad de votos las cuestiones propuestas por
el Juez en el cuestionario, con las palabras Sí o No, firmando la decisión todos sus
miembros; pero si observaren la ejecución de un hecho punible distinto o con cir-
cunstancias diversas debían expresarlo brevemente.
2. Cuando fuere un género distinto, declararía terminada la causa respecto del he-
cho o hechos a que se hubiere contraído ésta y procederá entonces a abrir un
nuevo juicio por el delito contra quien haya lugar si fuere competente para ello,
en caso contrario lo remitiría el Juez o Tribunal a quien corresponda conocer de
la infracción declarada por el jurado.
Una vez tomada la decisión por el jurado, deberían llamar al Juez por un timbre o
cosa semejante (artículo 65 del Código Judicial), quien debería concurrir inmediata -
mente a recibir el fallo para revisar si coincidía en lo sustancial con las fórmulas
prescritas, estuviese firmado por todos los Jueces de hecho, por tanto, debería pro -
veer para corregir cualquiera irregularidad, en el supuesto de no estar firmada por
todos los Jueces de hecho, mantener la incomunicación hasta tanto firmasen todos
y, una vez constatado por el Juez, que las cuestiones sometidas a la consideración
de los jurados, fueron resultas en debida forma, debía hacer cesar la incomunica-
ción del Jurado y leer públicamente lo decidido por estos.
2. Cuando fuesen varios enjuiciados, es decir más de uno y, los jurados no hubie-
sen decidido con respecto a todos, entonces el tribunal podría resolver las
Los fallos de los Jurados no permitían recurso alguno, pero las sentencias dictadas
por el Juez Superior eran apelables en el efecto suspensivo, durante el término de
cuarenta y ocho horas; por tanto, transcurrido ese período sin la presentación del re-
curso por alguna de las partes quedarían ejecutoriadas y debía disponerse lo nece-
sario para su conocimiento.
Una vez recibido el negocio en la Corte Suprema de Justicia, corrían traslado por el
término de cuarenta y ocho horas al señor Procurador General de la Nación, a su
vez debía mantenerlo a disposición de los demás interesados por igual tiempo res-
pecto a cada uno y, vencidos los términos respectivos la Corte debía fallar dentro del
término de diez días con la respectiva notificación a las partes.
Mediante la Ley 25 de 1937 (artículos 60, 61, 62, 63) se dividió la República en dos
Distritos Judiciales. El primero para el territorio comprendido por las Provincias de
Bocas del Toro, Colón, Chiriquí, Darién y Panamá, con un Tribunal Superior, integra -
do por cinco Magistrados elegidos por la Corte Suprema de Justicia para un perío-
do de seis años, el cual inició el 15 de febrero de 1937 (artículo 121).
Los Tribunales Superiores conocían con intervención del jurado los delitos intenta -
dos, frustrados y consumados, de traición a la patria, homicidio, aborto provocado,
extorsión, secuestro, robo y hurto cuando la cuantía de estos delitos excedieran de
B/2,000.00; de los que implicaban un peligro común y de los delitos contra la segu-
ridad de los medios de transporte y comunicación (artículo 144).
Con posterioridad, fue promulgada la Ley 115 de 1943, para establecer en su artí-
culo 1, la competencia de los Tribunales Superiores de Distrito Judicial, de conocer
en primera instancia de los juicios por delitos de homicidios, aborto provocado, robo
y hurto (cuando el valor de la cosa hurtada o robada exceda de B/. 2,000.00), de los
que implican un peligro común, (con excepción del incendio producido por impruden-
cia, negligencia o impericia o por inobservancia de los reglamentos), y de los delitos
contra la seguridad de los medios de transporte y comunicación; pero la declaración
Los artículos 2 y 3 de Ley 115 de 1943, contemplaban el derecho a renunciar del juz-
gamiento por jurados y establecía dos hipótesis a saber:
1. Cuando fuese aceptada la culpabilidad no era necesario celebrar audiencia, por
tanto el Magistrado Sustanciador debía presentar el proyecto de sentencia, den-
tro de los tres días siguientes al ingreso del negocio a su despacho.
2. En el supuesto de no admitir el procesado su culpabilidad, debía celebrarse un
juicio criminal ordinario ante los Magistrados, el Pleno, para debatir sobre la cul-
pabilidad o inocencia con todo el desenvolvimiento propio de los juicios ordina-
rios seguidos en materia penal ante los Juzgados de Circuito.
La renuncia debía ser expresa y podía ser presentada desde la notificación del au-
to de enjuiciamiento hasta el día anterior señalado para el sorteo de los jurados por
medio de diligencia especial extendida para ese efecto.
El servicio de jurados fue considerado obligatorio para todos los varones nacionales
o extranjeros, mayores de 21 años y menores de 65, domiciliados en la cabecera del
respectivo distrito judicial, debían ser personas de reconocida probidad, que no hu-
biesen sido condenadas por delito contra la fe pública, concusión o prevaricato y de-
bía estar en pleno goce de los derechos políticos y civiles, además saber leer y es-
cribir.
Estaban exentos para servir como jurados (artículo7 de la Ley 115 de 1943):
1. El Presidente de la República o el ciudadano que ejerza la Presidencia.
2. Los Ministros de Estado.
3. Los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, los de los Tribunales Supe-
riores de Distrito Judicial, los del Tribunal de lo Contencioso Administrativo y los
Jueces.
4. El Procurador General de la Nación y los demás Agentes del Ministerio Públi-
co.
5. Los Ministros de los cultos religiosos.
6. Los militares en servicio activo.
7. Los Jefes, Oficiales y Agentes del Cuerpo de Policía Nacional.
8. Los Rectores de las Universidades, Institutos, Liceos y Colegios y los Directores de
Escuelas.
9. Los Jefes y los Capitanes de Compañía de los cuerpos de Bomberos.
10. Los empleados de los Hospitales en calidad de enfermeros, farmacéuticos y co-
cineros.
11. Los Diplomáticos extranjeros y los ciudadanos panameños admitidos por el
Gobierno Nacional como miembros de misiones diplomáticas extranjeras.
12. Los médicos y los dentistas.
13. Los Cajeros de los Bancos y de la Lotería Nacional.
1. Serían formadas en sala de acuerdo, con asistencia del respectivo agente del Mi-
nisterio Público, dentro de la primera quincena del mes de diciembre de cada año
por los Tribunales Superiores de Distrito Judicial, con personas residentes en la ca-
becera del mismo distrito.
2. Las personas incorporadas a las listas debían estar capacitadas para prestar el ser-
vicio citado.
3. Las listas debían contener los nombres del mayor número posible de personas con
los requisitos necesarios para servir de jurados, excluyendo quienes estuviesen
excentos de dicho servicio.
4. El nombre de cada una de las personas figuraría en la lista por riguroso orden
alfabético, anteponiendo el número de orden correspondiente que debe servir
para el sorteo;
6. Para ser excluidos de las listas en cualquier tiempo, debían solicitarlo al Presi-
dente del Tribunal, aquéllas personas que no fuesen vecinas de la cabecera del
respectivo distrito judicial o las comprendidas en las excepciones citadas ante-
riormente y los Tribunales Superiores de Distrito Judicial, debían resolver, en sa-
la de acuerdo, sobre las solicitudes de exclusión.
5. A los espectadores no les estaba permitido dar voces o golpes o hacer señales
de aprobación o improbación, en tal caso que el Magistrado tenía facultades pa-
ra reprender y si hubiese reincidencia el responsable sería castigado con multa
de uno a cinco balboas y retirado del lugar del juicio, pero en el supuesto de gra-
ve desorden el Presidente de la audiencia podía hacer despejar la sala, incluso
las partes tenían derecho a reclamar el mantenimiento del orden por medio de
solicitud presentada al Presidente de la audiencia.
6. Cuando la audiencia fuese suspendida debía continuar a más tardar el día si-
guiente, aun cuando fuese feriado.
b. El Presidente de la audiencia debía sacar, una a una, tantas bolas como co-
rrespondan al número de jurados que las partes pudiesen recusar, más cinco
en Penonomé y siete en Panamá. Desde aquél entonces, en el Primer Distrito
Judicial siempre ha sido necesario sacar un número mayor de balotas por ra-
zones prácticas y las partes lo aceptan.
d. Cuando todas las partes usaren el derecho de recusar los cinco o siete de-
signados restantes, según el lugar de la audiencia, integrarían el jurado; pe-
ro si alguno de ellos no hubiere concurrido, o estando presente se abstuvie-
ra de recusar, de las bolas que resten se sacarían a la suerte las cinco o sie-
te que habrían de corresponder a los jurados que integrarán el Tribunal.
Para este efecto los jurados deben interrogarse a sí mismos, en silencio y recogi-
miento, y consultar con su conciencia de hombres honrados compenetrados de la
gravedad de la elevada función que ejercen, qué impresión les ha producido las
pruebas creadas a favor y en contra del acusado.
En suma, el veredicto que pronuncien los jurados debe tener como fundamento úni-
co la convicción íntima que se hayan formado acerca de la responsabilidad del acu-
sado que ante ellos comparece. Por tanto, los jurados no deben perder de vista ni
por un instante que su misión no tiene por objeto perseguir a los delincuentes; que
no les corresponde decidir si el acusado es o no el autor material o intelectual del
hecho que da lugar a su juzgamiento, sino tan sólo decidir si hay lugar a absolverlo
o a imponerle sanción penal por el hecho que le ha sido imputado; y que la aprecia-
ción legal de las pruebas y la determinación de los hechos y circunstancias que de
ellas deban deducirse para la imposición de la pena, son funciones que le corres-
ponden llenar a la justicia ordinaria.
Es necesario, por último, que los jurados tengan presentes que faltan a su misión
ante Dios y los hombres cuando subordinan los dictados de su conciencia a las con-
secuencias que el veredicto que deben pronunciar pueda tener en relación con el
procesado.
El cuestionario sometido a los jurados exigía el siguiente texto: “El acusado (aquí el
nombre) es responsable (aquí se determinará el hecho o hechos cuya ejecución se
le imputa al acusado, conforme al auto de enjuiciamiento, con especificación de la
fecha y lugar donde ocurrió y de las circunstancias que lo constituyen; pero sin dar-
le a ese hecho o hechos denominación jurídica).
Reclama la atención un instituto procesal que introdujo como una nueva modalidad
la Ley 115 de 1943, regulado en sus artículos 78 al 97A, éste último incluido por la
Ley 11 de 1963, cuya estructura contempla:
1. Cuando fuese demostrado que los jurados decidieron a la suerte sobre la cul-
pabilidad o inculpabilidad del procesado.
2. Cuando se pruebe que alguno, o algunos de los jurados que integraron la ma-
yoría fueron sobornados, o que sobre ellos se ejercieron influencias indebidas
para que decidieran el caso en determinado sentido.
“La Corte al estudiar el caso en sus distintos aspectos, considera, que la ab-
solución declarada por el Tribunal de Jurados es contraria a la evidencia de
los hechos, pero no deja de observar que en éste caso, al aplicar la disposi-
ción aludida, se viola el principio constitucional de la retroactividad que es
aplicable en derecho penal siempre que la ley favorezca al incriminado, co-
mo ocurre en éste caso en que el delito de que se le acusa fue cometido en
fecha muy anterior a la aprobación de la Ley 11 de 1963.”
2. El recurso debía presentarse dentro de los tres días siguientes a la fecha de ex-
pedición del veredicto.
3. Debía presentarse por escrito, con una relación de los hechos, debidamente se-
parados y enumerados, en los que funda el recurso. Estaba permitido al intere-
sado aducir las pruebas de esos hechos y debía presentarla junto con el escri-
to de interposición del recurso, si las tuviese en su poder.
Debía correrse traslado a la contraparte y a los jurados afectados, porque éstos eran
considerados como acusados. Ese traslado se daba por el término de tres días a ca-
da uno y en la contestación era permitido aducir las pruebas estimadas convenien-
tes.
Cuando fue rescindido el veredicto impugnado, quedaría sin efecto la sentencia o re-
solución dictada con motivo de dicho veredicto y debía señalarse fecha para la ce-
lebración de nueva audiencia, la cual debía llevarse a cabo con los mismos requisi-
tos y formalidades de la primera, pero no debía integrar el jurado quien hubiese ac-
tuado en esa capacidad en la primera audiencia.
Cuando el veredicto fue rescindido por notoriamente injusto, se podía exigir la res-
ponsabilidad criminal en que hubiesen incurrido los jurados cuya actuación hubiere
dado lugar a la rescisión, también a los particulares o empleados públicos partícipes
en el hecho motivo de la rescisión.
La rescisión del veredicto contemplada en la Ley 115 de 1943, fue declarada incons-
titucional por violatoria de la garantía del debido proceso consagrada en el artículo 32
de la Constitución Política de la República, por medio de sentencia del Pleno de la Cor-
te Suprema de Justicia, dictada el 30 de enero de 1970. En ese fallo los Honorables
Magistrados consideraron ese instituto procesal violatorio del principio de prohibición
del doble juzgamiento por un mismo delito.
En materia penal los Tribunales Superiores seguían con igual competencia a la se-
1. El cuerpo de jurados lo integran ocho personas, una de las cuales debe ejercer
las funciones de suplente y será sorteado después de las instrucciones finales
contempladas en el artículo 2358 ordinal 12 del texto legal citado.
4. Sólo está permitida la lectura de dos piezas por cada tomo, solicitada por las
partes.
5. Cada parte tiene derecho a una sola intervención hasta por un término de tres
horas.
6. Sólo es permitido una excusa en la fecha programada, la siguiente debe fijarse
con un abogado defensor de oficio sustituto o cuanto fuesen necesario para ga-
rantizar la celebración de la misma, lo cual no excluye la posibilidad de que el
defensor particular se reintegre a la audiencia. La nueva vista oral debe cele-
brarse en un término no menor de quince ni mayor de treinta días, con posterio-
ridad a la primera fecha, aunque deba variarse el calendario previamente ela-
borado.
7. Quedó eliminado los juicios con reos ausentes, es decir en rebeldía, una vez de-
clarada ésta condición, tanto el proceso como la prescripción de la acción penal
quedan suspendidos, para reactivarse una vez aprehendido el reo cuyo parade-
ro es desconocido.
10. Cuando fuesen varios imputados, el Ministerio Público puede disponer de una
hora adicional por cada imputado.
11.Es posible celebrar la audiencia sin la presencia del agente fiscal o el represen-
tante de la parte querellante o ambos.
12.El texto final de las instrucciones ha variado y el ordinal 12 del artículo 2358 di-
ce:
Es necesario, por último, que los jurados tengan presentes que faltan
a su misión ante Dios y los hombres, cuando subordinan los dictados
de su conciencia a las consecuencias que el veredicto que deben pro-
nunciar puede tener en relación con el procesado.
Sobre éste rubro plantea la doctrina que los jueces de conciencia, legos o de hecho
según las diferentes denominaciones, son miembros de la comunidad cuya desig-
nación no depende de corrientes políticas, criterios particulares, tráficos de influen-
cias, intervención de otros poderes del Estado, pues son miembros de la comunidad
que deben cumplir requisitos básicos en cuanto a la escolaridad, la edad, la nacio-
nalidad, que no tengan antecedentes penales, condiciones de salud favorable y que
no ejerzan funciones que podrían afectar ciertas actividades en los servicios públi-
cos, también excluye la participación de abogados.
Este aspecto consiste en que los juicios con intervención de jurados, ofrecen a los
imputados que sean juzgados por sus congéneres o iguales, es decir las personas
que conviven en la misma comunidad y conocen por experiencia los problemas so-
ciales, políticos, económicos que le afectan, la costumbre, usos, proyecciones reli-
giosas, entre otras, además sus pronunciamientos están inspirados en el sentido co-
Dentro de otro contexto, consideran que contemplan una mejor aplicación de los
principios de inmediación, publicidad, oralidad y contradicción, por cuanto permite a
estos estar en relación directa con las pruebas que deben practicarse en la audien-
cia, salvo los sistemas como el nuestro que tiene una tendencia inquisitiva porque
las pruebas son practicadas, con excepciones, durante la fase preparatoria o de ins-
trucción sumarial, a diferencia de aquéllos que siguen el sistema acusatorio por
cuanto las pruebas deben practicarse en el plenario durante el juicio como ocurre en
los países europeos (sistema continental europeo) y en el angloamericano (Estados
Unidos de Norteamérica, Inglaterra y otros).
La publicidad, por cuanto ofrece la oportunidad de que asistan a los mismos todas
las personas de la comunidad que lo deseen, de acuerdo con la capacidad de la Sa -
la donde deba desarrollarse la audiencia, salvo los juicios en que por consideracio-
nes de moral, orden público o de seguridad nacional en una sociedad democrática
o cuando lo exija el interés de la vida privada de las partes o por circunstancias es-
peciales pudiera perjudicar los intereses de la justicia, podría en estos casos excluir-
se la participación de la prensa y el público en parte o en su totalidad, tal como lo
permiten las Convenciones de los Derechos Humanos, en especial el artíículo 14 del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, ratificado por Panamá median-
te Ley 14 de 1976.
A. Debilidades
1. Para desempeñar el cargo de jurado, basta ser una persona nacional o extran-
jera con más de cinco años de residencia en el país, en ambos casos, mayor de
21 años y menor de 60, domiciliado en la sede del respectivo distrito judicial, de
reconocida honorabilidad, que no haya sido condenada por delitos dolosos y
que esté en pleno goce de sus derechos civiles y debe saber leer y escribir, por
tanto no es muy exigente con relación al grado de escolaridad, algunos consi-
deran que éste es un factor significativo en cuanto a la toma de decisiones, por-
que la falta de conocimientos podría afectar la capacidad de análisis y el crite-
rio que debe aplicar en la decisión de los conflictos.
Algunos advierten que tal situación dificulta la comprensión del asunto, porque
la mayoría de las personas no tienen el entrenamiento necesario para captar,
retener y asimilar una serie de aspectos que deben escuchar y no los repasan
en los documentos respectivos, cuando el Secretario del Tribunal o quien ejer-
ce esa función en la audiencia, lleva a cabo la lectura de piezas.
10. La decisión la toman por mayoría, esto significa que sólo exige un mínimo de
cuatro votos favorables a una postura para que impere ésta.
11. Con frecuencia los jurados cuestionan los procesos, porque a su juicio, tales in-
vestigaciones presentan una serie de omisiones y algunas veces contradiccio-
nes que inciden en la decisión final.
B. Fortalezas
1. Algunos consideran que debe utilizarse esa institución sólo para los delitos de
homicidio simple, excluyendo los agravados, por tanto debe facultarse a los Tri-
bunales respectivos para que hagan la calificación al momento de definir la fa-
se intermedia. Esta postura fue cuestionada durante la sesión promovida por la
Asamblea Legislativa a través de la comisión respectiva, celebrada en el Cole-
gio Nacional de Abogados con la participación de los diferentes grupos de abo-
gados, profesores universitarios, magistrados y legisladores, por tanto quedó
suspendida tal propuesta.
2. Otros sugieren que debe utilizarse la misma, sólo para delitos contra el honor y
la administración pública.
3. Hay quienes proponen la eliminación del sistema, lo cual involucra contrariar to-
do el comportamiento constitucional desde el inicio de la era republicana, por-
que las Constituciones de 1904, 1941, 1946 y 1972 lo contemplan, entonces se-
ría necesario una reforma al texto constitucional y contrariar la tradición demo-
crática, en épocas en que en algunos países europeos tienden a instituirlo.
4. También recomiendan que los fallos permitan por lo menos incidentes de nuli-
dad, incluyendo facultades oficiosas a los magistrados de la sala respectiva, pa-
ra decretar la nulidad de aquellos fallos que en forma evidente fuesen contrarios
a lo indicado por las piezas probatorias, aunque existen quienes consideran que
las nulidades sólo deben ser decretadas por la Sala Penal de la Corte Suprema
de Justicia, e incluso estiman esa solución violatoria de la garantía del debido
proceso, por cuanto representaría el doble juzgamiento por un mismo hecho, tal
como decidió el Pleno de la Corte Suprema de Justicia, en el año 1970, para de-
clarar inconstitucional la rescisión del veredicto.
7. De igual forma proponen que los juicios de homicidio doloso sean en derecho,
es decir ante los magistrados que integran la sala, tesis desestimada tal como
8. Lo ideal es que los Fiscales Superiores de cada distrito judicial instruyan las su-
marias desde sus inicios o al menos en los procesos que por su naturaleza re -
visten mayor gravedad y, en cuanto a los otros, un equipo de asesores o asis-
tentes con experiencia asuman la responsabilidad, para evitar que funcionarios
con poca experiencia manejen esos procesos, incurran en una serie de omisio-
nes o errores en cuanto a las tipificaciones delictivas, diligencias o pruebas que
deben practicar, entre otras. Sería conveniente que en cada provincia hubiese
un equipo técnico representativo de la Fiscalías Superiores para lo referente a
la instrucción de las sumarias con relación a los procesos que son competen-
tes.
El sistema español nos interesa, sobre todo, a partir del Decreto del 24 de septiem-
bre de 1810 de las Cortes de Cádiz que marca el fin del absolutismo ilustrado con la
implantación del principio de división de poderes, etapa que es común al derecho pú-
blico español y americano. En la etapa anterior, la organización administrativa se ca-
racterizó por instituciones de gobierno, consejos o audiencias, que compartían las
funciones judiciales o contenciosas y las gubernativas. A partir de 1810, se inicia el
lento camino hacia el Estado constitucional decimonónico.1
Esa etapa, que coincide con las gestas de la independencia americana, llega a su
final en 1845 cuando, mediante las leyes del 2 de abril y 6 de junio, España organi-
za la jurisdicción contencioso administrativa con clara influencia del modelo francés.
Esa justicia especializada española se mantiene hasta nuestros días, aunque como lo
ha señalado el profesor Eduardo García de Enterría, la Ley 29 de 13 de julio de 1998,
que regula esa jurisdicción, ha venido a marcar una nueva etapa en el Derecho Ad-
ministrativo de ese país, no sólo porque consolidó en forma definitiva la judicializa-
ción de esa jurisdicción, ya ejecutada por vez primera en la Ley de 27 de diciembre
de 1956, sino porque extendió el campo de aplicación de ella y creó los Juzgados
de lo contencioso administrativo. 2
1
Cfr. SANTOFIMIO GAMBOA, Jaime Orlando. Tratado de Derecho Administrativo , Tomo 1, Tercera Edición. Colombia:
Universidad Externado de Colombia, 2003, pp. 254-259.
2
GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo. “Introducción”. En: Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso Administrativa
de 1998. Madrid: Editorial Civitas, 1999, pp. 17-21.
Como bien anota el jurista colombiano Libardo Rodríguez, si bien es cierto que la
Constitución de 1886 revivió la institución después de más de cuarenta años de su
desaparición, erigiéndola en los artículos136 a 141 en el órgano supremo de lo con-
tencioso administrativo, “si la ley estableciera esta jurisdicción” la verdad es que el
siglo XIX en Colombia terminó sin que se creara esta jurisdicción y aunque la Ley
27 de 1904, le dio competencia al Consejo de Estado para pronunciarse sobre vali-
dez o nulidad de las ordenanzas de las asambleas departamentales “sin que real-
mente la jurisdicción contencioso administrativa se hubiese creado”,3 lo que se en-
fatizó porque en 1905 mediante el acto reformatorio 10, se derogaron las normas de
la Constitución de 1886 que preveían el Consejo de Estado. Sólo fue a partir de lo
previsto en el acto legislativo 3 de 1910 reformatorio de la Constitución que ordenó
en su artículo 42 que la ley estableciera la jurisdicción contencioso administrativa
que la misma fue creada mediante la Ley 130 de 1913. Casi inmediatamente des-
pués el acto reformatorio de la Constitución de 10 de septiembre de 1914 restable-
ció el Consejo de Estado como ‘‘supremo cuerpo consultivo del gobierno en asun-
tos de administración”, como “tribunal supremo de lo contencioso administrativo” con
la función adicional de preparar proyectos de leyes y códigos. Colombia tiene pues
esta jurisdicción especializada a partir de 1914. 4
De allí que difiero de lo sostenido por distinguidos estudiosos panameños de esta ju-
risdicción especializada, quienes sostienen, erróneamente, que si la separación de
Colombia hubiese demorado un año más, la Ley Colombiana 27 de 1904, habría re-
gido en Panamá y acaso se hubiese establecido un Tribunal Administrativo departa-
mental que con la separación se habría convertido en tribunal de lo contencioso ad-
ministrativo porque las leyes y códigos colombianos anteriores al 3 de noviembre de
1903 continuaron vigentes en Panamá, según lo previó la Constitución de 1904.5 Sin
embargo, esa ley de 1904 nunca habría tenido efectos prácticos en Panamá, por-
que las funciones de la Asamblea Departamental eran nulas, pues estábamos bajo
la “autoridad directa” del Gobierno central.
3
RODRÍGUEZ, Libardo. “Origen y Evolución de la Jurisdicción Contencioso Administrativa en Colombia”. En: Historia y
Perspectivas de la Jurisdicción Administrativa en Francia y en América Latina. Bogotá: Editorial Temis, 1999, p. 46.
4
SANTOFIMIO GAMBOA, Jaime Orlando. Op. cit., p. 305.
5
SANJUR, Olmedo. Análisis crítico de la Jurisdicción Contencioso Administrativa en Panamá. Colegio Nacional de Abogados,
La anterior situación de total sumisión al poder central que vivía Panamá especial-
mente, pero no únicamente en materias jurídica, judicial y política revelan que inclu-
so las leyes vigentes en el resto de Colombia muchas veces ni siquiera se aplicaban
en nuestro territorio. Vale la pena recordar que el artículo 49 de la Ley 83 de 20 de oc-
tubre de 1888, disponía textualmente que “Ninguna ley que se dicte por el Congre-
so de la República, ni decreto que se expida por el Gobierno Ejecutivo, tendrá apli-
cación en el Departamento de Panamá, a no ser que así se diga expresamente en la
ley o en el decreto dictados”. Parece difícil, pues, pensar que las mejores institucio-
nes jurídicas o judiciales colombianas de la época se aplicaran en Panamá, produc-
to de la marginación y del sometimiento a que estábamos sujetos bajo el régimen
constitucional de 1886 y su centralismo practicado a ultranza por las autoridades co-
lombianas.
6
ANGARITA, Manuel (concordador). “Dictamen del Consejo de Estado sobre la inteligencia de los artículos 76 atribución 4 y 201
de la Constitución en respuesta a nota del Ministro de Gobierno de 24 de septiembre de 1888”. En: Código Político y Municipal
de la República de Colombia, Bogotá: Imprenta de La Luz,1889, p. 348.
7
Los recursos Contencioso-administrativos de Nulidad y de Plena Jurisdicción en el Derecho Panameño. pp. 34-45.
En Panamá esta jurisdicción especial llegó a existir sólo a partir de 1943, en virtud
de la Ley 135 de ese año, que daba cumplimiento a lo previsto en los artículos 190,
191 y 192 de la Constitución de 1941, aunque existió un primer intento de crearla en
1920 en un proyecto de ley que no fue aprobado por la Asamblea Legislativa. Tanto
en la redacción de las normas constitucionales como en la legislación de 1943, el ju-
rista doctor José Dolores Moscote desempeñó un papel importante.
Se trataba de un caso en que estaba en juego el debido proceso que debió observar
el Director de la Oficina de Racionamiento de Gasolina y Llantas, quien multó a Ba-
rrelier por vender gasolina sin cupones, sin darle oportunidad alguna de defenderse
antes de la sanción; por lo que, estimó el Tribunal, bajo la ponencia del doctor Eduar-
do Chiari, que se habían infringido el artículo1709 del Código Administrativo y el de-
bido proceso contemplado en el artículo 29 constitucional. En esa sentencia, suscri-
ta además del ponente, por los Magistrados José Dolores Moscote y A. Tapia, el Tri-
bunal apuntaba que “lo que ha sucedido, en realidad, es que a Barrelier se le ha con-
denado, y luego se ha tratado de formular el expediente respectivo, tendiente a jus-
tificar la imposición de dicha condena. Por decirlo mejor, el expediente levantado en
la Oficina de Racionamiento de Gasolina y Llantas ...comenzó por el final y se partió
de allí, hacia lo que debió ser el comienzo. Se invirtió totalmente el orden de cosas.
8
La Jurisdicción Contencioso Administrativa en Panamá. Panamá, 1947, p. 246.
Si bien la Constitución de 1941, expedida bajo la administración del doctor Arnulfo Arias,
tiene el mérito de haber elevado la institución al rango constitucional y haber previs-
to su creación, la Constitución de 1946 en su artículo 252 señaló, como lo había he-
cho el Decreto 4 de 1945, expedido por la misma constituyente, que la acción de nu-
lidad podía ser ejercida por cualquier persona, tema que no regulaba la Constitución
de 1941, la cual había limitado a consagrar el recurso ejercitado por las personas
afectadas o interesadas en el acto administrativo.
Quedaron así trazadas las líneas generales que rigen ahora: justicia especializada;
en el artículo 13 de la Ley 33 se prevén los procesos de nulidad, de plena jurisdic-
ción, de apreciación de validez, de interpretación y de reparación directa (el de pro-
tección de los derechos humanos se agregaría en 1991); los requisitos de las de-
mandas y los vicios que generan la nulidad de los actos, los tramites procesales, la
suspensión del acto como medida cautelar, los efectos de la sentencia y otros.
La Ley 39 de 1954, derogó una parte del artículo 164 de la Ley 61 de 1946, que co-
lisionaba con la jurisdicción contencioso administrativa al atribuir competencia a los
Jueces de Circuito para conocer de incidentes, excepciones y tercerías en procesos
por cobro coactivo.
9
Op. cit., p. 59.
10
Cfr. ESCOBAR GIL, Gustavo. Teoría general de los contratos de la administración pública. Bogotá: Editorial Legis, 2003, pp.
48-53.
12
VEDEL, Georges y DELVOLVE, Pierre. Le systéme francais de protection des administrés contre l’Administration. París :
Editorial Sirey, 1991, pp. 60-124.
13
Cfr. WILLS, Garry (editor). The Federalist Papers. New York: Bantam Books, 1982, pp. 393-394.
14
El constitucionalista norteamericano Alexander Bickel afirmaba que por esas mismas razones el poder judicial era la rama «menos
peligrosa» del poder público. Cfr. The least dangerous branch: the Supreme Court at the bar of politics, Editorial Bobbs-
La anterior ha probado ser una tarea harto difícil. Hay que recordar que, como lo se-
ñalaba Hamilton en el Federalist número 78, el poder judicial ‘‘no tiene influencia ni
sobre la espada ni sobre la bolsa, ni dirección de la fuerza o de la riqueza de la so-
ciedad... En verdad, puede decirse que no tiene ni fuerza ni voluntad, sino solamen-
te juicio...’’;13 es, pues, la rama más débil del poder público.14 En adición, en la ma-
teria administrativa la justicia dispone de pocas medidas cautelares y se hace muy
difícil obtener la ejecución de las sentencias.
15
HOYOS, Arturo. “Introducción”. En: Justicia Contencioso Administrativa y derechos humanos. Panamá, 1991.
16
DE LAUBADERE, André, VENEZIA, Jean-Claude y GAUDEMET, Yves. Traité de Droit Administratif. Tome 1, Undécima edición.
París : Librairie Generale de Droit et de Jurisprudence, 1990, pp. 375-383. Estos autores incluyen los contenciosos de inter -
pretación y de apreciación de la legalidad dentro de una misma categoría y añaden un contencioso de la represión cuando el juez
reprime una infracción.
17
Cfr. CHINCHILLA, Carmen. La tutela cautelar en la nueva Justicia Administrativa, Primera edición. Madrid: Editorial
Civitas,1991; y las observaciones de José Ramón Parada en la “Introducción” a esta obra (p. 19).
CAMPO CABAL, Juan M. Medidas Cautelares en el Contencioso Administrativo , Bogota: Editorial Temis, 1989.
19
BATTISTA VERBARI, Giovani. Principi di Diritto Processuale Amministrativo , Milan: Editorial Giuffré, 1992, pp. 200-203.
20
GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo. La Constitución como norma y el Tribunal Constitucional. Tercera edición. Madrid: Editorial
Civitas, 1988, p. 95.
21
El principio general de la buena fe en el Derecho Administrativo . Segunda edición. Madrid: Editorial Civitas, 1989.
22
The judicial process in comparative perspective . Inglaterra: Oxford University Press, 1989, pp. 270-272.
Mediante auto de 12 de marzo de 1993, la Corte consideró, por primera vez en Pa-
namá, el tema de la tutela judicial de los intereses difusos y concluyó que éstos pue-
den plantearse dentro de un proceso contencioso administrativo de plena jurisdic-
ción, que hasta ahora ha estado reservado a la defensa de derechos subjetivos en
su acepción tradicional.
23
Op. cit., pág. 274.
CRESTI, Marco. Contributo allo studio della tutela degli interessi diffusi. Milán: Editorial Giuffré, 1992, 164 pp.
24
KENNEDY, Paul. Preparing for the Twenty-First Century. New York: Editorial Random House, 1993, pp. 95-121.
25
POUYAUD, Dominique. “Prefacio”. En : La nullité des contrats administratifs. París:Librairie Generale de Droit et de Jurisprudence,
Entre los intereses difusos destaca, además de los relacionados con la publicidad en-
gañosa y la colocación en el mercado de productos nocivos para la salud de todos
los consumidores, el tema de la protección del medio ambiente y de los recursos na-
turales. El historiador británico, Paul Kennedy, ha destacado en una obra publicada
en la pasada década que la población mundial se ha duplicado en los últimos 40
años, pero la actividad económica mundial se ha cuadruplicado en el mismo período.
Estos factores han creado una intensa explotación de las áreas selváticas y recursos
naturales en nuestros países, lo cual se ha acentuado con el avance del proceso de
industrialización reciente en países como Panamá. Todo esto tiende a aumentar el
daño ecológico. Desde los años 50, se ha estimado que el mundo ha perdido casi un
20% de tierras cultivables, el 20% de las selvas tropicales y decenas de miles de es-
pecies animales y vegetales.24 Las consecuencias de esta situación son de interés
para todos los miembros de la sociedad panameña no sólo por su impacto actual, si-
no por lo que pueden significar durante el nuevo siglo de vida independiente que ini-
ciamos ahora en 2003, para las generaciones venideras y su bienestar tanto por los
problemas de contaminación, cambios del clima, como por la futura disponibilidad de
los bienes y servicios que se extraen de esos recursos naturales.
26
Curso de Derecho Administrativo. Volumen I, Quinta Edición. Madrid: Editorial Civitas1989, p. 237.
26
Curso de Derecho Administrativo. Volumen I, Quinta Edición. Madrid: Editorial Civitas1989, p. 237.
27
La derogación de las leyes. Madrid: Editorial Civitas, 1990, pp. 260-268.
28
RUIZ, J. (traducción). ‘‘La Garantía Jurisdiccional de la Constitución (La Justicia Constitucional)’’. En: Escritos sobre la democ -
racia y el socialismo. Madrid: Editorial Debate, 1988, pp. 137-138.
29
Cfr. TREMEAU, Jérome. ‘‘La caducité des lois incompatibles avec la Constitution’’. En: Annuaire international de justice con-
stitutionnelle 1990. París y Aix-en-Provence : Editorial Económica-Presses Universitaires D’Aix-Marseille, 1992, pp. 219-316.
La Sala agregó que de esas diferencias se desprende que al ser derogada una ley o
un reglamento pueden ser aplicados, en razón de su ultraactividad (eficacia residual de
la norma que perdió vigencia para regular ciertos efectos de eventos que se produjeron
cuando estaba vigente la norma derogada), según lo previsto en los artículos 30, 31 y
32 del Código Civil. No ocurre así con una ley o reglamento que ha sido declarada in-
constitucional por la Corte Suprema de Justicia, pues la norma inconstitucional ‘‘es nu-
la y no puede ser aplicada por el juez, aunque estuviese vigente al momento al momen-
to en que se produjo el hecho cuyos efectos ahora se determinan’’.
En nuestro sistema jurídico la norma inconstitucional, bien sea una norma legal o re-
glamentaria, carece de ultraactividad por ser nula con efectos generales. Por esta
misma razón, Hans Kelsen sostenía que una norma derogada puede ser objeto del
control de constitucionalidad. Este autor señalaba que ‘‘parece evidente que el tribu-
nal constitucional no pueda juzgar más que normas que se encuentren en vigor en
el momento en que dicta su decisión. ¿Por qué anular una norma que ha dejado ya
de estar en vigor? Sin embargo, si se mira la cuestión más de cerca, se advierte que
puede haber lugar para aplicar el control de constitucionalidad a normas ya deroga-
das. En efecto, si una norma general... deroga otra norma general sin retroactividad
alguna, las autoridades deben continuar aplicando la norma derogada a todos los
hechos que se hubieren producido mientras ésta se encontraba todavía en vigor. Si
30
BOBBIO, Norberto y colaboradores. Crisis de la democracia. Barcelona: Editorial Ariel, 1985, p. 24.
31
‘‘La Liberté de la vie privée’’. En: Revue internationale de droit comparé. París, 1991, p. 547.
Debemos, pues, aclarar cuál es el sentido del artículo 311 de la Constitución, que
contiene lo que en el derecho comparado se llama la cláusula o disposición deroga-
toria. Esta norma dispone, como es usual en casi todas las constituciones, que ‘‘que-
dan derogadas todas las leyes y demás normas que sean contrarias a esta Consti-
tución’’. En general se estima que esta norma es aplicable a las leyes preconstitu-
cionales, pero hay quienes sostienen que éstas al ser incompatibles con una norma
constitucional posterior están afectadas por una inconstitucionalidad sobrevenida
(solución italiana),que han sido derogadas (solución alemana) o bien se ha adopta-
do una solución ecléctica,29 como en España en donde el Tribunal Constitucional ha
señalado, en sentencia de 2 de febrero de 1981, que cabe tanto la inaplicación por
derogación en el caso concreto por los tribunales ordinarios como la declaración de
inconstitucionalidad pronunciada por él mismo con efectos erga omnes. En Panamá
cabe, a mi juicio, la solución ecléctica española y así puede entenderse la jurispru-
dencia de la Corte Suprema que ha declarado inconstitucionales leyes preconstitu-
cionales; pero la Sala Tercera de la Corte Suprema reconoció, en la sentencia de 25
de marzo de 1992, que el artículo 534 del Código Fiscal (según el cual el arancel de
importaciones sólo puede ser modificado por ley) había sido derogado tácitamente
por el artículo 195 de la Constitución de 1983, que facultó al Consejo de Gabinete
para modificar el arancel de importación. En este caso, se pedía a la Sala Conten-
cioso Administrativa que declarara que era nulo un decreto de gabinete, por infringir
el artículo 534 del Código Fiscal, pero la Sala no accedió a la pretensión, por la ra-
zón anotada.
32
Panorama del Derecho Administrativo al comienzo de su tercera centuria. Buenos Aires: Editorial La Ley, 2002, p. 112.
La Sala señaló en dicha resolución, concordando con el profesor belga Francois Ri-
gaux,31 que el derecho a la intimidad tiene dos aspectos fundamentales: el primero
garantiza la libertad de efectuar, sin injerencia del Estado, el escogimiento entre op-
ciones existenciales que caigan en dominios sensibles de la esfera privada, y un se-
gundo aspecto, que protege el derecho al secreto de la vida privada.
Con razón ha afirmado el jurista español Tomás Ramón Fernández “hoy, como ayer
y como mañana, son dos las instituciones fundamentales del Derecho Administrati-
vo, el contencioso administrativo y la responsabilidad de la administración, porque
las grandes cuestiones a las que éste debe dar respuesta adecuada siguen siendo
las mismas: que la Administración actúe, pero que respete la ley; que obre, pero que
compense el perjuicio”.32
33
Justicia, democracia y estado de derecho, p. 55.
La Sala consideró que este acto administrativo violaba la independencia judicial. An-
te esta valiente jurisprudencia, la Asamblea Legislativa reformó su Reglamento Or-
gánico mediante el artículo 43 de la Ley 16 de 1998, para señalar que no eran recu-
rribles ante la jurisdicción contenciosa los actos del Pleno y de las Comisiones de la
Asamblea; pero esa norma fue declarada inconstitucional mediante sentencia de 6
de julio de 1998 del Pleno de la Corte, bajo la ponencia del Doctor Rogelio Fábrega
Zarak.
III. Reflexiones a Propósito del Centenario de la República:
Evaluación del Pasado y Riesgos y Esperanzas en el
Futuro de la Justicia Contencioso Administrativa
Nuestra República conmemora sus cien años y en esta ocasión parece pertinente
formular algunas consideraciones en cuanto a lo que ha representado esta justicia
especializada y los riesgos que enfrenta, aunado a las esperanzas que podemos fi-
jar en ella. En cuanto a su pasado se refiere, es evidente que a pesar de los altiba-
jos que ha sufrido a lo largo de varias décadas lo cierto es que la misma ha sido un
control de razonable eficacia ante las actuaciones administrativas que se han colo-
cado fuera de la legalidad. De hecho, también ha servido para atemperar la discre-
cionalidad administrativa, por lo que considero ha sido una pieza clave en nuestro
Estado de derecho.
34
DEL SAZ, Silvia. ‘‘Desarrollo y crisis del Derecho Administrativo. Su reserva constitucional’’. En: Nuevas perspectivas del
Derecho Administrativo. Tres estudios. Primera edición. Madrid: Editorial Civitas, 1992, pp. 139 y siguientes. (obra conjunta
con las también profesoras de Derecho Administrativo Carmen Chinchilla y Blanca Lozano, con un prólogo de Eduardo García de
Enterría).
35
Op. cit.
Creo que esta justicia, al estar radicada exclusivamente en la Corte Suprema, que
resuelve en única instancia, ha probado tener bastante celeridad en un contexto de
derecho comparado, ya que en otros países, tales como España y Colombia de los
que procede nuestra tradición jurídica, al tener la jurisdicción tribunales de apelación
y juzgados de primera instancia, los casos se demoran entre tres y cuatro veces más
que en Panamá. De allí que las pretensiones de los administrados pueden ser re-
sueltas en nuestro país con bastante rapidez y eficacia.
Hay que enfatizar que la Sala Tercera no se ha doblegado ante el peso de los nú-
meros, lo cual pudiera haber sucedido ante el crecimiento vertiginoso del volumen
de asuntos que se presentan ante la jurisdicción contencioso administrativa. Y es
que mientras en la década de los cuarenta el promedio anual de autos y sentencias
era de 76, en los cincuenta fue de 162, de 1968 a 1989 fue de 172 anuales a partir
de 1990 el número se colocó en más de 800 anuales. Ya en los tres últimos años
(2000-2002) ingresaron un promedio de 715 casos anuales, mientras que se deci-
dieron 670 procesos anuales como promedio, cerca de seis veces el número de
asuntos que se resolvían hace una década.
Al escribir sobre esta materia hace siete años en una obra que publicó la Corte Su-
prema,33 señalaba que se afirmaba, con insistencia, que en la última década del pa-
sado siglo podía apreciarse una huida del Derecho Administrativo y de su jurisdic-
ción ya que la Administración pública actúa con mayor frecuencia con arreglo al de-
recho privado en ámbitos que exceden del puramente comercial o industrial.34
37
“The future of the third wave”. En: The democratic invention. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 2000, p. 7.
38
“Sobre la teoría de la democracia”. En: La responsabilidad de vivir: Escritos sobre política, historia y conocimiento. Buenos
Aires: Editorial Paidos, 1995, p. 176.
39
“Liberty’s great advance”. Londres, edición de 26 de junio de 2003.
40
ZAKARIA, Fareed. The future of freedom. New York: Editorial Norton, 2003, 256 pp.
41
FERRAJOLI, Luigi. El Garantismo y la filosofía del derecho . Colombia: Universidad Externado de Colombia, 2001, p. 155.
Esa tendencia sólo se ha dado en forma muy moderada en nuestro país porque los
administrados adquirieron conciencia de sus derechos y acudieron al Ente Regula-
dor de los Servicios Públicos para exigir que las empresas privadas que prestan
ahora los servicios de energía eléctrica y telecomunicaciones se apegaran a la ley
y a los reglamentos en sus relaciones con los usuarios. Además, como la Sala Ter-
cera de la Corte ha demostrado hasta la saciedad que la Administración puede ser
vencida cuando el Ente Regulador no satisface sus pretensiones acuden a lo con-
tencioso administrativo. Lo mismo puede decirse de las empresas que prestan esos
servicios públicos, por lo que el nivel de procesos judiciales a que da origen la nue-
va realidad de la privatización en cierta medida ha acarreado un acercamiento al De-
recho Público y a la justicia administrativa.
Una justicia que controle la legalidad de las actuaciones administrativas es de gran im-
portancia en la consolidación de la democracia en nuestro país. Como bien lo ha se-
ñalado Samuel Huntington, cuya tesis sobre el conflicto de las civilizaciones es ya muy
famosa, las democracias liberales, que normalmente requieren de un desarrollo eco-
nómico sostenido, no solo se distinguen por tener elecciones libres para escoger a
sus gobernantes sino que también prevén restricciones al poder del Órgano Ejecu-
tivo, tribunales independientes para mantener el Estado de derecho, protección de
los derechos individuales y de las minorías, ausencia de censura y mínimo control
de los medios de comunicación social, y garantías efectivas contra los arrestos ar-
bitrarios y brutalidad policial.37 De allí que esta justicia especializada en controlar las
actuaciones administrativas juegue un papel de importancia en la consolidación de-
mocrática.
Me temo que la justificada lucha contra el terrorismo, sobre todo a partir de los terri-
bles atentados de septiembre de 2001, ha traído una erosión de ciertos derechos
fundamentales y si esta tendencia continúa, reforzada además por el combate con-
tra el narcotráfico y la imperiosa necesidad de controlar la corrupción, ciertos dere -
chos como el debido proceso y el derecho a la intimidad requerirán de una fuerte de-
fensa por la justicia contencioso administrativa para que exista proporcionalidad y
equilibrio entre las acciones de la Administración y la lucha contra esos tres males
de nuestra época.
Uno de los primeros problemas que se planteó el doctor Alfaro fue el de si debían
hacerse tres códigos distintos. El doctor Alfaro decidió mantener la tradición del Códi-
go de Cundinamarca, de un solo Código: el Judicial.
Por otra parte, corrigió el erróneo concepto de excepciones dilatorias –lo cual varios
autores extranjeros han celebrado–. Panamá es uno de los pocos países que ha te-
nido una concepción, llamémosla científica, respecto a lo que son las verdaderas ex-
cepciones dilatorias. Una cosa son las excepciones dilatorias y otras los impedimen-
tos procesales.
Un procesalista alemán, Oscar Van Bullow, escribió una célebre obra denominada
Los presupuestos procesales y las excepciones dilatorias y la teoría de él era que
las excepciones dilatorias son también de fondo. Por ejemplo, plazo no cumplido,
obligación sujeta a condición, etc., todas son de fondo, porque los otros impedimen-
tos no son excepciones. Las verdaderas excepciones son de fondo, tanto las peren-
torias, porque liquidan totalmente el proceso, como las dilatorias, porque lo dilatan,
pero por razones de derecho substancial. Por ejemplo, las excepciones de plazo no
cumplido, se dan cuando se acciona sobre la base de una condición o un plazo no
cumplido. Los demás eran falta de presupuesto procesales y que debía impugnarse
por una vía especial, a través de simples peticiones, incidentes o meros procedi-
mientos de saneamiento.
También consagró, y que fue uno de los pocos códigos hispanoamericanos que lo
han concebido, lo que es el proceso meramente declarativo, donde no se pretende
condena, sino una mera declaración de un derecho controvertido o susceptibles de
controversia, necesitaba de determinación judicial. Chiovenda en los años de 1905,
en una exposición muy famosa en un Congreso Internacional de Procesalistas, en
la Haya, exaltó la figura de los procesos meramente declarativos y presentó una po-
nencia.
Se eliminó también la tercería por la vía ordinaria. La tercería tenía que hacerse por
la vía ordinaria y el Código de 1917 la modificó mediante un procedimiento especial.
A. Estructuración
Carece de sistematización al igual que los códigos tradicionales.
D. Carácter privatista
Proceso “como negocio entre las partes”. Se desconocen los intereses de grupo, de
categoría, los intereses colectivos.
F. Lentitud en el proceso
El Juez no tiene el menor contacto con las partes ni con la prueba, ni la ha tenido
con las reformas posteriores.
H. Falta de concentración
I. Régimen cautelar
Numerosos problemas –sin solución adecuada– suscitados con ocasión de los se-
cuestros y la anotación de la demanda en el Registro Público; similar al consagrado
en los estatutos italianos medievales. Carente de sistematización. Falta de potestad
cautelar genérica.
J. Régimen de notificaciones
K. Pruebas
1. Contiene vallas en el establecimiento de los hechos:
L. Régimen de recursos
N. Ejecución
Tales como:
R. Régimen de terceros
A. Contenido
B. Antecedentes angloamericanos
Como hemos explicado, el Código ha seguido, a grandes rasgos, las directrices del
movimiento de reforma procesal latinoamericano. Sin embargo, se advierte la pre-
sencia de algunas figuras angloamericanas, derivadas especialmente del Federal
Rules of Civil Procedure.
Las instituciones angloamericanas adoptadas por el Código Judicial son las siguien-
tes:
En cuanto a la estructura del régimen procesal civil, se dividió así el proyecto en dos
partes: la primera, que se refiere a disposiciones aplicables a todos los procesos
(sujetos del proceso, objeta del proceso, actos procesales, incidencias, notificacio-
nes, resoluciones judiciales, medios de impugnación, medios excepcionales de ter-
minación del proceso, etc.).
Se revisaron las instituciones modernas y los resultados que habían dado en el ex-
tranjero. Por ejemplo, el proceso oral, que al principio había despertado tanto entu-
siasmo. El proceso oral como el juicio típico, que había idealizado Chiovenda, quien
lo recogió de Austria y que se adoptó en Italia en 1940, pero que no había operado
en la realidad; si en Italia, con su cultura jurídica milenaria, no había dado resulta-
dos, menos iba a dar en Panamá, en donde las condiciones eran, sin duda alguna,
inferiores. No se debía adoptar un proceso oral típico, sino limitarlo a aquellas cau-
sas de relaciones de familia, de suerte que sirva de transición para la adopción del
proceso oral en el país.
La sana crítica en la prueba, el principio de que las pruebas del negocio principal no ne-
cesitan ser llevadas al incidente; el reconocimiento de los medios técnicos de convic-
ción, la supresión de la medieval ‘absolución de posiciones y su reemplazo’, el interro-
gatorio libre y cruzado de parte de oficio (en reemplazo de la anacrónica absolución de
posiciones) o a solicitud de la contraria, la aceptación de los “hechos notorios” y de la
“notoriedad judicial”, el careo de testigos.
Tómese el caso de la eliminación del papel sellado, con que se inició la enumera-
ción de algunas de las innovaciones. A pesar de que es un principio reconocida por
la ciencia política que la administración de justicia es un fin esencial del Estado, el
proceso entrañaba gastos considerables, que contradicen el principio enunciado y lo
reducen a una mera utopía. Lo primero que debía aspirar cualquier movimiento re-
formista es la eliminación de la intervención del Fisco en el proceso; y así se deci-
dió la supresión del papel sellado.
El nuevo código responde a las modernas concepciones del Estado (la política pro-
cesal no es más que una manifestación de la política del Estado). Que el proceso
refleje como un espejo, la verdad material, la verdad real; (y no sea, como dice
Baumbach, “una esfinge impasible”). La aproximación del proceso civil al proceso
penal y al de trabajo; que exista una igualdad real entre las partes y no una igual-
dad meramente formal; que el más débil pueda vencer sin extraordinarios sacrifi-
cios en sus derechos al más poderoso o al más astuto; que el proceso sea breve,
porque un proceso demorado no sólo entraña denegación de justicia, sino que obs-
taculiza la circulación de los bienes y de la riqueza. Eliminar la opresión de las for-
mas –lo que, si bien mejoró la situación anterior– no es la perseguida. Consagrar
la economía procesal de modo que, cuando exista una relación jurídica plurilateral,
la sentencia decida todas las pretensiones y no sea necesario una serie sucesiva
e ininterminable de juicios. Que el proceso sea un método para obtener una sen-
tencia justa; que sea una fuente de estabilidad social, una fuente de tranquilidad so-
cial y no una fuente de perturbación; y en fin, que sea un medio por el cual el Es-
tado cumpla, real y efectivamente, con la obligación pública –y que constituye, se-
gún la ciencia política, uno de los fines del Estado– de acordar protección jurídica.
C. Últimas reformas
Con posterioridad a la promulgación del nuevo Código Judicial de 1985, se han ido
expidiendo una serie de leyes y acuerdos de la Corte Suprema en materia procesal
civil. Entre ellas cabe destacar las siguientes:
D. Ley 23 de 2003
Esta ley ha introducido importantes reformas al Código Judicial dentro de las cuales
cabe destacar las siguientes:
4. La sociedad está dividida en grupos, clases e intereses con las escalas de valo-
res variables más o menos permanentes, que corresponden a necesidades de
El costo del proceso le impide a la gente común una adecuada defensa. El po-
bre –ha escrito Allorio– tiene la sensación de que la justicia está en contra de él.
10. La ley, en general, ha sido más benévola con los delitos de “cuello blanco” que
con los delitos comunes de los grupos económicamente poderosos.
11. El carácter tradicionalmente conservador del juzgador tiene una marcada ten-
dencia a temer toda acción transformadora. El derecho es aplicado por funcio-
narios que, por razón de su posición económico social o de su formación profe-
sional, son reacios a los cambios y se convierten en una barrera, a veces infran-
queable, en la actualización y vitalización de las normas jurídicas.
14. Las normas jurídicas –que los jueces cristalizan en situaciones concretas–
generan “restricciones” o “constreñimientos” en la conducta de las personas,
produciendo así un sentido de desagrado y de resentimiento en los grupos afec-
tados.
Introducción
Dentro de la serie de conferencias organizadas por la Honorable Corte Suprema de
Justicia, con motivo del Centenario de la República, nos corresponde presentar el
tema Evolución del Derecho Laboral Panameño durante la Época Republicana.
Este tema lo desarrollaremos con una referencia a los principales cambios legislati-
vos y constitucionales en materia laboral, sin una profundización y detalle de los mis-
mos, dado que hay meritorios trabajos de investigación al respecto. Resaltaremos
los puntos principales de esa evolución y nos detendremos en el análisis de impor-
tantes tendencias jurisprudenciales, por la trascendencia que han representado.
1
Cfr. RICORD, Humberto. “Historia del derecho del trabajo en Panamá”. En: Treinta años de vigencia del Código de Trabajo.
Panamá: Academia Panameña de Derecho del Trabajo, 2002, p. 2.
Como no existía una base constitucional precisa para adoptar leyes de protección al
trabajador, parecía difícil el inicio de una legislación laboral. Así fue al principio de la
vigencia de la Constitución de 1904.
Ricord cita el Acuerdo 23 de 1910, dictado por la Corte Suprema de Justicia, que,
sobre la base de la norma constitucional antes comentada, consideró inconstitucio-
nal un proyecto de ley tendiente a regular el descanso semanal obligatorio. Así dijo
la Corte:
2
Ibidem , pp. 2 y 3.
Con esta ley, adoptada durante la administración del doctor Belisario Porras, se ini-
cia la legislación laboral en Panamá, pese al criterio sustentado cuatro años antes por
la Corte Suprema de Justicia.
Los grupos obreros habían estado planteando la lucha por la jornada máxima de
ocho horas. Con esta ley se concreta esa realidad, al establecer dicho máximo pa-
ra los obreros, empleados de comercio, empleados públicos nacionales y municipa-
les y “en general en toda obra que se emprenda en territorio de la República”, ya se
trate de horas diurnas o nocturnas (artículos 1 y 2). Como puede notarse, se trata
del establecimiento prácticamente general de la jornada máxima de trabajo, tanto en
el sector público como en el privado.
Panamá fue uno de los primeros países que en el mundo adoptó legalmente, con
carácter general, la jornada máxima de ocho horas. Mario De La Cueva atribuye a
la ley uruguaya de 13 de febrero de 1915, el mérito de haber sido la primera en ge-
neralizarla por imposición legal. Puede observarse que la Ley 6 es casi cuatro me-
ses anterior a la ley uruguaya.
Además de la jornada máxima de ocho horas, la Ley 6 de 1914 introdujo los siguien-
tes dispositivos:
3
Contrasta con este fallo, el criterio seguido ese mismo año por la Ley 24 de 1910, que limitó la libertad de trabajo de los obreros
contratados para la construcción del Canal y estableció para ellos una suerte de “arraigo temporal” en el territorio nacional.
8. Prescribió que los establecimientos que podían abrir después de las nueve de
la noche, debían utilizar adultos del sexo masculino; y prohibió el trabajo de los
menores de catorce años, en obras recias, cantinas y comercios, así como el de
menores de dieciocho años en expendios de bebidas alcohólicas (artículo 14).
Esta ley regula el régimen de los accidentes de trabajo, con las indemnizaciones co-
rrespondientes y el procedimiento para reclamarlas.
Debe resaltarse la forma temprana en que este tema se aborda en la legislación la-
boral panameña, si se tiene en cuenta que la ley francesa sobre accidentes de traba-
jo, que tanta influencia ejerció en su momento, es del año 1898. Sin duda, los acci-
dentes ocurridos a lo largo de la construcción del canal, terminado en 1914, pusie-
ron en evidencia la necesidad de una legislación de esta naturaleza, así como las
ideas sembradas en nuestro país por numerosos núcleos de trabajadores extranjeros.
Es interesante el sentido, contrapuesto a la visión actual, del artículo 1336 del Códi-
go Civil, conforme al cual, se presumía cierto lo que alegase el patrono sobre el
monto del salario del sirviente doméstico y sobre su pago en el último año.
Es obvio que la anterior era una norma claramente contraria a la libertad de trabajo,
que tanto había exaltado la Corte Suprema de Justicia en el comentado fallo de
1910.
El Código Administrativo incorporó normas de la Ley 6 de 1914, entre ellas las rela-
tivas a la jornada de ocho horas (artículos 1038, ordinal 3, 1079 y 1080); la no obli-
gación de trabajar los domingos (artículos 1039 y 1085); la remuneración adicional
por el trabajo dominical (artículo 1091) y el día compensatorio por el trabajo en ese
día (artículo 1090); la no obligatoriedad del trabajo extraordinario (artículo 1079).
Con esto, el Código Administrativo retoma el sentido tutelar de un grupo de normas
laborales, aunque las mismas contrastan con la filosofía de otro grupo de sus nor-
mas.
Las Ley 15 de 1919 y la Ley 17 de 1927 modificaron el artículo 1088 del Código Ad-
ministrativo, tomado de la Ley 6 de 1914; y procedieron a eliminar el cierre obligato-
rio del comercio a las nueve de la noche, siempre que los dueños atendieran perso-
nalmente el negocio, que el servicio lo prestase un nuevo turno de empleador o que
voluntariamente los mismos empleados aceptasen el turno extra, mediante remune-
ración adicional.
4
Ibidem , p. 6.
5
Cfr. RICORD, Humberto. Op. cit., pp. 6-7.
6
Ibidem , p. 7.
F. Ley 16 de 1923
Creó la primera oficina de trabajo y estableció el recargo de 25% para las horas ex-
traordinarias.
1. Reconocía una licencia de ocho semanas anteriores al parto y también ocho se-
manas posteriores al mismo (artículo 1), que, en cuanto al período anterior al
parto supera las seis semanas que actualmente reconoce la ley.
2. La remuneración de las dieciséis semanas de descanso era equivalente a la mi-
tad del salario (artículo 3).
Esta ley, cuyos efectos se prolongaron aun después de promulgado nuestro primer
Código de Trabajo, reguló el derecho a vacaciones y a una pensión vitalicia o a una
indemnización por antigüedad.
7
Esta última indemnización se asemeja a la prima de antigüedad del actual Código de Trabajo (artículo 224), que sólo asciende,
a diferencia, a una semana por cada año de servicios.
I. Ley 47 de 1932
Esta ley, de claro corte intervencionista, decretó el cierre obligatorio del comercio a
las seis de la tarde, en las ciudades de más de 15,000 habitantes, salvo las excep-
ciones legales, si se trabajaba con un nuevo equipo de trabajadores.
II. Evolución del Derecho Laboral desde 1941 hasta
el Inicio de la Vigencia de la Constitución de 1946
A. La Constitución de 1941
En el artículo 43, reiteró la libertad de trabajo, pero con la posibilidad de que la ley
pudiese exigir títulos de idoneidad, reglamentar las profesiones y realizar inspeccio-
nes por razones de moralidad, seguridad y salubridad públicas.
8
Nótese que la norma hace referencia a una protección especial, a la que también alude la Constitución de 1972, expresión (la de
especial) desatinadamente eliminada del artículo 1º del Código de Trabajo, por la reforma introducida por la Ley 44 de 1995.
2. El trabajo estará bajo la protección especial del Estado. Con este dispositivo, se
incorpora el principio protector. 8
3. En este mismo artículo 19, impone, salvo las excepciones que estableciera el
Ejecutivo, un límite de tres horas extraordinarias por día.
C. Ley 23 de 1941
Con esta ley se crea la Caja de Seguro Social, que ha representado una enorme
franja de protección para la clase trabajadora.
D. Decreto Legislativo 1 de 1945, de la Asamblea Constituyente
E. Decreto 31 de 1945
Con este decreto se organiza el Ministerio de Trabajo, Previsión Social y Salud Pú-
blica.
A. Constitución de 1946
Con la Constitución de 1946, se dedica todo un Capítulo, el III, del Título Tercero, al
trabajo. Este Capítulo tenía catorce artículos (del 63 al 76), cuyas garantías de pro-
tección pueden resumirse así:
10. Prohibición del trabajo a los menores de catorce años y el nocturno a los meno-
res de dieciséis, salvo excepciones legales; prohibición del trabajo de menores
de doce años como domésticos; y prohibición del trabajo de menores y mujeres
en ocupaciones insalubres (artículo 69).
14. Obligación del Estado de regular la inmigración y de proteger el empleo de los na-
cionales (artículo 72).
9
RICORD, Humberto. Op. cit., p. 14.
10
RICORD, Humberto. “El Código de 1972: Cambio radical en la legislación laboral panameña”. En: Treinta años de vigencia del
Código de Trabajo. Panamá: Academia Panameña de Derecho del Trabajo, 2002, p. 30.
18. Obligación del Estado de regular las relaciones entre el capital y el trabajo, so-
bre una base de justicia social (artículo 76).
Ricord indica que nuestro primer Código “se desentendió por completo de las leyes
que se habían promulgado antes con relación al trabajo”.9 En frases críticas a esta
legislación, Ricord también señala que “en la elaboración del Código predominaron
ostensiblemente los intereses patronales, inclusive representados mayoritariamente
en la Comisión redactora del nuevo instrumento”. 10
En realidad, debe reconocerse a este Código el mérito de representar la primera co-
dificación laboral, pero no se pueden descartar sus omisiones y deficiencias, agra-
vados en muchos casos por la jurisprudencia.
Entre los rasgos destacables de esta codificación, pueden señalarse los siguientes:
Entre las deficiencias y omisiones del primer Código de Trabajo, acentuadas por la
jurisprudencia, pueden mencionarse las siguientes:
20. Fortalece la protección del derecho de huelga, aunque con una regulación deta-
llada, producto de la anterior interpretación restrictiva y, en parte, excluyente, de
11
Los números de cada artículo corresponden a la numeración actual de la Constitución, luego de la reforma de 1983.
24. Crea nuevos tribunales en la justicia de trabajo, entre ellos, un segundo Tribu-
nal Superior de Trabajo y una Corte de Casación Laboral, ambos con fecha pre -
cisa de instalación. Sin embargo, al primero sólo se le incluyó en el presupues-
to años más tarde, mientras que a la Corte nunca se le consideró presupuesta -
riamente.
V. La Constitución de 1972
Otros artículos, vistos extensivamente, podrían estimarse más comprensivos del tra-
bajo en general. Así, el artículo 73, sobre la jurisdicción especial de trabajo, que de-
be conocer de todas “las controversias que originen las relaciones entre el capital y
el trabajo”; el artículo 74, que obliga a la ley a regular “las relaciones entre el capital
y el trabajo, colocándolas sobre una base de justicia social y fijando una especial
protección estatal en beneficio de los trabajadores”: y el artículo 75, que indica que
los derechos y garantías establecidos en el Capítulo III constituyen un mínimo de ga-
rantías a favor de los trabajadores.
Aunque está fuera del Capítulo sobre el Trabajo, el artículo 40 de la Constitución es-
tablece las posibilidades de sindicación y cotización obligatorias, artículo que fue ig-
norado por el fallo de 19 de febrero de 1993, del Pleno de la Corte Suprema de Jus-
ticia, que declaró inconstitucional la parte del artículo 373 del Código, referente a la
cuota sindical por mayoría.
Pueden precisarse los siguientes cambios en el Capítulo III, del Título III, respecto
de la Constitución de 1946:
1. Eliminación del derecho de paro.
2. Aumento a catorce años de la edad mínima para el trabajo doméstico.
3. Posibilidad programática de la remuneración del descanso semanal.
4. Posibilidad programática de la obligatoriedad de la participación en las utilida-
des.
5. Aumento del fuero de maternidad a un año después de la reincorporación de la tra-
bajadora.
12
En realidad la Ley 8 de 1981 atemperó, desde la perspectiva de los trabajadores, los efectos de la Ley 95 de 1976. Esta última
había tenido normas transitorias y normas permanentes. En todo caso, la Ley 8 de 1981 marca, también, una dinámica flexibili-
Esta ley introdujo reformas regresivas al Código de Trabajo, que afectaron precisa-
mente parte de las principales áreas que caracterizaron la diferenciación del mismo
respecto de la legislación anterior. Contenía normas provisionales y normas perma-
nentes. En este sentido, con una fórmula ambigua e imprecisa, eliminó el régimen de
estabilidad en el empleo, al trasladar al empleador la opción entre reintegro e indem-
nización; introdujo el silencio administrativo positivo, a favor del empleador, en las au-
torizaciones de despido por causas económicas; limitó la obligatoriedad de celebrar
la convención colectiva de trabajo, al establecer que la empresa no estaba obligada
a negociar, si se afectaba su rentabilidad económica, si se trataba de empresas con
menos de dos años o, también dentro de un período de dos años, si eran empresas
de mayor antigüedad, pero a la fecha de vigencia de la ley no había celebrado con-
vención colectiva; restringió el contenido obligatorio de esta última e introdujo cláusu-
las no negociables (en interés del empleador); introdujo la revisión de la convención
colectiva por graves perturbaciones económicas; limitó los supuestos de legalidad de
la huelga; estableció la posibilidad de rechazo de los pliegos de peticiones dirigidos
a la modificación de una convención colectiva vigente; estableció el arbitraje obliga-
toriamente impuesto por el Estado, a plena discreción de la autoridad administrativa
de trabajo, en los casos de servicios públicos y cuando existieran graves crisis eco-
nómicas nacionales o regionales; amplió las posibilidades de arbitraje (incluido el
obligatorio) de los conflictos económicos a los de carácter jurídico; redujo el plazo de
prescripción de las horas extraordinarias a cinco años para los trabajadores en gene-
ral y a tres meses para los de confianza, en ambos casos, contados desde que se
causó el derecho.
Un aspecto importante de esta ley fue que durante un plazo de dos años práctica-
mente prohibió la celebración de convenciones colectivas, al tiempo que prorrogaba
por dos años más la vigencia de las convenciones colectivas ya vencidas, así como
aquellas que vencieran en los años 1977 y 1978.
2. La Ley 8 de 1981
En su momento, la Ley 95 de 1976, fue explicada a los trabajadores como una ley
cuyos efectos se limitarían en el tiempo, aunque formalmente su duración era inde-
finida. En 1980, el Gobierno Nacional propició un entendimiento entre los sectores
sindicales y empresariales, que condujo a la Ley 22 de 1980, que suspendió tempo-
ralmente la opción entre reintegro e indemnización, que la Ley 95 de 1976, había
otorgado al empleador. Creó esta ley una Comisión Tripartita para discutir los temas
envueltos en la reforma laboral de 1976, con la intención de que los acuerdos se
plasmasen posteriormente en una ley.
Al no lograrse un acuerdo en el seno de la Comisión Tripartita y vencido el plazo de sus-
pensión, se aprueba la Ley 3 de 25 de febrero de 1981, que suspende los efectos de
la Ley 95 de 1976.
Abordó diferentes áreas en sus profundas reformas, entre las que pueden mencio-
narse:
b. Régimen especial adicional para los trabajadores del campo, en cuanto a recargo
único de 25% por las horas extraordinarias; recargo de 50%, sin día compensato-
rio, por el trabajo en día de fiesta o duelo nacional; inaplicabilidad del concepto de
trabajo por tiempo indefinido, al trabajo en dos o más temporadas; y obligatorie-
dad del trabajo extraordinario.
La adopción de esta ley derivó, una vez más, de las presiones de las instituciones
financieras de crédito y de la orientación neoliberal del Gobierno de ese entonces.
a. El Gobierno Nacional anticipó las áreas respecto de las cuales, con o sin con-
senso, se iba a hacer la reforma, con indicación de su orientación específica.
Esto colocó a los sectores en una situación en la que podían calcular qué les
era más beneficioso: la concertación o la decisión gubernamental.
En este sentido, hay tres grupos de normas en la reforma, que analizamos por se-
parado.
a. Reformas que disminuyen la protección
c. Normas neutras
En este punto, incluimos la mención de aquellas normas a las cuales, a nuestro jui-
cio, no puede atribuirse un sentido de favor hacia los trabajadores o hacia los em-
pleadores.
3. Ley 10 de 8 de enero de 1974, por medio de la cual se dictan normas para pro -
teger a los artistas y trabajadores de la música nacional.
5. Ley 8 de 1975, por la cual se regula el régimen laboral de los servidores públi-
cos al servicio del IRHE e INTEL.
14. Ley 16 de 4 de junio de 1982, por medio de la cual se toman medidas sobre sa-
larios en las empresas constructoras.
15. Ley 25 de 1992, reformada por el Decreto Ley 3 de 1997, sobre empresas en
las Zonas procesadoras para la exportación.
16. Decreto Ley 4 de 1997, sobre formación profesional dual.
Con anterioridad, las controversias laborales eran del conocimiento de los tribuna-
les comunes en algunos casos y en los restantes de las autoridades administrativas.
13
Sin embargo, está vigente el artículo 44 del Decreto de Gabinete 249 de 16 de julio de 1970 (Ley Orgánica del ahora denomina-
do Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral), conforme al cual la judicatura del trabajo debe mantener estrecha coordinación con
En el año 1945, se instala una Asamblea Constituyente, la cual mediante Decreto Le-
gislativo crea el Ministerio de Trabajo, Previsión Social y Salud Pública. El Decreto 31
de 1945 estableció su organización. Al hacerse la división en varios departamentos,
uno de ellos es el de Trabajo, a cargo de un Director General de Trabajo. Se crean en
el Departamento las Secciones de Supervigilancia y Arbitraje, Inspección y Estadísti-
ca y una Oficina de Colocaciones o Bolsa de Trabajo. Se asumen por este Departa-
mento las funciones de la anterior Sección Obrera de la Oficina General del Trabajo
del Ministerio de Agricultura y Comercio; e, igualmente, se integra al mismo la Sección
de Trabajo y Justicia Social del Ministerio de Gobierno y Justicia.
14
La jurisprudencia que comentamos en este período ha sido tomada en su mayor parte de: Código de Trabajo de la República
de Panamá y leyes que lo reforman . Panamá: Editorial Jurídica Panameña, S.A., 1964 (obra anotada, concordada y publicada
por Jorge Fábrega P.).
15
En cierto sentido, la Corte Suprema de Justicia no siguió el mismo criterio cuando la Ley 1 de 1986, excluyó de la protección la -
D. A partir de 1972
En todo caso, no hay duda de que en Panamá la justicia del trabajo tiene carácter
especial y los tribunales ordinarios carecen de competencia para conocer de las
controversias laborales. Sin embargo, en violación de la Constitución, como vere-
mos, se ha mantenido un sistema de provisionalidad respecto de la competencia pa-
ra el recurso de casación laboral, que impide que la especialidad apuntada resulte
completa.
Para estos efectos, separaremos el estudio conforme a los períodos de vigencia de am-
bos Códigos.
La Corte consideró, atinadamente, que todos los obreros tenían garantizada consti-
tucionalmente la protección en cuanto al derecho de sindicalización, vacaciones re -
munerada, indemnización por despido injusto, etc., de modo que la norma en cues-
tión resultaba visiblemente en contradicción con el Capítulo III, del Título III, de la
Constitución de 1946.
Cabe observar que en los últimos años la Corte ha restringido la invocación del ar-
tículo equivalente de la actual Constitución.
La Corte consideró que la presunción a favor del trabajador, generada por la inexis-
tencia del contrato escrito, que establecía el artículo 19 del primer Código de Traba-
jo, no implicaba un privilegio a favor de los trabajadores. En ese sentido, la Corte ex-
presó que esa presunción le permite al trabajador presentarse en un plano de igual-
Es claro el entendimiento que tuvo la Corte del principio protector y de la figura del
contratante jurídicamente protegido.
Esta es una de las más valiosas doctrinas sentadas por el Tribunal Superior de Tra-
bajo, como una vía de asegurar el derecho de defensa del trabajador.
La jurisprudencia del Tribunal Superior de Trabajo, en ocasiones señaló la contestación
de la demanda como el momento tope para invocar la justa causa de despido, pero
también hubo pronunciamientos, como el que comentamos, dirigidos a exigir la invoca-
ción en el momento del despido.
El artículo 215 del Código de Trabajo, al mismo tiempo que exige la notificación es-
crita del despido, impone que en dicha notificación se hagan constar los hechos en
que el mismo se fundamenta.
En estos fallos, al igual que otros, la Corte sostuvo una doctrina que debilitó mucho
la protección del fuero de maternidad, por cuanto para invalidar el despido exigía
que el empleador conociese el hecho del embarazo. De esta manera, se trasladaba
la carga de la prueba a la trabajadora, lo cual, en los frecuentes casos de mala fe,
resultaba muy difícil. Expresamente la Corte sostuvo que desde el momento en que
el empleador conocía el hecho del embarazo, se producía la exigencia de autoriza-
ción administrativa para proceder con el despido.
Los trabajadores excluidos eran los gerentes, administradores, apoderados y los que
laboraban sin fiscalización superior inmediata; los trabajadores en puestos de vigi-
lancia o de confianza; los remunerados a comisión y empleados similares, que labo-
raban fuera del establecimiento; los que desempeñaban funciones discontinuas o
que requerían de su sola presencia: los ocupados en labores agrícolas, ganaderas
y similares.
Doctrina: Las vacaciones son un derecho adquirido, que no se puede perder por ra -
zón de la causa de terminación y que se genera proporcionalmente, sin que sea ne-
cesario laborar completo el período de once meses de servicios.
La Corte declaró inconstitucional la frase “por justa causa” del ordinal 5, artículo 170,
del primer Código de Trabajo, conforme a la cual las vacaciones proporcionales só-
lo se reconocían si el trabajador abandonaba el trabajo por justa causa.
Igualmente, declaró inconstitucional la frase del mismo ordinal “siempre que no fue-
ren menos de seis”.
La Corte consideró que tales restricciones iban en contra del artículo 69 de la Cons-
titución, que reconocía el derecho a vacaciones remuneradas.
16
Cfr. Organización Internacional del Trabajo. La libertad sindical . Cuarta edición revisada. Ginebra, 1996, pp. 111-134.
La Corte señaló que el fuero sindical que reconocía el artículo 307 del Código de
Trabajo protegía no a las personas, sino al propio sindicato. No se trataba, enton-
ces, de un fuero o privilegio personal, contrario al artículo 21 de la Constitución de
1946.
Coincidimos plenamente con el anterior criterio, pues el fuero protege intereses co-
lectivos y no personales, que encuentran fundamento claro en el reconocimiento
constitucional de la libertad sindical.
Doctrina: La mora del Órgano Ejecutivo en decidir sobre la inscripción del sindica-
to, no afecta la protección del fuero sindical.
Este precedente es de una enorme trascendencia, porque evita actos maliciosos del
Órgano Ejecutivo, en connivencia con determinados empresarios, dirigidos a la eje-
cución de prácticas antisindicales.
17
FÁBREGA P., Jorge, “El trabajo en la Constitución”. En: FÁBREGA P., Jorge (compilador). Estudios de derecho constitucional
panameño . Panamá: Editora Jurídica Panameña, 1987, pp. 532-533.
Debe recordarse que la Constitución de 1941 prohibió las huelgas por solidaridad,
en tanto que la de 1946 guardó silencio al respecto. En atención al precedente co-
mentado, el Código de Trabajo de 1972 permite la huelga por solidaridad, pero de
manera muy limitada, en los artículos 483 y 484.
Doctrina: La ley puede limitar pero no prohibir la huelga en los servicios públicos.
a. En los servicios esenciales, que son aquellos cuya interrupción podría poner en
peligro la vida, la seguridad o la salud de las personas, en toda o parte de la po-
blación.
b. Para los trabajadores de la función pública que actúen como órganos del poder
público.
Doctrina: No es válida la cláusula mediante las cuales los trabajadores o los em-
pleadores renuncien de manera temporal, al ejercicio del derecho de huelga o del
derecho de paro, respectivamente.
Con esta sentencia, la Corte declaró inconstitucional la frase del artículo 336 del pri-
mer Código de Trabajo, de excepción a la irrenunciabilidad del derecho de huelga y
del derecho de paro, frase que establecía “pero será válida la cláusula en virtud de
la cual se comprometan a no ejercerlos temporalmente, mientras una de las partes
no deje de cumplir los términos del convenio suscrito entre el patrono de que se tra-
te y el sesenta por ciento de sus trabajadores”.
18
Cfr. MORENO PUJOL, José y MIZRACHI LALO, Rina, Constitución Política de 1972. Panamá: Editorial Mizrachi & Pujol, S. A., 2002,
p. 190.
19
Ibidem , pp. 193-194.
En atención a este fallo de la Corte, el artículo 483 del Código de Trabajo de 1972
prescribe la irrenunciabilidad del derecho de huelga y la nulidad de cualquier cláu-
sula que implique renuncia o limitación del derecho de huelga. Del mismo modo, pa-
ra evitar una renuncia anticipada al derecho de huelga, el artículo 452 del Código de
Trabajo sólo admite la validez del compromiso para el arbitraje, en los conflictos co-
lectivos, si el mismo se suscribe antes o durante la huelga; es decir, como opción al
ejercicio del derecho de huelga o para ponerle fin a la misma.
Doctrina: La ley no puede limitar los derechos políticos de los jueces, magistrados
e inspectores de trabajo, después de haber cesado en sus cargos.
El artículo 354 del primer Código de Trabajo impedía a los jueces, magistrados e ins-
pectores de trabajo, que pudieran ser elegidos para un cargo de elección popular,
dentro de los dos años siguientes al cese de sus funciones. La Corte consideró,
acertadamente, que esta prohibición era contraria al artículo 21 de la Constitución
de 1946, relativo a la igualdad ante la ley.
21
Ibidem , pp. 199-200.
La Corte declaró contrario a la Constitución de 1946 el artículo 561 del primer Códi-
go de Trabajo, que impedía ser oído en ningún juicio ante la jurisdicción de trabajo,
a la persona que tuviere pendiente el pago de costas procesales en algún tribunal
de trabajo.
El artículo 643 del Código de Trabajo daba derecho a los trabajadores que hubiesen
laborando antes de su vigencia a reclamar la pensión o la indemnización que esta -
blecía la Ley 8 de 1931, salvo que no hubiese aceptado con anterioridad arreglo pri-
vado.
En esta sentencia la Corte reitera un criterio que con frecuencia ha utilizado en las
acciones de amparo de garantías constitucionales, en el sentido de excluir la cita de
determinados artículos del Título III.
Por ello, la Corte declaró inconstitucional el numeral 1° del artículo 104, del Código
de Trabajo, que prohibía a la mujer el trabajo en subterráneos, minas de subsuelo, can-
teras y actividades manuales de construcción civil. Igualmente, declaró inconstitucio-
nal la expresión “peligrosas”, del numeral 2 del mismo artículo, que impedía el tra -
bajo de la mujer en actividades con esa connotación.
El artículo 145 del Código de Trabajo otorga acción para reclamar un nuevo salario,
en los casos de violación del principio de igualdad de salario; en las actividades pa-
ra las cuales no se haya fijado salario mínimo; y cuando la remuneración sea noto-
riamente inequitativa en comparación con salario promedio existente en la industria
o actividad de que se trate.
Sin embargo, el Código señalaba que en los tres casos el nuevo salario se hacía
efectivo a partir de la ejecutoria de la sentencia respectiva.
Con este trascendental fallo, la Corte hizo una declaratoria de inconstitucionalidad
parcial, sin abrogatoria de ninguna frase del artículo, metodología con la cual coin-
cidimos, pero que en otros casos no ha utilizado. La sentencia señala que para el
caso de la violación del principio de igualdad de salario, la decisión judicial surtirá
efectos a partir del momento en que se dan las mismas condiciones de trabajo, o
sea, desde el momento en que se produjo la violación. En los otros dos casos, se
mantiene el efecto a partir de la ejecutoria de la sentencia.
Con este fallo se perdió la oportunidad de liberar de una pesada carga a los traba-
jadores domésticos y de igualarlos a los demás trabajadores.
22
Cfr. SISTEMAS JURÍDICOS, S.A., Código de Trabajo de la República de Panamá. Panamá, 2002, p. 38.
23
Ibidem , p. 47.
La Corte, al declarar constitucionales los artículos 448 y 450 del Código de Trabajo,
consideró que dichos artículos no vulneraban el artículo 20 de la Constitución Na-
cional, al permitir sólo a los trabajadores una declaratoria previa sobre la legalidad
de la huelga. Señaló la Corte que, en contra partida, sólo el empleador, con poste-
rioridad a la huelga, puede pedir su declaratoria de ilegalidad, lo que configura una
situación de equilibrio entre los dos sectores.
Con este fallo, la Corte avaló una de las grandes rectificaciones que introdujo el Códi-
go en materia de huelga, pues la jurisprudencia relativa al antiguo Código había con-
vertido una facultad común a ambas partes, por lo demás inconveniente, en un requisito
previo al ejercicio de la huelga.
24
Ibidem , p. 56.
25
Ibidem , p. 106.
En la práctica, se acepta desde hace varios años, que una sola comparecencia no
26
Cfr. GARCÍA MARTÍN, Carlos. Veinte años de jurisprudencia de casación laboral de la Corte Suprema de Justicia años
1972-1991, Panamá, 1992, pp. 364, 366-369.
27
Ibidem , p. 363.
28
Cfr. VARGAS VELARDE, Oscar. Jurisprudencia de casación laboral (1980-2001). Panamá: Editorial Mizrachi & Pujol, S.A., 2002,
Sin embargo, declaró la inconstitucionalidad del numeral 3 del artículo 77-A, que
permitía la celebración de contratos sucesivos por tiempo definido en las modalida-
des de trabajo aprobadas por el Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral o pacta -
das con el sindicato.
Por razones de espacio, nos abstenemos de comentar en detalle los diversos extre -
mos del fallo, pero estimamos incorrecto el reconocimiento de la constitucionalidad
de las normas del Código de Trabajo que acaban definitivamente con la estabilidad
en el empleo.
Jorge Giannareas
La judicatura, como toda institución social, carece de una historia propia, pues sus
avatares han sido jalonados por cambios, tanto en la constitución de la sociedad, co-
mo en las ideas predominantes sobre la función del Estado y el derecho. En el ca-
so de la protección judicial de la niñez, la dinámica intensifica la necesidad de la bús-
queda en la historia. Así, por ejemplo, el solo surgimiento del término “menores”, pa-
ra designar a una serie de sujetos, procedimientos judiciales y normas jurídicas, es
el resultado de un proceso histórico que tuvo dimensiones internacionales y que hoy
se encuentra agotado.
Con el fin de organizar la dinámica histórica que gobierna la función de los tribuna-
les, en relación con esa parte de la población que son los niños y los adolescentes,
se pueden distinguir tres grandes períodos en la interminable serie de cambios le-
gislativos y estructurales que han tenido lugar en estos últimos cien años.
Cabe preguntar, pues, cómo protegían los tribunales de la época a los niños y adoles-
centes en sus “vidas, honra y bienes”. La respuesta abstracta a esta pregunta consiste
en que los tribunales actuaban de acuerdo a lo ordenado por las leyes. Fieles a la en-
señanza de Montesquieu; los jueces y magistrados se veían a sí mismos como “la bo-
ca que pronunciaba las palabras de la ley”. Veamos cuál era, entonces, la inserción de
niños y adolescentes en el ordenamiento jurídico.
Los panameños de la época veían los servicios de educación y salud pública que se
organizaron luego de la separación de Colombia más como una función y un deber
del nuevo Estado que como un derecho de los niños y los adolescentes.
Como veremos luego, las casas correccionales cumplieron funciones diversas: a las
casas correccionales eran conducidos los menores que se encontraban en un con-
flicto familiar, los que, probablemente, tenían una “conducta desordenada”, como di-
ce la ley, los que eran denunciados como perturbadores del orden público, los que
violaban la ley penal, ya sea en forma leve o grave, “con o sin discernimiento”, en
Las casas correccionales debieron haberse quedado chicas muy pronto. En 1917,
mediante Decreto 99 de 10 de septiembre, se cerró la Escuela Nacional de Agricul-
tura y se estableció una escuela correccional de menores en su lugar. En 1926 se
reforzó la institución y se estableció, mediante la Ley 8 de 20 de octubre, una “es-
cuela de trabajo para niños delincuentes”, que es el antecedente inmediato del Re-
formatorio de Menores Justo Arosemena, creado por la Ley 52 de 9 de diciembre de
1930, quizás la institución correccional de “menores” más importante de la primera
mitad del siglo XX y a la que volveremos luego.
Álvaro Pérez Pinzón y Jesús Muñoz Gómez son de la opinión que la Ley 123 de
1890, nunca fue llevada a la práctica porque no hay evidencias del funcionamiento
real de dicha institución. De todos modos, esta ley constituye un precedente impor-
tante de la Ley 98 de 1920, que fue la que en Colombia estableció la primera “casa
de reforma y corrección” y nombró a un juez para investigar los delitos cometidos
por menores de edad.
La Ley Colombiana 98 de 1920, contiene los tres elementos que van a caracterizar
a todas las legislaciones minoriles que en el transcurso de la década adoptarán los
demás países: primero, coloca a un funcionario que denominan juez al frente de la
institución; segundo, le da amplios poderes discrecionales y laxitud total en las for-
mas; y finalmente, reúne a adolescentes desamparados con adolescentes que de-
linquen, so pretexto de que las respuestas que ambos necesitan son fundamental-
mente las mismas.
Panamá se movió en la misma dirección, pero con menos velocidad. El modelo tu-
telar era una realidad en toda América Latina al finalizar la década del treinta; pero
la legislación minoril panameña tardó, hasta 1951, en integrar el primer tribunal de
menores. Veamos cuáles eran las disposiciones aplicables a niños y adolescentes
antes de que existiese el Tutelar de Menores y que, de alguna manera, explican có-
mo se condujo esta institución en su inicio.
Carlos A. Mendoza, miembro de la comisión codificadora nombrada en 1913 por el
presidente Belisario Porras, tuvo a su cargo la redacción del Código Civil. La obra
de Mendoza no muestra “variantes de mayor trascendencia”, según afirmara su ex-
posición de motivos, en lo relativo a las normas sobre “el ejercicio de la patria potes-
tad, a los alimentos que se deben por ley a ciertas personas, a la adopción, a la
emancipación, a la habilitación de edad, a las tutelas y a las curatelas”, respecto de
la legislación colombiana vigente en el istmo en el momento en que este inicia su vi-
da independiente como Estado.
La patria potestad, desarrollada en el Título XII del Libro Primero del Código Civil re -
gía no solo las relaciones entre padres e hijos, sino también el modo como los me-
nores de edad podían ejercer sus derechos, pues el artículo 192 concedía la admi-
nistración legal de los bienes de los hijos al padre, o en su defecto, a la madre. Den-
tro de ese régimen y antes de llegado este punto, una serie de disposiciones esta -
tuían las consecuencias que la patria potestad tiene para las libertades de los hijos.
El artículo 188 consagraba los deberes de los padres, de los cuales lógicamente se
puede deducir un derecho correspondiente al hijo, aunque el texto de la ley así no
lo decía. El numeral primero de dicho artículo sustentaba el deber de alimentación,
el deber de educación, el deber de protección, y el de representación. El numeral
segundo hacía referencia al deber de apoyo moral tendiente a su desarrollo integral;
y el tercero, al deber de orientación y a la facultad de corrección y castigo modera -
do.
Es importante recalcar que el Código Civil se refiere al sujeto pasivo de la facultad co-
rreccional invariablemente como hijo, y no como menor, que es el término que se po-
pularizará mucho después. El hijo del que hablan las leyes es siempre el niño o el
adolescente que vive con sus padres. La autoridad gubernativa o administrativa, así
como la autoridad judicial, más que aplicar una ley de parámetros objetivos, estaban
llamadas a reforzar la autoridad parental.
De acuerdo al régimen civil establecido en 1916 y que, como hemos dicho, era si-
milar al imperante en el istmo al momento de la separación de Colombia, el cumpli-
miento de los veintiún años, en principio, daba por terminada la minoría de edad y el
individuo se convertía en sujeto pleno de derechos. Esta afirmación es solo parcial-
mente cierta si se considera que, originalmente, el Código Civil contenía nuevas res-
tricciones para el ejercicio de los derechos civiles de la mujer aun al haber llegado
ésta a la mayoría de edad.
En los casos de menores de edad que fuesen huérfanos de padre y madre, el Có-
digo Civil disponía la instalación de la figura de la tutela, de modo que los intereses
y derechos del niño y del adolescente fuesen representados por un mayor de edad.
La tutela consistía, pues, en un mecanismo de derecho formal que sujetaba las ac-
tuaciones jurídicas de los menores de edad al control de un adulto, llamado tutor, cu-
yo nombramiento podía ser testamentario, legal o judicial. La tutela transformaba al
hijo en pupilo y otorgaba al tutor tanto la facultad correccional como la administra -
ción de los bienes del menor de edad.
Aunque en el derecho privado no podían ejercer por sí mismos los derechos de los que
podían ser titulares, en el ámbito penal, los niños y los adolescentes eran sujetos de
responsabilidad frente a la jurisdicción ordinaria, si bien dentro de ciertos límites y con
consecuencias atenuadas.
El Código Penal de 1922, que rigió por espacio de sesenta años durante el siglo pa-
sado, no consideraba que la minoría de edad fuese causal de inimputabilidad. La
edad mínima de responsabilidad penal la establecía el artículo 54 en doce años de
edad. La norma era del siguiente tenor literal:
Como se desprende de la norma citada, los niños que cometiesen delitos –con pe-
nas mayores de un año de prisión– antes de cumplir los doce años de edad estaban
fuera del alcance del derecho y el procedimiento penales; pero estaban sujetos a lo
que, en términos generales, podría denominarse la potestad correccional.
Dicha potestad tenía la particularidad de que en el ámbito privado era una facultad
privativa de los padres, según el Código Civil; pero ante la comisión de ciertas con-
Volveremos luego sobre otras hipótesis en que el Estado ejercía, con o sin colabo-
ración de la familia, la potestad correccional sobre niños y adolescentes. Antes es
pertinente agotar las disposiciones que preceptúan su tratamiento penal.
Por ejemplo, si el Código Penal establecía como pena para determinado delito doce
meses de prisión, al menor de edad entre los doce y los catorce años no se le podía
imponer una sanción de menos de dos meses ni de más de cuatro meses, en el even-
to de que a juicio del juzgador penal el acto ilícito se haya cometido con “discernimien-
to”. El Código Penal establecía además que dicha sanción se cumpliría “en un esta-
blecimiento de educación correccional destinado para menores de edad, o en un de-
partamento especial destinado al mismo fin, de suerte que los delincuentes menores
de edad no se hallen reunidos en ningún caso con mayores”.
Las penas que las autoridades de policía podían imponer iban desde “el trabajo en
obras públicas, el confinamiento y el arresto” hasta la multa y la fianza de buena con-
ducta. Las primeras podían tener una duración máxima de un año; las segundas, de
dos años. El artículo 891 del Código Administrativo establecía la edad mínima de
responsabilidad –diríamos– correccional en los siete años, ya que por debajo de es-
ta edad, según dicha excerta, no se le podía imponer al menor pena alguna.
La dinámica del reformatorio era, a todas luces, de carácter punitivo, y las reglas con
que funcionó por todo el tiempo que lo hizo, constituyen una violación básica de los
postulados sobre los que descansaba el derecho penal moderno de la misma época.
El derecho penal de menores en esta primera etapa era especial en el sentido de que
no reconocía las garantías penales y procesales que la Constitución sustentaba para
todas las personas. Subrepticiamente, las casas correccionales y el régimen del refor-
matorio despojaron a los niños y adolescentes de la protección constitucional de sus
libertades básicas. Configurada a través de las leyes, esta situación se sostuvo al mar-
gen de los conceptos fundamentales de la justicia y del derecho moderno.
Aunque Panamá no cuenta aún con una institución judicial que se ocupe de la niñez
a la manera como lo hacen en otros países de América, los jueces de menores, no
por ello deja de tener validez la doctrina de la situación irregular con la que Emilio
García Méndez ha caracterizado la condición socio-jurídica de la infancia en este
período.
En estos casos, los niños debían ser llevados a casas de refugio, hospicios, hospi-
tales, o asilos, según decía la norma administrativa, marcando una clara diferencia
respecto del tratamiento de los casos correccionales. Esta disposición respondía a
la costumbre proveniente de la época de la colonia española, según la cual la cari-
dad cristiana movía a los ciudadanos a agrupar en casas de niños expósitos, orfeli-
natos, hospitales de niños, escuelas de huérfanos, a aquellos individuos de la espe-
cie humana a los que el primer eslabón de la cadena de responsabilidades sociales
había fallado. Al carecer de una familia, los niños recibían la atención y el cuidado
que solo la caridad motivaba y dispensaban las instituciones de beneficencia.
Con el advenimiento del Estado laico, la iglesia abandona el reino estatal y pasa a
pertenecer al mundo público de la iniciativa particular, por lo que las instituciones de
beneficencia que se forjaron al calor del activismo eclesiástico estuvieron, en su ma-
yoría, funcionalmente divorciadas de la organización del gobierno. En los países en
los que floreció un activismo cívico en defensa de valores morales, se produjo una
interesante aproximación por parte de los que militaban en sociedades protectoras
de animales a las cuestiones más sensitivas que surgieron de las carencias que su-
frían los niños de los pobres que la industrialización había acumulado en los linde-
ros de las ciudades.
En Panamá, ese gran constructor del Estado que fue Belisario Porras decía en su
discurso de inauguración del Hospital Santo Tomás, en 1924, que dicha construc-
ción no sólo era una obra de beneficencia y caridad, sino de “alto patriotismo y pro-
fundo amor”. Junto a ella ensalzaba los esfuerzos que había hecho su gobierno en
subvencionar instituciones de carácter similar, entre las que se mencionaba el Asilo
Bolívar de Desamparados, el Hospicio de los Hermanos Salesianos, el de Huérfa-
nas de las Hermanitas de María Auxiliadora, y el de la Infancia Desvalida de las Ma-
dres Bethlemitas, así como los talleres escuelas.
La misma ley establecía el deber de todo ciudadano que hubiese presenciado repro-
chables actos de maltrato de denunciarlos ante las autoridades y facultaba a los
miembros de las sociedades humanitarias a llevar a cabo arrestos contra los infrac-
tores, que debían ser puestos a órdenes del Oficial Humanitario. Dicho funcionario
solo tenía jurisdicción en los distritos de Panamá y Colón, según lo indicaba la pro-
pia ley.
En ausencia de información confiable sobre lo que fue la gestión del Oficial Huma-
nitario, cabe hacer una conjetura razonable: un despacho público así concebido de-
bió quedar prontamente abrumado por la inmensidad de la tarea que se le había en-
comendado. La sociedad exigía respuestas, ¿estaba el Estado en capacidad de dar-
las?
Lo que se gesta, de manera muy incipiente, hacia mediados del siglo XX en relación
con la protección de los niños y adolescentes carentes de un sistema de soporte fa-
miliar y comunitario, es lo que Moscote denominó asistencia pública (entendida co-
mo “la ayuda social al enfermo, al incapaz, al desvalido, víctima probable de una or-
ganización social defectuosa”) y a la que consideró, además, como una de las gran-
des preocupaciones de su tiempo. Así, nos encontramos que la Constitución de
1941, fue la primera que consagró derechos sociales y elevó la asistencia social a
función del Estado; es decir, más allá del “alto patriotismo y el amor profundo” que
inspiró las obras de Belisario Porras.
Al redefinir los fines de este centro, la Ley 87 señalaba que el reformatorio tiene por
objeto el de enmendar a los adolescentes, “fortaleciendo su inteligencia y voluntad
Es esta ideología positivista lo que tienen en común dos conjuntos normativos tan
diversos como la Ley 87 de 1941 y el Decreto Ejecutivo 467, de 22 de julio de 1942,
mediante el cual se crea el Instituto de Vigilancia y Protección del Niño. Esta institu-
ción fue concebida originalmente como una dependencia del Ministerio de Gobierno
y Justicia, en el que operó desde el 6 de enero de 1943 hasta septiembre de 1945,
fecha en que pasó a ser parte del Ministerio de Trabajo, Previsión Social y Salud Pú-
blica. El Instituto dejó de funcionar el 1 de abril de 1950.
El Instituto de Vigilancia y Protección de Niño tenía competencia sobre todo niño me-
nor de dieciséis años, aprehendido por la policía o cualquier autoridad “cuya condi-
ción como infractor de ley o de algún decreto o reglamento oficial o como abando-
nado, indigente, deficiente mental, sea de tal naturaleza, que ponga en peligro, su
propia salud física o mental, o el bienestar público y haga necesaria la intervención
del Estado”.
Para comprender cabalmente cómo todos los elementos que hemos descrito hasta
ahora llegan a confluir en una sola institución que fue el Tribunal Tutelar de Meno-
res, creado por la Ley 24 de 1951, es necesario pasar revista a las disposiciones de
la Constitución de 1946.
En cierto sentido, esta disposición no hace más que reinstalar la práctica –ya vieja–
de tratar bajo el mismo epígrafe de menores a los adolescentes desamparados y a
los transgresores de las leyes.
Además de la incorporación del término “menores” al lenguaje de las normas cons-
titucionales, es novedosa la mención de que tan diversos problemas serán tratados
por una legislación especial, lo que sin duda alguna alude al código de menores, ins-
trumento que en estos momentos se había generalizado en toda América Latina.
Bajo la férula de la Constitución de 1946, y pese a lo anunciado por sus preceptos, Pa-
namá nunca llegó a tener un Código de Menores, o Código del Niño, como había anti-
cipado la Ley 56 de 1946. En vez de eso, fue cobrando fuerza la idea de reunir en una
sola institución todas las materias que concernían a la protección de los “menores” y
colocar bajo una sola autoridad formal a todos aquellos niños y adolescentes para los
que los mecanismos de control social no formal (familia, escuela, comunidad) eran ine-
xistentes, inoperantes, o simplemente disfuncionales.
Vale recordar que en la fecha que se expidió dicha ley, la minoría de edad se exten-
día hasta los veintiún años. El artículo cuarto de la Ley 24 de 1951, le otorgaba com-
petencia al Tribunal Tutelar de Menores para conocer privativamente de los casos
de los menores de edad que no hubiesen cumplido aún los 18 años, en relación con
“desajustes primarios de conducta”, “transgresión a las leyes, decretos o reglamen-
Originalmente, el Juez Tutelar también tenía competencia para conocer de “los ca-
sos contra adultos acusados de contribuir en alguna forma a la delincuencia juvenil,
de faltar al cumplimiento de las obligaciones civiles que las leyes establecen a favor
de los menores, o de ejecutar actos en perjuicio de los derechos consagrados a fa-
vor de éstos.”
El Juez Tutelar era nombrado a término fijo por un período de seis años por la Cor-
te Suprema de Justicia y se le exigían los mismos requisitos que para ser Magistra -
do de la máxima corporación de Justicia. Contaba con la asistencia de quince fun-
cionarios, entre ellos, tres trabajadores sociales, un pediatra, un psicólogo y un psi-
quiatra, además del personal que normalmente integra un juzgado.
Como el Juez Tutelar tenía jurisdicción en todo el territorio, la ley lo autorizaba a co-
misionar a los jueces municipales y a los alcaldes la ejecución de ciertas diligencias.
Fue también Clara González la que propugnó por la creación del Instituto de Vigilan-
cia y Protección del Niño, al que estuvo vinculada desde sus inicios y desde el cual
tuvo la oportunidad de estudiar el sistema anglosajón de cortes juveniles que sepa-
raban el tratamiento de los menores de edad respecto de los adultos.
Es difícil decir qué habría sido del Tribunal Tutelar de Menores sin la labor tesonera
de Clara González de Behringer, pues a sus innegables dotes de jurista, se unían la
vocación de la educadora, y el compromiso político a favor de los más débiles. No
está de más recordar que su nombre está unido a la lucha por el voto de la mujer,
al movimiento nacionalista contra las bases militares norteamericanas, a la reforma
de las instituciones penitenciarias, que desempeñó altos cargos en la administración
pública y que fue candidata a la vicepresidencia de la República.
“Creo que nosotros hemos hecho mal en no dar a conocer la labor que este
Tribunal realiza y por eso todo lo que se señala de él son las fallas y nunca las
cosas positivas.”
Estas palabras son reveladoras de la presión social que había sobre el Tutelar ya en
los años sesenta. Al sustraer de la jurisdicción penal ordinaria a los menores que no
habían cumplido los dieciocho años, el Tribunal Tutelar de Menores había conquis-
tado, en el ámbito normativo, un principio importante: como niños y adolescentes
son personas en estado de crecimiento y desarrollo, su tratamiento debe ser espe-
cializado y distinto del que reciben los adultos. Lo malo era que, sin quererlo, había
contraído la obligación social –no explícitamente declarada– de convertirse en una
jurisdicción penal especial para “menores” sin que ninguno de sus procedimientos
se ajustasen a los cánones del derecho procesal penal, sin los cuales el juzgamien-
to de los acusados no es viable. El juez tutelar investigaba, defendía, acusaba y juz-
gaba a los menores de edad, y, por si esto fuera poco, vigilaba la ejecución de la
sentencia.
El párrafo final de dicho artículo funda una jurisdicción especial de menores que “co-
nocerá sobre la investigación de la paternidad, el abandono de familia y los proble-
mas de conducta juvenil”. La expresión “problemas de conducta juvenil” es indicativa
de que los hechos delictivos cometidos por los adolescentes caen en la esfera espe-
cial de la jurisdicción de menores.
Otro de los aspectos que vale la pena resaltar en dicha excerta constitucional es el
artículo 27 (actualmente el 28), según el cual, “Los detenidos menores de edad es-
tarán sometidos a un régimen especial de custodia, protección y educación”, con lo
cual se crea otra garantía en beneficio de las personas menores de edad, a saber:
que las consecuencias de los delitos que cometan serán exigidas en establecimien-
tos separados de los de los adultos y en los cuales la protección y la educación ten-
drán un papel central. Esto lo podríamos llamar la garantía de la resocialización a
favor de los menores de edad.
En 1971, mediante Decreto de Gabinete 188 del 2 de septiembre, se crearon los juz-
gados seccionales menores de Chiriquí y Colón. El Juez Tutelar de Menores cono-
cía de estos casos solo en segunda instancia. La Ley 24 de 22 de octubre de 1984,
amplió la posibilidad de que se crearan juzgados de menores en todas las provin-
cias. Se instaló entonces el Juzgado Seccional de Menores de Los Santos, pero el
de Herrera tuvo que esperar hasta 1990 y el de Veraguas hasta 1992, cuando se hi-
zo realidad la provisión de fondos. Una ley especial permitió crear el Juzgado Sec-
cional de Menores de San Miguelito en 1992. Hacia el año 1994, además del Juez
Tutelar de Menores, había diez jueces seccionales de Menores que aplicaban la es-
cueta Ley 24 de 1951, en todo el país.
Introducción
Con motivo del Primer Centenario de la República, estimamos muy acertada la inicia-
tiva de divulgación de las actividades del Órgano Judicial panameño, emprendida por
la Honorable Corte Suprema de Justicia, a través de su distinguido Magistrado Presi-
dente, Lcdo. Adán Arnulfo Arjona, como parte de las actividades conmemorativas del
magno acontecimiento, por tratarse de uno de los altos poderes del Estado, que al ló-
gico pensar de muchos, cual el inmortal labriego prusiano, está llamado a ser el ga-
rante de los derechos individuales y sociales y que, fiel a este axioma, ha hecho valio-
sos aportes tendentes a la realización de esta divisa.
I. Estampa N° 1
A. Fase inicial
Conviene señalar, a manera de exordio, que si bien existió durante el régimen políti-
co-jurídico colombiano, una representación del Poder Judicial, ésta obviamente care-
cía de la significación propia de los Estados independientes.
Por consiguiente, el vacío institucional debió llenarse una vez proclamada la Repú-
blica, y esto justifica que desde el primer Estatuto Orgánico, que lo constituyó el De-
creto Ejecutivo 19, de 21 de noviembre de 1903, se perfilara el naciente Poder Ju-
dicial panameño como un organismo de más amplias proyecciones, representado
por una Corte de Justicia y un Juez Superior, con jurisdicción en toda la República;
por Jueces de Circuito, en las Provincias; jueces municipales en todos los distritos y
II. Estampa N° 2
III. Estampa N° 3
En este orden de ideas, la primera sentencia que impactó a la opinión pública y dio
lugar a confrontaciones escritas y verbales, hasta donde sabemos, fue la que des-
pojó de la nacionalidad panameña al Doctor Belisario Porras, pronunciada por la
Corte Suprema de Justicia el día 15 de noviembre de 1905, en virtud de denuncia
de parte interesada. Se acusaba a este ilustre ciudadano de supuestas declaracio-
nes públicas contrarias al acto separatista de 1903, y se fundamentaba en el artícu-
lo 7 de la Constitución Política de 1904, según el cual:
Así las cosas, el Primer Designado, doctor Alfaro, tomó posesión el 16 de enero de
1931, reemplazando al Secretario de Gobierno y Justicia encargado, doctor Harmo-
dio Arias.
Las figuras que constitucionalmente suplían las faltas del Presidente, en su orden de
nombramiento, se denominaban Designados y estos tres ciudadanos eran elegidos
cada dos años por la Asamblea Nacional, para un bienio (artículo 67, ordinal 4 de la
Constitución Política de 1904).
V. Estampa N° 5
ACUERDA:
Llamar al Segundo Designado para que se encargue del Poder Ejecutivo y
desempeñe el cargo de acuerdo con la Constitución.
Dado en Panamá, a los nueve días del mes de Octubre del año de mil no-
vecientos cuarenta y uno.
El Presidente: (fdo.) CARLOS L. LÓPEZ. - El Magistrado; (fdo.) ERASMO
DE LA GUARDIA.- El Magistrado: (Fdo.) DARIO VALLARINO.- El Magistra-
do: (fdo.) B. REYES T.- El Magistrado: (fdo.) PUBLIO A. VÁSQUEZ.- El Se-
cretario: (fdo.) Lorenzo Hincapié.
Posteriormente, el 13 del mismo mes y año, la Corte expidió el Acuerdo 77, actuan-
do esta vez a petición expresa del Señor Procurador General de la Nación, y en ese
documento declaró vacante el cargo de Presidente de la República, cuya parte re-
solutiva textualmente dispone:
ACUERDA:
Declarar que el alto cargo de Presidente de la República se halla vacante
de modo absoluto, por abandono que de él hizo el Doctor Arnulfo Arias Ma-
drid, quien lo ejercía, al ausentarse del País para el extranjero sin separar-
se previamente de su puesto mediante el cumplimiento de los requisitos co-
rrespondientes.
“Cópiese, notifíquese y publíquese”.
No habiendo más de que tratar se dio por terminado el acto, firmado para
constancia por todas las personas que en él han intervenido.
El Presidente: (fdo.) CARLOS L. LÓPEZ.- El Magistrado: (fdo.) DARIO VALLA-
RINO.- El Magistrado: (fdo.) ERASMO DE LA GUARDIA-. El Magistrado:
(fdo.) B. REYES T.- El Magistrado: (fdo.) PUBLIO A. VASQUEZ.- El Secre-
tario: (fdo.) L. Hincapié.
Como era previsible, la actuación de la Corte en el mes de octubre de 1941 fue am-
pliamente cuestionada por la opinión pública, que la calificó de extremadamente po-
lítica. Sin embargo, aunque lamentamos que, aparentemente, influyeran en las de-
cisiones de la Corte las contingencias de la sucesión presidencial, hay que entender
que ante situaciones de hecho, de la magnitud apuntada, los altos intereses nacio-
nales pueden explicar la adopción de medidas heroicas que contribuyan a la paz y
el orden público.
VI. Estampa N° 6
A. Derrocamiento del Presidente Daniel Chanis
Debemos señalar que obviamente hubo una condenable indisciplina por parte del
Cuerpo de Policía, que se tradujo en rebelión, la cual nunca debió darse, porque
constitucionalmente se imponía la obediencia a las órdenes impartidas por el Presi-
dente de la República.
Ante la renuncia del doctor Chanis, presentada por la indebida coacción de la fuer-
za pública, la Corte llamó a ejercer el cargo al Segundo Vicepresidente, Don Rober-
to F. Chiari, a quien le dio posesión en las primeras horas de la mañana del día 20
de noviembre de 1949.
VII. Estampa N° 7
A. Necesidad de la ratificación legislativa de los Magistrados
Pues bien, a pesar de que el Procurador General de la Nación rindiera su opinión ju-
rídica a favor del acto impugnado, por considerar que el caso podría ser a lo sumo
una controversia de ilegalidad, que ameritaba declinación de competencia, la Corte
Suprema no compartió el criterio del Procurador y pasó a pronunciar fallo de fondo.
“La Corte considera que cuando la posesión se ataca por la falta de creden-
ciales, no cabe duda que se contempla un caso que cae dentro de la juris-
dicción del Contencioso Administrativo. Así lo tiene resuelto ya la Corte en
los fallos que dictara el 10 de enero y el 4 de febrero del año próximo pasa-
do en sendas demandas de inconstitucionalidad presentadas por los Aboga-
dos Carlos E. Bieberach y Eloy Benedetti.
IX. Estampa N° 9
2. Los fallos se expedían sin intervenciones indebidas de los otros poderes públi-
cos.
X. Estampa N° 10
Fue así como una mañana se escuchó un fuerte y alto cruce de palabras entre dos de
los Magistrados de la Corte Suprema, hasta el punto que todos los presentes pudie-
ron enterarse que el desacuerdo tenía como causa la plaza de Presidente de la Cor-
te, que iba a quedar vacante temporalmente con motivo de viaje del Presidente titular.
Ambos Magistrados aspiraban a la sucesión y para entonces no existía el cargo de Vi -
cepresidente de la Corte, por haber sido eliminado.
Poco después, omitiendo las causas, incluí en un ensayo preparado para sugerir
modificaciones al Código Judicial, mi recomendación de que fuese restaurada la Vi -
cepresidencia de la Corte. Este ensayo mereció aparecer en una publicación de la
Universidad de Panamá.
“Artículo 140. Esta Constitución sólo podrá ser reformada por un Acto Cons-
titucional expedido por la Asamblea Nacional de Representantes de Corre-
gimientos, por iniciativa propia o del Consejo de Gabinete. Las reformas re-
querirán para su vigencia la ratificación por la Asamblea Nacional de Repre-
sentantes de Corregimientos que se instale en el período siguiente.
El acto reformatorio de la Constitución expedido por la Asamblea Nacional
de Representantes de Corregimiento será publicado y transmitido por el Ór-
gano Ejecutivo a la Asamblea, en las primeras sesiones ordinarias siguien-
tes a la elección para la renovación de la Asamblea Nacional de Represen-
tantes de Corregimientos, a efecto de que sea sometido a ratificación.”
No obstante lo anterior, el que les habla tuvo que disentir del fallo constitucional, por
razones de principios, y hube de redactar rápida y brevemente el respectivo salva-
mento de voto, porque la votación se celebraría tres días después. Lo transcribimos
porque es corto y se explica por sí solo:
Estimo, como el que más, que nuestra Constitución Política requiere refor-
mas y estoy consciente de que pareciera haber consenso en los Partidos
Políticos reconocidos para llevarlas a cabo por el medio adoptado por el Ór-
gano Ejecutivo, que los demandantes impugnan.
Fecha: ut supra.
(fdo.) Luis Carlos Reyes
(fdo.) Santander Casís
Secretario General
Como obvia consecuencia del término del gobierno en 1989, surgió una nueva Cor-
Conclusión
Naturalmente que se quedan estampas judiciales, reflejadoras de hechos importan-
tes, dignas de conocerse, inclusive de niveles inferiores a la Suprema Corte, cono-
cidos por mí, de primera mano, en mis más de cuarenta años consecutivos servidos
a todos los niveles del Órgano Judicial, pero esto conllevaría más tiempo del razo-
nable.
Socio de la Firma Forence Sucre, Arias y Reyes desde 1986, ha desempeñado di-
versos cargos entre los que destacan Presidente del Tribunal de Honor del Colegio
Nacional de Abogados (1997-2001), Magistrado titular de la Corte Suprema de Jus-
ticia (1982-1985), Magistrado titular de Tribunal Superior de Distrito Judicial (1969-
1982), Juez de Circuito en Veraguas (1959-1969) y Juez Municipal y personero en
esa provincia entre 1948 y 1959. En 1948 fue elegido Alcalde del Distrito de Caña-
zas.
Entre sus obras publicadas se cuentan “Las Medidas Cautelares en el Proceso Ci-
vil de la República de Panamá” (2002); “Los efectos de la Declaratoria de Inconsti-
tucional” (1993); los folletos: La nulidad en el proceso civil panameño (1976) y Re-
formas al Procedimiento Civil y a la Organización Judicial (1991); además es autor
de múltiples ensayos jurídicos publicados en revistas nacionales e internacionales.
Pero hoy, nos congregamos en este sagrado recinto para rendir un justo tributo a
una de las figuras más señeras y emblemáticas vinculadas a la ciencia del Derecho.
Nos reunimos en este momento para exaltar y recordar la ilustre y procera persona-
lidad del doctor Carlos A. Mendoza. Y la iniciativa se debe a la propia Corte Supre-
ma de Justicia, la que quiere rendir un merecido homenaje a quien un día fue llama-
do a formar parte de esta augusta Corporación, pero que él, el doctor Carlos A. Men-
doza, ajeno muchas veces a los llamados vocingleros de la gloria, prefirió declinar
tan honrosa y meritoria distinción para dedicarse al ejercicio de su profesión de abo-
gado en los más apartados rincones de la patria.
El doctor Carlos A. Mendoza fue uno de los artífices de nuestra vida republicana. Su
voz sonora y convincente se dejó sentir a lo largo y ancho de todo el territorio nacio-
nal. Su recuerdo está vinculado en forma indisoluble a tres facetas de nuestra Histo-
ria: como autor del Acta de la Independencia, como redactor del Código Civil y como
creador de la ley que estableció la Organización Judicial, sin olvidar otros numero-
sos temas que adornan la personalidad de tan augusto patricio.
Fue dueño y señor de una acrisolada formación humanística y jurídica. Una cultura
no improvisada, puesto que encuentra sus raíces en el ocaso del siglo XIX cuando
ya figuró entre los grandes del Departamento del Istmo: Tesorero de Instrucción Pú-
Como Ministro de Justicia, no fueron pocos los obstáculos que hubo de sortear el
doctor Mendoza. En aquellos momentos, signados, tal vez, con el sello de la incer-
tidumbre para unos, y para otros, por su sincera lealtad a Colombia, fueron diversas
las manifestaciones de disconformidad con el nuevo status jurídico. Mientras unos
presentaban su renuncia a los cargos que venían desempeñando, otros se unieron
con pleno entusiasmo a la causa nacionalista.
José María Núñez R., Juez Primero del Circuito Civil de Panamá ofrece su renuncia
alegando que “Mi condición de colombiano no me permite seguir desempeñando las
funciones de Juez Primero de este Circuito Civil. Lo que llevo a conocimiento de Su
Señoría a fin de que se llene la vacante oportunamente”, según nota enviada el 6 de
noviembre de 1903.
Muy contrarias fueron las actitudes de otros funcionarios que no vacilaron en secun-
dar y unir fuerzas para consolidar la nueva nación, con el optimismo de que con es-
te paso se abría una nueva etapa en la vida del Istmo.
Por esto, frente a las posiciones desertoras de los timoratos, Mendoza vio con agra-
do la posición de otro grupo más numeroso que aplaudió y secundó el nacimiento
de la República. Como ejemplo, citemos algunos casos para cimentar nuestra afir-
mación.
Parecido sentimiento embarga a todos los empleados del Tribunal Superior de la Sa-
la de lo Criminal al sostener que “...todos los empleados aceptan el hecho cumplido
el día 3 del presente y que en consecuencia, están dispuestos a prestar oportuna-
mente el juramento de fidelidad a la nueva República”, según nota firmada por Juan
J. Amado.
No faltaban aires menos refrescantes por las costas del Atlántico, según consta en la No-
ta 1, fechada en Colón el 7 de noviembre de 1903, en la que el Segundo Juez de Circui-
to, lleno de entusiasmo, asegura a “Su Señoría que el movimiento político realizado con
feliz éxito, es uno de los muchos que esperábamos ver cumplidos, de donde surge la
Así, señala el artículo 45, que los empleados judiciales no pueden ser depositarios
o secuestres, ni mandatarios de profesión, ni albaceas, aunque estén en uso de li-
cencia.
Consignemos la obligación que surge del artículo 46 que estipula que todo individuo
que desempeñe el cargo de Magistrado o Juez debe “servir de árbitro o arbitrador o
amigable componedor, cuando las partes lo designen, con tal que el asunto pueda
terminarse por este medio o que no quede recurso contra la sentencia que se dic-
te”.
Singular importancia tiene el artículo 70 del mencionado Decreto, por contar con un
precepto excepcional. Su contenido es del tenor siguiente:
Merece la pena destacar el valor que tiene este artículo, pues aporta una innovación
digna de encomio, cual fue la de institucionalizar la Auditoria Judicial, con el objeto
de evitar la mora judicial. Lamentamos que en las codificaciones posteriores no se
siguiera adoptando esta práctica tan saludable, lo que puede haber dado origen, sin
excluir otros factores, a la alta morosidad en los trámites judiciales de que dan cuen-
ta las más distinguidas voces del Foro Nacional, los medios de comunicación masi-
va y aun por parte de los ajenos a este tema.
El Decreto, como es obvio, establece que es obligación del Estado proveer de loca-
les, mobiliario y sufragar los gastos que correspondan para el adecuado funciona-
miento de la Corte de Justicia, del Juez Superior, de los Jueces de Circuito, del Pro-
curador General de la República, del Fiscal del Juzgado Superior y de los circuita-
les. En cambio, es responsabilidad de los Concejos Municipales, correr con el pre-
supuesto en que incurran los Juzgados y Personeros Municipales.
Sería de loar que en los tiempos que corren, cuando los problemas judiciales se in-
crementan día tras día, ya sea por el aumento de la población o por la sagacidad de
algunos para la comisión de delitos, nuestros tribunales de justicia tuvieran un pre-
supuesto decoroso que les permitiera afrontar con cierta holgura y sin mezquinda-
des los elevados gastos que exige la administración de justicia.
La ley en mención es un estudio completo, acabado, que plasma todos los aspec-
tos relativos a la organización judicial, en donde quedan fijados todos los asuntos re -
lativos a la materia, e incluso, descendiendo a algunos pormenores que, aunque nos
parezcan un tanto intranscendentes, ponen de manifiesto el profundo conocimiento
jurídico del autor y su interés por dotar a la Patria de una sólida legislación.
Es imposible pretender hacer un análisis de la Ley 58. Ello sería tema para todo un
tratado, por lo que solo nos limitaremos a suministrar un somero contenido de la mis-
ma.
La Ley 58 consta de 12 títulos con un total de 200 artículos. Ésta exerta legal obe-
dece a las circunstancias del momento, a las necesidades de la Patria y a las atri-
buciones y competencias de cada uno de los estamentos del Órgano Judicial.
Deja constancia en el artículo 2, de que los cargos del orden judicial y los del Minis-
terio Público, no son acumulables y son incompatibles con el ejercicio de cualquier
otro cargo remunerado. Dichos cargos son, igualmente, incompatibles con el ejerci-
cio de la abogacía.
El Título II hace referencia a la Asamblea Nacional, atribuyéndole funciones judicia-
les en los casos en que se presenten denuncias contra el Presidente de la Repúbli-
ca o quien haga sus funciones, contra los Secretarios de Estado, los Magistrados de
la Corte Suprema de Justicia y el Procurador General de la Nación, siempre que es-
tos funcionarios estén desempeñando sus funciones, contra la seguridad del Esta -
do, contra el libre funcionamiento de los poderes públicos o violatorios de la Consti-
tución o de las leyes nacionales.
2. Decidir las competencias que se susciten entre los Tribunales Militares y los Tri-
bunales Civiles.
4. Decidir sobre las excusas que presenten los Magistrados y Secretarios; quienes
hayan de entrar a conocer determinado negocio, cuando éste sea de competen-
cia de la Sala de Acuerdo, y sobre las recusaciones de los mismos.
5. Oír y decidir las renuncias y excusas que presenten los Jueces Superior y de
Circuito, los Secretarios de la misma Corte y demás empleados subalternos de
ella; y declarar la vacante de los mismos.
11. Dar cuenta a la Asamblea Nacional de las dudas, vacíos, contradicciones e in-
convenientes que vaya notando en la aplicación de las leyes
15. Castigar correccionalmente, con multas hasta de cincuenta pesos, arresto has-
ta de seis días o apercibimiento a los que desobedecieren sus órdenes o le fal-
taren el respeto en el acto en que está desempeñando las funciones de su car-
go.
16. Castigar asimismo con apercibimiento o multas de uno a cinco pesos, las irre-
gularidades, omisiones o faltas que observen en los negocios civiles y crimina-
les de su conocimiento, cometidas por el Juez Superior, los Jueces de Circuito,
Agentes del Ministerio Público, partes o abogados y demás personas que inter-
vengan en los juicios, inclusive las faltas al decoro y respeto que deben guardar
los empleados y personas mencionadas en las actuaciones. De estas penas
puede reclamar el castigado, ante la misma autoridad que la impuso o ante su-
perior si lo tuviere. Cuando la pena se impone por Magistrado, la apelación se
dirigirá a los otros Magistrados que formen la respectiva Sala.
17. Formar la lista de Conjueces con los nombres de los suplentes de los Magistra-
dos, con los de los Jueces Superior y de Circuito y con las de los suplentes de
éstos.
Del mismo modo, es competencia de la Corte conocer de las faltas y delitos cometi-
dos en el ejercicio de sus funciones por: los Diputados a la Asamblea Nacional, los fun-
cionarios diplomáticos y consulares, Secretarios de Estado, Director General de Co-
rreos y Telégrafos, así como los imputados al General en Jefe del Ejército, al Tesore-
ro General de la Nación, entre otros.
Lo pertinente a los Jueces de Circuito está regulado en el Título VI. Tras referirse al
personal y su organización, el artículo 79 señala la competencia de los Jueces de
Circuito, entre los que destacamos los concursos de acreedores, juicios sobre cuen-
tas, juicios sobre bienes mostrencos y vacantes, sobre alimentos, sobre capellanías
laicales, juicios sobre minas, emancipación de hijos, etc.
Lo referente a los Juzgados municipales es tema del Título VII, fijándose el perso-
nal, principales y suplentes, y el artículo 90 apunta hacia las atribuciones de dichos
jueces.
El Ministerio Público está regulado en el Título XI, tema desarrollado con la exten-
sión que tan importante tema exige. Apunta que el Ministerio Público está a cargo
del Procurador General de la Nación, los Fiscales de los Juzgados Superiores, los
Fiscales de los Juzgados de Circuito y los Personeros Municipales.
Del mismo modo, se van señalando las atribuciones de los Fiscales de Juzgados de
Circuito y los Personeros Municipales.
Para concluir, el Título XII contiene una serie de normas transitorias. Como principio
general, se prohíbe a todos los funcionarios judiciales ejercer atribuciones que no
estén contempladas en la Constitución y las leyes; se establece la obligación de
guardar completa reserva acerca de las decisiones que deban dictarse en los juicios
hasta que las mismas no sean publicadas en la debida forma y aconsejar a las par-
tes involucradas en el proceso, asentando así el principio de imparcialidad de los
funcionarios judiciales.
Mi intervención toca a su fin. Gracias a todos por la paciencia que han tenido para
escuchar estas someras consideraciones en torno a una de las figuras más excel-
sas del Foro nacional de todos los tiempos. La personalidad del doctor Carlos A.
Mendoza seguirá siendo, desde el elevado pedestal que ocupa, el faro que continua-
Laurentino Díaz López es originario de España, pero desde hace años obtuvo la na-
cionalidad panameña. Está radicado en Panamá desde hace más de treinta años.
Desde l977 a l982 y desde l995 a 1999 tuvo a su cargo la dirección de la Escuela
de Derecho y Ciencias Políticas de la USMA.
I. Antecedentes Históricos
1
Ministerio de Educación de España. Archivos Estatales, Archivo Corona de Aragón.
En 1538 por cédula Real la Corona Española crea, en la ciudad de Panamá, La Real
Audiencia de Panamá, con cuatro oidores y un fiscal, funcionó como Órgano Judi-
cial y de Gobierno para Tierra Firme; era una Audiencia Gobernadora, con jurisdic-
ción desde Nicaragua hasta Cabo de Hornos, duró 4 años, ya que, al promulgarse
las leyes nuevas fue sustituida por las Audiencias de los Confines y la Audiencia del
Perú, de las que dependió Panamá durante veinte años.
En 1563, se restableció el Tribunal en Panamá que se instaló dos años después con
un distrito jurisdiccional más restringido. Esta segunda Audiencia también fue Go-
bernadora y, en 1572, se le otorgó en exclusividad el gobierno al Presidente, quien
pasó a llamarse Presidente Gobernador. Entre 1718 y 1722, la Real Audiencia fue
suprimida temporalmente en Panamá y, finalmente, en 1751, dejó de funcionar en
nuestro territorio, cuando éste pasó a formar parte del Virreinato de la Nueva Gra-
nada.2
Luego que el Rey Carlos V destinara una de las Torres del castillo para guardar los
documentos más importantes en 1540, Felipe II en 1588, construyó un edificio es-
pecialmente destinado para el archivo de Simancas, lo dotó de un reglamento que
hizo promulgar, el cual es considerado el primer reglamento de archivos del mundo.
De cinco mil volúmenes que contiene, los más importantes son: la Colección de Juan
Bautista Muñoz, que incluye los borradores presentados al Consejo de Indias con las
descripciones de Panamá y Perú; el material recogido por Manuel Joseph De Aya-
la, que cuenta con 87 tomos con recopilaciones de leyes y cédulas de Archivo de In-
dias.
Juan López de Velasco, logró tener acceso a los informes geográficos e históricos
sobre el Nuevo Mundo, lo que le movió a escribir su Geografía y Descripción de las
Indias en 1574, en cuya Tabla de la Audiencia de Panamá abordó diferentes temas
2
El Panamá América, Patria de mis Amores (suplemento), 4 de noviembre, 1990.
3
Diccionario enciclopédico de derecho usual . Volumen VII. 17va edición. pp. 96-113.
Alonso Criado de Castilla, quien en su Sumaria Descripción del Reino de Tierra Fir-
me llamado Castilla del Oro, de 1575, describió el territorio y sus habitantes. Reali-
zó una descripción minuciosa sobre la población, las actividades económicas, las
principales ciudades, los esclavos, los cimarrones y los diezmos, entre otros aspec-
tos.
El uso limitado de la imprenta, el mal estado del servicio de los correos, y la costum-
bre quizás obligada, de levantar los textos a mano, tal como lo apreciamos en un
sinnúmero de obras, escritos y papeles de la época, hicieron imposible la creación
de un órgano de publicación de fallos, como lo tenemos hoy día o al menos como
emergió en la época de unión a Colombia, en el siglo XIX, como veremos más ade-
lante.
El Poder Judicial desde los inicios de la historia colombiana, fue estructurado por un
Tribunal de Justicia con diferentes nombres, de conformidad con el momento histó-
rico por el que se atravesaba.
Los Estados o Repúblicas de Tunja (1811), Antioquia (1812), Cartagena de Indias
(1812), Cundinamarca (1812), plasmaron en sus Constituciones la existencia de or-
ganismos encargados de administrar la justicia ordinaria.
Para esta época, desde 1830 se había separado del pacto de unión a Colombia las
Repúblicas de Venezuela y Ecuador, los panameños se organizarían en procura de
su libertad en su momento.
4
REUSSNER André y NICOLAS, L. La puissance navale dans l’histoire. París: Editions Maritimes et d’Outremer, 1963.
Surgirían cuatro constituciones más, previas a la creación de una ley que organiza-
ría el poder judicial y el Ministerio Público y establecería el primer órgano de publi-
cación de fallos.
El 8 de mayo de 1863, que estableció que el Poder Judicial se ejercería por el Se-
nado, la Corte Suprema Federal de los Estados unidos de Colombia, por Tribunales
y Juzgados de los Estados, y por los que la ley especialmente estableció en los te-
rritorios nacionales.
5
“Informe General”. En: Página Consejo Superior de la Justicia, Rama Judicial, República de Colombia.
6
Idem .
La Corte Suprema creada en 1886, siguió las directrices de la ley española de en-
juiciamiento civil de 1881.
Tres meses después que la Corte Suprema tomó posesión en Bogotá, la Ley 61 de
25 de diciembre de 1886,6 publicada en la Gaceta de Panamá, órgano oficial del
“Departamento”, el 6 de enero de 1887, organiza provisionalmente el Poder Judicial
y el Ministerio Público. La estructura interna de la Corte se vería reglamentada, sus
atribuciones y establecería el procedimiento para ejercerlas y ordenó la publicación
de un órgano de difusión para dar a conocer la Jurisprudencia de la Corte.
2. Las Gacetas tenían una sección judicial, donde se publicaban autos, senten-
cias, acuerdos y otros documentos; la nuestra se distinguía como Gaceta de Pa -
namá.
Sobre el asunto de la publicación de fallos en la época que nos ocupa, resulta inte-
resante y oportuno lo que, sobre el particular, nos dice Luis Rubén Pérez Pinzón,
profesor de Fuentes Históricas de la Escuela de Historia de la Universidad de San-
tander, ciudad de Bucaramanga:
“A manera de hipótesis, las gacetas fueron a su vez tardías por causa de los
intereses continuistas de los partidos en el poder, así como por los mecanis-
mos de presión y de control que el Ejecutivo pretendía imponer a los demás
poderes para asegurar lealtades y compromisos con la política del Estado,
siendo el mejor medio para ello el representar a través de la prensa oficial
la imagen de un país o de un Estado unido y soberano al encontrarse en ella
la voz de los legisladores, los jueces, los gobernantes e incluso la de los em-
presarios al contar con su propia sección (No Oficial).”
Nosotros estimamos que le asiste razón al ilustre historiador Colombiano, ya que el
hermano país se encontraba sumido en luchas intestinas con frecuencia, ya hemos
señalado y válganos como ejemplo, los movimientos secesionistas que provocaron
tantas bajas en los movimientos separatistas organizados por los panameños. Sólo
basta revisar los partes de guerra publicados en la Gaceta de la época, para cons-
tatar las bajas en los distintos destacamentos de Colombia; por supuesto, no se pu-
blicaban los caídos en las filas de los rebeldes.
Reconocemos que, a pesar del estado de cosas y de guerras en que se hallaba su-
mido el “Estado de la Unión”, existía para los colombianos una vocación legislativa
y constitucional o, quizás, los movía el afán de buscar una salida que les brindara
un equilibrio social, que les posibilitara encontrar una solución pacífica, entre las
fuerzas beligerantes, con formación ideológica política contrapuestas.
7
Gaceta de Panamá. Edición de enero de 1887 – enero 1889.
8
Registro Judicial de Panamá , enero de 1889.
9
CUESTAS G., Carlos A. La Organización Judicial Panameña durante la República. Primera Parte
10
Idem .
Estaba vigente la Junta Provisional de Gobierno, conformada por José Agustín Aran-
go, Federico Boyd y Tomás Arias, cuando ve la luz pública el 14 de diciembre de
1903 el primer Registro Judicial, órgano de publicación del Poder Judicial de la Re-
pública de Panamá.10
11
Código Judicial de la República de Panamá de 1917.
El artículo 2 del Decreto Ley 16 de 1957, subroga el texto del artículo 12 de la Ley
47 de 1956, ubicado en el Título IV, sobre el Personal y Atribuciones de la Corte Su -
prema. En lo atinente al Registro Judicial, habla de la figura del Relator Biblioteca-
rio, determinaría sus funciones y establecería los requisitos para ocupar el cargo.
Procurar que el Registro Judicial se publique con toda regularidad, contenía una re-
serva consistente en no tener la certeza de una publicación actualizada. Era eviden-
te que un sólo funcionario no podría lograr el objetivo, con carencia de materiales,
de equipo y de una oficina adecuada.
La norma que crea el cargo de Relator de la Corte Suprema y establece sus funcio-
nes y los requisitos necesarios para ocupar dicho cargo, se encontraba en el Libro
Primero de Organización Judicial, Título X, “sobre los Secretarios y demás subalter-
nos de los Tribunales”, guarda relación con el Título Primero que dice: “De la admi-
nistración de Justicia y de los cargos judiciales, lo que claramente indica que el Re-
lator es un funcionario judicial, comparable en cuanto a requisitos para ocupar el car-
go y materia que maneja, a un Juez de Circuito”, claro está, estudia lo que el juez o
El Relator Bibliotecario entonces, tenía que ser Relator, actuar en general como je-
fe de la biblioteca y de los archivos de la Corte, dirigir, en coordinación con la Sala
Cuarta de la Corte, el Registro Judicial, y, además, cumplir con otras funciones, con-
tenidas en el artículo 282 del Código Judicial.
El Consejo Judicial nunca llegaría a dirigir el Registro Judicial, sólo se reunió en dos
ocasiones; por lo que, el deber de hacer públicos los fallos seguiría recayendo en la
Sala Cuarta de Negocios Generales.
El cargo de Relator de la Corte Suprema fue creado mediante Ley 55 de 1924, aun-
que no conocemos el nombre de quién o quiénes fungieron como tales en los pri-
meros años, a partir de la edición de 1932, se identifica a don R. L. Castrellón en la
portada del Registro Judicial.
El maestro relator, Don José María Vásquez Flores, se destacaba por su estilo, sin-
taxis, redacción, habilidad en el uso paráfrasis, “buen olfato jurídico” y análisis críti-
co al momento de ponderar conceptualmente, los elementos más salientes de for-
ma y/o de fondo, para finalmente redactar el contenido jurídico de los fallos.
Realizar la delicada labor de extraer los contenidos jurídicos de las sentencias y au-
tos utilizando el estilo de paráfrasis, implica el riesgo de cambiarle el sentido a las
expresiones de la resolución; por lo que, describimos esta modalidad como una ac-
tividad de concentración y mucho esmero.
La informática jurídica se define como: “la ciencia que estudia el uso de procedi-
mientos cibernéticos para el tratamiento, almacenaje y recuperación de información
jurídica y de información, pública o privada, con repercusión jurídica, así como el
empleo y control de esos procedimientos tanto por parte del Estado como de los par-
ticulares”.
El artículo 100 del Código Judicial, numerales 10 y 20 del Código Judicial vigente
confiere a la Sala Cuarta de la Corte Suprema de Justicia, el deber de hacer que to-
dos los fallos de la Corte Suprema sean de conocimiento público.
El nuevo procedimiento pronto demostraría ser muy eficiente, al punto que en corto
tiempo se logró actualizar la edición de la obra, que contaba con ocho meses de re-
traso.
Las viejas impresoras, y el método manual de transcribir todos y cada uno de los fa-
llos en matrices desechables, para luego imprimirlas y desecharlas, quedaría total-
mente eliminado.
Pero el aumento importante de los casos que atiende la Corte, crearía un volumen de
resoluciones que, sumados a otros factores negativos, harían impostergable la aplica-
ción de ajustes y cambios sustanciales en el uso de un nuevo software y programas
informáticos. No bastaba con realizar sólo esfuerzos, se requería de lo necesario pa-
ra lograr nuestro objetivo primordial, actualizar en esta otra ocasión, el Registro Judi-
cial y además convertirlo en un instrumento de trabajo amigable, lo que ya hemos lo-
grado con su nueva presentación en formato de libro.
1. Objetivos alcanzados
Introducción
Por deferencia del señor Presidente de la Corte Suprema de Justicia, cumplo con el
honroso encargo de hacerles llegar estas reflexiones en torno a las experiencias
que compartí con los Magistrados, miembros de dicha Corporación durante uno de
los períodos más críticos de nuestra historia republicana. Es bien sabido, que esta
etapa se inició a escasos días de la dolorosa invasión extranjera que puso fin, el 21
de diciembre de 1989, a veintiún años del régimen militar que se instaló en el país
el 11 de octubre de 1968.
Tantos fueron los escollos que fue necesario superar durante ese período para evi-
tar que colapsara el servicio público judicial, y tantas las iniciativas que pusimos en
marcha para asimilar la sobrecarga de casos que inundaron los ya recargados tribu-
nales de justicia, que no exagero al señalar que estos cuatro años marcaron el co-
mienzo de una nueva etapa en la Administración de Justicia, cuyos retos y el esfuer-
zo empeñado para superarlos no se podrían apreciar cabalmente, sin que intente-
mos hacer, previamente, un breve resumen de la crisis por la que atravesaba nues-
tro sistema de Justicia al finalizar la década de los ochenta.
A decir verdad, con anterioridad al cambio político y social que se produjo con el de-
rrocamiento del doctor Arnulfo Arias Madrid, Presidente Constitucional, a escasos
once días de haber tomado posesión de su cargo el 1º de octubre de 1968, el Órga-
no Judicial, pese a sus vicios, gozaba de una relativa independencia de los demás
Órganos del Estado, dado que los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia eran
nombrados con el concurso de los Órganos Ejecutivo y Legislativo, a más de que
los Magistrados de los Tribunales Superiores, los Jueces y demás funcionarios judi-
ciales estaban amparados con una carrera judicial que les garantizaba cierta estabi-
lidad en el cargo, estabilidad sin la cual no se puede concebir que la función juris-
diccional sea dispensada con la imparcialidad e independencia que es consustan-
cial a la justicia.
1
Sobre el particular, existe una versión de la exposición que hizo el doctor Mario Galindo, el 9 de noviembre de 1988, en la que
aborda el tema del “Militarismo Tardío”. En su análisis del golpe de estado de 1968, le atribuye la característica de régimen o go -
bierno militar, o sea “un gobierno dominado sin frenos ni contrapesos por y desde los cuarteles”.
En lo personal considero que de los tres Órganos del Estado, el Judicial resultó el
más afectado, ya que, a más de aquél prolongado proceso de manipulación política,
en medio del saqueo y la anarquía que siguió a la invasión se produjo la destrucción
de las instalaciones que en el Palacio de Justicia constituían la sede de la Corte Su-
prema de Justicia, desde la cual ésta corporación ejercía la dirección, representa-
ción y administración del Órgano Judicial. Los destrozos ocasionados por la turba,
nos obligaron a ubicar provisionalmente nuestros despachos en el edificio que ocu-
pa la casa matriz del Banco Nacional, mientras que la Secretaría General de la Cor-
te, al igual que las secretarías de las demás Salas de decisión quedaron funciona-
ndo en lo que pudo salvarse del Palacio de Justicia, que por estar ubicado en la Pla-
za de Francia, al otro extremo de la ciudad, vino a agravar la dispersión que ya exis-
tía entre las instalaciones judiciales y las administrativas, dificultando aún más, las
medidas urgentes que fue necesario tomar para evitar el total descalabro de la Ad-
ministración de Justicia.
Por otro lado, a pesar de que la normativa constitucional vigente preveía, y aún pre-
vé en el artículo 211, un mínimo garantizado para los presupuestos del Órgano Ju-
dicial y del Ministerio Público, al disponer que no serán inferiores, en conjunto, al dos
por ciento de los ingresos corrientes del Gobierno Central, ese mínimo nunca fue su-
ficiente para la creación de tribunales que compensaran el dramático crecimiento de
la población y de la criminalidad, especialmente en el área metropolitana, y mucho
2
Sobre el particular, cabe tener en cuenta que la restauración de la Constitución de 1983 se hizo progresivamente, según el Estatuto
de Retorno Inmediato a la Plenitud del Orden Constitucional, que se expidió el 21 diciembre de 1989 y aparece en la Gaceta Oficial
Tal como expresé en más de una ocasión desde la Presidencia de la Corte Suprema,
en cuanto a la Administración de Justicia, las condiciones estaban dadas, no para
satisfacer la justicia expedita que reclamaba el pueblo en su penoso tránsito de la
opresión a la libertad, sino para que su sistema operativo, particularmente el penal y
el de protección a los derechos humanos, desembocara en un colapso total.
3
En 1986, el Centro de Investigación Jurídica de la Facultad de Derecho de La Universidad de Panamá, conjuntamente con el Insti-
tuto Latinoamericano de Naciones Unidas para la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente y La Universidad Internacio -
nal de la Florida, realizaron una investigación sobre “La Administración de Justicia en Panamá” (con énfasis en lo penal). Esta ini -
ciativa quedó en suspenso con ocasión del aislamiento político en el que progresivamente fue cayendo el país durante los últimos
años de la dictadura militar. La iniciativa la retomó la doctora. Enriqueta Davis Villalba, quien publicó en 1993, una investigación
sobre “La situación actual del sistema de justicia en Panama, 1990-1991”, que recoge datos estadísticos que sería interesante am -
El día 5 de abril de 1991, en la clausura del referido proyecto, al hacer uso de la pa-
labra la doctora Tirza Rivera Bustamante, Subdirectora de dicho Centro, enumeró,
entre las medidas y acciones que era preciso tomar al más corto plazo, las siguien-
tes: implantar la carrera judicial en el menor tiempo posible; poner en funcionamien-
to una escuela judicial para la capacitación permanente de jueces y fiscales; mejo-
rar los sistemas existentes de administración de tribunales; ejercer un mayor control
ético sobre la labor de los funcionarios judiciales; incorporar a la Policía Técnica Ju-
dicial al Ministerio Público; reformar el procedimiento penal existente para hacerlo
más eficiente, pero a la vez más respetuoso de los derechos del imputado; mejorar
los centros carcelarios, promover el desarrollo de las políticas penitenciarias integra-
les y propiciar una mejor comunicación entre las diferentes instancias del Sector Justi-
cia, y entre éstas y la opinión pública.4
Estas dificultades y las que sobrevinieron, no evitó que su primer período de año
y medio de labor fuera para la Corte Suprema de Justicia instalada en enero de
1990, uno de los más fructíferos de su historia.
4
La intervención de la doctora Tirza Rivera Bustamante fue distribuida en el acto de clausura del Proyecto de Mejoramiento de la
Administración de Justicia en Panamá, celebrado el 5 de abril de 1991.
5
Por Sentencia del Pleno de la Corte Suprema de Justicia, fechada el 5 de abril de 1990, se ubicó bajo la órbita del Órgano Judi-
cial, la Jurisdicción de Trabajo que venía operando como una dependencia del Ministerio de Trabajo y Bienestar Social. Esta de-
cisión se ratifica mediante la Sentencia del Pleno que declara inconstitucional el inciso final del artículo 343 de la Ley 67 de 1947.
6
Mediante fallo del 14 de octubre de 1991, el Pleno de la Corte Suprema de Justicia, a raíz de la consulta de inconstitucionalidad
que le hiciera la Directora General de Comercio Interior del Ministerio de Comercio e Industrias, a petición del licenciado Reynaldo
Meléndez, sobre el artículo 4 de la Ley 11 de 8 de enero de 1974, declaró la inconstitucionalidad de dicha norma por considerar
que el Órgano Judicial es el llamado a ejercer la jurisdicción con exclusión de cualquier otro poder o autoridad. En vista de lo an-
terior, en la sentencia se dispone que la jurisdicción ordinaria asuma los procesos que se ventilaban en el Ministerio de Comercio
e Industrias y el conocimiento para el futuro de los conflictos surgidos entre particulares con relación al tema de marcas de fábrica,
patentes, etc. Ante la imposibilidad en que se encontraba el Órgano Judicial de asumir la sobrecarga de cientos de procesos en trá-
mite, se acudió a la salida poco ortodoxa de propiciar el recurso de aclaración que presentó el Procurador General de la Nación
contra dicha sentencia, con lo cual se paralizaron los efectos de la misma hasta que se contó con los recursos para crear los Juz -
gados de Circuito que habrían de conocer las controversias en materia de Competencia Desleal y otros casos de Comercio, por vir-
tud de lo dispuesto en la Ley 29 de 1996. Así se explica que no fuera hasta el 12 de marzo de 1997, después de casi seis años
de su interposición, que la Corte Suprema pudiera decidir la aclaración de sentencia, una prueba más de la falta de recursos con
Con relación a todas las medidas adoptadas en ese primer año y medio de labor, la
Magistrada Aura Emérita Guerra de Villalaz, tuvo a bien enumerar en un modesto
fascículo, las tareas que habíamos cumplido en veinte meses de gestión, folleto que
de paso constituye un claro ejemplo de los escasos medios con que contaba la Cor-
te Suprema de Justicia para hacerle frente a sus necesidades básicas.
Como complemento de la relación hecha por la Magistrada Villalaz, valga la pena des-
tacar algunos logros que se cumplieron antes de la terminación del cuatrienio, comen-
zando por destacar el mérito que tiene para la justicia penal haber culminado en cir-
cunstancias tan adversas, la mayor parte de los casos que conmovieron a La Nación,
tales como el asesinato del doctor Hugo Spadafora Franco,7 cuyo proceso fue reactiva-
do por una decisión de la Sala Penal de la Corte Suprema y el de la desaparición del
Padre Héctor Gallegos, delito que fue cometido al inicio del régimen militar y permane-
cía pendiente del enjuiciamiento de las personas a quienes se le atribuía su desapari-
ción física. Importa destacar que en ambos casos se cumplió con la garantía del debi-
do proceso, responsabilidad a la que no podía renunciar la Administración de Justicia.
7
El asesinato del doctor Hugo Spadafora Franco, ocurrido el 13 de septiembre de 1985, y el proceso penal dimanante del delito, ha -
bía concluido supuestamente, con la Sentencia de fecha 7 de febrero de 1986, por medio de la cual el Cuarto Tribunal Superior de
Justicia había dictado sobre seimiento definitivo en favor de tres inculpados con el voto disidente del Magistrado Andrés A. Almendral
C. Esta decisión motivó a la familia Spadafora a presentar una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
la cual, mediante Resolución 25-87, condenó al Gobierno de Panamá por la violación de derechos humanos consagrados en laa
Convención Americana sobre Derechos Humanos, entre ellos, el que consagra el derecho a la vida. Posteriormente, a partir de
la integración de la nueva Corte Suprema de Justicia, la Sala Penal advirtió que la sentencia no había pasado por el trámite de
Consulta ante el Superior, omisión que hizo posible la reactivación del proceso y permitió el juzgamiento de los sindicados ante
el Tribunal Superior del Tercer Distrito Judicial, con sede en David, Provincia de Chiriquí.
8
En efecto, mediante Ley 19123, el Congreso Nacional de la República de Chile dispuso “crear la Corporación Nacional de Repa -
ración y Reconciliación”, que establece pensión de reparación y otros beneficios a favor de personas víctimas de los delitos de
A tal punto es sensitivo este problema que ninguna de las fórmulas políticas ensa-
yadas por los países que han tenido que enfrentar este dilema, han logrado satisfacer
al pueblo que tuvo que soportar las consecuencias de la impunidad, ni a la opinión
pública que se hizo eco de su disconformidad. En efecto, acontecimientos recientes
de los que se ha ocupado la opinión pública mundial, revelan que ni la Ley de Pun-
to Final que adoptó en Argentina el régimen democrático del Presidente Alfonsín que
sustituyó al de la dictadura militar, ni el de la “Ley de reconciliación y reparación a
las personas afectadas por los crímenes y delitos que se cometieron durante el ré-
gimen del General Pinochet”, que dictó en Chile la administración democrática de
Patricio Aylwin,8 lograron acallar las voces de protesta que han mantenido abiertas las
heridas de un pasado funesto.
Es comprensible que no todas nuestras decisiones fueron bien recibidas por la co-
munidad y que los esfuerzos que hicimos por lograr una mejor comunicación con los
medios de información dieran los frutos deseados. A decir verdad, los medios nun-
ca alcanzaron a comprender que la consecución de una administración de justicia
independiente, eficiente y accesible constituye una aspiración que no puede alcan-
zar por sí solo el Órgano Judicial, que es apenas uno de los protagonistas de un “di-
lema de gravedad extrema, cuya su solución no se limita a imprimirle mayor rapidez
a los procesos pendientes”, ya que se trata de un problema político y social en cu-
ya superación estamos comprometidos todos los panameños.
En el mismo sentido, apunta el Magistrado José María Álvarez Cienfuegos, Jefe del
9
Resumen de las Jornadas sobre Informática Judicial y Protección de Datos Personales, celebrada en San Sebastián, España, el
7 de octubre de 1993, p. 117.
10
Reseña publicada por el Panamá América en su edición del 14 de septiembre del 2003, sobre los resultados de la Tercera Con -
ferencia Regional sobre Justicia y Desarrollo, celebrada en Quito, Ecuador, del 24 al 26 de julio del presente año.
Pese a los vicios del pasado y a las dificultadas sobrevenidas, pese al tiempo y al
esfuerzo que dedicamos a tratar de superarlos, basta analizar las estadísticas judi-
ciales de aquél período para advertir que el rendimiento del Órgano Judicial y, par-
ticularmente, de la Corte Suprema de Justicia, estuvo muy por encima del que ve-
nía experimentando durante el régimen anterior. A manera de ejemplo, se puede
constatar que la jurisdicción constitucional asignada al pleno de la Corte Suprema
11
HERNÁNDEZ GIL, Antonio. Memoria sobre el Estado y Funcionamiento del Tribunal Supremo . 1989, p. 18.
Otro tanto podría señalarse de la eficiencia con que operaron las Salas de lo Civil,
de lo Penal y de lo Contencioso Administrativo, no solo en lo que concierne a su ren-
dimiento cuantitativo, sino, también, en lo tocante a la calidad de la justicia que dis-
pensó cada una de estas salas de decisión.
Sin duda alguna, uno de los factores que contribuyó a impulsar los casos en trámi-
te se debe a la instalación y puesta en marcha del Departamento de Informática que
permitió al funcionario judicial dar el salto, de la máquina manual a la computadora,
abriendo posibilidades en su trabajo y producción a extremos nunca imaginados, pe-
ro todavía insuficientes para superar la sobrecarga de procesos en trámite.
“Con legítimo orgullo podemos afirmar, pues, que el Órgano Judicial cuya
representación ostento, ha culminado una etapa en la que, sin descuidar el
ejercicio de la función jurisdiccional, ha logrado sentar las bases de una jus-
ticia más independiente, imparcial y eficiente que la que nunca habíamos te-
Con la misma franqueza tenemos que reconocer que lo hecho hasta ahora
no es suficiente. Es apenas el inicio de una lucha que habrá de ser perma-
nente y sostenida para que podamos lograr los niveles óptimos que recla-
ma un país que aspira a aprovechar al máximo las ventajas de una econo-
mía de servicio, consecuente con su privilegiada posición geográfica y com-
plementaria de la que el Canal de Panamá ofrece al comercio marítimo inter-
nacional.
No podemos ignorar que aún quedan por hacer cosas muy importantes en
el sector justicia. Comenzando por el replanteamiento de las funciones que
competen a nuestro máximo Tribunal de Justicia, ya que en ellas se mezclan
y agrupan atribuciones que en otros países están asignadas a tribunales y or-
ganismos diferentes, como son las de Tribunal Constitucional, Tribunal de Ca-
sación, Tribunal Contencioso Administrativo, Tribunal disciplinario por faltas
contra la ética judicial y del reglamento de carrera y por contera, las que co-
rresponden a la dirección y administración del Órgano Judicial, atribuida en
otros países al Consejo Superior de la Judicatura o a los Ministerios de Justi-
cia.
A lo expresado en aquella ocasión, hace más de diez años, tan solo me queda por
señalar que en medio de tantas dificultades no podemos desmayar en el esfuerzo
que exige la lucha por la justicia, principalmente de quienes intervenimos como pro-
El doctor López Tejada fue Magistrado de la Sala Civil de la Corte Suprema de Jus-
ticia de 1990 a 1994 y ocupó el cargo de Presidente de esa Corporación de Justicia
de enero de 1990 a diciembre de 1993.
El doctor Carlos Lucas López ha dictado múltiples conferencias a nivel nacional e in-
ternacional y pertenece a distintas asociaciones profesionales, entre éstas el Institu-
to Interamericano de Derecho Procesal.
Uno de los temas sobre los cuales es necesario acometer esta superior empresa es el
que guarda relación con la edificación y fortalecimiento de un Sistema de Adminis-
tración de Justicia caracterizado por su integridad, confiabilidad y competencia para
dirimir los conflictos de todo signo que surgen y surgirán como producto de nuestra
vida en comunidad.
En las líneas que siguen, procuraré articular algunas reflexiones que pudieran servir
de punto de partida para avizorar cuáles deben ser los derroteros por los que debe
transitar la Justicia Panameña en el siglo que comienza.
Lo anterior quiere significar que la presencia de un buen Sistema Judicial es una exi-
gencia de inaplazable y prioritaria atención no sólo para los ciudadanos de un esta-
do determinado, sino también para el resto de los seres humanos que habitan el pla-
neta.
Las naciones que han alcanzado los más altos niveles de desarrollo humano tienen,
como característica común, el haber logrado un nivel de excelencia y confiabilidad
en la prestación del servicio público de Administración de Justicia. Es por esto, que
se han superado los criterios que consideraban que cuando los países alcanzaran su
desarrollo lograrían contar como derivado con una mejor justicia. Hoy en día es cla-
ro que para que una nación se desarrolle es preciso que también construya un buen
Sistema Judicial.
La crucial y decisiva importancia que tiene la calidad del Sistema Judicial de un país
en relación con sus niveles de crecimiento, bienestar y desarrollo económico, no es, en
1
Declaración de Santiago sobre Democracia y Confianza Pública: El Nuevo Compromiso de la buena gobernabili-
dad para las Américas. AG/DEC 31 CXXX III-0/03, adoptada en la Cuarta Sesión Plenaria celebrada el 10 de junio
"El comercio y la industria rara vez florecen durante mucho tiempo en un Es-
tado que no disfruta de una administración regular de la justicia; donde el pue-
blo no se siente seguro de la posesión de sus propiedades, donde el cum-
plimiento de los contratos no está amparados por la Ley (...) en suma, el co-
mercio y la industria no pueden progresar en ningún Estado donde no haya
un cierto grado de confianza en la justicia."
Las ideas expresadas por este conocido fundador de la economía política, han co-
brado en los últimos años un inusitado vigor y remozamiento debido fundamental-
mente a la dramática y profunda reestructuración que ha experimentado la econo-
mía mundial.
Tradicionalmente, los Jueces han estado marginados de las discusiones sobre las
políticas públicas de desarrollo, circunstancia que, ha dificultado, entre otros facto-
res, el cumplimiento de los objetivos que la sociedad espera de su sistema de justicia.
Afortunadamente, esta situación está cambiando y hoy en día parece claro que, si no
existe un Sistema Judicial que asegure el cumplimiento de los contratos, penalice su
incumplimiento, proteja los derechos y vigile el libre establecimiento y acceso a los
mercados, el país no tendrá inversión, empleo, bienestar y crecimiento.
Quienes se han ocupado de examinar profundamente las relaciones que existen en-
tre un poder judicial ineficiente y la actividad económica en general, han identifica-
do que este factor origina graves perjuicios sobre los siguientes rubros:
Pero cabe preguntarse: ¿Cuáles pueden ser los factores que ejercerán una profunda y
sustancial incidencia en la conformación de la sociedad de este siglo? Sin pretender
la formulación de planteamientos dogmáticos e inflexibles, considero que una lectura
atenta de las tendencias que se observan en la sociedad de hoy, puede llevarnos a
identificar tres factores fundamentales que tendrán superlativa importancia. Estos tres
factores, que, a mi juicio, resultarán definidores en la sociedad del futuro son los si-
guientes:
No resulta ocioso enfatizar aquí la suprema importancia que tiene para la Justicia
dar una mirada de conjunto a las proyecciones que previsiblemente tendrán estos tres
factores en la vida económica, social y política, ya que, como sabemos, la función ju-
dicial no se desarrolla en el vacío y tiene que adecuar su desempeño en consonan-
cia con las exigencias y reclamos del sistema al cual se debe. Es por ello que con-
viene examinar los rasgos dominantes de cada uno de los factores antes enuncia-
dos.
A. La globalización
Acorde con ello, se ha anotado con toda perspicacia que, la globalización bus-
ca que los mercados se conviertan en el poder económico por excelencia del
siglo XXI, dando como resultado que para sus seguidores y simpatizantes exis-
ta una especie de mercadolatría conforme a la cual el mercado debe absoluti -
zarse para convertirse supuestamente en la panacea de todos los problemas
económicos de la humanidad.
2
ESTEFANÍA, Joaquín. El poder en el mundo. Barcelona: Plaza & Janés Editores, 2000, p. 35.
3. En el plano social, cabe apuntar que la globalización también deja sentir sus
efectos en varios aspectos: por un lado, el alcance universal que provocan los
grandes fraudes financieros, los execrables actos terroristas como el aconteci-
do el 11 de septiembre de 2001, en los Estados Unidos y la actividad claramen-
te mundializada que lleva a cabo la delincuencia organizada en la venta de es-
tupefacientes; por otro, los peligrosos efectos que se originan por la degrada-
ción medio ambiental o las temibles amenazas que representan para el género
humano la pandemia del SIDA.
Este primer factor, que representa la globalización, afecta y afectará como hemos
visto la forma como vivimos, trabajamos y nos relacionamos en todos los ámbitos
de la actividad humana, razón por la cual resulta ineludible tenerla en cuenta al
momento de avizorar cuál será la sociedad del siglo XXI en la que tendrá que
cumplir funciones la Justicia.
B. La tecnología
C. El conocimiento
Para completar este cuadro de elementos que nos permitirán imaginar cuál es el esce-
nario social en el que deberá actuar la Justicia del siglo XXI, necesitamos tener pre -
sente también los siguientes factores:
1. Las tendencias demográficas, ya que ellas nos permitirán imaginar cuáles serán
las características poblacionales de nuestros países.
3. Las transformaciones sociales que impactan a las familias y que las someten a un
peligroso y gradual proceso de descomposición con sus secuelas de violencia
contra la mujer, los niños y los ancianos. El incremento de unidades familiares no
convencionales encabezadas por mujeres, abuelos, etc. En Panamá, según el
Censo de 2000, el 25% de las jefaturas de hogares es liderizado por mujeres,
que representa un incremento del 13.6% con respecto al Censo levantado para
el año 1990.
En el tema de la salud, podemos señalar que según cifras proporcionadas por el Mi-
nisterio de Salud, de 1984 a 2002 se reportaron 5,213 casos del Síndrome de Inmu-
no Deficiencia Adquirida (SIDA), con un nivel de defunciones del 76%. Los grupos de
edades con mayor número de infectados se encuentran entre los 20 y 44 años de
edad, edades en las que se centra la población productiva.
Desde la perspectiva de los fenómenos delictivos, los datos recabados por el Comité
Nacional de Análisis de Estadística Criminal (CONADEC) del año 2002 ofrecen el si-
guiente panorama:
2. Se estima que 140 de cada 10,000 panameños se ven afectados por la si-
tuación penitenciaria del país.
3. El 31% de las personas privadas de libertad se encuentran en edades para
cursar estudios superiores.
4. El 53% del total de la población penitenciaria nacional tiene menos de trein-
ta años.
5. Seis de cada diez reclusos fueron detenidos por primera vez cuando contaban
con menos de 25 años.
6. El 44% del total no pasó del segundo año de secundaria.
Por otra parte, en relación con el tema de la desintegración familiar, se puede men-
cionar que se ha dado un aumento en la tasa de divorcios que va de 55.7% a 77.4%
por cada diez mil parejas, registrándose las más altas tasas en las ciudades de Pa-
namá y Colón (98.8 y 101.2 de divorcios por cada diez mil parejas, respectivamen-
te).
Con relación a los casos de maltrato a menores de edad, se tiene que en el año
2002 se atendió en los Juzgados de Niñez y Adolescencia un total de 1,125 casos de
maltrato, 2,281 casos de riesgo social y 83 de abandono.
Este elemento, sumado a las influencias exógenas que seguramente producirán los facto-
res globales enunciados líneas atrás, nos ayudan a tener cabal aproximación al tipo de
sociedad con la que tendrá que interactuar la Justicia Panameña. No debe soslayarse
que, en cierta forma, el Sistema de Justicia de un país es un espejo en el cual se reflejan
las desigualdades y desajustes de la sociedad.
El cambio que tiene que experimentar la Justicia Panameña debe estar encamina-
do a superar la noción de Justicia-Poder por el concepto de Justicia-Servicio, que
implica colocar al ciudadano y no al Juez como eje central de las preocupaciones
del quehacer institucional.
Es necesario, por tanto, que se incorporen a la justicia las más novedosas técnicas
en la planificación, diseño, diagnóstico y ejecución de los distintos proyectos, a fin de
que el sistema se ocupe de obtener los mejores resultados posibles de modo que in-
cremente la calidad en la atención al usuario y la velocidad de respuestas a sus ne-
cesidades.
El reenfoque que hará posible este cambio exige que la Justicia sea apreciada como
un servicio público que debe ajustarse a indicadores de calidad, efectividad y excelen-
cia que, al introducir un nuevo patrón de cultura de trabajo, también consiga rescatar
y dignificar el papel del Juez como activo protagonista en la construcción de la con-
vivencia ciudadana.
El plan de Reforma Judicial Panameño tiene que tomar en cuenta las siguientes lec-
ciones aprendidas de las experiencias desarrolladas en América Latina:
4. Al fijar con claridad la visión, misión y valores, el Órgano Judicial panameño po-
drá ejecutar acciones específicas con miras ha obtener resultados concretos en
las áreas críticas (atraso tecnológico, gestión administrativa, focalización estra-
tégica de recursos y ataque frontal al rezago judicial).
5. Hay que tener presente la necesidad de trabajar con los recursos existentes por-
que tenemos identificadas con claridad las urgencias de cambio en los rendi-
mientos del sistema. En ese sentido, es preciso efectuar un análisis para esta-
blecer con alguna precisión los recursos económicos y humanos que se nece-
sitan para llevar el sistema a óptimos niveles de calidad. No puede continuarse
argumentando que no se puede hacer nada porque no hay recursos, ya que es-
to causará mayor frustración y desencanto. Por esta razón es que los esfuerzos
deben concentrarse en mejorar la coordinación, planificar metas viables, medir
resultados y fortalecer las acciones de seguimiento.
La Reforma Institucional.
La Reforma Legal.
La Reforma Cultural.
3
Visión: Somos una Organización Líder comprometida con la excelencia, que al resolver los conflictos de modo
independiente, confiable y efectivo, contribuye a la construcción de un futuro de paz y prosperidad para la Nación.
Misión: Decidir los conflictos en forma independiente, rápida y confiable, asegurando el respeto a la Constitución
y las Leyes de la República, la protección de las libertades y garantías ciudadanas, la convivencia pacífica y la
defensa de los valores esenciales de la Democracia.
Valores: Transparencia, ética y respeto; excelencia, liderazgo, celeridad, innovación continúa, trabajo en equipo
y pertenencia; confianza, credibilidad y compromiso con la Nación.
Durante el año 2002, la Justicia panameña, con el auspicio de la Agencia de los Esta-
dos Unidos para el Desarrollo Internacional (AID), emprendió la difícil tarea de elaborar
una planificación estratégica para lograr, por primera vez, la identificación clara de su
visión, misión, valores e imperativos que marcarán su derrotero institucional. 3
Este ejercicio, que ayudará a superar de modo integral nuestras debilidades y per-
mitirá optimizar las fortalezas, constituye un acontecimiento inédito en la evolución
de la judicatura y sus resultados tendremos la oportunidad de compartirlos a medi-
da que se cumplan sus etapas.
Otro gran logro que puede exhibir la Justicia en el ámbito de su fortalecimiento ins-
titucional, consistió en la elaboración del denominado Mapa Judicial, que es el ins-
trumento que nos ha permitido conocer fehacientemente los índices y las necesida-
des de cobertura de atención judicial que se requieren por área geográfica. Este va-
lioso estudio que pudo hacerse realidad por la colaboración técnica de la Facultad
de Ciencias Naturales, Exactas y Tecnología de la Universidad de Panamá, ayuda-
rá sustancialmente a organizar la creación de nuevas unidades judiciales identifican-
do qué regiones del país reclaman mayor presencia judicial de conformidad con los
factores demográficos y las tendencias sociales y económicas prevalecientes.
Este innovador proceso alcanzará como proyecto piloto la jurisdicción penal de cir-
cuito del área metropolitana y las tareas administrativas que desarrolla la Presiden-
cia de la Corte Suprema de Justicia.
Como parte del rediseño del modelo de gestión judicial, se impulsará la creación de
nuevas unidades de apoyo que ayuden a racionalizar los esfuerzos, evitar la repeti-
ción de tareas y aprovechar, con mayor eficacia, los recursos disponibles.
Como parte de la asistencia internacional, derivada del acuerdo suscrito con el Conse-
jo General del Poder Judicial Español y la Agencia de Cooperación Internacional de ese
país, el Órgano Judicial estableció un Centro de Estadísticas Judiciales con personal
8. Adopción del Plan de Acción para la Agilización de la Justicia por parte del
Consejo Judicial
Este plan, que fue el resultado de un trabajo conjunto entre el Órgano Judicial, la Pro-
curaduría General de la Nación, la Procuraduría de la Administración, el Colegio Na-
cional de Abogados y los demás gremios forenses, tuvo como marco institucional las
guías trazadas por el Consejo Judicial, entidad que fue reactivada luego de más de
un lustro.
El Plan de Acción para la Agilización de la Justicia comprendió el levantamiento de
los flujogramas que se siguen en los procesos en todas las jurisdicciones del país,
y ello permitió identificar los obstáculos que retardan o mediatizan el buen desem-
peño del sistema judicial. Este programa comprende la identificación de 251 medi-
das para encarar las dificultades que afectan el servicio de administración de justi-
cia.
El Órgano Judicial llevó a cabo un proceso científico de revisión y análisis de las acti-
vidades que se desarrollan en las unidades administrativas que conforman la Corte
Suprema de Justicia.
19. La ejecución de programas para estrechar los lazos de colaboración entre el Po-
der Judicial y los organismos de la sociedad civil.
En cuanto a las futuras acciones que deben desarrollarse para robustecer la estruc-
tura institucional de la Justicia pueden mencionarse, entre otras, las siguientes:
3. Adopción de una estrategia integral para prevenir y sancionar con eficacia to-
das aquellas conductas que lesionen o comprometan la ética en el servicio ju-
dicial.
B. La Reforma Legal
En el caso de nuestro país se observa que aún existen áreas en el plano constitu-
cional y legal que requieren un importante remozamiento a fin de que este factor se
convierta en un apoyo y no en un obstáculo para el funcionamiento de la Justicia.
2. En el ámbito legal
b. Legislación Penal
Nuestra Legislación Penal vigente rige desde el año 1982, fecha en que se adoptó el
Código Penal. Este estatuto ha experimentado un número plural de modificaciones y
novedades que sólo demuestran la necesidad de acometer una profunda renovación
de la Legislación Penal para que se encuentre en condiciones de responder a los re-
querimientos sociales de este nuevo siglo.
4
GONZÁLEZ PÉREZ, Jesús. Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso Administrativa (Ley
29/1998, de 13 de julio). Tercera Edición. Madrid: Editorial Cívitas, 1998, p. 47.
Las experiencias de otros países con los cuales compartimos estrechas y sostenidas
tradiciones jurídicas (v. gr. Colombia y España) pueden servir de punto de partida pa-
ra la reflexión de esta importante temática que, indudablemente, debe ser una de las
cuestiones discutidas al momento de abocarnos a la reforma del contencioso admi-
nistrativo panameño.
Para dar concreción a esta reforma podría considerarse la inclusión de los siguientes
preceptos:
El que indique el juez administrativo al proferir sus decisiones tiene que tener
presente que el objeto del proceso es el reconocimiento de los derechos con-
signados en la ley sustantiva y con ese criterio debe interpretar las disposicio-
nes de carácter procesal.
La norma que establezca que el tribunal debe darle a la demanda, petición, recurso
o incidente, el trámite que legalmente corresponda, cuando el señalado por las par-
tes esté equivocado.
Cualquier error o defecto en la identificación de la demanda o recurso no debe
constituir obstáculo para que el juez administrativo acceda a lo pedido, de
acuerdo con los hechos invocados y la prueba practicada, si la intención de la
parte ha sido clara.
Establecer la posibilidad, como existe en la nueva ley contencioso administrati-
5
Ibidem, p. 23.
Procedimientos especiales
Para superar estas insuficiencias podrían considerarse en una futura reforma la in-
clusión de las siguientes normas:
Un conjunto de disposiciones que de manera especial reglamente en forma cla-
ra el sendero procesal que deben recorrer las controversias atinentes a la vali-
dez, cumplimiento y ejecución de contratos administrativos, así como los proce-
sos en los que se exige la reparación de daños causados por la Administración
en virtud de una deficiente prestación de los servicios públicos.
En el régimen actual no existe tal categoría procesal, de manera que las controver-
sias sobre suspensiones o destituciones en el sector público tienen que ser someti-
das a la tramitación ordinaria prevaleciente para cualquier otra materia contenciosa.
Por este motivo y para superar esta deficiencia, podría considerarse un sustancial
replanteamiento del papel que debe cumplir la Procuraduría de la Administración en
el régimen contencioso administrativo a fin de regular, con toda diafanidad, que su
papel es el de actuar en interés de la ley y no en defensa de la legalidad del acto im-
pugnado.
Esta exigencia que hoy en día es ineludible en el régimen panameño debe ser so-
metida a una reflexión crítica a los efectos de considerar su eventual atemperación,
ya que la experiencia ha demostrado que en la mayoría de las veces los recursos
de reconsideración y apelación entablados ante la Administración tienen poca o nin-
guna eficacia y lo único que contribuyen es a dilatar los trámites de impugnación que
pudiera promover el afectado por el acto administrativo ilegal. En este sentido, la re -
forma podría atribuir carácter potestativo a los recursos de reconsideración y apela-
ción, de suerte que quede librado al criterio del afectado si considera conveniente
ejercitar los mismos o decide acudir directamente a la jurisdicción contenciosa para
plantear su pretensión de ilegalidad del acto cuestionado. Sobre este particular com-
parto, en un todo, las observaciones del maestro González Pérez cuando señala:
En el plano de las medidas cautelares es donde quizás se advierte con mayor notorie-
dad el rezago que experimenta la jurisdicción contencioso administrativa panameña, ya
que la única medida cautelar susceptible de ser decretada es la conocida suspensión
provisional del acto impugnado.
Sin embargo, como es bien conocido, no todas las situaciones pueden ser adecua-
damente tuteladas mediante la adopción de la medida cautelar de suspensión y, por
ello, resulta necesario considerar al momento de una reforma, la posibilidad de am-
pliar el elenco de dispositivos cautelares disponibles en el contencioso.
Se ha dicho con toda razón que las medidas cautelares y la ejecución forzosa repre -
sentan dos de los temas cardinales de la justicia administrativa que están reclaman-
do una profunda transformación para que responda a las exigencias modernas.
Pese a que la Legislación Procesal Civil y Penal que hoy nos rige fue inspirada en
las tendencias científicas más vanguardistas de la ciencia procesal, la experiencia
de su aplicación y los nuevos fenómenos sociales están señalando también la ne-
cesidad de emprender renovaciones y adaptaciones en este ámbito.
6
HIGHTON, Elena I., ALVAREZ, Gladys S. y GREGORIO, Carlos. Resolución alternativa de disputas y sistema
penal. Buenos Aires: Editorial Ad-Hoc.,1998, p. 86.
Es dentro de este contexto general que el tema de la solución alternativa ha ido hacién-
dose su espacio en la problemática penal.
En contraste con esta tendencia se ubican los partidarios del abolicionismo que consi-
dera que las normas del Sistema Penal no están cumpliendo con la función esperada
y que la imposición de la pena es estéril y causa al ser humano efectos degradantes
que hace que esta solución tenga que ser reemplazada por otros instrumentos ajenos
al derecho penal, como lo es la reparación. La conciliación y mediación en el plano pe-
nal no pretenden sustituir el sistema criminal sino complementarlo, y su fundamen-
La conciliación y mediación en los conflictos penales pasa por una revalorización del
papel que cumple el derecho penal y la sanción privativa de libertad. En lo tradicional
la pena descansa en un concepto retributivo o de venganza. En la teoría de la alterna-
tividad el paradigma retributivo de la pena es reemplazado por un concepto de justicia
restitutiva la cual considera que el hecho delictivo es una violación a las relaciones hu-
manas más que una violación a las leyes, entendiendo que los delitos se cometen con-
tra personas y comunidades, más que contra los Estados. En la justicia retributiva la
figura del ofensor o causante del daño es determinante y condiciona la respuesta a
preguntas como: ¿qué Ley resultó violada?, ¿quién la violó? y ¿cómo debe castigar-
se al autor? En cambio, en la concepción de justicia restitutiva las preguntas son dis-
tintas: ¿quién salió dañado?, ¿qué pérdidas sufrió? y ¿cómo podemos reparar su si-
tuación?.
Este enfoque de justicia restitutiva que subyace en la teoría de los medios alternos
de soluciones penales persigue tres grandes objetivos:
Garantizar la protección y seguridad de la comunidad, permitiendo que los in-
fractores se involucren en actividades reparadoras para evitar futuros agravios
pero cuidadosamente supervisados por la comunidad, la cual en ese esquema
comparte responsabilidades en el control y reintegro social del delincuente.
Lograr que el infractor se responsabilice ante la víctima por sus acciones y con-
secuencias, pues, se estima que a través de mecanismos como la reparación,
el servicio comunitario y la mediación víctima-victimario el infractor cuenta con
la posibilidad de enmendar las consecuencias que ha causado a las víctimas y
a la comunidad. Sobre este particular la doctrina ha apuntado lo siguiente:
“El papel del Sistema Judicial debe consistir en proveer recursos para ase-
gurar que los ofensores paguen a las víctimas y cumplimenten otros reque-
rimientos de reparación, como base prioritarias del programa. (...) El ofen-
sor debe trabajar activamente para reparar los daños y pérdidas de las víc-
timas y participar en quehaceres que aumenten la empatía con la concreta
víctima y las víctimas en general, a fin de lograr que comprenda las conse-
cuencias de la conducta afrentosa y desarrolle un sentimiento de equidad
en cuanto al proceso utilizado para administrar justicia." 6
Proveer vías de rehabilitación a los infractores para que puedan integrarse en ac-
tividades edificantes luego de su liberación.
En una perspectiva general podría decirse que las fórmulas de solución alternativas
de conflictos en el ámbito penal se han inclinado en el derecho comparado hacia la
atención de los delitos menos graves en la justicia penal juvenil que es donde se re-
Ahora bien, en el plano comparado se están ensayando estos programas en los ca-
sos de crímenes violentos y graves, inclusive homicidios perpetrados por personas
adultas para responder a iniciativas de las víctimas que querían reencontrarse con
las personas que habían cometido el crimen en su perjuicio.
En lo que atañe a nuestro país no hay duda que se encuentran herramientas lega-
les que pueden facilitar el establecimiento de políticas de solución alternativa de
conflictos penales. El reconocimiento del principio de oportunidad reglado, introdu-
cido por la Ley 39 de 26 de agosto de 1999 y cuya constitucionalidad fue reafirma-
da por el Pleno de la Corte Suprema de Justicia en fallo de 28 de junio del año en
curso, constituye uno de esos mecanismos facilitadores de soluciones alternativas.
Igualmente útil es la figura del desistimiento de la pretensión punitiva previsto en el
Código Judicial.
A pesar del encomiable esfuerzo que ha adelantado el Ministerio Público con esas
iniciativas legales y con la creación del Departamento de Concertación Social, me
parece que se requiere de una revalorización crítica del fenómeno con miras a me-
jorarlo y alcanzar así los propósitos que han alcanzado su establecimiento. En esa
vía podría por ejemplo analizarse qué otras figuras delictivas pueden ser incorpora -
das a la lista de hechos punibles que admiten el desistimiento de la pretensión pu-
nitiva. Es posible que aún existan otros delitos que también puedan ser susceptibles
de desistimiento según ciertas condiciones (v. gr. delitos contra los derechos de au-
tor, competencia desleal, quiebra culposa, ejercicio ilegal de una profesión, delitos
contra la libertad de culto, y otros). Podría también repensarse las exigencias para
que tenga lugar el desistimiento de la pretensión punitiva principalmente en lo que
respecta a las modalidades de reparación.
Para los abogados esta reforma cultural supone una reconceptualización de su pa-
pel en la sociedad. Es preciso que los profesionales del derecho superen el esque-
ma reyertista y pugnaz que tradicionalmente ha caracterizado a los abogados por
una proyección promotora de consolidación y paz en la sociedad.
Para hacer viable el cambio en la clase forense es necesario incorporar a los gre-
mios para que promuevan entre sus miembros este enfoque en el ejercicio de la
abogacía.
Por lo que toca a las demás fuerzas sociales la reforma cultural en apoyo del cam-
bio a la justicia plantea que todas las organizaciones ciudadanas emprendan un es-
fuerzo pedagógico distinto en el manejo de la conflictividad. Si se logra la promoción
a todo nivel de los medios alternos de solución de conflictos seguramente se redu-
cirán los índices de judicialización de las controversias, ayudando de esta forma a
que la justicia funcione mejor y ofrezca rendimientos aceptables.
La realidad de la justicia es, como sabemos, compleja y no admite por tanto, ni gene-
ralizaciones simplistas ni opiniones sin fundamento. La delicada y difícil coyuntura
en que se encuentra el sistema judicial sólo puede superarse con buena fe y deci-
dido espíritu constructivo de todos los miembros de la comunidad.
La experiencia internacional ha demostrado que los países que han alcanzado sus-
tanciales niveles de desarrollo y bienestar han sido aquellos en que la sociedad ha
La reforma judicial es una pieza fundamental para iniciar la exitosa y urgente Refor-
ma del Estado Panameño.
Ahora bien, tomando en cuenta éstas previsibles realidades a que nos enfrentamos
y nos enfrentaremos estimo que la Justicia Panameña del siglo XXI deberá estar
orientada hacia el cumplimiento de un papel mucho más relevante que el que hemos
conocido hasta el momento, ya que su desempeño estará marcado por una época
que se caracterizará por la presencia de asombrosos avances tecnológicos pero
también por crecientes y desafortunadas desigualdades económicas y sociales. Es
por ello que, particularmente, considero que nuestro Sistema Judicial tendrá que ex-
perimentar una profunda transformación con el propósito de alcanzar los siguientes
atributos y funciones:
1. La Justicia Panameña del siglo XXI tendrá que ser eficiente y eficaz para cum-
plir con prontitud las demandas que formulan los integrantes del conglomerado
social. No bastará ya cumplir formalmente con las actividades asignadas a la
Justicia sino que ésta tendrá que estar centrada en la consecución de resulta -
dos y respuestas efectivas hacia quienes demandan sus servicios.
2. La Justicia Panameña de este nuevo siglo tendrá que cifrar su acción institucio-
nal sobre tres nociones cardinales: eficacia, integridad y rendición de cuentas,
de manera que evitemos que ella continúe erosionándose en la estimación comu-
nitaria como un instrumento civilizado de solución de controversias.
3. La Justicia Panameña de este nuevo tiempo tendrá que tener una mayor voca-
ción y compromiso para tratar de brindar solución sustantiva a las controversias
que se planteen a su consideración, dejando a un lado la inveterada práctica del
formalismo que en muchas ocasiones sirve de refugio para no encarar los con-
flictos.
4. Nuestra Justicia en este nuevo siglo tendrá que esmerarse para legitimar demo-
cráticamente sus decisiones de forma que cuente con un mayor respaldo de los
componentes sociales. No debemos perder de vista que, en esta centuria más
que ninguna otra, el éxito y cumplimiento de la Ley dependerá de la calidad y con-
fianza que inspiren los Jueces.
5. La Justicia de este siglo que inicia, tendrá que desplegar su actividad con una
óptica global y no local, ya que debido a la interdependencia que impera en el
plano internacional cada vez más se requerirá que el Juez nacional, tenga la ne-
cesidad de aplicar con pleno conocimiento instrumentos internacionales para
En suma, la Justicia que debemos tener los panameños en el siglo que comienza, ten-
drá sobre sí la delicada función de ser un efectivo instrumento propiciador de confian-
za y cohesión social y deberá convertirse en un insustituible promotor y defensor de
los valores de la paz, solidaridad, equidad y libertad en nuestra Nación.
Bibliografía
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hecho, dónde estamos, adónde vamos? Lima: CAJ,200.
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