Nostra Aetate

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DECLARACIÓN

NOSTRA AETATE
SOBRE LAS RELACIONES DE LA IGLESIA
CON LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS
CONTENTS

01 Las diversas religiones no cristianas

02 La religión del Islam

03 La religión judía

04 La fraternidad universal excluye toda


discriminación
Las diversas religiones no
cristianas
El Hinduismo, los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante
la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la
filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición me-
diante las modalidades de la vida ascética, a través de profunda medita-
ción, o bien buscando refugio en Dios con amor y confianza.
En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de
este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con es-
píritu devoto y confiado pueden adquirir el estado de perfecta liberación o
la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio
superior.
Así también los demás religiones que se encuentran en el mundo, es esfuerzan
por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, pro-
poniendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.
La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y
verdadero.
Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y
doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y
enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a
todos los hombres.
Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el
Camino, la Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la
plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las co-
sas

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante
el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testi-
monio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos
bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en
ellos existen.
La religión del Islam
La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que ado-
ran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y
todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a
los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse
con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien
la fe islámica mira con complacencia.
Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como
Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la
invocan devotamente.
Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a
todos los hombres resucitados.
Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios
remunerará a todos los hombres resucitados. Por tan-
to, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo
con la oración, las limosnas y el ayuno.
Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas des-
avenencias y enemistades entre cristianos y musulma-
nes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvi-
dando lo pasado, procuren y promuevan unidos la jus-
ticia social, los bienes morales, la paz y la libertad para
todos los hombres.
La religión judía
Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio
recuerda los vínculos con que el Pueblo del Nuevo Testa-
mento está espiritualmente unido con la raza de
Abraham.
Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su
fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en
Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de
Dios.
Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham según
la fe, están incluidos en la vocación del mismo Patriarca y
que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigura-
da en la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavi-
tud.
Por lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la
Revelación del Antiguo Testamento por medio de
aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable miseri-
cordia se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede
olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que
se han injertado las ramas del olivo silvestre que son
los gentiles. Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra
paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de
ambos hizo una sola cosa en sí mismo.
La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo so-
bre sus hermanos de sangre, "a quienes pertenecen la adopción y la
gloria, la Alianza, la Ley, el culto y las promesas; y también los Pa-
triarcas, y de quienes procede Cristo según la carne" (Rom., 9,4-5),
hijo de la Virgen María. Recuerda también que los Apóstoles, fun-
damentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así
como muchísimos de aquellos primeros discípulos que anunciaron al
mundo el Evangelio de Cristo.
Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su
visita, gran parte de los Judíos no aceptaron el Evangelio e incluso no
pocos se opusieron a su difusión. No obstante, según el Apóstol, los
Judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, por-
que Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación.
La Iglesia, juntamente con los Profetas y el mismo
Apóstol espera el día, que sólo Dios conoce, en
que todos los pueblos invocarán al Señor con una
sola voz y "le servirán como un solo hombre"
(Soph 3,9).
Como es, por consiguiente, tan grande el patrimo-
nio espiritual común a cristianos y judíos, este
Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar
el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que
se consigue sobre todo por medio de los estudios
bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno.
Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra
los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos,
e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa cari-
dad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifesta-
ciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra
los judíos.
Por los demás, Cristo, como siempre lo ha profesado y profesa la
Iglesia, abrazó voluntariamente y movido por inmensa cari-
dad, su pasión y muerte, por los pecados de todos los hom-
bres, para que todos consigan la salvación. Es, pues, deber de
la Iglesia en su predicación el anunciar la cruz de Cristo como
signo del amor universal de Dios y como fuente de toda gracia.
Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores re-
clamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su
Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente
a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de
hoy.
Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de
señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos,
como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras.
Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada que no
esté conforme con la verdad evangélica y con el espíritu
de Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la Pa-
labra de Dios.
La fraternidad universal ex-
cluye toda discriminación
No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos
negamos a conducirnos fraternalmente con algu-
nos hombres, creados a imagen de Dios. la rela-
ción del hombre para con Dios Padre y con los
demás hombres sus hermanos están de tal forma
unidas que, como dice la Escritura: "el que no
ama, no ha conocido a Dios" (1 Jn 4,8).
Así se elimina el fundamento de toda teoría o prácti-
ca que introduce discriminación entre los hombres
y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad
humana y a los derechos que de ella dimanan.
La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al
espíritu de Cristo cualquier discriminación o ve-
jación realizada por motivos de raza o color, de
condición o religión.
Por esto, el sagrado Concilio, siguiendo las huellas
de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, ruega ar-
dientemente a los fieles que, "observando en
medio de las naciones una conducta ejemplar", si
es posible, en cuanto de ellos depende, tengan
paz con todos los hombres, para que sean verda-
deramente hijos del Padre que está en los cielos.
Gracias

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