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Medicina de la conservación

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La medicina de la conservación es una ciencia transdisciplinar de reciente surgimiento, relacionada con otras de las llamadas disciplinas de crisis (genética de la conservación y biología de la conservación), cuyo objetivo es el estudio y desarrollo de respuestas frente a problemas ecológicos complejos, algunos no del todo conocidos, que afectan a la salud, partiendo de conocimientos procedentes de diversos campos de las ciencias biológicas, las ciencias sociales y las ciencias de la salud.

Enfoque ecosistémico de salud

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El concepto de salud en esta disciplina engloba la salud humana, la salud animal y la salud ambiental y se aborda en un contexto ecológico. De este modo, equipos multidisciplinares de médicos, biólogos de la conservación, veterinarios, e investigadores de otras disciplinas y ciencias se coordinan con el fin de desarrollar estrategias que contribuyan a la consecución de una salud integral, de los ecosistemas y de todas las especies que viven en ellos, incluyendo al ser humano.[1][2]

La salud del ser humano, definida por la Organización Mundial de la Salud como “el estado completo de bienestar físico, mental y social” depende en gran parte del buen estado de salud de los ecosistemas de los que en última instancia dependen su seguridad alimentaria y sus posibilidades de desarrollo agrícola, pecuario, urbano e industrial.[2]

Consecuencias de la crisis de biodiversidad en la salud

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Los procesos continuos y acelerados de fragmentación y degradación de los hábitats, introducción de especies invasoras, contaminación, sobreexplotación y cambio climático suponen una seria amenaza para la biodiversidad a pequeña y gran escala.

El impacto global de las actividades humanas sobre la biodiversidad y los procesos ecológicos tiene implicaciones en la salud y se está manifestando un aumento en la incidencia y distribución geográfica de enfermedades infecciosas emergentes (EIE) y de enfermedades reemergentes (ERE) no solamente afectando a la salud humana sino también a la salud animal, bien sean animales domésticos o salvajes, debido en parte a cambios en los patrones de transmisión de patógenos.[1]

Del 60 al 75% de las EIE en humanos son de origen zoonótico y además –hecho de especial importancia para la biología de la conservación- son las zoonosis una de las principales causas de amenaza de la biodiversidad local o regional de vertebrados, lo que supone alteraciones en el funcionamiento, la dinámica y la estructura de los ecosistemas que sustentan tales poblaciones.[2]

Así pues, hay numerosos ejemplos de enfermedades transmitidas de animales a personas, tales como la Fiebre del Nilo Occidental, el Ébola, el síndrome pulmonar por Hantavirus, el Síndrome Respiratorio Agudo Severo o la enfermedad de Lyme, las claves para cuyo control o erradicación podrían averiguarse desde el enfoque ecosistémico de salud que ofrece la medicina de la conservación.

Una zoonosis puede ver incrementada su tasa de incidencia debido a la fragmentación de un hábitat, con su consecuente incremento en las poblaciones de animales oportunistas y potenciales reservorios de la enfermedad, lo que aumentaría las probabilidades de contacto entre el vector del agente etiológico y los humanos. De hecho, existen ejemplos que se ajustan muy bien a este patrón, como la enfermedad de Lyme en Estados Unidos[3]​ o el brote reciente de Leishmania en Madrid.[4]

Véase también

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Referencias

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