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MOLINER PRADA, A.

Clericalismo y anticlericalismo en la Espaa contempornea 59


Histria: Questes & Debates, Curitiba, n. 55, p. 59-82, jul./dez. 2011. Editora UFPR
CLERICALISMO Y ANTICLERICALISMO EN LA
ESPAA CONTEMPORNEA
Clericalismo e anticlericalismo na Espanha contempornea
Clericalism and anticlericalism in contemporary Spain
Antonio Moliner Prada
*
RESUMEN
El artculo propone una refexin sobre el desarrollo del anticlericalismo
espaol en la historia contempornea, considerado como una realidad
autnoma. El escaso desarrollo del catolicismo liberal y la divisin in-
terna de los catlicos motivaron el auge del clericalismo y la aparicin
del anticlericalismo violento que se desarroll principalmente entre
1822-1823, en el bienio 1834-1835, en el Sexenio revolucionario (1868-
1873), en 1909 (Semana Trgica) y durante la II Repblica (1934) y la
Guerra Civil (1936-1839). Finalmente reivindica la laicidad positiva y
el dilogo interreligioso en el mundo actual.
Palabras-clave: Espaa; clericalismo; anticlericalismo; laicidad po-
sitiva.
RESUMO
O artigo prope uma refexo sobre o desenvolvimento do anticleri-
calismo espanhol em histria contempornea, considerada como uma
realidade autnoma. O lento desenvolvimento do catolicismo liberal
ea diviso interna dos catlicos levou ao surgimento do clericalismo
e do surgimento de anticlericalismo violento que se desenvolveu
principalmente entre 1822-1823, para o binio 1834-1835, no Sexenio
revolucionrio (1868-1873), em 1909 (Semana Trgica) e durante a
Segunda Repblica (1934) ea Guerra Civil (1936-1839). Por fm alegou
laicidade positiva eo dilogo inter-religioso no mundo.
Palavras-chave: Espanha; clericalismo; anticlericalismo; o secularismo
positivo.
*
Professor de Histria da Universidad Autnoma de Barcelona.
MOLINER PRADA, A. Clericalismo y anticlericalismo en la Espaa contempornea 60
Histria: Questes & Debates, Curitiba, n. 55, p. 59-82, jul./dez. 2011. Editora UFPR
ABSTRACT
The paper refects on the development of Spanish anticlericalism in
modern History, considered as an autonomous reality. The limited
development of liberal Catholicism and the internal division of Catholic
led to the rise of clericalism and the emergence of violent anticlericalism
was mainly between 1822-1823, for the biennium 1834-1835, during
period revolutionary (1868-1873), in 1909 (Tragic Week) and during
the Second Republic (1934) and the Civil War (1936-1939). Finally
claiming positive secularism and interfaith dialogue in todays world.
Key-words: Spain; clerical; anticlerical; positive secularism.
La oposicin frontal al liberalismo
En la sociedad europea del Antiguo Rgimen la religin impregnaba
todas las esferas de la vida, al estar inmersa en el universo de la cristiandad,
concebida como una unidad de civilizacin. Globalmente la sociedad era
cristiana, pero no de manera homognea en todos los territorios. Josep Prez
seala que la cristianizacin fue ms intensa en la ciudad que en el campo
porque aqu lleg ms tarde
1
.
Con el movimiento intelectual de la Ilustracin y la Revolucin
francesa el mundo de la cristiandad y de la teocracia qued cuestionado en
la medida en que el racionalismo se impuso como explicacin a todos los
interrogantes del hombre. Para el espritu ilustrado el progreso solo era posi-
ble en oposicin a la Iglesia. La flosofa marxista introdujo posteriormente
en el siglo XIX un nuevo aspecto al ver la religin como el opio del pueblo.
Ante el proceso de las revoluciones liberales las iglesias nacionales
tuvieron que acomodarse a la nueva realidad poltico social que se impuso y
vivieron momentos delicados en su relacin con el Estado. Por otra parte los
confictos con el poder civil obligaron a la Iglesia a reafrmar la autoridad
del Papa que condujo al ultramontanismo, sobre todo entre el bajo clero.
El conficto hay que situarlo en la confrontacin entre el catolicismo y la
1 PREZ, J. Religin y sociedad. In: AUBERT, Paul (Ed.). Religin y sociedad en Espaa
(siglos XIX y XX). Madrid: Casa de Velzquez, 2002. P. 1-2. (Collection de la Casa de Velzquez, n. 77).
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modernidad, polmica iniciada con la Revolucin francesa en el proceso
abierto de laicizacin del Estado y secularizacin de la sociedad, que afect
en mayor o menor grado a todos los pases de tradicin catlica.
Frente al espritu revolucionario y liberal de la primera mitad del
siglo XIX la Iglesia catlica impuls la contrarrevolucin y el ultramonta-
nismo. Durante el papado de Po IX (1846-1878) Roma respondi al mundo
moderno con la intransigencia y la condena del liberalismo en la encclica
Quanta cura (1864), acompaada del Syllabus errorum que recopilaba
ochenta tesis consideradas herticas, y con la defensa de la monarqua ab-
soluta que culmin con el dogma de la infabilidad aprobado en el concilio
Vaticano I (1870). En cierto sentido la prdida del poder temporal de la
Iglesia, sobrevenida al fnal de la unifcacin de Italia, conllev el repliegue
del Papa al Vaticano y la reafrmacin de su autoridad absoluta en la Iglesia.
En esta tesitura de defensa de las monarquas contrarrevolucionarias
y de oposicin frontal al liberalismo, la posicin de la Iglesia se hizo difcil
y los confictos con la sociedad civil y los gobiernos se incrementaron. La
pugna entre dos mentalidades y dos universos diferentes provoc sin duda
en los pases catlicos una guerra sin cuartel, sobre todo en Espaa, aun-
que el pensamiento contrarrevolucionario de la Iglesia no era monoltico
ni inmutable.
El anticlericalismo espaol sorprende por su amplitud y violencia
y forma parte principal de la accin poltica en la Espaa contempornea.
Solo esa actitud es explicable en un pas en el que la religin catlica era
hegemnica y donde el Tribunal de la Inquisicin ejerca un control frreo
en todos los mbitos de la vida hasta fechas muy tardas. Todos los confictos
civiles y su deriva blico-militar tuvieron un teln de fondo eclesistico.
El liberalismo espaol en auge desde las Cortes de Cdiz fue visto
por la Iglesia como culpable de la fractura social sobrevenida entre los
espaoles durante la Guerra de la Independencia y causa de la aparicin de
las dos Espaas irreconciliables, la tradicional catlica frente a la liberal,
impa y extranjerizante. Para el pensamiento eclesistico reaccionario el
liberalismo se convirti en la expresin moderna de la revolucin, cuyo
origen deviene de la Revolucin francesa, y se inocul en las constitucio-
nes liberales basadas en el principio de la soberana nacional que niega el
derecho divino. De ah deriva la democracia que destruye el orden natural
y se sustenta en el sufragio universal. Por eso el parlamentarismo es visto
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como un sistema artifcial y los partidos polticos como negativos frente al
orden corporativista tradicional, sostenido desde la religin.
En el contexto europeo del Congreso de Viena, tras las guerras
napolenicas, el pensamiento poltico dominante se articul en torno al
legitimismo y el tradicionalismo. La alianza entre el Altar y el Trono se
impuso en el pensamiento eclesistico espaol en las dos restauraciones
absolutistas de Fernando VII, entre 1814-1820 y 1823-1833, a travs de
publicaciones eclesisticas como las obras del capuchino Rafael Vlez
(Apologa del Trono y del Altar, 1818; Preservativo contra la irreligin o
los planes de la flosofa contra la Religin y el Estado, editado en 1812
y reeditado posteriormente), el dominico Francisco Alvarado El Filsofo
Rancio (Cartas crticas, 1824-1825), el clrigo Jos Clemente Carnicero
(La Inquisicin, 1816), el dominico Francisco Puigserver (El telogo de-
mocrtico ahogado en las anglicas fuentes, 1815), Fray Manuel Martnez
director del peridico El Restaurador, rgano ofcial del clero rigorista e
inquisitorial (1824) y Fray Jos Vidal (Orgenes de los errores revolucio-
narios de Europa y su reforma (1827), entre otros.
La Biblioteca de Religin (1826-1829), inspirada por el cardenal
Pedro Inguanzo, arzobispo de Toledo, y los editores Basilio Antonio Car-
rasco y Fray Antonio Daz Merino, tena como objetivo cooperar del modo
posible al desempeo del cargo pastoral con el desengao de los seducidos
por los impos y la lectura de los malos libros, como un preservativo para
los dbiles y como una obra que comunicando nuevas luces a los sabios los
emplearan en benefcio de sus semejantes
2
. La Biblioteca tradujo obras
de Felicit de Lamennais, Joseph de Maistre, Fray Antonio Valsechi, Luis
Mozzi y F. X. Feller.
El objetivo principal del catolicismo espaol fue rescatar el orden
antiguo, basado en la idea de la religin y de la monarqua. Donoso Corts
denunci la infltracin en Espaa de las ideas revolucionarias procedentes
de la Revolucin francesa a travs del liberalismo y del socialismo (Ensayo
sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, considerados en sus
principios fundamentales, 1851). Protestantes, masones y revolucionarios,
anarquistas o liberales, pretendan cambiar su destino, siempre ligado en
2 GONZLEZ CUEVAS, P. C. Historia de las derechas espaolas. De la Ilustracin a
nuestros das. Madrid: Biblioteca Nueva, 2000. p. 77.
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su historia con el catolicismo. El liberalismo, al reivindicar la autonoma
de la poltica y la defensa del derecho natural independiente de la religin
y propugnar la separacin de la Iglesia y del Estado, conduca de forma
irremisible a la desintegracin de Espaa.
La religin se identifc con el pensamiento poltico conservador
de la derecha y su rechazo convirti al anticlericalismo en un ingrediente
obligado de las posturas liberales, democrticas, republicanas, socialistas,
anarquistas y marxistas. De este modo anticlericalismo y antirreligin se
convirtieron en el anverso y el reverso de una misma medalla. El anticleri-
calismo se volvi militante y excluyente, frente al clericalismo.
El enfrentamiento entre religin y sociedad en el siglo XIX tiene
cuatro vertientes: 1) un aspecto sociolgico, el catolicismo parece haberse
convertido en la religin de los ricos; 2) un aspecto flosfco, al ser difcil
conciliar la ciencia con la fe religiosa; 3) un aspecto poltico, se tiende a
separar la Iglesia del Estado; 4) y un aspecto moral, la sociedad se secu-
lariza, al alejarse de las normas religiosas en cuestin de tica y valores
3
.
El anticlericalismo
No se trata de reescribir la historia del anticlericalismo castizo o
folklrico del que tenemos abundantes testimonios en la literatura y en el
refranero, aspectos estudiados con profundidad por el antroplogo Julio
Caro Baroja
4
. Manuel Revuelta ha sealado la relacin estrecha que se da
entre el anticlericalismo y la revolucin o revoluciones del mundo contem-
porneo, burguesas o proletarias. En ellas a menudo se dio el fenmeno del
revisionismo religioso y en ocasiones la persecucin religiosa
5
.
La historiografa espaola ha tardado demasiado tiempo en estudiar
el fenmeno del anticlericalismo como una realidad autnoma al considerar-
3 Ibdem, p. 6.
4 CARO BAROJA, J. Introduccin a una historia contempornea del anticlericalismo
espaol. Madrid: Ediciones Itsmo, 1980.
5 REVUELTA, M. El anticlericalismo espaol en el siglo XIX. In: AUBERT, Paul (Ed.).
Religin y sociedad en Espaa (siglos XIX y XX). Madrid: Casa de Velzquez, 2002. p. 156. (Collection de
la Casa de Velzquez, n. 77).
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lo tradicionalmente como un simple epifenmeno, tras el cual se ocultaban
realidades ms profundas, como la lucha de clases, la manipulacin de la
burguesa de los instintos populares o la crueldad irracional de las turbas
al romperse los controles de la religin
6
.
Fue en los aos noventa del siglo pasado cuando se realizaron estu-
dios ms serios tanto desde la ptica de la antropologa como de la historia.
Ciertamente los estudios antropolgicos, como los realizados por Manuel
Delgado, inciden sobre manera en reducir el fenmeno del anticlericalismo
a la cuestin religiosa, sin tener en cuenta las causas econmicas y sociales,
y forma parte recurrente de una tradicin cultural secular
7
. Tal visin sim-
plista no comprende que el fenmeno del anticlericalismo contemporneo
es muy diferente a las pocas anteriores en las que apareci, como en la
Edad Media. Las actitudes populares tradicionales antieclesistica de esta
poca son diferentes a las manifestaciones de anticlericalismo moderno.
El origen del anticlericalismo espaol lo encontramos en los in-
tentos de reformas eclesisticas de los ilustrados del siglo XVIII, dirigidas
a combatir la conducta muy alejada del espritu evanglico primitivo de
las rdenes religiosas
8
. El liberalismo posterior busc tambin los mismos
objetivos. A lo largo del siglo XIX se aprecian cuatro pocas principales
relativas al anticlericalismo
9
:
1) anticlericalismo y revolucin liberal en la crisis del Antiguo
Rgimen;
2) anticlericalismo frente a las pretensiones de la Iglesia concor-
dataria (1851) durante la poca isabelina;
3) anticlericalismo y revolucin democrtica de 1868 y su entron-
que con la libertad religiosa;
4) el anticlericalismo reorganizado frente a la recuperacin de las
fuerzas eclesisticas durante la Restauracin.
6 PREZ LEDESMA, M. Viva la libertad, mueran los frailes! El anticlericalismo en la
Espaa contempornea. Revista de libros, n. 30, p. 14, junio de 1999.
7 DELGADO, M. La ira sagrada. Anticlericalismo, iconoclastia y antirritualismo en
la Espaa contempornea, Barcelona: Ed. Humanidades, 1992; ______. Las palabras de otro hombre.
Anticlericalismo y misoginia. Barcelona: Muchnik, 1993.
8 LA PARRA, E. Los inicios del anticlericalismo espaol contemporneo. In: LA PARRA,
E.; SUREZ, M. (Eds.). El anticlericalismo espaol contemporneo. Madrid: Biblioteca Nueva, 1998. p.
17-68.
9 Ibdem, p. 161 y ss.
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El anticlericalismo, en sus diversas facetas, poltico, ideolgico y
social, tuvo una manifestacin profunda durante este siglo. El anticlerica-
lismo poltico se hizo presente en el largo proceso de la revolucin liberal
y democrtica, en los primeros liberales, progresistas de mediados del siglo
y demcratas del Sexenio revolucionario (1868-1873) y del Partido Liberal
al inicio del siglo XX, en la fgura de Canalejas.
El ideolgico aparece en los movimientos y organizaciones particu-
lares, sociedades secretas, masonera y en la Institucin Libre de Enseanza.
Dicha institucin fue fundada en 1876 por un grupo de catedrticos, entre
ellos Francisco Giner de los Ros, Gumersindo de Azcrate y Nicols Sal-
mern, que haban sido separados de la Universidad por defender la libertad
de ctedra y negarse a ajustar sus enseanzas a los dogmas religiosos en
materia religiosa, poltica o moral.
El social se desarroll en torno a los movimientos sociales obre-
ros, opuestos a la competencia de las obras asistenciales de la Iglesia. El
clero aparece como enemigo del progreso, de la libertad y de la sociedad
moderna. En la visin dicotmica impuesta desde el mundo clerical en
el ltimo tercio del siglo XIX, los enemigos de los curas son los pillos,
comunistas, petroleros, borrachos, ladrones y gentes de mal vivir, y sus
amigos las gentes honradas, los hombres de bien, las personas caritativas,
fnas y educadas
10
.
La utilizacin de la violencia contra los clrigos se relaciona con
la inestabilidad poltica generada a partir del golpe de Estado de 1814 y la
restauracin del absolutismo, que fren la primeras medidas reformistas de
las Cortes de Cdiz en el terreno eclesistico (desamortizacin eclesistica,
reforma de la Iglesia mediante la convocatoria de un Concilio nacional,
reduccin del nmero de conventos, etc.). Fue durante el Trienio Liberal
(1820-1823) cuando algunos eclesisticos se sumaron al movimiento rea-
lista y contrarrevolucionario y despus tras la muerte de Fernando VII en
1833 dieron tambin su apoyo al bando carlista. Aunque haba un ncleo
de clrigos liberales, la Iglesia no permaneci neutral y tom parte activa
y combativa en ambos movimientos.
10 DE SGUR, Mgr. Los enemigos de los curas. Lo que son y lo que dicen. Madrid: Librera
de la propaganda catlica, 1875. p. 3 y 41.
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La violencia clerical desatada en 1822-1823 y en 1834-1835 se
debi en gran manera por la cobertura ideolgica eclesistica, principalmente
el clero regular, al realismo y al carlismo. El degello de frailes
11
en Ma-
drid en 1834 y los tumultos violentos anticlericales que se desarrollaron en
Zaragoza, Reus y Barcelona en 1835 tienen un objetivo comn, desprestigiar
a los frailes a quienes se les culpabiliza de envenenar las aguas en 1834,
esconder armas y apoyar a los carlistas, presentndolos como los enemigos
de las ciencias y del progreso
12
.
El proceso revolucionario de 1868 acab con la dinasta borbnica y
afect drsticamente a la Iglesia. Fernando Garrido en un artculo publicado
en La Discusin el 8 de octubre escribi que el verdadero enemigo de la
libertad no era Isabel II sino el poder negro al que estaba sometida, la
Iglesia catlica. Las autoridades eclesisticas y la Santa Sede mantuvieron
un fuerte pulso con el gobierno provisional, y sobre todo cuando en las Cor-
tes se trat de la libertad de cultos, que la Constitucin de 1869 acept sin
ambages. Para la Iglesia se abra un proceso que conduca irremisiblemente
a la poblacin a la indiferencia religiosa, al relativismo moral y al laicismo.
No se puede relacionar directamente el fenmeno de la descristia-
nizacin creciente de las masas en la segunda mitad del siglo XIX con la
violencia anticlerical, pues sta disminuy en este periodo con respecto al
primero
13
. Los incidentes violentos fueron aislados y excepcionales durante
el Sexenio revolucionario
14
.
Durante la Restauracin alfonsina a partir de 1874 la Iglesia
espaola recuper en gran manera el espacio perdido anteriormente y en
las dcadas fnales del siglo se introdujo una calma relativa y las muestras
de anticlericalismo no fueron ms all de los artculos de prensa o de las
tribunas de los locales y ateneos republicanos
15
. La hostilidad contra las
11 Eco del Comercio, n 81, domingo, 20 de julio de 1834.
12 MOLINER PRADA, A. El anticlericalismo popular durante el bienio 1834-1835. Hispania
Sacra, n. 49, p. 532-533, 1997.
13 PREZ GARZN, S. Curas liberales e la revolucin burguesa. In: CRUZ, R. (Ed.). El
anticlericalismo. Ayer, Madrid: Marcial Pons, n. 27, 1997.
14 MOLINER PRADA, A. Anticlericalismo y Revolucin liberal (1833-1874). In: LA
PARRA, E.; SUREZ, M. (Eds.). El anticlericalismo espaol contemporneo. Madrid: Biblioteca Nueva,
1998. p. 116-120.
15 DE LA CUEVA, J. Movilizacin poltica y identidad anticlerical, 1898-1910. In: CRUZ,
R. (Ed.). Op. cit., 1997.
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instituciones religiosas y el clero por parte de los demcratas y republicanos
radica en la idea de que son extraos al pueblo, al convertirse en un poder
de control moral, ideolgico y poltico
16
.
Del mismo modo el proceso de secularizacin creciente en la se-
gunda mitad del siglo XIX comport tambin un cambio de las valoraciones
religiosas, del mundo secular frente al religioso, de la razn frente a la fe.
Aspecto positivo, aunque a menudo al ser impulsado de forma forzada y
agresiva conllev aspectos negativos. En cualquier caso la afrmacin secular
impuls tambin el retroceso del clericalismo.
El fracaso de la Unin Catlica y la divisin de los
catlicos
Tras el 68 naci una Iglesia combativa que apoy la Asociacin
de Catlicos de Espaa para defender la doctrina y su infujo social, cuyo
primer presidente fue el marqus de Viluma, organizacin que se extendi
por todas las provincias. La Unin Catlica, bajo el amparo de la Monar-
qua Tradicional, vertebr a los catlicos bajo la bandera del carlismo en
contra de la revolucin liberal. Son momentos de confrontacin en medio
de la tercera guerra carlista que se inici en 1872 hasta 1876. Por su parte
la prensa obrera y republicana present al clero como el freno de las ideas
democrticas y el culpable de la ignorancia del pueblo. Los anarquistas ga-
ditanos, que se decan cristianos, identifcaban a la Iglesia con la burguesa
latifundista a la que haba que combatir.
Como referente de la poca se debe resaltar la fgura y el pen-
samiento del cannigo cataln Jaume Collell. En uno de sus escritos que
public en la Biblioteca Popular Catlica, inspirada por Flix Sarda y
Salvany, titulado La revolucin i les antigualles, la revolucin aparece
como antirreligiosa y anticatlica y su objetivo declarar la guerra a la
16 CASTRO ALFIN, D. Jacobinos y populistas. El Republicanismo espaol a mediados del
siglo XIX. In: LVAREZ JUNCO, J. (Comp.). Populismo, caudillaje y discurso demaggico. Madrid,
1987. p. 213-215.
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Iglesia de Cristo. La civilizacin moderna y el progreso son funestos porque
conducen de forma inexorable a la disolucin social y la anarqua. Frente
a la revolucin propone la bandera de la tradicin y de la contrarrevoluci-
n. Posteriormente su pensamiento evolucion hacia planteamientos ms
moderados y conciliadores con el pensamiento catalanista, la restauracin
de la comunidad y de los valores tradicionales
17
.
En el nuevo clima eclesial introducido con el pontifcado de Len
XIII (1878), era necesario evitar el deterioro eclesistico frente al mundo
moderno. Por ello se impuso la frmeza doctrinal pero tambin el pragmatis-
mo, para desvincular al cristianismo del Antiguo Rgimen y priorizar ms la
religin que une sobre la poltica que disgrega. La preocupacin preferente
de la Iglesia se dirigi entonces a la cristianizacin de las elites de la so-
ciedad, el acatamiento de los poderes civiles y el combate de la legislacin
anticristiana por los medios legales. Se abandona as la va insurreccional
de la Iglesia y se abre un nuevo camino con la encclica Au milieu des
sollicitudes (1892), que condujo al perodo del Ralliement en Francia.
A pesar de ello an permaneci en el discurso la defensa de los elementos
tradicionales: la condena del liberalismo como ideologa, el mantenimiento
el poder absoluto del Papa y la defensa de su poder temporal, el impulso
de la religiosidad popular y la denuncia de que el Santo Padre permaneca
prisionero en el Vaticano
18
.
Tras la traumtica experiencia vivida por la Iglesia espaola du-
rante el Sexenio revolucionario, sta no dud en apoyar la restauracin
monrquica alfonsina con el fn de recuperar su papel que haba tenido antes
en la sociedad. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado mejoraron y se
estabilizaron, el Concordato de 1851 se aplic en favor de la Iglesia, y, tras
la tensin suscitada por la aprobacin del artculo 11 de la Constitucin de
1876 que admita un principio de tolerancia de cultos, la Iglesia espaola
acept la nueva realidad poltica impuesta.
Nunca la Iglesia fue tan libre de cara a afanzar sus centros edu-
cativos e instituciones, aunque tambin tuvo que competir con los grandes
movimientos laicistas de la poca (Institucin Libre de Enseanza, libre-
pensamiento, masonera, Iglesia Evanglica Reformada y otras confesiones
17 COLLELL, J. La revoluci i les antiguallas. Barcelona: Biblioteca Popular, 1872. 61 p.
Citado en: ______. Escrits poltics. Prleg de Isidre Molas. Barcelona: 1997. p. 22-23.
18 Ibdem, p. 24- 25.
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protestantes)
19
. No obstante el catolicismo espaol no consigui articularse
en una organizacin poltica estable, vlida y duradera en estos nuevos tiem-
pos, al persistir en su interior una divisin profunda en materias polticas.
A pesar de los impulsos dados desde el Vaticano por solucionar la
difcil cuestin de la unidad de los catlicos, la corriente tradicionalista e
integrista que propugnaba la unidad catlica excluyente siempre tuvo un
peso mayor que en otros pases de nuestro entorno como Francia y Blgica
en los que se haba desarrollado ampliamente un catolicismo liberal. El
carlismo haba provocado en dos ocasiones la guerra civil y presion a los
catlicos ms moderados hacia actitudes ms intransigentes y ultramontanas.
Los gobiernos conservadores y liberales intentaron atraerse a los catlicos
ms intransigentes para as neutralizar la hostilidad manifesta que contra
el rgimen tena el tradicionalismo catlico, que consideraba a los liberales
como el enemigo a batir y al liberalismo como pecado y origen de todos los
males. La corriente posibilista marcada desde Roma por el pontifcado de
Len XIII, que buscaba el compromiso poltico de los catlicos espaoles
y la unin de los diferentes grupos, tampoco consigui el efecto deseado,
al no ser aceptada por el sector catlico intransigente
20
.
En este ambiente la restructuracin del bloque contrarrevoluciona-
rio en Espaa se produjo en tres fases. La primera entre 1880 y 1888, cuando
la Unin Catlica devino partido poltico, auspiciado por el Vaticano, y se
integr en el partido conservador a partir de 1884. Dicho proceso conllev
la escisin entre un sector minoritario del sector tradicionalista, los mes-
tizos, partidarios de colaborar con los catlicos liberales, y los carlistas
integristas que mantuvieron sus posturas irreductibles. La doctrina de este
grupo se vehicul a travs de la obra de Flix Sard i Salvany El liberalismo
es pecado (1884), que condenaba claramente la posicin de colaboracin
21
.
La segunda fase culmina con la separacin de los integristas de carlismo y
la fundacin en 1888 de un partido propio, el Partido Integrista. La tercera
fase se produjo a partir del reconocimiento del Vaticano de la Reina regente
19 REVUELTA GONZLEZ, M. Las creencias. In: PIDAL, Menndez (Dir. J. M. Jover
Zamora). Historia de Espaa, v. XXXVI, La poca de la Restauracin (1875-1902). Madrid, p. 53-54, 2002.
20 MIRANDA RUBIO, F. La Iglesia espaola a fnales del siglo XIX. Letras de Deusto, v.
27, n. 77, p. 113-114, oct.-dic. 1997.
21 MOLINER PRADA, A. Flix Sard i Salvany y el integrismo en la Restauracin. Bellaterra:
UAB, 2000.
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y de su hijo Alfonso como heredero al trono de Espaa. En esta ltima etapa
nacieron las corrientes regionalistas catlicas y se produjo la colaboracin
entre mestizos e integristas. De este modo la jerarqua eclesistica espaola
se emancip del carlismo y colabor con el rgimen monrquico impuesto,
que le reconoca un poder social a la Iglesia.
En la dcada de los noventa los catlicos espaoles continuaron di-
vididos entre mestizos, carlistas e integristas
22
, sin que tuvieran xito primero
los intentos del arzobispo vallisoletano, cardenal Cascajares, de reagrupar a
todos ellos en una empresa colectiva, y despus los proyectos de crear un po-
tente partido catlico en torno al general Polavieja capaz de regenerar el pas.
El movimiento catlico espaol, inspirado en los ejemplos de Bl-
gica, Alemania, Francia e Italia, quiso apoyar la unin entre los catlicos
que aun reconociendo los diferentes pareceres y discrepancias que pudieran
existir entre ellos en el campo poltico, todos deban de defender los intereses
de la religin y los derechos de la Iglesia desde la legalidad constituida. Era
preciso el trabajo constante y el empleo de todos los medios para regenerar,
purifcar y reformar la sociedad desde la religin aceptando los cambios
sobrevenidos con la revolucin liberal. En defnitiva la actuacin de los
catlicos en la vida poltica era una necesidad ineludible.
Dicho movimiento se articul en torno a los diversos congresos
catlicos nacionales celebrados en Madrid (1889), Zaragoza (1890), Se-
villa (1892), Tarragona (1894), Burgos (1899) y Santiago (1902), como
respuesta organizada ante el avance y consolidacin de una sociedad liberal
secularizada en Espaa.
El mismo informe de la Nunciatura de 1896 trazaba un balance
negativo de los primeros congresos e insista en la necesidad que tenan
los catlicos espaoles de aprovechar los mismos mtodos que utilizaba el
enemigo: la asociacin, la prensa, la participacin en la vida pblica y en
las instituciones. El folleto titulado La unin de los catlicos, publicado en
1900 por La Asociacin del Apostolado de la prensa, revela una vez ms el
talante integrista de la Iglesia espaola e insiste en las mismas consignas:
22 El mensaje de Len XIII a los peregrinos espaoles en Roma el 18 de abril de 1894 peda
la unin y concordia de los catlicos por encima de las pasiones polticas, guiados siempre por los obispos
para promover por todos los medios que las leyes permitiesen los intereses de la Religin y de la Patria.
Cf. La Unin de los Catlicos segn las bases establecidas en el Congreso Catlico de Burgos. Valencia:
Biblioteca Nacional de Madrid, C/13506-10, 1899. p. 6.
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La unin de los catlicos debe hacerse en el terreno poltico
religioso donde se moderan, segn declaraciones de los Prelados
reunidos en el Congreso Catlico de Burgos, las relaciones de
la Iglesia y el Estado. Las bases fundamentales de esta unin
salvadora, deben buscarse en las condenaciones fulminantes en
el Syllabus contra el liberalismo en todos sus grados y formas,
pues los que no acepten el Syllabus por bandera, aunque se
llamen catlicos, no son elementos tiles y aprovechables para
dicha unin. Esta ha de combatir al liberalismo bajo cualquier
forma violenta y atenuada, sin excluir la del liberalismo catlico
catolicismo liberal que es, por lo insidioso, el enemigo ms
formidable de los derechos de la Religin y de la Iglesia
23
.
A instancias del arzobispo de Sevilla, se form en mayo de 1901 una
Liga catlica con el objeto de presentar a las elecciones candidatos catlicos en
todas las provincias andaluzas
24
. Tambin los catlicos de Valencia (carlistas,
integristas e independientes) presentaron en 1901 de forma unitaria la candi-
datura de Manuel Polo y Peyroln a las elecciones de diputados, y la prensa
integrista, como El Combate de Jan, se mostr partidaria de ello
25
. Pero se
trataba ms de una unin antiliberal catlica que de una aceptacin plena del
rgimen liberal, como se lee en La Regeneracin de Espaa, extracto del libro
La voz de Espaa contra todos sus enemigos interiores y exteriores (1901).
La divisin entre los catlicos espaoles, entre los colaboracionistas
y los intransigentes con el rgimen liberal, fue un problema persistente. En
muchos pueblos haba corporaciones catlicas duplicadas, una organiza-
cin sola ser fel a la lnea alfonsina prxima al partido conservador de
Maura y la otra se situaba cercana al carlismo o al integrismo
26
. Y aunque
se consigui la presentacin de candidaturas unitarias catlicas en Navarra,
Olot y Manresa en 1903 y se constituyeron diversas Ligas catlicas en la
archidicesis de Valladolid, Orihuela, Sevilla y otras dicesis, de hecho la
faccin integrista en torno a Nocedal y el partido Integrista sigui organizada
hasta la muerte de aqul en 1906.
23 La unin de los catlicos. Apostolado de la prensa, XCIX, marzo 1900. Madrid: Impt.
Catlica de A. Ruiz. p. 54.
24 Por la unin. Revista Popular, 13 junio 1901, p. 372-374.
25 Por la unin. Revista Popular, 2 mayo 1901, p. 280.
26 ANDRS GALLEGO, J. Pensamiento y accin social de la Iglesia en Espaa. Madrid,
1984.
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El Correo Cataln, en una serie de artculos publicados en 1905 con
el ttulo Despus de las elecciones, se haca eco de esta dura realidad, y
denunci la divisin existente entre los catlicos, frente a los partidos de la
izquierda, los liberales y republicanos y los partidos turnantes, causa de los
exiguos resultados en las elecciones
27
. El cardenal Casaas de Barcelona en
una pastoral (fechada el 15 de octubre de este ao) sobre las elecciones en
general y en particular sobre las municipales que iban a tener lugar, pidi
la participacin de los catlicos y la bsqueda de la unidad por encima de
todo, cualquiera que sea el partido poltico a que pertenezcan, sacrifcando
en cuanto fuere necesario las simpatas y afecciones personales y de partido,
en aras del bien comn
28
.
En el breve Inter Catholicos Hispaniae (20 febrero 1906), dirigi-
do al obispo de Madrid, Guisasola y Menndez, el Papa intent resolver
el viejo problema de la unin de los catlicos. Dicha carta se interpret
como un respaldo al criterio sostenido desde la revista Razn y fe por el
jesuita Garca Villada, que afrmaba que en virtud de la vieja doctrina del
mal menor era posible colaborar con un gobierno liberal, frente a la tesis
contraria, defendida por el tambin jesuita Minteguiaga y mayoritaria
entre los miembros de la compaa
29
. La Revista Popular se hizo eco de
la controversia y reprodujo el texto de la carta pontifcia, que en realidad
ni reprobaba ni contradeca a ambos jesuitas, tan slo recomendaba a los
catlicos su participacin en las elecciones votando a los candidatos que
parezca que han de mirar mejor por los intereses de la Religin y de la Patria
en el ejercicio de su cargo pblico
30
.
Las discusiones sobre la Ley de asociaciones de 1906 de carcter
anticlerical, inspirada por Canalejas, provoc de nuevo un profundo malestar
entre los catlicos integristas, carlistas y alfonsinos, que organizaron mtines
de protesta de noviembre de este ao a enero de 1907 en numerosas ciudades
espaolas, y entre el episcopado espaol y la Asociacin de Eclesisticos
para el Apostolado Popular recientemente creada en Barcelona, la cual pre-
27 Citado en la Revista Popular, 19 octubre 1905, p. 241-242.
28 Revista Popular, 2 noviembre 1905, p. 277.
29 ANDRS GALLEGO, J. La poltica religiosa en Espaa, 1889-1913. Madrid, 1975. p.
321 y s.; ______. Sobre el origen de los propagandistas I.C.A.I. y El Debate. Hispania Sacra, v. 45, p. 249
y s., 1993.
30 Cuestin fallada, en Revista Popular, 8 marzo 1906, p. 147-148.
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sent a la comisin parlamentaria una brillante informacin-protesta contra
la citada ley
31
. Menndez Pelayo aunque no pudo asistir por motivos de
salud a los actos de protesta organizados en enero de 1907 en Santander se
adhiri a stos porque la ley violaba los sagrados derechos de la Iglesia
32
.
La Revista Popular reivindic una vez ms la necesidad que
haba de unidad y de organizacin entre todos los catlicos para evitar la
aprobacin de dicha ley y desde sus pginas apoy el mitin celebrado en la
Plaza de Toros de Las Arenas de Barcelona el 20 de enero donde habl
Juan Vzquez de Mella al que acudieron unas veinticinco mil personas,
y cont con el soporte del cardenal Casaas
33
.
Anticlericalismo e irreligin en torno a la
Semana Trgica de 1909
A principios del siglo XX se produjo un acontecimiento en Catalua
que tuvo hondas repercusiones polticas y sociales. Una simple protesta
contra la guerra de frica, por la incorporacin de los reservistas catalanes,
se convirti en una quema generalizada de edifcios religiosos (conventos,
escuelas, parroquias y otros locales) en Barcelona, acontecida en la noche
del 26 al 27 de julio de 1909. Hechos similares se produjeron tambin en
otras ciudades como Manresa, Sabadell, Badalona, Sant Adri del Bess,
Granollers y Premi de Mar
34
. Los ataques se prolongaron a lo largo de siete
das y en total fueron incendiados unos 80 edifcios y perdieron la vida tres
religiosos. Los muertos civiles durante la semana de disturbios alcanzan la
cifra de 112 y unos 300 heridos.
31 Revista Popular, 22 noviembre 1906, p. 331-332.
32 SANTOVEA SETIN, A. Marcelino Menndez Pelayo. Revisin crtico-biogrfca de
un pensador catlico. Universidad de Cantabria, 1994. p. 225, nota 266.
33 Revista Popular, 10 y 24 enero 1907, p. 17-18 y 53-62.
34 RUB CASALS, M. G. Algo ms que la quema de conventos. La Semana Trgica en
Catalua, la historia de una desafeccin. In: MOLINER PRADA, A. (Ed.). La Semana Trgica de Catalua.
Barcelona: Nabla Ediciones, 2009. p. 81-136.
Las refexiones que hago sobre la Semana Trgica estn extradas de la Introduccin que
escrib en la obra citada anteriormente.
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Ciertamente, la protesta contra la guerra que fue el origen de la
huelga general desarrollada en Barcelona, era coherente con lo que vena
siendo el lerrouxismo y con sus crticas a las guerras coloniales. No hubo
ataques generalizados a patronos ni destrozos de la propiedad industrial,
ni a los bancos. No se ocuparon fbricas ni talleres. Lo que puede hacer
pensar que la propaganda anarquista no haba penetrado totalmente entre
aquellas masas proletarias de Barcelona y de otras ciudades. Pero la quema
de conventos e iglesias s que necesita una explicacin
35
.
Lo que sucedi en 1909 en Barcelona fue fruto de un movimiento
social que hay que encuadrarlo, como en otros pases de Europa, dentro del
largo proceso de secularizacin desarrollado a lo largo de los siglos XIX y
XX. La ofensiva anticlerical estall en Espaa en el contexto revisionista
y regeneracionista tras el desastre del 98. La conviccin de que la prepo-
tencia eclesistica era una de las causas de su decadencia, o al menos una
fuerte rmora para su progreso y modernizacin, impuls los movimientos
anticlericales y los aglutin en un frente comn
36
.
La confrontacin poltica entre clericalismo y anticlericalismo, que
se recrudeci entre 1900 y 1909 se debi a una serie de causas: las difciles
relaciones entre la Iglesia y el Estado y las tensiones suscitadas en el campo
republicano durante la Restauracin; la poltica secularizadora desarrollada
por Canalejas a comienzos del siglo XX a favor de la libertad de culto y un
sistema escolar ms neutral y el control civil sobre las actividades religio-
sas de las congregaciones religiosas y de sus actividades no pastorales; la
caracterizacin del anticlericalismo popular a travs de la movilizacin y
ocupacin de la calle propiciada por los republicanos y la eclosin anticle-
rical y sacrofbica que conoci la Semana Trgica frente a un clericalismo
intenso que iba ms all del mbito religioso y de sus estrictas atribuciones.
La Iglesia y la jerarqua eclesistica, identifcada con el rgimen
de la Restauracin monrquica, no consigui sintonizar con los sectores
polticos e intelectuales ms avanzados y con la emergente clase obrera.
Gran parte del mundo proletario encontr motivos sufcientes para combatir
35 ROMERO MAURA, J. La Rosa de Fuego. El obrerismo barcelons de 1899 a 1909.
Barcelona: Grijalbo, 1975. p. 519.
36 REVUELTA GONZLEZ, M. La recuperacin eclesistica y el rechazo anticlerical en el
cambio del siglo. In: AA.VV. Espaa entre dos siglos (1875-1931). Continuidad y cambio. Madrid: Siglo
XXI, 1991. p. 216-217.
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el llamado clericalismo, al considerar a la Iglesia como un obstculo
para el progreso y la emancipacin de las clases trabajadoras. Y cuando la
Iglesia se plante acercarse al mundo obrero, a travs de las instituciones
educativas o benfcas, fue criticada por la forma como ejerca su accin
social. Socialistas, anarquistas y republicanos desarrollaron programas lai-
cistas que fueron vistos por la Iglesia como los causantes de la indiferencia
religiosa que exista entre los obreros.
Por otro lado no se debe olvidar el anticlericalismo tan arraigado
que haba en Catalua desde los orgenes de la revolucin liberal, reavivado,
entre otras causas, por la infamada oratoria de Alejandro Lerroux. Baste
recordar la proclama Rebeldes. Rebeldes!, que l mismo lanz en 1906 a
los jvenes brbaros, incitndoles a la regeneracin por la destruccin
iconoclasta, pues la Iglesia era el gran obstculo para la educacin y el
progreso
37
.
Barcelona se convirti en aquellos aos en una ciudad cosmopolita
con una poblacin que superaba el medio milln de habitantes. Se calcula
que anualmente llegaban a la ciudad unos 20.000 emigrantes, principalmente
de Valencia y Aragn, que engrosaron las flas del proletariado. El 1910 la
poblacin joven, entre 15 y 30 aos, representaba el 41% del total. Estos
jvenes emigrados, que vivan en condiciones precarias, fcilmente debieron
ser sensibles a las campaas anticlericales y mantuvieron una oposicin al
sistema y de rebelda social. En todo caso, no podan aceptar las prdicas
de la resignacin que diriga la Iglesia.
Cuando a principios del siglo XX se plante el problema del cle-
ricalismo, los grupos de inspiracin anarquista coincidan en el empleo de
la accin directa, en la propaganda de la huelga general, el uso de la dema-
gogia y la infuencia de un cierto radicalismo matizado de anticlericalismo
y extremismos verbales que no eran especfcamente obreros. Extremismo
que se hizo patente en Barcelona por infujo de la Escuela Moderna de
Francisco Ferrer y Guardia y que tuvo su principal manifestacin en los
incendios de la Semana Trgica
38
. La participacin de un nmero elevado
de personas en los ataques a conventos e iglesias signifca, tambin, la
37 La Rebelda, Barcelona, 1-09-1906.
38 REVUELTA GONZLEZ, M. La recuperacin eclesistica y el rechazo anticlerical en el
cambio del siglo. Op. cit., 1991. p. 230.
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considerable penetracin y operatividad que tena en la conciencia popular
el discurso anticlerical
39
.
Del mismo modo se debe tener en cuenta, a la hora de encontrar
explicaciones de los motines anticlericales, el plano de lo cultural, lo sim-
blico y la misma mentalidad preponderante. La antropologa y la historia
social y de la cultura nos han ofrecido muestras a lo largo de la historia de
ese comportamiento de las masas ante los smbolos sagrados. La violencia
contra los edifcios, ms que contra las personas, nos remite al componente
simblico que toda violencia arrastra
40
. La lgica iconoclasta se ense en
1909 con los lugares de culto porque pretendan encarnar a la comunidad
y ser ella misma
41
. Tambin hay que ver en la violencia ejercida contra
los conventos e iglesias una especie de rito dionisaco de liberacin de la
moralidad represiva que representaba para muchos la Iglesia.
Las barriadas obreras de Barcelona contaban con pocas parroquias
y sacerdotes y stos solan vivir tan pobremente como sus feligreses, pero
como contraste el clero regular viva en grandes edifcios situados princi-
palmente en el centro de la ciudad, no accesibles a todo el pblico y en
condiciones mejores. En ellos se formaban los hijos de la burguesa y de la
clase media y alta. Tal circunstancia los haca misteriosos, lo cual explot
con efcacia la propaganda anticlerical. El ataque a los conventos de rde-
nes contemplativas fue impulsado, sin duda, por una mezcla de curiosidad
macabra sobre la vida dentro del claustro.
En 1909 la Iglesia se convirti en protagonista y al mismo tiempo
en vctima de los estragos. Es cierto que en aquella situacin tan compleja
y difcil se levantaron voces aisladas desde la propia institucin a favor de
la refexin, la serenidad y la concordia, como hizo por ejemplo el poeta
Joan Maragall. Tras la negativa de la Veu de Catalunya a publicar el artculo
que haba titulado La Ciutat del Perd, escribi otro para hacer or su voz,
Lesglsia cremada, que public el 18 de diciembre de 1909. En este lcido
escrito Maragall pensaba que la persecucin religiosa sufrida por la Iglesia
durante la Semana Trgica era una ocasin propicia para que la Iglesia de
39 DE LA CUEVA MERINO, J. Si los curas y frailes supieran La violencia anticlerical.
In: JULI, Santos. (Dir.). Violencia poltica en la Espaa del siglo XX. Madrid: Taurus, 2000. p. 208.
40 SUREZ CORTINA, M. Anticlericalismo, religin y poltica durante la restauracin. In:
______. El anticlericalismo espaol contemporneo. Madrid: Biblioteca Nueva, 1998. p. 181-182.
41 DELGADO RUIZ, M. Luces iconoclastas. Anticlericalismo, espacio y ritual en la Espaa
contempornea. Barcelona: Ariel, 2001. p. 50-51.
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los ricos y de los poderosos se convirtiera en la verdadera Iglesia de los
pobres, oprimidos y desesperados (els odiadors)
42
.
Los obispos de la provincia eclesistica de la Tarraconense publi-
caron dos protestas contra aquellos hechos. La primera, dirigida a los ecle-
sisticos y feles de esta provincia, del 21 de agosto de 1809, el arzobispo
de Tarragona Costa y Fornaguera culpaba de todo a la prensa anticatlica.
La segunda, en un documento enviado al consejo de ministros presidido
por el conservador Maura, del 30 de agosto de 1909, tras constatar que se
haba atacado a las instituciones sociales de la Iglesia, se haca tambin
culpable de lo sucedido al pueblo, pero sobre todo la prensa sectaria y
las escuelas revolucionarias
43
. Por otro lado el obispo de Vic, doctor Torras
y Bages, culpabilizaba a la secta masnica de tales hechos, y el obispo de
Tuy, Valeriano Menndez Conde, vio en el odio contra el catolicismo y sus
instituciones, dirigido por la escuela racionalista, derivada del liberalismo
flosfco y poltico, el causante de tamaos males
44
. Para el nuncio de la
Santa Sede en Madrid, Antonio Vico, el movimiento revolucionario de
1909 fue principalmente anticatlico y radicalmente antirreligioso, y se
convirti en una verdadera persecucin religiosa. Detrs de todo se esconda
la masonera
45
.
En todo caso, la posicin de una minora de catlicos crticos con
la actuacin paternalista de la Iglesia y alejada del pueblo fue desoda por la
jerarqua eclesistica, que apoy el Manifesto del Comit de Defensa Social
de Barcelona. En l se peda que se castigase como delito todo ataque a la
religin, o los atentados contra la familia y la propiedad, la prohibicin de
cuantas sociedades conspiraran contra estos principios y como remedio
propona en trminos paternalistas la promocin de obras de carcter social
46
.
Dicho Comit de Defensa Social, que se puede considerar en sentido estricto
como un partido catlico, formado en 1903, tena como objeto la defensa de
42 BENET, J. Maragall y la Setmana Trgica. Barcelona: Ed. 62, 1965. p. 195-203.
43 CORTS I BLAY, R. Anticleriscalisme i Setmana Trgica. Algunes refexions. In: ______.
Els fets de la Setmana Trgica (1909). Actes de les jornades organitzades del CHCC. Barcelona: CHC,
2010. p. 156-157.
44 Ibdem, p. 159-163.
45 Ibdem, p. 164-165.
46 Si la Revolucin ha sido satnica, dice el Manifesto la reaccin tiene que ser divina,
y para esto hay que empezar por acudir a Dios, solicitar su Misericordia para reparar las ofensas que se le
han hecho. Manifesto del Comit de Defensa Social de Barcelona sobre los sucesos de julio. Barcelona,
8 de septiembre de 1909.
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47 ROMERO MAURA, J. La Rosa de fuego, op. cit., p. 523.
los intereses religiosos, morales y sociales de todas las clases. En 1909 tan
solo tena 161 miembros, sin ninguna implantacin social entre el pueblo y
nula representacin poltica. Alguna vez en esos aos el C. D. S. present
candidatos, que no salieron elegidos ni por causalidad
47
.
La escasa infuencia del liberalismo catlico espaol, el problema
de la divisin entre los catlicos, incapaces de formar un partido poltico
moderno durante la Restauracin, propici a la postre la pervivencia dentro
de la Iglesia de los planteamientos y corrientes ms integristas a lo largo
del siglo XX.
Por otro lado se debe sealar que los partidos reformistas de en-
tonces y el mismo partido republicano no estaban dispuestos a consolidar
un Estado ms neutral donde la Iglesia catlica y las otras confesiones
tuvieran reconocidos sus derechos como los derivados de la sociedad civil.
De la II Repblica a la Guerra Civil de 1936-1939
La Iglesia espaola, que no haba dudado en apoyar el rgimen
monrquico de la Restauracin, en el que fue una pieza clave, dio tambi-
n soporte a la dictadura militar de Primo de Rivera instaurada en 1923.
Sin embargo, cuando sobrevino la II Repblica en 1931 la Iglesia se vio
desbordada por el nuevo rgimen y sus planteamientos secularizadores, a
pesar de la actitud posibilista que manifest la Santa Sede frente al nuevo
gobierno. La Repblica vio a la Iglesia como a la aliada del rgimen cado
y no se limit solo a llevar a cabo un proceso de desconfesionalizacin del
Estado y de la vida civil en virtud de la libertad de cultos y del pluralismo
ideolgico, sino que desarroll una poltica claramente anticlerical.
La Iglesia se empe por su parte en no reconocer el proceso de
secularizacin impuesto, al contrario, sigui creyendo que era la nica
conciencia moral de la poblacin espaola y busc desesperadamente la
confesionalidad y la proteccin del Estado. La Iglesia no estaba dispuesta
a aceptar la tesis de Azaa de que el autntico problema religioso no poda
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exceder los lmites de la conciencia personal y lo nico que se trataba era de
constituir un Estado secularizado superando as la tradicional identifcacin
entre el Estado y la Iglesia.
La frase pronunciada por Manuel Azaa en las Cortes cuando
se discuta los artculos 26 y 27 de la Constitucin, Espaa ha dejado
de ser catlica, fue desvirtuada y sacada de contexto y utilizada por la
derecha poltica para acusar a los gobernantes de pretender descristianizar
el pas. A partir de entonces la cuestin religiosa polariz a los dos bandos
ideolgicamente irreductibles. La jerarqua eclesistica reaccion ante la
legislacin anticlerical introducida de una forma cada vez ms intolerante
(Decreto de disolucin de la Compaa de Jess de 24 de enero de 1932;
Decreto de secularizacin de los cementerios de 30 de enero del mismo
ao; Ley de divorcio de 2 de febrero de 1932 y la Ley de Confesiones y
Congregaciones Religiosas de 2 de junio de 1933). La Carta del episcopado
de 25 de mayo de 1933, conden todas las ingerencias y restricciones que
la ley de congregaciones impona a la Iglesia. El propio Papa Po XI en
la encclica Dilectissima Nobis (3 de junio de 1933) conden tambin les
espritu abiertamente anticristiano del rgimen espaol.
Si el error de la Repblica fue haber atacado frontalmente los senti-
mientos religiosos de muchos espaoles a travs de una legislacin de corte
anticlerical, aun antes de haber emprendido otras reformas sociales, el de la
Iglesia fue no apoyar posturas ms conciliadoras, como la que propugnaba
entre otros obispos el cardenal Francesc Vidal y Barraquer. Se impuso la
posicin del sector ms integrista e intransigente, para quien el proceso de
secularizacin era visto todava como fruto lgico de los principios liberales.
Desde entonces el anticatolicismo militante de una parte y la actualizacin
de la cruzada religiosa por otra polarizaron ideolgicamente a los dos ban-
dos y se impuso la cultura de la violencia y del exterminio del contrario.
Todos los historiadores que han estudiado la Revolucin y Guerra
Civil espaola de 1936-1939 coinciden en sealar la gran importancia
que tuvo el aspecto religioso en el conficto. Lo cierto es que mientras
los catlicos sufrieron una persecucin cruenta en la zona repblica, en la
zona sublevada se adopt un aire de cruzada religiosa contra el comunista,
masn o liberal. En las zonas controladas por los republicanos se desat el
odio y exterminio del clero, acusado de connivencia con los poderosos y
de legitimar la injusticia mientras viva en medio de la riqueza.
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Fue la Iglesia quien legitim la guerra desde la religin cuando
en los meses siguientes a la sublevacin militar y civil del 18 de julio de
1936 se vio sometida a una sistemtica persecucin de sus miembros por
el hecho de ser catlicos. Solo en agosto de 1936 fueron asesinados 2.077
eclesisticos, unos 70 cada da, cifra que se elev a casi 7.000 a lo largo
de toda la guerra
48
. Sin olvidar un grupo de religiosos, clrigos y catlicos
que fueron asesinados por militares, carlistas o falangistas tras interceder a
favor de condenados a muerte por auxilio a la rebelin
49
. Esta violencia
contra los eclesisticos y catlicos era fruto del odio secular acumulado que
haba aforado de forma explosiva como se ha indicado en 1822-1823,1834-
1835 y 1909.
La matanza fratricida de religiosos y catlicos sirvi de coartada a
la Dictadura franquista, a pesar de que fueron los mismos militares quienes,
al fracasar el golpe de estado sedicioso, haban dado paso a la revolu cin
50
.
La Carta colectiva del Episcopado espaol a los Obispos del mundo en-
tero sobre las causas de la guerra (1 de julio de 1937), fue sugerida por el
mismo Franco al cardenal Gom para servir de propaganda poltica del
Movimiento Nacional e impedir una paz negociada. Con este documento
el episcopado espaol responda tambin a los sectores catlicos europeos,
fundamentalmente intelectuales franceses como Maritain, Mauriac, Mounier
y otros, que en enero de 1937, en un escrito dirigido a la opinin pblica,
haban denunciado la actitud de la Iglesia catlica con respecto a la guerra.
La Iglesia espaola legitim al nuevo rgimen nacido de la victoria
militar y se convirti en uno de sus pilares bsicos del nacionalcatolicismo
durante la Dictadura franquista que dur 40 aos. Despus la Iglesia ha
realizado un largo periplo bajo los vientos de cambio introducidos por las
doctrinas conciliares del Vaticano II: aceptar la libertad religiosa y de cultos,
de conciencia y reconocer la autonoma del campo poltico frente al poder
religioso. El documento de la Asamblea conjunta de obispos y sacerdotes
48 MOLINER PRADA, A. La Iglesia espaola y el primer franquismo. Hispania Sacra, n.
91, p. 341-362, 1992.
49 El historiador Paul Preston ha estudiado con rigor las races del terror y la violencia ejercida
durante y despus de la Guerra Civil en una obra reciente, El Holocausto espaol. Odio y exterminio en la
Guerra Civil y despus. Barcelona: Debate, 2011.
50 SOL I SABAT,, J. M. Proleg del libro de Albert J. El silenci de les campanes: La
persecucin religiosa durant la Guerra civil. Barcelona, Proa, 2007, p. 12.
MOLINER PRADA, A. Clericalismo y anticlericalismo en la Espaa contempornea 81
Histria: Questes & Debates, Curitiba, n. 55, p. 59-82, jul./dez. 2011. Editora UFPR
(1971) y el de la Conferencia Episcopal Sobre la Iglesia y la comunidad
poltica (1973) representan el punto de infexin de la Iglesia sobre el R-
gimen franquista. La fgura ms sobresaliente del nuevo rumbo eclesial la
encarn sin duda el cardenal Vicente Enrique y Tarancn (1907-1994), cuya
impronta ha perdurado en un sector de la Iglesia espaola hasta nuestros
das. Sin duda ayud al espritu de la transicin hacia la democracia que se
plasm en la Constitucin de 1978.
Hacia una laicidad positiva
El avance de la laicidad es imparable en el mundo contemporneo
pero tambin es cierto que el referente religioso an tiene vigencia entre
muchos hombres y mujeres. Hoy se puede constatar que aunque el hecho
religioso ha retrocedido en el viejo continente europeo est en auge en
otros continentes.
Existen diversas formas de entender el laicismo en la actualidad,
siendo oportuno tener en cuenta el desarrollo histrico de este concepto.
Si en la Edad Media su signifcado era de oposicin a los poderes civiles y
eclesisticos, simple fel cristiano, ni clrigo ni del estado religioso, en los
tiempos modernos se le ha atribuido una acepcin opuesta, en el sentido
de la exclusin de la religin de la vida pblica y de la sociedad, confnada
en el mbito de la privacidad y de la conciencia individual.
Tal concepcin extrema basada en la separacin total entre el Estado
y la Iglesia, ha llevado segn el Papa Benedicto XVI a imponer un pensa-
miento laico de la vida en la que no cabe ninguna referencia a lo religioso
o a Dios. Por eso sera mejor plantear el concepto de laicidad en trminos
positivos, reconociendo la legtima autonoma de las realidades terrenas sin
eliminar la referencia del orden moral que deriva del reconocimiento de la
realidad trascendente. Precisamente los valores humanos no son antagnicos
a los valores religiosos y son comunes a todas las religiones
51
.
51 Benedicto XVI. Discurso a los juristas catlicos, 9 de diciembre de 2006.
MOLINER PRADA, A. Clericalismo y anticlericalismo en la Espaa contempornea 82
Histria: Questes & Debates, Curitiba, n. 55, p. 59-82, jul./dez. 2011. Editora UFPR
Todava hoy predomina de algn modo en Espaa una cierta
polarizacin individual generalizada, bien sea la visin anticlerical o an-
tirreligiosa o la de una religiosidad utilizada como refuerzo de posiciones
polticas clericales y de derechas. Ciertamente los confictos y problemas
ideolgicos persistirn, pero se deben encauzar en una sociedad laica por
encima de viejos resentimientos
52
.
Los poderes pblicos y religiosos deben superar las actitudes be-
ligerantes de antao y promover una sana laicidad, partiendo de una clara
distincin entre la esfera poltica y religiosa, el reconocimiento indispensable
de la libertad religiosa y de la funcin positiva de las religiones y de sus
instituciones en la vida pblica. Esta laicidad positiva comporta la inde-
pendencia mutua del poder poltico y de las Iglesias as como la aceptacin
del relieve pblico de la fe en su manifestacin exterior y en su proyeccin
tica en la confguracin de la sociedad.
Cabe hacer una observacin fnal. En el mundo globalizado en el
que vivimos se ha confgurado un universo multicultural y multirreligioso,
por ello el dilogo interreligioso debe ser tambin una tarea ineludible de
todos, tanto de las instituciones religiosas como de los gobiernos y de la
sociedad civil en general.
Recebido em fevereiro de 2011.
Aprovado em maio de 2011.
52 GONZLEZ FAUS, J. I. La difcil lacitat. Quaderns Cristianisme i Justcia. Barcelona,
n. 113, 2005.

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