Homosexualidad
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Homosexualidad es la interacción o atracción sexual, afectiva, emocional y sentimental hacia individuos del mismo sexo. Para referirse exclusivamente a la homosexualidad masculina se popularizó el término en ingles Gay.
Etimológicamente, la palabra homosexual es un híbrido del griego homós (que en realidad significa «igual» y no, como podría creerse, derivado del sustantivo latino homo, «hombre») y del adjetivo latino sexualis, lo que sugiere una relación sentimental y sexual entre personas del mismo sexo.
Sumario
Historia
Nadie sabe exactamente cómo la homosexualidad entró en la historia humana. Se cree que las prácticas relacionadas con la atracción erótica entre personas del mismo género han estado presentes desde el amanecer de la humanidad. Los registros más tempranos de conducta homosexual parecen encontrarse en las prácticas religiosas paganas de la antigüedad, pues algunos paganos incluían prácticas homosexuales en el culto a determinados dioses. Si el uso de estas prácticas en el culto se debía a que la homosexualidad era algo habitual en sus sociedades, o si fue el culto el que introdujo las prácticas homosexuales en la sociedad, es algo imposible de determinar, aunque algunas interpretaciones de las cartas de san Pablo, en el siglo I, defienden esta última versión.
Los seres humanos comenzaron a adorar a muchos dioses muy temprano en la historia humana. Estos dioses tempranos frecuentemente se asociaban con la fertilidad, la agricultura y la guerra. Una de las diosas de los asirios ―que se expandirían después por el área conocida como Canaán― era Asherah, que era adorada como la diosa de la fertilidad. A menudo el culto de esta diosa incluía orgías y prácticas sexuales. Asherah era adorada en forma de un árbol con muchos pechos femeninos tallados en el tronco, y estos árboles constituían el centro de un bosque donde el culto se llevaba a cabo. Se podía invocar o aplacar a la diosa para adquirir fertilidad para sí mismo, la tribu o el clan.
Cuando el politeísmo ―el culto a muchos dioses― dominaba la Tierra, los dioses podían ser tanto varones como hembras. No se consideraba que estos dioses eran infalibles o todopoderosos como en el concepto cristiano de Dios. A menudo eran muy parecidos a las personas, con deseos individuales y capaces de equivocarse. Se creía que los dioses tenían sexo entre sí y que procreaban. Quienes practicaban estas religiones con frecuencia sentían que la ira de los dioses tenía que ser aplacada para que la tribu sobreviviera. Tener sexo con un dios ―como parte del culto, o para que las cosechas, los animales o los humanos fueran fértiles― era una extensión lógica del concepto de politeísmo. Puesto que el sexo se requería para la fertilidad humana, tener sexo con un dios era algo crucial y benéfico.
Culto Fálico
Tammuz era la deidad de los fenicios asociada con el Adonis de los griegos. Era el marido de Ishtar, conocida también como Asherah por los semitas y Afrodita por los griegos. Los seguidores del culto creían que Tammuz era un hermoso pastor que fue asesinado por una bestia salvaje. El anhelo de su esposa por recuperarlo, la llevó a entrar en el Averno para rescatarlo de la muerte. Su culto se identifica con columnas, similares a los Tótem de los americanos nativos, que servían como símbolos fálicos o réplicas del pene. Este culto era sumamente sexual en sus prácticas.
Tahmuz volvía del Averno todas las primaveras y regresaba allá en el invierno, por lo que las orgías primaverales se asociaban con la siembra que provocaría una cosecha dadivosa, y en por lo menos una cultura su culto incluía actividades homosexuales. En nuestros días, el nombre de Adonis se asocia con la literatura erótica de la comunidad homosexual. Su cuerpo, supuestamente perfecto, se promueve a veces como un ideal que puede tomar dimensiones divinas.
El dios griego Dionisio era adorado y seguido por hombres conocidos como Sátiros, que siempre son representados con un pene erecto. Un dios del oriente, Shiva, de la India, se adora con un linga largo, o vara fálica. Se dice que Shiva entró en los bosques para mirar a los hombres mientras jugaban, por lo que ellos lo cogieron y cortaron su pene. Una vez que comprendieron que era un dios, para refrenar la ira de Shiva reemplazaron su pene con uno artificial.
Un dios babilónico se llamaba Baal. El nombre literalmente significa «poseedor», pero vino a ser traducido como «señor» en referencia al dueño de un pedazo particular de tierra. Baal tomó muchas formas a lo largo de los años. Originalmente era adorado como el dios del sol. Se creía, por consiguiente, que era tanto benévolo ―cuando hacía a las cosechas crecer― como cruel ―cuando secaba la tierra con su calor―. Debido al obvio poder e influencia de este dios, aquellos que creían en él tenían que aplacar su enojo continuamente, y, para poder mantener sus vidas, pasaban la existencia en un equilibrio delicado entre temor y admiración. Los varios dioses asociados a Baal tenían su lugar al lado de Asherah, su colega hembra. A menudo, el culto de Baal incluía una pértiga, o símbolo fálico, en los rituales.
Cuando los antiguos babilonios ganaron influencia ―quizás tan tempranamente como en el año 8000 a. n. e.― extendieron su religión. Las ciudades babilónicas incluían torres (o zigurats), que servían para muchos propósitos prácticos y religiosos. Estas torres eran estratégicas en la defensa de la ciudad. También servían como puntos de observación de las estrellas para su estudio científico o por su importancia religiosa. Un propósito adicional de estas torres era servir como altares. La torre de Babilonia supuestamente tenía estatuas de oro de los dioses y en la cima un banco dorado para el culto sexual.
Los ziggurat parecen haber sido abundantes en los días de influencia de la Babilonia antigua. Servían además como símbolos fálicos. Los rituales antiguos en tales torres incluían la masturbación, para permitir al hombre derramar su semen en la tierra. Como la semilla es sembrada en la tierra, se veía a la tierra como hembra, y, por consiguiente, se invocaban dioses masculinos para fecundarla.
Uno de los ziggurats más famosos ―y el mejor hallazgo arqueológico de esta clase― está en la ciudad de Ur de los antiguos caldeos, casa del patriarca Abraham. El padre de Abraham había sido un fabricante de ídolos en ese pueblo prominente. Fue Abraham quien se separó de los politeístas e inició el monoteísmo (el culto a un solo Dios). Abraham es venerado como el padre de la fe por los judíos, el Islam y la Cristiandad. Abraham era un monoteísta devoto y sus descendientes lucharon con el politeísmo por muchas generaciones.
Las torres, pértigas y varas se incluían en muchas formas de práctica religiosa y se asocian con el pene para deificar la masculinidad. Torres similares a las de los templos babilónicos se encontraban también en el antiguo Egipto, y las pirámides ciertamente tienen una importancia religiosa. La cultura maya en América del Norte es desconocida en su mayor parte, pero su cultura ciertamente incluía tales torres. En el panteísmo y el animismo, como es el caso de las culturas de los antiguos nativos americanos, se adoraban columnas de tótem obviamente fálicas, como parte del culto a la naturaleza-dios.
Resulta interesante observar que las torres fálicas han sobrevivido hasta nuestros días. Las distintas órdenes masónicas erigen torres como monumentos. May Day es una fiesta en las islas británicas donde un poste fálico se decora con serpentinas y se colorea, para realizar un baile festivo alrededor; este rito de primavera se conecta directamente con prácticas de fertilidad antiguas que buscan la bendición del dios sobre las cosechas. Como los obeliscos egipcios pertenecen a la misma categoría, hay una torre fálica en la Plaza del Vaticano en Roma. El significado puede haber cambiado con los años, pero estos símbolos de culto al varón todavía existen.
La homosexualidad en flujo
Hay una tremenda dicotomía en la cultura moderna respecto de la homosexualidad. Por una parte, la mayoría de los políticos liberales apoyan las leyes que brindan soporte a la comunidad gay, si no en la práctica, al menos en teoría. Hay una aceptación creciente de la homosexualidad y hay un gran giro en la educación que muestra a la homosexualidad como un estilo de vida válido. Aunque, por su parte, la mayoría de los activistas homosexuales nieguen que la homosexualidad sea una alternativa, pues creen que la preferencia sexual no es algo que se elige.
Como contestación al aumento de la aceptación oficial, y debido a la histeria por el sida, hay un número creciente de crímenes de odio contra los homosexuales. Ni el gobierno, ni la iglesia autorizan oficialmente el abuso físico, pero existen individuos y grupos que han tomado en sus propias manos la persecución de los homosexuales. Se ve a menudo como algunos hombres son golpeados por la percepción de que son gays. Esta crueldad incluye la tortura y la muerte.
Los cristianos creyentes en la Biblia han respondido al crecimiento de la aceptación de la homosexualidad de varias maneras. La creencia de que la homosexualidad es pecado parece dominar dentro de la comunidad eclesiástica. Los cristianos evangélicos pueden ver en la aceptación social de la homosexualidad una amenaza a sus creencias. El permitir a los homosexuales trabajar en posiciones de influencia, la propagación del sida y otras enfermedades, la legislación que asegura a los homosexuales iguales derechos, son asuntos que provocan la exaltación de los ánimos, la retórica y las acciones políticas de base.
{{sistema:cita|Ciertamente, el tiempo ha llegado para hacer retroceder semejante marea impía por el bien de la decencia, la moralidad, nuestros hijos y la nación, y, lo que es más importante aún, porque el Señor nos dijo que teníamos que amar el bien pero odiar el mal. Dante dijo algo así: «Los puntos más calientes del infierno están reservados para aquellos que en tiempo de crisis moral no hacen nada»|David A. Noebel en su libro La revolución homosexual[1]
Como se ve, el miedo y el prejuicio existen en cada punto del tema homosexual. No existe duda de que muchos han sido maltratados y perseguidos por sus prácticas homosexuales. También es verdad que no todos los creyentes cristianos son intolerantes y homofóbicos. Disentir no es equivalente de perseguir. Llamar a una conducta "pecadora" no es ciertamente igual que condenar a muerte a alguien. Sin duda, necesitamos con urgencia abrir las puertas al diálogo, la comunicación y el entendimiento entre aquellos que son homosexuales y aquellos que interpretan la Biblia de un modo tal que condena las prácticas homosexuales.
Orientación sexual
El ser humano nace hombre o mujer, y según su orientación sexual puede ser heterosexual, homosexual o bisexual. Por otra parte, la transexualidad engloba a las personas que biológicamente tienen un sexo, pero se debaten en la convicción de que deberían haber nacido con el sexo opuesto.
La homosexualidad no describe una población uniforme, ya que los hombres y mujeres con esta orientación constituyen un grupo tan diferente entre sí como los heterosexuales y bisexuales desde los puntos de vista de educación, ocupación, estilos de vida, características de personalidad y apariencia física.
Causas
Existe gran diversidad en la definición de homosexualidad en la literatura científica. La actitud hacia la homosexualidad ha variado desde la aceptación en la antigua Grecia y la tolerancia en el Imperio Romano, hasta la condena absoluta en muchas sociedades, occidentales y del Oriente.
En el siglo XIX el neurosicólogo alemán Richard von Krafft-Ebing consideró la homosexualidad una “degeneración neuropática hereditaria” que supuestamente se agravaba con la excesiva masturbación; mientras que seudocientífico César Lombroso ―uno de los máximos representantes de la antropología criminal― se basaba en la frenología (considerada una seudociencia desde mediados del siglo XX) y sustentaba la teoría de la degeneración. Así, locos, delincuentes, prostitutas, minorías étnicas y homosexuales fueron degradados, excluidos y marginados bajo los auspicios de la ciencia.
El psiquiatra austriaco Sigmund Freud postuló la existencia de una predisposición constitutiva, aunque también destacó el efecto determinante de experiencias durante la infancia (como por ejemplo, la falta de un progenitor del mismo sexo con el cual poder identificarse) y la frecuencia de experiencias homosexuales masculinas durante la adolescencia, que consideró como desviación sexual.
La orientación sexual se ha atribuido también a las relaciones distantes y hostiles con los padres. Los varones dicen los inclinados a esta teoría buscan una relación homosexual para obtener el amor masculino que en realidad nunca recibieron de su progenitor. Igualmente las hembras se acercan a otras mujeres para compensar la falta de amor femenina por parte de su madre. La lesbianidad se ha atribuido, de manera similar, a tener padres distantes, lo cual hacía que la niña no supiese relacionarse con hombres adultos. La homosexualidad masculina, mantienen algunos, puede atribuirse también a haber tenido madres demasiado protectoras, que no han liberado a sus hijos en el mundo masculino competitivo y así, estos no han aprendido a luchar en condiciones iguales por las mujeres.
La más reciente y popular de las teorías sicoanalíticas es la narcisista. Según ella los niños, en su etapa de desarrollo, se encuentran a veces tan atraídos por sus propios encantos que buscan parejas sexuales que se les parezcan.
Sin embargo, todas las teorías sobre la homosexualidad y las relaciones con los padres parecen venirse abajo cuando son sometidos a experimentación. Una misma pauta de relaciones padre-madre y de relaciones padre-hijo o madre-hijo puede engendrar hijos homosexuales e hijos heterosexuales, tanto si las relaciones son íntimas como si son distantes.
Falsas concepciones
Muchos de los problemas que abruman al homosexual son creados por la hostilidad de la sociedad en que conviven. La reacción primera de una persona es negar acerca de lo que desconoce, teme o no se acepta. Si a esto le sumamos lo coaxialmente establecido por la tradición y los cánones religiosos, entonces podríamos comprender los innumerables prejuicios que han existido contra los homosexuales.
Ponderan los estereotipos, aún cuando está científicamente demostrado que el amaneramiento o los manierismos no conforman un elemento determinante en la orientación sexual. La apariencia física nada tiene que ver con la homosexualidad.
Un hombre y una mujer que respondan a los cánones genéricos de acuerdo con la época en que se enmarquen, pueden ser muy masculinos o muy femeninas, respectivamente y, sin embargo, explotar su sexualidad según estimen, ya sea de una forma heterosexual u homosexual, o ambas inclusive.
Clasificaciones
Evidentemente ha existido un modelo comprensivo hegemónico, desde la ciencia y el sentido común, para entender los homoerotismos (y los sujetos implicados en ellos) a partir de los binomios “masculino-femenino”, “dominante-dominado”, “penetrador-penetrado” traducidos en disímiles nominaciones en dependencia del contexto histórico y geográfico: “activo-pasivo”, “erasta-erómeno”, “butchfemme”, “bombero-puta”, “bugarrón-maricón”, “hombre-joto”, “cacorro-marica”, “hombre-cochón”; de esta manera se relaciona el papel erótico desempeñado en la relación (asumido en la dicotomía activo-pasivo) con una estratificación por género, en la medida en que el papel activo es desempeñado por un sujeto “masculino” y el papel pasivo por uno “femenino”, perpetuándose así el esquema de dominación/subordinación inherente al régimen actual de regulación de la sexualidad.
Diversidad y discrimación
La diversidad existente respecto al género en estos grupos se interpreta a partir del par “congruencia”-“incongruencia” precisamente porque se concibe la existencia de una “normalidad” (la mayoría de las veces no cuestionada y presentada, explícita o implícitamente como algo dado naturalmente; la minoría, entendida como un producto social, pero no por esto discutida) que establece cómo “es” o cómo “debe ser” la proyección de género a partir de nacer hombre o mujer: los primeros deben ser masculinos y las segundas, femeninas. La noción de una “regla”, de una “normalidad y de un “deber ser”, y por tanto de un “no deber ser” que funciona como transgresión o insubordinación de aquellas, conlleva a que lo diverso sea entendido a través de esta lógica y según este criterio, con las respectivas implicaciones de positividad o negatividad valorativas que se desprenden de estos.
“Bombero”, “general”, “coronel”, “macho”, “machito”, “consorte”, “pelotero”, “boxeador” y “activa” hacen alusión a lesbianas cuya proyección de género es considerada muy masculina; “putón”, “puntico”, “puta”, “diva” y “pasiva” se refieren a mujeres homosexuales cuya proyección de género es considerada femenina.
A los sujetos que se encuentran entre los extremos se les dice “ambiguos” o sencillamente no existe una nomenclatura específica; comúnmente se les llama “lesbianas”, “entendidas” u “homosexuales” sin más aclaraciones13.
Entre los hombres “loca”, “pájara”, “loca de carroza”, “maricona”, “es más mujer que madre”, “ser muy hembrita”, “pasivísima”, “pasivo” y “pajarita” denotan a homosexuales considerados muy femeninos; y “machito”, “activo”, “varoncito” y “hombrecito” apuntan hacia individuos cuya proyección de género es considerada masculina. Los términos intermedios también se denominan “ambiguos”, “entendidos” o “gays” ―en un sentido que va más allá de la orientación homosexual, y se refiere a la manera de asumirla genéricamente, en este caso―.
Estas clasificaciones, por un lado desmontan el estereotipo ―al partir de la diversidad de proyecciones al respecto― de suponer que la homosexualidad está inevitablemente ligada a la “inversión” del género asignado socialmente; en sentido general se comparte la idea de que no necesariamente existe separación o exclusión entre la homosexualidad y la feminidad o masculinidad esperadas. Sin embargo, no deslegitiman absolutamente la validez de esta concepción, sino que la hacen operativa y “eficaz” para un sector de la población.
A pesar del resquebrajamiento del absolutismo de este juicio no existe un cuestionamiento ―y si lo hay es ínfimo y desolado― hacia lo concebido como “masculino” y “femenino”, ni hacia las relaciones establecidas a partir de ello. Pervive la idea de que la orientación homosexual se puede expresar, o no, a través de determinadas características relacionadas con la inversión de género; es decir, se comparte la noción de una “epistemología” de la homosexualidad fuertemente basada en este criterio, que aunque no es aplicable a todos los casos sí funciona como síntoma o señal de algunos susceptibles de ser distinguidos a simple vista. Existen frases que llaman la atención sobre ésto: “ser fuerte”, “tener fortaleza”, “llevar el cartelito en la frente”, “tener afectación”, “tener plumas”, “ser afocante”, “marcarse”, “ver la tuerca” (exclusivo de mujeres), “se le nota”, “ser abierto”, “estar pajareado” y “estar partío” (exclusivo de hombres), etc.
En este sentido se reafirma la posibilidad de distinguir la homosexualidad a simple vista a través de determinados rasgos considerados típicos y propios del otro sexo, y no solo por la preferencia sexo-erótica. De esta manera se vislumbra también otra escisión (no sólo la de congruente/incongruente) ―o quizás sea más bien parte de la misma― que apunta a la idea de que la concordancia o discordancia de género es entendida por los sujetos como expresión de aceptación o de rechazo del homosexual hacia su condición de hombre o mujer; es decir, se concibe la existencia de homosexuales que asimilan y se sienten cómodos con “su” sexo/género (son “hombres” y “mujeres”) ―todos los entrevistados se adscriben a este grupo, que para ellos resulta de cierta manera la postura “correcta”―, y otros que se sienten parte del “otro” sexo/género (son imitaciones de hombres” e “imitaciones de mujeres”).
Evidentemente esta concepción de la “inversión” visibiliza o invisibiliza, “expone” o “encubre” a los sujetos homosexuales partiendo del presupuesto ya visto y provoca divisiones al interior de estos grupos en la medida en que a unos “se les nota” y por tanto son más visibles y susceptibles de ser identificados (son los que manifiestan una proyección de género “incongruente” con lo esperado socialmente según su sexo biológico), y a otros “no se les nota” (son los “congruentes”) y pasan más inadvertidos socialmente.
Enlaces relacionados
Fuentes
- ↑ Noebel, David A. Noebel (1977): La revolución homosexual (pág. 47), 1977.