Si todo hubiese salido como ambos imaginaban aquel día, Jennifer Aniston y Brad Pitt celebrarían hoy el 20 aniversario de su boda. El destino no quiso que así fuera pero, independientemente de los hechos posteriores, aquel fue uno de los enlaces más esperados, mediáticos y aclamados por las masas de aquella década.
Se conocieron en 1994 pero, por aquel entonces, el actor mantenía una relación sentimental con Gwyneth Paltrow. No fue hasta cuatro años después cuando tuvieron su primera cita y, en 1999, hicieron su primera aparición pública, en la alfombra roja de los Emmy. Meses después, anunciaban su compromiso por todo lo alto: durante un concierto de Sting, donde subieron al escenario y Jennifer Aniston mostró su anillo al público. Una historia de ese calibre no podía tener otro comienzo.
La boda tuvo lugar el 29 de julio de 2000, en una celebración que, según informaron las fuentes cercanas a la pareja en su momento, costó un total de 1 millón de dólares. Ambos tuvieron claro, desde el primer momento, que querían un evento íntimo, donde se mantuviese la privacidad tanto de la pareja como de los invitados y donde la prensa se mantuviese alejada. Pero conseguirlo no resultó, en absoluto, barato. Jen y Brad gastaron 100 mil dólares en seguridad para conseguir la boda secreta que habían planeado. Cercaron la propiedad que habían alquilado, restringieron el tráfico aéreo de la zona e instalaron una carpa donde tuvo lugar la celebración. Es por esto que encontrar imágenes de aquel día es -casi- misión imposible.
El evento lo protagonizaron una sucesión de lujos y excentricidades. Desde el lugar escogido para la celebración -alquilaron una propiedad de dos hectáreas en un acantilado en Malibú, propiedad de la productora televisiva Marcy Carsey- hasta cada uno de los detalles y elementos que formaron parte de la fiesta.
La finca fue decorada con un total de 50.000 flores, incluyendo rosas, tulipanes y glicinias; el ramo de novia que llevó Jennifer era un bouquet de rosas Vendela holandesas; un coro de gospel cantó las canciones del último álbum de Blur; durante el cóctel se sirvió caviar, pizza gourmet y champán Dom Pérignon, y el menú de boda incluía cangrejo, langosta y carne a la pimienta. El postre lo componía una tarta de seis pisos, se construyó una fuente de pizarra para la ocasión y la carpa la adornaban miles de velas importadas de Tailandia. La fiesta culminó con 13 minutos de fuegos artificiales. ¿Fue o no fue la boda soñada por cualquiera?
Entre los invitados a la boda de Jennifer Aniston y Brad Pitt se incluían algunos de los compañeros de la actriz en Friends, como Courtney Cox o Matthew Perry, así como algunas de las estrellas de Hollywood más aclamadas del momento. Cameron Diaz, Salma Hayek o Ed Norton estuvieron presentes en el evento.
Pero hablemos de lo realmente importante -si nos ceñimos a lo puramente estético, claro-: el vestido de novia de Jennifer Aniston. Lució un vestido de satén de seda blanco con aplicaciones de cristales, creado por la diseñadora italiana Lawrence Steele. Completó el vestido con unos zapatos hechos a medida por Manolo Blahnik y un velo que se sujetaba al cabello con una corona de cristales Swarovski. Brad llevaba un esmoquin negro diseñado por Hedi Slimane y los padrinos de la boda acudieron con trajes de Prada.
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Sin embargo, y aunque nos hubiese gustado que ese fuese el final feliz de la pareja, se divorciaron cinco años después. Eso sí, las declaraciones posteriores a la separación que Jennifer Aniston hizo para Vanity Fair - y las fotografías de ambos en la última edición de los Globos de Oro- nos hacen creer que el afecto mutuo sobrevivió al divorcio: “Me sigo sintiendo afortunada por haber vivido ese matrimonio. No sabría lo que sé ahora si no me hubiera casado con Brad. Amo a Brad y lo amaré el resto de mi vida. Es un hombre fantástico y no me arrepiento de nada”.
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