La Ilíada: Biblioteca de Grandes Escritores
Por Homero
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Tanto la Ilíada como la Odisea fueron consideradas por los griegos de la época clásica y por las generaciones posteriores como las composiciones más importantes en la literatura de la Antigua Grecia y fueron utilizadas como fundamentos de la pedagogía griega. Ambas forman parte de una serie más amplia de poemas épicos de diferentes autores y extensiones denominado ciclo troyano; sin embargo, de los otros poemas, únicamente han sobrevivido fragmentos. Fue muy famosa en su época y es obligatorio estudiarla en Grecia.
Homero
Según la tradición, el poeta griego Homero (ss. IX-VIII a. de C., aproximadamente) fue el autor de la Ilíada y de la Odisea, por lo que es considerado uno de los escritores más influyentes de todos los tiempos. Algunos críticos modernos, sin embargo, mantienen que Homero no fue el auténtico creador de estas obras, sino que se limitó a compilar y unificar una gran cantidad de relatos orales que él mismo recitaba. Sea como fuere, ambos poemas se convirtieron en la base de la educación y cultura griega en la época clásica, así como de la literatura occidental moderna.
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Comentarios para La Ilíada
5,775 clasificaciones120 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Brilliant.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5At long last! The Illiad by Homer DIfficult to rate a literary epic. However, the entire book takes place in the 10th and last year of the Trojan War. Achilles’ wrath at Agamemnon for taking his war prize, the maiden Briseis, forms the main subject of this book. It seemed as if there were a lot of introductions to characters we never hear from again. The word refulgent was used dozen of times. All in all I'm glad I slogged my way through this. The novelized from of Song of Achilles was more satisfactory to me than the Illiad. I read the translation by Caroline Alexander because that's the one the library had. 3 1/2 stars 604 pages
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Stanley Lombardo's translation of Homer's Iliad is wonderful and very readable, better evoking the grittiness and rage of warfare than most other translations. I think of it as the "Vietnam War version of the Iliad." However, there are also parts where Homer's humor shines through, particularly when the Greek warriors are ribbing each other.Though the translation is excellent, I only got through about half of the book. The plot moves quite slowly, and the long lists of characters and backstory become tiresome. Also, there also is a lot of conversation between the various warriors, which illuminates Greek values (such as what makes for heroism or cowardice) but does not advance the storyline. Parts can get repetitious. I preferred the Odyssey, which I read in the Robert Fagles translation.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Translated into English Prose by Andrew Lang, Walter Leaf and Ernest Myers
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Important in the history of literature and classical Greek thought.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Read it, love it!
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Fagles' editions will always stand as the epitome of Homeric translations. However, this book does a very good job at re-presenting a very old and very well-known story. There are some tangles in the translation, and some weaknesses, but far less than other attempts; and to be honest, a lot of those tangles are inherent to the Homeric text itself. What I really loved was the introductory material. Powell has put together maps, charts, and timelines to help contextualize the text for the uninitiated reader. And the introduction itself was fabulous, focusing on the humanistic value of reading and rereading a text that is already over a thousand years old and known by most everyone already.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5This review is of the New American Library (Mentor) edition, published as a paperback in the 1950s. If you are to tackle Homer, you need a used paperback for the actual slogging, as you'll be turning pages and all but tearing the binding by the time you're done. You should also have a real book, leatherbound with excellent typeset, which will proudly stand on your bookshelf as the first-masterpiece-among-masterpieces. If you need to make notes, get the ebook and start the highlighting.
This translation is by Rouse, which is why my review is not five stars. Granted, it's THE ILIAD, but not my favorite version. Here it is set up almost as a novel, albeit a very clustered novel. Since Achilles is rather angry throughout the entire expedition, I would hope for more rage but you'll have to turn to Lattimore for that angle.
Still, it all starts with Homer, doesn't it? For me, I recall having a job in the law courts and scurrying to the office of the "Elder Judge" after a day's work was completed, where we would sit spellbound before him as he orated the Homeric saga to us. "The King prefers a good warhorse to a conscientious objector." Wonder of wonders.
Book Season = Year Round - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5If over 600 pages of lyrically-rendered death, blood, and mayhem sound like your cup of tea, than you'll definitely want to read this. People get eviscerated, skewered, decapitated, hewed, trampled, hacked, cleaved, etc, and it's all really very poetic. I just wasn't wildly enthusiastic about it.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5This new translation by Ian Johnston beats all others for it's clarity and ease of reading. I highly recommend it.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Among the first extant works of mankind is Homer’s Iliad. Dating back almost 2,800 years and comprising over 15,000 lines, it stands as a testament to the human imagination. It is a recounting of the famous Trojan war but really only takes place during a few weeks at the end of the war. Through flashbacks and stories within the story, we get the entire magnitude of the struggle. Agamemnon rails against Achilles, Paris duels with Menelaus, Troy is sacked, and the death of Achilles, while untold, is still a tragic affair. Being an epic poem, it has everything under the sun packed into it lines—love, war, trickery, gods, life, and death. I haven’t read multiple translations of this work, so I can’t speak to Powell’s ability as a translator. His text, however, is a bit monotonous, a bit stilted, and not as poetic as I expected it to be. Of more interest and use are all the supplementary materials provided. There is a good history of the work, plenty of maps, an introduction to Greek poetry, and even a pronunciation dictionary at the end so you can be sure you’re hearing everything correctly. All that helped out a lot as the actual text takes some effort to get through. Readers of Greek mythology probably already have a copy somewhere on their shelves, but this new translation does make for a good introduction to the genre.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Media and language have shifted innumerably before, and will in the future, I imagine... the smart phone is just a stone skip of time. Nevertheless, I find the idea of reading ancient greek literature on a kindle app on a smart phone really amusing. Homer basically accomplished what I imagine one of his goals was - to immortalize the heroics and feats of the warriors and document the destruction of Troy for all time. Yet for all that, the Iliad reads like a game of football with the line of scrimmage moving back and forth and the Greeks and Trojans alternating between offense and defense. At first the 'well greaved Greeks' were winning… but now Hector 'of the glancing helm' has turned the tide and most of the Greek heroes are wounded and stuck in sick bay…. and then the tide turns again at the whim of Zeus. There is quite a lot of 'this one killed that one, and another one bit the bloody dust'. There are more creative ways to kill someone with a spear than I ever imagined. Some of the details are actually fairly gory. What's confusing, I find, is that at the moment of each death Homer tells the life story of the slain, or at least the vital information such as where they were from, their lineage, and who their wife was. There's a lot of familiar names and it's interesting to see them all in one place here since they are somewhat more ingrained in my head from elsewhere. Like Laertes (thank you Shakespeare) or Hercules (thank you Kevin Sorbo) or Saturn (thank you GM). There are the other random lesser gods or immortals like Sleep (no thanks to you Starbucks) or Aurora (the borealis is on the bucket list).Homer barely mentions the scene or uses descriptions at all unless it directly relates to the battle. Apparently the only such things worth recording was when the battle was at the Greek ships or Trojan city wall or if the gods were yammering away on Mount Olympus. Descriptions are fairly short and uniform and there is a lot of repetition. I heard on RadioLab that Homer did not use any instance of the color blue and some thought he may have been color blind. I did find, however, two instances of blue - one as "dark blue" and one as "azure" -- though never "blue" by itself. RadioLab gets a bunch of details wrong frequently anyway, which is really neither here nor there. One thing I found interesting is the idea and extent of how involved the Greek gods/immortals were in the lives and fates of the mortals. To the point where there are teams of gods aligned loosely for or against the Trojans. This was completely excised in the movie Troy, which I watched as I neared finishing reading this. I had no interest in seeing the movie when it came out but, figured why not. I was actually impressed with how much Hollywood got right in Troy - but of course my expectations were low to begin, thinking it would be a mixed-up and mushy story. I think the biggest things they told differently was how they treated women characters (nicer than Homer) especially Briseus. Also, Patroclus' relationship with Achilles was changed, and as I mentioned, there was no depiction of the gods. Plotwise, the movie included the Trojan horse episode, which is not actually in The Iliad (it's related in The Aenid, by Virgil). Apparently my memory from elementary school did not serve me well because I was expecting to read about the Trojan Horse and didn't believe what I was reading in front of me when the book ended without it! Even went downloading a few other versions and snooping around online to verify. Just goes to show me that my preconceived notions are not always right! And that things get muddied up when stories and retellings merge. Nevertheless, a lot of the detail and direct actions and even dialogue of the characters in the movie did come straight out of the book, so someone clearly was familiar with it, which was a pleasant surprise.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I remember when I was around fourteen or fifteen years old I decided I wanted to read the Iliad. I went to the public library and asked for it (they had to pull it out of their back room for me). And I remember opening the first page and seeing that it was in poem format. I was immediately put off. I had never liked poetry and at my age the few pages I did try to read went over my small head. Ever since I knew some day I would come back to the epic poem. This semester was the year in my literature class. I love literature and I love this class because it is finally getting me to pick up and read the epic stories that I have always wanted to read. I've read excerpts here and there and seen online summaries. I've even read a few children's books renditions. But nothing compares to the actual poem itself. This was my first read of the poem as a whole. Now my professor doesn't like how Lombardo has translated the epic, and says that it is too 'dumbed down' now. I can see where she is coming from because some phrases that Lombardo includes certainly takes away the image of the elegant language this would have been first told in. It did however give me a simple and very understandable rendition of the events to the epic. However, now I want to find another translation that doesn't do this. I want something that seems more authentic to the time period. I think it's a good translation for someone who hasn't come across the classical language in the time of the Greeks and Romans, but for those who have, it may not be exactly what you're looking for. (Above it says: Lombardo attempts to adapt the text to the needs of readers rather than the listeners for whom the work was originally intended.' Does that say something about the needs of readers now-a-days?) The other complaint I have is that in this translation, some Books are left out of the whole poem. I believe this is because the books included are the most important one when dealing with turning events in the epic, but there's bound to be some information that is lost that way. Anyways, I'm glad I finally got to the epic. It's a fantastic myth! Now I want a more complete translation. :) I'm going to go find an audio book translation, because really this epic was meant to be listened to, not read :)
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5A cornerstone of Western literature that remains hugely influential. Read it for that reason, and because the poetry is still enjoyable enough to be read aloud with panache. The story itself is mostly a catalog of slaughter with very little human drama, although the interaction between the gods and the human characters is fascinating and tragic.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Stephen Mitchell translates a classic better than any action flick made in the past 10 years.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Two things I learned from this:
- Translation is everything. Fagles isn't perfect, but he moves quickly and easily - not too stilted or weird - and he doesn't skimp on the blood and guts.
- Introduction is awfully important. Bernard Knox is a new hero of mine; this intro is widely and correctly considered a classic piece on Homer. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5The scholarly notes and illustrations add to the luster of this translation. However it is a text to be read and not recited. It lacks the poetic cadence of earlier translations. I was first introduced to Homer in College some fifty years ago and my personal preference is for Homer to have an orality that truly sings beyond any translation.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Such the fabulous tale. I've read it several times. Great piece to study as well, it is extraordinarily involved and interesting, not to mention quite funny at times, amidst all of the action and emotion.
Read it.
Oh and P.S. Achilles was a ginger--yes!! - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5This book was great. I sometimes find reading epic poems in their poetic form distracting so the prose translation was perfect for me. The introduction was brief and general, which is nice in a book that some would call long and difficult. Other than that, one of the greatest stories of all time. The only person I would steer away from this particular version of The Iliad is someone looking for a poetic translation.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5I received a review copy of The Illiad, a new translation by Bary P. Powell (Oxford University Press) through NetGalley.com.Critiquing a new translation of a noted book is done on three levels. The first two are scholarly: the comparison of the translation with the original and the comparison of the new translation with those that have gone before. The third is the aesthetic evaluation of the work itself. My knowledge of The Illiad is non-professional. I have been fascinated by myths and mythology since I was a child reading Bullfinch at my grandmother's house. So the chance to read a new translation of The Illiad is appealing. My reading, though, is from a lay perspective.Powell's Introduction is wonderfully informative and worth reading if you ever come across the book. In it he discusses the oral tradition of the Greeks and how poetry worked, which is similar to the blues and folk music traditions of our era. Poets (and musicians) draw on mental libraries of set pieces to tailor the performance to the tastes of the audience. But while music historians can trace the evolution and repetition of forms, phrases, and motifs for hundreds of years, not much Greek poetry exists for scholarly analysis. Adhering to modern academic standards, Powell is clear about his knowledge gaps and the liberties he has taken when fashioning this translation. All very good.I am a bit unhappy, though, about the text, although I'll say again, I am speaking as a reader, not a scholar. Powell, in choosing an updated idiom, has, in some cases, chosen awkward sentences, weak locutions and jarring words that made my reading experience less pleasant than I wanted it to be. Rather in the way that new editions of the Christian Bible or Book of Common Prayer sound rough compared with their well known predecessors, Powell's translation sometimes seems too modern. It isn't that I require a classic to sound "classical" but sometimes an older form is more comfortable. Two examples in the text: 1. The Argives gathered. The place of assembly was in turmoil. The earth groaned beneath the people as they took their seats. The din was terrific. Seven heralds, hollering, held them back – "if you stop the hullabaloo, you can hear the god-nourished chieftains."Here Powell makes three word choices with strong aesthetic value: hollering, hullabaloo, and god-nourished. "God-nourished" is likely to be directly from the Greek, there is no modern equivalent and, as explained in the Introduction, these kinds of descriptions flattered the audience who were themselves chieftains who would probably like to consider themselves "god-nourished." A very modern translation would possibly be "god blessed," but "god-nourished" is an excellent image."Holler" and "hullabaloo," though, I find odd and too informal. There was a 1965 TV show called Hullabaloo, but not until I looked it up that I realized that I had confused Hullabaloo with 1969's idiotic country comedy HeeHaw. (Hullabaloo was also a 1940 musical comedy film.) In my mind "hullabaloo" is a low class word, as is "holler," especially as a homonym of the Appalachian dialect word "holler." I find it curious that Powell, an American of similar age with a somewhat similar set of mental links, chose these dicey words over "shouted" and "clamor."2. Another word choice I do not care for is "shivery," which Powell uses many times as "shivery", "shivers", "shivered." One online dictionary defines "shivery" as "shaking or trembling as a result of cold, illness, fear, or excitement." Well, which is it? Context does not help because fear and excitement are antonyms. Thus we can put some form of "frightening" or "exhilarating" in every instance of "shiver" and come up with a coherent sentence, but choosing the same face for each occurrence does not work out well. I am unhappy with this ambiguity.One other point: Ian Morris does Powell no favor by using the "riddle, mystery, enigma" cliché in his introduction.Although I have reservations about the text, these are personal and aesthetic. Overall, I think this book is a required addition to the scholar's shelf. The Introduction provides very welcome information for the lay reader and the use of a more modern idiom will perhaps make this edition more accessible to a contemporary reader or student.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5I'm actually not sure which translation of this I read, but what fun. I studied this in class in high school and the teacher did an excellent job of bringing in other sources to explain the allusions and make it more compelling.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Took me 2 1/2 months, but totally worth the time and late fines.
Would make a very good graphic novel. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Excellent translation that catches the meaning of the Iliad nicely. It's a favorite for study in my classes. Lattimore doesn't try to capture so much the rhyme behind it but what the meaning was. You can even get the jokes behind the dog names. No other translation can do that as well.
I really do recommend this esp if you have read or have been force fed the Iliad and hope never to hear about it again. It changed my tune. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I've read this a couple of times now and find it more and more compelling. The bickering of the gods is amusing, the rage of achilles is both maddening but also rendered well, the battle scenes are viscously detailed. It's a demanding text, but this translation makes the reading easy, even if the names and events are not.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Of the epics I studied, the Iliad was my least favourite. My favourite character in Greek myth is Cassandra, but she barely appears in the Iliad. I ended up wanting to skip a lot of the fighting scenes.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Robust, violent, magnificent. I love ancient Greek and Roman literature and this (along with the Odyssey) is the crowning jewel of the time period. Never gets old for me.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5This epic poem describes the siege of Troy by the Greeks in retaliation for the abduction (actually the desertion) of Helen (the "face that launched a thousand ships"), the wife of King Menelaus. It has a cast of thousands, including Achilles, Hector, Odysseus and Paris, and, along with its second act, The Odyssey, is one of the foundations of Western literature. It is not easy reading--it should be read one book at a time (there are 24 books)--but well worth the effort.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5I have always fancied the Iliad slightly over the Odyssey, probably because I see it as a more realistic depiction of the times, quite apart from their immense literary quality and importance. Extract the references to the gods and this comes across as a quite reliable description of a Bronze Age military campaign. It is also more interesting because of the interplay of various personalities, all with their own agendas. And, of course, its a soaring piece of drama, the equal of anything produced in the western world since. This is an excellent translation, preserving Homer's essential devices such as repetition and mnemonics, but very accessible to the non-scholar. Should be required reading for everyone at upper primary or elementary school level. It will enrich their lives forever.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5The classic story of the Battle of Troy between the Greeks and the Trojans. The long war brought about by the abduction of Helen, who had a "face which launched a thousand ships".
- Calificación: 1 de 5 estrellas1/5An extremely clumsy translation by an otherwise capable poet. I cannot critique the scholarship. but the word choice is ugly.
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La Ilíada - Homero
Homero
La Iliáda
Índice
CANTO I
CANTO II
CANTO III
CANTO IV
CANTO V
CANTO VI
CANTO VII
CANTO VIII
CANTO IX
CANTO X
CANTO XI
CANTO XII
CANTO XIII
CANTO XIV
CANTO XV
CANTO XVI
CANTO XVII
CANTO XVIII
CANTO XIX
CANTO XX
CANTO XXI
CANTO XXII
CANTO XXIII
CANTO XXIV
LA ILIADA
HOMERO
CANTO I
Índice
PESTE — CÓLERA
DESPUÉS DE UNA CORTA INVOCACIÓN A LA DIVINIDAD PARA QUE CANTE LA PERNICIOSA IRA DE AQUILES
, NOS REFIERE EL POETA QUE CRISES, SACERDOTE DE APOLO, VA AL CAMPAMENTO AQUEO PARA RESCATAR A SU HIJA, QUE HABÍA SIDO HECHA CAUTIVA Y ADJUDICADA COMO ESCLAVA A AGAMENÓN; ÉSTE DESPRECIA AL SACERDOTE, SE NIEGA A DARLE LA HIJA Y LO DESPIDE CON AMENAZADORAS PALABRAS; APOLO, INDIGNADO, SUSCITA UNA TERRIBLE PESTE EN EL CAMPAMENTO; AQUILES REÚNE A LOS GUERREROS EN EL ÁGORA POR INSPIRACIÓN DE LA DIOSA HERA, Y, HABIENDO DICHO AL ADIVINO CALCANTE QUE HABLARA SIN MIEDO, AUNQUE TUVIERA QUE REFERIRSE A AGAMENÓN, SE SABE POR FIN QUE EL COMPORTAMIENTO DE AGAMENÓN CON EL SACERDOTE CRISES HA SIDO LA CAUSA DEL ENOJO DEL DIOS. ESTA DECLARACIÓN IRRITA AL REY, QUE PIDE QUE, SI HA DE DEVOLVER LA ESCLAVA, SE LE PREPARE OTRA RECOMPENSA; Y AQUILES LE RESPONDE QUE YA SE LA DARÁN CUANDO TOMEN TROYA. ASÍ, DE UN MODO TAN NATURAL, SE ORIGINA LA DISCORDIA ENTRE EL CAUDILLO SUPREMO DEL EJÉRCITO Y EL HÉROE MÁS VALIENTE. LA RIÑA LLEGA A TAL PUNTO QUE AQUILES DESENVAINA LA ESPADA Y HABRÍA MATADO A AGAMENÓN SI NO SE LO HUBIESE IMPEDIDO LA DIOSA ATENEA; ENTONCES AQUILES INSULTA A AGAMENÓN, ÉSTE SE IRRITA Y AMENAZA A AQUILES CON QUITARLE LA ESCLAVA BRISEIDA, A PESAR DE LA PRUDENTE AMONESTACIÓN QUE LE DIRIGE NÉSTOR; SE DISUELVE EL ÁGORA Y AGAMENÓN ENVÍA A DOS HERALDOS A LA TIENDA DE AQUILES QUE SE LLEVAN A BRISEIDE; ULISES Y OTROS GRIEGOS SE EMBARCAN CON CRISEIDA Y LA DEVUELVEN A SU PADRE; Y, MIENTRAS TANTO, AQUILES PIDE A SU MADRE TETIS QUE SUBA AL OLIMPO A IMPETRE DE ZEUS QUE CONCEDA LA VICTORIA A LOS TROYANOS PARA QUE AGAMENÓN COMPRENDA LA FALTA QUE HA COMETIDO; TETIS CUMPLE EL DESEO DE SU HIJO, ZEUS ACCEDE, Y ESTE HECHO PRODUCE UNA VIOLENTA DISPUTA ENTRE ZEUS Y HERA, A QUIENES APACIGUA SU HIJO HEFESTO; LA CONCORDIA VUELVE A REINAR EN EL OLIMPO Y LOS DIOSES CELEBRAN UN FESTÍN ESPLÉNDIDO HASTA LA PUESTA DEL SOL, EN QUE SE RECOGEN EN SUS PALACIOS.
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.
¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:
-¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria! Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos.
Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de mal modo y con altaneras voces:
-No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores tu partida, ya porque vuelvas luego, pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del dios. A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte más sano y salvo.
Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Fuese en silencio por la orilla del estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera:
-¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, a imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!
Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus amargas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.
Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo, Aquiles convocó al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los níveos brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía morir. Acudieron éstos y, una vez reunidos, Aquiles, el de los pies ligeros, se levantó y dijo:
-¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez errantes, si escapamos de la muerte; pues, si no, la guerra y la peste unidas acabarán con los aqueos. Mas, ea, consultemos a un adivino, sacerdote o intérprete de sueños -pues también el sueño procede de Zeus-, para que nos diga por qué se irritó tanto Febo Apolo: si está quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, y si quemando en su obsequio grasa de corderos y de cabras escogidas, querrá libramos de la peste.
Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantóse entre ellos Calcante Testórida, el mejor de los augures -conocía lo presente, lo futuro y lo pasado, y había guiado las naves aqueas hasta Ilio por medio del arte adivinatoria que le diera Febo Apolo-, y benévolo los arengó diciendo:
¡Oh Aquiles, caro a Zeus! Mándasme explicar la cólera de Apolo, del dios que hiere de lejos. Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto a defenderme de palabra y de obra, pues temo irritar a un varón que goza de gran poder entre los argivos todos y es obedecido por los aqueos. Un rey es más poderoso que el inferior contra quien se enoja; y, si bien en el mismo día refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra ejecutarlo en el pecho de aquél. Dime, pues, si me salvarás.
Y contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
-Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes; pues ¡por Apolo, caro a Zeus; a quien tú, Calcante, invocas siempre que revelas oráculos a los dánaos!, ninguno de ellos pondrá en ti sus pesadas manos, cerca de las cóncavas naves, mientras yo viva y vea la luz acá en la tierra, aunque hablares de Agamenón, que al presente se jacta de ser en mucho el más poderoso de todos los aqueos.
Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate:
-No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa del ultraje que Agamenón ha inferido al sacerdote, a quien no devolvió la hija ni admitió el rescate. Por esto el que hiere de lejos nos causó males y todavía nos causará otros. Y no librará a los dánaos de la odiosa peste, hasta que sea restituida a su padre, sin premio ni rescate, la joven de ojos vivos, y llevemos a Crisa una sagrada hecatombe. Cuando así le hayamos aplacado, renacerá nuestra esperanza.
Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón Atrida, afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego; y, encarando a Calcante la torva vista, exclamó:
-¡Adivino de males! jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces en profetizar desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste nada bueno. Y ahora, vaticinando ante los dánaos, afirmas que el que hiere de lejos les envía calamidades, porque no quise admitir el espléndido rescate de la joven Criseide, a quien anhelaba tener en mi casa. La prefiero, ciertamente, a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza. Pero, aun así y todo, consiento en devolverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se quede; lo cual no parecería decoroso. Ved todos que se va a otra parte la que me había correspondido.
Replicóle en seguida el celerípede divino Aquiles:
-¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en parte alguna cosas de la comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al dios, y los aqueos te pagaremos el triple o el cuádruple, si Zeus nos permite algún día tomar la bien murada ciudad de Troya.
Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento, pues no podrás burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar tu recompensa, que me quede sin la mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los magnánimos aqueos me dan otra conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y si no me la dieren, yo mismo me apoderaré de la tuya o de la de Ayante, o me llevaré la de Ulises, y montará en cólera aquél a quien me llegue. Mas sobre esto deliberaremos otro día. Ahora, ea, echemos una negra nave al mar divino, reunamos los convenientes remeros, embarquemos víctimas para una hecatombe y a la misma Criseide, la de hermosas mejillas, y sea capitán cualquiera de los jefes: Ayante, Idomeneo, el divino Ulises o tú, Pelida, el más portentoso de todos los hombres, para que nos aplaques con sacrificios al que hiere de lejos.
Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:
-¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes ni un aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros hombres? No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, pues en nada se me hicieron culpables -no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la fértil Ftía, criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el ruidoso mar nos separan-, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijás en esto la atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad de los troyanos: aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis manos, tu recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves, teniéndola pequeña, aunque grata, después de haberme cansado en el combate. Ahora me iré a Ftía, pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso permanecer aquí sin honra para procurarte ganancia y riqueza.
Contestó en seguida el rey de hombres, Agamenón:
-Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí te quedes; otros hay a mi lado que me honrarán, y especialmente el próvido Zeus. Me eres más odioso que ningún otro de los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas. Si es grande tu fuerza, un dios te la dio. Vete a la patria, llevándote las naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones, no me importa que estés irritado, ni por ello me preocupo, pero te haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo me quita a Criseide, la mandaré en mi nave con mis amigos; y encaminándome yo mismo a tu tienda, me llevaré a Briseide, la de hermosas mejillas, tu recompensa, para que sepas bien cuánto más poderoso soy y otro tema decir que es mi igual y compararse conmigo.
Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro del velludo pecho su corazón discurrió dos cosas: o, desnudando la aguda espada que llevaba junto al muslo, abrirse paso y matar al Atrida, o calmar su cólera y reprimir su furor. Mientras tales pensamientos revolvía en su mente y en su corazón y sacaba de la vaina la gran espada, vino Atenea del cielo: envióla Hera, la diosa de los níveos brazos, que amaba cordialmente a entrambos y por ellos se interesaba. Púsose detrás del Pelida y le tiró de la blonda cabellera, apareciéndose a él tan sólo; de los demás, ninguno la veía. Aquiles, sorprendido, volvióse y al instante conoció a Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un modo terrible. Y hablando con ella, pronunció estas aladas palabras:
-¿Por qué nuevamente, oh hija de Zeus, que lleva la égida, has venido? ¿Acaso para presenciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida? Pues te diré lo que me figuro que va a ocurrir: Por su insolencia perderá pronto la vida.
Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
-Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me envía Hera, la diosa de los níveos brazos, que os ama cordialmente a entrambos y por vosotros se interesa. Ea, cesa de disputar, no desenvaines la espada a injúrialo de palabra como te parezca. Lo que voy a decir se cumplirá: Por este ultraje se te ofrecerán un día triples y espléndidos presentes. Domínate y obedécenos.
Y, contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
-Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis, aunque el corazón esté muy irritado. Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece es por ellos muy atendido.
Dijo; y puesta la robusta mano en el argénteo puño, envainó la enorme espada y no desobedeció la orden de Atenea. La diosa regresó al Olimpo, al palacio en que mora Zeus, que lleva la égida, entre las demás deidades.
El Pelida, no amainando en su cólera, denostó nuevamente al Atrida con injuriosas voces:
-¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo! Jamás te atreviste a tomar las armas con la gente del pueblo para combatir, ni a ponerte en emboscada con los más valientes aqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es, sin duda, mucho mejor arrebatar los dones, en el vasto campamento de los aqueos, a quien te contradiga. Rey devorador de tu pueblo, porque mandas a hombres abyectos...; en otro caso, Atrida, éste fuera tu último ultraje. Otra cosa voy a decirte y sobre ella prestaré un gran juramento: Sí, por este cetro que ya no producirá hojas ni ramos, pues dejó el tronco en la montaña; ni reverdecerá, porque el bronce lo despojó de las hojas y de la corteza, y ahora lo empuñan los aqueos que administran justicia y guardan las leyes de Zeus (grande será para ti este juramento): algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no podrás socorrerlos cuando muchos sucumban y perezcan a manos de Héctor, matador de hombres. Entonces desgarrarás tu corazón, pesaroso por no haber honrado al mejor de los aqueos.
Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó asiento. El Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero levantóse Néstor, suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel -había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada que nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera-, y benévolo los arengó diciendo:
-¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea! Alegrananse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse los demás troyanos en su corazón, si oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los dánaos así en el consejo como en el combate. Pero dejaos convencer, ya que ambos sois más jóvenes que yo. En otro tiempo traté con hombres aún más esforzados que vosotros, y jamás me desdeñaron. No he visto todavía ni veré hombres como Pirítoo, Driante, pastor de pueblos, Ceneo, Exadio, Polifemo, igual a un dios, y Teseo Egeida, que parecía un inmortal. Criáronse éstos los más fuertes de los hombres; muy fuertes eran y con otros muy fuertes combatieron: con los montaraces centauros, a quienes exterminaron de un modo estupendo. Y yo estuve en su compañía -habiendo acudido desde Pilos, desde lejos, desde esa apartada tierra, porque ellos mismos me llamaron- y combatí según mis fuerzas. Con tales hombres no pelearía ninguno de los mortales que hoy pueblan la tierra; no obstante lo cual, seguían mis consejos y escuchaban mis palabras. Prestadme también vosotros obediencia, que es lo mejor que podéis hacer. Ni tú, aunque seas valiente, le quites la joven, sino déjasela, puesto que se la dieron en recompensa los magnánimos aqueos; ni tú, Pelida, quieras altercar de igual a igual con el rey, pues jamás obtuvo honra como la suya ningún otro soberano que usara cetro y a quien Zeus diera gloria. Si tú eres más esforzado, es porque una diosa te dio a luz; pero éste es más poderoso, porque reina sobre mayor número de hombres. Atrida, apacigua tu cólera; yo te suplico que depongas la ira contra Aquiles, que es para todos los aqueos un fuerte antemural en el pernicioso combate.
Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
-Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere sobreponerse a todos los demás; a todos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar órdenes que alguien, creo, se negará a obedecer. Si los sempiternos dioses le hicieron belicoso, ¿le permiten por esto proferir injurias?
Interrumpiéndole, exclamó el divino Aquiles:
-Cobarde y vil podría llamárseme si cediera en todo lo que dices; manda a otros, no me des órdenes, pues yo no pienso ya obedecerte. Otra cosa te diré que fijarás en la memoria: No he de combatir con estas manos por la joven ni contigo, ni con otro alguno, pues al fin me quitáis lo que me disteis; pero, de lo demás que tengo junto a mi negra y veloz embarcación, nada podrías llevarte tomándolo contra mi voluntad. Y si no, ea, inténtalo, para que éstos se enteren también; y presto tu negruzca sangre brotará en torno de mi lanza.
Después de altercar así con encontradas razones, se levantaron y disolvieron el ágora que cerca de las naves aqueas se celebraba. Fuese el Pelida hacia sus tiendas y sus bien proporcionados bajeles con el Menecíada y otros amigos; y el Atrida echó al mar una velera nave, escogió veinte remeros, cargó las víctimas de la hecatombe para el dios, y, conduciendo a Criseide, la de hermosas mejillas, la embarcó también; fue capitán el ingenioso Ulises.
Así que se hubieron embarcado, empezaron a navegar por líquidos caminos. El Atrida mandó que los hombres se purificaran, y ellos hicieron lustraciones, echando al mar las impurezas, y sacrificaron junto a la orilla del estéril mar hecatombes perfectas de toros y de cabras en honor de Apolo. El vapor de la grasa llegaba al cielo, enroscándose alrededor del humo.
En tales cosas ocupábanse éstos en el ejército. Agamenón no olvidó la amenaza que en la contienda había hecho a Aquiles, y dijo a Taltibio y Euríbates, sus heraldos y diligentes servidores:
-Id a la tienda del Pelida Aquiles, y asiendo de la mano a Briseide, la de hermosas mejillas, traedla acá, y, si no os la diere, ire yo mismo a quitársela, con más gente, y todavía le será más duro.
Hablándoles de tal suerte y con altaneras voces, los despidió. Contra su voluntad fuéronse los heraldos por la orilla del estéril mar, llegaron a las tiendas y naves de los mirmidones, y hallaron al rey cerca de su tienda y de su negra nave. Aquiles, al verlos, no se alegró. Ellos se turbaron, y, habiendo hecho una reverencia, paráronse sin decir ni preguntar nada. Pero el héroe lo comprendió todo y dijo:
-¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres! Acercaos; pues para mí no sois vosotros los culpables sino Agamenón, que os envía por la joven Briseide. ¡Ea, Pa- troclo, del linaje de Zeus! Saca la joven y entrégasela para que se la lleven. Sed ambos testigos ante los bienaventurados dioses, ante los mortales hombres y ante ese rey cruel, si alguna vez tienen los demás necesidad de mí para librarse de funestas calamidades porque él tiene el corazón poseído de furor y no sabe pensar a la vez en lo futuro y en lo pasado, a fin de que los aqueos se salven combatiendo junto a las naves.
Así dijo. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó de la tienda a Briseide, la de hermosas mejillas, y la entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos hacia las naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala gana. Aquiles rompió en llanto, alejóse de los compañeros, y, sentándose a orillas del blanquecino mar con los ojos clavados en el ponto inmenso y las manos extendidas, dirigió a su madre muchos ruegos:
-¡Madre! Ya que me pariste de corta vida, el olímpico Zeus altitonante debía honrarme y no lo hace en modo alguno. El poderoso Agamenón Atrida me ha ultrajado, pues tiene mi recompensa, que él mismo me arrebató.
Así dijo derramando lágrimas. Oyóle la veneranda madre desde el fondo del mar, donde se hallaba junto al padre anciano, a inmediatamente emergió de las blanquecinas ondas como niebla, sentóse delante de aquél, que derramaba lágrimas, acariciólo con la mano y le habló de esta manera:
-¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo que piensas, para que ambos lo sepamos.
Dando profundos suspiros, contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
-Lo sabes. ¿A qué referirte lo que ya conoces? Fuimos a Teba, la sagrada ciudad de Eetión; la saqueamos, y el botín que trajimos se lo distribuyeron equitativamente los aqueos, separando para el Atrida a Criseide, la de hermosas mejillas. Luego Crises, sacerdote de Apolo, el que hiere de lejos, deseando redimir a su hija, se presentó en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y suplicó a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos. Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetase al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, lo despidió de mal modo y con altaneras voces. El anciano se fue irritado; y Apolo, accediendo a sus ruegos, pues le era muy querido, tiró a los argivos funesta saeta: morían los hombres unos en pos de otros, y las flechas del dios volaban por todas partes en el vasto campamento de los aqueos. Un adivino bien enterado nos explicó el vaticinio del que hiere de lejos, y yo fui el primero en aconsejar que se aplacara al dios. El Atrida encendióse en ira; y, levantándose, me dirigió una amenaza que ya se ha cumplido. A aquélla los aqueos de ojos vivos la conducen a Crisa en velera nave con presentes para el dios; y a la hija de Briseo, que los aqueos me dieron, unos heraldos se la han llevado ahora mismo de mi tienda. Tú, si puedes, socorre a tu buen hijo; ve al Olimpo y ruega a Zeus, si alguna vez llevaste consuelo a su corazón con palabras o con obras. Muchas veces, hallándonos en el palacio de mi padre, oí que te gloriabas de haber evitado, tú sola entre los inmortales, una afrentosa desgracia al Cronida, el de las sombrías pubes, cuando quisieron atarlo otros dioses olímpicos, Hera, Posidón y Palas Atenea. Tú, oh diosa, acudiste y lo libraste de las ataduras, llamando en seguida al espacioso Olimpo al centímano a quien los dioses nombran Briareo y todos los hombres Egeón, el cual es superior en fuerza a su mismo padre, y se sentó entonces al lado de Zeus, ufano de su gloria; temiéronlo los bienaventurados dioses y desistieron del atamiento. Recuérdaselo, siéntate a su lado y abraza sus rodillas: quizás decida favorecer a los troyanos y acorralar a los aqueos, que serán muertos entre las popas, cerca del mar; para que todos disfruten de su rey y comprenda el poderoso Agamenón Atrida la falta que ha cometido no honrando al mejor de los aqueos.
Respondióle en seguida Tetis, derramando lágrimas:
-¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si en hora aciaga te di a luz? ¡Ojalá estuvieras en las naves sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de ser corta, de no larga duración! Ahora eres juntamente de breve vida y el más infortunado de todos. Con hado funesto te parí en el palacio. Yo misma iré al nevado Olimpo y hablaré a Zeus, que se complace en lanzar rayos, por si se deja convencer. Tú quédate en las naves de ligero andar, conserva la cólera contra los aqueos y abstente por entero de combatir. Ayer se marchó Zeus al Océano, al país de los probos etíopes, para asistir a un banquete, y todos los dioses lo siguieron. De aquí a doce días volverá al Olimpo. Entonces acudiré a la morada de Zeus, sustentada en bronce; le abrazaré las rodillas, y espero que lograré persuadirlo.
Dichas estas palabras partió, dejando a Aquiles con el corazón irritado a causa de la mujer de bella cintura que violentamente y contra su voluntad le habían arrebatado.
En tanto, Ulises llegaba a Crisa con las víctimas para la sagrada hecatombe. Cuando arribaron al profundo puerto, amainaron las velas, guardándolas en la negra nave; abatieron rápidamente por medio de cuerdas el mástil hasta la crujía, y llevaron la nave, a fuerza de remos, al fondeadero. Echaron anclas y ataron las amarras, saltaron a la playa, desembarcaron las víctimas de la hecatombe para Apolo, el que hiere de lejos, y Criseide salió de la nave surcadora del ponto. El ingenioso Ulises llevó la doncella al altar y, poniéndola en manos de su padre, dijo:
-¡Oh Crises! Envíame al rey de hombres, Agamenón, a traerte la hija y ofrecer en favor de los dánaos una sagrada hecatombe a Febo, para que aplaquemos a este dios que tan deplorables males ha causado a los argivos.
Habiendo hablado así, puso en sus manos la hija amada, que aquél recibió con alegría. Acto continuo, ordenaron la sagrada hecatombe en torno del bien construido altar, laváronse las manos y tomaron la mola. Y Crises oró en alta voz y con las manos levantadas:
-¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila a imperas en Ténedos poderosamente! Me escuchaste cuando te supliqué, y, para honrarme, oprimiste duramente al ejército aqueo; pues ahora cúmpleme este voto: ¡Aleja ya de los dánaos la abominable peste!
Así dijo rogando, y Febo Apolo lo oyó. Hecha la rogativa y esparcida la mola, cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron; en seguida cortaron los muslos, y, después de pringarlos con gordura por uno y otro lado y de cubrirlos con trozos de carne, el anciano los puso sobre la leña encendida y los roció de vino tinto. Cerca de él, unos jóvenes tenían en las manos asadores de cinco puntas. Quemados los muslos, probaron las entrañas, y, dividiendo lo restante en pedazos muy pequeños, lo atravesaron con pinchos, lo asaron cuidadosamente y lo retiraron del fuego. Terminada la faena y dispuesto el banquete, comieron, y nadie careció de su respectiva porción. Cuando hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, los mancebos coronaron de vino las crateras y lo distribuyeron a todos los presentes después de haber ofrecido en copas las primicias. Y durante todo el día los aqueos aplacaron al dios con el canto, entonando un hermoso peán a Apolo, el que hiere de lejos, que los oía con el corazón complacido.
Cuando el sol se puso y sobrevino la noche, durmieron cerca de las amarras de la nave. Mas, así que apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos, hiciéronse a la mar para volver al espacioso campamento aqueo, y Apolo, el que hiere de lejos, les envió próspero viento. Izaron el mástil, descogieron las velas, que hinchó el viento, y las purpúreas olas resonaban en torno de la quilla mientras la nave corría siguiendo su rumbo. Una vez llegados al vasto campamento de los aqueos, sacaron la negra nave a sierra firme y la pusieron en alto sobre la arena, sosteniéndola con grandes maderos. Y luego se dispersaron por las tiendas y los bajeles.
El hijo de Peleo y descendiente de Zeus, Aquiles, el de los pies ligeros, seguía irritado en las veleras naves, y ni frecuentaba el ágora donde los varones cobran fama, ni cooperaba a la guerra; sino que consumía su corazón, permaneciendo en las naves, y echaba de menos la gritería y el combate.
Cuando, después de aquel día, apareció la duodécima aurora, los sempiternos dioses volvieron al Olimpo con Zeus a la cabeza. Tetis no olvidó entonces el encargo de su hijo: saliendo de entre las olas del mar, subió muy de mañana al gran cielo y al Olimpo, y halló al largovidente Cronida sentado aparte de los demás dioses en la más alta de las muchas cumbres del monte. Acomodóse ante él, abrazó sus rodillas con la mano izquierda, tocóle la barba con la derecha y dirigió esta súplica al soberano Zeus Cronión:
-¡Padre Zeus! Si alguna vez te fui útil entre los inmortales con palabras a obras, cúmpleme este voto: Honra a mi hijo, el héroe de más breve vida, pues el rey de hombres, Agamenón, lo ha ultrajado, arrebatándole la recompensa que todavía retiene. Véngalo tú, próvido Zeus Olímpico, concediendo la victoria a los troyanos hasta que los aqueos den satisfacción a mi hijo y lo colmen de honores.
Así dijo. Zeus, que amontona las nubes, nada contestó guardando silencio un buen rato. Pero Tetis, que seguía como cuando abrazó sus rodillas, le suplicó de nuevo:
-Prométemelo claramente, asintiendo, o niégamelo -pues en ti no cabe el temor- para que sepa cuán despreciada soy entre todas las deidades.
Zeus, que amontona las nubes, díjole afligidísimo:
-¡Funestas acciones! Pues harás que me malquiste con Hera, cuando me zahiera con injuriosas palabras. Sin motivo me riñe siempre ante los inmortales dioses, porque dice que en las batallas favorezco a los troyanos. Pero ahora vete, no sea que Hera advierta algo; yo me cuidaré de que esto se cumpla. Y si lo deseas, te haré con la cabeza la señal de asentimiento para que tengas confianza. Éste es el signo más seguro, irrevocable y veraz para los inmortales; y no deja de efectuarse aquello a que asiento con la cabeza.
Dijo el Cronida, y bajó las negras cejas en señal de asentimiento; los divinos cabellos se agitaron en la cabeza del soberano inmortal, y a su intlujo estremecióse el dilatado Olimpo.
Después de deliberar así, se separaron: ella saltó al profundo mar desde el resplandeciente Olimpo, y Zeus volvió a su palacio. Todos los dioses se levantaron al ver a su padre, y ninguno aguardó que llegara, sino que todos salieron a su encuentro. Sentóse Zeus en el trono; y Hera, que, por haberlo visto, no ignoraba que Tetis, la de argénteos pies, hija del anciano del mar, con él había departido, dirigió al momento injuriosas palabras a Zeus Cronida:
-¿Cuál de las deidades, oh doloso, ha conversado contigo? Siempre te es grato, cuando estás lejos de mí, pensar y resolver algo secretamente, y jamás te has dignado decirme una sola palabra de lo que acuerdas.
Respondióle el padre de los hombres y de los dioses:
-¡Hera! No esperes conocer todas mis decisiones, pues te resultará difícil aun siendo mi esposa. Lo que pueda decirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes que tú; pero lo que quiera resolver sin contar con los dioses, no lo preguntes ni procures averiguarlo.
Replicó en seguida Hera veneranda, la de ojos de novilla:
-¡Terribilísimo Cronida, qué palabras proferiste! No será mucho lo que te haya preguntado o querido averiguar, puesto que muy tranquilo meditas cuanto te place. Mas ahora mucho recela mi corazón que te haya seducido Tetis, la de argénteos pies, hija del anciano del mar. A amanecer el día sentóse cerca de ti y abrazó tus rodillas; y pienso que le habrás prometido, asintiendo, honrar a Aquiles y causar gran matanza junto a las naves aqueas.
Y contestándole, Zeus, que amontona las nubes, le dijo:
-¡Ah, desdichada! Siempre sospechas y de ti no me oculto. Nada, empero, podrás conseguir sino alejarte de mi corazón; lo cual todavía te será más duro. Si es cierto lo que sospechas, así debe de serme grato. Pero siéntate en silencio y obedece mis palabras. No sea que no te valgan cuantos dioses hay en el Olimpo, acercándose a ti, cuando te ponga encima mis invictas manos.
Así dijo. Temió Hera veneranda, la de ojos de novilla, y, refrenando el coraje, sentóse en silencio. Indignáronse en el palacio de Zeus los dioses celestiales. Y Hefesto, el ilustre artífice, comenzó a arengarlos para consolar a su madre Hera, la de los níveos brazos:
-Funesto a insoportable será lo que ocurra, si vosotros disputáis así por los mortales y promovéis alborotos entre los dioses; ni siquiera en el banquete se hallará placer alguno, porque prevalece lo peor. Yo aconsejo a mi madre, aunque ya ella tiene juicio, que obsequie al padre querido, a Zeus, para que no vuelva a reñirla y a turbarnos el festín. Pues, si el Olímpico fulminador quiere echarnos del asiento... nos aventaja mucho en poder. Pero halágalo con palabras cariñosas y en seguida el Olímpico nos será propicio.
De este modo habló y, tomando una copa de doble asa, ofrecióla a su madre, diciendo:
-Sufre, madre mía, y sopórtalo todo, aunque estés afligida; que a ti, tan querida, no lo vean mis ojos apaleada sin que pueda socorrerte, porque es difícil contrarrestar al Olímpico. Ya otra vez que quise defenderte me asió por el pie y me arrojó de los divinos umbrales. Todo el día fui rodando y a la puesta del sol caí en Lemnos. Un poco de vida me quedaba y los sinties me recogieron tan pronto como hube caído.
Así dijo. Sonrióse Hera, la diosa de los níveos brazos; y, sonriente aún, tomó la copa que su hijo le presentaba. Hefesto se puso a escanciar dulce néctar para las otras deidades, sacándolo de la cratera; y una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados dioses viendo con qué afán los servía en el palacio.
Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el festín; y nadie careció de su respectiva porción, ni faltó la hermosa cítara que tañía Apolo, ni las Musas que con linda voz cantaban alternando.
Mas, cuando la fúlgida luz del sol llegó al ocaso, los dioses fueron a recogerse a sus respectivos palacios, que había construido Hefesto, el ilustre cojo de ambos pies, con sabia inteligencia. Zeus olímpico, fulminador, se encaminó al lecho donde acostumbraba dormir cuando el dulce sueño le vencía. Subió y acostóse; y a su lado descansó Hera, la de áureo trono.
CANTO II
SUEÑO- BEOCIA O CATÁLOGO DE LAS NAVES
PARA CUMPLIR LO PROMETIDO A TETIS, ZEUS ENVÍA UN ENGADOSO SUEÑO A AGAMENÓN, Y LE ACONSEJA QUE LEVANTE EL CAMPAMENTO Y REGRESE A CASA; AGAMENÓN CONVOCA EL CONSEJO DE LOS JEFES Y LUEGO LA ASAMBLEA GENERAL DE TODOS LOS GUERREROS, QUE ACEPTAN LA PROPUESTA, POR LO QUE AGAMENÓN (BAJO LA INCITACIÓN DE ATENEA) DEBE INTERVENIR PARA INSUFLAR CORAJE Y BUENAS ESPERANZAS A LOS AQUEOS. DESPUÉS DE VARIOS INCIDENTES Y DE ENUMERAR CUANTOS PUEBLOS FORMABAN LOS EJÉRCITOS GRIEGO Y TROYANO, SUCÉDENSE TRES GRANDES BATALLAS.
Las demás deidades y los hombres que en carros combaten, durmieron toda la noche; pero Zeus no probó las dulzuras del sueño, porque su mente buscaba el medio de honrar a Aquiles y causar gran matanza junto a las naves aqueas. Al fin creyó que lo mejor sería enviar un pernicioso sueño al Atrida Agamenón; y, hablándole, pronunció estas aladas palabras:
-Anda, ve, pernicioso Sueño, encamínate a las veleras naves aqueas, introdúcete en la tienda de Agamenón Atrida, y dile cuidadosamente lo que voy a encargarte. Ordénale que arme a los melenudos aqueos y saque toda la hueste: ahora podría tomar a Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los troyanos.
Así dijo. Partió el Sueño al oír el mandato, llegó en un instante a las veleras naves aqueas, y, hallando dormido en su tienda al Atrida Agamenón -alrededor del héroe habíase difundido el sueño inmortal-, púsose sobre su cabeza, y tomó la figura de Néstor, hijo de Neleo, que era el anciano a quien aquél más honraba. Así transfigurado, dijo el divino Sueño:
-¿Duermes, hijo del belicoso Atreo, domador de caballos? No debe dormir toda la noche el príncipe a quien se han confiado los guerreros y a cuyo cargo se hallan tantas cosas. Ahora atiéndeme en seguida, pues vengo como mensajero de Zeus; el cual, aun estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece. Armar te ordena a los melenudos aqueos y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los troyanos por la voluntad de Zeus. Graba mis palabras en tu memoria, para que no las olvides cuando el dulce sueño lo desampare.
Así habiendo hablado, se fue y dejó a Agamenón revolviendo en su ánimo lo que nó debía cumplirse. Figurábase que iba a tomar la ciudad de Troya aquel mismo día. ¡Insensato! No sabía lo que tramaba Zeus, quien había de causar nuevos males y llanto a los troyanos y a los dánaos por medio de terribles peleas. Cuando despertó, la voz divina resonaba aún en torno suyo. Incorporóse, y, habiéndose sentado, vistió la túnica fina, hermosa, nueva; se echó el gran manto, calzó sus nítidos pies con bellas sandalias y colgó del hombro la espada guarnecida con clavazón de plata. Tomó el imperecedero cetro de su padre y se encaminó hacia las naves de los aqueos, de broncíneas corazas.
Subía la diosa Aurora al vasto Olimpo para anunciar el día a Zeus y a los demás inmortales, cuando Agamenón ordenó que los heraldos de voz sonora convocaran al ágora a los melenudos aqueos. Convocáronlos aquéllos, y éstos se reunieron en seguida.
Pero celebróse antes un consejo de magnánimos próceres junto a la nave del rey Néstor, natural de Pilos. Agamenón los llamó para hacerles una discreta consulta:
-¡Oíd, amigos! Dormía durante la noche inmortal, cuando se me acercó un Sueño divino muy semejante al ilustre Néstor en la forma, estatura y natural. Púsose sobre mi cabeza y profirió estas palabras: «¿Duermes, hijo del belicoso Atreo, domador de caballos? No debe dormir toda la noche el príncipe a quien se han confiado los guerreros y a cuyo cargo se hallan tantas cosas. Ahora atiéndeme en seguida, pues vengo como mensajero de Zeus; el cual, aun estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece. Armar te ordena a los melenudos aqueos y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza a los troyanos por la voluntad de Zeus. Graba mis palabras en tu memoria.» Habiendo hablado así, fuese volando, y el dulce sueño me desamparó. Mas, ea, veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas. Para probarlos como es debido, les aconsejaré que huyan en las naves de muchos bancos; y vosotros, hablándoles unos por un lado y otros por el opuesto, procurad detenerlos.
Habiéndose expresado en estos términos, se sentó. Seguidamente levantóse Néstor, que era rey de la arenosa Pilos, y benévolo les arengó diciendo:
-¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Si algún otro aqueo nos refiriese el sueño, te creeríamos falso y desconfiaríamos aún más; pero lo ha tenido quien se gloría de ser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas.
Habiendo hablado así, fue el primero en salir del consejo. Los reyes portadores de cetro se levantaron, obedeciendo al pastor de hombres, y la gente del pueblo acudió presurosa. Como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar enjambres copiosos de abejas que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales y unas revolotean a este lado y otras a aquél; así las numerosas familias de guerreros marchaban en grupos, por la baja ribera, desde las naves y tiendas al ágora. En medio, la Fama, mensajera de Zeus, enardecida, los instigaba a que acudieran, y ellos se iban reuniendo. Agitóse el ágora, gimió la tierra y se produjo tumulto, mientras los hombres tomaron sitio. Nueve heraldos daban voces para que callaran y oyeran a los reyes, alumnos de Zeus. Sentáronse al fin, aunque con dificultad, y enmudecieron tan pronto como ocuparon los asientos. Entonces se levantó el rey Agamenón, empuñando el cetro que Hefesto hizo para el soberano Zeus Cronión -éste lo dio al mensajero Argicida; Hermes lo regaló al excelente jinete Pélope, quien, a su vez, lo entregó a Atreo, pastor de hombres; Atreo al morir lo legó a Tiestes, rico en ganado, y Tiestes lo dejó a Agamenón para que reinara en muchas islas y en todo el país de Argos-, y, descansando el rey sobre el arrimo del cetro, habló así a los argivos:
-¡Oh amigos, héroes dánaos, ministros de Ares! En grave infortunio envolvióme Zeus Cronida. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría sin destruir la bien murada Ilio, y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me ordena regresar a Argos, sin gloria, después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser grato al prepotente Zeus, que ha destruido las fortalezas de muchas ciudades y aún destruirá otras porque su poder es inmenso. Vergonzoso será para nosotros que lleguen a saberlo los hombres de mañana. ¡Un ejército aqueo tal y tan grande hacer una guerra vana a ineficaz! ¡Combatir contra un número menor de hombres y no saberse aún cuándo la contienda tendrá fin! Pues, si aqueos y troyanos, jurando la paz, quisiéramos contarnos, y reunidos cuantos troyanos hay en sus hogares y agrupados nosotros los aqueos en décadas, cada una de éstas eligiera un troyano para que escanciara el vino, muchas décadas se quedarían sin escanciador. ¡En tanto digo que superan los aqueos a los troyanos que en la ciudad moran! Pero han venido en su ayuda hombres de muchas ciudades, que saben blandir la lanza, me apartan de mi intento y no me permiten, como quisiera, tomar la populosa ciudad de Ilio. Nueve años del gran Zeus transcurrieron ya; los maderos de las naves se han podrido y las cuerdas están deshechas; nuestras esposas a hijitos nos aguardan en los palacios; y aún no hemos dado cima a la empresa para la cual vinimos. Ea, procedamos todos como voy a decir:
Huyamos en las naves a nuestra patria tierra, pues ya no tomaremos Troya, la de anchas calles.
Así dijo; y a todos los que no habían asistido al consejo se les conmovió el corazón en el pecho. Agitóse el ágora como las grandes olas que en el mar Icario levantan el Euro y el Noto cayendo impetuosos de las nubes amontonadas por el padre Zeus. Como el Céfiro mueve con violento soplo un crecido trigal y se cierne sobre las espigas, de igual manera se movió toda el