Una segunda vez
Por Margaret Mayo
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Ahora que el pequeño estaba enfermo, Sienna creyó que Adam debía saber la verdad. Al encontrarse volvieron a saltar las chispas, pero también afloraron los secretos que los mantenían separados. ¿Podía Sienna poner su corazón en peligro una segunda vez y dejar que Adam la sedujera para llevarla de nuevo a la cama?
Margaret Mayo
Margaret Mayo says most writers state they've always written and made up stories, right from a very young age. Not her! Margaret was a voracious reader but never invented stories, until the morning of June 14th 1974 when she woke up with an idea for a short story. The story grew until it turned into a full length novel, and after a few rewrites, it was accepted by Mills & Boon. Two years and eight books later, Margaret gave up full-time work for good. And her love of writing goes on!
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Una segunda vez - Margaret Mayo
Capítulo 1
EL CORAZÓN de Sienna latía aceleradamente mientras esperaba ante la verja del jardín del exclusivo bloque de apartamentos, en la orilla del Támesis. Se trataba de una residencia destinada sólo a los más ricos, una categoría a la que Adam no pertenecía la última vez que se habían visto.
Al no obtener respuesta, suspiró aliviada. Estaba a punto de marcharse cuando oyó la familiar voz de Adam a través del telefonillo.
–¿Sienna?
Una voz profunda que, como Sienna sabía por experiencia, podía ser tan suave como el terciopelo o tan afilada como una cuchilla. Adam había usado ambas en el pasado al dirigirse a ella, y Sienna no pudo evitar estremecerse al oírla.
Hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza que pudiera estar siendo observada a través de una cámara, e imaginar que Adam llevaba ese rato mirándola le heló la sangre. Estar sobre aviso de su llegada lo ponía en situación de ventaja.
–¡Adam! –¿por qué la voz le salía aguda cuando se había propuesto sonar segura de sí misma? ¿Y por qué Adam la mantenía a la espera en lugar de dejarle entrar? Quizá ni siquiera quería verla. Después de todo, habían pasado ya cinco años–. Tengo que hablar contigo.
–¿Después de tanto tiempo? ¡Qué curioso! Pasa.
Ignorando el efecto que su voz tenía sobre ella, Sienna esperó a que la verja se abriera y cruzó lentamente el jardín hasta llegar a la entrada principal, donde encontró otro telefonillo con cámara de vigilancia. Presionó el botón correspondiente y esperó. Y esperó. Después de lo que le pareció una eternidad, oyó de nuevo la voz de Adam.
–Pareces impaciente, Sienna.
–¿A qué estás jugando? –preguntó ella, irritada, arrepintiéndose de haber tomado la decisión de ir a verlo.
–Intentaba adivinar qué te ha hecho venir.
–Si no me dejas pasar, nunca lo sabrás. De hecho, no te molestes. He cambiado de idea –Sienna giró sobre los tacones ridículamente altos que había tomado prestados para ganar confianza en sí misma y empezó a retroceder sobre sus pasos.
–¡Espera! –dijo Adam. Sienna oyó la puerta abrirse–. Sube al ático. Toma el ascensor de la derecha.
Sienna entró en el ascensor con las instrucciones de Adam resonando en su cabeza. En unos segundos las puertas se abrieron a un corredor recubierto de paneles de haya, con un exquisito suelo de baldosas de color cobre y verde, y una delicada iluminación indirecta. En las esquinas había macetas con plantas y al fondo, un espejo en el que se vio reflejada con expresión aterrada. Sus ojos azules parecían dos ascuas en su pálido rostro, tenía el cabello castaño despeinado y de tanto mordisquearse los labios se le había borrado el carmín. Ésa no era la imagen que quería proyectar, así que se detuvo unos segundos para respirar profundamente, se obligó a sonreír, se peinó y se retocó los labios. Justo cuando guardaba la barra en el bolso, se abrió una puerta y Adam se encaminó hacia ella.
Sienna contuvo el aliento al ver cuánto había cambiado. De ser extremadamente delgado había pasado a tener un cuerpo musculoso y fuerte, como si acudiera regularmente al gimnasio, aunque por lo que solía leer sobre él en la prensa le costaba creer que tuviera tiempo. Su dios seguía siendo el trabajo, al que seguía dedicando todas las horas del día.
Apretaba la mandíbula con su característico hoyuelo bajo sus labios esculpidos, sus ojos azul oscuro se posaban escrutadores sobre Sienna mientras sus negras cejas se arqueaban en un gesto inquisitivo. El único rasgo que permanecía inmutable era su cabello negro y ondulado, despeinado y más largo de lo habitual en un hombre de negocios.
–Vaya, vaya, Sienna. Pensaba que no volveríamos a vernos –su voz profunda resonó en el espacio vacío–. ¿Cómo has averiguado dónde vivo?
Sienna alzó sus finas cejas.
–Apareces en las noticias muy a menudo, así que ha bastado hacer algunas preguntas para averiguarlo.
Durante aquellos años había sido fácil seguirle la pista. Había pasado de ser un simple promotor inmobiliario a comprar empresas en crisis, que desmantelaba y revendía consiguiendo ganancias exorbitantes. Había sido votado hombre de negocios del año en varias ocasiones. Y también era conocido por donar mucho dinero a causas benéficas.
–Siempre supe que tendría éxito –dijo él, encogiéndose de hombros.
–Pero ¿a qué precio? –dijo ella automáticamente . Su obsesión con enriquecerse era una de las razones de que lo hubiera dejado. Adam apretó los labios.
–¿Has venido a hablar de mi éxito o es que quieres dinero? Pues siento...
–Te equivocas –le cortó Sienna, aunque podía entender sus sospechas.
La mayoría de las mujeres que conocía habrían actuado de esa manera, pero ella era demasiado orgullosa y había preferido ser pobre a pedirle dinero. En cuanto al divorcio, siempre le había gustado la idea de estar casada. De haberse enamorado de otro hombre, lo habría solicitado, pero ése no era el caso. Y Adam tampoco había deseado volver a casarse, o se habría puesto en contacto con ella.
Una vez entraron en el apartamento, Sienna se detuvo y miró a su alrededor. Se trataba de un espacio diáfano, con toda la fachada acristalada, que se abría a una terraza de suelo de pizarra decorada con plantas y mobiliario de bambú, con una espectacular vista al Támesis.
El interior tenía una decoración minimalista, con colores delicados, sofás y butacas de cuero marrón y mesas de cristal, una pantalla de televisión gigante en la pared y una sofisticada cocina abierta al salón.
–Toma asiento, por favor –Adam señaló una de las butacas, pero Sienna negó con la cabeza.
–Prefiero que salgamos fuera –a pesar de la amplitud del espacio, la presencia de Adam le hacía sentir claustrofobia.
–Como quieras –Adam la precedió a la terraza–. ¿Quieres beber algo o prefieres decir lo que sea que has venido a decir y marcharte?
La aspereza con la que habló hizo estremecer a Sienna. Siempre había sido un hombre decidido y con una inagotable capacidad de trabajo, pero con el tiempo había adquirido una frialdad y una dureza que no acostumbraba a tener.
–Tomaré algo, gracias.
–¿Té, café, algo más fuerte?
–Sí –contestó Sienna.
Algo que la ayudara a relajarse y no sentirse intimidada. Había ensayado su discurso cientos de veces, pero no había esperado encontrarse con un Adam tan apabullante, tan frío y seguro de sí mismo.
–¿Sí a las tres cosas? –preguntó Adam, alzando una ceja.
–A algo más fuerte.
Adam esbozó una sonrisa de suficiencia.
–¿Vino, brandy?
A Sienna no le pasó desapercibido su tono sarcástico. Alzó la barbilla y clavó sus ojos en los de él. Había olvidado lo guapo que era y por una fracción de segundo sintió, horrorizada, un calor entre los muslos.
–Vino, por favor.
En cuanto se quedó sola, Sienna cerró los ojos, arrepintiéndose de haberse dejado llevar por el impulso de contactar con Adam después de tantos años de silencio. Lo más sensato sería explicarle la razón de su visita y marcharse inmediatamente. Pero desde el momento en que sus miradas se habían encontrado, había sentido el mismo deseo y conexión con él que en el pasado. Siempre había sido un amante excepcional, ardiente y apasionado. Pero en cuanto se casaron, Adam había pasado de ser su caballero andante a convertirse en un marido distante y obsesionado con el trabajo.
–Aquí tienes.
Sienna abrió los ojos súbitamente y en cuanto se encontró con los de él sintió una vez más que su cuerpo despertaba del letargo. Llevaba años diciéndose que lo odiaba, así que su reacción tenía que ser exclusivamente física. ¿Cómo iba a amar a un hombre que prefería el trabajo a su mujer?
El vino tenía un aspecto delicioso, frío y tentador. Sienna observó a Adam servir una copa del líquido dorado, que al instante creó una capa de condensación en la copa que ella acarició con un dedo al tomarla.
Adam la observó con ojos entornados, haciéndole sentir que había hecho un gesto erótico, como si en lugar de la copa lo hubiera acariciado a él.
Una nueva oleada de calor la recorrió, y Sienna bebió precipitadamente para neutralizarla. Al dejar la copa sobre la mesa, le sorprendió descubrir que casi la había vaciado.
–¿Resulta tan espantoso verme? ¿Por qué no dices ya lo que sea que te ha traído aquí?
La amargura de su tono hizo que Sienna lo mirara. Sus labios se torcían en un gesto adusto y sus ojos la miraban fríos como el hielo.
Para poder contarle el motivo de su visita, Sienna necesitaba sentirse más cómoda con él.
–Tienes una casa muy bonita –dijo–. ¿La compartes con alguien?
–Si lo que preguntas es si tengo novia, la respuesta es «no». Deberías conocerme mejor. Sabes que mi único amor es el trabajo.
–Así que no has cambiado. ¿Y para qué quieres todo esto si no puedes disfrutarlo? –preguntó ella, indicando el apartamento con un movimiento de los brazos.
–Para sentirme seguro y tener cosas que me gustan –Adam no apartaba sus ojos de ella–. También tengo un apartamento en París y otro en Nueva York.
–¿Y no será que ya tienes tanto dinero que no sabes en qué gastarlo? –preguntó Sienna sin poder ocultar su desprecio.
–Si has venido a cuestionar mi estilo de vida...
–No, no es eso –dijo Sienna precipitadamente aunque todavía no estaba preparada para decirle la verdadera razón de su visita. Era un tema tan delicado que necesitaba que Adam estuviera del humor adecuado–. Sólo me extraña que tengas tantas casas y nadie con quien compartirlas.
–¿Estás ofreciéndote? –preguntó él con una sonrisa insinuante que hizo estremecer a Sienna.
Sienna creía muertos sus sentimientos por Adam Bannerman. No quería sentir hacía él nada más que desdén, y si estaba allí era por una razón muy poderosa.
–Ya experimenté lo que significaba vivir con un adic to al trabajo –dijo con frialdad–, y sé que no es nada placentero. Así que no me extraña que no hayas encontrado a ninguna mujer que quiera vivir contigo.
–¿Qué pasa, quieres el divorcio? Siempre me he preguntado por qué no lo habías solicitado.
–Lo mismo digo –replicó Sienna, mirándolo retadora.
–No he tenido ni tiempo ni ganas –dijo Adam con parsimonia, sin apartar los ojos de ella–. Estaba seguro de que algún día tú darías el paso. Lo que no me esperaba era que vinieras a verme en persona.
–Ha sido un error –dijo ella sin pensarlo–. Será mejor que me marche.
No veía posible sacar el tema que la había llevado allí. Aunque le diera lástima imaginar lo solo que iba a quedarse en la vida si seguía obsesionado con el trabajo, Adam había dejado claro que no quería que nada perturbara una vida con la que era feliz.
–No voy a dejarte marchar hasta que me digas por qué has venido –dijo él en tono autoritario–. ¿Por qué no te acabas el vino?
Sienna le lanzó una mirada de indignación y acabó el vino de un trago.
–Ya está –dijo. Y se puso en pie.
Adam la imitó, y ella se alegró de llevar unos tacones que le hacían tan alta como él. Al menos así se sentía menos intimidada. Él insistió:
–¿Qué te ha traído aquí?
Sienna cerró los ojos y tragó saliva. Tenía que hacerlo. No había marcha atrás. Tomó aire y finalmente dijo:
–He venido a decirte que tienes un hijo.
Capítulo 2
ADAM se quedó perplejo al oír las palabras de Sienna. ¡Un hijo! ¡Un