Miradas recientes a la historia mexiquense: Del mundo prehispánico al periodo colonial
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La segunda parte del libro, relativa a la historia colonial, aborda el tema "Piedad barroca en una villa novohispana. Toluca en el siglo XVII" que documenta por medio de la práctica testamentaria las expresiones relacionadas con la denominada piedad barroca del siglo XVII. Finalmente en el octavo capítulo, se realiza una interpretación iconográfica de las pinturas y esculturas contenidas en el retablo principal de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán en Ixtlahuaca, Estado de México.
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Miradas recientes a la historia mexiquense - Raymundo César Martínez García
El Colegio Mexiquense, A.C.
Dr. Víctor Humberto Benítez Treviño
Presidente
Dr. José Antonio Álvarez Lobato
Secretario General
Dr. Miguel Ángel Ruz Barrio
Coordinador de Investigación
Falsa972.08
M671
Miradas recientes a la historia mexiquense: del mundo prehispánico al periodo colonial/ Raymundo César Martínez García coord. — Zinacantepec, Estado de México: El Colegio Mexiquense, A.C., 2017.
225 p.: cuadros y mapas.
Incluye referencias bibliográficas
ISBN: 978-607-8509-07-2
1. Estado de México – Historia – Época prehispánica. 2. Estado de México– Historia – Colonia. 3. Indígenas del Estado de México – Historia y costumbres. I. Martínez García, Raymundo César, coord.
Edición y corrección: Gabriela Lara Torres
Formación y tipografía: Fernando Cantinca Cornejo
Diseño y cuidado de la edición: Luis Alberto Martínez López
Libro electrónico: Jose Carlos Ramírez
Primera edición 2017
Primera electrónica 2017
D.R. © El Colegio Mexiquense, A. C.
Ex hacienda Santa Cruz de los Patos, s/n
Col. Cerro del Murciélago, Zinacantepec 51350, México
MÉXICO
E-mail: [email protected]
Página-e:
Queda prohibida la reproducción parcial o total del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito del titular del derecho patrimonial, en términos de la Ley Federal de Derechos de Autor, y en su caso de los tratados internacionales aplicables. La persona que infrinja esta disposición se hará acreedora a las sanciones legales correspondientes.
Hecho en México/Made in Mexico
ISBN 970-607-8509-07-2 [edición impresa]
ISBN 978-607-8509-17-1 [edición digital]
Contenido
Presentación
Raymundo César Martínez García
I. Historia indígena
Otomianos y nahuas: antiguos pobladores del Centro de México
David Charles Wright Carr
La presencia teotihuacana en la región lacustre del valle de Toluca
Yoko Sugiura Yamamoto, María del Carmen Pérez Ortiz de Montellano y Elizabeth Zepeda Valverde
La diosa creadora en la región del Nevado de Toluca
Beatriz Albores Zárate
Etimología náhuatl, representación pictográfica y simbolismo del Nevado de Toluca
Raymundo César Martínez García
Algunos comentarios en torno al estudio de los códices históricos coloniales de tradición náhuatl
Xavier Noguez
Vivir junto a las barrancas. Paisaje y uso de la tierra en el Mapa de Otumba
María Castañeda de la Paz
II. Historia colonial
Piedad barroca en una villa novohispana. Toluca en el siglo xvii
Gerardo González Reyes
El retablo del Templo de Santo Domingo de Guzmán Ixtlahuaca, Estado de México
María Eugenia Rodríguez Parra y Carlos Alfonso Ledesma Ibarra
Presentación
Raymundo César Martínez García
Este libro surgió del trabajo de investigación realizado por los profesores-investigadores de los cuerpos académicos Historia Contemporánea
e Historia Mexicana e Historia del Estado de México
de El Colegio Mexiquense y el de Estudios Históricos de las Instituciones
de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México, integrantes de la Red Temática Investigaciones Avanzadas sobre la Historia del Estado de México registrada ante el Programa de Mejoramiento del Profesorado (sep).
El resultado de dicha colaboración se compendia en esta obra, que incluye ocho estudios dedicados a la historia prehispánica y colonial del actual territorio del Estado de México. A los trabajos de los integrantes de la Red se sumaron los aportes de colegas de otras instituciones a quienes se extendió la invitación, en reconocimiento a su trabajo sobre temas vinculados con la historia mexiquense.
El libro se divide en dos partes: la primera abarca la historia indígena vinculada al periodo prehispánico y comprende seis capítulos. En el capítulo inicial, Otomianos y nahuas: antiguos pobladores del Centro de México
, David Charles Wright Carr problematiza los conceptos de cultura, lengua e identidad étnica y enseguida analiza el papel desempeñado por los otomianos y los nahuas en los procesos culturales del Centro de México, durante la época prehispánica, a partir de una perspectiva multidisciplinaria y fuentes lingüísticas, arqueológicas y etnohistóricas.
En el segundo capítulo, La presencia teotihuacana en la región lacustre del valle de Toluca
, Yoko Sugiura Yamamoto, María del Carmen Pérez Ortiz de Montellano y Elizabeth Zepeda Valverde presentan un esbozo histórico de la historia prehispánica del valle de Toluca y particularmente de las ciénagas del Alto Lerma, destacando el modo de vida que desarrollaron los pueblos ribereños (basado en la recolección, pesca y caza). Las autoras se enfocan en el periodo Clásico, señalando la presencia teotihuacana en la cultura material de las ciénagas (en arquitectura, cerámica y lítica) y las repercusiones que trajo en la zona el declive de la gran urbe.
En el tercer capítulo, La diosa creadora en la región del Nevado de Toluca
, Beatriz Albores Zárate busca desentrañar la identidad de la Sirena, ser mencionado en los relatos contemporáneos y la etnografía de la zona del Alto Lerma mexiquense, por medio de la indagación de su vínculo con antiguas deidades otomianas referidas en las fuentes etnohistóricas y argumentando su relación con aspectos concretos de las prácticas de subsistencia y vida religiosa de las localidades lacustres.
En el cuarto capítulo, Etimología náhuatl, representación pictográfica y simbolismo del Nevado de Toluca
, Raymundo César Martínez García documenta cuál fue el término náhuatl original que designó a la montaña hacia el siglo xvi y su modificación posterior debida a circunstancias diversas. Tras aclarar el nombre en náhuatl, lo relaciona con su representación en los códices y con algunos aspectos de la cosmovisión mesoamericana para sugerir, al final, una propuesta de su significado simbólico.
En el quinto capítulo, Algunos comentarios en torno al estudio de los códices históricos coloniales de tradición náhuatl
, Xavier Noguez presenta algunos de los problemas presentes en el estudio de las pictografías nahuas de contenido histórico, tales como el particular concepto nativo de tiempo histórico, la influencia de la historiografía española, el perfil e identidad de los pintores en la época colonial y la relación entre códices históricos y fuentes históricas en prosa.
En el sexto capítulo, "Vivir junto a las barrancas. Paisaje y uso de la tierra en el Mapa de Otumba" María Castañeda de la Paz realiza un estudio del Mapa de Otumba, documento pictográfico que se resguarda en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia de México, del cual sólo existían comentarios breves y descriptivos. La autora realiza un análisis minucioso del documento, que le permite fecharlo hacia el primer tercio del siglo xvii y abunda en la autoría y motivos de elaboración del mapa.
En la segunda parte, relativa a la historia colonial, Gerardo González Reyes es el autor del séptimo capítulo Piedad barroca en una villa novohispana. Toluca en el siglo xvii
, en el cual documenta por medio de la práctica testamentaria las expresiones relacionadas con lo que ha dado en llamarse piedad barroca del siglo xvii. Sostiene que en los testamentos están presentes las aspiraciones, angustias y temores de los fieles, por ello analiza su contenido para advertir el concepto de piedad en el contexto barroco.
En el octavo capítulo, El retablo del Templo de Santo Domingo de Guzmán, Ixtlahuaca, Estado de México
, María Eugenia Rodríguez Parra y Carlos Alfonso Lesdesma Ibarra realizan una interpretación iconográfica de las pinturas y esculturas contenidas en el retablo principal de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán en Ixtlahuaca, Estado de México, retomando textos bíblicos, hagiografías y diversas fuentes documentales. El trabajo coadyuva al conocimiento de una pieza importante del patrimonio cultural e invita a evitar su olvido y deterioro.
Esperamos que estos artículos contribuyan para acrecentar y enriquecer los estudios historiográficos, particularmente sobre el Estado de México; en la valoración del patrimonio cultural de la entidad, presente en testimonios arqueológicos, pictografías, acervos documentales, obras artísticas y tradiciones que nos permiten construir la Historia; así como coadyuvar a entender el papel de las sociedades indígenas a través del tiempo y la diversa herencia cultural que ha configurado nuestra realidad presente.
Es necesario reiterar el agradecimiento al Promep por su apoyo para desarrollar varias de las investigaciones aquí compiladas. También hay que reconocer el trabajo siempre eficiente de la Unidad de Publicaciones de El Colegio Mexiquense. Por último, doy las gracias por el apoyo en la integración y revisión de la obra que me prestaron las becarias Ilse Angélica Álvarez Palma y, posteriormente, Patricia Mariano Enríquez, asimismo a Fernando Martínez Trigueros y Zullivan Ramos Gutiérrez quienes apoyaron en el dibujo de algunas de las figuras.
I
Historia indígena
Otomianos y nahuas: antiguos pobladores del Centro de México
David Charles Wright Carr
Universidad de Guanajuato
Introducción
Cuando llegaron los españoles por primera vez al Centro de México¹ encontraron una sociedad plurilingüe que compartía una serie de elementos culturales propios de su región y su tiempo, producto de milenios de participación en la gran red de interacción que hoy llamamos Mesoamérica, y de contactos con los habitantes de las tierras más áridas del Centro-Norte de México. Varios grupos convivían en el Centro de México, destacándose los hablantes de las lenguas otomianas (las variantes otomíes,² el mazahua, el matlatzinca y el ocuilteco)³ y los nahuas,⁴ estos últimos arribaron al territorio ancestral de los otomianos como migrantes y dejaron su huella, a la vez que asimilaron muchos aspectos de las añejas tradiciones culturales de los habitantes originales de esta región.
En este capítulo se analizarán los papeles desempeñados por los principales grupos lingüísticos que convivían en esta región -otomianos y nahuasen los procesos culturales del Centro de México durante la época prehispánica. Para lograr este propósito se tiene que adoptar una perspectiva multidisciplinaria, integrando información aportada por la lingüística, la arqueología y la historia.⁵ Este enfoque permitirá trascender los antiguos prejuicios que podrían obstaculizar nuestra comprensión de dichos grupos lingüísticos y sus contribuciones al desarrollo de la cultura regional.⁶
Cultura, lengua e identidad étnica
La mayor parte de la población del Centro de México, en los tiempos de la Conquista, hablaba algún idioma otomiano o el náhuatl. Los grupos con raíces más profundas en esta región eran los otomianos, quienes hablaban lenguas emparentadas entre sí: otomí, mazahua, matlatzinca y ocuilteco. Al lado de estos grupos había una gran cantidad de hablantes del náhuatl, cuyos ancestros, como más adelante se verá, provenían del Occidente de Mesoamérica, donde todavía viven sus parientes lingüísticos más cercanos. Otros idiomas usados en esta región eran alguna lengua llamada chichimeca
en las fuentes novohispanas (posiblemente el pame, proveniente de los márgenes septentrionales de Mesoamérica),⁷ así como el popoloca, en el sur de Puebla, con un barrio en Tlaxcala y otro en Teotihuacán, y el chocho, procedente del norte de Oaxaca, que se hablaba en un barrio de Tlacopan (hoy Tacuba). En la Sierra Madre Oriental había totonacos, tepehuas y huastecos que interactuaban con sus vecinos otomíes y nahuas (Carrasco, 1987; García Quintana y Castillo Farreras, 1976; Harvey, 1972; Soustelle, 1993).
Estas comunidades lingüísticas convivían en los señoríos del Centro de México, la mayor parte de los cuales eran plurilingües. Los señoríos estaban constituidos por barrios, estructuras sociales con cierta autonomía, que eran capaces de desvincularse de un señorío e integrarse a otro. Había menos diversidad lingüística en los barrios que en los señoríos. La convivencia cotidiana de otomianos, nahuas y los otros grupos mencionados, dentro de los mismos señoríos y por medio del contacto entre señoríos, dio lugar a una cultura regional relativamente homogénea.
Es importante tomar en cuenta que un grupo lingüístico no es lo mismo que una cultura. Tampoco equivale a una etnia, aunque estos tres términos suelen confundirse en los estudios sobre la antigua Mesoamérica. La cultura, como concepto básico de la antropología, puede considerarse como el conjunto de ideas, valores y patrones de comportamiento colectivos de un grupo humano determinado. La cultura se compone de subsistemas interrelacionados cuyas fronteras, generalmente borrosas, no necesariamente coinciden. Estos subsistemas se transmiten y se aprenden, adaptándose continuamente a los cambios en el contexto geográfico y social del grupo.
Una lengua es una variedad del habla con un alto grado de inteligibilidad interna y una baja inteligibilidad con otras variedades. La lengua se puede concebir como un subsistema cultural, al lado de otros subsistemas como la indumentaria, la dieta, los conocimientos tecnológicos, la forma de organización social, etcétera. Las fronteras lingüísticas no necesariamente coinciden con las fronteras políticas, ni con los límites espaciales de cualquier otro elemento cultural. Si asignáramos un color a cada elemento de la cultura en un mapa, el resultado sería un mosaico complejo, con superposiciones, huecos, salpicaduras y límites borrosos. Lo mismo sucedería si agregáramos el tiempo, como una tercer dimensión, al espacio cartográfico.
Las identidades étnicas son construcciones sociales cambiantes que los individuos pueden poner y quitar voluntariamente; sirven para distinguir a los integrantes de un grupo, marcando contrastes con otros. Se construyen a partir de elementos biológicos, lingüísticos, sociales, políticos, ideológicos, estéticos, económicos, tecnológicos o cualquier combinación de estas variables. La lengua puede ser un factor para definir la identidad étnica, pero no necesariamente es el más importante, ni es un componente indispensable para hacerlo.
Lo anterior es importante para comprender los procesos históricos del Centro de México durante la época prehispánica. Evidentemente sería un error suponer que los otomíes, los mazahuas, los matlatzincas, los ocuiltecos o los nahuas formaran culturas
o etnias
monolíticas, con sus propias tradiciones culturales, distintas a las de sus vecinos, o que tuvieran estructuras políticas propias y excluyentes. Estos grupos lingüísticos se movían en una realidad cultural, social y política compleja y cambiante, e interactuaban continuamente y de distintas maneras. Compartían muchos elementos culturales. Ninguno de estos grupos dominaba ni era dominado. Las estructuras sociales dominantes o dominadas eran los señoríos, muchos de ellos con composiciones plurilingües. Las fronteras interlingüísticas, interétnicas y políticas eran borrosas, permeables y fluctuantes. El modelo de una gran red de interacción cultural en el Centro de México, de naturaleza plurilingüe permite un mayor acercamiento a la realidad cotidiana de los antiguos habitantes de esta región.
La prehistoria lingüística
Se iniciará la reconstrucción del pasado de los otomianos y nahuas con un análisis de la distribución lingüística en el Centro de México durante los primeros años de la época novohispana, ya que de este periodo se tiene información sobre los idiomas que se hablaban en los pueblos de indios. Este análisis permitirá entender, a grandes rasgos, las probables migraciones que se dieron a lo largo de los siglos anteriores y que culminaron en los patrones de distribución lingüística que observaron y registraron los cronistas españoles. Más adelante se cotejará esta reconstrucción hipotética con evidencia arqueológica y documental, con la intención de enriquecer la comprensión de la prehistoria e historia antigua, logrando así una visión integral de los procesos sociales y culturales de esta región.
La teoría de las migraciones
Las lenguas suelen cambiar de manera gradual a través del espacio y del tiempo, formando cadenas, en las cuales las variantes geográficamente más cercanas presentan un mayor grado de semejanza lingüística, mientras las más alejadas tienden a ser más diferentes (Suárez, 1995: 39-48). Este tipo de distribución resulta, por lo general, de la divergencia gradual de las variantes a partir de una protolengua ancestral, dentro del territorio donde ésta se hablaba.⁸ Las migraciones pueden causar discontinuidades en estas redes, rompiendo con las distribuciones en cadena. De esta manera, el estudio de la ubicación de las lenguas en el tiempo y en el espacio permite detectar las migraciones antiguas.
Los principios básicos de la teoría lingüística de las migraciones son, en esencia, una aplicación del principio de la parsimonia, conocida también como la ley de la economía
o la navaja de Ockham
. Este regla práctica dice que cuando dos o más hipótesis parecen explicar adecuadamente la evidencia, la más sencilla probablemente es la correcta (Popper, 2000: 108, 171). Si se aplica este principio al análisis de las distribuciones lingüísticas dentro del espacio geográfico, cuando hay varias hipótesis que parecen explicar de manera satisfactoria el patrón de distribución observado, la explicación que implica el menor número de movimientos migratorios es la más probable. De esta manera, si hay una cadena de lenguas, la protolengua probablemente se usaba en el territorio que estas ocupan, ya que es muy difícil que una cadena entera se migre, reacomodándose en el nuevo territorio sin desarticularse. Cuando hay cadenas emparentadas entre sí, pero separadas por otra lengua, es probable que la protolengua ancestral se hablara en todo el territorio que ocupan estas cadenas, más el intervalo que lo separa, y que la lengua que las separa haya llegado por medio de una migración. Para determinar el lugar de origen de una lengua, buscamos la región donde hay una mayor diversidad de lenguas emparentadas con ella. Las migraciones usualmente se hacen desde regiones con una mayor diversidad de lenguas emparentadas hacia otras regiones con menor diversidad (Dyen, 1956).
Cuando aplicamos esta teoría a la distribución lingüística existente en tiempos de la Conquista en el Centro de México, surge una visión interesante de los movimientos a través del espacio y el tiempo de los grupos lingüísticos de esta región.
La glotocronología
La teoría de las migraciones ayuda a determinar las migraciones prehistóricas de los principales grupos lingüísticos del Centro de México. Para cotejar esta información con la evidencia arqueológica e histórica, necesitamos ubicar estas migraciones en el tiempo. La principal herramienta para este propósito es la glotocronología, un método estadístico que determina el grado de divergencia entre dos idiomas emparentados, mediante el cotejo de listas de palabras. El porcentaje de palabras cognadas (las que se derivan del mismo vocablo en la protolengua ancestral) es convertido en siglos mínimos de divergencia, es decir, la cantidad de tiempo transcurrido desde la divergencia de las dos lenguas a partir de la protolengua. Este método fue desarrollado por el lingüista Maurice Swadesh a mediados del siglo xx. Ha sido criticado desde entonces; la mayor parte de las quejas tienen que ver con su falta de precisión. Aun así, estudios subsecuentes indican que la glotocronología proporciona aproximaciones temporales que no distan mucho de la realidad (Suárez, 1995: 59, 60; Swadesh, 1972). En el presente estudio se usa un margen de error amplio (de 25%, en lugar de los 10% que sugiere Swadesh), para minimizar los riesgos de errar debido a la imprecisión del método. Así se obtendrán rangos de fechas probables para la separación de los idiomas, en lugar de años exactos que podrían llevar a conclusiones erróneas. Ubicados en el tiempo, se cotejará la evidencia lingüística con la arqueológica y la histórica.
La familia otopame
En el Centro de México hay una red de cadenas formada por varias lenguas emparentadas: las lenguas otomíes, el mazahua, el matlatzinca, el ocuilteco, las lenguas pames y el chichimeco jonaz; todas ellas forman la familia otopame (figura 1). Las lenguas otomíes se hablan en buena parte de esta región, e incluso más allá de sus límites, desde el oriente de Michoacán hasta las faldas del Volcán la Malinche y desde la Sierra Gorda en Guanajuato y Querétaro hasta los alrededores de Toluca. El mazahua, idioma lingüísticamente muy cercano al otomí, se habla en una zona más restringida, en el norte del valle de Toluca y la región colindante del estado de Michoacán. En la parte sudoriental del valle de Toluca hay hablantes de dos lenguas relacionadas entre sí: el matlatzinca y el ocuilteco. Más allá de los límites del Centro de México, se encuentran las lenguas pames y el chichimeco jonaz, habladas en el Centro-Norte de México, en los actuales estados de Querétaro, Guanajuato y San Luis Potosí (Bartholomew, 2004; Quezada, 1972; Soustelle, 1993).⁹ Se trata de una red articulada, donde las lenguas que son similares se encuentran cercanas en el espacio. De acuerdo con la teoría lingüística de las migraciones, esto sugiere fuertemente que había un idioma ancestral, que se puede llamar el protootopame, en el Centro y Centro-Norte de México, del cual descienden las lenguas mencionadas.
Figura 1
Mapa con la distribución de las lenguas otopames
1-Fig1Fuente: David Charles Wright Carr.
La familia otopame es una rama de un tronco lingüístico más antiguo y extendido, llamado otomangue. Las demás lenguas de este tronco se encuentran hacia el sureste, especialmente en los estados de Puebla y Oaxaca, y pertenecen a las familias tlapaneca, popoloca, mixteca, amuzga, chinanteca y zapoteca. Una de las familias otomangues, la chiapaneca-mangue, se separó de las demás y se estableció en el valle del río Grijalva, en lo que hoy es Chiapas, y en la costa del Pacífico en Centroamérica. De esta manera hay una red de cadenas de idiomas otomangues desde el Centro-Norte de México hasta el istmo de Tehuantepec, abarcando la parte central de Mesoamérica. La familia otopame se encuentra separada de las demás familias otomangues por una zona poblada por nahuas que pasa por los estados de Morelos y Puebla, cortando en dos el territorio otomangue (Campbell, 1997: 156-159; Hopkins, 1984).
La existencia de esta enorme red de cadenas habla de una relativa estabilidad de los hablantes de las lenguas otomangues; de haberse dado migraciones importantes, las cadenas estarían desarticuladas, y no es el caso aquí. El tronco otomangue, por su alto grado de diversificación interna, debe ser de una antigüedad considerable. La profundidad glotocronológica de este tronco es de unos 64 siglos glotocronológicos (sg, en adelante), lo cual significa que el proceso de diversificación interna inicio entre 6000 y 2800 a.C., aplicando el margen de error de 25%. Entonces se ramificó el proto-otopame a partir del proto-otomangue. Esto indica que la presencia otomangue en el Centro de México y Oaxaca se remonta a los albores de la agricultura en Mesoamérica, cuando se dieron los primeros pasos hacia la vida sedentaria (Hopkins, 1984: 30-43; Swadesh, 1960). La familia otopame, como se ha visto, constituye la parte septentrional del tronco. El idioma proto-otopame empezó a dividirse hace 55 sg (4875-2125 a.C.), cuando se separó la variante septentrional (ancestral a los idiomas pames y al chichimeco jonaz) de la meridional (ancestral a los idiomas otomíes, al mazahua, al matlatzinca y al ocuilteco). Puesto que todas estas lenguas siguen formando una red de cadenas, es muy probable que su presencia en el Centro y Centro-Norte de México se remonte del milenio quinto al tercero a.C. Después continuaron dividiéndose las lenguas otopames (véase figura 2). El proto-otomí-mazahua se separó del proto-matlatzincaocuilteco hace 44 sg (3500-1300 a.C.). El chichimeco jonaz se separó del protopame hace 34 sg (2250-550 a.C.). El proto-pame empezó a diversificarse internamente hace 17 sg (125 a.C.-725 d.C.), el proto-otomí-mazahua hace 16 sg (1-800 d.C.) y el proto-matlatzinca-ocuilteco hace 7 sg (1125-1475 d.C.) La diversificación interna del proto-otomí empezó hace unos 9 sg (875-1325 d.C.).¹⁰
Figura 2
Cuadro glotográfico de las lenguas otopames
1-Fig2Fuente: David Charles Wright Carr.
Nota: En las figuras 2 y 3, los números a la izquierda expresan siglos glotocronológicos; a la derecha se registran las fechas en nuestro calendario. Los puntos indican las fechas determinadas por los cálculos glotocronológicos; las barras verticales indican los rangos de fechas que resultan de la aplicación de un margen de error del 25% a las fechas.
La familia yutonahua y el origen de los nahuas
Los nahuas estaban firmemente establecidos en el Centro de México cuando llegaron los europeos