Santa Teresa de Ávila
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a Cristo, el Dios hecho hombre, el Dios resucitado y vivo, y dejó una exhortación que el paso de los tiempos y las generaciones nunca invalidarán: cuida continuamente de tu interior, sin desanimarte
ni siquiera ante esos aparentes silencios de Dios en los que parece lejano o escondido. El camino a seguir consiste en dirigirse a Él con una plegaria constante y sin cese que, si se logra, se transforma
en la plena realización de nuestra existencia. Es más fácil volver a levantarse y luchar si se tiene la certeza de no estar solo.
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La lectura permite un conocimiento de su obras y una claridad para entender el Castillo interior
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Santa Teresa de Ávila - Nicoletta Lattuada
Ávila.
Mística y doctora de la Iglesia
El 27 de septiembre de 1970, el papa Pablo VI proclamó a santa Teresa de Ávila Doctora de la Iglesia Universal: fue la primera mujer de la historia en recibir tal reconocimiento. Teresa de Ávila fue un personaje muy relevante en la Reforma católica del siglo XVI, fundó numerosos monasterios y supo unir de forma admirable vida activa y vida contemplativa, experiencias místicas y discusiones con notables, abogados o con superiores de la orden carmelita. También fue una escritora de gran trascendencia: la historia de su vida revela tal fuerza interior que Edith Stein, tras haberla leído, no solo se convirtió al catolicismo, sino que entró como monja en la orden carmelita.
Frère Roger, luterano, el fundador de la comunidad de Taizé, dice de ella:
Santa Teresa de Jesús ganaba, discutía de asuntos, escribía y vivía al mismo tiempo, en su vida profunda, en intimidad con Dios. No en vano esta mujer es desde siempre un modelo clásico de vida contemplativa.¹
El martirologio romano sintetiza de este modo su vida:
Entrada en Ávila, España, en la orden carmelita y convertida en madre y maestra de una estrecha observancia, dispuso en su corazón un recorrido de perfeccionamiento espiritual bajo el aspecto de una elevación por grados del alma a Dios; debido a la reforma de su orden pasó por muchas tribulaciones, que siempre superó con invicto ánimo; también escribió libros impregnados de alta doctrina y cargados de su profunda experiencia.
En el interior de la basílica de San Pedro, la estatua de Teresa de Ávila (o Teresa de Jesús, que es el nombre que adoptó cuando entró en el monasterio reformado, cambiando el suyo como si fuera una novicia) figura entre las de los fundadores de órdenes religiosas. En el pedestal puede leerse: «Madre espiritual y fundadora», puesto que su reforma renovó el Carmelo hasta tal punto que lo convirtió en una nueva orden.
Teresa de Jesús hizo mucho no solo por los carmelitas y la Iglesia, sino también por los cristianos de todos los tiempos, que en sus escritos han hallado y hallan una guía espiritual y una luz; y en ella, a una mujer que pasó por dolores y adversidades de todo tipo con valentía y determinación, siempre con el apoyo de una certeza inquebrantable: solo Dios basta.
¹ Citado en C. Ros, Teresa di Gesú. Vita, messaggio e attualità della Santa di Avila, Cinisello Balsamo, San Paolo Edizioni, 2016.
La vida
La infancia
Teresa de Cepeda y Ahumada nació el 28 de marzo del año 1515 en Ávila, Castilla, en el seno de una familia de origen judío de hidalgos, la pequeña nobleza que transmitía el título por la línea masculina. De hecho, su abuelo era un «converso», es decir, un judío convertido al cristianismo, que emparentó con familias nobles a través del matrimonio de sus hijos.
Era una época de gran auge de la potencia española, el denominado Siglo de Oro. Tras el viaje de Cristóbal Colón que llevó al descubrimiento del Nuevo Mundo, España extendió sus dominios a amplios territorios de la América central y meridional, lo que le supuso inmensas riquezas, mientras que en el plano interno, la monarquía se sentía cada vez más fuerte y asumió el deber de proteger a la Iglesia en su lucha contra los árabes y la herejía, que en Europa adoptó las características de la Reforma protestante de Martín Lutero.
La pequeña Teresa fue bautizada en la iglesia de San Juan de Ávila el 4 de abril, el mismo día en que, por una curiosa coincidencia, se inauguró el monasterio de la Encarnación de la misma ciudad, que tanto tendría que ver en su vida.
La suya era una familia numerosa —Teresa fue la sexta de once hijos—, que en el libro de la Vida describió como llena de virtudes cristianas; el mantenimiento de la fe católica estaba rígidamente supervisado por el padre, Alonso Sánchez de Cepeda, y por la madre, Beatriz de Ahumada. Las lecturas con las que se formó Teresa fueron las vidas de los santos, como convenía a una joven, pero también esas novelas de caballerías que tanto habían inflamado a otra relevante figura del catolicismo español, Ignacio de Loyola, nacido pocos años antes.
En 1522, la muchacha huyó de su casa junto con Rodrigo, uno de sus hermanos, con la intención de ir a evangelizar a los «infieles» aunque fuera a costa de morir como mártires. Sin embargo, los encontraron pronto a los dos y los llevaron de nuevo a casa de los padres:
Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo.²
Por desgracia, su madre murió pronto (en diciembre de 1528 o enero de 1529), probablemente a consecuencia de las complicaciones de su último parto, del que había nacido Juana. Teresa tenía casi doce años y, desesperada, buscó consuelo en la Madre de todos:
Apenas empecé a entender lo que había perdido, abatida fui ante una imagen de Nuestra Señora y le supliqué con muchas lágrimas que ella fuera mi madre.³
La imagen a la que la muchacha acudió en busca de ayuda fue posteriormente identificada con Nuestra Señora de la Caridad, colocada en la actualidad en la catedral de Ávila, pero que en aquel momento se hallaba en la capilla de San Lorenzo, que hoy ya no existe.
Teresa se quedó huérfana justo en el momento de la pubertad, cuando empezaba a descubrir las pequeñas vanidades de las jóvenes: se ponía vestidos elegantes e incluso apareció un primer cortejador. Tras la muerte de la madre, fue María, la hermana mayor, quien debió ocuparse de los hermanos más pequeños hasta que en 1531 se casó. Al padre no le gustaba mucho la idea de tener a una adolescente en casa sin una guía que la vigilase y, por lo tanto, decidió enviar a Teresa al convento de las monjas agustinas de Nuestra Señora de García.
Carlos I y Felipe II
Gracias a la hábil política matrimonial de sus predecesores, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (emperador entre 1519 y 1556) se convirtió en el soberano español en cuyo Imperio «no se ponía nunca el sol»: a las posesiones de la Corona en Europa y Sudamérica se unió el Imperio de los Habsburgo; España era la primera potencia mundial.
Tras haber consolidado la corona imperial luchando contra el rey de Francia Francisco I, a quien no le gustaba ver su Estado cercado por las posesiones españolas, Carlos I se erigió como defensor del catolicismo. Se empeñó también en reconstruir la unidad de la Iglesia, rota por la reforma protestante de Martín Lutero, quien,