Juegos para estimular las inteligencias múltiples
Por Celso Antunes
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Juegos para estimular las inteligencias múltiples - Celso Antunes
profesor.
Aunque exista cierto consenso intelectual sobre la idea de que la inteligencia pueda concebirse como la capacidad de resolver problemas o elaborar productos que sean valorados en uno o varios ambientes culturales o comunitarios o incluso como la facultad de conocer, comprender, discernir y adaptarse y el discurso pedagógico utilice mucho esa palabra en la forma de «individuos inteligentes o poco inteligentes», se afirma el concepto de una inteligencia única y general y gana terreno la convicción de Howard Gardner de que el ser humano está dotado de inteligencias múltiples que incluyen las dimensiones lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, cinestésico-corporal, naturalista, intrapersonal e interpersonal. A ese elenco, el profesor Nílson José Machado, doctor en Educación por la Universidad de São Paulo, donde imparte clases desde 1972, incluye también la competencia pictórica que se manifiesta en cualquier niño o niña mediante sus dibujos u otros signos pictóricos, incluso antes que le sea accesible el lenguaje escrito. Presente en grandes pintores, es típica del dibujante de tebeos, cuyos personajes «hablan» por sus expresiones no verbales.
La dimensión lingüística se expresa de modo muy notable en el orador, escritor, poeta o compositor, que se afanan creativamente y construyen imágenes con palabras y con el lenguaje de manera general. La lógico-matemática está asociada a la competencia para desarrollar raciocinios deductivos y construir cadenas causales y trabajar con números y otros símbolos matemáticos, expresándose en el ingeniero, pero, sobre todo, en el físico y en los grandes matemáticos. La dimensión espacial de la inteligencia está directamente relacionada con el arquitecto, el geógrafo o el marino que percibe de modo conjunto el espacio y lo administra en la utilización y elaboración de mapas, plantas y otras formas de representaciones planas. La competencia musical representa un sentimiento puro en la humanidad y está vinculada con la percepción formal del mundo sonoro y la función desempeñada por la música como forma de comprensión del mundo, mientras que la cinestésica-corporal se manifiesta en el lenguaje gestual y en la mímica, y se presenta muy claramente en el artista y en el atleta, que no necesitan elaborar cadenas de raciocinios en la ejecución de sus movimientos corporales. Una de las últimas competencias destacadas por Gardner y que no está presente en sus primeras obras es la inteligencia naturalista o biológica que, como indica su nombre, está vinculada a la comprensión del entorno y del paisaje natural por una afinidad innata de los seres humanos con otras formas de vida y la identificación entre los distintos tipos de especies, plantas y animales. Ese elenco se completa con las inteligencias personales, manifestadas en la competencia interpersonal, revelada mediante el poder de buena relación con el prójimo y en la sensibilidad para la identificación de sus intenciones, motivaciones y autoestima. Esa forma de inteligencia explica la enorme empatía de algunas personas y es característica de grandes dirigentes, profesores y terapeutas. La dimensión intrapersonal puede ser sentida por todos los que se encuentran bien consigo mismos, administrando sus sentimientos, emociones y proyectos con el «auto (y alto) astral» de quien percibe sus limitaciones, sin hacer de ellas un estímulo para el sentimiento de culpa o para la estructuración de un complejo de inferioridad.
No constituye un objetivo de este libro el análisis de esas inteligencias y los aspectos de la cognición en su estímulo, ya analizados con sobriedad en nuestra obra Estimular las inteligencias múltiples¹. No obstante, al dividir la colección de juegos propuestos en distintos capítulos, iniciamos cada uno con un pequeño resumen sobre sus características, manifestaciones y formas de acentuarlas dentro de casa o en el aula.
Los cinco primeros años de vida de un ser humano son fundamentales para el desarrollo de sus inteligencias. Aunque la potencialidad del cerebro se presente como el producto de una carga genética que se remonta a tiempos inmemoriales (al fin y al cabo, tenemos un padre y una madre, dos abuelos y dos abuelas, cuatro bisabuelos y cuatro bisabuelas, y así sucesivamente, hasta llegar a más de cuatro mil tatarabuelos de los tatarabuelos del tatarabuelo), en los primeros años de vida, el cerebro crece desde los 400 gramos en el nacimiento, hasta casi kilo y medio cuando es adulto, creciendo y pesando más en función de las múltiples conexiones entre los nervios, que forman una red de informaciones diversificada. Esa red se presenta en diferentes puntos del cerebro y, según todo indica, posee especificaciones que diferencian una inteligencia de otra. Esa área del organismo no nace preparada, pues eso va ocurriendo de modo progresivo, sobre todo entre los cinco y los diez primeros años, cuando en su respectivo hemisferio se plasman las terminaciones nerviosas responsables del habla, la visión, el tacto, la percepción lógica, lingüística, sonora y otras. Para que ese desarrollo cerebral alcance toda su potencialidad y multiplique su poder de conexión necesita una gimnasia, genéricamente denominada estímulos, que deben ser producidos por personas adultas y por otros niños. La obsesión por intentar estimular al cerebro, todo el tiempo, es tan nociva como dar comida al estómago en cantidad excesiva. Incluso cuando no se ofrecen los estímulos, el cerebro sabe lograrlos en los retos que afronta.
Una ayuda serena, en cantidad soportable y en el momento correcto, es muy importante. ¿Cuál es el momento correcto? La respuesta no es fácil. Se podría decir «la vida entera», pero con prioridad ocurre desde los dos hasta los doce años, ya que en el comienzo de esa fase los organismos producen mielina, sustancia que envuelve los nervios y que ayuda a aumentar la velocidad en la transmisión de las informaciones. Repetimos: la importancia de los estímulos es muy grande, pero no lo es menos una alimentación equilibrada —y nada ayuda tanto a la inteligencia como la leche materna—, un ambiente tranquilo, una compañía grata y, sobre todo, el respeto ilimitado por el sueño infantil. Recientes investigaciones señalan que cada vez que el niño duerme, entre los tres y los seis meses de vida, se forman proteínas fundamentales para la memoria, la capacidad de aprender y el crecimiento de las distintas inteligencias.
Los ejercicios o gimnasias cerebrales exigen que haya tiempo para su aplicación y que, en la medida de lo posible, esas aplicaciones sean producto de un «programa» que incluya juegos distintos, aplicados de modo progresivo, partiendo siempre de los más fáciles a los más difíciles. El modo en que el niño afronta el juego es, para un buen observador, la medida de su valor. Juegos valiosos son los que despiertan interés e implican progresos expresivos en la actuación de los participantes.
Es evidente que la mayoría de los juegos aquí expuestos no son originales y, aún menos, han sido creados por el autor. Como ya hemos dicho forman parte de una colección reunida durante más de cuarenta años y ha sido experimentada en múltiples situaciones.
INTELIGENCIA Y DESARROLLO HUMANO
Todos los niños son semejantes en algunos aspectos, y muy singulares en otros. Irán desarrollándose en el transcurso de la vida como resultado de una evolución muy compleja que ha combinado, al menos, tres recorridos o trayectorias: la evolución biológica, desde los primates hasta el ser humano; la evolución histórico-cultural, que desembocó en la progresiva transformación del hombre primitivo en el ser contemporáneo; y el desarrollo individual de una personalidad específica (ontogénesis), por la que atraviesa innumerables fases, desde bebé hasta la vida adulta. Los niños se adaptan y participan de sus culturas en maneras muy complejas que reflejan la diversidad y la riqueza de la humanidad, y poseen la habilidad de recuperarse de circunstancias difíciles o experiencias estresantes, aunque esa recuperación no signifique que un incidente traumático en la infancia pueda estar desprovisto siempre de consecuencias emocionales graves, y algunas veces, irreversibles, aunque, por otro lado, hechos ulteriores puedan modificar progresivamente algunos resultados de esas experiencias. En resumen, ambiente y educación son esenciales. Un entorno afectuoso y una educación rica en estímulos ayudan a superar muchas de las privaciones y a atenuar los efectos de las consecuencias emocionales.
La importancia del ambiente y de la educación tiene, no obstante, que percibirse en una dimensión expresiva, pero no infinita. Ningún niño es una esponja pasiva que absorbe lo que se le presenta. Por el contrario, los niños modelan de modo activo su propio ambiente y se convierten en agentes de su proceso de crecimiento y de las fuerzas ambientales. En resumen, el ambiente y la educación fluyen del mundo externo hacia el niño y del propio niño hacia su mundo. Desde el nacimiento, las líneas innatas del bebé interfieren en el modo en que los padres y los profesores se relacionan con él. Incluso la madre menos informada sabe que existen bebés comunicativos y cerrados, activos y tranquilos, apáticos y cariñosos. La adecuación entre los adultos y el niño produce afecciones recíprocas, y todos los juegos utilizados para estimular sus inteligencias múltiples sólo logran validez cuando se centran sobre el propio individuo. Dicho de otro modo, cualquier juego puede ser utilizado por muchos niños, pero su efecto sobre la inteligencia será siempre personal e imposible de ser generalizado.
El juego, en su sentido integral, es el medio estimulador más eficaz de las inteligencias. El espacio de juego permite que el niño (e incluso el adulto) realice todo cuanto desea. Cuando está entretenido en un juego, el individuo es quien quiere ser, ordena lo que quiere ordenar, decide sin restricciones. Gracias al juego, el individuo puede obtener la satisfacción simbólica del deseo de ser grande, del ansia por ser libre. Socialmente, el juego impone el control de los impulsos, la aceptación de las normas pero sin que se enajene a ellas, dado que son las mismas establecidas por los que juegan y no impuestas por cualquier estructura alienante. Divirtiéndose con su espacialidad, el niño se implica en la fantasía y construye un atajo entre el mundo inconsciente, donde desearía vivir, y el mundo real, donde tiene que convivir. Para Huizinga, el juego no es una tarea impuesta, no se vincula a intereses materiales inmediatos, sino que absorbe al niño, establece límites propios de tiempo y espacio, crea el orden y equilibra el ritmo con la armonía.
Aunque no hayamos separado los juegos por grupos de edades, teniendo presente razones que más adelante se expondrán, existen diferencias expresivas entre los juegos para niños no alfabetizados y para los niños que sí lo están. Para los primeros, los juegos deben ser considerados como «lecturas» de la realidad y como instrumento de comprensión de las relaciones entre los elementos significantes (palabras, fotos, dibujos, colores, etc.) y sus significados (los objetos). En esas relaciones, Piaget destaca cuatro etapas que se pueden delinear claramente en todos los juegos: los índices, relaciones significantes estrechamente vinculadas a los significados (es el caso de una huella de un animal indicando su paso por el lugar); las señales, relaciones indicadoras de etapas y marcaciones de los juegos (como son las señales de inicio, final o etapas); los símbolos, relaciones ya más distantes entre el significante y el significado (fotos, dibujos, esquemas) y, finalmente, los signos, elementos significantes enteramente independientes de los juegos; de este modo, los juegos que estimulan el tacto, la audición, el gusto (índices) deben preceder a los que estimulan o se basan en señalizaciones y después de éstos resultan enteramente válidos los que llevan al descubrimiento de símbolos (examinar revistas, recortar, pegar, dibujar, dramatizar), terminando con los que exploran símbolos y ya presuponen la comprensión de letras y dibujos de objetos correspondientes a las palabras.
Hemos elaborado este libro pensando en los niños, desde la vida prenatal hasta la adolescencia, pero estamos convencidos de que el desarrollo de la inteligencia humana no termina en esa fase; por el contrario, aumentan durante toda la vida, principalmente para las personas que demuestran el poder de su cerebro y saben construir sus propias motivaciones. El desarrollo de las inteligencias se procesa de modo más acentuado cuando se premian con la oportunidad de estímulos. No obstante, esa afirmación tiene que verse en los límites de la coherencia.
EL EXCESO DE ESTÍMULOS ACTÚA COMO «DESESTÍMULO»
Los estímulos son el alimento de las inteligencias. Sin esos estímulos, el niño crece con limitaciones y su desarrollo cerebral queda muy comprometido. Pero hay que tener cuidado. Estímulos excesivos, ya se dijo antes, suponen lo mismo que alimentación superior a la necesidad. La cuna tiene que ser la primera aula de un niño y su primera escuela de la vida es la habitación, la sala de estar y la cocina, con madres y padres estimulando todas las inteligencias. Pero eso no se puede hacer todo el tiempo. La casa o incluso la escuela no se puede convertir en un laboratorio donde el niño recibe, a toda hora, todas las iniciaciones lingüísticas, lógico-matemáticas, espaciales, corporales, etc. Corresponde al profesor o a los padres estar dedicados al niño, y sentir que, cuando surge la inclinación hacia el reto del juego, es importante tener a mano los recursos para que se utilicen con sobriedad y principalmente con la coparticipación de otros niños y de los adultos. Se juega con el niño cuando se conversa con él, pero también cuando se pasea, cuando se va en el coche camino de la escuela, cuando se ve la televisión o cuando se relaciona con sus abuelos, tíos o amiguitos.
Otro elemento importante en el estímulo es observar al niño todo el tiempo y anotar sus progresos, incluso los más simples. Conservar una ficha sencilla para cada inteligencia e ir apuntando los resultados ayuda a comprenderlo mejor. La fascinación del aprendizaje no se manifiesta en el logro de una meta numérica, sino por la percepción del progreso, incluso el más modesto. Jamás compare el progreso de un niño con el de otro. Nunca confunda velocidad en el aprendizaje con inteligencia. Andar más rápido, resolver un problema con más velocidad, hablar con mayor fluidez, sensibilizarse precozmente por el sonido de una música no es señal de una mayor inteligencia, sólo refleja herencias genéticas diferentes.
Las inteligencias en un ser humano son más o menos como las ventanas de una habitación. Se abren lentamente, sin prisa, y para cada etapa de esa apertura existen múltiples estímulos. No se cierran, presumiblemente, hasta los 72 años de edad, pero cerca de la pubertad pierden fuerza. Esa pérdida no significa desinterés, sino que sólo se produce la consolidación de lo que se aprendió en un período de mayor apertura. Se abren prácticamente para todos los seres humanos al mismo tiempo, pero existe una ventana para cada inteligencia. Dos niños, de la misma edad, poseen una ventana de la misma inteligencia con el mismo nivel de apertura; sin embargo, eso no significa que sean iguales; la historia genética individual puede hacer que el efecto de los estímulos sobre esa apertura sea mayor o menor, que produzca un efecto más inmediato o más lento. Es un error suponer que el estímulo pueda hacer que la ventana se abra más deprisa. Por eso, esa apertura tiene que ser aprovechada por los padres y los profesores con equilibrio, serenidad y paciencia. El estímulo no actúa directamente sobre la ventana pero, si se aplica adecuadamente, desarrolla habilidades, y éstas llevan a aprendizajes significativos.
El cuadro siguiente resume los espacios de esa apertura, es decir, las inteligencias y sus estímulos.
Observación: No se incluye la inteligencia pictórica porque no existen referencias explícitas sobre su posible «ventana».
DESARROLLO PRENATAL
La duración media del embarazo en el ser humano es de 266 días y está marcado por el desarrollo genético de trillones de células específicas a partir de una sola célula fertilizada. Ese período de nueve meses se puede dividir en tres fases: la germinal de la fertilización hasta la segunda semana, la embrionaria desde esa fase hasta el período de 8 a 12 semanas, y la etapa fetal, hasta el nacimiento. En una gestación que se desarrolla con normalidad, el embrión comienza a convertirse en un feto a partir de las ocho semanas, pero como algunos órganos siguen formándose después de ese período, dicha fase dura las doce primeras semanas. Con tres meses, el embrión posee ya una configuración bien desarrollada y pasa a llamarse feto.
El feto deja entonces de ser un habitante pasivo en el vientre materno, y empieza a girarse, dar patadas, retorcerse, tragar, succionar, chuparse el dedo pulgar y cerrar el puño, respondiendo a los sonidos y vibraciones del ambiente. El feto, por tanto, no sólo consigue oír dentro del vientre, sino que, como todo indica, recuerda voces y distingue sonidos, prefiriendo, después del nacimiento, la voz de su madre a la de otras mujeres.
Esta fase de la gestación es mucho más importante de lo que creen la mayoría de las madres, y las condiciones de nutrición, incluyendo el consumo de drogas, contando entre ellas el cigarrillo y las bebidas alcohólicas, sus estados de humor y el mecanismo psicológico con que acepta y mima o ignora y rechaza al hijo, afectan de modo significativo al crecimiento físico y emocional del mismo. El feto es un organismo resistente y flexible, capaz de