De domingo a lunes
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5A mi lo que más me gusto es la aventure y la creatividad del autor al escribir este cuento y los nombres de los personajes.
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De domingo a lunes - Francisco Hinojosa
El primer niño del año
Los regalos que el señor Juan Domingo Águila hacía a los padres del primer niño nacido cada año en Groentalia eran famosos en el mundo. De costa a costa y de montaña a montaña, no existía nadie en todo el país que no iniciara el año atento a las noticias para conocer los nombres de los afortunados padres y para enterarse del regalo que recibiría su hijo. Los noticiarios internacionales también daban cuenta del suceso en todos los medios de comunicación del planeta.
A su primer ahijado, de nombre Arnulfo, el señor Águila le dio un ferrocarril de juguete que recorría casi un kilómetro y pasaba por puentes, túneles, montañas, pueblos, desiertos y lagos en miniatura. La locomotora echaba humo de verdad y emitía de cuando en cuando un silbido, que era al mismo tiempo dulce y feroz. En cuanto el niño cumplió los siete años, el tren empezó a ser operado a control remoto por él mismo. Todos los niños de Groentalia y sus papás y sus abuelos salían los domingos para ver el recorrido que hacía. Al poco tiempo, en cuanto la gente de otras ciudades se enteró del fabuloso ferrocarril, empezó a visitar Groentalia para ser testigo de tan maravilloso espectáculo. A pesar de que los papás de Arnulfo cobraban muy poco dinero por la entrada, era tanta la gente que iba que en poco tiempo pudieron comprarse una casa.
A Grunilla —que nació un dos de enero y fue la primera niña del año— le regaló una máquina llamada Caja Golosa, que se inventó en una isla llamada Lugano. Era una pequeña fábrica de golosinas. Con sólo programarla, podía elaborar los más variados manjares de dulce: chocolates de todas las formas y texturas, paletas que a cada chupada sabían a algo distinto, helados que nunca se derretían, caramelos que al morderse sabían a vainilla y olían a hierbabuena, fresas cubiertas de crema de almendra y rellenas de anís y muchas sorpresas más. Otra de las cualidades de la Caja Golosa era que sus ingredientes nunca se agotaban. Al cabo de un año, casi todos los habitantes de Groentalia habían probado alguna de las golosinas que Grunilla compartía con ellos.
Un parque de diversiones fue el regalo que recibió Cristalina por haber sido la primera niña nacida en el año. En él había un carrusel que giraba al mismo tiempo que lanzaba fuegos artificiales, una rueda de la fortuna que subía y subía para dar vueltas a casi cincuenta metros del suelo, una casa de los sustos que mataba de la risa a quienes entraban y muchos otros inventos del señor Águila. Los sábados y domingos, Cristalina y su familia invitaban a todos los groentalianos a hacer uso gratuito de los juegos, algo que Grunilla aprovechaba para repartir a los asistentes palomitas de maíz de todos los sabores fabricadas por su Caja golosa.
A Gelasio le dio un acuario que el señor Águila construyó junto al parque de Cristalina. En él se podían observar variados seres que habitan el mundo marino, desde los más grandes, como tiburones martillo, mantarrayas gigantes, peces dromedario y delfines gato, hasta los más pequeños, como guppies voladores, caballitos de mar color azul cielo, peces hormiga y caracoles anaranjados. Los invitados al acuario de Gelasio podían alimentar a los peces, nadar con los ballenatos y las focas y jugar con los lobos de mar.
Castillos de fantasía, barcos de diversión, tiendas de juguetes, zoológicos, huertas frutales: cada año el señor Águila regalaba algo distinto, y los beneficiados se convertían, de la noche a la mañana, en las personas más admiradas y envidiadas por el resto de los habitantes de Groentalia. Por eso, el sueño más frecuente de todos los matrimonios era tener un hijo que naciera el primer día del año.
Fortunato Feliz y su esposa Estrella estaban muy contentos por la maravillosa suerte que los hizo tener, en ese preciso momento, a su primer hijo, que como había nacido en lunes, decidieron llamarlo así: Lunes Feliz. Y también estaban muy alegres porque sabían que el regalo del señor Águila los haría aún más dichosos de lo que ya eran con el nacimiento de su primogénito.
Antes de ese día, el señor Feliz era velador en una fábrica de lápices. Por cada doce horas que se la pasaba con los ojos abiertos, cuidando el lugar para que no se fueran a meter los ladrones, dormía y descansaba un día completo. El sueldo que recibía a cambio de sus desvelos le alcanzaba para pagar la renta de una casa muy pequeña, para comer pollo todos los domingos, para comprar un poco de ropa y para ir con su esposa, de vez en cuando, al cine o a un balneario.
Por eso, cuando sonó el teléfono del hospital y el señor Juan Domingo en persona, o más bien en voz, felicitó al matrimonio, Fortunato Feliz pensó que por fin había llegado la hora en que la suerte se portaría bien con él. El corazón le latía tanto que sentía que un sapo se le había metido en el pecho.
La tarde siguiente, Fortunato, Estrella y Lunes Feliz se subieron al automóvil que los esperaba afuera del hospital. Como no tenía corbata, Fortunato se anudó un listón azul, se lavó los zapatos y se peinó con un poco de jugo de limón. Estrella, por su parte, consiguió que una enfermera le prestara un bonito suéter anaranjado, se pintó la boca con el lápiz labial que su esposo le regaló en su cumpleaños y se tejió una larga trenza, a la que le hizo un moño en la punta con la otra parte del listón azul que no había usado Fortunato. En cuanto a Lunes, él iba bien forrado en una manta blanca y sin tener la menor idea de lo que sucedía a su alrededor.
Un portero elegantemente vestido abrió la puerta del automóvil del que bajaron los alegres miembros de la familia Feliz. El señor Juan Domingo Águila los esperaba sonriente en un salón lleno de las fotografías de todos los recién nacidos a los que había apadrinado.
—Me da mucho gusto tener un nuevo ahijado —les dijo, justo cuando varias cámaras fotográficas tomaban el momento en el que el señor Águila ponía su manota sobre la diminuta mano de Lunes.
—Gracias, gracias —decía Estrella.
—Gracias, gracias —repetía Fortunato.
—Como ustedes ya deben saber, siempre doy un regalo al primer niño que nace cada año, ¡un gran