Unidos para toda la vida
Por Abby Green
3.5/5
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Mia Forde necesitó de todo su coraje para revelar al magnate Daniel Devilliers el secreto de su hija. Si el deseo los unió, la tragedia los había separado, pero él se merecía saber que era el padre de Lexi. Por lo demás, ella no quería saber nada de Daniel… ¡y menos aún de su propuesta de matrimonio!
Mia se había negado a casarse con él, por el momento, pero la verdad era que seguían unidos. Por el bien de su hija, Daniel debía superar el terror a perder a un ser querido y convertirse en un padre de verdad. Pero reavivar aquella conexión tan especial con Mia requería algo todavía más extraordinario…
Abby Green
Abby Green wurde in London geboren, wuchs aber in Dublin auf, da ihre Mutter unbändiges Heimweh nach ihrer irischen Heimat verspürte. Schon früh entdeckte sie ihre Liebe zu Büchern: Von Enid Blyton bis zu George Orwell – sie las alles, was ihr gefiel. Ihre Sommerferien verbrachte sie oft bei ihrer Großmutter in Kerry, und hier bekam sie auch ihre erste Romance novel in die Finger. Doch bis sie ihre erste eigene Lovestory zu Papier brachte, vergingen einige Jahre: Sie studierte, begann in der Filmbranche zu arbeiten, aber vergaß nie ihren eigentlichen Traum: Irgendwann einmal selbst zu schreiben! Zweimal schickte sie ihre Manuskripte an Mills & Boon, zweimal wurde sie abgelehnt. Doch 2006 war es endlich soweit: Ihre erste Romance wurde veröffentlicht. Abbys Tipp: Niemals seinen Traum aufgeben! Der einzige Unterschied zwischen einem unveröffentlichen und einem veröffentlichten Autor ist – Beharrlichkeit!
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Unidos para toda la vida - Abby Green
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Abby Green
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Unidos para toda la vida, n.º 2904 - enero 2022
Título original: Bound by Her Shocking Secret
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-371-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
DANIEL DEVILLIERS contempló la escena que se desarrollaba a sus pies, con los invitados invadiendo el gran salón de la planta baja. La icónica familia de los joyeros Devilliers, que desde el siglo xviii no se había movido de su sede en la plaza Vendôme, en una de las zonas más selectas de París, había sido totalmente remodelada durante los seis últimos meses y aquel era el gran día de la inauguración.
Desde la muerte de su padre, acaecida pocos años atrás, Daniel se había estado esforzando por adaptar la empresa al siglo xxi y sus esfuerzos finalmente habían empezado a dar fruto. Era todo un triunfo. El gran evento del año. Actores y actrices famosas se codeaban con políticos y magnates de la industria, mientras desfilaban los y las modelos más espectaculares del mundo exhibiendo tanto los últimos diseños como los más antiguos: desde el reloj de pulsera más innovador hasta la diadema de diamantes que lució Josefina Bonaparte.
Diamantes, rubíes, perlas, zafiros y esmeraldas engastadas en oro y platino refulgían en los cuerpos de las modelos, complementados con vestidos especialmente diseñados para destacar las joyas. El champán corría generosamente y los invitados eran obsequiados con deliciosos y artísticos canapés.
Adornaban las paredes fotografías enmarcadas en blanco y negro que representaban la historia de los Devilliers. El retrato al óleo de la esposa del fundador de la compañía ocupaba un lugar de privilegio, con una barroca diadema adornando su aparatoso peinado de su cabello castaño oscuro. El rostro, de una belleza altiva, poseía unos ojos de un gris singular. Los mismos aristocráticos rasgos que había terminado heredando Daniel, solo que en él estaban tallados en una implacable masculinidad. Pómulos salientes y una boca sorprendentemente sensual que contrastaba con los ojos profundamente hundidos y la mandíbula cuadrada. Pelo corto y oscuro y una alta y musculosa figura, imposible de pasar desapercibida.
De repente algo llamó su atención. Un vestido de satén negro, sin tirantes. Un relámpago de cabello leonado, recogido en lo alto. El fino dibujo de unos hombros desnudos, ligeramente dorados. Se encogió por dentro antes de que pudiera evitarlo. Quienquiera que fuera, había desaparecido detrás de una columna. No podía ser ella. El pulso le martilleaba en las venas de solo pensarlo.
Los recuerdos, vívidos y provocadores, asaltaron su mente. Una boca sensual. Ojos color verde claro. Mechones leonados en los que enredaba los dedos mientras se hundía cada vez más profundamente en ella… Y otros recuerdos, menos carnales. Un rostro lívido, enormes ojos enrojecidos por las lágrimas. Dolor. Un bloque de hielo dentro de su pecho, congelándole la sangre.
–«Probablemente haya sido mejor así. Los dos los sabemos».
–«Vete, Daniel. No quiero volver a verte en mi vida».
Sacudió la cabeza para ahuyentar aquellos desagradables recuerdos. Volvió a la realidad. El rumor del gran salón. La música del cuarteto de cuerda que había mandado traer de Viena. El pasado era el pasado. El futuro lo reclamaba y, mientras bajaba la ancha escalera curva, descubrió a la despampanante mujer que lo esperaba al pie. Ella le sonrió y todo fue suficientemente explícito. Él no se conmovió lo más mínimo. Perfecto.
Mia Forde sabía que no podía esconderse toda la noche en el cubículo del servicio. Se maldijo a sí misma. ¿Cómo podía haber pensado que sería una buena idea confrontarse nuevamente con Daniel en aquella elegante fiesta?
Conocía la respuesta y se sentía patética. Había esperado erróneamente que, cargada de maquillaje y vestida con aquella ropa tan elegante, le resultaría más fácil abordarlo y soportar luego su presencia. Error.
De hecho, mientras estuvieron juntos, su relación había sido la antítesis de aquel mundo tan sofisticado. Daniel nunca se había exhibido en público con ella, no al menos como lo había hecho con sus otras amantes. Ella no lo había querido así, por múltiples razones en las que no tenía tiempo para detenerse en aquel momento.
Un vigilante jurado estaba esperando fuera, encargado de vigilar el impresionante topacio amarillo, el collar de diamantes y los pendientes a juego que llevaba, ya que había conseguido que la contrataran como una de las modelos para lucir las joyas Devilliers durante la velada. Aspiró profundo y salió del cubículo al amplio lavabo, que afortunadamente estaba desierto. Se miró en el espejo y esbozó una mueca. Todavía estaba ruborizada por la sorpresa que se había llevado al ver a Daniel, de pie en la planta superior, contemplando el salón con sus helados ojos grises.
Por eso se había refugiado en el baño, temblando como una hoja. Lo cual resultaba patético, a la luz de todo lo que había sucedido durante aquellos dos últimos años. Era una mujer fuerte, perfectamente capaz de enfrentarse de nuevo con Daniel Devilliers. Había ido allí, de hecho, con la intención de soltarle un mensaje y retirarse después, con la cabeza bien alta.
El brillo de las joyas contrastaba de manera deliciosa con la sencillez de su vestido de satén negro. Los miles de euros que llevaba encima la dejaban fría, porque sabía que no eran más que simples piedras bonitas. Muertas por dentro. Como la relación que había tenido con Daniel. Oh, bueno, su relación había sido más bien tórrida, pero había carecido de alma, de profundidad.
En realidad, Daniel era la persona más adecuada para ejercer la profesión que había heredado. Todo fuego por fuera, pero helado por dentro. Por supuesto, él no tenía la culpa de ello. Desde el principio le había dejado claro que su relación no podía ser más que física, transitoria. Y ella había levantado muros tan altos para proteger su corazón que, cuando se desmoronaron, fue demasiado tarde. Por entonces no había ya relación alguna que salvar.
En aquel instante oyó voces acercándose y cuadró los hombros. Tenía que salir de allí y enfrentarse con él. La puerta se abrió de golpe y entraron dos mujeres en medio de una nube de perfume. Mia no pudo evitar escuchar su conversación.
–¿Lo viste allí arriba? Parecía un dios.
–Es el hombre más sexy del mundo.
–Y está divorciado. Lo leí en las revistas. Disponible de nuevo…
Sintió una punzada de dolor y de celos. Había llegado casi hasta la puerta cuando vibró el móvil que llevaba en su diminuto bolso. Solo podía ser una persona.
–¿Qué pasa, Simone? ¿Todo bien?
Algo le dijo su amiga que le heló la sangre en las venas.
–No te preocupes. Voy para allá ahora mismo.
Se guardó el móvil y salió rápidamente del baño, eclipsado todo pensamiento sobre Daniel Devilliers.
Daniel estaba haciendo la ronda de saludos de rigor. Reprimió un suspiro de frustración cuando vio la larga cola de gente que se había montado. Pero tenía que pensar en la importancia del éxito del público que acababa de conseguir. ¿Por qué no limitarse a disfrutarlo?
Se recordó también que si estaba haciendo aquello no era solamente por preservar el centenario legado de su familia, sino también por su hermana. La evocó entrando en el gran salón de niña, para contemplar maravillada tantas gemas y preguntar con reverencia:
–¿De verdad poseemos nosotros todo esto?
Ahuyentó aquel pensamiento. En realidad, estaba distraído, buscando con la mirada un destello de cabello leonado. No, no podía haber sido ella. Furioso consigo mismo por obcecarse tanto con un fantasma, pensó en la cantidad de mujeres bellas y deseables que lo rodeaban en aquel momento. Pero justo entonces se le acercó un empleado de seguridad para susurrarle al oído:
–Lamento molestarle, señor, pero ha ocurrido un incidente.
–¿Sí?
–Una mujer, una de las modelos, ha intentando llevarse sus joyas.
–Si la han detenido, ¿por qué habría de implicarme yo?
–La mujer sostiene que la conoce –explicó, incómodo– y que usted puede responder por ella.
–¿Dónde está?
–En la oficina de seguridad.
Contrariado, se dirigió a la parte delantera del salón. La puerta de la oficina de seguridad estaba camuflada detrás de un espejo. Otro vigilante esperaba allí.
–Lamento molestarle, señor. Está aquí.
El hombre le hizo pasar a una habitación forrada de monitores en los que se podía ver hasta el último rincón del salón. Daniel tardó unos segundos en acostumbrarse a la penumbra de la habitación, así que no vio de inmediato a la mujer que estaba de pie en el centro. Pero era ella. No era ningún fantasma. Mia Forde. La mujer a la que había esperado no volver a ver nunca.
Seguía siendo tan bella como recordaba. Más todavía, después de dos años. Había tenido veintiuno cuando se conocieron. Solo entonces se fijó en su vestido de satén negro, sin tirantes, con un escote que resaltaba sus senos. Todavía podía verlos en su recuerdo, grandes y erguidos. Sus tentadores pezones…
–¿Qué diablos estás haciendo aquí, Mia?
Se moría de ganas de echar a correr. La expresión de Daniel habría podido resultar cómica si no hubiera sido porque no tenía ninguna gana de reírse. Había visto en su rostro reconocimiento, sorpresa, incredulidad y, en aquel momento, una ardiente furia.
Incapaz de apartar la mirada de sus ojos, se dirigió al vigilante jurado que la había arrastrado hacia allí.
–¿Lo ve? Ya le dije que lo conocía.
–¿Qué estás haciendo aquí? –repitió Daniel, cruzándose de brazos–. ¿Se trata de una especie de broma?
–¿Broma, dices? ¿Crees acaso que no tenía otra cosa mejor que hacer un sábado por la noche que venir aquí?
Daniel bajó la mirada a las joyas que estaban sobre la mesa cercana, las mismas que ella había estado luciendo antes.
–¿Pretendías robar las joyas?
–Por supuesto que no. Es solo que… recibí una llamada de urgencia… y entré en pánico. Me olvidé de que las llevaba. No soy una ladrona.
–Ya. ¿Y cómo has logrado entrar?
–Pues porque me contrataron de modelo para esta noche. Sé que las cosas no fueron