Ontología política desde América Latina
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Ontología política desde América Latina - Carlos Andrés Duque Acosta
Pensar ontológico de la política:
apuntes para una ontología
política y la política ontológica
ISRAEL ARTURO ORREGO-ECHEVERRÍA
Si pensamos lo que implica el hecho de que un árbol floreciente se nos presente, de modo que nosotros podamos colocarnos frente a él, se impone que ante todo y finalmente no nos deshagamos del árbol en flor, sino que por fin lo dejamos estar allí donde está.
MARTIN HEIDEGGER
I
La categoría ontología política hace parte del ya amplio abanico de elaboradas terminologías que circulan con relación a los análisis sociales, culturales, antropológicos, filosóficos y sociales en América Latina. En las últimas décadas, la expresión ontología política ha venido a recoger los desarrollos teóricos y etnográficos de varios intelectuales y activistas sociales latinoamericanos (Escobar, 2016, 2017; De la Cadena, 2015; Biset, 2013; Blaser, 2013b; Viveiros de Castro, 2003) que, desde diversas perspectivas, cuestionan las ontologías dualistas, fundacionales y metafísicas, así como la sobredeterminación culturalista de los análisis y conflictos políticos, afirmando desde este horizonte la emergencia de ontologías políticas de la diferencia radical que invitan a re-pensar no solo la dimensión política de la ontología, sino también la ontología de la política.
Desde esta perspectiva, el uso de la categoría ontología política desplaza el campo de análisis de los conflictos sociales como fenómenos dados por la disputa de la representación de mundos, de los sentidos, de las interpretaciones culturales y de las creencias, enfatizando las formas, los modos y los actos en los que la sociedad define los seres existentes y la relaciones entre estos. Al respecto, me propongo brindar el marco de la reflexión filosófica que permite esta particular forma de comprender la ontología y, en relación con esta, la política misma.
Ahora bien, en una acepción menos delimitada del término, la categoría ontología política viene siendo empleada en varios sentidos y usos estratégicos, para dar cuenta, generalmente, de fenómenos políticos regionales, siendo lo ontológico un descriptor de las particularidades, tensiones y condiciones desde las que emergen ciertas prácticas políticas y sus respectivas articulaciones en campos específicos —el religioso, el de las diversidades sexuales o el de la política misma—. En este sentido, no es raro encontrar expresiones como ontología política del campo religioso
, ontología política de los discursos de la diversidad sexual
, entre otras. Estas expresiones, de suyo, parten de una comprensión dual de la relación ontología-política que subyace y sustenta la comprensión política y ontológica tradicional. En otros contextos de su uso, esta categoría parece hacer alusión a las formas de sedimentación y fijación del ejercicio de la política y su cerramiento institucional, así como a las formas ideológicas que en la política se actualiza en el devenir social. No faltan las comprensiones que oscilan entre el énfasis y subordinación de una de las binas del término. Por un lado, estas posturas suelen poner de relieve la prioridad de lo político, como constituyente de lo ontológico, siendo esto último la expresión y visibilización de aquello normalizado por vía del dominio del poder-saber. Por otro lado, se pone el acento en lo ontológico como constituyente del campo político[1], siendo este la puesta en práctica de lo iluminado por el ámbito del ser.
Ante estos múltiples acentos y, en muchos casos, usos estratégicos (para dar más peso a un determinado análisis, por esnobismo conceptual, por pedantería academicista, etc.), se hace necesario el horizonte del preguntar y del pensar filosófico que, ciertamente, tiene tanto de hondo como de modesto, y que no por ello es más simple que la performance de los adalides de la verdad. Este último es una performance que muchas veces ha acompañado el lugar de la reflexión filosófica a la sombra de la mirada sospechosa de sus críticos posmodernos y de aquellos relatos, tan acordes con las políticas educativas del continente, que vociferan la muerte de la filosofía.
La mirada filosófica que se propone de la ontología política no supone un cerramiento disciplinar, sino, al contrario, una apertura a posibilidades que irrumpen en lo dado —cosa real—, desde el preguntar posibilitador por el ser de lo existente, lo que ciertamente supone un ir más allá, o quizá más acá, de lo dado, pero en y desde lo dado mismo.
En otros términos, no se trata de caer en una metafísica que busca fundar lo real fuera de lo real mismo, sino que, en la pregunta ontológica, en el indagar por el ser de lo dado, se abre el horizonte del darse mismo. Esta apertura de horizonte posibilitada por la pregunta ontológica es, en palabras del filósofo alemán Martin Heidegger, "la pregunta fundamental, frente a la pregunta vigente de la filosofía por el ente (la pregunta conductora)" (2011, p. 24). Dicho de otra manera, la filosofía, en esta perspectiva, tiene una forma particular de preguntar-se por los entes que no le permite quedar-se en la cosa como lo meramente dado, sino que en el dar-se mismo de la cosa se pregunta por el se de aquel dar. Si se quiere, esta forma de hacer filosofía interroga por aquello que excede la presencia misma de la cosa dada y que no permite su simple descripción entitativa.
Esta manera particular de preguntar por las cosas, por los entes, pone en cuestión las formas de representación con las que cotidianamente, en el ámbito de la filosofía, se accede al mundo de los entes. Por ello, la aparente simplicidad de la pregunta ¿qué es la cosa? requiere de una serie de rodeos que no permiten pasar, sin más, a la descripción simple de su utilidad o disponibilidad en el mundo de la experiencia del sujeto, ni siquiera a las múltiples formas, sean estas racionales o no, de la representación. Ante esto, la filosofía muestra su poca utilidad y, en ello, su radicalidad para ser un pensamiento libre, no de supuestos ni de prejuicios —si tal cosa fuese posible—, sino de agendas particulares en un mundo ya habituado a la mera utilidad de los entes, del sujeto y del conocimiento mismo:
Acerca de esta pregunta ¿Qué es una cosa?
, se podría iniciar, por de pronto, una amplia conversación, aun antes de que esté realmente planteada. Estaría justificado en cierto sentido, ya que la filosofía está en una situación desfavorable cada vez que comienza. No así las ciencias; ellas siempre poseen, a partir del representar, del opinar y del pensar cotidiano, un acceso y un tránsito inmediato. Si se toma como única medida de las cosas el representar, entonces la filosofía será siempre un desvarío […] por el contrario, las exposiciones científicas pueden comenzar inmediatamente con la presentación de su objeto. La filosofía, al contrario, varía constantemente sus puntos de vista y sus planos. En ella, por eso, no sabe uno con frecuencia en qué se está. Para que esta confusión inevitable y a menudo saludable no se acentué demasiado, es necesaria una reflexión preliminar sobre aquello que debe ser preguntado. (Heidegger, 1975, p. 11)
Es justamente ese carácter preliminar del pensar filosófico el que abre el ámbito de lo esencial
desde el cual pensar una posible ontología política desde América Latina, que ya no puede ser objeto del conocimiento que emerge de la ciencia política, ni de ninguna otra ciencia, pues, como señala Heidegger en ¿Qué significa pensar? (2008), a propósito de la forma de filosofar de su tiempo, la ciencia en general y la ciencia histórica en particular nunca hacen ni pueden hacer objeto de su tematización a la historia