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Historia Gheridian Tres Mundos
Historia Gheridian Tres Mundos
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Libro electrónico217 páginas3 horas

Historia Gheridian Tres Mundos

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Tres mundos guiados por la fuerza de un planeta, la tierra.

Tres mundos tan iguales, pero al mismo tiempo tan diferentes.

Mi familia y yo tuvimos que cruzar tres mundos diferentes y experimentar los cambios políticos y sociales de pueblos que no se conectaban culturalmente para aprender que en ciertos aspectos la sociedad es la misma en todos los mundos. Con los cambios políticos hemos visto la miseria que la propaganda demagoga destruye la cultura histórica de los pueblos que han vivido libres por muchos años y que se han visto destruidos por guerras barriendo todas las muestras de sociedades que no se repetirán. Con los cambios sociales hemos visto y muchas veces experimentado la pobreza, la falta de medios en los pueblos para una vida mejor, la falta de medios para el desarrollo de la educación y sobre todo hemos visto el desarrollo del monopolio en las grandes corporaciones que encadena y destruye los sueños del pueblo para un futuro de paz. Yo, así como los miembros de mi familia, no podremos olvidar todos los caminos recorridos para reconocer las diferencias de los tres mundos que nos tocó cruzar. Con los cambios personales que obraron en mi forma de pensar, a través de los caminos que he recorrido que cubrieron las rutas que “tres mundos” diferentes me señalaron, a veces verdades y otras lo falso, lo que te hacen creer y al final, el desencanto de una verdad falsa, ilusoria. Si a eso lo llaman “destino”, yo lo he cubierto casi todo durante mi recorrido por los caminos que me ha señalado cada uno de mis mundos. Fueron sentimientos encontrados como tales el encuentro y desencuentro, ilusión y desilusión, amor y desamor, verdad y mentira, ganar y perder y por, sobre todo, seguir hasta la ruta final...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jun 2020
ISBN9781643344805
Historia Gheridian Tres Mundos

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    Historia Gheridian Tres Mundos - Maria Gheridian

    cover.jpg

    Historia Gheridian Tres Mundos

    Maria Gheridian

    Derechos de autor © 2020 Maria Gheridian

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING, INC.

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2020

    ISBN 978-1-64334-478-2 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-64334-480-5 (Versión electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Tabla de contenido

    Conventillo – La Boca – El Patio Balila – Los Comienzos

    Buenos Aires

    Transición a Puente Alsina

    Instituto Profesional-Teatro Armenio

    Teatro del Pueblo

    Ayudar A Los Necesitados- Generosidad

    El Peronismo

    Eva Perón, Evita

    Acciones del Peronismo

    El Viaje A Armenia- Pasaje Por Europa

    Europa

    Llegada a Yerevan

    Encuentro Con El Decano Harutiunian

    Los Cubanos

    Empezó Mi Trabajo Con Los Cubanos

    Instituto de Lenguas

    Problema Con Una Alumna

    Me Despiden Del Instituto

    Radio Moscú

    Visita De Tía

    Rubén y Beatriz Graduación

    Oficina de OVIR

    Encuentro Con Grigorian En Su Casa

    Consulado Argentino- Entramos A Las Oficinas De La KGB

    División De La Familia Año 1968

    Chapter 26

    Llegada a Boston

    Comienzo En Boston

    Ingreso A La Universidad De Massachusetts

    Problemas Raciales En Boston

    Transición a High School

    Prólogo

    Las experiencias de mi familia y propias, en especial, nos han unido siempre con lazos muy fuertes. A pesar de la distancia, aquellas nos llevaron a encontrarnos con tres mil años de historia. A menudo me pregunto el motivo por el cual yo, tuve la necesidad de contar la nuestra a través de mis experiencias.

    Era un sábado frío del mes de agosto, cuando durante la acostumbrada merienda familiar mi padre nos anunció que su esposa, su madre y él habían decidido irse a vivir a Armenia y mirándonos a los ojos prosiguió:

    —¡El que quiere acompañarnos es bienvenido!

    Entonces, nos miramos los unos a los otros como midiendo la respuesta que seguiría al anuncio y, todos, casi al unísono, expresamos nuestros deseos de unirnos a ellos. Así, se afianzaba una vez más, la fuerza de nuestra unión familiar. La decisión tomada significaba para nosotros, los hijos, dejar la tierra donde nacimos y crecimos, alejarnos de los lugares donde fuimos felices. Nos causaba curiosidad pensar en la aventura en la que ya nos estábamos embarcando... ¿Sería realmente curiosidad? Tal vez.

    Después del anuncio de nuestros padres, el tema fue constante, así como las preguntas, es especial la siguiente: ¿cómo será Armenia?... Un país que ha sufrido invasiones enemigas de los romanos, los mongoles y por último la invasión de las fuerzas otomanas quienes, como consecuencia anexaron gran parte del territorio armenio a los suyos. Nuestro entusiasmo y romanticismo llegaba a tal extremo que, en el proceso, no nos dimos tiempo en pensar que Armenia estaba bajo el poder de un régimen político social totalmente opuesto al cual estábamos acostumbrados, bajo el poder de la, entonces, Unión Soviética.

    En nuestro hogar, el centro de las conversaciones era siempre el tan esperado viaje y todo relacionado con los preparativos del mismo. Nuestro padre era feliz al ver a sus hijos tan unidos, deseosos de poder aportar al desarrollo de un país tan empobrecido como Armenia. De esa manera pasaban nuestros días, tratando de conocer más sobre Armenia y su gente. Era un sábado más cuando, sintiéndose mal, papá le pidió a mamá que le preparara un té. Fue Beatriz quien al pasar por el patio vio la puerta de la habitación abierta y sin pensar más, comentó:

    —¿Hace tanto calor que papá está sentado en el suelo cerca de la mesita de luz?

    Sin embargo, cuando mamá entró vio a papá en el suelo, inerte. Los médicos no pudieron hacer nada, pues ya era tarde. Papá había sufrido un infarto. Con llantos de dolor ante la irremediable pérdida, nuestro mundo se había derrumbado. ¿Qué debíamos hacer ahora? ¿Con qué palabras debíamos de consolar a mamá? No obstante, en ese momento y ante la dolorosa realidad, la fuerza de nuestra unión familiar se puso en evidencia una vez más. Mostramos nuestra lealtad al convertir en realidad los sueños de nuestro fallecido padre, y así fue que juramos ante el cuerpo inerte, cumplir con su deseo de ir a vivir a Armenia. Seis meses después de su muerte, emprendimos un viaje hacia lo desconocido, así como se lo habíamos prometido a nuestro padre.

    Elena y Juan el dia de su casamiento

    Maria en 1964/Yerevan, Armenia

    Argentina

    Conventillo – La Boca – El Patio Balila – Los Comienzos

    Era el 26 de agosto de 1929 cuando, a pesar del frío invernal en Buenos Aires, un llanto infantil llenaba de calor y luz la humilde casa de Juan Hovannes y Elena Yeranuhi. Con el nacimiento de la niña, llegaba al mundo yo, la primera niña después de dos varones. Me pusieron de nombre María, en honor a mi abuela paterna, a quien nunca llegaría a conocer pues ella nunca llegaría a la tierra. Así como lo hicieron su hijo Juan y su hija Mariam. Ellos tres, entre otros cientos de sobrevivientes del genocidio de abril de 1915, llevaban consigo sueños por cumplir. Entre ellos se encontraban también una señora y su hija, una adolescente que más adelante sería la señora de Gheridian. Ellas dos estaban acurrucadas y silenciosas en un rincón de la borda del barco con la mirada de sus ojos perdidos en el silencioso confín del horizonte Atlántico. Así, yendo hacia lo desconocido y abrazando cada una un pequeño y raído bulto dentro del cual, tal vez, llevaban, con algunas pertenencias algunos de sus sueños perdidos en las ensangrentadas arenas del desierto turco. La madre Yeter y su hija Elena, quién todavía no entendía el porqué de todo lo que les estaba sucediendo. Llevaban en sus rostros las marcas del dolor sufrido no hacía mucho tiempo.

    Juan, Mariam y su madre tuvieron la oportunidad de embarcar en el mismo barco francés que los llevaría desde un antiguo puerto de Aleppo en Siria, hacia un país desconocido y lejano en América del Sur. Como inmigrantes, todos los sobrevivientes viajaban en las peores condiciones, pero, eso era preferible a exponerse a perder sus vidas en una guerra que ellos no habían provocado. Como consecuencia de las malas condiciones que el barco ofrecía, muchos de los viajeros se enfermaron. Así sucedió que la madre de Juan y Mariam se enfermó con una infección intestinal de la cual no pudo salir provocándole la muerte. Como se acostumbraba en esos tiempos, los cuerpos de los que morían en alta mar eran lanzados al Océano. Al dolor de todo lo perdido se agregaba la dolorosa pérdida de su madre. Y así fue como los hermanos Juan y Mariam, su hermana mayor, llegaron solos, sin familia, a la tierra nueva donde su suerte cambiaría hacia una vida de paz y éxito en Buenos Aires, en la ciudad capital de la misma Argentina. Allí, donde se formaría la familia Gheridian.

    Juan, un muchacho de 19 años, alto, delgado con un carácter alegre y gentil se ganaba la simpatía de todos los que lo conocían. En el viejo mundo, en el campamento de refugiados armenios en Aleppo, Siria, mientras esperaban la oportunidad de embarcarse para empezar una nueva vida en otro lugar, su hermana le aconsejó que aprendiera un oficio, ya que por culpa de la guerra no había tenido la oportunidad de poder estudiar. Se puso de aprendiz con un maestro que fabricaba zapatos finos hechos a mano. Así, con un bagaje de sueños y muchas esperanzas llegaron Juan y Mariam al puerto de Buenos Aires, donde una organización de beneficencia los recibió y los acomodó en un cuarto sin más que lo necesario para dormir y tener un lugar en uno de los conventillos del barrio de la Boca, no lejos del puerto de Buenos Aires.

    Se llamaban conventillos a los lugares donde las construcciones eran de chapa sin las condiciones más primitivas. Ahí se alquilaban habitaciones a las familias pobres y a los inmigrantes recién llegados. Estos conventillos que, generalmente estaban cerca del puerto, se componían de un patio grande rodeado de habitaciones para alquilar. En la parte izquierda había una escalera de madera vieja e insegura que daba acceso al piso de arriba donde también había cuartos para alquilar con las mismas condiciones. En la esquina derecha del patio estaba el fregadero donde los inquilinos lavaban sus ropas y a continuación, extendían una cuerda provisional en algún lugar cercano al fregadero hasta que esa ropa lavada se secara. Opuesto al fregadero había un solo baño comunitario, también hecho de chapas del que se servían sin distinción todos los habitantes del lugar. Era bastante difícil hacer uso del mismo. En muchas de las habitaciones que rodeaban el patio, vivían hombres solos que llegaban a la capital por trabajo temporario. Casi siempre eran jornaleros que llegaban de los países del norte como Perú, Bolivia y Paraguay. Ahí, en el mismo conventillo de la Boca, conocido como el patio Balila, fueron alojados también algunos de los inmigrantes armenios que iban llegando.

    Los fines de semana, cuando los jornaleros se reunían a tomar, se oían las melodías de sus pueblos, un tipo de música folclórica que los armenios que vivían ahí no reconocían, pero que era agradable oír bajo el sonido de las tristes melodías que salían de sus guitarras y arpas. Hoy el patio Balila ya no existe; en su lugar, en el barrio de la Boca, se han construido edificios modernos de varios pisos. También fue un conventillo el pequeño lugar que hoy se llama Caminito, donde se encuentran casas de chapa con pequeñas ventanas vestidas de fiesta con colores brillantes, que todavía están habitadas por la gente del lugar. Allí todo se conserva como era antes, pues el lugar está preparado para el turismo. En el lugar, todos los que sabían hacerlo bailaban el tango porteño, siguiendo el ritmo de la música del bandoneón causando la admiración de unos y el asombro de otros, mientras dibujaban con los movimientos de sus pies... Y que aún dibujan los que saben la complicada coreografía del mismo sobre el empedrado irregular del pequeño espacio. Ahí mismo es donde los artistas del lugar exhiben sus obras de arte con motivos tangueros también para el turismo. En una esquina, a la izquierda, todavía se conserva el antiguo y pequeño negocio de regalos con motivos porteños. A la izquierda, sobre el riachuelo, sigue en pie el viejo puente Brown que sirve de cruce desde la capital; porque el barrio de la Boca es limítrofe con la capital y la provincia. Recuerdo que todos los domingos, papá llevaba a mis hermanos mayores a los baldíos del lugar a sentarse en las graderías temporales para ver los partidos de fútbol de los equipos juveniles. Para completar el domingo le compraba a cada uno un sándwich de chorizo, el cual comían con gusto mientras regresaban a casa cruzando el puente.

    Con el pasar del tiempo algunos inmigrantes armenios se fueron acomodando en lugares más confortables de acuerdo a lo que estaba predispuesto por el gobierno. Otros se mudaron a lugares donde se sentían más a gusto. En cuanto a Yeter y Elena, ellas fueron acomodadas en un cuarto en el conventillo del patio Balila donde empezarían su nueva vida. Durante la guerra, Elena había estado internada en un orfanato donde aprendió inglés, lo que le facilitó el aprendizaje del castellano que usaba para ayudar como traductora a aquellos que tenían dificultad de hacerse entender en el nuevo idioma. No pasó mucho tiempo cuando ella empezó a trabajar en la Fabrica Argentina de Alpargatas como operadora de las máquinas de hilandería. Ella era una muchachita muy seria, poco habladora y muy trabajadora. Su mamá, Yeter, empezó a trabajar en la misma fábrica como obrera de limpieza. De estatura mediana y muy delgada, Elena llamaba la atención de quienes la conocían. Era una joven linda e inteligente y aprendía todo lo que le enseñaban en su trabajo. Al enterarse de su conocimiento en el idioma inglés, la dirección de la fábrica le ofreció a Elena trabajar en las oficinas de la compañía; sin embargo, ella rechazó la oferta, temerosa de trabajar en un lugar rodeada de hombres desconocidos. Entonces siguió allí, entre las máquinas de hilanderías de la fábrica de alpargatas, más o menos unos dos o tres años más, hasta que se casó.

    Juan empezó a coser, cada vez más, mejores zapatos; tanto que se ganó la reputación entre la gente adinerada, quienes se hacían coser los suyos a medida. El muchacho ya había cumplido la mayoría de edad y su hermana pensaba que era tiempo de formar una familia. De acuerdo a las costumbres antiguas, donde los padres elegían a la novia de sus hijos, Mariam le sugirió a su hermano, elegir alguna de las jóvenes solteras candidatas para casarse y formar una familia. Por otro lado, Yeter, mi abuela, estaba muy preocupada sobre la seguridad física de su hija. Elena operaba, al mismo tiempo, varias de las enormes máquinas de la hilandería que en los años veinte y treinta todavía se manejaban a mano. Eran enormes y manipuladas generalmente por mujeres jóvenes. Mientras Elena iba creciendo, esta se iba transformando en una joven que llamaba la atención entre los candidatos solteros de la comunidad armenia. Yeter, dejando de lado la costumbre tradicional y ante la insistencia de su madre, la muchacha opta por el más joven de todos los pretendientes. Con rubor en sus mejillas y en voz muy baja lo elige a Juan como su futuro marido causando la desilusión de todos los demás pretendientes que fueron rechazados.

    De todos los pretendientes, Juan era el más joven y el más simpático, además de ser el que prometía un futuro más brillante. Él tenía un oficio que le aseguraba un futuro exitoso al formar una familia. A Mariam le hizo muy feliz que Elena se decidiera por su hermano. Luego de un corto noviazgo, se anunció el casamiento de Juan y Elena. Entonces, la joven novia deja su trabajo en la fábrica. Ese día ella aparece etérea, toda vestida de blanco yendo al altar, calzando sus zapatos de seda blancos, el ramo de rosas en una mano y del brazo de su futuro marido. Él estaba tan elegantemente vestido con su traje negro que llamó la atención de todos los presentes pues no muchos habían podido, con su trabajo, obtener una condición económica como para poder realizar una boda tan bonita. Elena y su madre, Yeter, pasarían a ser parte de la familia de Juan y Mariam. Como regalo de su compromiso matrimonial, Juan compró un reloj de pared que, con sus campanazos marcaría las horas de cada día de la nueva familia y también, el comienzo de una vida en común para Elena y él y, por los felices años venideros. El reloj encontró su lugar en la pared principal del comedor. Ese reloj llegó a ser un estandarte muy importante para la familia pues fue y sigue siendo, hasta el presente, testigo de todos los hechos que han tocado la vida de los miembros de la familia Gheridian como la enfermedad de la abuelita Yeter, culminando más tarde, en su fallecimiento.

    La pérdida del primer miembro de la familia causó un gran dolor por todo lo que la abuelita significaba, pero, ante su pérdida, Elena, dentro de su gran dolor, se sintió huérfana a pesar de estar rodeada por su esposo y su cuñada, Mariam. Esto sucedía en el año 1946. Ya estábamos viviendo en Puente Alsina. La noticia de la muerte de Yeter fue dada por Elena a su hermana mayor, quien vivía en Boston, Estados Unidos; la cual había formado una familia en ese país. Uno de los sueños de Yeter era llegar a ver a su hija mayor pero el destino no le permitió cumplir con ese sueño. En cambio, ella adoraba a sus nietos, quienes habían nacido bajo el mismo techo en Buenos Aires, especialmente adoraba a Manuel quien llevaba el nombre de su esposo muerto en el genocidio. Recuerdo que papá castigaba a Manuel cada vez que hacía una travesura y la abuelita lo defendía pidiendo a papá que no lo castigara, que se portaría bien en el futuro; no obstante, eso no sucedía pues Manuel tenía una personalidad muy inquieta. Era muy curioso de todo lo que lo rodeaba y a veces no medía las consecuencias de sus travesuras.

    El trabajo de Juan era muy próspero. Además de coser zapatos a medida, empezó a hacer compostura agrandando su negocio. Compró una máquina industrial para coser zapatos y todos los demás elementos que eran importantes para agrandar la zapatería. La joven pareja, juntamente con los demás miembros de la familia, eran el ejemplo de la felicidad y la convivencia, a pesar

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