La Biblia de los Caídos. Tomo 2 del testamento de Mad
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Yo tardé incontables eones en comprender cuál era mi destino. Aunque mi edad no es comparable a la de nadie, pues estuve en el inicio y estaré en el final, tendría que equipararme a un hombre adulto, quizás un anciano, cuando al fin entendí cuál era mi propósito.
No imagino qué habría sido de mí si alguien me hubiera revelado ese propósito cuando solo era un adolescente, uno que acababa de matar a sus hermanos. Enfrentarse a su destino era una prueba complicada en el caso de Mad, en especial porque era otra persona la que lo había decidido por él.
Asistí con mucho interés a la reacción de Mad cuando supo lo que Padre había planeado para él, y enseguida tuve claro que lo incluiría en estas crónicas.
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Comentarios para La Biblia de los Caídos. Tomo 2 del testamento de Mad
4 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Exelente, sigue el hilo de la historia y en definitiva MAD es de mis personajes favoritos.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5como siempre engancha se te hace corto y te deja con muchas ganas de mas
Vista previa del libro
La Biblia de los Caídos. Tomo 2 del testamento de Mad - Fernando Trujillo
LA BIBLIA DE LOS CAÍDOS
TOMO 2 DEL TESTAMENTO DE MAD
SMASHWORDS EDITION
Copyright © 2022 Fernando Trujillo
Copyright © 2022 El desván de Tedd y Todd
Edición y corrección
Nieves García Bautista
Diseño de portada
El desván de Tedd y Todd
LA BIBLIA DE LOS CAÍDOS EN FORMATO IMPRESO
La saga de La Biblia de los Caídos está siendo publicada en formato impreso por la editorial Panamericana.
Actualmente, diciembre 2022, la editorial ha publicado los ocho primeros libros de la saga.
SOBRE EL TOMO 2 DEL TESTAMENTO DE MAD
Yo tardé eones en comprender cuál era mi destino. Aunque mi edad no es comparable a la de nadie -pues estuve en el inicio y estaré en el final-, estimo que sería equiparable a la de un hombre adulto, quizás un anciano, cuando al fin entendí la razón de mi existencia.
No imagino qué habría sido de mí si alguien me hubiera revelado mi propósito siendo solo un adolescente y acabara de matar a mis hermanos, como le ocurrió a Mad. Enfrentarse a su destino era una prueba complicada para el joven mago, en especial porque era otra persona la que lo había decidido por él.
Asistí con mucho interés a la reacción de Mad cuando supo el lugar que Padre le había reservado en el futuro, y enseguida tuve claro que lo incluiría en estas crónicas.
Ramsey.
Nota: Con el fin de evitar confusiones a la hora de leer estas crónicas, paso a detallar el orden de lectura correcto, la lista de tomos completa hasta la fecha:
-La Biblia de los Caídos. (Tomo 0)
-Tomo 1 del testamento de Sombra.
-Tomo 1 del testamento del Gris.
-Tomo 1 del testamento de Mad.
-Tomo 1 del testamento de Nilia.
-Tomo 2 del testamento del Gris.
-Primera plegaria del testamento del Gris.
-Tomo 2 del testamento de Sombra.
-Tomo 2 del testamento de Mad.
-Tomo 3 de los testamentos del Gris y de Sombra.
Alterar ese orden solo puede desembocar en mayor confusión y en una comprensión más pobre de cuanto se relata en esta historia.
Hecha la oportuna advertencia sobre el orden de los tomos, la elección es vuestra.
No era extraño encontrarse una cabeza arrancada y un cuerpo despedazado de cuando en cuando. Pero el cadáver de aquel sabueso era diferente. Mu se agachó con cuidado de no pisar los restos, con las pupilas dilatadas al máximo. Observó que los colmillos estaban rotos y astillados y las cuencas de los ojos vacías. El cuerpo, desperdigado en varios pedazos sanguinolentos, era casi irreconocible. El pelaje sucio se mezclaba con la sangre y los fluidos corporales.
Mu aguzó los sentidos. No advirtió presencia alguna en la galería subterránea. Eso le dio una pista y se centró de nuevo en el cadáver desmembrado. No era un sabueso grande, como había supuesto en un principio. Eran varios cuerpos, seguramente tres, tan troceados que costaría unirlos en un todo coherente. El mago estuvo seguro de que había dos cabezas más sepultadas entre aquel montón de carne, pelo, sangre y la porquería habitual de las cloacas. Por eso no notaba más presencias. Los habían matado a los tres y aquello era muy extraño.
Los sabuesos a veces enloquecían y destripaban a uno de los suyos, y se lo comían. En esas ocasiones no dejaban apenas restos. Es lo que tiene el hambre. Pero que hubieran despedazado a tres… Y que nadie se los comiera… De aquel modo tan brutal…
Había pasado mucho desde la última vez que el clan fuera atacado, tanto que Mu se dio cuenta de que habían dado por sentado que estaban a salvo. Un error. Aquel último ataque que sufrieron hacía tiempo fue debido a otro clan de magos que no los consideraba… dignos. Mu era un aprendiz por aquel entonces, y no participó en la lucha, le protegieron como a todos los gemelos, pero llegó a presenciar una batalla cuando los magos invasores lograron romper el perímetro. Jamás se había sentido tan excitado. Los magos de Padre repelieron el ataque demostrando una fuerza mucho mayor que la de sus adversarios, superiores en número. Mu contempló admirado un despliegue de runas y acrobacias que le inspiraron para después convertirse en el mejor mago del mundo.
El sector de las cloacas en el que se encontraba no contaba con runas de vigilancia ni de protección porque los sabuesos campaban a sus anchas y no paraban de activarlas. Los atacantes sabían lo que hacían y habían preferido matar a los sabuesos para no alertar a los magos, neutralizando a la vez las runas de protección del resto de los sectores que rodeaban el complejo del clan de magos de Padre.
Mu se agachó y pintó una runa de comunicación en el suelo, pero con su alma, nada de estacas ni ingredientes, para que el mago de guardia le reconociera y estableciera contacto. Un método imposible de falsear.
Al tercer intento se convenció de que no le contestarían. Ya debían de estar bajo ataque, puede que el mago de guardia hubiera muerto.
Padre acomodó sus viejos y desgastados huesos en el sillón, se hundió en un cojín mullido y suspiró. Erik mantuvo la postura erguida y majestuosa.
—Ya no puedo apoyarte —dijo con algo de pesar el joven mago—. La situación es demasiado complicada y no cumpliste con tu parte del acuerdo.
—El chico volverá a mí —aseguró Padre.
—Tal vez, pero por el momento lo has perdido y acordamos que yo tendría ocasión de conocerlo si esperabas mi apoyo ante el resto de los clanes de magos.
—No lo he perdido. Sé perfectamente dónde…
—Eso no importa —le cortó Erik. Padre guardó silencio ante el único mago a quien respetaba tanto como para no interrumpirlo—. No pretendo que comprendas la infinidad de presiones políticas a las que estoy sometido ni las responsabilidades tan grandes que he tenido que asumir. No te daré mi apoyo a ciegas, Padre, no lo haría por nadie. Si el chico no está aquí, no es mi culpa. Bastante he hecho viniendo a tu casa y dedicándote mi tiempo.
Padre no conocía los detalles de las tensiones políticas a las que se refería Erik, pero sabía lo suficiente para entender que debía de haber pocas personas en el mundo entero más ocupadas que el mago que tenía delante, por lo que sí agradecía el tiempo concedido.
—Hace mucho que me aparté de la política —convino Padre—. Pero lo habitual es que haya solo dos bandos realmente relevantes, no más. Si ahora estás bajo presión, solo puede significar que los partidarios de conquistar a los menores han ganado fuerza. Seguro que puedes contenerlos, Erik, porque no me creo que hayas cambiado tanto como para estar a su favor.
El joven Erik alzó la barbilla, pensativo.
—He llegado a considerar su postura con seriedad —anunció. Un escalofrío trepó por la espalda de Padre, que no podía creer lo que acababa de escuchar—. Me negué durante mucho tiempo a una guerra contra los menores, pero ahora… No sé…
—Sí lo sabes —dijo Padre—. Es un error.
—No digo que sea partidario, pero no me produce tanto rechazo. Digamos, que es el plan B. El plan A sigue siendo Amamake y continúa en marcha, pero no cumples con lo pactado, Padre, y no vamos a renunciar a nuestro destino. El resto de razas empiezan a ser conscientes de nuestra fuerza. No pasará mucho hasta que eso sea tan evidente que se unirán contra nosotros por pura supervivencia.
—Todavía falta para tal extremo. Se han dado cuenta de que hemos reunido un número inusualmente grande de magos en Madrid, pero no tienen ni idea de por qué. Nunca temerían que iniciáramos una guerra desde un país que ni siquiera es una potencia militar reconocida en el mundo. Tenemos tiempo. Someter a los menores sí precipitará que nos vean como a los vampiros, alzándonos en el poder, y se unan contra nosotros.
—Controlando a los menores dominaríamos las otras razas. Ni vampiros ni licántropos podrían convertirlos para aumentar su número. Llevamos esperando siglos nuestro momento. Y ese momento ha llegado.
Padre advirtió una chispa de impaciencia en Erik, tal vez ambición. Era inevitable, supuso. El destino de Erik era gobernar el mundo y estar tan cerca afectaba incluso al mago mejor preparado de todos. El propio Padre tenía que dominarse cuando pensaba en la etapa que estaban a punto de emprender.
En la era posterior a que los vampiros perdieran el poder por la intervención de los ángeles, los licántropos debieron asumir el control, pero prefirieron mantenerse al margen y ocuparse de sus asuntos, dejando un espacio libre que había permanecido vacío demasiado tiempo. Los magos fueron cautos, se organizaron, tuvieron paciencia, comenzaron a buscar a los suyos y a rescatarlos de los menores, haciéndoles saber quiénes eran en realidad. Aquella búsqueda llevó mucho tiempo, siglos. Llevo más tiempo aún controlar las guerras entre las diferentes familias. Pero se llegó a un punto en el que los magos fueron conscientes de su destino común. Y comenzaron a trabajar en el inicio de su imperio sobre todos los demás, que tendría su origen en una runa muy concreta, elaborada a partir de varias páginas de La Biblia de los Caídos, que los magos obtuvieron en el transcurso de su historia: la runa llamada Amamake. El diseño se había completado hacía muy poco, menos de dos años. Los magos estaban preparados por fin. Tan solo necesitaban al candidato adecuado para activar la runa. Y ese mago era Mad.
Por desgracia, Padre era el único que creía en el chico. Erik estaba dispuesto a darle una oportunidad de demostrarlo, que no era poco, considerando que el clan de Padre no estaba bien visto entre los magos debido a sus discutidas prácticas para unir las almas de los hermanos. Para los magos era una aberración jugar con las almas de aquel modo. Padre se defendía alegando que las almas no se fundían en una, era una sola que estaba dividida. Sostenía que curaba a magos que por un capricho genético habían nacido fragmentados.
Pero ahora, si los magos abandonaban el plan original y elegían someter a los menores como primer paso para lograr su destino, Mad no sería necesario. El clan entero de Padre sería prescindible, dado que eran poco numerosos, insignificantes en una guerra.
—Los ángeles no nos permitirán someter a los menores —le recordó Padre—. Dejaron muy claro a los vampiros que no tolerarían que ninguna raza se alzara sobre las demás.
—Tampoco iban a permitir que mataran a uno de los suyos y sucedió. Ni creo que entrara en sus planes que existiera una criatura sin alma. Los ángeles están en apuros. Y ni siquiera nosotros mismos pensamos llegar tan lejos. Los vampiros apenas tienen influencia. Los licántropos carecen de ambición… Es el momento. Lo percibo… ¿Tú no?
—¿Qué hay de los brujos?
Antes de que Erik pudiera responder, una runa se iluminó en la mesa sobre la que descansaban los brazos de Padre.
—¿Problemas? —preguntó Erik, molesto por la interrupción.
—En absoluto —contestó Padre—. Solo es Mu con alguna comunicación rutinaria. Si me permites un momento…
Padre repasó la runa, que era de alarma. Cortó la comunicación para evitar que Mu informara delante de Erik.
—¿Todo en orden? —insistió Erik,
Padre desconocía la naturaleza de la alarma, pero Mu no se alteraría sin motivo, de modo que había un problema. Tuvo un mal presentimiento en cuanto cruzó la mirada con Erik. No podía ser una coincidencia que saltaran las alarmas cuando Erik lo visitaba para decirle que ya no eran necesarios, ni su clan ni Mad, porque estaba valorando cambiar la estrategia general de los magos.
—Todo en orden —mintió con naturalidad.
Sus viejos dedos se deslizaron con agilidad por debajo de la mesa mientras repasaban una runa que activaba una alarma silenciosa en todo el complejo.
Mu revisó cada runa de su armadura a fin de asegurarse de que estaba preparado para el combate. Aun sin encontrar el menor fallo, reforzó las runas de las piernas. Muchos magos preferían centrarse en el torso o en los brazos, Mu no. Las piernas eran la base del movimiento y una buena patada resultaba más efectiva que diez puñetazos directos.
Además, Mu había cambiado su dieta y su metabolismo y su musculatura se había desarrollado de manera espectacular. Siempre se había centrado un poco más en la agilidad y en los reflejos que en la fuerza, pero eso había cambiado. Amamake requería fuerza pura más que nada y Mu había moldeado su cuerpo acorde a ese fin, sostener la runa más importante que hubieran diseñado jamás los magos. En el fondo estaba contento de poder probar su nuevo cuerpo contra algún adversario decente.
Sus sospechas se confirmaron al encontrar un charco de sangre. Se hallaba en una gruta alejada de cualquier antigua galería que condujera a la zona del metro de los menores, una zona que solo debían conocer los magos. Para empeorarlo todo, la entrada más cercana al complejo era secundaria, una que apenas se empleaba, poco protegida, un objetivo que escogería alguien que los conociera y hubiera estado allí antes.
Consideró intentar contactar de nuevo con Padre, pero entonces vio el cuerpo tirado en el suelo. Mu se agachó y lo examinó a toda prisa. Su respiración era débil, su pulso apenas perceptible. Tenía las dos piernas rotas y probablemente algo más. No podía detenerse a realizar un examen completo, pero era un milagro que permaneciera aún con vida. Mu conocía a aquel mago. Era bueno, fuerte, un luchador admirable en cuyas manos pondría su propia vida sin dudarlo. Lo cargó sobre el hombro izquierdo. El mago gimió, aunque no llegó a abrir los ojos.
Mu estaba preparado para dejarlo caer a la menor señal de peligro. Debía disponer de libertad de movimientos para enfrentarse a sus enemigos o terminaría también en el suelo con varios huesos rotos, o algo peor.
Se detuvo ante el rastro de una runa en el suelo, se agachó con cuidado de mantener el equilibrio con el mago herido sobre su hombro. Un rápido examen le reveló que se había equivocado en su primera impresión. Las grietas que recorrían el suelo no eran resultado de una runa, sino de un fuerte impacto, uno demoledor. Algo había destrozado el suelo en aquel punto, originando una telaraña de grietas que se extendía varios metros alrededor. Un golpe capaz de romper la roca de aquel modo debería haber hundido el suelo, tal vez originando un pequeño cráter; sin embargo, no había ningún agujero, ninguna hondonada. Extraño… Debía de tratarse de algún arma reforzada con runas, pero no imaginaba cuál. Nadie podía medirse con un mago en fuerza física, de modo que allí había algo más que fuerza bruta.
Aquel golpe no lo había realizado ningún mago.
—Lamento profundamente la deriva que están tomando los magos —dijo Padre con pesar—. No me daré por vencido, incluso sin tu apoyo, ya que eso has decidido.
Erik lo miró, molesto.
—Yo no he dicho…
—Si decides conquistar a los menores sin dar una oportunidad a Amamake… No lo habría esperado de ti. Pero en realidad no me importa.
Erik endureció el rostro. Padre sostuvo su mirada. Erik no estaba acostumbrado a que otro mago lo cuestionara o se dirigiera a él sin el máximo respeto.
—¿Una rabieta? —preguntó Erik—. ¿A tu edad? Te recuerdo que…
—Estás en mi casa, Erik —le cortó Padre—. No necesito que nadie me recuerde nada. Al parecer eres tú quien ha olvidado el destino de los magos. ¿Por qué? ¿Porque Mad no está aquí para que lo examines? Por eso no se echa a perder todo. ¿Qué me ocultas?
Era el momento de comprobar si acababa de condenar a su clan con su actitud desafiante o todavía podía hacer entrar en razón a Erik.
—Padre… —Erik se contuvo con dificultad—. Intento protegerte, aunque no lo creas. Sabes que soy el único mago que no está en tu contra. Si eso cambiara…
—Cambiará. En cuanto vean de lo que Mad es capaz. Entonces todos me darán su apoyo porque nadie se atreverá a negar lo evidente.
—¿Tan seguro estás de él?
—Sin duda.
—¿Apostarías tu vida?
—Ya lo he hecho.
Erik vaciló un instante.
—Explícate.
—Mad me matará —aseguró Padre con normalidad—. Es inevitable. Solo espero poder ver cómo antes termina lo que los magos comenzamos hace siglos. Si Mad no es el indicado…, digamos que mi vida habrá sido muy triste.
—Se rumorea que puedes controlar a todos los miembros de tu familia.
—Mad romperá ese control. No se puede someter a alguien tan fuerte indefinidamente. No temas, sabía lo que hacía. Está todo previsto.
—No lo parece —suspiró Erik—. ¿Y qué hay de la vida del chico? ¿La arriesgarás?
—¿Alguien quiere matarlo?
—Amamake lo hará. Si falla… No es una suposición. Han muerto ya treinta y dos magos intentando soportar el peso de esa runa. Eso es lo que te había ocultado.
—Y por eso quieren conquistar a los menores... Se equivocan. No lo ves, Erik, esto es bueno. Les devolveremos a todos la fe y la confianza en nosotros mismos.
—O destruiremos la esperanza si fracasamos de nuevo. No puedes estar seguro de…
—Lo estoy. Igual que tú. Por eso estás aquí. Quieres creer. Y haces bien, Erik. Ese chico lo logrará. Lo he preparado a conciencia. Solo necesito afinarlo un poco más, dejarle que se acostumbre a su nuevo ser. Eso es todo.
Erik podía esconder sus emociones cuando quería. En esta ocasión dejó traslucir que en efecto deseaba creer que Mad sujetaría la runa que habían tardado tanto en diseñar, que tantos estudios había requerido y que tantos ingredientes necesitaría para su funcionamiento. Después de todo, no era partidario de la locura de atacar a los menores. Aunque tenía sus reservas. Seguramente le apoyaría, pero no gratis, no de manera incondicional.
Padre se dio cuenta de que Erik no estaba en su contra, por lo que se preguntó qué amenaza podría haber detectado Mu cuando trató de comunicarse con él. No eran magos, eso seguro, o Erik estaría involucrado.
—Supongamos que cuanto has dicho es cierto —sugirió Erik—. ¿Cómo evitarás que Mad te mate y se niegue a participar en nuestro proyecto?
—Esos rumores a los que aludías son ciertos. Controlo a mis magos, Erik —aseguró Padre—. Solo que no todos los controles se ejercen a base de runas e intimidación. De hecho, esos son los más rudimentarios. Con Mad solo cuento con un modo de mantenerlo bajo control a largo plazo. Le diré la verdad.
—Es solo un crío. Tal vez sea fuerte, pero emocionalmente…
—Inestable. Muy inestable, pero lo soportará.
—Tal vez no te crea.
—Nadie podría inventarse algo semejante. Cuando le hable de Amamake, entenderá la grandeza de nuestro destino. Ningún mago puede resistirse a eso. ¿No es la única causa de que ya no haya guerras entre nosotros desde hace siglos? Mad no es diferente en ese sentido. La verdad le hará libre, aunque él no lo sepa.
Mu no apreció defectos estructurales mientras avanzaba por el comedor principal de los estudiantes. No era un experto, pero las runas que purificaban el aire, y que serían un objetivo prioritario para un enemigo competente, funcionaban sin problemas. Dado que contaban con víveres para sobrevivir en el complejo durante años, tratar de obstruir el suministro de aire sería lo más astuto. Que estuviera intacto suponía que confiaban en vencerlos rápidamente.
El mago herido que cargaba en el hombro derecho gimió, pero continuaba inconsciente. Al menos seguía vivo.
Unos pasos sigilosos llamaron su atención. Mu se acercó a la pared y depositó al mago en el suelo. Se dio cuenta de las ganas tan grandes que tenía de destrozar a alguien. Extrajo en absoluto silencio una espada corta que guardaba en una funda pegada al muslo y se relamió. Hacía mucho que no cortaba a nadie, que no enterraba el filo en las tripas de algún malnacido mientras le miraba a los ojos. Lo que pasó con Oz no contaba. Oz era un mago, un compañero, su muerte fue una orden cumplida por el bien de todos. Mu ansiaba medirse con un enemigo de verdad.
Los pasos se acercaban. Eran al menos dos personas que trataban en vano de escapar al fino oído de Mu, quien no se dejó engañar. Lo más seguro era que se tratara de varios enemigos que, con el fin de despistar, permitían que se filtrara el sonido de solo un par de pequeños pies. Mu miró al mago que seguía inconsciente.
—Voy a vengarte, compañero —susurró.
Aparecieron dos siluetas diminutas corriendo cogidas de la mano. Mu suspiró, frustrado. Sabía que una de ellas era morena y la otra rubia antes de que la luz dejara a la vista sus rasgos femeninos.
—¡Niñas! —las llamó Mu, irritado—. ¡Venid aquí!
Las niñas se apresuraron a obedecer. La rubia sonrió con timidez. Mu prefirió no descifrar la sonrisa de la morena porque le recordaba demasiado a la suya.
—¿Qué estáis haciendo solas? —se enfadó el mago—. ¿No habéis visto la alarma?
La rubia se encogió de hombros, la morena negó con la cabeza. Entonces la rubia empujó a su hermana, dando a entender que mentía. A la morena no le gustó el gesto y se encaró con ella. Mu las separó mientras recordaba que eran mudas, por lo que no serían una gran fuente de información.
—¡Ya basta! Tenéis que ir con el resto de los aprendices al gimnasio, como ya deberíais saber según el protocolo de defensa. —Reprimió las ganas de cruzarles la cara para que aprendieran disciplina—. ¡Largaos! ¡No! Un momento. Llevaos al mago herido y entregádselo a Ka o a otro médico. ¿Dónde está la pelea? ¿Dónde se reúnen nuestros magos de combate?
Las niñas comenzaron a gesticular y a señalar en varias direcciones. Mu consideró seriamente estrangularlas a pesar de que proteger a los aprendices era la máxima prioridad del clan. Además, las necesitaba para que se ocuparan del mago herido.
—A ver, niñas, centraos. Indicadme un solo lugar en el que se desarrolle la lucha más encarnizada. ¿Podéis hacer eso por mí?
Para su sorpresa, las dos niñas apuntaron con el dedo índice en la misma dirección. Mu no pudo evitar pensar que no le gustaría la maga que resultaría de ellas cuando sus almas se fundieran.
—¿La entrada principal? ¿Estáis seguras, niñas? No, basta, nada de peleas. Está bien, vale, ya lo tengo todo claro. Ahora coged al mago y marchaos antes de que os cruce la cara a las dos con una sola bofetada. ¡Obedeced!
Discutieron, para variar. Al parecer ninguna quería cargar con las piernas, se peleaban las dos por ser las que sostuvieran al mago por el pecho y los hombros. Mu dio gracias de que no pudieran hablar. Luego extendió el brazo y cumplió su amenaza. Con un movimiento rápido estrelló la mano en las caras de las dos niñas. Las dos cabecitas se volvieron hacia la derecha al mismo tiempo. Mu invirtió el movimiento y las cabezas giraron a la izquierda con otros dos sonoros golpes.
—Tú le cogerás de los pies y tú de los hombros. ¡Ahora!
Las gemelas obedecieron y se marcharon cargando con el mago. Los niños de hoy en día no tenían disciplina ni respeto, y otros magos lo pagarían intentado proteger a unos críos revoltosos, inconscientes del peligro. Magos muy buenos podían morir por culpa de aprendices que no acataban las órdenes sin rechistar. Y la culpa era de los instructores, que cada vez eran más blandos.
Echó un último vistazo a las niñas antes de dirigirse a la entrada principal. Sonrió al ver cuatro mejillas rojas.
En ningún momento se había elevado la voz o se habían realizado amenazas. Sin embargo, Padre era consciente de que había mantenido la conversación más tensa y peligrosa con Erik desde que le conocía. El resultado había sido satisfactorio, aunque solo había logrado evitar un problema que no sabía que tenía antes de comenzar la reunión, por lo que en realidad su logro se reducía a quedarse igual que estaba al principio. Padre se cuestionó si esa era la intención de Erik y aquella falsa negociación solo había sido una muestra del talento del joven mago.
No podía saber si de verdad habían muerto magos tratando de sostener la runa que tanto tiempo llevaban preparando. Tenía conocimiento de muchos fracasos a lo largo de los siglos; de hecho, el clásico método de ensayo error había sido parte del trabajo que les había permitido elaborar la forma correcta de Amamake, pero jamás había oído que los fallos conllevaran la muerte de nadie. Sería mucho pedir que Erik se lo hubiera inventado solo para presionarlo. Para empezar porque no veía con qué fin. Erik solo había exigido estar presente cuando Mad regresara, y para eso no hacía falta inventarse nada tan dramático. De modo que, a falta de una explicación mejor, debía de ser cierto. Habían muerto magos… Todos sabían que sostener el corazón de Amamake era complicado, algunos creían que imposible. En esa dificultad radicaba la posición de fuerza del clan de Padre, en proveer de un mago capaz de realizar lo que nadie más podía.
Debía aclarar el asunto de las muertes, pero ni Erik ni ningún otro mago le facilitaría información al respecto. Necesitaba reflexionar sobre el mejor modo de proceder antes de tomar una decisión.
As entró y saludó con excesiva normalidad, como acostumbraba. Era una de las magas de combate que Padre más apreciaba, y sospechaba que, a pesar de sus intentos por disimularlo, el resto del clan era consciente de su preferencia por ella.
—Erik ya está a salvo en el mundo de los menores —informó As—. Le he acompañado personalmente y me he asegurado de que