El arte como oficio
Por Bruno Munari
3.5/5
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Repleto de ejemplos y referencias a nuestra vida diaria, esta obra nos invita constantemente a detenernos y a repensar las formas que nos rodean. Desde la visualidad de las letras escritas o dibujadas hasta la versatilidad de un material como el bambú, pasando por el valor de una cuchara o unos peldaños desgastados por el uso, o el brutal contraste entre las ostentosas cuberterías europeas y la modestia de los palillos japoneses, Munari nos introduce con la facilidad y la sencillez de los grandes maestros a las grandes cuestiones teóricas de las disciplinas del diseño y la creatividad.
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Comentarios para El arte como oficio
34 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5A quote
‘Copying nature’ is one thing and understanding nature is another. Copying nature can be simply a form of manual dexterity that does not help us to understand, for it shows us things just as we are accustomed to seeing them. But studying the structures of nature, observing the evolution of forms, can give everyone a better understanding of the world we live in.
It's a gem!
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5This is a brilliant book. It is short and not an easy read. It is a book that does need to be read carefully, and picked up again from time to time. Bruno clearly shows how design can be used as art, and he takes you through the initial design process, and then through applications and critiques with care.The writing style is lucid, and clear.He also debunks many myths. What I like, is the complete lack of any pomposity in his writing, and the fact that through his book, I started to look at art and design with new eyes
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El arte como oficio - Bruno Munari
El arte como oficio
Actualmente es necesario desmontar el mito del artista divo que produce solo obras maestras para las personas más inteligentes. Tengamos en cuenta que mientras el arte se mantenga al margen de los problemas de la vida interesará solo a unas pocas personas. Ahora mismo, en una civilización que se está convirtiendo en una cultura de las masas, es necesario que el artista baje de su pedestal y se digne a diseñar el letrero de un carnicero (si es que sabe hacerlo). Es preciso que el artista abandone cualquier aspecto romántico y se convierta en un hombre activo entre el resto de los seres humanos, informado sobre las técnicas actuales y sus métodos de trabajo, y que, sin abandonar su innato sentido estético, responda con humildad y competencia a las demandas que le pueda dirigir el prójimo.
El diseñador restablece hoy el contacto, perdido desde hace tiempo, entre el arte y el público, entre el arte —entendido en el sentido de algo vivo— y el público que vibra. Ya no se trata del cuadro para el salón, sino del electrodoméstico para la cocina. No debe existir un arte separado de la vida: cosas bonitas para mirar y cosas feas para usar. Si lo que usamos en el presente está hecho con arte (no al azar o por capricho), no tendremos nada que ocultar.
A quien trabaja en el campo del diseño le queda algo por hacer: barrer de la mente de su prójimo todos los prejuicios y conceptos previos sobre el arte y los artistas, prejuicios de origen escolástico con los que se condiciona al individuo para que piense de un modo determinado durante toda su vida, sin tener en cuenta que la vida cambia, y hoy más deprisa que antes. Por ello hay que hacer una tarea de divulgación, a nivel popular, de los métodos de trabajo de los diseñadores, de los métodos que creemos que son más verdaderos, más actuales y más idóneos para restablecer una actitud resolutiva ante los problemas estéticos colectivos. Quien utiliza un objeto proyectado por un auténtico diseñador advierte la presencia de un artista que ha trabajado para él, que ha mejorado las condiciones de vida y favorecido las transformaciones de la relación habitual con el mundo de la estética.
Cuando colocamos una antigua vasija etrusca —que consideramos bellísima, bien proporcionada y construida con precisión y economía— sobre un mueble de nuestra casa, también debiéramos recordar que esa vasija tenía un uso muy común: probablemente contenía el aceite para la cocina. En aquel tiempo, la vasija de aceite fue hecha por un diseñador de la época. Entonces, el arte y la vida avanzaban juntos; no existían objetos de arte para mirar y objetos vulgares para usar.
Por eso acepté con gran placer la propuesta que me hizo la editorial Laterza de publicar los artículos que había escrito para el periódico Il Giorno. He agregado otros textos y muchas ilustraciones que no era posible publicar en un periódico por razones de espacio.
Espero con interés que otros diseñadores realicen también su obra de divulgación, que, diariamente, en las relaciones con el prójimo, se confirma como el método más adecuado, por ahora, para volver a conquistar la confianza de la gente y dar de nuevo un sentido al actual modo de vivir.
El diseño nació en 1919 cuando Walter Gropius fundó la Bauhaus en Weimar. En el programa de dicha escuela puede leerse:
Sabemos que solo pueden enseñarse métodos técnicos de la realización artística, no el arte. A la función del arte se le dio en el pasado una importancia formal que la escindía de nuestra existencia cotidiana, mientras que, en cambio, el arte está siempre presente cuando un pueblo vive de modo sincero y sano.
Por ello, nuestro deseo es inventar un nuevo sistema de educar que pueda conducir —mediante una nueva enseñanza especializada de ciencia y técnica— un completo conocimiento de las exigencias humanas y a una percepción universal de ellas.
Así, nuestra intención es formar un nuevo tipo de artista creador, capaz de comprender cualquier género de necesidad: no porque sea un prodigio, sino porque sepa aproximarse a las exigencias humanas según un método preciso. Deseamos hacerle consciente de su poder creador, sin miedo a los hechos nuevos, en su propia labor independiente de toda fórmula.
Desde entonces, hemos asistido a una sucesión cada vez más rápida de estilos en el mundo del arte: arte abstracto, dadá, cubismo, surrealismo, informalismo, nuevo arte abstracto, neosurrealismo, neodadá, arte pop y op art, etc. El uno se come al otro, y vuelta a empezar.
Las palabras de Gropius siguen teniendo validez; el programa de esa primera escuela de diseño tendía a formar un nuevo tipo de artista: un artista útil a la sociedad para que esta sociedad encuentre de nuevo su equilibrio, para que no tenga que vivir materialmente en un mundo falso y refugiarse moralmente en un mundo ideal.
Cuando los objetos de uso cotidiano y el entorno en el que vivimos sean obras de arte, entonces podremos decir que hemos alcanzado el equilibrio vital.
Diseñadores y estilistas
Qué es un diseñador
Es un proyectista dotado de sentido estético; de él depende, en buena parte, el éxito de cierta producción industrial. Casi siempre la forma de un objeto de uso: una máquina de escribir, un binóculo, un sillón, un ventilador, una olla, un frigorífico, si están bien estudiados determinan un aumento en las ventas.
El nombre de diseñador
procede de industrial designer, un anglicismo. En italiano se habla de disegnatore industriale, aunque no es lo mismo, pues esta denominación se aplica a quien diseña partes mecánicas o máquinas, establecimientos o edificios particulares. Si tiene que proyectar un motorcito, por ejemplo, no da gran importancia al hecho estético y aplica una mera concepción personal de cómo debe ser proyectado un motor de ese tipo. En una ocasión le pregunté a un ingeniero que había diseñado una moto por qué había elegido un color determinado y me respondió que era el más barato. El disegnatore industriale, pues, considera el lado estético de lo que tiene que proyectar como algo inevitable, como algo que ha de admitirse para terminar el objeto, que se hace del modo más escrupuloso, y particularmente evitará problemas estéticos ligados a la cultura moderna, pues no los considera útiles. Un ingeniero nunca debe ser sorprendido escribiendo poesía. El método de trabajo del diseñador es, por el contrario, distinto. El diseñador da la justa importancia a cualquier componente del objeto que debe proyectar, y sabe que también la forma definitiva del objeto proyectado tiene un valor psicológico determinante en el momento de su compra por parte del usuario. Por ello busca dar la forma más coherente al objeto respecto a sus funciones, forma que nace, diría, casi espontáneamente, sugerida por la función, por la parte mecánica (cuando existe) del material más adecuado, por las técnicas de producción más modernas, el examen de costes y otros factores de carácter psicológico y estético.
En los primeros tiempos del racionalismo se afirmaba que un objeto era bello por ser funcional y se consideraba solo la función estrictamente práctica, citándose, por ejemplo, las formas de los instrumentos de trabajo, quirúrgicos, etc. Hoy ya no se toma en consideración la belleza, sino la coherencia formal y también la decorativa
del objeto como elemento psicológico. La belleza considerada en sí puede definir lo que se denomina estilo
y hacer que cualquier objeto de dicho estilo sea nuevo; por ello hemos visto el pasado estilo aerodinámico no solo en los aviones y los automóviles, sino también en los tiradores de los muebles, en los cochecitos para recién nacidos, en los sofás e incluso (tal como pude ver en Bolonia) en un coche fúnebre, que es lo máximo a lo que puede aspirar un estilo aerodinámico.
No hay aquí problemas de belleza entendida en sentido abstracto; es decir, aplicada a la parte técnica, como una carrocería de moda o una decoración elegida con gusto por una gran personalidad artística, sino una coherencia formal, algo semejante a lo que podemos ver en la naturaleza: una hoja tiene su forma particular propia por ser de un árbol determinado y por desarrollar una función determinada; su estructura viene determinada por los canales de la linfa y la nervadura que sostiene el plano parece estar estudiada basándose en cálculos matemáticos. Sin embargo, hay gran variedad de hojas, y las mismas hojas de un árbol son ligeramente distintas unas de otras. Pero si viésemos una hoja de higuera colgando de un sauce llorón, tendríamos la sensación de algo que no va; no hay coherencia, no puede salirle una hoja de higuera a un sauce. Una hoja es bella no por razones de estilo, pues es natural, sino porque su forma exacta nace de la función. El diseñador procura construir el objeto con la misma naturalidad con que se forman las cosas en la naturaleza; no introduce en sus proyectos su gusto personal, sino que intenta ser objetivo, ayuda al objeto a que se forme con sus propios medios, si así cabe decirlo, y gracias a este modo de proyectar un ventilador tiene forma de ventilador, como un frasco tiene la forma exacta del vidrio soplado y como un gato tiene su piel de gato; cada objeto toma su forma, que no será, naturalmente, definitiva, porque las técnicas cambian, surgen nuevos materiales y, por ello, con cada innovación se plantea de nuevo el problema de que el objeto puede cambiar de forma.
Antes se razonaba en términos de arte puro y de arte aplicado, y por ello existían máquinas de coser hechas por ingenieros, con una decoración pintada en oro y madreperlas por un decorador. Hoy no se hace esta distinción entre arte puro y aplicado, entre gran arte y arte menor, pues la definición de arte, que ha llevado a tanta confusión y tanto embrollo en los últimos tiempos, va perdiendo su prestigio y el arte está volviendo a ser un oficio, una simple profesión, como en los tiempos antiguos, cuando el artista era llamado por la sociedad para que hiciera comunicaciones visuales (que entonces se llamaban frescos
) que informaran al pueblo acerca de determinados hechos religiosos. Actualmente, el diseñador (en este caso el diseñador gráfico) es solicitado por la sociedad para hacer una comunicación visual (que hoy se llama cartel
) que informe al público de que ha aparecido una novedad en un ámbito determinado. ¿Por qué se llama al diseñador y no al pintor de caballete para realizar un cartel? Porque el diseñador conoce los medios de impresión, las técnicas adecuadas, utiliza las formas y los colores con una función psicológica y no realiza un boceto pictórico que después el tipógrafo habrá de traducir con sus medios. Utiliza los métodos de impresión y con ellos hace el cartel.
El diseñador es, pues, el artista de nuestro tiempo. No porque sea un genio, sino porque con su método de trabajo restablece el contacto entre el arte y el público, porque afronta con humildad y competencia cualquier demanda que le dirija la sociedad en la que vive, porque conoce su oficio, las técnicas y los medios más adecuados para resolver cualquier problema de diseño. En fin, porque responde a las exigencias humanas de la gente de su tiempo, la ayuda a resolver ciertos problemas con independencia de todo preconcepto estilístico y de una